0% encontró este documento útil (0 votos)
88 vistas64 páginas

Chubretovich C. - Historia de La Canción Nacional de Chile

El documento describe la historia de la canción nacional de Chile. Explica que la canción nacional surgió después de que Chile ganó su independencia de España en 1810 para expresar su nueva soberanía. La canción pasó por varias versiones antes de establecerse la letra y la música actuales. La canción nacional es un símbolo importante para los chilenos y despierta sentimientos de orgullo y patriotismo, especialmente en los jóvenes.

Cargado por

TheMaking2
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
88 vistas64 páginas

Chubretovich C. - Historia de La Canción Nacional de Chile

El documento describe la historia de la canción nacional de Chile. Explica que la canción nacional surgió después de que Chile ganó su independencia de España en 1810 para expresar su nueva soberanía. La canción pasó por varias versiones antes de establecerse la letra y la música actuales. La canción nacional es un símbolo importante para los chilenos y despierta sentimientos de orgullo y patriotismo, especialmente en los jóvenes.

Cargado por

TheMaking2
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 64

Historia de la

Canción
Nacional de Chile

Carlos Chubretovich A.

Vitanet,
Biblioteca Virtual año 2004
1. LA PATRIA Y SUS
EMBLEMAS

La existencia del hombre tiene un sentido misional, una referencia a metas y a


objetivos que le confieren su auténtico significado. Antes de esforzarse para llegar a
disfrutar su existencia, el ser humano vive para encarar los deberes y obligaciones que
surgen de ella. Y entre los deberes que tiene más profundamente arraigados están los que
atienden a sus semejantes y los que están vinculados con la Patria.

La Patria no es sólo la expresión material que está representada por la superficie de


la tierra y del mar donde vivimos. Comprende a la nación entera, con todas las múltiples y
variadas instituciones que la afianzan, con toda la amplia gama de actividades que se
desarrollan en ella y con las relaciones efectivas que implican y comprometen a quienes
han nacido en su suelo, al amparo de su bandera.

Patria soy yo; Patria eres tú; Patria son los desiertos del norte con sus entrañas
colmadas de minerales; Patria son los cordones montañosos que enmarcan nuestro angosto
territorio continental y los valles que se configuran en él; lo es también, “esa loca
geografía” que se inicia en
Puerto Montt y en el Canal Chacao, y que se extiende hasta el Cabo de Hornos;
Patria es el casquete antártico enmarcado por los meridianos 53º y 90º de longitud oeste;
Patria son las islas oceánicas de Diego Ramírez de Juan Fernández, de San Félix y San
Ambrosio, de Sala y Gómez, y la de esa avanzada polinésica que constituye la de Pascua,
junto a los miles de millas cuadradas de mar que generan con las plataformas submarinas
de sus alrededores inmediatos; Patria es el mar de Chile, que a lo largo de sus 4.400 millas,
comprendidas entre Arica y el Polo Sur, se interna 200 millas desde la costa hacia el
poniente, guardando para los chilenos su riqueza infinita; Patria son todos los hombres y
mujeres que han contribuido, al correr de sus vidas, y en las más diversas disciplinas, a
hacer de este Chile continental, marítimo y oceánico, insular y antártico, la nación “fuerte,
principal y poderosa” que nos señalara don Alonso de Ercilla y Zúñiga, con acierto
visionario, entre los versos de vigencia permanente de su imperecedera “La Araucana”.

Quienes primero entregaron su esfuerzo para hacer de esta Patria un Chile grande y
respetado, fueron los integrantes de esa estirpe recia e indómita que encontró don Pedro de
Valdivia cuando trajo su civilización, su idioma y su religión a este recóndito rincón del
mundo, en las proximidades de la mitad del siglo XVI. Con la fusión de la sangre de
Arauco y la de los colonizadores españoles, que de allí se originó, nació
una valiosa contribución a la fortaleza y al nacimiento de la Patria, ya que esa mezcla, con
el transcurso de los años y de la historia, fue el agente que definió las características
esenciales y propias de la raza chilena.

De esa fuente emanó, junto a los rasgos que aportaron otras corrientes sanguíneas,
que también recibimos de Europa, el sello tan particular de los hombres que, entre otros,
lucharon con su inteligencia, con su esfuerzo y con su espada por la causa de la Patria,
como Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera, hasta entregarnos, en 1810, un Chile
libre del tutelaje colonial; que, como Diego Portales, lo encauzaron por la senda del orden
administrativo y del respeto a la legalidad; que, como Manuel Bulnes, supieron defenderlo
de los afanes hegemónicos de un dictador vecino; que, como José Santos Ossa,
contribuyeron decididamente a afianzar la riqueza del patrimonio nacional, y la de sus
arcas, extrayendo con su tenacidad y con el esfuerzo de sus trabajadores, el salitre de las
pampas del norte. Hicieron también un aporte macizo al engrandecimiento de la Patria, los
pirquineros y los mineros, que en los piques de Coquimbo y de Atacama, y en la maraña de
túneles y galerías subterra y submare, de la zona del Golfo de Arauco, extrajeron —y
siguen extrayendo— los minerales y el carbón, vitales para la subsistencia y el crecimiento
del país; hicieron Patria, con el reconocimiento y el agradecimiento de todos los chilenos, y
con la admiración y el respeto de los pueblos del mundo que supieron de sus hazañas, los
miles de chilenos que llevaron a la victoria las armas de Chile en la contienda de 1879 y
que nos dejaron ejemplos insuperables de valentía, de capacidad y de amor a su suelo: Prat,
Serrano, Aldea, Condell, Eleuterio Ramírez, Pedro Lagos, Galvarino Riveros, Juan José
Latorre, Rafael Sotomayor, Juan Francisco Vergara, Manuel Baquedano, Patricio Lynch,
Ignacio Carrera Pinto, Irene Morales, la Sargento Candelaria y tantos más.

El concepto de Patria se extiende, también a otros espacios, a aquellos que llenan


con capacidad e inteligencia singulares, quienes dirigen las actividades del Estado, quienes
legislan y quienes administran justicia; quienes atienden, en todos sus más variados niveles,
el progreso industrial y el avance económico del país; quienes laboran en el campo y en el
mar chileno; los que faenan en las frías estepas magallánicas; los que vigilan y mantienen
incólumnes nuestras fronteras terrestres, marítimas y aéreas; lo que proveen y resguardan la
seguridad de los navegantes que se adentran por los complejos laberintos de nuestro litoral
austral; los que mantienen la presencia nacional en la lejanía del continente helado, y todos
quienes, dentro del ámbito de la educación, de la cultura y de la salud, laboran, sin
cansancio y extrema abnegación; por el progreso intelectual y físico de los niños, las
mujeres y los hombres de esta tierra.

Ese amplio sentido de Patria se muestra y se evidencia por medio de ciertos


símbolos que, co-
mo la bandera, el escudo y la canción nacional, nos unen a todos, por encima de cualquier
diferencia que se nos pueda presentar.

El conocimiento de la historia de tales representativos es beneficioso y trascendente,


pues cumplen una función muy necesaria y respetable en las relaciones y afecciones
humanas. Esos emblemas, que se hacen presente con toda austeridad y señorío, tienen un
significado propio, de fácil comprensión para todos los niveles de la sociedad. Ninguna otra
expresión puede manifestar, convencer y encender, mejor que ellos, el patriotismo de
quienes llevan a Chile en el corazón, ni éstos encuentran una comunión más plena de su
amor a la Patria que la que les de-para la majestad natural de su presencia.

El sentido de unidad nacional, la voluntad y el afán de superación, que hacen de una


nación una entidad pujante y vigorosa, se manifiestan auspiciosamente en la forma cómo su
ciudadanía aprecia y respeta sus emblemas, cuando su conciencia le señala como
interpretarlos como propios.

Cada uno de esos símbolos tiene un claro origen particular, enraizado, en cada caso,
con la historia de la Patria, cuyos hechos más resaltantes y significativos entregan
compendiados en la presentación y distribución de sus colores, en las invocaciones de sus
lemas, en la armonía vibrante y melodiosa de sus sones y en el esplendor de la letra de sus
estrofas.
Fue así como junto con alcanzarse la liberación del tutelaje que ejercía la presencia
de la corona de España, se fue adentrando en el corazón de los chilenos la necesidad de dar
una mayor expresión a la condición de soberanía que se había alcanzado, manifestándola en
un himno que tuviera el carácter de nacional, cuyo texto y cuyos compases otorgaran una
interpretación fidedigna a su alegría de pertenecer a un Estado que, con un esfuerzo
decidido e irrenunciable había alcanzado su independencia. El cumplimiento de ese
propósito, con la fidelidad requerida, debió sortear etapas difíciles antes de alcanzar la
versión definitiva de su letra y de su música, que hoy escuchamos con unción y justo
orgullo.

La Canción Nacional, es así para los ciudadanos de este Chile nuestro, y


principalmente para su juventud, una melodía de evocación y de respeto, electrizante por
sus versos y por sus compases, que nos hacen vibrar de entusiasmo patriótico, que en la paz
nos conmueven, nos sacuden, nos hacen llorar de ternura y alegría, y que en la guerra han
hecho rugir de coraje a nuestros marinos y soldados y han encendido en sus corazones la
locura divina de entregar sus vidas por la Patria.
II. COMPASES PRECURSORES DEL
HIMNO PATRIO

a. Durante la Patria Vieja

Hacia el año 1810 se le daba el nombre de “la música” a un grupo de afición


orquestal, incipiente en sus instrumentos y, ciertamente, pobre en sus ejecuciones, que
entregaba algunas melodías en ocasiones de festividades públicas o privadas, a cambio de
un pago mísero que era siempre motivo de ingratas discusiones entre ejecutantes y
contratantes.

Pero esas circunstancias no constituyeron inconveniente para que en la noche del 18


de setiembre de aquel año, se organizaran algunas cuantas “músicas” —según el diario de
un cronista de la época, de apellido Talavera— “que tocaron hasta después de las tres de la
mañana frente a los hogares de los miembros de la Junta recién constituida”. Horas
después, cuando los oidores de la Real Audiencia fueron citados a la casa del Gobernador,
don Mateo de Toro y Zambrano, al acto durante el cual se le otorgaría el reconocimiento
oficial como Presidente de la Junta de Gobierno, “a la entrada de los señores al dicho
reconocimiento, los músicos llamados al efecto tocaron un concierto, y,
“cuando evacuado aquel acto, tocaron la marcha de La Guillotina”. Aunque los textos y las
melodías de esas composiciones no han llegado hasta nosotros, no es aventurado suponer
que debieron gozar de cierto nivel de popularidad.

La Junta de Gobierno tuvo muy en cuenta que “desde los tiempos más remotos se
había considerado que la música militar era uno de los principales recursos para electrizar
los ánimos y reglar los movimientos de la tropa”. En consideración a ese precepto había
insistido ante don Bernardo de Vera y Pintado, quien, aunque no oficialmente, se
desempeñaba como enviado o representante del gobierno rioplatense en Santiago, que diera
cumplimiento a su compromiso de traer a Chile instrumentos para “músicas militares”,
junto a algunos ejecutantes que supieran emplearlos. A pesar del empeño gastado por la
Junta, y de su compromiso de cancelar todos los gastos que le demandara al Sr. Vera la
materialización del ofrecimiento, no pudo lograrse de él que lo constituyera en una
realidad.

Por esa razón, hasta el año 1814 los diferentes cuerpos de tropas patriotas siguieron
marchando sólo al compás disonante y estridente de unos tarros de lata, que estaban
enmarcados en cinchos y fierros, y “eran de reglamento”. Los fabricaba un hojalatero, “el
maestro Esquivel”, y eran pintados por “el maestro Mendoza”. Recibían el nombre muy
pomposo de “cajas de guerra”, habiendo sido, sin duda, los pioneros o la generación que
antecedió a la de los actuales
tambores de las bandas de guerra, a los que se denomina, simplemente, “cajas”.

La “caja de guerra” de quien hoy vendría a ser el Tambor Mayor, era engalanada
con cordones de seda e hilos de plata, y para sujetarla en la posición que acomodara a su
ejecutante, colgaba de una banda de paño fino que ocultaba el armado de tela burda,
generalmente de cáñamo. Las “cajas de guerra” de los tambores de cada compañía de
fusileros se adornaban sólo con cordones sencillos de hilo, y se mantenían suspendidas por
una simple huincha.

Durante el período que el general José Miguel Carrera ejerció el gobierno de la


nación —años 1812 y 1813— procuró configurar una “música militar” de mayor
formalidad que la que existía en ese entonces. Para ese efecto solicitó a un comerciante, con
vinculaciones en Lima. “que obtuviera con el mayor empeño de sus corresponsales en esa
capital, un conjunto de 18 clarines de plata y un profesor de esos instrumentos, para poner
los cuerpos militares en el estado de decencia y arreglo que desea el Gobierno”. Durante el
transcurso de esa gestión se tuvo conocimiento que una goleta habría desembarcado unos
“pitos” en Valparaíso, pero tras la información inicial que se conoció, no volvió a saberse
de la existencia de esos instrumentos. Jamás apareció referencia a ellos en nota alguna ni,
tampoco, en las relaciones o crónicas de la época.

En la “Aurora de Chile” y, luego, en “El Monitor Araucano”, fray Camilo


Henríquez publicó
variados “himnos patrióticos “de su pluma, y también de la de otros, a los que, de alguna
forma, se les entregó melodía, como lo señaló el mismo Talavera, que nos dio a conocer
que el 1 8 de septiembre de 1812, en la recepción que don José Miguel Carrera brindó en
La Moneda, como uno de los actos de celebración de la independencia nacional,
“alternativamente con los bailes se cantaban, por el joven La Sala, de exquisita voz y
pericia en su arte, las canciones patrióticas que también corren impresas”.

Don Juan José Carrera, hermano de don José Miguel, en la época era el comandante
de la Gran Guardia Nacional de Húsares. El nombre suntuoso que había dado a esa unidad
militar obedecía, seguramente, al recuerdo que guardaban ambos hermanos de las
formaciones napoleónicas que habían conocido durante su permanencia en Francia. Para
atender las necesidades de tal cuerpo de tropa, su comandante pidió “un trompeta de
órdenes, que serviría a su plana mayor, y otros dos trompetas para cada compañía”.
Dificultades de financiamiento, que no pudieron ser superadas, impidieron que la Gran
Guardia pudiera contar con los instrumentos que había requerido su comandante. Debió
contentarse sólo con el uso de “las cajas de guerra reglamentarias”.

De acuerdo con el reglamento vigente entonces, que era el de Cuba por no haber
sido redactado aún uno propio para Chile, los escuadrones de caballería debían evolucionar
y desplegarse al
son de trompetas; pero la estridencia de esos instrumentos no llegó a conocerse en los años
de la Patria Vieja. La primera vez que se escuchó uno de ellos fue cuando lo empleó el
asistente de Antonio Pasquel, el parlamentario que envió Mariano Osorio, jefe de las
fuerzas realistas, al jefe de las fuerzas patriotas en Rancagua, para exigir la rendición “a
todos los que mandan en Chile”.

La primera banda militar que se creó en nuestro país fue organizada en mayo de
1814. ya próximo al término del período de la Patria Vieja, cuando era Director Supremo
don Francisco de la Lastra. Este fue el mandatario que presidió la firma del Tratado de
Lircay con Gabino Gainza, jefe de las fuerzas realistas derrotadas por los patriotas en el
combate de Membrillar, el 20 de marzo de ese mismo año. La banda tuvo como integrantes,
básicamente, a los “maestros de las músicas”, y el cargo de director recayó en Guillermo
Carter, un británico que había desertado de la fragata HMS “Phoebe”. El conjunto contó
con dieciséis ejecutantes: tres clarinetes, tres flautas, dos trompas, un fagot, un sempertón,
un clarín, un sacabuche, una pandereta, un triángulo, un tambor y un juego de platillos.

Don José Zapiola, hombre de conocida trayectoria musical durante el siglo XIX,
señala en sus memorias que “una de las primeras veces que esa banda salió a luz fue para
publicar el bando de las paces celebradas con Gaínza. Circuló por toda la ciudad, tocando
tres o cuatro valses de dos partes, y la tropa marchó tras ella pero sin la menor uniformidad
en la marcha”.
De la Lastra no pudo cancelar las remuneraciones de los músicos, antes de haber
sido depuesto el 23 de julio siguiente. Poco después el general Carrera llegó a un acuerdo
con los maestros”, concediéndoles una suma global por su trabajo durante los dos meses
anteriores, y fijándoles un sueldo mensual a contar del 1° de agosto que ya se acercaba.
Ordenó, simultáneamente, que se confeccionara un reglamento “para obligar a la compañía
de músicos al exacto “cumplimiento y observancia de sus artículos”, y la confió “al cuidado
de un coronel protector, “a quien se autoriza para que vele sobre sus faltas y castigue, según
su naturaleza, a los delincuentes”.

Pero se acercaban los días de la llegada del brigadier Mariano Osorio, al frente de
las tropas realistas, para caer sobre el general Bernardo O’Higgins y sus fuerzas patriotas,
con las que lo esperaba en Rancagua. El coronel protector debió ir a cubrir su puesto en el
frente de batalla, junto a sus camaradas, y no hubo reglamento.

Algún tiempo después, durante el período de la Reconquista Española, los


Talaveras, uno de los regimientos realistas que ocupaban Santiago, alcanzaron a lograr
cierta popularidad gracias a su banda de tambores, pífanos y cornetas, que amenizaba las
tardes de la Plaza de Armas.

b. Durante la Patria Nueva

En esa etapa de nuestra historia se generó un gran interés y entusiasmo por la


creación de
himnos y canciones patrióticas atribuible, sin dudas, a la influencia que ejerció, en el país,
la presencia de algunas bandas militares, que llegaron formando parte de ciertos batallones
del Ejército de los Andes. Este estaba integrado, como sabemos, por una mayoría de
soldados chilenos y otros provenientes de las Provincias del Plata (1), quienes, bajo el
mando de los generales José de San Martín y Bernardo O’Higgins, causaron la derrota de
las fuerzas realistas del general Rafael Maroto, en Chacabuco, el 12 de febrero de 1817.

Dos de los batallones de ese Ejército, el N° 8 de negros libertos, y el N° 11,


bonaerense, contaban con banda. La de aquél era la más completa y la que sobresalía por la
calidad de sus interpretaciones. El buen nivel que había alcanzado era la consecuencia de la
decisión de “un vecino acaudalado y de alto tono, de la “sociedad mendocina”, Rafael
Vargas, que “había enviado en 1810 a Buenos Aires dieciséis. “esclavos de su servidumbre,
para instruirlos en “música por teoría, / encargando a Europa un “instrumental completo”.
Unos años después regresaron transformados en “maestros” y Vargas los entregó a San
Martín.

1) Recordemos que el Virreinato del Plata se mantuvo vigente hasta el 9 de julio de 1816. fecha en
que se constituyó el Estado de las Provincias Unidas del Plata. que después se transformó en la
Confederación Argentina, para consolidarse, hacia 1881 como República Argentina.
En Chacabuco, cuando la tropa del Batallón N° 8 había terminado sus preparativos para
efectuar la carga que arrasaría con la formación realista, el general O’Higgins le dirigió una
encendida y estremecedora arenga; luego desmontó y se colocó delante, ordenándole a la
banda que ejecutara la marcha “Los Inmortales”. Es muy posible que algunos de los
compases de esa marcha fueran los que conservó don José Zapiola, con el nombre de “paso
de carga”, tocado como tal por las bandas del Ejército de Chile, hasta el año 1832. Se
trataba de una melodía vibrante, arrolladora y fácil, de orígenes indiscutiblemente
napoleónicos.

La “música” del Batallón N° 8 tocó, también, con ocasión de la publicación del


bando que proclamó al general Bernardo O’Higgins como Director Supremo de la Nación,
el 16 de febrero de 1817. El pueblo, nos dice Zapiola, “al escuchar aquella música creía
estar en la gloria”.

Pasado algún tiempo, comenzaron a llegar a Santiago los jóvenes reclutados entre
Los Andes y San Fernando para integrarse a la Academia de Músicos Militares. Esta se
había creado recientemente y colocado bajo la dependencia del comandante del Batallón N°
8. De esa manera se había dado cumplimiento a la resolución del Supremo Gobierno que
“dispuso se establezca en ese Cuartel un depósito de jóvenes para que se les instruya
únicamente en la música, por medio de los profesores que hay en ese Batallón”. Como era
previsible que la intensidad de la práctica de alumnos tan noveles podría provocar el pron-
to desgaste y deterioro de los pocos instrumentos existentes, se encargaron cuatro “músicas
completas” al extranjero. Mientras llegaban se adquirió dos juegos de instrumentos a un
comerciante de Valparaíso, “los que examinó y tasó el Director de la Academia de Músicos
teniente Antonio Martínez”.

En setiembre de ese año, 1817, el teniente Martínez solicitó un ayudante, cargo para
el cual fue elegido Guillermo Carter —a quien ya nos referimos— “por recaer en él las
circunstancias de patriotismo, buena conducta e instrucción”.

En la época considerada se estaba bajo la influencia de un ambiente marcadamente


americanista, que tenía su origen y su explicación en la circunstancia muy particular que
todos los pueblos de la América hispana se encontraban unidos por el designio común de la
acción emancipadora. La separación de las nacionalidades respectivas no estaba definida en
los términos que la entendemos ahora, lo que dió lugar a que, entre otros aspectos, también
circunstanciales, se hiciera uso del Himno Nacional del Estado de las Provincias Unidas del
Plata en los medios nacionales, como una forma de representación expresiva, plena, de los
sentimientos y de la idea de libertad que los embargaba a todos. En esas condiciones,
ayudado, además, por una melodía ciertamente agradable, alcanzó una aceptación muy
singular, que encontraba acogida general.

Esa fue la razón por la cual el 18 de setiembre de 1817, en la recepción que ofreció
el ahora
representante oficial del gobierno de Buenos Aires en Santiago, don Bernardo de Vera y
Pintado, como acto de mayor relevancia en la celebración de las fiestas patrias de ese año,
toda la concurrencia cantará las estrofas del Himno de las Provincias del Plata, cuando éste
fue ejecutado por la banda al ingreso del general San Martín al local del festejo. El mismo
himno fue cantado, también, por los alumnos de las escuelas de Talca, en la mañana de ese
día, cuando participaron en los actos recordatorios de la independencia nacional,
encabezados por el Gobernador y otras autoridades locales.

Pero ya en febrero de 1 818, en el bando que instruyó acerca de los detalles de la


ceremonia con la que se proclamaría la Independencia, se dejó de mencionar la “marcha
nacional”, como se solía denominar al Himno Nacional del Estado vecino. Ese bando, que
fijó, también, cómo deberían efectuarse los actos inherentes a esa proclamación, en otras
localidades, dispuso que “al aparecer el sol se enarbolara la bandera nacional en la plaza
mayor. Habrá un saludo general y uniforme del pueblo y tropa; se hará una salva triple y
repicarán las campanas. Seguirán después, por su orden, todos los alumnos de las escuelas,
presididos por sus maestros, a cantar al pie de la bandera los himnos patrióticos y alusivos
al objeto, que tendrán preparados". Una descripción de las ceremonias efectuadas en
Santiago, en aquella oportunidad, nos hizo saber que: “Se produjeron composiciones
novedosas. Luego se acercaron por su orden los
“alumnos de todas las escuelas públicas y, puestos alrededor de la bandera, cantaron a la
Patria himnos de alegría que producían un doble interés por su objeto y por la suerte
venturosa que debe esperar la generación naciente, destinada a recoger los primeros frutos
de nuestras fatigas”.

Poco después, al conocerse en Santiago el desembarco del general realista Mariano


Osorio en Talcahuano, y la iniciación de su avance al norte, que provocó la movilización
general de las fuerzas chilenas, la Academia de Músicos Militares estuvo a punto de entrar
en receso; pero el jefe del Estado Mayor del Ejército pidió al Director Supremo Delegado,
don Luis De la Cruz, que permitiera el retorno del teniente Martínez:
“V.E., que debe estar penetrado de la utilidad que ofrece el establecimiento, se dignará
dispensarle su protección suprema para que lejos de decaer tenga el fomento que necesita”.
De la Cruz impartió las órdenes convenientes para que se accediera a la petición que se le
había formulado, y respondió: “Seré un protector de ese plantel, a cuyo efecto V.E. puede
advertirme cuanto considere útil’’.

Tras el triunfo sobre las fuerzas realistas en Maipú, que consolidó la Independencia
de Chile y provocó el abrazo histórico de O’Higgins y San Martín, comenzó a estructurarse
una actitud diferente en la mente y en el corazón de los chilenos, que se tradujo en una
modificación paulatina de la forma de pensar que antes tenían. La presencia de nuevas
emociones, y de sentimien-
tos verdaderamente propios, que exaltaban su naciente patriotismo, comenzaron a darle
cabida a manifestaciones de espíritu y contenido más nacionalistas. El himno que había
sido traído desde el otro lado de los Andes, como una expresión de libertad, comenzó a
perder la popularidad que había alcanzado. Chile entero empezó, así, a tomar conciencia
que era un pueblo soberano.

Cabe citar, como un hecho curioso, que una semana después de la Batalla de Maipú
dejó de ser posible la continuación de la instrucción en la Academia de Músicos Militares,
“por no haber instrumentos para seguir con ella”: los alumnos debieron regresar a las
unidades militares que les correspondía. Pero esa suspensión resultó sólo momentánea,
pues muy pronto arribó a Valparaíso el buque que traía los cajones con “la música militar”
que se había encargado para renovar el material de instrucción en la Academia. La
prosecución de la actividad, con los nuevos instrumentos, permitió la creación de varias
bandas militares, destacando por su calidad la que fue incorporada a la escolta del Director
Supremo.

Los meses que siguieron a la victoria de Maipú fueron de mucha actividad y


sacrificios. Hubo que combatir a las fuerzas españolas en su retirada al sur, hasta su
expulsión del territorio nacional, y orientar el esfuerzo ciudadano hacia la ejecución de las
tareas inmediatas que requerían la reconstrucción y la organización administrativa de la
nación.
III. LA PRIMERA CANCION NACIONAL

a. Don Bernardo de Vera y Pintado

Este personaje ilustre, que por petición expresa del Director Supremo, general don
Bernardo O’Higgins, fue el autor de la Primera Canción Nacional, nació en 1780, en Santa
Fé, una de las provincias del entonces Virreinato del Plata. Hay también quienes sostienen
que habría nacido en Veracruz, México, y llevado muy joven a Santa Fé. Sea cual sea, de
esos dos, el lugar de su nacimiento, es corriente que se señale que su nacionalidad fue la
argentina, olvidando que a la fecha de su nacimiento Argentina no existía, aún, como
nación.

Sus estudios los empezó en el colegio de Córdoba para continuarlos en la


Universidad de la misma ciudad, que era parte del colegio. Posteriormente los siguió en
Santiago, donde acudió a la Universidad de San Felipe. Allí se licenció en 1799, y obtuvo
el doctorado en Teología. Ese año había llegado a Chile, acompañando a su tío político, el
gobernador y capitán general don Joaquín del Pino, quien al término de tres años en
Santiago debió regresar a Buenos Aires para asumir su nueva función de Virrey del Plata.
El joven Vera rehusó seguirlo, y prefirió quedarse aquí, donde había alcanzado
cierta representación en los medios santiaguinos.

Persona de inteligencia lúcida y de amplia cultura, se graduó de abogado en 1807;


muy pronto pasó a ser profesor, por oposición, en las cátedras de Teología, Leyes, Cánones
y Arte, de la Universidad donde se había graduado. Esa distinción le acarreó un gran
prestigio y la alta consideración de sus contemporáneos, que se sumaron a la estimación
que por su reconocida intelectualidad y por su simpatía y gracia natural.

Durante el ejercicio de su profesión de abogado, que constituía la fuente de sus


ingresos y de su sustento, se mostraba muy en desacuerdo y en oposición al sistema
colonial impuesto por España; atizaba el descontento que se había manifestado entre los
patriotas, no desperdiciando oportunidad para satirizar la arrogancia del Virrey del Perú,
Fernando de Abascal, y hacer mofa de la disminuida personalidad del Presidente de Chile,
Fernando García Carrasco. Propagaba así, entre mofas y chistes contra los mandatarios, las
ideas revolucionarias que, poco tiempo después, le depararon amargas consecuencias. En
efecto, el gobierno no tardó en notar el papel que había asumido el abogado y profesor
Bernardo de Vera y lo registró prontamente en el rol de personas que debían ser vigiladas
en sus actividades. Fue así que se le sorprendió participando en una reunión clandestina,
junto a otros políticos en Valparaíso, a consecuencia de lo
cual se le apresó y se le notificó de destierro, constituyéndose en uno de los precursores y
primeras víctimas del movimiento libertador de
1810.

Establecida la junta de Gobierno en Santiago, el 18 de setiembre de ese mismo año,


Bernardo de Vera y Pintado comenzó a colaborar con ella y con el nuevo régimen
instalado.

En 1811- recibió el nombramiento de agente del Gobierno de Buenos Aires en


Santiago, para entenderse con las autoridades chilenas. La actividad y el tino que empleó en
el desempeño de esas actividades y funciones despertó el interés de los gobernantes
bonaerenses por contar con él en su propia sede, para lo cual le propusieron su traslado a
Buenos Aires. Nuevamente rehusó desplazarse a esa ciudad, prefiriendo mantenerse en
Chile, donde se había casado, se hallaba a entero agrado y era muy conocido dentro de un
ambiente que le satisfacía plenamente.

En Santiago siguió atendiendo la docencia, escribiendo prosa y versos para algunos


periódicos de la época y prestando cuanto servicio pudo a la causa de la Independencia
Nacional. Pero en octubre de 1814, tras la derrota de Rancagua, debió emigrar a Cuyo para
evitar la persecución enconada que ejercían los realistas sobre él. Desde allí regresó en
1817, traído por San Martín, como secretario y auditor del Ejército Libertador de los
Andes, cargos que desempeñó hasta que se obtuvo el triunfo de Maipú. Desde ese momento
volvió a dedicarse exclusivamente al
foro, a la enseñanza y al periodismo.

Se encontraba en esas actividades cuando en julio de 1819 recibió una nota del
Ministro de Estado, don Joaquín Echeverría, que decía:

“Deseando Su Excelencia que el aniversario del diez y ocho de setiembre del presente año
se solemnice con la alegría i decoro correspondiente, me manda encargue a Ud. (como
tengo el honor de hacerlo) la formación de una canción patriótica análoga a la fiesta, i que
pueda cantarse en aquel día por distintos coros, confiando de su patriotismo y talento el
pronto despacho de este encargo para que haya tiempo de estudiarla”.

“Dios guarde a Ud. muchos años.”

“Ministerio de Estado, julio 19 de 1819”.


(Fdo.) Joaquín Echeverría”

“Al Sr. Doctor don Bernardo de Vera”.

Don Bernardo de Vera y Pintado dió satisfacción oportuna al deseo e intención del
Director Supremo, general don Bernardo O’Higgins, e hizo llegar al ministro Echeverría,
en muy breve tiempo, el texto de su creación, compuesto del coro y de diez octavas:
Primera Canción Nacional de Chile.
Letra de Bernardo de Vera y Pintado.

Coro

Dulce Patria, recibe los votos


con que Chile en tus aras juró que,
o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión.

Ciudadanos, el amor sagrado de la


Patria os convoca a la lid:
Libertad es el eco de alarma; la
divisa: iTRIUNFAR O MORIR!
El cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español.
Arrancad el puñal al tirano;
quebrantad ese cuello feroz.

II

Habituarnos quisieron tres siglos,


del esclavo a la suerte infeliz, que,
al sonar de sus propias cadenas
más aprende a cantar que a gemir.
Pero el fuerte clamor de la Patria
ese ruido espantoso acalló, y las
voces de la Independencia
penetraron hasta el corazón.
III

En sus ojos hermosos la Patria


nuevas luces empieza a sentir, y
observando sus altos derechos se
ha incendiado en ardor varonil. De
virtud y justicia rodeada a los
pueblos del orbe anunció que con
sangre de A rauco ha firmado la
gran carta de emancipación.

IV

Los tiranos en rabia encendidos y


tocando de cerca su fin,
desplegaron la furia impotente>
que, aunque en vano, se halaga en
destruir. Ciudadanos, mirad en el
campo el cadáver del vil invasor...
¡Que parezca ese cruel que el
sepulcro tan lejano a su cuna
buscó!

Esos valles, también ved, chilenos,


que el Eterno quiso bendecir, y en
que ríe la naturaleza aunque ajada
del déspota vil. Al amigo y al
deudo más caro sirven hoy de
sepulcro y de honor; más la sangre
del héroe es fecunda, y en cada
hombre cuenta un vengador.
VI

Del silencio profundo en que


habitan esos Manes ilustres, _oíd,
que os reclamen venganza,
chilenos y en venganza a la guerra
acudid. De Lautaro, Colocolo y
Rengo reanimad el nativo valor, y
empeñad el coraje en la fieras, que
la España a extinguirnos mandó.

VII

Esos monstruos que cargan


consigo el carácter infame y servil,
¿cómo pueden jamás compararse
con los héroes del cinco de abril?
Ellos sirven al mismo tirano que su
ley y su sangre burló.
Por la Patria nosotros peleamos
nuestra vida, libertad y honor.

VIII

Por el mar y la tierra amenazan los


secuaces del déspota vil; pero toda
la naturaleza los espera para
combatir. El Pacífico, al Sud y
Occidente; al Oriente, los Andes y
el Sol; por el Norte, un inmenso
desierto, y en el centro libertad y
unión.
IX

Ved la insignia con que en


Chacabuco al intruso supisteis
rendir, y el augusto tricolor que en
Maipo en un día de triunfo os dió
mil. Vedle ya señoreando el
Océano y flameando sobre el fiero
león. Se estremece a su vista el
Ibero; nuestros pechos inflama el
valor.

Ciudadanos, la gloria presida de la


Patria el destino feliz, y podrán las
edades futuras a sus padres así
bendecir. Venturosas mil veces las
vidas con que Chile su dicha
afianzó; si quedare un tirano, su
sangre de los héroes escriba el
blasón.

La composición de Vera y Pintado satisfizo a los personeros de gobierno que


tuvieron la oportunidad de conocerla, por cuanto sus versos fueron el reflejo de los
sentimientos nacidos dentro de la lucha de la emancipación, en plena pugna de patriotas y
de realistas. El general O’Higgins, que la aceptó con mucho agrado, la sometió a la pronta
consideración del Senado, para que éste la examinara y se pronunciara. La hizo llegar a su
presidente, acompañada de un mensaje que decía:

“Chile ha carecido hasta hoy de una canción


patriótica, pues aunque se han escrito e impreso muchas y muy buenas, tratan, por lo
general, de toda la América revolucionada. La que tengo el honor de incluir, examinada y
aprobada por personas inteligentes, creo que puede correr con el título de Marcha Nacional,
si siendo del agrado de V.E. tiene a bien declararle ese carácter”.

El Senado examinó con la mayor prontitud el texto que recibió, y le concedió su


aprobación el 20 de setiembre de 1819, “con placer”, acordando que debía titulársele
“Canción Nacional de Chile”. El Director Supremo quiso, entonces, que la Canción fuera
conocida y aprendida por todos los chilenos, para lo cual el mismo día 20 ordenó se
imprimiera “y circulara, a los pueblos, al Instituto Nacional y a las escuelas, disponiendo,
también, que se pasaran cuatro ejemplares al teatro para que al empezar toda representación
se cantase primero la Canción Nacional”.

Los agradecimientos del gobierno le fueron hechos llegar al autor por intermedio
del ministro Joaquín Echeverría, mediante una comunicación en la cual le expresaba: “Su
Excelencia tiene la mayor satisfacción de que haya Ud. desempeñado el encargo
manifestando un entusiasmo y brillantez propios de su acendrado patriotismo y acreditado
talento”.

Al leer la obra de Vera y Pintado se puede notar que el pensamiento manifestado


por el autor, en varios de los versos de su canción, contiene
los resabios de la dureza y de la violencia que emanaban de los acontecimientos y
circunstancias que se vivían en aquel entonces. No obstante esa ingrata aunque explicable
situación, su letra fue celebrada por todos y cantada con naturalidad, y con perfecta
inocencia, desde que se le conoció.

b. La adaptación musical de José Ravanete

Hasta allí Chile contaba oficialmente con la letra de la Canción Nacional; pero la
música con la que ésta se entonaba era la del himno del Estado de las Provincias Unidas del
Plata. Don Domingo Arteaga, que era entonces el edecán de O’Higgins y el empresario del
teatro, quiso encargarse de darle la melodía apropiada a la canción de la Patria, para lo cual
recurrió a los servicios de un compositor peruano, José Ravanete, que era músico mayor del
Ejército. Le pidió a éste que en el plazo de ocho días le hiciera entrega de una partitura
apropiada a esos versos; pero el maestro Ravanete, al no encontrarse capacitado para lograr
algo original y adecuado en tan corto tiempo, hizo lo que habían hecho, en parte nuestros
vecinos de los Andes, con la partitura de su propio himno, esto es acomodar una de las
tantas canciones que los españoles opusieron a la invasión napoleónica.

Tal solución no resultó adecuada por cuanto sobraban cuatro notas en los versos
finales de cada estrofa, dificultad que Ravanete trató de sortear mediante el recurso de
agregar cuatro
veces la palabra “sí” al término de cada una de ellas. Su resultado, como ejemplo, fue:
........................................................
“Arrancad el puñal del tirano:
Quebrantad ese cuello feroz, sí,sí,sí,sí”

Bernardo de Vera, que concurrió al estreno de la presentación de su canción, con la


adaptación de Ravanete, se levantó asombrado y molesto de su asiento al escuchar el
agregado que disociaba su obra, y le expresó airadamente a Arteaga “¡Tiene visos de goda,
tiene visos, de goda!”. El público se manifestó igualmente disconforme con la solución que
se había entregado, y la Canción Nacional quedó nuevamente sin música propia.

c. La versión musical de Manuel Robles

Pero Domingo Arteaga no desmayó en su afán de encontrar la melodía que buscaba y, en


pos de esa finalidad, le concedió a don Manuel Robles, violinista y primer director de
orquesta del país la oportunidad para que hiciera oír la versión musical que él había creado
para la Canción Nacional. Robles era una persona muy querida y extraordinariamente
simpática. Además de ser muy chileno por su lugar de nacimiento —Renca— era torero,
cantor, miembro de una compañía de cómicos y un campeón para encumbrar volantines,
una de las mayores entretenciones de la época.

La noche del 20 de agosto de 1820, cuando don Bernardo O’Higgins cumplía sus
cuarenta y
cuatro años de edad, Arteaga inauguraba en Santiago un teatro ubicado en la plazoleta de la
Compañía donde hoy se encuentra ¡a plaza Montt-Varas, frente al edificio de los
Tribunales. Dando cumplimiento a la disposición gubernamental de abrir la función con los
sones de la Canción Nacional esa noche se entonó la letra de Vera con la música de Robles,
que éste mismo se encargó de dirigir.

La iniciación de ese programa fue escuchada con muestras evidentes de agrado, por
parte de la concurrencia, y el general O’Higgins, presente en el acto, la aceptó complacido.
El entusiasmo patrio despertó súbitamente con la posesión de un canto nacional genuino.

La circunstancia de contar con, una bandera y con un himno propio, para recorrer
los campos de la lid, eran anhelos ardientes del mandatario y del pueblo chileno de
entonces. Por eso fue que Bernardo O’Higgins, en el banquete que fue ofrecido antes del
zarpe de la Expedición Libertadora del Perú, al mando del general José de San Martín y
constituida por medios humanos y materiales mayoritariamente chilenos, le preguntó a éste,
aunque temiendo herir sus sentimientos patrióticos: “General, ¿qué bandera llevará el
ejército Expedicionario?”, a lo que San Martín tras corta reflexión respondió: “Llevaremos
la bandera chilena, general”. Con esos dos símbolos de Chile, el pabellón patrio y la
Canción Nacional, llegaron nuestros soldados hasta Lima, donde San Martín pronunció la
libertad y
la independencia del Perú, el 28 de Julio 1821.

Las notas de Robles que dieron vida a la Canción Nacional, se mantuvieron vigentes
durante siete años. Zapiola, que las conservó para nosotros, recuerda “que tenían todas las
circunstancias de un canto popular: facilidad de ejecución sencillez sin trivialidad (se
exceptúa el coro, que parece era de rigor que fuese un movimiento más vivo que la estrofa),
y, lo más interesante de todo, poderse cantar por una sola voz y sin auxilio de
instrumentos”.

Pero la sencillez de la obra de Robles a algunos no les pareció lo suficientemente


digna del Himno Nacional. Es efectivo que esa música jamás contó con el reconocimiento
oficial, pero sus notas guardaban recuerdos de gloria. A sus compases se había asegurado la
libertad de nuestra nación, y había servido para cantar a la Independencia que los chilenos,
con San Martin y algunos de sus connacionales, habían logrado para el Perú. Sin ser
hermosa, ni lo bastante correcta, en términos de estricta validez musical, los viejos
patriotas, al oírla, traían a su memoria los hechos más importantes de la emancipación
americana.

d. La música y orquestación de Ramón Carnicer

Transcurrido el año 1827, el general don Francisco Antonio Pinto, Presidente de la


República, encomendó a nuestro Ministro en Londres, don Mariano Egaña, que procurase
encontrar un músico de categoría, que pudiera
componer un himno para Chile, basado en la poesía de Vera y Pintado. El señor Egaña
ubicó en Inglaterra a don Ramón Carnicer, director de la orquesta de la Opera de
Barcelona, quien había sido relegado a ese país por sus ideas liberales. Como se trataba de
una figura conocida en los medios artísticos de Europa, Egaña confió el encargo de la
partitura, que había requerido el Presidente Pinto, a este compositor catalán, nacido en
Tarrega en 1779.

El maestro Carnicer cumplió el cometido, dándole al himno la melodía actual, que


todos conocemos, la que fue estrenada en Santiago —con la letra de Bernardo Vera— el 23
de diciembre de 1828, en el teatro de Domingo Arteaga. A pesar de algunas críticas que
suscitó, particularmente en relación a ciertas dificultades con el coro, fue adoptada
oficialmente. Sus panegiristas expresaron: “La primera frase musical es una explosión de
entusiasmo... Se oyen batir los tambores de Zaragoza conjuntamente con los de Chacabuco
y Maipú”... Se ve brillar las “bayonetas y se oye el estampido de los cañones... Se han
echado al vuelo las campanas”.

La juventud recibió con entusiasmo la nueva partitura del himno, pero no así los
veteranos, que consideraban la ejecución de esa música como un atentado. La discordia
duró largo tiempo y, en más de una ocasión, al sonar los primeros acordes del himno de
Carnicer, algunos gritaban airados: “¡ La canción vieja, la canción vieja!”. El descontento
fue quedando lentamente atrás y algunos años más tarde ya nadie se acordaba de
la canción antigua. La música de Carnicer se había impuesto definitivamente y alcanzó el
decidido favor público.

Muchas han sido las ocasiones en las que las estrofas y el coro de la Canción
Nacional han hecho vibrar el corazón de los chilenos, pero, quizás, para ninguno de ellos lo
fue en forma tan intensa como para don Bernardo O’Higgins, quien después de haber
alcanzado la cúspide de la gloria mundana, hubo de aceptar en su destierro de Lima, al
anochecer del 17 de setiembre de 1839, llorando en silencio, admirado y humilde, el
homenaje que le rindió a su grandeza el general don Manuel Bulnes, junto a las fuerzas del
Ejército de su mando, que derrotaron a la Confederación Perú-boliviana, cuando se
aprestaba a regresar a Chile. El diario “El Comercio”, de Lima, dijo que: “En esa tarde de
víspera del día grande de los sureños, toda la oficialidad y las tres músicas de los cuerpos,
seguidas de una gran concurrencia, llegaron hasta la casa-habitación de quien fuera Capitán
General de la República de Chile, ahora expatriado en el Perú, y cantaron la estrofa de la
marcha chilena:

“Ved la insignia con que en Chacabuco


“al intruso supisteis rendir,
“y el augusto tricolor que en Maipo en
“un día de triunfo os dió mil.
“Vedle ya señoreando el Océano
“y flameando sobre el fiero león.
“Se estremece a su vista el íbero;
“nuestros pechos inflama el valor.”
IV. EL CAMBIO DE LA LETRA DE LA
CANCION NACIONAL

Los resentimientos y los rencores que fueron suscitados por la Guerra de la


Independencia, tomaron un largo tiempo para desvanecerse, tanto así que sólo hacia 1845
—transcurridos veintisiete años después de su consolidación en Maipú— se logró firmar en
Madrid la ratificación del acuerdo para lograr el reconocimiento de la Independencia de
Chile por parte de España, que negoció el general don José M. Borgoño en esa capital, tras
largas jornadas de laboriosas gestiones.

No obstante que el tiempo se había encargado de ir haciendo desaparecer, poco a


poco, las asperezas que se provocaron en torno a la lucha por la emancipación, y Chile
gozaba de la vida autónoma de un país soberano, la letra de la Canción Nacional se
mantenía con el texto original que le había entregado Vera y Pintado. Los españoles
residentes, inquietos por cuanto estimaban que esa letra pertenecía a un pasado que ya
había dejado de ser realidad, manifestaban constantemente su desagrado por la frecuencia
con la que se continuaba escuchando, en reuniones y ceremonias, estrofas de la Canción
Nacio-
nal que, evidentemente, eran hirientes para ellos.

En consideración a tales razones, don Manuel Puerta de Vera, miembro connotado


de la colectividad española residente en Santiago, dirigió una solicitud al Ministro del
Interior y de Relaciones Exteriores, don Manuel Camilo Vial, en la que el 26 de diciembre
de 1845 pedía el cambio de la letra del Himno Patrio. En esa solicitud señalaba, de acuerdo
a la extensa publicación que apareció en el diario “El Progreso”, en su edición del 30 de
enero de 1846, que “... todas las cosas sufren y deben sufrir las modificaciones y
variaciones que reclamen los adelantos de la sociedad y diferentes posiciones de los Esta-
dos”. Y, en cuanto a la letra de la Canción Nacional, añadía: “...si bien en el tiempo en que
fue compuesta era adecuada a las circunstancias, porque los españoles eran tenidos como
los mayores enemigos, no así en el día que, el que expone está cierto, son y serán los
mejores amigos, tanto porque reconocida la Independencia el Gobierno español contribuirá
más que otro a la prosperidad y paz de esta República, cuanto porque el mismo idioma, la
misma religion y costumbres harán que entre los chilenos y españoles reine aquella armonía
que debe haber entre los de una misma familia después de que de que han zanjado las
diferencias o motivos que originaron la discordia...”. La petición concreta era para que el
Presidente de la República “se digne mandar varíe la letra de Canción Nacional en todo
aquello que ofende a los españoles y nada favorece a los chilenos”.
La presentación que realizó el señor Puerta de Vera recibió el apoyo de varios de los
órganos de prensa más destacados del país como “El Mercurio”, “El Progreso” y “El
Orden”. Este último editorializó el 4 de enero de 1846, diciendo:

“Las canciones nacionales están destinadas, a nuestro juicio, a despertar y poner en


acción, en ciertas épocas, las pasiones populares para hacerlas servir grandes fines, justo es
entonces que se use de aquellas frases sarcásticas, alarmantes e injuriosas, si se quiere,
contra las personas o los principios que se procura destruir”.

“Pero si eso es indispensable en aquellos instantes críticos y solemnes de la vida de


los pueblos también lo es que junto con el abrazo de amigo que de justicia merece el
vencido, se echen al mismo tiempo en olvido las causas impulsivas de la antigua división y
los medios de que fue preciso echar mano para mantenerla viva y palpitante”.

En otra oportunidad el mismo diario señaló, también, la circunstancia que “nos


constituimos en eco de varias personas respetables, de algunos patriotas del 10 y de la
mayoría sensata de la nación chilena, que mira a los españoles como sus antiguos padres y
como los amigos más predilectos con que ahora cuenta”.

Pero también hubo opositores al cambio de letra que pedía el señor Puerta de Vera,
siendo el de mayor tenacidad alguien que la historia no ha podido identificar pero que
escribía en el diario “La Gaceta del Comercio” bajo el pseudó-
nimo de “El minero copiapino”, y que aconsejaba insistententemente al gobierno que no
accediera a la petición.

La polémica siguió adelante, y “El Mosaico”, en su editorial del 30 de agosto de


1846, manifestaba: “Nuestra Canción Nacional está pidiendo que se rehaga; hablemos de
los versos que la componen. Buenos para otras circunstancias, en el día no pueden ser la
expresión de los votos de un pueblo que acaba de entablar relaciones comerciales con su
antigua metrópoli, celebrando tratados de paz y de amistad duradera y estable”. A ello
agregaba: “Se dice que de España viene un enviado diplomático y algunos creen que está
muy próxima su llegada. Si se encontrara, ponemos por ejemplo, en nuestro país los días
17,18 y 19 de setiembre, cuando un público entero, con la cabeza descubierta y de pie
escucha la Canción Nacional, cuán triste idea se formará de nosotros! Idea, por lo menos,
altamente desventajosa sobre nuestro carácter’’.

El comentario de “El Mosaico” terminaba pidiendo que la Facultad de Humanidades


de la Universidad citara a certamen para cambiar los versos de la Canción Nacional.

El diario “El Progreso”, de Santiago, publicó un comunicado el 16 de setiempre de


1846, en las inmediaciones de las festividades patrias, que estaba dirigido “A los chilenos
sensatos” y aparecía firmado por “Un español”. Su estilo señalaba, dentro de lo razonable,
pensar que
pudo haber sido del mismo señor Puerta de Vera y decía en una de sus partes: “Recórranse
los periódicos de nota que se escriben en la Península y se verá el afectuoso interés con que
se habla de la América; diga la delegación chilena que fue a España —refiriéndose a la que
presidió el general Borgoño— “si no se la trató con predilección y cariño y si no se
gozaban los españoles de la ventura de Chile; fuese la consideración en los españoles que
aquí residen y veráse el calor con que abrazan cuanto atañe a esta patria adoptiva, y después
léase la Canción Nacional y se caerá en cuenta del terrible contraste, que de ningún modo
es lisonjero para Chile”.

La ratificación del Tratado que el general Borgoño había firmado en Madrid, fue
traída a Chile por don Salvador Tavira, a quien el gobierno de S.M. el Rey de España había
conferido el carácter de Encargado de Negocios. Este, en su nota del 26 de agosto de 1 847,
dirigida a su gobierno, le informaba que había iniciado gestiones para cambiar la letra del
Himno, y agregaba:

“Ya no tendrá reminiscencias de las innobles pasiones de una época aciaga que pasó, ni se
lastimará la susceptibilidad de los que deben considerarse como amigos sinceros y leales”.

En otra nota, de exactamente un mes después, el mismo diplomático dió cuenta a su


gobierno del buen resultado de las gestiones destinadas a obtener el cambio de la letra de la
Canción Nacional de Chile: “Cumplida aquella empresa, tengo la honra de pasar a manos
de V.E. dos ejem-
plares de la nueva Canción, que ha sido publicada en todos los periódicos, incluso en el del
mismo gobierno. Cotejada con la antigua se percibe al instante la inmensa distancia que
hemos recorrido: resalta la diversidad de las épocas. Nada tenemos que objetar contra ella”.

Por algunos años se estimó que nuestro Gobierno había sido complaciente en exceso
al acceder al cambio de la letra de la Canción Nacional, pero no hay duda que quienes
pudieron haber pensado así lo habrían hecho porque pasaron por alto el sentido oprobioso
que impuso el autor de los versos de la primera versión en sus expresiones hacia los
españoles.

Los antecedentes compendiados que se han citado permiten concluir que el objeto
del Gobierno, al encargar un nuevo texto para la Canción Nacional, en 1847, tuvo por
finalidad apaciguar la razonable inquietud de los españoles, como una actitud
complementaria en apoyo del renacimiento de la amistad con España y sus hijos, y del
establecimiento de las relaciones diplomáticas mutuas.
V. EUSEBIO LILLO Y LA NUEVA
CANCION NACIONAL

En 1847 el Ministro don Manuel Camilo Vial solicitó a don Eusebio Lillo, en
nombre del Presidente de la República, don Manuel Bulnes, que compusiera la letra de una
nueva Canción Nacional. En la oportunidad el Lillo era un joven de tan sólo veintiún años
de edad, reconocido como un notable poeta, y funcionario subalterno del Ministerio del
Interior y Relaciones Exteriores, organismo a cargo del señor Vial.

Eusebio Lillo había nacido en Santiago, el 14 de agosto de 1826, hijo de don


Agustín Lillo y de doña Dolores Robles. Estudió sus humanidades en el Instituto Nacional
y sus biógrafos lo definieron “...como un niño muy despierto y alegre, muy precoz en el
desenvolvimiento de su inteligencia y de su sensibilidad; sumamente querido, al mismo
tiempo, de sus maestros y de sus condiscípulos, todos proclamaban su alta capacidad... leía
más que todos sus compañeros, más que todos los alumnos del Instituto Nacional juntos,
estudio que enriqueció su memoria con un gran caudal de conocimientos generales y dio a
su inteligencia una flexibilidad admirable para comprender todas las cuestiones”.
El propio Eusebio Lillo declaró que al aceptar la solicitud del Ministro Vial “creyó
que estaba cumpliendo una orden de su jefe. No quería escribirla, pues pensaba que una
Canción Nacional no se debe cambiar y la de Vera era hermosa y representaba el período
heroico de nuestra historia”.

Cabe consignarse que el encargo que se le confirió a Lillo no fue refrendado por
documento alguno, como sucedió veintiséis años antes, cuando se decidió la confección de
la primera Canción Nacional y la tarea le fue encomendada a Vera y Pintado.

El joven Lillo dió término con mucha prontitud al texto que se le solicitó, pero antes
de entregárselo al Ministro Vial lo sometió a la consideración de don Andrés Bello,
fundador de la Universidad de Chile y Rector en ejercicio, hombre de letras que gozaba del
mayor prestigio como autoridad literaria en el país, quien se mostró muy satisfecho con las
estrofas que se le presentaron. Sólo le señaló a Lillo la conveniencia de modificar o de
cambiar el coro que había escrito. “Sintiéndome incapaz de hacer otro mejor —declaró
Lillo— le insinué la idea de conservar el coro antiguo, en homenaje al viejo cantor de la
época gloriosa de nuestra Independencia. Me habló el señor Bello de los defectos de ese
coro, pero ante mi insistencia convino en aceptarlo".

Así, la Canción Nacional que Eusebio Lillo puso en manos de don Manuel Camilo
Vial, con-
tó con las seis estrofas nuevas, que él compuso, y conservó el coro que había creado
Bernardo de Vera y Pintado para la primera Canción Nacional. La partitura para el nuevo
texto sería, siempre, la de Ramón Carnicer.

Canción Nacional de Chile


Letra de Eusebio Lillo

Coro

Dulce Patria, recibe los votos


Con que Chile en tus aras juró
que, o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión..

Ha cesado la lucha sangrienta


ya es hermano el que ayer opresor;
de tres siglos lavamos la afrenta
combatiendo en el campo de honor.
El que ayer doblegábase esclavo,
libre al fin y triunfante se vé;
Libertad es la herencia del bravo,
la victoria se humilla a su pie.

II

Alza Chile, sin mancha la frente,


conquistaste tu nombre en la lid:
siempre noble, constante, valiente
te encontraron los hijos del Cid.
Que tus libres tranquilos coronen
a las artes, la industria i la paz,
de triunfos cantares entonen
que amedrenten al déspota audaz.
III

Vuestros nombres, valientes soldados,


que habéis sido de Chile el sostén,
nuestros pechos los llevan grabados...
los sabrán nuestros hijos también.
Sean ellos el grito de muerte
que lancemos marchando a lidiar,
¡sonando en la boca del fuerte,
hagan siempre al tirano temblar.

IV

Si pretende el cañón extranjero


nuestros pueblos osado invadir,
desnudemos al punto el acero
¡sepamos vencer o morir...
Con su sangre el altivo araucano
nos legó por herencia el valor,
¡no tiembla la espada en la mano
defendiendo de Chile el honor.

Puro es, Chile, tu cielo azulado,


puras brisas te cruzan también
i tu campo de flores bordado
es la copia feliz del Edén.
Majestuosa es la blanca montaña
que te dió por baluarte el Señor,
¡ese mar que tranquilo te baña
te promete futuro esplendor.
VI

Esas galas, oh Patria, esas flores


que tapizan tu suelo feraz,
no las pisen jamás invasores,
con su sombra las cubra la paz.
Nuestros pechos serán tu baluarte,
con tu nombre sabremos vencer
o tu noble, glorioso estandarte
nos verá combatiendo caer.

Como la nueva Canción Nacional mantuvo el coro de la primera, conservó las


mismas dificultades melódicas que, anteriormente, se le presentaron a aquél, y que para
superarlas obligan a cantar SERA de los libres, en lugar de SERAS de los libres; y “contrá”
la opresión en lugar de “contra” la opresión.

La primera de las estrofas de la Canción Nacional es de carácter exclusivamente


histórico; la segunda se refiere, también, a hechos del pasado, aunque su parte final vaticina
o presagia nuevas jornadas para la Patria; la tercera hace un elogio a los soldados que han
sido el sostén de Chile, y prevé que sus nombres habrán de ser invocados cuando hayan de
emplearse de nuevo en la guerra; la cuarta, en la que prevalece la inspiración épica,
conserva, al mismo tiempo, la memoria intuitiva de la masa; la quinta describe, con
precisión, la visión panorámica del país, en sus caracteres físicos, y la sexta completa la
configuración del territorio; finalizando con una exhortación épica, similar a la de estrofas
anteriores.
El diario “El Araucano” publicó, en su edición del 17 de noviembre de 1847, la
nueva Canción Nacional, pero sin hacer referencia alguna al nombre del autor y sin
indicación de que el texto que se presentaba había sido autorizado. Parecía que de esa
manera se quiso percibir la opinión del hombre de la calle, sin presionarlo con un nombre o
un título que pudiera ejercer alguna influencia sobre él. El texto, sin embargo, contaba ya
con la aceptación del gobierno y se imprimió en hojas que fueron distribuidas con profusión
para que la nueva Canción pudiera ser cantada en todo lugar y oportunidad. Aunque no
faltaron quienes se mostraron en desacuerdo con la versión que produjo Lillo, y preferían la
anterior, la de Vera y Pintado, la nueva terminó por imponerse y fue aceptada como nuestra
Canción Nacional, sin que mediara ley o decreto alguno que la oficializara.

Aparentemente don Eusebio Lillo no recibió cancelación o pago de honorario


alguno por su Canción Nacional, pues en la Cuenta de Inversión del año 1847,
correspondiente al Ministerio del Interior y Relaciones Exteriores, figuró solamente un
gasto de 14 pesos “por la impresión de 1.000 ejemplares de la canción de la Patria”, lo que
pareciera corresponder, únicamente, a la cancelación de la cuenta de la imprenta.

Al juzgar la obra literaria de don Eusebio Lillo, don Paulino Alfonso se manifestó
en los siguientes términos, en cuanto a la Canción
Nacional, en la publicación que apareció en el ejemplar de octubre de 1922, de la Revista
Chilena:

“Corresponde el himno al país que lo inspiró.


La situación virtualmente insular de Chile, su lejanía de los principales centros de
cultura, la configuración montañosa de su territorio, su relativa pobreza en la época del
coloniaje y en la de su organización, su ascendencia de españoles austeros y de aborígenes
feroces, las largas guerras de la conquista, del coloniaje, de la Independencia y aún de la
República, hiciéronlo pueblo batallador. El patriotismo, sobre todo en lo que se refiere a
luchar contra enemigos externos, es acaso su principal característica.

Su espíritu, más positivo que idealista, que le hizo establecer y conservar


instituciones adecuadas a su incipiente estado social, su experiencia varias veces infeliz en
revoluciones, su filosofía un tanto escéptica, hiciéronle, en general conformarse con lo
establecido y ser un país de orden.

Y a pesar de causas intercurrentes de malévolo influjo, mucho de ello queda y


afianza la República.

Con tales virtudes del pueblo se afianza la Canción, que la evoca en sus tierras, sus
montañas y sus mares, sus recuerdos de gloria, sus grandes esperanzas, reflejadas en el
alma de un poeta joven y enamorado”.

La vida de don Eusebio Lillo continuó desen-


volviéndose entre poesías, libros y periodismo, con algunas intervenciones en el campo
empresarial y, también, en el de la política. En relación con el primero trabajó en La Paz,
Bolivia, en empresas industriales, fundó el Banco de La Paz y cooperó en actividades
mineras en Corocoro. En su vida política se dejó llevar, durante su primera época, por su
espíritu rebelde, que le causó una relegación a Valdivia y un destierro a Lima que,
afortunadamente, no le resultaron de larga duración. Algún tiempo después fue senador por
Talca, Ministro de Estado, en dos oportunidades, y Presidente de la Asamblea Liberal.
También incursionó en la diplomacia, siendo Encargado de Negocios en La Paz, y en la
Administración Pública, en la que ocupó los cargos de Intendente de Curicó, Alcalde de la
I. Municipalidad de Santiago y Secretario General de la Escuadra, durante una parte de la
guerra de 1879, cuando asumió el almirante don Galvarino Riveros como Comandante en
Jefe de ella.

Hacia fines del siglo XIX, cuando ya había alcanzado los setenta años de edad, se
retiró a la vida privada en su casa de la calle Chacabuco, en Santiago, donde celebraba
entretenidas tertulias con sus amigos, en un marco de valiosas obras literarias que poseía,
de los mejores poemas, que siempre tenía a mano, de antiguas fotografías y de una
colección de valiosos cuadros, que legó al Estado y se mantienen en el Palacio de Bellas
Artes, en la sala que lleva su nombre.

A pesar que escribió y editó obras poéticas de


calidad, que fue ampliamente conocido y respetado en los talleres literarios, y que en los
cargos empresariales, diplomáticos, políticos y administrativos que desempeñó, dejó
constancia de su singular capacitación y de su clara inteligencia, su obra cumbre e
insuperada, por la cual pasó a la posteridad, fue, sin duda alguna, la letra de la Canción
Nacional que escribió a la muy temprana edad de veintiún años, y que rectificó, en muy
pequeña parte, cuando frisaba los ochenta y tres, poco antes que lo sorprendiera la muerte
el 15 de julio de 1910.

Al dar cuenta del fallecimiento de esta destacada figura nacional, el diario “Las
Ultimas Noticias” señaló:

“Es preciso que el Gobierno, la juventud y los obreros se pongan de acuerdo para
hacer a Lillo, el autor de la Canción Nacional, el político integérrimo, el servidor público
que arriesgó su vida en los campos de batalla, al diplomático sagaz, al gran patriota de
todas las horas, funerales dignos de la nación que tanto amó”.

Y don Carlos Silva Vildósola, uno de los once oradores que despidieron sus restos
frente a su tumba en el Cementerio General, dijo, entre otros párrafos de su sentida pieza
oratoria:

“No puede pretender el poeta gloria más alta que la de haber fundido en unas
cuantas estrofas el alma ruda, impalpable y esquiva de su pueblo. No puede ningún chileno,
estadista, soldado o pensador, aspirar a una más excelsa
gloria y más cierta inmortalidad que ser autor “de un himno en que su pueblo se siente
interpretado...”.

Mientras se abría la cripta donde habría de reposar don Eusebio para siempre,
muchos pensaban que, más que a un hombre, se estaba dando sepultura a una página muy
brillante de la historia nuestra.
VI. OFICIALIZACION DEL TEXTO DE LA
CANCION NACIONAL

Las pequeñas enmiendas que don Eusebio Lillo introdujo en 1909 al texto de la
Canción Nacional que había entregado en 1847, afectaron, principalmente, a la primera
estrofa en sus versos tercero y sexto, como puede apreciarse:

Primera estrofa de 1847 a 1909

Ha cesado la lucha sangrienta,


ya es hermano el que ayer opresor;
de tres siglos lavamos la afrenta
combatiendo en el campo de honor.
El que ayer doblegábase esclavo,
libre al fin y triunfante se vé;
libertad es la herencia del bravo,
la victoria se humilla a su pie.

Primera estrofa desde 1909

Ha cesado la lucha sangrienta,


ya es hermano el que ayer opresor
DEL VASALLO BORRAMOS la
afrenta combatiendo en el campo de
honor. El que ayer doblegábase esclavo
HOY YA LIBRE y triunfante se vé;
libertad es la herencia del bravo,
la victoria se humilla a su pie.
La aceptación oficial del texto de la Canción Nacional, con las enmiendas que le
introdujo su autor, se llevó a efecto mediante la resolución gubernamental contenida en el
siguiente Decreto
Supremo:

“República de Chile

“Ministerio de Educación Pública

N° 3.482

Santiago, agosto 12 de 1909.

“Considerando que no hai edición oficial del

“Himno Patrio,

D E C R ET O

“Comisiónase al Director del Conservatorio Nacional de Música para que publique


una edición de mil (1000) ejemplares de la Canción Nacional de Chile, con arreglo a las
instrucciones que siguen:

1° En la letra se ajustará extrictamente al testo que se guarda en este Ministerio,


firmado por el señor Eusebio Lillo.

2° Respecto de la música, seguirá en todo la edición impresa en Londres por don


Ramón Carnicer; i, a este efecto, el director nombrado procederá de acuerdo con el Sub-
Director del mismo Conservatorio, el profesor don Enrique Soro i don Fabio De Petris.
3° La edición será revisada por el Subsecretario del Ministerio de Instrucción
Pública, cada uno de los ejemplares deberá llevar su visto bueno.

Tómese razón, comuníquese, publíquese e insértese en el Boletín de Leyes i


Decretos del Gobierno.”
“MONTT - Domingo Amunátegui "

Esa edición de 1 .000 ejemplares tardó mucho en salir a la luz pública, ya que sólo
apareció en mayo del año siguiente. Uno de sus primeros ejemplares, impreso en
pergamino, fue entregado por S.E. el Presidente de la República, don Pedro Montt, al
Primer Mandatario de la República Argentina, Excmo. señor José Figueroa Alcorta, al
celebrar la nación vecina el centenario del Cabildo Abierto de Buenos Aires, el 25 de mayo
de 1910.

En julio de 1941 el Supremo Gobierno dictó un nuevo Decreto, que autorizó la


impresión de 5.000 ejemplares, también ajustados estrictamente al de la edición oficial que
se aprobó por el D.S. (Educación) N° 3.482 del 12 de agosto de 1909. Su transcripción;

“República de Chile
“Ministerio de Educación Pública
“N° 3.737

“Santiago, 24 de julio de 1941.

“He acordado y decreto:


1° Autorizase la impresión de una edición oficial de la Canción Nacional de Chile,
en numero de 5.000 ejemplares.

2° El texto de la edición, tanto de la letra como de la música, se ajustará


estrictamente al de la edición oficial aprobada por el D.S. Nº 3.432, de 12 de agosto de
1909, del Ministerio de Educación Pública.

3° Restablécese en el penúltimo verso de la quinta estrofa, la palabra “tranquilo” de


la primera era edición.

4° El Ministerio de Educación impartirá, por intermedio de las Direcciones


Generales respectivas las instrucciones técnicas necesarias para resguardar la uniformidad
deseada en la letra y en la música de la Canción Nacional.

5° Autorizase al Secretario de la Comisión de Homenaje a Don Bernardo


O’Higgins, don Ricardo Donoso, para que entienda en todos los detalles de impresión de la
nueva edición.

Téngase razón, comuníquese, publíquese e insértese en el Boletín de Leyes y


Decretos de Gobierno”.

“AGUIRRE CERDA- Raimundo del Río c”.

De las seis estrofas de la Canción Nacional, hasta 1974 sólo se cantó la quinta,
aquella que empieza con Puro Chile es tu cielo azulado...’’, pero a contar de ese año al
canto se le agregó la tercera estrofa, “Vuestros nombres, valientes “soldados,...”.
El 21 de agosto de 1980, por intermedio de un nuevo Decreto Supremo del
Ministerio de Educación, se confirmó que la Canción Nacional “se ajustará, en la letra,
estrictamente al texto manuscrito que se guarda en este Ministerio, firmado por el señor
Eusebio Lillo, y, en la música, a la edición impresa por Carnicer.” Le dió validez oficial a
la costumbre popular de cantar que o la tumba SERA, en vez de SERAS, y estableció que
los tres “o el asilo contra la opresión” se canten iguales. Encargó la instrumentación de
banda al Director de Bandas del Ejército, teniente coronel Jorge Fernando Castro, y la
orquestación al antiguo Director de la Orquesta Sinfónica Nacional, don Víctor Tevah.

En cumplimiento a las disposiciones que fueron establecidas en los Decretos


Supremos de los años 1941 y 1980, el Texto Oficial de la Canción Nacional quedó como
sigue:

Canción Nacional de Chile


Coro de Bernardo Vera y Pintado
Letra de Eusebio Lillo
Música de Ramón Carnicer

Coro

Dulce Patria, recibe los votos


con que Chile en tus aras juró
que, o la tumba serás de los libres,
o el asilo contra la opresión.
I

Ha cesado, la lucha sangrienta;


ya es hermano, el que ayer opresor.
Del vasallo borramos la afrenta
combatiendo en el campo de honor.
El que ayer doblegábase esclavo
hoy ya libre y triunfante, se vé:
Libertad es la herencia del bravo;
la victoria se humilla a su pie.

II

Alza, Chile, sin mancha la frente;


conquistaste tu nombre en la lid.
Siempre noble, constante, valiente
te encontraron los hijos del Cid.
Que tus libres tranquilos coronen
a las artes, la industria y la paz,
y, de triunfos, cantares entonen
que amedrenten al déspota audaz.

III

Vuestros nombres, valientes soldados que


habéis sido de Chile el sostén,
nuestros pechos los llevan grabados...
los sabrán nuestros hijos también.
Sean ellos el grito de muerte
que lancemos marchando a lidiar,
y, sonando en la boca del fuerte,
hagan, siempre, al tirano, temblar.
IV

Si pretende el cañón extranjero,


nuestros pueblos osado invadir,
desnudemos, al punto, el acero
y sepamos vencer o morir.
Con su sangre, el altivo araucano
nos legó, por herencia, el valor,
y no tiembla, la espada, en la mano,
defendiendo, de Chile, el honor.

Puro Chile, es tu cielo azulado;


puras brisas te cruzan también,
y tu campo, de flores, bordado,
es la copia feliz del Edén.
Majestuosa es la blanca montaña
que te dió, por baluarte, el Señor,
y ese mar, que tranquilo te baña,
te promete futuro esplendor.

VI

Esas galas,¡oh Patria!, esas flores


que tapizan tu suelo feraz,
no las pisen jamás, invasores;
con su sombra las cubra la paz.
Nuestros pechos serán tu baluarte;
con tu nombre, sabremos vencer,
o tu noble, glorioso estandarte
nos verá, combatiendo, caer.
Recientemente, en marzo de 199Q, una nueva disposición del Supremo Gobierno
suspendió la vigencia del canto de la tercera estrofa de la Canción Nacional, “Vuestros
nombres valientes sol“dados...", retornando a la costumbre establecida anteriormente de
cantar sólo la quinta estrofa, “Puro Chile es tu cielo azulado...”.

Al llegar a la finalización de este trabajo ilustrativo, acerca de la Historia de la


Canción Nacional de Chile, con las diversas circunstancias, etapas y modificaciones que
sufrió su texto y su música, durante más de un siglo y medio, no podemos dejar de
manifestar y de señalar, expresamente, nuestra gran admiración y nuestra mayor alegría,
por la combinación magnífica que se alcanzó con los versos de Eusebio Lillo y la música de
Ramón Carnicer. A pesar que entre ellos jamás hubo vínculo directo alguno, ni intercambio
de ideas para un trabajo conjunto, pues nunca uno llegó a estar frente al otro, la integración
de sus aciertos individuales conformó una obra de tal belleza y excepción, que los ha hecho
sobrevivir y juntarse en el alma y en el corazón de todos los chilenos, a quienes, su letra y
sus sones, transformados en el Himno de la Patria, nos hacen vibrar con emoción y
patriotismo, hasta en la fibra más recóndita de nuestros seres.

También podría gustarte