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Mira a esa chica 1024 Cristina Araújo Gámir CRISTINA ARAÚJO GÁMIR SELLO TUSQUETS

Andanzas
FORMATO 148 x 225

«Una novela deslumbrante, adictiva, necesaria, sobre


una experiencia dramática al final de la adolescencia
MIRA A ESA CHICA SERVICIO
Rústica con solapas

de una chica. El debut de una escritora poderosa que


dará mucho que hablar.»
DISEÑO
Consideraciones del Jurado
del XVIII Premio Tusquets Editores de Novela REALIZACIÓN

Cristina Araújo Gámir / MIRA A ESA CHICA


«Una novela afilada que levanta la costra y mira la he- CARACTERÍSTICAS
rida.» Marta Barrio
IMPRESIÓN 4/0 CMYK
«Una novela de una gran hondura psicológica, precisa,
excelentemente construida. Disecciona con fina inteli-
gencia los entresijos del pensamiento patriarcal, al que Ilustración de la cubierta:
PAPEL FOLDING 240 g
© Elizabeth Lennie, A Hot
se atreve a mirar de frente en toda su complejidad.» Night
225 mm

Sara Mesa PLASTIFICADO BRILLO


Una chica sentada en un banco. El día despunta y los Cristina Araújo Gámir (Madrid, 1980) es licenciada en
«Antes de juzgar, mira a esa chica; ponte en su lugar y estragos de la fiesta de ayer aún se palpan en el am- Filología Inglesa por la Universidad Complutense. Des- UVI
luego en el lugar de quienes miran.» Antonio Orejudo biente. Los que van a trabajar se mezclan con los que pués de terminar la carrera, trabajó en un estudio de
vuelven a casa arrastrando la borrachera bajo los por- doblaje revisando traducciones de documentales para RELIEVE
«Es imposible terminar la novela sin sentir indignación tales. De camino hacia la parada del autobús, Tallie se los canales Historia, National Geographic, Discovery
y rabia. Este libro estremece y golpea en lo más pro- detiene de golpe en el bulevar. Le ha parecido reco- Channel, BBC y Telemadrid. Escribe desde muy peque- BAJORRELIEVE
fundo.» Eva Cosculluela nocer a su amiga Miriam sentada en el banco con el ña, y sus relatos han merecido varios premios y han sido
STAMPING
pelo revuelto y la cara desfigurada por ríos de rímel. publicados en revistas literarias como Archiletras. Desde
Solo unos días antes, el grupo de jóvenes apuraban las 2011 vive en Frankfurt, donde retomó el hábito de la
vacaciones en la piscina, felices y despreocupados. Y, escritura. Mira a esa chica es su primera novela, con la que FAJA
aunque le cueste reconocerlo, Miriam sigue colgada ha obtenido con brillantez el XVIII Premio Tusquets
de Jordan, pero la frustración de haber sido siempre Editores.
la chica invisible, y más ahora que a él le gusta Paola, GUARDAS
lo va a complicar todo mucho. Mira a esa chica es la
historia de Miriam, de su grupo de amigos, y de cómo, INSTRUCCIONES ESPECIALES
a veces, durante la adolescencia podemos encontrar-
nos con situaciones para las que nadie nos prepara.
Porque... ¿se puede preparar a alguien para lo peor?
www.tusquetseditores.com PVP 19,50 € 10305435

150 mm 22mm 150 mm


MIRA A ESA CHICA

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CRISTINA ARAÚJO GÁMIR
MIRA A ESA CHICA

El pasado septiembre de 2022, un jurado integrado por Anto­


nio Orejudo, en calidad de presidente, Sara Mesa, Eva Coscu­
lluela, Marta Barrio, ganadora de la anterior convocatoria, y
Juan Cerezo, en representación de la editorial, otorgó por unani­
midad a esta obra de Cristina Araújo Gámir el XVIII Premio
Tusquets Editores de Novela.

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1.ª edición: octubre de 2022

© Cristina Araújo Gámir, 2022

El Premio Tusquets Editores de Novela ha sido patrocinado por


el Fondo Antonio López Lamadrid constituido en la Fun­dación
José Manuel Lara

Diseño de la colección: Guillemot-Navares


Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. – Avda. Diagonal, 662-664 – 08034 Barcelona
www​.tusquetseditores​.com
ISBN: 978-84-1107-174-1
Depósito legal: B. 13.526-2022
Fotocomposición: Realización Tusquets Editores
Impresión y encuadernación: Black Print CPI
Impreso en España

Queda rigurosamente prohibida cualquier forma de reproducción, distribución,


comunicación pública o transformación total o parcial de esta obra sin el permiso
escrito de los titulares de los derechos de explotación.

El papel utilizado para la impresión de este libro está ca-


lificado como papel ecológico y procede de bosques ges-
tionados de manera sostenible.

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Agosto de 2016

Estás sentada en el banco, el bolso apretado contra las


costillas con las dos manos, las pupilas desenfocadas,
como si te hubiesen intentado robar. Pero no te han roba-
do. Hace frío, lo notas sobre todo en los pies, y si estuvie-
ras en condiciones de pensar, pensarías, por ejemplo, que
cuántas horas quedan para el amanecer. Pero no piensas,
y lo único que sientes es. Nada. Que te escuece el raspón
en la parte blanda de la rodilla. Ha tomado un color rosa
húmedo, y duele horrores cada vez que el pellejo pivota y
pela un poco más de carne. No tenías ninguna herida
cuando has salido de casa. Seguramente te has arañado
con esa mezcla de arenilla y porquería que había en el
suelo.
Al final de la calle, una farola emite un zumbido discre-
to de electrodoméstico. Te sorbes los mocos. Llevas como
veinte minutos con la mirada perdida en una mancha de la
sandalia. A ratos cambia de forma, le crecen lóbulos, o se
agranda. Pero no, en realidad no se mueve, es solo una
ilusión óptica, y en cuanto pestañeas reajusta de nuevo sus
dimensiones originales. Esa mancha, no la recuerdas tam-
poco. Una salpicadura de barro, o de cubata, o quizá es

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que has pisado el charco de una meada de camino al por­
tal. O la vomitona de alguien. O puede que sea, tal vez.
Semen.
Deberías levantarte y echar a andar. Deberías. Pero es que
no sabes si. Y además. Adónde. El raspón de la rodilla palpi­
ta en aguijonazos. Por un momento piensas en escupirte en
los dedos y lavártelo con saliva, pero no puedes, no quieres,
no tienes saliva. Ni ganas. No logras moverte. Estás lloran­
do, estás cagada de miedo. Y menuda pinta tienes, con la
coleta deshecha, con los leggings llenos de polvo. Al frotarte
los ojos has dejado un derrape de rímel en la sudadera, y
ahora te escuecen incluso las lágrimas. Si al menos no te
hubieran destrozado el móvil llamarías a Vix.
El trozo de cielo detrás de la plaza clarea hacia un malva
indeciso. No hay casi nadie en la calle, y los que pasan ni
siquiera te miran. Algunos siguen de fiesta. Sueltan risitas
y tropiezan unos con otros mientras se abrazan y berrean
canciones. Los sin techo son más sigilosos, mueven su bo­
rrachera de sitio arrastrando los pies. Al fondo, entre los
fragmentos de sombra, un hombre dobla la esquina. Cami­
na a lo largo de la hilera de árboles con las funciones mo­
trices inalteradas. La espalda envarada, aseado, discreto,
igual que un alfil. Lleva el periódico enrollado debajo del
brazo, las manos enterradas en los bolsillos. Se les recono­
ce enseguida, a los que ya se aventuran por los renglones
del hoy, mientras tú boqueas en la penumbra, ulcerada en
los bordes difusos de la noche de ayer. Varios metros por
detrás le sigue un perro de lanas. Se ha detenido a mear en
una pata del banco, y luego viene hacia ti. Las uñas repi­
cando en los adoquines. Crees que puedes estirar el brazo
y acariciarle, pero no, tampoco puedes, así que más lágri­
mas, un sollozo o una especie de hipido, solo quieres que
el perro se quede. Y entonces: chsss, ven aquí. El hombre

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alfil. Seguro que piensa que estás de resaca, o puesta de
drogas. Quizá apestas a sexo. Seguro que sí. Notas las bra­
gas mojadas.
Ese detalle lo usaron después.

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Tres meses antes

Desde pequeña ha sido siempre lo mismo. Cuando una de


las chicas de tu colegio quería fastidiar a otra o incordiarla en
un clima de complicidad, se plantaba en mitad del patio y
gritaba: eres más pringada que Miriam Dougan. También se
divertían picándose unas a otras durante las clases: estás sen­
tada al lado de Miriam, tienes la peste. Luego los comenta­
rios se fueron diluyendo, evolucionaron en risitas, en cuchi­
cheos, o en miradas. Pero al menos las chicas ofendían de esa
forma difusa, como si todavía se preocupasen de conservar
los modales. Nunca, o apenas, hacían referencia a la gordura
tal cual. A veces te invitaban a sus fiestas de cumpleaños. Al
fin y al cabo, habíais hecho juntas la comunión, vuestras
madres se conocían de pedir la vez en la carnicería. Te pres­
taban sus juguetes y luego te los quitaban. Cuando forma­
ban equipos, siempre te dejaban para el final: es que eres
muy torpe, Miriam, a ver si espabilas. En la capilla todo cam­
biaba. Ahí cantaban. Se volvían modosas y virginales. Te
daban la mano entrelazando los dedos y os mecíais al son de
los himnos de misa: Juntas como hermanas, vamos caminando.
Si se habían confesado por la mañana, por la tarde te trata­
ban con dignidad. Y así en bucle. Toda la escuela primaria

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soportando esa esquizofrenia entre sus dilemas éticos y sus
flaquezas.
Hasta que de repente: el milagro. Las chicas. Por fin. Se
callaron. Hacia la pubertad, más o menos. Cuando les sa­
lieron las tetas y dejaron de prestarte atención para obse­
sionarse con sus propios complejos. Y ahora pasan de ti.
Mejor así. Todas las mañanas te cruzas con ellas a las siete
y cincuenta. Quedan en la esquina del instituto y fuman
apoyadas en el capó de los coches, las mochilas encajadas
entre los pies, los vaqueros ceñidos como una segunda
epidermis. Se miran las uñas y lanzan al aire anillos de
humo mientras diseccionan series de Netflix. A veces salu­
das. Solo cuando es muy evidente que las has visto o que
ellas te han visto a ti. Casi siempre son bastante simpáti­
cas. Odias su simpatía, su radiante optimismo a primera
hora de la mañana. Te sientes como un camión de la ba­
sura a su lado. Un camión grasiento y enorme y lleno de
estruendos.
También hay un chico. Se llama Carlos Jordán porque su
padre es de Uruguay, pero en el colegio todos le llaman Jor­
dan, pronunciado así, como el apellido del jugador de ba­
loncesto. A él le gusta esta variante, incluso la fomenta,
suena mucho más cool.
El Jordan, Jordan, Charlie Jordan.
Llevas dos años enamorada de él, igual que casi todas las
de tu clase. Hasta las empollonas y las raritas se azoran entu­
siasmadas cuando él les suelta alguna guarrada. Y has visto a
chicas de otros cursos y otros colegios acudir en alguna oca­
sión a buscarle donde las gradas. Todo el mundo sabe quién
es. Cuando sonríe lo hace solo con la mitad de la boca por­
que tiene una especie de parálisis en los nervios del labio.
Joder, y es que es tan rabiosamente sexy cuando sonríe. Las
chicas que le han besado dicen que también es rabiosamen­

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te sexy cuando te besa. Bandadas de adolescentes emboba­
das por esa boca hemipléjica.
Siempre que os dividen en grupos para los ejercicios de
clase, intentas que te toque con él. Te las apañas incluso
para coincidir en la fila de Educación Física, aunque eres
nefasta en todas las pruebas. Tu cuerpo no está programado
para dar volteretas ni saltar en el potro, y para colmo, llevas
un chándal de algodón gris. Un chándal de gorda, de ama de
casa, de cola del paro. Pero supones, o bueno quizá sueñas,
que él no va a darle importancia, que no es tan superficial
—claro, Miriam, por supuesto que no.
Aunque al menos, Jordan te sigue el rollo, os caéis bien.
A él le hace gracia que te sepas de memoria algunos vídeos
ridículos de YouTube y que se puedan soltar burradas delan­
te de ti. Las otras chicas de clase no son tan graciosas, te
dice. Y por eso no paras. Por eso tratas de superarte. Su risa
así, apoyados uno al lado del otro en las espalderas, nubla tu
habilidad deductiva. Te lleva a creer que existe entre voso­
tros una intimidad subyacente que tú podrás alentar solo
con pulsar las teclas correctas. Pero, ay, Miriam. Nada más
lejos de la verdad. Porque cuando buscas sus ojos siempre
los encuentras enfocados al infinito, a los culos de Paola
Landy o de Clara Tibbets, que pueden permitirse llevar leg­
gings apretaditos.
¿Y cómo no va a mirarlas? Todos los tíos de clase las mi­
ran. Existe una estricta dinámica en lo que respecta a las
chicas guapas. Lo más probable es que piensen en ellas a
todas horas, que se masturben imaginándoselas, pero luego
no tienen huevos para decirles nada. Por eso, porque están
buenas. A ti, en cambio, pueden soltarte lo que les venga en
gana. Que de qué color llevas hoy las bragas, de qué talla,
que si te lo depilas y hasta dónde, y que cuál es el perímetro
de tus tetas. Y tú te ríes. Por quedar bien, por vergüenza, o

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porque no sabes muy bien qué hacer. Reírte es como un
acto reflejo, algo que te dicta una parte de tu cerebro a la que
no tienes acceso cuando le buscas explicación.
Miri, en ese sujetador cabe un puesto de melones y el
vendedor incluido.
Miriam, tus tetas tienen su propio centro de gravedad.
Y tú te ríes, sí, te ríes. Porque es lo que te aconseja la gen­
te. Otras chicas, las revistas, tu madre. Ríete. O pasa de ellos,
ignóralos. O sígueles el juego. O no se lo sigas, dales un
corte. Sé más lista que ellos. ¿Más lista?
Hay chicas que te defienden cuando les pilla delante.
Menean la cabeza y ponen los ojos en blanco: Miriam, tú ni
caso. Tratan de parecer maduras y consideradas, pero sabes
que lo único que despiertas en ellas es una terrible vergüen­
za ajena.
Y bueno, qué vas a hacerle. Porque, vamos a ver.
Es así desde que el mundo es mundo.
Son cosas de chicos.
Y ya lo dice siempre tu madre, si te incordian es que les
gustas. Y tú te lo crees, porque a tu edad es una fe necesaria.
Y mejor que se fijen en ti a que no lo hagan en absoluto. La
razón es irrelevante.
¿Verdad?

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