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Un Juego Peligroso 2 - Carolina Gattini

El documento cuenta la historia de una mujer llamada Eireen Roberts que busca trabajo y termina en la mansión de un hombre apodado el Monstruo Black. Ella se desmaya al entrar a la mansión y él la ayuda. A pesar de sus cicatrices, ella no se asusta de él y decide pasar la noche en la mansión para dormir en una cama cómoda.

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Un Juego Peligroso 2 - Carolina Gattini

El documento cuenta la historia de una mujer llamada Eireen Roberts que busca trabajo y termina en la mansión de un hombre apodado el Monstruo Black. Ella se desmaya al entrar a la mansión y él la ayuda. A pesar de sus cicatrices, ella no se asusta de él y decide pasar la noche en la mansión para dormir en una cama cómoda.

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Un juego peligroso 2.

Carolina Gattini.
Prólogo.

Ser la hija de un conde, o tal vez un duque, no está nada mal, si tu madre
no es la hija de un carnicero que murió cuando ella era joven y tuvo que
dedicarse a ser la amante del conde o del duque en cuestión… Y aquí estoy yo
para dar fe de las pocas ventajas que tiene esta situación. Y aquí estoy yo
buscando trabajo como una loca para no acabar como mi madre. Si supiera
quién es el hombre al que le debo mi herencia física, es decir, al que le debo
mis ojos negros, porque mi madre los tiene azules, iría a buscarlo y le exigiría
que nos ayudara, ya que estamos en una situación bastante crítica, pero dadas
las circunstancias y que mi madre no quiere decir quién es el de los ojos
negros, tengo que buscarme la vida como puedo.
Mi última esperanza de encontrar trabajo reside en la mansión que tengo
delante de mis ojos, un lugar al que nadie quiere ir. Un lugar en el que nadie
quiere trabajar. Sin embargo yo no tengo nada que perder, y creo que cuando
un ser humano no tiene nada que perder, es totalmente libre. Mary, la verdulera
del barrio donde vivo me dijo que sólo serviría para trabajar aquí. Lo dijo de
una forma despectiva, por supuesto, pero donde ella quiso hacer daño, yo vi
una oportunidad. He estado preguntando a los que pasaban por esta calle quién
vive en este lugar, que clase de “monstruo” hay dentro de los muros del jardín
destartalado que rodea la mansión. No he obtenido una información coherente
si la contrasto una con otra, así que más que asustarme han despertado mi
curiosidad.
Como no parece que nadie se ocupe de este lugar decido adentrarme por el
camino que lleva a la puerta principal forzando un poco la del jardín, bastante
oxidada y ya medio abierta… La única dificultad para abrirla ha sido porque
roza con el suelo de piedra. Tras llamar varias veces decido investigar un
poco alrededor de la mansión, espiando por las ventanas, algunas de ellas
rotas y con vegetación entrando por los huecos que tienen, seguramente desde
hace años.
Veo una sombra cuando me asomo por una de las ventanas laterales y no sé
si he visto un gato o una persona.
—¿Milord?
Se oye un estruendo y luego un grito y decido adentrarme para comprobar
si alguien se ha hecho daño.
La ventana, como era de prever, se abre fácilmente y salto el tramo que me
separa del interior de la mansión levantando mi falda. Como hay un cambio de
luz tan pronunciado pierdo la visión por un momento y tropiezo cayendo de
bruces contra el suelo, enredándose mi falda entre mis piernas.
Capítulo 1.

El monstruo Black.
Pensaba que con mi fama nadie se acercaría ya a esta casa. Los curiosos y
demás suelen tener más miedo que curiosidad y hace años que sólo viene de
visita algún agente de Bow Street, como David Legge o ese otro más habitual
de William Smith. Porque aunque en la alta sociedad ya no se hable de mí,
cada vez que ocurre algo cerca me acusan de ello. Todo lo que me rodea
provoca esa reacción, no les culpo. Y tener negocios con lo peor de
Whitechapel no ayuda, pero nunca han podido demostrar nada, por lo que ya
deberían cejar en su empeño. No debería haber heredado mi título,
simplemente hubo un accidente, un maldito incendio y todos los que lo habrían
heredado antes que yo murieron. Y por poco muero yo también, pero la gente
prefiere pensar cosas mucho peores, si es que puede haber algo peor que eso.
Y a pesar de todo, de mi aspecto, de mi reputación y de todo lo que se me
acusa, aún aparece algún curioso, de vez en cuando. O curiosa.
Observo a la intrusa acostada en mi cama y no la reconozco. Y sin
embargo su rostro me es familiar, aunque ahora no sé muy bien a quién me
recuerda. Cuando empieza a moverse me aparto de la escasa luz que entra por
la ventana.
Abro los ojos con un dolor de cabeza insoportable martilleándome y oigo
una voz en alguna parte del lugar donde estoy.
—¿Quién eres? ¿Qué has venido a hacer aquí? —pregunta con una voz
dura y autoritaria alguien en la oscuridad de la habitación.
Llevo las manos a mis sienes e intento contener el dolor. Intento también
levantarme, pero caigo sobre mis rodillas en cuanto pongo un pie en el suelo.
La cama es demasiado alta y he perdido la estabilidad. Unas manos me sujetan
rápidamente antes de que caiga mi cabeza de nuevo en el suelo. Así caigo
sobre un cuerpo grande y caliente en lugar de contra el frío y duro suelo. Él me
vuelve a acostar en la cama como si no pesara nada y me tapa mientras aprieto
los ojos por el dolor. Vuelvo a abrirlos y veo al hombre del que me han
hablado antes. Veo al “monstruo” mientras me deja caer despegando sus
brazos de mí.
Por un segundo me ha impresionado lo que he visto, sobre todo por la
oscuridad. Afortunadamente no ha visto mi reacción, porque no quisiera que
pensara que soy maleducada, encima que me ayuda.
—No te levantes hasta que venga un médico.
—¿Qué me ha pasado? —pregunto confusa.
—No me has respondido —insiste con la voz un poco menos grave.
—Eireen Roberts y he venido buscando trabajo.
—¿Trabajo? Es la primera vez que viene alguien diciendo eso —reconoce
desde las sombras de la habitación. Sólo ha salido de ellas cuando he caído y
después ha vuelto a desaparecer en esa oscuridad.
—Bueno, para ser sincera, me dijeron que sólo servía para trabajar aquí.
Creo que se ha reído, porque he oído cómo se le escapaba el aire por la
nariz que ha disimulado tosiendo. Yo suspiro a causa del dolor y él se acerca a
mí.
—¿Y crees que puedes trabajar en un lugar así? ¿Qué clase de trabajo
buscabas? —pregunta acercándose más para que vea su rostro, para intentar
asustarme.
Yo lo miro detenidamente y observo sus cicatrices en la cara y lo poco que
se puede apreciar de su cuello. La primera vez que le he visto me ha llamado
la atención, pero con algo de más luz no creo que sea para tanto. Creo que le
gusta asustar a la gente con toda esta parafernalia que tiene montada en su
casa…
—Creo que puedo trabajar hasta en el infierno, mientras me paguen bien…
Y respecto al trabajo que busco sería principalmente como sirvienta,
limpiadora o cualquier cosa similar —le explico sin apartar los ojos de él.
—No eres muy remilgada para tener una educación superior a la que
marca tu acento.
He intentado asustarla, pero su rostro no ha expresado ninguna emoción,
me ha mirado como si viera a cualquiera, a cualquiera que fuera normal, por
supuesto. Pero yo no lo soy.
—¿Quién eres realmente? —vuelvo a preguntar.
—No soy nadie —admite tras unos momentos en los que me mira
directamente a los ojos, con esos dos azabaches que tiene en su tez blanca
como la leche. Sin ninguna emoción. Me acerco más y veo sus labios rojos
humedeciéndolos con su lengua.
—¿Podrías darme agua?
Soy incapaz de negarme y asiento tras observar esos labios rojos y
húmedos.
Tardo exactamente minuto y medio en bajar hasta la cocina y llenar un vaso
de agua.
Observar esos labios al contacto con el cristal y luego cómo pasa su
lengua por ellos para secarlos, o mojarlos… No soy capaz siquiera de tragar
saliva ante esa imagen, en mi cama.
—Cuando quieras te vas —digo intentando parecer intransigente.
—Es la forma más amable con la que me han despedido —dice riéndose
antes de volver a beber para acabar el contenido del vaso.
No se asusta fácilmente, no sé a qué clase de cosas estará acostumbrada,
pero desde luego, si ni mi aspecto ni mis formas la amedrentan, no será una
vida fácil la que ha tenido hasta ahora.
—¿Cómo te han despedido anteriormente? —pregunto por pura curiosidad.
—La mejor, hasta ahora, a escobazos.
Quiero reír, pero no quiero ser su amigo, no quiero que se tome confianzas.
—Así que decir que te vayas es suficientemente suave para ti.
—Sobre todo el “cuando quieras”. Si me lo tomo al pie de la letra me
quedo en esta cama hasta mañana —admite estirándose en el colchón tras
dejar el vaso vacío en la mesita de madera desvencijada que hay al lado.
La imagen de su cuerpo adivinándose bajo su falda y su camisa en mi cama
me pone enfermo, pero jamás podría siquiera pensarlo, y creo que en este
momento lo mejor es irme.
—Como decía haz lo que quieras. Si te atreves a pasar la noche aquí, es
problema tuyo.
Veo su sonrisa antes de girarme y cerrar la puerta de un portazo.
No sé qué ha pasado. Ni sé por qué quiere quedarse, ¿tal vez no tenga un
sitio mejor donde dormir? ¿Tal vez no se encuentra bien para caminar hasta su
casa si es que la tiene? Tiene un acento extraño, algunos toques de cockney y
algunos toques de un acento adquirido por una profesora o institutriz, ¿tal vez
ha trabajado en la casa de un burgués?
No sabría decir qué me inquieta más de su presencia, que nada parezca
afectarle o que me afecte a mí.
No sé en qué estaba pensando, o tal vez no lo he pensado demasiado, por
no decir que nada, pero la idea de dormir en un colchón tan mullido me ha
dejado sin capacidad de raciocinio. Tal vez debería haberme asustado de
dormir en la casa de un hombre al que apodan el monstruo, tal vez debería
largarme de aquí como alma que lleva el diablo, pero por alguna razón creo
que ese hombre no haría daño ni a una mosca. Él cree que los demás piensan
que sí, pero está claro que no. No ha tardado ni un segundo en traer agua
cuando se la he pedido. Ha intentado asustarme con su aspecto, con su voz
ruda, pero eran sus únicas armas. No tiene nada más con lo que asustar a los
demás. Debe ser que suele funcionarle.
Sin embargo, si no tiene nada más, prefiero dormir una noche caliente y
cómoda, aunque sea sólo una.
Me despiertan las primeras luces del alba que se cuelan por entre las
gruesas cortinas. Normalmente me despierto antes, cuando aún no ha
amanecido, pero esta vez es distinto, esta vez he dormido en un lugar mágico,
bueno no es mágico, es blandito. Los golpes en la puerta acaban por romper el
hechizo y tengo que decir la palabra mágica para que se abra esa puerta.
—Adelante.
Al menos es educado.
—No podía creerlo —dice una voz distinta pero masculina también.
Me incorporo asustada y lo miro con el horror dibujado en mi rostro. No
puedo evitar gritar y coger las mantas para taparme todavía más.
—Fuera de mi habitación —dice el otro a su espalda, el “monstruo”,
cogiendo a ese hombre de un brazo. En comparación con él, el “monstruo”
parece medir dos metros, tal vez más. No sé si es posible ser tan alto.
No pienso comprobarlo, creo que mi pequeño sueño termina aquí. Dormir
bien es un lujo para los hijos de los ricos. Así que aprovecho el momento de
tensión entre esos dos hombres para levantarme al fin y recoger, bueno, no
tengo nada que recoger, así que es mejor que me vaya por la ventana, pienso
efectivamente abriéndola.
—¿Dónde vas?
—Dijiste que cuando quisiera podía irme —le recuerdo dándome la vuelta
mientras él cierra la puerta—. Pues ha llegado el momento.
—No quería que subiera. Es sólo un idiota. Un hombre de negocios.
—No es un hombre de negocios, ¡es Billy Raven!
—¿Lo conoces?
—Todo el mundo lo conoce en Whitechapel.
—Así que eres de Whitechapel.
—Nunca dije que no lo fuera.
—Tampoco que sí… ¿Sigues queriendo trabajar aquí?
Yo lo miro confusa pero asiento, no estoy en una posición como para
pensarlo demasiado cuando me ofrecen trabajo.
—¿Por qué has cambiado de idea?
—No he encontrado hasta ahora sirvienta que no se asuste al verme. Ya
has visto la mansión, se cae a pedazos. No es un trabajo fácil, y sólo estarás tú
para ocuparte de todo. En este lugar trabajaban treinta sirvientes
anteriormente.
—Comprendo. ¿Y qué pasó con ellos?
—Eso no es de tu incumbencia —dice tosco antes de darse la vuelta y salir
para dar un portazo.
Bueno ya me ha quedado claro que mejor no pregunto sobre el resto del
servicio, de todas formas buscaré sus cuerpos cuando limpie los armarios en
el futuro… Nunca se sabe.
Billy es un idiota, sólo he mencionado que mi cama estaba ocupada porque
me ha preguntado que llevaba una cara digna de un circo de los horrores.
Claro que ahora que pienso en mi respuesta, es normal que lo haya
interpretado en el peor sentido.
De todas formas lo que no me deja en toda la mañana pensar con
normalidad es la imagen de Eireen gritando ante Billy cuando no emitió ningún
sonido ni mostró sorpresa alguna al verme ayer, a mí, por primera vez.
Entiendo que Billy tiene una mala reputación, lo cual es un eufemismo para lo
que ha hecho durante toda su vida, pero ella se ha asustado realmente, aunque
su físico es perfecto.
Yo también tengo una mala reputación, por lo que no sé por qué no se
asusta o por qué no ha rechazado el trabajo. De hecho ya oigo sus movimientos
por la casa desde la biblioteca. Ha salido de la habitación cuando Billy ha
hecho lo mismo de la mansión.
Billy ha enviado finalmente a uno de sus chicos a dejar los documentos
que tenía que revisar, porque se ha ido riendo, a pesar de que casi le doy una
paliza, y se le ha olvidado dejarlos. De paso, aprovechando el correo, me ha
dejado una nota con esos papeles diciendo que se alegra de que haya dejado el
celibato y que eso me ablandará el carácter así como hará lo contrario con
otra parte de mi cuerpo.
Es un idiota, y creo que es mejor no hacerle demasiado caso. Que esa
mujer tolere mi presencia no significa que pudiera sentir nada más que asco si
viera el resto de mi cuerpo. En realidad no sé qué se me ha pasado por la
cabeza para contratarla. No tengo ningún sirviente desde que se murió el viejo
Thomas hace seis meses. Desde entonces vivo completamente solo, lo cual no
es que sea desagradable, es relajante no tener que soportar las miradas de
repulsión o las miradas esquivas. Por otra parte si sigo en estas condiciones la
casa se caerá a pedazos…
Sólo me pregunto qué opinará ella de mí.
Llevo horas intentando adecentar este lugar y parece que todos mis
esfuerzos son en vano. Cuando levantó una sabana de un mueble encuentro más
porquería acumulada. Estoy llegando a límites peligrosos para mi estabilidad,
a este paso acabaré en Bedlam con todos esos locos… No me gusta trabajar y
mucho menos si no sirve para nada, que es el caso… Porque por más que
intento limpiar, menos limpio parece todo. Realmente sólo me he puesto a
trabajar tan rápidamente para quedar bien, pero estoy pensando en hacer como
que trabajo y limpio pero no hacer nada realmente… Si viera resultados no me
importaría tanto, pero visto cómo está todo…
Tengo que preguntarle a ese hombre a qué hora es la cena, porque creo que
debería tener esas cosas claras, tendría que comprar algo de comida ya que la
cocina es un desastre y no parece que lo que hay ahí dentro sea comestible,
vamos, otro desastre. En realidad aquí todo lo es, hasta ese hombre lo es. La
mitad de su cara es un verdadero desastre e intuyo que su cuerpo no andará
desencaminado de esa línea, pero la otra mitad es todo lo contrario. Igual que
esta casa, bajo todo ese polvo y todos esos trastos viejos y rotos hay un
edificio lujoso por descubrir, el único problema es que soy yo la que lo tiene
que descubrir tras horas de trabajo intenso.
—Lord Black —le llamo desde la puerta de la biblioteca por segunda vez
mientras me acerco lentamente hasta él, sentado en un sillón orejero frente a
una mesa y una enorme chimenea donde creo que puedo entrar totalmente
estirada, no es que yo sea muy alta, claro… Debe ser también herencia de mi
padre… No heredé ningún título de cortesía ni tampoco un sólo penique, sino
toda esta basura de cuerpo bajito y rechoncho que Dios me ha dado. Hubo una
época en la que habría estado de moda, lo he visto en los cuadros de las casas
señoriales, pero ahora ser rubia y muy alta es lo que llama la atención—.
Milord…
—¿Qué quieres? —pregunta frunciendo el ceño al verme.
Creo que se ha asustado más él que yo.
—Tengo que saber a qué hora es la cena y algunas pautas sobre el
funcionamiento de la casa.
Él empieza a reír y su expresión parece tan distinta que me quedo
mirándolo en silencio, observando sus cabellos despeinados y sus ojos de un
azul profundo y claro a la vez, sus labios, algo más carnosos que los que
suelen verse en los hombres, normalmente tan finos que apenas se ven. Su
nariz, rota por algún golpe, sus cicatrices en un lado que demuestran que no se
curaron como es debido. Su piel sin afeitar en la barba.
—Observa el estado de este lugar —sugiere mirando alrededor cuando
deja de reír—, aquí no hay normas, aquí se cena cuando hay hambre, se
duerme cuando hay sueño y no se hace nada más.
—Pues si se come cuando hay hambre no creo que hiciera otra cosa en la
vida.
Él vuelve a reír y no sé por qué, ¿habré dicho algo gracioso?
—Habrá que poner unos horarios entonces.
Yo frunzo el ceño ante su comentario y pongo los brazos en jarras.
—¿Qué he dicho? —pregunta él confuso.
—¿No cree que debiera comer todo el tiempo?
—¿Cómo?
—¿Piensa que estoy gorda?
—Claro que no, ¿qué demonios? Un momento… Ya sé por dónde vas…
No recordaba lo que era hablar con una mujer… —dice echándose las manos
a la cabeza.
—¡Oye!
—Viene un chico cada dos días a dejar lo necesario para sobrevivir en la
cocina. Llegará dentro de poco, debes hablar con él para los cambios que
creas oportunos —dice levantándose del sillón y acercándose a mí.
—De acuerdo —asiento con la cabeza no dejándome intimidar por su
estatura—. Vaya cambio de tema… Ya ha recordado lo que es hablar con una
mujer.
Él me mira serio un momento pero vuelve a reír, esta vez demasiado cerca
de mí, tanto como para percibir su aroma. Tal vez no sea tan desastroso este
hombre, si huele tan bien, y tiene esos ojos…
—Tengo que reconocer que nunca había hablado con una tan clara.
—Porque no has hablado con muchas de Whitechapel, si quieres dosis de
realidad sólo tienes que hablar con alguna de allí…
—No suelo salir de casa —admite separándose de mí y volviendo hacia la
chimenea.
—Así te estás quedando blanco como la leche…
Él gira y me vuelve a mirar frunciendo el ceño.
—Creo que ese es el menor de mis problemas.
—Tú sabrás, no voy a discutir con la nobleza… —digo y me doy la vuelta
para esperar al chico del que me ha hablado.
Menudo personaje, pienso dirigiéndome hacia la cocina, un lugar lleno de
mierda donde no creo que sea sano colocar comida, y eso que de donde vengo
no es el summum de la higiene y la salud…
Capítulo 2.

El monstruo de Whitechapel.
Regreso a casa, si es que una habitación de la última planta de un edificio
de cinco se puede llamar así, para avisar a mi madre de que he encontrado
trabajo y llevarle comida.
He desaparecido dos días y la pobre mujer debe estar preocupada. Aunque
otras veces lo he hecho y no ha ocurrido nada. Sabe que sé salir de los
problemas bastante bien, pero aún así cuando entro corre hacia mí y me abraza
con lágrimas en los ojos.
—¿Qué ocurre?
—Eireen, han matado a varias chicas en los últimos días, creí que eras una
de ellas.
Yo me aparto un poco para mirar su rostro arrugado.
—¿Las han matado? ¿Qué sabes exactamente?
—Dicen que es un monstruo de dos metros. Nadie lo ha visto, pero John,
el carnicero, vio una sombra de dos metros cuando una de las chicas gritó.
—Una chica gritó, el carnicero fue a ver qué pasaba después de beberse
entre cuatro y seis litros de cerveza… Y vio una sombra de dos metros y una
chica muerta… —deduzco ante los datos que me ofrece mi madre y los que ya
sé sobre John—. Es una fuente fiable —ironizo entregándole un paquete.
—¿Qué es esto?
—Comida, he encontrado trabajo —le aclaro con una sonrisa.
—¿Trabajo? ¿Dónde?
—En la casa de un Conde.
—¿Es de fiar?
La pregunta me hace pensar unos momentos y asiento.
—Sí, me gusta.
—No sé si me gusta que te guste —admite haciendo una mueca con su
boca.
—No me voy a enamorar, no te preocupes, el pobre hombre tiene una
cantidad de cicatrices…
—¿Cicatrices?
—Sí, debió tener un accidente hace años, lo he deducido por el estado de
su cara y el de su mansión. Lord Black.
—Me suena ese nombre, pero ahora no caigo —dice mirando al vacío con
los ojos clavados en el suelo.
—No importa quién sea, lo importante es que es un buen hombre y que
tengo trabajo. Vendré cada dos o tres días a traerte comida y dinero para pagar
la habitación.
Mi madre ha asentido, pero sigue con la mirada perdida en el vacío
intentando recordar algo. Cuando está así es mejor dejarla sola, la altera que
intenten hablar con ella. Decido marcharme y volver a la mansión del
“monstruo”, del que he preferido no mencionar esa palabra, porque todavía
hay algunos rumores sobre él y no quiero preocuparla.
Camino con paso ligero para salir de este lugar antes de que anochezca.
No quiero toparme con algún tipo borracho que haya decidido que prefiere
aprovecharse de una chica que camina sola antes que pagar a una profesional.
Mi madre a veces explica las cosas de una forma un poco ambigua, pero
siempre hay algo de verdad en lo que dice. No sé, es extraño, en el East End
siempre ha habido asesinatos, de toda clase, pero si éstos han creado cierta
alarma social debe ser algo espeluznante.
—Annie —llamo a la mujer que veo pasar delante de mí a toda prisa.
—Eireen —dice sorprendida al verme—. No deberías andar por aquí a
estas horas —me advierte mirando a un lado y otro.
—¿Qué ha pasado?
—Ha habido otro asesinato.
Observo que a mi alrededor otras personas corren hacia el lugar al que se
dirigía Annie, una de las prostitutas a las que lava mi madre la ropa.
Oímos un grito y corremos hacia el lugar en el que se concentra la gente.
La imagen del cuerpo que hay en el suelo es aterradora.
—¡Dios mío! —exclama Annie a mi lado llevándose las manos a la boca
—. Nos matarán a todas.
Yo la miro tras detener los ojos en el cuerpo de esa mujer que yace en el
suelo del callejón atestado de curiosos. Cada vez se agolpan más y más y nos
empujan hacia el cuerpo.
—¿A todas? —pregunto volviendo a mirar hacia el cuerpo.
—Todas son prostitutas.
—Vámonos de aquí —le aconsejo sintiendo ya algún empujón en mi
espalda.
Las voces de los demás hablando de que esto sólo puede haberlo hecho un
monstruo, que las chicas son muy jóvenes o que es una aberración se mezclan
hasta que no se oye nada coherente.
He estado pensando en lo que he visto durante todo el camino hasta llegar
a la mansión de Lord Black. Y sigo pensando en ello cuando cruzo el umbral
de la puerta, tan concentrada que no me doy cuenta de los dos hombres que
intentan salir.
—¿Trabaja aquí? —dice el más alto de ellos mirándome de arriba abajo.
—Así es.
—Somos el agente Smith y el agente Thompson, queremos hacerle unas
preguntas.
Yo los miro alternativamente a uno y otro y frunzo el ceño.
—¿Qué preguntas y por qué? —inquiero desconfiada entrecerrando los
ojos.
—Han asesinado a varias mujeres en el East End, será mejor que nos
acompañe, por su seguridad.
Yo niego y dejo el paquete envuelto en papel y atado con una cuerda sobre
uno de los muebles del vestíbulo que aún conservan una sábana encima.
—No pienso ir a ningún sitio. Y menos a estas horas, con la que está
cayendo, acabo de ver un asesinato en Whitechapel… ¿Por qué no investigan
eso? Además, no me ha quedado claro para qué han venido aquí.
Se miran el uno al otro y luego a mí con una expresión de sorpresa. Me
pregunto si habré dicho algo que no esperaban o se dan por aludidos porque
son unos inútiles.
—Señorita…
—Roberts.
—Señorita Roberts, ¿cómo sabe que han asesinado a una mujer en
Whitechapel? —pregunta el mismo tipo acercándose a mí. Otro que pretende
intimidar a la gente, pienso poniendo los ojos en blanco.
—Porque estaba allí, es evidente.
—¿Qué hacía allí? —pregunta el otro acercándose también.
—Pues lo mismo que medio barrio concentrado alrededor: ver qué había
pasado. Y antes de que sigan preguntando estupideces fui a ver a mi madre y
acabo de regresar.
—Entendido —dice el más alto, el señor Smith.
De pronto se acerca demasiado mirándome con complicidad.
—Venga con nosotros, es peligroso que siga aquí.
Es el colmo, jamás se han ocupado de un solo caso de asesinato en el East
End, y menos si era una mujer la víctima, y menos si era una prostituta. Que
por cierto… ¿Creen que soy una prostituta?
—Un momento. Ese hombre sólo asesina a prostitutas. ¿Por qué creen que
corro peligro? —pregunto frunciendo el ceño y cruzándome de brazos.
El chirrido de una puerta nos hace mirar hacia la escalera que hay detrás
de los agentes y vemos bajar a la mole de dos metros de pelo largo y rubio
despeinado.
—Ya es suficiente. Si no tienen nada más pueden dejar de acosar al
servicio —dice él con un aspecto que podría atemorizar a cualquiera, incluso
a dos agentes de Bow Street con una vasta experiencia en tratar con
delincuentes.
—Si le pasa algo será el primer sospechoso —le amenaza Smith y luego
me mira con una mueca de desagrado en su boca—. Tenga cuidado señorita
Roberts —dice cuando pasa a mi lado dirigiéndose a la puerta principal.
Yo alzo las cejas y él se va con el otro agente sin decir nada más.
Como siempre que hay asesinatos en alguna parte de la ciudad, y no saben
por dónde empezar a investigar, vienen a mi casa esos agentes. No es que me
importe mucho, pero no me gusta que Eireen sepa que soy sospechoso. No
tiene miedo de verme, pero si esos agentes le meten ideas podría marcharse
igual que vino.
Yo sé, en el fondo, y en la superficie, que no podría siquiera tocarla, más
de lo que la toqué cuando se cayó al levantarse ayer de mi cama, pero verla
aquí, en mi casa, me tiene enganchado. En realidad me hace bien y me hace
mal verla, me gusta, pero me hace consciente, más todavía, de la
imposibilidad de estar con otro ser humano, ahora soy más consciente de mis
defectos.
—Menudo par de idiotas, ¿no?
Yo me quedo mirándola y no sé qué contestar. Me limito a asentir
sorprendido.
—¿Ha oído lo que han dicho? Corro peligro… —dice ofendida.
—¿No crees correr peligro? —pregunto frunciendo el ceño. Se siente
segura a mi lado.
—No es eso, es que todas las mujeres a las que han asesinado de esa
forma tan brutal eran prostitutas.
La respuesta me deja sin palabras por un momento, no significa que se
sienta segura a mi lado, es otra cosa. Simplemente se siente ofendida.
—¿Cómo lo sabes?
Ella se dirige hacia las ventanas que hay a cada lado de la puerta principal
y corre las pesadas cortinas.
—No queda mucha luz, pero es angustiosa esta oscuridad —dice
eludiendo mi pregunta.
—¿Cómo sabes que eran prostitutas? —insisto.
—Porque he estado esta tarde en Whitechapel y he visto a una de ellas, no
se hablaba de otra cosa allí.
—¿Los agentes no lo saben?
—¿Esos inútiles? Pero si han venido aquí a buscar al monstruo de
Whitechapel, cómo van a saber nada más. Ahora creo que me he ofendido por
nada… —deduce mirando al vacío.
Una sombra aparece en el cristal de la puerta principal haciéndose cada
vez más grande y ella me mira buscando una respuesta.
—¿Espera a alguien?
—Billy Raven. No te asustes, es inofensivo.
Ella niega y se acerca a la puerta.
—Le aseguro, Milord, que no lo es, pero si trabajo aquí cumpliré con mis
funciones como es debido —afirma antes de abrir la puerta.
Billy entra con una enorme sonrisa y observa a Eireen de arriba abajo
ampliando más esa sonrisa.
—Hay que ver cómo está el servicio —dice con la mirada de un lobo
hambriento.
—No te atrevas a tocarla —le advierto.
—Por si no se han dado cuenta estoy presente. Aunque no parezca
importarles demasiado.
—Vaya vaya —dice Billy cerrando la puerta tras de sí con el pie—. He
estado en otras casas de la nobleza otras y nunca vi estas confianzas con el
servicio.
—Señor Raven, le informo de que la cena se servirá en media hora —dice
con una inclinación de su cabeza intentando eliminar esa mezcla de acento
cockney—. Se servirá en la sala azul. Podrá distinguir el color en las zonas de
las paredes que no se han caído a trozos —recalca con una inclinación que
sólo se haría en la corte ante la reina… No sé si ella sabe o no lo que
significa, parece tener ciertos conocimientos sobre etiqueta que usa a voluntad
para tocar la moral.
Billy no oculta su sorpresa inicial y luego rompe a reír acercándose a mí y
dándome una palmada en la espalda.
—¿Qué quieres ahora? —pregunto refunfuñando.
—Hay cierto revuelo entre mis empleadas y ya hay algunas que no quieren
trabajar.
—¿Y qué tengo yo que ver en eso? Sólo me interesan los casinos, es decir,
mi dinero invertido en ellos.
—Si las prostitutas no trabajan los clientes de los casinos se ponen
nerviosos. Ya ha habido tres peleas en dos de ellos, me están destrozando los
locales.
—Pues que vayan las autoridades, o esos agentes de Bow Street, a poner
orden.
—No me gustan esos tipos. Además ya sabes que me gusta arreglar las
cosas por mi cuenta. Lo último que necesitamos es a “las autoridades”
husmeando por nuestros casinos.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Contratar a unos matones? Haría falta un
ejército para sofocar todos los altercados de Whitechapel.
—O podrías ir tú, ya sabes cómo impone tu presencia… —sugiere Billy
mientras observo de reojo a Eireen. No me gusta que ella oiga eso, que sepa
que la gente me tiene miedo.
—No me gusta salir de casa. Además seguro que me acusarían del
siguiente asesinato si voy a Whitechapel… —digo negando con la cabeza.
—Perdonen que me meta, pero ¿no sería más lógico encontrar al asesino
para que todo vuelva a la normalidad?
Billy y yo la miramos atónitos sin decir una palabra y ella decide
explicarse.
—Es decir, todos se benefician. Las futuras víctimas, ustedes, ya saben…
Y desde luego les saldrá más barato que contratar a un montón de matones…
—explica ella mirándonos a uno y otro alternativamente.
—Si te cansas de trabajar para éste —dice Billy señalándome con la
barbilla—. Mis puertas estarán siempre abiertas para ti —asegura guiñándole
un ojo.
No me gusta nada la actitud de Raven. De hecho me están entrando ganas
de darle un puñetazo. Y normalmente me hace gracia su actitud, entre pasivo-
agresivo y burlón. El problema es que se meta en estos terrenos. No me gusta
que hable con Eireen, que se dirija siquiera a ella. O que la mire.
—Hablaré con Emma, seguro que tendrá alguna idea para atrapar al
asesino —sugiere Billy dando un paso atrás cuando me mira y ve en qué
estado me encuentro.
La mención de Emma me calma un poco y sé que sólo intenta ponerme
nervioso con sus jueguecitos.
—¿Se va a quedar a cenar el señor? —pregunta Eireen al ver cómo Billy
vuelve a ponerse el abrigo.
—No, señorita Roberts, el señor se va al manicomio de Bedlam a buscar a
la señora —responde guiñándole un ojo.
Tras el portazo Eireen me mira buscando una explicación. La verdad es
que ninguna sirvienta haría eso. A veces me confunde, porque es como si
conociera perfectamente las normas sociales y todas esas estúpidas reglas que
impone la nobleza, pero simplemente decidiera no seguirlas.
—Es su prometida.
—¿Ese hombre tiene una “prometida”?
Yo me encojo de hombros y ella empieza a reír.
—Todo el mundo tiene derecho a tener a alguien que le quiera —intento
justificarle aunque no sé muy bien por qué. Ni tampoco entiendo qué ve la
doctora en ese hombre.
—En realidad no me reía de eso, es que, Milord, tiene un aspecto muy
gracioso encogiéndose de hombros.
Eireen sigue riendo pero no se queda para ver mi reacción, sino que se
escabulle como una niña traviesa por detrás de la escalera principal, por el
camino que lleva a la cocina.
Al día siguiente Billy se presenta pasadas las doce junto a la doctora
Green, Emma. Forman una extraña pareja, ella tan metódica, tan analítica con
todo y todos, él tan disipado y a la vez no se le escapa una, por eso es el rey
de los bajos fondos de Londres.
Emma entra y me mira con una mueca que pretende ser una sonrisa, hasta
que repara en la presencia de Eireen.
—Señorita Roberts —la saluda con una inclinación de la cabeza y Eireen
le devuelve el saludo.
—Es la doctora Green —le explico cuando me mira.
—La loquera.
Emma sonríe y asiente.
—Algunos de mis pacientes me llaman así.
—Comprendo… Entonces mejor no me acerco mucho no vaya a acabar
con esos otros que la llaman igual que yo —dice encogiéndose de hombros
antes de ir a la cocina para servir el té.
—Vayamos a la biblioteca —les pido negando ante la reacción de Eireen.
—James —dice Billy alcanzándome por el pasillo con el rostro lleno de
preocupación—. ¿Te la has llevado ya a la cama? —me pregunta alzando dos
veces las cejas para dar énfasis a su pregunta.
—Billy —le llama Emma con la voz serena, y sin embargo él se ha
cuadrado ante ella cuando ha negado con la cabeza a modo de reproche. Me ha
recordado a una institutriz que era muy severa pero que jamás levantó la voz ni
la mano a ningún niño. No sé cómo lo hacía, pero todos la obedecían.
—Cariño, es que hay que comprender que la curiosidad me está
matando…
—Milord, le ruego que disculpe a mi prometido.
Yo asiento y abro la puerta de la biblioteca dejando que pasen ellos
primero.
Emma se sienta con la espalda erguida y Billy, al contrario que ella, se
deja caer en uno de los sillones y se queda repantigado tal y como ha caído…
—¿Habéis averiguado algo sobre el asesino?
—No, sólo que tiene un método y que está loquísimo —responde Billy.
—¿Esa es la definición técnica?
—En realidad el término médico es que el asesino presenta una manía sin
déficit de facultades…
La puerta se abre interrumpiendo la explicación de la doctora y Eireen
entra muy resuelta y rápidamente con la bandeja, sosteniéndola con una sola
mano como si hubiera hecho eso muy a menudo. Todavía me pregunto dónde
habrá trabajado antes para tener ese tipo de habilidades. Ella comienza
distribuyendo con unas formas exquisitas el servicio del té, así como
respetando el título nobiliario y el protocolo, mientras la miramos sin decir
una palabra. Igualmente Emma no le quita ojo mientras sirve el té.
Sus movimientos son exquisitos, su postura perfecta, y decide estropearlo
todo abriendo la boca…
—Si los “señores” y Milord no quieren nada más me retiro a la cocina a
adecentar las telarañas, no quiera Dios que las pobres arañas tengan su hogar
sucio —dice acompañando su comentario con una reverencia que no tiene
nada de simbólica sumisión.
Billy contiene una risa y Emma alza las cejas sorprendida, hasta abre la
boca sin llegar a decir nada.
Eireen sale dando un portazo y Billy deja de contenerse para reír a
carcajadas.
—De verdad, tienes que averiguar de dónde ha salido esa mujer —dice él.
—Estamos aquí para hablar del asesino y atraparlo.
—Con los datos que tenemos —comienza Emma colocándose unos
anteojos para observar un papel donde ha escrito algunas notas—. El asesino
es un hombre que carece de sentimientos morales, no tiene la capacidad de
sentir compasión. Posee algún conocimiento sobre anatomía, por lo que he
podido averiguar en la morgue, y posee instrumental quirúrgico.
Billy y yo nos miramos sin saber qué decir. Ahora mismo me siento más
tonto que antes… Pero de pronto recuerdo algo que dijo Eireen.
—Y sólo mata a prostitutas —añado por aportar algo.
La doctora me mira por encima de los cristales de sus anteojos y alza las
cejas para dejar después el papel encima de la mesita donde está su taza de té,
que aún no ha probado.
—¿Cómo sabe eso?
—Bueno, me lo dijo Eireen. Es decir, la señorita Roberts.
La mirada de la doctora me acosa sin pestañear mientras le respondo e
incluso unos momentos después.
—Es un dato interesante —concluye tras esos segundos de tensión,
cogiendo su taza y dando un pequeño sorbo.
—No sé qué tiene de interesante —digo cogiendo también mi taza.
—Lo que tiene de interesante, Lord Black, es que gracias a ese detalle
podremos atrapar al asesino —responde tras dar otro sorbo a su té y
ofreciendo una comedida sonrisa.
Miro a Billy y asiente.
—Tal vez podríamos vigilar a algunas prostitutas por si aparece el asesino
—sugiere Billy.
—Hay que averiguar en qué zonas ha cometido sus crímenes —añade la
doctora.
—Creo que Eireen sabe algo sobre eso, estuvo ayer en Whitechapel.
—¿Qué hacía allí? —pregunta Emma.
—No tengo la menor idea.
—Tal vez visitar a su familia —piensa ella en voz alta mirando el interior
de su taza.
—Ten por seguro que la mitad de lo que gastas en comida no te lo comes
tú. Es posible que tenga marido y cinco niños hambrientos esperándola —
supone Billy mirando hacia la puerta por la que se ha ido Eireen.
—Es demasiado joven para tantos hijos —me quejo y Billy empieza a reír.
—Y para un marido, pero si lo tiene puedo ocuparme de él —sugiere
guiñándome un ojo.
—Doctora Green, ¿podría ayudar a mi socio con su cerebro trastornado?
—Creo que eso es un poco difícil. Tal vez con alguna técnica de
psicocirugía… —sugiere riéndose mientras ignora a Billy—. Podríamos hacer
algunos experimentos muy interesantes.
—Esos experimentos los haces con chimpancés, a mí déjame en paz —se
queja él cruzándose de brazos.
—Tal vez no haya tanta diferencia con un chimpancé —digo riendo sin
mirar tampoco a Billy.
—Estoy presente —dice él—. Por cierto, hemos venido a hablar del
asesino.
—Tienes razón, cariño, es que es tan fácil —se excusa Emma.
—¿Fácil meterse conmigo mientras estoy delante?
—Los datos que tenemos, entonces, son los siguientes —empieza a
nombrar ella ignorando por completo la queja de Billy.
Tras volver a contar con esos datos y añadir el detalle sobre la profesión
que comparten las víctimas, los tres empezamos a discutir sobre si deberíamos
vigilar a las prostitutas, las zonas en las que sabemos seguro que ha atacado, a
falta de la información de Eireen, y la situación tensa que hay en las calles.
—Tal vez espere a que todo se calme para volver a atacar —digo
pensando en lo que haría yo si fuera él.
—Puede que actúe así, o puede que se haya crecido, que tenga confianza
en sí mismo porque no le han cogido aún y se sienta seguro para actuar a
voluntad —rebate la doctora.
—Puede que le haya cogido el gustillo a matar —añade Billy ante la
mirada de desaprobación de Emma, y la mía.
—No es mala idea vigilar a algunas de las prostitutas, pero no es
suficiente. Tenemos que saber cómo eran esas mujeres físicamente, si hay algo
en su personalidad que las uniera de alguna forma para atraer al asesino. Algo
que él viera en ellas y que le llamara la atención. ¿Eran jóvenes o no? ¿Rubias
o morenas? Ya saben, ese tipo de cosas —explica Emma acabando el té y
dejando la taza con un movimiento seguro y rápido.
—Cariño, deberías hablar con Legge —le recomienda Billy.
Capítulo 3.

El agente de Bow Street.


Este trabajo es un verdadero chollo. He tenido suerte, pienso mientras
adecento mínimamente la cocina, sólo lo básico para no morir de alguna
infección, y sólo hago ruido como si estuviera trabajando cuando oigo cerca al
“Milord”, porque el resto del tiempo lo paso sentada mirando cómo se pelean
los gatos en el jardín trasero. Es interesante la vida de los gatos, estoy
aprendiendo mucho de ellos, tienen una inteligencia que ya quisieran muchos
en Whitechapel… Esos pequeños tienen unas estrategias…, crean emboscadas
y recuerdan muchas cosas que les ocurren para vengarse o para saber qué
hacer en cada momento. De pronto oigo unos pasos y me levanto tirando una
pipa que he encontrado en una de las habitaciones. Sacudo mi falda y ventilo
mi ropa dando vueltas para que no sepa que he cogido esa pipa para fumar.
Entro rápidamente en la cocina para coger un trapo, estratégicamente
preparado para hacer como que llevo media hora limpiando el poyete de la
cocina… Y respiro al fin.
—Milord —digo pasando el antebrazo por mi frente como si estuviera
sudando del agotamiento que tengo—, no sé si necesitaré ayuda, es tanto
trabajo para mí sola…
Él me mira alzando una ceja.
—Señorita Roberts…, Eireen, la casa está igual que siempre, salvo un
poco mejor la cocina, y salvo que te dedicas a abrir todas las puñeteras
cortinas de cada ventana por la que pasas. El resto de la casa se cae a pedazos
y sigue igual de sucia —me recuerda.
—Sólo la cocina requiere días para ser limpiada a fondo —me defiendo
—. Estoy sola para hacer todo —me lamento.
—Todavía no sé por qué te contraté, si podía vivir perfectamente como
estaba todo antes, básicamente porque sigue igual.
No respondo con palabras, sino que me limito a abrir exageradamente la
boca para hacerle entender que me ha ofendido. Sin embargo de repente se me
ocurre una idea.
—Mi madre podría ayudar.
—Si es como tú ya tengo bastante con una.
Vuelvo a mirarlo ofendida y él pone los ojos en blanco.
—¿Qué quiere su excelencia? —digo usando a propósito la forma de
cortesía de un duque.
—Mi excelencia quiere que nos ayudes a averiguar quién es el asesino de
esas prostitutas de Whitechapel.
Mi sorpresa ahora no es fingida, es muy real, y mi expresión también.
—¿Yo?
—Te lo explicaré todo en la biblioteca.
No me fío mucho de lo que necesiten de mí, pero Lord Black añade algo
para terminar de convencerme.
—No deberías fumar lo que había en esa pipa, es opio —dice caminando
ya hacia la puerta de la cocina.
—Sí que sois buenos investigando cosas —me veo obligada a admitir a
modo de halago para que no me despida.
Le sigo hasta la biblioteca y no me atrevo a decir nada más, pero tampoco
me fío de él y de lo que pretende.
Cuando abre la puerta veo a la doctora Green, Billy Raven y, sentado en
una silla aparte, a un tipo con un traje que debe costar el sueldo de un año, de
alguien que cobre más que yo, por supuesto.
—Señores y señorita —digo al entrar e inclino la cabeza.
—Señorita Roberts, le presento al Conde de Darmouth, Lord Legge.
Me gustaría responder: “Pues muy bien por él”, pero decido morderme la
lengua y sonreír educadamente mientras hago una inclinación formal.
—Lord Legge fue un agente de Bow Street con el que colaboraba en el
pasado y le hemos pedido ayuda para resolver este caso.
—Me temo que hace ya tiempo que no piso Bow Street, pero he
conseguido algo de información de un antiguo subordinado, el agente William
Smith.
—¿Y qué pinto yo aquí?
—Usted vio el cadáver de la última víctima y además conoce a las chicas
que viven en la zona. Queremos saber si conocía a alguna de ellas.
—Lo que hicieron con esa chica no tiene nombre. Creo que no podré
olvidar esa imagen en mucho tiempo —admito mirando el suelo recordando lo
que vi—. Sobre las prostitutas tengo que decir que eran todas morenas y
vivían cerca del casino del señor Raven, mi madre les lava la ropa a esas
mujeres. Están muy asustadas, y no me extraña con lo que vi el otro día —les
explico mirando hacia el vacío de nuevo.
—Muchas gracias, señorita Roberts —dice esa doctora tan rara con media
sonrisa—. Creo que por hoy es suficiente, mañana seguiremos —y sin más se
levanta y la siguen Billy y el Conde.
Miro a Lord Black cuando cierro la puerta principal y nos quedamos
solos, y noto el cansancio en su mirada. No está acostumbrado a estar con
tanta gente. Me pregunto muy a menudo qué le ocurrió para tener esas
cicatrices.
—Mañana volveré a Whitechapel y preguntaré qué rumores hay sobre el
asesino.
—No me gusta que vayas allí —dice sorprendiéndome.
—He vivido allí unos cuantos años.
—¿Cuántos años?
Le miro frunciendo el ceño.
—Los suficientes como para aprender a sobrevivir. No es fácil, que
conste. ¿Y cuál es su historia? —pregunto al fin intentando que no se note que
me muero por saber qué le pasó.
—¿Mi historia?
—Sí, qué le pasó.
—Un incendio —afirma sin aclarar nada más—. Y ahora explícame por
qué conoces las normas de etiqueta tan a la perfección. Y sobre todo, por qué
decides usarlas a voluntad —dice con una sonrisa.
—Es una larga historia —admito con un suspiro.
—Entonces deberíamos volver a la biblioteca y beber whisky.
Lo miro entrecerrando los ojos y sonrío.
—Me parece la mejor idea de toda la tarde.
No es que me afecte el alcohol demasiado, pero no soy inmune a una copa
de whisky escocés, además creo que está más fuerte de lo normal porque me
noto la lengua muy pastosa.
—Entonces eres la hija de un Conde.
—Mi madre nunca me ha dicho quién era, sólo lo sé porque una vez, en la
casa donde trabajaba, el ama de llaves se enfadó y dijo que por muy Conde o
Duque que fuera mi padre, tenía que limpiar el suelo arrodillada como los
demás. Yo crecí en esa casa. Mi madre sólo me contó que mi padre le ofreció
ayuda a cambio de dejarme allí, ya que ella no podía hacerse cargo de mí. No
es que pagara nada por mi educación, al fin y al cabo sólo estuve en ese lugar
como esclava, básicamente. Cuando tuve capacidad de razonar busqué a mi
madre y fui a vivir con ella.
—¿Cuándo fue ese momento en el que tuviste capacidad de razonar?
No sé si me está insultando o lo está diciendo realmente porque quiere
saber cuándo volví con mi madre.
—Tenía doce años.
—Interesante —dice alzando su copa, la segunda, que parece no afectarle
como a mí.
Yo doy un sorbo y decido levantarme para apagar la chimenea porque al
final van a haber dos cadáveres chamuscados en esta casa.
Voy tambaleando hasta el atizador y tropiezo con la puñetera alfombra.
Oigo pasos rápidos a mi espalda y unos brazos fuertes y grandes que me
sujetan para que no me de con el atizador en la cabeza. Por alguna razón
empiezo a reír y él me suelta lo suficiente para que vuelva a retomar la
estabilidad perdida, pero no lo consigo y ahora soy yo la que se agarra a él
cuando intento girarme, apoyando finalmente mi cabeza en su pecho, porque
mide unos dos metros y yo he heredado la baja estatura de mi madre. Sigo
riendo en su pecho mientras siento su respiración y el latido de su corazón en
mi oreja.
Él me sujeta apretándome contra su cuerpo y siento un cosquilleo en mi
estómago, y por raro que parezca, en otras partes de mí. Vuelvo a reír sin
poder apartarme de él.
—No me dejes beber más, te lo ruego —le pido alzando la cabeza y los
ojos para ver sus ojos azules, que están clavados en mí. Me cuesta respirar
cuando le miro, porque él lo hace de una forma muy extraña.
—No te dejaré beber más, hoy —especifica al final y yo vuelvo a reír y
vuelvo a acercar mi mejilla a su pecho—. Será mejor que te sientes.
Él intenta apartarme pero yo le agarro de la cintura deslizando mis manos
alrededor de él.
—Un poquito más —le ruego y él no dice nada, nos quedamos así no sé
cuánto tiempo mientras cierro los ojos y respiro su aroma.
De pronto siento una reacción en su cuerpo y alzo de nuevo mis ojos hacia
los suyos y también una mano que deslizo entre nuestros cuerpos, hasta llegar a
sus labios.
Él me mira ahora confuso y creo que con miedo. No es que yo no lo tenga,
porque siento un deseo irrefrenable por besarle y no sé por qué. Debería
horrorizarme en realidad, pero no es así, creo que puede ser el alcohol, o tal
vez que necesito a la doctora Green en una de esas sesiones en las que trata a
los locos.
Me muerdo los labios y aparto mi mano de su cintura para acariciar su
mejilla izquierda, suave y sin ninguna cicatriz. Creo que debió ser muy guapo
antes de ese incendio del que me ha hablado tan poco.
—Bésame —digo con la voz ronca.
Él me obedece y junta sus labios con los míos para sentir después su
húmeda lengua, que me hace gemir en el mismo instante en el que está en
contacto con la mía. Mis manos ya recorren su cabello rubio para acercarlo
más a mí y mi respiración se acelera de repente. Siento sus manos en mi cuello
y en mi rostro y cómo sube la intensidad en su beso. Coloco mis manos en su
pecho para empujarlo hacia el sillón frente a la chimenea, donde él estaba
sentado antes. Se deja llevar sin detenerse en sus besos y me mira confuso
antes de caer sentado. Yo me subo a su cuerpo hincando cada rodilla a un lado
de su cuerpo para sentir su erección.
De pronto me doy cuenta de lo que estoy haciendo y me aparto de sus
labios para mirarlo.
—No…, esto no está bien —digo volviendo a dejar caer la mirada en sus
labios por un momento, húmedos por mis besos.
—No sé si está bien, pero bésame otra vez —me ruega él y yo me muerdo
los labios. Parar ahora me costaría demasiado. Al menos un beso más, me
miento a mí misma.
Vuelvo a inclinar mi cabeza y vuelvo a abrir la boca para recibir su
lengua, que acaricia la mía mientras con sus manos me sujeta de las caderas
para restregarme contra él. No puedo evitar gemir y disfrutar cada momento,
cada parte de su cuerpo en contacto con el mío.
—No puedo hacer esto, no está bien —no puedo dejar que me pase lo
mismo que a mi madre, no quiero convertirme en la amante de un aristócrata.
Me aparto definitivamente de él e intento levantarme, pero al hacerlo me
mareo y empiezo a ver todo como si lo hiciera tras un caleidoscopio.
Miro su cuerpo encima de mi cama, otra vez aquí, no sé por qué no la he
llevado a su habitación, tal vez por algún tipo de idea pervertida que se me ha
ocurrido cuando se ha desmayado.
Está totalmente a mi merced, podría tocarla, podría verla desnuda, porque
sé que lo que ha ocurrido antes ha sido debido al alcohol, en cuanto se ha dado
cuenta de lo que estaba pasando ha querido irse. Es comprensible, nadie en su
sano juicio me besaría. Al fin y al cabo soy el monstruo Black… Y creo que
no voy a tener otra oportunidad para verla aquí, desnuda… La tentación es
demasiado grande y su camisa ya está medio abierta, ni siquiera lleva corsé,
lo que dificultaría la tarea notablemente. Desabrocho un botón más y veo el
inicio de sus pechos. Otro botón, y luego otro, y aparto la tela para ver su
pecho, que acaricio llenando mi mano y tocando su pezón con el pulgar. Se
mueve bajo mi mano aunque está dormida y me detengo. Cuando vuelve a
calmarse llevo mi otra mano a su otro pecho, que acaricio a la vez que el otro.
Rozo sus pezones y vuelve a moverse, pero no puedo evitar inclinarme hacia
ella y deslizar la punta de mi lengua por uno de ellos, hasta que la oigo gemir.
Me aparto rápidamente y junto los bordes de su camisa.
—¿Qué haces? —pregunta abriendo los ojos y mirándome confusa para
llevar sus manos a su escote.
—Te has desmayado. Te he traído hasta aquí…, no te iba a dejar en el
suelo.
—Pero… —dice frunciendo el ceño y deslizando la mano derecha por sus
pechos.
—Será mejor que descanses, has bebido mucho.
No le doy tiempo a pensar más porque salgo de la habitación rápidamente
y cierro la puerta tras de mí antes de oír alguna queja.
No había hecho esto en mi vida, no sé qué me ha pasado. Y sé que le
repugnaría si lo supiera. Su expresión era de verdadero asco. No debería
haberla besado antes, hacerlo sólo ha servido para darme cuenta de la
realidad todavía más. Era mejor no saber el alcance de lo que mi aspecto le
repugna. Sin embargo, durante un momento he sentido tanto placer, por un
momento parecía que me deseaba, aunque fuera debido al whisky. Hacía tanto
que no sentía algo así con una mujer.
Eireen lleva toda la mañana esquivándome, y eso me hace sentir más
idiota que antes. No sé si recuerda algo de lo que pasó anoche o de lo que le
hice más tarde, cuando se desmayó. No ha querido hablar de ello, ni siquiera
ha mencionado nada de lo que hablamos.
Después de preparar el desayuno y dejarlo encima de la mesa de mi
despacho sin apenas dedicarme una mirada, me ha informado de que iba a
Whitechapel para averiguar más cosas sobre los asesinatos. No me ha dado
tiempo a decir nada, porque lo ha dicho mientras dejaba el plato de huevos
revueltos en la mesa y se ha marchado rápidamente sin darme una oportunidad.
Y cuando he abierto la boca para intentar explicar algo ya se había ido.
Después ha regresado para preparar la comida y se ha metido en la cocina
más tiempo del habitual. La he estado observando desde la planta superior.
Como siempre, estaba sentada mirando a esos gatos que entran y salen del
jardín a voluntad. A veces me pregunto si quiere aportar algo al trabajo sobre
la evolución de las especies o hacer uno alternativo para la Royal Society…
La miro desde la ventana de una de las habitaciones que dan al jardín
trasero y observo sus manos y su cuerpo desde arriba. Cada vez que pienso en
sus besos y en sus manos, y en su cuerpo desnudo en la cama… No puedo
soportarlo, es una tortura tenerla tan cerca, verla, y no poder tocarla. Ni
siquiera me atrevo a preguntar qué recuerda o qué piensa sobre lo que pasó.
Se horrorizaría si supiera…, y por ello no creo que recuerde más que algún
beso. Debe estar avergonzada de haber besado al monstruo Black, y por ello
se muestra esquiva desde esta mañana.
No queda mucho para que vuelvan Billy, Emma y otro agente de Bow
Street que ha contratado la doctora para ayudarnos. No me gusta la idea, hasta
hace poco me investigaban a mí como posible sospechoso, pero si es la única
forma de atrapar a ese asesino y que nuestros negocios vuelvan a funcionar a
pleno rendimiento, tengo que tragar con eso.
Alguien golpea la puerta y veo a Eireen mover la cabeza, se levanta y
sacude su falda, escondiendo de nuevo la pipa bajo la silla en la que está
sentada en el jardín, la pipa que por cierto no ha devuelto a su sitio.
La doctora Green y Billy, que tampoco tolera a esos agentes, se sientan a
un lado, dejando al señor Smith en una silla más apartada.
Emma pone sobre la mesa toda la información que tenemos hasta ahora, y
junto al agente Smith empiezan a situar sobre un mapa mal dibujado de
Whitechapel los puntos donde se han cometido los asesinatos.
—Señorita Roberts, ¿qué ha averiguado? —le pregunta el agente Smith
después de mirarme con desconfianza durante un momento.
—Dicen que es un tipo bajito, pero otros dicen que es un monstruo de dos
metros, claro que si sólo han visto su sombra…, pues supongo que depende de
la distancia a la que esté la luz… Hay que tener en cuenta que en el East End,
concretamente en Whitechapel, no hay muy buena iluminación… Una de las
chicas, Annie, me ha contado que un tipo bajito le pagó por hacer cosas muy
raras, claro que la pobre mujer al final se cansó y salió corriendo de su
carruaje. Desde entonces no ha salido a trabajar.
—¿Qué clase de cosas? ¿Y cómo era ese hombre?
Ella me mira y luego al agente que le ha preguntado.
—Ya saben, cosas raras… —explica ella sonrojándose—. Y respecto al
aspecto dice que no lo recuerda bien porque estaba oscuro y tapaba su rostro
con una capa.
—No sabemos si puede ser la misma persona. Hay muchos hombres
pervertidos en Londres, puede que más que en cualquier otro lugar de
Inglaterra… —afirma el agente dedicándome una mirada.
—¿Qué opinas? Emma —le pide Billy repantigado en su sillón sin ningún
tipo de modales y volviendo la cabeza hacia ella tras escuchar a Eireen y al
agente.
—Necesitamos a alguien que sepa defenderse y que se convierta en el
cebo. Ahora hay menos prostitutas por la calle, así que podría ser factible que
se fijara en nuestro cebo. Tiene que ser como las anteriores víctimas
físicamente y en todos los sentidos que conocemos y que tenían en común. Que
no se amilane ante cualquier propuesta que le hagan para poder averiguar
quién es y no salga corriendo como hizo Annie.
—Hay demasiado miedo como para que una de las chicas acepte —dice
Eireen encogiéndose de hombros—. Además hay una cosa que complica todo
aún más: Todas las víctimas eran vírgenes —añade alzando las cejas—. Eran
chicas muy jóvenes, mi madre conocía a algunas de ellas, por eso sé esos
detalles. Acababan de empezar en su profesión.
—Lo complica, desde luego. ¿Hay alguien virgen en Whitechapel? —
pregunta Billy riendo.
—Virgen y puta —resume el agente Smith—. Y que sepa defenderse.
—Que conozca el barrio —añade Emma.
—No es que me guste la idea —dice de repente Eireen interrumpiéndoles
—, pero yo cumplo esos requisitos, aunque tendría mis condiciones para
meterme en este lío. Quiero dinero, por supuesto. Mucho dinero.
Yo la miro boquiabierto. ¿Quiere participar en este embrollo? ¿Acaso no
teme por su seguridad? ¿Es virgen?
Después veo las miradas de los demás pensando que es buena idea y
entonces es cuando el terror se apodera de mí.
—Un momento, no voy a permitir esta locura —niego levantándome.
—James, no va a pasar nada, la protegeremos en todo momento. Tú puedes
participar en esa protección. Y es la única forma que tenemos para atrapar a
ese depravado —asegura Billy.
—¿Vas a pagar una buena cantidad de dinero? —pruebo con lo que sé que
le duele, el bolsillo.
—Las cantidades ingentes de dinero para una chica de Whitechapel no son
tan ingentes. ¿Cuánto quieres? —le pregunta a la voluntaria.
—Quiero una casa en una buena zona de la ciudad para que mi madre no
tenga que vivir en el East End y también que deje de trabajar.
—¿Lo ves?
—Sólo tengo una empleada que se atreve a trabajar para mí, no quiero
quedarme sin servicio —me quejo todavía en pie y muy enfadado.
—No voy a dejar que me maten —me responde Eireen mirándome al fin a
los ojos y sonrojándose un poco al hacerlo. No sé qué recuerda, pero hay algo
seguro.
Todos empiezan a hablar sobre cómo llevar a cabo el plan como si yo no
estuviera presente, como si no estuviera aún de pie. Son dos metros de altura,
pero parece que ni me ven. Decido sentarme, pero no me gusta nada cómo
están yendo las cosas.
—Tendrá que acompañarme a mi oficina, señorita Roberts, le entregaré un
arma y le enseñaré a usarla —dice el agente y yo le fulmino con la mirada.
Ella sonríe y compruebo horrorizado cómo le atrae la idea de
acompañarlo. No puede ser, ese agente idiota le gusta. He tenido días malos en
mi vida, pero éste… Casi los supera…
—Estaré encantada de acompañarle. Aunque antes quiero una muestra de
que cumplen el trato que he hecho con ustedes —dice mirando a Billy y luego
a mí.
—¿Qué quieres? —pregunta Billy con una sonrisa, porque yo no soy capaz
de hablar aún.
—Quiero la casa para mi madre.
—Apuntas muy alto jovencita —responde Billy acariciando su propia
barbilla.
Ella se cruza de brazos como respuesta.
—No me parece bien —añado para ver si Billy se da cuenta de que esto es
una locura.
—Una casita fuera de Londres —responde él para llevarme la contraria—,
está un poco destartalada. Se la gané a un tipo a las cartas hace años y no me
produce ninguna rentabilidad —sugiere él haciendo caso omiso de mis quejas.
—Trato hecho —responde ella con una sonrisa.
Mis dos metros de altura y mi cara desfigurada no sirven para nada, ni me
hacen caso ni les intimido en absoluto. De hecho fingen que ni siquiera estoy
presente.
Resoplo y el agente Smith se levanta para acercarse a Eireen.
—Será mejor que empecemos cuanto antes —afirma él tendiéndole la
mano, ¡y ella la acepta levantándose de su silla! Creo que le gusta ese idiota y
no puedo soportarlo. Ni puedo soportar la idea de que le dé la mano o que
estén juntos toda la tarde. Voy a pasar un infierno hasta que regrese.
Capítulo 4.

La dulce e inocente meretriz.


La idea de disparar una pistola me ha emocionado tanto que no he dudado
ni un solo segundo en levantarme y acompañar a ese hombre hasta su oficina
en Bow Street. Y ahora que estamos a las afueras de Londres probando la
pistola todavía estoy más emocionada.
—En realidad no tendrías que aprender a disparar tan lejos, pero podría
darse la situación de que intente huir y en ese caso es mejor que sepas cómo
detenerlo —me dice mientras apunto cerrando el ojo izquierdo y veo las
botellas de cristal intactas a unos seis o siete metros de distancia.
Disparo y no le doy a nada.
—¿Qué ha pasado?
—Es más fácil imaginarlo que hacerlo —afirma colocándose detrás y
moviendo mis manos en una posición más relajada.
Vuelvo a intentarlo y acierto por poco, pero es una pequeña victoria.
—¡Le he dado! ¡Le he dado! —exclamo dando pequeños saltitos.
—Tienes que seguir hasta que consigas dar a algo en movimiento.
Hemos estado practicando hasta casi el anochecer y hemos vuelto a
Londres cuando ya había oscurecido totalmente. Creo que ha sido productivo,
porque ahora sé disparar bastante bien y siento que podría defenderme si se
diera la ocasión. Me siento satisfecha conmigo misma cuando cuando entro en
la mansión de Lord Black y él está de pie caminando por el vestíbulo con una
expresión severa que no le he visto nunca.
—¿Ha pasado algo mientras no estaba? —pregunto frunciendo el ceño,
algo le pasa a este hombre.
—Es muy tarde, me he preocupado —reconoce él con los ojos tristes.
—Estaba con ese agente y voy armada —digo alzando las cejas y sacando
el arma de mi bolsito—. Los que corren peligro son los demás —aseguro
sabiendo que corren más peligro porque tampoco disparo tan bien y no sé qué
podría pasar.
—Con un poco de suerte se te escapa una bala para ese agente.
—¿Qué le pasa con él? Milord —digo con una inclinación de mi cuerpo.
—Que ha venido otras veces para tratarme de sospechoso de otros
asesinatos. Eso me pasa. Y no me gusta, es demasiado altivo para ser un
simple agente.
—¿No hay nada más? —pregunto entrecerrando los ojos.
—No, ¿qué quieres que haya?
Por alguna razón me envalentono y me acerco a él, que da un paso atrás,
dándose un golpe en el gemelo con el mueble desconchado que tiene detrás.
Yo me acerco más y le ayudo agarrándole de los hombros.
Entonces él me mira los labios porque sus ojos están muy cerca de ellos.
Deslizo mi lengua por ellos y él contempla detenidamente mi gesto.
—He tenido un sueño muy raro —susurro y él me mira entornando los
ojos.
—¿Qué has soñado? —pregunta con la voz ronca.
—No estoy segura de si era un sueño. Te vi anoche en tu habitación, lugar
en el que por cierto me he despertado. Tenía la camisa abierta y… —no me
atrevo a decir qué más, porque creo que deslizó su lengua por mis pechos.
—¿No recuerdas nada más?
—No fue un sueño… —reconozco nublando por un momento los ojos, que
tengo puestos en la chaqueta de su traje.
Él sigue clavándome la mirada y alzo los ojos para observar los suyos, tan
azules, tan profundos.
—¿Qué pasó? ¿Qué más tengo que recordar? —pregunto confusa y un poco
excitada al sentir su aroma tan cerca.
—¿Nos besamos?
—Me besaste.
—Debía estar borracha.
—Un poco —reconoce bajando la mirada, perdiendo el contacto con mis
ojos. Y dejo de ver sus ojos azules, tan hermosos.
—Ahora no lo estoy, ahora recordaría un beso —digo con el corazón
latiendo a mil por hora y observando muy nerviosa su reacción.
—Seguramente —responde volviendo a clavar sus ojos en los míos—.
Pero te gustaría tocarme. No te lo reprocho, a nadie le gustaría hacerlo.
—No sé, es extraño, ahora que sé que pasó realmente, me gustaría saber
qué se siente… —digo lamiendo mis labios ante la expectativa.
Él me mira boquiabierto primero y luego deja escapar una sonrisa, me
acaricia la mejilla con su mano izquierda mientras con la otra me acerca a su
cuerpo, en el que noto su enorme erección. Los párpados de repente me
parecen más pesados de lo normal y me cuesta respirar.
—Siempre tan sincera. Por eso me has estado evitando todo el día.
—Supongo. No estaba segura de qué habías hecho con mi camisa o si era
un sueño. ¿Qué hiciste exactamente?
Él acerca su mano derecha hasta mi pecho y acaricia mi pezón a través de
la tela.
—Hice esto.
Mi cuerpo reacciona de una forma desmedida y un gemido se escapa de
mis labios. No deja de mirarme y noto cómo sus ojos se oscurecen al hacerlo.
—¿Puedes explicarme otra vez qué hiciste? —pregunto con una mirada
inocente mientras me muerdo los labios.
—En realidad no había ropa de por medio —asegura desabrochando
lentamente los botones de mi camisa.
Entre botón y botón roza mis pezones como si no se diera cuenta de lo que
hace, pero sin embargo creo que sí lo sabe, porque me está volviendo loca.
Hasta que todos los botones están abiertos y él decide deslizar los bordes de
mi camisa por mis hombros, dejándome expuesta a sus ojos y sin capacidad de
movimiento por mi parte, ya que mis brazos están sujetos por las mangas de la
camisa medio bajada.
—Hice esto —susurra acercando sus labios a mis pechos.
Lo veo deslizar la punta de su lengua por mi pezón izquierdo mientras
acaricia el otro con el pulgar.
—En realidad he soñado más cosas —reconozco entre suspiros mientras
sigue succionando y acariciando mis pechos.
—¿Qué más?
—Creo que soy demasiado inocente para repetir lo que he soñado en voz
alta.
Él me mira alzando una ceja y ríe. Luego se agacha y me sujeta de las
caderas para sentarme en el mueble con el que se ha golpeado el gemelo.
—No creo que esto sea seguro —digo refiriéndome al mueble.
Él hace caso omiso de lo que digo y mete su mano derecha por debajo de
mi falda acariciando el interior de mi muslo. Quiero quejarme pero él vuelve a
besar mis pechos y mis pezones y se me olvida lo que iba a decir. Sigue
tocándome de esa forma hasta que siento sus dedos en mi sexo y los ojos se me
abren de par en par mientras él me mira mientras lo hace. Sus dedos buscan en
mi interior hasta llegar a meterse dentro. Reacciono moviéndome en la mesita
que chirría al movimiento de mi cuerpo sobre ella.
La curiosidad mueve mi mano hasta su miembro y él emite un gemido
parando su mano en mi interior. Saca sus dedos y los desliza por mi sexo
agachando sus labios hasta mis pechos otra vez. Yo no puedo pensar, sólo
dejarme llevar e implorar con mis suspiros por que siga haciendo todo
aquello.
—¿Cómo es posible? —pregunto entre gemidos.
—¿Cómo? —pregunta él a su vez sin dejar de tocarme, sólo alzando la
mirada confuso.
—Tanto placer —digo cerrando los ojos para dejarme llevar.
Él me besa al fin y siento su lengua acariciar la mía. No puedo evitar nada
de lo que hago. No puedo apartarlo de mí.
—Hay más placer, esto es sólo el principio —asegura moviendo su pulgar
en mi sexo mientras vuelvo a gemir sin poder controlarme.
Alguien golpea la puerta y él se aparta tan bruscamente que caigo sobre la
mesa desestabilizándome y creando una presión extra que el pobre mueble no
puede soportar, cediendo sus patas y cayendo yo al suelo con un grito incluido.
Él se agacha para ayudarme y ambos nos miramos intentando recuperar el
aliento.
—¿Quién demonios es a estas horas? —grita él enfadado.
—Soy yo —grita Billy Raven al otro lado de la puerta.
Decido abrir la puerta y ese mafioso entra tan deprisa que por poco me tira
al suelo y vuelvo a caer de culo, si no fuera porque Black me atrapa de nuevo.
—¿Qué estabais…? —pregunta mirando mi camisa a medio abotonar y el
aspecto aún más desaliñado de lo normal de James—. Bueno, lo importante,
han asesinado a otra chica.
Ambos nos miramos y luego a él.
—¿Quién era? —pregunto asustada.
—Millie Jones. ¿La conoces?
Asiento sin poder articular palabra y miro de nuevo a James con
preocupación.
Él no oculta su desazón y me abraza.
—Dios mío… —me limito a decir mientras él me abraza y siento su aroma
de nuevo.
—Dejad eso para luego, tenemos que calmar a la gente o nos van a
destrozar los negocios. Te necesito, James.
—No pienso dejarla sola. Busca a unos matones y arréglalo tú solo.
Podrían llegar hasta aquí los altercados y no quiero que esté sola.
—Llévala contigo, si quieres, pero ya sabes que nadie como tú para que la
gente se asuste.
Él refunfuña y yo pongo los ojos en blanco.
—No me pasará nada, me quedaré aquí.
—Tú te vienes conmigo —sentencia en un tono que no admite réplica.
A los pocos minutos vamos los tres en el carruaje de Raven. La gente
parece que se ha vuelto loca. Los altercados habituales para protestar por los
derechos laborales, o mejor dicho, la falta de ellos, se mezclan con la gente
que se ha vuelto loca por el caos que reina en los bajos fondos del East End.
Algunos edificios están ardiendo, hay grupos violentos peleándose entre sí,
otros corren sin una dirección clara… Hay un verdadero caos.
—Creo que se han vuelto todos locos —reconozco mirando por la
ventanilla del carruaje.
—Están destrozando todo lo que encuentran. También hay saqueos. Es una
locura, tenemos que encontrar a ese asesino o todo esto será incontrolable. Y
al gobierno como siempre no les importa nada mientras todo se quede en esta
zona de la ciudad —responde Billy pensando únicamente en sus negocios, por
supuesto.
Yo asiento volviendo a mirar por la ventanilla, sabiendo que tiene razón. A
nadie le importa si nos matamos todos, sólo serían unos pobres menos para el
gobierno.
Al fin llegamos al Dragón escamado, el casino más importante de Raven,
el que más prestigio tiene y que más le preocupa.
Cuando Lord Black desciende del carruaje, que recupera la altura anterior
a la presencia de ese hombre en su interior, la gente lo mira atónita. Alguna
mujer ha gritado, y el resto de hombres dan pasos atrás dejando que camine
hacia la entrada del casino.
“El monstruo” “Está aquí el monstruo Black”, se oyen las voces a lo lejos.
Se percibe una extraña calma alrededor de él mientras se mueve caminando
muy despacio y sin mirar a nadie a su alrededor, sólo la puerta del casino. Yo
le sigo boquiabierta tapándome el rostro con la capa para que nadie me
reconozca. Si mi madre se entera para quién trabajo, le da un infarto, aunque la
pobre mujer se entera de la mitad de lo que pasa en este mundo.
Empieza a oírse un ligero murmullo que acalla mirando a su alrededor y
dejando que todos vean su rostro y su fuerza con una mirada de odio.
Cuando entramos al casino los hombres que se estaban peleando se quedan
paralizados y se marchan en cuanto él está en el centro de la enorme sala llena
de mesas de juego y con las paredes envueltas en terciopelo rojo.
—Sígueme —susurra sin girarse hacia mí, ya que sabe que le sigo muy de
cerca, al igual que Billy.
Subimos por una escalera interna hasta una habitación que parece un
despacho y un antro para el sexo, mitad y mitad… Hay una cama enorme a un
lado y una mesa y utensilios de escritura al otro.
—¿Hay algún casino más con problemas?
—El Gorrión rojo, aunque es posible que cuando llegue la noticia de que
has salido de tu guarida se calmen un poco los nervios.
—Iré, pero quédate con ella, y cuídala —le ordena echándome una mirada
fugaz.
Creo que no le ha gustado que vea cómo le miran y temen los demás. No sé
cómo decirle que después de lo que ha pasado en su vestíbulo antes de que
llegara su socio me importan más bien poco todas esas tonterías, pero está
Billy y me da vergüenza decirle todo eso. Seguramente se reiría de nosotros
después.
—Espera —le ruego y él se detiene.
Billy me mira con una sonrisilla que me irrita bastante. No me gusta ese
hombre.
—Ten cuidado —le digo mirando sus ojos azules y él me sonríe
tristemente.
—Lo tendré.
—Deben tenerlo los demás —afirma Billy mostrando todos sus dientes.
No me gusta haber tenido que dejar a Eireen con Billy, es un sátiro, y no
anda muy bien de la azotea, tal vez por eso le gusta tanto a esa doctora, porque
así puede estudiar en casa a uno de sus locos. Alguien debería decirle que no
es bueno mezclar trabajo y placer… Por todas esas razones me doy prisa en ir
al Gorrión rojo y calmar los ánimos, incluso por acelerar mi intervención le
doy un puñetazo a un tipo que estaba a punto de matar a otro en la puerta del
casino. No sé si lo he matado, pero ha caído en redondo dejando un charco de
sangre en el suelo.
Vuelvo rápidamente subiendo al caballo que he desatado antes del carruaje
de Raven. El pobre animal aguanta mi peso como puede y me da pena
espolearlo, pero tengo que llegar lo antes posible al casino donde está Eireen
y no me importa mucho cómo se agota el caballo. Subo las escaleras de dos en
dos, tan rápido que hasta he doblado un tablón al pisar fuerte para impulsarme.
Abro la puerta de golpe y veo a Eireen dormida en la enorme cama,
afortunadamente sola, mientras que Billy está contando el dinero que ha
ganado hoy sentado frente a su mesa, al otro lado del despacho.
—Te has dado prisa —dice sugiriendo algo más de lo que ha dicho con sus
palabras.
—Quería evitar que destrozaran más cosas esos locos. Nos están haciendo
perder dinero.
—Seguro… —consiente levantándose y metiendo el dinero en un sobre
que luego guarda en el bolsillo interior de su chaqueta—. Yo me voy a casa.
Quédate tú con ella, no me gusta hacer de niñera.
No respondo a su provocación y le saludo con una inclinación de cabeza.
A continuación observo a esa joven que me está volviendo loco. Cómo la
deseo. Cómo quisiera poder estar dentro de ella. Me acerco lentamente para
no despertarla y me siento aún más despacio para que mi peso no
desestabilice la cama bruscamente y la despierte.
—Siento haberte despertado —digo cuando abre los ojos porque no he
conseguido que no lo hiciera.
Ella me mira a los ojos y luego a los labios.
—Recuérdame qué me hiciste anoche, creo que se me ha vuelto a olvidar.
La miro en silencio en la oscuridad y no entiendo por qué me pide que la
toque, soy el monstruo Black, ella misma ha sido testigo de cómo me mira la
gente. Y entonces su mirada vuelve a mis labios y soy incapaz de pensar
mucho más.
—No sé hasta qué punto eres tan inocente como pretendes hacer creer —
digo con una sonrisa acercándome a sus labios para acariciarlos apenas con un
roce de los míos, hasta que la oigo gemir.
Vuelvo a desabotonar su camisa sentado a su lado mientras me mira
expectante. Creo que sólo le gusta lo que le hago, no es que le pueda gustar yo,
lo tengo claro, pero es lo máximo que podré obtener de ella, y aunque me
duela, prefiero esto a no tener nada. En esta habitación hay demasiados
espejos y ya me he saturado bastante de mí mismo, ya sé cómo soy y ya sé
cómo me ven todos. No me importan en absoluto los demás, pero sí cómo me
ve Eireen. Sin embargo, a pesar de todo, mis manos no pueden detenerse en
seguir desnudándola… Rozo su pezón izquierdo cuando aparto la tela de su
camisa y noto cómo se le hinchan los pulmones ante ese sencillo gesto. Me
inclino ante ella y acaricio su pezón derecho con mi lengua mientras noto
cómo su respiración se acelera.
—Me gustaría saber cómo es.
Yo me levanto y la miro a los ojos confuso.
—¿Cómo es qué?
—Nunca he visto eso —dice agrandando los ojos como si así pudiera
transmitirme la información que ha omitido con su escasez de palabras.
—¿Eso?
Ella asiente y creo que ya sé lo que es.
—¿Podrías enseñármelo?
La miro incrédulo ante lo que pide.
—No sé si podré parar si hacemos algo más, de hecho ya me cuesta no
metértela hasta hacerte reventar.
Ella alza las cejas boquiabierta…, creo que he sido demasiado brusco.
—No quiero que te asustes, olvida lo que he dicho —le ruego.
—Sólo sería un momento —insiste haciendo caso omiso de mis
advertencias.
—Está bien —digo mirándola extrañado antes de apagar la lámpara de
aceite que hay en la mesita a su lado.
—Así no voy a ver nada —se queja.
—No quiero que me veas —digo en un susurro—, las cicatrices.
—Y yo no debería hacer esto —reconoce apesadumbrada.
No quiero perder su interés a pesar de todo y vuelvo a besar sus pechos,
desnudos todavía y la obedezco, me levanto y desabrocho los botones de mi
pantalón que me quito moviéndome rápidamente y dejándolo en el suelo. Me
acuesto a su lado y cojo su mano para acercarla a mi sexo.
—Dios mío… —dice ella y no puedo evitar gemir igual que lo hace ella.
—Podemos hacer otras cosas y no perderás tu virginidad.
Ella sigue el movimiento que le he marcado en su mano y la beso mientras
con mis dedos acaricio sus pezones.
—¿Qué podemos hacer? —pregunta ella.
—Podemos hacer esto —digo bajando hasta su sexo para lamerlo,
abriendo sus piernas a pesar de su reticencia inicial y meter mi lengua en su
interior.
Ella se deja llevar por mis movimientos y mi boca en su caliente y húmedo
sexo y empieza a suspirar y a gemir con más intensidad.
—Quiero más —admite entre gemidos.
—No me lo repitas… —le advierto.
Ella no lo repite, no quiere perder su virginidad conmigo, y la entiendo, no
quiere nada más que recibir el placer que le ofrezco. No la juzgo, ¿quién
querría algo más con alguien como yo?. Yo mismo me repugno.
—Déjate llevar —digo antes de agarrar su sexo con una mano para
acelerar los movimientos de mi lengua mientras con la otra acaricio uno de sus
pezones.
—Es… —dice sujetándome la cabeza y luego los hombros.
No la dejo un segundo, no le doy tregua y cada vez aprieto más mi lengua
contra su sexo hasta que empieza a convulsionar bajo mis manos y mi boca en
mil explosiones de placer.
Me dejo caer a su lado tras sentir sus últimos espasmos y la acaricio sin
poder evitar darle besos en la mejilla y en su frente mientras descansa
recuperando el aliento. Y de repente, cuando creo que se va a dormir, siento su
mano en mi miembro aún duro.
—¿Qué haces?
—No lo sé, quería ver qué pasaba si también te tocaba. ¿Sientes lo mismo
que yo?
No aparto su mano, soy incapaz de apartarla de mí, dejo que haga lo que
quiera. Siento sus dedos inspeccionando mi sexo y luego cómo los mueve
como le había mostrado antes. Empiezo a gemir y no puedo evitar hasta gruñir
cuando aprieta sus dedos.
—No pares —le ruego y dejo que sus dedos sigan moviéndose por mi
miembro.
No aguanto más y me dejo ir en su mano mientras la agarro del cuello para
meterle la lengua hasta el fondo de su boca. No sé muy bien por qué lo ha
hecho, por qué darme lo mismo que yo le he dado a ella, pero no quiero
pensarlo ahora.
No he podido apenas dormir. En mi cabeza sólo pasaban imágenes de
Eireen. De cómo me miraban los demás cuando bajamos del carruaje, la
mirada de ella ante la gente. Su mirada de compasión. Esa es la razón,
probablemente, por la que está ahora durmiendo a mi lado y no ha salido
corriendo en cuanto vio cómo me miraban los demás. Sólo hay compasión en
ella.
Tenemos que atrapar a ese asesino lo antes posible, pero la idea de que
Eireen se vista de prostituta y pasee por las calles me parece horrenda. Tengo
que volver a intentar quitarle esa idea de la cabeza, pero es muy terca. Llevo
dos días intentándolo y no lo consigo. Y yo no puedo permitir que le pase
nada. Esta joven se ha convertido en mi obsesión. No sé qué siento
exactamente por ella, no quiero analizarlo, pero si le ocurriera algo no me lo
perdonaría. De todas formas ahora mismo no se me ocurre otra forma de
atrapar a ese asesino.
Con las primeras luces del alba Eireen empieza a moverse a mi lado. Dejo
de abrazarla y le doy un beso en la frente, no he podido dejar de mirarla
durante casi toda la noche a pesar de la oscuridad sólo atenuada por la luz de
la luna llena que entraba a través del cristal de la ventana que hay sobre
nuestras cabezas.
Ella abre los ojos y me mira pestañeando varias veces, supongo que
recordando lo que pasó anoche. Tal vez le repugne lo que le hice, que la
tocara, o que me tocara ella a mí. Me levanto rápidamente para apartarme de
su pequeño cuerpo, para que no sienta lo que provoca en el mío.
La puerta se abre cuando ya estoy sentado en la silla frente a la mesa de la
zona que se utiliza como despacho y entra Billy con cara de pocos amigos.
Nos mira a uno y otra y niega resoplando.
—Ha sido una mala noche. No podemos seguir así, apenas tenemos
beneficios con tantos altercados —se lamenta.
—Tenemos que encontrar a ese asesino sea como sea —reconozco a pesar
de todo.
—Ha actuado antes de lo que pensabais —dice Eireen levantándose de la
cama y adecentando su falda, sacudiéndola con las manos—. Tenía razón la
doctora, se ha envalentonado y cree que no lo pillarán nunca.
—Suelo tener razón muy a menudo —dice Emma apareciendo tras el
cuerpo de Billy, que es tan ancho como toda la puerta y no la habíamos visto
antes.
—Querida, tú siempre tienes razón —le responde Billy dándole un beso en
la mejilla.
—No es educado que yo lo diga —admite con una gran sonrisa.
—Pues idead algo mejor que exponer a Eireen ante ese asesino.
—No tienes que protegerme, sé cuidar de mí misma, y puedo atrapar a ese
tipo —se queja Eireen alejándose de la cama y caminando hacia la puerta para
ponerse al lado de la doctora.
—Estará protegida en todo momento —asegura Billy—. Además, no hay
tiempo que perder, tú mismo lo has dicho, tenemos que encontrar a ese asesino
sea como sea.
Yo me levanto y me acerco a esos tres que no podrían conmigo aunque se
juntaran y utilizaran toda su fuerza contra mí.
—Vamos James… No te pongas en ridículo —me aconseja Billy y yo
resoplo ante su comentario.
Giro y me cruzo de brazos como un niño enfadado, porque no sé qué más
hacer para mostrar mi disconformidad.
—Sólo hacéis el ridículo vosotros. No sé si os dais cuenta de que no vais
a atrapar al asesino de esa forma.
—¿Se te ocurre algo mejor? —pregunta Billy.
No respondo, porque no se me ocurre nada.
—El agente Smith está trabajando en el caso. Esta misma mañana irá a la
Escuela de Medicina para hacer algunas preguntas sobre el modus operandi y
qué conocimientos tiene el asesino. La formación de ese hombre es importante
para cerrar más el círculo —explica la doctora Green.
—¿Qué círculo? Si no tenéis ni idea de por dónde empezar —les reprocho
porque sigo enfadado por querer utilizar a Eireen como cebo para sus planes.
—Cada vez te pareces más a un viejo amargado —me espeta Billy.
Capítulo 5.

Las distintas realidades.


No me siento en absoluto orgullosa de mí misma en este momento. Siempre
huyendo de convertirme en mi madre, de acabar siendo la amante de un noble
o un burgués, o alguien que la sociedad ha colocado por encima del resto de
los pobres mortales, y acabo en la cama con uno de ellos.
Está bien, no es como los demás, es muy distinto, tanto en su personalidad
como físicamente, pero eso no cambia el hecho de que sea un ricachón. No me
gusta ser tan débil, acabar en la cama tan fácilmente. Tengo que reconocer que
era demasiado placer, y ahora entiendo a todas esas mujeres a las que les
ocurrió como a mi madre, pero aún así no debería haber caído con tanta
rapidez. Y sin embargo, cada vez que le miro, cada vez que pasa cerca de mí,
siento unas ganas de besarle de nuevo que apenas puedo controlar. He estado
intentando evitarle durante todo el día, hasta que me he visto obligada a
reunirme con todos en la biblioteca.
E incluso allí no quería mirarlo a la cara, ni a ninguna parte de su cuerpo,
como por ejemplo sus manos… U otras zonas más bajas…
La doctora, Billy Raven y el agente Smith llevan un buen rato debatiendo
sobre cómo tengo que realizar mi misión, las zonas donde es probable que
pase el asesino o incluso la ropa que debo llevar… Y mientras siento la
mirada de Lord Black sobre mí a cada instante. Le he mirado yo también y sé
que me he sonrojado. No sé cómo se me fue todo de las manos de esa forma.
Tengo que controlarme y no dejarme llevar por el deseo o cualquier cosa
parecida.
Regreso a casa dando una vuelta por Whitechapel, sólo por curiosidad.
El cochero tiene orden de conducir el carruaje muy lentamente, quiero saber
cómo actúa la gente tras lo que hice ayer. Quiero saber si esas mujeres se
atreven a salir a las calles movidas por el hambre. Quiero saber si alguna
de ellas es hermosa, si alguna de ellas puede llamar mi atención lo
suficiente como para volver a correr el riesgo de matar. Aunque no hay tal
riesgo, nadie sospecharía de mí, nadie lo ha hecho hasta ahora y nadie lo
hará en el futuro.
Veo la misma mugre de siempre, las mismas putas melladas, las
harapientas habituales… y algunas nuevas. Todavía hay alguna que se
atreve a salir a la calle por la noche… Y eso me gusta. De hecho observo a
una de ellas con más detenimiento, pero sin pedirle al cochero que se
detenga, sólo quiero mirarla desde lejos. Observar cómo se siente como pez
fuera del agua. Me gusta cómo mira a su alrededor asustada, desconfiada.
Averiguaré más sobre ella, tengo que saber quién es, de dónde viene y si
alguien la echaría de menos…
Dos días después.
El día que se me ocurrió participar en este plan debía estar afectada por el
whisky de la noche anterior o por el humo de la pipa que encontré en la
mansión Black, porque me estoy arrepintiendo por momentos. Los viejos que
se me acercan no aceptan un simple no…, y el resto de mujeres me miran con
desconfianza, básicamente porque no quieren competencia, a pesar de que
Billy controla las calles. Aún así he decidido colocarme en una zona más
apartada, por lo que tras dos días paseándome como una tonta por
Whitechapel, me parece que estamos perdiendo el tiempo. Creo que no voy a
poder soportar este trabajo por mucho más. No he visto a nadie sospechoso,
sólo los borrachos de siempre, y si fuera a acercarse alguien… ya está
rondándome Lord Black desde una distancia bastante escasa para protegerme.
Esto es ridículo. El asesino no puede ser tan tonto.
En realidad tengo más esperanzas en el agente Smith y sus pesquisas que
en la idea de que se me acerque el asesino por alguna casualidad, pero eso no
lo diré en voz alta, porque Billy Raven ya ha cedido la casa de las afueras
para mi madre, y en breve la trasladaré allí, sólo tengo que adecentarla un
poco y averiguar qué demonios le voy a decir para justificar que es nuestra…
Va a pensar que soy la amante de algún ricachón y le va a dar un ataque a la
pobre mujer. Aunque como tampoco rige mucho podría decirle que he estado
ahorrando… No, eso no lo lograría trabajando decentemente ni en dos o tres
vidas… Podría decirle que he tenido suerte jugando al Whist… O con un poco
más de suerte la convenzo de que esa casa era suya y lleva viviendo allí ya
dos años pero no se acuerda… Bueno, tal vez me he pasado con eso. Mejor le
digo un año.
Mientras sigo elucubrando sobre cómo podría convencer a mi madre de
que esa propiedad no la he ganado prostituyéndome, sigo caminando por la
calle fingiendo que lo hago…
Un tipo se me acerca, no es el tipo de hombre que suele pasar por el
barrio, su ropa es medianamente decente y su rostro rechoncho denota que no
pasa hambre desde hace tiempo. Tengo que aprender a no mirar con
desconfianza y, sobre todo, con asco, así sólo hago que espantar a la gente, y
entre ellos podría encontrarse el asesino. Desde luego soy un desastre como
actriz.
—¿Qué quieres? —le espeto ya cansada de estar pasando frío en la calle.
—No te había visto por aquí antes —dice con una sonrisa a pesar de mi
pregunta llena de desprecio.
—¿Porque soy nueva en esto? —digo en un tono agudo y burlón—. Lo que
hay que oír… —me quejo y sé que no debería haber hablado así…
Lord Black aparece de entre las sombras y el pobre gordinflón sale
corriendo cambiándole hasta el color de la cara de un rosado a un tono
blanquecino.
—Deberías dejar ya de intentarlo —dice James a mi espalda mientras
observamos cómo corre ese hombre.
—Lo sé, soy un desastre.
—No lograremos nada así, y por si fuera poco llevamos dos días sin
apenas dormir. Vamos a casa, encontraremos otra manera de atrapar a ese
hombre.
No necesita decir nada más para convencerme, me limito a asentir y a
acercarme a él para apoyar mi cabeza en su pecho apesadumbrada.
No había vuelto a acercarme tanto a él desde hacía dos días. Ni siquiera sé
si le gusto realmente o sólo se dejó llevar porque debe hacer ya unos años de
la última vez que una mujer le tocó. Lo cual no sé dónde me dejaría a mí…
Aunque eso es lo que menos me preocupa ahora, lo que me preocupa es que él
me abraza, y a mí me encanta.
Billy llega al callejón oscuro en el que aún estamos y niega con la cabeza.
—No podemos detenernos ahora —nos exige con una expresión severa—.
Si no continuamos con el plan ese hombre seguirá matando.
—Pues que haga lo que quiera, pero a Eireen no la matará —le espeta
James abrazándome como si fuera de su propiedad.
En otra ocasión le diría que no lo soy y tal vez me enfadaría, no lo sé, pero
estoy muy bien bajo su brazo y pegadita a su cuerpo caliente. Y quiero irme a
casa a dormir.
—Señorita Roberts, ¿no piensa ya en su madre? —pregunta dirigiéndose a
mí y creo que ha conseguido lo que quería muy fácilmente. Me hace sentir
culpable.
Sé que lo de la casita a las afueras está en el aire, él puede quitármela
cuando quiera. Y sé que no estaba pensando en mi madre, sólo en mí misma
cuando he deseado con tantas ganas volver a casa.
Me aparto de James y asiento cabizbaja ante Billy.
—Tiene razón, no podemos ser egoístas, ese hombre volverá a intentarlo,
cada vez hay menos tiempo entre los asesinatos, y mi madre no puede seguir en
este lugar, está enferma, cada vez se le va más la cabeza. Necesita un lugar
tranquilo para vivir.
—Ya te he dicho varias veces que la ayudaré. No necesitas hacer esto.
—Entonces estaría en deuda con usted, Milord. Llevo toda mi vida
intentando evitar eso. Además conocía a algunas de las chicas que asesinó ese
hombre, no podemos dejar que siga haciéndolo. Hay que detenerlo.
James intenta oponerse, pero Billy y yo nos negamos, aceptando al fin que
me vaya a cambio de seguir vigilando de cerca, escondido entre las sombras
de las calles donde no llega el alumbrado público, que es casi todo el East
End.
Llevo una hora apostada en una esquina, mirando a un lado y otro,
esperando ver algo extraño, ver a algún tipo sospechoso. Según la doctora
Green, ese hombre debe ser alguien educado, presenta el perfil de un tipo
amable. Dice que ese tipo de hombres se mezclan en la sociedad como un
benefactor, un político que atrae a las masas, o simplemente alguien del que
todo el mundo habla bien, pero que esconde un oscuro secreto. Para un hombre
como el asesino no existe el concepto de moralidad en su cabeza, lo conoce
como algo que sienten los demás, pero no lo comparte. Por ello es que es
capaz de hacer cualquier cosa, pero en base al conocimiento del concepto en
sí, sabe que debe ocultar sus tendencias.
Me gustaría haber podido estudiar lo que estudió esa mujer, a veces me
gustaría ser como ella cuando la oigo hablar de sus pacientes. En cambio tengo
que limpiar las telarañas de la mansión y estudiar el comportamiento de los
gatos del jardín trasero mientras fumo…, pero qué listos son esos
animalillos… A veces creo que soy como ellos, comparto más su personalidad
que la de los humanos. Por ejemplo, yo sé que ellos entienden que no deben
hacer ciertas cosas, o que cuando les echo de casa con la escoba es porque no
pueden entrar, saben lo que les pido, simplemente eligen no obedecer. Y más o
menos es lo que me ocurría a mí en la casa donde me crié y trabajaba…
—Eres nueva —dice una voz a mi espalda con una melodiosa tonalidad y
me hace levantar del adoquín sobre adoquín en el que me había sentado.
—La madre que… —digo girándome de repente por el susto.
—Decía que eres nueva aquí… Y también asustadiza —sugiere con una
sonrisa.
—Si me hablan de sopetón y acercándose sin hacer ruido mientras estoy
pensando en mis cosas, pues sí… —digo frunciendo el ceño. Tengo que
intentar ser amable, se supone que ésta es la que quiero que sea mi profesión y
que realmente quiero trabajar.
Él ríe y asiente con una mirada cómplice.
—Yo también me asustaría, le pido disculpas señorita.
—Acepto sus disculpas —respondo con una inclinación de cabeza.
—¿Tiene hambre?
Yo no sé qué contestar, no sé si va con segundas…
—Bueno yo… —digo intentando parecer inocente.
—Sólo quiero hablar, no la tocaré, pero pagaré como si hubiera sido su
cliente.
—Sólo hablar… —repito y no sé si seguirle cuando tiende amablemente
su brazo para que lo tome. La verdad es que cumple el perfil descrito por la
doctora, pero de ahí a que sea el asesino… Es que no puede ser tan fácil.
Decido seguirle agarrando tímidamente su brazo y mirándolo de reojo de
vez en cuando.
—Está usted muy delgada, suba al carruaje y cenaremos juntos en mi casa
—sugiere con un tono de voz muy amable. Hasta me hace dudar si le gustan las
mujeres…
Delgada dice… Este hombre necesita anteojos o realmente es idiota y cree
que cuela lo que dice.
Yo asiento y espero que Lord Black pueda seguirme, porque a saber dónde
me lleva este hombre. Me hace subir ayudándome tan amablemente…
tendiéndome la mano, que da más pavor todavía. Y en el interior él se sienta
frente a mí como si yo fuera una dama. Tengo miedo y él me mira sonriente.
Yo le devuelvo la sonrisa esperando saber qué va a hacer, porque no creo
que sea el asesino, pero algo raro es, eso lo tengo por seguro.
—¿Por qué estaba en la calle? Perdóneme que me entrometa, es que me
parece que vale mucho más.
—Pues le seré sincera, por mi madre, quiero poder darle una vida mejor
que la que tiene, ella está enferma y no puede trabajar —le he dicho la verdad
porque vale de excusa también para lo que él cree que hacía allí.
—Sé que dice la verdad, lo noto en su mirada… Es usted una buena chica.
—Claro, ya se lo he dicho… —digo conteniendo un soplido que sería el
eufemismo de: “eres tonto”.
—Me gusta.
Él alarga la mano por delante de mi cara y yo me echo para atrás asqueada
cuando al fin me alcanza y me da unos pellizcos en la piel de la mandíbula.
¡Qué asco me está dando!
No sé por qué pero desde hace dos minutos aproximadamente tengo la
mano en el bolsillo de mi falda con la pistola que me dio el agente Smith,
preparada para disparar.
No sé qué le pasa a este hombre, pero como me de un pellizco más
disparo.
—¿Te molesta? Discúlpame —se excusa volviendo a sonreír.
Me ha cabreado y no sé por qué, pero estoy a punto de pegarle un tiro
cuando de repente se echa hacia atrás.
—Me gustaría dominarte, me gustaría que fueras una niña buena y me
obedecieras siempre.
—Mira, te voy a ser clara, no consiguieron dominarme durante cinco años
de duro trabajo y presión psicológica… Jamás me agaché a limpiar el
puñetero suelo con un trapo. Vas a poder tú con tus tonterías… —digo sacando
la pistola y clavándosela en la pierna—. Y qué asco me han dado los putos
pellizcos, ¡baboso enfermizo!
Él me mira horrorizado y veo cómo levanta la mano para apartar la mía.
La pistola se dispara, esa es la versión por si me llevan a juicio…, la pistola
se dispara y su pierna empieza a sangrar. Y mientras él se tapa la herida
quejándose y gritando, yo salgo por la puerta del carruaje en marcha y tras
caer al suelo y no romperme nada corro como no he corrido en mi vida.
—¿Qué ha pasado? —pregunta la doctora Green en cuanto entra por la
puerta de la biblioteca, donde estamos reunidos desde hace ya horas.
—Lo dejó ir —responde Billy enfadado.
—Pues entonces tendríais que haber contratado a una profesional y no a
mí.
—¡Pero si te ofreciste tú! —exclama Billy.
—¡Lo que me faltaba era discutir con un mafioso!
La doctora se acerca a nosotros mientras James nos mira atónito sin decir
una palabra.
—Discutir no sirve de nada —dice Emma como si fuera nuestra madre.
—¡Pero se ofreció ella!, dijo que podía atrapar al asesino. Además fue
ella la que nos dijo que debíamos atraparlo para acabar con los problemas en
las calles y en nuestros negocios.
—¡Y quién en su sano juicio haría caso a la sirvienta!
—Yo la mato, llévatela James, que yo la mato —dice Billy masajeando sus
sienes.
—Billy, haz el favor de calmarte —advierte James, que se interpone entre
nosotros con sus dos metros de altura, o tal vez más, y le veo de reojo mirar a
Billy con una expresión de reproche—. Doctora Green, será mejor que use sus
técnicas psiquiátricas con ese hombre o se quedará sin prometido —le
advierte.
—¡Que alguien me cuente qué ha pasado! —grita ella perdiendo los
nervios por primera vez desde que la conozco, que es poco tiempo, pero debe
ser la primera también para los que la conocen desde hace mucho más que yo,
porque la miran boquiabiertos.
Billy le explica todo lo que yo ya le he contado mientras intervengo de vez
en cuando para añadir algún detalle o quejarme de su forma de contarlo,
mientras resopla de vez en cuando.
—Para resumir —dice Emma—, ese hombre no tiene por qué ser el
asesino, pero es lo más cerca que estamos de encontrar un perfil parecido al
que hemos elaborado. Era educado, quería una relación distinta con su
víctima, procedía de un estrato social alto y su comportamiento era comedido
en la calle, pero más atrevido en privado. Tenía poco pelo pero apenas se veía
su rostro en la oscuridad.
—Así es —afirmo inspirando profundamente.
—Y tiene una herida de bala en una pierna —añade la doctora.
Todos nos miramos y nos damos cuenta de la importancia de ese detalle.
Sí, tiene una herida en una pierna, puede que vaya cojeando por ahí.
—Debemos hablar con el agente Smith —concluye ella—. Ha estado
investigando en la Escuela de medicina…
—Le enviaré un mensaje —añade Billy.
Esa niñata no era quien parecía, hay algo más. ¿Quién tendría un arma
así y se dedicaría a vender su cuerpo? Podría ser que hubiera robado el
arma, es una posibilidad. Aún así es sospechoso. Ella es sospechosa o
simplemente muy rara.
No puede ser, trabajaba para ayudar a su madre y a la vez iba armada y
no hace su trabajo. Es muy contradictorio.
Por alguna razón quiero saber más de ella, quiero saber quién es, si es
realmente quien dice ser, quiero saber sus orígenes, quiero saberlo todo. Y
ahora que estoy en casa de su madre y no obtengo ninguna respuesta
coherente, creo que tendré que matarla para que no hable. Aunque esta
mujer no sé si se acordaría de mí, pero no puedo dejar ningún cabo suelto.
Capítulo 6.

Una nueva vida.


No me gusta en absoluto este lugar lleno de hombres viejos que creen
saberlo todo, pero me veo obligada a venir con el agente Smith para
comprobar de primera mano si alguno de ellos cumple con el perfil del
asesino. Sólo puedo hablar con un compañero de mi padre que todavía
mantiene la amistad con nosotros. El resto de sus antiguos compañeros se
creen demasiado importantes para mantener siquiera la cordialidad, a pesar de
nuestros estudios juntos y nuestras publicaciones que han ayudado a capturar a
muchos asesinos, además de los avances que hemos desarrollado en el campo
de la psiquiatría. Ni tampoco se reconoce mi labor colaborando con David
Legge para resolver sus casos.
De todas formas el agente Smith y yo nos dirigimos directamente al
despacho del doctor Lewis, con quien espero conseguir más información de la
que lograría hablando con cualquiera de esos otros doctores…
Él nos recibe con una sonrisa y nos ofrece asiento frente a su mesa
mientras da vueltas al té con una cucharilla. Su mesa es un caos de documentos
y hojas, y el té ya ha saltado varias veces de la taza para caer sobre los
papeles que hay debajo. Siempre fue un desastre, pero creo ha ido a peor con
los años.
Lo primero que le pregunta el agente Smith es si alguno de los doctores, o
de los alumnos, ha faltado hoy a alguna clase o si alguno cojeaba. Él se rasca
la cabeza y nos ofrece un té mientras sigue pensando sobre la pregunta.
—No, gracias —dice Smith respecto al té.
—No ha faltado ningún alumno, pero tampoco lo podría asegurar —dice
mirando al vacío—. Puedo preguntar, y si me entero de algo le enviaré una
nota a tu padre —dice mesándose la barba.
—Gracias, doctor. Y sobre lo que hablamos, ¿tiene alguna opinión sobre
ello?
—Vi uno de los cadáveres… Nadie de esta Escuela ha podido hacer algo
así, una aberración de tal magnitud, pero sin duda ese hombre tiene
conocimientos sobre medicina. No sé dónde los habrá adquirido, pero aquí
desde luego que no —dice tajante mirándome por encima de las gafas—.
Ningún hombre, ningún caballero, haría algo así.
—Le agradezco que nos haya recibido —digo alzándome, y el agente
Smith me imita tendiéndole la mano.
Cuando estamos fuera de su despacho y caminamos juntos Smith me
pregunta si es de fiar. También pregunta si creo algo de lo que ha dicho.
—Está todo en el aire, ni siquiera podemos estar seguros de que el hombre
que estuvo con Eireen anoche sea el asesino o sólo un perturbado más. Es todo
demasiado ambiguo —me lamento.
—Pero es lo mejor que tenemos hasta el momento.
—Exacto —confirmo dedicándole una mirada triste.
—Tengo a un agente apostado fuera vigilando si entra o sale alguien de las
características del sospechoso.
—Lo sé, lo he visto al llegar.
Una semana después.
El asesino no ha vuelto a asesinar, las calles están más calmadas y todo
está como siempre. El caos habitual, pero no más. No he encontrado a mi
madre, tal vez haya salido, y ahora que vuelvo a la mansión de Lord Black, en
los límites de Mayfair, soy más consciente de la diferencia entre las clases
sociales y la necesidad de sacar a mi madre de ese lugar. A medida que he
caminado por todas esas calles soy más y más consciente de cómo a nadie le
importa cómo esté la gente en el East End, ni siquiera a los mismos habitantes
de esos barrios. Sólo el olor es distinto, Hyde Park, por ejemplo, da una idea
de lo que estoy pensando.
Ahora que he vuelto de esas zonas de Londres recuerdo cuando James se
ofreció a darle a mi madre lo que pedí a Billy Raven cuando hice el trato para
atrapar al asesino. Y sin embargo en aquel momento no pude aceptar su ayuda,
a cambio de nada, porque no sería a cambio de nada. Aceptar su ayuda me
convertiría en la amante de Lord Black. Y no puedo aceptarlo, no debo, pero
sigo pensando en la oferta cada vez que regreso a esta parte de la ciudad…
Mientras sigo con esos pensamientos él me atrapa cuando entro y me mira
con preocupación.
—No vuelvas a salir —me ordena.
—¿Cómo? —pregunto agrandando los ojos.
—Billy ha estado aquí. Han visto a un hombre cojeando en las cercanías
de Whitechapel con la descripción del asesino… Ha estado haciendo
preguntas sobre ti —añade ante mi falta de emoción hasta ese instante.
Por alguna razón aprovecho el momento para acercarme a su pecho y
respirar su aroma. No he querido acercarme a él desde que casi pierdo mi
virginidad bajo su cuerpo, porque temo perder el control y convertirme en lo
que siempre he evitado, convertirme en la amante de un hombre como él.
Y sin embargo es tan placentero, al menos acariciar su cuerpo por encima
de la tela de su camisa y su chaqueta. Alzo la vista y veo sus ojos azules y la
parte de su rostro que no tiene ni una sola cicatriz, la parte más hermosa, y
sigo pensando que debió ser un hombre muy atractivo, de hecho todavía lo es.
Muevo mi mano sobre su pecho y le acaricio.
—Por favor —le ruego cuando él intenta apartarse de mi mano echando la
cabeza ligeramente hacia atrás.
—¿Por qué? —pregunta él.
—No lo sé.
Es toda la explicación que puedo darle, pero si vuelve a preguntar podría
decirle que lo necesito, que necesito tocarle y que necesito besarle de nuevo.
Y sé que no me creería. No me creería nadie, pero le diría que es hermoso,
que me atrae. Y eso no sé por qué ocurre. Entonces no le he mentido,
realmente no lo sé. Y acaricio finalmente su rostro, sólo la parte que él deja
que toque apartando ligeramente su largo cabello rubio.
—No te pasará nada, mataré a ese hombre si intenta acercarse a ti.
—Me gustaría —respondo sin dejar de mirarlo a los ojos.
No debería, pero me aparto lo suficiente para acariciar su rostro con
ambas manos y atraerlo hacia mis labios. Él tiene que agacharse mucho y yo
estoy de puntillas, pero finalmente nuestros labios se unen.
No sé qué pensará, tal vez crea que sólo le beso por su protección, porque
me ofreció ayuda, o incluso por compasión, y creo que es esto último por su
mirada triste. Quisiera decirle que se equivoca si es que realmente piensa algo
de eso, quisiera decirle que me encanta su cuerpo, sus manos, sus ojos, todo.
Incluso simplemente hablar con él. Sé que es muy raro todo esto, pero al fin y
al cabo a mí también me llaman rara.
—Déjame tocarte.
Él deja caer los hombros y me mira, con deseo, esta vez. Deja que mis
manos vayan hasta sus pantalones mientras que las manos de él van a mi
trasero para acercarme a su sexo y que no le toque.
—No te gustaría.
—¿Por qué no deja que eso lo decida yo? Milord.
—Porque no soportaría de nuevo tu rechazo.
—No hay ningún rechazo, es sólo que yo no puedo convertirme en mi
madre. Yo soy fruto de una relación ilegítima entre la hija de un carnicero y un
noble —respondo con una emoción que no pretendía dejar salir ante él, ni en
este momento ni después, pero que inevitablemente me hace apartarme.
—Jamás querría que te convirtieras en algo que no quieres ser —dice
abrazándome.
Ambos seguimos así, sin besarnos, sin tocarnos más que lo que une nuestro
abrazo. No puedo dejarme ir y que pase más de lo que ya pasó.
Sé que sólo siente compasión por un hombre deformado, como soy en
realidad. Por eso no puede seguir tocándome, pero tiene buen corazón y me
pone la excusa de que su madre cayó bajo el influjo de un hombre rico y se
convirtió en la amante de ese noble. Y según su planteamiento no quiere
acabar como ella.
Creo que ha usado esa excusa para no acercarse más a mí. Me duele, pero
la comprendo perfectamente. La oigo en la cocina moviendo cosas, haciendo
ruido con las ollas o con algo metálico. Quiero ir, quiero preguntarle si se
encuentra bien, pero no me atrevo. Decido darme la vuelta y regresar a mi
habitación cuando alguien llama a la puerta.
—Doctora Green, ¿alguna novedad?
—Billy ha atrapado al hombre al que disparó Eireen. Ha estado
interrogándole —dice rápidamente—. Vayamos a un lugar más tranquilo.
¿Dónde está Eireen?
—En la cocina. ¿La llamo?
—No, será mejor que hablemos a solas.
—De acuerdo, en la biblioteca.
La doctora Green me explica cómo ese hombre ha confesado ser una
especie de proveedor de víctimas para hombres adinerados que no quieren
mostrar su identidad, hombres que quieren un suministro de mujeres para
someterlas, para dominarlas y que no se atreven a mostrarse en público, que
prefieren mantenerse en el anonimato. El asesino debe haberse obsesionado
con Eireen, porque hay más hombres buscándola además del tipo del disparo
en la pierna.
—¡Qué cobardes! —exclamo interrumpiéndola.
—Lo peor de todo es que el cliente que pidió las vírgenes contactó con él
a través de un mensajero que no ha visto en persona. Ese hombre le deja los
mensajes bajo la puerta y los recoge de la misma forma, así como el dinero.
Con lo cual no tenemos nada.
—Podríamos seguir al mensajero, esperar en su puerta y seguirle.
—Hay unos hombres de Billy apostados cerca de su casa.
—Entonces ya está, sólo hay que esperar —digo esperanzado.
—En teoría, el problema es que el hombre que le encargó coger a la
señorita Roberts la pidió a ella en concreto. Siempre pide mujeres morenas y
de una descripción parecida a ella, siempre vírgenes. A veces las selecciona
antes y le dice dónde encontrarlas.
—Aquí no la encontrará, no dejaré que salga.
—Es la mejor manera de protegerla. El problema es que deje de buscarla
y perdamos esta pista, la única que tenemos.
—¡No volveré a exponerla ante ese asesino! —digo levantándome del
sillón y acercándome a Emma, que no se inmuta ante mi aspecto o mi altura.
—Pero es la única forma de atraparlo, tenemos que tentarlo de nuevo.
—No puedo.
—Entonces hablaré con ella.
—¿Y si la mata? Si sale de esta casa estará expuesta.
—He dicho que sólo mata a vírgenes…
Me acerco acechándola, como si fuera uno de esos gatos que tanto le gusta
mirar en el jardín trasero. La observo desde una distancia prudencial y la idea
de la doctora ya ha calado en mi cabeza.
Si es la única manera de protegerla, no voy a dejar que sea otro el que se
ocupe de ese tema, eso lo tengo clarísimo. Y me dan igual los motivos por los
que ella lo haga o se haya dejado tocar por mí hasta ahora, quiero que sea
mía… Observo sus cabellos despeinados sobre sus hombros sin ninguna
preocupación. Su perfil mirando al vacío, sus manos finas y delicadas, de no
trabajar, porque aunque es mi sirvienta no hace nada…, sus mejillas
sonrosadas, sus formas proporcionadas, sus pechos grandes y sus caderas
anchas. Sus ojos negros y su tez blanca. Todo en ella me tiene loco, me vuelve
loco.
Gira ligeramente la cabeza y percibe mi presencia. Se pone en pie muy
nerviosa y me asegura que iba a empezar a hacer la cena. No es que no lo crea,
es que nunca dice la verdad con respecto al trabajo. Sin embargo es sincera en
todo lo demás. Tal vez si le preguntara directamente si dejó que la tocara por
compasión o me tocó por la misma razón… diría la verdad. Pero si dijera la
verdad y fuera que sí, no podría soportarlo. Por eso prefiero no hablar de ello.
—No tengo hambre, aún —respondo mirándola a los ojos.
—¿Han cogido al asesino?
—No, pero han atrapado al hombre que intentó secuestrarte.
Ella se lleva las manos a la boca, pero luego me mira confusa.
—No era él el asesino.
—No, pero le proporcionaba a las víctimas, a él y a otros hombres. Y lo
que han descubierto es que ese hombre está buscándote. El verdadero asesino
le pidió que te encontrara específicamente a ti.
Ahora es cuando me mira con más preocupación.
—No podré salir de aquí… Dios mío.
—Sin embargo ha dicho la doctora Green que debes hacerlo —digo
apesadumbrado—. Si te está buscando y se acerca a ti podremos cogerlo.
Ella niega con la cabeza.
—Pensé que yo era una persona valiente, pero he cambiado de opinión,
soy muy cobarde, he visto lo que les hace a esas mujeres, ¿y si ha averiguado
quién soy? Incluso puede que corra peligro mi madre. No, es mejor que pase
el tiempo. Eso es… Pasará el tiempo y se olvidará de mí, encontrará a otra
persona que le guste más…
—Hablas demasiado rápido —digo acercándome a ella—. Cálmate. Todo
se solucionará. Enviaré a uno de los chicos de Billy a buscar a tu madre.
La abrazo y ella se deja, acomoda su cabecita en mi pecho y entre mis
brazos.
—Me encanta estar contigo —dice con un suspiro.
—Debemos estarlo.
Ella me mira confusa, desde luego no esperaba mi respuesta.
—Es por tu seguridad. El asesino te está buscando, se ha obsesionado
contigo, te ha elegido, pero sólo porque cumples con los requisitos que él ha
marcado. Eres joven, pobre, de Whitechapel, morena…, y virgen…
—Insinúa, Milord, ¿que debo ser rica? ¿O rubia?
—O dejar de ser virgen… Por su seguridad, señorita Roberts.
Creo que sabe que estoy enamorado de ella y por eso se aparta y empieza
a reír.
—¿A esa conclusión has llegado solo o te ha ayudado la doctora Green?
—Es sólo por tu seguridad.
Ella deja que vuelva a besarla y no puedo creer que tenga tanta suerte.
Acaricio su mejilla y tengo que agacharme para besar su cuello, y ella vuelve
a reír cuando deslizo mis labios por detrás de su oreja.
Alguien empieza a aporrear la puerta y ella deja de reír, tal vez hayan
atrapado al asesino, debe haber pasado algo importante, porque cualquiera
que esté allí fuera está muy nervioso.
—¡Abran! —se oyen los gritos desde fuera.
Cuando abro la puerta un mayordomo vestido de librea impecable y dos
hombres con la capacidad para arar las peores tierras del norte de Escocia o
para tirar de unos bueyes, o incluso para hacer de bueyes, aparecen tras el
importante sirviente.
Yo los miro sin decir nada, esperando una explicación.
—¿Eireen Fairfax?
Ella y yo nos miramos confusos, no es que el nombre de Eireen sea tan
común, pero no es su apellido.
—Soy la señorita Roberts, Eireen Roberts —dice apenas sin moverse tras
de mí.
—No, me temo que se equivoca, es usted Lady Eireen Fairfax. Me ha
costado mucho encontrarla, pero ahora que la veo no me cabe la menor duda,
es igual que su madre.
—¿Mi madre?
—Exacto —responde el mayordomo con satisfacción, aunque apenas se
puede apreciar en su rostro—. Venga con nosotros y lo comprenderá todo.
—No me pienso mover de aquí, que venga quien tenga que venir y nos lo
explique.
Ahora sí muestra algún tipo de emoción ese hombre, tal vez contrariedad,
pero debe estar acostumbrado a ocultar muy bien sus emociones.
—Pero la condesa de Coventry no podría venir a este… Este… Lugar —
responde como si fuera lo más lógico del mundo.
—No sé quién es la condesa de no sé qué, pero yo de aquí no me muevo,
además, ¿quién dice que les envía esa señora? Podrían ser secuaces del
asesino, del monstruo de Whitechapel…
Ahora sí que el pobre hombre no puede ocultar más su asombro.
—Pero…
—Yo la acompañaré —propongo ante la sorpresa de ambos, que me miran
sin saber qué decir—. Así no correrás peligro, y sabremos de qué demonios
está hablando este hombre.
Eireen duda unos momentos y finalmente asiente con la cabeza.
Si la condesa se ha asustado al verme no lo ha dejado ver a ninguno de los
presentes. Esa mujer, tan parecida a Eireen, sólo que con el rostro triste y el
cabello gris, se acerca hasta nosotros, plantados en medio del enorme
vestíbulo de la mansión a la que nos ha llevado el mayordomo.
—Gracias, Williams.
El mayordomo se retira y nos deja a solas con esa mujer. No debe ser
parte del protocolo que ella reciba aquí a las visitas, pero no rechista ante su
orden ni ha mostrado su malestar ante la variación de las normas de etiqueta.
Eireen y esa mujer se miran con asombro, como si se vieran reflejadas la
una en la otra.
—¿Cómo… —intenta preguntar Eireen, pero no encuentra las palabras.
—Esa mujer te apartó de mi lado todos estos años —dice la condesa
alargando la mano para tocar su mejilla.
—¿Se refiere a mi madre?
La condesa niega y le toma las manos, que no parecen tener vida en este
momento.
—Sabes lo evidente, ella no es tu madre. ¿No es como si te vieras en un
espejo? —dice con una triste sonrisa.
Un espejo un poco pasado de moda, no se lo diré en voz alta, pero sí,
como un espejo. Esa mujer es mi madre, la verdadera, no hay duda. Toda la
vida había creído que me parecía a mi padre, ya que no me parecía en nada a
la que creí mi madre.
—¿Pero entonces quién es la mujer que he conocido como madre todos
estos años?
La condesa se aparta y se da la vuelta para que no podamos ver su
expresión. Se detiene y nos pide que la sigamos. James y yo nos miramos y él
asiente.
Entramos en un saloncito de color rosa, todo es rosado, todo muy barroco,
demasiado recargado de puntillas, creo que no hay una sola silla o sillón sin
esas capas de crochet, que me hacen pensar que debe tener una cuadrilla de
esclavas tejiendo en el sótano día y noche.
—Sentaos, por favor —dice colocándose delante de uno de los sillones
que hay alrededor de una mesita para el té.
Los tres tomamos asiento a la vez y Black y yo esperamos pacientes a que
se digne a hablar. Me parece que por dentro ambos tenemos ganas de gritarle
que hable de una puñetera vez, pero debe ser costumbre para ella tomarse las
cosas con esta desesperante calma.
—Traerán el té enseguida —nos informa como si fuera nuestra mayor
preocupación en la vida. La única duda por resolver en este momento.
—No es que no aprecie el té, pero necesito saber qué pasó. ¿Qué significa
todo esto?
Ella me mira fijamente unos segundos y luego respira profundamente.
—Mary era mi dama de compañía, lo fue durante muchos años, y también
la amante de mi difunto esposo.
Uno de los sirvientes entra y deja una bandeja con el té en la mesita y
comienza a servirlo hasta que la condesa le ordena que se vaya. Él no parece
habituado a ese tipo de órdenes que no le permiten hacer su trabajo, pero no
cuestiona la autoridad y decide marcharse con un sigilo absoluto.
—Yo serviré el té.
Alguno de los dos debería decirle que no nos importa nada el puñetero té y
que prosiga con la historia, pero por alguna razón nos vemos obligados a ver
cómo lo vierte en cada taza con una parsimonia desquiciante.
Miro a James y se encoge de hombros, para él no es tan extraño este
comportamiento como lo es para mí.
—¿Más azúcar?
Niego con la cabeza porque si abro la boca temo decir cualquier burrada y
es mejor que me controle en estos momentos.
—¿Podría proseguir sobre la señorita Mary? —James habla por fin con un
tono autoritario pero cortés y yo le miro con agradecimiento formando esa
palabra con mis labios. Él me guiña un ojo y creo que es más atractivo a cada
día que pasa. Es extraño que un hombre con esas cicatrices se esté curando, o
tal vez simplemente cada día lo veo con más cariño.
—Ella no aceptó que él decidiera abandonarla cuando me quedé
embarazada. Se trastornó con los años y acabó llevándose a la niña a la que
culpó de su desgracia. No supe nada hasta ese momento. Te buscamos durante
tanto tiempo…, pero esa mujer te dejó en aquella casa como sirvienta, y
cuando logramos encontrarte ya no estabas allí. Los detectives que contrató mi
difunto esposo al fin dieron con la dirección de Mary y ahora… por fin estás
donde debes estar.
Lo ha explicado tan rápidamente que parece una broma. Y no lo creería si
no fuera porque en el fondo tiene sentido.
—No sé qué decir, sinceramente.
—Ahora estás donde debes estar —afirma de nuevo la condesa,
sonriéndome por primera vez con los ojos húmedos aunque intenta controlarse.
De donde vengo nadie se comportaría de esa forma, de donde vengo la gente
es más expresiva de lo que incluso debería, pero ella, mi verdadera madre,
debe haber pasado toda su vida educándose o entrenándose para el autocontrol
de sus emociones.
—Mantuvimos todo esto en el más estricto secreto, y ahora me alegro,
todo podrá ser como antes.
Capítulo 7.

Una nueva vida.


Desde que acompañé a Eireen hasta la mansión de la condesa no la he
vuelto a ver, y de eso hace ya una semana. Sé que allí es donde debe estar, tal
y como dijo esa mujer, además de que allí estará segura… No tiene que ser el
cebo de ese asesino, porque ya nada de lo que ha hecho o ha vivido hasta
ahora tiene sentido. Aunque ahora estamos como al principio, seguimos sin
saber nada del asesino y Eireen ya no va a servir de ayuda en este asunto.
La doctora Green y Billy no podían creer la historia de Eireen hasta que la
vieron en los periódicos como Lady Eireen Fairfax, la joven dama que acaba
de llegar de Francia para presentarse en sociedad. Ya que la explicación que
se ha dado para justificar su ausencia es que estuvo estudiando en un colegio
francés durante todos estos años.
Por regla general, en la alta sociedad, todo el mundo acepta las
explicaciones de los nobles más influyentes y poderosos como ciertas, aunque
sean de lo más absurdo.
—Nadie cuestiona a esos nobles.
—Tú eres uno de esos “nobles” —me recuerda Billy.
—No tan noble… —respondo mirándole a los ojos, sabiendo ambos por
qué soy conde… La misma razón por la que tengo medio cuerpo lleno de
cicatrices. Sólo soy el hijo de un hombre que estaba emparentado con un
Conde, y cuando me dejó en este lugar porque no tenía forma de mantenerme
hubo un accidente y por poco muero yo también.
—¿Sabemos algo del asesino? Billy… —interviene Emma para cambiar
de tema. No es que haya sido muy discreta, pero al menos me ha hecho olvidar
por un momento todos esos recuerdos.
—No ha vuelto a aparecer ninguna mujer asesinada de la forma que lo
suele hacer, desde luego asesinatos hay siempre…, pero no así. Me parece que
si no vuelve a actuar no lo atraparemos.
—¿Y no es eso lo que queríamos? —pregunto mirando al vacío—. Un
problema menos para las calles y para Whitechapel. Y para nuestros negocios.
—En eso tienes razón —confirma Billy encogiéndose de hombros.
—Tal vez deberíamos alegrarnos porque se ha asustado y no volverá a
matar a nadie —afirmo con la mirada perdida. Debería estar alegre, porque
Eireen ya no corre peligro, ya no es el cebo de un loco, ya no pasará hambre o
tendrá preocupaciones, pero sin embargo no lo estoy, la echo de menos. Siento
que ya no volveré a verla.
Billy y Emma se levantan y les acompaño hasta la puerta, pero cuando él
se adelanta, ella me susurra que si necesito ayuda le envíe un mensaje.
¿Por qué iba a necesitar ayuda? No la necesito, no necesito a nadie, he
estado solo durante años. ¿Por qué iba a afectarme volver a estarlo?
Sin embargo, cuando ya se han ido no puedo evitar pensar que tiene razón,
aunque no haya dicho nada respecto al problema con el que podría ayudarme,
la doctora Green tiene razón… Me siento solo de nuevo y ahora no puedo
soportarlo. Necesito a Eireen. Antes, la idea de la soledad me parecía lo
normal, ahora me desquicia y sólo pienso en los momentos que pasé junto a
ella.
No quiero pasar un día más encerrado en esta maldita casa, necesito verla
y, a pesar de cuánto odio salir a la calle, tengo que hacerlo.
Llevo media hora esperando en el carruaje que he alquilado para llegar
hasta aquí, hasta la mansión de la condesa, sólo por ver a Eireen. Le he dicho
al conductor que se vaya para poder regodearme en mi tristeza sin que nadie
cercano me oiga maldecir por mi mala suerte. Eireen entró en mi vida y dio luz
a esa horrible mansión en la que me veo obligado a vivir, a pesar de que en
ese lugar no podía haber más que miseria y oscuridad. Ella no me miraba
como los demás, con tristeza, con compasión o simplemente con miedo. Ella
me miraba… No lo sé, no sé cómo me miraba, a veces creo que con deseo,
aunque parezca una locura, con cariño otras veces.
He estado pensando tanto sobre eso… No podía ser, y aún así parecía tan
sincera. Y sin embargo no era real, porque no la he vuelto a ver. Y lo entiendo,
jamás se lo reprocharía. Es posible que sólo sintiera curiosidad, o sólo
estuviera agradecida por consentirla. O porque la amo.
Es muy posible que sólo me besara porque se sentía deseada o agradecida,
o por cualquier motivo que desconozco, pero aún así necesito verla, y por eso
estoy aquí desde hace media hora, y por eso no descorro las cortinas del
carruaje totalmente, porque no quiero que ella me vea a mí, ni nadie más.
Cuando toda esperanza de verla parecía desvanecerse un carruaje se
detiene en la puerta y ella sale poco después de la mansión. Mira a ambos
lados. Tal vez presienta que alguien la está observando. Está preciosa… Como
siempre. Es verdad que luce más brillante, sus ropas, las joyas, sus
cabellos…, pero está igual de bonita que siempre.
La condesa, la mujer que me la arrebató y por la que siento envidia por
tenerla a su lado, aparece tras ella y ambas suben al carruaje. Lo veo marchar
y siento que se marcha definitivamente de mi vida.
—Señor, ¿quiere que le lleve a casa? —pregunta el conductor acercándose
a la ventanilla.
Dudo un momento y niego.
—Siga a ese carruaje.
El hombre, ya de por sí bastante bajo, me mira asustado cuando me estiro
en el interior del carruaje y asiente. Siempre funciona el miedo que sienten
hacia mí. Si ya me temían antes por mi altura y físico, desde aquel accidente
que me dejó con un aspecto terrible, es todavía peor.
Seguirla es una tortura, desearla tanto me está volviendo loco, y sin
embargo no puedo evitarlo. A cada minuto rememoro sus besos, sus pequeñas
manos tocándome, haciendo que me corriera por su suave tacto. Recuerdo
cómo ella se dejaba ir por mis manos y mi boca. Y la tortura es saber que
jamás podré tenerla como la he tenido en la cama.
Nada volverá a ser como antes. Y ni siquiera sé qué demonios estoy
haciendo ahora.
Otro carruaje se detiene delante del mío y no sale nadie hasta que Eireen
sale del suyo y entra en una tienda. A los pocos segundos un tipo moreno y
barbudo baja y se coloca con cuidado su sombrero, acercándose después al
escaparate de la tienda. Se fija en el interior disimulando que camina por la
calle como si fuera un viandante más. Vuelve al carruaje poco tiempo después
y se pone en marcha.
—Siga a ese carruaje —le ordeno al conductor del mío y obedece sin
hacer más preguntas.
Debería ser feliz con mi nueva vida. Teóricamente es el sueño de cualquier
mujer. Lo tengo todo, todo lo que se pueda necesitar. No volveré a pasar frío o
hambre o angustia por el futuro, o la falta de él, pero cada vez que cierro los
ojos veo a James, al monstruo Black, al hombre al que todos temen, un hombre
extraño, que no quiere salir a la calle. Al que todos temen, aunque él los teme
a ellos.
Cada vez que cierro los ojos veo su rostro en mi mente. Siento sus labios
en mi piel y sus dedos en mi interior.
Es muy extraña esta sensación y necesito verle. Le he pedido varias veces
a la condesa, a mi madre, poder visitar a James, pero nunca me deja hablar de
él, cambia de tema hábilmente o dice que en otra ocasión, que hay que seguir
con mis clases para aprender a comportarme como una dama. Ya sé cómo se
comporta una dama… Sólo consiste en callarse todo lo que una piensa
realmente, y para eso no necesito clases, necesito una mordaza… Porque no
puedo callar más. Y si no me quiere escuchar tomaré las riendas de la
situación. De hecho, cuando el profesor de piano salga por la puerta, pienso
irme yo también.
—Lo que no entiendo es por qué demonios tengo que tocar las teclas que
hay en medio y luego irme a la otra parte del puñetero piano —me quejo por
enésima vez.
—¡Porque la pieza es así!
—Pues dígale al que hizo esta partitura que la rehaga.
—Beethoven está muerto, eso va a ser un poco difícil —se queja
levantándose.
—Pues yo no sé quién es Elisa, ni me importa, pero creo que ya la odio —
respondo resoplando al final.
—Yo no puedo seguir dando clases a alguien que no pone el más mínimo
interés —asegura mirando a la condesa.
Ella lo mira con reproche y luego a mí cuando él desaparece del enorme
salón cogiendo sus partituras en un puñado antes de salir airado.
—Esos artistas siempre me han parecido demasiado pomposos.
Yo la miro boquiabierta y asiento, pero pomposos son todos en este mundo
tan ostentoso.
—Será mejor que me retire —digo con toda la educación y dicción que sé
y he aprendido.
Ella frunce el ceño pero asiente después satisfecha por el rápido resultado
de sus múltiples esfuerzos por hacerme hablar correctamente. Tampoco era tan
difícil, porque me crié en una casa donde ya se hablaba correctamente, pero
ella cree que soy un desastre por haber vivido también en Whitechapel.
Aprovecho que se queda pensando en cualquier cosa mientras se acerca
hasta el piano para tocarlo y desaparezco como ha hecho ese profesor.
Necesito salir de este lugar antes de que se vaya el sol. Quiero ver a
James, pero no quiero morir en el intento caminando sola por la oscuridad.
Subo con tranquilidad a mi habitación y cuando por fin cierro la puerta
respiro aliviada, aunque aún falta lo peor. Saco de entre las sábanas de la
cama un vestido sencillo que he guardado previamente esta mañana, de una de
las sirvientas, a la que he tenido que sobornar para que me lo diera, porque no
había manera de acercarme a la zona de servicio sin que me detuvieran veinte
empleados… Este lugar tiene un sistema de seguridad más eficiente que el de
la torre de Londres…
Vestida y peinada como una persona normal y no como una princesa
postiza, decido salir por la ventana. Necesito ver a James. Tengo tantas ganas
de volver a verle que no me doy cuenta de que la puerta se abre y una sirvienta
viene corriendo hacia mí tirando al suelo las sábanas que llevaba en las manos
hasta que ya me ha atrapado por la cintura.
—No lo haga Lady Eireen. La vida es un regalo de Dios.
—¿Cómo? ¡Déjame, yo no iba a saltar al vacío!
—Tengo que hablar con Eireen lo antes posible.
La doctora Emma Green y Billy Raven me miran con preocupación
asintiendo con la cabeza.
—El problema es que todas esas pistas no nos llevan a ninguna parte —se
lamenta Emma.
—Al menos ya no comete asesinatos en Whitechapel —dice Raven sin
darse cuenta de que Eireen corre peligro y de que yo estoy empezando a
cabrearme.
—Debes hablar con ella —vuelve a decir Emma.
—No dejan que me acerque. “La condesa de Coventry no está en este
momento” y “No pueden recibirlo”, son las frases habituales…
Raven extiende el periódico sobre la mesa del té y alza las cejas.
—Nosotros no podemos acceder a estos sitios, pero tú sí. Eres el conde
Black al fin y al cabo…
—¿Sugieres que vaya a un baile?
—No es una idea tan descabellada —razona Emma.
—Claro, si te arreglas un poco y te peinas.
Lo miro frunciendo el ceño y él empieza a reír.
—No tiene ninguna gracia.
—No es para tanto, te has formado una imagen distorsionada de ti mismo
—agrega ella con total seriedad.
—Te enviaré a mi ayuda de cámara para que haga lo que pueda contigo.
Entre los dos me están liando y yo todavía no he decidido si es una buena
idea ir, que ya sé que no lo es.
—Un momento, aún no he dicho que sí.
—No tienes alternativa. De alguna forma hay que avisarla, y protegerla —
añade Billy.
Si antes estaba “vigilada”, ahora esto se ha convertido en una puñetera
cárcel. No me dejan ni a sol ni a sombra, aunque les he explicado hasta la
saciedad, sobre todo a mi madre, que no intentaba suicidarme, que sólo quería
ver a James. Cosa que creo que le ha sentado peor a esa mujer. La idea de que
alguien pueda verme junto al monstruo Black, o que esté a solas con un
hombre, y peor si es él, la llevaría a la locura. No ha dejado de repetir una y
otra vez desde hace cuatro días que una dama no debe permanecer a solas con
un hombre jamás, a no ser que sea su marido, evidentemente. Y yo he puesto
los ojos en blanco tantas veces al oír eso que temo que se me queden
doblados…
Lo peor de todo es que todas esas damas que nos acompañan hoy al baile
son igual que ella y no dejan de repetirles a sus hijas las mismas tonterías. Y
digo yo que ya lo habrán aprendido la primera docena de veces que lo han
dicho.
Todas vamos vestidas de blanco como si fuéramos angelitos caídos del
cielo, aunque pensándolo bien si fuéramos ángeles caídos creo que
vestiríamos de un color más oscuro. Sin embargo no he querido decir nada a
esas damas tan estiradas que hablan de ángeles que caen…
—Tienes la libreta llena —asegura mi madre enumerando o, mejor dicho,
recitando los caballeros con los que tengo que bailar, aunque no quiera.
—No sé por qué me presté a todo esto —digo en un susurro.
—Lord Cochrane será el primero, por allí viene…
—A reclamar lo que ha contratado en esa libreta —replico viendo la
puñetera libreta como la que usaría un vendedor de caballos en una subasta.
Como de costumbre, mi madre no dice nada, pero usa esa mirada de
reproche que me gustaría analizar para poder copiarla y usarla también. Es
fulminante…
—Lady Eireen —dice un vejestorio inclinándose y cogiendo mi mano para
besarla. Menos mal que me han obligado a llevar guantes, por higiene,
supongo.
Me veo obligada igualmente a soportar su mirada asquerosa mientras
bailamos, y lo soporto con entereza hasta que termina esa tortura. Y cuando
creo que lo peor ha terminado, no lo ha hecho, porque me emparejan con otro
Lord, otro al menos más joven, Lord Hamilton, un chico lleno de granos y
blanquecino como si tuviera una enfermedad. Me da asco acercarme, pero al
menos no me clava la mirada como el otro. Al menos éste es más tímido.
Cuando al fin termina la tortura de bailes, o eso creo, vuelvo al grupo de
damas donde está mi madre.
Me disculpo con una sonrisa alegando que necesito tomar aire cuando
llevo media hora escuchando a todas esas gallinas cluecas hablando de
estupideces o criticando a otras damas que ni siquiera conozco, porque si las
conociera pues a lo mejor intervendría y las criticaría también… Pero es que
no sé qué decir. ¿Que ellas son tan estúpidas como las damas a las que
critican?
—¿Me concede este baile? —dice una voz a mi espalda, una voz familiar.
—¿James?
Todas me miran boquiabiertas. No sé si es por llamarle por su nombre de
pila o porque el monstruo Black está aquí, en un baile…
Cuando me giro y lo veo afeitado correctamente, con un traje impecable y
más guapo de lo que ya era, apenas se nota alguna cicatriz, me dan ganas de
llorar, o reír. No sé si ha usado algún ungüento o maquillaje, pero está
espectacular.
—¿Cómo…
No soy capaz de decir nada más, quiero abrazarlo, pero tras semanas de
machaque mental y adoctrinamiento sutil a base de repetir estupideces, sé que
no puedo abrazarle, que no puedo besarle y meter mi lengua hasta su
campanilla o que no puedo acariciar su sexo. Bueno, todo eso lo sabría aunque
no fuera Lady Eireen Fairfax… Al menos el último punto de las cosas que le
haría o le tocaría. Pero eso no significa que no tenga unas ganas tremendas de
acercarme a él y apretar mi cuerpo contra el suyo.
Oigo de fondo a las otras mujeres susurrando e incluso diciendo
abiertamente frases como: “Es él”, “El conde Black” o “Ha salido de esa
casa”.
—Será un placer —digo tendiéndole la mano lentamente aunque me cueste
un mundo contener mis emociones.
Cuando nos hemos alejado lo suficiente de cualquiera que pueda escuchar
lo que digo, le aprieto el brazo donde ha depositado con elegancia mi mano
enguantada.
—Intenté ir a verte —susurro acercándome un poco más a él, aunque es
demasiado alto y no lograría llegar a su oreja aunque me pusiera de puntillas.
Él me dirige una mirada que no se descifrar y se inclina hacia mí.
—Tenía que hablar contigo. Estás en peligro, por eso estoy aquí.
—¿Cómo?
Creía que había venido porque me echaba de menos tanto como yo a él,
pero me equivocaba.
—Te están siguiendo, el asesino sigue tus pasos.
Él me sujeta de la mano para colocarse frente a mí y empezar a bailar,
aunque mis pies parecen haber perdido el ritmo, y hasta el riego sanguíneo.
Sólo está aquí porque sigue investigando el caso del monstruo de Whitechapel.
Si no fuera por eso no habría venido.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto decepcionada.
—Te ha estado siguiendo un tipo —asegura cuando nos acercamos dando
un paso hacia delante.
—¿Quién?
—No lo sabemos, perdí su pista cuando le seguía.
—¿Cómo sabes que era el asesino quien me seguía?
—¿Quién si no?
—Un pretendiente, no lo sé.
Él me dirige una mirada dura y reconozco que he dicho eso porque no me
ha gustado que no haya venido a verme porque siente algo por mí.
—¿Qué pretendiente?
—Eso no te incumbe.
—Esto es una estupidez, no podemos seguir en esta sala por más tiempo,
tenemos que salir de aquí, el asesino sabe quién eres ahora y corres peligro —
asegura mirando a nuestro alrededor y sujetándome por el brazo para
dirigirme entre los demás bailarines hacia una pared.
—¿Dónde me llevas?
—Tengo que ponerte a salvo —dice cuando ya estamos en un pasillo
solitario y lleno de cuadros.
—Nos han visto entrar aquí. Seguro.
—Nadie nos ha visto, acababa de entrar ese marqués de pacotilla.
—De Northampton.
—Me da igual. Ahora lo único que importa es que estés a salvo.
—Lo estaba ahí dentro.
Él abre una de las puertas y comprueba que no hay nadie metiendo la
cabeza un momento en el interior de la habitación.
—Vamos —dice tirando de mi brazo cuando unos pasos empiezan a oírse
demasiado cerca.
—¿Qué haces? —pregunto en la oscuridad cuando cierra la puerta
rápidamente y me aprieta contra su cuerpo.
No voy a reconocer que me encanta el contacto de sus brazos fuertes y
grandes y sus enormes manos en mi espalda. Él sólo está aquí porque sus
negocios peligran y quiere atrapar a ese asesino, sólo quiere seguir usándome
como cebo. Y aún así no puedo evitar suspirar cuando me aprieta más contra
su pecho al oír esos pasos acercándose.
—Deben estar buscándote.
—¿Y qué pretendes? ¿Secuestrarme?
—Si es preciso para protegerte, sí —admite con la voz ronca cuando ya no
se oye a nadie cerca.
—Estás loco.
—Me han dicho cosas peores.
La puerta se abre y entra la condesa, mi madre… La que faltaba aquí. Nos
dirige una de esas miradas que hacen sentir muy culpable al destinatario y
niega cerrando la puerta tras de sí.
—Afortunadamente he sido yo la que os ha encontrado…
Yo resoplo mientras él da un paso adelante para tranquilizar a la condesa.
—No es lo que parece —se defiende él y parece más culpable.
—Lord Black sólo estaba preocupado por mí. Ha venido a comprobar que
estaba bien.
El rostro de mi madre se tensa y parece a punto de explotar, pero como de
costumbre sabe controlarse y asiente.
—No voy a exigir que cumpla con su deber ya que nadie más se ha dado
cuenta de que no estaban en el salón —afirma y nosotros nos miramos
mutuamente.
—¿Qué deber? —pregunto yo con los ojos abiertos de par en par.
—Si alguien os hubiera visto, aquí, a solas…, tendría que haberse casado
contigo por haberte arrastrado con él, podría haber sido un escándalo.
Los siguientes días se han convertido en una sucesión de actos sociales a
los que me veo obligada a acudir hasta que la condesa, mi madre, ha decidido
seleccionar cuidadosamente las invitaciones. No sé si lo hace porque Lord
Black también se presenta en cada evento y baile importante, a los que
casualmente también vamos nosotras. Y desde que nos encontró en aquella
habitación hace días, no lo puede ni ver. De hecho, cada vez que lo ve ella
decide que es hora de marcharse…
Por otra parte el aspecto de Black ha mejorado tanto que hasta hay alguna
matrona que va detrás de él para endosarle a alguna hija casadera… Al fin y al
cabo es un Conde y tiene más dinero que Creso, y por muy oscuro que sea el
origen de ese dinero, por ejemplo gracias a los casinos de Billy y sus negocios
juntos, el título lo blanquea bastante. Y teniendo en cuenta que hay algunas
familias con una cantidad de hijas inversamente proporcional al dinero en sus
bolsillos, no le faltan pretendientas. El problema es que cada vez que lo veo
rodeado de alguna de ellas rabio por dentro. ¿No se dan cuenta de que es mío
por cómo lo miro? Debería informar a alguna de esas pueblerinas que aún
conservo el arma que me dio el agente Smith… Pero eso sí sería un
escándalo…
Cómo echo de menos vivir en la destartalada mansión Black… A pesar de
no tener nada, ni siquiera un futuro. Y sin embargo es el lugar donde más feliz
he sido en mi corta vida. Y se supone que debería serlo ahora, feliz, rodeada
de lujos y sin faltarme nada. Sin embargo sólo puedo pensar en James, en
cómo se le acercan esas debutantes invitadas por casarse de una maldita vez.
Porque en realidad estos bailes sólo sirven para casar a todas esas solteronas
que llevan dos o tres temporadas sin pescar nada. Y para que los nobles
engendren más nobles, no quiera Dios que alguno se case con alguien que no
pertenezca a este mundo. Y mientras tengo estos pensamientos me doy cuenta
de que yo ahora soy uno de ellos, y no me gusta, porque mi madre tiene metido
en la cabeza que lo mejor es que me case con algún vejestorio. También me
doy cuenta de que James está de pie con otros caballeros mientras tres
solteronas los rodean riendo todas sus gracias… Es ridículo. Espero que se de
cuenta de que no son más que unas estúpidas.
Él me mira e inclina la cabeza saludándome. Mi madre se coloca
hábilmente en mi campo visual y se abanica exageradamente.
—No me encuentro bien, creo que debería irme —asegura fingiendo que
se va a desmayar.
—Entonces me quedaré con la señora Thompson —digo señalando con la
mirada a la gruesa mujer que tengo a mi lado y que nos ha acompañado hasta
el baile con sus dos hijas.
—No te preocupes, querida, yo me encargaré de Eireen. He visto a Lord
Cochrane hace un rato en la otra sala y estaba buscándola… Es posible que
haga su propuesta hoy mismo —añade en un tono de confidencialidad
guiñando un ojo al final.
A mi madre le ha salido mal la jugada y tiene que recalcular su estrategia.
—Creo que tengo mis sales por aquí —dice rebuscando en su pequeño
bolsito para disimular que no tenía ningún problema… y yo tengo que contener
las ganas de resoplar—. Disculpadme, vuelvo enseguida —asegura fingiendo
como buena actriz que podría haber sido en otra vida…
—No te muevas de aquí, voy a buscar a ese marqués…
Yo asiento pero no pienso volver a bailar con ese vejestorio. Decido
aprovechar la confusión y desaparecer hasta que se calmen las aguas. Porque
lo último que quiero es convertirme en una de esas panolis que bailan y bailan
con viejos y les sonríen embelesadas porque sólo ven un título. Salgo por las
puertas de cristal que dan al jardín e intento desaparecer entre los amplios
setos que forman un laberinto. Al menos podré estar tranquila aquí, aunque sea
un rato.
—No debería estar aquí… —susurra alguien a mi espalda cuando ya estoy
en un lugar del jardín donde creo que nadie me encontrará, escondida de todos
esos lores.
—¿Quién… —pregunto dándome la vuelta rápidamente.
—No se asuste, se lo ruego… —dice ese marqués con el que me quieren
emparejar.
Tiene una mirada de vicioso que me da un repelús…, he visto cómo miran
ese tipo de hombres a las mujeres en Whitechapel, y es exactamente la mirada
que tiene él.
—No es que me asuste, es que ya he tomado el aire lo suficiente.
Intento apartarme de él rodeándolo para salir del laberinto de setos tan
bien recortados que me impiden el paso, pero entonces me sujeta de la
muñeca.
—Si alguien nos viera ahora mismo tendría que casarme con usted… O
pensarían que es una cualquiera —afirma con una sonrisa de baboso enfermizo
que me hace temblar por un momento—. Y no sé si podría casarme con una
cualquiera… ¿Sabes? Sé quién eres en realidad…
Yo lo miro boquiabierta e intento soltarme, pero no lo consigo y meto la
mano que tengo libre en el bolsillo de mi falda para buscar esa maldita
pistola.
—¿La está molestando? —dice una voz autoritaria.
Yo miro a mi alrededor y ese idiota me suelta cuando ve la silueta de Lord
Black recortada por la luz que procede de la mansión iluminada con cientos de
velas y lámparas.
—Me está molestando —respondo a su pregunta.
Él se acerca más a mí y el marqués da un paso atrás.
—Puede quedársela, no es más que una cualquiera —dice antes de salir
prácticamente corriendo hacia el edificio.
Yo me quedo mirando hacia donde va ese hombre y no sé qué pensar. Ha
dicho que sabe quién soy. ¿Qué sabe y qué pretendía con eso? ¿Amenazarme?
¿Conseguir algo? ¿Algún tipo de chantaje?
—¿Estás bien? —pregunta James sacándome de mis pensamientos.
—Sí, es sólo que no estoy segura de qué ha pasado…
Él me abraza y me dejo llevar por sus manos y sus labios que acerca a los
míos. De pronto recuerdo cómo eran esos besos… También llegan a mi mente
otros recuerdos, como sus manos y su lengua en mi interior. Y a la vez
recuerdo que ha estado pavoneándose todos estos días en los salones y no me
ha dirigido la palabra.
—Ha dicho algo muy extraño —digo para apartarlo de mí, porque aunque
me gusten sus besos no puedo soportar la idea de que ha estado pasando de mí.
Él se separa y me mira confuso.
—Ha dicho que sabe quién soy —le aclaro—. No sé qué significa.
—Puede ser el asesino. Piénsalo, él envió a alguien a seguirte.
—¿Crees que él pudo hacer todas esas cosas horribles a esas chicas?
—Y sigue queriendo hacerte a ti lo mismo.
Yo lo miro aterrorizada y él me abraza.
—Corres peligro.
—Estoy vigilada constantemente. La última vez que intenté escaparme para
verte redoblaron la seguridad.
Él se queda totalmente quieto mirándome fijamente. No sé qué he dicho
para que reaccione así. Y de pronto me acaricia la mejilla en la oscuridad de
esta parte el jardín donde apenas se filtra la escasa luz que llega desde la
mansión.
—Entonces habrá que darse prisa… Vámonos de aquí, ahora —susurra
con la voz ronca.
No me da tiempo a protestar ni a añadir nada más, porque tira de mi mano
y me lleva hasta el final del jardín trasero para llegar hasta una puerta que,
aunque está cerrada, él fuerza y consigue abrir. Caminamos en la oscuridad
hasta llegar a su carruaje y él sube tras de mí mirándome de arriba abajo de
una forma muy extraña.
—¿Qué ocurre?
Él tarda unos segundos en contestar.
—El asesino te estaba siguiendo, o alguien enviado por él. Y es posible
que sea él, ese marqués… Se ha obsesionado contigo. No le importa que ahora
seas otra persona, la hija de un Conde. Ya no le importa nada.
—Es extraño lo que ha dicho, desde luego. Que ya sabe quién soy… —
pienso en voz alta—. ¿Y por qué se ha obsesionado conmigo?
—Porque cualquiera lo haría —asegura mirándome fijamente.
—Me estás asustando.
—Nunca me has tenido miedo.
—Claro que no. ¿Por qué iba a tenerlo?
—No te imaginas lo que provocas en un hombre…
Yo me quedo boquiabierta mirando cómo se acerca hasta mí y me mira con
esos ojos, oscuros ahora por la escasez de luz en el interior del carruaje, y
cuando creo que me va a besar nos detenemos ante la mansión Black.
Sé que me detesta, lo noto en cómo me trata ahora, es tan distinta a como
era cuando vivía en mi casa. Tal vez la condesa ha conseguido convertirla en
una dama estirada como ella. O tal vez nunca le gusté realmente.
La miro mientras duerme en mi cama y no puedo evitar pensar que soy
egoísta, tal vez no corría tanto peligro bajo la protección de la condesa, tal vez
sólo quería estar con ella de nuevo.
Tal vez Eireen tenga razón y aquel hombre que la seguía no era alguien
enviado por el asesino para encontrarla y matarla, en realidad el monstruo de
Whitechapel sólo mata a esas jóvenes que a causa de la miseria deciden
prostituirse en el East End. No tendría sentido que se expusiera a ser atrapado
matando a una debutante, una dama. Es posible que aquel hombre que la seguía
sólo fuera un pretendiente tal y como dijo ella. Y tal vez el marqués no estaba
insinuando nada, sólo es un pervertido y no el asesino.
Eireen abre los ojos y no sé cómo pedirle perdón por haberla arrebatado
de su nuevo mundo.
—Mañana te llevaré de nuevo con la condesa —digo antes de cerrar la
puerta y dejarla sola.
Soy un idiota, en un lugar remoto de mí había una pequeña esperanza de
que ella sintiera al menos una milésima parte de lo que yo siento. Y sin
embargo sólo percibo esa mirada de reproche, tan parecida a la de la condesa,
su madre. Su verdadera madre y la persona con quién debe estar. Esa otra
mujer que se la arrebató fue tan egoísta como lo soy yo. Ambos pensando en
nuestros propios intereses y nadie pensando en Eireen. Esa mujer creyó
incluso que era su verdadera madre, y yo he llegado a pensar que tenía el
derecho de protegerla, y ambos estábamos equivocados.
Me dirijo hacia la habitación contigua, pero no soy capaz de entrar,
necesito ver de nuevo a Eireen, necesito acariciarla. Sí, soy egoísta. Entro
sigilosamente y me quedo en un rincón, en la oscuridad, mientras la observo
de nuevo dormir. Un ruido en la ventana me obliga a apartar la vista de ella.
Veo una sombra, algo que se ha movido, y me dirijo hacia la pesada cortina
para atrapar lo que sea que haya allí. Un grito de dolor se oye al aplastar ese
cuerpo entre mis brazos y oigo de fondo los gritos de Eireen, que era ajena a
todo lo que había pasado antes de despertarse.
—Eireen, enciende la lámpara —grito sin dejar de apretar al que tengo
atrapado con la cortina.
Ella obedece a pesar de no entender nada. Mientras el hombre que tengo
atrapado intenta defenderse y grita, yo le doy un puñetazo en el costado para
que deje de moverse. Se retuerce e intenta dar una patada, así que le golpeo la
cabeza contra la pared y al fin deja de forcejear.
—¡Dios mío! ¿Lo has matado? —pregunta Eireen acercándose con la
lámpara de aceite.
—No lo sé, pero mejor él que tú.
Ella da un paso atrás y me mira asustada.
—Era verdad que me seguían…
No soy capaz de responder. ¿Creía que me lo había inventado? ¿Para estar
con ella…? Tendría sentido, pero eso significaría que no confía en mí. Que
cree que no soy mejor que la mujer que la separó de su verdadera madre. Y
tendría razón.
Dejo caer el cuerpo en el suelo y aparto la cortina que envuelve a ese
hombre.
—¿Lo habías visto antes?
Ella mira su rostro y niega.
—No, ¿está muerto?
—Espero que no, porque es la única pista que tenemos para dar con el
asesino. Es el hombre que te seguía hace unos días.
—¿Podría ser él el asesino?
—Creo que no, creo que debe ser un hombre rico, y un cobarde, no
entraría en mi casa sabiendo que estoy yo.
Eireen asiente y se acerca más a ese hombre para examinarlo.
—Sí lo he visto antes —dice iluminando con la lámpara sus facciones.
—¿Dónde?
—Es un habitual de La Sirena… Mi madre, quiero decir, Mary —corrige
rápidamente—, me envió varias veces para llevarles la ropa que lavaba —
añade alzando la lámpara de nuevo para observar al hombre tendido en el
suelo.
—¿Qué hacemos con él?
—Atarlo y esperar a que se despierte.
—¿No se meará encima?
No sé por qué se ríe tanto, ¿he dicho alguna tontería? Al principio no me
ha ofendido, pero después de un buen rato riéndose ya no me hace tanta gracia.
—No le veo la gracia —me quejo mientras él se agacha para coger el
cuerpo que hay en el suelo y sentarlo en la silla junto a la ventana.
El hombre abre los ojos y nos mira cuando James acaba de atarlo con la
cuerda de la cortina.
—¿Qué vas a hacerme? —pregunta asustado.
Yo miro a uno y otro y me quedo boquiabierta cuando Black empieza a
amenazarlo. No sé él, pero yo estaría aterrada de estar en su lugar. Y cuando
miro sus pantalones veo que sí se ha meado.
—Te lo dije —le susurro a James, que me dirige una mirada de sorpresa.
—Empieza a hablar —le espeta al hombre atado en la silla.
—Yo sólo he venido porque me pagaron para llevármela. No quería
hacerle daño. Lo juro —responde atropelladamente.
—¿Quién? —grita James.
—No lo sé.
—¿Alguien te iba a pagar y no lo sabes…? —dice en un tono grave que
hace temblar al hombre al que está interrogando.
—Me matará si digo su nombre.
—Lo haré yo si no lo dices —promete acercando aún más sus dos metros
de altura.
—Es alguien muy poderoso.
Ambos nos miramos con preocupación. James aprieta la garganta del
hombre hasta que empieza a emitir gemidos y a convulsionar.
—Habla o no volverás a respirar.
—Lord Cochrane —afirma con un hilillo de voz.
—¿Qué tenías que hacer? ¿Dónde tenías que llevarla?
—A una cabaña, a las afueras de Londres —confiesa asustado, no sé si por
Black o por Cochrane.
—Si pudiéramos seguir con el plan y avisar a las autoridades. Sería la
única forma de atraparlo —sugiere James mirándome fijamente.
—Es demasiado poderoso, no podréis hacer nada contra él. Ningún juez lo
condenaría.
—Tal vez tenga razón, ni siquiera mi madre es tan poderosa como ese
hombre.
James me mira de una forma enigmática y me sonríe.
—Confía en mí, esto acabará pronto.
No sé qué se le habrá ocurrido, pero me inquieta su mirada. Además, sé
que va a implicar mi colaboración, y estoy más que harta de todo esto, pero
supongo que es la única forma de hacer las cosas y acabar con esta pesadilla.
Capítulo 8.

Tras el asesino.
Mientras ese hombre sigue atado, ahora en el sótano, James me explica en
su habitación los términos del plan. Lo ha hilado todo muy bien, pero en este
plan tiene más que ganar él que ninguno. Ya ha hablado con la doctora Green,
sobre la información que ha obtenido. Ella intentará encontrar a Billy y al
agente Smith. Y ahora que me ha explicado sus planes sólo se me ocurre decir
lo siguiente:
—Tienes mucha cara —digo a modo de resumen tras escucharle
atentamente durante un buen rato.
—No puedes seguir siendo virgen, es por tu seguridad.
Yo lo miro atónita, no sé qué decir al respecto.
—Has estado pasando de mí hasta ahora, pavoneándote por esos salones.
¿Qué hacías allí? ¿Por qué no me hablabas? ¿Y ahora quieres desvirgar me?
¿Por mi seguridad?
—Por tu seguridad —afirma con una sonrisa muy extraña.
No sé por qué su sonrisa me provoca, al igual que sus ojos azules, tan
profundos ahora, mirándome con tanto deseo.
—Entonces deja de hablar y hazlo de una vez —le ordeno y él asiente
boquiabierto—. Pero esto no cambia nada, sigo enfadada contigo.
Él me mira frunciendo el ceño pero no responde nada, al menos no con
palabras…
Sus dedos comienzan a desatar las cintas de mi corsé y del vestido. Va
poco a poco extrayendo capas de tela hasta dejarme únicamente con la
camisola interior. Se agacha frente a mí y desliza sus manos por mis muslos
para bajar cada una de las medias mientras acaricia mis piernas y me mira a
los ojos desde abajo, de rodillas en el suelo.
Cuando me quita la última capa de tela que cubre mi cuerpo y estoy
totalmente desnuda ante él acerca su lengua y la desliza por el inicio de mi
sexo provocándome un escalofrío y dejándome sin capacidad para respirar
normalmente. No prosigue, se levanta y se queda mirándome de arriba abajo,
deslizando sus ojos por mi piel desnuda, iluminada por la tenue luz de la
lámpara al lado de la cama.
—Sólo yo estoy desnuda —le recuerdo sin moverme, notando sus ojos
abrasadores por cada centímetro de mi piel. Y todavía con el ritmo acelerado
por el contacto de su lengua hace unos segundos, tan leve y a la vez tan
provocador.
Él asiente sin dejar de mirarme.
Tras unos instantes deleitándose con lo que ve decide quitarse la chaqueta,
pero no se quita nada más. Me coge en brazos y me echa en la cama como si
no pesara nada.
Yo subo mis manos por sus hombros para despojarle de la camisa medio
abierta y él intenta apartarme, pero insisto y le acaricio por debajo de la tela,
tocando sus cicatrices en la parte derecha de su torso y sus hombros. Y su
torso lleno de músculos tensos por la excitación.
—No —me ruega con la voz rota.
Llevo mis manos hasta su miembro y lo acaricio por encima de la ropa
mientras él se inclina para besarme y llevar sus dedos hasta mi sexo.
—No me toques, por favor, no quiero hacerte daño —dice mirándome de
una forma extraña.
—No lo harás, lo sé.
Entonces James comienza a acariciar todo mi cuerpo con sus manos y con
su lengua. Me besa en la boca, el cuello y en los pechos sin tocarme donde
más le deseo, donde debería hacerlo. Hasta que lleva su lengua a mis ingles y
comienza a deslizar su lengua por todas partes… Por el interior de mis
muslos, por cada rincón de mi cuerpo cercano a mi sexo menos en él. Cada
vez puedo controlarme menos y él lo debe saber, porque creo que lo hace
intencionadamente. Sabe que me está volviendo loca hasta que mis caderas
suben sin darme cuenta de lo que hago. Es entonces cuando se aparta para
quitarse la ropa definitivamente y veo su cuerpo desnudo por primera vez.
Debió estar cerca de la muerte, pero sólo son cicatrices de quemaduras, no es
para tanto. Sí es para tanto su cuerpo musculoso, definido como si se tratara
del David de Miguel Ángel, o cualquiera de esas estatuas romanas esculpidas
en mármol. Yo le agarro por el brazo y tiro de él para que vuelva a la cama.
—No pares ahora —le advierto como una amenaza.
Él sonríe y se acuesta junto a mí para seguir tocándome, pero no soy capaz
de aguantar más y le obligo a colocarse encima tirando de sus hombros. Siento
su enorme peso sobre mi cuerpo y me cuesta respirar. Y es entonces cuando
abre mis piernas y se coloca entre ellas. Siento su miembro duro en mi
húmedo sexo y cómo mi cuerpo le desea abriéndose. Él duda unos segundos
mirándome preocupado.
—No quiero hacerte daño —vuelve a repetir sin acabar lo que había
empezado. Decide acariciar mi sexo y yo me retuerzo de placer bajo su
cuerpo. Mis piernas lo rodean y lo atraigo más a mí para sentirle de nuevo.
Aparta su mano y acerca su miembro. Se detiene en el inicio de mi interior y
no puedo evitar moverme para que se deslice lentamente dentro de mí.
Noto la tensión en cada músculo de su cuerpo y vuelve a detenerse cuando
ha entrado en mí al fin.
—No pares —le ruego moviéndome bajo él, incitándole a que continúe—.
No me haces daño —le aseguro mirándole a los ojos.
Él se mueve de nuevo entrando y saliendo de mi cuerpo y llevándome a la
locura. Sintiendo un placer que ya sé cómo culminará. Empiezo a gemir bajo
él y noto que él también está volviéndose loco. Nuestros cuerpos se unen de
una forma natural, las vibraciones se acompasan entre nosotros y ambos
explotamos en mil convulsiones de puro placer mientras nuestros ojos se
observan mutuamente. No sólo es sexo, es algo más que no soy capaz de
describir ahora, pero mis manos se deslizan finalmente por su espalda y lo
abrazan sin poder evitar apretarlo. No quiero que se vaya, quiero estar así
siempre.
—¿Te he hecho daño? —pregunta preocupado.
Tengo que eliminar todo lo que les lleve a mí, y esa niñata es un cabo
suelto. Ella me vio, ella sabe quién soy. Tengo que matarla antes de que ese
agente de Bow Street averigüe lo que ella sabe. Si me reconoce ahora que se
hace pasar por la hija de la condesa de Coventry, podría descubrirse todo.
Está claro que están cerca, han sido muy listos tendiéndome esta trampa,
pero yo lo soy más. Yo voy por delante de ellos, y ahora deben creer que soy
Cochrane… He sido más listo que ellos usando su carruaje con el escudo
para contratar a ese estúpido que ha ido tras Eireen. Desde luego ha sido
una idea brillante…
—Doctora Green, debería ver esto —me llama el agente Smith inclinado
sobre la mesa de mi despacho.
—¿Es el periódico?
Él me muestra la sección de sociedad y lo miro sorprendida.
—De hace un mes, cuando asesinaron a una de las chicas, Lord Cochrane
estaba en Escocia.
—¿Crees que una de las víctimas fue asesinada por otro hombre?
—O él no es el asesino y Black y Eireen han ido a ese lugar para nada.
Sólo es una pista más que no lleva a ningún sitio.
—Comprendo —tengo que admitir que William Smith no es sólo
músculos, también tiene algo en la cabeza.
Le sonrío y me encojo de hombros cuando Billy entra desde el vestíbulo
de mi casa y nos sorprende.
—No es decente que una mujer esté a solas con un hombre sin estar
casada.
—Mi padre está en el otro despacho con un paciente, ¿acaso está usted
celoso? Señor Raven… —respondo con una amplia sonrisa—. Mira esto —le
entrego el periódico.
—¿Qué es?
—Hemos estado siguiendo al hombre equivocado. El asesino está jugando
con nosotros. Lord Cochrane estaba en Escocia cuando ocurrieron los últimos
asesinatos.
—A mí ya no me preocupa, querida, ya no supone una amenaza para mis
negocios.
Yo lo miro frunciendo el ceño.
—Qué poca sensibilidad tienes.
—Ya sabías cómo era cuando me conociste, y creo que eso es justo lo que
te gusta de mí —afirma acercándose y guiñando un ojo.
—Será mejor que vayamos a buscar a Black y Eireen antes de que cometan
algún error —digo ignorándolo completamente.
Una hora después he conseguido arrastrar a Billy hasta la mansión Black,
pero nadie abre la puerta.
—¿Les habrá pasado algo?
—Conociendo a James es posible que haya decidido ir a la cabaña a la
que quería llevar ese hombre a Eireen para esperar al asesino sin contar con
nosotros.
—Espero que no, es probable que sea una trampa.
Billy golpea la puerta y ante la falta de respuesta decide entrar por una de
las ventanas que acababa de arreglar Lord Black… Lo veo a un lado de la
puerta con una piedra en la mano y pongo los ojos en blanco negando con la
cabeza.
—Te encanta hacer estas cosas.
Él me sonríe en la oscuridad, aunque veo sus dientes perfectamente, como
si fuera una hiena acechando a su presa.
Lo veo desaparecer en el interior de la mansión mientras espero en el
jardín que hay delante de la puerta principal.
—Pareces una institutriz —dice Billy abriendo la puerta—. Y no sabes
cómo me pone eso.
—Es usted incorregible, señor Raven —admito con un tono de voz severo,
erguida bajo mi estrecho corsé y mi vestido abotonado casi hasta el cuello, tal
y como haría una institutriz.
Él me tiende la mano y le acompaño al interior de la mansión. De pronto
se oye un ruido y ambos nos miramos.
—Tal vez haya entrado alguien más —susurra y se adelanta un paso
mientras yo saco una pequeña pistola de mi bolsito.
—Arriba —susurro yo.
Él asiente delante de mí y sube también con su pistola en la mano. Las
escaleras chirrían un poco y temo que quien sea el que esté arriba nos escuche,
pero tenemos que saber qué ocurre.
Cuando llegamos al lugar de donde proceden los pequeños ruidos y Billy
abre la puerta ambos nos quedamos boquiabiertos en el umbral.
—¡Qué cabrón! —dice Billy tras el asombro inicial.
Lord Black y Lady Eireen están en la cama, desnudos, y no creo que sea
educado permanecer en el umbral de la habitación, por lo que tiro del brazo de
Billy mientras él ríe.
—No digas una palabra más —le advierto.
La doctora nos ha explicado todo detalladamente, volvemos a estar sin
pistas, sin saber quién es el asesino y, por si fuera poco, ahora sabemos que
quiere matarme, aunque no sé muy bien por qué. Y por si fuera poco, mi madre
ha entrado junto a su mayordomo y esos sirvientes con cara de bestias en la
biblioteca tras derribar la puerta como si Black me hubiera secuestrado…
—Será mejor que nos calmemos —sugiere James ante la mirada de odio
de mi madre, acompañada de ese mayordomo y dos de sus sirvientes más
fuertes.
—Me temo que ha habido una confusión —dice la doctora Green
intentando arreglar las cosas—. Lord Black cumplirá con su deber a pesar de
todo.
Yo la miro abriendo los ojos de par en par. Acaba de meter la pata hasta el
fondo y yo acabo de llevar mi mano izquierda hasta mi frente para sentarme en
el sillón de nuevo, del que me había levantado cuando entraron la condesa y
sus sirvientes. James me abanica exageradamente mientras el resto siguen
hablando de nosotros, pero algo tengo que hacer para no enfrentar la mirada de
reproche de la condesa.
—¿Cómo? —es la primera vez que oigo a esa mujer controlada gritar.
Aunque más que gritar diría que ha modificado el tono de su voz a uno más
agudo, pero para lo que estoy acostumbrada con ella, es gritar.
—Él lo hizo para protegerla —vuelve a añadir la doctora y creo que voy a
perder el conocimiento al igual que la condesa, que empieza a pedir sus sales
al mayordomo que tiene detrás.
—Querida, creo que esta vez eres tú la que debería callar —le aconseja
Billy sujetándola por la cintura y tirando de ella para apartarla del camino
entre la condesa y James.
—Exijo saber qué ha pasado aquí.
Raven decide contarle a la condesa todo sobre la investigación del asesino
y mi implicación mientras James sentado a mi lado me sostiene la mano
encogiéndose de hombros y sonriendo cuando nos mira. Su rostro cambia de
color varias veces mientras lo hace, pero Billy no omite ningún detalle,
supongo que a él le da igual todo. Además, creo que disfruta de la
consternación que ha creado en esa mujer. A Billy le gusta provocar, ya he
empezado a conocerlo.
—¿Creen que es Cochrane? —pregunta interrumpiendo de repente a Billy.
—No puede serlo. Emma, quiero decir la doctora, ha descubierto que
estaba en Escocia cuando se cometieron algunos de los asesinatos. El
verdadero asesino ha querido inculparlo enviando a ese estúpido.
Ella no se lo toma tan mal como esperábamos todos y comienza a caminar
por la biblioteca de un lado a otro. James y yo nos miramos confusos mientras
Billy la sigue con la mirada sorprendido.
—Quiere matar a Eireen porque ella sabe quién es —dice tras unos
momentos concentrada en mirar el suelo mientras caminaba por la alfombra
llena de polvo de la biblioteca—. No es ya una cuestión de vicio u otra razón
como la que le movía a matar a esas chicas. Ahora se trata de supervivencia.
Él se ha mostrado ante ti y sabe que puedes acusarle en cualquier momento.
Yo niego con la cabeza.
—No sé quién es, de lo contrario ya lo habría acusado.
—Los días que estuviste… en la calle… —dice tragando saliva y tosiendo
después, debe haberle costado un mundo decir eso—. En algún momento lo
viste, y puedes reconocerlo, aunque tú ahora no lo sepas. Debe temer hasta
salir a la calle, y debe ser alguien que desde que te presenté en sociedad, no
ha acudido a ningún evento, baile, cena o cualquier lugar donde pueda
encontrarte.
—Tiene bastante sentido —dice Raven con una sonrisa—. Tendríamos que
haberle contado todo esto antes.
Miro a James entrecerrando los ojos y él se encoje de hombros.
—No ha servido para nada lo que hemos hecho antes —le susurro al oído
—. Por mi seguridad dijiste… Ese hombre ya no quiere matarme porque
cumplo las características de sus víctimas, quiere matarme sea como sea y lo
antes posible. Hemos hecho eso para nada, no ha servido de nada —me quejo.
Él de pronto me sonríe y y no sé en qué está pensando, pero debe estar
satisfecho consigo mismo.
—Ha servido de mucho —responde en el mismo tono bajo que he
empleado yo—. Ahora soy un hombre feliz.
Mientras nosotros susurramos estupideces, Raven, la doctora y la condesa
siguen discutiendo sobre cómo pueden descubrir quién es ese hombre. Hablan
de fingir una enfermedad, o decir que he vuelto a Francia y comprobar qué
miembros de la nobleza vuelven a acudir a eventos sociales, etc.
—El agente Smith podría anunciar que sabe quién es el asesino y que
estamos cerca de encontrarle… —sugiere Emma—. Así se pondría nervioso.
—Un momento, ¿entonces por qué dijo el marqués que sabía quién era yo?
No tiene sentido, si no es el asesino. ¿Y qué demonios sabe?
—Eireen, una dama no hablaría así —me reprende la condesa y me quedo
boquiabierta. Después de todo lo que se ha dicho en esta biblioteca en la
última media hora… Porque Billy le ha contado todo, como por ejemplo que
estuve en la calle para ser el cebo del asesino…
Todos la miran boquiabiertos, pensando lo mismo que yo, como si eso
importara después de todo lo que le hemos contado…
—Lady Fairfax —dice Billy dirigiéndose a la condesa—. Me temo que su
hija ha hecho cosas peores —asegura acercándose a ella y guiñándole un ojo.
—No me importa lo que hiciera antes de ser una dama, ahora debe
comportarse como tal. Yo no nací noble y ninguno de ustedes lo ha notado —
añade para que entendamos su razonamiento.
Ahora sí que nos sorprende a todos.
—¿Cómo? —pregunto yo boquiabierta.
—Mi pasado es irrelevante ahora, lo importante es atrapar a ese asesino y
que deje en paz a mi hija —afirma dirigiéndose a todos.
—¿Alguna idea? —pregunta Billy acercándose aún más con pasos
seductores para intimidarla, pero ella lo mira de arriba abajo y niega.
—Aceptar la invitación de la duquesa de Montrose en el último momento.
Ustedes serán mis invitados. Nos presentaremos tras decir que Eireen y Black
están de luna de miel en Francia. El señor Raven y la doctora Green serán mi
primo Lord Hamilton y mi amiga la señorita Emma.
—¿Lord Hamilton? —se queja Billy mientras Emma se ríe.
—¿Luna de miel? —preguntamos James y yo al unísono interrumpiendo las
quejas de Billy.
—No me gusta, Lord Black, y seré una suegra implacable con usted, pero
tiene que cumplir con su deber tal y como ha dicho la doctora.
—Un momento, ¿por qué tenemos que ir al castillo de la duquesa?
—Porque el asesino conoce a Cochrane, de hecho deben ser amigos, o
creen serlo, porque el asesino no tiene escrúpulos para hacer una artimaña
para acusarle. Cochrane no sabe que su amigo es el monstruo de Whitechapel,
pero en algún momento ese hombre ha debido decir algo que hizo pensar, o
saber, a Cochrane que Eireen no era una dama, y por eso dijo lo que dijo… —
afirma la condesa mirando a todos con un aire de superioridad.
—Tiene bastante sentido… —afirma la doctora Green—. ¿A qué se
dedicaba antes de ser condesa?
—Eso, querida, no lo sabrá nunca… Pero sé cómo piensan los hombres, y
que con dos copas de más hablan demasiado. También sé que algunos son tan
estúpidos como para confiar más en sus “amigotes” que en su propia madre.
—Vaya… —se limita a decir Billy.
—Pues si no hay más que decir, Lord Black, vístase correctamente y vaya
a por una licencia especial para casarse con mi hija. Y ustedes dos busquen a
ese agente, William Smith. Mañana mismo partiremos hacia Escocia.
Capítulo 9.

Sitiando al monstruo.
Efectivamente Eireen y yo nos hemos casado. Pero no vamos a Francia,
vamos al castillo escocés de la duquesa. Al menos vamos en un carruaje
aparte. Y en el último tramo hemos esperado para estar a un día de camino del
resto.
La idea es que el asesino, que esperamos que esté allí, se confíe creyendo
que estamos en Francia, y cuando lleguemos nosotros, comprobar quién decide
marcharse o simplemente desaparece, o incluso tal vez Eireen pueda
reconocerlo como uno de los hombres que se le acercaron cuando fingía ser
una prostituta más de Whitechapel.
—Está claro que el asesino no puede hablar sobre tu anterior vida, porque
entonces daría a conocer sus propios secretos…, pero ya se le soltó la lengua
con Lord Cochrane, y puede volver a ocurrirle.
—¿Qué sugieres que hagamos?
—Debemos ir con cuidado. Tal vez se confíe si nos metemos en la
habitación y fingimos que estamos disfrutando de nuestra luna de miel.
Ella me mira frunciendo el ceño.
—Si hace un par de meses me hubieran dicho que acabaría casada con el
monstruo Black… No me lo habría creído.
—No te queda otra que aceptarlo —digo riendo.
—No tengo que aceptar nada —reconoce acariciando mi mano y todavía
no entiendo qué ve en mí.
—Tienes un problema en el gusto, está atrofiado.
—Tal vez —admite mirando por la ventana del carruaje—. O tal vez no es
para tanto, creo que tienes una imagen distorsionada de ti mismo.
—Todas decís eso, y no lo entiendo.
—¿Todas? ¿Hablas de esas pazguatas que te reían las gracias en los
bailes? ¿Esas solteronas? —pregunta frunciendo el ceño y mirándome
fijamente ahora. Esperando una explicación.
—Cuando quise hablar contigo y tuve que entrar en esos salones y
vestirme como un Conde, fue Emma la que sugirió que lo hiciera.
Evidentemente tuve que recordarle cómo soy. Entonces ella dijo lo mismo que
tú —le aclaro—. ¿Estás celosa?
Eireen me mira con una sonrisa tierna y me acaricia.
—No es para tanto —asegura acariciándome la parte donde empiezan las
cicatrices de mi rostro—. Tal vez te impresionó bastante al principio y la
reacción de la gente se te quedó grabada. Lo que temen no es tu aspecto, sino
lo que creen que hiciste. Si te conocieran, todos esos que se asustan al verte,
cambiarían de opinión.
—¿Lo crees en serio?
—Claro. Me gustaste desde el primer día.
Lo dice tan convencida que creo que tiene un problema mental, realmente
estoy hecho un desastre. Que los demás nobles me acepten en su mundo no
significa que no sea un monstruo, significa que un título y una buena cantidad
de dinero hacen milagros, pero no voy a discutir con ella. Si algo he aprendido
en esta vida es a no discutir con una mujer. Por mi seguridad física y mental…
—¿Qué te gustó más de mí?
Ella sonríe de nuevo y comprendo que me moriría si no estuviera en mi
vida.
—Tus ojos… Tu cuerpo… Y esto —añade llevando su mano a mi
entrepierna.
—Lady Eireen… —no soy capaz de pronunciar una palabra más cuando
hace eso. Y ya es la segunda vez que lo hacemos a horcajadas en el interior
del carruaje.
Billy y yo nos mezclamos entre los demás invitados aparentando ser
quienes la condesa ha dicho que somos, en mi caso tengo que ser yo misma, en
el caso de Raven, parece un pez fuera del agua vestido de una forma pomposa
que no le queda bien. Sin embargo no le he dicho nada, porque ha estado
media hora mirándose en el espejo para ajustar el pañuelo del cuello.
—Como te mires en otro espejo, me voy y abandono el plan.
Él me mira asombrado y niega.
—Estoy aquí por ti.
—Estás aquí por James, que es tu amigo aunque no lo quieras admitir. Y tú
metiste en este embrollo a Eireen, y si le pasara algo él no lo podría soportar.
—Está bien, estoy aquí por él. Por cierto, ¿ves a alguien sospechoso?
Yo miro a mi alrededor y niego. Soy buena en mi trabajo, pero para
descubrir al asesino en esta sala llena de gente tendría que ser vidente, no
psiquiatra…
Hay grupos de invitados hablando entre sí mientras algunos de ellos se
concentran alrededor de una joven que toca el piano. Otros caballeros están en
una sala aparte jugando a las cartas…
—¿Por dónde empezamos? —pregunta Billy.
—Deberíamos seguir a la condesa y que nos presente a todos los invitados
que no conozco. Así podremos analizar a cada uno de ellos por separado.
—Los analizarás tú, porque yo no tengo ni idea, yo los llevaría uno a uno a
una habitación y les golpearía hasta que hablaran.
—También es efectiva esa técnica, pero guarda tus energías para otro
momento —le aconsejo guiñándole un ojo y él me devuelve una sonrisa ladina
que ya sé cómo acabará esta noche.
La duquesa de Montrose aparece en la cima de la escalera y se hace un
gran silencio en la enorme sala de baile.
—Tengo que presentárosla —susurra la condesa acercándose a nosotros
—. Ella los conoce a todos, y los secretos de cada uno de ellos.
Billy y yo nos miramos complacidos, si pudiéramos convencerla para que
nos ayudara, eso facilitaría mucho las cosas.
—Si alguien aquí puede conseguir esa información eres tú, cariño.
—Sin usar la fuerza bruta, sí.
—Y cómo te gusta mi fuerza bruta —susurra y le dedico una mirada de
reproche. Al final con tanta insinuación vamos a destapar el plan.
La duquesa se ha mostrado tan interesada en nuestro plan que no me ha
costado nada convencerla para que nos ayude. Entre la nobleza hay unos
niveles de aburrimiento tales que cualquier cosa les parece un juego en el que
entretenerse. De hecho se lo ha tomado así, como un juego. Y no como algo
serio, se trata de un asesino horrendo, pero no le vamos a explicar la
importancia que tendría detenerlo… Aunque a veces a estos nobles de vida
disipada dan ganas de darles una buena paliza. En realidad si dejara suelto a
Billy, recibirían cada uno su buena dosis de realidad.
Niego con la cabeza ante tal idea…, yo antes de conocer a Raven no tenía
estos pensamientos.
Nos movemos entre los invitados y condesa y duquesa nos presentan a a
casi todos los que hay en la sala de baile.
—¿Algún sospechoso? Doctora —pregunta la duquesa con un brillo en los
ojos y me veo obligada a desilusionarla.
—No he tenido la oportunidad de hablar mucho con cada uno de ellos.
Podría ser cualquiera.
—Comprendo.
—Esperaremos a mañana, veremos el efecto que causa la inesperada
llegada de Lady Eireen.
La duquesa vuelve a recuperar la emoción perdida y decide seguir
presentándonos a otros invitados que llegan de la sala de juego.
Al día siguiente.
Los invitados van concentrándose en la sala anterior al salón donde la
duquesa ha colocado en forma de U todas las mesas para la cena. Billy y yo no
dejamos de mirar el enorme reloj de pared que hay al lado de la puerta de
entrada al salón y que nos recuerda la urgencia que sentimos. Deberían haber
llegado ya, para aparecer justo cuando estemos todos sentados. No sabemos
nada de Eireen y Black, tal vez les haya pasado algo, o puede que hayan tenido
algún contratiempo con el carruaje.
—No podemos perder esta oportunidad, no creo que tengamos otra.
Vemos a Lord Cochrane rodeado de otros caballeros y Billy y yo nos
miramos con complicidad.
—Puede que sea uno de ellos.
—Estaré alerta —afirmo mientras él sigue atentamente con la mirada a la
condesa y la duquesa entrando en la sala, y a su vez todos las siguen para
tomar asiento en el interior del salón.
—Me temo que vamos a perder el factor sorpresa, Eireen y Black no van a
aparecer —me lamento observando a los invitados sentarse. No consigo ver a
todos los que están sentados junto a Cochrane, pero podría tratarse de un
hombre sin título y por el orden de protocolo estaría sentado en otro lugar.
Cuando ya casi todos están sentados en sus lugares asignados las puertas
vuelven a abrirse y la duquesa se levanta junto con su copa, sentada en medio
de la U que forman las mesas. Billy y yo volvemos la cabeza hacia donde ella
mira, y no son los sirvientes trayendo la cena, son Lady Eireen y Lord Black,
que entran vestidos de gala para la ocasión.
Billy y yo miramos a nuestro alrededor para observar las reacciones de
los invitados, mientras cruzo una mirada con la condesa que hace lo mismo
que nosotros. Incluso la duquesa mira a su alrededor buscando a alguien que
parezca tan sorprendido, y atemorizado, cómo podría estarlo el asesino de
saberse sitiado.
—¿Ves algo?
—Cochrane está mirándolos con la boca abierta.
—Tal vez debería hacerle una visita esta noche… —susurra y añade un
guiño ante mi expresión de asombro—. No sabría quién soy, y le haría
entender que no puede hablar jamás de lo que pasó. Conozco varios métodos
muy útiles.
Estoy a punto de consentir su plan cuando veo un rostro familiar y
exactamente una reacción que no me deja ninguna duda, es él. Le ha cambiado
la expresión, jamás le había visto con esa mirada de odio y rabia, ha sido
fugaz, pero lo he visto.
—No hará falta. Al menos no con Cochrane.
Las miradas cómplices se suceden entre nosotros y compruebo que la
doctora Green acaba de descubrir algo. Black y yo nos sentamos tras el
anuncio de la duquesa de nuestra llegada especial.
—Lo sabe, James, Emma lo sabe.
Él asiente y me sujeta la mano cuando nos sentamos en el orden
establecido. Ya habíamos avisado a la condesa de nuestra llegada, por poco
no llegamos a causa de la lluvia, pero al final ha sido una ventaja llegar tarde.
—Sólo hay que esperar a que acabe la cena, cariño —me tranquiliza
James—. Y todo habrá acabado.
—No sé si podré probar bocado.
Él me mira alzando una ceja, sabe que cuando estoy nerviosa no puedo
parar de comer, casi compulsivamente.
Yo miro a mi alrededor y sigo sin saber quién es el asesino, no reconozco
a nadie, pero está aquí, y él sabe quién soy yo. Y cree que yo sé quién es. Ese
es el problema, que él cree que lo sé, es posible que piense que soy una actriz
contratada por el agente Smith para atraparlo y que finjo ser la hija de la
condesa. No sé qué pensará, pero tiene sentido, por las palabras de Cochrane.
Tras hora y media de cena que se me ha hecho eterna todos los invitados se
levantan y busco con la mirada a la doctora, pero no la encuentro, ni a Billy
Raven.
—James, algo está pasando.
—No te separes de mí, en ningún momento.
El ruido de la gente moviéndose por entre las sillas para abandonar la sala
donde hemos cenado e ir a los salones de baile nos impide darnos cuenta de lo
que está ocurriendo. No sabemos quién es el asesino y la única persona que lo
sabe acaba de desaparecer.
—¿Le habrá pasado algo a Emma? —pregunto preocupada mirando a mi
alrededor.
—Vamos a buscarla.
—Creo que deberíamos avisar a mi madre.
Los otros invitados van desapareciendo poco a poco y decidimos
seguirles, alguno de ellos es el hombre que estamos buscando.
—Se ha ido con la duquesa a la sala de baile, allí no encontraremos al
asesino.
James tira de mi mano y me arrastra hacia la escalera central que divide el
castillo en dos partes. Y no nos detenemos hasta que llega a la habitación
contigua a la que nos han asignado.
—No entiendo nada —le digo en un susurro.
—Es una posibilidad que vaya a tu habitación —habla en el mismo tono
bajo que yo.
—No creo que lo haga. Yo no lo haría, yo recogería mis cosas y me iría lo
antes posible, si temiera que me fueran a reconocer.
De pronto se oyen unos ruidos en la habitación contigua y ambos nos
miramos sin decir una palabra. Han abierto la puerta.
—¿Qué hacemos?
—Vamos, necesito acabar con esto ya.
Él se coloca delante de mí y abre muy lentamente la puerta para intentar
hacer el menor ruido posible, pero la madera del suelo hace un pequeño ruido
por su peso al poner un pie fuera. Ya no se contiene en amortiguar los sonidos
y corre directamente a la habitación para abrir la puerta de golpe y descubrir
quién ha entrado.
—No se mueva o disparo —dice el hombre que hay frente a James y que
no puedo ver apenas, pero que desde luego no reconozco.
—¡Dios mío! —exclamo al ver el arma en su mano.
—Quédate detrás, Eireen.
El hombre levanta la mano con el arma dispuesto a disparar.
—¿Es él? —me pregunta James.
—No he visto a este hombre en mi vida. Que yo recuerde… —admito sin
dejar de mirar el arma.
—Te vi en la calle, me dijiste que eras nueva, no eres más que una
prostituta, como tu madre. Y sólo quedas tú.
—¿Sólo quedo yo? —pregunto sin entender una sola palabra de lo que
dice.
—Mary Roberts está muerta.
—Ella no era mi madre —digo llevándome las manos a la boca para
contener la emoción. Aunque no lo fuera ella creía que sí. Y yo también
durante mucho tiempo. A pesar de lo que hizo era una mujer trastornada, la
culpé por separarme de mi verdadera madre, pero luego la perdoné y fui en su
busca. No pude despedirme siquiera de ella y el hombre que apunta a James
está más trastornado.
—¿Cómo? —pregunta a su vez distrayéndose cuando de repente Billy
Raven sale de entre las sombras y le golpea quitándole el arma tan
rápidamente que no he podido ver siquiera el movimiento.
La doctora Green aparece detrás de nosotros y contempla el cuerpo
golpeado de ese hombre en el suelo. Apenas cambia su expresión mientras lo
mira.
—Jamás imaginé que sería él —asegura sin apartar la vista de él.
—¿Lo conocías? —pregunto atónita y aún conmocionada por lo que ha
dicho ese hombre.
—Es un profesor de la Escuela de Medicina, el doctor Lewis, y me temo
que va a ser difícil acusarlo, a pesar de todo, es el hermano de Cochrane…
Existe la misma dificultad que con el marqués…
—Yo me ocuparé, nadie sabrá qué pasó con su cadáver —propone Billy.
—Yo escribiré una nota de suicidio —asume su tarea la doctora Green
encogiéndose de hombros.
—Es una pena que nadie sepa jamás quién fue el monstruo de
Whitechapel… —dice desde el umbral de la puerta la condesa, mi madre, que
cierra la puerta rápidamente.
—Al final era más tonto de lo que parecía, porque la verdad que no me
suena de nada su cara —digo encogiéndome de hombros—. Había tantos
viejos verdes por Whitechapel que todos me parecían iguales… —reconozco
con la mirada perdida en el cuerpo que hay en el suelo—. Si hubiera esperado
a ser reconocido habría descubierto que podía seguir con su vida como si nada
hubiera pasado.
Epílogo.

Tres días después.


Para no levantar sospechas hemos decidido quedarnos en el castillo de la
duquesa de Montrose aunque muchos invitados se han marchado ya, sin
embargo debemos permanecer aquí como habíamos planeado hasta que
termine la semana. Billy tiró el cuerpo por una de las ventanas que dan al
acantilado y la nota de suicidio fue dejada al lado de la ventana, con la misma
caligrafía del doctor, al que conocía Emma desde hacía muchos años por ser
un amigo de su familia. Así ha logrado que nadie sospeche que nos hemos
librado de él. Nadie sospecha lo que ocurrió, afortunadamente, porque todos
volvimos rápidamente a la sala de baile, y bailamos como si nada hubiera
pasado La duquesa se quedó muy decepcionada cuando le dijimos que no
había ningún asesino entre los invitados y que la investigación se había
paralizado. Aunque ella afirmó que cuando volviera a Londres se interesaría
por el caso.
Billy y Emma han decidido casarse al fin, aprovechando que están en
Escocia. Así que ahora estamos en Greetna Green, en una pequeña iglesia,
para ser los testigos de la boda… Hacen una extraña pareja, pero también la
hacemos nosotros… Aunque lo importante es que nos queremos y no nos
importa lo que piensen los demás, si dicen que hacemos una extraña pareja o
que sigan llamando a James el monstruo Black. Para nosotros es James, y para
los que nos conocen es Lord Black. Todos los demás no nos importan lo más
mínimo, y si nos importa alguno de ellos, siempre contaremos con la ayuda de
Billy, que en el peor de los casos encontrará alguna ventana que dé a algún
acantilado…

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