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Fernando VII Un Rey Imaginado para Una Nación Inventada

Este documento describe la devoción que los súbditos americanos, en particular los novohispanos de México, sentían hacia el rey Fernando VII de España a principios del siglo XIX a pesar de la independencia de las colonias. Explica cómo Fernando VII fue idealizado y convertido en un símbolo, y cómo ceremonias como la jura de lealtad en Puebla y Xalapa demostraron la lealtad de los novohispanos hacia el rey cautivo a pesar de la crisis que enfrentaba la monarquía española. También analiza cómo

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Fernando VII Un Rey Imaginado para Una Nación Inventada

Este documento describe la devoción que los súbditos americanos, en particular los novohispanos de México, sentían hacia el rey Fernando VII de España a principios del siglo XIX a pesar de la independencia de las colonias. Explica cómo Fernando VII fue idealizado y convertido en un símbolo, y cómo ceremonias como la jura de lealtad en Puebla y Xalapa demostraron la lealtad de los novohispanos hacia el rey cautivo a pesar de la crisis que enfrentaba la monarquía española. También analiza cómo

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Fernando VII.

Un rey imaginado
para una nación inventada
VÍCTOR MÍNGUEZ

E n los inicios del siglo XIX la monarquía española sigue gobernando serenamente sus
amplísimos dominios americanos. Han pasado trescientos años desde que los españo-
les conquistaron estos territorios, y durante este dilatado periodo temporal no se ha pro-
ducido ninguna crisis importante que haya hecho peligrar dicho gobierno. Ha habido
algunas revueltas indígenas, alguna invasión a cargo de alguna potencia extranjera, y algu-
na conspiración en la sombra, pero las revueltas han sido sofocadas, las invasiones recha-
zadas y las conspiraciones anuladas sin mayores consecuencias. Por lo que respecta a las
elites hispanoamericanas, el criollismo es un movimiento político más intelectual que real,
y apenas unos pocos radicales cuestionan el derecho de los reyes de España sobre el terri-
torio americano. La lealtad de los súbditos ultramarinos está por tanto garantizada y ni
siquiera el terrible año de 1808 la hace peligrar seriamente. Cuando ese año el ejército
napoleónico invade la península y Fernando VII es hecho prisionero, las ciudades de la
Nueva España no aprovechan tal circunstancia para romper sus lazos con la metrópoli.
Antes al contrario: proclaman su lealtad al monarca cautivo, y los donativos y préstamos
para ayudar a financiar la guerra en la península contra el emperador francés son cuantio-
sos. Pero hay más: siguiendo con el caso novohispano, cuando en 1810 el cura Miguel
Hidalgo inicia la insurrección contra el dominio español con el famoso «grito de Dolores»,
la consigna es «¡Viva Fernando VII y mueran los gachupines!». Es decir, la propia revolu-
ción que reacciona contra el mal gobierno manifiesta su lealtad al monarca reinante. Y la
lealtad novohispana a la familia real todavía conoce otro ejemplo extremo: cuando en
1821 el Plan de Iguala declara finalmente la independencia del país, los victoriosos rebel-
des ofrecen el trono del nacido imperio mexicano... ¡a Fernando VII o en su defecto, a un
infante español!
Todos estos hechos ponen en evidencia la innegable devoción americana por sus reyes
españoles, y concretamente por el joven rey Fernando. Esta devoción, conocida en México
como fernandinismo, participa de ciertos rasgos mesiánicos, y sorprendentemente fue una
actitud innegable tanto en el bando realista como entre las filas insurgentes. Para compren-
der esta paradoja hay que tener presente el gran calado social del imaginario monárquico

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VÍCTOR MÍNGUEZ

español tras tres siglos de intensa y eficaz propaganda. No obstante existe la tesis de que los
insurgentes utilizaban el nombre del rey para ocultar sus verdaderos propósitos –la inde-
pendencia– y mantener mientras tanto el apoyo popular. Es lo que se llamó la «máscara»
de Fernando VII, metáfora utilizada por Morelos que apareció antes y después en numero-
sos textos realistas aludiendo peyorativamente a la estrategia de engaño practicada por los
insurgentes. Esta hipótesis de la ocultación de los verdaderos fines de la rebelión mediante
la invocación a Fernando VII no es, según Marco Antonio Landavazo que ha estudiado
recientemente esta cuestión, errónea pero sí reduccionista1.
En 1808, año de su subida al trono tras el motín de Aranjuez, y en escasos meses, se
produce en España y en América una idealización y mitificación de Fernando VII, como
no había habido otra con ningún otro monarca –por lo menos en tan corto espacio de tiem-
po. Se trata de un proceso de construcción de un rey imaginado, al que se hace depositario
de todas las virtudes y cualidades posibles, sin que su cautividad en Bayona merme en abso-
luto su prestigio. No deja de ser sorprendente porque se trata de un rey –a juzgar por sus
contemporáneos y por los acontecimientos que protagonizó– de carácter débil y de perso-
nalidad mezquina y cobarde2. Pero las conspiraciones contra su padre y la humillación pos-
terior a la que le somete el emperador de Francia en vez de poner en evidencia para los súb-
ditos sus carencias como rey contribuyen más que nada a agrandar su figura. Fernando se
convierte en El Deseado. El joven rey se beneficia obviamente de siglos de adhesión y res-
peto por la institución monárquica española. Tras las figuras grandiosas del siglo XVI –Car-
los V y Felipe II– el pueblo español se acostumbró a lo largo de los siglos XVII y XVIII
a depositar sus esperanzas en los príncipes herederos, en quienes se confió siempre que rege-
nerarían el país. El espejismo se repite de nuevo con Fernando VII, y probablemente la
intensidad de la crisis a que esta sometida la monarquía acentúa dicha percepción: Godoy
era el culpable de todo y Fernando VII la solución. La lealtad centenaria del pueblo espa-
ñol al sistema monárquico permanecía indemne en España, y también sucedía lo mismo en
América: cuando las noticias de que el rey ha sido hecho prisionero por Napoleón y ha esta-
llado la guerra con Francia cruzan el Atlántico se suceden en las ciudades del Nuevo Mun-
do proclamaciones de lealtad a la Corona, con una intensidad que raya el delirio y el entu-
siasmo.
Pero esta invención del monarca coincide en el tiempo con el proceso insurgente y la
construcción real y simbólica de las nuevas naciones americanas. Y por extraño que pueda
parecer, es del todo compatible la sublevación de las colonias contra el gobierno español
y la exaltación y el anhelo por el rey Fernando, incluso como he dicho entre los propios
rebeldes. A continuación voy a analizar esta paradójica situación en el caso novohispano. El

1. Véase Marco Antonio LANDAVAZO. La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquicos en una época
de crisis. Nueva España, 1808-1822. México: El Colegio de México, 2001.
2. La bibliografía sobre Fernando VII es abundante y recientemente se han publicado dos libros importantes. Véase:
Rafael SÁNCHEZ MANTERO (ed.). Fernando VII. Su reinado y su imagen. Madrid: Marcial Pons, 2001 y Fernando
VII. Madrid: Arlanza Ediciones, 2001.

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FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

fernandinismo en Nueva España lo podemos rastrear actualmente en impresos y manuscri-


tos, desde sermones a poemas3, pero también en imágenes, como son los retratos del rey,
ya sea en lienzos, grabados o medallas, y en ceremonias, sobre todo en la de jura. Y todavía
hay otra prueba aun más contundente de la fuerza y la sinceridad de los sentimientos de
fidelidad de los novohispanos con Fernando VII: los ya mencionados múltiples donativos
y préstamos entregados por los súbditos de ultramar para financiar la guerra contra Napo-
león4. Sin embargo, como historiador del arte que soy, voy a limitarme a analizar las imá-
genes plásticas y las ceremonias que contribuyeron a cimentar el culto al joven monarca,
obviando otros materiales ajenos a mi línea de investigación, aunque igualmente significa-
tivos. Asimismo, y puesto que los objetos artísticos que manejo son instrumentos de pro-
paganda de la Corona, me limitaré al fernandinismo leal, y dejo al margen el fernandinis-
mo insurgente, muy escaso, por otra parte, en imágenes gráficas.

Nueva España jura a su rey

La lealtad de los súbditos americanos se pone de relieve como he dicho en el difícil trance
que vive la monarquía española en 1808. Durante trescientos años los reyes austríacos
y borbones que han gobernado América lo han hecho desde la seguridad y firmeza de un
trono que nunca conoció serias amenazas exteriores que lo cuestionaran –la guerra de Suce-
sión fue, en definitiva, una guerra civil. Pero cuando Napoleón encierra a la familia real en
Bayona y depone a Fernando VII sustituyéndolo por José Bonaparte, el trono se tambalea
y la sensación de pertenecer a una monarquía imperecedera hace crisis. Emocionalmente
presionado, el pueblo americano afirma su lealtad inquebrantable al rey preso hasta el pun-
to de que probablemente ningunos otros festejos expresan con mayor determinación la leal-
tad de Nueva España a su monarca como las juras por Fernando VII.
M. A. Landavazo ha estudiado las ceremonias de jura de Puebla, Xalapa, Valladolid
y Aguascalientes. Sin embargo existen referencias de que la ceremonia se celebró en otros
muchos sitios, a lo largo y ancho del virreinato, en un arco temporal que abarca desde agos-
to de 1808 hasta principios de 18095. Yo voy a centrarme exclusivamente en las de Puebla
y Xalapa, pues las considero suficientemente representativas.
La ceremonia de jura es, junto con las exequias reales, la celebración regia más impor-
tante del Antiguo Régimen, pues permite mediante la proclamación la materialización de
un monarca físicamente ausente. El arte y el rito lo hacen visible ante el pueblo, que expresa

3. Estas fuentes escritas han sido pormenorizadamente analizadas por Marco Antonio LANDAVAZO. La máscara de
Fernando VII… [1], p. 59-221.
4. Véase al respecto de su importancia Carlos MARICHAL. La bancarrota en la Nueva España. México: Fondo de Cul-
tura Económica, 2000.
5. Marco Antonio LANDAVAZO. La máscara de Fernando VII… [1], p. 98-119.

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VÍCTOR MÍNGUEZ

entusiasta su lealtad a la Corona. Se trata de un ceremonial de origen castellano –el primer


alzado de pendones tuvo lugar en 1516 en honor de la reina Doña Juana–, que en el siglo
XVIII se extiende a toda España una vez los territorios de la antigua Corona de Aragón son
sometidos militarmente por el primer borbón, Felipe V. Como la conquista y colonización
de América fue una empresa eminentemente castellana, la ceremonia de jura se impuso en el
virreinato del Perú y en el de La Nueva España ya desde el siglo XVI, celebrándose en las
plazas mayores de todas las ciudades. La ceremonia de jura adquiere un significado especial
en las ciudades americanas. Tengamos en cuenta que, a diferencia de la metrópoli los súb-
ditos de ultramar nunca tuvieron ocasión de conocer directamente a los reyes ni a los prín-
cipes, por lo que su proclamación devenía en América en una verdadera presentación vir-
tual en sociedad. Cuando entre el tronar de la fusilería, el disparo de los cañones, el
tañido de las campanas y la suelta de aves, la cortina de tela es descorrida y el gran retra-
to del rey se muestra bajo un dosel de terciopelo a la multitud, ya se ha creado previa-
mente el clima oportuno para que se produzca la catarsis colectiva. Miles de gargantas al
unísono pronuncian el grito ritual manifestando de este modo la aceptación del nuevo
monarca. El homenaje de la ciudad se convierte en un pronunciamiento de lealtad 6. El
rito tiene un marcado carácter simbólico: tras el juramento de lealtad, y la teofanía real,
cientos de monedas con la efigie del nuevo soberano son repartidas entre la multitud, per-
mitiendo a todos los súbditos familiarizarse con el rey al que se llevan a sus casas como si
fuera un objeto de culto.
Veamos como se desarrollaron los actos de la proclamación y jura de Fernando VII
en la ciudad de Puebla de los Ángeles7. La crónica –publicada mientras se desarrolla la gue-
rra en España– se inicia con el relato de los sucesos de Bayona en la primavera de 1808:
Napoleón obliga a Fernando VII a devolver la Corona a Carlos IV –que éste había cedido
a su hijo a raíz del motín de Aranjuez–, y éste cede todos sus derechos sobre España y Amé-
rica al emperador de los franceses. Dicho acto es, por supuesto, repudiado, y calificado de
traición:

«Quiso Bonaparte hacer uso de las trampas del zorro, seguir las astucias del gorrión, e imitar
las mustias hipocresías del cangrejo, y de otros animalejos ruines y cobardes, que aprender de la
generosidad del león rey de las selvas, de la nobleza del delfín príncipe de los mares, de la circuns-
pección de la águila emperatriz del aire»8.

6. Víctor MÍNGUEZ. «Reyes absolutos y ciudades leales. Las proclamaciones de Fernando VI en la Nueva España».
Tiempos de América. Revista de Historia, Cultura y Territorio (Castellón). 2 (1998), p. 19-33. Véase también mi
libro Los reyes distantes. Imágenes del poder en el México virreinal. Castellón: Universitat Jaume I, Diputación de
Castellón, 1995, p. 125-137. En estos dos textos avancé ya reflexiones sobre las juras de Fernando VII en Nueva
España.
7. Véase José GARCÍA QUIÑONES. Descripción de las demostraciones con que la muy noble y muy leal ciudad de la Pue-
bla de los Ángeles, segunda de este reino de Nueva España... solemnizaron la pública proclamación y el juramento…
prestó el pueblo a nuestro augusto, ínclito, amado y muy deseado monarca el señor don Fernando de Borbón Séptimo de
este nombre, nuestro rey... [Puebla de los Ángeles]: Imprenta de D. Pedro de la Rosa, 1809.
8. José GARCÍA QUIÑONES. Descripción de las demostraciones… [7], p. 7-8.

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FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

A partir de ahí, todo el libro es una proclama de lealtad a la Corona española, la más
fuerte de las expresadas en la literatura de fiestas novohispana, y curiosamente, sólo dos años
antes del «grito de Dolores» y trece de la independencia de México. Dichas muestras de lealtad
se ejemplifican en el deseo popular de organizar con los numerosos voluntarios un regi-
miento de infantería, un escuadrón de caballería y un cuerpo de artilleros –este último a car-
go del gremio de plateros– para el acto de la jura.
Para el ritual se dispusieron tres tablados, uno de ellos decorado con un hermoso arco
triunfal –pintado por Miguel Jerónimo Zendejas–, que mostraba un retrato de Fernando
VII cubierto por un dosel de damasco. Los intercolumnios del arco y el zócalo del tablado
se decoraron con doce emblemas ovalados, alusivos a la lealtad americana al monarca espa-
ñol. Uno de ellos, de composición muy interesante, muestra a un «americano español» con-
templando un corazón que sostiene entre las manos, y que obviamente metaforiza al
monarca, al que «no necesita ver su imagen, supuesto que tiene en su corazón el original»9.
Llevaba por lema In corde video, y por letra, el expresivo soneto siguiente:

¿Qué miras, español? ¿qué ves, vasallo?


¿La imagen de tu rey el más amado?
Si en tu pecho lo tienes tan gravado,
Que su retrato veas por superfluo hallo:
¿Eres americano? pues me callo,
Ya está tu corazón calificado:
Pese al influjo, pésele al cruel hado,
Por la misma lealtad yo te detallo.
Sin embargo esta vez, porque perciba
Todo el mundo tu afecto vigoroso:
Alza la voz, y di que viva, viva:
Que viva el gran FERNANDO victorioso,
Que triunfe su bondad de la nociva
Política falaz del alevoso.

En los restantes emblemas encontramos a un americano esgrimiendo un puñal en


defensa de su rey, su religión y su patria, América agonizante vitoreando a Fernando VII,
indios arrodillados pidiendo al cielo la monarquía del rey borbón, la confianza y bondad de
Fernando VII, un sol fernandino en el horizonte, el león de la monarquía española que ate-
rra a sus enemigos, la diosa Belona metaforizando el valor español en la batalla, los vasallos
de Fernando VII encadenados y las tropas españolas victoriosas. Muy elocuentes son dos de
estos emblemas pues configuran una verdadera exaltación de la lealtad americana y la her-
mandad con la madre patria. Uno de ellos mostraba a una mujer dando el pecho a una

9. José GARCÍA QUIÑONES. Descripción de las demostraciones… [7], p. 26.

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VÍCTOR MÍNGUEZ

niña, representando simbólicamente a América nutriéndose de la fidelidad a España. Es su


mote, Compellet amor, y su letra:

Pregunte otra nación ¿qué se le debe


De cultos y homenajes a su rey?
Hacer esta pregunta ¿quién se atreve
En la Ibéria noble e indiana grey?
La leche que la nutre en ella bebe
Cuanto podía mandarle escrita ley,
Y halla en su corazón más bien impreso
Cuanto el molde decir pudo ex profeso.

En el otro emblema que hemos seleccionado aparecían las alegorías de América y


España dándose las manos, representando la unión frente al invasor extranjero, composi-
ción inspirada claramente en el emblema XXXIX de Andrea Alciato, dedicado a la Con-
cordia10. Su mote Vera fraternitas y su letra la siguiente décima:

Infiera, entienda, colija


La ambición más inhumana,
¿La nación americana
No es de la España fiel hija?
Esto basta, pues exija
El tiempo y sus circunstancias
De Marte las arrogancias,
Que el tiempo dará a entender
Que ella sabe obedecer
Entre sus mayores ansias.

Otros muchos jeroglíficos decoraron el arco triunfal que levantó el colegio de San
Pablo y los balcones que lo enmarcaban, con mensajes similares a los ya vistos.
Resulta muy significativa la reacción del pueblo cuando, en el transcurso del solemne
acto de jura se descubre la efigie de Fernando VII:

«… aquí la segura lealtad, el tierno reconocimiento, y la inmensidad de los afectos converti-


dos en lágrimas de gozo elevaban a los cielos sus corazones: aquí es donde la boca y la pluma se detie-
nen sin poder explicar si era más el júbilo que ocupaba el alma al oír las cordiales aclamaciones y
vivas del leal pueblo, y al ver la majestuosa efigie de FERNANDO, o si era más el dolor y sentimien-
to con que los afligía la consideración activa de no ver su soberana persona en la legitima posesión

10. Andrea ALCIATO. Emblematum liber. Augsburgo: 1531.

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FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

de su real trono. ¡Qué combate de amarguras y alegrías! ¡Qué gusto! ¡Qué tormento! ¡Qué conster-
nación! ¡Qué gozo! [...] por todas partes se oye: Viva la Religión; muera la perfidia: Viva España,
viva la Patria: por el austro y septentrión el estruendo de la artillería y los fusiles: por el oriente y
occidente el rumboso sonido de las campanas: por este lado los timbales, los clarines, los tambores:
por aquél las músicas marciales, y por todo el pueblo: Viva FERNANDO VII, viva, viva»11.

Este texto, además de poner de relieve el sentimiento americano por su monarca, evi-
dencia magníficamente el poder de la imagen como instrumento causante de una catarsis
colectiva, con un eficaz apoyo acústico y teatral.
En la introducción de José María Villaseñor Cervantes a su crónica sobre las fiestas de
aclamación al trono de Fernando VII en Xalapa en 1808, el autor afirma que el Nuevo
Mundo:

«… adora en efecto a sus Reyes, porque respeta en ellos una copia de la deidad: los ama, por-
que en ellos admira las perfecciones de la soberanía, perenne manantial de cuantos beneficios dis-
fruta: últimamente les jura vasallaje, porque sabe que sus sienes augustas se coronan por la suprema
mano de donde toda potestad se deriva, […] jamás se ha detenido en investigar las circunstancias
de sus príncipes, porque sabe son concebidos en el seno de las virtudes: sóbrale conocer que el nue-
vo rey desciende de sus antepasados, para reverenciar en su persona el conjunto de perfecciones que
constituyen la regia majestad [...] sea cualquiera el nombre que distinga a su dueño, lo proclama con
regocijo inexplicable, y lo jura con lealtad reverente»12.

Esta afirmación, la más incondicional que hemos encontrado en la literatura festiva


novohispana, se hace a trece años de la independencia de México. Y resulta curioso que las
pinturas y poemas –pues resulta difícil hablar todavía de jeroglíficos– que adornaban para
tal ocasión las fachadas de las casas principales de la villa, y el discurso ideológico del libro
de fiestas, fijen su principal interés en cantar la lealtad de América al nuevo monarca. Sir-
va como ejemplo una de las pinturas que adornaban un balcón de la casa del diputado Juan
Antonio Pardo, que mostraba a un español y a un americano –americano y no mexicano
según la crónica– dándose amistosamente la mano. De nuevo la fuente formal e ideológica
de este jeroglífico es el emblema de Alciato ya citado. Acompañaba a la ya de por sí elo-
cuente pintura el siguiente cuarteto:

«El europeo generoso


Abraza al americano,
Y del pecho de los dos
Resulta un sólo entusiasmo».

11. José GARCÍA QUIÑONES. Descripción de las demostraciones… [7], p. 44-45.


12. J. M. VILLASEÑOR CERVANTES. Festivas aclamaciones de Xalapa en la inauguración al trono del rey nuestro señor don
Fernando VII. México: Imprenta de la calle del Espíritu Santo, 1809, p. 1-2.

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VÍCTOR MÍNGUEZ

Retratos españoles de un Rey Deseado

Fueron muchas las imágenes oficiales de Fernando VII realizadas durante los años de la Gue-
rra de Independencia, es decir, en una coyuntura política determinada por el exilio forzoso
de Fernando VII a territorio francés, por la ocupación militar de la península por el ejército
invasor napoleónico y por el inicio del proce-
so insurgente en América. Es difícil imaginar unas
circunstancias más negativas: el rey prisionero, el
territorio invadido y las colonias en pleno proce-
so de rebelión. Sin pretender ser exhaustivo
voy a detenerme brevemente a analizar alguna
de estas imágenes13. Veamos en primer lugar
ejemplos de las realizadas en España.
El primer lienzo que nos interesa fue
pintado por Vicente López Portaña: Retrato
del rey Fernando VII (Ayuntamiento de Valen-
cia, 1813). Según algunos investigadores es
una réplica del original, encargado en 1808
por el Ayuntamiento de Valencia y desapare-
cido durante la guerra contra el ejército de
Bonaparte14. Bajo un gran cortinaje a manera
de dosel aparece Fernando VII de cuerpo
entero cubierto con el manto de la Orden de
Carlos III. La mano derecha sostiene el cetro,
y la apoya en una mesa –decorada con un bor-
dado de seda con las armas de la ciudad de
Valencia– donde también vemos la corona
sobre la almohada. Detrás de la mesa y a
mayor altura descubrimos un relieve escultóri-
co en el que la alegoría de la victoria consuela
Retrato del rey Fernando VII. Vicente López
Portaña, 1813. Ayuntamiento de Valencia. a un triste, cabizbajo y presumiblemente heri-
do león. La mano izquierda del monarca se

13. Me centro exclusivamente en la iconografía de Fernando como rey, dejando de lado sus representaciones como
príncipe heredero, aunque incluyen obras tan fundamentales para la historia del retrato político como La familia
de Carlos IV, de Goya (Museo del Prado).
14. Según la idea extendida este cuadro es réplica del conservado en el Museo Histórico Municipal de Játiva, el cual
a su vez es copia de la versión perdida en la guerra contra el ejército napoleónico. Una cuarta versión atribuida al
mismo pintor se conserva en la Diputación Provincial de Alicante. Véase Miguel Ángel Catalá, ficha 1.1.4 del catá-
logo de la exposición, La alianza de dos monarquías: Wellington en España. Madrid: Fundación Hispano-Británi-
ca, 1988, p. 247 y 248. No obstante, esta hipotética sucesión de versiones es puesta en duda por José Luis Díez
en su catálogo razonado sobre el pintor Vicente López. Véase José Luis DÍEZ. Vicente López (1772-1850).
[Madrid]: Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 1999, II, p. 83-88.

200
FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

Encuentro en Bayona de Fernando VII y Napoleón. Anónimo, 1808. Museo Municipal de Madrid.

apoya asimismo en un trono decorado con un león de oro. El lienzo original fue expuesto
públicamente en diciembre de 1808, «siendo objeto de una encendida proclama en que se
manifestaba la lealtad de la ciudad a Fernando VII»15. Los códigos del retrato áulico bor-
bón, presentes en este lienzo, seguían funcionando por lo tanto eficazmente como discurso
simbólico capaz de despertar las emociones del pueblo.
Cuatro estampas realizadas en 1808 revelan el proceso de fabricación de la imagen
idealizada del nuevo monarca. Cada una de ellas recurre a un lenguaje iconográfico distin-
to. El primer grabado, Encuentro en Bayona de Fernando VII y Napoleón, 1808 (Museo
Municipal de Madrid), es un aguafuerte iluminado y anónimo. Pertenece a una serie de
cuatro estampas sobre las intrigas de Napoleón para destronar a los reyes de España (todas
conservadas en el Museo Municipal). La acción transcurre en Bayona, en el castillo de
Marrac. La estampa muestra en el centro a Napoleón, Fernando VII y Tayllerand (apare-
cen identificados por inscripciones), rodeados de diversos consejeros españoles y franceses.

15. La alianza de dos monarquías… [14], p. 247.

201
VÍCTOR MÍNGUEZ

Sin embargo es una versión inexacta pues


Tayllerand no se implicó en el asunto. Se juz-
ga contemporánea a los hechos y por ello
carece de la crítica satírica con que se repre-
sentará posteriormente todo lo francés16. Se
trata en cualquier caso de una imagen narra-
tiva y pretendidamente histórica.
De la segunda estampa fernandina que
analizamos si conocemos los autores: fue
dibujada por José Ribelles y grabada por Blas
Ametller. Se titula Fernando VII. El Deseado,
en memoria y honor de las ilustres víctimas del
2 de Mayo de 1808 (Museo Romántico,
Madrid). Fernando VII, ataviado como mili-
tar y condecorado, aparece sentado delante de
un gigantesco cenotafio piramidal levantado
en memoria de los patriotas del 2 de mayo
ante el que lloran diversos personajes. El
monarca aparece representado en acto de
entrega de medallas a los familiares –niños,
Fernando VII. El Deseado, en memoria y honor de
las ilustres víctimas del 2 de Mayo de 1808. José
mujeres y ancianos– de los héroes. Tras el rey,
Ribelles y Blas Ametller. Museo Romántico y sobre un pedestal, descubrimos en un gru-
(Madrid). po escultórico el escudo real, dos esferas y el
león con la espada. Tanto los elementos for-
males como la ideología que subyace en la estampa remiten a la cultura neoclásica, y
ofrecen la imagen de un monarca generoso y virtuoso que rinde culto a los héroes de la
nación.
La tercera estampa, Alegoría de la Guerra de la Independencia, es también un grabado
al aguafuerte y buril anónimo (Museo Municipal de Madrid, 1808). Bajo un retrato de bus-
to y de perfil de Fernando VII sostenido por un ángel se desarrollan tres combates: en el
primero el genio del patriotismo, representado como un Marte vengador, derriba a Napo-
león Bonaparte, que pierde en la lucha la corona y la máscara; en el segundo, el león espa-
ñol devora al águila napoleónica que se disponía a robar el cetro y la corona; en el tercero,
situado en segundo plano, tropas españolas populares liberan una ciudad asediada por el
ejército regular francés. Este grabado supone una reutilización de la vieja retórica barroca,
a través del uso de la alegoría y la metáfora.
Finalmente, la cuarta estampa de 1808 es otro grabado al aguafuerte iluminado también
anónimo. Se titula Enigma de las ideas de Napoleón para con la España y es evidentemente

16. La alianza de dos monarquías… [14], p. 257.

202
FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

Alegoría de la Guerra de la Independencia. Anónimo, 1808. Museo Municipal de Madrid.

una sátira contra el emperador francés (Museo Municipal de Madrid, 1808). En primer
termino aparece un león sosteniendo con su garra la corona y el cetro sobre las dos esfe-
ras que representan los dos mundos. Al otro lado de la composición aparece un grotesco
Napoleón que intenta vanamente abrazar a Fernando VII en el umbral del palacio de
Bayona. De la cabeza de Napoleón brotan diversos hilos que se convierten en su recorri-
do en monstruos y ejércitos numerados que una leyenda situada en la parte inferior de la
estampa permite identificar. Representan los distintos acontecimientos trágicos que han
desembocado en la Guerra de la Independencia. Una mano divina que surge de una nube
se dispone a cortar el manojo de hilos con unas tijeras. La gallardía y nobleza del león
español, y la apostura de Fernando VII contrastan con el ejército de monstruos goyescos
que les rodean: Godoy es un cerdo flautista, José Bonaparte es un murciélago bebedor,
etcétera. La principal novedad que ofrece esta imagen es el humor que destila a través de la
burla y la caricatura, precisamente los instrumentos que más eficaces se revelan a la hora de
desmitificar al contrario.
Ya de 1810 es una estampa de Vicente Capilla, grabador valenciano formado en la
Real Academia de San Carlos de Valencia. Nos muestra un medallón oval con la efigie fer-
nandina, enmarcado por las alegorías de la Religión y la Justicia, que muestran en sus
manos sus respectivos atributos iconográficos a la vez que sostienen una corona sobre el
medallón. Justo debajo del medallón, entre los dos pedestales en que se apoyan las alegorías

203
VÍCTOR MÍNGUEZ

Enigma de las ideas de Napoleón para con la España. Anónimo, 1808. Museo Municipal de Madrid.

encontramos el rostro del Sol, si bien sus rayos se extienden por toda la composición,
disipando las nubes superiores. Bajo el Sol descubrimos la metaforización del difícil
momento que atraviesa la Monarquía Hispánica: una nube oscurece la tierra y un rayo
fulmina al águila imperial francesa, que pierde su corona, mientras el león de España
ruge victorioso. El escudo real y una nave que se aleja en el horizonte completan la com-
posición.
De tres años después, ya cerca del final del conflicto bélico, es la Entrada de Fer-
nando VII por la puerta de Atocha –escena que tuvo lugar el 24 de marzo de 1808. Se tra-
ta de un grabado al aguafuerte y buril de Francisco de Paula Martí Mora según dibujo

204
FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

de Z. González Velázquez. Pertenece a una


serie de cuatro estampas dibujadas por Gon-
zález Velázquez y grabadas por diversos
grabadores. Recoge la entrada en Madrid
tras los sucesos de Aranjuez. Acompañan al
rey los infantes don Carlos y don Antonio, y
una escolta de la guardia.
Del primer tercio del siglo XIX, pero
sin fechas determinadas, son dos lienzos cier-
tamente interesantes. El primero, de Vicente
Rodes, se conoce con el título La España
coloca en el trono a Fernando VII (Museo San
Pío V, Valencia). La alegoría de España le
entrega al monarca el cetro y la corona. Apa-
recen también un Marte napoleónico arrodi-
llado –muestra en el yelmo el águila imperial
francesa–, Mercurio, Atenea, una Victoria, y
diversos amorcillos con cadenas rotas. El
segundo lienzo es anónimo: Bragança, Bor-
bon e Galles (La Alianza) (Stratfield Saye
House). Representa simbólicamente la alian-
La España coloca en el trono a Fernando VII.
za entre España, Portugal y Gran Bretaña. El
Vicente Rodes. Museo San Pío V (Valencia). lienzo fue pintado en Portugal, posiblemen-
te años más tarde17. En la parte superior apa-
recen los bustos de Fernando VII y los prín-
cipes regentes de Gran Bretaña y Portugal rodeados de las banderas de las tres naciones.
Bajo ellos, los generales William Carr Beresford (izquierda) y Wellington. Al fondo se
descubre una gran pirámide, con la inscripción: «Bragança, Borbon e Galles estes prin-
cipes unidos podem na terra e nos mares vencerem e não ser vencidos».
También Francisco de Goya contribuyó significativamente en la construcción de
la imagen pública de Fernando VII, si bien su mirada incisiva e irónica permite en sus
obras otras lecturas paralelas a la oficial. Analicemos dos lienzos. De 1814 es un Retra-
to de Fernando VII (Museo Municipal de Bellas Artes. Santander). Es un retrato de cuer-
po entero en el que el rey viste el uniforme de coronel de la guardia. Detrás de él apa-
rece una estatua alegórica de España coronada de laurel. Sobre el pedestal de la estatua
encontramos el cetro, la corona y el manto y a los pies del rey el león rompiendo las
cadenas. Pero la visión que Goya ofrece de todos estos símbolos vetustos es impresio-
nante:

17. La alianza de dos monarquías… [14], p. 276.

205
VÍCTOR MÍNGUEZ

«La estatua de España parece casi


darle palmaditas nerviosas en la cabeza;
la mano mal colocada y el codo dan la
impresión de proteger ansiosamente la
corona y el cetro, y el león de abajo sor-
prende por lo vehemente y demoníaco
de su ferocidad, que hace que Fernando
resulte todavía más rígido y acartonado.
Y, como remate inquietante, el relieve
escultórico de una cabeza barbada de
perfil, cortada en dos por el marco, aba-
jo a la derecha, parece mirar fijamente
a esa bestia poderosa desde un rincón
todavía más oscuro»18.

El segundo lienzo de Goya, La junta


de Filipinas (Castres,Francia, Museo
Goya), es de 1815. Se trata de una pintu-
ra de gran tamaño que muestra un amplio
aposento en el que se ha reunido, bajo la
presidencia del monarca, dicha junta.
Rosenblum ha querido ver en esta pintura
una sacralización de la Última Cena, pues
hay trece sillas –una vacía– en torno a la
mesa. El respaldo de las sillas haría las ve-
ces de las aureolas de los apóstoles.
Hemos empezado este apartado con
Retrato de Fernando VII. Francisco de Goya, 1814. un retrato fernandino de Vicente López
Museo Municipal de Bellas Artes (Santander). Portaña y lo concluimos con otro del mis-
mo pintor de 1816: Fernando VII (Madrid,
Museo Municipal). Es una de las varias versiones del retrato que López pintó del monarca
después de su cautiverio, y que se convirtió en su imagen oficial durante un tiempo. En el
Museo del Prado se conservan otras dos pinturas de López muy similares. La que nos ocupa
muestra al rey de medio cuerpo, vestido con uniforme de Capitán General (Toisón de Oro,
banda y Gran Cruz de la Orden de Carlos III, Gran Cruz laureada de la Orden de San Fer-
nando)19.

18. Robert ROSENBLUM. «Goya frente a David: la muerte del retrato regio». En: Javier Portus (ed.). El retrato en el
Museo del Prado. Madrid: Anaya, [1994], p. 179-180.
19. Sobre estos y los restantes retratos de Fernando VII pintados por Vicente López véase José Luis DÍEZ. Vicente
López… [14].

206
FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

Imágenes novohispanas del


deseado: las medallas fernandinas

En Nueva España, los retratos fernandinos


también fueron frecuentes20, y algunos son
ciertamente interesantes como la pintura anó-
nima de principios de siglo XIX Imagen de
jura con retrato de Fernando VII (Museo
Regional de Guadalajara, México). En este
retrato contemplamos el busto pintado de
perfil del monarca dentro de un medallón
coronado. El medallón se sostiene sobre un
león representado frontalmente que apoya sus
garras sobre dos mundos. Una inscripción
aclara su significado: «Este león que es la
nación Española jamás soltará de sus garras
los dos mundos de Fernando VII». Como se
puede apreciar, el león ha pasado de ser ima-
gen de la monarquía a ser representación de
Fernando VII. Vicente López Portaña, 1816. España. Otra pintura novohispana interesan-
Museo Municipal de Madrid. te con la efigie real es de Patricio Suárez de
Peredo, Alegoría de las autoridades españolas e in-
dígenas, 1809 (Museo Nacional del Virreinato).
Pero donde mejor se aprecia la fabricación simbólica de Fernando VII en Nueva Espa-
ña es en las medallas acuñadas en México durante su reinado21. Vamos a continuación a
realizar un itinerario cronológico por las que me han parecido más interesantes. De cada
una de ellas menciono los datos técnicos imprescindibles (año, lugar, metal empleado,
y autor si es conocido)22 y describo la iconografía del anverso y del reverso, incluyendo las
leyendas si son significativas y no se limitan a recoger el nombre del monarca. Si la icono-
grafía no es bastante explícita se explica su significado.

• 1808. MÉXICO. EN ORO, PLATA Y BRONCE. GRABADOR: GORDILLO


Anverso: busto del rey a la derecha, con pelo corto, casaca bordada, toisón y ban-
da de la orden de Carlos III. Leyenda: A Fernando VII. Rey de España y de Indias.

20. Véase al respecto la tesis doctoral inédita de Inmaculada RODRÍGUEZ MOYA. El retrato en México: 1781-1867.
Héroes, emperadores y ciudadanos para una nueva nación. Castellón: Universitat Jaume I, 2003.
21. Sobre las medallas en México existen dos libros fundamentales: Carlos PÉREZ MALDONADO. Medallas de México.
Monterrey: 1945, y el volumen I, Medals of the Spanish Kings, de la obra de Frank W. GROVE. Medals of Mexico.
San José: Prune Tree Graphics, 1970-1974, 3 v.
22. Si se mencionan varios metales –oro, plata y bronce por ejemplo– significa que se acuñó una serie en cada uno de
estos metales.

207
VÍCTOR MÍNGUEZ

Imagen de jura con retrato de Fernando VII. Alegoría de las autoridades españolas e indígenas.
Anónimo, principios del siglo XIX. Museo Patricio Suárez de Peredo, 1809. Museo Nacional
Regional de Guadalajara (México). del Virreinato.

Reverso: escudo de armas de la Ciudad de México: oval, coronado, puente defen-


dido por un castillo que guardan dos leones y bordura de diez hojas de nopal. A la
izquierda un sacerdote prehispánico con un cuchillo de sacrificios y una cornucopia;
a la derecha el águila sobre el nopal, sosteniendo la serpiente con el pico y un car-
caj y arco. En su exaltación al trono. La Ciudad de México. En 13 de agosto de 1808.

• 1808. MÉXICO. ORO, PLATA Y BRONCE. GORDILLO


Anverso: busto del rey, de frente, movido a la derecha. Misma indumentaria que
la anterior.
Reverso: ídem.

• 1808. MÉXICO. PLATA Y BRONCE. DISEÑO: EL ESCRITOR CARLOS MARÍA DE BUS-


TAMANTE. GRABADOR: TOMÁS SURIA
Anverso: busto del rey a la derecha. Misma indumentaria. Fernando VII. El Desea-
do. Rey de España y de las Indias. Padre de un pueblo libre.
Reverso: El león español y el águila mexicana entre trofeos de armas y banderas, de
entre los cuales se levanta un asta sostenida por tres manos enlazadas por una

208
FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

guirnalda de rosas, en cuyo extremo aparece la corona imperial circundada de res-


plandores. Siempre fieles y siempre unidos.

• 1808. MÉXICO. PLATA Y BRONCE. GRABADOR: J. M. GUERRERO. EL COLEGIO DE


SAN ILDEFONSO
Pieza sujeta por una palma y una rama de laurel, unidas por medio de un lazo
a una argolla.
Anverso: Busto del rey mirando a la izquierda. Ferdin. VII Hispaniarum et India-
rum Rex.
Reverso: corazones cercados por cadenas y gotas de sangre. Pro solio (por el trono)
y Reg. Sanct. Ild. Mex. Coll.
Esta medalla fue acuñada por el colegio para que los alumnos la llevaran como
prueba de amor y lealtad al monarca. Los corazones inflamados y encadenados
representan a los súbditos leales.

• 1808. GUATEMALA. ORO Y PLATA. GRABADOR: P. GARCIAGUIRRE


Anverso: Fernando VII a la derecha y laureado. A Fernando VII rey de España y de
sus Indias.
Reverso: Escudo de armas de Guatemala. La M. N. YL. ciudad de Guatemala año
de 1808 y de su fudac. 284.
Existen medallas similares (con el escudo local al reverso) de otras muchas ciuda-
des novohispanas: San Luis Potosí, Puebla, Valladolid, Zacatecas, etcétera.

• 1809. OAXACA. PLATA Y BRONCE. EL COLEGIO DE SANTA CRUZ. GRABADOR: F.


GORDILLO
Anverso: busto de Fernando a la izquierda. Ferdinand. VII. Redeas diuque laetus
intersis populo fideli. Y Prorege arch lizana («Del virrey Arzobispo Lizana a Fernan-
do VII, para que vuelva pronto y contento en medio de su pueblo fiel»).
Reverso: alegoría del supremo gobierno de España en el acto de salvar la Corona.
Un resplandor ilumina a Atenea que aparece sentada, apoyando el codo izquierdo
sobre una columna que sostiene una corona, de la que pende una cadena rota que
sujeta con la mano derecha. A sus pies el hacha y los haces romanos, un libro, una
balanza y una espada. A los lados columnas de fuego y humo. Sanctae antequeren-
se colleg. utriq. fidei suae offeret monim. Y Vincula disrumpt, gallos concordia pellit
(«El Colegio de Santa Cruz de Antequera ofrece este testimonio de su fidelidad.
Rompió las cadenas, y por su unión arrojó a los franceses»).

• 1809. GUATEMALA. ORO, PLATA. LOS INDIOS


Anverso: fraile arrodillado a la izquierda, frente a un pedestal con un busto escul-
tórico laureado del rey. En el suelo restos de una antigua estatua india. Viva Fer-
nando VII rey de Esp. e Ind.

209
VÍCTOR MÍNGUEZ

Reverso: Inscripción envuelta en laurel: A la fiel generosidad de los indios del reyno
de Guatemala.

• 1809. MÉXICO. ORO, PLATA Y BRONCE. GRABADOR: TOMÁS SURIA. EL COMERCIO


Anverso: Busto de Fernando a la derecha. Lema: Amado Fernando VII. El comercio
de N. E. derramara gustoso su sangre en tu defensa.
Reverso: Mercurio –dios del comercio– y Marte –dios de la guerra– abrazados. La
industria y el valor se uniran en defensa del monarca.

• 1809. MÉXICO. ORO, PLATA Y BRONCE. GRABADOR: J. GUERRERO. EL COLEGIO


MEXICANO
Anverso: busto del rey a la derecha. Ferdinando VII captivo regnati.
Reverso: bajo corona y dosel, y sobre dos globos, un obispo, un magistrado y un gene-
ral gobiernan hasta la liberación del rey. En una filacteria: Coetuique nationali pro capti-
vo regnanti. Orlando la medalla: Collegium mexicanum gradu majus fidelitate maximum.

• 1809. MÉXICO. PLATA Y BRONCE. EL SEMINARIO TRIDENTINO


Anverso: busto de Fernando a la izquierda. Ferdin. VII Hisp. Rex indiarvmque
imperator.
Reverso: la alegoría de la fidelidad –acompañada de un perro– y mostrando en un
escudo el busto del rey, tras aplastar a la discordia avanza hacia el resplandeciente
templo de la Gloria. Fidelitas doli victrix, y Rege a Gall. Perfid capto.

• 1809. MÉXICO. PLATA Y BRONCE. GRABADOR: J. GUERRERO. LA UNIVERSIDAD


Anverso: busto de Fernando a la izquierda. Ferdinandvs VII Borbonivs Rex Catholicvs.
Reverso: Minerva sentada (lanza, escudo, yelmo y buho). El escudo muestra las
armas de la Universidad. Detrás biblioteca, globo terráqueo, tintero... Poes. Et.
eloqvent. Cert. Const. Mex. Acad.
Esta medalla fue el premio para los concursantes en el concurso literario organiza-
do por la Universidad.

• 1809. GUADALAJARA. EL COLEGIO TRIDENTINO. GRABADOR: F. GORDILLO


Anverso: busto de Fernando a la derecha. Ferdinandus VII summo omnium gaudio rex.
Reverso: las alegorías de España –casco, coraza, lanza y conejo– y México –pena-
cho de plumas, carcaj, arco y cornucopia– compartiendo una cadena. Trident.
Guadalax. Colleg. Expect. Princ. Y Fides Hisp. Fides Ind.

• 1810. VERACRUZ. ORO, PLATA Y BRONCE. BATALLA DEL MONTE DE LAS CRUCES.
F. GORDILLO
Anverso: pequeño busto resplandeciente de Fernando VII mirando a la derecha,
sostenido por una alegoría mixta de la prudencia y la justicia, y un león armado.

210
FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

Bajo el medallón se descubre una colina con cruces y una batalla con tropas realis-
tas de caballería, infantería y artillería que combaten a los insurgentes el 30 de octu-
bre de 1810. Orlando el busto se lee Fernando VII rey de España e Indias.
Reverso: solo inscripción: Al exmo. sor. Venegas. Al regimiento de las tres villas y
demas tropas que con sus comandantes Truxillo Mendivil y Bringas sostuvieron la glo-
riosa accion del monte de las Cruces Veracruz.

• 1814. MÉXICO. PLATA. GORDILLO. EL ARZOBISPO


Anverso: busto del rey a la derecha. Laureado y con el collar de Toisón. Fernando
VII. Por la gracia de Dios Rey de las Españas. 1814.
Reverso: dos alegorías armadas representando España –con el león– y América.
Tras ellas dos globos coronados bajo un sol radiante. España atraviesa con su lan-
za al águila francesa. A ntro. Amado Soberano. Libre de la captibidad y restituido a su
trono.

• 1814. MÉXICO. ORO, PLATA Y BRONCE. EL CABILDO ECLESIÁSTICO. GRABADOR:


JOSÉ M. GUERRERO. P.
Anverso. Solo leyenda: Ferdinando optimo regi solio restituto capitulum eccles. Mexic.
1814 («A Fernando, el mejor de los Reyes, por su vuelta al trono, el Cabildo Ecle-
siástico de México. 1814»).
Reverso. El rey completo, vestido a lo romano y laureado, en su trono –con los dos
mundos esculpidos– y bajo dosel –y columna. A sus pies la alegoría de la discordia
con serpientes. Lema: Subacta perfidia feliciter imperat («Vencida la perfidia reina
felicísimamente»).

• 1814. MÉXICO. PLATA Y BRONCE. GRABADOR: P. V. RODRÍGUEZ. EL CONSULADO


Anverso: busto del rey a la izquierda. Vestido con toga y laureado. Ferdinando VII
Hisp. Et Ind. Regi profligatis hostibvs divinitus restituto. Mexici. Consulatus («El
Consulado de México a Fernando VII, Rey de España e Indias, restituido por la
voluntad de Dios después de destruidos sus enemigos. 1814»).
Reverso: Mercurio –caduceo y dos estandartes, uno de los cuales muestra el escu-
do de armas del Consulado– volando hacia un sol con la corona en su centro que
ilumina un puerto y una ciudad amurallada. Sub clipeo suo feliciter progredior
(«Amparado de su escudo progresó con toda felicidad»).

Hubo en Nueva España otras muchas medallas similares a estas, que en vez del re-
trato del soberano mostraban el escudo real. Y otras muchas que mostraban en el anver-
so el busto del rey y en el reverso sólo una inscripción. Pero he seleccionado las que ofre-
cen una iconografía más sugestiva. Tras su análisis podemos ver que la imagen habitual
de Fernando VII es el busto de perfil, vestido con casaca y luciendo una banda y el Toi-
són. A partir de la restauración de 1814 abundan los retratos «a lo romano» del monarca,

211
VÍCTOR MÍNGUEZ

si bien es cierto que en 1808 las medallas grabadas por la Universidad de México ya ofre-
cían esta imagen, y también diversas medallas poblanas.
En ocasiones la imagen del rey se acompaña de alegorías que resaltan sus virtudes
políticas. Además, en torno al retrato o en el reverso descubrimos el habitual despliegue
de trofeos, banderas, guirnaldas, coronas, globos, soles y leones. Mezclada con toda esta
retórica simbólica aparece la imagen de América, de sus ciudades y de sus habitantes:
sacerdotes paganos y estatuas prehispánicas, alegorías mitológicas, motivos heráldicos
–el águila sobre el nopal– e incluso un retrato del gobierno provisional, como en la
medalla financiada por El Colegio Mexicano. La lealtad de los súbditos novohispanos
durante la crisis se hace patente por medio de diversas imágenes metafóricas: corazones
sangrantes, cadenas rotas, la alegoría de la fidelidad venciendo a la discordia, etcétera.
Y en los lemas, como en los dos confeccionados por el intelectual Bustamante en 1808:
Fernando VII (...). Padre de un pueblo libre, y Siempre fieles y siempre unidos. Sin embar-
go, ni siquiera la propaganda realista puede obviar el conflicto insurgente, y en una
medalla veracruzana de 1810 podemos ver la batalla del Monte de las Cruces entre lea-
les y rebeldes.

El final del mito

La mitificación de Fernando VII es paralela como hemos visto al proceso insurgente ibe-
roamericano. Como decíamos al principio todavía en 1821, recién obtenida la inde-
pendencia, los mexicanos ofrecen el trono de la nueva nación a Fernando VII, al que,
pese a su reacción absolutista y su política represora, siguen considerando su monarca
legítimo. No obstante, el entusiasmo de 1808 ha disminuido considerablemente.
Durante su cautiverio en Francia los súbditos novohispanos celebraron la Constitu-
ción de Cádiz, entendiendo –igual que los peninsulares– que el reconocimiento de la
Constitución era compatible con el juramento otorgado años antes al monarca. Sin
embargo, Fernando VII deroga dicha constitución a su regreso al trono, y esta deci-
sión política provoca en México la fractura en el ánimo de las lealtades y la decepción
por el nuevo monarca. Aun así en 1821 el trono le es igualmente ofrecido, pero al
rechazarlo, Fernando VII pone el punto final definitivamente a todo un imaginario
monárquico que había demostrado ser eficaz durante más de trescientos años. Y una
vez desmontado el artefacto retórico y quebrada la institución monárquica, el distancia-
miento de los ciudadanos americanos con los antiguos reyes españoles es vertiginoso.
Como bien explica Landavazo, la muerte del Fernando VII en 1833 pasó prácticamen-
te inadvertida entre los antiguos súbditos novohispanos23. Todavía cuarenta y cuatro

23. Marco Antonio LANDAVAZO. La máscara de Fernando VII… [1], p. 320.

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FERNANDO VII. UN REY IMAGINADO PARA UNA NACIÓN INVENTADA

años antes el fallecimiento de Carlos III había sido llorado en México con la intensidad
acostumbrada desde 1559, año en el que se celebraron en América las primeras exequias
por un monarca español. Pero ahora, en 1833, las naciones americanas están constru-
yendo e inventando una historia propia, con sus propios mitos y héroes, y los viejos
reyes ya no tienen cabida en el nuevo imaginario que las naciones recién inventadas
están fabricando.

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