Jesus Camina Sobre El Mar
Jesus Camina Sobre El Mar
Cuando estudiamos un milagro, muchas veces nos damos cuenta de que aunque hay un
elemento sin duda extraordinario, muy a menudo hay varios elementos que también son
inexplicables desde el punto de vista humano. En este caso los fenómenos milagrosos
son:
1) Un viento muy fuerte e inesperado que sin duda es parte del plan perfecto de Dios.
2) El hecho de que Jesucristo los puede ver a una gran distancia en medio de la noche.
3) El hecho de que Jesucristo camina sobre el mar.
4) El hecho de que Pedro camina sobre el mar.
5) El hecho de que Jesucristo parado sobre el mar puede sostener el peso de Pedro.
6) La inmediata calma del viento.
7) La barca llegando inmediatamente a su destino.
Habiendo acabado con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el
Evangelio de Mateo nos dice que enseguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la
barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud.
Sin duda que luego de un mensaje extenso muchas veces el predicador está cansado, y
al final, cuando despide a la congregación, no le es fácil debido a la fatiga mental después
de un largo día de trabajo. Pero no era así para el Señor Jesús. Él personalmente va a
despedir a la multitud. Él no deja esta función para un asistente. Seguramente que, al
despedirlos, se le acercan de nuevo gran cantidad de personas que le ruegan que ore por
ellos y que los aconseja sobre qué hacer con ciertas dificultades de la vida. En (Mt 14:23)
leemos: “Una vez despedida la gente, subió al monte para orar a solas; y cuando llegó la
noche, estaba allí solo”. Después de un día de mucho trajinar en que sin duda muchos
llegaron para presentarle sus dificultades y problemas, él va al monte a orar a su Padre.
No va a descansar sino que va a orar. Observen las palabras: “subió al monte para orar a
solas, y cuando llegó la noche, estaba allí solo”. ¿Será posible que esté orando por esos
discípulos que están navegando y que pronto van a tener una prueba grande?
(Mt 14:24) nos dice: “La barca ya quedaba a gran distancia de la tierra, azotada por las
olas, porque el viento era contrario”. (Mr 6:48) dice: “Viendo que ellos se fatigaban
remando, porque el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche, él fue a
ellos caminando sobre el mar, y quería pasarlos de largo”.
¿Cómo es posible que él los pueda ver en medio del lago que está a varios kilómetros de
la ribera en la oscuridad de la medianoche? El mar de Galilea mide en ciertas partes más
de 13 kilómetros de ancho. Sin duda que aquí hay un elemento sobrenatural. No
solamente por verlos en la oscuridad y a la distancia, sino al observar que están remando
con gran fatiga, es decir, que no solamente no habían progresado sino que se estaban
cansando y las olas arremetían con furia sobre la embarcación.
Quizás un joven en el día de hoy nos diría que esto es muy sencillo. Jesucristo está
usando un telescopio con lentes de visión nocturna. Pero nosotros creemos que aquel
que está de rodillas en la cumbre del monte, no ve solamente las siluetas de los hombres
sino que claramente ve la fatiga en sus rostros y que van cediendo en sus esfuerzos.
¡Qué consuelo es para nuestro corazón el saber que cuando nosotros andamos en medio
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de las dificultades, él lo sabe, lo conoce todo, y podemos reconfortarnos en las palabras
de (1 P 5:7): “Echad sobre él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de vosotros”.
(Mt 14:24) nos dice: “La barca ya quedaba a gran distancia de la tierra, azotada por las
olas, porque el viento era contrario”. Aquí vemos tres detalles importantes: La barca
estaba a gran distancia de la tierra; ahora ya no había posibilidad de volver fácilmente a la
ribera; estaban en una situación en que realmente no tenían más posibilidades que
soportar la situación. ¡Cuántas veces en nuestra vida nos encontramos en la misma
situación! No podemos ir “ni para atrás ni para adelante”. Recordemos que era una barca;
no era un gran barco ni un transatlántico. Era una pequeña nave de pescadores. Pero
esto no era todo, estaba azotada por las olas; es decir, las olas arremetían contra la
barca. Cualquiera que haya navegado sabe que cuando esto sucede, el peligro de que
una ola voltee la embarcación es una realidad. Las olas no la acariciaban sino que la
azotaban. Es de interés que el término que se usa aquí es “basanizo”, un término que
cada vez que se emplea en el Nuevo Testamento da la sensación de un tormento. Por
ejemplo, en (Mr 5:7) el endemoniado gadareno dice: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo
del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.
En (Mt 14:25) leemos: “Y a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos caminando
sobre el mar”. Los judíos dividían la noche en tres vigilias. Los romanos la dividían en
cuatro vigilias. La cuarta vigilia sería entre las tres y las seis de la mañana. Es de notar
que esta es una hora muy especial desde el punto de vista médico, dado que es en este
tiempo que tenemos el mínimo de las hormonas suprarrenales. Es a esa hora cuando se
produce la mayoría de fallecimientos debido a enfermedades crónicas, y cualquiera que
haya tenido que ir a trabajar de improviso en tal horario nos dirá que es una de las partes
más difíciles del día.
Observen que dice: “Jesús fue a ellos caminando sobre el mar”. Él pudo haberse quedado
en el monte orando por los discípulos para que no les pasara nada y llegaran bien a la
orilla, pero en su infinita gracia y misericordia decide ir donde están los suyos.
Notemos también que Jesucristo no camina sobre las aguas para exhibirse como en un
espectáculo teatral o de circo. Si fuera así lo hubiera hecho durante el día en presencia de
la multitud.
Me parece que hay varias razones para esto: la primera razón es que él los vio en una
situación de gran necesidad. Ellos estaban en medio de la tormenta, estaban muy
cansados de remar contra la corriente dado que el viento les era contrario. Recordemos
que no todos los discípulos eran pescadores, y los que eran hombres de “tierra adentro”
hacía rato que deseaban poder volver a la orilla y estar sobre tierra firme. De igual modo
sabemos que en las tormentas y dificultades de nuestra vida el Señor Jesús está
dispuesto a venir a socorrernos. Muchas veces los salmos de David expresan esta
verdad. Por ejemplo, el (Sal 34:15) dice: “Los ojos de Jehová están sobre los justos; sus
oídos están atentos a su clamor”. En el versículo 19 dice: “Muchos son los males del
justo, pero de todos ellos lo librará Jehová”. En segundo lugar, caminar sobre el mar era el
camino más corto para llegar a donde estaban sus discípulos. El mismo Salmo nos dice
en los versículos 17 y 18: “Clamaron los justos, y Jehová los oyó; los libró de todas sus
angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; él salvará a los contritos
de espíritu”.
En tercer lugar, nos dice el Evangelio que quería precederlos o adelantárseles, o sea ir
delante de ellos. No solamente el Señor quería llegar adonde estaban sus discípulos sino
quería ir delante de la embarcación para guiarlos y “abrir camino” en medio de las olas.
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Pero una de las cosas en las que tenemos que insistir es que la razón por la cual Jesús
camina sobre el mar es para poder estar físicamente presente con los discípulos. Es decir,
él pudo haber utilizado algo sobrenatural como enviarles un ángel para decirles que no se
preocuparan, que todo iba a estar bien, pero no lo hace así sino que quiere estar con
ellos, precederlos y guiarlos.
Alguien se preguntará: “¿cómo es posible que un hombre pueda caminar sobre las olas
del mar sin hundirse?”. Y la respuesta la tenemos en el libro de Job donde leemos: “Por sí
solo extiende los cielos y camina sobre las ondas del mar. Él hizo la Osa Mayor, él Orión,
las Pléyades y las constelaciones del sur. Él hace cosas tan grandes que son
inescrutables, y maravillas que no se pueden enumerar” (Job 9:8-10). El andar sobre las
olas muestra una vez más que Jesucristo es Dios y que por lo tanto él no está sujeto a las
leyes de la naturaleza. Como Creador, él mismo da esas leyes. (Mr 6:49) nos dice: “Pero
cuando ellos vieron que él caminaba sobre el mar, pensaron que era un fantasma y
clamaron a gritos”. Me pregunto: “¿Cómo es posible que todos estuvieran de acuerdo en
que era un fantasma si ninguno de ellos había visto jamás un fantasma?”. Supongo que
alguno empezó a ver algo sobre las olas: “¿Qué es eso?”. Y otro respondió: “¡Parece que
es un fantasma!”. “¡Sí, es un fantasma!”, confirmó otro; y así uno por uno se convencieron
de que eso que veían era algo que nunca antes habían visto. ¡Qué triste cuando en
nuestra vida muy a menudo no reconocemos la persona del Señor Jesús! Los discípulos
pensaron que era algo sobrenatural, algo mágico, algo que no era real. Y muchos en el
día de hoy piensan que Jesucristo es “un fantasma”; que él es el que no es. La Biblia nos
enseña que él es el eterno Hijo de Dios. No es otro filósofo más de los muchos que
caminaron sobre la tierra. Aunque enseñó como ningún otro antes ni después de él, es
más que un maestro. Jesucristo no es un ser como nosotros que fuimos creados en el
momento en que fuimos engendrados. Él estaba con su Padre Dios todopoderoso desde
la eternidad infinita antes de venir a nacer en este mundo.
El problema originado, cuando interpretamos erróneamente la persona del Señor Jesús,
es que se producen ciertas reacciones naturales. Un fantasma es algo que engendra
miedo al ser humano. Jesucristo nunca quiso asustarnos. Por el contrario él dijo: “La paz
os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro
corazón, ni tenga miedo” (Jn 14:27). El Señor Jesús se acerca a ellos en el momento de
la dificultad y ellos no lo reconocen. Están confundidos y tienen miedo. El susto es tal que
ellos gritan de pavor. Esta palabra “gritaron” es el mismo término que se emplea en (Mt
8:29) hablando del endemoniado gadareno, y da una sensación de crisis: “Y he aquí, ellos
lanzaron gritos diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para
atormentarnos antes de tiempo?” (ver también (Mt 9:27).
La palabra “miedo” en griego es “phobos” de donde nosotros usamos palabras tales como
claustrofobia o hidrofobia. Yo creo que hay dos clases de miedo: el positivo o bueno y el
negativo o malo. Le llamo miedo malo a aquel que nos paraliza, que hace que no
hagamos lo que debemos hacer por el temor a que las cosas no marchen bien. Ese es el
miedo negativo que paraliza.
Pero tenemos también el miedo bueno o positivo. Es el temor que tratamos de inculcarles
a nuestros hijos de no tocar algo caliente para que no se quemen. Hay algo que en las
Escrituras es llamado el temor reverencial. Por eso en (Pr 9:10) leemos: “El comienzo de
la sabiduría es el temor de Jehová, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”. Es
el sentimiento de tener reverencia a Dios al darnos cuenta de lo infinito de su grandeza y
lo impenetrable de su santidad. Mucho se ha perdido en el presente de la reverencia a las
cosas divinas.
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“¡No temáis!” (Mt 14:27). En el (Sal 27:1) leemos: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de
quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién me he de atemorizar?”.
A esta meditación la podíamos haber llamado muy bien “Las cuatro caras de Pedro”. El
aspecto del rostro de Pedro va a cambiar en forma sucesiva mientras tratamos de meditar
en las palabras que siguen.
En el versículo 28 del capítulo 14 de Mateo leemos: “Entonces le respondió Pedro y dijo:
Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Aquí vemos a nuestro amigo
Pedro con toda su sencillez y al mismo tiempo con osadía. Es que sin duda Pedro había
visto muchas veces ciertas aves reposar sobre las olas y subir y bajar con toda
tranquilidad. Habrá pensado: “¡cómo me gustaría a mí poder hacer eso!”. El Señor Jesús
le da el permiso y el versículo 29 nos dice: “Y él dijo: Ven. Pedro descendió de la barca y
caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús”. Una vez más notamos que Pedro es un
hombre de valor y que puede hacer cosas que quizás algunos de los otros no se animan a
hacer. En nuestra mente concebimos el rostro de Pedro mostrando una mezcla de
emociones. Es que él sin duda tiene miedo, pero está entusiasmado por la perspectiva de
caminar sobre el agua. Y cuando da los primeros pasos y ve que puede hacerlo, se pinta
en su rostro la satisfacción como respondiendo con su arrojada actitud a los discípulos
que dirían o pensarían: “¡Yo no lo haría! ¡Es una locura!”. Pero Pedro también tiene el
orgullo de aquel que puede hacer algo que los demás no pueden o no se animan a hacer.
“¡Miren, miren bien que yo puedo caminar sobre el agua!”. Ahora, los discípulos en la
barca dicen: “¡Miren lo que está haciendo Pedro, es increíble! ¡Qué valor!”. “¡Qué
proeza!”, exclama otro. Yo comparo a Pedro con un niño que está aprendiendo a caminar.
Se ha levantado, da unos pocos pasos, se tambalea para todos lados, mira a su madre
con orgullo y pocos segundos después está sentado de golpe en el suelo. ¡Qué
espectáculo! Pedro está avanzando mirando a Jesús. Y sin duda Jesucristo lo mira y lo
recompensa con una gran sonrisa, porque ese discípulo ha tenido la fe de hacer lo que la
mayoría de nosotros no nos animaríamos a hacer.
Pero el relato bíblico nos dice en el versículo 30: “Pero al ver el viento fuerte, tuvo miedo y
comenzó a hundirse. Entonces gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame!”.
Ahora tenemos la segunda cara de Pedro que se caracteriza por miedo y pánico.
Observemos en primer lugar la mirada equivocada. Es la mirada que se dirige al peligro.
La mirada hacia la dificultad aparta nuestros ojos del bendito Señor Jesús. Por eso las
Escrituras nos dicen en (He 12:2-3): “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de
la fe; quien por el gozo que tenía delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio,
y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, al que soportó tanta
hostilidad de pecadores contra sí mismo, para que no decaiga vuestro ánimo ni
desmayéis”. En (He 11:27), hablando de Moisés, nos dice: “Por la fe abandonó Egipto, sin
temer la ira del rey, porque se mantuvo como quien ve al Invisible”. A menudo en nuestra
vida miramos al viento fuerte. Es que el viento intenso hace mucho ruido y puede hacer
mucho daño. Oremos para que el Señor nos ayude y en los momentos de dificultad no
apartemos nuestros ojos de aquel que está sentado en el trono. Cuando leemos en (Hch
7:55) acerca de Esteban, vemos que él está en una situación crítica. Va a ser apedreado
hasta la muerte. La Biblia nos dice: “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo y puestos los
ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios”.
Volviendo a Pedro, ahora su cara ha cambiado. La sonrisa de orgullo se ha transformado
en una boca que clama: “¡Señor, sálvame!”. El entusiasmo de sus ojos ha desaparecido y
vemos el miedo que está en su corazón. Si pudiéramos ver su rostro en la noche obscura
veríamos que el terror lo ha empalidecido.
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Pedro tuvo miedo; sin duda que estaba aterrorizado. La Escritura nos dice: “...y comenzó
a hundirse”. ¡Qué susto para Pedro! No sabemos si el agua le llegó a la rodilla o a la
cintura pero se empezó a hundir. Pero ¡alabado sea el Señor por su fidelidad!, no se
hundió del todo. Dios muchas veces nos permite estar en situaciones en que parece que
nos estamos hundiendo. Uno de los versículos de las Escrituras que me ha ayudado
mucho es (1 Co 10:13): “...pero fiel es Dios, quien no os dejará ser tentados más de lo
que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación dará la salida, para que la
podáis resistir”. Esta palabra “tentados” se puede también traducir “probados”. Y Dios
sabe exactamente cuánto podemos aguantar. Él no nos dejará soportar ni un kilo, ni un
gramo más de peso que el que podemos resistir. Si vamos a comprar un hilo de nailon
para pescar, ha sido estudiado exactamente cuánto puede resistir sin romperse. ¡Alabado
sea Dios! Él sabe exactamente cuánto podemos resistir. Ver también (Sal 69:1-2) (Sal
124:4,7).
Miremos ahora la tercera cara de Pedro. En (Mt 15:30) leemos: “¡Señor, sálvame!”. Sin
duda que Pedro sabía que el Señor Jesús tiene poder para sacarnos de las situaciones
desesperantes. Él no dijo: ¡Jesús, sálvame!, sino que reconoce su dignidad y lo llama
Señor. En el (Sal 34:7) leemos: “El ángel de Jehová acampa en derredor de los que le
temen, y los libra”; y este ángel nunca ha sido derrotado en una batalla ni ha perdido a
quien tiene que guardar.
(Mt 14:31): “De inmediato Jesús extendió la mano, le sostuvo y le dijo: ¡Oh hombre de
poca fe! ¿Por qué dudaste?”. ¡Qué escena tan indecible! Jesús de Nazaret, que está
parado sobre el mar, extiende su mano rápidamente y levanta al que se está hundiendo.
El viento tempestuoso ruge con todo su poder. Las olas suben y rompen con fuerza contra
la embarcación. Algún discípulo exclama con horror: “¡Pobrecito, se va a ahogar”, y en
medio de todo ese caos el Hijo de Dios está allí con toda calma, parado sobre el mar, y
con su brazo potente sostiene a un hombre que acaba de rescatar de las aguas. Y aquí
tenemos la tercera cara de Pedro que es muy difícil de describir. Es un rostro que tiene
una expresión conmovedora; tiene la muestra del terror de aquel que está a punto de
morir ahogado y tiene a su vez la mirada de agradecimiento de quien sabe que ha sido
rescatado. Las Escrituras no nos dan detalle de cómo hizo Pedro para subir de nuevo a la
barca.
¡Qué imagen extraordinaria, simbólica del Señor Jesucristo el Salvador de los pecadores!
Él es aquel que en el día de hoy está salvando con su mano poderosa a los que claman a
él. Observen que la Palabra dice: “de inmediato”, es decir, al instante Jesús le tomó a él.
No lo dejó hasta que se quedara sin fuerzas y medio ahogado como hacen los salvavidas
profesionales, sino que de inmediato le tomó a él. Ahora, el Señor Jesús le hace a Pedro
una pregunta escudriñadora que por supuesto se aplica también para los discípulos en la
barca y para nosotros también: “¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.
Me pregunto a mí mismo cuántas veces el Señor Jesucristo me habrá hecho esta
pregunta. ¿Por qué dudaste? Yo creo que el Señor le está diciendo a Pedro que no era
necesario dudar: “Yo no te puse en esta situación para que fracasaras; era posible hacerlo
pero tenías que ejercitar tu fe”. El rostro que hace unos segundos estaba emblanquecido
por la palidez del miedo ahora se torna rojizo por la vergüenza que todos tenemos cuando
alguien nos dice algo que sabemos que no hicimos bien. Para mí, este concepto es
extraordinario; que el Señor pueda hacer que no seamos derrotados. Por eso el apóstol
Pablo dice en (Ro 8:37): “Más bien, en todas estas cosas somos más que vencedores por
medio de aquel que nos amó”. Pero consideremos el significado de las palabras: “hombre
de poca fe”. En el griego es una palabra única de la misma manera que nosotros usamos
en nuestro idioma el diminutivo para mostrar que el tamaño es menor. Así decimos un
pancito cuando el pan es pequeño, o un arbolito indicando que el árbol es de poca altura.
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Cinco veces se usa en el Nuevo Testamento esta palabra (Mt 6:28-30). Ver también (Mt
8:23-26) (Mt 16:6-8).
Hemos visto hasta ahora tres de las caras de Pedro. Ahora nos toca ver la cuarta cara del
apóstol. (Mt 15:32-33) nos dice: “Cuando ellos subieron a la barca, se calmó el viento.
Entonces los que estaban en la barca le adoraron diciendo: ¡Verdaderamente eres Hijo de
Dios!”. El relato nos dice que “ellos subieron a la barca”; y yo le he preguntado a muchas
personas quién subió primero, y todos están de acuerdo en que Pedro subió primero, no
por cortesía sino por el deseo de estar cuanto antes en lugar seguro.
Ahora Pedro está de regreso en la barca con el Señor y los otros discípulos. En el
momento que pisan la embarcación el viento se calma y todo se tranquiliza. Las olas
pierden su energía furiosa y el mar de Galilea se transforma en algo calmado y hermoso.
Pero notemos las palabras del Evangelio: “Entonces los que estaban en la barca le
adoraron...” (Mt 14:33). El rostro de Pedro ahora ha cambiado. Probablemente, los
discípulos muestran en la posición del cuerpo su actitud de espíritu. No sabemos si Pedro
se arrodilla pero no nos cabe duda de que su corazón está puesto espiritualmente de
rodillas y que de su espíritu surge la alabanza y gratitud a ese Salvador que ha sido tan
real para él. El rostro cambiado de Pedro ahora es el rostro del adorador. El miedo ha
desaparecido, y hay un aspecto distinto en su cara.
En las palabras de (2 Co 3:18): “Por tanto, todos nosotros, mirando a cara descubierta
como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la
misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
Hemos visto pasar la cara del apóstol por estas cuatro fases. La primera, la del orgullo por
hacer algo que los otros no se animaban a hacer. La segunda, la del pánico cuando se da
cuenta de que se está hundiendo. La tercera, la del agradecimiento cuando el Señor
extiende su mano y lo sostiene. Y la cuarta, la de la adoración. ¡Cuántas veces en la vida
de cada uno de nosotros nos damos cuenta de que hemos puesto esas cuatro caras!
Nos podemos preguntar: “¿Por qué lo adoraron?”. Creo que lo hicieron porque se dieron
cuenta de que era el Hijo de Dios. Ningún israelita adoraría a otro ser humano. Pero han
visto en su habilidad de caminar sobre el mar y calmar el viento que él es Dios, y han visto
que al sostener al discípulo en peligro, son una realidad las palabras del (Sal 46:1-3):
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por eso
no temeremos aunque la tierra tiemble, aunque los montes se derrumben en el corazón
del mar, aunque sus aguas rujan y echen espuma, y se estremezcan los montes por su
braveza”.
El Evangelio de Juan en el capítulo 6 y versículo 21 nos da un detalle importante:
“Entonces ellos quisieron recibirle en la barca, y de inmediato la barca llegó a la tierra a
donde iban”. Habiendo sufrido la prueba, el Señor Jesús los lleva enseguida al lugar a
donde se dirigían. Yo me imagino la barca yendo a toda velocidad como si estuviera tirada
por un motor de quinientos caballos de fuerza. Pero no era la fuerza humana, ni la fuerza
de un motor la que lo impulsaba sino el poder de Dios.
(Mt 14:34) nos dice: “Cuando cruzaron a la otra orilla, llegaron a la tierra de Genesaret”.
Si alguien les hubiera preguntado: “¿Cómo les fue en la travesía? Nosotros desde aquí
vimos que había una tormenta muy grande en el mar, el viento era terrible”. Creo que
Pedro les podría haber dicho como diríamos nosotros: “¿Se la hago corta o quiere la
historia con todos los detalles?”.
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Temas para predicadores
• El peligro del orgullo.
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