Referencias
Esta idea nace de la necesidad de superar mis más profundos miedos
y plasmarlos sobre el papel; madurar mis terrores de niño, reducirlos a
un simple recuerdo, una idea, un personaje. Dejarlos de temer creando
mis propias armas y usando todo a mi alcance para atreverme,
enfrentarme o salvar lo que sea necesario: y ser yo quien maneje las
riendas de esta historia, al igual que las de mi vida y de mi destino.
Los miedos que tenemos son generalmente producto de nuestra
mente. La vida es dura, pero siempre nos empeñamos en hacerla
mucho más complicada. Así que esta obra podría ser una terapia de mi
“YO” más miedica y cobarde contra el poderoso “YO” que también
hay en mí; mi cuerpo humano y un alma que lo posee; y que es una
aliada que le permite, al igual que al cazador de esta historia,
transformase, sanar, luchar sin rendirse, y conseguir darle a la vuelta a
la tortilla a todo, y de una manera épica.
Solía soñar con cosas aterradoras. Niñas de blanco sin ojos que
aparecían a los pies mi cama, caras asomando por las esquinas…
Ahora me atrevo y lucho contra cualquier demonio, por real o
imaginario que sea.
Adéntrate al mundo donde se combaten los miedos. Sígueme de
cerca; tengo un arma poderosa...
“Os recomiendo esta lista de “Spotify” para leer el libro. Fue la
que me inspiró para escribirlo.”
Sueño Tenebroso
Mientras los dedos de mis pies se entremezclaban con la hierba al
caminar descalzo por un pequeño prado, miré al cielo y vi una nube
bastante oscura que se iba formando de la nada. Iba ocupando la zona
de aquella pequeña aldea, dejando ésta casi sin luz dónde ver. Miré de
nuevo hacia el frente y entonces, a paso ligero, pasó una señora mayor
de pelo canoso, cara estropeada por la edad, de aspecto extraño y
totalmente desquiciada, corría y gritaba:
—¡Nimbus está aquí, y está furiosa!
De pronto, una lluvia torrencial empezó a caer únicamente bajo la
nube que cubría la aldea. Al mirar al horizonte, podía ver cómo solo
llovía en esa zona. Empecé a buscar refugio, pero finalmente, eché a
correr y decidí seguir a aquella anciana.
Llovía cada vez más fuerte. Los ensordecedores truenos y aquellos
relámpagos caían tan cerca de mí, que aún se me taponan los oídos
cuando lo pienso.
Perdí a la anciana de vista; la lluvia no me dejaba ver nada. En un
intento desesperado para calmarme y buscando un refugio que me
protegiera de la tempestad, vi una pequeña casa en medio de la aldea
que tenía luz en su ventana. Salté la valla como pude, y al cruzarla,
sentí algo extraño en mí. Me acerqué y protegiéndome en su pequeño
porche, llamé a la puerta mientras me sacudía el exceso de agua, oí
como se abría la puerta, me abrió una mujer, tan bonita como una
puesta de sol en el Caribe. Tenía unos ojos preciosos, de iris de color
del cielo nocturno y unas pestañas, tan largas y perfectas, que era
difícil no fijarse en el detalle. Su cara, esculpida por los dioses más
pícaros, lucía una expresión tan sensual que volvería loco a un hombre
con un solo guiño: su pelo del color del fuego y su sonrisa, dejaba a
Cupido desarmado, sin pañal y sin una sola flecha.
Me miró de arriba a abajo, y luego, me sostuvo aún más la mirada un
rato sin hacer nada. De pronto, me cogió del brazo y me arrastró hacia
dentro, y en menos de lo que canta un gallo, me desnudó por
completo... Estaba tan eufórico, que balbuceaba al intentar hablar.
Entonces, con cara de querer devorarme vivo mientras se mordía su
labio inferior, ella bajó los tirantes de su vestido y justo antes de llegar
a ver su hermoso cuerpo desnudo, noté una tercera presencia que
aparecía justo detrás de mí. Acto seguido, noté el impacto de algo que
me golpeó en la cabeza, y perdí el conocimiento...
Mientras abría los ojos poco a poco, con la mirada borrosa y un
terrible dolor de cabeza, escuchaba un sonido extraño, como el chirriar
de una cadena al rozarse con metal. Después de parpadear varias veces
recuperé la visión y miré hacia donde la vista me daba; era todo
oscuridad menos al fondo. Allí una tenue luz de una vela por la mano
izquierda de una señora mayor, la dejaba ver sentada en una hamaca
vieja encadenada a unos engranajes extraños y oxidados. Fue ese el
sonido que me despertó de mi desmayo por el impacto. Y al poder
verla, no me cabía duda; se trataba de la anciana que corría y gritaba
por el camino.
Me puse muy nervioso, y al retomar de nuevo la conciencia, miré
hacia abajo y vi como estaba encadenado yo también, pero en mi caso,
los brazos a una silla, amarrado a los reposa brazos por cadenas con
candados. El suelo estaba ensangrentado y pensé: «¿Esta sangre es mía
o es de otra persona?». Entonces alcé la vista y la señora mayor
empezó a mirarme fijamente. Su mirada era extraña, algo así de
inquietante como la mirada de “Mona Lisa”. Aún juraría que esa
segunda vez estaba más cerca de mí que antes. Entonces dejó de
mecerse y en un silencio espantoso empezó a susurrar varias veces:
—“Nimbus, pluet sanguine...”
No tenía ni idea de qué demonios me hablaba. En un intento de
mantener la calma, tragué saliva y me dispuse a hablar con la voz
torcida, casi susurrada...
—¿Estás bien?
Ella, sin apartar su mirada de mí un sólo segundo, levantó
lentamente su mano derecha y señaló detrás de mí, mientras su rostro
cambiaba a una cara de auténtico terror, como si estuviese detrás de mí
el mismísimo diablo en persona...
Intenté girar la cabeza pero algo me lo impedía. La sentía sujeta
por algo, pero no podía saber qué era; sólo podía mirar hacia delante y
abajo... Escuché algo extraño detrás de mí. Era un sonido peculiar,
como el sonido que hace el arrancar una rama de un árbol; un crujir
pero constante, y cada vez lo escuchaba más cerca.
Sentí su aliento frio justo detrás de mí. Sudaba y sentía frío, las
piernas me temblaban, el corazón me iba a mil por hora; no podía
mencionar palabra alguna. Empezaron a correr lágrimas por mi cara,
era mi fin. Sabía que iba a morir en aquel momento: «¡Otra vez no!
¿Cómo demonios he permitido que me pasara esto de nuevo? ¿Es que
no aprendo?... La lujuria y el deseo me han vuelto a jugar una mala
pasada, y eso que esa señora me advirtió de que algo raro pasaba» —
pensé, mientras cerraba los ojos fuertemente—.
Sentí un olor putrefacto, un hedor tan intenso y desagradable que
me pasaba de largo y seguía caminando hacia la señora mayor. Pasó
por mi derecha desprendido por esa mujer preciosa que me arrastró a
entrar a esta endemoniada chabola... Caminaba desnuda, con un cuerpo
que, en un segundo, perdió toda sensualidad con movimientos
ondeantes y torpes cuando sus huesos, al caminar, crujían como ramas
y se iban rompiendo, como si no tuviesen coyunturas ni cartílagos
alguno, rompiéndose y regenerándose al instante… Ya no era esa
mujer de antes que me hacía palpitar el corazón, eso estaba claro.
De espaldas a mí, mientras que se dirigía a la señora con un andar
tenebroso y espeluznante, la señora empezó a reírse como una
desquiciada mientras que gritaba destrozándose la garganta:
– ¡Canem cibum es!
Seguidamente vi cómo la joven, mientras exclamaba un grito de
dolor que resuena aún a día de hoy en mis pesadillas, sacó unas
enormes uñas de sus dedos y se las clavó en su pierna derecha. Se
arrancó su propia tibia desgarrando su carne. Levantó el brazo
ensangrentado agarrándolo con fuerza y con un movimiento
rapidísimo, degolló de un tajo a la vieja, mientras aún cómo loca,
gritaba esa frase en un idioma extraño que me sonaba a latín.
Justo después de dar el tajo, por la falta de apoyo al sacarse el
hueso de su pierna, la joven cayó mientras la cabeza de la señora
mayor aún rodaba por el suelo. Postrada aún, se incorporó sobre sus
caderas y giró su cuello por completo para mirarme a los ojos.
Entonces pude ver esos ojos que ahora eran totalmente negros y
lloraban sangre. Mi corazón ya no daba a más. Mi adrenalina se
disparó, empecé a gritar de cólera y miedo… Forcejeé y forcejeé, y a
pesar de que me estaba destrozando las muñecas, al final conseguí
romper los reposa brazos. Levanté mis manos ensangrentadas para ver
qué me agarraba el cuello y toqué unas grandes y fuertes manos.
No podía liberarme de ellas, miré hacia arriba y vi un rostro
inclinado que me miraba fijamente: una cara sin boca ni nariz ni pelo,
que tenía un solo ojo de color morado que sangraba de un color rojo
intenso, como si fuera reciente.
No sé por qué, pero aún pienso que esa criatura también tenía
miedo. Parecía que ese no era su sitio, parecía que estuviese forzado a
hacerlo. Entonces intenté forcejear para soltarme, pero no me daba
tiempo. Ella venía arrastrando su pierna que parecía de goma, y antes
de que llegara a mí, grité con fuerza hasta desgarrar mi garganta. Sentí
algo extraño dentro de mí, como si no fuese real: «Yo no suelo ser
así… ¿qué me pasa?» pensé, mientras mis fuerzas se iban. Fui
cerrando los ojos lentamente, y volví a desmayarme...
Sentía calor en la cara, oía pájaros cantar, el sonido de una tetera…
Abrí los ojos lentamente. Un rayo cegador atravesaba las hojas de los
árboles que veía tras una vieja ventana. Me levanté un poco y estaba
en una cama cómoda, un cuarto muy sencillo, pero con cierto encanto,
flores colgadas de las paredes y unos cuadros de pinturas de bodegón.
Aun estando confuso y llevándome la mano a la cabeza, me pregunté
«¿ha sido un sueño…?» En ese momento entró por la puerta sin llamar
aquella señora mayor, aquella que vi cuando buscaba refugio y que
gritaba en ese idioma extraño. Aquella que vi como su cabeza caía al
suelo rodando… Al verme no dijo nada, se dio la vuelta y gritó:
—¡Nimbus, se ha despertado!
Salió de la habitación mientras dejaba la puerta abierta, y en ese
instante me convencí de que todo había sido un extraño y aterrador
sueño; y que ella se llamaba “Nimbus”, el nombre que gritaba la
anciana al llegar esa gran nube que trajo aquella tormenta…
Entró en la habitación. Llevaba un traje precioso de color morado y
rosas rojas; parecía un diseño algo más basto que delicado, pero aun
así lucía fabuloso en su cuerpo perfecto. Se acercó a mí y junto a la
cama, mientras se inclinaba, me preguntó con una voz muy dulce si
estaba bien. Yo estaba tan confuso… Todavía no podía explicarme
cómo llegué ahí.
—¿Qué me ha pasado? —le dije con voz apagada—.
—¿No lo recuerdas? Te encontré tirado en el porche —respondió
Nimbus con una voz encantadora—. Me imagino que caería un rayo
muy cerca de donde estabas y por el impacto de su luz o del sonido, te
desmayarías.
—No recuerdo nada de todo eso— respondí confundido—.
—¿Quizás estabas enfermo? —respondió Nimbus sin inmutar el
rostro, como si ocultase algo—. Mientras te estaba cuidando, vi cómo
te estremecías y sudabas mucho.
Aún estaba demasiado confuso, no entendía nada. Recordé mis
manos destrozadas y ensangrentadas de romper la silla encadenada.
Entonces miré hacia abajo, las vi destrozadas de nuevo, llenas de
sangre. Al levantar la mirada volvió a mí el dolor de cabeza punzante.
Entonces la oscuridad volvió a mis ojos, y volví a encontrarme en la
misma escena de antes…
La cabeza de la señora degollada yacía aún en el suelo. Ella volvía
a estar de espaldas pero con su cabeza del revés, mirando hacia mí, con
su tibia arrancada de su pierna sujetada por su mano. La vela que
sujetaba la señora cayó al suelo. Empezó a arder la hamaca, seguido de
las paredes, como si todo estuviese impregnado de gasolina, y mientras
que ella caminaba hacia mí sin girar su cuello, sino su cuerpo, cerré los
ojos.
Cogí fuerza de nuevo y grité. Casi al mismo tiempo y junto al mío,
sonó el grito de alguien más que también se asustaba.
Abrí los ojos de nuevo, y volví a estar en ese cuarto, pero ella alejada
de mí, ahora con miedo…
—¿Qué te ha pasado? —respondió temerosa con la mano en la
boca—, mientras yo volvía a sudar y mis lágrimas se volvían a saltar
—.
Le pedí que por favor me dejara ir de allí. Ella guardó un silencio
breve con cara de decepción, y tras decir «por aquí», me levanté. La
seguí hasta la salida y justo antes de salir de la casa, miré hacia la
izquierda. Observé una extraña puerta sin picaporte con un pequeño
agujero como mirilla. Me paré a cotillear intrigado, mientras ella se
adelantaba a la salida porque creía que la seguía. Me acerqué a la
puerta y puse mi oído para escuchar tras ella. Al fondo se oía un
sonido de cadenas. Mi corazón se puso a mil, y lentamente me fui
levantando hasta acabar poniendo el ojo en el agujero; en principio no
se veía nada, y en una fracción de segundo, vi un ojo morado rodeado
de sangre que casi me provoca un infarto. Aún me tiemblan las piernas
cada vez que me acuerdo de ese momento…
Entendí que no había sido un sueño, y con miedo a mirarme de
nuevo los brazos, decidí dejar de pensarlo y salir de aquella casa
endemoniada…
Al salir, ella se quedó en la puerta junto a la señora mayor. Bajé las
escaleras con un silencioso «volveré» mientras me iba alejando.
Cuando salí de la parcela me miré los brazos de nuevo, los tenía
perfectos. Escuché un hueso partirse y me di la vuelta bruscamente
asustado… Un escalofrío recorrió mi alma y al verlas de nuevo,
estaban saludando con la mano, como si no hubiera pasado nada; como
si me hubiesen salvado de verdad de aquella noche de tormenta,
cuando sé perfectamente que la nube se formó sólo en su parcela, y
que lo que viví no era un sueño. Que ella no era una humana normal y
que tenía esclavizada a una pobre criatura.
Entonces cayó un rayo y, en ese pequeño lapsus de tiempo, vi la
casa en ruinas. Había restos de sangre por todas sus paredes, Nimbus
de nuevo con los ojos negros llorándoles sangre, mientras sujetaba en
una mano su tibia y en la otra la cabeza de la mujer mayor, que de
hecho, ésta portaba una macabra sonrisa a pesar de estar muerta, o eso
creía yo…
Cuando pasó el estruendo del rayo, me froté los ojos por la
molestia de la increíble luz. Al abrirlos de nuevo, ahí estaban las dos
despidiéndose como antes, como si no pasara nada…
—«Esto no puede ser casualidad… ¿qué demonios pasará en esa
casa y con esas dos?» —pensé—.
Me di la vuelta mosqueado y, mientras me iba a paso ligero y sin
bajar la guardia, me prometí a mí mismo que volvería. Pero esta vez
vendría preparado para averiguar qué demonios ocurría en esa casa…
Contrato Al Infierno
Un día antes de la Historia de Nimbus….
Estaba cómodamente sentado en mi despacho, en una de esas caras
sillas de escritorio llamadas “gamer” o algo así con las piernas en alto,
mientras comía un trozo de pizza de mi sabor favorito.
Mi despacho no era nada lujoso, de hecho era tan modesto que
parecía ruinoso; claro que para mí, ahí estaba el encanto. Tenía una
mesa vieja llena de papeles desordenados de casos paranormales que
me iban llegando, pero no acababan de interesarme demasiado. Yo
sólo cazaba a los más grandes y muchos de esos eran simples
apariciones que luego resultaban ser fotos modificadas con
“Photoshop”, y casi todos sacados de internet. Tenía un portátil viejo
con varias teclas perdidas a las que tenía que acabar pulsando con los
palillos chinos que me sobraban del sushi barato de supermercado. No
era un negocio muy rentable…
Cuando estaba a punto de acabarme la pizza llamaron a la puerta.
Siempre que alguien llamaba, se caía el cartel que tengo pegado con un
chicle que dice: “llamar antes de entrar”. Como se caía hacia afuera,
decidí pegarlo por dentro; claro que los clientes veían el chicle por
fuera, pero mejor eso a que algún gracioso me lo acabase robando.
Le dije «adelante» con la boca embuchada de meterme los últimos
dos trozos de pizza de un bocado para no tener que ofrecerle a la
clienta. No me gustaba compartir la pizza, como a casi nadie supongo.
La mujer pasó.
—¿Le importa pegar de nuevo el cartel a la ventana de la puerta?
—le dije antes de que se sentara—.
—Claro… —dijo con una expresión dubitativa que pasó a un gesto
de asqueada, al ver el chicle lleno de pelos en el letrero pegado.
Era una señora pelirroja de unos cuarenta años y era preciosa.
Claro que, me sacaba al menos diez años. Pero oye, no me hubiese
importado cobrarle la herencia o como lo llaman ahora, amarla de por
vida.
Se puso a mirarme de arriba abajo, en un leve silencio incómodo.
Pude analizar en su mirada que andaba algo desesperada y le pregunté
si estaba bien. Ella empezó a explicarme que la habían timado al
comprar un terreno con una pequeña casa construida. Le había costado
bastante barata. Pero tuvo después el problema de que dos ocupas
habían invadido la casa, y todos los intentos de echarlas habían
fracasado por alguna extraña razón.
Mi expresión cambió un poco a enfado. Me pareció que no sabía a
qué me dedicaba yo:
—Disculpe señora, pero yo no soy de urbanismo, ni agente de la
autoridad y mucho menos un abogado —respondí sarcásticamente—.
Yo soy cazador de leyendas urbanas. Me encargo de fantasmas, brujas,
demonios, y demás… ¿no sé dónde quiere que entre yo en todo eso?
— mientras cruzaba las piernas por encima de mi escritorio—.
—Es una pequeña aldea con varias casas muy separadas y nunca ha
pasado nada hasta que llegaron ellas —dijo bruscamente mientras
parecía que fuese a llorar—. Ya nadie quiere vivir allí. Antes casi
nunca había tormentas; ahora los rayos caen en la zona como si
fuesen… —agachó la cabeza con miedo—… como si fuese cosa de
brujería...
Se recompuso un poco, secó sus lágrimas y suspiró fuerte mientras
doblaba su pañuelo para guardarlo.
—Antes que usted, contraté a otro cazarrecompensas muy caro
para poder echarlas, pero no he vuelto a saber nada. Le aseguro que le
pagaré lo que me pida con tal de sacarlas de allí; el dinero no es un
problema. Igual le suena mi nombre: me llamo Eva Núñez y soy la
mujer más rica del pueblo.
Suspiré un segundo, y pensé: «No me suena para nada. No
obstante, puede que se trate del típico caso de mujeres solas e
incomprendidas, que sus exparejas han dejado sin dinero y se han visto
forzadas a ser ocupas. Por lo tanto, sería la escena perfecta para
entrarles, a ver si tengo suerte y una de ellas quiere salir conmigo, que
ya cansa esto de la virginidad a los treinta y algo».
Me levanté de la silla de un respingo con la sonrisa de oreja a oreja,
y le ofrecí mi mano en acuerdo al trato. Ella sollozando me lo
agradeció y me dijo que solo le quedaba yo para ayudarla. Acto
seguido, le pedí un adelanto de mis honorarios, o no tendría ni para
pillar el bus a mi casa; «llevo durmiendo tres días en la oficina y he
robado del cubo de la basura la pizza que me he comido… necesito
pasta para al menos vivir y pagar el transporte», pensé mientras me
colocaba los zapatos.
Ella encantada y viendo lo decidido que estaba, me pagó el sueldo
completo. Y aunque al principio lo rechacé por educación, a la
segunda no me lo pensé; se lo agradecí gratamente y mientras la
acompañaba a la puerta le dije:
—No se preocupe, yo me casaré con ellas si hace falta… Digo…
que las cazaré si hace falta.
La mujer arqueó las cejas con un gesto sorprendido se fue mirando
hacia atrás, un poco dubitativa por quién había contratado.
Rápidamente le cerré con un portazo como de costumbre, y también,
por costumbre de la física, volvió a caerse el letrero de la puerta.
Al girarme sonreí como un poseso y me dije a mí mismo; «no voy
a llevarme ni el equipo. Mejor iré vestido elegante; debo conquistar a
una de esas damas».
Salí de la oficina y al cerrar otra vez, se cayó el maldito cartel…
Cogí un taxi, y fui a mi casa; un piso alquilado en las afueras,
bastante discreto. Al entrar fui a mi cuarto a vestirme con mis mejores
galas. Cogí el sobre de la mujer donde además de guardar el dinero,
también se encontraba su número de teléfono y la ubicación del
supuesto terreno. Al mirarlo vi que la zona se llamaba “Correa de la
Niebla”. Me puse a investigarlo en internet y cuando encontré una
página que podía explicármelo, pulsé sobre ella y mi teléfono se apagó
de golpe. Del susto se me cayó en la mesa:
—¿Qué demonios ha sido eso? —dije atónito—, no puede ser que
algo paranormal me apague el teléfono; eso sería un caso ya más
excepcional por lo que podría incluso pedirle más dinero a esa mujer.
Claro que, entonces, no sé si quiero hacer el trabajo…
Mientras le daba vueltas a la cabeza en un cúmulo de emociones
que estribaban entre el miedo, la incertidumbre y la agonía, recordé
que llevaba tres días durmiendo en la oficina: «¡Ah… Claro! Llevo
tres días sin cargar el móvil». Lo puse a cargar y se encendió…
Asustado por la posibilidad de que fuera un caso de fantasmas, pinché
de nuevo la última página que visité y esta vez me dejó entrar.
Vi que era una zona tranquila; el clima siempre había sido muy
soleado, con algunas nubes de niebla que se solían formar al alba por
el calor. En veintitantos años nunca habían sufrido inundaciones ni
tormentas. Era una buena zona donde vivir en paz, ya que casi toda la
aldea se dedicaba a la agricultura. Pero eso hacía que me cuadrara
menos el hecho de por qué la aldea había quedado desierta…
—Parece peligroso, pero seguro que solo se trata de las típicas
señoras mayores que se acomplejan porque llegan dos hermosas
mujeres a la aldea. Y debo hacerlo; sobre todo porque ya he cobrado el
sueldo y por la intriga de saber lo guapas que serán…
Dejé de hablar solo y me dispuse a acicalarme un poco. Me afeité,
me recorté un poco el flequillo, y eso sí, seguridad ante todo; llevaría
mis botas de goma fáciles de limpiar por si pisara estiércol y un par de
gomitas extra en el bolsillo de mis vaqueros, por si triunfara.
Mirándome al espejo me veía reluciente. Llevaba una camisa
blanca con corbata y pañuelo rojos, chaqueta americana azul eléctrico
y unos jeans. Con la autoestima bien alta por lo elegante que iba, salí
de mi casa y me puse en marcha hacia la aldea.
El taxista me dejó en una zona un poco más apartada. Le daba
pánico entrar más adentro, y era comprensible por los rumores.
Después de pagarle, bajé y me puse a observar los alrededores. Como
bien me describió la señora Núñez, en la aldea había casas
abandonadas muy separadas unas de las otras. Algunas casas incluso
tenían agujeros enormes; boquetes que parecían ser creados por
impactos de rayos, ya que el cerco de los agujero estaban
carbonizados. Pero eso era muy extraño; en la página decía que el
clima era muy cálido aquí.
Proseguí caminando, alucinado con el estado de la aldea, cuando a
lo lejos divisé una preciosa casa de madera, de color beige y tejado
marrón. Pensé que estaría habitada, así que me aproximé a llamar a la
puerta. Esperé a que alguien saliera, pero no había nadie. Me acerqué a
la ventana y vi ollas con humo: habían estado cocinando hace poco.
Entré por la ventana para ojear y olí esa interesante olla. Investigué un
poco la casa, pero nada me pareció sospechoso. Entonces pensé: «¿por
qué demonios no hay nadie?».
Decidí seguir caminando por el sendero de ese prado precioso, de
hierbas tan altas y verdes que parecían radiactivas, y sin dudarlo me
adentré en el prado. Me sentí un alma libre. Empecé a saltar, a correr y
a reír; sentía el viento en la cara, sentía muchas cosas, y por eso pensé:
«¿qué demonios llevaba esa maldita olla?».
Saltaba como un niño, con los pies juntos y de repente dejé de
moverme. Escuché un ruido fuerte de metal chocar y sentí las piernas
muy presionadas. Al mirar hacia abajo había caído en una trampa para
osos, «¡maldita sea mi suerte!», exclamé. Menos mal que las botas que
llevaba eran especiales y aguantaron bien el impacto protegiéndome
las piernas. «Y yo que me las traje por si pisaba estiércol…», me dije a
mi mismo.
Empecé a hacer fuerza para liberarme y finalmente lo conseguí.
Pero mis botas habían quedado destrozadas. Me las quité, les di un
beso de despedida por haberme salvado las piernas, y al levantarme
pensé que igual debía salir de allí y volver al camino. Claro que ahora
iba descalzo:
—¡Maldita sea mi suerte…!
En la actualidad, justo después de salir de la casa de Nimbus…
Mientras me iba a paso ligero sin bajar la guardia, me enfadé y me
prometí a mí mismo que volvería. Pero esta vez, vendría preparado
para averiguar qué demonios ocurría en esa aldea y con sus habitantes.
Cuánto más me alejaba más iba notando que empezaba a
entumecerme de frío. El cielo se oscureció. Mientras caminaba, más
frío sentía. Detrás de mí empecé a oír ese sonido de nuevo, ese
chasquido de huesos. Giré rápidamente la cabeza pero no había nadie;
no se veía nada, ni la aldea, ni la casa, ni ellas… solo niebla…
Volví a mirar hacia adelante y justo a tiempo frené al borde de un
precipicio. De repente, la zona donde pisaba era rocosa. También oía el
mar, las olas romper contra las piedras que había debajo y el canto de
las gaviotas. Estaba en esa típica escena en la que, lo que me
perseguía, iba a poder alcanzarme sin problemas, ya que no tenía
dónde huir ni qué hacer, salvo saltar…
Me di la vuelta y no veía nada. Entonces divisé entre la niebla una
silueta grande. Tenía unas enormes manos, unas uñas fuera de lo
normal y a medida que se acercaba, pude verlo más o menos bien.
Miré su rostro y su cuerpo no tenía una forma clara: los cortes y
latigazos desfiguraban su rostro, su piel estaba destrozada, con
pliegues y pellejos que intentaban cicatrizar unos encima de otros,
mientras que algunos aún sangraban. Sus piernas se partían a cada
paso que daba, como cuando Nimbus andaba…
No pude evitar ese sentimiento de miedo e impotencia. Me quedé
bloqueado, aterrado. Entonces se acercó tanto a mí que pude ver su
cara sin rostro; sólo tenía un maldito ojo. Definitivamente era lo que
me tenía agarrado del cuello en aquella escena confusa de mi sueño; el
color de su ojo era morado, pero esta vez no le sangraba.
Se detuvo a tres metros de mí. No pensé en nada más que salvarme
de la carnicería que podía hacerme ese salvaje sin mi equipo. Pensé en
saltar, y aun sabiendo que era arriesgado, me volví a mirarlo. Entonces
vi como él arrancaba a correr hacia mí, con la mano derecha levantada
con intención de agarrarme. Sin dejar de mirarlo, salté hacia atrás, y
mientras caía, vi como su mano sobresalía del precipicio, como si
quisiera atraparme para matarme o salvarme, no lo sé…
Mientras caía recordé a mis preciosos hijos. Recordé cuando me
llevé tres años trabajando en aquella barra del discopub del negro, para
poder pagarme la entrada al local que más tarde sería mi oficina.
Recordé las historias anteriores que me hicieron la persona que soy
hoy. Pero sobre todo, durante ese corto tiempo, recordé que iba a morir
al ver el tamaño de semejante barranco… Lo único que recuerdo de la
caída, es llegar a las rocas en las que acabé estampado. Mis piernas se
rompieron y mi pecho dio con tanta fuerza contra las piedras, que ni
sentí dolor alguno al chocar contra la última. Me quedé allí pegado a la
roca, y mientras que escuchaba el cantar de las gaviotas y el romper de
las olas, fui cerrando los ojos lentamente hasta la oscuridad…
"Desatado"
Me despertó bruscamente un rayo enorme que sonó como si
hubiese caído encima de mí. Entonces me froté los ojos llenos de
restos de acantilado y arena. Observé mi alrededor, y estaba en una
cabaña de madera llena de redes de pescar. Solo había una cama,
donde yo me encontraba, un armario viejo con una puerta rota y una
chimenea. Obviamente lo primero que se me pasó por la cabeza fue
«¿Dónde demonios se duchan?», claro que luego me di cuenta de que
la choza sólo era el típico almacén de un marinero mayor…
Me llevé la mano a la cabeza y me vino el recuerdo de saltar. Me
miré las piernas. Las tenía vendadas y destrozadas; no las podía mover,
no las sentía. Me miré el pecho y también estaba vendado, pero
tampoco sentía dolor alguno…
Mientras me tanteaba entumecido mi cuerpo, la puerta de la cabaña
se abrió. Se oía el sonido de las olas, pero esta vez, era un oleaje de
playa, más sereno y relajante que el de aquel acantilado, aunque
también se escuchaban de fondo algunos truenos. Seguía la tormenta,
continuaban sonando las gaviotas de fondo y un enorme señor entró
por la puerta; era fornido, con barbilla canosa, una gorra de lana gris y
un chaquetón verde oscuro. Olía como la mar, pero lo que más me
acabó de impresionar fue que era ciego…
—¿Qué? ¿No puede salvarte la vida un ciego? —respondió
mientras movía la cabeza hacia mí después de sentarse en una vieja
hamaca—.
Le estuve contando lo que acababa de pasarme, pero él no hablaba,
sólo sonreía con cada locura que le contaba de las que había vivido ahí
arriba, en esa aldea de locos. Cuando paré de hablar me respondió con
una calma admirable…
—¿Acaso no te preocupa el hecho de que no volverás a caminar
nunca más? ¿No te das cuenta de que tus costillas están hechas trizas y
que probablemente acabarás muerto en poco tiempo?
Me quedé callado unos segundos. Me miré los pies, me toqué el
pecho… Miré al techo mientras suspiraba; «es verdad, debo pedirle
ayuda…» pensé mientras cerraba los ojos.
—Eh, eh, chaval, despierta, ¿Qué te pasa?
—Oh, disculpa, hablaba con mí yo interior, que, por desgracia, no
vivo sólo en este cascarón —dije mientras reía sarcásticamente—.
Verá, hay algo dentro de mí que bueno, hace que todo vaya más
deprisa, así que creo que saldré de ésta, señor…
Empezó a reír con una sonora carcajada, y de cara al mar, me dijo:
—Yo antes también me creía como tú, invencible —suspiró fuerte
—. Pero lo que la madurez te enseña es que creerse invencible y ser
imprudente, a menudo, arrastran la desgracia de quien porta dichos
atributos. Yo no nací ciego ¿sabes? Fui un insensato al intentar jugar
con lo que no debía, la vida nos enseña chico. No eres indestructible,
hazme caso. Si no es porque te curé a tiempo ahora estarías muerto.
Así que no me lo agradezcas y ve a un hospital; al fin y al cabo, te ha
curado un ciego.
Guardé silencio y pensé que era mejor no contarle nada al señor a
fondo; era mejor dejar que acabase sus años en paz. Mejor no
explicarle que los demonios existen, que igual ya lo sabía, pues parecía
bastante atormentado por su pasado. Un aura siniestra me rodeó por
unos segundos. Me levanté de la cama, mientras que el señor me
gritaba «estás loco, te vas a matar» y empecé a quitarme las vendas.
Él, que no podía verme, pero sí oírme y percibir que me movía, me
dijo:
—Oye, quieto, ¿seguro que estás bien? —dijo con voz de asombro
—.
—Debo llegar a mi despacho y equiparme bien —dije mientras me
volvía a colocar la ropa—. En esta aldea siento que pasa algo muy
gordo. Jamás había visto un espíritu que tuviese un poder así. Debo
averiguar que pasa y ponerle fin a esto.
El señor se calmó y oyéndome moverme como si nada, sintió que
ya estaba totalmente recuperado. Se llevó la mano a la cabeza mientras
daba un gran suspiro y susurraba: “el mundo se está volviendo loco…”
Después de despedirme de aquel señor, que me dio las indicaciones
para llegar desde la costa hasta una carretera, le volví a dar las gracias
por todo, y me dispuse a caminar por la orilla.
Tras un rato caminando, sin parar de mirar atrás de vez en cuando
como gesto de desconfianza por lo sucedido en la aldea, finalmente
llegué a un pequeño puerto y una carretera bien asfaltada. Estuve un
buen rato haciendo dedo, pero no pasaba nadie, hasta que al cabo de
unas horas, y en plena lucha interna con mi estómago y sus rugidos por
el hambre, pasó un autobús. Obviamente y desesperado, me puse en
medio obligando a frenar al chofer. Le pregunté si pasaba por “San
Javier”. El chofer, mirándome de arriba abajo, con la ropa destrozada y
descalzo, suspiró fuerte y me dijo:
—Si prometes no liarla te llevaré. Eso sí, siéntate atrás del todo,
que hueles a estiércol…
No me hizo ni puñetera gracia, ya que la escena estaba calculada
para no sufrir comentarios de ese tipo.
Cuando llegué a mi despacho, entré y pegué mi tradicional portazo
que una vez más tiraba el dichoso cartelito. Pero esta vez lo dejé en el
suelo, tenía prisa. Saqué uno de los libros de la vieja estantería, que
accionaba el mecanismo de mi cámara oculta donde guardaba mi
arsenal. Dentro tenía todas mis pertenencias para casos paranormales.
Sólo cogí lo que creía necesario para Nimbus; mi pulsera inyectora que
parece de esas tipo “Fitness”, pero que te clava una dosis de adrenalina
en la muñeca si tus pulsaciones bajan de 50 por minuto (que es cuando
te estás yendo al otro barrio). También cogí el collar termosensible,
que tiene un mecanismo que te avisa con un fuerte calor cuando hay
una bajada brusca de temperatura. Por supuesto, no me podían faltar
mis guanteletes linternas; unos guanteletes de cinco lentes, una en cada
dedo, que simulan el tipo de gafas militares. Los míos eran “Marca De
La Casa” y los pedí con visión nocturna, detector de calor y frío,
detectores de humedad que se activan si es muy densa en el ambiente y
mejoran la visión con niebla; y por supuesto, una lente de luz led
tradicional. Por último, me puse mis vaqueros y mi uniforme de
cazador de leyendas urbanas (la gabardina de cuero negro y rojo, con
las botas a juego, ambas con sus prácticos bolsillos y compartimentos
dónde podía guardar y llevar cómodamente todo mi equipo).
«Nimbus es peligrosa, y el tipo ese de las manos gigantes debe
tener una fuerza increíble, pero esta vez no me llevaré a mis hijos, que
son fieros pero sensibles y van a tener pesadillas… y luego me la lían.
Ese mastodonte de los pelos sí que me preocupa, porque podría llegar
a golpearme: probablemente esté influenciado o amenazado por
Nimbus. No creo que sea un demonio, en cambio, Nimbus sí podría ser
alguien poseída o algo peor… Me llevaré mi bastón, por si la cosa se
pone fea», pensé.
Salí del despacho. Cerré la puerta sin poner el cartel y me fui a toda
prisa a la parada del bus. Sonreí levemente mientras esperaba que
llegase; «menos mal que incluso con el chaparrón, los impactos contra
las rocas y el encuentro con el anciano, no he llegado a perder el sobre
con el dinero de aquella señora». Me monté en el bus y le dije:
—Lléveme al pueblo de Los Infiernos, en la “Correa de la
Niebla”.
Me volvió a dejar lejos, pero esta vez sabía llegar perfectamente.
Caminé rápidamente hacia la casa donde estaba Nimbus, pero antes de
llegar empezó de nuevo a nublarse rápidamente. Me dio tiempo a
observar cómo el cielo se ponía negro rápidamente y comenzó a llover
fuertemente; «ese ser tiene un poder increíble como para crear todo
esto en segundos, pero está descontrolada; tiene miedo, sabe que voy a
por ella», pensé.
Me detuve en seco. Escuché de nuevo un hueso romperse, sabía
que estaba cerca, pero ¿quién? Podría ser cualquiera de los dos, incluso
hasta podría ser la señora mayor.
Activé el sensor de calor en mis guanteletes linterna y empecé a
iluminar a los alrededores, pero no podía divisar nada; «no puede
ser… ¿ese ser es un espectro? ¿no tiene calor corporal? ¿o es que no
está cerca?». Así que cambié al sensor de frío y al levantar las manos
de nuevo, lo tenía justo delante de mí; ése ser monstruoso con pliegues
de piel rota y un solo ojo.
Su ojo morado le sangraba de nuevo. Era enorme, muy musculoso;
las manos muy grandes y su cuerpo totalmente deformado a latigazos y
arañazos… Sentía en él una sed de sangre inmensa. A cualquier paso
en falso volvería a morir, pero no podía permitirme eso. Tenía que
actuar primero, así que probé a dialogar con él:
—¿Dónde está Nimbus?
Él levantó su mano izquierda y señaló hacia mí, y acto seguido, la
mano con la que me señalaba comenzó a dar pequeños saltitos, como
diciéndome que mirara detrás… Sentí una fortísima presencia atrás
que quería matarme, y por puro instinto, decidí saltar hacia la derecha
a modo de finta. Justo al hacerlo vi cómo bajó rápidamente un hueso
por mi lado que no me dio tiempo de esquivarlo completamente y me
cortó la mano izquierda de una tajada. Descubrí dos cosas, lo afilado
que estaba ese maldito hueso, y lo veloz que era: «¿cómo diablos ha
llegado tan rápido sin notar su presencia?» pensé, mientras me
agarraba el brazo.
Al derrapar con las piernas tras esquivar la muerte, vi a Nimbus
con los ojos negros, su tibia en la mano derecha y la cabeza de la
señora mayor en la otra. Miré también mi mano izquierda y no la veía;
sólo brotar la sangre.
Mientras los dos me miraban fijamente, me arranqué la camiseta
con mi mano derecha, e hice lo más rápidamente y como pude, sin
perderles de vista, un torniquete para cortar la sangre. La señora mayor
empezó a reírse muy fuerte. A pesar de no tener cuerpo, seguía viva.
Era escalofriante. Comenzó a agitarse y empezó a gritarme:
—¡Tu brazo solo ha sido el principio, te cortaremos en trocitos
pequeños para dárselos de comer al nuevo perrito de mi hija!
Con esa amenazadora información empecé a entender un poco de
qué iba la película y me quedé pensando: «cuando ha dicho “nuevo
perrito” me daba a entender que ese ser no es un demonio, sino un
humano, que han tomado como esclavo para hacer toda clase de
locuras demoníacas con él. Probablemente fuese el cazarrecompensas
que envió esa señora tan guapa antes que a mí. Pobre criatura... pensar
que ahí dentro seguirá estando él y le han dado de comer humanos, lo
han desgarrado y lo han mantenido vivo. Pero lo que más me mosquea
es esa vieja que ha dejado de ser ella. No me quedaba otro remedio que
eliminar toda esta maldad. No podría solucionar tal locura ni llegar al
fondo de nada. Estos seres deberían desaparecer y punto. Sólo Dios
sabe a cuántas personas habrá torturado y matado esta asquerosa»:
—Ya estoy enfadado— exclamé. — Y pensar que yo quería
ligarme a esto…
Sin dejar de mirarlos, decidí echar a correr hacia atrás con la idea
de que uno iría a un ritmo más lento que la otra, y poder hacer la
táctica de las Termópilas. Mientras corría, me di cuenta de tres cosas
en las que no había pensado; la primera es que no podría hacer un
ataque sorpresa porque mi brazo deja rastro de sangre al ser chapucero
el torniquete; la segunda es que no sé si Nimbus era un demonio
enterizo o un espíritu maligno atado al cuerpo de alguna muchacha,
con lo cual, si era un demonio podría transportarse a su antojo, y se
podría aparecer en cualquier momento frente a mí; y tercero, si mato al
perro primero, Nimbus se “desatará” por su ira. Así que sin duda pensé
que matar a Nimbus primero sería lo más eficaz.
Sin ver casi nada, pude notar por donde pisaba que estaba en el
prado donde caí en la trampa para osos. Así que empecé a buscarla
como loco hasta que la encontré. Aproveché que eran hierbas altas y
puse la trampa a mi espalda a unos dos metros de mí (es la distancia
donde te sale la sed de sangre y no te fijas en nada más que en tu
presa). También pensé en que no volverían a hacer el mismo
movimiento dos veces; esta vez sería distinta la táctica. Esta vez
miraría al norte, y mientras finjo que no veo nada, activaría mi
guantelete linterna, y a quien veré llegar será a Nimbus, mientras que
por detrás será el perro ese quien intentará matarme… Escucharía la
trampa activarse justo detrás de mí, lo cual significaría que el perro
habría caído en ella, y acto seguido mientras estuviera retenido por la
trampa, iría a por Nimbus para arrebatarle la existencia…
Tal y como había planeado, me puse mirando al norte y activé mi
brazalete mientras actuaba asustado y fingiendo estar perdido.
Entonces, entre la niebla tan espesa, vi algo viniendo por el norte.
«¡Maldita sea! No pueden ser tan estúpidos, o quizás, ¿ellos han
anticipado mi estrategia?» pensé. Mientras, podía observar que quien
venía delante de mí, era el perro de nuevo. Miré de reojo por si
Nimbus estaba detrás, pero esta vez no estaba. Lo volví a mirar mejor;
el perro llevaba la tibia de su dueña en una de sus afiladas garras y la
cabeza de la señora en la otra. La risa de ella era espantosa, y me
insinuaba sin hablar, que mi plan había fracasado…
Empecé a guiarme y caí en que si miraba el suelo apuntando con el
guantelete en modo térmico, encontraría mi propio rastro de sangre
que me guiaría hasta la trampa. Entonces, comenzó a atacarme
intentando clavarme la tibia. Mientras esquivaba cada intento, miraba
intentándola localizar hasta que encontré la dichosa trampa. Me puse
justo delante, fingiendo estar agotado y derrotado (obviamente para
que se mantuviera a los dos metros de mí). Me paré y miré hacia abajo,
como si hubiese aceptado ya mi muerte.
El perro apretó todos los músculos de sus brazos para darme un
tajo que me partiría en dos, literalmente. Tiró la cabeza, levantó el
hueso con las dos garras, y echó a correr hacia mí. Cuando iba a
alcanzarme, en un suspiro, esquivé el corte. Con su pata derecha pisó
la trampa, y aproveché el giro de la finta para desenvainar el bastón y
cortarle la pata izquierda, cayendo así al suelo y quedando totalmente
inmóvil:
—¡¿De dónde demonios has sacado esa espada?! —gritaba la vieja
—. ¡Maldito bastardo! Mira lo que le has hecho al perro de mi hija,
¡con lo que me ha costado conseguirle humanos para comer!
—Se llama “Dojigiri” —respondí mientras limpiaba la sangre de la
espada y con aire de presentador de teletienda continué— viene
adaptada a este cómodo bastón que puede llevar en el cinturón y es
capaz de matar demonios. Pero… — dije ya en un tono sereno pero
serio y amenazante— el perro de Nimbus no es un demonio, ¿verdad?
Sin que le diera tiempo a contestar, empezó a cambiarle el rostro.
Balbucía en una mezcla de miedo y sonrisa, mirando justo por encima
de mí. Me giré rápidamente, porque ya había visto esa mirada antes;
sabía a quien tenía detrás de mí. Nimbus vio a su perro en el suelo
medio muerto, a su decapitada vieja junto a él, y a su enemigo sin
temor alguno apuntando su espada hacia ella… Ella se puso seria, con
cara amenazante y aterradora, me miró fijamente y sin parpadear.
De repente empezó el sol a salir, la niebla se disipó en segundos, y
al mirar al cielo vi las nubes blancas y el azul era muy fuerte. Cuando
miré de nuevo a Nimbus, volvía a ser esa chica preciosa, con un
cuerpo esculpido por los dioses. Me giré rápidamente para mirar su
perro en la trampa, pero ya no estaba. En su lugar había un pequeño
conejo atrapado y agonizando de dolor. Nimbus me habló con una voz
dulce y amable…
—Oh, pobrecito, deberíamos salvarlo.
Estaba un poco atónito, pero no sentía peligro alguno. Estaba en
perfecta armonía con mi mente, no sentía ira, ni dolor. Recordé y miré
a mi brazo izquierdo, y moví los dedos. Mi mano estaba ahí
nuevamente, perfecta, y un impulso de simpatía se apoderó de mí,
como si no mandara sobre mi cuerpo.
—Vamos, salvemos al conejito juntos —le dije mientras sonreía.
Ella me cogió de la mano y entre los dos liberamos al pobre
animal, que sorprendentemente se incorporó y sólo se fue cojeando un
poco. Como si quisiera agradecérnoslo, el conejo se volvió y una voz
de mujer que provenía de su cuerpecillo me habló y me dijo: «sálvame,
estoy atrapada».
Extrañado noté un pinchazo fuerte, seguido de otro más pequeño
que hacía que me ardieran las venas, hasta el punto de sentir en mí una
increíble fuerza que hacía que apretara todos los músculos de mi
cuerpo y que no me dejaba ni abrir los ojos.
Cuando pasó el efecto, todo seguía igual que antes. Seguía
lloviendo, había niebla; todo había sido un sueño de nuevo. Miré hacia
mi hombro izquierdo; lo tenía perforado, y acababa de liberar a mi
atacante de aquella trampa por caer de nuevo en el sueño de Nimbus.
Y se había activado la pulsera inyectora para subirme las pulsaciones,
que habrían bajado de cincuenta por todas las causas probables; por el
sueño de Nimbus, por mis heridas, o por ambas a la vez.
El perro, desde el suelo y desangrándose con una pata menos y la
otra destrozada, había conseguido clavarme la tibia en el hombro
mientras yo lo liberaba, hipnotizado con el sueño del conejo. Pero, tal
vez porque también estaba herido, su puntería no fue muy buena...
Creo que su intención era mi corazón, pero falló.
Recuperando la cordura salté hacia atrás, me saqué el hueso
clavado con un dolor espantoso del que increíblemente en un segundo,
ya no sentía nada; sólo rabia por haberme engañado de nuevo. La dosis
de adrenalina recorriendo mi cuerpo hacía que apenas sintiera el dolor,
pero también me sintiera más lleno aún de ira…
Levanté la espada hacia Nimbus:
—Se acabó jugar— dije con una voz que salió de mi garganta casi
rugiendo por el odio—, voy a mataros a todos aquí y ahora. No
necesito dos manos para aniquilaros.
La vieja empezó a reírse de nuevo, con sus escandalosas
carcajadas. Comencé a caminar hacia Nimbus y al pasar por donde se
encontraba tirada en el suelo, di un fortísimo pisotón, y le destrocé la
cabeza a la vieja pintándole la cara a su asqueroso perro con sus sesos.
—Ya no eres tú, eres solo cosa de esta arpía, vete al infierno— dije,
mientras seguía caminando.
Cada vez me notaba más sádico. Nimbus encolerizaba me miraba
fijamente. Yo acaba de cargarme a su vieja, pero ella no hacía nada.
Estaba allí parada y parecía cansada, puede que de abusar su poder
para generar tormentas y usar el del sueño contra mí.
Seguí caminando esta vez hasta el perro. Éste, en un intento
absurdo y desequilibrado por atacarme de nuevo, y sin darle tiempo a
ejecutar su acción, le di un corte horizontal que lo partió en dos. Me
agaché, clavé la espada a su lado, levanté con mi única mano su cara
un poco y le dije con una voz apenada:
—Pobrecito, tú no te merecías esta vida, y mucho menos este
sufrimiento. Este no era tu lugar, ni tampoco lo es el de ellas… Pero no
te preocupes, yo te daré descanso eterno y te vengaré...
Mientras me levantaba agarré de nuevo mi espada y lo miré. Ya no
reaccionaba... Miré a Nimbus, pero ella no decía nada. Estaba
esperando que pasara, así que puse mi espada sobre la cabeza del
perro, y la atravesé mientras le decía:
—Se acabó sufrir para ti.
Alcé la vista de nuevo hacia Nimbus, y empezó a respirar cada vez
más fuerte. Entonces, comenzó a “desatarse”, a despertar como
demonio. Empezó a gritar con un chirrido espeluznante; se desprendió
de su cuerpo físico destrozándose con sus manos hasta que no quedó
carne humana, y mostró su verdadero rostro. Comprendí rápidamente
que era una especie de híbrida de “súcubo”, pero tenía pies con
pezuñas que parecían más las de un lagarto, y dos bultos grandes en la
espalda. Nunca había visto nada igual, no cabía duda de que su
presencia infundía respeto y terror.
Nimbus ladeó su cabeza y volvió a mirarme a los ojos. No sé por
qué, ladeé mi cabeza también como si fuese un perro extrañado…Pero
ella ya había entendido que ya no había vuelta atrás.
Echó sus manos hacia el suelo, cargó sus piernas para arrancar a
correr y salió disparada hacia mí con las garras por delante. Cuando
estaba a dos metros de mí, abrió las manos para desgarrarme, y justo
antes de alcanzarme, levanté el guantelete activando todas las luces a
la vez consiguiendo cegarla temporalmente y obligándola a voltear la
mirada. En ese mismo instante me incliné hacia abajo esquivando su
torpe intento de cortarme, y de un tajo en la cintura, la partí en dos…
—¿Qué demonios eres? —preguntó agonizando después de caer su
cuerpo al suelo—, jamás he visto una espada como esa…
—¡Vete al infierno desgraciada! —dije mientras escupía en su
cadáver—. ¿Cómo te atreves a hacerme ilusiones de ligues y sexo para
luego querer cortarme con tus estúpidos huesos?
Miré al cielo, y observé detrás de las nubes y niebla que se
disipaban y que era de noche. El cielo estaba precioso y con luna llena,
así que me senté un momento a mirar el paisaje.
Mi brazo había dejado de sangrar, y entonces me puse a pensar:
«Perder mi brazo izquierdo es algo excesivo, sobre todo porque soy
zurdo. Hablaré con él a ver si puede ayudarme…». No obtuve
respuesta, y aunque insistí en preguntarle si era capaz de arreglar el
estropicio, finalmente, me percaté del cansancio y la pérdida de sangre.
Decidí tumbarme en la hierba alta y dormir un rato…
Solía tener un sueño cada vez que dormía, pero esa vez no soñé…
Pasado Tormentoso
Hace diecisiete años…
Era un niño y mis padres eran unos católicos practicantes
empedernidos. Me obligaban a ir a misa, a catequesis y a rezar todos
los días sin querer. Y así me crie rodeado de crucifijos, biblias, cuentos
y leyendas de que el diablo corrompía a la gente que no adoraba a
Dios.
Cuando cumplí los dieciséis años, conocí a unos amigos en el
instituto que solían vestir siempre de negro; llevaban crucifijos al revés
y símbolos a los que llamaban “estrellas de David”. Yo en ese
momento no lo entendía para nada, pero sus misteriosas auras me
atraían. Mis padres siempre me hacían vestir de capillita, tan
elegantemente repeinado y vestido como para no poder ligar en mi
vida, vaya… Un día me envalentoné y me atreví a hablar con esos
chicos. Para mi sorpresa fueron muy majos conmigo y empezaron a
defenderme de los abusones y me hice amigo de ellos. Me sentía
seguro, me sentía diferente…
Esa mañana de junio de mi último año de instituto, justo el día
antes de la graduación, vinieron a hablar conmigo para celebrar que
nos graduábamos. El plan era a hacer un evento especial, que ellos
hacían sólo en muy pocas ocasiones. Quedaríamos en el sótano de
Miguel (que era el líder más o menos) a partir de las doce de la noche.
Obviamente esa hora de quedada era para mi imposible.
Cuando llegué a mi casa se lo pedí a mis padres, pero como era de
esperar, la respuesta fue un rotundo “¡No!”. Así que exploté en cólera,
como cualquier adolescente en época de rebeldía. Les dije que odiaba
la religión que por fuerza me habían implantado, que odiaba todas las
costumbres absurdas, rezar y que odiaba Dios… Ahí es cuando recibí
la paliza de mi padre, que una vez más, había bebido esa noche… Me
dejó la cara destrozada y mientras lloraba, agarrado a mi almohada en
mi habitación, me llené de ira. Me convencí de que tenía que ir, de que
si no salía de ahí viviría maltratado para siempre, y como cualquier
niño de esa edad, decidí saltar por la ventana y escapar…
Cuando llegué al sitio acordado, la dirección no era la de una casa,
sino la de un pequeño hospital abandonado. Al mirarlo de cerca, la
impresión fue de miedo e inseguridad, sobre todo porque mis padres
siempre me educaron en la tesitura de que no existían los fantasmas
pero sí los demonios. Y yo pasaba de todos.
Al llegar a la puerta del sótano, me encontré a uno de mis amigos.
Era Juan, que me miró la cara y sonrió, como si él estuviese
acostumbrado a tenerla así también muchas veces:
—Otra paliza, ¿eh? —me dijo—. Venga, sígueme.
Mientras me llevaba al sitio, pasaba por pasillos largos y
abandonados con aspecto siniestro. La única luz que nos dejaba ver era
la linterna de nuestros móviles. Cuando iluminaba a las habitaciones
veía camas viejas, algunas arañadas, restos de sangre por las paredes,
muebles viejos y destrozados, restos de jeringuillas en el suelo…
Parecía que no hacía mucho que había sido un garito de drogadictos.
Al final del pasillo, estaba aquella habitación, con una puerta
entreabierta, oxidada y descolgada desde arriba. Una escena que no
olvidaré jamás…
Cuando entré, había velas por toda la habitación. Rodeaban un
círculo extraño, como si fuesen a hacer magia negra o algo así. Era
enorme, con 5 cojines en perfecta simetría, rodeando una “ouija”
dibujada sobre un viejo espejo redondo en el centro del círculo. Había
también dos velas por ocupante del cojín, todos iban con túnica negra
con cogulla que les tapaba la cara por completo:
—¿Por qué dos velas por cojín? —pregunté—.
—La derecha sustenta tu vida, la otra te vincula a tus compañeros
que hacen el ritual. Si se apaga la de la derecha, mueres; si se apaga la
de la izquierda se apagarán todas y entonces moriremos todos, a no ser
que el demonio decida dejar a alguien con vida. Si el ritual sale bien,
se apagarán las dos a la vez, y entonces él se rencarnará —respondió
Miguel—.
—Pero… Entonces pase lo que pase, ¿morimos…? —pregunté con
miedo—.
Tragué saliva y mientras Juan me colocaba la túnica, Miguel con
un sereno gesto de dedo índice en los labios, me mandó a guardar
silencio mientras me empujaban hacia abajo para sentarme. Me
explicaron un poco el ritual, que consistía en unos cánticos en un
idioma perdido, heredado de una supuesta bruja que fraternizaban en
su día con la madre de Nick en el extranjero.
Era importantísimo que no nos soltáramos las manos en ningún
momento, pasara lo que pasara; nos pegaran, nos quemaran, o lo que
sea. Si soltábamos las manos en medio del ritual, se abriría una puerta
del infierno hasta nuestro mundo, y por supuesto, no podíamos abrir
los ojos hasta que termináramos los cánticos, ya que la visión anulada
servía para evitar tentaciones de los demonios pasajeros por el portal…
La verdad es que no me creía un pimiento de todo aquello, así que
cuando empezaron los cánticos, movía la boca como si me los supiese.
Obviamente ni de coña, nunca creí en esas patrañas, hasta ese día…
Empezaron a cantar, y después de un rato, abrí los ojos y me puse
pálido. Delante de mí y de todos, en el centro, había una sombra negra
con forma humanoide. Su aura resplandecía llamas negras que
ondeaban su silueta. Llevaba una máscara de madera muy extraña, de
una forma que jamás había visto, ni siquiera en el cine.
Se giró rápidamente hacia mí y me miró a los ojos fijamente; no
podía ver sus ojos tras la máscara del todo, pero, me parecieron ver
que eran blancos al completo, no tenían pupilas, ni iris, eran difíciles
de describir… Pero sí puedo decir que al mirarlo, te sentías vacío,
como si llegaras a aceptar el hecho de que la muerte recorría tu mente
y tu cuerpo. Era una sensación extraña, como si nada importase ya…
Respondí a mi impulso del miedo, y recordé todo lo que me
enseñaron en la catequesis, eso de que «al diablo no hay que tenerle
miedo, pues el poder de Dios está contigo». Sólo lo pensé, y sin llegar
a decir nada, empezó a resquebrajarse la madera surgiendo una sonrisa
malvada de la máscara, que acabó rompiendo en una risa malévola y
aterradora.
Mientras, los otros cuatro seguían cantando a pesar de escuchar la
risa y no ver mi cara amenazada por ese demonio. Entonces paró de
reír, apagó mi vela izquierda mientras que gritaba un fuerte «¡ya
basta!» y ahí fue que mató a todos mis amigos de golpe, fulminados
por esas palabras. Vi cómo sus cuerpos sin vida caían de lado, como si
durmieran plácidamente. Todo fue en un suspiro, y entre el terror que
sentía y sin poder mover las piernas del shock, seguí agarrando sus
manos con fuerza mientras empezaba a llorar de impotencia…
La sombra al ver tal gesto, guardó silencio mientras se aproximaba
a mí, y con una voz bastante calmada y aterradora me dijo…
—Ya es inútil, todos han muerto, fueron engañados… Este atajo de
drogadictos sin futuro que hacen ouijas con cocaína para acabar
colocados hasta las cejas, ¿para qué? ¿para dejar de sentir los
puñetazos que les dan sus padres alcohólicos al llegar a casa? Menuda
basura. Y encima este ritual no era para invocar a Lucifer o a alguno
de los pringados del infierno, sino a mí, al demonio más legendario de
todos, al todo poderoso ¡yo!
Solté las manos de mis amigos, y me levanté con un gesto torpe de
tener las piernas dormidas. Un cúmulo de miedo, tristeza y coraje se
apoderó de mí. Sin saber la repercusión de aquel gesto, cogí la vela de
mi derecha, la única que quedaba encendida, y se la tiré a la máscara
mientras que gritaba enfadado «¡Vete al infierno!».
Empezó a arder como si fuese una sábana vieja. Gritaba de dolor
exageradamente, como si no soportara el fuego del ritual. Mientras se
iba evaporando, se escuchó una risa tenebrosa que fue apagándose
hasta que finalmente desapareció.
Todo quedó en silencio y a oscuras, salvo por el reflejo de la luna
que entraba por los agujeros de las paredes en ruinas. Había una calma
absoluta… Miré a mi alrededor y comencé a ver sombras por todas
partes, sombras que parecían salir de la ouija. No me hacían nada, no
se oían, pero podía verlas y sentirlas.
Volví en mí, y empecé a pensar y analizar que por muy extraña que
fuese todo lo ocurrido, acababa de perder a mis únicos amigos.
Empecé a asimilar que me había quedado solo otra vez.
Comencé a llorar sin consuelo, eran mis únicos amigos en el
mundo. Maldije a ese estúpido demonio con máscara por
arrebatármelos: «Aunque me lleve toda la noche, os daré un entierro
digno» pensé.
Todos mis amigos excepto Nick eran huérfanos. Todos tenían
padres de acogida que abusaban de ellos. Quizás por eso se creó ese
vínculo tan lamentablemente hermoso…
Sabía que si llamaba a la policía me metería en un lío brutal; nadie
iba a creer que lo hizo un espíritu, y tampoco podría ir a sus entierros
si me llevaban a un reformatorio. Y sus malos padres seguramente
acabarían dándoles una lamentable despedida por encontrarlos muertos
junto a una mesa llena de drogas.
Obviamente no iba a permitirlo. Así que fui cargando uno a uno, y
llevándolos al jardín trasero de aquel hospital. Allí los enterré uno a
uno cavando con mis manos desnudas en el silencio de la noche. Una
cantidad de espíritus rodeaban por todas partes del hospital. Parecía
que estaba en el maldito infierno. Sabía lo que había pasado. Sabía que
por no hacerlo bien se abrió la puerta y ahora se había liberado un
infierno. Sólo Dios sabe lo que pueden hacer y cómo detenerlos, pero
yo solo pensaba en dar sepultura a mis amigos…
A las siete de la mañana empezó a salir el sol. Los primeros rayos
de luz que atravesaban el edificio iluminaban las piedras que usé como
tumbas, junto a unos pequeños matojos de flores que encontré por los
alrededores. Me despedí de ellos y pensé que al menos podrían
descansar en paz, de una vez por todas y todos juntos.
Tras despedirlos secándome las lágrimas, oí un sonido de sirena.
Era un coche patrulla y dos policías. Uno de ellos, a través de la verja,
empezó a gritarme:
—Eh, tú, chico, ¿se puede saber qué haces?, eso no será lo que creo
que es, ¿verdad?...
Entonces me acordé de la cantidad de espíritus que había visto en
aquel hospital. Miré rápidamente hacia las ventanas, y no había nada.
Parecía como si todo hubiese sido una ilusión extraña; o quizás
desaparecieron al salir el sol.
Uno de los agentes saltó la valla y me llevó a la fuerza al coche
patrulla mientras le decía a su compañero con voz baja:
—¡Eh! Acabo de ver cuatro tumbas hechas por el chaval, las ha
cavado con sus manos. También tiene la cara destrozada, creo que es el
hijo de Manolo el catequista.
—¡No fastidies! Todos sabemos que es un pésimo padre, pero a
tanto… —dijo el otro agente mientras se quitaba la gorra—.
—Esto pinta mal, voy a llamar a los refuerzos y me quedaré aquí
—dijo el policía que me tenía agarrado—. Avisa al forense y a él
llévatelo para que le curen la cara. Llama a sus padres y más les vale
que se busquen un buen abogado. Luego les interrogaremos.
Me montó en el coche esposado y mientras se puso en marcha,
miré a la ventana del tercer piso y allí estaba, en una estantería roñosa,
esa estúpida máscara de madera. Creía que se había ido para siempre,
pero me engañó…
Llegamos a la comisaría y el policía me llevó a una sala donde solo
había cuatro espejos, una mesa y tres sillas:
—Espera aquí chaval, enseguida vuelvo —dijo el agente mientras
se iba rápidamente por la puerta—.
Cerró con un portazo, y comencé a llorar desconsolado mientras
me arañaba la cara y me tiraba de los pelos. Estaba perdiendo la
cabeza por todo lo que pasaba por mi mente y por todo lo que había
pasado esa noche…
Tras un par de horas entraron mis padres a la sala. Un hombre con
traje los acompañaba y el agente de policía que me trajo. Yo estaba en
la esquina con trozos de calva de arrancarme el pelo, con la cara llena
de lágrimas secas y mocos en la nariz.
Un fuerte grito de «¡Levántate!» salió de la garganta de mi padre.
Me puse en pie y me senté de nuevo en la silla muerto de miedo. El
señor con traje le pidió al policía que saliera, que tenía que hablar con
su cliente. El agente abandonó la sala y miré a mis padres. Estaban
atacados de los nervios, mi madre llorando, y el señor con el traje me
preguntó:
—¿Qué ha pasado chico?
Hipando y entre sollozos empecé a contarles todo lo que había
pasado. Pero como era obvio mi padre no creyó ni una sola palabra y
empezó a gritarme:
—¡Acabas de arruinarte la vida! ¡Y a nosotros! ¿Cómo demonios
explicaré esto a los vecinos? ¿Y al padre Ramón? —exclamó mientras
daba golpes fuertes en la mesa—.
Acabó de hablar, guardó silencio unos cinco segundos y me cogió
de la camisa. Me levantó y me estampó contra la pared:
—¡Cuando lleguemos a casa vas a desear estar entre esas tumbas
de mierda que cavaste! —gritó enfurecido mientras empezaba a
ahogarme—.
El señor de traje agarró del hombro a mi padre.
—No te preocupes —le dijo con un gesto apaciguador —vamos a
sacarlo de aquí. Ningún juez condenaría a un niño que cavó las tumbas
de sus propios amigos…
El policía entró, y les pidió que se fueran todos, que iba a hablar
conmigo, pero el señor de traje insistía en que no se iba.
—No voy a dejar solo a mi cliente señor agente —dijo el señor de
traje—.
—Muy bien, entonces pónganme al día —dijo el agente—.
Mis padres se levantaron y se marcharon, y volví a contarle lo
mismo. El policía suspiró largamente y me dijo:
—Chico, no te voy a mentir, tienes un problemón y de los gordos.
Había cocaína en la sala donde murieron tus amigos. Solamente
sobrevives tú y para más inri, te pegas la noche enterrándolos a las
espaldas de un edificio abandonado… No te espera nada bueno, pero
quiero hacerte otra pregunta. ¿Quién te hizo eso en la cara?
Rápidamente y con tono de preocupado me interrumpió el
abogado:
—Eso pudo habérselo hecho cualquiera de sus amigotes
drogadictos ¿no cree agente?
—Deje que hable él —contestó el policía enfadado—.
Empecé a llorar de nuevo. Sabía que me traería problemas muy
gordos. Sabía que mi padre volvería a pegarme pero estaba cansado ya,
así que se lo conté todo…
Al acabar de hablar, el policía con un gran suspiro pegó un golpe
en la mesa muy enfadado y abandonó la sala sin decir nada.
—Espero que sepas lo que has hecho —dijo el señor de traje
mientras recogía sus cosas y se iba—.
Después de ver el pequeño reloj que había encima de la puerta girar
las manecillas al completo, pude decir que fueron las doce peores
horas de mi vida. Escuchaba voces en mi cabeza, pasos en la sala a
pesar de estar solo, pero finalmente me rindió el sueño…
Recuerdo que soñé algo muy extraño:
Veía un señor mayor, con una túnica roja y negra bajo la lluvia.
Empuñaba un arma muy extraña, y estaba luchando contra una
especie de demonio gigantesco con un montón de ojos. De pronto
apareció una máscara frente a mí; esa maldita máscara de nuevo, e
hizo que me despertara con el corazón a mil por hora, sudando y
confundido de nuevo…
Entonces entró un señor con traje, pero esta vez era otra persona:
—Chico, tus padres te esperan en la puerta, acompáñame…
Me levanté con las piernas temblorosas de estar sentado tantas
horas sin moverme, y con una leve cojera. Tenía las manos
ensangrentadas de arrancarme las vendas que me puso el médico de la
comisaría, que curó mis heridas producidas por cavar toda la noche las
tumbas de mis amigos. Fui a la puerta atemorizado sabiendo lo que me
esperaba.
Me monté en el coche. El viaje se me hizo eterno. Mis padres no
hablaron en ningún momento, sólo podía oír los bufidos del enfado de
mi padre y el silencioso llanto de mi madre…
Ente Omega
Al llegar a casa.
Mi madre se acercó a mí y me dio un abrazo:
—Sube a tu habitación —me dijo mi madre con voz temblorosa,
como si, al igual que yo, ella también estuviese muerta de miedo—.
Llegué a mi cuarto, y del cansancio no pude hacer otra cosa que
tirarme en la cama, caer rendido y dormirme enseguida.
El sonido de un cristal rompiéndose y un rayo me despertaron de
golpe. Miré por la ventana y ya era de noche. Estaba lloviendo mucho.
Cerré la ventana y oí a mis padres discutir abajo, esta vez mucho más
fuerte que otras veces. Oía romperse cosas.
Salí silenciosamente del cuarto. A través de las barras de la
escalera miré hacia abajo y mi padre le gritaba a mi madre. Miré a mi
madre; tenía la cara morada y le sangraba un gran corte que tenía en la
frente. Se me caían las lágrimas, pero no quería hacer ruido. Me moría
de miedo.
—¡No voy a perder mi posición solo porque me haya salido un
niño satánico, asesino y con aspiraciones a yonqui! —gritaba mi padre
—. Voy a tener una “charla” con él, en nombre de Dios nuestro señor.
Yendo hacia las escaleras, mi madre intentó detenerlo agarrándolo.
Sabía perfectamente que no pretendía hablar e intentaba frenarlo con
todas sus fuerzas:
—¡No por favor, para! ¡Es mi hijo! —gritó mamá—.
Mi padre se giró y con el codo levantado le dio otro golpe; uno más
y a mitad de las escaleras. Le dio tan fuerte con el codo en la garganta,
que veré como en mis peores pesadillas, a mi madre caer muerta por
las escaleras el resto de mi vida.
Rodó las escaleras y cuando llegó abajo estaba completamente
muerta… Mi padre, colmado de esa rabia homicida, la miró unos
segundos y empezó a llorar, consciente de lo que acababa de hacer.
Apretando los dientes se giró nervioso, miró hacia arriba y al verme a
través de los barrotes, empezó a hiperventilar mientras venía hacia mí:
—¡Esto es todo por tu culpa, ven aquí!
Intenté huir deslizándome de espalda sobre el suelo, pero no podía
ir más deprisa por el miedo que sentía. Me agarró una pierna, me
arrastró hacia él, y me dio un puñetazo el estómago para que dejara de
forcejear. Mientras me llevaba las manos a la barriga del dolor tan
increíble que sentía, me cogió por el cuello y me levantó en el aire.
Pude ver sus lágrimas: su mirada penetrante que decía que ya lo había
perdido todo, que ya le daba todo igual… Apretaba más y más con sus
manos mi endeble cuello y empecé a ponerme morado y a ver, como
en una pantalla de cine gigante, pasar toda mi vida delante de mis ojos.
Recordé como mi madre jugaba conmigo cuando era pequeño, me
devolvía la pelota y me reía a carcajadas, cuando me mojaba con la
manguera en el jardín al llenar la piscina en verano… Recordé todas
las cosas que quería hacer cuando cumpliera dieciocho años y pudiese
escapar de mi casa… Recordé los buenos momentos que me quedaban
por vivir, pero ya no podría. Ya no sentía las piernas; no podía mover
las manos y lo último que vería en esta triste vida era la cara de mi
padre partiéndome el cuello… Empecé a perder la visión y a
asfixiarme completamente. Perdí la fuerza y finalmente, me mató.
Después de acabar con los dos, mi padre siguió bebiendo toda la
noche y al día siguiente, cuando la policía iba a buscarme, llamaron a
la puerta unas cuantas veces. Al ver que no respondía nadie entraron
por la puerta, que estaba abierta. Vieron los cuerpos sin vida de mi
madre y mío. No era necesario escondernos, él sabía que nadie le
creería si mentía, dado su historial. Se lo llevaron preso, y no se le ha
vuelto a ver desde ese día…
Había un vacío enorme, un vacío existencial increíble. No podía
ver nada, no sentía nada… Sólo iba hundiéndome más y más en la
oscuridad, como cuando caes al océano y bajas a lo más profundo.
Estaba todo perdido, mi final había llegado… Pero entonces «¿por qué
no voy a ninguna parte?»
Sentía una armonía extraña, pero acabó por interrumpirla una risa;
esa estúpida risa que me recordaba a quién más odiaba. La maldita risa
de aquel demonio, el que me lo arrebató todo; me arrebató mis amigos,
mi madre, mi vida, y aun así, no podía parar de escucharla. La tenía
hincada en el cerebro, taladrando mi cabeza con cada carcajada. Me
mosqueé tanto que me desperté gritándole:
—¡Cállate imbécil!
En medio de la oscuridad, frente a mis ojos, apareció la máscara.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó la máscara, sonriéndome como si
me conociera de toda la vida—.
—¿Dónde demonios estoy estúpido? —le dije con una actitud
desagradable—.
—Estás muerto —dijo la máscara mientras se reía—. No puedes
volver a casa, te quedarás aquí en el vacío para siempre conmigo,
porque la gente que hace las cosas como tú, suelen ser algo especiales,
y todos los “especialitos” acaban en el vacío.
—¿Especiales? ¿A qué te refieres? ¿Vacío? —pregunté mientras
intentaba agarrar la máscara—.
—Haces muchas preguntas para estar muerto —respondió la
máscara mientras esquivaba mis intentos—. El vacío es el espacio
entre el cielo y el infierno, ese hueco donde esperas a que Dios tenga
un nuevo plan para ti, o el diablo, quién sabe… Tu plan, por ejemplo,
lo he cogido yo, que soy más poderoso que ese contable aburrido…
Supongo que me interesaste desde el principio y… ¡Para ya de intentar
agarrarme antes de que pierdas la mano! —dijo mientras se elevaba
para evitar que la alcanzase—.
Quería enfadarme… Quería gritar, quería irme de allí, pero no
sentía nada; no sentía los pulmones, ni el corazón acelerarse. Incluso
después de decirme todo eso, solo sentía paz, tranquilidad… No era
más que un ente con un cuerpo que no existía en ninguna parte:
—¿Y qué plan tienes para mí? ¿Y cómo diablos te llamas? —le
pregunté.
El espíritu dejó de sonreír y se mostró físicamente un poco más.
Era como si se hubiesen encendido unas llamas alrededor de la
máscara, pero eran de un azul oscuro que acababa en negro; era
preciosamente aterrador y la máscara, a pesar de ser de madera, no
ardía…
—Mi plan contigo es un secreto que te contaré en su debido
momento— dijo la máscara calmadamente—. De momento solo te diré
que me pareció curioso que un idiota como tú, que ve como los
espíritus se apoderan del lugar, acabe por dar prioridad absoluta a sus
amigos y darles un entierro digno. Déjame decirte que están en el
infierno, tal y como se estimaba…
—Supongo que al menos están juntos —dije con voz triste—,
aunque es muy deprimente que acabasen en el infierno. Esos chavales
han sufrido más de lo que te imaginas. Me has arruinado la vida, pero,
gracias por decírmelo —dije mientras sonreía un poco—.
—Primero… ¡de nada! —dijo la máscara mientras se inclinaba
risueño— y segundo; yo no hice nada para arruinarte la vida, ni
siquiera sabíais qué invocabais— dijo con un tono irónico—.
Después de nuestras palabras empecé a interesarme por él. Era con
lo único con lo que podía contar, o al menos el único que estaba allí.
Así que dispuesto a conversar un rato, me senté en el vacío:
—Al menos ¿vas a decirme tu nombre? —le pregunté.
—Mi nombre es Omega y soy un Dios desterrado a los infiernos.
Antiguamente venerado por todos, incluso por el mismísimo Lucifer
—dijo mientras se ponía serio—. Pero alguien me traicionó, y por él
me desterraron a un universo perdido, hace ya más de dos mil
quinientos años, que gracias a ti y tus amigos, se ha abierto de nuevo.
Así que en cierto modo tendría que daros las gracias yo a vosotros por
invocarme, cosa que no pienso hacer —dijo mientras empezaba a reír
de nuevo—.
—Así que Omega ¿no?, rollo como lo de ¿Dios? ¿El Alfa y el
Omega?
—Algo así —respondió sarcásticamente.
—Oye, ¿vamos a estar aquí para siempre? Es decir ¿vas a estar
conmigo aquí para siempre? — le pregunté un poco molesto—.
—Tranquilo —dijo mientras reía—, soy un dios sin divinidad, y un
diablo sin poderes. Voy a recuperarlos todos haciendo un sacrificio
enorme, el tuyo —dijo mientras volvía a ponerse serio—. Voy a
entregar tu cuerpo en sacrificio, el cuerpo de un ser especial, que
normalmente suelen ser bastante cotizados; papeleo del inframundo no
sé si me entiendes. A cambio, yo entregaré mi alma a tu cuerpo. Así
viviremos como uno solo y así podremos volver a la vida de la tierra,
que la verdad, su gente me intriga…
—Si haciendo eso, sea lo que sea, o sea como sea, puedo volver a
la vida para vengar la muerte de mi madre y mis amigos, no me
importa… —dije mientras me acurrucaba los brazos entre mis rodillas
—.
Omega se puso serio y sus llamas parecían ser más grandes:
—¡Eh! Espera un momento. No puedes vengarte de mí por lo de
tus amigos. Sí, es cierto que yo apagué sus velas para poder salir y sí,
es cierto que fui yo quien se rio de ti, pero te recuerdo que si me matas
tú también morirás.
—Tranquilo, primero conseguiré mi venganza contra mi padre —
dije mientras me ponía en pie—. Luego encerraré todos los espíritus
que se escaparon por mi culpa, y por último, averiguaré cómo sacarte
de mí, y te mataré…
Omega empezó a humear e irradiar una flama en tonos verdes y
rojizos. Su aspecto era de un ser tan poderoso como aterrador.
Acercándose mucho a mí me dijo:
—Inténtalo, si te atreves…
Se separó de mí, se giró y volvió rápidamente a apagarse el color
de la máscara, volviéndose madera normal. Se volvió de nuevo hacia
mí y me preguntó…
—Por cierto. ¿Cómo te llamabas en vida?
—Jacobino, mi nombre es Jacobino González.
—Que nombre más absurdo —dijo mientras se reía—. Debes
entender que ya no podrás volver a tu antigua vida, ni mantener tu
nombre, ni tus datos; nada… Tendrás que empezar de cero. Así que te
pondré un nombre digno para ser alguien que va a dar caza a demonios
conmigo. Te pondré el nombre de un gran amigo mío, y el apellido de
un humano que, en su día, me demostró que vosotros también sois
peligrosos… Te llamarás…
Volví a la tierra, sentía el suelo, y antes de levantarme, murmuré mi
nombre:
—Gabriel de León…
Abrí los ojos bruscamente y me levanté de golpe. Miré alrededor.
Veía camas con cuerpos tapados, con sábanas blancas, y una etiqueta
en sus dedos gordos del pie. Estaba en la morgue, era bastante obvio,
ya que antes estaba muerto. Así que sí, no fue un sueño; estaba muerto
de verdad y Omega me ha traído de vuelta.
A pesar de que la zona daba bastante terror y estaba desnudo, al
pisar el suelo frio y descalzo, me alivió poder volver a sentir mis
emociones y las sensaciones en mi cuerpo. Sentía el silencio de la
morgue, el crujir de mis piernas al caminar torpemente por el tiempo
que llevaba ahí tumbado. Me costaba mucho caminar, tenía los
músculos bastante débiles. Miré la cama que estaba a mi lado.
Ocultaba un cuerpo tras una manta, y en su dedo leí el nombre de mi
madre, mi pobre madre. Levanté la manta un poco, y vi su rostro. Ya
estaba algo más limpia, no tenía sangre, aunque aún podía ver sus
moretones. Empecé a llorar desconsolado agarrado a su mano:
—Siento que por mi culpa ya no estés mamá, te prometo que voy a
darle su merecido a ese hijo de la gran puta— dije interrumpidamente
por el llano…
Me levanté me sequé las lágrimas y fui a la salida. Abrí la puerta y
torpemente me caí al suelo. Me puse en pie, alcé la cabeza, y cuando
miré mi reflejo en el cristal de la puerta, me vi con la máscara puesta;
la máscara de madera que portaba Omega. Pero al tocarme la cara,
noté mi piel. Giré mi cabeza hacia la izquierda muerto de miedo, y vi
que había un guarda de seguridad mirándome en silencio, con la cara
más pálida aún que la mía. Se le cayó el café que tomaba al suelo, y
con un pequeño «bu» bastó para tumbarlo de espaldas, desmayado por
el susto. Ahora sí puedo decir que fue gracioso, pero en ese momento
mi miedo era su miedo…
Tuve la grandísima suerte de que era de noche. Cogí sus llaves del
uniforme, me dirigí a la puerta y menos mal que la morgue era
pequeña, porque solo había un guarda de seguridad. Busqué en una de
las habitaciones cercanas a la salida. Estaba intentando encontrar algo
de ropa y «¡bingo!», unas taquillas que supongo serían de los
trabajadores de allí… Rebusqué en todas, y en una de ellas encontré
algo de ropa. Me estaba enorme, pero era mejor que llamar la atención
desnudo. Miré hacia la derecha y vi un espejo. Me acerqué a él y no
tenía la máscara esta vez. Me toqué la cara y seguía siendo mi piel.
«Qué extraño» pensé…
Aún estaba alucinando por todo lo que estaba pasando, entonces
pasé por la puerta del guarda y vi un ordenador que tenía el modo
inactivo puesto, con la hora y la fecha. Sólo habían pasado 9 horas
desde mi muerte, pero para mí, la experiencia de la muerte se sintió
como una maldita eternidad.
Cuando salí de la morgue empezó a llover fuerte, y mientras
caminaba por las calles con un potaje de ropas y descalzo, empecé a
recordar todo lo que pasó antes de morir, después de morir y el
renacer… Sabiendo lo que había vivido, ya no podía ignorar que
existen todas las locuras que la iglesia decía…
Así que entró en mi cabeza la idea de buscar por el mundo todos
los casos paranormales que encontrara. Tenía la intención de encerrar a
todos los espíritus que escaparon aquella noche. Y mientras pensaba en
todos los pasos que tenía que dar para poder alcanzar mi objetivo,
pensé que, hasta entonces, tendría que estudiar todas las mitologías, la
biblia negra y todo lo referente a demonios, brujas, fantasmas y demás.
Pero también necesitaría un trabajo para vivir por mi cuenta…
Andando por la calle, y por inercia, acabé en mi casa, donde claro
está, ya no podía vivir… Me senté en la acera un momento, y miré a la
acera de enfrente. Vi un local en obras que tenía un cartel, me acerqué
a ver qué ponía; «discopub “El Negro”», y justo abajo un cartel más
pequeño que decía «Se necesita personal».
Tenía la oportunidad frente a mis narices. Al final sería verdad eso
de que cuando se cierra una puerta se abre una ventana… Así que entré
primero en mi casa por la ventana. Miré la escalera; mi madre ya no
estaba ahí pero seguía sintiéndola… Entré en el cuarto de mis padres.
Había muchas cosas rotas; su cuadro de boda, mi foto grande colgada,
la cama deshecha… Todo era un desastre.
Me senté en la cama y cuando me dejé caer en la parte de la
almohada de mi madre, todavía olía a ella. Amargamente mientras la
agarraba empecé a llorar sin consuelo. Acepté que nunca más podré
volver a verla…
Miré hacia delante mientras lloraba y vi algo que me llamó la
atención. En el pliegue de mi foto rota, se veía algo escrito por la parte
de atrás. Me levanté mientras me secaba las lágrimas y arranqué la foto
de lo que quedaba del marco. Le di la vuelta y había un sobre que
sobresalía. Dentro, una página arrugada que decía:
“Hijo mío, algún día, serás lo bastante mayor para entender algo
importante. Ese terco con el que te criaste, no es tu auténtico padre, tu
padre se llamaba Gabriel, y era una persona misteriosa que acabó
convirtiéndose en una aventura de una noche. Fue mi pecado, mi
travesura, mi felicidad oculta. Y eso provocó que quien no es tu padre,
peleara conmigo y desconfiara de mí el resto de su vida. Él me pegó
muchas veces, pero yo solo pensaba en Gabriel y en el hijo que
esperábamos, porque yo sabía que eras de él… Pero un día por un
trabajo complicado, tuvo que marcharse, y nunca más volví a verlo.
Espero que cuando leas esto, me perdones, y entiendas que nunca fui
feliz con este imbécil al que llamabas padre, pero criarte y darte un
hogar digno, era por lo que luché siempre, incluso aunque tuviese que
aguantar las palizas de alguien a quien aborrecía… Busca a tu
auténtico padre.
Te quiero, y te querré siempre.
Mamá…
Empecé a llorar desconsolado, pero esta vez mi tristeza se
trasformó en alegría y valentía. Fui corriendo a mi cuarto, recogí mis
cosas en la mochila del cole y me puse ropa limpia. Rompí el cerdito
con mis ahorros y me dispuse a empezar mi nueva vida de cero, pero
con las ideas bien establecidas y el consuelo de que mi asesino no era
mi verdadero padre…
Pesadilla
En la actualidad…
Me desperté en un pasillo que, al mirar alrededor, identifiqué
enseguida. Era el pasillo de aquel hospital abandonado, ese en el que
perdí a mis amigos y mi vida anterior.
Me levanté con dificultad. Miré mi mano izquierda y no estaba;
seguía sangrando. Rápidamente me quité la camisa y taponé la herida.
Alcé la vista y empecé a ver como caía gotas de sangre de las paredes.
Empecé a caminar hacia delante, en la dirección donde estaba aquella
habitación donde murieron. Todo se estaba llenando de sangre. Al
pasar por las habitaciones veía las camas encharcadas, los arañazos de
las paredes ensangrentadas… Empecé a escuchar gritos sin parar,
gritos de personas; parecía que estuviese en el infierno.
Al llegar a la puerta, mientras luchaba para no desmayarme, la
toqué. Sentí un malestar muy confuso. Intenté abrirla, pero no tenía
picaporte. Empecé a darle golpes mientras seguían los gritos. La
sangre llegaba ya a mis tobillos y había un olor a putrefacción
increíble. Al ver que no podía abrirla, resonó una fantasmagórica voz
detrás de mí, pero sin decir nada claro; más bien parecían ruidos de
lamento Se me puso la piel de gallina, me giré rápidamente y vi un ser
espeluznante al final del pasillo, parado y bañado en sangre. Era
deforme, pero con cuerpo humanoide. Tenía tres cabezas incrustadas
en el pecho que me costaba identificar. Así que caminé como pude
hacia ese ser, mientras se me nublaba la vista por el mareo. Cuando
estaba lo bastante cerca, parpadeé muchas veces para poder ver bien, y
cuando se aclaró la imagen, eran las cabezas de Nick, Pedro y Juan;
mis amigos.
Me quedé blanco y empecé a gritar. Tenía miedo, angustia, pero,
sobre todo, nostalgia que se convertía en horror al verlos de esa forma.
Intenté huir de allí, así que me volví y vi un hombre con traje de
etiqueta, con una máscara negra puesta, al que la sangre no llegaba a
tocar. No sé si levitaba o le rodeaba la sangre bajo sus pies, como si
controlara toda aquella siniestra escena.
Al mirarle muerto de miedo, mientras me temblaban las piernas y
la sangre ya me llegaba por las rodillas, con su brazo derecho se quitó
la máscara que se convertía en polvo en el aire. Le miré el rostro y era
Miguel, el líder de mis amigos. Pero aunque su cuerpo se movía, su
rostro se veía muerto; blanco pálido… Me aterró tanto verlo que
comencé a andar hacia atrás del miedo, tropecé y caí sobre toda
aquella porquería.
Empecé a sumergirme, como si de repente fuesen metros y metros
de profundidad, y veía a Miguel meter la mano para salvarme, pero no
llegaba. Me hundía cada vez más profundo, empezó a faltarme el
oxígeno. Sentí una mano que me tocaba el brazo, y me desperté…
Abrí los ojos y me levanté de la cama de un respingo. A mi lado
había una enfermera agarrada de mi brazo, y con un gesto de calma me
dijo:
—Shhh…, tranquilo, ha sido una pesadilla. Estabas sudando y
gritando; por eso he venido a despertarte, antes de que despiertes a
todos los pacientes de la planta.
Me tranquilicé y me quedé en silencio un momento intentando
asimilar qué demonios había pasado. Miré alrededor; estaba en un
hospital ingresado, tenía goteros. Recordé y asustado miré hacia mi
mano izquierda: y allí estaba, como si no hubiese pasado nada. Ya no
sentía dolor alguno. Miré a la enfermera y le dije:
—Perdona, pero ya estoy bien. Si no le importa me gustaría irme…
—Tranquilo caballero —dijo la enfermera con cara sorprendida—.
Lleva usted cuatro días en coma, debe descansar y esperar los
resultados de las pruebas.
—¿Pruebas? ¿Qué pruebas? —respondí—.
—Le han localizado algo en la cabeza, y no sabemos aún que es.
Tendrá que quedarse hasta que sepamos a qué nos enfrentamos.
Guardé silencio, y volviéndome a acomodar en la cama, esperé a
que se fuera la enfermera. Al salir de la habitación, fui rápidamente a
mirar por la ventana. Era un cuarto piso, así que busqué por la
habitación. Había una cantidad interesante de cortinas y mantas, claro
que había ingresada más gente, por lo que decidí esperar a la noche
para fugarme a la vieja usanza.
A las dos horas de estar en aquel martirio de hospital, y con los
pacientes en mi cuarto más aburridos del mundo, entró un doctor alto y
muy guapo que cogió unos papeles delante de mí:
—Señor Gabriel, siento tener que darle esta mala noticia —dijo el
doctor con cara de preocupado—. Cuando lo encontramos tirado en
aquel prado, pensábamos que había sido usted víctima de un
traumatismo provocado por algún golpe o caída. Pero tras hacerle
pruebas, hemos encontrado un tumor cerebral. Concretamente se trata
de la familia de los “craneofaringiomas”, quizás por eso experimentó
tal desmayo.
Puse cara de póker: «no era un tumor, era ese estúpido demonio
seguro», pensé. Así que me quedé en silencio mientras el doctor
hablaba.
—Entiendo su miedo, pero créame que haremos todo lo posible por
sacarle de esta. Descanse bien y coja fuerzas; mañana le esperan más
pruebas para asegurarnos. Trate de descansar.
Los demás pacientes que lo habían oído empezaron a decirme «lo
siento», «te pondrás bien» y cosas por el estilo típicas del momento.
Mientras tanto, yo mantenía mi cara de póker y mi silencio.
Al caer la noche, después de la peor cena de mi vida, me bajé de la
cama. Miré por la ventana y estaba todo despejado. No se veía a nadie,
ya todos dormían, así que empecé a quitar las mantas de mi cama, las
cortinas que separaba un paciente de otro y empecé a atarlas.
Cuando ya tenía listo todas las mantas y cortinas de la sala
anudadas, até la esquina al radiador; parecía el objeto más anclado y
seguro. Tiré las mantas por la ventana y justo antes de bajar, recordé
que mis cosas seguían en el hospital; no podía irme sin recuperar mis
pertenencias.
Me puse a mirar por la ventana e investigar un poco más el
hospital, tenía que idear si era mejor salir por la puerta o bajar por la
ventana. «No me queda de otra, tendré que hacerlo a las malas…»
pensé mientras volvía a meterme por la ventana.
Pulsé muchas veces el botón de emergencias del telefonillo. A los
pocos segundos se escuchó una voz de la enfermera:
—¿Qué sucede?
—¡Enfermera, un paciente nos ha robado las mantas y se ha
escapado por la ventana de la habitación! —grité fingiendo—.
—¡¿Qué?! Vamos para allá —dijo la enfermera, y justo antes de
colgar se oyó como llamaba al guarda de turno—.
Rápidamente me escondí debajo de la cama de uno de los
pacientes. Abrieron la puerta bruscamente para ver qué había pasado.
La enfermera y el guarda de seguridad se quedaron atónitos cuando
entraron en la habitación. Todas las ventanas estaban sin cortinas, los
pacientes estaban sin mantas y con las bocas vendadas, como si fuese
un secuestro. El guarda corrió hacia la ventana para ver si podía ver
algo, pero al no ver nada, le gritó a la enfermera el «espera aquí» que
yo quería escuchar.
Salió por la puerta y rápidamente, mientras que ella destapaba la
boca a uno de los pacientes, cerré la puerta con sigilo.
—Muchas gracias, ese hombre es un desalmado —dijo la paciente
asustada—.
—¿Quién ha hecho esto? —preguntó la enfermera también
asustada—.
Y con un dedo tembloroso señalando a las espaldas de la enfermera
le dijo «Él…». Se giró bruscamente, se asustó al verme y balbuceó:
—Por favor, no me hagas daño…
—Tranquila —le dije a la enfermera con un tono sereno—. No voy
a hacerte daño, solo quiero que me digas donde están mis pertenencias.
—¿Pertenencias? Si te encontramos desnudo en el prado, no había
nada más…
—¿No había un bastón y un guante? ¿Ni mi ropa? —pregunté
nervioso—.
—En el registro pone que te encontraron desnudo, créame…
«Qué extraño… Igual siguen allí todas mis cosas, ¿o alguien me las
ha robado? No puedo perder la Dojigiri, es un regalo muy preciado de
ella… Pero entonces, si no tengo nada aquí debo escapar e ir a mi casa,
para al menos coger algo de ropa y dinero» pensé.
Agarré las mantas enredadas y decidí saltar por la ventana, y justo
cuando llegué al suelo, pude ver a lo lejos el guarda de seguridad
gritarme el clásico «alto». Así que corrí tan rápido como pude yendo
descalzo, hasta que finalmente lo perdí de vista.
Al estar ya fuera, pude ubicarme al fin, estaba en el Hospital
“Virgen de la Caridad”, que casualmente no estaba lejos de mi casa…
Mientras que la oscuridad de la noche me amparaba, fui
escondiéndome y callejeando para que nadie me viera y finalmente
llegué a mi casa. Como ya me había pasado antes, siempre dejo una
llave de la casa pegada tras una falsa pegatina que simula un viejo y
oxidado enchufe. Al entrar pulsé el interruptor de la luz, pero no
funcionaba, y con la claridad del portal, miré hacia abajo. Vi unos
sobres de facturas atrasadas y una carta de desahucio; no me
extrañaba, ya que estaba pasando la peor de mis rachas, y para colmo
me habían robado mis pertenencias incluyendo el sobre con el dinero
del trabajo de Nimbus.
En mi cuarto, tenía un pequeño baúl de emergencias, que tenía un
móvil de prepago, algo de dinero y un pequeño puñal llamado
“Mizuki” (un pequeño puñal forjado con el mismo acero que la
Dojigiri). Luego fui a mi armario, y me puse ropa cómoda. Como
siempre, mi “estilo” consistía en una gabardina de cuero, pantalones
ceñidos y camisa negra. Tenía sentido si quería ocultar la Dojigiri, o en
este caso la Mizuki y mis utensilios a plena luz del día; además
conjuntan muy bien con mi pelo blanco.
Acabé de cambiarme, me agaché a abrocharme los zapatos y al
levantarme, miré hacia el espejo de mi cuarto. Vi mi rostro cubierto
con la máscara de Omega, pero ésta vez estaba deteriorada, como si no
tuviese poder alguno. Así que antes de llegar si quiera a preguntarle,
empezó a caer sangre del espejo y miré detrás de mí… Una lagrima
cayó rápidamente por mi mejilla: mi madre, era mi madre. Me cortó la
respiración. Al mirarla bien, veía en su pálido rostro las mismas
marcas de caer por las escaleras, el moratón del golpe de mi padre.
Estaba muerta pero aun así, ahí estaba de pie.
No me salían las palabras. ¿Quién podría jugar con semejante
horror? Mientras observaba detrás de ella que todo empezaba a
sangrar, todo se emborronaba y en un acto reflejo, miré de nuevo a mi
mano izquierda, y volvía a estar cortada; seguía sangrando… nada
tenía sentido.
Mi madre abrió la boca y un chorro de sangre negra brotó de ella.
Sus ojos tenían un velo gris, sin mirada. Empecé a oír un sonido
familiar detrás de mí, pero no podía moverme del pánico. Entonces al
volverlo a oír lo recordé. Fueron… ¿Huesos romperse? ¡No, debía
estar confundido! La que tenía delante era mi madre, era imposible.
Sabía que no era ella, que era un demonio haciéndome perder el juicio.
Así que saqué mi Mizuki y me puse en posición de ataque. Mientras la
observaba alcé la voz.
—¿¡Quién demonios eres y qué haces poseyendo a mi madre?!
Mientras estaba en posición de combate y al ver que no
reaccionaba, me abalancé a atacarla. Pero me detuve cuando oí una
voz detrás de mí:
—¿Tu madre?
Me volví rápidamente y había un hombre en la puerta del salón…
—Mira tío yo solo he entrado porque la puerta estaba abierta y he
escuchado ruidos raros aquí.
Lo miré de arriba abajo mientras hiperventilaba. Se trataba de
“Lolo” mi vecino de al lado. Levanté la mano izquierda y le grité:
—¡Vete de aquí Lolo, esto es peligroso!
Me volví a girar y no había nada. Las paredes volvían a estar
normales, y tras quedarme con cara de póker de nuevo, recordé que si
señalé con mi mano izquierda a Lolo, es que la conservaba… «Qué
extraño», pensé.
Me tranquilicé y me volví a hablar con Lolo de nuevo, miré al
espejo del fondo del salón y vi una mujer desnuda y deforme, una
melena larga, morena y enmarañada le cubría su demacrado rostro.
Parpadeé y desapareció. Me puse muy nervioso y a sudar rápidamente
porque ya la había visto antes.
Lolo, que me observaba así de asustado, me dijo:
—¡Eh, tío! Tranquilízate. Ni que hubieras visto un fantasma. No sé
qué drogas te has metido hoy, pero será mejor que te deje tranquilo. Si
necesitas algo ya sabes dónde vivo.
Sin llegar a mirarlo si quiera impactado y con los dedos
temblorosos, me puse a hablar tartamudeando del miedo con Omega:
—Esa era… ¿Nimbus? Eso es imposible, yo mismo la maté.
¿Puede un demonio volver de la muerte después de ser cortado por la
Dojigiri, o es que acaso me estoy volviendo loco?
Pero Omega no me contestaba. Algo muy extraño estaba pasando.
«Debo volver a la “Correa de la Niebla”, tengo que recuperar mis
cosas y buscar respuestas…».
Sin Respuesta
Justo antes de salir de mi casa giré la cabeza y vi el cuadro de ella.
Me paré en seco y me quedé mirándola. «Jamás podré olvidarte, jamás
podré superar tu pérdida… Ojalá pudiese decirte lo mucho que te sigo
amando; renunciaría sin pestañear a mi vida por volverte a ver…»
pensé mientras caían lágrimas de mis ojos. Me sequé bruscamente con
el brazo, y tras un «debo continuar» salí del edificio.
Llamé un taxi, y al montarme me llevé una grata sorpresa: volvía a
ser el anterior taxista. Así que le pedí que me volviera a llevar a ese
condenado sitio.
Esta vez, el taxista me dejó en la puerta de la casa donde vivía
Nimbus. «Qué extraño… supongo que si la amenaza acabó, es normal
que ya no tenga miedo» pensé. No quiso cobrarme el viaje, a pesar de
que había varios kilómetros de vuelta. Se despidió con una agradable
sonrisa y se marchó con un «que tengas suerte, amigo». Me pareció
una actitud muy extraña, aunque me gustó el hecho de que no me
cobrase.
Miré al cielo. El tiempo era precioso; el cielo despejado, las nubes
blancas, las flores de colores, el prado verde y las preciosas casas a su
alrededor… «Un momento, ¿por qué ahora ninguna casa tiene
impactos de los rayos?» pensé. Me pareció extraño de nuevo. Todo era
muy confuso pero no tenía tiempo que perder. Salté al prado en busca
de mis cosas y empecé a dar vueltas con la mirada fija en el suelo, y
aunque estuve un buen rato buscando, no encontré nada…
—Omega, ayúdame. ¿Dónde están mis malditas cosas? —grité,
pero no obtuve respuesta—. Maldita sea Omega, déjate de tonterías,
esto es serio. No puedo perder la Dojigiri, es lo único que me queda de
ella… —mi tono cambió a tristeza—.
Al ver que no obtenía respuesta golpeé con furia el suelo, mientras
mis lágrimas caían y un enorme grito de desesperación salía de mi
garganta. Me recompuse un poco, me sequé las lágrimas y me di
cuenta de que estaba solo, otra vez.
Alcé la mirada, pero no veía nada, solo oscuridad; oscuridad
absoluta. Y a mis pies solo veía arena fina. Empecé a girarme en busca
de algo, y en un punto detrás de mí, había dos ojos en la lejanía. Eran
brillantes y rojos, ovalados como los de un gato en la noche. La arena
empezó a moverse hacia mí, y se fue formando un socavón a mis pies,
comenzando a tragarme: se volvieron arenas movedizas.
Recordando mis entrenamientos de juventud, sabía que en las
arenas movedizas es mejor no moverse y mantener la calma para no
hundirse más rápido. Así que tragué aire, y a pesar de que la escena era
asfixiante, ya empezaba a acostumbrarme a estos brotes: «¿será verdad
que tengo un tumor cerebral?» pensé mientras seguía hundiéndome.
«Esto no es real, esto es producto de mi imaginación. No puede ser
real si hace tres segundos estaba en un precioso prado. Debo luchar».
Se me ocurrió que lo único que tenía en todo mi alrededor eran
esos malditos ojos. Así que los miré fijamente:
—¡Eh, tú! ¿Te diviertes? ¡Sácame de aquí inmediatamente! —le
dije enfadado—.
—¿Por qué? Todo esto solo pasa en tu cabeza, ¿no? Sácate tú… —
dijo una voz que provenía de ellos—.
—No sé quién eres o qué, pero dime como salgo de estas pesadillas
que tengo. ¡¿Qué me está pasando?! —grité furioso—.
La arena ya cubría hasta mi cintura. Aquellos ojos no iban a
ayudarme, pero entendí una cosa: «Vale, si de verdad es mi cerebro, no
tengo más que concentrarme en que no es real». Cerré los ojos bien
fuerte e intenté olvidarme de todo; quise poner la mente en blanco.
Pero entonces empezaron a llegar de fondo unos ruidos que no dejaban
concentrarme. Oía susurros, palabras en mi cabeza como psicofonías
que me suspiraban al oído en un idioma extraño.
Volví a abrir los ojos. La arena ya cubría todo menos mis brazos y
mi cara. Alcé la vista y rodeaban el círculo de arena unas mujeres con
bata blanca. Cabellos negros cubrían sus rostros. Eran muchas, todas
llenas de magulladuras, cortes y sangre. Empezaron a gritar, como
cuando acopla un micrófono pegado a su altavoz, consiguiendo que
tuviese que taparme los oídos para no destrozármelos. La arena ya
estaba a punto de tragarme. Entonces una de ellas se descubrió el
rostro apartando su pelo con las manos. Al verla me quedé blanco, no
podía reaccionar. No sé qué cojones estaba pasando, pero en ese sueño
o lo que fuese, su rostro, era el de ella, la mujer a la que extraño tanto,
la mujer de la foto en mi casa, la mujer que me regaló la Dojigiri…
—¿Por qué me abandonaste? —dijo con voz fantasmal—.
—No eres real —le contesté enfurecido—.
—Si no soy real como dices… ¿Por qué te atormento tanto?
«Ya me he cansado de esto» pensé, mientras introducía las manos
en mi cintura. Entendí que, si era una ilusión provocada por mí, tenía
que salir de ella de la misma forma como se comprueba si una persona
está en coma. Tras forcejear con el hecho de estar atrapado y ya con la
arena al cuello, saqué la Mizuki, la giré como pude, y la apreté contra
mi estómago. No llegué a sentir dolor. Miré hacia arriba, casi a punto
de ser devorado por la arena y mientras perdía el conocimiento juraría
haberla visto de nuevo alejándose; «esa era Nimbus, ¿qué demonios?»
pensé antes de finalmente cerrar los ojos…
Me desperté de un respingo, hiperventilando y asustado. Miré a mi
alrededor y volvía a estar en el prado. Mi espada y mis cosas seguían
sin aparecer, así que decidí sentarme y recuperar el aliento. «¿Qué me
está pasando? ¿Me estoy volviendo loco?» pensé.
Me levanté y me dirigí a casa de Nimbus de nuevo. A simple vista
no parecía que hubiese nadie, así que salté la valla y llamé a la puerta.
Tras llamar varias veces no contestaba nadie, así que entré. Era difícil
encontrar el valor para entrar ahí. Todo estaba hecho trizas, las paredes
y el suelo tenían restos de sangre y arañazos, había mucha suciedad y
polvo.
Algo llamó mi atención: la puerta, la dichosa puerta donde miré por
ese agujero y vi a la pobre criatura que Nimbus tenía cautiva. La
intriga me corroía, así que volví a acercarme; pero esta vez no iba a
mirar, esta vez iba a entrar.
Tras dar varias patadas, finalmente, derribé la puerta y una
polvareda enorme impidió ver durante unos segundos lo que había
dentro. Empecé a mover los brazos para disipar el polvo, pero no había
nada; solo era una habitación vacía con varios trastos de trabajar el
huerto.
«De ninguna manera podría tener sentido, la casa vacía, todo
destrozado y descuidado. No ha pasado tanto tiempo, no se ha podido
acumular tanta suciedad: la última vez que estuve la casa estaba bien
cuidada, algo raro pasa aquí. Será mejor que investigue la casa entera»,
pensé.
Me dirigí al pasillo del fondo, el de las tres puertas, aquel que
recorrí la última vez que salí de aquella habitación, donde desperté
junto a la vieja. Miré adentro y la cama estaba destrozada, entré y pisé
un cuadro roto que llamó mi atención. Me agaché a cogerlo y la foto
era ¿mía? La saqué del cuadro, la miré por detrás y había un texto
pintado con sangre que decía:
“No estás loco, no puedo mostrarme aún: sigo estando débil.
Adéntrate más a ella, y tendré la fuerza de mostrarme ante ti…”
No entendí qué significaba eso en una foto mía. Seguí mirando. Vi
uno de los libros de la estantería tirado por el suelo y destrozado. Era
un libro sobre antiguas leyendas y brujería, pero dentro, todas las
páginas estaban en blanco. Seguí pasando las páginas y en la última
ponía:
“Búscame, la chica de blanco que en sueños ves, Nimbus no es. Yo
te salvaré, ya que no existe lo que ves…”
Todo parecía que giraba sobre mí, y aunque era extraño pensé:
«¿Se refiere a esa especie de “Nimbus” que veo en las visiones? ¿Y si
fuese así dónde la encuentro?».
Salí y fui hacia la habitación de enfrente. Se veía un baño a la
derecha antes de llegar bastante sucio y roñoso, pero no iba a encontrar
nada ahí. Junto a la puerta de ese baño había una vieja puerta de
madera: estaba astillada y con verdín en sus bordes. Al abrirla chirrió
fuertemente, pero no era lo único que sonó; rodaba algo por detrás. La
habitación estaba totalmente oscura, a excepción de la poca luz que
entraba por los agujeros de las paredes. Tenía una cama en el centro
que olía asquerosamente, con restos de heces y vómito en su sábana.
Había una pequeña estantería colgada justo arriba de la cama y otra
más grande a su derecha.
Cuando atravesé la puerta y entré, pude ver a la izquierda un
cuadro enorme y macabro con una silueta humanoide y “Cerbero”
detrás siguiéndolo. Vestía con traje de chaqueta gris y de su cuello
colgaban, atravesadas por una rama de árbol roja, tres cabezas de niños
muertos. El paisaje de detrás parecía un pueblo andaluz en llamas.
Miré hacia abajo consternado por el cuadro y vi un cuerpo sin
cabeza. No tenía sangre ni nada parecido; más bien parecía de mentira.
Me agaché a observarlo detalladamente y encontré en su pie derecho
una firma que decía: “MAZDA BODY TRECE”:
—¿Esto es de…? ¡Uf! Cada vez estoy más confundido…
Pasé del cuerpo y miré hacia la estantería: había algo que brillaba y
llamó mi atención. Se trataba de un anillo con el símbolo de la estrella
de David, el mismo que estaba dibujado en el suelo la noche del ritual.
Me aproximé a tocarlo, pero antes de hacerlo, empezaron a caerse
todos los libros de las estanterías y la temperatura descendió de golpe.
El cuerpo sin cabeza empezó a levantarse, pero ya empezaba a
acostumbrarme a ese tipo de escenarios, así que decidí cerrar los ojos y
agarrar el anillo con fuerza. Los mantuve cerrados unos segundos y la
calma volvió. Los abrí de nuevo y todo seguía igual salvo por una
cosa: dentro del cuadro se escuchaba el latir un corazón muy fuerte.
Mientras intentaba calmarme avancé hacia él. El corazón cada vez
sonaba más deprisa y el cuarto se iluminaba por el resplandor que
provocaba la mirada llameante de las tres cabezas de Cerbero. Sin
pensar demasiado e hipnotizado por su siniestro encanto, puse mi
mano sobre el cuadro, pero no paso nada. Me puse el anillo, lo volví a
tocar y esta vez se incendió. Mientras observaba el fuego consumir
lentamente la imagen. Debajo iba apareciendo otra; era del mismo
pueblo calcinado pero el señor de chaqueta y Cerbero ya no aparecían.
Empezó a arder toda la habitación de golpe. Volteé la mirada y
estaba todo en llamas; el cuerpo sin cabeza, la cama, todo. Di un salto
hacia afuera y cerré con un portazo. Esperé unos segundos pero no vi
salir humo por debajo, así que asimilé que era otra alucinación y decidí
nunca más entrar en ese cuarto:
—¡¿Pero qué demonios le pasa a ésta estúpida casa?! ¡¿Alguien
puede explicarme algo?!
Al salir de aquella dichosa habitación algo llamó mi atención; al
pisar se escuchó crujir el suelo. Levanté una vieja alfombra destrozada
y vi una entrada secreta. Al abrirla vi unas escaleras que se perdían en
la oscuridad. Respiré hondo y bajé.
Me iba perdiendo en la oscuridad. Cuando toqué con la punta de mi
pie derecho el suelo, se cerró de un portazo la trampilla, quedándome
en la más absoluta oscuridad…
En ese silencio tan grande, solo oía la respiración de una persona
que no era yo. Así que nervioso cogí mi móvil y encendí la linterna.
Era un pasillo de ladrillos antiguos con arañazos en las paredes. Se
trataba de… «¡Esta es la escena de mi primer sueño!», pensé alterado.
Mientras avanzaba con las piernas temblorosas, al final del largo
pasillo había una silueta sentada en la silla; en la silla donde estuve yo.
Me quedé helado. Podía ver que era una mujer con una bata blanca,
pelo largo negro que cubría su rostro. Parecía la clásica de las películas
de miedo orientales, pero no respondía a mi presencia y estaba atada
de pies y manos. De nuevo tragué saliva, puse a grabar el móvil y fui
hacia ella… Le toqué el brazo y no reaccionaba. Parecía estar en un
profundo sueño. «Creo que voy a hacer una estupidez», pensé mientras
soltaba el móvil y empezaba a desatarla.
Noté una presencia detrás de mí con un instinto asesino enorme.
—¡¿Qué demonios crees que haces?! —una voz fantasmagórica y
familiar sonó detrás de mí—.
«¿De qué me suena esa voz?» pensé. Cogí el móvil de nuevo y me
giré rápidamente.
—Tú… ¿Cómo es posible? —dije con la cara pálida del miedo—.
Era Nimbus “desatada”: la misma a la que corté en dos, la misma
que vi morir ante mis ojos. Estaba muy enfadada y sin dirigirme
palabra alguna, se abalanzó hacia mí, me cogió del cuello, me levantó
y empezó a asfixiarme. Notaba sus garras cortarme pero no sentía
dolor:
—¡Tú eres mi presa! —gritó con ira mientras apretaba cada vez
más fuerte—. ¡No permitiré que te acerques a mi receptáculo!
Escuché mientras perdía el aliento un fuerte impulso de una silla
arrastrarse, y la mujer que desaté agarró a Nimbus por detrás con un
“mata león” bastante bien ejecutado, como si supiera perfectamente
hacerlo:
—¡No permitiré que alguien más sufra por mi culpa! —gritó la
mujer de blanco mientras conseguía alejar a Nimbus de mí—.
Caí al suelo. Empecé a toser y a recuperar el aliento, pero cuando
alcé la vista, Nimbus no estaba. Ya no me encontraba en el pasillo.
Estaba sobre lo que parecía un lago infinito, no había nada a mi
alrededor salvo agua: pero no me sumergía ni mis pisadas dejaban la
onda circular que se produce al tocar el agua.
Una voz resonó en mi interior mientras me encogía, su voz me
producía un fuerte dolor de cabeza…
—No tengo mucho tiempo, así que presta atención ¡imbécil! Mi
verdadero nombre es “Edea”. Soy una cazarrecompensas que, como tú,
intentó detener a Nimbus. Cuando llegué era un espectro vagante pero
se apoderó de mi cuerpo mientras intentaba exorcizarla, la muy cerda.
—Pero no es posible —dije con tono alterado mientras me apretaba
la cabeza del dolor—. ¡Yo la vi morir, yo la maté!
—¡Préstame atención imbécil! Ella tiene ese poder. Te hizo creer
que la mataste, pero cuando pasó todo eso, ya te había inducido en un
sueño de nuevo, justo cuando se desató. ¿No recuerdas ladear la
cabeza como un perro extrañado con su amo? Pues, justo ahí entraste
en su sueño y, al estar transformada entonces, fue mucho más
profundo.
—Entonces ¿Todo lo que he vivido hasta ahora, las visiones, los
recuerdos, y todos los movimientos que he hecho, eran un sueño?
¿Eran parte de su hechizo? — dije mientras intentaba levantarme—.
—Ella no ha creado solo un sueño. Además se apodera de tus
miedos ocultos, de tus debilidades y las usa contra ti. Es como el
castigo eterno del infierno, condenado a repetir tus peores escenas,
pero desproporcionadas para que sean más aterradoras.
—Qué hija de… Y tú... ¿Cómo es posible que puedas hablarme
dentro de su sueño creado?
—He conseguido tener algo de poder sobre su posesión hacia mí,
gracias a que me has desatado de la silla. Al fin y al cabo, este es mi
cuerpo. Pero no es momento para pensar en eso idiota. Estoy a punto
de perder el control de nuevo, ella es muy fuerte. Para salir del sueño
debes pensar con fuerza en tu yo interior. Debes creer firmemente que
esto es un sueño y llegar a hacer que tu cuerpo exterior se autolesione,
para que el hechizo se rompa. La manera más fácil de conseguirlo es…
Dejé de oír su voz, el dolor de cabeza cesó y empecé a sumergirme
en el agua.
Despertar
Cuando finalmente me hundí, empecé desesperado a mirar a los
alrededores. Me encontraba en medio de un vasto océano vacío, como
caer en depresión y no ver más allá de ninguna manera… Pero ya sabía
que era un sueño, solo tenía que concentrarme y seguir pensando que
aquello no era real.
Empezaba a faltarme el oxígeno, pero tenía los ojos cerrados. Me
concentraba fuertemente en mi pensamiento y al conseguir relajarme,
empecé a respirar. Abrí los ojos y seguía dentro del agua:
—Bien, funciona. Ahora debo concentrarme en que tengo que
mover mi cuerpo real. Debo conseguir hacerme daño como sea —dije
mientras adquiría una pose de meditación—.
Estuve un rato intentando concentrarme, pero era imposible. El
sonido del vacío de la profundidad del agua me traían a la cabeza
tantos recuerdos malos, incluidos los que me había creado el sueño de
Nimbus. Así que decidí abrir los ojos para intentar buscar algo, pero al
abrirlos ya no estaba rodeado de agua, estaba sentado en aquella silla;
y esta vez no estaba atado, ya no estábamos en el pasillo, sino en el
prado donde en el sueño peleamos. Nimbus una vez más, volvía a estar
delante de mí
Tenía agarrada con unos grilletes a Edea, y estaba impoluta. Me
pareció bastante extraño que no tuviese ningún rasguño, que Nimbus
no le hubiese hecho nada a pesar de que me había dicho el secreto para
salir de aquella pesadilla y que era una amenaza para ella. Pero, aun
así, nada, ni un solo arañazo… Entonces lo comprendí: si me hago
daño en la vida real, mi cuerpo se deshará del hechizo, pero, si yo le
hago daño a Edea, puede que la conexión con Nimbus se desestabilice,
y pueda romper igualmente el sueño…
—Todo lo que pasa por tu cabeza puedo saberlo, estás en mi sueño,
humano… —dijo Nimbus mientras sonreía irónicamente—.
—Entonces… Solo tengo que dejarme llevar sin pensar, ¿no? —
dije mientras yo también le sonreí con ironía—.
Me acerqué hacia ella, intenté poner la mente en blanco, pero mi
subconsciente ya sabía que mi intención era golpear a Edea. Así que,
en un segundo, Nimbus creó un muro de piedra que la rodeaba
haciéndola impenetrable. Me detuve. Era imposible no pensar; así que
tenía que hacer movimientos sin pensar en ellos, aunque no sabía
cómo, hasta que se me ocurrió una idea: «Voy a cantar mientras hago
cosas aleatorias sin pensar, y que la suerte decida».
Empecé a golpear mi pierna a compás de cuatro por cuatro, y
tarareando mi canción favorita, «Highway to hell de AC/DC», empecé
a correr alrededor de Nimbus mientras cantaba. Ella incluso se reía
mientras me decía:
—Esto no te servirá de nada salvo para hacer el ridículo.
No quería pensar, no iba a permitir que sus comentarios me
parasen. Cogí piedras y palos del suelo, y empecé a lanzarlos al aire
para no saber dónde caerían. En un momento en el que tiré varios a la
vez, Nimbus miró hacia el cielo, y sin pensar, lancé la Mizuki en
dirección a la zona hueca por encima del muro que protegía a Edea. Y
seguí arrojando cosas.
Nimbus se enfadaba cada vez más, y mientras esquivaba los
objetos que caían del cielo, acabó congelando el tiempo:
—Esto me mosquea, será mejor que cambiemos de entorno. —Dijo
mientras chasqueaba los dedos—.
Todo desapareció menos nosotros tres. Mientras, del suelo iba
apareciendo poco a poco, a modo de píxeles gigantes, cuadrados en el
terreno que se iban transformando en lo que parecía una playa.
Durante ese momento y tras ver que mi táctica fue totalmente inútil,
llamé a Omega:
—Omega por favor, te necesito, ¡contéstame! Si no quieres
salvarme lo entiendo, pero por favor, golpea a Edea. —Dije
desesperado y sin obtener respuesta alguna—.
—No te va a responder —dijo mientras reía—, él no existe en este
sueño. No soy tonta, no iba a dejar entrar a algo tan poderoso. Y cómo
ya sabes que estás en mi sueño te lo diré: él está fuera totalmente
anulado, no tiene dónde proyectarse para ayudarte, y tampoco puede
abandonar tu cuerpo por lo que se ve, así que no te molestes —dijo
Nimbus, mientras reía aún más fuerte—.
La única ventaja que tenía era que Edea estaba de mi parte, si no,
nunca hubiese salido de esa pesadilla. Ella entendió mi plan y usó la
poca fuerza que le quedaba; controló el sueño lo justo para que la
Mizuki llegara hasta Edea… Al fin y al cabo, ella también era Nimbus,
era su cuerpo y algo de poder tenía.
Estábamos en una playa. Miré a la cara a Nimbus, y ella dejó de
reírse. Su mirada cambió y su rostro se quedó congelado durante unos
segundos. Un desgarrador grito de dolor salió de su boca. Se giró
rápidamente, ella sabía que algo así no podía hacerlo yo y bajó la
muralla que protegía a Edea:
—¡¿Qué demonios has hecho?! —gritó Nimbus con rabia mientras
miraba a Edea, que tenía la Mizuki clavada en el hombro.
—Dulces sueños estúpida—dijo Edea sonriendo mientras se
desvanecía por el dolor—.
Empecé a tener mareo, y las imágenes que veía cambiaban, como
si cambiara los canales de un televisor. Veía a Nimbus gritar.
Aproveché el momento, y corrí hacia Edea como pude, saqué la
Mizuki de su hombro y se la lancé a Nimbus atravesando su cabeza.
Miré hacia Edea mientras me caía de rodillas por el trastorno que tenía
en mi mente…
—No sé cómo darte las gracias… —Le dije sonriendo.
—¿Qué dices imbécil? Ahora es cuando te toca a ti salvarme a mí
—dijo Edea mientras me levantaba el dedo a modo de peineta—.
Noté mi espalda y el cuello doloridos. Abrí los ojos, y estaba frente
a Nimbus, pero esta vez ella estaba en el suelo de rodillas. Miré
rápidamente a mi alrededor; estaba en aquel pasillo oscuro de nuevo,
en la escena donde empezó todo, en aquella silla, con mis brazos
amarrados con cuerdas… «¡Espera!, sí siento dolor. ¡Estoy fuera!»
pensé.
Nimbus empezó a levantarse mientras se llevaba la mano al
hombro. Tenía un corte que sangraba de color verde y gruñía
desquiciada.
—¡Omega, respóndeme! —grité desesperado—.
—¡AL FIN! —respondió Omega mientras que un aura negra y
verde esmeralda empezaba a manar de mi cuerpo—. Nunca creí que
diría esto, pero, me alegro de verte Gabriel; al final parece que los
tienes bien puestos. Ahora que se prepare, voy a poseerte yo. Déjame a
esa lagartija “desatada” a mí…
Estaba demasiado agotado y furioso como para decir que no, así
que me dejé llevar… y por primera vez en mi vida, confié en él.
Mis ojos cambiaron a un color dorado, en mi iris se dibujaba la
estrella de David. Una fuerza que nunca había sentido se apoderó de
mí. Omega empezó a mover mi cuerpo, levantó mi brazo deshaciendo
las cuerdas como si éstas fuesen de algodón. Puso mi mano derecha en
mi cara, colocándose una máscara que salió de la nada y un fuego de
color negro y verde esmeralda empezó a manar de ella. Miró a
Nimbus:
—Tú no eres humano —dijo Nimbus fascinada y aterrada al mismo
tiempo—.
—Bailemos —dijo Omega a través de la voz de mi cuerpo mientras
se regeneraba mi mano izquierda—.
Salió disparado hacia ella, la agarró de la cabeza, y atravesó la casa
rompiendo muro tras muro como si fuesen de cartón hasta llegar al
prado. Parecía que volara, pero solo fue un simple salto para él.
Al aterrizar soltó a Nimbus haciendo que rodara varios metros.
—¡Espera! Ahí dentro está Edea —dije a Omega—.
—¿Edea? —preguntó Omega extrañado—.
—Si, es la cazarrecompensas que envió antes que a nosotros la
mujer que nos contrató. Sigue dentro, atrapada; intenta no matarla,
tenemos que salvarla.
—Entonces es una posesión. Puedo exorcizarla, pero antes tengo
que debilitarla. La Nimbus ésta es poderosa, y aunque a mí no me
afecte su mierda de sueño, eso que tiene por manos parece afilado.
Nimbus se levantó gritando como una loca, desgarró su espalda y
dejó salir unas alas horrendas. Alzó sus garras y empezó a planear
hacia nosotros:
—Voy a exterminarte. No me asustan tus truquitos de máscaras con
fueguecitos.
El poder de Omega hizo que la espada Dojigiri volara hasta mi
mano, y al atraparla, con un gesto defensivo, bloqueó las garras de
Nimbus justo antes de que llegase a destrozarnos:
—Parece que no te enteras ¿eh, Nimbus? Yo no soy Gabriel, soy
Ente Omega, el desterrado, y este “piltrafilla” es mi habitáculo. Y ya
va siendo hora de que aceptes tu error de provocarnos, y desaparecer
de una vez de este mundo —dijo Omega con un tono enfadado—.
Nimbus se alejó de un gran salto, alzó sus manos y el tiempo
empezó a cambiar drásticamente. Una niebla densa y espesa empezó a
manar rápidamente y a cubrir todo en segundos; y un sonido de tronar
de rayos empezó a mezclarse de nuevo con el de huesos romperse. Se
esfumó entre la niebla mientras gritaba:
—¡Padecerás una muerte horrible por subestimar mi poder,
estúpido demonio de mierda! —gritó Nimbus desde algún lugar donde
no podíamos verla—.
—“Tche”, eres tú quien no se entera, ¿qué sabrá una diabla de
pacotilla lo que es subestimar? —dijo Omega mientras soltaba una
pequeña risa— voy a enseñarte lo que es una embestida, igual
aprendes algo antes de morir.
Omega inclinó mi pie derecho hacia atrás, como si fuese a coger
carrerilla, y metió un impulso tan rápido, que atravesó la niebla y
disipó todo el recorrido, pero como no podía verla falló. Frenó,
derrapando algunos segundos por la velocidad. Nimbus empezó a reír:
—No cabe duda… Impresionante zancada, pero inútil si no puedes
verme. Además, no sólo hago niebla. ¡Comeos esto!
Ella gritó fuerte, y una luz enorme apareció sobre mí. Nos golpeó
un poderoso rayo que nos dejó en el suelo del impacto, echando humo.
Todo pasó muy deprisa y no nos dio tiempo a reaccionar, sobre todo
porque no sabíamos qué era:
—Eso ha dolido —dijo Omega con la intención de que Nimbus
escuchase—, debo tener cuidado. Si nos da uno más de esos,
moriremos otra vez.
—¡Entonces, voy a fulminaros! —gritó Nimbus—.
Omega volvió a colocar el pie detrás, y volvió a hacer una zancada
super rápida. Pero esta vez, empezó a dar vueltas tan rápido, que la
niebla alrededor empezó a disiparse. Aun así, no podíamos verla:
—«Escúchame Gabriel, sé que el cuerpo es tuyo y quien sufre el
dolor eres tú. Por eso voy a pedirte que aguantes otro rayo, así esta vez
podré derrotarla al saber dónde está» —dijo Omega en mi cabeza.
—«Me duele bastante, no sé cuánto aguantará mi cuerpo hasta
desmayarme; pero si es la única forma de salvar a Edea, trataré de
mantenerme consciente…» —le contesté con un tono cansado—.
Omega dejó de girar. Parecía convencido de lo que estaba pasando
y de que sólo debía soportar otro rayo más. Su aura de fuego se puso
más grande, como si se hubiese cargado de un mayor poder…
—¡Aquí estoy Maldita, ven a por mí! —gritó Omega mientras
portaba la Dojigiri alzada.
Volvió a escucharse a Nimbus gritar y rápidamente se formó de
nuevo, entre la niebla que cubría nuestras cabezas, un círculo de luz
intenso.
Esta vez, justo antes de caer el rayo, Omega lanzo la espada al
centro de la luz, y atravesando el rayo la Dojigiri, consiguió desviarlo
lo suficiente, aunque igualmente impactó sobre nosotros parte de él.
Grité de dolor, caí al suelo con la mirada borrosa. La máscara
estaba quebrada, las auras se apagaron, mi cuerpo ya no podía sostener
el inmenso poder de Omega, pero justo antes de desmayarme, vi caer
delante de mí a Nimbus con la Dojigiri clavada en el pecho,
agonizando de dolor.
—«¡Gabriel, no puedes abandonar ahora, el exorcismo hay que
hacerlo en este momento o ella morirá junto a Nimbus! ¡Gabriel
aguanta!» —gritaba Omega en mi cabeza—.
Se me iba la vista y venía, y pasaban ante mis ojos imágenes, como
en los últimos instantes de vida de una persona. Pero en esos
fotogramas alternaban realmente sólo los rostros de Nimbus y Edea, la
mujer que Nimbus poseyó como su carcasa; esa mujer preciosa que
tocó mi corazón y agitó mis emociones antes de llegar a querer
matarme. «Debo aguantar, tengo que salvarla» pensé, mientras empecé
a arrastrarme hacia ella.
Mientras me arrastraba, vi como Nimbus empezaba a escupir
sangre y a perder el aliento. Se me iba de las manos la oportunidad de
salvarla…
—Omega, aunque me cueste la vida, necesito que manejes mi
cuerpo de nuevo, necesito que la salves —le dije con voz cansada pero
decidida—.
—Eres subnormal, pero, tengo que reconocer que nunca te he visto
más entregado por alguien… Está bien… —dijo Omega con voz
serena—.
Empezaron a salir llamas de mi cuerpo de color negro. Mi brazo se
movió solo y una vez más me cubrió el rostro una máscara, pero estaba
rota. Me puse en pie y me dirigí a Nimbus…
—Edea, por el deseo de Gabriel de León, voy a sacarte del infierno
que habitas en los confines de este demonio llamada Nimbus —
pronunció Omega a través de mí, mientras de un fuerte impacto
atravesó el pecho de Nimbus, extrajo su corazón y lo arrastró hacia
afuera con fuerza.
Como si de magia se tratase, el cuerpo de Edea salió del corazón.
Estaba completo y sus heridas parecían curarse rápidamente al salir del
dominio de Nimbus.
La máscara se rompió y cayó al suelo desapareciendo en el acto.
Mi cuerpo no daba más de sí, y con un torpe intento de aguantarme de
pie con mi pierna derecha, fui cayendo al suelo hasta chocar con un
cálido abrazo.
—Edea, ¿estás bien? —dije sin apenas fuerzas, mientras veía que
Edea evitaba mi caída con sus brazos—.
—Serás imbécil, ¿no podías salvarme sin hacerte daño verdad? —
dijo Edea con ternura—.
—«Gracias por todo, Omega. En verdad no eres mal tipo» —le dije
desde lo más profundo de mis pensamientos, pero ya no pude escuchar
su respuesta…
Fui cerrando los ojos lentamente mientras oía a Edea llamarme por
mi nombre y repetirlo varias veces. Su voz sonaba alterada,
preocupada… pero ya no podía más. Finalmente, cerré los ojos del
todo y volví a morir…
Edea me cogió en brazos y caminó desesperada hacia la carretera
de la entrada de aquel paraje infernal. El estruendo de los rayos y el
fuego provocado por sus impactos hizo que, por suerte, las autoridades
acudieran a la zona. Al ver las sirenas, me dejó en el suelo, y comenzó
a pedir auxilio mientras empezaba a llover con fuerza…
Edea
Abrí los ojos, y de nuevo estaba en ese vacío, como un océano
infinito que cubría todo a la vista. De nuevo volvía a no sentir mi
cuerpo; a sentir esa paz existencial, como si nada importara. Pero ya
había vivido eso antes:
—¿Menuda hazaña eh? —dijo Omega con un tono amigable—.
—Si, hemos acabado mal, pero al menos la salvamos…
—Hay que ver de lo que es capaz el hombre por una mujer.
—Ni siquiera sé por qué me he puesto así por ella; supongo que
empaticé demasiado, porque sé lo que es tener un demonio adentro.
Claro que ella al contrario de nosotros, estaba forzada y no era justo…
Guardamos silencio un rato. Pensé en mi mano izquierda:
—Omega, perdí mi mano, pero cuando dominaste mi cuerpo volvió
a crecer, ¿tienes ese poder?
—Si, tengo varias formas. En realidad tampoco tuve que
esforzarme demasiado. El problema es que tu cuerpo endeble me
limita bastante, debería haber hecho énfasis en eso y entrenarte…
—Parece ser que al final se podría decir que soy afortunado de
tenerte… Aunque, bueno, ya no importa. Estoy muerto…
—Algo me dice que no vas a morir. No sé, es una corazonada que
tengo.
Mientras conversábamos, sentí un fortísimo dolor:
—¡Auch! Creía que en el vacío no podía sentir dolor… —dije
mientras me apretaba fuertemente el pecho—.
Cerré los ojos y empecé a escuchar sonidos de gente muy alterada,
ruedas moverse y oí decir: «¡Tenemos pulso, traigan rápidamente el
equipo de respiración artificial!», justo antes de dejar de oír nada más.
Un rayo de sol cálido daba en mi cara desde la ventana cuando
empecé a abrir lentamente los ojos. Estaba en una camilla de hospital,
conectado a varias máquinas. Tenía todo el cuerpo vendado y Edea
dormía sobre la cama.
—¡Eh! —dije con dificultad mientras movía lentamente mi mano
sobre la suya—.
—¡Estás despierto! —dijo ilusionada—, ¡me has tenido preocupada
estúpido! —mientras me arreó un puñetazo en el pecho—.
—¡Auch! ¿Estás loca? —le dije enfadado—.
—No vuelvas a hacer que me tenga que preocupar tanto… ¡Idiota!
— replicó sonando bastante más entrañable—.
—Si prometes no volver a pegarme mientras estoy herido —le
contesté mientras me reía con dificultad—. Por cierto, gracias por
salvarme la vida.
Ella se levantó sin decir nada, se dio la vuelta y se oyó un pequeño
“SNIF” mientras se llevaba la manga a los ojos…
—No. Gracias a ti por sacarme de ese infierno… te debo la vida —
dijo, mientras no podía evitar emocionarse—.
Se giró de nuevo hacia mí y al verla colorada y con los ojos
brillosos, desbordados por las lágrimas, mi corazón se estremeció:
«¿qué es esto que siento?», pensé:
—Eso es lo que conocemos en el inframundo como decadencia
humana, o como lo llamáis vosotros, amor —dijo Omega en mi cabeza
mientras reía—.
Al escucharlo me puse tan morado que Edea al verme se asustó y
salió corriendo por el pasillo gritando ayuda. La pobre pensaba que me
estaba dando algo de nuevo:
—Esta chica, parece que esté loca, y es muy malhablada; pero en
su locura, reluce ternura. Seguro que cae. ¡Se acabó la virginidad! —
dije confiado, mientras Omega se tronchaba de la risa—.
Dos meses después.
Me volví a reunir con la señora que nos contrató, y esta se alegró
tanto de recuperar su casa, que me dio una propina extra. Le conté todo
lo que había pasado de una manera entendible para los no creyentes,
pero igualmente ella mostró su miedo. Por ello acabó poniendo la casa
de Nimbus finalmente a mi nombre. Y no volví a verla hasta mucho
tiempo después.
Volví a encontrarme con Edea y le propuse, siendo
cazarrecompensas como yo, que se uniese a mi pequeño clan
paranormal. Tras largo tiempo intentando convencerla, un montón de
puñetazos y rechazarme infinidad de veces a la propuesta de trabajo
tanto como la de casarse conmigo, al final, accedió a unirse a mí como
cazarrecompensas, y pasó a convertirse, en la segunda “Cazadora de
Leyendas Urbanas…”. En mi esposa ni hablar… Y es una pena, pero,
ya caerá…
Estábamos en la oficina comiendo pizza…
—Oye dame un trozo de la tuya —dijo Edea con su pizza ya
terminada—.
—Y una porra, no pienso compartir la pizza —dije molesto—, por
ahí sí que no paso.
Mientras forcejeábamos luchando por el último trozo, alguien entró
por la puerta de un gran portazo, pero esta vez, por increíble que
parezca, no se cayó el cartel de la puerta. En el instante del susto cogí
la Dojigiri que tenía apoyada en el lateral de mi escritorio y me puse
en guardia. Edea igualmente puso sus manos en su arma.
Al ver quien era nos calmamos. Era “El Negro”, el dueño del
discopub donde trabajé para pagar mi negocio…
—¡Gabriel! ¡Edea! Ha pasado algo horrible —gritó desesperado
mientras hiperventilaba—.
—¿Qué demonios pasa, Jack?
—¡El hospital abandonado que me contaste! ¡El de tus amigos que
enterraste! He pasado por allí y lo habían derribado entero y no solo
eso. Hay una persona que va cada noche allí y se la pasa en el centro
de la explanada esperándote.
—¿Esperándome? ¿A mí? ¿Cómo sabes eso? —pregunté extrañado
mientras volvía a sentarme—.
—El tonto de Félix, en una de sus borracheras se acercó a él, y me
contó que las únicas palabras que le oyó decir fueron las de «¿Dónde
está Gabriel de León?». Que sepamos, amigo, en el pueblo de San
Javier no hay otro con un nombre tan estrafalario.
—Félix es un borracho que frecuenta tu bar todos los días, ¿cómo
quieres que le crea?
—Félix me llamó del hospital… Pobre Félix… Por lo visto
después de hablar con él empezó a caérsele las uñas enteras, se le
gangrenaron los pies, las manos y se le ha caído el pelo. Los médicos
no tienen ni idea de qué le pasa, parece obra como de una maldición o
algo… —dijo Jack con tono muy apagado, casi llorando—.
Guardé silencio, me levanté y puse la Dojigiri en mi cinturón. Abrí
la caja fuerte, cogí un par de cosas y mientras colgaba mi chaqueta
sobre mi hombro antes de salir, puse mi mano sobre el hombro de Jack
en señal de apoyo y le dije a Edea:
—¡Vamos!
“Cuando la desesperación desborda y aflora por los poros de la
piel, la oscuridad del corazón mana de ella, de una manera tan fuerte
que no hay luz que la elimine…”
La Plaga
En el hospital…
Acudimos lo más rápido que pudimos, con el pulso acelerado, el
corazón en el puño y un sentimiento de culpa terrible.
Al llegar mandé a Edea a urgencias para que la trataran. Jack y yo
corrimos hacia la habitación como locos. Subimos por las escaleras,
atravesando entre la gente del hospital y al llegar lo vimos… Estaba
débil, su rostro era terrible; su piel estaba destrozada, su pelo esparcido
por la almohada y su cara en carne viva. Parecía un cadáver que
llevara meses en descomposición…
—¡Félix! —dije consternado mientras me acercaba a su cama—.
Levantó torpemente su mirada hacia nosotros. Empezó a toser y
como las lágrimas que me caían a mí al verlo, le corrían hilos de
sangre que salían de su boca:
—¿Qué tal chavales? —dijo con dificultad mientras le faltaba el
aire—.
—Félix, juro por mi vida, que te vengaré de quien te ha hecho esto.
No voy a perdonarme jamás por lo que te ha pasado, es todo culpa
mía… ¡Lo siento tanto!
—Gabriel. Jack. Parece ser que mis borracheras junto a vosotros se
acabaron. No voy a salir de ésta. Prometedme que la cogeréis gorda en
mi honor.
—No hables así. Vas a salir de ésta, volveremos a la tasca a
emborracharnos como antes —le dije mientras me bebía las lágrimas
—.
—Te pondrás bien, ya lo verás —dijo Jack sin poder contener
tampoco sus lágrimas—.
—Chicos, parece que voy a ir donde no sirve el carné de identidad.
Os estaré esperando donde quiera que vaya, y brindaremos juntos de
nuevo…
La luz de sus ojos se apagó por completo, su brazo cayó sobre el
borde de la cama y murió. Jack y yo nos desplomamos, y con un fuerte
grito de rabia caí de rodillas al suelo junto al brazo de Félix, mientras
que Jack se apoyaba de cara a la pared para ocultar su llanto. Cerré los
ojos y le hablé a Omega…
—Omega. ¿No podemos salvarlo de alguna manera?
—Es muy difícil eliminar una maldición tan poderosa. Ese
demonio que lo posee tiene poderes tan horribles y desastrosos para los
humanos, que no puedo hacer nada, ya no.
—Entonces, ¿Edea correrá la misma suerte?
—A ella no le ha dado tan de lleno como a Félix; aún estaríamos a
tiempo.
—¿Cómo podemos romper la maldición?
—Solo hay dos formas; una es provocar que el demonio se
“desate” y acabar con él, como hicimos con Nimbus. La otra es rezar
porque Edea sea lo bastante fuerte como para liberarse de la maldición
por ella misma, pero eso es casi imposible. Requiere de una templanza
emocional y fuerza sobre su mente espectacular, y reconozcamos que
Edea no da el perfil…
—Es muy fuerte y peligroso; matarlo será toda una hazaña. Edea
correrá la misma suerte que el pobre de Félix si no hacemos nada.
Me levanté del suelo, sequé mis lágrimas y mientras veía a Jack
llorar sobre la pared, y a las enfermeras entrar alarmadas para ver qué
pasaba, abandoné la habitación y fui en busca de Edea.
Llegué a urgencias. Tenía una marca en su mano izquierda. Era
como si fuera putrefacción, como si tierra negra recorriera sus venas:
—¿Estás bien? —le pregunté a Edea preocupado—.
—No me duele, solo es molesto. El médico dice que de momento
me vaya y que observe si va a peor, así que deja de preocuparte idiota.
—mintió torpemente para evitar preocuparme—.
—¡Ese estúpido! ¡Qué tirria le estoy cogiendo! Te prometo que voy
a librarte de esa maldición aunque me cueste la vida.
—No te pongas tan melodramático, que no te pega idiota. —dijo
mientras reía—.
Subimos a despedirnos de Jack. Al llegar a la habitación él estaba
sentado en el butacón de los familiares; dado que Félix era huérfano,
solo nosotros estábamos allí. El cuerpo ya no estaba, las limpiadoras
estaban limpiando y cambiando la ropa de cama y el aura siniestra que
había en el cuarto desapareció por completo.
—Voy a cargar con los gastos y voy a incinerarlo; guardaré las
cenizas bajo la losa y su taburete dónde se sentaba en la barra del bar.
¿Te parece bien Gabriel?
—Es lo que él desearía, seguro… Vivió una vida muy dura, pero
vivió como él quiso; era un buen hombre, un buen colega y le
encantaba estar allí. No se merece menos.
—Yo no llegué a conocerlo —dijo Edea—, pero si habláis así de él,
seguro que fue un gran tipo.
—Con él nunca nos faltó de nada, nadie lo creyó en su día. Sólo
Jack le dio cobijo. Algún día te contaré su historia, pero ahora tenemos
cosas que hacer.
Esa noche despedimos a Félix en el bar alzando nuestras cervezas
en su honor, levantamos la losa de debajo de su taburete habitual,
pusimos su urna junto a una cerveza y una foto de todos juntos. Fue
duro y emotivo, pero me dio fuerzas para seguir con mi venganza.
Doce horas antes…
Era de noche cuando llegamos a aquel solar vacío, donde antaño se
encontraba el hospital abandonado que cambió tanto mi vida. Llovía a
mares, hacía frío y costaba ver en la lejanía. Sin embargo, allí estaba,
en el centro de la explanada: solo y sin moverse. Su presencia era
tenebrosa, podía sentir el mismo miedo que sentí aquel día cuando
abrimos el portal.
Caminamos hacia él y a unos cinco metros nos detuvimos. Se giró
rápidamente y de repente el agua de la lluvia se detuvo como si se
hubiera congelado el tiempo:
—Vaya, vaya, veo que al final mi pequeño mensaje ha dado sus
frutos —dijo de una forma irónica—.
—¿Quién eres? ¿Por qué me buscas?
—¿Quién soy? Vaya, que decepción. Pensaba que lo sabrías
teniendo en cuenta el estado en que he dejado a tu pobre y triste colega
—dijo mientras alzaba su mano para bajar su sombrero—. Quizá tu
pequeño amigo dentro de ti sepa quién soy…
—¡Gabriel! ¡Aléjate! ¡Ya! —gritó Omega con un tono desesperado
—.
Salté hacia atrás mientras colocaba la mano sobre la Dojigiri. Edea
que estaba detrás de mí, y viéndome alertado se puso en guardia:
—Oh, por favor, eso no es necesario, hoy no vengo a mataros, solo
vengo a contemplar al hijo pródigo que, siendo solo un niño, pudo
acabar abriendo el portal más poderoso de todos —. Por cierto, no sé si
te lo habrá dicho ya tu juguetito… Me llamo Alfael. Encantado.
Espero que pronto podamos jugar como lo solía hacer con tu padre.
—¿Mi padre? ¿Está vivo?
—¡Ups!, puede ser que me haya ido de la lengua, jajajaja
(carcajeó). No te preocupes bichejo, todo a su tiempo. Ahora veamos
de qué estás hecho, aunque sea un ratito solo.
Las gotas de lluvia que flotaban en el aire comenzaron a caer de
nuevo, pero esta vez no era agua, era sangre. Costaba ver más aún,
escocía en los ojos, y en un parpadeo, dejó de estar delante de mí:
—¡Arriba Gabriel! —gritó Omega en mi interior—.
Desenvainé la espada y la puse en horizontal sobre mi cabeza para
protegerme. Miré como pude hacia arriba y venía hacia mí a una
velocidad increíble. Había dado un salto tremendo. Golpeó su brazo
contra mi espada, pero se sintió y escuchó como si fuese metálico.
Agarré la parte de atrás de la hoja con mi brazo derecho, tenía una
fuerza abrumadora. Aguanté como pude, pero finalmente su fuerza
hizo bajar mis rodillas hasta el suelo. Dio un gran salto hacia atrás
impulsado en mi espada y se volvió a poner en guardia. La sangre cada
vez era más densa, y el suelo parecía ya un lago carmesí:
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡¿Por qué combatimos?!
—¡Oh, vamos! No me cortes el rollo…
No podía apenas ver por la sangre. Me golpeó cogiendo gran
impulso con su rodilla en mi estómago, dejándome sin respiración y
mandándome a volar dos o tres metros rodando por el suelo
ensangrentado.
Caminó hacia mí lentamente mientras decía:
—Parece que te he sobrevalorado, tampoco pareces para tanto. ¿Un
poco de lluvia sanguinolenta te incomoda? ¿Es eso?
Estaba en el suelo casi sin apenas poder respirar, y vi como
desaparecía de nuevo. “Mierda, otro salto; no voy a poder pararlo”.
Justo cuando iba a caer sobre mí con sus brazos cruzados, Edea lanzó
su daga y pudo desviarlo lo suficiente para que la mayor parte del
ataque impactara en el suelo.
—Oh, ni siquiera me acordaba de ti y has evitado que lo mate, que
interesante… —dijo, mientras observaba nuestras caras mirándonos
preocupados—. ¡Ahm! ya entiendo… el amor — dijo riéndose a
carcajadas —. Menudo vínculo más horrible, os compadezco. De
hecho, voy a ser benevolente por una vez en mi vida y os libraré de tal
efímera emoción.
Dio una zancada tan rápida que casi no pudimos verlo, tratando de
golpearla en el corazón. Edea intentó hacer una finta hacia atrás, pero
finalmente Alfael tocó la mano de Edea, que lo sintió como si la
hubiesen mordido, y empezó a invadirle un terrible dolor.
—¡¿Qué me has hecho?! —gritó Edea mientras se la cubría con la
otra mano—.
—Es como yo digo, la especialidad de la casa: “La Plaga”. Has
tenido suerte de poder esquivar el golpe en el pecho. Hubiese sido más
letal, pero bueno, mejor. Así tardarás más en morir y sufrirás más.
¡Qué divertido! ¡Jajajaja!
Mientras se reía, se giró rápidamente y vio como dos dedos de su
mano salían volando por el aire.
—¡No me ignores imbécil! —le dije mientras veía su cara de
asombro al verme con la máscara de Omega puesta—.
—Oh… Parece que hemos enfadado al bichejo, muy bien. Te has
ganado un premio, aunque sea de consolación.
Se quitó la chaqueta. Sus antebrazos tenían como hojas de acero
por detrás que parecían espadas. Empezó a estremecerse y a mutar de
forma extraña. Su cuerpo empezó a crujir, sus huesos parecían
romperse, me recordó a Nimbus. Se abrieron dos agujeros en su
abdomen, y de ellos salieron dos especies de gusanos enormes, como
si tuviera parásitos o lombrices gigantes adentro. Sonriéndome me
dijo:
—Si eliges la venganza te haré una pequeña demostración del
camino que te espera, Omega.
Combatimos durante horas, sus ataques eran muy poderosos, era
muy rápido y apenas podía contratacar. Ni siquiera me daba tiempo a
defenderme. Para colmo, sus gusanos podían absorber la energía de la
persona a la que mordieran, y me mordieron muchas veces. Omega
seguía muy limitado por culpa de mi cuerpo. La sangre que llovía ya
llegaba a las rodillas, pero al final paré:
—Eres duro de roer —dijo Omega a través de mi cuerpo—.
—¿Ya estás cansado? ¿Únicamente te he enseñado un pequeño
ápice de mi poder y ya lloras? Qué decepción. A este paso, tu amorcito
morirá y tú seguirás jugando a los samuráis contra mí. ¡Jajajaja!
—Omega, no puedo más, mi cuerpo se desploma. —le dije
mientras él podía sentir como mi mirada se volvía borrosa—.
—Sí, lo sé. Si sobrevivimos a esto, juro que voy a entrenar tu
cuerpo al límite.
Alfael guardó las hojas de sus antebrazos, se volvió a poner la
chaqueta, se dio media vuelta y dijo:
—No eres malo del todo, pero tienes muchos lastres y esa mujer te
debilita. Sólo mira el lado bueno, morirá dentro de poco (se rio).
Volveremos a vernos, y cuando eso pase, espero que no me
decepciones —dijo mientras iba caminando hasta perderse de vista—.
La máscara cayó al suelo y desapareció en el acto. Yo me desplomé
sin fuerzas. La lluvia volvió a ser agua y Edea me ayudó a ponernos a
cubierto. Por suerte, frente a la explanada, había un hostal.
Al día siguiente cuándo desperté, tocaba algo muy suave,
esponjoso y blandito. Abrí los ojos y vi la cara furiosa de Edea frente a
mí:
—¡Auch! ¿Por qué me pegas? —le pregunté extrañado a Edea—.
—¿Se puede saber qué haces cogiéndome la teta? ¿Te crees que
porque tuviésemos que compartir cama en el hostal tienes derecho a
tocarme?
—¡¿Qué?! ¡Vaya, lo siento, no estaba consciente!
—¡Más te vale! Oye, la persona de ayer… —dijo mientras se
miraba la mano—.
—¡Mierda! Te golpeó mientras intentabas salvarme, ¿verdad?
—No me arrepiento, es solo que, espero que no me pase lo que dijo
Jack sobre vuestro amigo Félix…
—Eh, mírame. No voy a permitir eso, te lo prometo —le dije
mientras acariciaba su mejilla—.
—Qué te gusta tocarme idiota, déjame. ¡Mira, te llaman al móvil!
Me levanté rápidamente y al cogerlo Edea vio cómo se me cambió
la cara de golpe.
—¡Mierda…! Vale, vamos para allá…
—¿Quién era? —preguntó Edea preocupada al ver mi cara—.
—Era Jack. Pobre Félix… Vámonos —le respondí con la voz
temblorosa—.
En la actualidad…
Mientras en el bar le dábamos su despedida a Félix, yo me alejé un
poco. Necesitaba hablar con Omega sobre el tipo al que nos
enfrentamos. «Si voy a entrenar, ¿cómo hacerlo a contrarreloj con la
maldición de Edea?» pensé. Aproveché que todos iban a pedir una
ronda y me escabullí hasta el cuarto de baño:
—Omega, ¿quién demonios es Alfael?
—(Suspiro). Ha llegado demasiado pronto. Él era mi mejor amigo
antaño, cuando éramos jóvenes. Y, antes de que digas nada, ¡sí!
Incluso las deidades más poderosas nacemos y somos críos. En fin, él
era mi mejor amigo, siempre entrenábamos juntos, pero yo siempre
estaba por encima de él. Mis padres eran muy influyentes y él…
bueno, era prácticamente un mendigo. Sin embargo, su fuerza de
voluntad y su rivalidad conmigo hicieron que estuviésemos
prácticamente a la misma altura a la hora de combatir. Así que, al final,
Dios nos dio a ambos la oportunidad para entrar entre los seres más
poderosos del universo, sus Ángeles Guardianes. Pero…
—¿Pero? Así que es cierto, sí que existe Dios y todo eso…
—No como lo conocéis vosotros. No es un dios bueno y
benevolente para nada. Es más bien un titiritero experto en manejar los
hilos del universo a su antojo, y ni siquiera sabes nada de lo que hace
en otros planetas; vosotros sois unos mimados por el agua. Pero, en
fin… a lo que iba. Nos puso una durísima prueba. Una serie de
escenarios que teníamos que superar: yo los superé sin problemas y
Alfael también, pero por la influencia de mi familia, siempre iban para
mí los aplausos. Al día siguiente nos anunciaron que nos uniríamos a
las filas, pero en el fondo él no quería que yo llegara a hacerme un
Guardián, así que ideó un plan contra mí para quitarme de en medio.
—Vaya… Es increíble lo que me cuentas. Y todo eso paso… ¿Hace
cuánto?
—Hace ya más de dos mil quinientos años como te dije. Calla y no
me interrumpas más, pedazo de mendrugo con patas.
—Vale, vale… no te alteres. Sigue.
—Alfael viajó al Averno y pactó con Lucifer para crear un objeto
maldito, movidos por la venganza. Un objeto tan poderoso, creado con
la unión de dos mundos diferentes y capaz de matar a cualquier ser
divino. Él lo tenía todo planeado. Así que en el centro de ese objeto
llamado “Pridggeto” hay una gema que tiene sellado en el interior mi
nombre: como una firma, como si fuera obra mía.
—¡Hostias!, pero que hijo de…
—Sí. En lo que respecta mejores amigos, bueno, mejor tener
enemigos. Si en algo me superaba Alfael, y es algo que nunca necesité,
es en el sigilo. Cuando él quería desaparecer, nadie podía verlo, ni
siquiera Dios. Así que entró en sus aposentos sin que nadie lo viese, y
le colocó la piedra en el pecho absorbiéndole la vida al mismísimo
Dios en segundos. Pero la piedra también tenía otro poder a su vez.
—¡Oh! No me digas que…
—(Irritado por la interrupción) La gema absorbía la vida, pero
también dejaba retenida en su interior las cualidades de la persona a la
que mataba.
—Ah… Vale no estaba yo pensando en eso… Pero ¡oye!, eso es
incluso mejor. ¿Quieres decir que si obtenemos ese objeto tendríamos
los poderes de Dios en nuestras manos?
—En teoría sí, aunque, hasta ahora nadie ha podido tocarla sin
morir; sólo puede hacerlo una persona digna. Y no hay leyendas de
ningún joven elegido rollo Rey Arturo. Así que no te ilusiones. ¡Oye!
¡¿Me vas a dejar contar la historia o no?!
—Vale, vale, sigue.
—Cuando Dios murió, todos los arcángeles aparecieron de
inmediato. Él volvió a escabullirse, de modo que vieron sólo la gema
firmada con mi nombre. Así que fueron inmediatamente a por mí. Y
bueno, ya conoces el resto: mi familia pasó a ser esclavos sirvientes
del palacio y yo fui desterrado a los infiernos, donde acabé doblegando
al mismísimo Lucifer, y a todos los demonios de allí. Me hice el ser
más poderoso de todos, hasta que una vez más, los arcángeles con la
ayuda de Alfael, me confinaron a ese mundo extraño llamado
“Nirbia”, del cual, gracias a tus amigos yonquis y a ti, salí…
—¿Tenías que llamar así a mis amigos, eh? Vaya, que historia.
Tanto tiempo contigo y nunca me habías contado eso. Debe ser duro
sufrir la traición de un amigo de la infancia.
—Sí. Bueno, he tenido varios milenios para superarlo.
(TOC, TOC) Sonó la puerta del baño.
—¿Gabriel? ¿Estás ahí? —preguntó Edea desde fuera del baño—.
—¡Ah! Sí, perdona. Estoy aquí.
—Idiota, me has preocupado, llevabas demasiado tiempo ahí
encerrado. Ésta gente se retiran, ¿qué hacemos?
—Pide otra ronda para nosotros, enseguida salgo.
Me levanté del inodoro y me limpié:
—Oye, la próxima vez podríamos hablar mientras no estés cagando
¿sabes? —dijo Omega molesto—.
Y sin evitar soltar una sonora carcajada mientras abrochaba mis
pantalones, dije:
—Sí, lo tendré en cuenta.
Salí y ya se habían ido todos. Jack estaba en la barra fregando los
vasos y Edea se había sentado en una de las mesas del bar. “Qué mona
está cuando bebe” pensé. Me senté frente a ella:
—¿Cómo tienes la mano? Veo que te has puesto un guante.
—No pinta bien —dijo mientras se lo quitaba—.
Cuando se descubrió la mano, la putrefacción ya llegaba a la
muñeca y mi cara cambió de golpe.
—Maldita sea Alfael— dije susurrando—.
—No te preocupes, hice esto para salvarte la vida, igual que tú lo
hiciste por mí —dijo mientras me sujetaba la mano—. Moriré
encantada si con eso saldo mi deuda contigo.
—No vuelvas a hablarme de esa forma. Tú no vas a morir, tu no
me debes nada. Todo lo que hago por ti es porque te… Porque no
quiero verte sufrir como te vi en aquel terrible sueño.
—¿Qué ibas a decir?
—¿Yo? Eh, nada… porque te vuelves muy mona cuando bebes, y
apenas me insultas.
—Cobarde…
Destino Barbate
Alguien entró al bar dando un fuerte portazo…
—¡Eh, tú! ¡¿Qué demonios crees que haces imbécil?! —dijo Jack
enfadado—.
Era un hombre alto, vestido con ropa de campo sencilla y un
arañazo reciente en la cara:
—¡¿Gabrié, donde está!? —gritó el hombre mientras buscaba por
el local—.
—Oh, oh… —dije mientras miraba a Edea con cara de
preocupación—.
—¿Quién es? —preguntó Edea preocupada—
—Es Rody, es quien está cuidando de mis hijos.
—¡¿Hijos?! —respondió Edea lo bastante fuerte como para que nos
encontrara Rody—.
—“¡Ahí estah!” —dijo mientras se acercaba a la mesa—. “¡Tu’h
eh’túpido z’hijos han vuerto a comerce una de mi’h cabras, y pa’h
cormo, m' han arañao to la cara!
—¡Anda, Rody! ¡Cuánto tiempo, loco! ¿Cómo están mis niños?
—“No te ande con tontería, que cazi me matan zo cabrón” —dijo
mientras golpeaba la mesa—.
—Oh vamos… solo es un arañazo de nada y los pobres tienen que
alimentarse. No te preocupes, mañana iré y cubriré los gastos, ahora ve
a que te curen eso antes de que se te infecte o algo.
—“Eh’cuchame, como vuerva a pazá argo anzín una vez más, le’h
pongo la escopeta en el pescuezo ¿oído?”
—Que sí, que ya te he oído.
Se fue enfadado y de nuevo con un fuerte portazo se marchó.
—¡¿Tienes hijos?! —preguntó Edea asombrada—.
—Si, bueno, en realidad no son humanos. Son dos perros de
combate que me regalaron cuando acabé mi entrenamiento.
—Ahm, ¡caray! Me habías asustado. Espera, ¡¿perros de combate?!
—Sí. A ver… son perros entrenados para localizar demonios, no
son perros normales. Llevo muchos años con ellos, para mí son como
mis hijos.
—Oh, cuéntame más —dijo Edea mientras levantaba la mano a
Jack en señal de pedir otra ronda—.
—Quizás otro día, ahora debemos descansar. Mañana tengo que
salir a informarme cómo puedo anular esa maldición.
—Está bien… me debes una entonces.
Nos levantamos, fuimos a la barra y me despedí de Jack con mi
clásico «apúntamelo en la cuenta, Jack». Ni siquiera sé cuánto dinero
le debo ya.
Esa noche volví a tener ese mismo sueño:
Veía a un hombre alto desde el suelo, llevaba una túnica roja y
negra. Peleaba contra un demonio gigantesco con cientos de ojos bajo
la lluvia, y tenía una espada extraña, como si fuese diseñada para él.
En el sueño, mientras combatían, miré hacia la izquierda y veía a
Edea atravesada por un… ¿Brazo? A la derecha veía mis hijos
muertos, y de pronto, aparecía ante mis ojos Alfael.
Me levanté de golpe y asustado. Llevé mi mano a la cabeza
mientras Omega me preguntaba «¿otra vez?». Miré el reloj y eran las
cuatro de la madrugada. Se escuchaba llover fuera en la calle.
«Menuda pesadilla» pensé, mientras me levantaba y me vestía:
—¿Sabes que, cuanto más tiempo perdamos peor? La maldición de
Edea sigue extendiéndose, ella sufre en silencio para no preocuparte.
—Lo sé, por eso no me queda más remedio que ir a verla.
—¿A quién? ¿A Edea? —dijo Omega extrañado—.
—No… A ella…
Pedí un taxi y me dirigí a mi donada y nueva casa, donde pasó lo
de Nimbus.
Entré corriendo para dejar de mojarme. Cogí el teléfono e hice una
llamada. Mientras esperaba, me puse a contemplar la casa. «Vaya, que
horribles recuerdos me trae todo esto, aunque no está mal tener una
casa gratis por muy siniestra que ésta sea», pensé.
Sentí una presencia detrás de mí y por puro instinto, desenvainé la
Dojigiri y me giré rápidamente poniendo la espada al filo de su cuello.
Era Edea y estaba muy enfadada:
—¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Y sin avisarme?
—¿Cómo has sabido que estaría aquí? —le contesté—.
—Me desperté para ir al baño y vi que no estabas en tu cuarto, así
que te busqué en la aplicación de “Latitudes” y te encontré.
—¡Caray contigo! Sí que no podría escaparme ni yendo a por
tabaco (risas).
Le conté brevemente que esperaba la visita de alguien que
probablemente le causase bastante revuelo. Al cabo de una hora,
llamaron a la puerta.
—¡Cuidado, Gabriel! Noto una presencia muy poderosa detrás de
la puerta, de hecho me suena… ¿Familiar? —dijo Omega alterado y
extrañado—.
—Lo sé, tranquilo. La he llamado yo…
Cuando entró por la puerta sentí como Omega y Edea se pusieron
en tensión, y era comprensible, porque quien atravesó la puerta no era
nada más y nada menos que la señora, a la que Nimbus había
degollado en esta misma casa:
—¡Cuánto tiempo Magda!
—Me preocupa que me llames tan tarde en una noche como ésta, y
eso que todavía me debes la de Nimbus —dijo Magda mientras se
quitaba el abrigo—.
La cara de Edea cambió rápidamente, empezó a temblar y cayó al
suelo de rodillas, impactada:
—Imposible… —dijo Edea aterrorizada—.
—Tú debes de ser Edea —dijo Magda—, pobre muchacha, fue a ti
a quien poseyó Nimbus, ¿verdad?
Intentando calmarla un poco le dije:
—Edea deja que te explique. Magda es en realidad mi mentora; es
una de las pocas brujas que quedan en la tierra que esté en contra de
los demonios. Ella me enseñó todo lo que sé sobre casos paranormales.
Durante diez años me cuidó como si fuera mi madre, así que por favor
levántate y tranquilízate.
—¿¡Cómo quieres que me tranquilice, idiota!? Ella siempre estuvo
al lado del asqueroso demonio que me hizo sufrir tanto. Es… Es… ¡Es
imposible calmarme en su presencia! —dijo Edea mientras empezaban
a caer lágrimas de sus ojos—
Magda, aunque conservaba el rostro idéntico a la anciana que
acompañaba a Nimbus, su cuerpo parecía más joven y mucho más
delgado que entonces. Vestía con un traje negro, largo y estilo gótico.
Pero esta vez, su aura irradiaba ternura. Se acercó a Edea, se arrodilló
frente a ella y le tomó su mano maldita:
—¡Siento tanto lo que pasaste! Debió de ser terrible. Pero quiero
que entiendas que yo estaba ahí para ayudar a Gabriel —dijo Magda
con un tono entrañable—.
—Pero… Yo recuerdo todo lo que veía Nimbus. Y lo guiaste hacia
la trampa, incluso estuviste buscando humanos para que comiese su
bestia de un ojo… —dijo Edea temblorosa—.
—Voy a explicártelo todo desde el principio. Cuando Gabriel llegó
al prado, Nimbus notó su presencia y estaba desembocando una
terrible tormenta para matarlo. Entonces salí de la casa y fui en su
búsqueda. Cuando lo encontré, empecé a correr por el camino gritando
para que me siguiera. Él ya sabía que era yo.
—Me sorprendió, la verdad. Pero sé que cuando ella está con un
demonio, no debo actuar como si la conociera, para que pueda
infiltrarse entre ellos y ayudar a los cazadores como yo —dije mientras
me apoyaba en la pared—.
—Entonces, ¿estabas ayudándolo? No lo entiendo —dijo Edea
confusa—.
—¿Recuerdas la escena del pasillo? —dijo Magda——¿Escena del
pasillo? —preguntó Omega—.
—Fue el primero de los sueños en los que me indujo Nimbus. Tú
no lo recuerdas porque ella siempre te dejaba fuera de ellos —
respondió a Omega—. Quién provocó a Nimbus fui yo. Ella no era
tonta, sabía que salí de la casa a advertirlo y sabía que yo era poderosa.
Por eso en su sueño también yo aparecía atada frente a Gabriel. Pero
me solté los brazos de las cadenas y encendí una vela para que pudiera
divisarnos. Incluso señalé con el dedo para que Gabriel supiera que
Nimbus estaba ahí, tras él. Como el demonio conocía el idioma del
latín, le dije que llovería sangre y que sería comida para los perros. Eso
colmó su paciencia conmigo. Por eso pasó de Gabriel y vino a por mí
en el sueño. Sé cuánto cariño me tiene Gabriel y el shock que le causó
verme muerta, provocó que se rompiera la maldición del sueño y
consiguiera despertarse.
—Pero Gabriel te pisó la cabeza, no lo entiendo, deberías estar
muerta… —dijo Edea aún más confundida—.
—No bonita, eso es algo complejo de explicar pero fue posible
porque no era yo en realidad. Yo también domino cuerpos vacíos. La
diferencia entre los demonios y yo es, que los demonios usan cuerpos
humanos para poseerlos, en cambio yo, creo cuerpos artificiales y les
aplico un hechizo que me permite manejarlos a larga distancia. Nunca
lucho directamente contra un demonio a menos que sea absolutamente
necesario. Nimbus era peligrosa, pero sabía perfectamente que si
Gabriel despertaba, sería sencilla de aniquilar. Mi sorpresa fue que
Omega decidiera salvarte.
—Si… Le estaré eternamente agradecida. Pero entonces, ¿mató a
uno de esos cuerpos tuyos? Estoy alucinando ahora mismo —dijo
Edea mientras se agarraba su cabeza con las manos temblorosas—.
—¡Ahm! ¿Entonces el cuerpo ese sin cabeza que vi en la
habitación de Nimbus era…? —dijo Gabriel—.
—¡Exacto! Supongo que ella lo dejó dentro de su sueño para
provocarte más aún. Claro que ella no sabía que tu ignorabas ese tema
—volvió a mirar a Edea—. Nimbus no era tonta, sabía que yo estaba
con Gabriel. Así que mientras él salía de la casa y se perdía en la
niebla, aprovechó para degollarme pero ya no en su sueño, sino en la
realidad. Quería sembrar la ira en Gabriel, y lo consiguió. Claro que
después de matarme, Nimbus usó la nigromancia y hechizó mi cuerpo
remoto, para poder hablar a través de él.
—Eso lo entiendo, pero entonces… ¿Qué era ese ser que estaba
con Nimbus y por qué le llamabais perro?
—Eso te lo explicaré yo —le dije a Edea mientras me acercaba a
ellas—. Es común que algunos demonios creen guardianes utilizando
cadáveres humanos o animales para hacer de ellos sus “perros”; se
crean así sus propios guerreros que los protegen mientras conjuran sus
maldiciones. Probablemente ese “perro” sería el antiguo dueño de esta
casa o algún vecino.
Miré a Magda y le dije:
—No eres tonta, ya sabrás el motivo real por el que te he llamado.
—Si, ya me he dado cuenta —dijo mientras le quitaba el guante a
Edea—. Por tu marca en la mano, supongo que ya habéis conocido a
Alfael… ¿Cierto?
—La pasada noche tuvimos un encuentro con él; consiguió matar a
un buen amigo mío pudriendo su cuerpo en menos de doce horas. Era
un tipo de aviso para mí y fuimos a enfrentarlo. Pero acabó poniendo
su marca en la mano de Edea —contesté a Magda enfurecido—.
—Supongo que tendremos que darle gracias de nuevo a Omega de
que sigas vivo —respondió Magda mientras suspiraba—.
Hice que se sentaran en la vieja mesa del salón, y pedí a Edea que
pusiera su mano herida en el centro:
—Magda, te he llamado para que me digas si hay alguna forma de
romper esta maldición.
—Mmm… Por lo que yo sé, solo hay tres formas.
—¿Tres? ¿Ésta vieja sabe más que yo? Imposible —dijo Omega
sorprendido—.
—Te recuerdo, Omega querido, que puedo oírte… —dijo Magda
algo molesta—.
—Me olvidaba, es verdad. Pero si la tercera opción es la que creo
que es, olvídate. Es imposible.
Edea, miraba a Magda cuando hablaba, y no obtenía respuesta de
Gabriel, mientras éste estaba con los ojos cerrados:
—¡Gabriel! Contéstale a Magda, que te está hablando —dijo Edea
mientras dio un golpe a la mesa—. ¡Idiota!
—No, no, tranquila. Ella puede comunicarse con Omega y ahora
habla con él —le respondí—.
—¡¡Ahm!! Qué fuerte… ¡Eres una bruja de verdad!
—Sí, pero no nos desviemos del tema. Como os decía, hay tres
formas de anular la maldición. La primera es tener una mente tan
poderosa que pueda liberarse por sí sola. Se puede conseguir
entrenando pero para eso se necesitan años de práctica, y no tenemos
tiempo. La segunda obviamente es matar a Alfael, cosa que, de
momento es imposible: habría que entrenar a Gabriel para que
soportara las siguientes formas de Omega y tampoco tenemos tiempo
para eso.
—Con lo cual… —dije a Magda dudoso—.
—Con lo cual… tendremos que probar con la tercera forma.
—Pero eso es una locura Magda, ni siquiera se lo quise decir a
Gabriel porque el mendrugo querrá intentarlo —dijo Omega alterado,
interrumpiendo a Magda—.
—Es eso, u observar la muerte lenta y dolorosa que tendrá Edea…
—(Suspiro) Está bien, cuéntaselo —dijo Omega—.
—La tercera forma es la más complicada y peligrosa, y sólo se
basa en una simple teoría más que en una forma certificada de que
funcione.
—No me importa, tenemos que agarrarnos a lo que sea, no tenemos
alternativa —le dije alterado—.
—¡Por favor! —dijo Edea mientras golpeaba la mesa —. ¿Podéis
decir la tercera forma de una maldita vez?
—Sí, perdona querida —dijo Magda, mientras nos sentábamos
todos en la mesa algo asustados—. La tercera forma, como he dicho
antes, se basa en la teoría de que Gabriel ha luchado contra Alfael y no
le han afectado las mordeduras de sus gusanos. Con lo cual, la tercera
forma no es ni más ni menos que dejar que un demonio entre en tu
cuerpo, Edea.
Un silencio incómodo abordó la mesa durante unos segundos; unos
segundos en los que nos miramos entre nosotros y Edea agachó la
cabeza:
—¡No… Otra vez no! —dijo Edea mientras volvió a golpear la
mesa—no quiero ser carcasa de más demonios.
— Edea, cariño. La mesa no tiene la culpa —le dije con sarcasmo
—. Sería algo similar a lo que tengo yo con Omega. Obviamente no
igual, porque él y yo estamos vinculados tras la muerte. Pero… esto es
diferente ¿no?
—¿En qué es exactamente diferente? —preguntó Edea enfadada—.
—Para empezar, no vas a meterte un demonio dentro de por vida—
dijo Magda mientras se levantaba de la silla—. Más bien, debes
encontrar un demonio que sea poderoso, ganaros su favor y una vez
que eso pase, dejar que entre en tu cuerpo. Sólo desde dentro se puede
eliminar la maldición.
—¿Esto es en serio? —dijo Edea—. ¿Cómo demonios vamos a
hacer que un ser caótico y malvado se vuelva de nuestro lado? Y
encima debe ser poderoso, ¡madre mía!…
—En realidad es bastante simple —dije mientras me levantaba yo
también de la silla—. Solo hay que buscar un demonio “MUY”
poderoso y atraerlo hacia otro que lo sea menos: los demonios
territoriales suelen matar a los que entran en sus dominios. Si el débil
ve la diferencia de poder entre él y el otro, se morirá de miedo. Así que
lo único que debemos hacer es salvarlo. Simple.
—En realidad es bastante más sencillo —dijo Magda—.
—¡Sí, sí! Tan fácil que nos ponemos en marcha ya —dije
interrumpiendo lo que Magda me iba a decir—.
—Espera, pero…
—Que sí, que sí, que ya me lo has dicho. Muchas gracias, Magda.
¡Te debo otra! —le decía mientras cogía la chaqueta y me llevaba del
brazo a Edea—.
—Éste niño… Es un desastre… —dijo Magda mientras sonreía y
volvía a sentarse—.
Salimos de la casa, estaba amaneciendo y la lluvia había cesado.
Nos dirigimos rápidamente a la entrada de la aldea mientras llamaba a
una agencia de Taxi:
—Espera Gabriel, creo que Magda nos quería decir algo más.
—¡Nha!, seguro que lo que quería era hablarme del dinero que le
debo ya (risas).
—Ah, vale. Entonces, ¿cuál es el plan ahora, y por qué vamos tan
rápido idiota?
—Fácil. Vamos a ir a la oficina e investigaremos por internet algún
caso paranormal que sea imponente, de esos que nadie se atreva a
acercarse.
—Eso es una completa locura idiota. No sabemos lo que nos vamos
a encontrar… Me gusta.
—¡Jajaja! Ya te dije que el plan me fascina hasta a mí.
¡Apresurémonos!
Al llegar a la oficina, nos sentamos cada uno a un lado del
escritorio; ella con su portátil y yo en mi sobremesa, y estuvimos horas
buscando y mirando.
—¡BINGO! ¡Lo tengo! —dijo Edea eufórica—.
—¿Has encontrado uno?
—Mejor. ¡Me he descargado un vale de descuento para la pizzería
Francesco!
—¡EDEA! ¡CÉNTRATE, QUE TE MUERES! —le grité enfadado
—.
—¡Vale! — contestó riéndose como si fuera de broma la cosa…
—«Ésta mujer… Acabará conmigo…»
Después de unas horas buscando…
—¡NADA! No encontramos nada y ya llevamos cuatro horas aquí
—dije desesperado mientras me dejaba caer en el escritorio—.
—¿Y si?
—¿Y si? Qué…
—¿Y si preguntamos a Jack o a Magda?
—¡Eso es! Vayamos al bar, seguro que allí escuchamos algo.
Salimos del piso y nos dirigimos al pub “El Negro”. Al entrar había
un señor bajito y regordete sentado al final de la barra. El resto del
local estaba vacío:
—Vaya… No hay nadie… Bueno, ya que estamos echemos la caña
a ver si alguien viene. ¡Pon dos birras, Jack!
—Está bien, pero ¿cuándo demonios vas a pagar la cuenta? —dijo
Jack mientras echaba las cervezas—.
—Si, si, a ver si me acuerdo. Por cierto Jack, estoy buscando algún
caso; ya sabes, alguna leyenda urbana a la que acudir… No sabrás algo
¿verdad?
—La verdad es que tengo una.
—¡OH! ¡Cuenta, cuenta! —le dije a Jack eufórico mientras me
sentaba en la barra a escucharlo—.
—Pues se rumorea de que hay un ser extraño que ronda el pueblo
de San Javier por las noches. Cuentan que viste de forma estrafalaria,
lleva un bastón colgado de la correa, tiene el pelo blanco y nunca paga
en los bares…
—JAJAJAJAJA —reía a carcajadas Edea mientras golpeaba de la
risa la barra del bar—.
—Muy gracioso Jack… —dije en tono irónico—.
Cuando acabaron de reírse, di un sorbo a mi cerveza, y el señor que
estaba sentado al final de la barra se levantó. Se acercó a mí con su
gran panzota y aquella cara de simpático bonachón, y me dijo:
—Me llamo José. Antes, yo tenía un pub de mucho éxito en mi
pueblo. Allí me contaron una historia tenebrosa que se remonta a los
tiempos de la batalla de Trafalgar y parece que aún continua en la
actualidad. Llevo mucho tiempo conservando esto porque me encanta
poseer antigüedades, pero creo que te hará más falta a ti que a mí. Ten
cuidado con eso, todos los que se lo tomaron a cachondeo acabaron
mal…
No me dejó hablar en ningún momento. Soltó un billete de veinte
euros y se marchó sin decir nada más.
—Qué personaje tan misterioso; su aura trasmitía que era un tipo
con mucho vivido ya —dijo Omega en mi cabeza—.
—Qué tío más raro —dije mientras empecé a desplegar el papel
viejo y arrugado que me había dado—.
—¿Qué es? —preguntó Edea mientras tiraba de mi brazo hasta ella
—.
—Es una especie de escrito antiguo y parece que explica la leyenda
urbana de la que hablaba José…
—¡Léela en voz alta! —dijo Edea ilusionada—.
En un pueblo alejado al sur de Cádiz, hay una torre vigía en lo
más alto de su acantilado. Existe una leyenda urbana que habla de un
suceso, que solo ocurre al caer el último rayo de luz por el horizonte.
Los pájaros dejan de cantar, los animales se esconden, los insectos se
camuflan, pues de la oscuridad que proyecta aquella torre por la luz
de la luna, comienza a emerger de las profundidades de la montaña un
ser tan tenebroso, que cuesta contar su historia.
Dicen que cuando anda, pueden escucharse cadenas arrastrarse
por el suelo. Pero éstas van acompañadas del llanto y el lamento de
muchas mujeres desconsoladas. Dicen que viste con un atuendo largo
y destrozado el cual deja ver los huesos de su columna; pero no se le
puede ver su rostro, sólo una sombra y unos ojos brillantes.
La leyenda también cuenta que se alimenta de almas en pena,
como las de aquellas mujeres que visitaban la torre y que esperaron
hasta la muerte, el regreso de sus maridos de la mar.
Cuentan que les absorbía sus esperanzas, sus sueños, sus alegrías,
y las incitaba a saltar por el acantilado, para luego recoger sus almas
en el ascenso al cielo desde la torre.
Hijos míos, no debéis ir de noche a ese lugar, a menos que queráis
ser despojados de vuestra alegría y queráis sentir la muerte eterna
allí; en el acantilado de la torre del Tajo…
José Taponazo…
—¡UH! Parece interesante, ¿dónde demonios estará esa torre?
—Ni idea. Aunque si es real, parece el tipo de demonio que
buscamos: tan poderoso como para cambiar el estado de ánimo de una
persona —dijo Edea mientras buscaba en su móvil—.
—¿La torre del Tajo? Me suena —dijo Jack—.
—¡La encontré! —gritó Edea—, está en un acantilado cerca del
pueblo de Barbate, en Cádiz. Antaño era un parque natural muy
visitado, pero hace diez años ha dejado de serlo por culpa de un ser
que se aparece por las noches llamado “El Embaucador”. ¡Parece que
es cierto!
—Entonces no se hable más. Vayamos a prepararnos y… Oye,
Jack… ¿Nos prestas el coche?
—¡¿Qué?! ¡No tío, otra vez no! La última vez me lo rayaste cuando
fuiste al cine —dijo Jack irritado—.
—¡Venga va! Te prometo que esta vez no le haré nada.
—Jack, llevo 8 años de carné y nunca he dado un parte al seguro
—dijo Edea convencida—.
—Joder… ¡Está bien! Pero si le pasa algo os mataré.
—Si, si… Nosotros cubriremos los gastos, tranquilo —dije
mientras saltaba a coger las llaves de su mano—.
Salimos del pub corriendo. Fuimos a la casa y nos equipamos bien.
Esta vez cogí, a parte de la Dojigiri, el collar termosensible para saber
cuándo aparecería el fantasma o demonio, el guantelete linterna, ya
que había que buscarlo de noche y el “Anillo de Ra”.
Nos montamos en el coche de Jack, que era un “Mustang” de color
negro precioso, y pusimos rumbo a Barbate, al sur de Cádiz.
—Prometo que encontraremos el modo de quitarte esa maldición,
cueste lo que cueste —dije a Edea convencido mientras la miraba
fijamente—.
—Más te vale idiota. Pero ésta vez… Intenta no hacerme correr
con tus trescientos kilos para salvarte la vida de nuevo.
—¡¿Trescientos kilos?! Oh vamos, no seas exagerada. Igual es que
tienes los brazos como Olivia, la mujer de Popeye —dije mientras reía
—.
—¡¿Cómo?! Todo el mundo sabe que soy más poderosa que tú.
—Eso es cierto —dijo Omega en mi interior—.
—Tú calla— le dije a Omega—.
—¿Qué te ha dicho Omega? Seguro que está de mi parte —dijo
mientras reía orgullosa—.
—¡Tche! Estáis todos contra mí…
Al caer la noche, justo antes de llegar a Barbate; en las afueras de
un pueblo llamado Tarifa…
—¡Edea! ¡Edea! ¡Contesta! ¡Maldita sea Omega! ¡¿Qué demonios
ha pasado?! —gritaba desesperado—.
—Algo ha aparecido de la nada delante del coche mientras
dormías. Edea dio un volantazo y al volcar, salió disparada por el
cristal. Lo que quiera que fuese esa cosa, se la ha llevado. Estoy
seguro…
—¡No puede ser! ¡Su maldición la matará si no la encontramos!
¡MALDITA SEA! Ni siquiera puedo proteger a la gente que quiero…
Caí de rodillas al suelo mientras empezaba a llover. Mis lágrimas
se mezclaban con la lluvia. La impotencia se apoderó de mi mente.
Miré hacia arriba y mientras las gotas caían en mi cara, vi su
asqueroso rostro delante de mí...
Continuará…
Agradecimientos
En primer lugar, quiero agradecer a todos mis amigos de la taberna
“don Mbaye” por ser mi manga de mocos, por estar ahí cuando me
hizo falta y seguir estando. Os debo lo mejor de mí.
A mis hermanos, que siempre estuvieron dándome apoyo,
impidiendo que me sintiese solo en el peor momento de mi vida. Los
que me animaron a empezar en el mundo de la escritura fueron ellos y
no tendré nunca suficientes palabras para agradeceros.
A mi querida amiga Jessica por inspirar el personaje de Edea. Por
todos esos momentos que nos la pasamos hablando de cómo mejorar el
libro, por esas vueltas buscando fotos para la portada, por todo ese
apoyo incondicional. Mil gracias.
A mi amor platónico desde niño, que ha estado para mí desde que
me atreví traspasar la barrera del “NO”. Ella ha sido mi consejera y
apoyo en todo este proceso. No podré agradecerte lo suficiente en esta
vida, Vanessa. Te quiero.
A mis dos maravillosos hijos que son y serán siempre los pilares
que sostengan mi vida. Estoy tan orgulloso de vosotros… Os amo.
Pero por supuesto, a quienes dedico este libro es a mis padres. A
esos superhéroes que siempre han estado ahí para mí. Sois mi ejemplo
a seguir. Adoro todo lo que vivo con vosotros; las riñas, las risas, los
momentos en la cocina, las conversaciones de desayuno… Pero, sobre
todo, el amor tan especial que me habéis brindado desde niño y
siempre. Nunca podría pedir unos padres mejores porque seguiríais
siendo vosotros. Os amo.
Autor y edición: Chema Ramírez
Edición y corrección: Vanessa Muñoz Soler
Editor de portada: Javy Ramírez