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K Berckholtz - Tesis Doctoral - Conciencia de La Iglesia

Este documento es la tesis doctoral de Klaus Berckholtz Benavides para obtener el doctorado en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. La tesis analiza la concepción de Pablo VI sobre la necesidad de que la Iglesia tome conciencia de sí misma, tal como lo plantea en su encíclica Ecclesiam Suam. La tesis está dividida en tres partes: la primera establece el contexto y los antecedentes del tema, la segunda desarrolla el análisis de la encíclica, y la tercera present

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K Berckholtz - Tesis Doctoral - Conciencia de La Iglesia

Este documento es la tesis doctoral de Klaus Berckholtz Benavides para obtener el doctorado en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. La tesis analiza la concepción de Pablo VI sobre la necesidad de que la Iglesia tome conciencia de sí misma, tal como lo plantea en su encíclica Ecclesiam Suam. La tesis está dividida en tres partes: la primera establece el contexto y los antecedentes del tema, la segunda desarrolla el análisis de la encíclica, y la tercera present

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FACULTAD DE TEOLOGÍA PONTIFICIA Y CIVIL DE LIMA

ESCUELA DE TEOLOGÍA

LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ MISMA


EN LA ENCÍCLICA ECCLESIAM SUAM DE S.S. PABLO VI

Tesis para obtener el Doctorado

Presentada por: KLAUS BERCKHOLTZ BENAVIDES


Asesor: DR. GUSTAVO SÁNCHEZ ROJAS

Lima, septiembre de 2018


Agradecimientos

Quiero expresar mi reconocimiento a todos aquellos que, de una u otra manera —con
sus ideas, consejos o sugerencias, brindándome material, corrigiendo los manuscritos,
apoyándome en las traducciones, dictándome cursos o simplemente reemplazándome en
mis responsabilidades—, me han ayudado, siempre con generosidad y desinterés, a
hacer posible esta investigación.
Aunque seguramente ellos preferirían permanecer en el anonimato, no puedo dejar
de mencionar al menos a Ignacio Blanco, P. Joaquín Díez, P. Luis Ferroggiaro,
Giovanni Intino, P. Gonzalo Len, P. Francisco Leocata SDB, Gustavo López, Pbro. Jorge
López, Ricardo Narváez, P. Jorge Olaechea, Kenneth Pierce, Pbro. Carlos Rosell,
Pbro. Massimo Serretti, Juan Carlos Tuppia; Gregorio e Irene Arévalo, Jorge y Maruja
Audibert; Sodalicio de Vida Cristiana, especialmente las comunidades Santa María de la
Evangelización (Lima), Madre de la Fe (Lima) y Nuestra Señora del Pilar (Argentina);
Biblioteca de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, Biblioteca del CINTE,
Biblioteca del Seminario Santo Toribio de Mogrovejo, Biblioteca de la Universidad
Católica Argentina y Biblioteca del Centro de Formación Sodálite Santa María del Lago.
Unas palabras de especial agradecimiento a mi asesor, el Dr. Gustavo Sánchez
Rojas, quien no sólo me ha guiado en el desarrollo de esta tesis, sino que viene
animando e inspirando mi caminar teológico desde mi juventud.
A todos ellos, mi inmensa gratitud. El Señor sabrá sin duda recompensar con creces
su bondadoso y silente servicio.
Introducción

La famosa inscripción que aparece esculpida en el dintel del templo de Delfos:


«Conócete a ti mismo» expresa de manera concisa uno de los mayores desafíos que se
le presenta a todo ser humano, al tiempo que nos plantea un exigente programa de vida.
¿Cómo podríamos lograr una existencia plena y alcanzar la felicidad si no nos
conocemos? ¿Y de qué modo sería posible llevar a cabo el fin para el que hemos sido
creados si ignoramos nuestra propia identidad? Se trata, por lo demás, de una invitación
que ha venido acompañando a los hombres en todas las latitudes y desde los más
remotos tiempos, pues en realidad se encuentra en estrecha relación con una de las
preguntas fundamentales de la existencia: “¿quién soy?”. La respuesta que demos a esta
interrogante constituye el punto de partida para poder abordar las otras preguntas de
fondo que sellan la vida humana —“¿de dónde vengo?”, “¿adónde voy?”, “¿para qué he
sido hecho?”— y es asimismo la base sobre la que podremos avanzar hacia la
realización personal.
Esta exhortación parece que tiene hoy aún mayor actualidad. En efecto, la
globalización y sus efectos, el subjetivismo, el relativismo, la crisis en torno a la verdad,
el estrechamiento de la realidad hasta hacer casi desaparecer el horizonte de
trascendencia, entre otros fenómenos, son algunos de los rasgos de la cultura de nuestro
tiempo que tienden a desdibujar los contornos de la identidad personal y contribuyen a
generar confusión en torno a la comprensión de la propia esencia.
Con la misma apremiante urgencia esta invitación se dirige también a la Iglesia:
«Conócete a ti misma». Inserta en medio de las vicisitudes del mundo, ella también
experimenta el influjo de esas corrientes culturales que desvanecen a la mirada del
mundo e incluso de muchos fieles su propio perfil. Cuando en el Concilio Vaticano II se
resumían las preocupaciones que la asamblea debía abordar en esas dos preguntas:
“Iglesia, ¿qué dices de ti misma? ¿Qué le dices al mundo?”, no se hacía otra cosa sino
aplicar al ámbito eclesial la pregunta por el propio ser que la Iglesia, hoy más que
nunca, está invitada a responder.
Se trata ciertamente de un tema que tiene gran actualidad, pues uno de los desafíos
más grandes que enfrenta la comunidad eclesial en nuestro tiempo es precisamente el de
la pérdida de identidad, no sólo en sí misma como conjunto, sino también en sus
diferentes estamentos y en la individualidad de muchos de sus hijos. Y ella solamente
podrá ser fiel a la misión que el Señor le ha confiado —ser portadora de la
reconciliación a todos los hombres— si es que ahonda en la conciencia de sí misma.
Partiendo de este hecho, la hipótesis de trabajo que planteamos en este estudio es
que el Papa Pablo VI, con esa fina sensibilidad espiritual que lo caracterizaba y con la
6 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

mirada atenta a los signos de los tiempos, percibió esta realidad y quiso alentar a la
comunidad eclesial a una toma de conciencia de sí. Muestra privilegiada de ello fue su
encíclica programática Ecclesiam Suam, «sobre los caminos que la Iglesia católica debe
seguir en la actualidad para cumplir su misión», en la que quiso trazar las líneas
maestras que, en sintonía con el Concilio Vaticano II, deseaba desarrollar a lo largo de
su pontificado. En ella el Papa Montini recogía largos años de reflexión en torno a un
tema que lo había apasionado desde su temprana juventud: la Iglesia, e invitaba a todos
los miembros del Pueblo de Dios a fijar su atención en tres tareas que consideraba
cruciales. En primer lugar, precisamente la necesidad que la Iglesia tiene de ahondar en
la «conciencia de sí misma», en el «misterio que le es propio» (ES 7). En segundo lugar,
como consecuencia de lo anterior, la exigencia de fomentar una «gran renovación» en el
Cuerpo de Cristo, suscitando en sus propios miembros el deseo de «corregir los
defectos» y de «hacer tender a éstos a mayor perfección» (ES 8). Y, en tercer lugar,
como corolario, el deber de impulsar «las relaciones que hoy la Iglesia ha de establecer
con el mundo que la rodea», es decir, de fomentar «el diálogo entre la Iglesia y el
mundo moderno» (ES 9), lo que forma parte de su misión.
Según queremos mostrar a lo largo de esta investigación, las enseñanzas del Santo
Padre al respecto se revelan proféticas, y sin duda arrojan luces muy importantes para el
hoy de la Iglesia. En efecto, los particulares tiempos que nos han tocado vivir siguen
manifestando —quizás incluso con mayor apremio— que la comunidad eclesial debe
hacer frente a un opacamiento de su identidad y a una ofuscación de sus rasgos
particulares; que en no pocos aspectos se ha alejado del diseño original trazado por su
Fundador y es preciso que emprenda con rejuvenecido brío una profunda renovación
interior; y que ha de afrontar asimismo el entumecimiento que paraliza su ardor
apostólico en todos los niveles y afecta también, sembrando confusión, sus esfuerzos
ecuménicos.
Se trata, sin embargo, de un documento poco estudiado y que, por diversas
circunstancias que procuraremos explicar, ha quedado un tanto relegado. Por otra parte,
los estudios en torno a la mencionada carta se han orientado en su mayoría a otros temas
—el del diálogo preferentemente—, mientras que las valiosas intuiciones del Pontífice
sobre una materia de tanta trascendencia y actualidad como el de la conciencia eclesial
han ido quedando en segundo plano. Nos encontramos, no obstante, frente a una
temática central en el magisterio montiniano, que la fue desarrollando hasta que el
Señor lo llamó a su presencia. Sus quince años de ministerio petrino pueden entenderse
como un esfuerzo por ayudar a la Iglesia a ser más fiel a su propia identidad, para así
poder también renovarse y responder con toda generosidad a su misión evangelizadora.
Con el objetivo de avanzar en la demostración de esta hipótesis hemos dividido
nuestra investigación en tres grandes partes. En la primera de ellas, «Presupuestos»,
comenzamos con el planteamiento de la problemática, que consiste en la pérdida de la
autoconciencia y en el oscurecimiento de la identidad por parte de la Iglesia —problemática
que, por cierto, se mantiene aún vigente—. Luego ofrecemos una breve mirada al
contexto teológico y eclesiológico previo a la publicación de la Ecclesiam Suam,
ejercicio que nos ayuda a vislumbrar asimismo las razones que seguramente impulsaron
INTRODUCCIÓN 7

al Papa Pablo VI a proponer en su encíclica programática la toma de conciencia sobre sí


como la primera de las tareas urgentes para la Iglesia. A continuación repasamos las
fuentes no cristianas, bíblicas, patrísticas, teológicas y magisteriales que pudieron haber
inspirado al Santo Padre en el tratamiento de dicha temática. Y, por último, presentamos
una sucinta reseña biográfica de Giovanni Battista Montini orientada a indagar en su
educación humanística, filosófica y teológica, pero sobre todo en su formación
eclesiológica. El conocimiento de su temprano interés por el estudio de la Iglesia y el
análisis de los principales rasgos de su eclesiología echan algunas luces para el análisis
de lo que luego propondrá en la Ecclesiam Suam.
La segunda parte de nuestro estudio, «Desarrollo», nos sirve para exponer
inicialmente algunas consideraciones sobre su encíclica programática —como su
estructura y contenido, sus antecedentes inmediatos, la relación con el entonces reunido
Concilio Vaticano II y su recepción—, para luego concentrarnos en el corazón de
nuestra investigación: el análisis detallado de lo que Pablo VI propone sobre la toma de
conciencia de la Iglesia en la Ecclesiam Suam. Si bien, naturalmente, nos centramos en
el capítulo I del documento pontificio —titulado, precisamente, «La conciencia»—,
examinamos también lo que al respecto aparece en toda la encíclica. Además de repasar
los antecedentes de la temática en sus escritos previos al pontificado, exponemos aquí
en qué consiste —de acuerdo a la Ecclesiam Suam— la invitación a una toma de
conciencia de sí, los motivos de dicha invitación, los frutos que el Santo Padre espera de
esa dinámica introspectiva y los peligros a que puede llevar una autorreflexión mal
encaminada.
Por último, en una tercera parte titulada «Perspectivas», mostramos las
proyecciones que el tema de la conciencia de la Iglesia tuvo en todo el magisterio y
ministerio de Pablo VI, llegando a constituir, a nuestro entender, uno de sus hilos
conductores. No es nuestra intención, sin embargo, hacer un análisis detallado —ello
escapa al propósito de este estudio y podría ser por sí mismo objeto de otra tesis
doctoral—, sino tan sólo evidenciar, con una mirada somera a sus principales
documentos magisteriales, cómo la toma de conciencia de la propia identidad tiene
repercusiones generales en la vida y en la misión de la Iglesia, y cómo a lo largo de su
pontificado el Papa Montini fue evidenciando esas repercusiones. Cerramos nuestro
estudio con unas breves conclusiones que buscan evaluar el cumplimiento, o no, de
nuestra hipótesis de trabajo, como también proyectar las luces que la encíclica
Ecclesiam Suam puede ofrecer hoy, a más de 50 años de su publicación, a los miembros
del Pueblo de Dios.
En cuanto a la metodología de la investigación, el primer campo de análisis lo
constituyen los textos mismos de la encíclica. En la medida en que lo hemos
considerado relevante hemos iluminado nuestras reflexiones sobre todo con sus escritos
anteriores al pontificado —es conocido que, como hemos mencionado, Monseñor
Montini tenía un interés particular por la eclesiología, y cuenta con varios textos al
respecto—, como también con la doctrina del Concilio Vaticano II —un Concilio que
tuvo a la Iglesia en el centro de su atención, que entonces se encontraba sesionando y en
el que el Santo Padre fue un destacado protagonista— y con su magisterio posterior —en
8 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

el que procuró desarrollar las enseñanzas conciliares y lo propuesto en su encíclica


programática—.
Dado que el documento papal fue redactado originalmente en italiano por el propio
Pablo VI, seguiremos la versión del texto en dicho idioma que apareció publicada en
L’Osservatore Romano del 10-11 de agosto de 1964, contrastándola, cuando sea
necesario, con la edición crítica preparada por Rodolfo Rossi1. Salvo algunos retoques
menores, utilizaremos la traducción al castellano y la numeración ofrecidas por José
Luis Gutiérrez García en la obra colectiva El diálogo según la mente de Pablo VI2. En
lo que concierne a sus escritos previos a la elección pontificia, citaremos sobre todo las
recopilaciones que en su momento publicó el Arzobispado de Milán3, los volúmenes
promovidos por el «Istituto Paolo VI» de Brescia4 o las primeras ediciones que de esos
textos aparecieron tanto en italiano como en castellano5; una guía fundamental en este
período nos la ofrece la edición crítica en cuatro volúmenes de sus Discorsi e scritti
milanesi (1954-1963)6. Finalmente, nuestra fuente de su magisterio como Obispo de
Roma serán en general las Acta Apostolicae Sedis, valiéndonos usualmente para las
versiones en castellano de los textos aparecidos en los diez tomos de las Enseñanzas al
Pueblo de Dios7.
Hasta donde tenemos conocimiento, un estudio de esta naturaleza no ha sido aún
emprendido. Más allá de los comentarios breves aparecidos en obras colectivas o en
revistas del momento, y de otros estudios que han abordado distintos aspectos de la
Ecclesiam Suam o de la eclesiología de Pablo VI8, no sabemos que se haya estudiado

1
Cf. PAOLO VI, Ecclesiam Suam, Lettera Enciclica – 6 agosto 1964 (riproduzione dell’autografo di Paolo VI;
edizione critica a cura di R. Rossi), Istituto Paolo VI, Brescia 1998.
2
Cf. INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de Pablo VI. Comentarios a la “Ecclesiam
Suam”, BAC, Madrid 1965, 3-78. Dado que la carta fue redactada originalmente en italiano por el
propio Pablo VI, el traductor ha preferido seguir la versión italiana (y no la latina) como base.
3
Cf., p.ej., G.B. MONTINI, Discorsi su La Chiesa (1957-1962), Milano 1962; Roma e il Concilio – Lettere
dal Concilio, Milano 1963; Discorsi al clero (1957-1963), Milano 1963; Discorsi su la Madonna e su i
Santi (1955-1962), Milano 1965.
4
Cf., p.ej., G.B. MONTINI, Lettere ai familiari. 1919-1943, I-II, Brescia 1986; Scritti fucini (1925-1933),
Brescia – Roma 2004; San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), Brescia – Roma 2003; Discorsi
e scritti sul Concilio (1959-1963), Brescia – Roma 1983.
5
Cf., p.ej., G.B. MONTINI, Dios presente en el mundo. Navidad y Epifanía (Homilías, 1955-1961),
Salamanca 1969.
6
Cf. G.B. MONTINI, Discorsi e scritti milanesi (1954-1963), I. 1954-1957. II. 1958-1960. III. 1961-1963.
IV. Appendice e Indici, Brescia – Roma 1997-1998.
7
Cf. PABLO VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1969-1978.
8
En cuanto a tesis de licenciatura o de doctorado afines a nuestro tema podemos mencionar: A.
EVANGELISTI, Paolo VI e l’ecclesiologia della Ecclesiam Suam, Pontificia Università Lateranense,
Roma 1989-1990; R. MARANGONI, La Chiesa mistero di comunione. Il contributo di Paolo VI nella
elaborazione dell’ecclesiologia di comunione (1963-1978), Pontificia Università Gregoriana, Roma
2001; M. VITALE, Il magistero ecclesiologico di Paolo VI, D’Auria, Napoli 1989; G. CIOLI, Coscienza
ecclesiale, conversione e agire morale. Rapporto fra ecclesiologia e conversione nel magistero di
Paolo VI, Pontificia Università Gregoriana, Firenze – Roma 1995; C. PIZZONIA, L’identità del cristiano
nel pensiero di Paolo VI (1965-1968), Pontificia Facoltà di Scienze dell’Educazione, Roma 1981; C.
BARBIERI, Il mistero della Chiesa nella catechesi di Paolo VI, Pontificia Facoltà di Scienze
dell’Educazione, Roma 1969.
INTRODUCCIÓN 9

hasta ahora en detalle el tema de la conciencia de la Iglesia sobre sí en la encíclica


programática del Papa Montini, y allí esperamos que se encuentre nuestro aporte.
Uno de los motivos por los que hemos elegido esta temática de investigación es
porque consideramos que la Ecclesiam Suam, a pesar de su inmensa riqueza doctrinal y
de su gran actualidad, no ha sido suficientemente estudiada y aprovechada. Ya en su
momento San Juan Pablo II opinaba que «en nuestra época […] es preciso releerla de
manera más atenta y profunda, para captar todo su valor profético y poner en práctica
cada vez más adecuadamente las directrices conciliares»9. Y unos años más tarde,
hablando precisamente de este documento, Benedicto XVI se preguntaba: «¿Cómo no
ver que la cuestión de la Iglesia, de su necesidad en el designio de salvación y de su
relación con el mundo, sigue siendo hoy absolutamente central? Más aún, ¿cómo no ver
que el desarrollo de la secularización y de la globalización han radicalizado aún más
esta cuestión, ante el olvido de Dios, por una parte, y ante las religiones no cristianas,
por otra? La reflexión del Papa Montini sobre la Iglesia es más actual que nunca»10.
Esperamos que con este sencillo trabajo podamos al menos despertar el interés por ella.
Nos mueve asimismo el anhelo de cooperar a fin de que el Cuerpo de Cristo en su
conjunto y cada uno de sus miembros vivan cada vez más conforme a su altísima
dignidad y vocación, conocedores de su origen y destino divinos, conscientes de los
tesoros de los que han sido hechos depositarios. Y es que estamos convencidos de que
únicamente desde una renovada toma de conciencia de su propia grandeza y misterio
podrá la Iglesia salir de sí, proyectarse con entusiasmo en sus tareas evangelizadoras,
ser sacramento universal de salvación, en fin, iluminar con la luz de Cristo a un mundo
que tanto lo necesita. Sólo así, firmemente anclada en su identidad, podrá la comunidad
eclesial responder al insistente llamado que formula el Papa Francisco de «ir hacia las
periferias de la existencia, movernos nosotros en primer lugar hacia nuestros hermanos
y nuestras hermanas, sobre todo aquellos más lejanos, aquellos que son olvidados, que
tienen más necesidad de comprensión, de consolación, de ayuda»11.
Creemos, por otra parte, que una profundización en el misterio de la Iglesia
ayudará también a una mejor comprensión de la doctrina cristiana. Sabiendo que todas
las verdades de la fe se encuentran intrínsecamente unidas entre sí y están entretejidas
como una red, el ahondamiento en la conciencia eclesial permitirá sin duda progresar en
la internalización del depósito sagrado, brindando mayor solidez a la vida de los
creyentes. En ese sentido, consideramos que los ricos filones teológicos que ofrece la
Ecclesiam Suam —y que procuraremos resaltar a lo largo de este estudio— pueden
seguir enriqueciendo los estudios eclesiológicos contemporáneos.
Queremos contribuir de esta manera, además, a iluminar la desafiante realidad que
nos ha tocado vivir, respondiendo a las interrogantes del mundo y del ser humano de
nuestro tiempo. Análogamente a como «el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz
del misterio del Verbo Encarnado»12, el ser humano no puede entenderse a sí mismo a

9
SAN JUAN PABLO II, Meditación a la hora del Angelus, 2/8/1998, 2.
10
BENEDICTO XVI, Homilía en el atrio de la Catedral, Brescia, 8/11/2009.
11
FRANCISCO, Catequesis durante la audiencia general, 27/3/2013.
12
CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 22.
10 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

plenitud ni recorrer el camino de su auténtica realización sin adentrarse en el misterio de


la Iglesia, pues «fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no
aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que
le confesara en verdad y le sirviera santamente»13. Así pues, estamos convencidos de
que la toma de conciencia de la Iglesia sobre sí llevará a una mejor comprensión del ser
humano, quien a su vez sólo podrá comprenderse y desplegarse en cuanto sea un
“hombre eclesiástico”14.

13
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 9.
14
Cf. ORÍGENES, Homiliae in Leviticum, I,1: PG 12, 405; Homiliae in Lucam, 2,2 y 16,6: PG 13, 1806 y 1841.
PARTE I
PRESUPUESTOS

CAPÍTULO 1

EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA DE SÍ MISMA


Y LA PÉRDIDA DE IDENTIDAD DE LA IGLESIA

Uno de los desafíos más serios y silenciosos que ha venido enfrentando la Iglesia
en los últimos tiempos es el oscurecimiento de la conciencia de sí, lo que a su vez ha
generado el paulatino desdibujamiento de los rasgos que la distinguen con
características propias e inconfundibles y la creciente pérdida de su identidad. Esta
disminución de su autoconciencia no sólo se verifica en ella en cuanto comunidad,
como conjunto, sino que también se ve reflejada en la confusión que experimentan sus
miembros con relación a sus respectivas vocaciones específicas y en su experiencia
personal como cristianos. Como no podría ser de otra manera, ello encuentra asimismo
una natural proyección en las diferentes expresiones de su misión evangelizadora, para
las que no se descubren ya razones suficientes y hasta se duda de su misma validez.

1.1. Un riesgo constante


Se trata, sin duda, de una tentación que siempre ha acompañado la vida del pueblo
de Dios. Ya desde el Antiguo Testamento múltiples son las advertencias que Yahveh
lanza a Israel tratando de prevenirlo de este peligro e invitándolo a conservar la pureza
de su identidad como nación. Así, por ejemplo, al renovar la Alianza con Moisés, le
pide: «Guárdate de hacer pacto con los habitantes del país en que vas a entrar, para que
no sean un lazo en medio de ti. […] No hagas pacto con los moradores de aquella tierra,
no sea que, cuando se prostituyan tras sus dioses y les ofrezcan sacrificios, te inviten a ti
12 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

y tú comas de sus sacrificios» (Éx 34,12.15). Instrucciones semejantes les imparte a los
israelitas en el marco de la “ley de santidad”: «No hagáis como se hace en la tierra de
Egipto, donde habéis habitado, ni hagáis como se hace en la tierra de Canaán a donde os
llevo; no debéis seguir sus costumbres» (Lev 18,3). Igual de enfáticas son las palabras
que el anciano Josué dirige a toda la comunidad, incluidos los ancianos, jefes, jueces y
escribas, en su último discurso: «Si os desviáis y os unís a ese resto de naciones que
quedan todavía entre vosotros, emparentáis con ellas y entráis en tratos con ellas, […]
serán para vosotros red, lazo, espinas en vuestros costados y aguijones en vuestros ojos,
hasta que desaparezcáis de esta espléndida tierra que os ha dado Yahveh vuestro Dios»
(Jos 23,12-13). El profeta Nehemías, por su parte, reprende a los habitantes de Judá
porque de «sus hijos, la mitad hablaban asdodeo o la lengua de uno u otro pueblo, pero
no sabían ya hablar judío» (Neh 13,24). Y el salmista lamenta la conducta de quienes
«se mezclaron con las gentes, aprendieron sus prácticas. Sirvieron a sus ídolos que
fueron un lazo para ellos» (Sal 105[106],35-36)1.
No faltan tampoco avisos similares en los escritos neotestamentarios. El propio
Jesús, en su discurso escatológico, predice que «surgirán muchos falsos profetas, que
engañarán a muchos» y que «al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la
mayoría se enfriará» (Mt 24,11-12). Incluso, temiendo por la fidelidad de sus discípulos,
en otro momento llega a preguntarles: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará
la fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). Y, conociendo las tentaciones a las que sus seguidores
se enfrentarían, ruega al Padre: «El mundo los ha odiado, porque no son del mundo,
como Yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes
del Maligno» (Jn 17,14-15)2. Más explícito aún se muestra el Apóstol San Pablo, quien
previene a los habitantes de Corinto: «¡No unciros en yugo desigual con los infieles!
Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las
tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué participación entre el fiel y el
infiel?» (2Cor 6,14-15)3, pues «las malas compañías corrompen las buenas costumbres»
(1Cor 15,33). Ante la amenazadora realidad de que «muchos seductores han salido al
mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne», el Discípulo Amado
exhorta asimismo a los cristianos: «Cuidad de vosotros, para que no perdáis el fruto de
nuestro trabajo, sino que recibáis abundante recompensa. Todo el que se excede y no
permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina,
ése posee al Padre y al Hijo» (2Jn 7-9). Y en el libro del Apocalipsis, transmitiendo las
visiones que ha tenido en la isla de Patmos, alaba al Ángel de la Iglesia de Éfeso porque
«pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño» (Ap
2,2), pero lo amonesta porque «has perdido tu amor de antes» (Ap 2,4), y al de la Iglesia
de Laodicea porque «no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!» (Ap 3,15).
Santiago, por su parte, reprueba en su epístola al «hombre irresoluto —de doble
ánimo— e inconstante en todos sus caminos» (Stgo 1,8), pues «el que vacila es

1
Cf. también Gén 24,3-4; Éx 23,32-33; Dt 7,3-4; Jos 23,6-8; Jue 2,2-3; 3,5-7; 1Re 11,1-2; Esd 9,1-2.12-
14; Is 2,6; 30,1-3; Os 7,8.
2
Pasaje recogido en ES 45 y 57.
3
Pasaje recogido en ES 57.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 13

semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte» (Stgo
1,6)4. Estamos, pues —como puede verse—, ante una tentación que se le ha presentado
a la Iglesia desde sus mismos orígenes.
Siendo Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo, portadora de
la salvación para todos los hombres, ¿cómo explicar esta curiosa situación? ¿Qué
elementos pueden llevar a que aquella que ha sido designada como depositaria de los
dones divinos, y también quienes han recibido el sello del Bautismo no ponderen en
toda su profundidad su filiación divina y no reflexionen agradecida y constantemente
sobre su pertenencia a la “comunión de los santos”? Una primera —y, hasta cierto
punto, lógica— explicación la podemos encontrar en el hecho de que la Iglesia
constituye un misterio que nos sobrepasa infinitivamente. Nuestra limitada capacidad
humana siempre se verá desbordada por su inmensidad. Ya San Agustín —con palabras
que, aunque referidas al ser humano, pueden también aplicarse a la comunidad
eclesial— hacía notar que «existimos y no somos capaces de comprendernos; nuestra
altura y nuestra profundidad superan el módulo de nuestra ciencia. No podemos
comprendernos a nosotros mismos, y ciertamente no estamos fuera de nosotros»5. No
hemos de obviar tampoco, por otro lado, lo que con sensatez observaba el Cardenal
Newman: «Por supuesto, el autoconocimiento admite grados. Nadie tal vez es
completamente ignorante de sí mismo; e incluso el cristiano más avanzado se conoce a
sí mismo sólo “en parte”»6.
El fenómeno al que nos referimos, sin embargo —esa pérdida de conciencia que el
Papa Pablo VI percibía en su tiempo y que seguimos observando, acentuado, en el
nuestro—, va ciertamente más allá de esta natural limitación humana. Responde, a la
par, a una serie de fenómenos espirituales y culturales, alimentados por las corrientes de
pensamiento hoy vigentes y por el contexto en el que vivimos. En efecto, el
secularismo, el naturalismo, el relativismo, la difusión de corrientes espirituales y la
multiplicación de ofertas religiosas, el agnosticismo, la incredulidad o el indiferentismo,
por un lado, y la falta de silencio, el activismo, el temor al esfuerzo, el desdén hacia la
disciplina y la ascesis, la superficialidad, la cultura del entretenimiento y la disminución
de la capacidad de reflexión, por el otro, son algunos de los múltiples factores que han
contribuido, cada uno a su modo, a este opacamiento de la conciencia e identidad
eclesiales. Y aunque en las páginas que siguen procuraremos desgranar con un poco
más detalle las posibles causas de este fenómeno —nos detendremos de manera especial
en los diagnósticos que en su momento formulara G.B. Montini – Pablo VI—,
adelantamos una breve explicación aparecida en los días de la Ecclesiam Suam:
Hoy en día queda muy poco tiempo para pensar, para entrar en el propio ser. Los
momentos que deja libres la actividad cotidiana se quieren ocupar en cualquier cosa,
menos en pensar. La materia nos tiene enredados y comprometidos. El aparente no tener
tiempo para nada nos lleva agitados y nos materializa cada vez más. No tenemos

4
Cf. también Lc 19,41-42; Rom 12,2; 2Cor 11,4-5.13; Ef 4,1; 5,7; 2Tim 2,2; 3,14-15; Tit 1,9-14; Stgo 4,8;
1Jn 2,15-18; 4,2-3; Ap 2,6.14-15.
5
SAN AGUSTÍN, Naturaleza y origen del alma, IV,6,8: BAC III, 814-815.
6
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 43.
14 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

conciencia de lo que somos y casi que no queremos tenerla, tal vez para no
comprometernos. Es desconocido para nosotros el estado de seres racionales, lo mismo que
no sabemos nada de nuestra especial condición de cristianos7.

1.2. En tiempos de G.B. Montini – Pablo VI


1.2.1. Una «época de confusión y debilidad»
El tema de la necesidad de la introspección reflexiva concitó desde temprano la
atención de G.B. Montini. En efecto, ya en 1918, en sus habituales colaboraciones para
la revista estudiantil La Fionda, cuando aún era un joven seminarista, reflexionaba
sobre la importancia de cultivar el conocimiento propio para poder llevar adelante una
vida verdaderamente humana, y, en contrapartida, las tristes consecuencias que supone
una existencia alejada de nuestra interioridad:
La vita interiore è la propria individualità, la propria persona, il proprio io. Trascurare di
vivere la vita interiore è renunciare a se stesso. E quanti abdicano questo impero
soggesttivo! Abdicano ciecamente per vivere solo con gli occhi o col corpo.
Coll’anima, col cuore non sanno vivere, poichè essi hanno uno spirito sterile, senza un
pensiero che lo vivifichi, che lo renda conscio di se stesso. […] Che conosci della vita, tu
che non conosci te stesso? Tu che hai compresso in te gli slanci che dovevano portarti in
alto, ora ti lamenti d’essere speduto fra abissi inestricabili? Hai spento le luci che erano in
te, e ora piangi per non vedere stelle sopra il tuo capo?8.
Esa misma tribuna le sirvió para lamentar la presencia en aquel período de una
«crescente indifferenza, amorfa e incurante di fronte ai bisogni di educazione cristiana e
virile», actitud que generaba una situación paradójica y una «cosa strana: crescono gli
incoscienti e cresce il potere della coscienza»9.
Poco más adelante, en torno al año 1919, unas Notas personales que escribió en
una pequeña libreta de bolsillo atestiguan una preocupación similar: «L’uomo passa la
sua vita fra questi due stati d’animo: l’incoscienza dello spirito e la paura». Y ello lo
lleva a lamentar: «Come sono piccoli queli spiriti in preda alle emozioni della paura o
soffocati dall’incoscienza»10. De ahí que, para alcanzar nuestra auténtica grandeza,
hemos de ahondar en el conocimiento propio.
Estas observaciones se multiplicarán tanto en puntualizaciones como en número en
los años en que ejerció su ministerio pastoral en Milán. Las perspectivas entonces no
eran nada halagüeñas. Al contrario —como le compartía al Papa Juan XXIII en una
carta que le enviara en diciembre de 1959—, la Iglesia afrontaba «quest’ora di
confusione e di debolezza» como un auténtico desafío evangelizador: «Le file degli
avversari del nome di Dio sembra che s’ingrossino e si fortifichino; il laicismo e
l’anticlericalismo ritornano imperiosamente di moda; la licenza dei costumi, nella

7
J. PÉREZ P., «Invitación de Paulo VI a una reflexión eclesial», RevJav 62 (1964), 457.
8
G.B. MONTINI, «In via», 1/9/1918, en SG, 39-40.
9
G.B. MONTINI, «Nel campo giovanile», 1/11/1918, en SG, 56. En otro momento denunciará:
«Sopprimendo la confessionalità alla scuola, si tenta sopprimere al giovane gran parte di coscienza»
(G.B. MONTINI, «Le critiche obbiettive», 1/8/1918, en SG, 34).
10
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 5, NotIPVI 27 (1994), 10 y 11.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 15

stampa e negli spettacoli specialmente, si fa larga, insolente e sfrenata; idee e correnti di


dubbia bontà agitano e dividino le file stesse di quelli che dovrebbero illustrare e
difendere il nome cristiano»11.
En una línea semejante se había pronunciado en 1955, en la primera celebración
navideña que le tocó presidir como Arzobispo, al constatar con pesar que el
término “cristiano” aparece hoy debilitado por quienes lo utilizan aún para calificar, de
modo general y difuso, la vida, la cultura y la civilización, que han recibido del
cristianismo un influjo benéfico. La causa de su empobrecimiento está en que ellos
mismos, en cuanto pueden, tratan de olvidarlo o diluirlo en otras fórmulas, laicas y nada
comprometidas con las consecuencias necesarias de tipo práctico que el nombre cristiano
lleva consigo12.
Más explícito y severo se mostrará unos meses después, en abril de 1956,
denunciando que muchos hijos de la Iglesia han diluido a tal punto su identidad, que ya
no se distinguen de quienes no han sido regenerados por las aguas bautismales, y su
conducta dista tanto de la plenitud de la vida cristiana que parecen haberse mimetizado
con el mundo:
Noi vediamo innanzi tutto che poca, o nessuna differenza distingue i cristiani da coloro che
non lo sono. […] Il cristiano si è così affievolito, da non avvertire più alcuna ripugnanza ad
assimilarsi a quel mondo, a cui nel battesimo aveva rinunciato, e dal subire volentieri il
fascino di quelle lusinghe del male, da cui nel battesimo s’era voluto immunizzare?
Uno dei grandi mali del nostro tempo sarà proprio questo: di vedere che i cristiani non
sono cristiani, che il mistero di novità e di coerenza loro comunicato nel battesimo di
risurrezione non è da essi vissuto, che il compromesso, il rispetto umano, l’incoerenza,
l’illogicità, la infedeltà sono la misera sopravvivenza d’una vocazione alla perfezione, alla
santità, alla pienezza cristiana13.
Y al año siguiente, en 1957, aún insiste en señalar las circunstancias problemáticas
en las que se encuentra la vivencia de la fe, a las que incluso llega a calificar de críticas:
La vita cristiana è tenuta in poca considerazione. Non solo si vive indifferentemente, ma
anzi, si pecca in tanti modi e si afferma, inoltre, che la religione constituisce un ritardo al
progresso, che essa limita la libertà. Ciò sta a dimostrare che la vita cristiana è in crisi. Ed è
in crisi anche nell’interno delle coscienze, nelle coscienze non solo di coloro che hanno
smarrito la fede, ma anche in quelle di coloro che vivono la fede14.
Precisamente sobre la situación particular «de aquellos que viven la fe» se había
detenido a reflexionar en 1955, al comenzar las visitas pastorales que como Pastor le
correspondía realizar a las parroquias de la arquidiócesis milanesa. Ofreciendo entonces
una sugerente clasificación que recuerda la parábola del sembrador (cf. Mt 13,3-9.18-23),
distingue «tre stadî di questa coscienza assopita e addormentata». En primer lugar,

11
G.B. MONTINI, Carta al Papa Juan XXIII, 22/12/1959, en L.F. CAPOVILLA, ed., Giovanni e Paolo. Due
Papi, 116.
12
G.B. MONTINI, «Significación de la fiesta de Navidad», 25/12/1955, en DPM, 24.
13
G.B. MONTINI, «Cristiani, siate cristiani», 1/4/1956, en PNA, 57; DSM I 718.
14
G.B. MONTINI, «La coscienza d’essere cristiani», 12/1/1957, en DSM I 1152; cf. también «La
promozione del laicato», 9/6/1957, en DSM I 1466.
16 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

quelli che cristiani sono perchè iscritti all’anagrafe e perchè l’acqua del Battesimo senza
que essi se ne accorgessero e avessero nè volontà nè merito è passata sulle loro fronti, ma
poi, ma poi non ricordano più, ma poi non hanno più nessun pensiero, non hanno nessuno
scrupolo, nessun timor di Dio, nessun ricordo di questa grande ventura, di questo grande
destino che impegna le loro singole vite. E dimenticano, e vivono come se fossero sottratti
e affrancati dalla dolce e salvatrice legge del Signore15.
Junto a ellos está, en segundo lugar, aquel que escucha la voz del Señor y
viene ad essere battezzato, ad essere benedetto, a segnare i momenti capitali della sua vita
con un rito sacro: matrimonio o l’ultimo congedo da questa vita, il funerale, eccetera, tiene
ancora ad essere ancorato a questa tradizione cristiana. Ma anche qui questa coscienza non
è più dormiente, ma è intermitente; è una coscienza non ferma, non coerente, non
produttiva16.
Y, por último, en tercer lugar, el grupo «di quelli che hanno coscienza, di quelli che
professanno tutti i giorni la loro sudditanza, il loro ossequio alla legge cristiana, che
pregano, che si confessano, che cercano di essere quelli che noi chiamiamo i fedeli. E
sta bene». Pero hay algo de lo que muchas veces carecen: «Manca l’applicazione della
vita cristiana. Sono cristiani in chiesa, non lo sono più nel mondo. Sono cristiani per dati
aspetti della loro vita, non lo sono in tanti altri. Sono cristiani che hanno fatto, direi, un
contratto con il Signore: “Fino qui sì, per il resto no…”»17. Ninguna de estas tres categorías
de cristianos signados por una conciencia mutilada e incompleta de sí —precisa Mons.
Montini— merecerá la alabanza, la bendición y el premio de Dios.
Todo ello, naturalmente, tiene una proyección a nivel conceptual en el
desconocimiento cada vez mayor de las verdades fundamentales de la doctrina cristiana.
Quienes han recibido el baño bautismal no saben bien en qué creen, no conocen su fe ni
están capacitados para “dar razón de su esperanza” (cf. 1Pe 3,15), no valoran el tesoro
del que han sido hechos depositarios. Por esa razón, en la celebración de la Misa
navideña de 1960 el Cardenal Montini advierte que
Uno de los defectos más graves de los cristianos modernos, especialmente en nuestro país
y sobre todo, me atrevería a decir, en los que pertenecen a las clases cultas, es la carencia
de nociones religiosas precisas y completas y la consiguiente incertidumbre en torno a los
principios fundamentales sobre la concepción de la vida y el mundo. Se prefiere la
penumbra a la luz, la mediocridad a la perfección, la duda a la verdad. […] Falta a los
cristianos el deseo de ser auténticamente cristianos18.
Al opacarse el conocimiento del depósito revelado, no sorprende, por otro lado, que
se dé también una ceguera espiritual respecto a la Iglesia. Y es que quienes carecen de
las disposiciones interiores adecuadas para adentrarse en el misterio de la fe poseen

15
G.B. MONTINI, «Comincia qui un dialogo grande», 8/9/1955, en DSM I 393.
16
G.B. MONTINI, «Comincia qui un dialogo grande», 8/9/1955, en DSM I 394.
17
G.B. MONTINI, «Comincia qui un dialogo grande», 8/9/1955, en DSM I 395. Cf. «Pasqua, festa del
Battesimo», 27/3/1961, en DSM III 4221.
18
G.B. MONTINI, «Una palabra para todos en el día de Navidad», 25/12/1960, en DPM, 85. Ya en 1927
apuntaba: «Ecco uno dei problemi spirituali più sentiti nella vita moderna. I cattolici non lo avvertono
profundamente; essi non hanno l’angoscia di vedere perire la loro tradizione religiosa col perire delle
tradizioni politiche, nè l’ansia di afferrare finalmente un credo, un articolo solo di credo che resti
intatto dopo le devastazioni della critica» (G.B. MONTINI, «La Chiesa: una», 15/1/1927, en SF, 68).
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 17

asimismo una imagen pobre y distorsionada de la comunidad eclesial, quedándose


solamente en su dimensión externa o acentuando únicamente su dimensión interna. Así
lo hacía notar en un temprano artículo de 1930:
C’è chi nella Chiesa vede il lato puramente esteriore e sociale e finge di non conoscere o
misconosce quello invisibile e interiore: tutti i dilettanti di spiritualismo acattolico fanno
smorfie di commiserazione per la Chiesa romana, quasi priva d’anime, perchè ostenta al
mondo la sua compatta gerarchia, i suoi riti superbamente vestiti di elemento sensibile, le
sue leggi vigorosamente sociali, la sua unità senza equivoci di sotterranee divergenze nella
credenza e nell’obbedienza. […]
E c’è chi nella Chiesa si limita ad osservare questio intimo svolgimento di silenziosa
edificazione di anime per obiettare alla Chiesa una pretesa inefficenza pratica, per
contestarle il diritto di sovrana cittadinanza nella vita vissuta, per confinarne il prestigio
sociale in remote epoche storiche19.
Y así lo repetiría en varias otras ocasiones; por ejemplo, en el radiomensaje de 1957 con
ocasión de la Misión de Milán:
Troppi considerano la Chiesa solo nelle sue manifestazioni esterne: la sua organizzazione,
la coerenza della sua dottrina e della sua morale, i frutti di perfezione e di santità (di
martirio, in ogni secolo) in coloro che l’accetano completamente, i suoi meravigliosi venti
secoli di storia, il suo perdurare senza l’aiuto di forze umane e nonostante il peccato nei
suoi membri e perfino, talora, nella sua gerarchia, la sua carità, la forza rivoluzionaria del
suo influsso nel mondo e nella civilità… […] La Chiesa non è soltanto una società visibile
con scopi religiosi, ma è un mistero20.
No es de extrañar, pues, que en este contexto cargado de incredulidad y poco
sensible a las realidades del espíritu se dé —también en quienes han sido signados con
la impronta bautismal— una seria dificultad para comprender qué es la Iglesia, cuál es
su razón de ser y qué papel debe jugar tanto en la existencia concreta de sus hijos como
en la sociedad civil en su conjunto. Y es que, en palabras del Arzobispo Montini,
vivendo in un tempo tardo alla comprensione dei valori spirituali, incliniamo a ragionare
della Chiesa come di un semplice fatto umano, ci lasciamo impressionare da quelli che la
classificano un fenomeno d’altri tempi, superfluo almeno al progresso e alla stabilità del
mondo civile moderno, e forse sospettiamo, con il diffuso laicismo contemporaneo, che sia
usurpato, o soverchio almeno, il posto che ancor oggi la tolleranza civile, o un positivo
diritto statale concedono alla Chiesa21.

19
G.B. MONTINI, «Chiesa docente», 5/1/1930, en SF, 355-356.
20
G.B. MONTINI, «La Chiesa nei suoi aspetti essenziali», 1957, en DsC, 8. Frente a estas y otras
incomprensiones del verdadero rostro de la comunidad eclesial el Cardenal Montini enfatiza que «la
Chiesa non è un’istituzione vecchia e conservatrice», «non è maestra d’una dottrina aprioristica,
incomprensibile, indiscutibile e immobile», sino más bien, reitera, «un mistero» (G.B. MONTINI, «Ciò
che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 111-120).
21
G.B. MONTINI, «Sant’Ambrogio e il suo amore alla Chiesa», 7/12/1958, en DsMS, 229. Poco antes, en
este mismo discurso, Mons. Montini aprovecha el testimonio de San Ambrosio y de San Agustín para
invitarnos a replicar su actitud frente al Cuerpo de Cristo: «Lezione a noi questa imperturbabile
attitudine di scorgere lo stupendo elemento divino della Chiesa, sempre irradiante anche da un
difforme elemento umano; lezione a noi moderni, che siamo così disposti a fare il contrario, a scoprire
cioè i difetti umani della Chiesa, anche quando la sua mortale compagine ci offrirebbe indubbi segni
della sua spirituale vitalità e della sua arcana bellezza; lezione a noi, che mossi talora da onesto, ma
18 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Hay quienes incluso, yendo aún más lejos, abogan por una desaparición de la
comunidad eclesial, como resulta visible «per le esclusioni, per le oppressioni, per le
persecuzioni con cui tanta parte del mondo moderno vorrebbe finalmente liquidato il
“fenomeno Chiesa”, come ingombrante, superfluo, nocivo allo sviluppo della società»22.
Por otra parte, casi al final de su servicio episcopal en Milán constata con tristeza
que estas aproximaciones reductivas o equivocadas frente al misterio de la Iglesia no se
restringen a problemas de comprensión, sino que se reflejan asimismo en las actitudes
de muchos de «noi cattolici, noi che abbiamo la fortuna e la responsabilità di abitare
dentro la casa paterna», por lo que urge «un più profondo e più vivo e più operante
senso dell’unità della Chiesa». El panorama que entonces describe es ciertamente
sombrío:
Il bisogno e il dovere della concordia sono fiacchi e dimenticati, l’obbligo e l’onore della
disciplina sono rilassati e spesso traditi, la funzione doverosa e provvida dell’autorità
discussa, criticata, e talora negata, si parla come d’una conquista da conseguire d’un
pluralismo di idee su verità indiscutibili del patrimonio dottrinale della Chiesa, si ha qua e
là la ridicola audacia di parlare dell’“umile disobbedienza” alla Gerarchia, come d’un
diritto e d’un geniale ritrovato di vita spirituale, si vivisezionano le chiare e responsabili
istruzioni dell’Autorità ecclesiastica per trovare, per via di sofismi e di casistiche a libero
esame, gli argomenti per eludere il grave senso di quelle istruzioni. Manca un cordial e
fedele “senso della Chiesa”23 (cf. ES 108).
En sus discursos y escritos no faltan tampoco admoniciones pastorales saliendo al
paso de algunos problemas y peligros que se cernían entonces al interior del Pueblo de
Dios —como el temporalismo, el conciliarismo, el clericalismo o el laicalismo—,
generando cierta confusión entre sus miembros y evidenciando malentendidos respecto
a la comprensión de sus vocaciones y responsabilidades particulares24 (cf. ES 45).

incompetente desiderio di ricondurre la vita pratica della Chiesa a più evidente conformità con i
precetti evangelici, ovvero stimolati dall’inquieto spirito riformatore del nostro tempo riformatore, ci
autorizziamo ad addossare alla Chiesa la colpa dei mali del mondo, o a denunciare con compiacenza e
con sdegno i difetti di alcuni suoi figli, o a criticare con sottile ironia le forme esteriori di cui si riveste,
o a rifiutarle, sotto un rispetto formale, obbedienza e fiducia, con arrogante sufficienza, dove la verità
amara e parziale, spegne la carità, interrompe la comunione» (DsMS, 228-229).
22
G.B. MONTINI, «Amare la Chiesa!», 10/6/1962, en DSM III 5160.
23
G.B. MONTINI, «L’origine della Chiesa», 23/5/1963, en DSM III 5830. Como sugerentemente plantea
en otro momento, quizá algunas de estas conductas equivocadas encuentren su explicación en «due
problemi caratteristici del nostro tempo, quello dell’autorità e quello della relatività. Si impugna la
costituzione gerarchica della Chiesa, o la si critica e la si esautora, talora anche da alcuni che le si
vogliono dire tuttora fedeli, ma che in prattica e talora anche per via di orgogliosi ragionamenti,
disdegnano ubbidirla con schietta cordialità, e accusano più il fastidio della sua disciplina, che non
sentano il dovere e la nobilità della concordia filiale e fraterna propria della nostra Chiesa. Così altri
vorrebbero che la Chiesa fosse più conforme, più relativa alla Storia, si adattasse cioè ai tempi, cioè
alle idee, agli interessi, ai costumi odierni; anche in ciò che la vicenda presente ha di contingente e di
precario, ed anche quando questo adattamento comporterebbe infedeltà alla parola e al mandato di
Cristo» (G.B. MONTINI, «Amare la Chiesa!», 10/6/1962, en DSM III 5161). Cf. también «Amare Cristo
e la Chiesa», 7/4/1963, en DSM III 5711-5712.
24
Cf., p.ej., G.B. MONTINI, «La promozione del laicato», 9/6/1957, en DSM I 1468-1470; «I Concilî
Ecumenici nella vita della Chiesa», 16/8/1960, en DsC, 138-139; «Unità e Papato nella Chiesa»,
29/8/1960, en DsC, 88-96; Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, nn. 12-16, en DsC, 162-165. Frente a este
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 19

Los repetidos llamados de atención que venimos recogiendo no deben llevarnos a


suponer, sin embargo, que a G.B. Montini lo embargaba una visión pesimista o negativa
que no le permitiera descubrir, al mismo tiempo, los signos positivos que aquí y allá se
vislumbraban. En consonancia con lo que más tarde escribirá en la Ecclesiam Suam (cf.
ES 23-24), en un discurso de 1955 a los miembros del Movimiento de Graduados de la
Acción Católica les compartía que «proprio in questi ultimi tempi la dottrina su la
Chiesa, cioè su la socialità religiosa generata da Cristo, gli studi si sono enormemente
sviluppattti, e il magistero della Chiesa si è magnificamente pronunciato»25, y añadía
esperanzado:
La coscienza d’appartenere a questa società santa —santificatrice e santificanda—, a
questa società misteriosa —divina ed umana—, a questa società immortale —perenne e
storica insieme— appassiona chi appena la sperimenti; il Sensus Ecclesiae fermenta nello
spirito con avidità di sapere, di definire, di provare; e mentre il mondo moderno va
paurosamente perdendo questo Sensus Ecclesiae, distratto e affogato nella profanità della
sua vita temporale, in alcuni, in voi, questa coscienza si sveglia e si acutizza, e subito
produce il desiderio e quasi il sicuro presagio d’una nuova, felice pienezza di vita
cristiana26.
Un par de años después, en la homilía por la fiesta de Pentecostés de 1957, el
Arzobispo de Milán vuelve a detenerse en «i fenomeni degni di nota […] che
documentano una potente vitalità della Chiesa» y que vienen marcando lo que considera
un «meraviglioso capitolo nell’epopea storica della Chiesa moderna». Entonces
subrayó, entre otros elementos, esa capacidad de introspección que le permite sintonizar
con el Paráclito:
La Chiesa, si direbbe, si piega su se stessa sotto l’immane incubo della irreligiosità
moderna, e esperimenta in questo interiore raccoglimiento, voglio dire, in questo recorso
alle sorgenti di vita soprannaturale che racchiude in sè, come si moltiplica la sua
confidenza, la sua energia, la sua capacità di conquista. È il flusso dello Spirito Santo che

desconcierto respecto a los roles específicos de y en la Iglesia, vienen a cuenta las palabras de San
Bernardo sobre el desorden que se sigue si cada miembro no sabe quién es y no actúa de acuerdo a su
identidad: «Dio a la Iglesia a unos como apóstoles, a otros como profetas y evangelistas, a otros como
pastores y maestros en orden a la perfección de los elegidos. Pero es preciso que a todos ellos los una
el mismo amor y los amalgame en la unidad del cuerpo de Cristo. Lo cual no será posible en modo
alguno, si no hay orden en el amor. Pues no habrá unidad en absoluto, sino confusión, si cada cual se
dejar llevar de su arrebato según el espíritu que ha recibido, y se lanza sin discreción a lo que quiere,
según sus antojos, sin guiarse por el juicio de la razón. Así sucede cuando nadie se limita a cumplir el
oficio que se le ha asignado, sino que todos se inmiscuyen indiscretamente en todos los asuntos» (SAN
BERNARDO, Sermón 49 sobre el Cantar de los Cantares, II,5: BAC V, 641 y 643). Cf. infra, 7.4.
25
G.B. MONTINI, «Dilexit Ecclesiam», 30/8/1955, en DSM I 372. Como especifica inmediatamente: «Il
trattato de Ecclesia, che non troviamo nella Summa di San Tomasso, è diventato una parte importante
nello studio teologico moderno (cf. De Lubac, Med., pp. 18-19). E, per dire tutto in una sola citazione,
l’Enciclica Mystici Corporis è venuta ora a coronare gli studi e le aspirazioni dell’anima cattolica
moderna, confermando e chiarendo i tesori della dottrina su la Chiesa» (ibid.).
26
G.B. MONTINI, «Dilexit Ecclesiam», 30/8/1955, en DSM I 373.
20 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

invade ancora le sue membra, e le fa agili e forti. È il vento di Pentecoste, che soffia nelle
vele della mistica nave, la quale piu non teme tempeste27.

1.2.2. Causas
Ahora bien, más allá de estos signos esperanzadores que anuncian un nuevo
florecimiento eclesial, ¿a qué se debe este curioso fenómeno?, ¿qué razones encuentra
G.B. Montini que puedan explicar, al menos en parte, el oscurecimiento de la
autoconciencia y la consiguiente merma en la propia identidad?
Ya en torno a los años 1920-1921, en los apuntes de juventud que hemos citado,
adelantaba una primera explicación, constatando con realismo la frágil naturaleza del
hombre y la flaqueza de sus facultades: «Ormai dovrei sapere che la ragione e la volontà
umana sono strumenti molto deboli, e che, pur continuando a esercitare il loro ufficio e
compiendo un lavoro inmediato, perdono con facilissima incoscienza, la direzione
giusta del loro movimento»28. De ahí que el ser humano olvide fácilmente la noción de
sí y pierda el sentido de la realidad.
A esta consideración antropológica se añaden las particulares y contradictorias
circunstancias culturales de aquellas décadas, en las que, junto al sorprendente
desarrollo de las ciencias y el progreso de la técnica, con sus exigentes y precisos
métodos de investigación, se difunde un corrosivo espíritu relativista que parece
disolver toda certeza e impugnar cualquier búsqueda de la verdad. «Mentre da un lato lo
spirito moderno è diventato sempre più rigorosamente osservante dei procedimenti
scientifici —apuntaba en la meditación por la fiesta de San Ambrosio en 1955—,
dall’altro si lascia tormentare da un divorante relativismo, che, quando si appiglia alle
verità religiose, le corrode e le sconvolge, pensando di risolverle in sempre mobili e
nuove espressioni prive di stabile significato»29 (cf. ES 44 y 80). Y estas actitudes
suspicaces y aprensivas se acentúan aún más cuando de realidades espirituales o
religiosas se trata. En efecto, «lo sviluppo della vita moderna sembra rivolto contro di
essa, per l’incredulità che professa, per l’illusione di suficiencia che crea nell’uomo, per
il laicismo e l’ateismo, che sembrano caratterizare di fosche energie la spiritualità,
sempre più agnostica e materialista dell’umanesimo contemporaneo»30.
Teniendo en cuenta estas evidentes taras culturales, Mons. Montini ofrece en
diferentes momentos cuatro importantes claves de lectura que ningún observador debe
obviar a la hora de aproximarse a una realidad tan rica y tan compleja como el Cuerpo
Místico de Cristo. La primera de ellas es que «facilmente modelliamo una definizione
della Chiesa in conformità alle condizioni soggettive dei nostri spiriti, pronti a proiettare
su di essa favore o sfavore, a seconda di certe nostre particolari condizioni»31. En

27
G.B. MONTINI, «La promozione del laicato», 9/6/1957, en DSM I 1466. Cf., además, Pensiamo al
Concilio, 22/2/1962, n. 37, en DsC, 175; «Amare la Chiesa!», 10/6/1962, en DSM III 5161-5162.
28
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 38, NotIPVI 27 (1994), 26.
29
G.B. MONTINI, «La figura di Sant’Ambrogio», 7/12/1955, en DsMS, 195.
30
G.B. MONTINI, «La promozione del laicato», 9/6/1957, en DSM I 1466.
31
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 104. Por ello recomienda allí
mismo que es preciso «renderci cauti nel manifestare opinioni affrettate e sommarie sopra di essa,
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 21

segundo lugar, che «la Chiesa costituisce un tema convissuto, compenetrante la nostra
vita e il nostro pensiero. Ma, appunto per questo, potrebbe essere meno conosciuto in
forma riflessa, e precisa, come tante cose che fanno parte delle nostre abitudini e della
nostra natura»32. En tercer lugar, recogiendo una enseñanza de la “psicología religiosa”
que se aplica a cualquier realidad mistagógica, que «para poder gozar de la luz, es
necesario tener los ojos abiertos, y mucho más todavía si esa luz está envuelta por el
misterio, como ocurre en nuestra vida presente»33. Y finalmente, como se esboza en la
indicación anterior, que nos encontramos ante una institución espiritual y mistérica. En
efecto,
La Chiesa è un mistero. Nasconde degli aspetti e delle verità profonde, e la visione che noi
abbiamo ordinariamente di essa non è che una visione de facciata. Crediamos di
conoscerla, perchè conosciamo l’aula sacra dove andiamo ad ascoltare la Messa, perchè
conosciamo il nostro Parroco, perchè conosciamo un po’ di catecismo. Nessuno, certo,
contesta che anche questo sia la Chiesa. Ma se noi diccesimo che questa è tutta la Chiesa,
noi sbaglieremmo. Noi guarderemmo la copertina, senza leggere le pagine di questo libro
che rimane chiuso. Noi guarderemmo la fenomenologia umana, che si riflette nella nostra
esperienza en ella nostra vita quotidiana, ma non vedremmo tutta la verità, le forze, il
mistero che sta dietro. […] Crediamo di conoscere la Chiesa e invece, tutte le volte che
aguzziamo lo sguardo, ne scopriamo la profondità34 (cf. ES 7, 16 y 32).
Más allá de estas claves de lectura externas, G.B. Montini se detiene asimismo en
otro elemento que abona en el oscurecimiento de su autoconciencia eclesial, pero esta
vez concerniente a la vida de la Iglesia propiamente dicha. Nos referimos
específicamente a un peligro que se asoma sobre su misión evangelizadora —ya sea
pastoral, ecuménica o ad gentes— y que consiste en «confundir el diálogo con los
indiferentes, los alejados y los adversarios, con la asimilación de su manera de pensar y
de obrar. En este caso, no seríamos ya unos conquistadores, sino unos conquistados». Y
es que —en sintonía con lo que enseñará más adelante como Pontífice en la Ecclesiam
Suam (cf. ES 81)— «el diálogo, método necesario para el apóstol, no debe cerrarse con
una negación u olvido de nuestra verdad en beneficio del error o de la verdad parcial
que en un principio se quería redimir», sino que tiene que conducirse desde el principio
con una clara y firme conciencia de la propia identidad. Lejos de la intención de Mons.
Montini el querer desalentar con estas palabras en alguna medida el ardor apostólico en
cualquiera de sus manifestaciones. Al contrario, lo que pretende más bien es inflamarlo,
pero evitando un «equívoco sobre esta materia [que] es tentador en nuestros días» y que
traería consigo frutos negativos: «podría restar fuerza a nuestra actuación, diluyéndola

mentre di solito manchiamo di questa onesta cautela, e arrischiamo sentenze che deformano a noi stessi
la comprensione di questo fatto gradioso, che si chiama Chiesa» (ibid.).
32
G.B. MONTINI, «La Chiesa è un Popolo vivo», 12/8/1959, en DSM II 2973.
33
G.B. MONTINI, «La revelación de Dios y su difusión en el mundo», 6/1/1958, en DPM, 132. Poco antes
exhortaba a sus oyentes: «Examinaos vosotros mismos sobre este punto: ¿encontráis despierta a
vuestra conciencia? ¿Está dispuesta? ¿Desea la verdad o es, por el contrario, perezosa y decididamente
adversa a ella, porque sabe que la verdad, una vez descubierta, resulta exigente con nosotros hasta
marcarnos el camino a seguir? […] Amad la verdad, porque ésta es la mejor disposición para
encontrarla: “quien busca hallará” (Mt 7,8)» (ibid.).
34
G.B. MONTINI, «La Chiesa è un Popolo vivo», 12/8/1959, en DSM II 2978-2979.
22 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

en un sincretismo híbrido de ideas y de métodos y podría acostumbrar al católico


militante a un conformismo oportunista y servil. La sal sin sabor no sirve para nada»35.
Era ése, en efecto, un problema que se venía verificando en la acción apostólica de
aquellos años, y es ésta precisamente la preocupación de fondo que, según veremos a lo
largo de la presente tesis, anima la inclusión del primer capítulo de su encíclica
programática —«I. La conciencia»— como fundamento y condición sine qua non para
los dos restantes —«II. La renovación» y «III. El diálogo»—36.

1.2.3. Llamado a la coherencia


Todas estas advertencias y amonestaciones, sin embargo, no se quedan
simplemente en eso, en una denuncia, sino que se traducen en una invitación a que cada
quien profundice en su propia identidad y viva de acuerdo a ella, en un llamado paternal
a redescubrir la riqueza que entraña la vida cristiana, en fin, en una exhortación a la
coherencia (cf. ES 37, 43, 47 y 56).
Así lo repite Mons. Montini de diversas formas y en distintas circunstancias de su
ministerio episcopal. Por ejemplo, en 1955, en el ya referido inicio de sus visitas
pastorales a las parroquias milanesas, observa que «il tempo nostro ha bisogno di
cristiani veri», y por ello insta a que «guardate di riprendere consapevolezza di che cosa
sia la vita cristiana; […] cioè il sapersi cristiani, il sapersi chiamati, il sapersi eletti, il
sapersi destinati a grandi cose nel pensiero di Dio, il sapersi responsabili in questa vita
verso il nostro tempo, verso i nostri fratelli e sapersi responsabili per una inmensa ed
eterna vita futura»37. Unos meses después, en su primera Misa de Navidad como

35
G.B. MONTINI, «Apostolado cristiano y universalidad de la redención de Cristo», 6/1/1960, en DPM,
154. Ya en 1927, cuando era asesor eclesiástico de la FUCI y con una terminología propia de la época,
el joven sacerdote Montini alertaba sobre el mismo problema en un extenso pasaje que vale la pena
recoger: «Vi sono di quelli che credono, pur forse senza rendersene ragione, che l’atteggiamento
migliore per “spianare le vie” del ritorno [de las Iglesias separadas] sia aquello di recedere delle forme
di rigida intransigenza dogmatica e di cercare un piano di comune intesa con avversari che non
vogliono più essere tali. Non insistire sulle differenze, ma sulle coincidenze. Sappiamo che la Chiesa
non ha mai visto di buon occhio questo attegiamento. […] Ebbene, bisogna invece comprendere che la
l’intransigenza dogmatica della Chiesa è la sola garanzia dell’unità, e della esistenza della Chiesa
stessa. Quando si vede gente che labora ad unire delle coscienze riducendo i contatti di adesione ad un
minimo comun denominatore di verità di fede vien fatto di esclamare col Canon Simpson: “Molti
cristiani non hanno una visione chiara di ciò che sia la Chiesa”. La Chiesa non è un sincretismo
religioso indulgente, che per escludere le contraddizioni tra le sue parti contrastanti renuncia alla
pienezza unica e completa della verità. L’intransigenza della Chiesa è la sicurezza della verità.
Ammettere che la Chiesa venga a patti sull’integrità della fede è supporre che essa faccia a brani
l’inconsutile veste della sua divina dottrina. […] L’atteggiamento di conciliazione non deve essere,
neanche per blando sottinteso, un accomodamento empirico alle idee altrui» (G.B. MONTINI, «La
Chiesa: una», 15/1/1927, en SF, 69). Cf. infra, 2.3 y 7.5.
36
Cf. infra, 5.2 y 5.6.
37
G.B. MONTINI, «Comincia qui un dialogo grande», 8/9/1955, en DSM I 397 y 392. En esa misma
ocasión hace hincapié en que «riprendiamo consapevolezza di cioè che significa essere cristiani»
(DSM I 393), «scongiurarci tutti insieme di non essere incoscienti, di non essere insensibili, di non
essere gente che tradisce la vocazione cristiana» (DSM I 394) y «guardiamo di riprendere la coscienza
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 23

Arzobispo, insiste en que es preciso que los bautizados «demos al término “cristiano” la
gloria y la energía que debe encerrar en sí mismo: que seamos capaces de vivir una vida
auténticamente cristiana»38, ya que, como les enfatiza a los miembros de la Acción
Católica de Venecia al año siguiente, «c’è un bisogno di interiorità, c’è un bisogno di
reflettere su se stessi, c’è un bisogno di vivere interiormente, forse di più di ieri, meglio
di ieri. Un bisogno di spiritualità più sincera»39. De ahí ha de brotar el «rinnovato
proposito di adeguare la nostra vita alla nostra vocazione cristiana», por lo que no duda
en exclamar: «Cristiani, siate cristiani. […] L’esortazione non è più rimprovero, è un
augurio, è conforto: cristiani, siate cristiani!»40.
Evidenciando la importancia que le concedía a esta exigencia, en términos
similares se pronunciará en 1957: «È venuto il momento di rinnovare in noi la coscienza
che siamo cristiani»41. Dos años después, esta vez en la celebración de la Epifanía de
1959, volverá a apremiar a los católicos a que tomen «conciencia no sólo de lo que son
—a esta conciencia podríamos llamarla “sentido católico”—, sino también de lo que
deben ser —y a esta conciencia podríamos llamarla “sentido de la catolicidad”—»42. Y
otros dos años después, con ocasión de las fiestas pascuales de 1961, recalcará con
gravedad:
Penso que questo, figli carissimi, sia oggi importante per noi. Cristiani, dobbiamo dare a
questo titolo un contenuto più pieno e più coerente. Il nostro cristianesimo deve derivare
dalle sue radici soprannaturali, la fede e la grazia, un’espressione più chiara e più forte.
Troppo spesso il nostro cristianesimo è semplicemente nominale e formale; e allora si
ritorce contro di noi; diventa pesante nel sopportarne qualche superstite ossevanza; diventa
responsabilità e non energia, diventa capo d’accusa da parti di quanti lo vedono in noi
stessi fiacco, inosservato e forse tradito. Il nostro mondo invece ha bisogno d’un
cristianesimo vero e operoso; ha bisogno di cristiani che vivano, nella fede e nel costume,
il loro battesimo43.
Y es que, como señala en otro momento explicando justamente los fundamentos
bautismales que tiene este requerimiento, «chi è cristiano deve vivere da cristiano.
Sopra questa adesione, sopra il piano di salvezza in cui siamo intrati, dobbiamo dare
stile alla nostra vita, dobbiamo conformarla. Non possiamo vivere così, come gli altri, o
con la libertà capricciosa e indisciplinata di chi non ha nè fede nè Battesimo». Más bien,
en consonancia con nuestra impronta sacramental, «dobbiamo derivare la nostra vita
dalla fede, iustus ex fide, e secondo gli impegni che abbiamo assunto al Battesimo. […]

vera della nostra vita cristiana. Agnosce, christiane, dignitatem tuam dice San Leone. “Conosci, o
cristiano, innazitutto la tua dignità”» (DSM I 395).
38
G.B. MONTINI, «Significación de la fiesta de Navidad», 25/12/1955, en DPM, 25.
39
G.B. MONTINI, «Il cristiano militante», 4/9/1956, en DSM I 946.
40
G.B. MONTINI, «Cristiani, siate cristiani», 1/4/1956, en DSM I 720; PNA, 57.
41
G.B. MONTINI, «La coscienza d’essere cristiani», 12/1/1957, en DSM I 1153.
42
G.B. MONTINI, «Universalidad de la Epifanía», 6/1/1959, en DPM, 140.
43
G.B. MONTINI, «La Pasqua e il Battesimo», 1/4/1961, en PNA, 166. Poco antes había precisado: «Il
cristiano non è in realtà e non deve essere in pratica, come un uomo che tale nome non ha la fortuna di
portare. Il cristiano dev’essere differenziato dal costume profano e pagano che lo circonda. Il cristiano
deve sapersi immunizare dall’ambiente irreligioso ed immorale che il mondo, ignaro di Dio e di Cristo,
crea intorno a lui…» (PNA, 165).
24 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Le promesse battesimale devono essere ripetute da noi con grande franchezza e con
energia, devono essere traccia di un programma di vita coerente e nobile»44. De lo que
se trata finalmente, como lo subraya en 1962, es de adherirnos de tal modo al Señor
Jesús que podamos reflejarlo en una sociedad que se muestra tan necesitada de Él:
«Teniamo caro questo titolo di “cristiani”, che a Cristo non solo ci referisce, ma ci lega
e ci unisce; sentiamo la profondità e la dignità, diamogli vigore d’impegno e di fedeltà,
gustiamone la letizia e la fiducia, perchè appunto Cristo cristiani così oggi ci vuole, così
ad essere oggi ci aiuta»45.

1.2.4. Conocer, amar y transmitir a la Iglesia


Más específico aún se muestra a la hora de referirse a uno de los elementos que
forma parte esencial de nuestra identidad católica y que constituye el objeto de nuestro
estudio: la profundización en el misterio de la Iglesia (cf. ES 13, 20 y 25).
Serán también numerosas las ocasiones en que Mons. Montini abordará este
argumento. Así, por ejemplo, en la tradicional celebración por la fiesta de San Ambrosio
de 1958, observará: «Se vogliamo essere cattolici, dobbiamo diventare capaci di rifarci
un concetto più esatto della Chiesa, e non dobbiamo trascurare di scoprire, almeno in
qualche modo, il mistero ch’essa porta con sè. Un disegno divino è in lei, un amore
divino la genera, la sostiene, la salva: “dilexit ecclesiam”, dice San Paolo di Cristo: amò
la Chiesa»46. Al año siguiente, en la restaurada Catedral de Crema, insistirá en que
«bisogna ridare alla Chiesa la sua importanza nella nostra spiritualità, nella nostra
concezione religiosa, nel nostro cattolicesimo operante. […] Ma soprattutto occorrerà
dare alla Chiesa umana uno spirito soprannaturale, alla Chiesa materiale un’animazione
spirituale»47. Unos meses más tarde, en agosto de 1959, en la sede del Seminario de
Varese, aconsejará a un grupo de jóvenes: «Cercate di approfondire, di capire la Chiesa,
di riscoprirla, e vedrete che avrete sorgenti veramente entusiasmanti e rinfrescanti». Es
una tarea que exige paciencia, dedicación, pero que siempre trae consigo abundantes
frutos, ya que —como lo evidencia la historia y se lo ha mostrado su propia
experiencia— «crediamo di conoscere la Chiesa e invece, tutte le volte che aguzziamo
lo sguardo, ne scopriamo la profondità. Questo prodigio si verifica da sempre»48. Por
ello a fines de 1960, en la conferencia introductoria a la Misión de Florencia, volverá
sobre el tema y reiterará que, especialmente en nuestro tiempo,

44
G.B. MONTINI, «Pasqua, festa del Battesimo», 27/3/1961, en DSM III 4221.
45
G.B. MONTINI, «Cristo chi è per me?», 21/4/1962, en PNA, 187.
46
G.B. MONTINI, «Sant’Ambrogio e il suo amore alla Chiesa», 7/12/1958, en DsMS, 229.
47
G.B. MONTINI, «Il segreto della Cattedrale», 26/4/1959, en DsC, 74.
48
G.B. MONTINI, «La Chiesa è un Popolo vivo», 12/8/1959, en DSM II 2980 y 2979. En esa misma
circunstancia se pregunta cómo puede uno ahondar en el misterio de la Iglesia, y responde: «Come si
fa? Ci sono quattro vie per arrivarci e sono le famose quattro note, cioè le quattro apparenze della
Chiesa, che si rivela apostolica, una, santa e cattolica. […] Tutte queste note ci danno una visione
scintillante, stupefacente; se noi l’approfondiamo e ne cerchiamo il perchè, ci troviamo di fronte alla
teologia della Chiesa» (DSM II 2980).
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 25

bisogna ricapire la Chiesa. Questo bisogno era meno sentito quando nella Chiesa si viveva
abitualmente, e della Chiesa si faceva proprio il pensiero e il costume; ora che la Chiesa è
diventata oggetto di contestazione, e che, in pratica almeno, è stata bandita dalla mentalità
moderna, dalla concezione profana della vita, per reintrare nei suoi recinti coscientemente,
o anche solo per giustificare a se stessi l’abbandono di quella antica casa paterna, è
doveroso ridare a se stessi un concetto riflesso, più preciso, più essenziale della Chiesa. E
questo bisogno non è meno grave ed urgente per chi ha la fortuna di abitare ancora
serenamente nella casa spirituale dei propri avi49.
Para el futuro Pontífice no se trata, sin embargo, de un ejercicio que deba
circunscribirse única o prioritariamente al ámbito intelectual, especulativo. Resulta
indispensable complementar dicho esfuerzo con una labor cordial, afectiva (cf. ES 2 y
42). Así se lo formula enfáticamente, casi al inicio de su ministerio episcopal, a un
grupo del Movimiento de Graduados de la Acción Católica:
Voi studiate la Chiesa. Ebbene, non basta. La studiano anche coloro che ne se dicono figli.
La studiano anche i suoi avversari. E la studiano anche molti buoni cattolici. Ma si
fermano allo studio. […] Ma occorre non solo studiare la Chiesa; occorre sopratutto amare
la Chiesa. Amare la Chiesa come l’ha amata Nostro Signore: Dilexit Ecclesiam50.
Y así lo repite poco antes de asumir el oficio de Pedro: «Non solo avvertiamo il dovere
e il bisogno di meglio conoscere la nostra Chiesa, ma sentiamo un dovere ed un bisogno
non meno impellenti di amarla. Amare la Chiesa!»51. Un amor que, al mismo tiempo,
nos llevará a una unión más íntima con quien es su Fundador y Cabeza, el Señor Jesús,
y nos ayudará a transformarnos en Él. En efecto, «quanto più amiamo la Chiesa, tanto
più amiamo Cristo, e assumiamo la sua “forma”. E quanto più cerchiamo Cristo, oltre e
dentro l’involucro umano della Chiesa, tanto più noi diventiamo gli ecclesiastici
autentici, che vorremmo e dovremmo essere»52. Un amor, en fin, que incluso frente a

49
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 104-105. En otro momento, en
concreto en la Solemnidad de Pentecostés de 1962, ofrecerá una interesante explicación del porqué de
esta necesidad, que se encuentra en la realidad divino-humana de la Iglesia: «Il regno di Dio,
inaugurato da Cristo, non è una pura esperienza interiore, o un atteggiamento morale privato, o un
avvenimento spirituale, collettivo ed invisibile. Il regno di Dio, interiore, sì, morale e spirituale, è una
religione, la quale s’incarna in una determinata società visibile e umana, che si chiama la Chiesa.
Donde l’importanza di conoscere la Chiesa» (G.B. MONTINI, «Amare la Chiesa!», 10/6/1962, en DSM
III 5160).
50
G.B. MONTINI, «Dilexit Ecclesiam», 30/8/1955, en DSM I 373-374; cf. 375. Poco después añade:
«Amare dunque la Chiesa come l’hanno amata i Santi, come Sant’Agostino che dice: “Non possiamo
amare Dio padre se non amiamo la nostra madre Chiesa” (Enarr. Psalm. 88, serm. 2,14)» (ibid.).
51
G.B. MONTINI, «Amare la Chiesa!», 10/6/1962, en DSM III 5162. Vale la pena leer los siguientes
párrafos de esta homilía, en los que detalla la manera como debe darse ese amor; por ejemplo: «con
l’intelligenza nuova che la cultura moderna e l’esperienza storica infondono agli animi fedeli», con
«saggezza» y «magnanimità», «con fermezza e con fedeltà», «con comprensione affettuosa della sua
indefettibile missione di madre e di maestra», «come presenza vera ed operante di Cristo», «nel
misterio della santità», «nella sua concretezza storica e locale» (DSM III 5162-5163).
52
G.B. MONTINI, «Amare Cristo e la Chiesa», 7/4/1963, en DSM III 5710. Si bien el término
“ecclesiastici” se aplica en este pasaje concretamente a los sacerdotes (este texto es una carta dirigida a
ellos), siguiendo a Orígenes y a su “esse ecclesiasticus” —tema tan caro a Mons. Montini—, también
puede entenderse como referido a todos los bautizados en general; cf. infra, 3.2.3, especialmente las
notas 168-170.
26 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

sus deficiencias humanas no nos quita objetividad ni nos encierra en un «lirismo


ideale», sino que se convierte en «desiderio di aiutarla, di portare rimedio ai suoi mali.
Se la Chiesa fosse una grande ammalata, noi dovremmo imparare ad amarla così»53. Por
ello no se cansa de decir: «Amate la Chiesa! […] Pensate come è costituita e come è
fatta, cercate di capirla e di conoscerla, cercate che quando celebrate i santi ritti e le
preghiere, di avere anche voi la gioia di essere Chiesa e di celebrare con la stessa lingua
e stessa voce i misteri di Cristo»54.
Finalmente, como lógica consecuencia y corroboración de estas actitudes para con
el Cuerpo de Cristo, a la hora de ejercer sus tareas evangelizadoras todos los bautizados,
junto al «ansia de dilatar el reino de Dios, de comunicar a los demás hombres los
tesoros de fe y de caridad que Él nos ha dado», deben asimismo «despertar en ellos el
ideal de la Iglesia y la añoranza de pertenecer a ella»55. Como diría el Pseudo-Dionisio,
bonum est diffusivum sui.

Así pues, luego se haber repasado someramente el pensamiento de G.B. Montini


sobre la pérdida de la autoconciencia eclesial y el consiguiente oscurecimiento de su
identidad, sus posibles causas y remedios, hemos podido constatar cómo en los años
previos a la redacción de la Ecclesiam Suam el futuro Pablo VI tenía una idea clara de la
situación que enfrentaba. Al mismo tiempo hemos advertido que, en consonancia con la
complejidad de dicha problemática, buscó ofrecer una respuesta integral que abarcara la
inteligencia, el corazón y la puesta en práctica: comienza con una exhortación a todos
los miembros del Pueblo de Dios a fin de que desarrollen una vida cristiana coherente,
continúa con un llamado a profundizar en el conocimiento de la Iglesia, se prolonga con
una invitación a cultivar un intenso amor eclesial, y se proyecta en un aliento a
transmitir esas actitudes en el ministerio apostólico. Esos mismos rasgos los
encontraremos, como tendremos oportunidad de ver, en su encíclica programática.

1.2.5. La voz de los teólogos


Quedan pendientes, sin embargo, algunos interrogantes: ¿No se tratará, quizá, de
una preocupación propia del Arzobispo de Milán, o de una situación circunscrita
únicamente a los territorios puestos bajo su cuidado pastoral? ¿Nos encontramos frente
a un problema localizado en un espacio y tiempo determinados o es ésta una dificultad
que trasciende dichas coordenadas proyectándose a un escenario de mayor amplitud?
Con el fin de despejar estas dudas recogemos a continuación el testimonio de unos
pocos teólogos representativos de ese período que, de una forma u otra, han abordado la

53
G.B. MONTINI, «Dilexit Ecclesiam», 30/8/1955, en DSM I 374.
54
G.B. MONTINI, «La Chiesa viva», 28/2/1960, en DSM II 3396.
55
G.B. MONTINI, «Apostolado cristiano y universalidad de la redención de Cristo», 6/1/1960, en DPM,
152.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 27

cuestión en sus escritos, compartiendo, con sus matices propios, una misma
sensibilidad.
Ya en su época, el Cardenal John Henry Newman (1801-1890) trazaba un sombrío
panorama a la hora de describir la sociedad inglesa de entonces, caracterizada por
la irreverencia hacia la antigüedad; la violación inescrupulosa y desenfrenada de los
mandamientos y tradiciones de nuestros antepasados; la revocación de sus obras de
beneficencia; la profanación de la Iglesia; el desconocimiento desfachatado de la exigencia
de la unidad eclesiástica; el desdén declarado hacia lo que se llama una religión de grupo
(aunque es innegable que Cristo hizo de un grupo el vehículo de su doctrina, y no la arrojó
al azar sobre el mundo, como pretenden hoy los hombres); la creciente indiferencia hacia
el Credo católico; las objeciones escépticas a partes de su doctrina; las discusiones,
disputas, comparaciones, refutaciones, y toda la serie de argumentaciones presuntuosas a
las que se someten sus sagrados artículos; las innumerables y discordantes críticas a la
Liturgia que han estallado por doquier alrededor de nosotros; el espíritu descontentadizo
que se observa por todas partes; y el ansia de cambio en todas las cosas56.
Le llamaba asimismo la atención la actitud desentendida que percibía en algunos
bautizados. En uno de sus habituales sermones, el Purpurado apuntaba:
Por extraño que pueda parecer, muchos que se llaman cristianos pasan por la vida sin hacer
esfuerzo alguno por adquirir un buen conocimiento de sí mismos. Se conforman con
impresiones vagas y generales acerca de su estado real; y, si van más allá, se trata de
una información sobre sí mismos del todo accidental, forzada por los acontecimientos de
la vida.
Esto —señalaba con preocupación— trae como consecuencia no sólo el que posean «un
ligero conocimiento de sus corazones», sino también el que vivan «una fe superficial»,
«teniendo en cuenta que los hombres deberían recibir y actuar según las grandes
doctrinas cristianas, y que el autoconocimiento es una condición necesaria para
comprenderlas»57. En otra de sus prédicas, meditando sobre la exigencia de la vigilancia
en el auténtico discípulo, denuncia la falta de identidad que percibe en una «multitud
que se llaman cristianos, de aquellos que son, no digo falsos y réprobos, sino tales que
no podemos decir mucho de ellos ni formar ninguna idea de lo que llegarán a ser»58. De
ahí que vuelva a mostrar su desazón por la escasa consistencia en la vida de fe de
quienes por su condición deberían marcar la diferencia: «Temo realmente que la
mayoría de los hombres llamados cristianos, sea como sea lo que creen, o piensen
sentir, o digan tener de calidez, iluminación o amor, continuarían siendo como son, ni
mejor ni peor, si creyeran que el cristianismo es una fábula»59.

56
J.H. NEWMAN, Fifteen Sermons preached before the University of Oxford, sermón 9: «Wilfulness, the
sin of Saul», 2/12/1932, n. 25, p. 174.
57
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 41.
58
J.H. NEWMAN, «Vigilar», 3/12/1837, en Sermones, I, 59-60.
59
J.H. NEWMAN, «Los riegos de la fe», 21/2/1836, en Sermones, I, 48. En contraste con lo que era común
en su tiempo, en otro de sus libros consigna: «Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a
la hora de hablar, ni amigo de disputas, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen
en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su Credo a tal
punto que puedan dar cuenta de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderlo. Quiero un
laicado inteligente y bien instruido. […] Deseo que amplíen su conocimiento, que cultiven su razón,
28 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Avanzando las primeras décadas del siglo XX, desde tierras francesas Henri de
Lubac, S.J. (1896-1991) se detiene a examinar un problema que en realidad es anterior
al abordado por Newman: el desconocimiento que el ser humano tiene de sí. Constatando la
insuficiencia de las ideologías temporalistas para explicar los acontecimientos sociales
de su tiempo, el teólogo galo apuntaba en 1938 que ellos en verdad tenían su fuente en
la falta de conciencia personal: «Si los hombres de hoy están tan trágicamente ausentes
unos de otros, es ante todo porque están ausentes de sí mismos, una vez abandonado lo
Eterno que es lo único que les arraiga en el ser y les permite comunicar entre sí». Por
ello considera que «precisamente nada parece más urgente que recordarle al hombre su
propio ser»60. Es más, como añade en 1953, esa misma exigencia introspectiva se
proyecta a la Iglesia, que si bien desde los primeros siglos «tiene una conciencia
extraordinariamente profunda de su ser […] parece que nunca hubo una circunstancia
que obligara a este esfuerzo de explicación, que es a un tiempo de análisis y de
conjunto, a este esfuerzo de comprensión total al que empezamos a asistir»61. Es cierto
que en la milenaria Tradición eclesial encontramos ya abundantes tesoros, pero a cada
época le toca responder a sus propios desafíos, pues «si vivimos en la Iglesia hemos de
combatir los afanes de la Iglesia de hoy. Hemos de prestar la adhesión de nuestro
entendimiento a la doctrina de la Iglesia tal como hoy se encuentra elaborada»62.
Con una crudeza que sorprende, a fines de los años ’50 el entonces joven teólogo
alemán Joseph Ratzinger (1927- ) constata por su parte el «nacimiento de un nuevo
paganismo que crece inconteniblemente en el corazón de la Iglesia misma y amenaza
con corroerla desde dentro». Según explica con más detalle a renglón seguido,

que tengan una idea de la relación entre verdad y verdad, que aprendan a ver las cosas tal como son, a
comprender cómo se articulan la fe y la razón, cuáles son las bases y los principios del catolicismo»
(Lectures on the Present Position of Catholics in England, lecture 9: «Duties of Catholics Towards the
Protestant View», 390; cf. también ibid., 389). Para una presentación más completa de la propuesta del
Cardenal Newman, cf. infra, 3.2.6.
60
H. DE LUBAC, Catolicismo [1938], 254 y 242. El futuro Cardenal jesuita refuta allí a quienes acusan a la
Iglesia «de perder de vista las realidades inmediatas y descuidar los apremiantes intereses del hombre
al hablarle siempre del más allá», y aprovecha más bien para agradecerle tanto «por recordarnos siempre,
oportune et importune, nuestra condición esencial, por ese perpetuo sursum y por ese perpetuo redi ad
cor a que ella nos obliga» (ibid., 254), como —en otro de sus textos— «por el mundo interior que nos
descubre y en cuya explotación nos lleva de su mano» (Meditación sobre la Iglesia, 217).
61
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia [1953], 24-25. Un poco más adelante se pregunta cauteloso:
«A fuerza de considerarla desde fuera para estudiarla, ¿no se habituará uno en el fondo de sí mismo a
separarse de ella? ¿No se corre el peligro, si no de cortar, sí al menos de aflojar los lazos íntimos sin
los cuales no se puede ser verdaderamente católico? Tantos alambicamientos, tantos problemas sutiles,
con toda la agitación intelectual que suponen, ¿son acaso compatibles con aquella antigua sencillez y
con aquel espíritu de obediencia que han caracterizado siempre a los hijos fieles de la Iglesia?». No
obstante, considera que «huir de todo peligro equivale a eludir toda responsabilidad y todo trabajo; es
rehusar toda vocación. […] Y todos los peligros del mundo no pueden dispensarnos de una tarea que se
ha hecho necesaria» (ibid., 25 y 27).
62
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 27. Cf. infra, 4.2, 4.3.1 y 3.2.6, donde se presenta la
importancia de la teología del Cardenal De Lubac en el pensamiento eclesiológico de Pablo VI y un
mayor desarrollo de las ideas aquí esbozadas.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 29

la imagen de la Iglesia en los tiempos modernos está esencialmente definida por el hecho
de haber venido a ser, de manera enteramente nueva, una Iglesia de gentiles, y de serlo
cada día más: no ya, como antaño, Iglesia compuesta de gentiles que se hicieron cristianos,
sino Iglesia de gentiles que siguen llamándose cristianos, pero que en realidad han vuelto
al paganismo. La gentilidad se asienta hoy día en la Iglesia misma y la característica tanto
de la Iglesia de nuestros días como de la nueva gentilidad es cabalmente que se trata de una
gentilidad en la Iglesia, y de una Iglesia en cuyo corazón vive la gentilidad63.
Como no podía ser de otra manera, esta situación ha traído consigo una serie de
repercusiones, como el que sus miembros «ya no asimilan con sencillez la fe de la
Iglesia, sino que hacen una selección muy subjetiva del credo eclesiástico que agregan a
su propia ideología», el que «para el occidental la Iglesia es ya generalmente un simple
trozo casual del mundo» y el que resulte «algo inconcebible que el cristianismo, más
exactamente la Iglesia católica, sea el único camino de salvación». Con ello se vuelve
«problemático, desde dentro, el absolutismo de la Iglesia y, consiguientemente, también
la estricta seriedad de su pretensión misional y hasta de todas sus exigencias». Surge
entonces un desconcierto respecto a las propias convicciones religiosas, a las que no se
les encuentra sentido: «El creyente se pregunta un poco confuso por qué han de resultar
las cosas tan sencillas para los de fuera, cuando tan difíciles se nos hacen a nosotros. Y
llega a sentir su fe como carga y no como gracia»64. En una línea semejante se
pronunciaba en 1964 ante un grupo de estudiantes: «La cuestión que nos atormenta [a
los católicos de esta época] es más bien por qué tenemos que ser justamente nosotros
quienes realicemos todo el servicio de la fe cristiana. Si hay tantos caminos diferentes
que conducen al cielo y a la salvación, ¿por qué se nos pide llevar, día tras día, todo el
peso del dogma y la moral eclesial?»65. Todo esto tiene una manifestación paralela en
las deficiencias que existen en torno a la concepción eclesial: «En la Iglesia vemos sólo
el ordenamiento exterior, que limita nuestra libertad y, al hacerlo, pasamos por alto que
ella es para nosotros una patria espiritual, en la que estamos seguros en la vida y en la
muerte»66.
«Muchos cristianos de hoy tienen una religión de fachada, constituida por un
conjunto de hábitos: misa del domingo, pescado en viernes, comunión pascual, y

63
J. RATZINGER, «Los nuevos paganos y la Iglesia» [1959], en El nuevo Pueblo de Dios, 359.
64
J. RATZINGER, «Los nuevos paganos y la Iglesia», en El nuevo Pueblo de Dios, 360, 361, 367 y 368.
Cf. ID., «¿Fuera de la Iglesia no hay salvación?» [1965], en El nuevo Pueblo de Dios, 375-399.
65
J. RATZINGER, Ser cristiano, 44 (se trata de 3 conferencias pronunciadas del 13 al 15 de diciembre de
1964 y publicadas originalmente en alemán en 1965). Unas páginas antes, anotaba: «Creo que la
verdadera tentación del cristiano, tal como la experimentamos hoy, no consiste tanto en la cuestión
teórica acerca de si Dios existe, ni en la cuestión de si es al mismo tiempo uno y trino, y tampoco en la
cuestión de si Cristo es a la vez Dios y ser humano. Lo que hoy propiamente nos acosa y nos tienta es
más bien el hecho de la ineficacia del cristianismo: […] ¿para qué sirve propiamente toda esta
proclamación de dogma, culto e Iglesia, si al final nos vemos otra vez inmersos en nuestra propia
miseria?» (ibid., 25-26). Y en otra muestra del estado de ánimo que embargaba entonces a los
católicos, en 1969 escribía: «También entre los creyentes se difunde cada vez más un sentimiento
como el que puede apoderarse de los pasajeros de un barco que se hunde: se preguntan si la fe cristiana
tiene todavía un futuro o si, por el contrario, resulta cada vez más evidente que ha sido superada sin
más por el progreso intelectual» (Fe y futuro, 15).
66
J. RATZINGER, Ser cristiano, 45.
30 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

fundada ante todo sobre tradiciones familiares, conformismo social, fidelidades


afectuosas. En cuanto a las exigencias del evangelio, ni hablar». Otros, reaccionando
contra este «cristianismo de pura práctica exterior», llegan «a considerar como sin
importancia el culto y los sacramentos, para reducir el cristianismo a una moral de
fraternidad y de filantropía». Y, en general, es de lamentar que «los cristianos sean con
frecuencia tan poco cristianos en su vida»67. Es ésta la descripción del ambiente eclesial
que en 1960 ofrecía el también jesuita francés Jean Daniélou (1905-1974), evidenciando
que por uno y otro lado se había debilitado la identidad católica, se estaban desvirtuando
elementos esenciales de la fe y se echaba de menos una coherencia de vida en los
bautizados. Un diagnóstico semejante presentará unos años después, en 1967,
comentando la oportunidad del Año de la Fe que había convocado el Papa Pablo VI:
La crisis íntima del cristianismo, si queremos ir hasta el fondo, está más en el
debilitamiento de la fe que no en una falta de adaptación al mundo moderno. Aquí está, en
definitiva, el verdadero problema. Pues allí donde hay una fe viva, ésta sabe encontrar los
medios necesarios para ser eficaz. Nuestro cristianismo no es suficientemente activo,
porque no es suficientemente convencido. […] Existe hoy, en el mundo cristiano, una
crisis de fe68.
Son múltiples las manifestaciones de esta crisis que allí enumera; por ejemplo: «algunos
no permanecen fieles más que a una tradición y, en este sentido, están desarmados
frente a las objeciones que se les hacen. Se nota hoy entre los cristianos un complejo de
dimisión, que es tremendo»; se percibe igualmente «la falta de formación doctrinal de
los laicos»69; a ello se añade el que «en el interior mismo de la Iglesia» hay doctrinas
que debilitan «la solidez de la fe»; «por último —y acaso sea lo más grave—, parece
que en la Iglesia se esté debilitando el espíritu misionero». Esta observación final le
sirve para mostrar su acuerdo con lo que el Santo Padre había advertido en su encíclica
programática respecto al diálogo con los hermanos separados: «En alguna ocasión se
deforma el ecumenismo convirtiéndolo en un falso irenismo, que desemboca en el
relativismo, tal como lo ha descrito Pablo VI en la “Ecclesiam suam”»70. Y unos meses
más tarde, reflexionando esta vez sobre los contenidos del Credo del Pueblo de Dios,
Daniélou se reafirmará en su análisis: «Existe ciertamente hoy una crisis de la fe,
muchos cristianos se interrogan sobre su objeto, hay un “turbamiento” en los ánimos»,
opinión que luego completará explicando que «el problema actual de la Iglesia no está
constituido por las dificultades que le plantea el mundo moderno. […] El problema de la

67
J. DANIÉLOU, El cristiano y el mundo moderno [1960], 22 y 26.
68
J. DANIÉLOU, «Sentido del Año de la Fe (II)», La Vanguardia Española, 19/10/1967, 34.
69
Como comenta allí con sensatez, «es muy necesario que los seglares tengan hoy una formación que, si
no es de especialistas, sea al menos suficientemente profunda para que sean capaces de justificarse a sí
mismos los motivos de creer y de asimilar, ante todo ellos mismos, el contenido de su fe; sólo así,
después, podrán justificarla y expresarla ante los demás» (ibid.).
70
J. DANIÉLOU, «Sentido del Año de la Fe (II)», La Vanguardia Española, 19/10/1967, 34.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 31

Iglesia es una cierta crisis interior, que es ante todo crisis de fe; de un cierto derrotismo
de los cristianos frente a las propias convicciones»71.
Inquietudes similares fueron las que llevaron a Hans Urs von Balthasar (1905-
1988) a examinar en qué situación se encontraba el cristianismo de su tiempo, y lo que
describe en 1965 no es nada halagador. Desconcertado por un mundo que le ha dado la
espalda a Dios y que, sin embargo, parece progresar incluso de una manera más
prometedora, «el cristiano mira en torno suyo buscando ayuda; lo que antes le rodeaba
como una indumentaria que la proporcionaba protección y calor, ha caído al suelo; se
encuentra dolorosamente desnudo. Se siente como un fósil procedente de épocas
pasadas»72. En ese contexto no faltan quienes, velada o abiertamente, les formulan
invitaciones disfrazadas de cordura a fin de que abandonen los elementos que
conforman su identidad y, así, logren una mayor aceptación por parte del mundo: «Y tú,
cristiano, ¿dudas en incorporarte al nuevo ritmo de la humanidad que se gobierna a sí
misma?»; es más, «para parecer digna de fe, la Iglesia, se dice, debe ser también actual,
debe acomodarse a la época», «debe adquirir conciencia y despertar a su auténtico ser,
abandonando una estéril tendencia suya a la autoconservación, abriéndose al mundo e
irrumpiendo en él»73. Aquí y allá se alzan asimismo voces para que «se realicen las más
rápidas y completas renovaciones posibles. El miedo le hace correr y le proporciona
“valor” para un audaz aggiornamento»74. Todo ello, según delinea en otro de sus
ensayos —éste, de 1966—, genera una gran confusión respecto a la verdadera esencia
de nuestra fe: «La situación de la Iglesia es hoy sangrientamente seria. Actualmente
estamos, como en “dibujo libre”, proyectando todos los nuevos cristianismos
imaginables que amenazan romper toda continuidad con lo que hasta ahora se ha
entendido por cristianismo, y acaso harían mejor cambiando la marca de fábrica»75. En
paralelo, las condiciones de los creyentes distan mucho de mostrarse sosegadas:
El uno arde de amor y todo medio le parece bueno, con que le ayude a hablar del amor de
Cristo a su hermano duro de oído; el otro, en cambio, está secretamente harto de evangelio,
de cruz, de todo el aparato dogmático y sacramental. […] El uno desmitifica para creer
más profunda y puramente, el otro lo hace para no tener que creer más. ¡Oh! ¡Cuánta
ambigüedad oculta la cristiandad de hoy!76.

71
J. DANIÉLOU, «Riflessioni sul “Credo del Popolo di Dio”», CivCatt 4 (1968), 229 y 235. Cf. asimismo
ID., «Estoy en la Iglesia», Vida y Espiritualidad 78-80 (2011), 59-77; hermoso texto que vale la pena
leer completo.
72
H.U. VON BALTHASAR, ¿Quién es un cristiano? [1965], 18.
73
H.U. VON BALTHASAR, ¿Quién es un cristiano?, 17, 39 y 56.
74
H.U. VON BALTHASAR, ¿Quién es un cristiano?, 29.
75
H.U. VON BALTHASAR, Seriedad con las cosas [1966], 139-140. Poco antes había puntualizado: «Ésta
sería la manera como el cristiano debiera entablar diálogo con el no cristiano, si no quiere mostrarse de
todo punto indigno de su cristianismo. No pone entre paréntesis el contenido de su fe, no lo enaguaza
por un superficial parloteo humanístico, sino que responde plenamente de él y, con la gracia de Dios,
lo presenta en la situación de su misión» (ibid., 119-120).
76
H.U. VON BALTHASAR, Seriedad con las cosas, 10. En ese mismo texto compone el supuesto diálogo
entre un comisario y un cristiano, graficando en las interrogantes que el primero plantea la poca
claridad que quienes han recibido el Bautismo reflejan respecto a su identidad y misión: «Camarada
cristiano, ¿puedes escanciarme de una vez vino claro sobre lo que pasa con vosotros los cristianos?
32 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Frente a éstas y otras circunstancias problemáticas, el pensador suizo recuerda dos


enseñanzas esenciales que ningún bautizado debería olvidar. En primer lugar, que «el
cristiano es cristiano sólo en cuanto miembro de la Iglesia». Y, por otro lado, que
«siempre que aquí hablamos de “Iglesia” debe saber todo cristiano que con esta palabra
aludimos a él mismo»77.
No son, ciertamente, los únicos autores que por aquellos años abordaron la
situación de la Iglesia78. Sin embargo, los contados testimonios que hemos recogido
bastan para mostrar un panorama que sintoniza con lo que hemos descubierto en los
escritos de G.B. Montini: los hijos de la Iglesia, envueltos en unas cambiantes y
desafiantes circunstancias, han ido perdiendo conciencia del Cuerpo del que son
miembros y de su condición de bautizados, han ido olvidando las verdades
fundamentales que conforman el depósito sagrado, van viendo sofocado su ardor
evangelizador y parecen vivir de espaldas a su identidad cristiana.

1.3. Un problema vigente


¿Lograron todos estos afanes pastorales y doctrinales apaciguar, al menos en parte,
las turbulentas aguas que envolvían entonces la nave de la Iglesia? ¿Consiguieron el
Concilio con sus grandes documentos, la Ecclesiam Suam y todo el corpus montiniano
enmendar en alguna medida el rumbo que habían tomado tanto la sociedad como la
comunidad de los creyentes? ¿Significaron sus oportunas y lúcidas enseñanzas si no el
fin, al menos una rectificación respecto al sopor y la pérdida de identidad que por
aquellos años las iban invadiendo? Por supuesto que no es posible dar una respuesta
acabada a estas interrogantes sin adentrarse en el terreno de las figuraciones y
suposiciones. Si bien no cabe duda de que todos esos esfuerzos contribuyeron a
contrarrestar el problema, también resulta patente que no han dado todos los frutos
esperados. Basta contemplar los “signos de los tiempos” para percibir con nitidez que la
disminución de la conciencia en los hijos de la Iglesia y su consiguiente mimetismo con
el mundo continuó a lo largo del resto del pontificado de Pablo VI79, se prolongó en el
de sus sucesores y sigue constituyendo hoy en día uno de los desafíos más graves que
tiene que enfrentar la Iglesia en el siglo XXI.
En esa línea se pronunciaba, por ejemplo, La Civiltà Cattolica a sólo 10 años de la
aparición de la Ecclesiam Suam y de la Lumen gentium: «El aspecto más preocupante de
la presente crisis —señalaba en 1974— es que en muchos cristianos la fe en la Iglesia se
ha debilitado o ha entrado en crisis. Son cada vez más numerosos los que dicen: “Sí a

¿Queréis aún realmente algo en nuestro mundo? ¿En qué veis la justificación de vuestra existencia?
¿Cuál es vuestra misión? [...] ¿Por qué sois aún cristianos?» (ibid., 121 y 122).
77
H.U. VON BALTHASAR, ¿Quién es un cristiano?, 117 y 156.
78
Entre muchos otros, se pueden ver: L. HERPÉEL, Catholiques, sommes-nous chrétiens? [Católicos,
¿somos cristianos?]; I. GIORDANI, Cattolicità [trad. cast.: Catolicidad]; K. DESCHNER, ed., Was halten
Sie von Christentum? 18 Antworten auf eine Umfrage [¿Qué piensa usted sobre el cristianismo? 18
respuestas a una encuesta]. A los dos primeros los encontramos citados en uno de los escritos de
Mons. Montini: «Universalidad de la Epifanía», 6/1/1959, en DPM, 139.
79
Cf. infra, 7.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 33

Cristo, pero no la Iglesia”», y ello teniendo en cuenta, como oportunamente recuerda la


misma revista, que «la fe en la Iglesia, sin embargo, es esencial a la identidad cristiana;
más aún, sin la fe en la Iglesia, la misma fe en Cristo y en Dios termina vacilando y
colapsando»80. Más amplia es la perspectiva que dos años después consigna esta
publicación jesuita en otro de sus editoriales. Luego de recordar que «el siglo XX
debería haber sido el “siglo de la Iglesia”. Y, de hecho, nunca como en nuestro siglo se
ha hablado y escrito tanto sobre la Iglesia, se ha profundizado con tanto empeño el
misterio», plantea las expectativas que a partir de allí surgieron: «Hubiera sido posible
pensar que a esta profundización teológica del misterio de la Iglesia habría
correspondido en los cristianos un crecimiento de estima y amor, un “sentido de la
Iglesia” más vigoroso». Sin embargo, con algo de desilusión constata en seguida que
«así, en efecto, ha sido para muchos; pero no para todos. Precisamente después del
Concilio, en realidad, en algunos sectores del mundo católico se ha notado una toma de
distancia, casi una separación de la Iglesia. En la conciencia de ciertos cristianos el
“sentido de la Iglesia” ha entrado en crisis; en otros, se ha perdido por completo»81.
A una conclusión similar llegaba en 1984 Vittorio Possenti. En un artículo
conmemorativo por los veinte años de la Ecclesiam Suam, el filósofo italiano saludaba
que «la intuición de Pablo VI según la cual la Iglesia tiene necesidad de ganar
conciencia de sí es muy profunda», pero al mismo tiempo verificaba que, a pesar de la
oportunidad de su mensaje y de los augurios iniciales,
el esfuerzo de autorreflexión de la Iglesia sobre sí misma se ha atenuado bastante en la
teología y en la praxis, y la conciencia de ser Iglesia está un poco disminuida en los
creyentes. Es como si el gran impulso, que por varios decenios de nuestro siglo han
sostenido amplias porciones del pueblo de Dios en vista de una más rica comprensión de
qué cosa significa ser Iglesia, haya venido disminuyendo82.
Ésa también ha sido la impresión unánime de quienes han sucedido al Papa
Montini en la Cátedra de Pedro83. No en vano Juan Pablo I (1978), en su primer mensaje
a la Iglesia recién elegido Pontífice, consideró necesario manifestar:
Llamamos ante todo a los hijos de la Iglesia a tomar conciencia cada vez mayor de su
responsabilidad: “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo” (Mt
5,13s).

80
«L’identità del cristiano», editorial de CivCatt 2 (1974), 421.
81
«Sì a Cristo, no alla Chiesa?», editorial de CivCatt 2 (1976), 521. De esta manera respondía Pablo VI a
tal postura: «Es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos
encontrar personas, que queremos juzgar bien intencionadas pero que en realidad están desorientadas
en su espíritu, las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar
a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía
se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: “el que a vosotros desecha, a mí me
desecha” (Lc 10,16). ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más
hermoso testimonio dado en favor de Cristo es el de San Pablo: “amó a la Iglesia y se entregó por ella”
(Ef 5,25)?» (PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 16).
82
V. POSSENTI, «La vera missione della Chiesa nasce della sua autentica autocoscienza», L’OR, 6-
7/8/1984, 5.
83
Cf. infra, 5.5.2.
34 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Superando las tensiones internas que se han podido crear aquí y allá, venciendo las
tentaciones de acomodarse a los gustos y costumbres del mundo, así como a las
seducciones del aplauso fácil, unidos con el único vínculo del amor que debe informar la
vida íntima de la Iglesia, como también las formas externas de su disciplina, los fieles
deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: “Estad siempre
prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1Pe 3,15)84.
Son emblemáticas las palabras que por su parte San Juan Pablo II (1978-2005)
pronunció en tierras latinoamericanas durante su primer viaje apostólico, al inaugurar la
III Conferencia General del Episcopado en Puebla de los Ángeles:
La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la
época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es
también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y
destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores
humanos conculcados como jamás lo fueron antes85.
Si bien este diagnóstico del Santo Padre está referido a la situación del ser humano, no
debe pasarse por alto que el propio Papa Wojtyla se había detenido unos párrafos antes
a señalar que existía «un cierto malestar respecto de la interpretación misma de la
naturaleza y misión de la Iglesia. Se alude, por ejemplo, a la separación que algunos
establecen entre Iglesia y Reino de Dios», como también «una actitud de desconfianza
hacia la Iglesia “institucional” u “oficial”, calificada como alienante, a la que se
opondría otra Iglesia popular “que nace del pueblo” y se concreta en los pobres»86.
Muchas de sus energías pastorales las dedicaría justamente a clarificar estas y otras
desviaciones doctrinales. Recuérdese, por ejemplo, sólo como muestra, su amplio
magisterio sobre la teología de la liberación marxista, corriente que no es sino una
manifestación más del problema que venimos analizando: la pérdida de conciencia
eclesial. Y, desde el ámbito propositivo, entre muchos otros indicativos encontramos
los temas que fue eligiendo para las Asambleas Ordinarias del Sínodo de los Obispos
—dedicadas a la familia cristiana (1980), la vocación y misión de los laicos (1987), la
formación de los sacerdotes (1990), la vida consagrada (1994) y los obispos (2001),
junto con sus correspondientes exhortaciones apostólicas—, en los que se evidencia su
esfuerzo por consolidar y fortalecer la identidad de cada uno de los estamentos
eclesiales a fin de que cada quien pueda también asumir con más bríos su vocación y
misión87. No otro fue el objetivo del programa de la “nueva evangelización” —verdadero
emblema de su pontificado—, que con tanto ímpetu promovió y que, según él mismo
explicaba en su encíclica misionera, fue diseñado pensando en la situación que se da

84
JUAN PABLO I, Radiomensaje “Urbi et Orbi”, 27/8/1978.
85
SAN JUAN PABLO II, Discurso inaugural de Puebla, 28/1/1979, I,9.
86
SAN JUAN PABLO II, Discurso inaugural de Puebla, 28/1/1979, I,8. Ante ello, en consonancia con lo
intuido por la Ecclesiam Suam, proclama con firmeza que «no hay garantía de una acción
evangelizadora seria y vigorosa, sin una eclesiología bien cimentada. […] Por eso una visión correcta
de la Iglesia es fase indispensable para una justa visión de la evangelización» (ibid., I,7).
87
A manera de síntesis de ese esfuerzo recogemos este pasaje de su carta apostólica Novo millennio
ineunte: «Es necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos los bautizados y confirmados
a tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial» (6/1/2001, n. 46).
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 35

«especialmente en los países de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias
más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o
incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia
alejada de Cristo y de su Evangelio»88.
En clara continuidad con los diagnósticos y las propuestas de su predecesor,
Benedicto XVI (2005-2013) reafirmó su compromiso con la nueva evangelización. Por
ello, entre otras iniciativas, instituyó un Consejo Pontificio expresamente dedicado a su
promoción, haciendo notar en su acta de fundación que, «en nuestro tiempo, uno de sus
rasgos singulares ha sido afrontar el fenómeno del alejamiento de la fe, que se ha ido
manifestando progresivamente en sociedades y culturas que desde hace siglos estaban
impregnadas del Evangelio»89. No se le escapaba al Papa Ratzinger que «la misión de la
Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su
soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad,
el derecho de Dios sobre lo que le pertenece, es decir, nuestra vida»90. En ese contexto
se entiende su invitación a celebrar un Año de la Fe —entre octubre del 2012 y
noviembre del 2013—, cuya convocatoria buscaba nuevamente hacer frente a esa
pérdida de densidad cristiana que percibía en cada vez más creyentes. Según
manifestaba entonces con realismo, «mientras que en el pasado era posible reconocer un
tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a
los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la
sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas». Es más,
según añadía en esa misma ocasión, «sucede hoy con frecuencia que los cristianos se
preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su
compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto
obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino
que incluso con frecuencia es negado»91. No por casualidad los temas que él escogió
para las Asambleas Sinodales se centraron en aspectos esenciales de la fe, cuyas
principales verdades era necesario recordar y reafirmar: «La Eucaristía: fuente y cumbre
de la vida y de la misión de la Iglesia» (2005), «La Palabra de Dios en la vida y en la
misión de la Iglesia» (2008) y «La nueva evangelización para la trasmisión de la fe
cristiana» (2012). Una mención especial merecen sus esfuerzos por impulsar una

88
SAN JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio, 7/12/1990, 36.
89
BENEDICTO XVI, Carta apostólica Ubicumque et semper, 21/9/2010. Allí mismo recoge dos textos de
sus antecesores que abonan en la dirección que estamos apuntando. Por un lado, «Pablo VI observaba
con clarividencia que el compromiso de la evangelización “se está volviendo cada vez más necesario, a
causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de
personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana […]” (Evangelii
nuntiandi, 52)». Y, por el otro, «Juan Pablo II puso esta ardua tarea como uno de los ejes su vasto
magisterio […]. Baste recordar lo que se afirmaba en la exhortación postsinodal Christifideles laici:
“Enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y
capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e
incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del
indiferentismo, del laicismo y del ateísmo […]” (n. 34)» (ibid.).
90
BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa para la nueva evangelización, 16/10/2011.
91
BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta fidei, 11/10/2011.
36 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

reforma litúrgica que en algunos aspectos se ha alejado de su verdadera esencia y que es


necesario reencaminar en consonancia con su realidad mistérica y con la Tradición viva
de la Iglesia92.
Llegamos así al actual Obispo de Roma, el Papa Francisco (2013- ). Es conocida
su cercanía espiritual con Pablo VI, por lo que también resulta natural encontrar una
afinidad entre sus propuestas pastorales. En la exhortación apostólica Evangelii
gaudium, que de alguna manera puede ser considerada como su texto programático,
señala con meridiana claridad: «Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales,
incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios
personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero
apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad». Declaración que
luego redondea concluyendo: «Así, pueden advertirse en muchos agentes
evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de
identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí»93. En efecto,
el espíritu de aislamiento e independencia, tan comunes en nuestro tiempo, atentan
contra uno de los elementos fundantes de nuestro ser cristianos: la pertenencia a la
Iglesia. Por ello, intentando dilatar el espíritu eclesial en sus miembros, en su encíclica
Lumen fidei había ya enfatizado que

92
Entre otros muchos pronunciamientos al respecto, cf. BENEDICTO XVI, Discurso al Instituto Litúrgico
Pontificio San Anselmo, 6/5/2011: «La liturgia de la Iglesia va más allá de la misma “reforma
conciliar”, que, de hecho, no tenía como finalidad principal cambiar los ritos y los textos, sino más
bien renovar la mentalidad y poner en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del
misterio pascual de Cristo. Por desgracia, quizás también nosotros, pastores y expertos, tomamos la
liturgia más como un objeto por reformar que como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana». Y
también su Carta con ocasión del centenario del Instituto Pontificio de Música Sacra, 13/5/2011:
«Pero tenemos que preguntarnos siempre de nuevo: ¿quién es el auténtico sujeto de la liturgia? La
respuesta es sencilla: la Iglesia. No es el individuo o el grupo que celebra la liturgia, sino que ésta es
ante todo acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad.
La liturgia, y en consecuencia la música sacra, “vive de una relación correcta y constante entre sana
traditio y legitima progressio”, teniendo siempre muy presente que estos dos conceptos —que los
padres conciliares claramente subrayaban— se integran mutuamente porque “la tradición es una
realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso”».
93
FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24/11/2013, 78. En los dos numerales
siguientes explica el Santo Padre con mayor detalle estos problemas, sus causas y sus secuelas: «La
cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia
el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes
pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su
identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son
felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y
esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser
como todos y por tener lo que poseen los demás» (ibid., n. 79). «Se desarrolla en los agentes
pastorales, […] un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones
más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como
si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran,
trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran» (ibid., n. 80). Cf. también ibid., nn.
102, 144, 235, 247, 251, 253, 268 y 269.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 37

la persona vive siempre en relación. Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se


ensancha en el encuentro con otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma
autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido: en primer
lugar nuestros padres, que nos han dado la vida y el nombre. […] El conocimiento de uno
mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande94.
Y por ello también en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate insiste en que el
Señor «ha salvado a un pueblo», y en que «no existe identidad plena sin pertenencia a
un pueblo»95. Es sabido, por otro lado, que uno de los sellos distintivos de su
pontificado es su insistencia en pedir que la Iglesia esté siempre en salida, que no se
encierre en sí misma, sino que llegue a las “periferias existenciales” y cultive una
actitud de diálogo incluso con quienes pertenecen a otros credos o simplemente no son
creyentes. Pero esa insistencia no le hace olvidar que «para dialogar son necesarias dos
cosas: la propia identidad como punto de partida y la empatía con los demás. Si yo no
estoy seguro de mi identidad y voy a dialogar, termino por canjear mi fe. No se puede
dialogar si no es partiendo de la propia identidad; y la empatía, es decir, no condenar a
priori»96.
Otro indicador que posee gran fineza para percibir el pulso eclesial lo constituyen
los documentos que emana la Congregación para la Doctrina de la Fe en su servicio de
velar por conservar puro e íntegro el depósito sagrado. En una mirada a los textos
publicados recientemente sorprende descubrir tantos referidos a temas que conciernen
ya sea al ser y misión de la Iglesia97 o a aspectos fundamentales de su vida —como el
primado petrino, la oración y la meditación, la actividad teológica98—, ya a problemas

94
FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei, 29/6/2013, 38.
95
FRANCISCO, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 19/3/2018, 6. Cf. también ibid., n. 153.
96
FRANCISCO, Discurso en el encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Caserta, 26/7/2014. Allí
mismo recomienda: «Hay que leer en la Ecclesiam suam la doctrina sobre el diálogo, que luego
repitieron los demás Papas». Unos meses antes, refiriéndose al tiempo del Vaticano II y de la aparición
de la Ecclesiam Suam, había dicho: «Desde el principio era claro que dicho diálogo no implicaba
relativizar la fe cristiana, o dejar a un lado el anhelo, que anida en el corazón de todo discípulo, de
anunciar a todos la alegría del encuentro con Cristo y su llamada universal. Por lo demás, el diálogo
sólo es posible a partir de la propia identidad» (Mensaje con motivo del 50 aniversario de fundación
del organismo para el diálogo con las religiones, 19/5/2014).
97
Cf., p.ej., CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre la doctrina católica acerca
de la Iglesia para defenderla de algunos errores actuales «Mysterium Ecclesiae», 24/6/1973: AAS 65
(1973), 396-408; Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” «Libertatis
nuntius», 6/8/1984: AAS 76 (1984), 876-909; Instrucción sobre libertad cristiana y liberación
«Libertatis conscientia», 22/3/1986: AAS 79 (1987), 554-599; Observaciones acerca del documento de
la ARCIC II «La salvación y la Iglesia», 18/11/1988: L’OR, 20/11/1988, 8; Carta a los obispos de la
Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión «Communionis
notio», 28/5/1992: AAS 85 (1993), 838-850; Nota sobre la expresión «Iglesias hermanas», 30/6/2000:
L’OR, 28/10/2000, 6; Declaración sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la
Iglesia «Dominus Iesus», 6/8/2000: AAS 92 (2000), 742-765; Respuestas a algunas preguntas acerca
de ciertos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia, 29/6/2007: AAS 99 (2007), 604-608; Nota doctrinal
acerca de algunos aspectos de la evangelización, 3/12/2007: AAS 100 (2008), 489-504; Carta «Placuit
Deo» a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, 22/2/2018.
98
Cf., p.ej., CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos de la Iglesia católica
sobre algunos aspectos de la meditación cristiana «Orationis formas», 15/10/1989: AAS 82 (1990),
38 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

respecto a las vocaciones específicas de algunos de sus miembros99 o a escritos


eclesiológicos de ciertos teólogos100. Ello nos habla de un número equivalente de
situaciones problemáticas y desviaciones que tienen como denominador común el
oscurecimiento de la conciencia eclesial. Por mencionar sólo uno de ellos, así resume la
declaración Dominus Iesus el panorama teológico que tiene en frente y al que busca
iluminar, un panorama en el que se ponen en duda o se cuestionan artículos esenciales
de la fe:
El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo
relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de
iure (o de principio). En consecuencia, se retienen superadas, por ejemplo, verdades tales
como el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo, la naturaleza de la fe
cristiana con respecto a la creencia en las otra religiones, el carácter inspirado de los libros
de la Sagrada Escritura, la unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret, la
unidad entre la economía del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, la unicidad y la
universalidad salvífica del misterio de Jesucristo, la mediación salvífica universal de la
Iglesia, la inseparabilidad —aun en la distinción— entre el Reino de Dios, el Reino de
Cristo y la Iglesia, la subsistencia en la Iglesia católica de la única Iglesia de Cristo101.
Finalmente, para terminar de delinear el cuadro de la situación eclesial
contemporánea queremos recoger el testimonio de dos instrumentos catequéticos que,
con su sensibilidad pastoral, han sabido percibir el ambiente que nos envuelve. En
primer lugar, el Catecismo católico para adultos que en 1985 redactara la Conferencia
Episcopal Alemana. Aunque su notoriedad disminuyera con la posterior aparición del
Catecismo de la Iglesia Católica, continúan vigentes sus sugerentes observaciones y
enseñanzas. En él los obispos germanos apuntan que «posiblemente, ninguna otra
afirmación de la fe suscita tanta incomprensión, oposición, e incluso hostilidad» como
la que confiesa que el Espíritu de Jesucristo actúa en la Iglesia y por medio de ella. Y

362-379; Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo «Donum veritatis», 24/5/1990: AAS 82
(1990), 1550-1570; Consideraciones sobre «El Primado del sucesor de Pedro en el misterio de la
Iglesia», 31/10/1998: L’OR, 31/10/1998, 7.
99
Cf., p.ej., CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración acerca de la cuestión de la
admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial «Inter insigniores», 15/10/1976: AAS 69 (1977), 98-
116; Respuesta acerca de la doctrina de la Carta apostólica «Ordinatio sacerdotalis», 28/10/1995:
AAS 87 (1995), 1114; Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta
de los católicos en la vida política, 24/11/2002: AAS 96 (2004), 359-370.
100
Cf., p.ej., CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración referente a dos libros del
profesor Hans Küng: «Die Kirche» («La Iglesia») y «Unfehlbar? Eine Anfrage» («¿Infalible?, Una
pregunta»), 15/2/1975: AAS 67 (1975), 203-204; Carta al P. Edward Schillebeeckx referente a su
libro «Kerkelijk Ambt» («El ministerio en la Iglesia», 1980), 13/6/1984: AAS 77 (1985), 994-997;
Notificación sobre el volumen «Iglesia: Carisma y poder. Ensayo de Eclesiología militante» del P.
Leonardo Boff, O.F.M., 11/3/1985: AAS 77 (1985), 756-762; Notificación sobre el libro «Pleidooi
voor mensen in de Kerk» (Nelissen, Baarn 1985) del Prof. Edward Schillebeeckx, O.P., 15/9/1986:
AAS 79 (1987), 221-223; Notificación a propósito del libro del Rvdo. P. Jacques Dupuis, S.J. «Hacia
una teología cristiana del pluralismo religioso», 24/1/2001: L’OR, 26-27/2/2001, 11.
101
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre la unicidad y la universalidad
salvífica de Jesucristo y de la Iglesia «Dominus Iesus», 6/8/2000, 4. Cf. J. RATZINGER, «Sobre la
situación actual de la fe y la teología», L’OR, 1/11/1996, 4-6.
EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA 39

añaden: «Son incluso muchos los católicos practicantes que tienen dificultades con la
Iglesia. No pocos dicen: “¡Jesús, sí; la Iglesia, no!”»102.
Y, en segundo término, el Directorio general para la catequesis que en 1997
publicó la Congregación para el Clero. Allí, luego de ofrecer una descripción de la
situación religioso-moral de la cultura contemporánea y de constatar que «ante el
panorama religioso actual, se hace necesario que los hijos de la Iglesia verifiquen: “¿en
qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo
ético?”», se retrata la situación en la que se encuentran los discípulos de Cristo: «Un
primer grupo está constituido por el “gran número de personas que recibieron el
bautismo pero viven al margen de toda vida cristiana”. Se trata, en efecto, de una
muchedumbre de cristianos “no practicantes”, aunque en el fondo del corazón de
muchos el sentimiento religioso no haya desaparecido del todo». Junto a ellos están las
personas sencillas, «que se expresan a menudo con sentimientos religiosos muy sinceros
y con una “religiosidad popular” muy arraigada. Tienen una cierta fe, “pero conocen
poco los fundamentos de la misma”»103. También nos topamos con aquellos que han
recibido una formación religiosa en su infancia, pero no han sabido actualizarla y
hacerla madurar. Por último, existe «un cierto número de bautizados que,
lamentablemente, ocultan su identidad cristiana, sea por una forma de diálogo
interreligioso mal entendida, sea por una cierta reticencia a dar testimonio de su fe en
Jesucristo en la sociedad contemporánea»104. La exposición introductoria del Directorio
hace ver otro dato relevante que se debe considerar a la hora de llevar a cabo la
catequesis, y es que, a pesar del desarrollo tan amplio y profundo que se ha dado en las
últimas décadas en el campo eclesiológico, «se ha debilitado el sentido de pertenencia
eclesial; se constata, con frecuencia, una “desafección hacia la Iglesia”; se la contempla,
muchas veces, de forma unilateral, como mera institución, privada de su misterio».
Frente a ello propone «promover y ahondar una auténtica eclesiología de comunión, a
fin de generar en los cristianos una sólida espiritualidad eclesial»105.
Todos estos signos que hemos repasado muestran con claridad que el
oscurecimiento de la conciencia eclesial y el desdibujamiento de la identidad en los
hijos de la Iglesia no es sólo una dificultad del pasado, sino que conserva una
apremiante actualidad en el hoy de la vida y misión de la Iglesia. Es éste un problema
que percibió G.B. Montini – Pablo VI en la realidad eclesial de su tiempo y al que buscó
responder con su encíclica Ecclesiam Suam, especialmente con lo expuesto en su primer
capítulo sobre «La conciencia». Es éste también el panorama que hoy se le presenta a la
comunidad de los creyentes como uno de sus más graves desafíos.

102
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Catecismo católico para adultos, III,2,1, p. 279. Son interesantes
también los párrafos en los que explica tanto las principales objeciones que existen hoy en día contra
la Iglesia como las posibles respuestas que un católico puede formular a esas acusaciones (cf. ibid.,
pp. 279-280).
103
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, 15/8/1997, n. 25.
104
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, 15/8/1997, n. 26.
105
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, 15/8/1997, n. 28.
CAPÍTULO 2

CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO PREVIO A


LA PUBLICACIÓN DE LA ENCÍCLICA ECCLESIAM SUAM

2.1. «El siglo de la Iglesia»


Pocos campos de la teología han experimentado un desarrollo tan importante en los
últimos tiempos como la eclesiología. Ya a comienzos del siglo XX, en 1921, Romano
Guardini constataba admirado, con esa sentencia que se ha convertido en proverbial,
que «un acontecimiento religioso de alcance trascendental ha hecho su aparición: la
Iglesia despierta en las almas»1. Por esos años, en 1924, Gertrud von Le Fort componía
sus famosos Himnos a la Iglesia2. Y un poco más tarde, en 1926, el obispo luterano Otto
Dibelius se refería al «siglo de la Iglesia»3. En efecto, como estos testimonios anunciaban
proféticamente y una mirada retrospectiva lo confirma, los últimos cien años han visto un
despliegue sin precedentes en el ámbito de la eclesiología4. Ello ha sido así no sólo por la

1
R. GUARDINI, Sentido de la Iglesia, 23.
2
G. VON LE FORT, Hymnen an die Kirche, München 1924 [trad. cast.: Himnos a la Iglesia, Madrid 1949].
3
Tal es el título de un libro suyo: Das Jahrhundert der Kirche, Berlin 1926.
4
Así lo destacaba Pablo VI en la misma Ecclesiam Suam: «Demasiado largo sería aun el solo indicar la
abundancia de la literatura teológica que tiene por objeto la Iglesia y que ha brotado de su seno en el
siglo pasado y en el nuestro. Demasiado largo igualmente sería enumerar los documentos que el
episcopado católico y esta Sede Apostólica han publicado sobre tema de tanta amplitud y de tanta
importancia» (ES 24). E incluso añadía: «Nos queremos tributar un vivo elogio a los hombres de estudio
que especialmente en los últimos años han dedicado, con perfecta docilidad al magisterio católico y con
genial capacidad de investigación y de expresión, al estudio eclesiológico laboriosas, abundantes y
fructuosas fatigas, y que en las escuelas teológicas, en la discusión científica y literaria, en la apología y
en la divulgación doctrinal, e igualmente en la asistencia espiritual a las almas de los fieles y en las
conversaciones con los hermanos separados, han ofrecido múltiples aclaraciones de la doctrina sobre la
Iglesia» (ES 26). Unos años antes, en 1957, cuando era Arzobispo de Milán, el entonces Cardenal
Montini había hecho notar: «Esta reflexión sobre el misterio de la Iglesia se convierte en el argumento
central en torno al cual se concentra no solamente el estudio de la teología moderna, sino el espíritu
religioso de nuestra generación» (G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 18).
Poco después, en 1960, añadía: «L’idea di Chiesa, dico, guadagna, suscitando un interesse nuovo negli
spiriti religiosi, i quali, da un lato, vengono delineando la teologia della Chiesa con studi nuovi ed
approfonditi, quali non si erano ancora madurati durante la secolare elaborazione dottrinale cattolica, e
dall’altro si accorgono che la Chiesa, abitualmente considerata soltanto nel suo aspetto esteriore, storico
42 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

celebración entre 1962 y 1965 del Concilio Vaticano II —un Concilio netamente
eclesiológico5—, sino también por la gran cantidad de estudios que lo antecedieron,
preparando sus reflexiones, y por las innumerables propuestas que han surgido como
plasmación de sus enseñanzas. No ha sido, por lo demás, un fenómeno que se ha
restringido al terreno de la dogmática: «escrituristas, teólogos, canonistas, historiadores,
sociólogos, liturgistas, pastoralistas, cada cual en su ambiente, se han esforzado por aclarar
el misterio de la Iglesia»6. Tampoco se ha tratado de un acontecimiento meramente
intelectual, pues nos encontramos con muchos «hombres que no escribieron tratados de
eclesiología, pero sintieron intensamente el misterio de la Iglesia y crearon un movimiento
de conciencia eclesial»7.
El impulso que el Vaticano II supuso para la eclesiología ha seguido dando frutos y
han continuado multiplicándose los estudios en este campo. A ello se ha sumado, como
una confirmación de la Providencia, el significativo aporte que los últimos Pontífices han
realizado, y no sólo por su búsqueda de una aplicación fiel de la enseñanza conciliar, sino
también por haber sido ellos mismos grandes estudiosos de la Iglesia. Ahí están, por
ejemplo, el Papa Pablo VI, con su encíclica programática Ecclesiam Suam que estamos
estudiando, y quien fuera «uno de los grandes especialistas en temas eclesiales que ha
conocido nuestro tiempo»8; San Juan Pablo II, con su tan vasto como rico magisterio9;

e sociale, è anche un meraviglioso regno di interiorità» (G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è»,
10/11/1960, en DsC, 106). E incluso unos meses antes de ser elevado a la Cátedra de Pedro apuntará que
la reflexión en torno al «misterio della Chiesa» es la «corrente più agitata e più viva del pensiero
religioso contemporaneo e degli studi teologici più appassionati e progrediti» (G.B. MONTINI, «I Concilî
nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 221).
5
En la clausura de la cuarta y última sesión conciliar, el Papa Pablo VI señalaba: «Se dirá que el
Concilio, más que de verdades divinas, se ha ocupado principalmente de la Iglesia, de su naturaleza, de
su composición, de su vocación ecuménica, de su actividad apostólica y misionera» (PABLO VI,
Discurso en la última sesión pública del Concilio Vaticano II, 7/12/1965). El propio San Juan XXIII, a
la hora de definir las tareas de la Asamblea conciliar, anotaba que debía «recordar más y más cuál es la
íntima naturaleza de la Iglesia, cuáles sus deberes y sus fines» (SAN JUAN XXIII, Appropinquante
Concilio, 6/8/1962: AAS 54 [1962], 610). Y Karl Rahner, S.J., quien como teólogo del Concilio fuera
testigo privilegiado de aquellas jornadas, confirmaba por esos años: «Este Concilio ha sido un Concilio
de la Iglesia sobre la Iglesia. Un Concilio de la eclesiología en una concentración tal de temas como
hasta ahora en ningún otro Concilio [...]. En este Concilio la Iglesia ha sido no sólo el sujeto, sino
también el objeto de la exposición conciliar; este Concilio ha sido el Concilio de la reflexión de la
Iglesia sobre su propia autocompresión» (K. RAHNER, «Das neue Bild der Kirche» [«La nueva imagen
de la Iglesia»], Geist und Leben 39 [1966], 4-5).
6
U. DOMÍNGUEZ DEL VAL, «La eclesiología en los últimos años (1950-1964). Orientaciones
bibliográficas», Salmanticensis 12 (1965), 319.
7
J.M. MARTÍN PATINO, «Vaticano II, meditación de la Iglesia», Sal Terrae 10 (1964), 530.
8
C. CALDERÓN, «Semblanza de Pablo VI», en INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente
de Pablo VI, 93.
9
Recuérdense, sólo a manera de ejemplo, las catequesis dedicadas a la identidad y misión de la Iglesia
que impartió durante las audiencias generales entre el 10/7/1991 y el 30/8/1995, su última encíclica
Ecclesia de Eucharistia (17/4/2003), o los Sínodos de los Obispos dedicados a cada uno de los
estamentos de la Iglesia con sus correspondientes exhortaciones apostólicas: Pastores gregis
(16/10/2003), Pastores dabo vobis (25/3/1992), Vita consecrata (25/3/1996) y Christifideles laici
(30/12/1988).
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 43

Benedicto XVI, que contaba con una abundante obra eclesiológica previa 10 y que a lo
largo de su pontificado ha ofrecido importantes enseñanzas sobre la Iglesia11; y el Papa
Francisco, que con sus exhortaciones apostólicas Evangelii gaudium (2013) y Gaudete
et exsultate (2018) ha querido renovar tanto el ardor apostólico como el llamado a la
santidad en la comunidad eclesial12. Todo esto nos habla de una moción del Espíritu que
hemos de acoger y ahondar.
Para comprender adecuadamente este desarrollo es preciso hacer un breve repaso
histórico, ya que
la reflexión teológica no es una reflexión de gabinete, o puramente académica. Se nutre
siempre de algo dado: la vida práctica de la Iglesia. Esto, que es válido en todos los
sectores de la teología, lo es, especialmente, en eclesiología. Aunque los autores no sean
plenamente conscientes de ello, su quehacer intelectual está más o menos determinado por
la situación de la Iglesia en la que están insertos, si no ya comprometidos13.
Esta mirada nos permitirá asimismo entender mejor desde sus raíces el contexto
histórico y teológico en el que surgió la encíclica Ecclesiam Suam.

2.2. Revisión histórica


Hasta el siglo XIII, aproximadamente, el estudio de la Iglesia se realizaba junto con
los demás misterios de la fe, de modo privilegiado dentro de la cristología o la
pneumatología, o en el contexto de explicaciones escriturísticas. Así, por ejemplo, para
los Padres, la Iglesia era ante todo una experiencia vivida, no un objeto de estudio
sistemático. Ello, sin embargo, no significa que no poseyeran «una conciencia viva,
clara y precisa de lo que es la Iglesia. Más bien habría que concluir lo contrario: hasta
tal punto la Iglesia está presente en toda su reflexión que resultaba superfluo un
tratamiento particular sobre ella»14, y en sus escritos se encuentran abundantes páginas
dedicadas a la comunidad de los creyentes15.

10
Cf., entre otras, J. RATZINGER, Pueblo y Casa de Dios en la doctrina de San Agustín sobre la Iglesia
[1954], El nuevo Pueblo de Dios [1969], Iglesia, ecumenismo y política [1987], La Iglesia, una comunidad
siempre en camino [1991], Convocados en el camino de la fe. La Iglesia como comunión [2002].
11
De las muchísimas que se podrían destacar, mencionamos sólo sus primeras catequesis durante las
audiencias generales de los miércoles, del 15/3/2006 al 13/4/2011, que estuvieron consagradas a la
exposición de la Iglesia en la historia.
12
Téngase en cuenta, asimismo, el ciclo de 15 catequesis sobre la Iglesia que desarrolló del 18/6/2014 al
26/11/2014.
13
J. FRISQUE, «La eclesiología en el siglo XX», en H. VORGRIMLER – R. VANDER GUCHT, ed., La teología
en el siglo XX, III. Disciplinas teológicas: dogma, moral, pastoral, 163. A ello se refería Pablo VI al
señalar en la Ecclesiam Suam: «No puede la Iglesia permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios
del mundo circunstante. Por mil vías éste influye y pone condiciones al comportamiento práctico de la
Iglesia. Ésta, como todos saben, no está separada del mundo, sino que vive en él. Por esto los
miembros de la Iglesia sufren su influencia, respiran su cultura, aceptan sus leyes, se apropian sus
maneras de proceder» (ES 37).
14
E. BUENO DE LA FUENTE, Eclesiología, 4. En palabras del Cardenal Montini, «in passato l’idea della
Chiesa era più vissuta che pensata» (G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en
DsC, 221). Debido a los diferentes problemas que hubo de enfrentar, en tiempos del Concilio de Nicea
(325) «la Chiesa non ha ancora un pensiero completo e riflesso su se stessa; e passeranno altri secoli
prima che questo pensiero si formi in modo organico e scientifico. Intanto dalla vita stessa della Chiesa
44 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Tampoco en tiempos de la Escolástica se vio la necesidad de una reflexión


sistemática y autónoma sobre la Iglesia, pues su comprensión y vivencia eran
extendidas, y no se percibía amenazada por ningún peligro. Es más, la doctrina sobre la
Iglesia era rica y fecunda, siempre en conexión con los demás misterios de la fe y en
continuidad con la patrística. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), por ejemplo, abordó
los temas eclesiológicos no sólo en la cuestión 8 de la III parte de su Summa
Theologiae, sino de manera transversal en todos sus escritos16.
Los primeros tratados independientes de eclesiología surgen recién hacia el siglo XIV,
motivados sobre todo por la necesidad de defender la doctrina eclesial de las
distorsiones propuestas en ese entonces por las teorías regalistas y conciliaristas, en el
clima de oposición surgido entre el poder temporal y el poder eclesiástico. Ello les dio
un tono un tanto apologético y polémico, centrándose por necesidad en la justificación
de la jerarquía y en la explicación de la naturaleza y extensión de la potestad del
Romano Pontífice17.
Unos años más tarde se hubo de hacer frente a un nuevo desafío. Esta vez fueron el
movimiento llamado de los “espirituales” formado por algunos representantes del
franciscanismo, los fratres zelantes y las posturas también espiritualistas de autores
como Guillermo de Ockham (1285-1347), John Wycliff (1320-1384) y Jan Hus (1370-
1415), quienes pretendían una Iglesia libre de toda posesión material e incluso de
ministerios, y propugnaban una comunidad de individualidades, sin vínculo entre sí,
únicamente perceptible por medio de la fe. Así, pues, nuevamente los tratados de
eclesiología hubieron de orientarse a reafirmar las dimensiones visibles e institucionales
de la Iglesia, en desmedro de las interiores y espirituales, que tanto habían concitado la
atención de los Padres y de la Escolástica18. De modo que, forzados por las
circunstancias, en este tiempo «más que de una eclesiología, podría hablarse de una
jerarquilogía, o sea, de tratados apologéticos sobre la potestad jerárquica y sobre la
potestad papal»19.

scaturisce la sua dottrina e la sua legge» (G.B. MONTINI, «Sant’Ambrogio e il suo amore alla Chiesa»,
7/12/1958, en DsMS, 223; DSM II 2460).
15
Cf. infra, 3.2.3.
16
Como hace notar el P. Congar, «en realidad todo el pensamiento de Santo Tomás es eclesiológico [...].
De suerte que yo me pregunto si Santo Tomás no ha escrito ningún tratado separado de la Iglesia, con
toda la intención, considerando que la Iglesia está presente en cada una de las partes de la teología»
(Y.-M. CONGAR, Ensayos sobre el misterio de la Iglesia, 87). Cf. infra, 3.2.4.
17
Aunque no es propiamente un estudio de teología dogmática, suele considerarse el De regimine
christiano (c. 1302) de Giacomo de Viterbo como el primer tratado de eclesiología. Por la misma
época surgieron: De potestate Papae (1301), de Enrique de Cremona; De ecclesiastica sive de Summi
Pontificis potestate (1302), de Egidio Romano; y la Summa de ecclesiastica potestate (1320), de
Agostino de Ancona, entre varios otros.
18
De este tiempo son, p.ej., el Doctrinale antiquitatum fidei Ecclesiae catholicae adversus Wicleffitas et
Hussitas (1415-1429), de Tomás Netter de Walden; el manuscrito inédito Tractatus de Ecclesia (c.
1441), de Juan de Ragusa, O.P.; y la Summa de Ecclesia (1489), del Cardenal español Juan de
Torquemada, entre otros.
19
J. COLLANTES, La Iglesia de la Palabra, I, 45.
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 45

A ello se sumaron, a inicios del siglo XV, las desviaciones en la concepción de la


Iglesia del protestantismo, lo que acentuó aún más la orientación apologética que hasta
entonces había marcado ya a la eclesiología. Ante el misterio de la Iglesia, una realidad
que es a la vez visible e invisible, la tendencia de autores como Martín Lutero (1483-1546),
Juan Calvino (1509-1564), Philipp Melanchton (1497-1560) y Enrique VIII (1491-1547)
fue la de acentuar desmedidamente la dimensión interna o espiritual de la Iglesia, en
oposición a la Iglesia visible o institucional, a la que acusaban de haber asumido una
forma exageradamente jurídica e incluso política. Con ello se cuestionaba asimismo la
legitimidad del Romano Pontífice, de la jerarquía y de las estructuras visibles. Conocida
es la afirmación de la Confesión de Augsburgo en la que se señala que la Iglesia es la
«congregación de los santos, en la que se enseña puramente el Evangelio y se
administra rectamente los sacramentos»20. Es decir, se acepta la predicación de la
Palabra y los sacramentos, pero se deja de lado la Tradición y el ministerio jerárquico.
Como respuesta, los autores católicos de la época se vieron obligados, una vez más, a
subrayar la dimensión externa de la Iglesia, poniendo sobre aviso respecto a las posturas
que exaltaban desmedida y unilateralmente su dimensión carismática.
En ese contexto —había terminado hacía poco tiempo el Concilio de Trento (1545-
1563)— ha de entenderse la definición de la Iglesia propuesta por San Roberto
Bellarmino (1542-1621), que tanto influyera en los tratados De Ecclesia desde entonces:
«La Iglesia es la reunión de los hombres unidos por la profesión de la misma fe cristiana
y la participación en los mismos sacramentos, bajo el gobierno de los legítimos pastores
y, en especial, del único Vicario de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice»21. Como se
puede ver, ante el cuestionamiento protestante, Bellarmino busca legitimar el orden
externo de la Iglesia y debatir la concepción de una comunidad esencialmente invisible
y espiritual. Se echan de menos en esta definición, sin embargo, algunos elementos
substanciales de la Iglesia, como su origen trinitario, su relación con Cristo y con el
Espíritu Santo, su carácter histórico o las imágenes bíblicas que la ilustran. En tono
semejante se expresan por este tiempo Tomás de Vio Cayetano, O.P. (1469-1534),
Melchor Cano, O.P. (1509-1560), Alfonso Salmerón, S.J. (1515-1585) y otros grandes
teólogos de la época tridentina. Naturalmente ni Bellarmino ni los demás autores
pretenden negar los elementos antes mencionados ni mucho menos —aparecen
claramente mencionados en otros de sus escritos—, pero su preocupación apologética

20
«Congregatio sanctorum, in qua Evangelium pure docetur et recte administrantur sacramenta» (Editio
prínceps, 1531, art. 7).
21
«Coetus hominum eiusdem christianae fidei professione et eorundem sacramentorum communione
colligatus, sub regime legitimorum pastorum ac precipue unius Christi vicarii, Romani Pontificis»
(SAN ROBERTO BELLARMINO, Disputationes de controversiis christianae fidei adversus huius temporis
haereticos [1586-1593], t. II, lib. 3: «De Ecclesia militante», c. II, n. 9, ed. Cologne 1619, 108). A lo
que incluso añadía que «la Iglesia es una reunión de hombres tan visible y palpable como la
comunidad del pueblo romano, el reino de las Galias (Francia) o la república de Venecia» («Ecclesia
est coetus hominum ita visibilis et palpabilis ut est coetus populi Romani vel regnum Galliae aut Res
Publica Venetorum»; III,2).
46 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

termina relegándolos a un segundo plano, y «aquello que no se dice de manera expresa


corre fácilmente el peligro de ser considerado como inexistente»22.
Todos estos tratados eclesiológicos y el espíritu apologético que los animaba
prestaron sin duda un inestimable servicio a la fe, preservándola de las concepciones
erradas que sobre la Iglesia propugnaban las diferentes desviaciones heréticas de la
época. Pero, sin duda, ello no permitía una aproximación serena al depósito sagrado. Es
más, con el paso del tiempo, la reiterada acentuación de esta dimensión visible de
Iglesia y la actitud de recelo que suscitaba la sola mención de sus elementos invisibles,
podían hacer caer en el error opuesto, perdiendo de vista no sólo una concepción
equilibrada y completa a la Iglesia, sino también una aproximación a su misterio
integral, una visión unificada e integrada tanto de su dimensión visible como de su
dimensión invisible, como de hecho terminó sucediendo23. Ello, además, suponía
el peligro de que el cristiano particular concibiese la Iglesia como una organización
jurídica, que está frente a él, lo mismo que siente el aparato estatal como algo que se le
enfrenta. “La Iglesia” significaba ahora a los sacerdotes, obispos y Papa; pero el que cada
creyente estuviese penetrado de la corriente viva de esta Iglesia, que él mismo fuese una
pieza de la Iglesia, apenas si entraba en la conciencia del creyente particular24.
Esta situación, alimentada posteriormente por la Revolución Francesa (1789-1799)
y sus efectos, se mantuvo por largo tiempo, hasta que, a mediados del siglo XIX,
particularmente dentro del romanticismo católico alemán, comienzan a surgir
movimientos de renovación en todos los ámbitos de la teología, de manera especial en
la eclesiología, con una aproximación más vívida, mística e histórica, donde engarza el
impulso por un retorno a los Padres de la Iglesia25. Dos corrientes merecen destacarse:
en primer lugar, la Escuela de Tubinga, fundada por Johann Sebastian von Drey (1777-
1853) y con Johann Adam Möhler (1796-1838) como su más ilustre representante; y,
por otra parte, el Colegio Romano —lo que sería la futura Universidad Gregoriana—,
con Giovanni Perrone, S.J. (1794-1876), Carlo Passaglia, S.J. (1812-1887), Clemens
Schrader, S.J. (1820-1875), y el Cardenal Johannes Baptist Franzelin (1816-1886) como
algunos de sus exponentes. Junto a ellos es también valioso el aporte de la abadía
benedictina de Solesmes, en Francia, con Dom Prosper Guéranger (1805-1875), y la
contribución de autores como John Henry Newman (1801-1890), en Inglaterra, y

22
H. FRIES, «Cambios en la imagen de la Iglesia y desarrollo histórico-dogmático», en J. FEINER – M.
LÖHRER, ed., Mysterium salutis, IV/1. La Iglesia: el acontecimiento salvífico en la comunidad
cristiana, 269.
23
«Puede, efectivamente, suceder que, al rechazar una herejía, se pierda de vista el propósito legítimo y
perteneciente a la revelación que en ella alentaba, y que a ciertas formulaciones heréticamente
exageradas en un sentido se contrapongan formulaciones exageradas en el otro sentido; con otras
palabras: que a una verdad parcial se responda con otra verdad igualmente parcial. La teología católica
ha de tender siempre a predicar la verdad verdaderamente católica, es decir, la verdad total» (T.
SARTORY, «La Iglesia y las Iglesias», en J. FEINER, J. TRÜTSCH y F. BÖCKLE, ed., Panorama de la
teología actual, 423).
24
J. RATZINGER, «Origen y naturaleza de la Iglesia», en El nuevo Pueblo de Dios, 88.
25
Cf. S. JÁKI, Les tendances nouvelles de l’ecclésiologie, especialmente las pp. 19-79: «Les origines des
tendances actuelles de l’ecclésiologie».
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 47

Friedrich Pilgram (1819-1890), en Alemania. Todos estos autores reavivaron una


aproximación al misterio de la Iglesia en la que se daba espacio a sus dimensiones de
interioridad y de espíritu comunitario, destacando además su perspectiva histórica y
personalista. En el organismo vivo de la Iglesia encontraban cabida tanto la dimensión
espiritual y sobrenatural como su expresión externa y jurídica. En esa línea es muy
sugerente la definición de la Iglesia que nos ofrece Johann Adam Möhler, en la que
destaca asimismo su acento cristológico:
La Iglesia misma es la reconciliación de los hombres con Dios hecha realidad por obra de
Cristo; y justamente por estar reconciliados con Dios, se reconcilian entre sí por obra
también de Cristo y, por la caridad en Él, forman una unidad con Él y también entre sí y,
pues la forman, también la representan. Tal es la esencia íntima de la Iglesia católica. El
episcopado, la constitución jurídica de la Iglesia, es sólo la manifestación externa de esa
esencia, no la esencia misma, distinción sobre la que hay que insistir siempre26.
En ese clima de renovación se celebró el Concilio Vaticano I (1869-1870), que en
sus esquemas iniciales comenzó a asimilar las nuevas perspectivas eclesiológicas de
estas dos corrientes27. Sin embargo, por las razones históricas ya conocidas —el inicio
de la guerra franco-prusiana y la invasión de los Estados Pontificios por parte de las
tropas italianas—, hubo de ser suspendido inesperadamente, quedando inconcluso y
habiendo podido aprobarse solamente dos Constituciones dogmáticas: la Dei Filius
sobre la fe católica, y la Pastor aeternus sobre la Iglesia de Cristo, en la que se define el
primado y se declara el dogma de la infalibilidad del Romano Pontífice. Con ello, en la
práctica, y en contra de sus deseos, se terminó afirmando una vez más la dimensión
jerárquica e institucional de la Iglesia, retrocediendo en cierta medida los pasos que la
renovación de los últimos años había supuesto. Los esfuerzos del Papa León XIII que en
1896 publicó su encíclica Satis cognitum, sobre la naturaleza de la Iglesia, en algo
ayudaron a templar la aproximación, pero no fueron suficientes28.

2.3. El paradójico siglo XX


Llegamos así al siglo XX. Poco a poco, especialmente después de la Primera
Guerra Mundial (1914-1918), comienzan a surgir aires de renovación que alientan a
muchos teólogos a profundizar en el misterio de la Iglesia desde nuevas perspectivas,

26
J.A. MÖHLER, La unidad de la Iglesia, § 64,1. Cf., además, ID., Simbólica, § 36,5-9, pp. 383-386,
donde complementa esta definición. Es iluminador tener en cuenta la opinión que sobre este autor y su
libro tenía el Cardenal Montini en 1960: «Un grande apologista e teologo tedesco del secolo scorso
[XIX], se pure non sempre esatto e completo, ha avuto però in una sua celebre opera sull’unità della
Chiesa, una visione sublime, che legge nel passato e profetizza il futuro...» (G.B. MONTINI, «I Concilî
Ecumenici nella vita della Chiesa», 16/8/1960, en DsC, 148-149).
27
Resulta interesante notar que el primer esquema de la Constitución dogmática De Ecclesia Christi
presentado a los padres conciliares cita a Möhler a pie de página: «de quibus apud cl. Moehlerum, in
sua defensione symbolicae, contra dominum Baur Tubingensem § 80» (Mansi, vol. 51, col. 553).
28
Esta encíclica es una de las dos que menciona Pablo VI en la Ecclesiam Suam a la hora de reconocer
los importantes aportes del magisterio sobre temas eclesiológicos en el último siglo, documento que
nos ofrece, en palabras del Pontífice, una «amplia y luminosa doctrina sobre la divina institución por
medio de la cual Cristo continúa en el mundo su obra de salvación» (ES 24). Cf. infra, 3.1.,
especialmente las notas 3 y 6.
48 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

enfatizando sobre todo su dimensión interior. El gran impacto que la conflagración


bélica supuso removió las conciencias y, ante la insatisfacción que los modelos
tradicionales de aproximarse a la Iglesia producían, se percibe la necesidad de responder
de una manera renovada a las necesidades apremiantes del mundo. Por otro lado, «la
confianza en las instituciones establecidas, de cualquier naturaleza que sean, se ve
seriamente amenazada, mientras que los sufrimientos acumulados y vividos en común
hacen crecer en todas partes la exigencia de interioridad y autenticidad religiosas»29. Se
pone por eso el acento en los vínculos pneumatológicos y cristológicos de la Iglesia. Se
da también una profundización histórica, una vuelta a las fuentes, y se recurre a los
Padres de la Iglesia —particularmente a los griegos, aunque sin excluir naturalmente a
los latinos—, a quienes se lee con entusiasmo, y también, con creciente incidencia, a la
Sagrada Escritura. Al mismo tiempo se toma en consideración la religiosidad popular y
la vida litúrgica de la Iglesia, enriqueciendo notablemente las perspectivas. Comienzan
entonces a aparecer estudios eclesiológicos sugerentes que, recuperando el equilibrio, se
fijan de nuevo en la realidad invisible de la Iglesia, a la que ya no se ve tanto como una
sociedad o institución exterior, sino como un misterio del que todos los bautizados
formamos parte y que nos envuelve.
De esta época son las ya citadas palabras de Romano Guardini sobre el despertar de
la Iglesia en las almas. En consonancia con él, Henri de Lubac plantea que hacia el
comienzo del siglo XX se vive «un renacer» y «se anuncia ya la deseada primavera». En
su opinión, «no se trata de una simple agitación superficial», sino de un movimiento que
«brota de las profundidades de la conciencia católica»30. Y Joseph Ratzinger, por su
parte, califica este tiempo «como el comienzo de una nueva primavera, como nueva
marcha vigorosa y esperanzadora»31.
Comienzan entonces a consolidarse los brotes que desde hace algunos años se
venían dando en el ámbito del laicado, y hacia la segunda década del siglo XX se asiste
al nacimiento formal de la Acción Católica gracias al impulso del Papa Pío XI. Los
laicos van tomando conciencia de su propia identidad y del rol que les toca desempeñar
en el conjunto de la misión apostólica de la Iglesia.
Surgen también los primeros intentos de un acercamiento ecuménico, si bien
todavía lento y con no pocas resistencias. La presencia de un número significativo de
migrantes provenientes del Oriente, las experiencias comunes sufridas durante la Gran
Guerra por personas de todos los credos, así como la creciente reflexión en torno a la
catolicidad, entre otros factores, fueron favoreciendo el surgimiento de una todavía
tímida preocupación por el ecumenismo, que tendrá en las Conversaciones de Malinas
entre 1921 y 1925, patrocinadas sobre todo por el Cardenal D.J. Mercier, una de sus
primeras expresiones32.

29
J. FRISQUE, «La eclesiología en el siglo XX», en H. VORGRIMLER – R. VANDER GUCHT, ed., La teología
en el siglo XX, III. Disciplinas teológicas: dogma, moral, pastoral, 165.
30
H. DE LUBAC, Catolicismo, 225-226. Cf. Meditación sobre la Iglesia, 187.
31
J. RATZINGER, «Origen y naturaleza de la Iglesia», en El nuevo Pueblo de Dios, 88.
32
No faltarán, por cierto, las oportunas indicaciones del magisterio pontificio. Cf., p.ej., la encíclica
Mortalium animos (6/1/1928) del Papa Pío XI, «sobre la defensa de la verdad revelada por Jesús».
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 49

En cuanto a las categorías para comprender a la Iglesia, por esos años destacan los
trabajos de Émile Mersch, S.J. (1890-1940) y Sebastiaan Tromp, S.J. (1889-1975),
quienes, cada uno con sus matices, impulsan una visión de la Iglesia desde una
perspectiva cristocéntrica y, junto con otros teólogos, redescubren el concepto de
“Cuerpo Místico de Cristo” para referirse a ella, concepto que había prácticamente
desaparecido de la teología católica desde la revuelta protestante y que aún en tiempos
del Concilio Vaticano I suscitaba cierta resistencia por la carga de crítica a la dimensión
jerárquica de la Iglesia que podía portar33. Este movimiento tuvo su coronamiento
algunos años después con la encíclica Mystici Corporis de Pío XII (1943)34.
Paralelamente, sin embargo, habían venido desarrollándose algunas críticas serias
al concepto de “Cuerpo Místico”, de manera particular en el ámbito de la teología
alemana, suscitadas sobre todo porque este concepto podía llevar fácilmente a un
énfasis desmedido en el aspecto interior de la Iglesia en desmedro del exterior. En
algunos casos, además, la exagerada carga sobrenatural de la que ahora se dotaba a la
Iglesia llevaba a una imagen irreal que ciertamente contrastaba con las realidades
humanas que la marcan y que entonces se mostraban35. Erich Przywara, S.J. (1889-
1972), Ludwig Deimel (1900-1970), Johannes Beumer, S.J. (1901-1989), y sobre todo
Mannes Dominikus Koster, O.P. (1901-1981), entre otros, evidenciaron algunas de las
limitaciones y peligros que una eclesiología construida a partir del “Cuerpo Místico”
suponía, y presentaron el concepto de “Pueblo de Dios” como el que, en su opinión,
mejor se prestaba para una aproximación realista al misterio de la Iglesia. No se trataba,
ciertamente, de un retroceso a la época tridentina, sino de un nuevo movimiento que
buscaba en la Escritura y en la Tradición luces que permitieran ahondar en la
comprensión de la naturaleza de la Iglesia.
No eran éstas, por lo demás, las únicas categorías teológicas que atraían la atención
de los eclesiólogos. Al mismo tiempo aparecían otras aproximaciones, como por

33
Respecto a la cantidad de estudios dedicados al “Cuerpo Místico” en latín, francés e inglés, el P. Joseph
J. Bluett, S.J., concluía: «En 1920 empieza un período de extraordinario crecimiento. En la primera
mitad de la década de 1920 la cantidad de literatura sobre el particular iguala a la de los veinte años
anteriores; y en la segunda mitad la producción se duplicó. La primera mitad de la década de 1930 vio
una bibliografía cinco veces mayor que la de los años correspondientes de la década anterior. La cima
de la aceleración parece haber llegado en 1937. A partir de entonces continuó el incremento, pero a un
ritmo ya más moderado» (J.J. BLUETT, «The Mystical Body of Christ: [1890-1940]», Theological
Studies 3 [1942], n. 2, p. 262).
34
Una iluminadora síntesis de la evolución histórica del concepto “Cuerpo Místico” y una sugerente
valoración con importantes precisiones sobre la encíclica de Pío XII pueden encontrarse en J.
RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, 103-109 y 256-262. Resulta asimismo interesante tener en
cuenta la opinión que sobre esta carta tenía el Arzobispo Montini. Repasando el magisterio del Papa
Pacelli, apuntaba: «Vi è poi un ciclo di documenti riguardanti la Chiesa, non tanto considerata come
puro organismo sociale e giuridico, ma come comunità proveniente da Cristo e da Lui derivante le sue
misteriose ragioni di vita. Abbiamo cosí la grande lettera sul Corpo mistico che è la Chiesa, “Corporis
mystici quod est Ecclesia”: la dottrina su la Chiesa trova in essa una sua sintetica e autorevolissima
trattazione, e apre sia agli studi teologici, sia alle correnti spirituali un ampio e fecondissimo pascolo»
(G.B. MONTINI, «L’aspetto religioso del pontificato di Pio XII», 27/2/1956, NotIPVI 17 [1988], 30).
Cf. infra, 3.2.7, especialmente las notas 357-361.
35
En la Mystici Corporis, el Papa Pío XII alerta sobre algunos de estos peligros (cf. nn. 5, 8, 37-40).
50 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

ejemplo la que planteaba entender a la Iglesia como “sacramento” (mysterium), es decir


signo sensible y eficaz, propuesta que tenía en Otto Semmelroth, S.J. (1912-1979) y en
Karl Rahner, S.J. (1904-1984), cada uno con sus acentos propios, a sus más importantes
impulsores, y que tanta fortuna tendría luego en la eclesiología conciliar36. Este
concepto permitía armonizar de una manera equilibrada ambas realidades de la Iglesia,
tanto la visible —expresada en el signo— como la invisible —es decir, lo
simbolizado—, y en muchos casos encontró un complemento enriquecedor en la
“comunión”, categoría teológica tan querida por los Padres y desarrollada en esos años
por Henri de Lubac, S.J. (1896-1991), Yves Congar, O.P. (1904-1995), Charles Journet
(1891-1975), Jean Jérôme Hamer, O.P. (1916-1996) y Joseph Ratzinger (1927- ).
Sin embargo, coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945),
el clima de optimismo y de entusiasmo con que se había iniciado el siglo fue cediendo
lugar a una «situación de desencanto»37, llegándose incluso a que la Iglesia se convierta
en «objeto de contestación»38. Algunas de las sugerentes vetas teológicas que con tanto
fruto se habían comenzado a desarrollar se toparon con problemas, se desencaminaron o
surgieron en torno a ellas excesos y deformaciones. En ciertos casos se descuidó el
aspecto visible de la Iglesia o, al oponerlo al invisible, se introdujeron cuestionamientos
a la jerarquía, «abriendo las puertas al confusionismo confesional»39. No es infrecuente
encontrarse en este tiempo, además, con detractores de las enseñanzas del Vaticano I,
haciendo del Romano Pontífice y de la doctrina de su infalibilidad el principal objeto de
cuestionamiento, y llegando incluso a plantear tesis conciliaristas. Tampoco han
desaparecido las tendencias dominadas por una visión juridicista de la Iglesia40.
Junto a ello confluyeron una serie de fenómenos culturales que sin duda tuvieron
también repercusión en el debilitamiento de la autocomprensión de la Iglesia. Nos
referimos, en primer lugar, al portentoso avance de la técnica que desde comienzos del
siglo XIX se experimenta, avance que sirvió de catalizador al fenómeno del secularismo

36
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1 y 48.
37
J. RATZINGER, «Origen y naturaleza de la Iglesia», en El nuevo Pueblo de Dios, 89.
38
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 105. Henri de Lubac escribe
inclusive una pequeña obra que titula Tentaciones contra la Iglesia, y años más tarde, en 1968, sigue
sorprendido por «que la misma crisis haya repercutido con tanta fuerza, fuerza devastadora, en el
interior mismo de la Iglesia, y contra ella. Es que este mismo espíritu de “contestación”, después de
haberse apoderado de numerosos bautizados, los ha disparado contra la comunidad a la que
pertenecen...» (H. DE LUBAC, La Iglesia en la crisis actual, 16).
39
J. FRISQUE, «La eclesiología en el siglo XX», en H. VORGRIMLER – R. VANDER GUCHT, ed., La teología
en el siglo XX, III. Disciplinas teológicas: dogma, moral, pastoral, 174.
40
Cf. Y. CONGAR, «Situation ecclésiologique au moment de “Ecclesiam Suam”», en ISTITUTO PAOLO VI,
«Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 80. Conviene precisar, sin embargo, que la
visión social y jurídica de la Iglesia también «es fundamentalmente genuina y evangélica», y si bien el
cambio de perspectiva hacia una visión teológica «representa, indiscutiblemente, un gran avance en la
ciencia eclesiológica [...] hay que evitar un escollo, cual es el de la exclusión del concepto y realidad
jurídica o social de la Iglesia [...]. Por consiguiente, al aplicar a la Iglesia las denominaciones de
sentido teológico, debe hacerse de forma que no se desvalorice el sentido jurídico o social, la
organización externa de la Iglesia» (M. CABREROS DE ANTA, «Aspectos jurídicos de la Iglesia en la
encíclica “Ecclesiam suam” del Papa Paulo VI», Salmanticensis 11 [1964], 535-536).
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 51

y del naturalismo que por ese tiempo se venían cultivando41. Se vive un clima general
«diffidente e opposto ad ogni trascendenza, piegato su se stesso, convinto che la realtà
sta soltanto nei confini dell’esperienza, sensibile o razionale che sia»42. Así pues, en un
mundo en el que se niega el orden sobrenatural, se prescinde de Dios, se busca edificar
una sociedad hecha solamente por el hombre y todo se explica como consecuencia de la
mera naturaleza, ¿qué lugar podría corresponderle a la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo?
Un papel importante en este viraje les cupo asimismo a los desgarradores
sufrimientos que la Segunda Guerra Mundial supuso. La necesidad de defender la
dignidad humana más allá de credos religiosos llevó a una nueva perspectiva frente a la
Iglesia, pues personas de creencias religiosas diferentes, que antes se veían con cierto
recelo y desconfianza, tomaron conciencia de que confluían en elementos
fundamentales y que buscaban fines semejantes.
Esto ayudó a intensificar el movimiento ecuménico que, como habíamos visto, en
las primeras décadas del siglo había suscitado poco entusiasmo especialmente en el
ámbito católico y no había hecho grandes progresos. Sin embargo, en paralelo, el
acercamiento de unos y otros motivó que surgieran legítimas interrogantes sobre «cuál
es la verdadera Iglesia»43. Todo ello dio lugar también a que comiencen a cuestionarse
algunas afirmaciones respecto a la comunidad eclesial que hasta entonces se tenían por
inconmovibles. De la creencia de que la Iglesia era el único camino de salvación, por lo
que se sobreentendía que quienes no pertenecían a ella estaban excluidos de la
redención, se pasó de pronto a la suposición de que todos los hombres de buena
voluntad, sin importar su religión o su pertenencia al Pueblo de Dios, se salvarían.
Muchos comenzaron entonces a preguntarse qué caracterizaba y qué diferenciaba al
catolicismo de las otras religiones, y cuál era el aporte concreto que suponía la
pertenencia a la Iglesia.
Inevitablemente esto supuso asimismo un decaimiento en el celo misionero 44. Si
todas las religiones son camino de salvación, más aún, si el camino de salvación más
común y natural para la mayoría de personas no es el cristianismo, ¿por qué esforzarse
por llevarles a los otros pueblos el Evangelio? ¿Qué ventaja supondría para ellos el ser
cristiano, el pertenecer a la Iglesia? ¿No sería más bien, antes que un beneficio, una
carga extra que colocaríamos sobre sus hombros, aumentando a las dificultades de la
existencia las exigencias de la vida cristiana? Pero, así como la fe se fortalece dándola,
quien no entiende y no despliega su misión sufre también en la propia identidad. En este
clima se dio asimismo un cuestionamiento a la evangelización en general, tarea que fue

41
De este último habla Pablo VI explícitamente en la Ecclesiam Suam: «El naturalismo amenaza con
vaciar por entero la concepción original del cristianismo» (ES 44). Y el Papa Pío XII también lo
menciona en la Mystici Corporis (cf. Introd.).
42
G.B. MONTINI, «Il Concilio Ecumenico nel quadro storico internazionale», 27/4/1962, en DsC, 208.
43
Así lo plantea el entonces Cardenal Montini en una conferencia en 1960: «La controversia, sempre più
interessante, anche se oggi più serena e cavalleresca, fra la Chiesa cattolica e le varie Chiese separate
rende la questione viva e moderna: qual è la vera Chiesa? e dove essa realizza la sua genuina idea?»
(G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 105).
44
Cf. supra, 1.2.5., especialmente las observaciones de Joseph Ratzinger y Jean Daniélou.
52 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

cediendo su lugar al desarrollo y a la ayuda social, teñidos en no pocos casos con tintes
ideológicos.
El desarrollo de los medios de comunicación social, que facilitaron el contacto
entre las diversas culturas del mundo, el creciente fenómeno del turismo internacional y
el proceso de descolonización de los pueblos de África y Asia supusieron asimismo una
nueva visión de las otras culturas y religiones. Ello, unido a la proliferación de los
estudios históricos que marcó esas décadas, amplió la visión de la realidad tanto
diacrónica como sincrónicamente, como no se daba desde la época de los grandes
descubrimientos en el siglo XV. El entonces profesor Joseph Ratzinger recalca con
claridad las consecuencias en los creyentes de estos fenómenos:
El encuentro de la humanidad con su historia y el reencuentro de las partes de la
humanidad que hasta ahora vivían por lo general separadas no sólo nos ha puesto ante los
ojos de manera impresionante la unidad de lo humano, sino también la relatividad y
vinculación histórica de todas las instituciones y empresas humanas. Todo lo que se tenía
por único y señero encuentra en torno sus paralelos, y lo que se tomaba por absoluto
aparece en sus enlaces con el tiempo y la historia. De esta experiencia no se exceptúa lo
cristiano, que aparece relativizado primeramente por su escasa extensión histórica y, en
segundo lugar, por su profunda conexión con la historia de las religiones de toda la
humanidad. El conocimiento de esta implicación de lo cristiano con la historia espiritual y
religiosa de la humanidad, en que ya no cabe apenas ver lo que tiene de único y particular,
si es que no se nos escapa enteramente, constituye una de las cuestiones más apremiantes
del cristiano de nuestro tiempo y ha venido a ser uno de los interrogantes, al parecer
ineludibles, de nuestra fe45.
A conclusiones semejantes llevan las experiencias y reflexiones en torno a la
catolicidad de la Iglesia que se habían iniciado en el período de entreguerras y que
entonces se tornan más palpables46. El descubrir la diversidad de ritos, de disciplinas
eclesiásticas y de sensibilidades espirituales que se viven en el seno de la comunidad
eclesial suscitó naturalmente una pregunta por lo esencial de la Iglesia, al tiempo que
levantaba cuestionamientos sobre la propia identidad.
El proceso de consolidación que venía viviendo la promo ción del laicado
—recuérdense, por ejemplo, los Congresos Mundiales para el Apostolado de los
Laicos de 1951 y 195747— se fue encontrando en esta nueva etapa también con algunos
problemas y con nuevos retos e interrogantes, no sólo en cuanto a la comprensión que
requerían los laicos de sí mismos y de su misión, sino también respecto a su relación
con los demás estamentos eclesiales, y de manera especial sobre su vínculo con el
mundo. ¿Cómo debe entenderse la participación particular de los laicos en la

45
J. RATZINGER, «Valor absoluto del camino cristiano de salvación», en El nuevo Pueblo de Dios, 401.
46
Una muestra de esta nueva vivencia de la catolicidad la tenemos, por ejemplo, en la creación por parte
del Papa Juan XXIII de los primeros Cardenales africano, japonés y filipino el 28 de marzo de 1960.
Por primera vez en la historia de la Iglesia los cinco continentes se encuentran representados en el
Colegio de Purpurados.
47
En ambos participó Monseñor Montini: en las reuniones preparatorias para el primero, como Sustituto
de la Secretaría de Estado, fue portador del saludo del Papa Pío XII y pronunció unas breves palabras
sobre la catolicidad; en el segundo, como Arzobispo de Milán, tuvo a su cargo una conferencia sobre
«La misión de la Iglesia» (cf. DsC, 15-41 y también infra, 4.3.2).
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 53

evangelización? ¿Es su apostolado solamente una prolongación y un encargo de la


jerarquía o tiene más bien su raíz en el sacramento del Bautismo y supone un aporte
propio? ¿Su misión se restringe a la Iglesia o cómo ha de proyectarse en el mundo?
¿Cuál es, además, su especificidad frente a los sacerdotes y religiosos?
Naturalmente estos últimos —sacerdotes y religiosos— veían también cuestionada
su propia identidad y misión, no sólo por su nueva relación con los laicos, sino también
por el influjo de los fenómenos culturales que venimos mencionando. Algunos,
asumiendo una actitud un tanto defensiva y omniabarcante, se refugiaron en el
clericalismo, mientras que otros, igualmente confundidos respecto a su especificidad,
intentaron insertarse en el mundo de forma acrítica. De esta época son, por ejemplo, los
primeros intentos de los sacerdotes obreros, y no faltan en este clima algunas voces que
se levantan para cuestionar el celibato48.
Similar desafío enfrentaban los propios obispos. El desarrollo parcial de la
eclesiología que se dio luego del Concilio Vaticano I, centrada en la figura del Romano
Pontífice y sus potestades, fue dejando involuntariamente en segundo plano la doctrina
sobre el episcopado, y con ello se suscitaron diversas interrogantes teológicas y
prácticas: ¿Cómo debe entenderse a los obispos, como representantes del Papa en las
Iglesias particulares o como vicarios de Cristo en sus respectivas diócesis? ¿Cuál es el
significado del Colegio episcopal y cómo enriquece éste la comprensión del
episcopado? ¿Qué relación deben guardar los obispos locales con la Sede Romana y de
qué autonomía gozan respecto a ella? ¿Cuáles son las funciones específicas de los
pastores en sus respectivas circunscripciones eclesiásticas y cómo han de vivir su
preocupación por la Iglesia universal? ¿Qué papel les toca a las Conferencias
Episcopales? Éstas y otras inquietudes van suscitando sugerentes reflexiones sobre el
ser y el quehacer de los obispos49.
Otras experiencias que se vivieron en aquellos años plantearon asimismo nuevas
exigencias a la identidad eclesial. Nos referimos, por ejemplo, a los ya mencionados
movimientos de renovación —bíblico, patrístico, mariano, litúrgico, laical, etc.— que
desde mediados del siglo XIX venían brotando en el Pueblo de Dios y que supusieron
una mayor experiencia interior de la Iglesia, de su historia y de sus expresiones por
parte de muchos fieles50. En ellos, naturalmente, se despertó una nueva conciencia de la

48
Cf. infra, 7.4.
49
Cf. R. AUBERT, «Attentes des Églises et du monde au moment de l’election de Paul VI», en ISTITUTO
PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 33-34. Antes incluso de la
publicación de la Ecclesiam Suam el Papa Pablo VI aborda algunas de estas cuestiones en la carta
apostólica Pastorale munus, sobre las facultades y los privilegios concedidos a los obispos
(30/11/1963), y, poco más adelante, en la Apostolica sollicitudo, por la cual se constituye el Sínodo de
los Obispos para la Iglesia universal (15/9/1965), en la De episcoporum muneribus, con la que les
imparte algunas normas respecto a la facultad de dispensa (15/6/1966) y en la Episcopalis potestatis,
destinada a los obispos de las Iglesias orientales (2/5/1967).
50
El que la liturgia haya sido el primer tema abordado por el Concilio es una muestra de lo que venimos
señalando.
54 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Iglesia, y sus propias vivencias comenzaron a reclamar nuevas y más profundas


respuestas sobre el ser y el quehacer del Cuerpo Místico de Cristo51.
En línea semejante, la sorpresiva convocatoria del Concilio Vaticano II por parte
del Papa Juan XXIII en 195952 supuso también todo un movimiento de profundización
en la identidad y misión de la Iglesia. En efecto, «il Concilio pone una quantità di temi
interessantissimi, che riguardano sia la vita interna della Chiesa, sia il suo influsso su la
vita spirituale e morale del mondo»53. La elaboración de los esquemas, las consultas al
episcopado de todo el orbe, la evaluación de las propuestas, el estudio de los problemas
más importantes que enfrentaba entonces el Pueblo de Dios, en fin, las expectativas que
el anuncio de este nuevo Concilio Ecuménico despertó, todo ello hacía surgir preguntas
y cuestionamientos respecto a la identidad eclesial54. Como es natural, los diferentes
debates eclesiológicos que entonces se entablaron, con su consecuente sensación de
desconcierto, se vieron reflejados tanto en el camino de preparación de los documentos
conciliares —de modo especial de la Lumen gentium— como en las discusiones del
Vaticano II, y marcaron el ambiente inmediato que vio nacer a la Ecclesiam Suam.
Como era de esperarse, en los años inmediatamente posteriores al Concilio se dio
un particular florecimiento de estudios eclesiológicos, no sólo con el propósito de
analizar y ahondar en las enseñanzas y documentos conciliares, sino también como
búsqueda de nuevas expresiones que permitiesen comprender de una manera más
diáfana el misterio del Cuerpo de Cristo y acercarlo a la sensibilidad de los hombres y
mujeres contemporáneos. Las propuestas que entonces brotaron fueron ciertamente
múltiples y diversas —en algunos casos, incluso, alejándose del espíritu del Concilio y
de la recta doctrina—, pero esa misma efervescencia confirmó que se trataba del «siglo
de la Iglesia». Y aunque sus alcances sobrepasan los límites del presente estudio, vale la
pena al menos mencionar los aportes del ya citado Joseph Ratzinger (1927- ), como

51
Desde una perspectiva complementaria puede señalarse también que «en realidad, los grandes
movimientos preconciliares, llámense bíblico, litúrgico o ecuménico no se explican suficientemente en
sí mismos, sino por relación al contexto de una meditación más profunda que viene haciendo la Iglesia
sobre sí misma iluminada por el Espíritu Santo» (J.M. MARTÍN PATINO, «Vaticano II, meditación de la
Iglesia», Sal Terrae 10 [1964], 529).
52
Cf. SAN JUAN XXIII, Alocución en San Pablo Extramuros, 25/1/1959: AAS 51 (1959), 65-69.
53
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 2b, en DsC, 156.
54
Entre las muchas publicaciones que entonces aparecieron con inquietudes y propuestas en vistas al
Vaticano II, se pueden citar: R. AUBERT, - al., Qu’attendons-nous du Concile?, Bruxelles 1960;
Umfrage zum Konzil. 81 katholische Laien und Theologen äussern sich zu den Aufgaben des
kommenden Konzil [Encuesta sobre el Concilio. 81 laicos y teólogos católicos comentan sobre las
tareas del próximo Concilio], Freiburg 1961; O. MAUER, O. SCHULMEISTER y K. BÖHM ANTON, ed.,
Fragen an das Konzil. Anregungen und Hoffnungen [Preguntas al Concilio. Sugerencias y
esperanzas], Freiburg 1961; H. DANIEL-ROPS, Vatican II. Le Concile de Jean XXIII, Paris 1961; G.
HUBER, Hacia el Concilio, San Sebastián 1961; J.B. OLAECHEA LABAYEN, El próximo Concilio,
Madrid 1961; O.B. ROEGEL, Was erwarten wir vom Konzil? Gedanken eines Laien [¿Qué esperamos
del Concilio? Pensamientos de un laico], Osnabrück 1961; R. VOILLAUME, - al., Un Concile pour
notre temps, Paris 1961; Ils attendent le Concile, Témoignage chrétien, Paris 1962; la sección «La
preparazione del Concilio Vaticano II» en la revista La Civiltà Cattòlica de los años 1960-1962; etc.
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 55

también de Hans Urs von Balthasar (1905-1988), Louis Bouyer (1913-2004), Jean-
Marie Tillard, O.P. (1927-2000) y Heribert Mühlen (1927-2004), entre muchos otros55.
Expresión, reflejo y al mismo tiempo catalizador en la formación de la nueva
mentalidad que venimos describiendo, el pensamiento filosófico vivió en este período
también una importante transformación como consecuencia del viraje antropocéntrico
propio de la modernidad: «De un tipo de especulación abstracta típica de la filosofía
moderna se pasa a una reflexión basada en el hombre real, concebido no solamente en
su dimensión racional, sino también en la afectiva e interpersonal»56. Aparecen o
adquieren mayor presencia diversas corrientes como la fenomenología, el personalismo,
el existencialismo y la filosofía de la subjetividad, que tienen en común el buscar
trascender una perspectiva objetivista de aproximación a la realidad. Reaccionando
frente al idealismo, el positivismo, el naturalismo y el racionalismo que entonces
dominaban el panorama filosófico, se acercan al ser humano no como objeto sino como
sujeto, y se interesan por sus vivencias y dimensiones interiores.
No sorprende, pues, que en esta época se dé en paralelo un gran desarrollo de las
ciencias humanas, particularmente de la psicología y la sociología, lo que lleva a
algunos a hablar de una «revolución psicológica»57. Surgen entonces numerosos
estudios que buscan ahondar en la dimensión interna de la persona y en los
comportamientos sociales. Aparecen también investigaciones en torno a la libertad
humana y a los posibles condicionamientos interiores y exteriores que pueden influir en
la persona a la hora de adherirse a la verdad, motivadas muchas de ellas por el
creciente influjo de los nuevos medios de comunicación social. Con ello se abre la
puerta al mismo tiempo a cuestionamientos sobre la posibilidad real de la fe y de la
pertenencia a la Iglesia, distinguiéndose entre la mera vinculación externa —lo que se
denomina “cristianos sociológicos”— y el auténtico compromiso personal. Ello ofrece
también nuevas perspectivas para aproximarse a fenómenos como el ateísmo y la
increencia.
A nivel social y político, por último, los años inmediatamente anteriores a la
publicación de la Ecclesiam Suam son particularmente agitados. Además del ya
mencionado proceso de independencia de las colonias de África y Asia, el mundo es
testigo de la Revolución Cubana (1959), la matanza de Sharpeville en Johannesburgo
(1960), la construcción del muro de Berlín (1961), la Guerra Fría, que alcanza un punto
crítico con la crisis de los misiles (1962), el asesinato del presidente norteamericano
John F. Kennedy (1963) y el inicio de la guerra de Vietnam (1964), por mencionar
solamente algunos de los hechos más importantes58. A ello se suma, por otra parte, la
distinción cada vez más clara entre Iglesia y Estado, entre sociedad eclesiástica y

55
La lista de autores podría prolongarse casi indefinidamente, pero una visión panorámica a la par que
sintética de estas propuestas eclesiológicas, y en general de todo el siglo XX, lo ofrecen B. MONDIN,
As novas eclesiologias. Uma imagen atual da Igreja; A. DULLES, «A Half Century of Ecclesiology»,
Theological Studies 50 (1989), 419-442.
56
G. ANCONA – R. DI FONZO, «Il “dialogo” nella lettera enciclica “Ecclesiam Suam”», RiScR 2 (1990), 510.
57
R. AUBERT, «Attentes des Églises et du monde au moment de l’election de Paul VI», en ISTITUTO
PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 15.
58
Cf. infra, 5.5.3 cómo afectaron estos acontecimientos la recepción de la Ecclesiam Suam.
56 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

sociedad civil, fenómeno que no sólo se reporta en Italia —ténganse en cuenta los no
tan lejanos Pactos Lateranenses de 1929—, sino a nivel mundial. Muchos se preguntan
entonces «che cosa sia questa Chiesa, così esigente da competere con lo Stato, non solo
come una religione, che reclama una libera professione delle proprie credenze, ma come
un vero corpo sociale, organizzato e indipendente»59. Esta situación «presenta
indubbiamente il vantaggio di obbligare la Chiesa ad assumere il suo volto nativo,
essenziale, quale il suo diritto costituzionale lo delinea, o meglio quale Cristo, suo
divino fondatore, concepì in una visione ideale purissima»60.
Naturalmente el Papa Pablo VI tenía presentes todos estos fenómenos y
acontecimientos cuando en los primeros numerales de la Ecclesiam Suam señala que
la humanidad en este tiempo está en vía de grandes transformaciones, trastornos y
desarrollos, que cambian profundamente no sólo sus maneras exteriores de vivir, sino
también sus modos de pensar. Su pensamiento, su cultura, su espíritu, se ven íntimamente
modificados, ya por el progreso científico, técnico y social, ya por las corrientes del
pensamiento filosófico y político que la invaden y atraviesan (ES 20).
No son, por cierto, como puntualiza el Santo Padre, realidades meramente exteriores o
ajenas al Pueblo de Dios, sino que, por el contrario,
todo ello, como las olas de un mar, envuelve y sacude a la propia Iglesia. El espíritu de los
hombres que a ella se confían está fuertemente influenciado por el clima del mundo
temporal; de tal manera, que un peligro como de vértigo, de aturdimiento, de extravío,
puede sacudir su misma solidez e inducir a muchos a aceptar los más extraños
pensamientos, como si la Iglesia debiera renegar de sí misma y adoptar novísimas e
impensadas formas de vida (ES 20).
Se trata, pues, de importantes amenazas que es preciso comprender y enfrentar con
el propósito de salvaguardar la identidad de la Iglesia. Y es ello precisamente lo que se
propone hacer el Papa Montini en el primer capítulo de su encíclica programática, como
lo señala a renglón seguido:
Parécenos que para inmunizarse frente a tal inminente y múltiple peligro, que procede de
varios sectores, es excelente y obvio remedio el profundizar en la conciencia de la Iglesia,
en lo que ella verdaderamente es según la mente de Cristo, guardada en la Sagrada
Escritura y en la Tradición e interpretada y desarrollada por la genuina enseñanza
eclesiástica, la cual está, como sabemos, iluminada y guiada por el Espíritu Santo,
siempre pronto, cuando Nos lo imploramos y lo escuchamos, a dar cumplimiento
indefectible a la promesa de Cristo: Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho
(Jn 14,26) (ES 20).
Ya en 1938, ante el riesgo de desviaciones en el renacer de la teología del Cuerpo
Místico, Henri de Lubac había planteado que «hay que profundizar todavía muchos
problemas, puntualizar muchas aplicaciones, para que el arranque al que asistimos no
quede comprometido». Y añadía inmediatamente: «Se impone un esfuerzo doctrinal»61.
Una sensibilidad y un reclamo semejantes se descubre en los padres conciliares, quienes

59
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 105.
60
G.B. MONTINI, «Il Concilio Ecumenico nel quadro storico internazionale», 27/4/1962, en DsC, 201.
61
H. DE LUBAC, Catolicismo, 228.
CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO 57

desde la primera sesión, en 1962, perciben no sólo la necesidad de centrar la atención


del Concilio sobre la Iglesia, sino específicamente de reflexionar sobre la propia
identidad62. Frente a una coyuntura un tanto diversa pero con similares consecuencias,
contemplando el panorama que Pablo VI tenía enfrente, Hans Urs von Balthasar llegaba
en 1965 a la misma conclusión: «Únicamente la reflexión sobre el propio cristianismo,
el purificar, profundizar y centrar su idea nos hace aptos para representarla, irradiarla y
traducirla de manera fidedigna»63. Ésa es precisamente la primera tarea que se propone
Pablo VI en su encíclica programática Ecclesiam Suam, tarea que asimismo prolongará
en todo su magisterio64.

62
Así lo relata Mons. Gérard Philips: «La asamblea en pleno se encuentra unánime en conceder al
capítulo sobre la Iglesia un lugar preponderante. Los obispos franceses Huyghe y Marty no son los
únicos en pronunciarse en este sentido; el Cardenal alemán Doepfner, que más adelante será uno de los
moderadores, y el Cardenal Arzobispo de Milán, Montini, el futuro Papa, lo hacen también así
explícitamente. El Patriarca melquita Máximos IV Saigh, conocido por su actitud siempre franca, es
del mismo parecer. Para todos, el punto central está sin duda en esta pregunta dirigida a la Iglesia:
“Iglesia de Dios ¿qué dices de ti misma? Quid dicis de te ipsa? ¿Cuál es tu profesión de fe sobre tu ser
y tu misión?”» (G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II. Historia, texto y
comentario de la Constitución «Lumen gentium», I, 18). En la Congregación General del 5 de
diciembre de 1962, el Cardenal Montini se había pronunciado en el mismo sentido: «Estoy plenamente
de acuerdo con lo que se ha declarado en estas Congregaciones Generales, que la cuestión de Ecclesia
constituye el tema principal de este Concilio Ecuménico [...]. ¿Qué es la Iglesia? ¿Qué hace la Iglesia?
Éstos son como los dos ejes sobre los que es preciso disponer todas las cuestiones de este Concilio. El
misterio de la Iglesia y la misión de la Iglesia a ella confiada y que debe llevar a cabo: ¡he aquí el tema
sobre el que el Concilio debe girar! […] Todos reclaman que en este Concilio la Iglesia exprese con
claridad y conocimiento de causa su propia naturaleza, la misión eterna que se le ha confiado, las
acciones que en estos tiempos le son propias» (G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación
General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292).
63
H.U. VON BALTHASAR, Rechenschaft, Johannes Verlag, Einsiedeln 1965, 7, cit. en J. RATZINGER, El
nuevo Pueblo de Dios, 298.
64
Cf. infra, 7.
CAPÍTULO 3

FUENTES DE LA TEMÁTICA

¿En qué fuentes encontró inspiración Pablo VI para escribir su primera encíclica,
especialmente el capítulo dedicado a la conciencia de la Iglesia? ¿Qué autores o
corrientes pudieron despertar o iluminar sus propuestas? ¿Qué antecedentes hallamos en
la historia del pensamiento y de la espiritualidad que nos permitan interpretar de una
manera más penetrante lo que plantea en su carta programática?
Más allá de la oportunidad y legitimidad de estas interrogantes, que procuraremos
responder, no podemos perder de vista, sin embargo, que los temas abordados en la
Ecclesiam Suam venían siendo objeto de meditación por parte del Pontífice desde sus
años juveniles. Si bien, como es natural, fue recogiendo desde entonces y a lo largo de
los años las reflexiones y profundizaciones teológicas fruto de su tiempo y del ambiente
que le tocó vivir, para lograr una comprensión completa de la génesis de sus ideas deben
también tenerse en cuenta su gran sensibilidad espiritual, sus particulares intuiciones
interiores y su propio genio personal.

3.1. Indicios brindados por el propio Pablo VI


En la tentativa de descubrir dichas fuentes, la Ecclesiam Suam no nos ofrece
mayores luces, pues, a diferencia de otros documentos pontificios, prácticamente no
contiene referencias bibliográficas. Sólo encontramos en ella 67 llamadas —60 con citas
de la Sagrada Escritura1, únicamente 2 con escritos patrísticos2, y 5 con textos del

1
En ellas se alude solamente a 3 citas del Antiguo Testamento (1 de los Salmos, 1 de Jeremías y 1 de
Baruc). Respecto al Nuevo Testamento, hay en total 62 alusiones, repartidas de la siguiente manera: 17
a los Evangelios Sinópticos (13 a Mt, 1 a Mc y 3 a Lc), 12 al Evangelio según San Juan, 1 a los Hechos
de los Apóstoles, 27 a las cartas paulinas (5 a Rom, 4 a 1Cor, 1 a 2Cor, 2 a Gál, 7 a Ef, 3 a Flp, 2 a Col,
1 a 1Tes y 2 a 1Tim), 2 a la Carta a los Hebreos, 1 a la Primera de San Pedro, 1 a la Primera de San
Juan y 1 al Apocalipsis.
2
Se trata de San Agustín (Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 21,8: PL 35, 1568) y de San
Jerónimo (Diálogo contra Luciferianos, 9: PL 23, 173), ambos latinos.
60 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

magisterio3—, y, de éstas, únicamente 23 en el capítulo I —18 con citas de la Sagrada


Escritura4, 1 de un escrito patrístico5, y 4 con textos del magisterio6—.
Son en cambio otros cuatro los documentos que nos prestan cierta ayuda en este
cometido —dos carpetas con notas del Pontífice y dos escritos de sus tiempos
juveniles—, si bien dicha ayuda es, por cierto, sólo parcial.

3.1.1. Los dossiers


Nos referimos, en primer lugar, al dossier que contiene las «Notas para la encíclica
“Ecclesiam Suam” 6-VIII-1964» que le sirvieron al Santo Padre para la elaboración de
su carta programática y que, según hace presumir la primera página en la que se
encuentra el mencionado título con escritura autógrafa, el propio Pontífice ordenó al
terminar su trabajo redaccional. Se trata de 74 folios que se conservan en el «Istituto
Paolo VI» de Brescia, y que están divididos en cuatro partes: la primera, de 27 páginas,
dedicada al diálogo; la segunda, de 22 páginas, a la conciencia de la Iglesia; la tercera,
de sólo 4 páginas, a la renovación; y la cuarta y última, de 18 páginas, nuevamente al
diálogo. En ellas, sin embargo, no hallamos mencionada ninguna fuente que no
aparezca también en la redacción final de su carta.
Dado que el título completo de la carpeta es: «Note per l’enciclica “Ecclesiam
Suam” 6-VIII-1964. (cfr. Scritti di Guitton, Bevilacqua, etc.)», la referencia a esos
escritos del filósofo francés Jean Guitton y de su querido amigo el P. Giulio Bevilacqua
podrían llevar a pensar que estos autores «a pedido de Pablo VI prepararon notas útiles
a la redacción de la encíclica proyectada»7, como lo testimonia el propio Guitton8; o,
también, que el Santo Padre remita simplemente a otros textos de estas personas tan
cercanas a su vida y pensamiento que le sirvieron de inspiración. Pero la indicación tan
escueta y la ausencia de otras pistas no nos permiten llegar a conclusiones más certeras.

3
De ellas, 1 corresponde a la Satis cognitum de León XIII, 3 a la Mystici Corporis de Pío XII, y 1 a la
Pacem in terris de San Juan XXIII.
4
Todas del Nuevo Testamento, distribuidas de esta forma: 4 del Evangelio según San Mateo (16,16;
16,18; 26,41; 26,75), 2 del Evangelio según San Lucas (17,21; 24,8), 6 del Evangelio según San Juan
(9,38; 11,27; 14,26 [2]; 15,1ss; 16,4), 8 de las cartas paulinas (1Cor 4,15; Gál 3,28; 4,19; Ef 3,17 [2];
4,15-16; Flp 1,9; Col 3,11), 1 de la Carta a los Hebreos (1,1) y 1 de la Primera de San Pedro (2,9).
5
El de San Agustín.
6
La de la Satis cognitum de León XIII y las 3 de la Mystici Corporis de Pío XII.
7
G. COLOMBO, «Genesi, storia e significato dell’enciclica “Ecclesiam Suam”», en ISTITUTO PAOLO VI,
«Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 136. Es Mons. Colombo quien nos brinda las
primeras informaciones correspondientes a este dossier. Posteriormente ha sido publicado como apéndice en
el estudio de E. ESCOBAR CARDONA, Colloquium Salutis. Investigación teológica sobre el desarrollo de
“Ecclesiam Suam de Paulo VI” desde el manuscrito personal hasta el texto promulgado, 503ss.
8
En su libro Pablo VI secreto Jean Guitton relata que se encontró con Pablo VI durante el Concilio,
mientras «preparaba su primera encíclica. El esbozo preveía diversas partes. Me pide que le lleve un
proyecto para esta o aquella sección. El método de trabajo adoptado era el de los ejércitos, en el cual un
jefe delega a su estado mayor diversos proyectos, que él después amalgama colocando sus propias
correcciones» (J. GUITTON, Paolo VI segreto, 51). Posteriormente, en una conversación que sostuvo
con el Pontífice el 12 de noviembre de 1963 sobre el contenido de la Ecclesiam Suam, testimonia:
«Le presento los textos que me había pedido para preparar la encíclica» (ibid.). Sobre la influencia del
P. Bevilacqua en la vida y en la formación de G.B. MONTINI, cf. infra, 4.1, especialmente la nota 8.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 61

El segundo dossier es el que está conformado por un conjunto de anotaciones que


tomó el propio Papa Montini en los meses iniciales de su ministerio pontificio y que
utilizó para la preparación, entre otros, de su discurso inaugural en la segunda sesión del
Concilio, discurso que, como veremos9, puede considerarse como un antecedente
inmediato de la encíclica10. Cronológicamente anterior a la primera, la ayuda que nos
brinda esta nueva carpeta es, otra vez, escasa, pues se trata más de ideas y reflexiones
personales que de apuntes bibliográficos o indicaciones de fuentes. Allí encontramos, en
este orden, las siguientes referencias:
– Una síntesis del discurso que San Juan XXIII pronunció en la inauguración del
Vaticano II, el 11 de noviembre de 196211.
– Unas breves anotaciones del radiomensaje que el mismo Papa Roncalli dirigió a
los fieles de todo el mundo el 11 de septiembre de 1962, a un mes de iniciarse el
Concilio12. De aquí destacamos la quinta línea, en la que escribe: «La Chiesa “ad
intra” e “ad extra”»13.
– Unas cuantas notas con ideas del mensaje que los padres conciliares enviaron «a
todos los hombres y a todas las naciones» el 20 de octubre de 196214.
– El esquema de su propio discurso durante la apertura del segundo período del
Vaticano II el 29 de septiembre de 196315.
– Unas reflexiones sobre las diferencias y la complementariedad de los Concilios
Vaticano I y II antecedidas por estas abreviaciones: «Mons. C. Col. – 6.9.63»16.

9
Cf. infra, 5.3.3.
10
Las notas, que en su casi totalidad no están datadas pero que sin duda corresponden a los años 1963-
1964, se conservan asimismo en el archivo documental del «Istituto Paolo VI» de Brescia. Aparecieron
publicadas por primera vez bajo el título de «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 11-29
(cf. especialmente las pp. 17-29, donde se recogen las «Notas para el discurso de apertura de la
segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II. 29 septiembre 1963»). Un comentario explicativo
de las mismas lo ofrece G. MARTINA, «Paolo VI e la ripresa del Concilio», en ISTITUTO PAOLO VI,
Paolo VI e i problemi ecclesiologici al Concilio, 19-55 (especialmente las pp. 32-52). Allí el P.
Martina precisa que «la fecha [de los manuscritos] ha sido propuesta por los archivistas, también en
base a la secuencia de los folios del Papa» (ibid., 32).
11
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 17-18. Cf. AAS 54 (1962), 786-795.
12
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 18-19. Cf. AAS 54 (1962), 678-685.
13
Seguramente dicha frase alude a las siguientes palabras: «La Chiesa vuol essere ricercata quale essa è
così nella sua struttura interiore —vitalità ad intra— in atto di ripresentare, anzitutto ai suoi figli, i
tesori di fede illuminatrice e di grazia santificatrice, che prendono ispirazione da quelle parole estreme.
Le quali esprimono il compito preminente della Chiesa, i suoi titoli di servizio e di onore, cioè:
vivificare, insegnare, pregare. Riguardata nei rapporti della sua vitalità ad extra, cioè la Chiesa di
fronte alle esigenze ed ai bisogni dei popoli —quali le vicende umane li vengono volgendo piuttosto
verso l’apprezzamento e il godimento dei beni della terra— sente di dover far onore con il suo
insegnamento alle sue responsabilità: il sic transire per bona temporalia, ut non amittamus aeterna»
(SAN JUAN XXIII, Radiomensaje un mes antes de la apertura del Concilio Vaticano II, 11/9/1962).
14
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 19. Cf. AAS 54 (1962), 822-824.
15
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 19-20. Cf. AAS 55 (1963), 841-859.
16
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 23-24. Las abreviaturas remiten sin
duda a Mons. Carlo Colombo, colaborador de Pablo VI, pero no ha sido posible identificar la fuente.
Sobre el aporte de Mons. Colombo a la aproximación eclesiológica de G.B. Montini, cf. infra, 4.3.
62 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

– Un versículo de la primera Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo: «pietatis


sacramentum quod manifestum est in carne etc. (I Tim 3,16)»17.
– Un fragmento del Himno de Laudes correspondiente al miércoles de la I y III
semana del salterio18:
Te, Christe, solum novimus,
Te mente pura et simplici
Flendo et canendo quaesumus,
intende nostris sensibus19.
Este párrafo, tan indicativo del cristocentrismo montiniano, fue recogido en su
discurso del 29 de septiembre20, pero no lo hallamos, en cambio, en la Ecclesiam
Suam.
– Unas palabras de San Ambrosio de Milán tomadas de su Exposición del
Evangelio según San Lucas y alusivas al pasaje de la pesca milagrosa (cf. Lc
5,1-11)21:
ad navem Petri, hoc est ad ecclesiam convenerunt…
Possumus tamen et aliam ecclesiam intellegere navem alterius; ab una enim plures
ecclesiae derivantur.
(S. Amb. Exp. Ev. sec. Lc., IV, 77, Vol. 1, 182).
– Dos indicaciones bajo el significativo subtítulo de «Sul sensus Ecclesiae»22. Se
trata, en primer lugar, del «Exercitia S. Ignatii Appendix: Regulae ad
sentiendum cum Ecclesiae», un clásico sobre el tema. Y a éste le sigue:
«Jungmann – Nouv. Revue Théologique – 1937 (1938?), articolo pubblicato
anche nel volumen “L’Eglise est une” hommage à Moehler – 1938»23. Este
último ensayo resulta de los más interesante para el tema que venimos
estudiando, pues en él el renombrado jesuita austríaco realiza una mirada
retrospectiva a la «evolución, si bien en forma de esbozo, de la conciencia de la
Iglesia en la última generación», utilizando explícitamente el término24 y

17
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 24. El versículo completo dice: «Y sin
duda alguna, grande es el misterio de la piedad: Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el
Espíritu, visto de los ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria»
(1Tim 3,16).
18
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 25.
19
Liturgia de las Horas, Himno ad Laudes, feria VI: «Solamente te conocemos a Ti, Cristo; / a Ti con
alma sencilla y pura / llorando y cantando te buscamos, / mira nuestros sentimientos».
20
Cf. PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 3.5.
21
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 25.
22
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 25.
23
La referencia completa del artículo es: JOSEPH A. JUNGMANN, S.J., «L’Église dans la vie religieuse
d’aujourd’hui», Nouvelle Revue Théologique 65 (1938), 1026-1043.
24
Además de la frase anteriormente citada (ibid., 1036), nos topamos, entre otros, con enunciados como
los siguientes: «La liturgia llevó a una nueva comprensión de la Iglesia. […] En la liturgia, uno
también toma conciencia de que esta fe debe ser el comienzo de un animado proceso que conduce a la
Esperanza y al Amor» (ibid., 1034-1035). «El cambio más importante que ha sufrido la imagen de la
Iglesia en la conciencia de numerosos fieles es el siguiente: ya no se considera a la Iglesia en primer
lugar como una organización jerárquica que, en cuanto tal, se sitúa delante de cada cristiano en
particular, sino que se tomó conciencia de que se trata sobre todo de la comunidad de los fieles […].
FUENTES DE LA TEMÁTICA 63

citando, en ese recorrido, a algunos autores representativos que también fueron


cercanos al pensamiento de G.B. Montini25, al tiempo que invita a «tener una
visión total del misterio de la Iglesia»26.
– Una frase de un escrito de G. Philips: «Le vrai théologien aura toujours de
quelque manière un âme de père et de pasteur (Philips – NRT – 3-3-63 p. 238)»,
seguida de una alusión, tomada de ese mismo escrito, a la Suma Teológica de
Santo Tomás bajo el subtítulo de «Fe»: «Actus credendis non terminatur ad
enuntiabile, sed ad rem. (S. Th., 2-2. ae, 1, a 2, ad 2)»27.
– Un pensamiento del sacerdote jesuita Jean Daniélou: «“le renouvellement de
l’Eglise… doit être principalement le renouvellement de l’esprit évangélique
dans l’Eglise, avec ses expressions contemporaines.” (Daniélou – Et. et Doc.
31.8.63)»28.
– El título de un libro de
Grégory Baum

Importa mucho, sin ninguna duda, que esta toma de conciencia de la naturaleza de la Iglesia no se
quede en un simple sentimiento, sino que ese sentimiento sea acrisolado y fortalecido por una intuición
luminosa de la realidad profunda de la Iglesia» (ibid., 1036). «La Iglesia así considerada es
precisamente un excelente punto de partida para la renovación de la conciencia de la fe en su
totalidad» (ibid., 1037). «Pero, a fin de que florezca realmente la plena conciencia de la Iglesia en su
verdadera realidad, es preciso que la serie de enseñanzas del catecismo responda a esta explicación»
(ibid., 1039). «No es sino sólo a partir de Cristo glorificado que se puede concebir a la Iglesia como el
cuerpo de Cristo. Sólo así podemos comprender su verdadera naturaleza en toda su plenitud» (ibid.,
1040). En todos los casos los subrayados son nuestros. Cf. también ibid., 1026, 1030, 1033 y 1042.
25
Así, p.ej.: Tomás de Kempis y su Imitación de Cristo (cf. ibid., 1028 y 1032), Johann Adam Möhler
(cf. ibid., 1028-1029 y 1043), Romano Guardini (cf. ibid., 1029), San Francisco de Sales (cf. ibid.,
1031), Gertrud von le Fort y sus Himnos a la Iglesia (cf. ibid., 1033), el abad benedictino Prosper
Guéranger de Solesmes (cf. ibid., 1034), etc.
26
J.A. JUNGMANN, «L’Église dans la vie religieuse d’aujourd’hui», NRTh 65 (1938), 1038. En opinión de
Peter Hebblethwaite, la lectura de este artículo por parte de G.B. Montini «fue un momento decisivo de
su eclesiología. Le aportaba una visión distinta de la Iglesia». Señala, además, que «Montini rescató
nuevamente este fragmento en 1963, cuando preparaba la Ecclesiam Suam» (P. HEBBLETHWAITE,
Pablo VI. El primer Papa moderno, 118 y 608).
27
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 26. La referencia completa del
artículo es: GÉRARD PHILIPS, «Deux tendances dans la théologie contemporaine. En marge du II e
Concile du Vatican», Nouvelle Revue Théologique 3 (1963), 225-238. La primera oración citada —«El
verdadero teólogo siempre tendrá de alguna manera un alma de padre y de pastor» (ibid., 238)— se
encuentra al final del mismo; mientras que las palabras de la Suma —«La fe no termina en los
enunciados, sino en la realidad»— están casi al comienzo, en la p. 227. Como su título ya lo insinúa, el
artículo estudia las principales características y las preocupaciones dominantes de «dos tendencias en
la vida doctrinal de la Iglesia, una más interesada por la fidelidad a los enunciados tradicionales, la otra
más preocupada por la difusión del mensaje junto al hombre contemporáneo» (ibid., 225). Ambas, sin
embargo, «no deben combatirse, sino unirse para purificarse de sus respectivas deficiencias y ampliar
sus horizontes» (ibid., 238).
28
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 27. La fuente exacta de estas palabras
del P. Daniélou —«La renovación de la Iglesia… debe ser principalmente la renovación del espíritu
evangélico en la Iglesia, con sus expresiones contemporáneas»— no ha podido ser identificada en la
vasta bibliografía del erudito francés. Téngase en cuenta, por lo demás, que Pablo VI lo creó Cardenal
en su tercer consistorio, el 28/4/1969.
64 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

L’Unité chrétienne d’après la doctrine des Papes, de Léon XIII à Pie XII – trad. D.A.
Renard
Paris, Ed. du Cerf, 196129.
– Una reflexión, bajo el subtítulo de «Concilio», que atribuye a Mons. Bruno
Bernard Heim, obispo titular de Xanto:
non accentuare gli aspetti secondari e derivati del cattolicesimo
ma quelli essenziali e genetici
(cfr. Relazione di Mons. B. Heim sui Paesi Scandinavi, 20.VI.63)30.
– Una remisión al radiomensaje navideño de 1959 del Papa Roncalli, antecedida
por las palabras «Comunismo (e Papa Giovanni XXIII)»31.
– Unas líneas sobre «I Problemi religiosi del nostro tempo», donde consigna, entre
otras ideas: «cfr. Aggiornamenti soc. 1962» y también «cfr. Guardini, Dieu Viv.
e Lacroix»32.

29
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 27. La obra de este sacerdote agustino
se conserva en la biblioteca personal del Santo Padre, en el «Istituto Paolo VI» de Brescia, y es una
traducción del original inglés That They May be One. A Study of Papal Doctrine (Leo XIII-Pius XII),
London 1958.
30
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 27. Como hace notar el P. Martina (cf.
G. MARTINA, «Paolo VI e la ripresa del Concilio», en ISTITUTO PAOLO VI, Paolo VI e i problemi
ecclesiologici al Concilio, p. 50, nota 71), parece haber un error en el año, pues efectivamente el 20 de
junio —pero de 1962, no de 1963— se tuvo la última reunión de la Comisión Central Preparatoria del
Concilio, en la que tomó parte Mons. Heim. Las actas de dicha reunión, sin embargo, no consignan ninguna
relación del entonces delegado apostólico en Escandinavia (cf. Acta et Documenta Concilio Oecumenico
Vaticano II Apparando, series II: Praeparatoria, vol. II: Acta Pontificiae Commissionis Centralis
Praeparatoriae Concilii Oecumenici Vaticani II, pars IV: Sessio septima [12-19 iunii 1962], 21-22).
31
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 28. Cf. AAS 52 (1960), 27-35.
Probablemente se refiere a este fragmento: «Debe notarse, sin embargo, que la pacificación que la
Iglesia desea no puede en modo alguno confundirse con ceder o aflojar en su firmeza frente a
ideologías y sistemas de vida que están en oposición manifiesta e irreducible con la doctrina católica;
ni tampoco significa indiferencia ante los gemidos que todavía siguen llegando hasta Nos desde
regiones desgraciadas, donde son desconocidos los derechos del hombre y se adopta la mentira por
sistema. Ni mucho menos se puede olvidar el doloroso calvario de la Iglesia del Silencio, donde los
confesores de la fe, émulos de los primeros mártires cristianos, se hallan sometidos a sufrimientos y
torturas sin fin por la causa de Cristo. Estas constataciones ponen en guardia contra un optimismo
excesivo; pero al mismo tiempo hacen más ferviente nuestra oración por un retorno verdaderamente
universal al respeto de la libertad humana y cristiana» (SAN JUAN XXIII, Radiomensaje con ocasión de
la Navidad, 23/12/1959).
32
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 28. Según indica nuevamente el P.
Martina (cf. G. MARTINA, «Paolo VI e la ripresa del Concilio», en ISTITUTO PAOLO VI, Paolo VI e i
problemi ecclesiologici al Concilio, p. 47, nota 66), en el primer caso posiblemente se refiere a la
revista milanesa Aggiornamenti Sociali, que en el año 1962 (vol. 13) publicó dos artículos sobre el
tema: F. PAVANELLO, «Religiosità e preghiera nel mondo d’oggi» (1 [1962], 1-21); y P. TUFARI,
«Problemi religiosi al V Congresso Mondiale di Sociologia» (11 [1962], 625-638); es difícil, sin
embargo, precisar si efectivamente se trata de ambos o al menos de uno de ellos. En el segundo caso
las anotaciones son aún más indeterminadas; aluden simplemente al teólogo ítalo-alemán Romano
Guardini, a la revista parisina Dieu Vivant. Perspectives religieuses et philosophiques y al filósofo
francés Jean Lacroix.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 65

– La mención de:
Karl Jaspers – La situation spirituelle de notre époque
(inchiesta del 1930 – edizione francese del 1952 – Louvain)33.
– Y, por último —después de constatar que «lo sviluppo dell’organizzazione della
vita crea un mecanismo universale dell’esistenza, che soffoca l’umano; donde
l’angoscia vitale dell’uomo moderno»—, una invitación a revisar el «Messaggio
natalizio di Pio XII – 1952»34.

Así pues, como se puede constatar, salvo los dos apuntes sobre el sensus Ecclesiae
—el texto clásico de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola y el artículo de J.A.
Jungmann—, ninguno de los documentos enumerados trata directa o indirectamente
sobre la conciencia de la Iglesia; y salvo el Himno cristológico, tampoco ninguno de los
documentos es citado ni en el discurso de apertura de la segunda sesión conciliar del 29
de septiembre ni en la encíclica Ecclesiam Suam. Es interesante notar, sin embargo,
cómo el Santo Padre, a pesar de sus grandes responsabilidades ministeriales, preparaba
con tanta diligencia sus manuscritos, y cómo también se mantenía al tanto de la
producción intelectual de su época, especialmente la de lengua francesa.

3.1.2. Dos textos de juventud


Más información para el tema que investigamos nos brindan, en cambio, dos
escritos de sus años juveniles. Nos referimos, en primer lugar, a las últimas Notas que
consignó en una pequeña libreta de bolsillo en torno a los años 1921-1922, y que rezan así:
Inoltre l’umiltà per aver conosciutto e riconosciutto il limite è capace di desiderare e
accettare l’infinito. Ecco perchè troviamo nelle vite dei Santi espressioni esagerate
d’umiltà. Il confronto con l’infinito è schiacciante. Ma quale desiderio di perfezione non
acquista l’uomo! Dalla cella del conoscimento di sè si passa alla cella del conoscimento di
Dio (Caterina da S.). Invece chi è pago di sè, sicuro di sè, è mediocre infimo, cieco35.
Te solo. Ch’io impari a conoscere me da Te e Te da me36.
Y, en segundo lugar, al fragmento de una carta que, por ese mismo tiempo, en
1922, le envió a su amigo Giuseppe Tacci:
Se vuoi seguire la traccia delle mie ricerche ti mando prima al capo I dell’Imitaz. di C.
“Beatae aures quae non vocem foris sonantem, sed intus auscultant veritatem docentem”
[De imitatione Christi, III,I,4].

33
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 28. El original alemán de esta obra
apareció con el título de Die geistige Situation der Zeit, Berlin 1931. La traducción al francés a la que
alude el Santo Padre fue publicada en Lovaina en 1952.
34
G.B. MONTINI, «Per la ripresa del Concilio», NotIPVI 13 (1986), 28. En ese extenso discurso el Papa
Pacelli aborda varios temas que Pablo VI pudo haber tenido en mente; por ejemplo: la salvación, que
no es fruto de la producción y de la organización, sino de la acción de Dios; la vida social, que no
puede construirse como una máquina industrial gigante; la despersonalización del hombre moderno,
causante de su angustia existencial; los efectos nocivos del desconocimiento de la persona humana;
etc. Cf. AAS 45 (1953), 33-46.
35
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 67, NotIPVI 27 (1994), 36. Cf. infra, 6.2, nota 20.
36
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 68, NotIPVI 27 (1994), 36. Cf. infra, 6.2, nota 21.
66 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Che mi ricorda “la cella del conoscimento di sé”, di S. Caterina, e l’ineffabile “Noverim
me, Noverim te” di S. Agostino e ancor più il v. 19 di S. Luca c. II “(Maria autem)
conservabat omnia verba haec conferens in corde suo” dolce storia intima della Madre di
Dio. Ancora mi si collega col “Non chi dice… ma chi ascolta e fa” [cf. Mt 7,21; Lc 6,46-
47] del Vangelo e con quella sintetica espressione di Cristo “Il regno di Dio è dentro di
voi” [Lc 17,21] e con quell’altra così umilmente evangelica: “Confitebor tibi, Pater
Domine coeli et terrae, quia abscondisti haec a sapientibus, et revelasti ea parvulis” [Mt
11,25; Lc 10,21].
Tutte frasi che hanno un significato unico di meditazione interiore del “silens loquor” del
“où êtes vous quando vous n’êtes pas présent à vous?” [De imitatione Christi, II,V,9] della
lampada portata nella casa vegliando ecc. [cf. ¿Mt 5,15; Lc 15,8?]37.
Ambos escritos, si bien escuetos y hasta incompletos en sus indicaciones, nos
ofrecen, sin embargo, preciosas sugerencias —y de la pluma del mismo G.B. Montini—
sobre algunas de las fuentes que pueden haber inspirado su invitación a una toma de
conciencia por parte de la Iglesia:
– En la primera nota —y también al comienzo de la carta— nos topamos con una
referencia a Santa Catalina de Siena (1347-1380). Aunque no se consigna una
obra concreta de esta Doctora de la Iglesia —declarada tal por el propio
Pablo VI en 197038—, se trata de una de las enseñanzas emblemáticas y muy
repetida por la Santa, en la que une el conocimiento de uno mismo al
conocimiento de Dios, y con la que invita no sólo a la humildad, sino sobre todo
al amor a Dios. Seguramente el joven Montini tenía en mente párrafos como los
que siguen:
Te escribo […] con el deseo de verte morar en la celda del conocimiento de ti, y de la
bondad de Dios en ti; dicha celda es una habitación que el hombre lleva consigo adonde
va. En esta celda se adquieren las verdaderas y reales virtudes, y especialmente la virtud
de la humildad, y de la ardentísima caridad. Dado que en el conocimiento de nosotros el
alma se humilla, conociendo su imperfección, y no ser en sí; sino que ve que su ser le ha
sido dado por Dios. Luego, por tanto, que conoce la bondad de su Creador en sí, le
retribuye el ser, y toda gracia que es puesta sobre el ser: y así adquiere verdadera y
perfecta caridad, amando a Dios con todo el corazón y todo el afecto, y con toda su alma.
[…] Aquel que se conoce, conoce a Dios y la bondad de Dios en él; y también lo ama39.

En esta celda encontrarás a Dios. Y como Dios tiene en sí todo lo que participa del ser,
así encontrarás en ti la memoria, la cual posee y es capaz de retener el tesoro de los
beneficios de Dios; encontrarás el entendimiento, el cual nos hace participar de la
sabiduría del Hijo de Dios, entendiendo y conociendo su voluntad, que no quiere sino
nuestra santificación40.

37
G.B. MONTINI, «Due lettere a Giuseppe Tacci», NotIPVI 11 (1985), 58. Fechada simplemente el 21 de
noviembre, debe de ser de 1922 o, menos probablemente, de 1923. Los añadidos entre corchetes [] son
nuestros.
38
Cf. PABLO VI, Homilía en la Misa de la proclamación de Santa Catalina de Siena como Doctora de la
Iglesia, 4/10/1970. Allí se refiere «a la humilde y sabia virgen dominica», a quien califica como «la
mística del Cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia», y destaca «la peculiar excelencia de su
doctrina».
39
SANTA CATALINA DE SIENA, Carta 37.
40
SANTA CATALINA DE SIENA, Carta 241. Expresiones similares —no sólo se habla de la «celda», sino
también de la «casa del conocimiento» de uno mismo— se encuentran en las Cartas 2, 26, 49, 51, 53,
FUENTES DE LA TEMÁTICA 67

Este conocimiento propio, como en la Ecclesiam Suam, no se reduce a un


ejercicio psicológico de comprensión personal, tampoco a un recogimiento
íntimo, sino que es un movimiento espiritual que busca abrirnos a la
trascendencia para encaminarnos al descubrimiento de Dios en y por el propio
interior. No nos inclina, por tanto, a una auto-contemplación, sino más bien a
dirigir nuestra mirada y nuestro corazón a quien es el Creador, el origen de
nuestro ser.
– Una dinámica semejante es la que traza San Agustín de Hipona (354-430) en su
célebre sentencia «¡Oh Dios, siempre el mismo!, que me conozca, que Te
conozca»41, texto que también aparece citado tanto en la última de sus Notas
como al comienzo de la carta42. Esta oración tan sentida nos muestra que el
auténtico conocimiento personal no es un obstáculo, sino, por el contrario, un
camino para el encuentro con Dios. Ahondar en uno mismo es igualmente
ahondar en el conocimiento de Dios, porque —como el mismo Doctor de la
Gracia le confiesa al Señor con otra de sus conocidas expresiones— «Tú estabas
dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más
sumo mío»43. Tomar conciencia de sí es para el hombre —como también para la
Iglesia— descubrir a Dios en lo más profundo de su naturaleza, reconocerlo
como el origen de su ser, la razón de su existir, el destino de sus afanes.
– Sigue inmediatamente después, en el caso de la carta, la evocación a distintos
pasajes de la Escritura en los que se alude a la dimensión interior de la vida
cristiana. Entre ellos sobresale —como lo destaca el propio Montini con el
elocuente «aún más» [«ancor più»] con el que enlaza la frase— la referencia al
célebre pasaje del Evangelio según San Lucas en el que se recoge «la dulce
historia íntima de la Madre de Dios», donde la Virgen es presentada como
arquetipo de interioridad y modelo de quien atesora y pondera íntimamente las
palabras de Dios: «(María, por su parte) conservaba (συνετήρει) todas estas
palabras meditándolas (συμβάλλουσα) en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51)44.
Sorprende, como lo haremos notar más adelante45, que, habiendo reflexionado
sin duda en torno a este pasaje, Pablo VI no lo recoja en su encíclica, ni tampoco
desarrolle en ninguno de los párrafos de la Ecclesiam Suam el carácter mariano
de la conciencia eclesial.
A éste se suman la advertencia evangélica de que: «No el que dice… sino el que
escucha y hace» podrá entrar en el Reino de los Cielos (cf. Mt 7,21; Lc 6,46-

73, 76, 78, 82, 83, 84, 87, 94, 102, 104, 113, 119, 144, 154, 188, 201, 245, 263, 266, 322, 329, 334,
351, 353, 356, 358, 366, 369, VI,1 (cf. ID., Lettere), y en El diálogo, 63, 73 y 74 (cf. ID., El diálogo –
Oraciones y soliloquios, 161-164 y 180-182).
41
«Deus semper idem: noverim me, noverim Te» (SAN AGUSTÍN, Soliloquium II,I,1: PL 32, 885; BAC I, 473).
42
Este mismo pasaje agustiniano lo encontramos también en G.B. MONTINI, «El Espíritu Santo y el alma
consagrada», 1949, en ACD, 165.
43
«Tu autem eras interior intimo meo, et superior summo meo» (SAN AGUSTÍN, Confesiones, III,6,11: PL
32, 688; BAC II, 142).
44
La carta recoge este pasaje en latín. Los destacados en cursivas son del propio Montini.
45
Cf. infra, 6.8.
68 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

47)46, la sentencia de que «El Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc
17,21)47, el elogio filial: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
ocultaste estas cosas a sabios (e inteligentes), y las revelaste a los niños» (Mt
11,25; Lc 10,21)48, y, por último, una alusión sin un correlato bíblico claro a la
lámpara que se enciende dentro de la casa —¿quizá se refiera a la luz que no se
puede esconder debajo del celemín (cf. Mt 5,15; Mc 4,21; Lc 8,16; 11,33) o, más
probablemente, a la parábola de la dracma perdida, cuya propietaria, con el fin
de buscarla, enciende un candil (cf. Lc 15,8)?—. Esta última alternativa nos
ofrecería una hermosa interpretación: para encontrar nuestra identidad perdida,
fruto del pecado, es preciso que encendamos la luz de Cristo en nuestro interior;
de la misma manera, para que la Iglesia se tope con su ser más profundo y tome
conciencia de sí, ha de dejarse iluminar por quien es la Luz del mundo, su
Cabeza y Fundador.
– Finalmente, una mención especial merece la Imitación de Cristo de Tomás de
Kempis (1380-1471)49, con cuya explícita evocación comienza y termina el
fragmento de la carta que venimos estudiando. Es el propio G.B. Montini quien
nos revela: «Se vuoi seguire la traccia delle mie ricerche ti mando prima al capo
I dell’Imitaz. di C.»50, e inmediatamente después transcribe, en latín, un pasaje
de dicho volumen: «Dichosos los oídos que no escuchan la voz que procede de
fuera, sino la verdad que (habla y) enseña al corazón»51. Y, unas líneas más

46
No es una cita literal de la Escritura. Se trata, en realidad, de la fusión de dos pasajes: Mt 7,21 («No
todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de
mi Padre que está en los cielos») y Lc 6,46-47 («¿Por qué me llamáis “Señor, Señor” y no hacéis lo
que digo? Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién
es semejante…»).
47
Es interesante notar que la mayoría de las versiones en castellano y en italiano optan por traducir «entre
vosotros» (Biblia de Jerusalén, Reina Valera, Biblia de las Américas, La Casa de la Biblia, Biblia del
Jubileo 2000, Dios habla hoy) o «en medio de vosotros» / «in mezzo a voi» (Reina Valera Actualizada
2015, Biblia de Straubinger, Conferenza Episcopale Italiana, La Bibbia della Gioia). G.B. Montini, en
cambio, prefiere —destacando de ese modo el aspecto de interioridad— «dentro de vosotros» /
«dentro di voi», como lo hacen unas pocas versiones (La Santa Biblia, Biblia Americana San
Jerónimo, La Nuova Diodati, por ejemplo) o lo indican como otra posibilidad en nota a pie de página
algunas de las traducciones antes citadas. La Vulgata trae «regnum Dei intra vos est», y el griego
consigna «βασιλεία τοῦ θεοῦ ἐντὸς ὑμῶν ἐστιν».
48
Nuevamente el texto es recogido en latín. En ambos Evangelios (Mt y Lc) la Vulgata consigna «a
sapientibus et prudentibus», pero G.B. Montini omite las palabras en cursivas.
49
Si bien su autoría es discutida y algunos se la atribuyen a San Buenaventura, Enrique de Kalkar,
Giovanni Gersenio o Jean Gerson, seguimos el parecer de la mayoría de especialistas que la reconocen
como de Tomás de Kempis.
50
Aunque no menciona de cuál de los libros se trata, tanto los temas abordados como la cita posterior nos
confirman que se refiere al libro III («De la consolación interior»), cuyo capítulo 1 se titula: «Cómo
habla Cristo interiormente al alma fiel». Para las citas en castellano seguimos la edición crítica y la
numeración de León E. Sansegundo (Barcelona 1974), elaborada según el manuscrito original de Bruselas.
51
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, III,1,4. El texto latino dice: «Beatae plane aures quae non
vocem foris sonantem, sed interius auscultant veritatem loquentem et docentem», pero G.B. Montini
omite las palabras que hemos destacado en cursivas. Cambia, además, «interius» por «intus». Resulta
por demás iluminador para el tema que nos ocupa el contexto que rodea a este fragmento, así que
FUENTES DE LA TEMÁTICA 69

adelante, recoge otro texto de esta obra cumbre de la Devotio Moderna:


«¿Dónde estás cuando no estás contigo mismo?»52. Se trata, sin duda, de dos
preciosos pasajes que alimentaron la reflexión de Pablo VI sobre la necesidad de
que la Iglesia tome conciencia de sí misma.

Aunque fragmentarias y escuetas, las referencias que hemos encontrado en estos


cuatros documentos de G.B. Montini —particularmente en los dos escritos de sus años
juveniles— nos han permitido no sólo entrever algunas de sus fuentes de inspiración,
sino también ir delineando con mayor precisión el contenido de esa invitación que el
Pontífice cursó a la Iglesia instándola a conocerse mejor y a reflexionar sobre sí.

3.2. “Conciencia” en el pensamiento pre-cristiano


y en el desarrollo teológico de la Iglesia
Una vez repasadas todas las fuentes que hemos podido descubrir en los escritos de
G.B. Montini, para seguir ahondando en los antecedentes y en el significado del capítulo I
de la Ecclesiam Suam conviene que echemos ahora una amplia mirada a la historia del
pensamiento —pre- y extra-cristiano, bíblico, patrístico, teológico y filosófico—,
buscando más luces sobre las diferentes corrientes o pensadores que, de una u otra
manera, hallan abordado el tema del conocimiento o de la conciencia de sí. Trataremos
de establecer en cada caso, en la medida de lo posible, los probables puntos de contacto
entre cada una de estas fuentes y el Sucesor de San Pedro.
Antes de iniciar esta indagación histórica, sin embargo, debemos dejar sentada una
indispensable premisa de interpretación: si bien muchos de los textos que recogeremos
aluden a la necesidad del conocimiento personal y de la introspección meditativa en el
propio interior —e incluso puede que utilicen explícitamente el término “conciencia” u
otro análogo—, se trata en cada caso —especialmente cuando se mencionan propuestas
pre-cristianas o filosóficas— de autores con convicciones, ideas, cosmovisiones y
concepciones particulares de lo que supone tal tarea, con significados y sentidos que

transcribimos un pasaje más amplio: «Oiré lo que el Señor mi Dios habla en mí. Venturosa el alma que
escucha al Señor que habla en ella, y de su boca recibe palabras de consuelo. Dichosos los oídos que
perciben el susurro de las inspiraciones divinas, y no atienden a los vanos rumores del mundo.
Dichosos los oídos que no escuchan la voz que procede de fuera, sino la verdad que habla y enseña al
corazón. Bienaventurados los ojos que, cerrados a las cosas exteriores, están atentos de continuo a las
íntimas del alma. Felices los que penetran las cosas interiores, y se aplican a diario en continuos
ejercicios para disponerse cada vez más a captar los secretos celestiales […]. ¡Oh, alma mía!, advierte
todo esto y cierra las puertas de tus sentidos, para que puedas escuchar y apreciar así lo que el Señor tu
Dios habla dentro de ti» (ibid., III,1,1-6.8).
52
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II,5,9. Esta vez hace la citación en francés. El título del capítulo
es «Sobre la propia estima», y nuevamente resulta muy significativo el contexto del fragmento:
«Nunca serás hombre de vida profunda y virtuosa si […] no pones especial atención en ti mismo. Si te
concentras sólo en Dios y en ti, poco te importará cuanto puedas observar a tu alrededor. ¿Dónde estás
cuando no estás contigo mismo? Y ¿qué has ganado, tras haber discurrido por todas partes, si te has
olvidado de ti? Si quieres lograr la paz y la verdadera unión con Dios, es necesario prescindir de todo y
tenerte sólo a ti ante los ojos» (ibid., II,5,7-10). Sobre la Imitación de Cristo nos explayaremos más
adelante; cf. infra, 3.2.4.
70 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

pueden distar bastante unos de otros. Escapa a la finalidad de este capítulo ofrecer
mayores precisiones hermenéuticas, pero no se debe olvidar que su alusión no implica
indefectiblemente que sean preceptores del pensamiento de Giovanni Battista Montini –
Pablo VI, ni escritores de los que deba considerársele deudor —de hecho, como ya lo
hemos indicado, la encíclica no hace ninguna referencia ni a éstos ni a otros
pensadores—. Pero se puede descubrir en ellos, en distintos grados, a posibles
“interlocutores” del Pontífice, en quienes directa o indirectamente puede haberse
inspirado para perfilar su propia impostación, alimentada en su caso, sin duda, con las
verdades de la fe. Su contemplación panorámica permite, además, no sólo vislumbrar el
desarrollo de estas ideas a lo largo de la historia, sino también reafirmar cómo se trata
de una preocupación con hondas raíces antropológicas.

3.2.1. Fuentes no cristianas


El testimonio más antiguo del que hemos encontrado noticia es la famosa
inscripción en el templo de Delfos:
Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que
si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú
ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En
ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el
universo y a los dioses53.
De ella nos da noticia el historiador Pausanias (110-180), quien en su Descripción
de Grecia recoge:
En el pronao de Delfos están escritas máximas útiles para la vida de los hombres. Han sido
escritas por hombres que los griegos dicen que fueron sabios. […] Pues bien, cuando
llegaron a Delfos, estos hombres ofrendaron a Apolo las celebradas máximas “Conócete a
ti mismo” y el “Nada en exceso”54.
Y de ella se hacen eco varios pensadores griegos, como el filósofo y poeta Hesíodo
(VII a.C.), quien, en sus extensos versos sobre Los trabajos y los días, proclama:
Es el mejor hombre en todos los sentidos el que por sí mismo se da cuenta, [tras meditar,
de lo que luego y al final será mejor para él]. A su vez es bueno también aquel que hace
caso a quien le aconseja; pero el que ni por sí mismo se da cuenta ni oyendo a otro lo graba
en su corazón, éste en cambio es un hombre inútil55.
Entre los pocos fragmentos de Heráclito de Éfeso (c. 544-484 a.C.) que han
llegado hasta nosotros, encontramos estas breves pero elocuentes sentencias: «Me

53
Inscripción en el frontispicio del Templo de Apolo en el Monte Parnaso, Grecia. En 1961 el Cardenal
Montini apuntaba: «Il “Conosci te stesso” resta sempre il grande problema della speculazione umana.
Chi è l’uomo? Che cosa siamo noi? Sappiamo ben definirci?» (G.B. MONTINI, «Pasqua, festa del
Battesimo», 27/3/1961, en DSM III 4220).
54
PAUSANIAS, Descripción de Grecia, lib. X, cap. 24.
55
HESÍODO, Los trabajos y los días, lib. I, 293ss. Otra versión traduce la última frase como «Quien no
escucha ni a sí propio ni a los demás, es un hombre inútil» (http://www.ladeliteratura.com.uy/biblioteca/
hesiodotrabajos.pdf).
FUENTES DE LA TEMÁTICA 71

investigué a mí mismo», y «Todos los hombres participan del conocerse a sí mismos y


del ser sabios»56.
En una línea un tanto distinta se pronuncia Píndaro (c. 518-438 a.C.), quien en sus
Píticas exhortaba a sus contemporáneos a vivir siempre de acuerdo a la propia
identidad: «¡Hazte el que eres!, como aprendido tienes»57. Y más adelante el célebre
poeta remarca: «Necesario es recabar de los dioses lo que cumple al mortal, al humano
sentir, conociendo lo que está ante tu pie: de qué destino somos»58.
Es conocido, por otro lado, que Sócrates (c. 470-399 a.C.) hizo del conocimiento
personal uno de los pilares de toda su propuesta filosófica. Así nos lo testimonian sobre
todo sus discípulos Jenofonte de Atenas (c. 431-354 a.C.) y Platón (427-347 a.C.). El
primero de ellos, en sus Memorabilia o Recuerdos de Sócrates, al presentar un diálogo
entre Eutidemo y su maestro, recoge este intercambio de pensamientos:
Dime, Eutidemo, ¿has ido alguna vez a Delfos? —He ido dos veces, ¡por Zeus!. —¿Leíste
entonces en algún sitio del templo la inscripción Conócete a ti mismo? —Sí. —¿Y ya no te
preocupaste más de la inscripción, o prestaste atención e intentaste tratar de examinar
cómo eres? —Eso no, ¡por Zeus!, pues creía que lo sabía muy bien. Difícilmente podría
saber otra cosa si me desconociera a mí mismo. —En eso caso, ¿crees que se conoce a sí
mismo uno que sólo conoce su propio nombre o quien actúa como los compradores de
caballos, que no piensan que conocen al que quieren conocer hasta que examinan si es
dócil o rebelde, fuerte o débil, rápido o lento, y en general cómo está en las cualidades
convenientes e inconvenientes en cuanto al uso del caballo? ¿Es así también como él se
examina a sí mismo sobre sus cualidades para su uso como hombre y como conoce su
propio valor? —Yo creo que es así, que quien desconoce su propio valor se ignora a sí
mismo59.
Y, poco más adelante, el mismo Eutidemo reconoce: «Ten la seguridad de que creo
firmemente, Sócrates, que el conocimiento de sí mismo debe tener la máxima
importancia»60.
El propio Jenofonte escribe en su Ciropedia, narrando las aventuras de Creso,
sobre el autoconocimiento como requisito para alcanzar la felicidad:
Abrumado por las desgracias de mis hijos, envío de nuevo a preguntar al dios qué podría
hacer para pasar el resto de la vida lo más felizmente posible, y él me respondió: “Si te
conoces a ti mismo, Creso, realizarás la travesía felizmente”. Y yo, al oír el oráculo, me
regocijé, pues consideraba que él me había encomendado la tarea más sencilla para
otorgarme la felicidad. En efecto, a los demás es posible conocerlos a unos sí y a otros no.
Pero creía que cualquier hombre sabía quién es él mismo61.
Platón (427-347 a.C.), por su parte, también recoge en algunos de sus Diálogos
invitaciones socráticas al conocimiento propio. En Cármides, por ejemplo, Critias dice:

56
Se trata de los fragmentos 802, 22 B 101 y 845, 22 B 116, recogidos en Los filósofos presocráticos, I,
380-397.
57
PÍNDARO, Pítica, II,72.
58
PÍNDARO, Pítica, III,59-60.
59
JENOFONTE, Memorabilia, IV,2,24-25. Fragmento citado por Pablo VI en su Audiencia general del
12/2/1969.
60
JENOFONTE, Memorabilia, IV,2,30.
61
JENOFONTE, Ciropedia, VII,2,20-21.
72 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

No [podría] consentir nunca que un hombre, que no tiene conocimiento de sí mismo,


pudiera ser sabio. Pues hasta llegaría a afirmar que precisamente en esto consiste la
sabiduría, en el conocerse a sí mismo, y estoy conforme con aquel que en Delfos escribió
la famosa frase… Porque el “conócete a ti mismo” y el “sé sabio” son la misma cosa,
según dice la inscripción, y yo con ella62.
Hablando con Alcibiades, en el diálogo que se conoce también como Sobre la
naturaleza del hombre, Sócrates se pregunta:
¿Qué es preocuparse de sí mismo (ya que a menudo sin darnos cuenta no nos preocupamos
de nosotros mismos, aunque creamos hacerlo) y cuándo lo lleva a cabo el hombre? […]
¿Podríamos saber qué arte le hace a uno mejor si no sabemos en realidad lo que somos? 63.
A lo que él mismo, más adelante, se responde:
Conociéndonos, también podremos conocer con más facilidad la forma de cuidar de
nosotros mismos, mientras que, si no nos conocemos, no podríamos hacerlo. […]
Entonces, mi querido Alcibíades, si el alma está dispuesta a conocerse a sí misma, tiene
que mirar a un alma, y sobre todo a la parte del alma en la que reside su propia facultad, la
sabiduría, o a cualquier otro objeto que se le parezca. […] Quienquiera que la mira y
reconoce todo lo que hay de divino, un dios y una inteligencia, también se conoce mejor a
sí mismo. […] Por consiguiente, mirando a la divinidad empleamos un espejo mucho
mejor de las cosas humanas para ver la facultad del alma, y de este modo nos vemos y nos
conocemos a nosotros mismos. […] Y si no nos conociéramos a nosotros mismos ni
fuéramos juiciosos, ¿podríamos saber qué cosas nuestras son buenas y cuáles son malas?64.
Resulta significativo, además, que en la Apología de Sócrates ponga en boca de su
maestro estas palabras: «Obraría yo indignamente si, […] al ordenarme el dios, según
he creído y aceptado, que debo vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los
demás, abandonara mi puesto por temor a la muerte o a cualquier otra cosa»65.
No faltan tampoco las reflexiones de Aristóteles (384-322 a.C.) sobre el tema. En
su Magna Moralia, por ejemplo, el filósofo de Estagira subraya la necesidad de la
amistad para llegar a un auténtico conocimiento personal:
Nada más difícil como han dicho algunos sabios, y al mismo tiempo más dulce que el
conocerse a sí mismo, porque ¡qué encanto hay en conocerse! Pero no podemos vernos
partiendo de nosotros mismos, y lo que prueba bien nuestra completa impotencia a este
respecto es que reprobamos muchas veces en los demás lo que hacemos nosotros
personalmente. Nuestro error nace, ya de la benevolencia natural que siempre se tiene para
consigo mismo, ya de la pasión que nos ciega; y en los más de nosotros esto es lo que
oscurece y falsea nuestro juicio. Así como cuando queremos ver nuestro propio semblante
nos miramos en un espejo, así cuando queremos conocernos sinceramente, es preciso mirar
a nuestro amigo, en el cual podemos vernos perfectamente, porque mi amigo, repito, es
otro yo. Si es tan grato conocerse a sí mismo, y si no se puede con esto sin otro, que sea

62
PLATÓN, Cármides, 164d-165a.
63
PLATÓN, Alcibiades, I, 128a-e.
64
PLATÓN, Alcibiades, I, 129a y 133b-c.
65
PLATÓN, Apología de Sócrates, 28d-e. Otras alusiones a la inscripción en el templo de Delfos o al
conocimiento de uno mismo se pueden ver en: Protágoras, 343a-b; Filebo, 48c-d; Alcibíades I, 124-
134; Hiparco, 228d-e; Las Leyes, XI,923a.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 73

vuestro amigo, el hombre independiente tendrá cuando menos necesidad de la amistad para
conocerse a sí mismo66.
Mientras que el historiador Diodoro Sículo (c. 90-30 a.C.), trayendo a colación en
su monumental Biblioteca histórica unas máximas del templo de Delfos que él atribuye
a Quilón, nos dice:
El “conócete a ti mismo”, en efecto, nos invita a formarnos y a ser prudentes, puesto que
sólo así el hombre puede llegar a conocerse a sí mismo; porque aquellos que no disfrutan
de los beneficios de una formación y son insensatos o la mayor parte de las veces piensan
que ellos son muy inteligentes, lo que, según Platón, es la forma más necia de la
ignorancia, o consideran virtuosos a los viles mientras que contrariamente tienen por
ineptos a los hombres honrados; ciertamente sólo es posible que uno se conozca a sí mismo
y a los otros si ha alcanzado una formación y una inteligencia notables67.
Y el moralista Epicteto (55-135), de la escuela estoica, nos ofrece un alegato en
favor de la reflexión sobre uno mismo, incluso recurriendo para ello a la ayuda de los
dioses. Después de demostrar que la serenidad y la felicidad no se hallan ni en el
cuerpo, ni en las posesiones, ni en el poder, ni en la realeza, se pregunta: «¿En dónde
reside el bien, puesto que no reside en esas cosas?», para luego responder: «En donde
no os lo parece ni queréis buscarlo. Porque, si quisierais, hallaríais que está en vosotros
y no andaríais descaminados afuera ni pretenderíais lo ajeno como propio. Volveos a
vosotros mismos, enteraos bien de las presunciones que tenéis». Y poco después, en
línea semejante, añade: «Piénsalo con más cuidado, conócete a ti mismo, interroga a tu
genio, no lo intentes sin la divinidad»68.
Más explícito había sido ya en el libro II de estas mismas Disertaciones, en las que,
examinando dónde se puede buscar la esencia del bien y diferenciando claramente a los
otros seres del hombre, exhortaba a sus lectores a ahondar en su propia identidad:
Mientras que tú eres primordial, tú eres una chispa divina; tienes en ti mismo una parte de
ella. Entonces, ¿por qué no reconoces tu parentesco? ¿Por qué no sabes de dónde
procedes? ¿No quieres recordar cuando comes quién eres al comer y a quién alimentas?
¿Al tener trato amoroso, quién eres al hacerlo? Cuando estás en compañía, cuando te
entrenas, cuando charlas, ¿no sabes que alimentas a la divinidad, que entrenas a la
divinidad? Llevas a la divinidad contigo de un lado a otro, desdichado, y no lo sabes. ¿Te
parece que hablo de algo que por fuera es de plata o de oro? Lo llevas en ti mismo y no te
das cuenta de que estás salpicándolo con pensamientos impuros, con acciones sucias. Si
estuvieras ante una estatua del dios no te atreverías a hacer nada de lo que haces; y estando
presente en tu interior la propia divinidad, que lo ve y lo escucha todo, ¿no te da vergüenza
pensar y hacer esas cosas, ignorante de tu propia naturaleza, maldito de la divinidad?69.
Pasando al ámbito latino, nos encontramos aquí con el poeta Décimo Junio
Juvenal (siglos I-II), quien en sus Sátiras advierte: «Del cielo desciende eso de
conocerte a ti mismo que habría que clavar en nuestro corazón y pensar sin tregua sobre

66
ARISTÓTELES, La gran moral, II,17,1213a. Puede verse también una alusión más breve en su Retórica,
II,21,3.
67
DIODORO SÍCULO, Biblioteca histórica, IX,10,1-2. Cf. también ibid., XIII,24,5.
68
EPICTETO, Disertaciones por Arriano, III,22,38.39.53.
69
EPICTETO, Disertaciones por Arriano, II,8,11-14. Cf. asimismo ibid., I,18,18 y III,1,18. Otra referencia
al consejo délfico se encuentra en ID., Fragmentos, I.
74 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

ello». Casi inmediatamente agrega: «Si tú pretendes defender una causa poco clara y
que implica grandes riesgos, examínate y dite a ti mismo quién eres». E incluso se
anima a añadir: «Conviene conocer la propia estatura y atender a ella en los asuntos más
ínfimos y en los más grandes»70.
Por último, cerramos esta breve e incompleta mirada al mundo pre- y extra-
cristiano transcribiendo dos pasajes del Emperador romano Marco Aurelio (121-180)
tomados de sus Meditaciones. En primer lugar: «Recógete en ti mismo. El guía interior
racional puede, por naturaleza, bastarse a sí mismo practicando la justicia y, según eso
mismo, conservando la calma»71. Y, además: «Cava en tu interior. Dentro se halla la
fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de
excavar»72.
Naturalmente no resulta sencillo determinar con cuáles de estas enseñanzas se topó
directamente G.B. Montini en su itinerario intelectual, y ni en la Ecclesiam Suam ni en
sus otros escritos —salvo los casos mencionados— hemos encontrado referencias
explícitas que nos remitan a ellas. Sin embargo —como haremos notar al hablar de su
formación humanística y filosófica73—, su amplio bagaje cultural, su reconocida afición
por los clásicos y sus cuidados estudios en el seminario y en los claustros universitarios
hacen más que probable el que algunas de estas meditaciones hallan alimentado su
espíritu74.

3.2.2. La Sagrada Escritura75


Pasamos ahora a revisar las fuentes propiamente cristianas, comenzando por la
Sagrada Escritura. Antes de emprender este recorrido, sin embargo, creemos oportuno
destacar dos elementos. En primer lugar, no se trata únicamente de una época diferente,
de un contexto diverso o de otros autores, sino que estamos ante un profundo cambio de
perspectiva. Así lo formula Étienne Gilson, el gran medievalista francés: «Los griegos
dicen: conócete a ti mismo para saber que no eres un Dios, sino un mortal; los cristianos
dicen: conócete a ti mismo para saber que eres un mortal, pero la imagen de un Dios»76.
Y, por otro lado, la visión bíblica es ajena por completo a cualquier sesgo solipsista en

70
JUVENAL, Sátiras, XI,27-28, XI,32-33 y XI,35-36.
71
MARCO AURELIO, Meditaciones, VII,28.
72
MARCO AURELIO, Meditaciones, VII,59.
73
Cf. infra, 4.2.
74
Recogemos este pasaje del P. Eduardo de la Hera, uno de los más reputados biógrafos de Pablo VI, que
ilustra lo que venimos diciendo: «Además de las ciencias eclesiásticas, conocía las artes plásticas y la
poesía, la novela, el teatro, el ensayo, la literatura en general, tanto la clásica como la contemporánea.
Poseía, además, una amplia cultura humanística: la de los autores latinos y griegos, que tanto se
traducían por entonces en los colegios y seminarios. Alineados en las estanterías de su biblioteca,
podían verse, además, libros de filosofía y de historia» (E. DE LA HERA, La noche transfigurada.
Biografía de Pablo VI, 184).
75
Salvo que se indique algo distinto, las citas bíblicas de este acápite se hacen siguiendo las siguientes
versiones: Biblia de Jerusalén, Bilbao 1975; A. RAHLFS, ed., Septuaginta id est Vetus Testamentum
graece iuxta LXX interpretes, Stuttgart 1979; K. ALAND, - al., The Greek New Testament, New York 1975;
A. COLUNGA – L. TURRADO, ed., Biblia sacra iuxta Vulgatam Clementinam nova editio, Madrid 19857.
76
É. GILSON, La théologie mystique de Saint Bernard, p. 93, nota 1.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 75

la toma de conciencia de sí, pues en ningún lugar de la Escritura el hombre está solo,
sino que toda ella es la historia del hombre y Dios. Es más, muchas veces quien le habla
al ser humano es precisamente su Creador.
Como haremos notar al estudiar el significado del término “conciencia”77, éste
tiene dos acepciones generales: en primer lugar, la conciencia moral —es decir, el
juicio del entendimiento práctico sobre la bondad o malicia de un acto personal
determinado— y, en segundo lugar, la conciencia psicológica —esto es, el
reconocimiento de la presencia de una realidad por parte de la persona, ya sea exterior o
interior a ella misma—. En cuanto a la primera acepción —la conciencia moral—, son
dos las principales voces griegas que aluden directamente a ella: el sustantivo syneídēsis
(συνείδησις) = conciencia, y el verbo sýnoida (σύνοιδα) = ser consciente, saber78. Dado
el carácter poco abstracto del pensamiento hebreo y la carencia de un lenguaje técnico
para designar ciertas dimensiones antropológicas, a estos dos términos se unen otras
categorías bíblicas más concretas —como corazón (hb. lēb; gr. καρδία)79 y pensamiento
o pensar (gr. λογισμός, λογίζομαι)80— para referirse a la misma realidad81.
Pero en cuanto a la segunda acepción, la conciencia psicológica —que es el sentido
que Pablo VI le imprime al vocablo en su encíclica—, no existe, en cambio, ninguna
equivalencia bíblica directa. Tengamos en cuenta que nos encontramos frente a una

77
Cf. infra, 6.1.
78
Respecto al Antiguo Testamento, en la Septuaginta los encontramos sólo 2 veces, y en escritos tardíos:
Sab 17,10 y Ecle 10,20; mientras que la Vulgata consigna 5 veces su traducción latina conscientia: la
ya mencionada Sab 17,10, además de Gén 43,22 («non est in nostra conscientia» = ignoramos, no
sabemos), Ecle 7,22 («scit enim tua conscientia» = sabe) y otras dos alusiones sin correspondencia con
el original: Prov 12,18 («quasi gladio pungitur conscientiae» = hieren como espadas) y Eclo 13,20
(«cui non est peccatum in conscientia» = sin pecado). Respecto al Nuevo Testamento, no aparecen en
los Sinópticos, pero las cartas paulinas nos ofrecen una veintena de ejemplos: Rom 2,15; 9,1; 13,5;
1Cor 4,4 (σύνοιδα); 8,7.10.12; 10,25.27.28.29; 2Cor 1,12; 4,2; 5,11; 1Tim 1,5.19; 3,9; 4,2; 2Tim 1,3;
Tit 1,15. Fuera de San Pablo, se les consigna 3 veces en Hch (5,2 [σύνοιδα]; 23,1; 24,16), 5 veces en
Heb (9,9.14; 10,2.22; 13,18) y 3 veces en 1Pe (2,19; 3,16.21). Algunos códices añaden en Jn 8,9 la
frase «convencidos por la conciencia» (ὑπὸ τῆς συνειδήσεως) al motivo del abandono de quienes
acusaban a la adúltera, pero tal frase parece una glosa y la mayoría la desecha.
79
Así, p.ej., en: 1Sam 24,5 («Después su corazón le latía fuertemente…»); 2Sam 24,10 («…le pesó en su
corazón»); Sal 51[50],12 («Crea en mí, oh Dios, un corazón puro»); Ecle 7,22 («Porque tu corazón
sabe muy bien…»; Jer 31,33-34 («Pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones escribiré…»); Mt
15,19 («…porque del corazón salen las intenciones malas»); Rom 2,15 («…esa ley escrita en su
corazón, atestiguándolo su conciencia»), etc.
80
Algunas muestras las podemos ver en: Sal 139[140],10 («…pensaron males en el interior»); Ecle 10,20
(«Ni aun en tu pensamiento digas mal del rey…»); Zac 8,17 («No traméis en vuestro interior el mal
uno contra otro»); Rom 2,15 («…sus pensamientos acusándolos unas veces y otras defendiéndolos»), etc.
81
Información más detallada sobre el estudio escriturístico de la conciencia moral puede consultarse en: J.
PRECEDO, «Conciencia», en Enciclopedia de la Biblia, II, cols. 446-449; H.-CH. HAHN, «Conciencia»,
en L. COENEN – E. BEYREUTHER – H. BIETENHARD., ed., Diccionario Teológico del Nuevo Testamento,
I, 286-288; CH. MAURER, «σύνοιδα, συνείδησις», en G. KITTEL – G. FRIEDRICH, ed., Grande Lessico
del Nuovo Testamento, XIII, cols. 269-326; P. URIBE ULLOA, «Syneídēsis en la Biblia Griega y mada’
en la Biblia Hebrea. Implicaciones para una valoración del término “conciencia” al interior del
Antiguo Testamento», Moralia 32 (2009), 7-17; G. LÜDEMANN, «συνείδησις», en H. BALZ – G.
SCHNEIDER, ed., Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, II, cols. 1579-1584; C. SPICQ, «La
conscience dans le Nouveau Testament», Révue Biblique 47 (1938), 50-80.
76 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

aproximación vital muy distinta a la escriturística82 y también ante un concepto


comparativamente reciente, muy distante por cierto de los siglos en que se escribieron
los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento83. No obstante, ello no quiere
decir, naturalmente, que los textos bíblicos sean ajenos por completo a esta dimensión
de la persona. A pesar de la carencia de un vocablo hebreo o griego específico, sí nos
topamos con algunas expresiones o figuras que, aunque sea de forma implícita, nos
remiten a esa realidad. Para complementar esta mirada bíblica, repasaremos asimismo
algunos pasajes en los que el Señor Jesús muestra la conciencia que tenía de sí mismo.
Y, finalmente, haremos lo propio con algunos textos de San Pablo y de San Pedro en los
que evidencian la conciencia que ellos poseían de la Iglesia.

Ya en el Pentateuco (Torá) nos encontramos con algunas expresiones que aluden a


la conciencia propia, como el pasaje de la zarza ardiente en el que Dios le revela su
nombre a Moisés y se define a sí mismo como: «Yo soy el que soy» (Éx 3,14). Más allá
de las posibles variantes en la traducción exacta de este enunciado y de sus diversas
interpretaciones84, todas coinciden en mostrar que Dios es, que permanece siendo y que,
aunque no haya categorías humanas para expresarlo, Él tiene una identidad bien
definida. No hay que olvidar la gran relevancia que para la mentalidad semítica tenía el
conocimiento del nombre de una persona. Otro texto con resonancias introspectivas nos
lo ofrece el primer discurso de Moisés que recoge el libro del Deuteronomio, en el que
después de repasar la historia de Israel, el patriarca exhorta: «Reconoce, pues, hoy y
medita en tu corazón, que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo

82
Dicha concepción de la vida tan diversa se ve graficada en la siguiente observación de Hans-Christoph
Hahn: «Para el israelita de la antigua alianza, el problema del relacionarse-consigo-mismo queda en
segundo término ante la cuestión de la relación con Dios» (H.-CH. HAHN, «Conciencia», en L. COENEN
– E. BEYREUTHER – H. BIETENHARD., ed., Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, I, 287). Algo
similar se puede señalar sobre la cosmovisión de los hombres en los tiempos en que se escribieron los
libros del Nuevo Testamento.
83
Si bien el “estudio del alma” es tan antiguo como la ciencia en general y formaba parte de la filosofía,
la psicología como disciplina independiente dio sus pasos iniciales recién en el siglo XIX. Las
primeras apariciones de la palabra como tal se dieron a fines del siglo XV o comienzos del XVI en el
libro Psichiologia de ratione animae humanae del humanista croata Marko Marulić. A éste seguirían:
Psichologie ou traicté de l’apparition des esprits, del francés Noël Taillepied (1588); Psychologia hoc
est de hominis perfectione, anima, ortu, del alemán Rudolf Göckel (1590); y Psychologia
anthropologica sive Animae humanae doctrina, del también alemán Otto Casmann (1594). El estudio
de la conciencia psicológica es incluso posterior. Aunque se reconoce a René Descartes (1596-1650) y
a John Locke (1632-1704) como a los precursores en este campo, su desarrollo más consistente se dio
a fines del siglo XIX y comienzos del XX, teniendo en el psicoanálisis a un importante impulsor.
84
Aunque el hebreo ‫ ֶֽאהְ יֶ֖ה ֲא ֶׁ֣שר ֶֽאהְ יֶ֑ה‬podría entenderse literalmente como “Yo soy lo que yo soy”, también
puede traducirse —y parece que con más propiedad— como “¡Soy yo!”, “Yo estoy verdaderamente
presente”, “Yo soy el que soy”, “Yo soy el que es”, “Yo soy el existente”. En ese sentido lo
interpretaron los LXX, quienes recogen: ἐγώ εἰμι ὁ ὤν. Y la Vulgata trae: «Ego sum qui sum».
Importantes precisiones para dilucidar este pasaje ofrecen G. AUZOU, De la servidumbre al servicio.
Estudio del libro del Éxodo, 114-118; J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, 89-108; H. FRIES,
«La revelación», en J. FEINER – M. LÖHRER, ed., Mysterium salutis, I, 242-243; É. GILSON, El espíritu
de la filosofía medieval, 57-70. Cf. también Ap 1,8: «Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor. “Aquel
que es, que era y que va a venir”, el Todopoderoso».
FUENTES DE LA TEMÁTICA 77

en la tierra; no hay otro» (Dt 4,39)85. Y este mismo escrito veterotestamentario nos trae
aquella otra recomendación del patriarca respecto a la vigilancia sobre uno mismo:
«Cuida [attende tibi ipsi / πρόσεχε σεαυτὧ] de no abrigar en tu corazón estos perversos
pensamientos…» (Dt 15,9)86.
Referencias semejantes se recogen también en los Libros Proféticos (Neviim). En
Isaías, por ejemplo, descubrimos esta invocación: «Contempla a Sión, ciudad de
nuestras fiestas señaladas; tus ojos verán a Jerusalén, morada de quietud, tienda que no
será plegada, cuyas estacas no serán arrancadas nunca, ni rotas ninguna de sus cuerdas»
(Is 33,20; Biblia de las Américas)87. Al pedido de observar con detenimiento a la
Ciudad Santa —tengamos en cuenta que Sión y Jerusalén son prefiguraciones e
imágenes de la Iglesia— se suma la confianza que el profeta transmite en su
permanencia y estabilidad. Un poco más adelante, ya en el Deuteroisaías, hallamos un
versículo sorprendente. Respondiendo al reclamo que Sión le presenta por haberla
supuestamente abandonado y olvidado, el propio Yahveh le asegura: «Míralo, en las
palmas de mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente» (Is
49,16)88. Si Dios mismo se ha hecho una marca indeleble de su pueblo y lo tiene
siempre presente, ¿qué menos se les puede pedir a los bautizados respecto a su madre, la
Iglesia? Jeremías, por su parte, casi al final de su libro advierte a Israel de la caída de
Babilonia y le solicita: «Recordad desde lejos a Yahveh, y que Jerusalén os venga en
mientes» (Jer 51,50b). Junto a la memoria de Yahveh aparece la remembranza
meditativa de la Ciudad Santa. A ello se suma la detallada y extensa descripción de
Jerusalén y de su nuevo Templo —con explicaciones sobre sus muros, pórticos, atrios,
dependencias, ornamentaciones, fuente y altar— que el profeta Ezequiel nos ofrece en
los nueve últimos capítulos de su libro (cf. Ez 40-48), descripción antecedida por esta
exhortación del mensajero divino: «Hijo de hombre, mira bien, escucha atentamente y
presta atención a todo lo que te voy a mostrar, porque has sido traído aquí para que yo te
lo muestre. Comunica a la casa de Israel todo lo que vas a ver» (Ez 40,3)89. En tanto que

85
Cf. Dt 4,29-30; 6,4-6.
86
Cf. Gén 24,6; Éx 10,28; 34,12; Dt 8,11; Prov 4,23. A partir de este pasaje algunos Padres de la Iglesia
han desarrollado reflexiones sobre el conocimiento propio; así, por ejemplo, San Basilio Magno, quien
le dedica una homilía especial (cf. Homilia in illud: Attende tibi ipsi: PG 31, 197-218), San Clemente
de Alejandría, San Gregorio de Nisa y San Ambrosio, entre otros. Ellos, sin embargo, no siguen la
traducción de la Vulgata («cave»), sino la propuesta por Rufino.
87
Cf. Sof 1,12.
88
Cf., además, Is 26,20; 44,21; 46,8 (Vulgata, Reina Valera).
89
Un poco más adelante el ángel añade: «Y tú, hijo de hombre, describe este Templo a la casa de Israel,
para que queden avergonzados de sus culpas y tomen nota de su plano. Se avergüenzan de toda su
conducta, enséñales la forma del Templo y su plano, sus salidas y entradas, su forma y todas sus
disposiciones, toda su forma y todas sus leyes. Pon todo esto por escrito ante sus ojos, para que
guarden con exactitud todas sus leyes y disposiciones, y las pongan en práctica» (Ez 43,10-11). La
finalidad de describir el Templo es que todos tomen nota de cómo está diseñado y se arrepientan de sus
pecados. No es, pues, sólo una tarea intelectual, sino que está orientada fundamentalmente a la
conversión, a su puesta en práctica y a su comunicación. Nótese, además, que en estos dos pasajes de
Ezequiel aparecen insinuados los tres capítulos de la Ecclesiam Suam: mirar bien, escuchar
atentamente y tomar nota de los planos del Templo (1. Conciencia); avergonzarse de la propia
78 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Habacuc une en su segundo oráculo el estar en vela con la necesidad de escrutar en el


corazón lo que Dios quiere manifestarle: «En mi puesto de guardia me pondré, me
plantaré en mi muro, y otearé para ver lo que Él me dice…» (Hab 2,1)90.
Más abundantes son las figuras que traen los Sapienciales (Ketuvim). El Salmo 48,
por ejemplo, recomienda: «Dad la vuelta a Sión, girad en torno de ella, enumerad sus
torres; grabad en vuestros corazones sus murallas, recorred sus palacios» (Sal
48[47],13-14). Siendo la Ciudad Santa, como hemos indicado, una imagen anticipada de
la Iglesia, con estas palabras el salmista nos invita a profundizar serena y
detalladamente en el conocimiento de la «Casa de Dios» (1Tim 3,15; 1Pe 4,17), a
recorrerla en nuestro interior y a impregnar su retrato en nuestras conciencias. Algo
similar puede decirse del Salmo 137, en el que leemos: «¡Jerusalén, si yo de ti me
olvido, que se me seque mi diestra! ¡Mi lengua se me pegue al paladar si de ti no me
acuerdo, si no alzo a Jerusalén al colmo de mi gozo!» (Sal 137[136],5-6). Sirviéndose
de metáforas corporales elocuentes el hagiógrafo nos conmina desde el destierro a que
la Ciudad Santa —la Iglesia— esté siempre presente en nuestros corazones. Mientras
que el Salmo 63 es un tanto general al invitarnos a la consideración constante de Dios
—«Pienso en Ti sobre mi lecho, en Ti medito en mis vigilias, porque Tú eres mi
socorro…» (Sal 63[62],7)—, el Salmo 85 es más específico al testimoniar que es
necesario abrir los oídos internos para escuchar la voz de Dios que allí resuena: «Oiré lo
que habla en mí el Señor Dios» (Sal 85[84],9)91. En línea semejante se pronuncia la
novia en el segundo poema del Cantar de los Cantares: «En mi lecho, por las noches,
he buscado al amor de mi alma. Busquéle y no le hallé. Me levantaré, pues, y recorreré
la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma. Busquéle y no le hallé»
(Cant 3,1-2)92. Y, poco más adelante, en el Epílogo del libro, ella misma le pide al
novio: «Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo» (Cant 8,6a).
Siendo el sello un signo representativo de la persona, con esta solicitud quiere
asegurarse de que estará siempre presente en la mente de su amado93. Otra es, en
cambio, la imagen de la que se vale el libro de los Proverbios, anticipando de algún
modo el imprescindible auxilio del Espíritu en el autoconocimiento y subrayando la

conducta, guardar con exactitud y poner en práctica las leyes divinas (2. Renovación); comunicar todo
lo que se ha visto y ponerlo por escrito (3. Diálogo). Cf. también Ez 44,5; Jer 26,2; Éx 25,8ss.
90
Cf. Is 62,6-7; Ez 3,17.
91
Traducción al castellano en base a la Vulgata, que trae: «Audiam quid loquatur in me Dominus Deus»
(el subrayado es nuestro). Es ésa la versión que sigue la Imitación de Cristo al recoger este pasaje en
III,1,1. Recordemos que G.B. Montini cita precisamente ese libro y ese capítulo del Kempis en la carta
a su amigo Giuseppe Tacci que hemos analizado líneas arriba (cf. supra, 3.1.2, nota 51). De allí que
resulte altamente probable el que haya reparado en estas palabras del Salmo 85. Cf. también: «¿A
quién pretende instruir y hacerle comprender lo que él oye? ¿A niños recién destetados, que acaban de
dejar el pecho?» (Is 28,9; El Libro del Pueblo de Dios). La capacidad de entrar en uno mismo y
escuchar las palabras del Señor es propia de las personas maduras que han dejado atrás la infancia
espiritual.
92
Cf. otros textos semejantes en que se busca al amado en Cant 3,3-4; 4,8; 5,2-8; 6,1; Sal 119[118],10.
Cf. también Jn 20,13.
93
Cf. Gén 6,6.8; 11,18; Prov 3,3. Dejamos para más adelante (cf. infra, 3.2.4) la alusión a Cant 1,7-8, del
que Guillermo de Saint-Thierry nos ofrecerá una hermosa interpretación alegórica.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 79

necesidad de la pureza interior para tener éxito en esta empresa: «Lámpara de Yahveh
es el hálito del hombre que explora hasta el fondo de su ser» (Prov 20,27)94. En tanto
que el libro del Eclesiástico tilda de bienaventurado al que practica la introspección:
«Feliz el hombre que se ejercita en la sabiduría, y que en su inteligencia reflexiona, que
medita sus caminos en su corazón y sus secretos considera» (Eclo 14,20-21)95; e incluso
invita directamente a sondear en el propio interior: «Antes de juzgar examínate a ti
mismo, y en el día de la visita encontrarás perdón» (Eclo 18,20)96. Más explícito aún es
el salmista, que eleva una oración en la que une el deseo de conocerse con la
consideración de su propia finitud temporal y moral: «Hazme saber, Yahveh, mi fin, y
cuál es la medida de mis días, para que sepa yo cuán frágil soy» (Sal 39[38],5-6)97.

Cuando pasamos al análisis del Nuevo Testamento, hemos de fijar ante todo
nuestra mirada en la persona del Señor Jesús. Un apretado repaso escriturístico
evidencia que Él tenía una nítida conciencia de sí 98, como puede constatarse, por
ejemplo, en las interrogantes que les formula a sus discípulos en Cesarea de Filipo:
«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? […] Y vosotros, ¿quién decís
que soy Yo?» (Mt 16,13.15)—; no son preguntas retóricas, sino una muestra palpable
del conocimiento que Él tenía de su propia identidad. Y es que, sabiéndose el Hijo
Unigénito, manifiesta la relación que lo une a su Padre99, a quien incluso llega a llamar
Abbá100. Él, además, conoce su origen y percibe que ha nacido del Padre antes de todos
los siglos101. En varios momentos utiliza deliberadamente la expresión «ἐγὼ εἰμί»,
aplicándose a sí mismo el nombre divino revelado a Moisés (cf. Éx 3,14) y

94
Cf. Job 32,8.
95
Cf. Prov 8,32-35.
96
Cf. Eclo 7,36.
97
Y en otro momento insiste: «¡Enséñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro
corazón!» (Sal 90[89],12). Cf. también Job 6,11-13; Sal 78[77],39; 89[88],48.
98
Interesantes luces al respecto pueden verse en: COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La conciencia
que Jesús tenía de sí mismo y de su misión, 1985, en CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, El
misterio del Hijo de Dios, 73-96; J. GALOT, La conciencia de Jesús.
99
«Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30); «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,38); «Si me
conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. […] El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn
14,7.9); «Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al
Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27; cf. Lc
10,22); «Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn 16,15; cf. 17,10); «Pero no estoy solo, porque el Padre
está conmigo» (Jn 16,32; cf. 8,29); «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2,49).
100
«¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo
que quieras tú» (Mc 14,36). Relación que distingue claramente de la que nosotros podemos entablar
con Él: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17); «Como tú, Padre, en
mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21). Cf. Mt 6,9.
101
«Porque he bajado del cielo…» (Jn 6,38); «Yo le conozco [al Padre], porque vengo de Él y Él es el
que me ha enviado» (Jn 7,29); «Mi testimonio vale, porque sé de dónde he venido y a dónde voy» (Jn
8,14); «…porque Yo he salido y vengo de Dios» (Jn 8,42); «Antes que Abraham existiera, Yo Soy»
(Jn 8,58); «Sabiendo [Jesús] que el Padre le había puesto todo en sus manos, y que había salido de
Dios y a Dios volvía…» (Jn 13,3); «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el
mundo y voy al Padre» (Jn 16,28).
80 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

confesándose de ese modo como Dios102. En más de una ocasión da cuenta de sí103, y se
autodefine utilizando diversas imágenes que tratan de expresar el misterio de su ser104.
Conoce asimismo la autoridad con la que ha sido dotado por su Padre105 y la misión que
le ha encomendado106.
A ello se añade el que Jesús haya querido, premeditada y conscientemente, fundar
su Iglesia, realizando a lo largo de su ministerio una serie de actos concretos que, en
conjunto, revelan su deseo expreso de instituirla107. En la escena de Cesarea de Filipo
que hemos referido lo indica Él mismo de manera diáfana108; con ese fin, además, eligió
a los Doce —número de los hijos de Jacob y de las tribus de Israel— como pilares del
nuevo Pueblo de Dios109, y le encargó el primado a uno de ellos110; les transmitió su
autoridad111; dotó a la naciente comunidad de una oración distintiva propia, como

102
«Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24); «Cuando hayáis levantado al Hijo
del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28); «Antes que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn
8,58); «Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy» (Jn
13,19). Cf. Jn 4,26; 18,5.6.8. Cf. también Mt 14,27; Mc 6,50; Jn 6,20.
103
«El Sumo Sacerdote le dijo: “Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios”. Dícele Jesús: “Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del
hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”» (Mt 26,63-64; cf. Mc 14,61-
62); «Le dice la mujer: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo…”. Jesús le dice: “Yo soy, el
que te está hablando”» (Jn 4,25-26); «“¿Tú crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Y quién es,
Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”» (Jn
9,35-37); «Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy» (Jn 13,13);
«Jesús, que sabía todo lo que iba a suceder, se adelanta y les pregunta: “¿A quién buscáis?”. Le
contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Díceles: “Yo soy”» (Jn 18,4-5).
104
«Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,35.48; cf. 6,41.51); «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12; cf. 9,5); «Yo
soy la puerta» (Jn 10,7.9); «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11.14); «Yo soy la resurrección y la vida»
(Jn 11,25); «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6); «Yo soy la vid» (Jn 15,1.5).
105
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18; cf. 11,27); «Todo me ha sido
entregado por mi Padre…» (Lc 10,22); «Yo he venido en nombre de mi Padre» (Jn 5,43; cf. 5,22).
106
«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento» (Mt 5,17); «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz,
sino espada» (Mt 10,34); «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17); «…tampoco el
Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc
10,45); «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra…» (Lc 12,49); «…el Hijo del hombre ha venido
a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); «Porque he bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38); «Por eso me ama el Padre, porque doy
mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente» (Jn 10,17-18).
107
Una sucinta pero muy clara exposición sobre el tema puede verse en J. RATZINGER, La Iglesia, una
comunidad siempre en camino, cap. I: «Origen y naturaleza de la Iglesia», 7-26. Cf. también J.
JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento, I. La predicación de Jesús, 199-202.
108
«…sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18b; cf. 16,13-20); «Y yo, cuando sea levantado de
la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).
109
Cf. Mt 10,1-4; Mc 3,13-19; 6,7; Lc 6,12-16; Jn 15,16.
110
Cf. Mt 16,18ss.
111
«A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19); «Dicho esto, sopló sobre ellos y
les dijo: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos”» (Jn 20,22-23); «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros,
y seréis mis testigos…» (Hch 1,8). Cf. Mt 18,18.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 81

correspondía en ese tiempo a una entidad naciente112; celebró con ellos la Eucaristía,
transformando de ese modo la Pascua judía y sellando con su sangre una «Nueva
Alianza»113; anunció la sustitución del Templo de Jerusalén y del antiguo culto por un
Templo nuevo, su propio cuerpo que luego se prolongará en la Iglesia 114; y les confió
una misión particular que abarca hasta los confines del mundo115. Así pues, la Iglesia
nació de la conciencia que Jesús tenía de sí, de su identidad divino-humana y de su
misión, conciencia que ha prolongarse en la comunidad eclesial y en la vida de cada uno
de sus miembros.
Todo ello, por supuesto, se ve reflejado en la mentalidad de San Pablo, que a partir
de allí fue desarrollando una particular concepción de la Iglesia —tema que, dada su
vastedad, dejamos solamente apuntado—116. Ya el simple hecho de los términos
específicos que emplea para referirse a ella —Iglesia (ἐκκλησία)117, Cuerpo de Cristo
(σῶμα Χριστοῦ)118 y Templo de Dios (ναὸς τοῦ θεοῦ)119, situando en un segundo plano

112
«Y sucedió que, estando Él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
“Señor, enséñanos a orar…”» (Lc 11,1; cf. 11,2-4). Como precisa el especialista luterano Joachim
Jeremias, «el hecho de que los discípulos de Jesús soliciten una oración, nos hace ver que ellos se
reconocían a sí mismos como la comunidad de Jesús». No le piden aprender a rezar como es debido,
sino «que les enseñe una oración que los caracterice a ellos como discípulos suyos y los mantenga
unidos. En efecto, el tener un propio orden de oración, en los grupos religiosos de aquel mundo
ambiente, es una nota esencial de su carácter comunitario» (J. JEREMIAS, Teología del Nuevo
Testamento, I. La predicación de Jesús, 202).
113
«Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20). Cf. Mt
26,28; Mc 22,24.
114
«Los judíos entonces le replicaron diciéndole: “¿Qué señal nos muestras para obrar así?”. Jesús les
respondió: “Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré”. Los judíos le contestaron: “Cuarenta y
seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero Él
hablaba del Santuario de su cuerpo» (Jn 2,18-21). Cf. Mt 12,6.
115
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20); «Id por todo
el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15); «Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria,
y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
116
Para un análisis más detallado, cf. H. SCHLIER, «Eclesiología del Nuevo Testamento», en J. FEINER –
M. LÖHRER, ed., Mysterium salutis, IV/1. La Iglesia: el acontecimiento salvífico en la comunidad
cristiana, 107-229 (especialmente las pp. 160-194).
117
Traducción del vocablo hebreo qāhāl en el Antiguo Testamento y utilizado también por la primitiva
comunidad helenística, el sustantivo ἐκκλησία aparece 114 veces en los escritos neotestamentarios:
sólo 3 de ellas en los Sinópticos (todas en el Evangelio de Mateo), 23 en el libro de los Hechos, 62 en
las cartas paulinas (22 en 1Cor), 2 en la Carta a los Hebreos, 1 en la Carta de Santiago, 3 en la
Tercera Carta de San Juan y 20 en el Apocalipsis. San Pablo lo usa varias veces especificando que es
la ἐκκλησία τοῦ θεοῦ (cf., p.ej., 1Cor 1,2; 10,32; 11,16.22; 15,9; 2Cor 1,1; Gál 1,13; 2Tes 1,4;
también Hch 20,28) e incluso añadiendo ἐν Χριστῷ [Ἰησοῦ] (cf. Gál 1,22; 1Tes 1,1; 2,14; 2Tes 1,1).
Cf. J. ROLOFF, «ἐκκλησία», en H. BALZ – G. SCHNEIDER, ed., Diccionario Exegético del Nuevo
Testamento, I, cols. 1250-1267; K.L. SCHMIDT, «ἐκκλησία», en G. KITTEL – G. FRIEDRICH, ed.,
Grande Lessico del Nuovo Testamento, IV, cols. 1503-1523.
118
Delineado ya en Romanos y 1 Corintios, alcanza su desarrollo más acabado sobre todo en Colosenses
y Efesios. Cf. Rom 12,4-8; 1Cor 12,12-31; Ef 2,16; 4,4.12.15-16; 5,30; Col 1,18.24; 2,19; 3,15, donde
el Apóstol habla explícitamente de la Iglesia como “Cuerpo de Cristo” o de los cristianos como
“miembros de Cristo”. Alusiones indirectas pueden hallarse además en Rom 5,12-21; 6,1-11; 1Cor
82 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

el de Pueblo de Dios (λαός τοῦ θεοῦ)120, tan característico en el Antiguo Testamento—


resulta revelador al respecto. Como los tres nombres insinúan, se trata de una
comunidad que, si bien guarda un claro hilo de continuidad con el antiguo pueblo de
Israel y constituye su cumplimiento, tiene también rasgos propios y específicos: ha sido
elegida y convocada por el Padre121; nacida del costado de Cristo, tiene en Él su
Cabeza122 y su fundamento123; y es vivificada por el Espíritu Santo124.

15,21-22.44-49; Gál 3,16.26-29. Téngase en cuenta que para la mentalidad bíblica el cuerpo de un
hombre no es una parte de él, sino tal hombre en su totalidad visto desde su dimensión corporal. Lo
mismo ha de entenderse de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Por otro lado, como subraya Joseph Ratzinger,
«para Pablo la Iglesia no es mero cuerpo místico de Cristo, sino cuerpo real, o, dicho menos
escandalosamente: para Pablo, la expresión “cuerpo de Cristo”, que son los cristianos, no es sólo una
comparación, sino que expresa una realidad decisiva de la esencia de la Iglesia» (J. RATZINGER, El
nuevo Pueblo de Dios, 96). Además de los evidentes paralelismos eucarísticos y del vínculo entre
Cristo y la Iglesia, este concepto creado por el Apóstol permite graficar también la relación —de
unidad y diversidad— que vincula a sus distintos miembros. Cf. E. SCHWEIZER, «σῶμα», en H. BALZ
– G. SCHNEIDER, ed., Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, II, cols. 1641-1652; ID., «σῶμα»,
en G. KITTEL – G. FRIEDRICH, ed., Grande Lessico del Nuovo Testamento, XIII, cols. 718-757.
119
Menos importante para San Pablo que las dos anteriores, esta expresión se encuentra cercana a los
conceptos de “construcción” o “edificación” (οἰκοδομή, cf. 1Cor 3,9; Ef 2,19-22) y de “casa” (οἶκος,
cf. 1Tim 3,15). Con una significación claramente cultual, hallamos el término 8 veces en los escritos
paulinos. Cf. 1Cor 3,16-17; 6,19; 2Cor 6,16; Ef 2,21; 2Tes 2,4. Cf. también U. BORSE, «ναὸς», en H.
BALZ – G. SCHNEIDER, ed., Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, II, cols. 373-379; O. MICHEL,
«ναὸς», en G. KITTEL – G. FRIEDRICH, ed., Grande Lessico del Nuovo Testamento, VII, cols. 854-878.
120
A diferencia de los antes mencionados, San Pablo lo utiliza rara vez y siempre en citaciones del
Antiguo Testamento. Cf. Rom 9,25-26 (Os 2,1.25); 10,21 (Is 65,2); 11,1-2 (Sal 94,14); 15,10-11 (Dt
32,43; Sal 117,1); 1Cor 10,7 (Éx 32,6); 14,21 (Is 28,11-12); 2Cor 6,16 (Lev 26,11-12; Ez 37,27) y Tit
2,14 (Éx 19,5; Dt 7,6). Cuando es él quien habla, en cambio, lo evita. Cf. también H. FRANKEMÖLLE,
«λαός», en H. BALZ – G. SCHNEIDER, ed., Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, II, cols. 15-
29, especialmente las cols. 20-22; H. STRATHMANN, «λαός», en G. KITTEL – G. FRIEDRICH, ed.,
Grande Lessico del Nuovo Testamento, VI, cols. 144-166.
121
«Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de
aquellos que han sido llamados según su designio» (Rom 8,28); «Gracias al Padre que os ha hecho
aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino del Hijo de su amor» (Col 1,12-13); «…que nos ha salvado y nos ha llamado con
una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos
dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús» (2Tim 1,9).
122
«Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia» (Ef 1,22);
«…antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de
quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión» (Ef 4,15-16a); «Él es también la Cabeza del Cuerpo,
de la Iglesia» (Col 1,18). Cf. también 1Cor 11,3; Ef 1,10; 5,23-24; Col 2,10.19.
123
«Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo» (1Cor 3,11); «…pues todos sois
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de
Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois
uno en Cristo Jesús» (Gál 3,26-28; cf. 3,16.29); «Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y
profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta
formar un templo santo en el Señor» (Ef 2,20-21). Cf. también Ef 3,17; Col 1,18.
124
«Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos
marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (2Cor 1,21-22); «…a fin de
que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la fe recibiéramos el Espíritu de
la Promesa» (Gál 3,14); «En Él [Cristo] también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el
Evangelio de vuestra salvación, y creído también en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
FUENTES DE LA TEMÁTICA 83

Algo análogo podemos decir del Apóstol San Pedro125, que en su primera Carta
describe con toda nitidez los principales rasgos y la misión de la comunidad eclesial,
vinculándola pero al mismo tiempo distinguiéndola del antiguo Israel: «Vosotros sois
linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las
alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que
en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios» (1Pe 2,9-10a)126. Se
trata, además, de «la grey de Dios» (1Pe 5,2) conducida por Cristo, quien es el «pastor y
guardián de vuestras almas» (1Pe 2,25) y su «Mayoral» (1Pe 5,4)127. Es, asimismo, la
«casa de Dios» (1Pe 4,17) y un «edificio espiritual» (1Pe 2,5) en el que reposa el
Espíritu de gloria (cf. 1Pe 4,14).

Esbozada sucintamente la conciencia que Jesucristo tenía de sí, su deseo expreso de


fundar la Iglesia, como también los ecos de esta realidad en las concepciones
eclesiológicas que proyectan San Pablo y San Pedro en sus escritos, complementemos
finalmente esta mirada bíblica con un repaso muy breve de las expresiones o figuras
del Nuevo Testamento que, aunque sea de manera indirecta, aluden a la autoconciencia
y al conocimiento de la propia identidad, figuras que, por cierto, se diversifican.
Comenzando por los Sinópticos, tenemos el caso de la parábola del sembrador, en cuya
explicación, refiriéndose a quien ha sido sembrado en terreno pedregoso, Jesús aclara
que «es el que oye la Palabra y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí
mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por
causa de la Palabra, sucumbe enseguida» (Mt 13,20-21)128. Quien no se conoce, quien
no ha ahondado en su identidad personal, definitivamente carece de raíces y, por lo
mismo, no sabiendo quién es, se vuelve inestable cual una veleta, sobre todo cuando los
tiempos se presentan difíciles o se le exige dar cuenta de sí. No se trata, sin embargo,
como el mismo Jesús advierte, de “buscarse” a sí mismo, de introducirse en una
dinámica autorreferencial, pues «quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien

Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza
de su gloria» (Ef 1,13-14). Cf. también Rom 5,5; 8,9-13; 1Cor 3,16; 2Cor 5,5; Gál 4,6; Ef 4,30.
125
Nuevamente, ofrecemos sólo una mirada muy general. Para un estudio más pormenorizado, cf. H.
SCHLIER, «Eclesiología del Nuevo Testamento», en J. FEINER – M. LÖHRER, ed., Mysterium salutis,
IV/1. La Iglesia: el acontecimiento salvífico en la comunidad cristiana, 203-208.
126
A la primera parte de esta perícopa —1Pe 2,9— se remite en el capítulo I de la Ecclesiam Suam,
concretamente en el n. 32, que recogemos parcialmente: «Es en realidad la conciencia del misterio de
la Iglesia un hecho de fe madura y vivida. Produce en las almas ese “sentido de la Iglesia” que penetra
al cristiano educado en la escuela de la divina palabra, alimentado por la gracia de los sacramentos y
de las inefables inspiraciones del Paráclito, ejercitado en la práctica de las virtudes evangélicas,
embebido en la cultura y en la conversación de la comunidad eclesiástica y profundamente gozoso por
sentirse revestido de aquel sacerdocio real que es propio del pueblo de Dios (cf. 1Pe 2,9)» (ES 32). Cf.
también Éx 19,5-6; Dt 7,6; 14,2; 26,18; 1Sam 12,22; Is 62,12.
127
Si bien Jesucristo es caracterizado varias veces como pastor (cf. Mt 24,31; Mc 14,27; Heb 13,20; 1Pe
2,5) y Él mismo se presenta como el Buen Pastor (cf. Jn 10,11.14), con ἀρχιποίμενος nos encontramos
aquí frente a un hápax legómenon.
128
Cf. Mc 4,16-17; Lc 8,13.
84 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35)129. Precisamente el


llamado que Pablo VI lanza a la Iglesia para que profundice en su autoconcepto no está
orientado a «salvar su vida», sino a renovarse para poder gastarse y desgastarse llevando
el Evangelio (cf. 2Cor 12,15). Lo que se debe buscar en esa mirada introspectiva, por
otra parte, no son los talentos que “adornan” el propio ser, sino la “imagen y semejanza”
impresas por nuestro Creador, los vestigios de su presencia. Se nos invita a contemplar
con detenimiento nuestro mundo interior porque, según nos revela San Lucas, «el reino
de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17,21; La Santa Biblia)130. Para ello, sin embargo,
es preciso contar con unos ojos espirituales limpios, ya que «si tu ojo está malo, todo tu
cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!»
(Mt 6,23)131. Ese ejercicio introspectivo, por lo demás, al hacer que detectemos nuestras
propias opacidades, nos prevendrá de andar juzgando a los demás: «¿Cómo es que miras
la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio
ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que saque la brizna que hay en
tu ojo”, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo?» (Lc 6,41-42a)132.
En el Evangelio según San Juan, por otro lado, nos topamos con un fragmento por
demás significativo. Se trata de la pregunta directa que las autoridades judías le
formulan al Bautista, en la que le piden que dé cuenta de sí: «¿Quién eres, pues, para
que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?» (Jn 1,22). Es
éste el cuestionamiento central por la propia identidad y una de las preguntas
fundamentales de la existencia, para cuya contestación es ineludible tomar conciencia
de uno mismo. La respuesta que ofrece Juan inmediatamente después, recogiendo una
cita del profeta Isaías, resulta también iluminadora para que la Iglesia y sus miembros
ahonden en su naturaleza y misión: «Yo soy voz del que clama en el desierto» (Jn
1,23)133. Cristo es la Palabra; los cristianos, en cambio, la voz que debe trasmitir y
difundir esa Palabra. Sin la presencia de la Palabra, la voz se reduce a un sonido vacío y

129
Cf. Mt 10,38; 16,24-25; Lc 9,24; 17,33; Jn 12,25. En esa línea, resulta sugerente este texto de los
Proverbios: «Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría, y el hombre que alcanza la
prudencia; más vale su ganancia que la ganancia de plata, su renta es mayor que la del oro» (Prov
3,13-14). Con mayor elocuencia se pronuncia San Pablo al despedirse de los presbíteros de Éfeso: «En
ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el
ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de
Dios» (Hch 20,24; Biblia de las Américas).
130
Esta perícopa no sólo la hallamos en la carta ya analizada del joven Montini a su amigo Tacci (cf.
supra, 3.1.2), sino que también aparece como referencia indirecta en el primer capítulo de la
Ecclesiam Suam, inmediatamente después de la siguiente frase: « Y Jesucristo mismo, ¿no ha invitado
a acoger interiormente el reino de Dios?» (ES 15). Como destacábamos líneas arriba (cf. supra, nota
47), en la mayoría de versiones del texto lucano se lee «entre vosotros» en lugar de «dentro de
vosotros» —el griego dice «βασιλεία τοῦ θεοῦ ἐντὸς ὑμῶν ἐστιν» y la Vulgata lo traduce como
«regnum Dei intra vos est»—, pero tanto su citación literal en la carta a Tacci como el contexto de
este numeral de la encíclica evidencian la preferencia de Pablo VI por la preposición “dentro de”.
131
Cf. Lc 11,34-35; Jn 3,20-21.
132
Cf. Mt 7,3-5.
133
Cf. Is 40,3.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 85

carente de sentido134. Para poder pronunciarla, además, se requiere del aire —el Espíritu
Santo—. Y es justamente este mismo Evangelio el que pone de relieve el papel que
juega el Espíritu en la toma de conciencia eclesial. Antes de partir, Jesús les promete a
los Apóstoles: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros
para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le
ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros
está» (Jn 14,16-17)135. En efecto, el Espíritu vive con nosotros en la Iglesia y está en
nosotros por el Bautismo (cf. ES 33-34). Y no sólo ello, sino que «el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará
(ὑπομνήσει) todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26)136. Sin el Espíritu resulta imposible
conocer a la Iglesia; y el conocimiento de la Iglesia, Templo del Espíritu, es al mismo
tiempo conocimiento del Espíritu.
Dentro del Corpus Joánico resulta iluminador fijar asimismo la atención en dos
pasajes del Apocalipsis. El primero de ellos es la fórmula con la que el vidente concluye
cada una de las siete cartas que al inicio de su libro dirige a los Ángeles de las Iglesias:
«El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7.11.17.29;
3,6.13.22)137. La insistencia de este pedido —téngase en cuenta el simbolismo de
perfección que en la mentalidad hebrea tenía el número siete— es ya un indicador de la
importancia que reviste el que permanezcamos en una actitud de reverente escucha

134
Símil que desarrolla con agudeza San Agutín: «¿Qué es la voz? ¿Qué es la palabra? […] Una palabra
no recibe ese nombre si no significa algo. En cuanto a la voz, en cambio, aunque sea solamente un
sonido o un ruido sin sentido, como el de quien da gritos sin decir nada, puede hablarse, sí, de voz,
pero no de palabra. […] La palabra tiene un gran valor aun si no la acompaña la voz; la voz sin
palabra es algo vacío. […] Juan representaba el papel de la voz en este misterio; pero no sólo él era
voz. Todo hombre que anuncia la Palabra es voz de la Palabra» (SAN AGUSTÍN, Sermón 288, 3-4: PL
38, 1304-1306; BAC XXV, 134-138).
135
Cf. 2Jn 1-2.
136
Este último pasaje es citado dos veces en el capítulo I de la Ecclesiam Suam. La primera de ellas sólo
como referencia indirecta al final del n. 15: «Y la conciencia del discípulo se hará luego recuerdo (cf.
Mt 26,75; Lc 24,8; Jn 14,26; 16,4) de cuanto Jesús había enseñado y de cuanto en torno a Él había
sucedido y se desarrollará y se precisará con la comprensión de quién era Él y de qué cosas Él había
sido maestro y autor» (ES 15). Junto con los otros pasajes aludidos —Mt 26,75: «Y Pedro se acordó
de aquello que le había dicho Jesús: “Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces”. Y,
saliendo fuera, rompió a llorar amargamente»; Lc 24,8: «Y ellas [las mujeres que habían ido al
sepulcro] recordaron sus palabras»; Jn 16,4: «Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os
acordéis de que ya os lo había dicho»— muestra la estrecha relación que une a la conciencia con la
memoria. En la segunda citación, en cambio, se le recoge textualmente: «Parécenos que para
inmunizarse frente a tal inminente y múltiple peligro, que procede de varios sectores, es excelente y
obvio remedio el profundizar en la conciencia de la Iglesia, en lo que ella verdaderamente es según la
mente de Cristo, guardada en la Sagrada Escritura y en la Tradición e interpretada y desarrollada por
la genuina enseñanza eclesiástica, la cual está, como sabemos, iluminada y guiada por el Espíritu
Santo, siempre pronto, cuando Nos lo imploramos y lo escuchamos, a dar cumplimiento indefectible a
la promesa de Cristo: Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho (Jn 14,26)» (ES 20). Cf. también Jn 15,26;
16,13; 1Jn 2,27; Is 57,15; 59,21.
137
Esta múltiple referencia bíblica es recogida por el Pontífice en la introducción de su Discurso al inicio
de la cuarta sesión del Concilio Vaticano II, 14/9/1965. Cf. también Mt 11,15; 13,9.43; Ap 13,9.
86 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

frente al Espíritu Santo para saber quién es la Iglesia y qué pasos ha de dar en cada caso
a fin de cumplir más fielmente con su misión. Y el segundo pasaje es aquel en el que, ya
casi al concluir su escrito, Juan describe en detalle a la Jerusalén mesiánica que le
muestra uno de los Ángeles: «“Ven, que te voy a enseñar a la Novia, a la Esposa del
Cordero”. Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la Ciudad Santa
de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, y tenía la gloria de Dios» (Ap 21,9a-
11a)138. Así como a los cristianos de los primeros tiempos, a todos los hijos de la Iglesia
nos resulta necesario y esperanzador recorrer espiritualmente la Casa del Señor, la
«morada de Dios con los hombres» (Ap 21,3).
Las Cartas Paulinas insisten también en la ineludible necesidad de contar con el
auxilio del Consejero Divino para poder profundizar en la propia conciencia. En la
primera Epístola a los Corintios, por ejemplo, el Apóstol se explaya sobre el particular:
Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino
el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios,
sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las
cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino
aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales. El hombre naturalmente no
capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo
espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él
nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero
nosotros tenemos la mente de Cristo (1Cor 2,10-16)139.
Evidenciando el cariz espiritual —y no meramente intelectual— de este
autoconocimiento, en varias ocasiones San Pablo eleva una plegaria pidiendo por él al
Altísimo:
No ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones —les escribe a los
Efesios—, para que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda
espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de
vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por Él;
cuál la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos140, y cuál la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes (Ef 1,16-19a)141.
No le ruega únicamente por la plena inteligencia del misterio de Cristo —en el que, por
cierto, está incluido su Cuerpo, que es la Iglesia—, sino también por la percepción de la
esperanza a la que los ha llamado, la herencia que como hijos de Dios tienen reservada

138
Sigue a este fragmento un pormenorizado cuadro de la Ciudad Santa —que está inspirado sobre todo
en el ya mencionado texto de Ez 40-48— en el que se describen sus cimientos (los doce Apóstoles), su
forma, sus puertas y murallas, sus medidas, los materiales preciosos con los que ha sido construida,
sus inscripciones y el porqué de su resplandor (cf. Ap 21,11b-23).
139
Cf. Is 40,13; Rom 11,34.
140
Ya que Dios es el tres veces Santo (cf. Is 6,3), Jesús «el Santo de Dios» (Mc 1,24) e Israel el pueblo
consagrado o la «nación santa» (Éx 19,6), en el Nuevo Testamento la expresión “los santos” (τοῖς
ἁγίοις) alude especialmente a los cristianos o a la Iglesia, el nuevo pueblo santo (cf. Hch 9,32; Rom
8,27; 2Cor 13,12; Flp 4,21; Heb 6,10; Jds 3; etc.).
141
Cf. Hch 26,18; Ef 3,16; 4,13; 2Cor 4,6; 1Jn 5,20; Prov 18,15; Is 11,2.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 87

y la grandeza que el poder de Dios concede a todos los cristianos142. Con tono semejante
se dirige a los Filipenses diciéndoles: «Lo que pido en mi oración es que vuestro amor
siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento» (Flp
1,9)143. Y ese mismo deseo se los transmite a los Colosenses:
Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de
pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia
espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo,
fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1,9-10)144.
Esa voluntad divina incluye, por cierto, el que alcancemos la salvación no de manera
aislada e individual, sino precisamente como miembros de su pueblo, la Iglesia, a la que
de igual forma hemos de conocer con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Ello
supone también, complementariamente, el poner atención sobre la propia persona, como
le recomienda San Pablo a Timoteo: «Vela por ti mismo y por la enseñanza» (1Tim
4,16a)145.
En este esfuerzo por ahondar en la propia identidad no hay que olvidar, por otra
parte, la poderosa ayuda que nos puede brindar la Palabra divina, como nos lo recuerda
la Carta a los Hebreos: «Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más
cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el
espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del
corazón» (Heb 4,12)146. Ella nos permite escudriñar hasta en los pliegues más
recónditos de nuestro interior, develándonos dimensiones de nuestro ser que pueden
quedar ocultas a una somera mirada exterior.
Finalmente, dentro de las Cartas Católicas hallamos este pasaje de la Epístola de
Santiago: «Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se
parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se

142
En esa línea, Pablo VI explica en la introducción de la encíclica que «la Iglesia debe profundizar la
conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe ahondar, para enseñanza
propia y para propia edificación, la doctrina […] sobre el propio origen, la propia naturaleza, la propia
misión, el propio destino final» (ES 7); y en varios numerales del cap. 1 puntualiza que la conciencia
que la Iglesia debe cultivar es «de sí misma, del tesoro de verdad del que es heredera y depositaria y
de la misión que debe cumplir en el mundo» (ES 13); «de la propia vocación, de la propia misteriosa
naturaleza, de la propia doctrina, de la propia misión» (ES 16); «de la existencia del propio ser, de la
propia espiritual dignidad, de la propia capacidad de conocer y de obrar» (ES 22).
143
Este pasaje bíblico también es recogido textualmente en el cap. 1 de la Ecclesiam Suam, concretamente
en el n. 16: «El nacimiento de la Iglesia y el encendimiento de su conciencia profética son los dos
hechos característicos y coincidentes de Pentecostés, y juntos progresarán: la Iglesia, en su
organización y en su desarrollo jerárquico y comunitario; la conciencia de la propia vocación, de la
propia misteriosa naturaleza, de la propia doctrina, de la propia misión, acompañará gradualmente tal
desarrollo, según el deseo formulado por San Pablo: Y por esto ruego que vuestra caridad crezca más
y más en conocimiento y en plenitud de discreción (Flp 1,9)» (ES 16).
144
Poco más adelante el Apóstol insiste: «Para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en
el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de
Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,2-3). Cf. también
Rom 12,2; Ef 3,18-19; Is 45,3; Prov 2,1-6.
145
Cf. Hch 20,28.
146
Cf. Ef 6,17.
88 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

olvida de cómo es» (Stgo 1,23-24). La invitación de Pablo VI a mirar en el propio


interior no es ciertamente un llamado a una actividad narcisista y fugaz, sino una
instigación a profundizar en el ser propio encaminada a poner por obra lo que el Señor
nos dice en el corazón. Debe ser, además, un ejercicio lúcido y sopesado, que lleve a
fijar en la mente lo que podamos descubrir, para ser capaces luego de traslucirlo
fielmente. Por ello, como propone la Ecclesiam Suam, la reflexión sobre sí misma que
debe llevar adelante la Iglesia (cap. 1) deriva de forma natural en su renovación (cap. 2)
y en el diálogo con el mundo (cap. 3).

3.2.3. Los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos147


Si bien durante los primeros siglos de la Iglesia la atención teológica estaba
orientada sobre todo a la solución de las distintas controversias que entonces agitaban a
la naciente comunidad —como la doctrina trinitaria, el misterio de Cristo o la
configuración de la jerarquía eclesiástica—, el eco de esas controversias y las
persecuciones religiosas hicieron que ya en tiempos de los Padres Apostólicos surgieran
algunas reflexiones sobre el tema que nos ocupa148. Así, por ejemplo, San Ignacio de

147
Indicaciones generales sobre este período y sobre sus principales representantes pueden consultarse en
la obra de Johannes Quasten (Patrología, I. Hasta el Concilio de Nicea. II. La edad de oro de la
literatura patrística griega) que luego fuera continuada por el Instituto Patrístico Augustinianum bajo
la dirección de Angelo di Berardino (III. La edad de oro de la literatura patrística latina. IV. Del
Concilio de Calcedonia a Beda. Los Padres Latinos). Una presentación más sencilla con enseñanzas
espirituales la ofrece el Papa Benedicto XVI en sus catequesis durante las audiencias generales de los
miércoles entre el 7/3/2007 y el 17/6/2009 (cf. BENEDICTO XVI, Los Padres de la Iglesia, I. De San Clemente
Romano a San Agustín. II. De San León Magno a San Máximo el Confesor; Los maestros, I. Padres y
escritores del primer milenio).
148
Si bien la cita es un tanto extensa, resulta muy iluminador recoger estas explicaciones del Arzobispo
Montini sobre aquellos tiempos iniciales del cristianismo: «La prima infanzia poi della Chiesa era
stata compressa e afflitta dal fatto che questo singolare e crescente organismo non era riconosciuto dal
diritto pubblico della società antica, nella quale il sacerdozio non costituiva un ente a sè stante; era
stata perciò vessata da crudeli e, alle volte, da larghe e pesanti persecuzioni. Ciò nonostante, come
noto, il cristianesimo s’era diffuso ed affermato in gruppi locali, quasi clandestini, quasi contenuti da
interno timore e da esterno sfavore, ma subito chiaramente organizzati secondo i precetti costitutivi
dettati da Cristo ed enunciati secondo le linee fondamentali del primo apostolato. Ce ne danno prova,
ad esempio, Sant’Ignazio d’Antiochia, agli albori del secondo secolo, e San Cipriano nel terzo. I primi
problemi organizzativi della nuova società religiosa affiorano nei momenti stessi in cui la repressione
dello Stato romano insanguina col martirio i capi delle comunità cristiane. Il bisogno di stabilire
comunicazioni fra le varie comunità, per accennare a questo solo particolare, che indica l’intrinseca
legge unitaria della Chiesa, si pronuncia decisamente fin dalla corrispondenza dei tempi apostolici e
delle prime riunioni dei capi delle nascenti comunità, sia per mantenere unità di dottrina, sia per
stabilire collegamenti in rete gerarchica. Tertulliano, al principio del terzo secolo, fra i primi a dare
espressione letteraria al pensiero cristiano, già ci parla delle riunioni delle diverse Chiese: “concilia ex
universis ecclesiis”, ed esclama: “come è bello che, auspice la fede, ci si raduni da ogni parte in
Cristo”, “quam dignum fide auspicante congregari undique ad Christus” (De ieiuniis, 13,7: PL 2,
1024). Ma tutto è ancora embrionale e non ancora confidato in concetti esatti ed in regole uniformi.
Poi, quando la pace costantiniana arriva, e la Chiesa emerge dal sangue dell’ultima gravissima
persecuzione, scoppiano subito controversie devastatrici, il donatismo in Africa, l’arianesimo
dappertutto, le quali non danno tregua sufficiente per una formulazione ordinata della dottrina, ma
fissano lo sguardo della Chiesa su punti determinati; primissima, col Concilio di Nicea, la questione
FUENTES DE LA TEMÁTICA 89

Antioquía (c. 35-107), en una de sus famosas cartas, llama a los magnesios a
conducirse con coherencia y de acuerdo a su identidad: «Pues nos hemos hecho
discípulos suyos [de Jesucristo], aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Porque
todo el que otro nombre lleva, fuera del de cristiano, no es de Dios»149.
En una tesitura semejante escribe San Policarpo de Esmirna (c. 75-156),
discípulo de los Apóstoles y cercano seguidor de San Juan Evangelista. En un hermoso
pasaje de su epístola a los filipenses exhorta a las viudas —y, en ellas, a todos los
bautizados— a «que tengan conciencia [γινωσκούσας] de que son altar de Dios, y de
que Él lo escudriña todo, sin que se le oculte nada de nuestras palabras o pensamientos
o de los secretos de nuestro corazón»150.
Desde tierras africanas se pronuncia también Tertuliano (c. 155-c.235), uno de los
más importantes y originales escritores eclesiásticos latinos. En unas elevadas
meditaciones sobre la Trinidad contra el patripasiano Práxeas, el teólogo cartaginés
argumenta:
Antes de todas las cosas Dios estaba solo: Él era para sí su universo, su lugar, y todas las
cosas. Estaba solo porque nada había fuera de Él. Pero en realidad, ni siquiera entonces
estaba solo, pues tenía consigo algo de su propio ser, su razón. Porque Dios es un ser
racional, y la razón estaba primero en Él, y de Él derivó a todas las cosas. Esta razón es la
conciencia que Dios tiene de sí mismo151.
Sabiendo lo difícil que resulta comprender estas nociones, poco más adelante las aplica
al ser humano, invitándolo al mismo tiempo a la propia introspección:
Para que lo entiendas más fácilmente, reflexiona sobre ti mismo, que estás hecho a imagen
y semejanza de Dios: también tú, siendo animal racional, tienes en ti mismo razón, porque
no sólo has sido hecho por un artífice dotado de razón, sino que de su mismo ser has
recibido la vida. Observa, pues, cómo esto sucede siempre dentro de ti, cuando en silencio
andas pensando algo en tu razón: la razón se te expresa en palabras en cualquier
pensamiento que te ocurra y a cualquier estímulo de tu conciencia. No piensas nada que no
sea en palabras, ni tienes conciencia de nada que no sea por la razón. Inevitablemente te
pones a hablar en tu interior, y al hablar tu palabra se te convierte en interlocutor, y en esta
palabra está la misma razón por la que hablas pensando y por la que piensas hablando152.
Y en otro de sus tratados, esta vez comentando la oración del Padre Nuestro e invitando
a todos los bautizados a que se reconozcan como hijos del Padre, anota estas

della divinità di Cristo. Ma in questo stesso travaglio la Chiesa evolve la sua interiore compagine, e
già manifesta la sua potente vitalità, come organismo a sè stante, mentre ancora non appare chiaro il
suo rapporto con la società civile, coll’Impero. La Chiesa non ha ancora un pensiero completo e
riflesso su se stessa; e passeranno altri secoli prima che questo pensiero si formi in modo organico e
scientifico. Intanto dalla vita stessa della Chiesa scaturisce la sua dottrina e la sua legge» (G.B. MONTINI,
«Sant’Ambrogio e il suo amore alla Chiesa», 7/12/1958, en DsMS, 222-223).
149
SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Magnesios, X,1. Este mismo pasaje es citado por Pablo VI en su
Audiencia general del 15/1/1975. Y en sus escritos como Arzobispo de Milán alude en distintos
momentos al Teóforo (cf. DSM I 310, 375, 790, 1125, 1319, 1679; II 1995, 2459, 3756; III 4036,
4594, 4611, 4992, 5020, 5729).
150
SAN POLICARPO DE ESMIRNA, Carta a los Filipenses, IV,3.
151
TERTULIANO, Adversus Praxeam, 5: PL 2, 160.
152
TERTULIANO, Adversus Praxeam, 5: PL 2, 160.
90 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

consideraciones respecto a Cristo y a la Iglesia: «Igualmente en el Padre es invocado el


Hijo, pues yo y el Padre —dijo— somos una sola cosa. Ni siquiera la Iglesia madre es
omitida, ya que siempre que se nombra al Hijo y al Padre, viene a la mente la madre,
gracias a la cual existe el nombre de “padre” e “hijo”»153.
Dentro de la escuela “romana” —aunque probablemente él procedía de Oriente y
fue el último autor cristiano de la Ciudad Eterna que escribió en lengua griega—
hallamos a San Hipólito de Roma (c. 170-235). En su tratado Philosophumena o
Refutación de todas las herejías, este discípulo de San Ireneo invita a todos los
miembros del Cuerpo de Cristo: «Conócete, pues, a ti mismo, reconociendo al Dios que
te hizo; pues conocer a Dios y ser conocido por Él corresponde a aquel que ha sido
llamado por Dios»154.
Ligeramente anterior, pero perteneciente a la escuela catequística de Alejandría,
entre los Padres de Oriente encontramos el testimonio de San Clemente (c. 150-215).
Según este pastor ateniense, la Iglesia es la escuela donde Jesús, el Pedagogo, enseña, y
en la obra que lleva el mismo nombre deja a los cristianos de todas las épocas una
exhortación que vale la pena recoger: «Parece que la más grande de todas las ciencias
consiste en conocerse a sí mismo; porque quien se conoce a sí mismo, conocerá a Dios,
y conociendo a Dios, se hará semejante a Él»155. Y en otro de sus escritos, los Stromata,
en el que valora la importancia de la filosofía y la vincula con la fe cristiana, se refiere
al adagio griego «conócete a ti mismo» especulando sobre su origen y explicando que
«esa máxima pretende ser una exhortación a alcanzar la gnosis», pues «no se pueden
conocer las partes del universo prescindiendo de la esencia del todo»156.
De mención obligada en esta mirada panorámica es el sucesor de Clemente en la
dirección de la escuela de Alejandría y discípulo suyo, el gran Orígenes (185-253). En
una extensa meditación sobre el conocimiento propio de su Comentario al Cantar de los
Cantares (1,8), dirigiéndose al alma, le dice:
Si no te conoces a ti misma, oh bella entre las mujeres (Cant 1,8); si no reconoces que las
causas de tu belleza están en el hecho de haber sido creada a imagen de Dios (Gén 1,27),
por lo cual hay en ti tanto esplendor natural; y si no sabes lo bella que eras desde el
principio, por más que ahora aventajes ya a las demás mujeres y entre ellas seas la única en
ser llamada bella, con todo, si no te conoces a ti misma, quién eres, pues yo no quiero que
tu belleza parezca buena por comparación con las menos bellas, sino que haya en ti
correspondencia contigo misma y te pongas al nivel de tu propia dignidad; si no haces todo
esto, yo te ordeno que salgas y camines sobre las últimas huellas de los rebaños, y que no
apacientes ya ovejas ni corderos, sino cabritos (Mt 25,33), es decir, aquellos que por su
depravación y su lascivia estarán a la izquierda del rey que preside en el juicio157.

153
TERTULIANO, De oratione, II,5-6: PL 1, 1256-1257. Conviene notar que Tertuliano es el primero que llama
“Madre” a la Iglesia (cf. Ad martyras, 1; De Baptismo, 20), título tan caro a Pablo VI. El entonces
Arzobispo de Milán nombra en diversos momentos de su magisterio episcopal a este escritor eclesiástico
(cf., p.ej., DSM I 754, 778, 1161, 1682, 1721; II 2459; III 4224, 4247, 5053, 5067, 5068, 5136).
154
SAN HIPÓLITO DE ROMA, Refutación de todas las herejías, cap. 10, 33-34: PG 16, 3452-3453.
155
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, El Pedagogo, III,1: PG 8, 555; CN, 502.
156
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, I,60,3-4: CN, 205-207.
157
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 148. Reflexiones similares, pero mucho
más breves, se pueden ver en sus Homilías sobre el Cantar de los Cantares, I,9: CN, 72-73. Si bien
FUENTES DE LA TEMÁTICA 91

Lo que debe hacer es «conocerse a sí misma y preguntarse quién es y qué y cómo debe
obrar, o qué no debe obrar»158, «ejercitándose en la doctrina y aplicándose a las cosas
divinas, y dejándose guiar en esto por el espíritu de Dios y por el espíritu de adopción
(1Cor 2,12; Rom 8,15)»159, es decir, esforzarse por «conocerse a sí misma y por seguir
al único pastor que dio su vida por sus ovejas (Jn 10,11)»160.
No es ésta, por cierto, una tarea sencilla, y el ilustre maestro alejandrino explica
cómo se ha de proceder: «Mi opinión en este caso es que el alma debe abordar el
conocimiento de sí misma por doble camino: qué es ella misma verdaderamente y de
qué manera se comporta; es decir, qué tiene en su substancia y qué en sus
sentimientos»161. Respecto a la primera vía, debe conducirla a «saber cuál es su
substancia: si es corpórea o incorpórea, y si es simple o está compuesta de dos o de tres
o incluso de varios elementos»162, «si ha sido creada o nadie en absoluto la ha
creado»163, «si existe algún orden o si hay algunos espíritus de su misma substancia, o si
hay otros, no de la misma substancia, sino diferentes de ella, es decir, si existen también
otros seres racionales como lo es ella»164; en tanto que la segunda vía está orientada más
bien a que el alma identifique las virtudes y los vicios, las pasiones y las tendencias que
usualmente guían su actuar, de modo que pueda «discernir cada cosa: lo que debes
hacer y lo que debes evitar, lo que te falta y lo que te sobra, lo que debes enmendar y lo
que debes conservar»165.

ello no interfiere con el tema sobre el que venimos indagando ni resta valor a sus reflexiones, es
oportuno precisar que tanto Orígenes como muchos otros escritores que, siguiéndolo a él, comentan
este versículo del Cantar (1,8) —entre ellos San Basilio, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San
Agustín, en una línea que se proyecta hasta San Bernardo y Guillermo de Saint-Thierry— se basan en
una versión errónea del pasaje, que lee “si tú no te conoces” (nisi cognoveris te / ἐὰν μἠ γνὧς
σεαυτήν), cuando en realidad el texto hebreo trae «si tú no lo sabes» (quoniam non nosti).
158
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 156.
159
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 159.
160
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 152. Esta empresa está, pues, lejos de
toda autocontemplación solipsista, como lo especifica al pedirle, además, que se cuestione «si se
dedica a cultivarse exclusivamente a sí misma, o bien se esfuerza por aprovechar a otros y aportarles
un poco de utilidad, ya con la palabra de la doctrina, ya con los ejemplos de su obrar» (ibid., 150).
161
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 149.
162
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 154.
163
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 154.
164
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 155.
165
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 151-152. En esta extensa meditación, de
la que sólo hemos recogido unos breves pasajes, Orígenes apunta también algunas consecuencias que
se seguirán en el alma que descuide la ciencia propia: «necesariamente se verá zarandeada por todo
viento de doctrina hacia el engaño de los errores (Ef 4,14), de suerte que plantará su tienda ahora junto
a aquel pastor, es decir, maestro de la palabra, luego junto al otro» (ibid., 152), «rondando alrededor
de las tiendas de los pastores, es decir, de las diversas escuelas de los filósofos» (ibid., 156). Además,
si «te descuidas a ti misma y te empeñas en seguir ignorándote, ¿cómo podrán ser instruidos los que
desean ser edificados, y cómo ser confundidos y refutados los contradictores?» (ibid., 157).
Finalmente, «si esta alma se despreocupa de sí misma y abandona sus ocupaciones divinas, entonces
por fuerza habrá de aplicarse a las aficiones mundanas y a la sabiduría de este siglo, y ser guiada
nuevamente, por el espíritu de este mundo, en el temor» (ibid., 159).
92 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Pero Orígenes da aún un paso más, y aplica estas enseñanzas al Señor Jesús y a la
comunidad eclesial: «Es lógico que ahora, como hicimos con lo demás, apliquemos
también esto a Cristo y a la Iglesia, pues Cristo, hablando a su esposa, es decir, a las
almas de los creyentes, estableció la cumbre de la salvación y de la dicha en el
conocimiento de sí mismo»166.
Por otro lado, no se puede prescindir de las alusiones origenianas al “hombre
eclesiástico”, en las que expresa una extraordinaria conciencia eclesial: «Yo, que soy
eclesiástico, vivo en la fe de Cristo y me encuentro en el centro de la Iglesia, estoy
obligado por la autoridad del precepto divino a sacrificar terneros y corderos y a ofrecer
la flor de harina con el incienso y el aceite»167. No se trata, por cierto, sólo de poseer un
título, sino que es preciso vivir de acuerdo a la propia identidad: «Por mi parte, yo que
he optado por ser miembro de la Iglesia [esse ecclesiasticus] y no llevar el calificativo
de algún hereje, sino el nombre de Cristo, que es bendecido en la tierra, y deseo ser
llamado cristiano y serlo…»168. Ello, además, debe llevarnos a aspirar a la perfección y
a ser ejemplo ante quienes nos rodean, como hace decir al Señor poniendo en su boca
estas palabras: «Tú, esposa; tú, alma eclesial, eres mejor que todas las almas que no son
eclesiales. Cierto, si eres un alma eclesial, superas a todas las almas; si no eres mejor, no
eres [verdaderamente] eclesial»169.
Fijemos ahora la atención en el Asia Menor, en el territorio de los Padres
Capadocios. Hemos de mencionar en primer lugar a San Basilio Magno (c. 330-379),
obispo de Cesarea, quien luego de constatar cómo Jesucristo es la luz divina que
permite comprender a plenitud al ser humano, imagen de Dios, exhorta al hombre:
«Date cuenta de tu grandeza considerando el precio pagado por ti: mira el precio de tu
rescate y comprende tu dignidad»170. Y en otra ocasión, esta vez comentando un pasaje
del libro del Deuteronomio (15,9), se dirige a quien quiere progresar en el camino
espiritual aconsejándole:

166
ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, II,1,8: CN, 149. Esta obra nos ha llegado sólo
parcialmente y gracias a una traducción latina de Rufino y a otra de San Jerónimo. Más allá de este
pasaje, Quasten hace notar que mientras que «en la traducción de Jerónimo la esposa es, sobre todo, la
Iglesia, en cambio, a lo largo del comentario traducido por Rufino, la esposa de Cristo es el alma
individual de cada cristiano» (J. QUASTEN, Patrología, I, 365).
167
ORÍGENES, Homiliae in Leviticum, I,1: PG 12, 405.
168
ORÍGENES, Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 16,6: PG 13, 1841; CN, 120; cf. también ibid., 2,2:
PG 13, 1806; CN, 49.
169
ORÍGENES, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, I,10: SCh 37, 77s; CN, 73-74. Sobre el “hombre
eclesiástico”, cf. también Homiliae in visiones Isaiae, VII,3: PG 13, 249; CN, 122; Homiliae in
Ezechielem, II,2: PG 13, 683. Es indudable el aprecio que Pablo VI le tenía a este insigne escritor
alejandrino, al que había citado en su magisterio episcopal (cf., p.ej., DSM III 4950) y a quien llega a
llamar «un altro grande dottore orientale, Origene» (PABLO VI, Audiencia general, 22/6/1966). Hay
que notar también —como destaca Giacomo Martina, S.J.— que el libro Meditación sobre la Iglesia
de Henri de Lubac «fue apasionadamente leído una y otra vez por mons. Montini, especialmente la
brillante descripción del anēr ecclēsiasticos» (G. MARTINA, «El contexto histórico en el que nació la
idea de un nuevo Concilio ecuménico», en R. LATOURELLE, ed., Vaticano II: balance y perspectivas,
50). Cf. infra, nota 355.
170
SAN BASILIO, In Psalmum 48, 8: PG 29, 452.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 93

Estate atento a ti mismo para distinguir las cosas perjudiciales de las que te son saludables.
Es decir, obsérvate desde todos los lados; mantén el ojo del alma siempre vigilante para
protegerte. [...] Estate, por tanto, atento a ti mismo, es decir no te ocupes ni cuides de las
cosas que están alrededor de ti, sino cuida sólo de ti mismo. […] He aquí un precepto muy
útil para los enfermos y no menos apto para los que están bien. En las enfermedades, los
médicos recomiendan a sus clientes prestarse atención a sí mismos y no pasar por alto nada
de la terapéutica que necesitan para sanar. De la misma manera nuestro médico espiritual
[Jesucristo] cura con la ayuda de este pequeño remedio al alma herida por el pecado. Por
tanto, estate atento a ti mismo para proporcionar el tratamiento a la falta. […] Este mismo
precepto te muestra el camino más rápido para conocer al propio Dios, pues si pones
atención en ti mismo, no tendrás necesidad de otro maestro para indagar en tu Creador,
sino que en ti mismo, como en un pequeño mundo, contemplarás su suma sabiduría. […]
Serás así capaz de contemplar la infinita sabiduría de tu Creador, de manera que podrás
decir con el Profeta: “Mirabilis facta est scientia tua ex me” (Sal 139,6). Estate, por tanto,
atento a ti mismo para que puedas estar atento a Dios171.
El también capadocio San Gregorio de Nacianzo (c. 330-390) se explaya más que
su amigo Basilio, e invita al hombre a que considere su origen, su naturaleza, su destino
e inclusive su “condición divina”:
Reconoce de dónde te viene la existencia, el aliento, la inteligencia y el saber, y, lo que es
más aún, el conocimiento de Dios, la esperanza del reino de los cielos, la contemplación de
la gloria (ahora, es verdad, como en un espejo y confusamente, pero después de un modo
pleno y perfecto), el ser hijo de Dios, el ser coheredero de Cristo y, para decirlo con toda
audacia, el haber sido incluso hecho dios. ¿De dónde y de quién te viene todo esto?
Y, para enumerar también estas cosas menos importantes y que están a la vista, ¿por gracia
de quién contemplas la hermosura del cielo, el recorrido del sol, la órbita de la luna, la
multitud de las estrellas y el orden y concierto que en todo esto brilla, como en las cuerdas
de una lira? ¿Quién te ha dado la lluvia, el cultivo de los campos, la comida, las diversas
artes, el lugar para habitar, las leyes, la vida social, una vida llevadera y civilizada, la
amistad y la familiaridad con los que están unidos a ti por vínculos de parentesco? ¿De
dónde te viene que, entre los animales, unos te sean mansos y dóciles, y otros estén
destinados a servirte de alimento? ¿Quién te ha constituido amo y rey de todo lo que hay
sobre la tierra? ¿Quién, para no recordar una por una todas las cosas, te ha dado todo
aquello que te hace superior a los demás seres animados?172.
En términos similares se expresa el tercer gran capadocio, San Gregorio de Nisa
(c. 335-c. 395), hermano de San Basilio y de Santa Macrina. En una de sus homilías
sobre el Cantar de los Cantares, se dirige al alma humana explicándole:
Date cuenta de lo mucho que el Creador te honra: más que todas las cosas creadas. El cielo
no es imagen de Dios ni la luna, ni el sol, ni los astros tan bellos ni nada de cuanto hay en
la creación. Sólo tú eres imagen de la naturaleza que sobrepasa toda inteligencia. Sólo tú
eres semejante a la belleza incorruptible, el sello de la divinidad verdadera, el lugar de la
bienaventuranza, la huella de la luz verdadera. Si la miras, te harás como ella, imitas al que

171
SAN BASILIO, Homilia in illud: Attende tibi ipsi, 2, 3, 4, 7 y 8: PG 31, 202, 203, 206, 214-215 y 218.
Se trata de una extensa homilía sobre el tema que conviene leer completa (cf. 1-8: PG 31, 197-218).
172
SAN GREGORIO DE NAZIANZO, Disertación 14, Sobre el amor a los pobres, 23: PG 35, 887.
94 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

brilla en ti por la luz que nace de tu pureza y a la vez irradia el contorno. Nada hay en el
mundo que pueda compararse con tu grandeza173.
Por ello en otro de sus escritos se pregunta: «¿Qué más debe hacer quien ha sido
honrado con el gran apelativo de Cristo? ¿Qué más, sino examinar diligentemente todos
sus pensamientos, palabras y obras, viendo si cada uno de ellos lleva hacia Cristo o
aparta de Él?»174. E incluso —esta vez reflexionando en torno a la Bienaventuranza
sobre los puros de corazón (cf. Mt 5,8)— enseña: «Si con un estilo de vida diligente y
atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la
belleza divina. [...] Contemplándote a ti mismo, verás en ti a Aquel que anhela tu
corazón y serás feliz»175.
Todas estas consideraciones desembocan en un cuestionamiento sobre lo que
constituye el ser del bautizado, lo que a su vez debe llevarlo a vivir según su propia
identidad:
¿Qué significa ser cristiano? Seguro que la consideración de este tema será muy
provechosa. En efecto, si se capta con precisión lo que significa con este nombre —cristiano—,
recibiremos gran ayuda para vivir virtuosamente, ya que nos esforzaremos, mediante una
conducta más elevada, en ser verdaderamente aquello que nos llamamos. [...] Si buscamos
el verdadero sentido de la tarea del cristiano: no querremos no ser aquello que se significa
con el nombre que llevamos. [...] Es necesario, pues, conocer (νοἢσαι) lo que la tarea de
cristiano lleva consigo; quizá así lleguemos a ser de verdad lo que el nombre exige, para
que no suceda que, si nos revestimos con la mera aplicación y ropaje del nombre,
aparezcamos ante Aquel que ve en lo escondido como algo distinto de lo que aparentamos
ser en lo exterior176.
Volviendo al ámbito de los Padres latinos, no puede faltar en esta breve mirada
panorámica una alusión a San Ambrosio (c. 340-397), antecesor de Mons. Montini en

173
SAN GREGORIO DE NISA, Homilia in Canticum, II,12: PG 44, 806-807; BAC, 37. En este mismo texto
insiste en que dicha grandeza no radica en los aspectos externos, sino que es preciso ahondar en
nuestros pliegues interiores: «Para estar perfectamente seguro de salvaguardarse no hay que ignorarse
a sí mismo cuando se ve cualquier objeto extraño al propio ser. Eso es, sin embargo, lo que ocurre a
quienes a sí mismos examinan y se fijan en la fuerza, hermosura, gloria, poder, riqueza superior a los
demás, orgullo, fastuosidad, talla elevada, aventajamiento físico, o cualquier otra cualidad propia. Se
imaginan ver así su propio ser. Son, en verdad, mezquinos guardianes de sí mismos. Atraídos como
están por lo que no es su propio ser, se olvidan de lo que son sin que nada les preocupe. ¿Cómo
guardar lo que se ignora? El que revisa perfectamente los bienes que hay en sí no se ignora a sí
mismo. Necesita para cada uno de ellos conocimiento de sí y distinguir con precisión lo que actúa en
su interior y lo que tiene lugar fuera de sí. […] Por tanto, si te conoces, oh [alma] la más hermosa de
las mujeres, despreciarás el mundo entero y, vuelta constantemente hacia lo inmaterial, abandorás las
huellas equivocadas que jalonan esta vida. Vela con diligencia siempre sobre ti misma» (II,10.12: PG
44, 803 y 807; BAC, 35 y 38).
174
SAN GREGORIO DE NISA, De perfectione christiana, 83: PG 46, 284; CN, 82.
175
SAN GREGORIO DE NISA, De Beatitudinibus, 6: PG 44, 1272.
176
SAN GREGORIO DE NISA, De perfecta christiani forma, 4-6 y 11: PG 46, 239 y 242; CN, 30-31 y 32.
Como en su tiempo el problema que tenía que enfrentar la Iglesia no era tanto las persecuciones como
la tibieza y la falta de coherencia de los bautizados, sus exhortaciones en esa línea se multiplican. Cf.,
p.ej., De perfectione christiana, 11: «Es necesario que quienes se llaman a sí mismos con el nombre
tomado de Cristo, se hagan conformes con lo que este nombre exige antes de aplicárselo a sí mismos»
(CN, 48).
FUENTES DE LA TEMÁTICA 95

la sede milanesa y tan cercano a su figura. En su famoso Hexaemeron o Los seis días de
la Creación, con evidentes ecos de su maestro Orígenes, apunta:
Conócete, pues, a ti misma, ¡oh alma hermosa!, porque eres la imagen de Dios. Conócete a
ti mismo, ¡hombre!, porque eres la gloria de Dios (1Cor 11,7). Escucha de qué manera
eres la gloria. El profeta dice: Tu ciencia se ha hecho admirable, procediendo de mí (Sal
138,6), es decir, en mi obra, tu majestad es más admirable, tu sabiduría es ensalzada en la
actuación del hombre. Mientras me considero a mí mismo, a quien tú abarcas incluso en
sus pensamientos secretos y en sus sentimientos íntimos, reconozco los misterios de tu
ciencia. Por tanto, reconócete a ti mismo, ¡hombre!, qué grande eres, y cuídate...177.
Poco antes, enfatizando que habían sido Moisés y Salomón los primeros en proponer
esta recomendación, anticipándose a la inscripción délfica, señalaba:
Conócete a ti mismo, ¡hombre! […]. Está atento a ti mismo, ¡hombre!, guárdate a ti
mismo (Dt 15,9). Así dice la ley, y el profeta afirma: Si no te conoces (Cant 1,8). ¿A quién
dice esto? Oh hermosa —dice— entre las mujeres. ¿Quién es hermosa entre las mujeres
sino el alma, que en ambos sexos posee la excelencia de la belleza? […] Atiende al alma
—dice Moisés—, en la que consistes todo tú, en la que está la mejor parte de ti178.
Para el Santo Obispo milanés este ejercicio incluye elevar la mirada del corazón hacia
Dios: «Es propio de un hombre sabio conocerse a sí mismo y, como los sabios han
determinado, vivir según la naturaleza. Y ¿qué hay más conforme a la naturaleza que
dar gracias a su autor? ¡Mira este cielo! Cuando se le contempla, ¿no merece
agradecimiento el Creador?»179.

177
SAN AMBROSIO DE MILÁN, Hexaemeron, VI,8,50: PL 14, 277-278; CN, 317-318.
178
SAN AMBROSIO DE MILÁN, Hexaemeron, VI,6,39: PL 14, 271-272; CN, 304-305. Cf. también VI,9,54-
74: PL 14, 280-288; CN, 323-338.
179
SAN AMBROSIO DE MILÁN, A la muerte de Sátiro, I,45: CN, 83-85. En varios otros pasajes el Santo
Obispo de Milán invita al alma a que se examine a sí misma, se reconozca creada a imagen y
semejanza de Dios, eleve su mirada hacia su Creador y sea consciente de sus grandezas y debilidades.
Cf., p.ej., Liber de Isaac et anima, IV,11-16 (PL 14, 532-534); In Ps. CXVIII, sermo II, 13-14 (PL 15,
1214-1215); In Ps. CXVIII, sermo X, 10-16 (PL 15, 1332-1335). El conocimiento y el aprecio de
Pablo VI para con este gran Doctor de la Iglesia, su antecesor en la diócesis milanesa, está fuera de
toda duda. Además de las abundantes referencias a sus escritos (cf., p.ej., DSM I 67, 71, 103, 139,
210, 361, 411, 538, 541, 544, 789, 1098, 1162, 1293, 1316, 1478, 1867, 1941; II 2151, 2195, 2209,
2372, 2463, 2495, 2585, 2788, 2841, 2962, 3047, 3196, 3197, 3233, 3384, 3497, 3629, 3749, 3856,
3949; III 4014, 4081, 4116, 4217, 4224, 4398, 4441, 4576, 4797, 4800, 4888, 5110, 5287, 5371, 5413,
5499, 5516, 5622, 5710, 5883, etc.) y de los discursos que pronunció en su fiesta mientras estuvo en
Milán (cf. G.B. MONTINI, Dieci discorsi su Sant’Ambrogio; también DsMS, 187-281) se puede ver la
«Carta al Card. Giovanni Colombo, Arzobispo de Milán, en el XVI centenario de la ordenación
episcopal de San Ambrosio», 3/12/1973, NotIPVI 18 (1989), 40-41. De pocos autores, además, G.B.
Montini – Pablo VI nos ofrece un breve “estudio” sobre su eclesiología, como en este caso: en uno de
los mencionados discursos sobre el Patrono de la ciudad, a quien califica «di uomo della Chiesa, di
maestro della Chiesa, di difensore della Chiesa», presenta su visión eclesiológica. De allí extraemos
estos breves pasajes: «Quale fu il concetto che Sant’Ambrogio ebbe della Chiesa? Egli non ci ha
lasciato una definizione teologica, ma ha così “sentito” la Chiesa da raffigurarla sotto cento nomi. Egli
la vede dappertutto. Ad ogni passo dei suoi commenti scritturali e dei suoi insegnamenti morali, egli
trova immagini della Chiesa. Egli pensa per via di immagini; alcune si riferiscono all’essenza della
Chiesa, altre alle sue prerogative, altre alla sua missione, altre ancora ai suoi rapporti con Cristo e con
i fedeli. [...] Non finiremmo più se volessimo fare collezione di queste lucide espressioni, le quali
dimostrano come Sant’Ambrogio, se non ha composto un trattato sulla Chiesa, possedeva già tutti gli
96 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Son abundantísimos, por otro lado, los textos que sobre este tema nos ofrece San
Agustín (354-430), hijo espiritual de San Ambrosio, a quien con toda justicia
podríamos calificar como el “Doctor de la Interioridad”. ¿Cómo no recordar, por
ejemplo, su famoso adagio «noverim me, noverim Te»180, en el que el conocimiento de
uno mismo está encaminado y remite al conocimiento de Dios? ¿O aquella otra
exhortación: «No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el
hombre interior reside la verdad», palabras que invitan precisamente a la introspección
como un camino seguro hacia «la primera Hermosura abandonada»181? Y es que para el
Santo Obispo de Hipona el ser humano toma conciencia de sí en diálogo con su Creador
—«Yo te suplico, Dios mío, que me des a conocer a mí mismo»182— y asistido por su
gracia —«…entré en mi interior guiado por Ti; y lo pude hacer porque “Tú te hiciste mi
ayuda”. Entré y vi con el ojo de mi alma…»183—, pues únicamente Quien lo ha
moldeado a su imagen y semejanza es el que puede conducirlo tanto a sus pliegues más
profundos como a sus cúspides más altas —«Porque Tú estabas dentro de mí, más
interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío»184—. Su propia
experiencia lo llevó a descubrir que a causa del pecado «el hombre se desconoce a sí
mismo. Para conocerse necesita estar muy avezado a separarse de la vida de los sentidos
y replegarse en sí y vivir en contacto consigo mismo»185, porque de lo contrario los
espejismos del mundo y sus concupiscencias pueden hacerle errar el camino: «Y he aquí
que Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo
estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no
serían»186. Por ello, en otro texto en el que señala al propio interior como una senda para
encontrarse con Dios, no duda en aconsejar:
Volved al corazón. ¿Qué es eso de ir lejos de vosotros y desaparecer de vuestra vista?
¿Qué es eso de ir por los caminos de la soledad y vida errante y vagabunda? Volved.

elementi dottrinali che vi si riferiscono. Ma ciò che preme ora a me di notare, per onorare oggi la sua
memoria con beneficio delle nostre anime, è l’amore di Ambrogio alla Chiesa; amore che traspare da
tutte queste penetranti e luminose espressioni» (G.B. MONTINI, «Sant’Ambrogio e il suo amore alla
Chiesa», 7/12/1958, en DsMS, 226-227).
180
«¡Oh Dios, siempre el mismo!, conózcame a mí, conózcate a Ti. He aquí mi plegaria» (SAN AGUSTÍN,
Soliloquium II,I,1: PL 32, 885; BAC I, 473). Cf. también I,1,1; I,9,16; II,6,9; II,19,33.
181
SAN AGUSTÍN, De vera religione, 39,72: PL 34, 154; CCL 32, 324; BAC IV, 141.
182
SAN AGUSTÍN, Confesiones, X,37,62: PL 32, 805; BAC II, 446. Así también unos capítulos antes:
«¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿Qué naturaleza soy?» (X,17,26: PL 32, 790; BAC II, 413).
183
SAN AGUSTÍN, Confesiones, VII,10,16: PL 32, 742; BAC II, 286. Algo similar señala también un poco
más adelante: «Confiese, pues, lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que
sé de mí lo sé porque Tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas
se conviertan en mediodía en tu presencia» (X,5,7: PL 32, 782; BAC II, 395).
184
SAN AGUSTÍN, Confesiones, III,6,11: PL 32, 688; BAC II, 142.
185
SAN AGUSTÍN, De ordine, I,1,3: PL 32, 979; BAC I, 596.
186
SAN AGUSTÍN, Confesiones, X,27,38: PL 32, 795; BAC II, 424. Otra sentencia agustiniana análoga
aparece unos capítulos antes: «Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes
olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los
astros, y se olvidan de sí mismos» (X,8,15: PL 32, 785; BAC II, 402). Entre muchos otros pasajes de
las Confesiones sobre el conocimiento personal, cf. también IV,14,22; V,2,2; X,6,9; X,26,37.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 97

¿Adónde? Al Señor. Es pronto todavía. Vuelve primero a tu corazón; como en un destierro


andas errante fuera de ti. ¿Te ignoras a ti mismo y vas en busca de quien te creó? Vuelve,
vuelve al corazón y deja tu cuerpo; tu cuerpo es tu casa. Tu corazón siente también por tu
cuerpo, pero tu cuerpo no siente lo que tu corazón. Deja también tu cuerpo y vuelve a tu
corazón. […] Vuelve a tu corazón; mira allí qué es lo que tal vez sientes de Dios: allí está
la imagen de Dios. En el hombre interior habita Cristo, y en el hombre interior serás
renovado según la imagen de Dios; conoce en su imagen a su Creador187.
Y aun en otro pasaje —esta vez un sermón sobre la humildad de Jesús— enfatiza en la
dimensión cristológica de esta dinámica: «Él, siendo Dios, se hizo hombre; tú, hombre,
reconoce que eres hombre. ¡Ojalá te reconocieras como lo que Él se hizo por ti!
Conócete a ti a través de Él; advierte que eres hombre, y, sin embargo, es tan grande tu
valor, que por ti Dios se hizo hombre»188.
Este ejercicio, además de los frutos ya mencionados, le permitirá al ser humano
alcanzar varios otros objetivos, como cultivar un sano y recto amor por sí mismo —«El
alma no puede amarse si no se conoce; porque ¿cómo ama lo que ignora? […] Si no se
conoce, no se ama»189—, crecer en humildad —«Él, que era Dios, se hace hombre; tú,
hombre, reconoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en que te conozcas»190—,
saberse pecador —«Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en
presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a hacer
confesión. Pues sabe quién es […]. Todo el que dirige su vista al interior, se ve
pecador»191—, vivir de acuerdo a su propia identidad —«¿Para qué se le preceptúa [al
alma] conocerse? Es, creo, con el fin de que piense en sí y viva conforme a su
naturaleza»192—, conocer a su prójimo —«¿Cómo puede el alma conocer otra alma si se
ignora a sí misma?»193— y encaminarse hacia la vida eterna —«No andes mirando qué
tienes, sino quién eres. El precio [que hay que pagar para “conseguir” la vida eterna]
eres tú, vale tanto como tú. Date a ti mismo, y la tendrás. ¿Por qué te desazonas, por qué
te acaloras? ¿Tienes que andar buscándote a ti mismo y a ti mismo comprarte? Tal
como eres, date por aquella cosa, y será tuya»194—.
No faltan tampoco en sus obras algunas aplicaciones directas a la Iglesia. Así, por
ejemplo, comentando el pasaje del Cantar de los Cantares al que antes hemos
aludido195, pone en boca del Esposo, Jesucristo:

187
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 18,10: PL 35, 1541-1542; BAC XIII, 426.
188
SAN AGUSTÍN, Sermón 341 A, 1: PLS 2, 467-469; BAC XXVI, 60. Cf. también De civ. Dei, XI,2;
Enarrat. in Ps., 60,3.
189
SAN AGUSTÍN, De Trinitate, IX,3,3: PL 42, 962-963; BAC V, 461-462. Cf., además, De mor. eccl.
cath., 1,26,48; Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 123,5; De civ. Dei, XIV,28.
190
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 25,16: PL 35, 1604; BAC XIII, 567.
191
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 33,5: PL 35, 1649-1650; BAC XIII, 670-671.
192
SAN AGUSTÍN, De Trinitate, X,5,7: PL 42, 977; BAC V, 499.
193
SAN AGUSTÍN, De Trinitate, IX,3,3: PL 42, 962; BAC V, 461. Hemos recogido sólo unos pocos
pasajes de esta obra, pues en los libros IX y especialmente X el Hiponense desarrolla una serie de
ricas disquisiciones sobre el conocimiento del alma en relación con la Trinidad.
194
SAN AGUSTÍN, Sermón 127, 3: PL 38, 707; BAC XXIII, 109.
195
Cf. supra, nota 157.
98 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

“Conócete a ti y a Mí. A Mí, en el cielo; a ti, en todo el orbe de la tierra”. Cristo habla a
uno cualquiera de la Iglesia como a la Iglesia misma. ¿Cómo, pues, la Iglesia busca a la
Iglesia? Sigo su forma de hablar. Tú, a quien amó mi alma, dime dónde pastoreas, dónde
sesteas (Cant 1,7). ¿Qué busca? A la Iglesia. Y él, como mostrándole la Iglesia, dice: En el
mediodía, como ellos quieren. Respóndeme cómo la Iglesia busca a la Iglesia. Dímelo tú, a
quien amó mi alma. ¿Quién habla? La Iglesia. ¿Qué quiere que se le diga? Dónde
pastoreas, dónde sesteas, es decir, dónde está la Iglesia. Habla la Iglesia y pregunta dónde
está la Iglesia; y, según ellos piensan, le responde él: En el mediodía. Si está solamente en
el mediodía, y ellos dicen en África, ¿cómo pregunta ella dónde está ella misma? La
realidad es que una porción de la Iglesia transmarina con razón pregunta por el mediodía,
para no errar. Cristo habla a cada miembro de su Iglesia como a su Iglesia. ¿Y qué le dice?
Si no te reconocieres a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!, sal (Cant 1,8). Salir es
propio de los herejes. O reconócete, o sal, porque, si no te reconocieres, has de salir196.
Y la propia Ecclesiam Suam (cf. ES 31) recoge otro pasaje agustiniano que nos invita a
meditar en la grandeza de lo que significa haber sido insertados en el Cristo total:
Alegrémonos y demos gracias, porque hemos sido hechos no sólo cristianos, sino Cristo.
¿Entendéis, hermanos, os dais cuenta del don que Dios nos ha hecho? Admiraos, gozaos:
hemos sido hechos Cristo. Pues si Él es Cabeza, nosotros somos los miembros; el hombre
total, Él y nosotros... La plenitud, pues, de Cristo, la Cabeza y los miembros. ¿Qué es la
Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia197.
Por ello también Cristo y Su Iglesia son inseparables, y en la economía de la redención
no se puede comprender a uno sin el otro198.
Contemporáneo y amigo de San Agustín, a quien precisamente van dirigidas las
siguientes letras, San Paulino de Nola (355-431) compuso una inspiradora reflexión en
la que enlaza de forma creativa el conocimiento de unos y otros con la mutua

196
SAN AGUSTÍN, Sermón 46, 15,37: PL 38, 292; BAC VII, 658-659.
197
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 21,8: PL 35, 1568 (en este caso no seguimos
la traducción de la BAC [cf. XIII, 486], sino la que ofrece la versión castellana de la Ecclesiam Suam).
Se trata, como hemos notado anteriormente (cf. supra, 3.1, notas 2 y 5), de una de las dos referencias
patrísticas que tiene toda la encíclica y de la única cita de los Padres que se hace en su capítulo I.
198
Cf. SAN AGUSTÍN, Enarrat. in Ps., 74,4: PL 36, 948-949; BAC XX, 966-967. En el próximo capítulo
(cf. infra, 4.2) destacaremos la gran relevancia de San Agustín en la formación de G.B. Montini y el
profundo conocimiento que éste tuvo de su pensamiento. Son numerosísimas las referencias que antes
y después de ser elevado a la Cátedra de Pedro hizo de sus textos, incluidos algunos de los aquí
recogidos (cf., p.ej., DSM I 11, 92, 166, 251, 274, 374, 406, 442, 505, 580, 615, 794, 825, 929, 1029,
1073, 1148, 1154, 1215, 1309, 1397, 1410, 1564, 1665, 1715, 1887; II 1944, 1954, 2046, 2164, 2166,
2195, 2202, 2363, 2552, 2583, 2624, 2671, 2718, 2845, 2874, 3047, 3050, 3131, 3293, 3374, 3479,
3548, 3550, 3551, 3753, 3825, 3905, 3952; III 4039, 4107, 4243, 4277, 4395, 4419, 4593, 4692, 4743,
4826, 4943, 5092, 5187, 5228, 5339, 5414, 5482, 5501, 5618, 5795, 5843, etc.; cf., además, G. DÍAZ –
S. MISCIOSCIA, Pablo VI cita a San Agustín. Apuntes del Papa Montini [1954-1978], volumen
preparado sobre la base de los cinco cuadernillos autógrafos que el Santo Padre había elaborado
compilando citas de la obra agustiniana, ordenadas temáticamente en un índice). Hay que tener en
cuenta también que en la primera página del tomo I de las obras completas del Santo de Hipona que
pertenecieron a Pablo VI y que aún se conservan, él mismo escribió: «Questi volumi, a me cari e
preziosi...»; allí se pueden hallar insertas igualmente algunas páginas con anotaciones personales del
Pontífice. Por otro lado, en una de sus conversaciones con Jean Guitton, le confesó: «A menudo, le
decía, vuelvo a su Comentario del Evangelio de San Juan, que […] es una de mis obras preferidas» (J.
GUITTON, Diálogos con Pablo VI, 192). De modo que resulta muy probable que Pablo VI haya leído
directamente más de una vez los pasajes de San Agustín que hemos recogido.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 99

pertenencia a la Iglesia: «No es de sorprender que, a pesar de la lejanía, estemos unidos


y de que, sin habernos conocido, nos conozcamos, pues somos miembros de un solo
cuerpo, tenemos una sola cabeza, hemos quedado inundados por una única gracia,
vivimos de un solo pan, avanzamos por el mismo camino y vivimos en la misma
casa»199.
San Máximo de Turín († c. 423), por su parte, nos llama a reflexionar sobre el
gran don que hemos recibido en el Bautismo, sacramento que nos ha conferido una
nueva dignidad que no sólo hemos de ponderar, sino también salvaguardar con nuestra
conducta:
Una vez completado el Bautismo, derramamos sobre vuestra cabeza el crisma, es decir, el
óleo de la santificación, por medio del cual se muestra a los bautizados la dignidad real y
sacerdotal conferida por el Señor. En efecto, en el Antiguo Testamento los que eran
llamados o bien al sacerdocio o bien al reinado santo eran ungidos con óleo, y por la
unción de la cabeza recibían de Dios unos la potestad real y otros la de ofrecer sacrificios
[…]. Pero en el Antiguo Testamento aquel óleo confería el reinado o el sacerdocio
temporales […]. En cambio, este crisma, es decir, esta unción que os ha sido impuesta, os
ha conferido la dignidad de aquel sacerdocio que, una vez dispensado, nunca cesa.
Admirable es, por cierto, lo que hemos dicho: por la unción del crisma habéis obtenido el
reino de la gloria futura y el sacerdocio. Pero en verdad no soy yo, sino el Apóstol Pedro,
es más, Cristo por medio de Pedro, quien os manifiesta esta dignidad que habéis recibido.
Así se lo dice a los fieles, es decir, a quienes han sido purificados por el Bautismo y
consagrados por la unción del crisma: “Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido, a fin de que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó
de las tinieblas a su luz admirable” (1Pe 2,9). Considerad el honor que se os hace en este
misterio, y tened cuidado [cavete], vosotros que después del pecado habéis sido hechos
hijos del reino por el Bautismo, no sea que, pecando de nuevo —Dios no lo quiera—, seáis
hechos hijos de la gehenna200.
La misma conciencia es la que quiere despertar en todos los hijos de la Iglesia el
Papa San León Magno (c. 390-461) con esas expresiones que ya se han convertido en
clásicas:
Reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad, y ya que has sido hecho partícipe de la naturaleza
divina (cf. 2Pe 1,4), no vuelvas a la antigua vileza con una conducta ajena a tu estirpe.
Acuérdate de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Ten presente que fuiste liberado
del poder de las tinieblas (cf. Col 1,13) y trasladado a la luz y al reino de Dios. Gracias al
sacramento del Bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no ahuyentes con
tus malas acciones a tan noble huésped, ni vuelvas a someterte a la servidumbre del
demonio201.

199
SAN PAULINO DE NOLA, Carta 6, 2: PL 61, 178. Una explicación de esta “comunión de los santos” nos
la ofrece unos siglos más tarde San Pedro Damián (1007-1072): «La Iglesia de Cristo está unida por el
vínculo de la caridad hasta el punto de que, como es una en muchos miembros, también está toda
entera místicamente en cada miembro; de forma que toda la Iglesia universal se llama justamente
única Esposa de Cristo en singular, y cada alma elegida, por el misterio sacramental, se considera
plenamente Iglesia» (SAN PEDRO DAMIÁN, Liber qui dicitur Dominus vobiscum, V: PL 145, 235; cf.
ibid., X: PL 145, 239D).
200
SAN MÁXIMO DE TURÍN, Tractatus III. De Baptismo: PL 57, 777-779.
201
SAN LEÓN MAGNO, Sermo XXI, in Nativitate Domini I, 3: PL 54, 192-193; SCh 22, 74.
100 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Realidad que para este Doctor de la Iglesia reviste tanta importancia, que en otro
momento la complementa diciendo:
¡Despiértate, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza! ¡Acuérdate que has sido
creado a imagen de Dios, imagen que aunque corrompida en Adán, ha sido restaurada por
Cristo! […] Déjense bañar tus sentidos por esta luz sensible y con todo el afecto de tu
espíritu abraza esta luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y de
la cual dice el profeta: Volveos todos a Él, y seréis iluminados y no cubrirá el oprobio
vuestros rostros. Si somos, pues, el templo de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros,
lo que cada fiel lleva en su alma tiene más valor que lo que se admira en el cielo202.
A ello se suman las meditaciones del “último romano”, el filósofo Boecio (c. 480-
524). En su De consolatione philosophiae, obra escrita desde la cárcel poco antes de ser
ejecutado, primero constata que el principal mal que aqueja al ser humano es haberse
olvidado de sí mismo, obnubilado por las atracciones del mundo. Así se lo hace saber su
consejera la Filosofía —«Te has olvidado por un momento de ti mismo. Pero te
acordarás fácilmente, si antes puedes reconocerme. Para que te sea más fácil, correré un
poco de tus ojos la nube cegadora de las cosas mundanas que los empañan»203—, quien
asimismo le pregunta: «¿Por qué, pues, oh mortales, buscáis fuera una felicidad que está
dentro de vosotros?»204, y aún insiste: «¿Tan carente estás de bienes propios internos,
que vas a buscarlos fuera y lejos de ti? ¿Tan cambiado está el orden del mundo, que un
ser divino por su razón, como es el hombre, puede pensar que su único esplendor estriba
en la posesión de las cosas inanimadas?»205, problema que también confirma mediante
este revelador diálogo:
—¿Te acuerdas de que eres hombre?
—¿Podría no acordarme? —le dije.
—¿Puedes decirme, entonces, qué es el hombre?

202
SAN LEÓN MAGNO, Sermo XXVII, in Nativitate Domini VII, 6. En varios momentos de su ministerio
episcopal el Card. Montini recurre a este pasaje leoniano (cf. DSM I 395, 1417; II 3981; III 4220), y
desde la Cátedra de Pedro hace lo propio, vinculándolo algunas veces de manera explícita con el
término “conciencia”; así, por ejemplo, en la Audiencia general del 4/9/1963, donde añade
inmediatamente: «Abbiate coscienza dello splendore interiore, a cui vi ha elevato la vita
soprannaturale; e custodite, difendete cotesta dignità, oggi specialmente che tante manifestazioni del
mondo profano cospirano ad abbassare ed a macchiare tale dignità» (el subrayado es nuestro); en su
Homilía en la Santa Misa para los Graduados Católicos de Italia, 3/1/1965: «Dare a questo titolo di
“cristiani” il suo vero significato, accettare l’esaltazione spirituale ch’esso comporta: “Agnosce, o
christiane, dignitatem tuam”: riconosci, o cristiano, la tua dignità, esclama San Leone Magno;
ricercarne l’interiore potenzialità e tradurla in coscienza, la coscienza cristiana; affrontare il rischio, la
scelta, che ne deriva; comporre intorno ad essa il proprio equilibrio spirituale, la propria personalità;
professare esteriormente la coerenza, la testimonianza ch’essa reclama; ecco il comune dovere dei
fedeli, sempre, ma specialmente nell’ora presente...» (el subrayado es nuestro); o en la Audiencia
general del 23/8/1967: «Vengono alla memoria le celebri parole di San Leone Magno: “Agnosce,
christiane, dignitatem tuam”, renditi conto, o cristiano, della tua dignità; e si presentano allo spirito le
conseguenze e le esigenze, sia morali che ecclesiali, derivanti da tale coscienza della personalità
cristiana» (el subrayado es nuestro).
203
BOECIO, La consolación de la filosofía, I,2.
204
BOECIO, La consolación de la filosofía, II,4.
205
BOECIO, La consolación de la filosofía, II,5.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 101

—¿Me preguntas, acaso, si sé que es un ser racional y mortal? Lo sé y reconozco que yo lo


soy.
—¿Y estás seguro de que no eres algo más? —insistió ella.
—Nada más.
—Ahora veo la otra causa, o mejor, la mayor causa de tu dolor —sentenció ella—. No has
llegado a saber lo que eres206.
Todo ello la conduce a subrayar la particular nobleza que posee el ser humano y a
invitarlo a que ahonde en sí para vivir de acuerdo a su dignidad: «Tal es, en verdad, la
condición de la naturaleza humana que el hombre se encumbra encima del resto de la
creación en la medida en que reconoce su propia naturaleza. Y cuando la olvida, se
hunde por debajo de las bestias. Que los demás seres vivos no sepan lo que son es
natural, pero que lo ignore el hombre es una degeneración»207.
Otro gran Papa y Doctor de la Iglesia que nos ha legado una enseñanza sobre el
conocimiento propio es San Gregorio Magno (c. 540-604). Con un cariz más moral,
característico de su aproximación teológica, nos alerta sobre cómo el deseo desordenado
por enterarse de las cosas ajenas es un estorbo que nos impide entrar en contacto con
nuestra mismidad: «Vicio grave es la curiosidad, que, por llevar afuera la mente de
alguno para que investigue la vida del prójimo, le oculta siempre su interior, para que
por conocer lo ajeno se desconozca a sí; y con eso, el alma del curioso, cuanto más
conociera el mérito ajeno, tanto más ignorante se quede de sí misma»208.
Y casi como epílogo de este período recogemos las palabras de San Juan
Damasceno (675-749), ese gran testigo de la teología bizantina cuyo pensamiento de
talante aristotélico tanta influencia tuviera en la Escolástica. En su reconocida
Exposición de la fe ortodoxa, hablando de la creación, anota:
Dios, que es bueno y superior a toda bondad, no se contentó con la contemplación de sí
mismo, sino que quiso que hubiera seres beneficiados por Él que pudieran llegar a ser
partícipes de su bondad; por ello, creó de la nada todas las cosas, visibles e invisibles,
incluido el hombre, realidad visible e invisible. Y lo creó pensándolo y realizándolo como
un ser capaz de pensamiento enriquecido por la palabra y orientado hacia el espíritu209.
A lo que, un poco más adelante, ampliando el horizonte, añade: «Es necesario
asombrarse de todas las obras de la providencia, alabarlas todas y aceptarlas todas»,
considerando además «que el proyecto de Dios va más allá de la capacidad de conocer y
comprender [agnoston kai akatalepton] del hombre, mientras que, por el contrario, sólo
Él conoce nuestros pensamientos, nuestras acciones e incluso nuestro futuro»210.

206
BOECIO, La consolación de la filosofía, I,6.
207
BOECIO, La consolación de la filosofía, II,5.
208
SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 36,4: BAC, 734. A este gran Pastor cita el
Arzobispo Montini en varios de sus escritos episcopales (cf., p.ej., DSM I 317, 357, 1505, 1872; II
3135, 3692, 4002; III 4082, 4149, 4905, 4908, 5024, 5339, 5621).
209
SAN JUAN DAMASCENO, Exposición de la fe, II,2: PG 94, 865.
210
SAN JUAN DAMASCENO, Exposición de la fe, II,29: PG 94, 964.
102 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

3.2.4. Desde la Escolástica hasta el Siglo de Oro español211


Por más que las circunstancias históricas, culturales y espirituales se hayan ido
modificando con el correr de los siglos, la invitación a que el ser humano ahonde en su
propia mismidad como una forma de alcanzar una existencia plena y, por lo mismo,
como la vía más segura para llegar a Dios recorre también toda la Escolástica en sus
diferentes escuelas y representantes.
Así lo constatamos desde San Anselmo de Canterbury (1033-1109), el “padre de
la Escolástica”, un incansable buscador de Dios que sabe descubrirlo también en el
corazón del hombre. Discurriendo en su Monologium sobre cómo «llegamos a conocer
la esencia suprema sobre todo por el conocimiento de nuestra alma racional», concluye:
«Tanto más celo pone el alma racional en conocerse, tanto más se eleva en el
conocimiento de la esencia suprema, y tanto más descuido pone en estudiarse a sí
misma, más se aparta de la contemplación de aquella»212. De ahí que en su Proslogion
sea tan enfático en recomendar:
Deja un momento tus ocupaciones habituales, hombre insignificante, entra un instante en ti
mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones
agobiantes y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Reposa en Dios un momento,
descansa siquiera un momento en Él. Entra en lo más profundo de tu alma, aparta de ti
todo, excepto Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarlo; cierra la puerta de tu habitación y
búscalo en el silencio. Di con todas tus fuerzas, di al Señor: “Busco tu rostro; tu rostro
busco, Señor”. Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte,
dónde y cómo te encontraré. Si no estás en mí, Señor, si estás ausente, ¿dónde te
buscaré?213.
Pero este gran místico y filósofo es consciente de que ésta es una tarea que supera las
fuerzas humanas, por lo que es indispensable contar con el auxilio de la gracia:
«Reconozco, Señor, y te doy gracias, que has creado en mí esta imagen para que me
acuerde de Ti, para que piense en Ti, para que te ame. Pero esta imagen se halla tan
deteriorada por la acción de los vicios, tan oscurecida por el vapor del pecado, que no
puede alcanzar el fin que se le había señalado desde un principio si no te preocupas de
renovarla y reformarla»214.
Desde unas coordenadas intelectuales distintas, resulta significativo que Pedro
Abelardo (1079-1142) decidiera titular su tratado sobre moral Scito te ipsum, Conócete
a ti mismo215. Más allá de los problemas doctrinales de esta obra216 y de que en ninguna

211
Para una visión más amplia de esta época, cf. É. GILSON, La filosofía en la Edad Media; BENEDICTO XVI,
Los maestros, II. Padres y escritores del medioevo, y III. Franciscanos y Dominicos, donde se reúnen
sus catequesis durante las audiencias generales de los miércoles entre el 2/9/2009 y el 7/7/2010.
212
SAN ANSELMO, Monologium, 66: BAC I, 329.
213
SAN ANSELMO, Proslogion, 1: BAC I, 361.
214
SAN ANSELMO, Proslogion, 1: BAC I, 365-367.
215
Cf. PEDRO ABELARDO, Ethica seu liber dictus Scito te ipsum: PL 178, 633-678 [trad. cast.: Ética o
Conócete a ti mismo].
216
Algunas de sus proposiciones fueron condenadas por el Sínodo provincial de Sens el año 1140 (cf.
Dz.-Hün., 721-739). Conviene leer también la carta que San Bernardo de Claraval le escribió al Papa
Inocencio II denunciando los errores de Abelardo (cf. SAN BERNARDO, Carta 190: PL 182, 1053-
1072; BAC II, 525-571).
FUENTES DE LA TEMÁTICA 103

parte del texto el pensador bretón haga referencia a la sentencia socrática o desarrolle su
contenido, muestra el valor que para él tenía la conciencia de sí en la búsqueda de una
vida ética y plena.
Siendo el conocimiento personal uno de los ingredientes fundamentales en el
ascetismo y la mística cistercienses, no sorprende descubrir numerosos pasajes sobre el
tema en San Bernardo de Claraval (1090-1153). Para “el último de los Padres”, el
propio interior es un lugar privilegiado de encuentro con Dios, ya que «si el alma lo
contempla en todas las criaturas, con mucha más facilidad lo contemplará y con más
delicadeza lo reconocerá en esa criatura que ha sido hecha a imagen del Creador, es
decir, en sí misma»217. Por ello —apunta el santo abad— «no cesamos de exhortaros a
que recorráis los caminos del corazón y conservéis siempre el alma en vuestras manos,
para que escuchéis lo que dice en vosotros el Señor Dios»218. Se trata, además, de uno
de los principales medios a los que el hombre sensato ha de recurrir si quiere alcanzar la
salvación:
Comience tu consideración por ti mismo, no sea que te ocupes de otras cosas y te olvides
de ti. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si él mismo se pierde? Por sabio que
seas, no posees toda la sabiduría, si no eres sabio para contigo mismo. ¿Y cuánta sabiduría
te faltaría? A mi modo de ver toda. Aunque conozcas todos los misterios, la anchura de la
tierra, la altura del cielo, la profundidad del mar, si no te conoces a ti mismo, serás como el
que edifica sin cimentar v levanta una ruina, no un edificio. […] No es sabio el que no lo
es consigo mismo. El sabio será sabio por sí mismo, y beberá primero él mismo de su
propia fuente. Comience, pues, por ti tu consideración y acabe también en ti. Vaya adonde
vaya, encamínala de nuevo hacia ti mismo y será de gran provecho para tu salvación219.
Ello le permitirá reconocer al ser humano tanto su situación de indigencia por haber
perdido la semejanza divina, como también su inconmensurable grandeza, que mantiene
en sí gracias a la imagen de su Creador que conserva:
Hijo, recuerda tu fin y no pecarás más. Evoca tu origen, considera el momento actual y
recuerda tu final. […] Reflexiona de dónde procedes y te sonrojarás, dónde estás y
gemirás, adónde te diriges y temblarás. No vivas ya en la ignorancia, no sea que caiga
sobre ti aquella terrible maldición que lanza el esposo: Si te desconoces, tú, la más bella de
las mujeres, sal y sigue las huellas de las ovejas (Cant 1,7). Piensa en primer lugar, ¡oh
hombre!, que fuiste muy noble y no lo comprendiste. […] Pero observa que fuiste creado a
imagen y semejanza de Dios: has perdido la semejanza y eres como los animales, pero
sigues aún con la imagen. Si cuando estabas tan alto no comprendiste que eras barro, ahora
que estás en el fango no olvides que eres imagen de Dios, y sonrójate de haberle añadido
otra semejanza tan extraña. Recuerda tu nobleza y confúndete de tal bajeza. Contempla tu
belleza y te horrorizará tanta vileza220.
De ese ejercicio instrospectivo ha de brotar la humildad, actitud esencial para el
crecimiento espiritual:

217
SAN BERNARDO, De Diversis, sermo IX,2: PL 183, 566: BAC VI, 109.
218
SAN BERNARDO, De Diversis, sermo IX,2: PL 183, 566: BAC VI, 109.
219
SAN BERNARDO, Tratado sobre la consideración, II,3,6: PL 182, 745-746; BAC II, 89. Cf. ibid., II,4,7.
220
SAN BERNARDO, De Diversis, sermo XII, 1-2: BAC VI, 121-123. Cf. también sermo XL,3: PL 183,
648; BAC VI, 283-285.
104 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Yo deseo que el alma, ante todo, se conozca a sí misma […]. Ese conocimiento no infla,
humilla; es una disposición previa para nuestra edificación. No podría mantenerse nuestro
edificio espiritual, si no es sobre el cimiento sólido de la humildad. Y para humillarse a sí
misma no encontrará el alma nada tan estable y apropiado como encontrarse a sí misma en
la verdad221.
Ello, sin embargo, no debe inclinarnos hacia la desesperanza o frustración, porque no se
se trata de un ejercicio inmanente o cerrado, sino de un círculo virtuoso que nuevamente
nos abre al conocimiento de Dios:
Siempre que me asomo a mí mismo, mis ojos se cubren de tristeza. Pero si miro hacia
arriba, levantando los ojos hacia el auxilio de la divina misericordia, la gozosa visión de mi
Dios alivia al punto este desconsolador espectro. […] Dios se da a conocer saludablemente
con esta experiencia y esta disposición, si el hombre se descubre a sí mismo en su
indigencia radical. […] De esta manera, el conocimiento propio es un paso hacia el
conocimiento de Dios. Por la imagen que se reproduce en ti, se descubre Él mismo222.
Toda esta dinámica nos permite asimismo comprender mejor a nuestro prójimo y
compadecernos de sus flaquezas223. Por ello para el Doctor Melifluo es tan importante
combatir contra «dos clases de ignorancia: la de nosotros mismos y la de Dios. Ya
advertíamos que debemos preservarnos de las dos, porque ambas son condenables»224.
Expresiones semejantes formula otro protagonista de la vida monástica de aquellos
tiempos, Guillermo de Saint-Thierry (c. 1075-1148), primero benedictino y luego
compañero en el Císter de su amigo Bernardo:
Conócete a ti mismo. Conocida es la respuesta, célebre entre los griegos, del Apolo de
Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo”. Salomón, o más bien, Cristo, también dice esto en
el Cantar de los Cantares: “Si no te conoces, sal”. En efecto, quien no se conoce en la
contemplación sabia de lo que le es propio, necesariamente sale, por una curiosidad vana,
hacia lo que le es ajeno. En consecuencia, puesto que a todo hombre capaz de razón, su
propio sentido apenas le alcanza para conocerse a sí mismo, sin la ayuda de la gracia, y

221
SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar, 36,IV,5: BAC V, 523. Como apunta en otro de sus
escritos, «la humildad podría definirse así: es una virtud que incita al hombre a menospreciarse ante la
clara luz de su propio conocimiento» (Tratado sobre los grados de humildad, I,2: PL 182, 942; BAC
I, 175); o también: «la humildad es la virtud por la cual el hombre se conoce verdaderamente»
(Comentario al Cantar de los Cantares, 22: PL 184, 425).
222
SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar, 36,IV,6: BAC V, 525.
223
«Nadie siente tan al vivo la miseria del hermano como el corazón que asume su propia miseria. Para
que sientas tu propio corazón de miseria en la miseria de tu hermano, necesitas conocer primero tu
propia miseria. Así podrás vivir en ti sus problemas, y se te despertarán iniciativas de ayuda fraterna»
(SAN BERNARDO, Tratado sobre los grados de humildad, III,6: BAC I, 181). Ello no supone, por
cierto, la curiosidad, vicio contrario al conocimiento personal: «El alma que, por su dejadez, se va
entorpeciendo para cuidar de sí misma, se vuelve curiosa en los asuntos de los demás. Se desconoce a
sí misma» (ibid., X,28; BAC I, 213).
224
SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar, 36,I,1: BAC V, 517. Más allá de los pocos fragmentos de
esta obra que hemos recogido, conviene revisar completos los sermones 34-38 (BAC V, 498-541),
donde el abad de Claraval ofrece amplias y ricas reflexiones sobre el conocimiento de nosotros
mismos y el de Dios a partir del mencionado pasaje bíblico de Cant 1,8 (cf. supra, nota 157). Cf.
también De Diversis, sermo II,1: PL 183, 542; BAC VI, 51. Cf., además, PABLO VI, Carta a los
Abades Generales de las Órdenes Cisterciences con ocasión del VIII centenario de la canonización de
San Bernardo, 18/1/1974.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 105

puesto que aún así, esto no le aporta nada si no se eleva hasta Aquel que está por encima
suyo, quien dispersa su inteligencia en cosas ajenas se extravía miserablemente en la
locura, aquel a quien la naturaleza, o más bien el Autor de la naturaleza, Dios, asignó la
sola interioridad como campo de actividad225.
Es una empresa que, como bien advierte, supera las fuerzas meramente humanas, y son
tantos los beneficios que trae consigo su ejercicio como grandes las desdichas en
quienes deciden obviarlo. Por ello en otra de sus obras insiste:
¡Pero no, Esposa de Cristo, no obres así! Más bien, conócete a ti misma, aplícate a
discernir claramente quién eres. [...] Oh imagen de Dios, reconoce tu dignidad, que
resplandezca en ti la imagen de tu autor. [...] Mantente, pues, totalmente presente a ti
misma y dedícate con todas tus fuerzas a conocer quién eres y de quién eres imagen; a
discernir y a comprender lo que eres, lo que puedes en Aquél, cuya imagen eres226.
Se trata, por cierto, de un itinerario que se entrelaza con el conocimiento de Dios, como
Él mismo se lo hace notar: «Si crees que no me conoces, es porque te ignoras y, si te
ignoras, es porque has salido de ti»227; y, al mismo tiempo, «si sales de ti es porque te
ignoras; conócete, pues, como imagen mía, y así podrás conocerme a mí, de quien eres
imagen, y me encontrarás en ti»228. Ello hace que, «cuando el hombre que se convierte a
Dios entra en sí mismo, descubre fácilmente en su espíritu y en su razón “lo que se sabe
de Dios” (Rom 1,19)»229. Nada mejor, entonces, que elevarle esta plegaria: «Oh Tú, a
quien nadie busca vanamente —acaso la búsqueda verdadera de Ti en la conciencia del
hombre que te busca, ¿no encuentra en alguna medida su respuesta en la verdad
descubierta?—, ¡encuéntranos para que te encontremos, ven a nosotros para que
vayamos a Ti y en Ti vivamos!»230.
Aunque su obra escrita fue en realidad muy reducida, tampoco San Francisco de
Asís (c. 1181-1226) se mostró ajeno a esta invitación. Leemos en sus Admoniciones:
«Considera, ¡oh hombre!, cuánto te ha encumbrado el Señor Dios, pues te creó y formó
a imagen de su amado Hijo según el cuerpo y a semejanza suya según el espíritu (cf.
Gén 1,26)»231.
Con un fuerte acento cristólógico, propio de la espiritualidad franciscana, San
Antonio de Padua (c. 1195-1231) también hace un llamado al conocimiento personal:
«Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú mires en la Cruz como en
un espejo. […] Si miras bien, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad
humana y tu valor. [...] En ningún otro lugar el hombre puede comprender mejor lo que
vale que mirándose en el espejo de la Cruz»232.

225
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, De la naturaleza del alma y del cuerpo, Prólogo: PL 180, 695-696, en
R. PERETÓ RIVAS, ed., La antropología cisterciense del siglo XII, 69.
226
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, Comentario al Cantar de los Cantares, I,V,66.
227
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, Comentario al Cantar de los Cantares, I,V,62.
228
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, Comentario al Cantar de los Cantares, I,V,64.
229
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, El espejo de la fe, V,70.
230
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY, El espejo de la fe, IX,101.
231
SAN FRANCISCO DE ASÍS, Admoniciones, V,1.
232
SAN ANTONIO DE PADUA, Sermones dominicales et festivi, III, 213-214.
106 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Más extensos son, en cambio, los desarrollos que sobre esta idea hiciera otro de los
hijos espirituales del Poverello, San Buenaventura (c. 1217-1274). Así lo vemos, por
ejemplo, en su Soliloquio, donde el título de su primer capítulo es ya toda una síntesis
de su propuesta: «De cómo el alma, por ejercicio mental, debe dirigir el rayo de la
contemplación a su interior, para ver cómo ha sido formada por la naturaleza,
deformada por el pecado y reformada por la gracia»233. Al mismo tema se aboca en su
Vida perfecta para religiosas. Allí, nuevamente, el primer capítulo del tratado está
dedicado al «verdadero conocimiento de sí mismo», y comienza con esta sentencia: «La
esposa de Cristo que desea subir a la cumbre de la perfección debe comenzar por fijar la
atención en sí, de forma que, olvidada de todo lo exterior, entre en el secreto de su
conciencia, y allí, con diligente cuidado, investigue, examine y vea todos sus defectos,
todos sus hábitos, todas sus aficiones, todas sus obras, todos sus pecados»234. Y en su
obra maestra, el Itinerarium mentis in Deum, la exploración del propio interior ocupa un
lugar destacado en esas etapas que el alma debe recorrer para ascender hasta la
comunión íntima con la Trinidad. Después de haber contemplado los vestigios de Dios
en el universo y en el mundo sensible —primer y segundo grado—, hemos de
entrar de nuevo en nosotros, es decir, a nuestra mente, donde reluce la divina imagen; de
ahí es que, llegados ya al tercer grado, entrando en nosotros mismos, como si dejáramos el
atrio del tabernáculo, en el santo, esto es, en su parte interior es donde debemos procurar
ver a Dios por espejo: allí donde, a manera de candelabro, reluce la luz de la verdad en la
faz de nuestra mente, en la cual resplandece, por cierto, la imagen de la beatísima Trinidad.
Entra, pues, en ti mismo y observa que tu alma se ama ardentísimamente a sí misma; que
no se amara, si no se conociese; que no se conociera, si de sí misma no se recordase235.
Así, pues, la consideración atenta de nuestra memoria, nuestro entendimiento y nuestra
potencia electiva —en ello consiste el tercer grado— nos elevará al encuentro de Dios.
Pero es preciso subir aún otro escalón y llegar así al cuarto grado: «contemplar al primer
Principio no sólo pasando por nosotros, sino también quedando en nosotros»236, es
decir, en su imagen impresa en nuestro ser. Todo ello, sin embargo, resulta imposible
para el Doctor Seráfico sin el auxilio del Señor Jesús, que se hizo hombre precisamente
para abrirnos el camino:

233
SAN BUENAVENTURA, Soliloquio, I,1-46: BAC IV, 151-190. Entre otros pasajes, en este capítulo
leemos: «Reconoce, pues, Alma mía, cuán maravillosa e inestimable dignidad es la tuya, porque no
solamente eres huella y vestigio del Creador, lo cual es común a todas las criaturas, sino también
imagen suya, lo que es propio de la criatura racional» (I,3: p. 154); «Sólo Dios, que la creó, puede
penetrar en el alma por especial ilapso. Él está más dentro de ti que tú misma, como dice San
Agustín» (I,5: p. 155); «Despierta, ¡oh Alma!, y mira y contempla en la faz de tu Cristo» (I,33: p.
179). Los siguientes 3 pasos comprenden la contemplación de las cosas exteriores (cap. II), inferiores
(cap. III) y superiores (cap. IV).
234
SAN BUENAVENTURA, Vida perfecta para religiosas, I,1: BAC IV, 333. Esta vez los 7 pasos que
siguen son: «la verdadera humildad» (cap. II), «la perfecta pobreza» (cap. III), «silencio y
taciturnidad» (cap. IV), «el ejercicio de la oración» (cap. V), «la memoria de la Pasión de Cristo»
(cap. VI), «el perfecto amor de Dios» (cap. VII) y «la perseverancia final» (cap. VIII).
235
SAN BUENAVENTURA, Itinerario de la mente a Dios, III,1: BAC I, 591.
236
SAN BUENAVENTURA, Itinerario de la mente a Dios, IV,1: BAC I, 603.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 107

No pudiera nuestra alma elevarse perfectamente de las cosas sensibles a la cointuición de


sí propia y de la eterna Verdad en sí misma si la Verdad, tomando la forma humana en
Cristo, no se hubiera constituido en escala, reparando la escala primera que se quebrara en
Adán. De aquí es que, por muy iluminado que uno esté por la luz de la razón natural y de
la ciencia adquirida, no puede entrar en sí para gozarse en el Señor si no es por medio de
Cristo, quien dice: Yo soy la puerta. El que por mí entrare se salvará, y entrará, y saldrá, y
hallará pastos. Mas a esta puerta no nos acercamos sino creyéndole, esperándole,
amándole237.
Dentro de la familia dominica, por otra parte, hemos de mencionar a Santo Tomás
de Aquino (c. 1224-1274). Si bien el Doctor Angélico aborda el tema del
autoconocimiento sobre todo desde una perspectiva metafísica238, al preguntarse si el
pecado venial puede coexistir únicamente con el original, constata:
Lo primero que entonces le ocurre pensar al hombre [cuando hubiere empezado el uso de
la razón] es deliberar acerca de sí mismo [deliberare de se ipso]. […] Lo primero que le
ocurre al hombre que llega al uso de la razón es pensar acerca de sí mismo [de se ipso
cogitet] y a quién debe ordenar todas las otras cosas como a su fin, pues el fin es lo
primero en la intención. Y por eso éste es el tiempo para el cual está obligado por el
precepto divino afirmativo, en el que el Señor dice: Volveos a Mí, y Yo me volveré a
vosotros (Zac 1,3)239.
No se le escapa tampoco al Aquinate que la reflexión sobre sí le permitirá al ser humano
tener una mejor valoración de sí mismo y crecer en amor a Dios, ya que «el

237
SAN BUENAVENTURA, Itinerario de la mente a Dios, IV,2: BAC I, 603. Pablo VI tuvo un gran aprecio
por el Doctor Seráfico, de quien afirma que, «a pesar de los siete siglos que han trascurrido desde su
muerte, sigue siendo válido maestro de doctrina y de vida» (PABLO VI, Discurso con ocasión del VII
centenario del tránsito de San Buenaventura a la gloria eterna, 15/7/1974). Particular atracción
despertó en él el Itinerarium, «que reforma al hombre desde dentro y le empuja a una ascensión
renovada hacia Cristo». Y aunque en esa ocasión el Santo Padre no cita explícitamente los pasajes que
hemos considerado, muestra conocerlos al decir que en él propuso un camino hacia «la divina
Verdad»: «el de la interioridad del espíritu humano, donde Cristo, luz y alimento, marcha por delante
en las regiones del alma hacia una búsqueda nueva y no menos ardua, que se realiza no ya fuera, en
las creaturas, sino dentro de nosotros, de cara siempre a la inefable presencia de Dios, quien ha hecho
del alma, mediante la gracia, su nueva y mística morada» (Discurso en el Congreso celebrado con
ocasión del VII centenario de la muerte de San Buenaventura, 24/9/1974, 2). «Y puesto que Cristo
—continúa el Papa—, Dios desde siempre y hombre para siempre, ha realizado con la gracia una
nueva creación en los fieles, la exploración de la presencia de Dios se convierte para éstos en una
contemplación de Él en la propia alma, “donde Él habita con los dones de su incontenible amor”
(Itiner., I,8). Dicha contemplación se convierte, por tanto, en un itinerario hacia Dios dentro de
nosotros mismos» (ibid., 3). E incluso añade: «¿Qué otra cosa es, en definitiva, el mensaje de San
Buenaventura sino una invitación al hombre para que recupere plenamente su autenticidad y para que
alcance su plenitud personal?» (ibid., 4).
238
Así, p.ej., en S.T., I, q. 87: «Sobre cómo el alma se conoce a sí misma y cómo conoce lo que hay en
ella»; q. 88: «Sobre cómo el alma conoce lo que está por encima de ella»; q. 93: «Sobre el origen del
hombre. Fin u objetivo», es decir «sobre la imagen de Dios»; De veritate, q. 10, a. 8: «Sobre si la
mente se conoce a sí misma a través de su esencia o a través de alguna especie»; Suma contra los
gentiles, III,46: «En esta vida el alma no se entiende a sí misma por sí misma»; De anima, lib. III, lect.
9. Sobre la sindéresis y la conciencia moral, puede verse, además: S.T., I, q. 79, aa. 12-13; De veritate,
qq. 16-17.
239
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.T., I-II, q. 89, a. 6.
108 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

conocimiento es causa del amor por la misma razón por la que lo es el bien, que no
puede ser amado si no es conocido»240.
Con tintes más poéticos también Dante Alighieri (1265-1321) nos ha legado
algunas enseñanzas al respecto. En su famosa Divina Comedia, cuando Ulises cuenta
cómo arengó a sus compañeros de viaje para que se lancen a la aventura, les dice:
Pensad en vuestra naturaleza.
No fuisteis hechos para vivir como los brutos,
sino para alcanzar virtud y conocimiento241.
Y más, adelante, ya navegando por el Paraíso, pone en boca de Beatriz este llamado a
vivir con coherencia, según corresponde a quienes han sido bautizados:
Sed, cristianos, más cuidadosos en vuestras acciones;
no seáis como pluma a todo viento,
y no creáis que toda agua os lava.
Tenéis el Nuevo y el Antiguo Testamento,
y el pastor de la Iglesia, que os guía;
que eso os baste para vuestra salvación.
Si los malos deseos os gritan otra cosa,
sed hombres y no ovejas locas […].
No hagáis como el cordero, que deja
la leche de su madre, y sencillo y alegre,
lucha él mismo contra su propio bien242.

240
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.T., I-II, q. 27, a. 2. Sobre el importate papel que jugó Santo Tomás en la
formación de G.B. Montini y su gran estima por el pensamiento del Doctor Angélico, cf. infra, 4.2.
Cf., además, PABLO VI, Carta al Maestro General de la Orden de Predicadores, 7/3/1964; Discurso a
la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino, 10/9/1965, donde vincula explícitamente el
pensamiento del Aquinate a la Ecclesiam Suam al hablar de la negación de Dios; Discurso a los
miembros de la Fundación Santo Tomás de Aquino de Canadá, 8/10/1965; Discurso al Congreso
Tomista Internacional, 12/9/1970, que estuvo dedicado al estudio del hombre; Discurso al Congreso
con ocasión del VII Centenario de la muerte de Santo Tomás de Aquino, 20/4/1974; Discurso durante
la visita a la abadía de Fossanova, 14/9/1974. Mención especial merece la carta apostólica Lumen
Ecclesiae, al celebrarse el VII centenario de la muerte de Santo Tomás (5/12/1974), en la que
Pablo VI testimonia «el fruto que se obtiene estudiando y consultando sus obras —como sabemos por
propia experiencia— y la comprobación del poder persuasivo y formativo que ejerce en sus
discípulos, sobre todo en los jóvenes, como pudimos observar en los años de nuestro apostolado entre
los universitarios católicos» (n. 2). Ya en 1945 Mons. Montini había manifestado: «Para mi cultura
preferiré la patrística y la teología en sus autores más cualificados: San Agustín y Santo Tomás,
porque son los padres del pensamiento de la Iglesia» (G.B. MONTINI, «El deseo de santidad», 1945, en
ACD, 61).
241
DANTE ALIGHIERI, Divina Comedia, Infierno, XXVI, 118-120.
242
DANTE ALIGHIERI, Divina Comedia, Paraíso, V,73-80. Respecto a la relevancia del poeta florentino en
el pensamiento montiniano, es notorio el número de veces que durante su ministerio milanés aludió a
él, especialmente a la Divina Comedia (cf. DSM I 55, 69, 390, 831, 1544; II 2155, 2158, 2374, 2470,
2735, 2992, 3132, 3193, 3200; III 4266, 4386, 4439, 4598, 5062), pero también al Vita nuova (cf.
DSM I 1542; II 2193, 3171) o al De Monarchia (cf. DSM I 1224); cf., además, DSM I 261, 976; II
2150, 2438, 3892, III 5522. Son asimismo abundantes las citas de Dante en el magisterio de Pablo VI,
y no fueron pocos los pronunciamientos pontificios de los que este autor fue objeto: cf., p.ej., Carta
apostólica Altissimi cantus, con ocasión del VII centenario del nacimiento de Dante Alighieri, 7/12/1965;
FUENTES DE LA TEMÁTICA 109

Al tratar de las fuentes que el propio G.B. Montini nos ofrecía en la mencionada
carta a su amigo G. Tacci, ya hemos hecho alusión a Santa Catalina de Siena (1347-
1380)243 y también al canónigo agustino Tomás de Kempis (1380-1471)244, pero dada
la gran cantidad de enseñanzas que sobre la indagación del propio yo se encuentran en
la Imitación de Cristo, creemos oportuno mencionar algunos fragmentos más de este
escrito. Son constantes las invitaciones a la autorreflexión que desde allí se envían a
quienes quieren avanzar por el camino del crecimiento espiritual: «Ante todo, pon los
ojos siempre en ti»245, porque «ésta es la más profunda y útil de las ciencias: el
verdadero conocimiento de sí mismo y el propio menosprecio»246. Así, pues, «vela
sobre ti, desperézate, amonéstate a ti mismo, y, sea lo que fuere de los otros, tú no te
pierdas de vista jamás»247. No se trata, por cierto, de un conocer por conocer, sino que
este ejercicio debe estar orientado hacia la renovación de la propia vida: «Mas como
quiera que muchos se preocupan más de saber que de vivir bien, por eso yerran con
tanta frecuencia y sacan poco o ningún fruto de su saber»248. Tampoco se reduce a un
esfuerzo de introspección psicológica, sino que tiene un cariz netamente espiritual y está
abierto al auxilio de la gracia: «Cuanto más se concentre uno en sí mismo y más simple
sea en su interior, tanto más y mayores cosas entenderá sin dificultad, porque recibe de
lo alto la luz de la inteligencia»249. Por ello es fuente también de grandes frutos, el
primero de ellos el encuentro con el Señor, pues «el humilde conocimiento de sí mismo

Carta al Cardenal Amleto Cicognani, Secretario de Estado, con ocasión del VII centenario del
nacimiento de Dante Alighieri, 5/11/1965; Discurso al Sacro Colegio, a la Prelatura y a la Curia
Romana, 23/12/1965; Discurso a los comités italianos y extranjeros de la Sociedad “Dante
Alighieri”, 31/1/1966. En este último el Santo Padre destaca precisamente su conciencia eclesial: «…è
figlio della Chiesa, in cui egli sa, e si gloria, di essere entrato col Battesimo e di vivere in essa
nell’esercizio operoso e consapevole delle virtù teologali; è figlio della Chiesa, di cui dipinge con
tratti soavissimi e potenti la natura e la missione, i riti, le leggi, le istituzioni, l’universale suo sospiro
di preghiera». Un gesto que ayuda a ponderar la valoración que Pablo VI tenía por el poeta y su obra
cumbre es el hecho de que, al final de la cuarta sesión, regalara a todos los padres conciliares un
ejemplar de la Divina Comedia especialmente impreso para la ocasión (cf. DANTE ALIGHIERI, La
Divina Commedia, Mediolanensi Officina Libraria, Calabria 1965), y en cuya portada se lee: «Pavlvs
VI Pont. Max. Patribvs Oecvmenici Concilii Vaticani II ad exornandam memoriam vii pleni saecvli a
Dantis Aligherii ortv hoc exemplar divini poematis vatis svmmi vereqve oecvmenici qvod veritatem
nos tam extollentem mirvs mire concinit IV sessionis Sacrosanctae Synodi mnemosydvm D.D. anno
MCMLXV». Por otro lado, «sabemos por Mons. Pasquale Macchi, Secretario particular de Pablo VI
[…], que a menudo el Arzobispo Montini se hacía leer, precisamente por él, o un canto de la Comedia
o un capítulo de Los novios [de Manzoni], costumbre que mantuvo como Pontífice en Roma» (P.
POUPARD, «Dante e i Papi. Da Benedetto XV a Benedetto XVI», Il veltro 5-6 [2009], 12). Téngase en
cuenta, además, que entre las obras que solicita a sus familiares mientras estudia en Roma, poco
después de haber sido ordenado sacerdote, están la Divina Commedia y el De Monarchia (cf. LetFam
I, 42 y 65; infra, 4.1, nota 12).
243
Cf. supra, 3.1.2, especialmente las notas 38-40.
244
Cf. supra, 3.1.2, especialmente las notas 49-52.
245
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,21,12.
246
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,2,13.
247
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,25,46.
248
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,3,20.
249
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,3,11.
110 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

es camino más seguro para llegar a Dios que las profundas disquisiciones de la
ciencia»250. Al mismo tiempo nos aleja de los juicios temerarios de quienes nos
rodean251 y de vivir al ritmo de las opiniones ajenas252. Y es que «la característica de un
hombre de vida interior es caminar con Dios dentro de sí y estar desligado de toda
afección terrena»253.
En el mismo espíritu de la Devotio moderna, el humanista neerlandés Erasmo de
Rotterdam (c. 1466-1536) se pregunta: «¿Puede haber algo más necio e infantil que
meterse en asuntos que están lejos y no te interesan para nada, y no pensar en lo que
sucede en ti mismo y que sólo a ti te concierne?», concluyendo a continuación: «el
hombre que no conoce nada de sí mismo, no sabe nada de nada»254. Por ello unos
capítulos antes en su Enchridion, hablando esta vez de la sabiduría de Cristo que es
opuesta a la del mundo y que éste considera locura, recomienda: «Piensa, por
consiguiente, que el principio de esta sabiduría es el conocimiento de ti mismo. Una
verdad que los antiguos creyeron procedía del cielo»255. Y más adelante el también
canónigo regular de San Agustín propone la reflexión sobre uno mismo como un
remedio contra la soberbia y la altivez: «No se hinchará tu corazón si recuerdas aquel
conocidísimo proverbio: “conócete a ti mismo”. Es decir, si tienes por don de Dios y no
tuyo cuanto hubiere en ti de grande, hermoso y sobresaliente. Y, por el contrario, si
cuanto hay en ti de bajo, sórdido y depravado te lo atribuyes exclusivamente a ti»256.
Si volvemos los ojos hacia la Reforma Española, en ella destaca con nitidez Santa
Teresa de Jesús (1515-1582). Desde el comienzo de su libro Moradas del castillo
interior la Doctora carmelita hace notar que

250
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,3,18. En la misma línea, más adelante agrega con ecos
agustinianos: «Es cierto que, amándome desordenadamente, me perdí. En cambio, buscándote sólo a
Ti y amándote puramente a Ti, me encontré y te encontré a Ti a la vez» (III,8,8).
251
«Fija los ojos en ti mismo y guárdate de juzgar las acciones de tu prójimo. Juzgando a los demás,
trabaja el hombre inútilmente, yerra muchas veces y peca con suma facilidad; mas cuando se juzga y
se examina a sí mismo, siempre se emplea con fruto» (TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, I,14,1).
252
«Si te fijas en lo que eres en realidad en tu interior, no te importará lo que por fuera anden diciendo de
ti los hombres» (TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, II,6,13).
253
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, II,6,16. Cf., además, I,2,2; I,12,1.3; I,20,22; II,1,1; II,5,1-6;
II,6,12; II,7,10; II,12,20-21; III,2,7; III,8,3-4; III,9,3; III,23-12-13; III,24,6; III,31,14; III,34,12;
III,38,5-7; III,42,6; III,44,5; III,46,6; III,53,3; IV,1,9; IV,7,2; IV,12,17. Es por demás indicativo que el
propio Montini haya señalado como una de sus fuentes al Kempis —«Se vuoi seguire la traccia delle
mie ricerche ti mando prima al capo I dell’Imitaz. di C.», le confía a su amigo G. Tacci—, pero a ello
hay que añadir lo que menciona Maurilio Guasco sobre el joven Battista: «Como todo buen seminarista,
posee la Imitación de Cristo» (M. GUASCO, «La formazione sacerdotale di Giovanni Battista
Montini», en ISTITUTO PAOLO VI, El sacerdocio en la obra y el pensamiento de Pablo VI, 131).
254
ERASMO DE ROTTERDAM, Enchridion, cap. 8, regla 6.
255
ERASMO DE ROTTERDAM, Enchridion, cap. 3.
256
ERASMO DE ROTTERDAM, Enchridion, cap. 12. No son los únicos lugares donde el roterodamense
aborda el tema. Uno de sus Adagios está dedicado al «Conócete a ti mismo» (Adagia, I, vi, 95). Allí,
después de reportar la inscripción en el templo de Delfos, glosa las sentencias de varios pensadores de
la antigüedad como Platón, Cicerón, Ovidio, Juvenal, Macrobio, Homero, Píndaro y Menandro. Cf.,
además, Elogio de la locura, cap. 52.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 111

No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no entendamos a nosotros


mesmos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a
uno quién es y no conociese ni supiese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra?
Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras
cuando no procuramos saber qué cosa somos257.
Por ello señala que «es cosa tan importante este conocernos, que no querría en ello
huviese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos […]. Y ansí torno a decir
que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata
de esto, que volar a los demás, porque éste es el camino»258. Y más adelante insiste:
«Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio
conocimiento»259. E incluso llega a decir que «tengo por mayor merced del Señor un día
de propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones y
trabajos, que muchos de oración»260, por lo que «esto del conocimiento propio jamás se
ha de dejar»261.
Naturalmente para la mística avilés no se trata de un análisis psicológico ni de un
ejercicio meramente humano, sino ante todo de una ocasión de encuentro con Dios:
Pues mirad que dice San Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar
dentro de sí mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta
verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para
regalarse con Él, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos
oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí
y no extrañarse de tan buen huésped262.
Ella está convencida de que «jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer
a Dios»263. Y es que, como lo expresa plásticamente en otro momento, «consideremos
que este castillo tiene —como he dicho— muchas moradas, […] y en el centro y mitad
de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto
entre Dios y el alma»264. Es allí también donde nos topamos con Cristo: «Poned los ojos

257
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,1,2.
258
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,2,9.
259
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, VI,10,8.
260
SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de las Fundaciones, 5,16. Cf. Camino de perfección, 39,5.
261
SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de la vida, 13,15. Cf. Moradas del castillo interior, IV,1,9.
262
SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de perfección (Va), 28,2. En otro de sus escritos cuenta esta
experiencia personal: «Estaba una vez recogida con esta compañía que traigo siempre en el alma, y
parecióme estar Dios de manera en ella, que me acordé de cuando San Pedro dijo: “Tú eres Cristo,
hijo de Dios vivo” (Mt 16,16); porque así estaba Dios vivo en mi alma. Esto no es como otras
visiones, porque lleva fuerza con la fe, de manera que no se puede dudar que está la Trinidad por
presencia y por potencia y esencia en nuestras almas. Es cosa de grandísimo provecho entender esta
verdad. Y como estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: “No
es baja, hija, pues está hecha a mi imagen”» (Cuentas de Conciencia, 45,1-2).
263
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,2,9.
264
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,1,3. Idea que repite en su Camino de
perfección: «Pues hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza […] y
que en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre, y que está en un trono
de grandísimo precio, que es vuestro corazón» (28,9). Cf. también Moradas del castillo interior, I,2,8;
VII,1,6; Camino de perfección, 28,11.
112 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

en vos y miraos interiormente, como queda dicho: hallaréis vuestro Maestro, que no os
faltará»265.
Una empresa de tal trascendencia no está libre ni de peligros ni de tentaciones, pues
«terribles son los ardides y mañas del demonio para que las almas no se conozcan ni
entiendan sus caminos»266; entre otras, una visión negativa y pesimista de la propia
debilidad disfrazada de falsa humildad: «¡qué de almas deve el demonio de haver hecho
perder mucho por aquí!, que todo esto les parece humildad y otras muchas cosas que
pudiera decir, y viene de no acabar de entendernos; tuerce el propio conocimiento, y si
nunca salimos de nosotros mesmos, no me espanto, que esto y más se puede temer»267.
Frente a ello es preciso que el alma «vuele algunas veces a considerar la grandeza y
majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí mesma y más libre de las
savandijas»268, y sobre todo que «pongamos los ojos en Cristo nuestro bien y allí
deprenderemos la verdadera humildad»269.
Desde la misma orilla mística se pronuncia San Juan de la Cruz (1542-1591),
poniendo de relieve una y otra vez que el conocimiento propio y el de Dios están
intrínsecamente entrelazados. Y es que
como el estado de perfección, que consiste en perfecto amor de Dios y desprecio de sí, no
puede estar sino con estas dos partes, que es conocimiento de Dios y de sí mismo, de
necesidad ha de ser el alma ejercitada primero en el uno y en el otro, dándole ahora a
gustar lo uno engrandeciéndola, y haciéndola ahora probar lo otro y humillándola, hasta
que, adquiridos los hábitos [perfectos], cese ya el subir y bajar270.
Ello se sustenta en el hecho de que «el centro del alma es Dios, al cual, cuando ella
hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e
inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios»271. Se trata,

265
SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de perfección, 29,2. Cf. Libro de la vida, 40,5; Moradas del castillo
interior, III,1,9.
266
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,2,11.
267
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,2,11.
268
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,2,8. «Nuestro entendimiento y voluntad se
hace más noble y más aparejado para todo bien, tratando a vueltas de sí con Dios; y si nunca salimos
de nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente. […] Metidos siempre en la miseria de nuestra
tierra, nunca el corriente saldrá del cieno de temores, de pusilanimidad y covardía» (ibid., I,2,10).
269
SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas del castillo interior, I,2,11. Son muchos otros los textos en los que
Santa Teresa trata del propio conocimiento; cf., p.ej., Libro de la vida, 16,7; 22,11; 39,6; Camino de
perfección, 28,6; Moradas del castillo interior, V,3,1; VI,4,11; VI,5,6; VI,9,15. Respecto a Pablo VI,
conviene notar que fue precisamente él quien le confirió el título de Doctora de la Iglesia, siendo la
primera mujer en recibirlo. Cf. PABLO VI, Homilía en la Misa para la proclamación de Santa Teresa
de Ávila como Doctora de la Iglesia, 27/9/1970. Ya en su magisterio milanés había aludido repetidas
veces a ella (cf., p.ej., DSM I 242, 602, 630, 682, 1549, 1735, 1852; II 2102, 3135; III 4533, 4768,
5242-5248, 5730).
270
SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, II,18,4.
271
SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva B, I,12. Sorprenden, por su precisión y rotundidad, estas
otras palabras del Santo carmelita: «Es de notar que el Verbo, Hijo de Dios, juntamente con el Padre y
con el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma. Por tanto,
el alma que le quiere encontrar ha de salir de todas las cosas según la afección y voluntad, y entrarse
en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen. Que por eso
FUENTES DE LA TEMÁTICA 113

por tanto, de una dinámica recíproca: se ha de comenzar por el «conocimiento de sí


primeramente, de donde, como de fundamento, sale esotro conocimiento de Dios. Que
por eso decía San Agustín a Dios: “Conózcame yo, Señor, a mí, y conocerte he a Ti”.
Porque, como dicen los filósofos, un extremo se conoce bien por otro»272.

3.2.5. Desde la modernidad hasta el siglo XVIII273


Especialmente a partir del Renacimiento y de la corriente humanista que éste
inspira, se da un cambio importante en el ejercicio del conocimiento personal: se van
perdiendo sus contornos metafísicos, dando paso en cambio a una indagación de corte
más psicológico. Con la llegada de la modernidad y bajo el influjo sobre todo del
pensamiento de René Descartes (1596-1650)274, este viraje lo torna, por otro lado, más
propenso al peligro de quedar encerrado en la inmanencia o a deslizarse hacia el
subjetivismo. Y aunque los autores que ahora mencionaremos no llegaron a esos
extremos, sí evidencian un cambio en su perspectiva.
Ahí está, por ejemplo, San Francisco de Sales (1567-1622). Con una perspectiva
de pastor que tiñe a sus reflexiones de un matiz diferente, señala que el autonocimiento
constituye «uno de los medios más seguros para tu adelanto espiritual»275. Así se lo
formula a toda alma enamorada de Dios en su Introducción a la vida devota:
Acuérdate, Filotea, de hacer cada día varios actos de retiro en la soledad del corazón,
mientras participas con el cuerpo en las conversaciones de los que te rodean y te entregas a
tus habituales ocupaciones; esta soledad mental no debe ser estorbada por la muchedumbre
de individuos que te rodee, porque se encuentra cerca de nuestro cuerpo y no de nuestro
corazón, que sabe permanecer solo en la presencia de Dios276.
Convencido como está de que la «relación que existe entre Dios y el hombre» es muy
estrecha, por ello mismo para el Santo Obispo de Ginebra ahondar en Uno tiene indudables
ecos en el otro. Es lo que testimonia, por ejemplo, en su Tratado del amor de Dios:
El hombre, apenas fija su pensamiento sobre la Divinidad con atención, siente en su pecho
cierta dulce ternura, lo que demuestra que Dios es Dios del corazón humano; y jamás
nuestro entendimiento encuentra tanto placer como en el pensamiento de la Divinidad,
cuyo mínimo conocimiento, como dice el Príncipe de los filósofos [Aristóteles], vale más
que la mayor de las otras cosas277.

San Agustín, hablando en los Soliloquios con Dios, decía: “No te hallaba, Señor, de fuera, porque mal
te buscaba fuera: que estabas dentro”. Está, pues, Dios en el alma escondido y ahí le ha de buscar con
amor el buen contemplativo» (Cántico espiritual B, I,6).
272
SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I,12,5. Cf. también: Subida del Monte Carmelo, Pról.,5; III,9,2;
Noche oscura, I,12,2-4.6-8; I,14,5; II,5,5; II,6,4; II,13,10; Cántico espiritual B, I,7-12; IV,1; Llama de
amor viva B, I,19-20; Grados de perfección, 13.
273
Para una mirada más amplia de este período y sus principales exponentes, cf. C. VALVERDE, Génesis,
estructura y crisis de la modernidad.
274
Cf., p.ej., R. DESCARTES, Discurso del método, IV, donde formula su famoso «je pense, donc je suis»,
«cogito, ergo sum».
275
SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, II,12: BAC I, 99.
276
SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, II,12: BAC I, 99.
277
SAN FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, I,15: BAC II, 63.
114 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Por ello este Doctor de la Iglesia sugiere también:


Consideremos lo que Él ha hecho por nosotros y lo que nosotros hemos hecho contra Él; y,
de la misma manera que nosotros hacemos examen minucioso de nuestros pecados,
hagámoslo también sobre las gracias recibidas. No hay que temer que el conocimiento de
las gracias divinas engendre en nosotros vanagloria, con tal que estemos convencidos de
esta verdad: que nada de cuanto bueno tenemos nos pertenece. ¡Ah, Señor! ¿Dejan los
mulos de ser animales toscos y malolientes cuando se les carga con muebles preciosos y
perfumados? ¿Qué tenemos nosotros de bueno que no hayamos recibido? Y si lo hemos
recibido, ¿por qué nos vanagloriamos? La atenta consideración de las gracias recibidas
nos hace humildes, porque el conocimiento engendra el reconocimiento278.
Por último, dado el tema que nos ocupa, es preciso hacer una mención, aunque sea
breve, a su obra póstuma y por cierto menos conocida Meditaciones sobre la Iglesia, en
la que, en respuesta a los errores e incomprensiones de su tiempo, busca explicar los
rasgos fundamentales de la Esposa de Cristo invitando a sus miembros y a quienes se
encuentran fuera de su seno a conocer su verdadero rostro279.
Poco después, Blaise Pascal (1623-1662) propondrá que «hay que conocerse a sí
mismo: aunque ello no sirviese para descubrir la verdad, serviría al menos para ordenar
la [propia] vida, y no hay nada más justo»280. Suyos son también estos conocidos
apuntes sobre la naturaleza humana:
El hombre no es más que una caña, lo más débil que existe en la naturaleza; pero es una
caña que piensa. No es preciso que el universo entero se alce contra él para aplastarle: un
vapor, una gota de agua basta para matarle. Pero aunque el universo le aplastase, el hombre
seguiría siendo más noble que lo que le da muerte, puesto que sabe que muere y conoce la
superioridad que el universo tiene sobre él, mientras que el universo no sabe nada. Toda
nuestra dignidad estriba, pues, en el pensamiento. […] Esforcémonos, pues, por pensar
bien: éste el principio de la moral281.
En varios momentos este polifacético pensador francés se muestra favorable a «que el
hombre, reflexionando sobre sí mismo, considere qué es comparado con todo lo que [en

278
SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, III,5: BAC I, 134.
279
Cf. SAN FRANCISCO DE SALES, Meditaciones sobre la Iglesia. Cf., además, Tratado del amor de Dios,
VI,4; Introducción a la vida devota, I,6; III,6; III,9. Sobre el vínculo entre Pablo VI y el “Doctor de la
amabilidad”, uno de sus hermanos recuerda que de joven su abuela Francesca le «hacía leer las cartas
de San Francisco de Sales, que a don Battista siempre le han gustado, y en las cuales ha tomado en
parte su sentido del humanismo cristiano» (J. GUITTON, Diálogos con Pablo VI, 95). Él mismo cuenta,
además, en una de sus cartas familiares, que el 25/7/1924 visitó la tumba del santo y celebró Misa en
la cripta donde reposan sus reliquias (cf. G.B. MONTINI, LetC, n. 59, 27/7/1924, p. 116). Cf., además,
PABLO VI, Carta apostólica “Sabaudiae Gemma” en el IV centenario del nacimiento de San
Francisco de Sales, 29/1/1967: AAS 59 (1967), 113-123.
280
B. PASCAL, Pensamientos, 66. Seguimos la traducción de Carlos Pujol, pero la numeración más
difundida de Léon Brunschvicg.
281
B. PASCAL, Pensamientos, 347. Cf. también el n. 348. En una línea semejante, poco antes había
escrito: «Visiblemente el hombre está hecho para pensar; en eso estriba toda su dignidad y todo su
mérito, y su único deber consiste en pensar rectamente. Ahora bien, el orden del pensamiento exige
empezar por uno mismo, y por su autor y su fin» (n. 146). Cf., además, el n. 246.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 115

la naturaleza] es» y que «aprenda a estimar la tierra, los reinos, las ciudades y a sí
mismo en su justo valor»282. En contraparte, constata que
desde su niñez, se hace que los hombres se preocupen por su honra, por su fortuna, por sus
amigos, y además del bienestar y de la honra de sus amigos. Se les abruma con
ocupaciones, se les hace aprender lenguas y adiestrarse en ejercicios, y se les imbuye la
idea de que no pueden ser felices a no ser que su salud, su honra, su fortuna y la de sus
amigos esté en buen estado, y que una sola cosa que falte les haría desdichados. […]
Bastaría con quitarles todas estas inquietudes; entonces se verían a sí mismos, pensarían en
lo que son, de dónde vienen, adónde van283.
Por ello son numerosas asimismo las líneas que dedica a lamentar las consecuencias que
sobre la persona tiene un divertimiento vano y superficial: «Lo único que nos consuela
de nuestros males —señala— es la diversión, y sin embargo es el mayor de nuestros
males. Porque ella es la que nos impide principalmente pensar en nosotros»284, y
«porque se es muy desdichado, sumido en una tristeza insoportable, cuando uno se ve
obligado a pensar en sí mismo, sin que nada le divierta»285.
Son otros, sin embargo, los pasajes de su obra apologética sobre los que queremos
llamar la atención por estar más vinculados a la conciencia de la Iglesia. En primer
lugar, el fragmento en el que, confrontando a los escépticos y reflexionando sobre el
Deus absconditus, sostiene: «Dios ha puesto señales sensibles en la Iglesia para que lo
reconozcan en ella los que le buscan con sinceridad, y que no obstante las ha disimulado
de tal modo que solamente le descubrirán los que le busquen con todo su corazón»286.
Y, en segundo lugar, unos numerales que en algunas ediciones aparecen bajo el
subtítulo de «miembros pensantes»287, y cuya idea principal la formula así:
Como Dios hizo el cielo y la tierra, que no comprenden la felicidad de su ser, quiso hacer
seres que la conociesen, y que compusieran un cuerpo de miembros pensantes. Porque
nuestros miembros [corporales] no entienden la dicha de su unión, de su admirable
inteligencia, del cuidado con que la naturaleza les infundió los espíritus, haciéndoles crecer
y durar. ¡Qué felices serían si lo entendiesen, si lo viesen! Pero para ello sería preciso que
tuvieran inteligencia para conocerlo y buena voluntad para adecuarse al alma universal.
Pues si, aun teniendo inteligencia, se sirviesen de ella para retener los alimentos sin
permitir que pasaran a los demás miembros, no sólo serían injustos, sino además
desdichados, y se odiarían en vez de amarse. Porque su felicidad, lo mismo que su deber,
consiste en consentir en la dirección del alma entera a la que pertenecen, que les ama más
de lo que ellos se aman a sí mismos288.

282
B. PASCAL, Pensamientos, 72. Conviene leer el numeral completo, pues ofrece varias reflexiones sobre
el conocimiento propio.
283
B. PASCAL, Pensamientos, 143.
284
B. PASCAL, Pensamientos, 171.
285
B. PASCAL, Pensamientos, 164. Cf. también los nn. 139, 142, 168.
286
B. PASCAL, Pensamientos, 194. El resto de este extenso numeral contiene otras alusiones valiosas
sobre el tema que nos ocupa.
287
Se trata de los nn. 473-476, 480, 482-483 y 485.
288
B. PASCAL, Pensamientos, 482. Quien, por el contrario, se separa del cuerpo, «como carece en sí de
principio de vida, no hace más que extraviarse, y se pasma en la incertidumbre de su ser,
comprendiendo que no es cuerpo, y no obstante no viendo que es miembro de un cuerpo. Finalmente,
cuando consigue conocerse, es como si volviera a sí mismo y sólo se ama para el cuerpo» (n. 483).
116 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Ya que cada miembro forma parte de un todo mayor, debe vivir «para el cuerpo» y
amarlo, pues «al amar al cuerpo se ama a sí mismo, porque sólo tiene ser en él, por él y
para él: Qui adhaeret Deo unus spiritus est. […] Nos amamos porque somos miembros
de Jesucristo. Se ama a Jesucristo porque es el cuerpo del que somos miembros»289.
Todo ello supone, por cierto, un adentrarse en la propia interioridad, ya que, «como no
podemos amar lo que está fuera de nosotros, hay que amar a un ser que esté en nosotros,
sin que sea lo mismo que nosotros, y eso puede aplicarse a todos y cada uno de los
hombres. Ahora bien, solamente el Ser universal es así. El reino de Dios está en
nosotros: el bien universal está en nosotros, es nosotros mismos, y no es nosotros»290.
Otro representante de este período es el predicador e historiador francés Jacques
Bénigne Bossuet (1627-1704). En su tratado sobre el hombre, que elocuentemente
titula Del conocimiento de Dios y de sí mismo, el obispo de Meaux comienza con esta
sentencia: «La sabiduría consiste en conocer a Dios y en conocerse a sí mismo. El
conocimiento de nosotros mismos debe elevarnos al conocimiento de Dios»291. Y en
otro de sus escritos —las Meditaciones sobre el Evangelio, libro tan caro a Mons.
Montini— aborda en varios momentos la misma temática. Así, por ejemplo,
comentando el pasaje del Evangelio según San Mateo sobre la oración en secreto (cf. Mt
6,5-6), advierte: «Entra en tu gabinete, en lo más íntimo de la casa, pero entra también
en lo más íntimo de tu corazón. Queda en un recogimiento perfecto. Cierra por dentro la
puerta. Cierra todos tus sentidos»292. Más sugerente aún es su interpretación sobre el
tributo debido al César (cf. Mt 22,20), en donde no sólo invita a la introspección, sino
que vincula de manera estrecha la identidad cristiana con el sacramento del Bautismo:
Dejemos la moneda pública y la imagen del César, cristiano; vuelve los ojos a ti mismo.
¿De quién eres imagen y de quién tomas el nombre de cristiano? Tú, Señor, resides en
nosotros como en tu templo, y tu santo nombre ha sido invocado sobre nosotros (Jer 14,9).
¡Oh, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Hemos sido bautizados en vuestro nombre; hemos sido
criados a vuestra imagen y semejanza. Esta imagen ha sido renovada en el santo bautismo.

289
B. PASCAL, Pensamientos, 483.
290
B. PASCAL, Pensamientos, 485. Cf., además, entre otros, los nn. 62, 64, 100, 229, 397-400, 431, 434,
465, 477, 526. El Arzobispo Montini considera a Pascal «un grande pensatore» (DSM II 2622), e
incluso, ya desde la Cátedra de Pedro, lo llega a calificar como «uno dei più grandi pensatori
dell’umanità» (PABLO VI, Discurso a varios grupos de peregrinos italianos, 14/2/1965). Son abundantes
las referencias que hace de este filósofo y matemático francés (cf., p.ej., DSM I 167, 524, 575, 1148,
1718; II 2583; III 4236, 5018), especialmente de sus Pensamientos (cf. DSM I 131, 271; II 2063,
2622, 2667, 2866, 3702, 3970; III 4569, 5447), obra a la que le tenía particular estima. La mayoría de
fragmentos pascalianos que aquí hemos recogido fueron además citados por el Cardenal de Milán en
sus escritos episcopales —así: el 72 (cf. DSM II 3970), el 139 (cf. DSM II 3702), el 142 (cf. DSM II
3702), el 143 (cf. DSM II 3228), el 164 (cf. DSM II 3702), el 168 (cf. DSM II 3702), el 194 (cf. DSM
III 4548), el 246 (cf. DSM II 2347, 2667), el 347 (cf. DSM I 114, 763; II 2057, 2467, 2469, 3182,
3739; III 4677, 5175), el 348 (cf. DSM II 2057) y el 526 (cf. DSM III 4122)—, de modo que sin duda
los había leído y meditado en tiempos relativamente cercanos a la redacción de la Ecclesiam Suam.
Téngase en cuenta, además, que entre los libros que pidió a sus familiares mientras se encontraba en
Polonia, en 1923, están los Pensées de Blaise Pascal (cf. LetFam I, 251; infra, 4.1, nota 12).
291
J.B. BOSSUET, Del conocimiento de Dios y de sí mismo, 7.
292
J.B. BOSSUET, Meditaciones sobre el Evangelio, XXI, 44.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 117

Alma racional, criada a la imagen de Dios; cristiano, renovado por su gracia, reconoce a tu
autor. La imagen que en ti llevas te enseñará quién eres293.

3.2.6. Los siglos XIX y XX


Nos vamos aproximando así a la época contemporánea, a los autores más cercanos
en el tiempo a la vida de Pablo VI y a los años próximos a la redacción de la Ecclesiam
Suam. Se trata de un período en el que se multiplican y diversifican las reflexiones sobre
la necesidad de la autoconciencia, fenómeno que en parte se vio favorecido, entre otros
factores, por el fortalecimiento de la psicología como disciplina independiente294.
Una muestra de ello nos la ofrece el literato milanés Alessandro Manzoni (1785-
1873) en su conocida novela histórica Los novios, verdadero referente de las letras
italianas. En un diálogo entre el Cardenal Federico Borromeo y el Innominado —un
criminal que, luego de superar una crisis de conciencia, logra abrise a la existencia y a la
misericordia divinas—, éste exclama: «¡Dios es verdaderamente grande! ¡Dios es
verdaderamente bueno! Ahora me conozco, comprendo quién soy»295. También de
Manzoni, aunque de otro escrito, son estas palabras: «Colla Chiesa dunque sono e
voglio essere, in questo, come in ogni altro oggetto di Fede; colla Chiesa voglio sentire,
esplicitamente dove conosco le sue decisioni, implicitamente dove non le conosco: sono
e voglio essere colla Chiesa fin dove lo so, fin dove veggo e oltre»296. Se trata de frases
que sin duda habrán resonado más de una vez en el corazón lombardo de G.B.
Montini297.
En el campo teológico y desde territorio alemán, por otra parte, emerge la figura de
Johann Adam Möhler (1796-1838). En su famoso tratado sobre La unidad de la

293
J.B. BOSSUET, Meditaciones sobre el Evangelio, XXXVII, 150. Cf., además, ibid., LXXXI, 443. De él
nos dice Mons. Montini que fue «un grandissimo uomo di Chiesa» (DSM I 1424), y lo cita repetidas
veces durante su ministerio episcopal (cf., p.ej., DSM I 597, 598, 1188, 1424; II 3126, 3236, 3883; III
4150, 4388, 4576, 4860, 5083, 5634). Conviene notar, asimismo, que «en el año de su ordenación
adquiere también la conocida Méditations sur l’Évangile de Bossuet», en cuya primera página se lee:
«Ad usum Sac. Jo. Bapt. Montini. 1920» (M. GUASCO, «La formazione sacerdotale di Giovanni
Battista Montini», en ISTITUTO PAOLO VI, El sacerdocio en la obra y el pensamiento de Pablo VI, 131).
294
Cf. supra, nota 83.
295
A. MANZONI, Los novios, cap. XXIII, 364.
296
A. MANZONI, «Carta al P. Antonio Cesari», 8/9/1828, en Tutte le lettere, I, 499.
297
Respecto a la relevancia de Manzoni en el pensamiento de G.B. Montini, ya hemos recogido el
testimonio del Card. Poupard: «Sabemos por Mons. Pasquale Macchi, Secretario particular de
Pablo VI […], que a menudo el Arzobispo Montini se hacía leer, precisamente por él, o un canto de la
Comedia o un capítulo de Los novios [de Manzoni], costumbre que mantuvo como Pontífice en
Roma» (P. POUPARD, «Dante e i Papi. Da Benedetto XV a Benedetto XVI», Il veltro 5-6 [2009], 12).
El propio Pontífice pedirá: «Rileggiamo il Manzoni, di cui in questi giorni si commemora il centenario
della morte. È genio universale, e vale ancora per tutti. È un tesoro inesauribile di sapienza morale.
[…] Non è il Manzoni soltanto quel grande letterato ed artista, che tutti più o meno conosciamo, e non
è soltanto il pensatore sottile e critico che forse pochi conosciamo. Il Manzoni è un maestro di vita»
(PABLO VI, Meditación a la hora del Regina caeli, 20/5/1973). Cf. también su Mensaje en el I
Centenario de la muerte de Alessandro Manzoni, 19/5/1973, donde alude a la citada carta de Manzoni
al P. Cesari. Son por lo demás muchas las alusiones que el Santo Padre hace de Manzoni en su
magisterio, demostrando la gran estima que le tenía.
118 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Iglesia, al explicar cómo debe entenderse la Tradición, constata que «todos los
creyentes tienen una sola conciencia, una sola fe, porque conciencia y fe están formadas
por una sola fuerza divina»298, la fuerza del Espíritu. Dicha Tradición sirve,
interiormente, como principio para «demostrar la identidad de la conciencia de cada
uno de los miembros o de una serie determinada con la conciencia de la Iglesia entera.
Efectivamente, la fuerza divina que actúa en la Iglesia y que se forma a sí misma, es la
misma desde el comienzo de la Iglesia»299, y, exteriormente, como criterio para
discernir la autenticidad de una doctrina, pues «la prueba tradicional [es decir, de la
Tradición] es una apelación a la conciencia general cristiana, de siempre existente; pero
a quien no tenga esa conciencia, la prueba no se la da; pero se rechazan sus
pretensiones. Por lo demás, ningún otro procedimiento es posible con quienes no tienen
esa conciencia ni poseen la fe cristiana»300. En su opinión, sin embargo, no debe
identificarse Tradición con inmovilismo, ni hay motivo para cerrarla a una legítima y
necesaria renovación, signo más bien de su crecimiento y madurez: «La identidad de la
conciencia cristiana en los distintos momentos de su ser no requiere, consiguientemente,
en manera alguna un paro mecánico. […] La misma conciencia debe desenvolverse, la
misma vida desplegarse más y más. Se determina más y más, se torna más clara a sí
misma, la Iglesia llega a la edad madura de Cristo»301. Y algunos años más tarde, en su
Simbólica, al tratar sobre la correcta recepción en nosotros de la Palabra de Dios
infalible, explica el sentido subjetivo de la Tradición relacionándola nuevamente de
forma directa con la conciencia eclesial:
La Iglesia interpreta la Escritura. La Iglesia es el cuerpo del Señor; ella es, en su totalidad,
su figura visible, su humanidad permanente, eternamente rejuvenecida, su revelación
eterna. En el todo descansa Él, al todo ha hecho todas sus promesas, al todo ha dejado
todos sus dones, no a individuo alguno por sí solo, después de los tiempos de los
Apóstoles. La inteligencia general, la conciencia de la Iglesia, es la Tradición en el sentido
subjetivo de la palabra302.

298
J.A. MÖHLER, La unidad de la Iglesia, § 13,6, p. 130.
299
J.A. MÖHLER, La unidad de la Iglesia, § 12,5, p. 128.
300
J.A. MÖHLER, La unidad de la Iglesia, § 12,4, p. 128. Un poco más adelante precisa esta enseñanza:
«Las ideas particulares rechazadas son contrarias a la conciencia constante de los cristianos y, por
ende, a la conciencia de cada creyente. Así pues, cuando el creyente rechaza una doctrina cualquiera,
lo hace porque repugna a la fe de su conciencia; pero, al repugnar a su conciencia, contraría por el
mismo caso, necesariamente, a la conciencia general, pues la suya no puede ser otra que esta
conciencia general, como emanación que es de ella» (ibid., § 13,6, pp. 130-131).
301
J.A. MÖHLER, La unidad de la Iglesia, § 13,7, p. 132. Cf. también el § 16 (pp. 137-142) y el Apéndice
III (pp. 354-357).
302
J.A. MÖHLER, Simbólica, § 38,4, p. 404. Eduardo de la Hera hace notar que G.B. Montini «manejaba
mucho las obras de Möhler» (E. DE LA HERA, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI, 134).
En efecto, ya en su magisterio milanés encontramos una referencia a La unidad (cf. DSM 3735), y
durante su pontificado alude a él en repetidas ocasiones, señalándolo como «un gran teólogo»
(PABLO VI, Radiomensaje al Katholikentag de Stuttgart, 6/9/1964), «célebre pensador católico
alemán» (Audiencia general, 15/1/1975), «ingenioso dialéctico, patrólogo e historiador de la Iglesia»
que se erige «como ejemplo de ciencia teológica e investigación» (Discurso al capítulo catedralicio
de Rottenburg, 7/7/1975), cuyos escritos recomienda como «insignes estudios teológicos» (Audiencia
general, 26/5/1971), destacando a La unidad como una «obra aún actual de J.A. Möhler» (Audiencia
FUENTES DE LA TEMÁTICA 119

En el ámbito inglés, el Beato John Henry Newman (1801-1890) es asimismo un


convencido de la necesidad que tiene todo ser humano de ahondar en su propio
misterio303. «Ahora bien —se pregunta él—, ¿qué cosa es más rara que el conocimiento
del propio yo?»304. Y es que, como hace notar en diversos momentos y lo demuestra la
experiencia, «el autoconocimiento es tan difícil; es decir, en otras palabras, los hombres
generalmente no conocen sus “primeros principios”»305. Este fenómeno, por cierto, no
es ajeno a los hijos de la Iglesia306, aunque para ellos es, si cabe, aún más perentorio.
Varios son «los impedimentos que se interponen en el camino de conocerse a sí
mismos»307 y que explican esta dificultad —así, por ejemplo, las limitaciones propias de
la naturaleza humana; el esfuerzo y trabajo que supone ese ejercicio; nuestra usual
carencia de métodos de reflexión; el amor propio; una salud robusta, un buen temple o una
vida rodeada de comodidades; la fuerza del hábito; los usos y las costumbres de la época,
etc.308—. Nada de ello, sin embargo, debe desanimarnos ni hacernos perder de vista la
meta309. Más bien ha de impulsarnos a invocar el auxilio divino por medio de la oración310.

general, 28/1/1976). Cf., además, Discurso a los partipantes en la Conferencia Episcopal


Panoceánica, 1/12/1970; Discurso al clero romano, 15/3/1976; Audiencias generales del 18/5/1966,
10/12/1969, 2/6/1970, 15/5/1974, 31/3/1976; Meditación a la hora del Angelus, 20/1/1974.
303
Además de los textos que citaremos, pueden encontrarse otros desarrollos sobre el tema, p.ej., en: J.H.
NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. IV, sermón 4: «Acceptance of Religious Privileges
Compulsory», 64; vol. V, sermón 17: «The Testimony of Conscience», 238; vol. VIII, sermón 8:
«Inward Witness to the Truth of the Gospel», 110-123; Fifteen Sermons Preached before the
University of Oxford, sermón 6: «On Justice, as a Principle of Divine Governancen», n. 4, p. 102 y n.
24, p. 118; Sermons Preached on Various Occasions, sermón 5: «Dispositions for Faith», 67; sermón
8: «St. Paul’s Gift of Sympathy», 112; Pensamientos sobre la Iglesia (la traducción al francés [Cerf,
Paris 1956] es citada por Montini en DSM III 4991).
304
J.H. NEWMAN, Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento, parte II, cap. 6, § 2, pp. 160-161.
305
J.H. NEWMAN, Lectures on the Present Position of Catholics in England, lecture 7: «Assumed
Principles the Intellectual Ground of the Protestant View», n. 3, p. 284. «Por esta misma razón, porque
están tan cerca de él, si puedo decirlo así, es muy probable que no se dé cuenta de ellos. Lo que está
lejos, tus ojos corporales lo ven; lo que está cerca de ti, no es en absoluto un objeto para tu visión. No
puedes verte a ti mismo; y, de algún modo similar, es posible que no conozcas esos principios o ideas
que tienen el gobierno principal de tu mente. Están escondidos por la misma razón por la que son tan
soberanos y tan absorbentes. Se han hundido en ti; se extienden a través de ti; no apelas tanto a ellos
como actúas desde ellos» (ibid.).
306
«Por extraño que pueda parecer, muchos que se llaman cristianos pasan por la vida sin hacer esfuerzo
alguno por adquirir un buen conocimiento de sí mismos. Se conforman con impresiones vagas y
generales acerca de su estado real; y, si van más allá, se trata de una información sobre sí mismos del
todo accidental, forzada por los acontecimientos de la vida. Pero carecen por completo de un
conocimiento exacto o sistemático; y tampoco lo pretenden» (J.H. NEWMAN, Parochial and Plain
Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 41). Hermoso y profundo texto, que vale la pena leer
completo (cf. ibid., 41-56). Cf. también vol. IV, sermón 20: «The Ventures of Faith», 301; vol. IV,
sermón 22: «Watching», 322.
307
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 49.
308
Cf. J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 48-53.
309
«Muchas cosas están en contra de nosotros; es evidente. Pero, ¿no merece la pena luchar por nuestro
futuro premio?» (J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 54).
310
«Hay un Juez que sondea los corazones y las riendas. Él conoce nuestro verdadero estado. ¿Le hemos
implorado fervientemente que nos enseñe el conocimiento de nuestros propios corazones?» (J.H.
NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 45).
120 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Por otro lado, mayores son las razones que avivan su exigencia en los bautizados.
En efecto, teniendo en cuenta que los hombres deberían «recibir y actuar según las
grandes doctrinas cristianas, y considerando que el autoconocimiento es una condición
necesaria para comprenderlas», resulta cuando menos paradójico que «al mismo tiempo
sean tan ignorantes de sí mismos»311. Como se deduce de la anterior afirmación —y el
Cardenal Newman subraya con fuerza—, no es posible aprehender ni sopesar en su justa
medida las verdades de la fe si previamente no hacemos un esfuerzo por ahondar en la
inteligencia de nuestra propia humanidad: «Las doctrinas sobre el perdón de los
pecados, y sobre un nuevo nacimiento del pecado, no se pueden entender sin un
conocimiento correcto de la naturaleza del pecado, es decir, de nuestro propio corazón.
[…] A menos que tengamos una idea justa de nuestros corazones y del pecado, no podemos
tener una idea correcta de un Gobernador moral, un Salvador o un Santificador»312. De allí
se sigue que «el autoconocimiento está en la raíz de todo auténtico conocimiento
religioso»313 y que «el autoconocimiento es la llave de los preceptos y las doctrinas de
la Escritura», por cuanto «cuando hayamos experimentado lo que es leernos a nosotros
mismos, nos beneficiaremos con las doctrinas de la Iglesia y la Biblia»314.
Proporcionalmente graves son los consiguientes peligros a los que nos exponemos
si no profundizamos en él. Además de vivir sólo «una fe superficial»315, que no se
entiende ni se traduce en obras316, «sin autoconocimiento, no tienes raíz en ti mismo;
puedes soportar por un tiempo, pero bajo aflicción o persecución, tu fe no durará. Por
eso muchos en esta época (y en todas las edades) se vuelven infieles, herejes,
cismáticos, despreciadores desleales de la Iglesia»317.
En este contexto se entiende su llamado a un laicado firme en sus creencias y
consciente de su identidad:
Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni amigo de
disputas, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan
bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su Credo a tal punto

311
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 41.
312
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 41-42. Poco después
explica con mayor detalle esas ideas: «Porque es en la medida en que buscamos en nuestros corazones
y entendemos nuestra propia naturaleza, que entendemos lo que significa un Gobernador y Juez
Infinito; en la medida en que comprendemos la naturaleza de la desobediencia y nuestra
pecaminosidad real, que sentimos la bendición de la remisión del pecado, la redención, el perdón, la
santificación, que de otro modo no son más que meras palabras. Dios nos habla principalmente en
nuestros corazones» (ibid., 42-43). Y aún más: «¿Cómo podemos sentir la necesidad que tenemos de
su ayuda, o nuestra dependencia de Él, o nuestra deuda para con Él, o la naturaleza del don que nos ha
hecho, a menos que nos conozcamos a nosotros mismos?» (ibid., 54).
313
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 42.
314
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 43.
315
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 43.
316
Cf. J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 56.
317
J.H. NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, vol. I, sermón 4: «Secret Faults», 55. A lo que añade
como explicación: «No soportan, porque nunca han probado que el Señor es misericordioso; y nunca
han tenido experiencia de su poder y amor, porque nunca han conocido su propia debilidad y
necesidad. Ésta puede ser la condición futura de algunos de nosotros, si endurecemos nuestros
corazones hoy: la apostasía» (ibid.).
FUENTES DE LA TEMÁTICA 121

que puedan dar cuenta de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderlo.
Quiero un laicado inteligente y bien instruido. […] Deseo que amplíen su conocimiento,
que cultiven su razón, que tengan una idea de la relación entre verdad y verdad, que
aprendan a ver las cosas tal como son, a comprender cómo se articulan la fe y la razón,
cuáles son las bases y los principios del catolicismo318.
Y, dado el tema que nos ocupa, particular relevancia tiene esta plegaria sobre el
Reino de Dios en la que Newman pide que se desarrolle en él la conciencia de la Iglesia,
plegaria que el propio Montini recoge en uno de sus escritos episcopales: «Permíteme,
[oh Señor], no olvidar ni por un instante que Tú has establecido en la tierra un reino que
te pertenece, que la Iglesia es tu obra, tu fundación, tu instrumento; que nosotros estamos
bajo tu guía, tus leyes, tu mirada; que cuando la Iglesia habla, eres Tú quien hablas»319.
Para el teólogo ítalo-alemán Romano Guardini (1885-1968), por su lado,
«corresponde a la esencia del hombre tener que preguntar sobre lo que ha sido, a la vista
de lo que es»320, en otras palabras, «forma parte de la vida humana […] volverse hacia
dentro de sí mismo, estar en sí, penetrarse de sí mismo, dominar su mundo interior»321.
Ahora bien, se pregunta él,
¿qué sabe el ser humano de lo que más debería conocer, qué sabe de sí mismo? En un
primer momento parece que sabe mucho. La antropología avanza continuamente y el
caudal de lo descubierto se torna incalculable. ¿Pero tiene claro lo que es el hombre? A
veces se está tentado de pensar: A mayor ciencia antropológica, menor conocimiento del
ser real del hombre. […] Ninguna mirada cala plenamente en lo profundo, allí donde el
hombre es persona, donde se entrelaza su destino322.
Por ello, en su opinión, «conocemos sólo una capa superficial de nosotros mismos; en
seguida empieza lo desconocido. […] Nuestro propio ser se pierde ante nosotros en la
oscuridad»323, y lo que suele suceder es que «el hombre ya no sabe en qué consiste él

318
J.H. NEWMAN, Lectures on the Present Position of Catholics in England, lecture 9: «Duties of
Catholics Towards the Protestant View», 390; cf. también ibid., 389.
319
J.H. NEWMAN, «The Kingdom of God», 1, en Meditacions and Devotions, III,XII,1, pp. 378-379). En
la biblioteca personal de Pablo VI, que se conserva en Brescia, se encuentra la edición francesa del
libro Méditations et Prières (Lecoffre-Gabalda, Paris 1916), volumen que el Arzobispo Montini
probablemente consultó para recoger textualmente esta plegaria en su conferencia de 1960 sobre
«Unità e Papato nella Chiesa» (cf. DsC, 95 y DSM II 3757). No es, por cierto, la única alusión al
Purpurado británico que encontramos en su magisterio milanés (cf., entre otros, DSM I 375, 498, 500,
1333, 1773, 1867; II 2526, 3020, 3443, 3546, 3744; III 4202, 4314, 4395, 4569, 4881, 4912, 4991,
5001, 5378). A él lo llama «grande confratello oratoriano» (DSM III 4569), y, ya de Pontífice, habla
de «Newman, el gran Newman» (PABLO VI, Audiencia general, 28/1/1970), «un faro cada vez más
brillante para todos los que buscan una orientación informada y una guía segura en medio de las
incertidumbres del mundo moderno» (Discurso a los participantes en el Simposio Académico sobre el
Cardenal Newman, 7/4/1975). Téngase en cuenta, además, que en octubre de 1963, recién iniciado su
pontificado, Pablo VI beatificó al P. Domenico Barberi (1792-1849), el pasionista italiano que en
1845 recibió al converso Newman en el seno de la Iglesia católica. Cf. también R.M. MAUTI,
«Newman en la vida y el pensamiento de Pablo VI», Revista del Arzobispado de Santa Fe de la Vera
Cruz, 101 (2001), 10-41.
320
R. GUARDINI, El principio de las cosas, en Meditaciones teológicas, 23.
321
R. GUARDINI, Preocupación por el hombre, 68.
322
R. GUARDINI, La sabiduría de los Salmos, 88-89.
323
R. GUARDINI, Amor y luz, en Verdad y orden, III, 78-79.
122 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

mismo: que no sólo es enigmático, sino que se extravía en sí mismo; más aún, que tiene
miedo de sí mismo»324.
Ante esta paradójica constatación, Guardini se vuelve a cuestionar: «¿Por qué hoy
el hombre es tan desconocido para sí mismo, a pesar de todo el progreso? Porque ha
perdido en gran medida la clave de la esencia del hombre: La ley de nuestra verdad dice
que el hombre sólo se conoce desde encima de él, desde Dios, porque sólo existe por
Dios»325. De allí se sigue que no nos movemos en el terreno filosófico, sino más bien en
el campo teológico y espiritual, pues «nuestro propio autoconocimiento es el esfuerzo
por reflexionar sobre lo que Dios sabe de nosotros. Mi verdad está en Su conocimiento;
y la medida de lo que yo sepa realmente de mí será la medida de lo que yo sepa por
Él»326. Además, «el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo depende del
conocimiento que tiene de Dios; su saber sobre sí mismo depende de los pensamientos
con los que piensa en Dios»327.
Esta dinámica tiene, naturalmente, un fuerte componente cristocéntrico: «Conocer
a Cristo significa, a la vez, conocernos a nosotros mismos»328, porque «Jesucristo es

324
R. GUARDINI, Preocupación por el hombre, 298; cf. también ibid., 69, 71, 230, 295-298; Mundo y
persona, 9; Cristianismo y sociedad, 64-65; Sólo el que conoce a Dios conoce al hombre, 6-8; La
aceptación de sí mismo – Las edades de la vida, 15-16.
325
R. GUARDINI, Oración y verdad, en Meditaciones teológicas, 318; cf. ibid., 402. «Quién soy yo, sólo
lo comprendo en Aquel que está por encima de mí. Mejor dicho: en Aquel que me ha dado a mí
mismo. El hombre no puede comprenderse partiendo de sí mismo» (La aceptación de sí mismo – Las
edades de la vida, 35).
326
R. GUARDINI, La sabiduría de los Salmos, 91; cf. ibid., 94-95. En otro de sus textos explicará con más
detalle esta declaración: «En la medida en que el hombre realiza la interioridad cristiana, en la misma
medida cae bajo su propia mirada y es capaz de autoconocimiento cristiano. Este autoconocimiento
—hablando en principio y sin querer decir nada sobre los cristianos individuales— posee una claridad,
una penetración, una implacabilidad y una fuerza creadora de renovación como ningún otro
conocimiento de sí. Este autoconocimiento logra lo, al parecer, imposible: abarcar el propio ser como
totalidad, considerar y juzgar objetivamente del propio yo. Ello es sólo posible, porque aquí no se trata
sólo de que el yo humano juzga sobre sí, ni tampoco meramente de llevar a cabo y de profundizar el
hecho psicológico de la separación entre el yo que considera y el yo que es considerado; ello es
posible, porque aquí el creyente participa de la mirada de Dios sobre él, sobre el hombre. El
autoconocimiento cristiano del hombre es la participación por el hombre en la mirada de Dios sobre
él, una participación de que Dios le hace regalo por la gracia. A este autoconocimiento —en principio
y en la medida de su autenticidad— nada se le escapa, ningún resto de la zona más oculta del yo»
(Mundo y persona, 50; cf. ibid., 56). Cf. también El Espíritu del Dios viviente, 34-36 y 39; Oraciones
teológicas, 39-40.
327
R. GUARDINI, Sólo el que conoce a Dios conoce al hombre, 4. Más adelante añade: «Dios ha puesto al
hombre en una relación con Él, fuera de la cual el hombre no puede ni ser, ni ser entendido. El hombre
tiene un sentido, pero ese sentido está sobre él, en Dios. No se puede entender al hombre como una
figura cerrada que viviera y descansara en sí misma. Existe en forma de “relación”: “desde Dios y
hacia Dios”. Esta relación no es algo segundo, agregado a su esencia de modo que pudiera
prescindirse de ella sin afectarla, sino que en esa relación a Dios tiene el hombre “la esencia”, su
“fundamento”. Así, el hombre sólo puede ser entendido desde “este” punto de vista. Si se intentara
entenderlo desde otro fundamento, no se acertaría. Se usaría la palabra “hombre”, pero allí no estaría
la realidad» (ibid., 10; cf., 12, 14, 15).
328
R. GUARDINI, El Espíritu del Dios viviente, 116; cf. Introducción a la vida de oración, 121.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 123

interior al hombre y atrae al hombre hacia su propio interior»329 y, además, porque «en
Él está la patria de mi ser. He de buscarme en Él si quiero de veras encontrarme a mí
mismo»330. Y no menos trascendente es el papel que le toca al Espíritu Santo, a quien el
pensador veronés, sugerentemente, describe como «la autointeriorización personal de
Dios en el amor que se da entre el Padre y el Hijo. Es, por así decirlo, la capacitas Dei
ipsus; la autocontemplación de Dios»331. En efecto, «Él nos enseña a comprender a
Cristo y, en Cristo, a Dios; a Cristo, y en Él, a nosotros mismos. El Espíritu nos concede
esa forma de conocimiento que no procede de la inteligencia humana, sino de un
corazón iluminado por Él»332. Por lo mismo,
Él puede enseñarme a comprender esa verdad que nadie me puede enseñar, esto es, mi
propia verdad. Pero ¿cómo? No por ciencia ni por filosofía, sino penetrando en mí mismo.
Pues Él es la interioridad de Dios. […] Ese Espíritu puede hacer también que yo me
penetre de mí mismo. Puede hacer que yo cruce esa lejanía, estrecha como un cabello y,
sin embargo, tan hondamente separadora, que hay entre mí y yo mismo333.
Como Guardini se encarga de subrayar una y otra vez, nada de esto entraña una
actitud solipsista o de aislamiento. Al contrario, a la par que el ser humano descubre su
propia individualidad, toma también conciencia de los vínculos comunionales que,
como persona, configuran su ser. Con mayor razón para quien ha recibido el agua
bautismal, pues «en tanto digo “Iglesia”, también digo “persona”, y cuando hablo del
mundo interior del cristiano, de inmediato se hace presente el universo de la comunidad
cristiana»334. Y es que «la Iglesia le da al hombre de la comunidad la conciencia de
formar parte de una entidad en la que todo pertenece a todos, y todo es, en Dios, una
sola cosa en forma tan absoluta y perfecta, que nadie podría imaginar una unidad más
profunda que ésa»335. Nuevamente conviene, no obstante, aclarar:
El individuo vive de la Iglesia; no por ello pierde, sin embargo, su particularidad. Él vive
de la Iglesia según su índole peculiar; y lo mismo hacen cada pueblo, cada época. La mano
vive del cuerpo, pero como mano. Así es como se realiza la unidad suprema de la actitud

329
R. GUARDINI, El Señor, II, 131.
330
R. GUARDINI, El Señor, II, 157. Ello no supone, sin embargo, un riesgo de “despersonalización” por
parte del hombre: «Has recibido de la vida de Dios una existencia nueva, la de los hijos de Dios. En
esta existencia eres tú mismo, eres tú mismo, pero en Cristo. Él vive en ti y te da con ello el que
puedas hallarte verdaderamente a ti mismo» (ibid., II, 153). Cf. también ibid., I, 23, 155 y 167; II, 160;
Sólo el que conoce a Dios conoce al hombre, 10; La esencia del cristianismo, 75; Oración y verdad,
en Meditaciones teológicas, 296-297; Oraciones teológicas, 59-60.
331
R. GUARDINI, Cristianismo y sociedad, 123; cf. El Señor, I, 153.
332
R. GUARDINI, Introducción a la vida de oración, 122; cf. El Espíritu del Dios viviente, 117.
333
R. GUARDINI, La aceptación de sí mismo – Las edades de la vida, 36.
334
R. GUARDINI, El sentido de la Iglesia – La Iglesia del Señor, 38. Más aún, como anota en otro de sus
escritos, esa conciencia de pertenencia a la Iglesia sirve incluso como remedio contra cualquier viso
de individualismo: «La actitud católica se contrapone a aquella inclinación, a aquella casi obligación
imperiosa de particularismo que brota de la disposición típica, pues en ella el individuo se sitúa dentro
de la comunidad de la Iglesia y piensa, vive, y actúa desde su totalidad» (Cristianismo y sociedad, 25;
téngase en cuenta que el título original de este volumen es Unterscheidung des Christlichen, es decir,
Lo específico cristiano o Diferenciación de lo cristiano).
335
R. GUARDINI, El sentido de la Iglesia – La Iglesia del Señor, 26.
124 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

vital: el individuo llega a ser plenamente él mismo precisamente convirtiéndose en órgano


del todo. En éste se encuentra en comunión con los demás336.
¿Cómo no cultivar, por ende, un amor grande y filial hacia la comunidad eclesial,
que nos permite alcanzar nuestra plenitud y nos procura tanto bien? Ese amor, sin
embargo, no podría ser auténtico si no estuviera precedido y acompañado de una
solicitud por conocer la naturaleza de la Iglesia, porque «lo único que nos lleva a amarla
es una comprensión clara y pura de su esencia y de su significación. Tenemos que tener
en cuenta que en la medida en que siendo un individuo cristiano soy miembro de la
Iglesia, y que ella está viva en mí. Cuando le hablo a ella, en un sentido muy profundo,
no le digo “Tú”, sino “Yo”»337.
Se trata, pues, como puede apreciarse, de temas repetida y ampliamente abordados
por Romano Guardini338, que directa o indirectamente deben de haber alimentado el
espíritu de Pablo VI339.
Ya hemos mencionado al liturgista austríaco Joseph Andreas Jungmann, S.J.
(1889-1975) y su artículo «L’Église dans la vie religieuse d’aujourd’hui»340. Casi en el
mismo período nos topamos con la fundamental presencia de otro hijo de San Ignacio:
Henri de Lubac, S.J. (1896-1991). Sensible a las exigencias de su época, este gran
erudito francés deduce que «si los hombres de hoy están tan trágicamente ausentes unos
de otros, es ante todo porque están ausentes de sí mismos» 341, y por ello no duda en

336
R. GUARDINI, Cristianismo y sociedad, 25-26.
337
R. GUARDINI, El sentido de la Iglesia – La Iglesia del Señor, 41. En relación con la conciencia eclesial
se encuentra esta sugestiva afirmación en otra de sus obras: «El “dogma” significa que la fe de la
Iglesia adquiere una conciencia aguda de sí misma» (Sobre la vida de fe, 146; cf., 154).
338
Además de los textos citados, cf. Preocupación por el hombre, 89-108, 127, 142, 238, 308; Mundo y
persona, 98-99; Cristianismo y sociedad, 32-33, 82-83; Sólo el que conoce a Dios conoce al hombre,
11; Meditaciones teológicas, 41, 516, 641-651, 787-788; La esencia del cristianismo, 74, 84; El
Señor, II, 23, 139, 152-153; Introducción a la vida de oración, 38-44, 70, 101-102, 139, 140-141. No
ha de olvidarse, por otro lado, su breve texto de carácter práctico sobre «El bien, la conciencia y el
recogimiento» (incluido en La fe en nuestro tiempo, 116-198), que no hemos citado en esta apretada
síntesis por no estudiar la conciencia desde el punto de vista psicológico, sino moral.
339
El Santo Padre estimaba y conocía el pensamiento del teólogo veronés desde sus años juveniles.
Muestra de ello son las 18 obras de Guardini que se conservan en su biblioteca personal custodiada
por el «Istituto Paolo VI» de Brescia. Cf. M. LOCHBRUNNER, «Die Beziehungen zwischen Giovanni
Battista Montini / Paul VI. und Romano Guardini. Eine biographische Studie», en ISTITUTO PAOLO VI,
Paul VI. un Deutschland, Brescia – Roma 2006, 133-158; ID., «Papst Paul VI. und Romano
Guardini», Forum Katholische Theologie 14 (1998), 161-188 [también publicado como «Paolo VI e
Romano Guardini», NotIPVI 44 (2002), 79-106], donde el autor analiza la correspondencia entre
ambos. En su etapa milanesa se refiere a él llamándolo «un maestro contemporaneo» (DSM II 3787) y
lo cita repetidas veces en sus escritos (cf., p.ej., DSM I 502, 1189; II 1942, 1943, 2691, 3019, 3032,
3787; III 4125, 4400, 4911). También recoge, al menos en dos ocasiones, su «memorabile parola»
sobre el despertar de la Iglesia en las almas (cf. DSM III 4392 y 4990). Se dice que en 1965 Pablo VI
le ofreció la púrpura cardenalicia, pero que el sencillo sacerdote ítalo-alemán no quiso aceptarla.
340
Cf. supra, 3.1, notas 23-26.
341
H. DE LUBAC, Catolicismo, 254.
FUENTES DE LA TEMÁTICA 125

apuntar que «precisamente nada parece más urgente que recordarle al hombre su
propio ser»342.
Como es evidente, además de su necesidad, De Lubac también expone los
presupuestos cristológico343 y pneumatológico344 del conocimiento personal. No se le
escapan tampoco ni las consecuencias sociales345 de este ejercicio reflexivo, ni los
riesgos que inevitablemente entraña346. Pero creemos oportuno fijar mejor nuestra
atención en los contornos eclesiológicos de su pensamiento, en los que encontramos
valiosos y sugerentes aportes al tema que nos ocupa. En primer lugar —destaca él—, es
la propia Iglesia la que nos recuerda la importancia de la introspección:

342
H. DE LUBAC, Catolicismo, 242. Idea que inmediatamente después completa: «Esto vale tanto para la
espiritualidad como para la cultura y para el pensamiento: sólo sirve por su desinterés. En todo lo que
toca al espíritu, el utilitarismo es temible, pues es no sólo superficial sino corruptor, e infaliblemente
engendra la mentira. Por el contrario “la capacidad de presencia crece con la de recogimiento”» (ibid.).
343
«Cristo, al revelar al Padre y ser revelado por Él, acaba de revelar al hombre a sí mismo. Al tomar
posesión del hombre, asiéndole y penetrándole hasta el fondo de su ser, le fuerza a descender también
a él dentro de sí para descubrir bruscamente en su propio interior regiones hasta entonces
insospechadas. Por Cristo, la Persona es adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo, toma
plena conciencia de sí. En adelante, incluso antes del grito triunfal “agnosce, o christiane, dignitatem
tuam”, será posible celebrar la dignidad del hombre “dignitatem conditionis humanae”. El precepto
del sabio “conócete a ti mismo” reviste un nuevo sentido. Cada hombre, al decir “yo”, pronuncia algo
absoluto, definitivo» (H. DE LUBAC, Catolicismo, 238). «No somos plenamente personales más que en
el interior de la Persona del Hijo, por la cual y en la cual tenemos parte en la Vida Trinitaria» (ibid., 240).
344
«El Espíritu que Cristo prometió enviar a los suyos, su Espíritu, […] abre en el hombre nuevas
profundidades que le ponen a tono con las “profundidades de Dios”, y lo lanza fuera de sí mismo
hasta los confines de la tierra. Él universaliza e interioriza, personaliza y unifica» (H. DE LUBAC,
Catolicismo, 238).
345
«Por la revelación cristiana, no solamente adquiere profundidad la mirada que el hombre dirige sobre
sí, sino que al mismo tiempo se ensancha la que dirige a su alrededor. En adelante está ya concebida la
unidad humana. La Imagen de Dios, la Imagen del Verbo, restaurada por el mismo Verbo encarnado y
a la que presta su esplendor, soy yo mismo, es el otro, es cualquier otro. Es ese punto de mí mismo
que coincide con cualquier otro, la señal de nuestro común origen, el llamamiento a nuestro común
destino. Es nuestra unidad misma, en Dios» (H. DE LUBAC, Catolicismo, 239).
346
«Si en vez de contemplar el objeto de su fe y de invocar el objeto de su esperanza, uno se vuelve para
contemplarse a sí mismo y hace de su misma persona el objeto de su estudio, ¿no habrá que temer
que, a causa de esta morosidad y de esta especie de propia complacencia, semejante a la de aquel que
quiere escucharse cuando ora, se constituya en pantalla entre su mirada y la realidad en la que cree y
espera?» (H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 26-27). «No despreciemos el peligro. La obra de
la reflexión es siempre delicada. Ella pone en juego un poder temible y la acechan muchas
desviaciones. ¡Por cuántos caminos, que al principio pasan desapercibidos, puede introducirse
particularmente el veneno del subjetivismo!» (ibid., 27). «Hay una trampa sutil que acecha al hombre
que aspira a la liberación: la trampa de la interioridad pura. […] Introversión, vuelta al “estado
primordial”, exploración de sí mismo, búsqueda del “centro” donde se coincide con la única Esencia:
¡cuántos pierden así su alma creyendo que allí la van a encontrar! En el mismo cristianismo, bajo
formas más o menos atemperadas, toda alma afanosa de “vida interior” puede experimentar un
atractivo semejante. La Iglesia hace que escapemos a esta trampa. […] Ella nos recuerda sin cesar las
exigencias de nuestra vocación social lo mismo que la realidad de nuestra condición terrena. Y por
este mismo medio nos lleva a la adoración del verdadero Dios, de quien todo aquel que se separa de la
comunidad fraternal, se aleja insensiblemente para buscarse y adorarse a sí mismo» (ibid., 147-148).
No obstante, lejos de sugerir que se rehúse a esa empresa, añade: «Todos los peligros del mundo no
pueden dispensarnos de una tarea que se ha hecho necesaria» (ibid., 27).
126 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

También ella nos invita a la interioridad, también ella nos dice por boca de todos sus
doctores y de todos sus maestros de vida espiritual que nuestra vida está hecha a imagen de
Dios, que ella es profunda y grande por su capacidad de Dios, y que entrar en ella es
“entrar en la verdad de Dios”, y lo que es más, pero explicándolo debidamente, “que el
tesoro del corazón y el tesoro del cielo son idénticos, y que una misma puerta los manifiesta
a ambos”. […] Y por este mismo medio nos lleva a la adoración del verdadero Dios347.
En términos similares, pero más detallados, se había expresado algunos años antes en
otra de sus obras maestras, El drama del humanismo ateo, en un hermoso pasaje que
vale la pena citar in extenso:
“¡Conócete pues hombre!”. Éste es el grito que, por boca de sus doctores y apologistas,
lanza la Iglesia desde los primeros siglos.
Recogiendo, después de Epicteto, el conócete a ti mismo socrático, lo transforma y
profundiza. Lo que para el sabio antiguo era sobre todo un consejo de sentido moral, la
Iglesia lo convierte en un juicio metafísico. Conócete, dice, es decir, conoce tu nobleza y tu
dignidad, comprende la grandeza de tu ser y de tu vocación, de esta vocación que
constituye tu ser. Aprende a ver en ti el espíritu, reflejo de Dios, hecho por Dios.
“¡Hombre, no menosprecies lo que hay de admirable en ti! Tú eres poca cosa según crees,
pero yo te enseñaré que eres algo grande...”. “Repara en lo que eres. ¡Considera tu
dignidad real! Ni el cielo ha sido hecho a imagen de Dios, como tú, ni la luna, ni el sol, ni
nada de lo que se ve en la creación..., fíjate en que nada de lo que existe es capaz de
contener tu grandeza”. Los filósofos te han dicho que eres un “microcosmos”, pequeño
mundo hecho de los mismos elementos, dotado de la misma estructura, sometido a los
mismos ritmos que el gran cosmos; te han explicado que estabas hecho a su imagen y
sometido a sus mismas leyes; han hecho de ti una rueda; a lo sumo como compendio de la
máquina cósmica. No se equivocaron del todo. A causa de tu cuerpo y de todo lo que en ti
puede llamarse “naturaleza”, así es. Pero si tú profundizas más y tu reflexión se ilumina
con las indicaciones de los libros sagrados, entonces te asombrarás de las profundidades
que se abren ante ti. Espacios inconmensurables se extenderán ante tu mirada. Te darás
cuenta inmediatamente de que, en una especie de infinitud, excedes en todos los aspectos a
este gran mundo y que en realidad es él, este “macrocosmos”, el que está contenido en este
aparente “microcosmos”348.
De ahí ha de brotar, naturalmente, un hondo sentimiento de gratitud hacia quien, como
auténtica madre, nos guía y ayuda en el camino de conocernos a nosotros mismos:
«Cuán agradecidos estamos, pues, a la Iglesia por recordarnos siempre, oportune et
importune, nuestra condición esencial, por ese perpetuo sursum y por ese perpetuo redi
ad cor a que ella nos obliga»349.
Ahora bien, es la misma Esposa de Cristo la que, como sujeto personal, participa de
esta dinámica autorreflexiva: «La Iglesia se manifiesta con un vigor incomparable ya en
los documentos de los primeros siglos —por no hacer referencia a la misma Escritura—.
Ya desde un principio se echa de ver que ella tiene una conciencia extraordinariamente

347
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 148.
348
H. DE LUBAC, El drama del humanismo ateo, 17-18.
349
H. DE LUBAC, Catolicismo, 254. En otro de sus textos añadirá: «Alabada sea [esta gran Madre = la
Iglesia] por el mundo interior que nos descubre y en cuya explotación nos lleva de su mano. […]
Madre amante, ella no nos repliega sobre sí misma, sino que nos lanza al encuentro de Dios que es
todo Amor» (Meditación sobre la Iglesia, 217-218).
FUENTES DE LA TEMÁTICA 127

profunda de su ser»350, conciencia que, según los avatares de la historia, se ha ido


desarrollando en mayor o menor medida, y que a cada generación se le presenta como
una tarea351. Sin embargo, en sintonía con Romano Guardini y otros grandes
pensadores, De Lubac percibe en este tiempo una coyuntura particular que la impulsa a
avivar el paso, pues «parece que nunca hubo una circunstancia que obligara a este
esfuerzo de explicación, que es a un tiempo de análisis y de conjunto, a este esfuerzo de
comprensión total al que empezamos a asistir. En efecto, desde hace algún tiempo se
viene hablando mucho de la Iglesia; mucho más que antes y, sobre todo, en un sentido
más comprensivo»352.
Ello va moldeando el mundo interior de sus propios miembros353, lo que se
constata de modo paradigmático en el que, siguiendo a Orígenes, llama vir
ecclesiasticus: «Él es el hombre en la Iglesia. Mejor aún, es el hombre de la Iglesia, el
hombre de la comunidad cristiana», quien «tiene conciencia de que por medio de ella, y
sólo por medio de ella, participa de la estabilidad de Dios»; quien «ama su pasado.
Medita su historia. Venera y explora su Tradición»; quien «tiene conciencia de que en
los sacramentos de la Iglesia no ha recibido un espíritu de temor sino de fortaleza»;
quien, entre otras tantas características, «al entrar dentro de sí mismo, teme por fin caer
en el error vital de aquellos “teólogos” que, haciéndose “juiciosos y prudentes”,
“convierten el Evangelio en objeto de ciencia y se ufanan de conocerlo mejor que el

350
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 24. Como explica a renglón seguido, «la idea de la Iglesia
aparece por todas partes, e impone su forma a las exposiciones de la fe. Pero también es cierto que
muy pronto se ha visto en la precisión de reflexionar sobre sí misma. No ha habido ninguna gran
herejía que haya tenido que vencer, que no la haya obligado a reflexionar […]. Todos los misterios
que tuvo que ir escrutando le brindaron ocasión para ello; y es que está relacionada y comprometida
en todos y en cada uno de ellos» (ibid., 24-25).
351
«La reflexión de los que nos han precedido, aunque nos sirva de guía obligada, no nos dispensa, con
todo, de meditar por nuestra cuenta. Y esta misma meditación nunca podrá darse por satisfecha» (H.
DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 33).
352
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 25. Con otros términos lo puntualiza más adelante:
«Cuando se ha producido un estado de crisis o se ha llegado a cierto punto de madurez, ocurre que
alguna de las partes de este único Todo [de la doctrina cristiana], o algún determinado misterio, pasa
por así decirlo al primer plano de la reflexión. Y se convierte en el centro vital en torno al cual se
organizan todos los demás en la mentalidad de una generación. […] Y parece que hoy ha sonado la
hora de realizar este trabajo en lo que respecta a esta parte, o a este aspecto del Misterio cristiano total,
a este miembro del “cuerpo de verdad”, que es el misterio de la Iglesia» (ibid., 30-31; cf., 32).
353
«A quien vive su misterio, ella [la Iglesia] siempre se le manifiesta, al igual que al Vidente de Patmos,
como la Ciudad de piedras preciosas, como la Jerusalén celestial, como la Esposa del Cordero, y el
gozo que esta contemplación le proporciona es también el mismo que reina en las visiones serenas del
Apocalipsis» (H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 47). Reflexionando más adelante sobre la
catolicidad de la Iglesia, también señala: si bien en el Cenáculo de Jerusalén «tenía ya entonces
conciencia de que los había recibido a todos en herencia […] es de trascendental importancia que
todos tengan conciencia de estas dimensiones de la Iglesia. Pues cuanto más vivo sea el sentimiento
que de ellas se tenga, tanto más se sentirá cada uno dilatado en su propia existencia, y por eso mismo
realizará plenamente en sí mismo, y por sí mismo, el título que él ostenta de católico» (ibid., 52).
128 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

común de los fieles”»354. Se trata de un verdadero modelo que todos los hijos de la
Iglesia estamos llamados a vivir355.

No son éstos, por cierto, ni mucho menos, los únicos autores que en este período
elaboraron diferentes propuestas sobre el conocimiento personal y la conciencia
eclesial356. Sin embargo, al repasar los planteamientos de aquellos que mayor afinidad

354
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, 193, 197, 199. Hermosa y extensa descripción que merece
leerse completa (cf. ibid., 193-215). Allí también apunta: «Este retrato, que resulta demasiado pálido y
abstracto, de católico en el que se ha despertado la conciencia del hombre de Iglesia, es también, por
otra parte, demasiado ideal. […] El hombre siempre es inconsecuente. Pero lo que importa tener en
cuenta no es precisamente el tributo que cada uno paga más o menos torpemente a la debilidad
humana, sino la naturaleza y el alcance de su deseo» (ibid., 215). Cf., además, 32, 49, 56, 57, 67, 114, 128,
135, 142, 150, 173-174, 189, 192, 235, 239, 243-244, 251, 281, 294.
355
Es por todos conocido el gran afecto que Pablo VI le profesaba a «l’eminente Gesuita Padre De
Lubac» (DSM I 669). Cf. infra, 4.3.1, notas 58-62, donde recogeremos los testimonios del P. Macchi y
de Jean Guitton, así como fragmentos de la elogiosa carta autógrafa que Pablo VI le dirigió al
«querido hijo Henri de Lubac» por su octogésimo cumpleaños (cf. «Pablo VI al R.P. Henri de
Lubac, S.J.», Stromata 33 [1977], 127-128). Poco antes de ser elegido Pontífice, el 18/4/1962, el Card.
Montini le escribió una breve carta en la que le compartía: «Leggo sempre con molto interesse, e
spero anche con profitto, y Suoi libri, sebbene gli obblighi del mio ministero non mi concedano molto
tempo per la lettura e assai poco per lo studio» (cit. en H. DE LUBAC, Memoria en torno a mis escritos,
237). En sus escritos como Arzobispo de Milán lo cita repetidas veces (cf., p.ej., DSM II 2662, 3261,
3463, 3464; III 4847), especialmente su libro Meditación sobre la Iglesia (cf., p.ej., DSM I, 372, 669,
1404; II 2154, 3756, 3757, 3904; III 4911, 4918, 4987, 5287, 5709). El P. Giacomo Martina señala
que «este último libro [Meditación sobre la Iglesia] […], fue apasionadamente leído una y otra vez
por mons. Montini, especialmente la brillante descripción del anēr ecclēsiasticos» (G. MARTINA, «El
contexto histórico en el que nació la idea de un nuevo Concilio ecuménico», en R. LATOURELLE, ed.,
Vaticano II: balance y perspectivas, 50). Ello lo confirma el P. Eugenio Fornasari, un sacerdote
milanés en tiempos del Cardenal Montini: «Recuerdo que le agradó sobremanera el libro del padre
Henri de Lubac Meditación sobre la Iglesia. Un íntimo colaborador suyo me dijo que después del
cónclave en que había salido elegido Papa encontraron en el arzobispado ese libro sobre la mesa de su
escritorio. Estaba lleno de observaciones y anotaciones marginales, hechas de puño y letra por el
cardenal» (E. FORNASARI, «Mi Cardenal», 1963, en J.L. GONZÁLEZ, Encuentros con Pablo VI, 79). Y
el P. De la Hera precisa incluso que «fue enorme la influencia que esta obra ejerció en la primera
encíclica programática de Pablo VI» (E. DE LA HERA, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI,
192). Respecto a este mismo libro, el propio Cardenal De Lubac cuenta en sus memorias que en 1955
«la edición italiana aparecía en Milán, bajo la protección del nuevo arzobispo, Mons. Montini, quien
más de una vez tuvo a bien citar la obra y distribuirla entre su clero» (H. DE LUBAC, Memoria en torno
a mis escritos, 164). Allí también narra que, a poco de ser nombrado Pastor, Mons. Montini dio «una
conferencia, a la que habían sido invitados el alto clero, los embajadores y otros personajes; trató
sobre la Iglesia ante el ateísmo contemporáneo y explicó a continuación que lo esencial de su
exposición estuvo tomado del Drame de l’humanisme athée, obra cuya lectura recomendaba a sus
oyentes» (ibid.). Cf., además, ID., «Montini, Papa Pablo VI», Criterio 51 (1978), 426-427.
356
Entre otros escritos, que quizá no haya leído G.B. Montini, pero que permeaban el ambiente intelectual
de su época, podemos mencionar: TH. OHLMEIER, O.F.M., Erkenne dich selbst [Conócete a ti mismo],
Hildesheim 1922; L. BRUNSCHVICG, De la connaissance de soi, Paris 1931; L. LAVELLE, La
conscience de soi, Paris 1933; A. CARREL, L’homme, cet inconnu, Paris 1935 [trad. cast.: La incógnita
del hombre: el hombre, ese desconocido]; G. MADINIER, Conscience et mouvement. Étude sur la
philosophie française de Condillac à Bergson, Paris 1938; ID., Conscience et amour. Essai sur le
“nous”, Paris 1938 [trad. cast.: Conciencia y amor. Ensayo sobre el “nosotros”]; N.A. DAHL, Das
Volk Gottes: Eine Untersuchung zum Kirchenbewusstein des Urchristentums [El Pueblo de Dios: una
FUENTES DE LA TEMÁTICA 129

intelectual y cercanía temporal tuvieron con G.B. Montini – Pablo VI hemos encontrado
sugerentes rastros de inspiración que bien pudieron haber alimentado el espíritu del
Pontífice a la hora de redactar el capítulo I de su Ecclesiam Suam.

3.2.7. El Magisterio próximo


Terminado nuestro recorrido por las posibles fuentes patrísticas, filosóficas y
teológicas, nos queda ahora, por último, echar una rápida mirada al Magisterio eclesial.
Nos centraremos únicamente en sus dos predecedores inmediatos, de quienes estuvo
espiritualmente tan cerca y cuyos escritos conocía de primera mano357.
En su famosa encíclica Mystici Corporis, Su Santidad Pío XII (1939-1958) nos
ofrece algunos pasajes ilustrativos. Así, por ejemplo, en la introducción de la carta, al
enunciar los motivos que lo impulsaron a escribirla, revela que entre ellos estaban
proponer «la doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo y de la unión de los fieles en el
mismo Cuerpo con el Divino Redentor; y al mismo tiempo sacar de esta suavísima
doctrina algunas enseñanzas, con las cuales el conocimiento más profundo de este
misterio produzca siempre más abundantes frutos de perfección y santidad»358. El deseo
del Pontífice es, pues, que una mejor comprensión de la Iglesia redunde en el provecho
espiritual de los fieles. Más adelante —esta vez en la parte I, donde explica el sentido de
la expresión que da título al documento— añade que el propio concepto es un llamado a
asumir nuestra altísima dignidad de bautizados359. Y poco después —al inicio de la
parte II, dedicada a «la unión de los fieles con Cristo»—, establece los fundamentos

investigación sobre la conciencia de la Iglesia del cristianismo primitivo], Oslo 1943; G. GUSDORF,
La découverte de soi, Paris 1948; Y. CONGAR, «Conscience ecclésiologique en Orient et Occident du
VIe. au XIe. siècle», Istina 6 (1959), 187-236 [trad. cast.: La conciencia eclesiológica en Oriente y
Occidente del siglo VI al XI, Barcelona 1963]; ID., «Vida de la Iglesia y conciencia de Catolicidad»,
en Ensayos sobre el misterio de la Iglesia, 111-120; etc.
357
Fueron numerosas las ocasiones en las que el Arzobispo Montini analizó diferentes aspectos de la vida
y del corpus doctrinal de Pío XII; cf., p.ej., G.B. MONTINI, «L’aspetto religioso del pontificato di Pio XII»,
27/2/1956, NotIPVI 17 (1988), 21-32; «Considerazioni sul Magistero di S.S. Pio XII», 1956, NotIPVI
17 (1988), 32-40; «Prefazione» al libro de C. MELZI, L’insegnamento sociale di Pio XII, Milano 1956,
1-2; «Pio XII e l’ordine internazionale», 4/6/1956, ScCatt 85 (1957), 3-24; «Préface» al libro Pie XII.
L’éducation, la science et la culture (1939-1956), Paris 1956, 5-10; «Nel 40° di consacrazione
episcopale di S.S. Pio XII», Rivista Diocesana Milanese 46 (1957), 262-265; «Préface» al libro
Documents pontificaux de Sa Sainteté Pie XII (1958), Saint-Maurice 1959, 7-11; «Pius XII and the
Jews», The Tablet, 29/6/1963, 714-715 (también publicado en italiano en L’OR, 29/6/1963, 7).
Respecto a San Juan XXIII, el extenso epistolario que intercambiaron —más de 200 cartas— es un
testimonio más que elocuente de su profunda comunión espiritual; cf. A.G. RONCALLI – G.B.
MONTINI, Lettere di fede e amicizia (1925-1963).
358
PÍO XII, Carta encíclica Mystici Corporis, 29/6/1943, 5: AAS 35 (1943), 193-248. Recuérdese que esta
encíclica es uno de los tres únicos documentos del Magisterio citados por Pablo VI en toda su carta
programática (cf. supra, notas 3 y 6).
359
«Cuando llamamos “místico” al Cuerpo de Jesucristo, el mismo significado de la palabra nos amonesta
gravemente, amonestación que en cierta manera resuena en aquellas palabras de San León: “Conoce,
oh cristiano, tu dignidad, y, una vez hecho participante de la naturaleza divina, no quieras volver a la
antigua vileza con tu conducta degenerada. Acuérdate de qué Cabeza y de qué Cuerpo eres
miembro”» (PÍO XII, Carta encíclica Mystici Corporis, 29/6/1943, 30).
130 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

cristológicos del amor propio y el conocimiento personal, de los que deben nutrirse
nuestra autovaloración e introspección:
Ya antes del principio del mundo el Unigénito Hijo de Dios nos abrazó con su eterno e
infinito conocimiento y con su amor perpetuo. […] Mas aquel amorosísimo conocimiento,
que desde el primer momento de su Encarnación tuvo de nosotros el Redentor divino, está
por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana, porque, en virtud de aquella
visión beatífica de que disfrutó, apenas recibido en el seno de la madre divina, tiene
siempre y continuamente presentes a todos los miembros del Cuerpo místico y los abraza
con su amor salvífico. ¡Oh admirable dignación de la piedad divina para con nosotros! ¡Oh
inapreciable orden de la caridad infinita! En el pesebre, en la Cruz, en la gloria eterna del
Padre, Cristo ve ante sus ojos y tiene a sí unidos a todos los miembros de la Iglesia con
mucha más claridad y mucho más amor que una madre conoce y ama al hijo que lleva en
su regazo, que cualquiera se conoce y ama a sí mismo360.
Por último, en esa misma carta recomienda «el piadoso uso de la confesión frecuente»,
con el que «se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se
hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la
voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia
en virtud del Sacramento mismo»361.
Hablando en otra ocasión sobre la misión de la Iglesia y el papel que en ella les
corresponde a los fieles laicos, enseña que «ellos, especialmente ellos, deben tener una
conciencia cada vez más clara no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia
misma, esto es, la comunidad de los fieles en la tierra bajo la dirección del jefe común,
el Papa, y de los obispos en comunión con él». Y, poco más adelante, en el mismo
contexto, augura que «todos aquellos a quienes la gracia del Señor ha llamado a su
Iglesia de todas las tribus, y lenguas, y pueblos, y naciones (Ap 5,9) sean conscientes,
en la grave hora presente, de su sagrado deber de irradiar de su fe viva y operante el
espíritu y el amor de Cristo sobre la sociedad humana»362. El que la Iglesia pueda volver
a conducir a los hombres de las tinieblas a la luz sólo será posible —puntualiza el Santo
Padre— en virtud de la Eucaristía, en la que Cristo abraza a toda la humanidad363.
Y un encuentro con un grupo de historiadores le da la oportunidad al Papa Pacelli
de referirse a otra dimensión de la Iglesia y hablar de «la conciencia histórica que ella
tiene de sí misma, es decir, de la manera en que ella se considera como un hecho
histórico y de la forma en que ve su relación con la historia humana»364.

360
PÍO XII, Carta encíclica Mystici Corporis, 29/6/1943, 34.
361
PÍO XII, Carta encíclica Mystici Corporis, 29/6/1943, 39. Cf., además, ibid., 38. Cf. también exhortación
apostólica Menti nostrae, 23/9/1950, I: AAS 42 (1950), 657-702.
362
PÍO XII, Discurso a los nuevos Cardenales sobre la supranacionalidad de la Iglesia, 20/2/1946, 21 y
26: AAS 38 (1946), 141-151.
363
«En la santa Misa, los hombres se hacen cada vez más conscientes de su pasado culpable, y, al mismo
tiempo, de los inmensos beneficios divinos en el recuerdo del Gólgota, del acontecimiento más grande
de la historia de la humanidad, reciben la fuerza para librarse de la más profunda miseria del presente,
la miseria de los pecados diarios, mientras hasta los más abandonados sienten una brisa del amor
personal de Dios misericordioso» (PÍO XII, Discurso a los nuevos Cardenales sobre la
supranacionalidad de la Iglesia, 20/2/1946, 23).
364
PÍO XII, Discurso a los participantes en el X Congreso Internacional de Ciencias Históricas,
7/9/1955, 3: AAS 47 (1955), 672-682. Se trata de una realidad que reviste múltiples aspectos, dentro
FUENTES DE LA TEMÁTICA 131

En tanto que San Juan XXIII (1958-1963), el Papa del Concilio, ofrece
precisamente en torno a este acontecimiento eclesial algunas enseñanzas al respecto. Por
ejemplo, en la Constitución apostólica Humanae salutis, con la que convoca
oficialmente el Vaticano II, nos topamos con un pasaje que de alguna manera parece
presagiar los tres capítulos de la Ecclesiam Suam —conciencia (fortalecer su fe y
mirarse), renovación (dar mayor eficacia y promover la santificación) y diálogo con el
mundo (difundir la verdad revelada)—:
El próximo Sínodo ecuménico se reúne felizmente en un momento en que la Iglesia anhela
fortalecer su fe y mirarse una vez más en el espectáculo maravilloso de su unidad; siente
también con creciente urgencia el deber de dar mayor eficacia a su sana vitalidad y de
promover la santificación de sus miembros, así como el de aumentar la difusión de la
verdad revelada y la consolidación de sus instituciones365.
Ideas semejantes había expresado algunos meses antes, en una celebración eucarística
con la que se iniciaba la fase preparatoria de la asamblea conciliar, donde señalaba que
uno de los objetivos del Vaticano II era detenerse a ahondar en el misterio de la Iglesia
con el fin de recuperar su rostro primigenio:
La obra del nuevo Concilio Ecuménico tiende toda ella verdaderamente a hacer brillar en
el semblante de la Iglesia de Jesús los rasgos más sencillos y puros de su nacimiento y a
presentarla, tal y como su Divino Fundador la hizo: sine macula et sine ruga (sin mancha y
sin arruga). Su peregrinación a través de los siglos está todavía muy lejos de alcanzar el
punto culminante de su transformación en la eternidad triunfante. Por esto, detenerse algún
tiempo junto a ella en un estudio afectuoso por seguir las huellas de su más fervorosa
juventud y ordenarlas de nuevo de modo que aparezca su fuerza conquistadora a los
espíritus modernos […], he aquí el propósito nobilísimo del Concilio Ecuménico366.

de los que el Santo Padre señala: «Al mismo tiempo que afirma la plenitud de su origen divino y su
carácter sobrenatural, la Iglesia tiene conciencia de haber entrado en la humanidad como un hecho
histórico» (ibid., 9); «la Iglesia sabe también que su misión, aunque pertenece por su naturaleza y sus
fines propios al campo religioso y moral, situada en el más allá y en la eternidad, penetra plenamente
en el corazón de la historia humana» (ibid., 11); «la Iglesia católica tiene conciencia de que su divino
Fundador le ha transmitido el dominio de la religión, la dirección religiosa y moral de los hombres en
toda su extensión, independientemente del poder del Estado» (ibid., 16); «la Iglesia católica ha
ejercido una influencia poderosa, incluso decisiva, sobre el desarrollo cultural de los dos primeros
milenios. Pero está bien convencida de que la fuente de esta influencia reside en el elemento espiritual
que la caracteriza, en su vida religiosa y moral» (ibid., 23); «la Iglesia tiene conciencia de haber
recibido su misión y su tarea para todos los tiempos futuros y para todos los hombres y,
consiguientemente, que no está ligada a ninguna determinada cultura» (ibid., 24). Cf. también ibid., 4,
10, 18, 27, 28. Cf., además, Discurso sobre las implicaciones religiosas y morales de la analgesia,
24/2/1957: AAS 49 (1957), 129-147.
365
SAN JUAN XXIII, Constitución apostólica Humanae salutis, 25/12/1961, 7: AAS 54 (1962), 5-13. Texto
que inmediatamente continúa con las siguientes palabras: «Será ésta una demostración de la Iglesia,
siempre viva y siempre joven, que percibe el ritmo del tiempo, que en cada siglo se adorna de nuevo
esplendor, irradia nuevas luces, logra nuevas conquistas, aun permaneciendo siempre idéntica a sí
misma, fiel a la imagen divina que le imprimiera en su rostro el divino Esposo, que la ama y protege,
Cristo Jesús» (ibid.).
366
SAN JUAN XXIII, Homilía después de la Misa en rito eslavo-bizantino, 13/11/1960: AAS 52 (1960),
958-964. Este texto es recogido por el Cardenal Montini en su carta pastoral para la Cuaresma de 1962
Pensiamo al Concilio (cf. DsC, 184). Cf. también SAN JUAN XXIII, Radiomensaje un mes antes de la
132 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Pocos días después, en un encuentro con los sacerdotes de Roma, el Papa Roncalli
se servía de unas palabras del Salmo 15[14],2 —«facere iustitiam et cogitare recta in
corde suo» (el que obra la justicia y habla la verdad en su corazón)— para invitarlos a la
«modestia en los ojos en toda ocasión, pero abiertos y despiertos a las realidades
presentes y de los que viven con nosotros; disposición habitual al nosce teipsum
(conócete a ti mismo) para compadecer a los demás; para dulcificarlo todo y convertirlo
en bien, sacando motivos de fervor del ejemplo ajeno»367.
Finalmente, en su encíclica social Mater et Magistra, constata con preocupación
que «los hombres de nuestra época han profundizado y extendido la investigación de las
leyes de la naturaleza; han creado instrumentos nuevos para someter a su dominio las
energías naturales; han producido y siguen produciendo obras gigantescas y
espectaculares». Todo ello es, sin duda, algo valioso que merece reconocimiento. «Sin
embargo, mientras se empeñan en dominar y transformar el mundo exterior, corren el
peligro de incurrir por negligencia en el olvido de sí mismos y de debilitar las energías
de su espíritu y de su cuerpo»368. Es éste un riesgo con consecuencias no sólo para las
personas individuales, sino también para la sociedad en su conjunto, pues «por grande
que llegue a ser el progreso técnico y económico, ni la justicia ni la paz podrán existir
en la tierra mientras los hombres no tengan conciencia de la dignidad que poseen como
seres creados por Dios y elevados a la filiación divina»369. De ahí que, en el ejercicio de
su función como Pastor de la Iglesia universal y muy en sintonía con la encíclica
montiniana, consigne con gravedad en la parte conclusiva de este documento:
«Exhortamos, pues, insistentemente a nuestros hijos de todo el mundo, tanto del clero
como del laicado, a que procuren tener una conciencia plena de la gran nobleza y
dignidad que poseen por el hecho de estar injertados en Cristo como los sarmientos en
la vid: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5), y porque se les permite
participar de la vida divina de Aquél»370.

apertura del Concilio Vaticano II, 11/9/1962: «La Iglesia quiere que la busquen tal cual es en su
estructura interior —vitalidad ad intra— en el acto de presentar, ante todo a sus hijos, los tesoros de fe
iluminadora y de gracia santificante» (AAS 54 [1962], 678-685). Cf., además, Discurso en la solemne
apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11/10/1962, 8.2: AAS 54 (1962), 785-795.
367
SAN JUAN XXIII, Discurso en el encuentro con el clero secular y religioso de Roma, 24/11/1960, 1:
AAS 52 (1960), 967-979.
368
SAN JUAN XXIII, Carta encíclica Mater et Magistra, 15/5/1961, 242: AAS 53 (1961), 401-464. «Una
vez más se verifica hoy en proporciones amplísimas lo que afirmaba el Salmista de los idólatras: que
los hombres se olvidan muchas veces de sí mismos en su conducta práctica, mientras admiran sus
propias obras hasta adorarlas como dioses: “Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los
hombres” (Sal 114[115],4)» (ibid., 244).
369
SAN JUAN XXIII, Carta encíclica Mater et Magistra, 15/5/1961, 215. A lo que añade a renglón
seguido: «El hombre, separado de Dios, se torna inhumano para sí y para sus semejantes, porque las
relaciones humanas exigen de modo absoluto la relación directa de la conciencia del hombre con Dios,
fuente de toda verdad, justicia y amor» (ibid.).
370
SAN JUAN XXIII, Carta encíclica Mater et Magistra, 15/5/1961, 259. Cf., además, Discurso a los
participantes en el II Congreso de Estudio de la Asociación de los Niños de Acción Católica, 14/7/1961;
Carta encíclica Pacem in terris, 11/4/1963, 41, 45, 79, 120, 145: AAS 55 (1963), 257-304.
CAPÍTULO 4

EL PAPA DE LA ECCLESIAM SUAM


Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA

Habiendo revisado ya el contexto teológico anterior a la publicación de la encíclica


Ecclesiam Suam, conviene ahora que hagamos un breve repaso de los rasgos más
significativos de la vida del Papa Pablo VI. No es nuestra intención presentar una
biografía detallada de Giovanni Battista Montini1, sino tan sólo esbozar sucintamente su
perfil. Al mismo tiempo nos detendremos de manera especial en su formación teológica
y en las principales características de su aproximación eclesiológica, con el propósito de
comprender mejor las líneas maestras de su pensamiento y los planteamientos más
importantes que nos ofrece en su carta programática.

4.1. Perfil biográfico


El futuro Papa Pablo VI nació en Concesio, cerca de Brescia, en la región italiana
de Lombardía, el 26 de septiembre de 1897. Hijo de Giorgio Montini (1860-1943), un
importante abogado y político católico de la época, y de Giuditta Alghisi (1874-1943),
una ama de casa con una intensa vida de fe, fue bautizado como Giovanni Battista
Enrico Antonio Maria el 30 de septiembre en la iglesia parroquial de Pieve, en
Concesio.

1
Existen ya varias y valiosas investigaciones históricas en ese sentido, a las que remitimos. Cf., p.ej., C.
CALDERÓN, Montini, Papa, Salamanca 1963; ID., Iglesia con Pablo VI, Salamanca 1964; E. DE LA
HERA, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI, Madrid 2002; A. FAPPANI – F. MOLINARI,
Giovanni Battista Montini giovane. Documenti inediti e testimonianze (1897-1944), Torino 1979; G.
CAMPANINI, - al., G.B. Montini e la società italiana, 1919-1939, Brescia 1983; G. ADORNATO, Pablo VI.
El coraje de la modernidad, Madrid 2010; C. CREMONA, Pablo VI, Madrid 1995; L.A. DORN, Pablo VI.
El reformador solitario, Barcelona 1990; P. HEBBLETHWAITE, Pablo VI. El primer Papa moderno,
Buenos Aires 1995; D. TETTAMANZI, Paolo VI. L’Arcivescovo Montini raccontato dal suo terzo
successore, Torino 2009. Aunque no es propiamente una biografía sino una conversación con el
Pontífice, preciosas informaciones de primera mano sobre la vida, la personalidad y la espiritualidad de
G.B. Montini se encuentran en J. GUITTON, Diálogos con Pablo VI. Valiosos datos nos ofrecen
asimismo las Lettere ai familiari. 1919-1943, I-II, y las Lettere a casa. 1915-1943 del propio G.B.
Montini, precedidas ambas por unas muy cuidadas introducciones históricas de Nello Vian.
134 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Su padre, Giorgio Montini, era uno de los representantes más renombrados del
catolicismo social y político bresciano. Aunque abogado de profesión, desde joven se
orientó más bien hacia el periodismo y la política. Así, entre 1881 y 1911 dirigió Il
cittadino di Brescia, un periódico católico local desde el que desplegó un valiente
servicio en favor de la democracia y la sociedad. Convencido de la necesidad de la
participación activa de los católicos en la vida pública, fue asimismo uno de los
fundadores del Partido Popular Italiano, llegando a ser hasta tres veces diputado por su
región en el parlamento nacional2.
Su madre, Giuditta Alghisi, era una mujer muy piadosa, de gran personalidad y con
una voluntad inquebrantable. Terciaria franciscana, como su esposo, participó con
mucho entusiasmo en la Unión de Mujeres de la Acción Católica, de la que llegó a ser
presidente diocesana. Profunda, reflexiva y muy dada a la lectura, especialmente la
espiritual, comulgaba todos los días y rezaba diariamente el Rosario —fue también
adherente de la Compañía de la Virgen de los Milagros y de la del Santísimo
Sacramento—. Dedicada al hogar, a la compañía del esposo y al cuidado de sus hijos,
supo cultivar en ellos una honda sensibilidad frente a Dios y los más necesitados3.
Así pues, desde su más tierna infancia Battista —como cariñosamente lo llamaban
en casa— recibió una cuidada formación humana y espiritual guiada por el ejemplo y el
amor de sus padres. De uno heredó el ser un hombre de acción, la actitud combativa y la
preocupación por la vida pública, y de la otra, la inquietud intelectual, la serenidad
interior y el hambre de Dios4. Junto con sus hermanos Lodovico (1896-1990), un año
mayor, y Francesco (1900-1971), el menor, gozó de todas las facilidades que una
familia acomodada le podía brindar, acompañados por la abuela paterna Francesca
Buffali (1835-1921) y la tía María Montini (1872-1951), que completaban el hogar.
Alternó sus primeros años entre la ciudad de Brescia y el pequeño pueblo de
Concesio, donde la familia poseía una casa de campo cercana a las montañas.
Esporádicamente visitaba también Verolavecchia, la aldea natal de su madre. En
Brescia se nutrió de la efervescencia cultural, cívica y social que le imprimieron los
católicos de su tiempo5. En Concesio y Verolavecchia, en cambio, alimentaba su

2
De él nos dice el propio Pablo VI: «A mi padre debo los ejemplos de valentía, la idea de no descansar
nunca en la aquiescencia al mal, el juramento de no preferir la vida a las razones de vivir. Es lo que se
puede resumir en una palabra: ser un testigo» (J. GUITTON, Diálogos con Pablo VI, 102).
3
No menos elogiosas son las palabras que sobre ella tiene el Pontífice: «Creo también deber mucho de mí
mismo a mi madre, en sus maneras de pensar y de sentir»; a lo que añade: «A mi madre le debo el
sentido del recogimiento, de la vida interior, de la reflexión en oración, de la oración reflexionada: ella
daba el ejemplo de una vida toda entregada» (J. GUITTON, Diálogos con Pablo VI, 91 y 102).
4
«Al amor de mi padre y de mi madre, a su unión [...], debo el amor a Dios y el amor a los hombres. O
más bien, yo diría que el amor a Dios, que llenaba sus corazones y les había unido en su juventud, se
traducía en mi padre en la acción pública y en mi madre en el silencio» (J. GUITTON, Diálogos con
Pablo VI, 102). Y en su Testamento exclamará: «Oh! siano benedetti i miei degnissimi Genitori!»
(PAOLO VI, Pensiero alla morte. Testamento. Omelia, 51).
5
Así lo expresó Pablo VI al inicio de su pontificado: «Brescia, Brescia!, la città che non soltanto mi ha
dato i natali, ma tanta parte della tradizione civile, spirituale, umana, insegnandomi, inoltre, che cosa sia
il vivere in questo mondo» (PABLO VI, Homilía en la Misa de inicio de pontificado, 29/6/1963). Y
evocando años más tarde el ambiente que se vivía en la ciudad que lo vio crecer, recordaba los eventos y
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 135

espíritu, su sensibilidad y su imaginación en el contacto con la naturaleza6. En esa


privilegiada región del norte italiano, por lo demás, cercana a Milán y a Venecia, pudo
respirar el aire que provenía tanto de Oriente como de Occidente, con lo que aprendió a
tener un espíritu universal.
Desde 1903 asistió a la escuela elemental y media en el Instituto «Cesare Arisi», en
Brescia, regentado por los jesuitas, aunque debido a su débil salud durante largos
períodos hubo de hacerlo como alumno externo. Allí recibió una educación escolar de
impronta clásica y humanista, al tiempo que su formación religiosa se dio en el marco
de las Congregaciones Marianas, de las que llegó a ser secretario y prefecto 7. El 6 de
junio de 1907 recibió la Primera Comunión y, quince días más tarde, el 21 de junio, la
Confirmación. Esas mismas limitaciones de salud lo llevarían a terminar sus estudios
escolares (licenza ginnasiale) en el gimnasio estatal de Chiari, una pequeña ciudad
cercana a Brescia en la que, además del clima y el silencio, lo favorecían los
inspiradores diálogos con Mons. Domenico Menna (1875-1957), en cuya casa de campo
familiar se alojaba.
De trascendental importancia para su desarrollo humano y espiritual fue el contacto
que entabló con el Oratorio Santa Maria della Pace, llevado por los religiosos filipenses.
Allí conocería, entre otros, a los Padres Giulio Bevilacqua (1881-1965) y Paolo
Caresana (1882-1973), que tanta influencia tendrían en el joven Battista. Con ellos,
además de recibir una intensa formación en la fe y cultivar una particular sensibilidad
hacia la liturgia, llevó a cabo diversas obras de apostolado, catequesis y caridad,
imbuido del espíritu de San Felipe Neri. Un particular vínculo de amistad lo uniría
desde entonces con el sencillo P. Bevilacqua, alegre e impetuoso, amante de la verdad y
poco conformista, de quien aprendería también la necesidad de buscar la armonía entre
la fe y la cultura8. El P. Caresana, por su parte, sereno y reflexivo, con una fuerte

las personas significativas que habían marcado su formación inicial, «a cominciare dai nostri Familiari,
che il Signore ci ha dati, veramente incomparabili per virtù umane e cristiane, per passare poi alla
rassegna commovente e edificante degli Educatori, dei Maestri, degli Amici, di tante Persone
degnissime incontrate a Brescia nel primo periodo della nostra vita; Sacerdoti ammirabili, Laici
valorosissimi ed esemplari, Istituzioni operanti in stile di milizia e di carità cristiana, atmosfera di fede e
di azione impregnata di non comune spirito di sincera pietà religiosa e di virili sentimenti civili e
sociali» (Discurso a los redactores y colaboradores del volumen “Paolo VI e Brescia”, 16/3/1972).
6
A ellos también se refirió al inaugurar su ministerio petrino: «...il’umile paese dove sono nato,
Concesio», y «l’altra località, che fu tanto larga e lieta per me di riposo e di soste nella stagione estiva,
Verolavecchia» (PABLO VI, Homilía en la Misa de inicio de pontificado, 29/6/1963).
7
Cf. A. FAPPANI, «Giovanni Battista Montini e la Congregazione Mariana del Collegio Cesare Arici di
Brescia», Brixia sacra 2 (1970), 49-53.
8
Su cercanía se estrechó aún más cuando compartieron alojamiento en Roma, entre 1928 y 1933, en
tiempos en que el P. Bevilacqua tuvo que huir de Brescia por la persecución fascista. En señal de
gratitud por «i vincoli spirituali che fin dalla Nostra adolescenza Ci uniscono a questa incomparabile
figura di sacerdote, di educatore, di apostolo» (Discurso a los peregrinos de la parroquia de Isola della
Scala en memoria del Card. Giulio Bevilacqua, 24/3/1969), el Papa Pablo VI lo creó Cardenal en el
primer consistorio de su pontificado, el 22 de febrero de 1965, pocos meses antes de que fuera llamado
por Dios a su presencia. Mayores detalles sobre su vida pueden encontrarse en A. FAPPANI, Padre
Bevilacqua. Il Cardinale-parroco. Particularmente revelador resulta el comentario que el joven G.B.
136 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

conciencia social y un marcado sentido pastoral, asumió el delicado encargo de ser su


consejero espiritual y confesor9.
Fue también en el ambiente oratoriano donde terminó de discernir el llamado de
Dios al ministerio sacerdotal. Realizó unos retiros espirituales en Chiari, con los
benedictinos, y en el eremitorio de San Ginés, con los camaldulenses, e incluso en un
momento pensó en ingresar a un monasterio, pero sus limitadas fuerzas físicas y su
temperamento activo desaconsejaron ese camino. Así pues, luego de haber obtenido el
bachillerato (licenza liceale) en el liceo clásico estatal «Arnaldo de Brescia» y de haber
realizado un intenso proceso de discernimiento, el 20 de octubre de 1916 comenzó sus
estudios en el seminario diocesano Sant’Angelo de Brescia. Nuevamente, sin embargo,
debido a su salud quebradiza, se le autorizó hacerlo como alumno externo y vivir en
casa de sus padres.
Esta particular circunstancia le permitió añadir a sus cursos filosóficos y teológicos
la lectura de textos literarios y humanísticos —lo que no era usual en su tiempo—,
ampliando así aún más su bagaje cultural10. Desde entonces se evidencia también su
preocupación por la cultura y la renovación espiritual de la juventud, pues junto con un
grupo de amigos funda en 1918 la revista de estudiantes La Fionda (La Honda), donde
colabora con diversos escritos11. Todo esto se desenvuelve durante la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), mientras sus hermanos y muchos de sus amigos pelean en el frente.
Acabados no sin dificultad los estudios teológicos y conferidas las órdenes
menores, recibió finalmente la ordenación sacerdotal el 29 de mayo de 1920, fiesta de la
Santísima Trinidad. Fue consagrado en la catedral de Brescia, junto con otros 13
compañeros, por el obispo local, Mons. Giacinto Gaggia. Y al día siguiente celebró su
primera Misa en el Santuario de Santa Maria delle Grazie, muy cercano al hogar
familiar.
Pocos meses después se traslada a Roma para continuar con su formación
académica. El 10 de noviembre de 1920 ingresa al Pontificio Seminario Lombardo. Se
inscribe en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Gregoriana, donde entre
1920 y 1922 frecuenta los cursos de Filosofía, Derecho Civil y Derecho Canónico. Poco

Montini escribió sobre un libro del P. Bevilacqua; cf. G.B. MONTINI, «Riflessioni su “La luce nelle
tenebre” di P. Bevilacqua», 18/11/1921, en SG, 187-200.
9
Por la compañía que siempre le brindó, especialmente en los momentos de enfermedad durante su
formación, de él escribió G.B. Montini: «...la sua paternità fu il mio seminario» (Carta del 13/4/1923, p.
64). En realidad es muy iluminadora toda la correspondencia entre ambos: cf. P. CARESANA – G.B.
MONTINI, Lettere 1915-1973, donde se pueden encontrar además unos breves apuntes biográficos del P.
Caresana (cf. ibid., pp. X-XXXIII).
10
Entre otras, se pueden mencionar: el De profundis y los Cuentos de Oscar Wilde; la Autobiografía
(Poesía y verdad) de Wolfgang Goethe; Il libro della nazione polacca e dei pellegrini polacchi de
Adam Mickiewicz; Ai soldati, agli operai de León Tolstoi (cf. N. VIAN, «Introduzione» a LetFam, p. XX;
L.A. DORN, Pablo VI. El reformador solitario, 32).
11
Sus alrededor de 50 artículos publicados en La Fionda han sido reunidos en G.B. MONTINI, Scritti
giovanili. Esta iniciativa periodística tuvo que ser suprimida en noviembre de 1926 por problemas
políticos con el fascismo.
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 137

después, el 26 de noviembre de 1920, se matricula también en la Facultad de Letras de


la Universidad «La Sapienza», en la que quiere seguir estudios de literatura e historia12.
Pero a fines del siguiente año, en noviembre de 1921, una circunstancia inesperada
cambiará su vida: a pedido del Cardenal Secretario de Estado Pietro Gasparri se traslada
a la Pontificia Academia Eclesiástica, en la que se formará hasta 192613. Aunque
continúa con estudios de Derecho Canónico, deberá abandonar sus tan queridos cursos
de La Sapienza. Finalmente, luego de algunos años, obtendrá la laurea en Filosofía —con
los Protonotarios Apostólicos—, en Derecho Canónico —por la Facultad de Derecho
del Seminario de Milán— y en Derecho Civil —por el Pontificio Instituto Utriusque
Iuris de la Universidad Lateranense—.
En la medida de lo posible busca destinar sus vacaciones veraniegas a realizar
diversos viajes culturales o de estudio. Así, visita Austria y Alemania en 1922; Francia
en 1924, 1930 y 1934; Suiza y Francia en 1926; algunas abadías benedictinas de
Bélgica y Alemania, incluidas Maredsous y Maria Laach, en 1928; e Inglaterra, Escocia
e Irlanda en 1934.
En junio de 1923 inicia la carrera diplomática: es enviado a Varsovia como
agregado a la Nunciatura Apostólica de Polonia, de donde vuelve pocos meses después.
Y al año siguiente, en octubre de 1924, comienza su labor en la Secretaría de Estado,
servicio que se prolongará por 30 años y en el que será cercano colaborador de los
Papas Pío XI (1922-1939) y, sobre todo, Pío XII (1939-1958).
Estas responsabilidades y trabajos de escritorio no lo privan, sin embargo, del
ministerio pastoral, hacia el que tanto aprecio tenía. Por un tiempo da lecciones de
catequesis en la parroquia romana de San Eustaquio. En el otoño de 1923 había sido
nombrado, además, asistente eclesiástico del círculo romano de la Federación
Universitaria Católica Italiana (FUCI), y luego, en 1925, de la misma Federación pero a
nivel nacional, encargo que mantendrá hasta 1933. Será también uno de los fundadores

12
Durante su estancia estudiantil en Roma son frecuentes los pedidos de bibliografía de diversa índole a
la casa paterna. Así, p.ej.: Ictus. Preghiere e letture, una colección de oraciones y lecturas bíblicas
editadas por el P. Vergilio Valcelli, la Grammatica latina de Ferdinand Schultz, la Sintassi latina de
Luigi Zenoni y los Verbi greci de Marco Pechenino (LetFam I, 32); la Divina Commedia de Dante
Alighieri (LetFam I, 42); la Cronica de Dino Compagni y la Monarchia de Dante Alighieri (LetFam I,
65); la Storia d’Italia de Camillo Manfroni (LetFam I, 70); las Satire de Giovenale (LetFam I, 88);
el Código de Derecho Canónico (LetFam I, 93); las Institutiones iuris ecclesiastici de Joseph
Laurentius, S.J. (LetFam I, 100 y 273); el Summarium Theologiae Moralis de Antonio María
Arregui, S.J. (LetFam I, 105); los cursos I y II de La Fede Cristiana del profesor de filosofía y
teología dogmática Giovanni Marcoli (LetFam I, 137 y 143); el De vera religione de Adolphe
Tanquerey (LetFam I, 184); los Pensées de Blaise Pascal, la Introduction à la Philosophie de Jacques
Maritain y La théologie de Saint Paul de Ferdinand Prat —mientras se encontraba en Polonia—
(LetFam I, 251); el primer fascículo del Dictionnaire Apologétique de la Foi Catholique publicado en
París entre 1911 y 1928 (2/12/1923, LetFam I, 273); el primer volumen de la obra Della vita di Gesù
Cristo de Vito Fornari (3/2/1925, LetFam I, 356).
13
«Ricordo con grande riconoscenza l’Accademia Ecclesiastica, dove ho avuto la fortuna d’incontrare
piisimi Superiori ed ottimi Amici: [...] appaiono nella memoria di quegli anni assai belli e intensi di
studi e di riflessioni che un pensiero mi sembra aver sopratutto illuminato e guidato: la Chiesa». Así lo
testimonia Mons. Montini en una nota autógrafa escrita detrás de una fotografía de circunstancia en La
Pontificia Accademia Ecclesiastica, 1701-1951, entre las pp. 116 y 118.
138 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

y promotores del Movimiento de Graduados Católicos (Movimento dei Laureati


Cattolici). Este contacto con los jóvenes supuso para él un nuevo modo de ejercer su
sacerdocio, de insertarse en el mundo de la cultura y de desplegar sus dones espirituales
y morales. Significó también nuevas e importantes amistades, continuos viajes dentro de
Italia y la participación en numerosos congresos nacionales. Todo ello se dio, además,
en un clima de tensiones políticas que no pocas veces se tradujeron en gestos de
intolerancia y persecución.
Durante este período cultiva su hambre intelectual no sólo en los libros, sino
también en el encuentro con personalidades representativas de muchas regiones del
mundo que visitan la Secretaría de Estado. Entre 1931 y 1937 da además lecciones de
historia de la diplomacia pontificia en la Universidad Lateranense14, y por ese entonces
—de 1926 a 1933— dicta también cursos de religión para laicos —su primer curso fue
precisamente sobre el misterio de la Iglesia—15. A ello se suman sus habituales
colaboraciones editoriales —publicadas en la revista Studium, en el semanario Azione
Fucina y en el trimestral Arte sacra—, la creación de la editorial Studium, así como la
traducción de algunas obras al italiano16.
Mientras tanto sus responsabilidades en la Santa Sede van creciendo
paulatinamente. El 13 de diciembre de 1937, cuando contaba tan sólo 40 años, es
nombrado Sustituto de la Secretaría de Estado, bajo el entonces Cardenal Eugenio
Pacelli, Secretario de Estado de S.S. Pío XI. Elegido en marzo de 1939 el propio
Cardenal Pacelli como Sucesor de San Pedro, Mons. Montini es reconfirmado en el
cargo bajo el nuevo Secretario de Estado, el Cardenal Luigi Maglione. Y a la muerte de
éste, en agosto de 1944, asume la dirección general del departamento para asuntos
ordinarios. Todo esto se desarrolla durante los difíciles años de la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945), tiempo en el que se le encarga además velar por la Oficina de
Informaciones del Vaticano para la búsqueda e intercambio de noticias sobre los

14
Cf. G.B. MONTINI, Note scolastiche per la storia della diplomazia pontificia, Roma 1934; ID., La
“Responsio super Nunciaturis” di Papa Pio VI. Appunti delle lezioni del Sac. G.B. Montini per il
corso di “Storia della Diplomazia Pontificia”, Roma 1937; G.L. MASETTI ZANNINI, G.B. Montini
docente di storia della diplomazia pontificia, en G. CAMPANINI, - al., G.B. Montini e la società
italiana, 1919-1939, 105-112.
15
Al estudio de la Iglesia (1926-1927; aparecido sin firma en Studium 22 [1926], 583-587 y 23 [1927],
44-47, 103-105 y 162-170; cf. infra, nota 66) le siguieron un curso sobre la fe (1927-1928; publicado,
también sin firma, en Azione Fucina, del 5/2/1928 al 20/5/1928), otro sobre moral (1928-1929;
recogido primero en Azione Fucina y luego en G.B. MONTINI, La via di Cristo. Schemi di lezioni sui
precetti della morale cattolica per gli studenti di scuole superiori, Roma 1931), un cuarto sobre
historia de nuestra religión (1929-1930; editado en Azione Fucina, del 24/11/1929 al 22/6/1930), una
introducción al estudio de Cristo (1931-1932; titulado emblemáticamente Lumen Christi, vio primero
la luz en Azione Fucina, del 17/10/1931 al 15/5/1932, y luego en G.B. MONTINI, Introduzione allo
studio di Cristo. Schemi di lezioni per studenti di scuole superiori, Roma 1934), y un curso sobre la
doctrina católica (1932-1933; apareció primero en Azione Fucina, del 13/11/1932 al 12/2/1933, y
luego en G.B. MONTINI, Introduzione al dogma cattolico, Roma s.d. [1935]). Cf., además, F.
MOLINARI – M. TREBESCHI, Giovanni Battista Montini: maestro di religione. I corsi alla F.U.C.I.
16
Nos referimos a Tres reformadores: Lutero, Descartes, Rousseau de Jacques Maritain (Morcelliana,
Brescia 1928) y a La religión personal del jesuita Léonce de Grandmaison (Morcelliana, Brescia
1934), ambas del francés.
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 139

prisioneros de guerra17. El 29 de noviembre de 1952 es designado, finalmente, Pro-


Secretario de Estado para los Asuntos Ordinarios, y consultado por el Papa Pío XII en
enero de 1953, rehúsa ser creado Cardenal.
Después de un largo servicio en la Sede Apostólica, el 1° de noviembre de 1954 es
nombrado Arzobispo de Milán, la diócesis más grande de Italia, convirtiéndose así en
sucesor de San Ambrosio (c. 340-397) y San Carlos Borromeo (1538-1584). Fue
consagrado obispo el 12 de diciembre en la Basílica de San Pedro por el Cardenal
decano Eugène Tisserant (1884-1972) —impedido el propio Pío XII por motivos de
salud—, eligiendo como lema episcopal In nomine Domini. Ingresa a su arquidiócesis el
6 de enero sucesivo, iniciando así un tiempo privilegiado en la pedagogía que el Señor
tenía para con su futuro Vicario en la tierra.
Su fructífero ministerio episcopal en Milán estuvo lleno de iniciativas apostólicas18.
Dentro de las diversas actividades que llevó a cabo destaca la Gran Misión popular que
organizó en 1957, cuyo objetivo era
di ringiovanire la nostra coscienza religiosa, di rinnovarne l’espressione adeguata, di far
rifiorire la nostra secolare fedeltà cristiana in forme autentiche di costume sano e forte, di
risolvere le difficoltà che la vita moderna solleva per una pratica religiosa seria e convinta,
e d’infondere in ogni nostra maniera presente di vivere lo spirito trasfigurante di Cristo19,
teniendo en mente sobre todo a quienes vivían “alejados” de la Iglesia. Siendo una
ciudad industrial, particular atención merecieron asimismo los obreros y el mundo del
trabajo. Otro campo prioritario de su servicio estuvo en la solicitud por los enfermos y
los más necesitados. Junto a la promoción del laicado y de la Acción Católica edificó
más de cien templos para las regiones periféricas de la ciudad. Fueron notables también
sus esfuerzos por evangelizar la cultura y su magisterio escrito, dentro del que
sobresalen sus cartas pastorales20, sus discursos en la fiesta de San Ambrosio21 y sus
cartas a los sacerdotes el Jueves Santo22.
Apenas elegido Juan XXIII para la Sede de Pedro, en el primer Consistorio de su
pontificado que se celebró el 15 de diciembre de 1958, Mons. Montini fue creado
Cardenal. Poco después fue nombrado miembro de la Comisión Técnico-Organizacional
y luego también de la Comisión Central Preparatoria del recientemente anunciado
Concilio Vaticano II. E iniciado éste en octubre de 1962 asistió al primer período de

17
Cf. G.B. MONTINI, «Ecclesia», NotIPVI 17 (1988), 7-9 —publicado originalmente como presentación
de la revista Ecclesia, Città del Vaticano, Tipografia Poliglotta Vaticana, año I, n. 1, septiembre de
1942, 9-11—, donde él mismo da cuenta del sentido de dicha Oficina.
18
Sobre su ministerio en Milán puede verse L. CRIVELLI, Montini Arcivescovo a Milano.
19
G.B. MONTINI, «Dio è apparso», 6/1/1956, n. 6, en DSM I 580. Sobre dicha iniciativa pastoral, cf. La
Missione di Milano 1957. Atti e documenti.
20
Escritas para la Cuaresma: Omnia nobis est Christo (1955, en DSM I 139-150), Osservazioni su l’ora
presente (1956, en DSM I 639-649), Sul senso religioso (1957, en DSM I 1212-1235), L’educazione
liturgica (1958, en DSM II 1931-1954), La nostra Pasqua (1959, en DSM II 2565-2590; PNA, 80-106),
Per la famiglia cristiana (1960, en DSM II 3353-3390), Sul senso morale (1961, en DSM III 4090-
4131), Pensiamo al Concilio (1962, en DsC, 153-193; DSM III 4898-4935).
21
Cf. G.B. MONTINI, Dieci discorsi su Sant’Ambrogio; también DsMS, 187-281.
22
Cf. G.B. MONTINI, Discorsi al clero (1957-1963); ID., Sacerdocio católico.
140 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

sesiones, donde actuó como uno de los 7 miembros del Secretariado para los Asuntos
Conciliares Extraordinarios23.
Fue precisamente el Concilio la herencia que, una vez convocado San Juan XXIII a
la Casa del Padre, recibió el Cardenal Montini al ser elegido Sumo Pontífice el 21 de
junio de 1963. Desde entonces y hasta el 6 de agosto de 1978, en que él mismo pasó a la
presencia de Dios, se abocó intensa e incansablemente a concluir la asamblea conciliar y
a poner en práctica sus enseñanzas. Los 15 años de su fecundo pontificado pueden
entenderse como una aplicación del Concilio Vaticano II. Y su encíclica programática
Ecclesiam Suam, que ahora nos ocupa, se inscribe también, como tendremos ocasión de
ver24, en el marco de la enseñanza conciliar.

4.2. Formación humanística, filosófica y teológica


Ya hemos anotado cómo Giovanni Battista Montini encontró en su hogar un
ámbito privilegiado para adquirir una sólida formación cultural. El ambiente familiar, la
profesión jurídica y periodística de su padre, los hábitos literarios de su madre, así como
su viva inteligencia y su propio temperamento inquisitivo fueron suscitando en él desde
niño una gran afición por la lectura. Su educación escolar y el contacto con los
oratorianos, particularmente con el P. Bevilacqua, intensificaron y dieron consistencia a
esa primera inquietud intelectual. Más allá de las limitaciones de salud que le
impidieron asistir regularmente a la escuela y al seminario, desde sus primeros años
llevó con mucha seriedad sus estudios, adquiriendo así una sólida formación.
Su bagaje cultural fue amplio, comenzando por el arte25, la historia26 y la literatura
—a la que en un momento incluso pensó dedicarse—27, y siguiendo con la filosofía y la

23
Los 18 documentos —discursos y escritos— del Arzobispo Montini sobre el Concilio se encuentran
reunidos en G.B. MONTINI, Discorsi e scritti sul Concilio (1959-1963). Y sus 66 intervenciones en la
Comisión Central Preparatoria, en ID., Interventi nella Commissione Centrale Preparatoria del
Concilio Ecumenico Vaticano II (gennaio-giugno 1962). Cf. también ISTITUTO PAOLO VI, Giovanni
Battista Montini, Arcivescovo di Milano e il Concilio Ecumenico Vaticano II.
24
Cf. infra, 5.4.
25
Cf. G.B. MONTINI, «L’arte di Beuron», 1929, en SF, 257-261; «Su l’arte sacra futura», 1931, en SF,
502-506; ISTITUTO PAOLO VI, Paul VI et l’art. Journée d’études (Paris 27 janvier 1988); PAOLO VI, Su
l’arte e agli artisti. Discorsi, messaggi e scritti (1963-1978).
26
El recién ordenado sacerdote Montini les comparte a sus familiares en una carta sobre algunos cambios
que se han dado en su vida: «Avevo accarezzato l’idea di volgermi verso lo studio della storia, e mi
trovo dinanzi i libri di filosofía e di latino» (LetC, n. 28, 13/1/1921, p. 57). Cf. G.B. MONTINI, «Per lo
studio della storia cristiana», 1929, en SF, 345-351; R. ROSSI, «G.B. Montini alla “Sapienza”. Note di
storia religiosa del Risorgimento», NotIPVI 41 (2001), 7-29 (en las pp. 18-29 aparece la transcripción
de unas notas autógrafas de G.B. Montini); A. MARCHETTO, «Fu monsignor Giovanni Battista Montini
uno storico?», Apollinaris 62 (1989), 243-252; G. RUMI, «Il senso della storia in Paolo VI», en
ISTITUTO PAOLO VI, Educazione, intellettuali e società in G.B. Montini-Paolo VI, 118-129; F.
MOLINARI, «Le letture del giovane Montini (Storia della Chiesa e dintorni)», en G. CAMPANINI, - al.,
G.B. Montini e la società italiana, 1919-1939, 59-82.
27
Así lo dice el propio G.B. Montini en una conferencia que pronunció en 1951: «Pensavo allora [hacia el
otoño de 1920] di dedicarmi ad altri studi speculativi o letterari» (G.B. MONTINI, «Discorso in
occasione del 250° anniversario della Pontificia Accademia Ecclesiastica», 25/4/1951, en La Pontificia
Accademia Ecclesiastica, 1701-1951, p. XV). Cf. también F. LANZA, «Paolo VI e la letteratura»,
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 141

teología28. A los autores tradicionales —como San Agustín, Santo Tomás de Aquino o
los Concilios Ecuménicos, por ejemplo— aunó un vivo interés por las corrientes de su
tiempo, con una marcada preferencia por la cultura francesa29. Así pues,
junto al tomismo, considerado en profundidad respecto al planteamiento genérico,
encontramos en sus lecturas a los nuevos teólogos, como los alemanes Karl Adam y
Romano Guardini; después el dominico P. Cordovani y Newman, Chesterton, Pascal,
Gilson, Garrigou-Lagrange, Sertillanges, con predilección por los pensadores que se
plantearon el problema de la revitalización del cristianismo en el mundo moderno. No
faltan en su biblioteca los grandes de la literatura, como Dostoievski, Tolstoi, Bernanos e
incluso Baudelaire...30.
Es conocida, por otra parte, la recomendación que Mons. Giacinto Gaggia (1847-
1933), obispo de Brescia, le hiciera al recién ordenado sacerdote Montini y que él, ya de
Cardenal, muchos años después, recordará con alegría: «“Leggi la storia dei Concili,
prendi lo Hefele, (18 poderosi volumi!) e studia quelli: lì puoi trovare tutto”, mi disse,
cioè teologia, filosofia, spiritualità, politica, umanesimo e cristianesimo, errori,
discussioni, verità, abusi, leggi, virtù e santità della Chiesa. La storia dei Concilii è
un’enciclopedia ecclesiastica»31.
La suya no era, por lo demás, una formación que se circunscribiera a los libros.
Ciertamente poseía una nutrida biblioteca —a la que alimentaba con constancia y en la
que muchos ejemplares evidencian su atenta lectura con anotaciones y subrayados 32—,
pero G.B. Montini cultivó asimismo su espíritu con algunos viajes culturales —que ya
hemos señalado— y en el contacto y amistad con grandes pensadores de su tiempo33,

Otto/Novecento 1 (1979), 5-42; ensayo más tarde ampliado por el mismo autor en Paolo VI e gli
scrittori.
28
Confirmando la riqueza y solidez de su acervo cultural, Eduardo de la Hera anota: «Además de las
ciencias eclesiásticas, conocía las artes plásticas y la poesía, la novela, el teatro, el ensayo, la literatura
en general, tanto la clásica como la contemporánea. Poseía, además, una amplia cultura humanística: la
de los autores latinos y griegos, que tanto se traducían por entonces en los colegios y seminarios.
Alineados en las estanterías de su biblioteca, podían verse, además, libros de filosofía y de historia» (E.
DE LA HERA, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI, 184).
29
Ello lo testimoniará el propio Pablo VI: «…Francia, de la que somos personalmente deudores, desde
Nuestros primeros años, por tantos elementos preciosos de Nuestra propia formación» (PABLO VI,
Discurso al Presidente de Francia, 31/5/1967). «Su preparación teológica, litúrgica, humanística,
histórica, literaria debe más a los autores francófonos que a los anglosajones» (L. CRIVELLI, Montini
Arcivescovo a Milano, 27). Cf., además, J. PRÉVOTAT, «Les sources françaises dans la formation
intellectuelle de G.B. Montini», en ÉCOLE FRANÇAISE DE ROME, Paul VI et la modernité dans l’Église,
101-127.
30
G. ADORNATO, Pablo VI. El coraje de la modernidad, 27.
31
G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 231; DSM III 4996.
32
Cuando se muda de Roma a Milán, por ejemplo, lleva consigo «no menos de 90 cajas de libros —desde
Dante a Thomas Mann, desde Agustín a Karl Rahner—» (L.A. DORN, Pablo VI. El reformador
solitario, 168). Y Jean Guitton refiere que «en el Vaticano, esa biblioteca personal se ha ampliado y
enriquecido: ocupa un piso bajo su apartamento privado» (J. GUITTON, Diálogos con Pablo VI, 183-
184). Gran parte de sus libros —unos 10,000 volúmenes— se conservan actualmente en el «Istituto
Paolo VI» de Brescia.
33
«Amaba ciertamente los libros, pero más aún a los autores. Era muy feliz de encontrarse con las
personas, sobre todo con las personas de fe y de cultura, en un diálogo auténtico, profundo y
142 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

contacto y amistad que siguió alimentando incluso desde la sede pontificia. Muchos de
sus contemporáneos, por otra parte, atestiguan cómo el Santo Padre mantenía un vivo
interés por el estudio y seguía atentamente el desarrollo de diversas disciplinas34. Así lo
atestigua, además, el propio Pablo VI:
Anche se ora le troppe cure del Nostro ufficio apostolico non Ci consentono tempo, quanto
vorremmo, per libere e distese letture, non abbiamo per questo perduto l’antica Nostra
affezione per i libri, ché, anzi, stimolata dagli stessi doveri del Nostro ministero, essa è nel
Nostro spirito tuttora avida ed operante, come passione a cui gli anni non portano rimedio,
sì bene sempre nuova vivacità35.
En cuanto a la filosofía, sin duda el pensamiento de la escolástica en general y las
obras de Santo Tomás de Aquino en particular tuvieron un papel fundamental en su
formación36, como por lo demás era común en sus años de seminario y de estudios
universitarios37. A ello se unieron los pensadores del neotomismo —como, por ejemplo,
Étienne Gilson, Antonin Dalmace Sertillanges, Réginald Garrigou-Lagrange, Paul
Vignaux, Désiré Joseph Mercier, Maurice de Wulf—, corriente que se fue desarrollando
desde mediados del siglo XIX y que alcanzó su apogeo precisamente en las primeras
décadas del ’900. Mención aparte merece el francés Jacques Maritain, cuyo

apasionado. Basta recordar a Jean Guitton, Jacques Maritain, el P. Henri de Lubac, el P. Jean Daniélou,
el P. Louis Bouyer, el P. Yves-Marie Congar, el P. Louis Joseph Lebret, los reverendos Charles Journet y
Maurice Zundel» (P. POUPARD, «Paolo VI: la sua cultura, la sua fede», NotIPVI 23 [1992], 18).
34
«Pablo VI lee mucho. [...] Sobre su mesa tiene siempre los últimos libros de actualidad y a sus manos
llegan directamente periódicos, semanarios y revistas en las más diversas lenguas» (C. CALDERÓN,
«Semblanza de Pablo VI», en INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de Pablo VI,
108). «Siempre se ha reservado, en los intersticios de sus días y de sus noches, momentos de soledad
para leer» (J. GUITTON, Diálogos con Pablo VI, 183). «Pablo VI tenía una capacidad notable de lectura
y le gustaba consultar muchos libros, también aquellos que contradecían sus ideas» (P. MACCHI,
«Discussion», 26/10/1980, en ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de
Paul VI, 193).
35
PABLO VI, Discurso a la benemérita familia de «Studium», 10/2/1964.
36
Cf. G.B. MONTINI, «La festa di S. Tommaso», 8/3/1931, en SF, 471-472; P. VIOTTO, ed., «S. Tommaso
e l’anima giovanile studentesca», NotIPVI 44 (2002), 7-25, donde se presenta y analiza el esquema de
una conferencia titulada «La Scolastica di San Tomasso e l’anima giovanile» que pronunciara el P.
Montini el 15/3/1928; V. POSSENTI, «Presenza di Tomasso d’Aquino in Giovanni Battista Montini»,
Studium 95 (1999), 365-378. Cf. también la carta apostólica Lumen Ecclesiae, del 5/12/1974, al
conmemorarse el VII centenario de la muerte de Santo Tomás de Aquino, en la que el Papa Pablo VI,
entre otras cosas, testimonia «el fruto que se obtiene estudiando y consultando sus obras —como
sabemos por propia experiencia— y la comprobación del poder persuasivo y formativo que ejerce en
sus discípulos, sobre todo en los jóvenes, como pudimos observar en los años de nuestro apostolado
entre los universitarios católicos». De él G.B. Montini también dirá: «Para mi cultura preferiré la
patrística y la teología en sus autores más cualificados: San Agustín y Santo Tomás, porque son los
padres del pensamiento de la Iglesia» (G.B. MONTINI, «El deseo de santidad», 1945, en ACD, 61).
37
Refiriéndose a los libros filosóficos utilizados por G.B. Montini en sus tiempos de seminarista y de
estudiante universitario, conservados en la biblioteca de Pablo VI, varios de ellos con anotaciones,
Maurilio Guasco señala que «los textos son aquellos en uso en muchos seminarios de su tiempo: los
volúmenes de filosofía de Mercier, la Philosophia moralis de Cathrein, en la edición de 1915, y las
Disputationes philosophiae moralis, en dos volúmenes, de S. Schiffini, edición de 1891» (M. GUASCO,
«La formazione sacerdotale di Giovanni Battista Montini», en ISTITUTO PAOLO VI, El sacerdocio en la
obra y el pensamiento de Pablo VI, 130).
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 143

pensamiento y obras tanto influyeron en Montini, con quien lo unió además una
estrecha amistad38.
Su horizonte filosófico no se redujo, sin embargo, al tomismo, sino que, bien
afianzado en el conocimiento de la historia de la filosofía y la metafísica, estuvo abierto
también a las principales corrientes de su tiempo, asumiendo con espíritu crítico sus
aportes y buscando en todo momento iluminarlas con la luz de la fe39. Nos referimos,
entre otras, a la fenomenología, el existencialismo, el personalismo y la “filosofía del
diálogo”, escuelas todas que, con mayor o menor presencia, formaban parte del
ambiente intelectual en el que se educó el futuro Papa Pablo VI. En este rápido repaso
de su acervo filosófico debe citarse asimismo a autores como Blaise Pascal y Henri
Bergson, por quienes G.B. Montini cultivó un interés especial.
En lo que respecta a sus estudios teológicos, recibió también una formación clásica,
de corte escolástico, firmemente anclada en la Tradición de la Iglesia y en el magisterio
eclesial40. Sin embargo, como muchos de su generación, se benefició al mismo tiempo
de los aires de renovación que por aquellos años se vivía en Europa y que hemos
descrito en el capítulo 241. Así pues, la profundización histórica, la vuelta a las fuentes,
la lectura de la Sagrada Escritura, el recurso a los Padres de la Iglesia y la consideración
de la liturgia como lugar teológico vivificaron sus conocimientos de dogmática42.

38
Cf. G. CAMPANINI, «Montini e Maritain», Studium 80 (1984), 349-358; PH. CHENAUX, Paul VI et
Maritain. Les rapports du “montinianisme” et du “maritanisme”; ISTITUTO PAOLO VI, Montini,
Journet, Maritain: une famille d’esprit; R. MOUGEL, «Maritain, Paul VI et l’Église du Concile»,
NotIPVI 39 (2000), 82-100. El Papa Pablo VI consideraba que él era «para todos un filósofo de gran
valor, un cristiano de fe ejemplar y para Nosotros mismos un amigo particularmente querido»
(Telegrama al Prior de los Pequeños Hermanos de Jesús, 29/4/1973), así como «davvero un grande
pensatore dei nostri giorni, maestro nell’arte di pensare, di vivere e di pregare» (Meditación a la hora
del Angelus, 29/4/1973). Téngase en cuenta, además, que el joven Montini había traducido al italiano
una de sus obras: Tres reformadores (cf. supra, nota 16).
39
Son reveladoras estas palabras de Pablo VI que recoge Jean Guitton: «En Roma, sabemos por
experiencia muy larga que el tomismo preserva mejor que ninguna otra filosofía, aun escolástica, cierto
número de verdades que son necesarias para un buen ejercicio de la fe católica [...], pero no sacamos la
consecuencia de que todos los filósofos cristianos deban ser tomistas» (J. GUITTON, Diálogos con
Pablo VI, 40-41).
40
Refiriéndose esta vez a los libros de teología, Guasco señala también que «los textos son aquellos en
uso en muchos seminarios de su tiempo: [...] las varias Synopsis theologiae de Tanquerey, en las
ediciones de 1913-14 y los cuatro volúmenes de las Institutiones theologiae moralis de Bucceroni,
ediciones de 1914-15. No falta, según la praxis de todo buen seminarista, el Summarium theologiae
moralis de Arregui...» (M. GUASCO, «La formazione sacerdotale di Giovanni Battista Montini», en
ISTITUTO PAOLO VI, El sacerdocio en la obra y el pensamiento de Pablo VI, 130).
41
Cf. supra, 2.2 y 2.3.
42
Algo del espíritu que animó al joven Montini en sus estudios, combinando la fidelidad a la tradición
con la renovación, se trasluce en este fragmento de una carta que, recién ordenado sacerdote, le
escribió a su abuela Francesca en agosto de 1920: «Tu sei fra noi la voce dei tempi ricchi di fede e di
patriarcali virtù, e se a noi giovani, destinati a vivere in una generazione di torbide transformazioni, vi
è un conforto e una forza, è il pensare che non vana è la speranza di far rivivere, in stile moderno, la
sapienza che alimentò l’età di cui tu ci porti presente il ricordo» (G.B. MONTINI, LetFam I, p. 25).
144 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Por ello, los tratados clásicos de teología —incluidas, naturalmente, las obras de
San Agustín, a las que les tenía un particular aprecio43—, se complementaron con la
lectura de los grandes teólogos de aquel entonces, entre los que se encontraban, por
cierto, algunos representantes de lo que con desdén se calificaba como “nouvelle
théologie”. Así pues, los escritos de John Henry Newman, Vito Fornari, Karl Adam,
Romano Guardini, Joseph Andreas Jungmann, S.J., Léonce de Grandmaison, S.J., Louis
Bouyer, Dom Columba Marmion, Emanuele Caronti, Charles Journet, Henri de Lubac, S.J.,
Yves Congar, O.P., Jean Daniélou, S.J., entre muchos otros, fueron configurando su
vasta cultura teológica.
Por último, es oportuno señalar que dentro del amplio marco de la teología G.B.
Montini tuvo una sensibilidad particular hacia algunas disciplinas: en primer lugar, la
liturgia —alentado sin duda por los padres oratorianos y por su continuo contacto con
los benedictinos—44; en segundo término, el derecho canónico —al que dedicó estudios
especializados propios de su labor en la Secretaría de Estado—45; y, finalmente, la
cristología —lo que le daría a toda su teología una impronta marcadamente
cristocéntrica—46. Mención aparte merece, por su importancia en sí misma y por el
tema del presente estudio, la eclesiología, a la que consagraremos el siguiente apartado.

4.3. Eclesiología
4.3.1. Formación
Como el propio G.B. Montini confesó siendo Arzobispo de Milán, ya de «prete
giovanissimo [...] pensavo rivolgere [i miei studi] appunto alla vita e alla storia della
Chiesa»47. Si bien, como sabemos, no pudo concretar expresamente este deseo porque el
Señor tenía preparados para él otros caminos, «para nadie es un secreto con cuánto amor

43
Cf. G.B. MONTINI, «L’eredità di Agostino», 1930, en SF, 427-435; «Onoriamo Sant’Agostino»,
24/4/1960, en DsMS, 177-186; DSM I 3543-3552. Se conservan las obras completas del Santo de
Hipona que pertenecieron a Pablo VI y en cuya primera página del tomo I él mismo escribió: «Questi
volumi, a me cari e preziosi...». Elaboró asimismo cinco cuadernillos autógrafos en los que compiló
innumerables citas de la obra agustiniana, ordenadas temáticamente en un índice (cf. C. CREMONA,
Pablo VI, 249; G. DÍAZ – S. MISCIOSCIA, Pablo VI cita a San Agustín. Apuntes del Papa Montini
[1954-1978]). Cf., además, sus palabras de 1945 recogidas supra, nota 36.
44
Cf. G.B. MONTINI, «Dogma e liturgia», 1928, en SF, 232-235; M. TREBESCHI, «Il pensiero teologico
del giovane Montini: la liturgia», Brixia sacra 1-2-3-4 (1986), 107-130; V. PONTIGGIA, «Le fonti
giovanili del pensiero di Paolo VI sulla liturgia», Notitiae 24 (1988), 543-565; C. MANZIANA, «La
formation liturgique de G.B. Montini», en ISTITUTO PAOLO VI, Le rôle de G.B. Montini-Paul VI dans
la réforme liturgique, 23-31; I. BIFFI, «L’Arcivescovo Montini e la liturgia», en A. MAJO, ed., G.B.
Montini Arcivescovo, 95-136.
45
Así lo testimonia en la conferencia de 1951 ya referida: «Non si parlò più di studi letterari; ed il mio
itinerario piegò verso gli studi giuridici e diplomatici» (G.B. MONTINI, «Discorso in occasione del
250° anniversario della Pontificia Accademia Ecclesiastica», 25/4/1951, en La Pontificia Accademia
Ecclesiastica, 1701-1951, p. XV). Cf. también supra, nota 14.
46
Cf. G.B. MONTINI, Introduzione allo studio di Cristo. Schemi di lezioni per studenti di scuole superiori,
Roma 1934; V. LEVI, ed., Il Gesù di Paolo VI; F. MOLINARI, «Il Gesù del giovane Montini», Studium
77 (1981), 675-688.
47
G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 231; DSM III 4996.
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 145

y particular atención ha cultivado, desde que era joven sacerdote, la doctrina teológica
referida a la Iglesia, siguiendo después, también de cardenal y de Papa, los desarrollos
de la misma a través de las obras de los mejores autores»48. Él, por su parte, fue
aprovechando las diferentes vivencias que su ministerio le ofrecía para seguir
ahondando en el estudio y la comprensión del Cuerpo Místico de Cristo49. Y este
interés, que fue encontrando a cada paso nuevas maneras de expresarse, continuó
acompañándolo durante toda su vida50. No se puede dejar de ver en esta propensión del
futuro Pontífice, por otro lado, un signo de la Providencia, que fue preparando desde su
juventud a quien años más tarde sería llamado precisamente a guiar la Barca de Pedro

48
G. CAPRILE, «Aspetti positivi della terza sesione del Concilio», CivCatt 1 (1965), 336-337. Así lo
destacó también San Juan Pablo II: «Pablo VI fue el Papa de la Iglesia: él, como Sacerdote, como
Minutante de la Secretaría de Estado, como Asistente Nacional de la FUCI, como Sustituto de la
Secretaría de Estado, como Pro-Secretario de Estado, como Arzobispo de Milán, como Papa amó a la
Iglesia con intensidad y con inquebrantable dedicación; ilustró su naturaleza y funciones con una
profundidad que se nutría de la Palabra de Dios y de la gran Tradición patrística y teológica; trabajó
incansablemente para que realmente apareciera como la esposa inmaculada de Cristo, sin mancha ni
arruga» (SAN JUAN PABLO II, Discurso en el encuentro con los ciudadanos de Concesio, 26/9/1982, 2).
Y el Papa Francisco, hablando de los tres amores de Pablo VI, recuerda «el amor a la Iglesia, un amor
apasionado, el amor de toda una vida, gozoso y sufrido, expresado desde su primera encíclica,
Ecclesiam suam». Pablo VI vivió todo el sufrimiento de la Iglesia después del Vaticano II: las luces,
las esperanzas, las tensiones. Amó a la Iglesia y se entregó por ella sin reservas» (FRANCISCO,
Discurso a la peregrinación de fieles de Brescia, 22/6/2013).
49
Así, por ejemplo, entiende él mismo su largo servicio en la Secretaría de Estado: «Roma, dove noi
abbiamo trascorso la maggior parte della nostra vita, sempre sforzandoci di penetrare il mistero della
Chiesa, mentre con umile, ma assidua fatica prestavamo l’opera nostra agli uffici della Sede apostolica
e cercavamo di scoprire e qualche po’ di svegliare, i segni della perenne vitalità del cristianesimo sotto
la guida del Successore di Pietro» (G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n.
3, en DsC, 157).
50
De los incontables textos que expresan su interés y su amor por la Iglesia y que podrían ser aquí
citados, recogemos únicamente dos: el primero, tomado de su Meditación ante la muerte: «Ruego al
Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que
siempre la he amado; […] y que para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. […] Quisiera
finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total
y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en
las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su
esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo. Querría
abrazarla, saludarla, amarla en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que
la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. […] Y, ¿qué diré a la Iglesia, a la
que debo todo y que fue mía? Las bendiciones de Dios vengan sobre ti; ten conciencia de tu naturaleza
y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad; y camina
pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo» (L’OR, 12/8/1979, 12). Y el segundo, hacia el
final de su pontificado: «La Chiesa! È essa il nostro amore costante, la nostra sollecitudine
primordiale, il nostro “pensiero fisso”! Come la vita della Chiesa, in tutte le sue manifestazioni sia
all’interno di essa sia nei rapporti molteplici col mondo, è stata il tema principale del Concilio
Vaticano II, che ne ha unificato gli interessi e le indicazioni facendole confluire come in un unico
alveo maestoso, così l’illustrazione, l’incremento e la difesa di quella stessa vita sono per noi il primo e
principale motivo conduttore del nostro umile Pontificato. Così abbiamo voluto, così ancora vorremo,
fino alla fine! Non si ama Cristo se non si ama la Chiesa; e non si ama la Chiesa se non l’amiamo come
la amò il Signore: Dilexit Ecclesiam et seipsum tradidit pro ea (Eph. 5,25)» (PABLO VI, Discurso al
Sacro Colegio por los saludos de cumpleaños, 21/6/1976).
146 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

así como a concluir y aplicar el Concilio Vaticano II, un Concilio que tuvo a la Iglesia
en el centro de su atención51.
Así pues, desde su época de estudiante G.B. Montini se abocó con solicitud a sus
cursos de eclesiología, al tiempo que fue adquiriendo para su biblioteca las principales
obras sobre el tema y procuró seguir a los autores más representativos en este campo.
En ese sentido, su largo servicio en la Santa Sede le sirvió también como un
observatorio excepcional para presenciar «el fermento fecundo del pensamiento
filosófico y teológico de aquellos años —determinantes sobre todo para la
eclesiología—», lo que constituyó para el
Pro-Sustituto de la Secretaría de Estado una ocasión única y privilegiada para acceder
directamente, poco después de su publicación y en ciertos casos incluso antes, a las ideas
discutidas y, más de una vez, inclusive a las personas que las sostenían y las contrastaban,
para obtener, gracias a la libre integridad de su conciencia y al infalible sensus Ecclesiae
madurado por años en la oración y en la experiencia meditada de vida, toda la fuerza
impetuosa de la renovación histórica en curso, en el momento mismo en que se producía52.
Son muchos los autores que tuvieron algún papel significativo en la formación
eclesiológica de G.B. Montini, desde historiadores de la Iglesia —el ya mencionado
Karl Joseph von Hefele, Joseph Hergenröther, Hubert Jedin, Ludwig von Pastor, Pierre
Batiffol, Henri Daniel-Rops, Roger Aubert, Louis Duchesne—, pasando por algunos
pensadores de los siglos anteriores —Jacques Bénigne Bossuet, Johann Adam Möhler,
Matthias Joseph Scheeben, John Henry Newman— y continuando con otros
relativamente contemporáneos a él —Romano Guardini, Jean Jérôme Hamer, O.P.,
Herbert Dieckmann, Giuseppe Siri, Louis Billot, S.J., Hubert Clérissac, O.P., Roger
Hasserveldt, Adolphe Tanquerey, Lucien Cerfaux, Wilhelm Bertrams, Ambroise de
Poulpiquet, O.P.—. Como se puede ver en este breve e incompleto elenco, se trata de
pensadores de diversos tiempos y escuelas teológicas, con propuestas y acentos también
distintos. Cuatro, sin embargo, parecen ser los que más influyeron en su concepción de
la Iglesia:
En primer lugar, Charles Journet (1891-1975), el célebre autor del monumental
tratado sobre La Iglesia del Verbo Encarnado (3 tomos: 1941, 1951, 1969). Se trata de
uno de los teólogos más citados en los escritos eclesiológicos montinianos, no sólo
cuando era Arzobispo de Milán, sino también como Pontífice. Antiguo amigo del Santo
Padre53, este famoso seguidor de la doctrina de Santo Tomás, en reconocimiento por su

51
Evidenciando cómo la Iglesia fue tema constante en el magisterio montiniano, Davide Marzaroli anota:
«Comentar y precisar la eclesiología conciliar, con espíritu profundamente exegético, ha sido uno de
los empeños constantes del pontificado de Pablo VI. Es raro, de hecho, encontrar un documento, una
alocución, una catequesis, una intervención del Papa Montini en que no se encuentre al menos una
referencia a la eclesiología» (D. MARZAROLI, «Pablo VI, artífice y exegeta de la eclesiología
postconciliar», Ecclesia. Revista de cultura católica 2 [1997], 195).
52
V. PERI, «Appunti per un’indagine sull’ecclesiologia di Paolo VI. Titoli di originalità dell’“Ecclesiam
Suam”», Rivista di Storia e Letteratura Religiosa 17 (1981), 441.
53
De él dirá Pablo VI: «El Cardenal Charles Journet, que desde hace tantos años es para nosotros un
maestro y un amigo...» (PABLO VI, Discurso a los miembros del Episcopado Suizo, 10/6/1969). Y en
otro momento elogiará a «este hombre de Iglesia que tanto ha contribuido al progreso de la fe por la
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 147

aporte al estudio de la Iglesia antes y durante el Concilio, fue creado Cardenal por el
propio Pablo VI en el primer Consistorio de su pontificado. La de Journet es una
«influencia real, profunda», «una presencia vibrante y efectiva que estructura el
pensamiento y la enseñanza»54 de G.B. de Montini. Aunque, entre otros aportes, podrían
destacarse el acento cristológico, el énfasis en la relación de la Iglesia con el Espíritu
Santo y sus reflexiones sobre las notas de la comunidad eclesial, «no es sólo sobre uno u
otro punto en particular que Pablo VI hace referencia a Journet, sino más bien a toda su
síntesis»55.
En segundo término, el dominico Yves Congar (1904-1995), reconocido como uno
de los teólogos más importantes e innovadores del siglo XX, también amigo de
Pablo VI, y cuyas obras Cristianos desunidos. Principios de un “ecumenismo” católico
(1937), Ensayos sobre el misterio de la Iglesia (1941), Verdadera y falsa reforma en la
Iglesia (1950)56 y Jalones para una teología del laicado (1953), entre otras, son citadas
por Montini incluso más que las de Journet, igualmente antes y después de asumir la
Cátedra de Pedro. El acento que le otorgaba a la historia en el estudio de la teología, su
labor pionera en los campos del ecumenismo y del laicado, así como su empeño por
buscar una síntesis de las dimensiones cristológica y pneumatológica de la Iglesia,
remarcando los aspectos invisibles de la misma, son algunas de las notas más saltantes
de la eclesiología de Congar que parecen haber enriquecido el pensamiento
montiniano57.

profundidad y la seguridad de su pensamiento en sus obras escritas y en sus enseñanzas y por el


testimonio de su vida ejemplar» (Telegrama al Presidente de la Conferencia Episcopal Suiza,
16/4/1975).
54
J.-P. TORREL, O.P., «Paul VI et le Cardinal Journet. Aux sources d’une ecclésiologie», NotIPVI 13
(1986), 65.
55
J.-P. TORREL, O.P., «Paul VI et le Cardinal Journet. Aux sources d’une ecclésiologie», NotIPVI 13
(1986), 66. El P. Congar, de quien hablaremos a continuación, por su parte señala: «Yo pienso que
Pablo VI venía de la época de Pío XII y su referencia eclesiológica es principalmente Journet» (Y.
CONGAR, «Situation ecclésiologique au moment de “Ecclesiam Suam”», en ISTITUTO PAOLO VI,
«Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 114). Y el P. Pasquale Macchi, secretario
particular de Pablo VI, testimonia: «Estoy seguro de que [el Santo Padre] consultó muchísimas veces
los volúmenes sobre la Iglesia de Charles Journet» (P. MACCHI, «Discussion», 26/10/1980, en
ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 187). Cf., además, G.
BOISSARD, «La relation Montini–Journet», y CH. MOREROD, «Montini et l’ecclésiologie de Journet»,
ambos en ISTITUTO PAOLO VI, Montini, Journet, Maritain: une famille d’esprit, 10-47 y 140-171,
respectivamente.
56
El propio P. Congar cuenta que «el Cardenal Montini me escribió un día para pedirme un ejemplar de
Verdadera y falsa reforma» (Y. CONGAR, «Situation ecclésiologique au moment de “Ecclesiam
Suam”», en ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 179).
57
Cipriano Calderón manifiesta que «Congar ha sido siempre uno de sus teólogos preferidos» (C.
CALDERÓN, «El estudio de los temas eclesiales apasionó a Pablo VI desde su juventud», Hechos y
dichos, 42 [1965], 652-655). Eduardo de la Hera confirma a su vez que el eclesiólogo francés era «uno
de los teólogos más importantes del Vaticano II y hombre de confianza de Pablo VI» (E. DE LA HERA,
La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI, 646). Es conocida, por otra parte, esta anécdota: «El
cardenal Feltin, arzobispo de París, al celebrarse en la capital francesa la aparición del volumen 50 de
la colección Unam Sanctam, iniciada y pilotada por el P. Congar, dirigiéndose al mismo P. Congar y
recordando una audiencia particular con Pablo VI, dijo: “Cuando el Santo Padre me hablaba de Francia
148 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

A ellos se une el también francés Henri de Lubac, S.J. (1896-1991), a cuya pluma
se deben obras tan significativas como Catolicismo. Aspectos sociales del dogma
(1938)58, El drama del humanismo ateo (1944)59, Corpus Mysticum (1944), El misterio
de lo sobrenatural (1946), y su trascendental Meditación sobre la Iglesia (1953), esta
última leída por Mons. Montini apenas aparecida en su original francés60. Con su
valoración tan grande de la Tradición, su constante recurso a las fuentes, sus abundantes
referencias patrísticas, su preocupación por destacar los nexos que unen a la Iglesia con
la Eucaristía y su aproximación simbólica a la Iglesia este erudito pensador «le sirvió de
frecuente meditación»61 a Pablo VI. Su confirmación como perito en el Concilio
Vaticano II y su nombramiento como miembro de la recientemente creada Comisión
Teológica Internacional —entre 1969 y 1974— no fueron sino una pequeña muestra de
la admiración intelectual que el Papa Montini tenía hacia él62.

y de los grandes valores que poseemos, decía: ‘Tenéis a hombres de un gran valor, en quienes tengo
toda la confianza desde todos los puntos de vista’, y, entre otros, le citó a usted”» (C. MARTÍ, en
PABLO VI, Ecclesiam Suam. Los caminos de la Iglesia, hoy, edición comentada por los Rdos. J.
BIGORDÁ, C. MARTÍ y J.M. ROVIRA BELLOSO, 46-47, nota 24).
58
Éste no sólo fue el primer libro de De Lubac traducido al italiano, sino que esa edición (Roma 1948)
estuvo a cargo de la Editorial Studium, tan cercana a G.B. Montini.
59
Cuenta el propio Cardenal De Lubac que, a poco de ser nombrado Arzobispo de Milán, Mons. Montini
dio «una conferencia, a la que habían sido invitados el alto clero, los embajadores y otros personajes;
trató sobre la Iglesia ante el ateísmo contemporáneo y explicó a continuación que lo esencial de su
exposición estuvo tomado del Drame de l’humanisme athée, obra cuya lectura recomendaba a sus
oyentes» (H. DE LUBAC, Memoria en torno a mis escritos, 164).
60
Nuevamente es el mismo De Lubac quien narra que en 1955 «la edición italiana aparecía en Milán,
bajo la protección del nuevo arzobispo, Mons. Montini, quien más de una vez tuvo a bien citar la obra
y distribuirla entre su clero» (H. DE LUBAC, Memoria en torno a mis escritos, 164). Uno de los
sacerdotes de la arquidiócesis de Milán mientras G.B. Montini era su Pastor, el P. Eugenio Fornasari,
quien además estaba vinculado a una librería que proveía de libros al Cardenal, testimonia: «Recuerdo
que le agradó sobremanera el libro del padre Henri de Lubac Meditación sobre la Iglesia. Un íntimo
colaborador suyo me dijo que después del cónclave en que había salido elegido Papa encontraron en el
arzobispado ese libro sobre la mesa de su escritorio. Estaba lleno de observaciones y anotaciones
marginales, hechas de puño y letra por el cardenal» (E. FORNASARI, «Mi Cardenal», 1963, en J.L.
GONZÁLEZ, Encuentros con Pablo VI, 79). Y el P. Giacomo Martina, S.J., señala que «este último libro
[Meditación sobre la Iglesia], en el que se funde una gran erudición con un sólido conocimiento de la
patrística y un profundo sensus ecclesiae, fue apasionadamente leído una y otra vez por mons. Montini,
especialmente la brillante descripción del anēr ecclēsiasticos» (G. MARTINA, «El contexto histórico en
el que nació la idea de un nuevo Concilio ecuménico», en R. LATOURELLE, ed., Vaticano II: balance y
perspectivas, 50). Cf. supra, 3.2.6, nota 355.
61
Así lo cuenta el ya mencionado P. Pasquale Macchi en ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam»,
première lettre encyclique de Paul VI, 187. Según testimonia Jean Guitton, el propio Pablo VI
comentaba: «El p. De Lubac brindará excelentes servicios a la Iglesia. Conocemos su ciencia, sus
méritos, su influencia. […] El retorno, propuesto por el p. De Lubac, a la tradición de los Padres, sobre
todo a los Padres griegos, es algo perfecto». Y más adelante añadía: «El Papa hace un elogio de De
Lubac. Exalta su espíritu, la seguridad, la extensión de su documentación» (J. GUITTON, Paolo VI
segreto, 45 y 104; cf. también ibid., 58 y 127).
62
Sorprenden los elogiosos términos con que Pablo VI se dirige al «querido hijo Henri de Lubac» en una
carta autógrafa que le escribe al cumplir 80 años. Al reconocido sacerdote «de la Compañía de Jesús,
para la que eres una gloria», le envía «esta carta Nuestra para, a la vez que te manifestamos nuestro
gozo de padre, hagamos pública, al mismo tiempo, la egregia estima en que te tenemos, así como
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 149

Finalmente, el italiano Carlo Colombo (1909-1991), amigo personal del Santo


Padre y uno de los peritos más consultados por el entonces Arzobispo de Milán en el
primer período del Concilio, consultas que continuaron incluso —ya elegido para la
Cátedra de Pedro— durante las restantes sesiones del Vaticano II. Más allá de ser un
estudioso menos renombrado que los anteriores y de las esporádicas citas que G.B.
Montini realiza de un ensayo suyo sobre Episcopado y primado pontificio en la vida de
la Iglesia (1960), fueron continuos sus consejos teológicos y eclesiológicos63.
No se puede olvidar, por otra parte, aunque por cierto a un nivel distinto, el influjo
que sin duda tuvo en él la encíclica Mystici Corporis (1943) de Su Santidad Pío XII.
Cercano colaborador hasta 1939 del entonces Cardenal Eugenio Pacelli y luego, como
Sustituto de la Secretaría de Estado, del propio Pío XII en tiempos en que se redactó la
encíclica, este documento dejó indudablemente honda huella en Mons. Montini, como
lo testimonian, además, las constantes referencias que hace de este importante
documento pontificio64. En opinión de un especialista, «non si sbaglia se si afferma che,

podamos expresarte el agradecimiento en nombre tanto Nuestro como de la Iglesia». Entre otros varios
aspectos, el Santo Padre alaba su «insigne investigación, abundante, sutil, ardiente. […] De lo cual ha
surgido esa admirable colección de libros —elaborados no sin trabajo y esfuerzo y, a veces, no sin
algunas dificultades— en los que siempre te fue solemnemente sagrado buscar la verdad con la mayor
diligencia, seguir las huellas venerables de los Padres así como hacer tuyas las opiniones comprobadas
de los antiguos y situar los argumentos discutibles, según el tiempo, momento y lugar oportuno. […]
Queremos agradecer los beneficios que han brotado de tus escritos en beneficio de la religión cristiana,
la teología, las otras disciplinas, pidiendo al mismo tiempo que las limpias aguas de tu piadosa mente
continúen fluyendo el mayor tiempo posible» («Pablo VI al R.P. Henri de Lubac, S.J.», Stromata 33
[1977], 127-128). Hermosas, por otra parte, son las palabras que el P. De Lubac escribe sobre el Pontífice
al conmemorarse el 15° aniversario de su ministerio petrino: «Montini, Papa Pablo VI», Criterio 51
(1978), 426-427. Cf., además, H. DE LUBAC, Memoria en torno a mis escritos, 164-165, 175-177, 237
y 432, donde el gran teólogo francés explica sobre la relación que lo unió con el Santo Padre y las
muestras de confianza que Pablo VI tuvo para con él.
63
Mons. Colombo, por largo tiempo profesor de teología en la Facultad teológica milanesa, de la que
llegó a ser su Rector, fue nombrado por Pablo VI Obispo auxiliar de Milán el 7 de marzo de 1964, con
lo cual pudo participar como padre conciliar en la tercera y cuarta sesión del Vaticano II. El P.
Giacomo Martina destaca que «el cardenal Montini lo consultó frecuentemente, por lo que se hablaba
de mons. Colombo como del teólogo de Montini» (G. MARTINA, «Paolo VI e la ripresa del Concilio»,
en ISTITUTO PAOLO VI, Paolo VI e i problemi ecclesiologici al Concilio, 50, nota 69). Más detalles
sobre su vida y obra pueden verse en A. RIMOLDI, «Ad multos annos (bio-bibliografia di S. Ecc. Mons.
Carlo Colombo)», ScCatt 92 (1964), 195-202.
64
Hablando en la Ecclesiam Suam de «la abundancia de la literatura teológica que tiene por objeto la
Iglesia y que ha brotado de su seno en el siglo pasado y en el nuestro», señala que «dos documentos
Nos no podemos dejar de honrar con particular memoria. Nos referimos a la encíclica Satis cognitum,
del Papa León XIII, y la encíclica Mystici Corporis del Papa Pío XII, documentos que nos ofrecen
amplia y luminosa doctrina sobre la divina institución por medio de la cual Cristo continúa en el
mundo su obra de salvación, y sobre la cual versa ahora nuestra exposición» (ES 24; cf. también ES
30). Cf. infra, 6.4.2, nota 82 —donde explicamos la relevancia de esta cita y recogemos un iluminador
texto con la opinión de G.B. Montini sobre la encíclica de Pío XII— y supra, 3.2.7 —donde
mencionamos a la Mystici Corporis entre las fuentes de inspiración de Pablo VI—. Se pueden ver otras
referencias montinianas a la Mystici Corporis en DsC, 19, 82, 83, 89, 97, 120, 121, 164, 225.
150 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

per quanto concerne la natura intima della Chiesa, l’ecclesiologia di Papa Montini è
quella della Mystici Corporis»65.

4.3.2. Escritos eclesiológicos


Todo esto se fue plasmando a lo largo de los años en diferentes escritos dedicados a
profundizar en algún aspecto del misterio de la Iglesia. No se trata, sin embargo, de
estudios sistemáticos o desarrollos completos —sus responsabilidades laborales y
ministeriales no se lo permitieron—, sino más bien de trabajos parciales y
circunstanciales, respondiendo a alguna invitación concreta o a una necesidad pastoral
específica. Especialmente a partir de 1959 se da, como es lógico suponer, una
orientación en la temática hacia el entonces recientemente convocado Concilio
Vaticano II.
Entre sus principales escritos eclesiológicos se encuentran, en primer lugar, un
trabajo poco conocido, elaborado en los primeros años de su ministerio sacerdotal,
cuando era asistente de la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI), que se
titula precisamente La Chiesa, y que fue preparado como parte del ya referido programa
de formación para los jóvenes universitarios por los años 1926-192766.
Años más tarde, ya como Arzobispo de Milán, podemos mencionar, entre muchos
otros, el radiomensaje que pronunció en 1957 con ocasión de la Gran Misión
Arquidiocesana sobre La Iglesia en sus aspectos esenciales. Teniendo en mente sobre
todo a los alejados, procura mostrar con lenguaje sencillo «el rostro de la Iglesia», a la
que entiende como «la continuación de Cristo y el punto de encuentro, móvil en la
historia, entre Dios y los hombres», el «camino al Padre» y el ámbito comunitario en el
que vencemos el individualismo. Luego de señalar que «la Iglesia tiene dos rostros, uno
externo, que puede aparecer desgastado y manchado por el tiempo y la tierra; el otro
interno, que es todo santo y santificante», se detiene concisamente a ilustrar sus
aspectos histórico —prefigurada en el Antiguo Testamento, «la venida de Cristo en el
seno del pueblo elegido ha ampliado sus confines a todos los que con la Fe y la Gracia
se adhieren a Él»—, místico —«la Iglesia no es solamente una sociedad visible con
fines religiosos, sino un misterio»— y jerárquico —pues «la Iglesia no está formada por
elementos homogéneos (como un mineral), sino por elementos diferentes, como todo
organismo viviente»—. Finalmente, concluye con una breve explicación de la

65
G. COLOMBO, «Genesi, storia e significato dell’enciclica “Ecclesiam Suam”», en ISTITUTO PAOLO VI,
«Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 142. Y saliendo al paso de posibles
malinterpretaciones en clave de ruptura, Jean Mouroux afirma asimismo que no existen «diferencias
doctrinales entre la Ecclesiam suam y la Mystici Corporis» (J. MOUROUX, «La Chiesa, mistero eterno e
temporale», Studi Catolici 45 [1964], 34).
66
Cf. supra, nota 15. Fue apareciendo publicado, durante esos años, en la revista Studium. Pero al no
haber sido firmado, como la mayoría de los otros esquemas, este texto presenta problemas de autoría.
G.B. Montini, sin embargo, «en los cursos sucesivos, remite varias veces a él» (M. TREBESCHI, «Il
pensiero teologico del giovane Montini: la liturgia», Brixia sacra 1-2-3-4 [1986], 112, nota 19).
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 151

parroquia, «pequeña porción de la Iglesia» en la que «todos tienen algo que hacer y no
solamente que recibir»67.
La conferencia en el II Congreso Mundial para el Apostolado de los Laicos que se
celebró en Roma en octubre de 1957 y que tuvo por título La misión de la Iglesia. Ésta,
explicaba entonces, «consiste en prolongar en el mundo la vida de Cristo, y hacer
participar a la humanidad en Sus misterios: la Encarnación y la Redención». No es, por
ello, una tarea meramente humana, sino que tiene su origen en Cristo y, para ser
auténtica, debe contar con dos características: «la ortodoxia y el mandato». Saliendo a
continuación al paso de algunas malinterpretaciones o reduccionismos temporales,
precisa también que «la misión cristiana es esencialmente religiosa. No es directamente
ni política, ni social, ni económica. Se refiere al hombre en lo que respecta a su fin
supremo». Perfilando luego «el campo del apostolado», dirá que la Iglesia está llamada
a cumplir con su misión de ser Madre y Maestra, de presentar a Cristo como prototipo
de humanidad plena y de dispensar la vida sacramental «en el mundo contemporáneo»,
un mundo que hay que amar, pero frente al cual hay que mantener también una actitud
de constante vigilancia. Dado el motivo del Congreso, el Cardenal Montini se detiene de
manera especial en «la vocación apostólica de los laicos», quienes tienen un rol
especial, pues «en el contacto de la misión de la Iglesia con el mundo ellos son los
testigos más próximos, quienes ven y viven los fenómenos». Por ello los urge tanto a
una audaz actividad evangelizadora como a la dependencia y comunión con la
jerarquía68.
La caridad de la Iglesia hacia los alejados, ponencia en la VIII Semana Nacional
de actualización pastoral que se llevó a cabo en Milán en septiembre de 1958, y en la
que, como el mismo título lo indica, aborda el aún hoy actual «problema de los
“alejados”». Luego de presentar «las razones por las cuales la Iglesia debe cuidar de
ellos», procura explicar «los caminos del apostolado, esto es, los medios, los métodos,
las formas de la presentación del mensaje cristiano» que han de utilizarse en esta
delicada misión. Si, por un lado, se requiere de la «sensibilidad pastoral», de la cercanía,
«no de crítica sino de amor», por el otro no se ha de olvidar «la firmeza doctrinal de la
Iglesia», el hecho de que ella «no puede negar o minimizar la verdad que se le ha
encargado custodiar». Es importante asimismo conocer a los alejados, tanto en sus
expresiones culturales como en sus particularidades individuales, para poder ofrecerles
luego «la presentación genuina de la religión de Cristo y nuestro prudente, diligente,
ardiente y paciente acercamiento personal»69. Se trata de palabras que anticipan y tienen
una gran sintonía con esa actitud pastoral que tanto San Juan XXIII como el Concilio
Vaticano II van a proponer como el modo de la Iglesia de acercarse al mundo
contemporáneo, y que Pablo VI hará suya en las páginas de la Ecclesiam Suam.

67
G.B. MONTINI, «La Chiesa nei suoi aspetti essenziali», 1957, en DsC, 3-13.
68
G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 15-41 (también, bajo el título de
«Missione e mistero della Chiesa», en DSM I 1662-1683).
69
G.B. MONTINI, «La carità della Chiesa verso i lontani», 1958, en DsC, 43-61 (también, bajo el título de
«La Chiesa e i lontani», en DSM II 2319-2334).
152 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Su intervención en el Curso de Estudios Cristianos que se desarrolló en agosto de


1960 en Asís y que estuvo dedicada a tratar sobre Unidad y Papado en la Iglesia. En
ella explica no sólo el contenido de cada uno de estos dos términos, aclarando asimismo
los errores y malinterpretaciones de que han sido objeto, sino que evidencia al mismo
tiempo su mutua implicancia: «el Papado es necesario para que la unidad se dé en la
Iglesia». Dicho en otros términos, «en el sucesor de Pedro, es decir en el Papado, se
realiza aquella “nota” de unidad, o mejor dicho, de unicidad, que distingue y caracteriza
a la Iglesia de Cristo. Mediante la apostolicidad alcanzamos la unidad», y esto no por
decisión humana o por acuerdo de la comunidad, sino por institución del propio Señor
Jesús. La unidad, sin embargo, no debe entenderse como uniformidad, sino como
«inserción en una comunión». Tampoco debe ser un dato «puramente histórico y
jurídico, esto es referido sólo a los hombres que de ella forman parte, al rostro visible y
concreto de la Iglesia, sino que debe ser comprendido también en relación a Cristo y a
Dios». El Papado, por su parte, al que se le han garantizado el primado, la infalibilidad y
la indefectibilidad, no es un poder arbitrario y tiránico, sino «centro representativo y
promotor de esta unidad»70.
Las palabras que impartió en noviembre de 1960 al inicio de una misión en
Florencia sobre Lo que la Iglesia es y no es. Después de analizar algunos de los
fenómenos culturales y de las actitudes erradas que llevan a una incomprensión de la
Iglesia en nuestro tiempo, plantea la necesidad de «volver a entender a la Iglesia»,
«volverse a dar un concepto reflejo, más preciso, más esencial» de ella. Es justamente lo
que pretende a continuación, comenzando con reconocer que «una de las deformaciones
más usuales del rostro radiante de la Iglesia lo ofrecen precisamente muchos de los
hombres que la componen y que, lamentablemente, a veces la representan», lo que
«constituye un dolor continuo y ardiente para quien ama a la Iglesia». Luego explica por
qué «no es una institución vieja y conservadora» que ha quedado relegada en el pasado,
tampoco «maestra de una doctrina apriorística, incomprensible, indiscutible e inmóvil»
que representa un obstáculo para el avance de la ciencia, y mucho menos «la
deformación de Cristo» que ha alterado el genuino mensaje de su Fundador o se ha
alejado de Su ejemplo de vida. Ella es, más bien, «un misterio», que requiere de la
gracia y de la fe para ser rectamente entendido. Ella es, asimismo, el «Cuerpo Místico»
de Cristo que, como la misma expresión lo indica, posee dos aspectos: uno «espiritual y
divino» y otro «visible y humano». Ella es, en fin, una «Madre» que nos otorga «la
verdadera vida», nos alimenta con «los sacramentos», «nos instruye» y «nos ama». Por
ello «llamar “Madre” a la Iglesia significa volverla a entender y amarla»71.

70
G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 77-99; DSM II 3742-3761.
71
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 101-127 (también, bajo el título de
«Un’idea di Chiesa», en DSM II 3888-3907). Una traducción —parcial y con algunos errores— al
castellano de este discurso, bajo el título de «La faz y el misterio de la Iglesia», se encuentra en la
revista Ecclesia, 29/6/1963, 877-880. En opinión de Cipriano Calderón, esta conferencia «representa
uno de los textos más finos y originales escritos en estos años sobre la realidad de la Iglesia y sobre los
aspectos de la misma que más interesan al hombre moderno» (C. CALDERÓN, «Semblanza de
Pablo VI», en INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de Pablo VI, 96).
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 153

A ello se añaden una serie de trabajos de diversa índole que tienen al Vaticano II
como tema central y que quieren servir a su adecuada preparación. Nos referimos, por
ejemplo, al documento con sus opiniones y votos para el buen desempeño del Concilio
que redactó en mayo de 196072; la prolusión Los Concilios Ecuménicos en la vida de la
Iglesia en el XXXII curso de actualización cultural, en agosto de 1960 73; la conferencia
Los Concilios en la vida de la Iglesia pronunciada en la Universidad Católica del
Sagrado Corazón de Milán en marzo de 196274; el discurso en el Instituto para los
Estudios de Política Internacional sobre El Concilio Ecuménico en el cuadro histórico
internacional, en abril de 196275; sus palabras sobre Roma y el Concilio en el
Campidoglio, en octubre de 1962, para la inauguración de un ciclo de conferencias
sobre los Concilios Ecuménicos76; la carta del 18 de octubre de 1962 al Cardenal
Secretario de Estado presentándole algunas preocupaciones y sugerencias sobre el
recién inaugurado Concilio77; las comunicaciones semanales que fue enviando a la
arquidiócesis de Milán, entre octubre y diciembre de 1962, mientras asistía a la primera
sesión del Vaticano II78; su intervención sobre el esquema De Ecclesia en el aula
conciliar el 5 de diciembre de 196279; o sus palabras en Varese sobre Los sacerdotes y el
Concilio Ecuménico en un Congreso de estudio para sacerdotes en febrero de 1963 80.
Éstos y otros escritos, además de evidenciar sus vastos conocimientos eclesiológicos,

72
Cf. Acta et Documenta Concilio Oecumenico Vaticano II Apparando, series I: Antepraeparatoria, vol.
II: Consilia et vota episcoporum ac praelatorum, pars III: Europa. Italia, 374-381 (también, bajo el
título de «Per la buona riuscita del Concilio», en DSM II 3582-3588; asimismo, con una traducción al
italiano, en «Pareri e voti per la buona riuscita del Concilio», 8/5/1960, NotIPVI 6 [1983], 41-52).
73
Cf. G.B. MONTINI, «I Concilî Ecumenici nella vita della Chiesa», 16/8/1960, en DsC, 131-151; DSM II
3719-3738.
74
Cf. G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 217-237 (también, bajo el
título de «I Concilî e la Chiesa», en DSM III 4985-5001).
75
Cf. G.B. MONTINI, «Il Concilio Ecumenico nel quadro storico internazionale», 27/4/1962, en DsC, 195-
215; DSM III 5077-5095.
76
Cf. G.B. MONTINI, «Roma e il Concilio», 10/10/1962, en RC-LC, 5-19; DSM III 5348-5361.
77
Cf. G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, NotIPVI 7 (1983), 11-14;
DSM III 5366-5370.
78
Cf. G.B. MONTINI, «Lettere dal Concilio», 1962, en RC-LC, 21-52 (también en DSM: 1a, III 5361-5365;
2a, III 5370-5375; 3a, III 5389-5391; 4a, III 5395-5398; 5a, III 5399-5402; 6a, III 5402-5406; 7a, III
5422-5425).
79
Durante la primera sesión del Vaticano II el Cardenal Montini intervino solamente dos veces en el aula
conciliar: el 22 de octubre, sobre la liturgia (cf. ASCVII, I/1, 313-316; también en DSM III 5382-5384),
y el 5 de diciembre, sobre la Iglesia (cf. ASCVII, I/4, 291-294; también en DSM III 5426-5429). En
opinión de Jan Grootaers, «el discurso del 5 de diciembre fue escuchado con la más sostenida atención
por el Concilio entero», y «este discurso del 5 de diciembre fue percibido y recibido como una de las
tomas de posición más importantes de este primer período» (J. GROOTAERS, «L’attitude de
l’archevêque Montini au cours de la première pèriode du Concile (octobre 1962-juin 1963)», en
ISTITUTO PAOLO VI, Giovanni Battista Montini, Arcivescovo di Milano e il Concilio Ecumenico
Vaticano II, 274 y 276).
80
Cf. G.B. MONTINI, «I sacerdoti e il Concilio ecumenico», 6/2/1963, en DsCon, 202-213 (también, bajo
el título de «Veri preti della Chiesa di Dio», en DSM III 5567-5578). Como hacemos notar más
adelante (cf. infra 5.3, nota 23), esta conferencia constituye una suerte de “precursora” de la Ecclesiam
Suam. Cf. también infra, 6.2, nota 55, donde recogemos una extensa cita de la misma.
154 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

muestran su gran sentido eclesial, su filial obediencia al Santo Padre y su disponibilidad


a leer los signos de los tiempos.
Dentro de este último grupo destaca la carta pastoral Pensemos en el Concilio,
escrita para la Cuaresma de 1962. Ya próxima a inaugurarse la asamblea conciliar, el
Arzobispo Montini quiere invitar a los fieles de su arquidiócesis a considerar «la
importancia de este evento» que involucra a todos los miembros del Cuerpo Místico, y
para ello les explica las principales nociones de lo que es un Concilio Ecuménico, su
sentido «no sólo histórico y exterior» sino «también interior y espiritual», los temas que
posiblemente abordará y la forma en la que cada uno puede cooperar, además de la
oración, para su buen desarrollo, pues «es la Iglesia toda la que se expresa en el
Concilio, y nosotros somos la Iglesia». Junto a ello va hilvanando importantes
enseñanzas eclesiológicas, como por ejemplo «el misterio divino de la Iglesia», «el
primado de Pedro» y su relación tanto con el Colegio Episcopal como con el Concilio
Ecuménico, «su misión salvífica universal» y los vínculos que ha de establecer con la
sociedad y con el mundo. Es interesante notar cómo en muchas partes se anticipa a lo
que poco después expondrá la Constitución Lumen gentium, como lo ya mencionado
sobre el primado y el Colegio Episcopal81, o su explicación de la relación de la Iglesia
con las personas de la Trinidad —tiene su origen «en Dios que busca a su pueblo», «es
la continuación de Cristo en el tiempo», y «el Espíritu Santo es enviado por Jesús como
el animador de la Iglesia»—82. Son muy sugerentes también sus reflexiones sobre «los
laicos», sobre «el concepto de reforma de la vida cristiana», «esfuerzo permanente en la
Iglesia», y sobre la búsqueda de la unidad con «los hermanos separados»83.

81
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 22.
82
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 2-4.
83
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, en DsC, 153-193; DSM III 4898-4935.
Nuevamente Cipriano Calderón considera que «es éste el documento más importante y más valioso
redactado por Pablo VI antes de su elección pontificia» (C. CALDERÓN, «Semblanza de Pablo VI», en
INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de Pablo VI, 97). Se trata, en opinión del hoy
Cardenal Giovanni Coppa, de un texto que «alcanza extraordinaria altura teológica y poética» (G.
COPPA, «La meditazione su Roma di Giovanni Battista Montini», NotIPVI 20 [1990], 64). Davide
Marzaroli, por su parte, estima que «la carta pastoral [Pensemos en el Concilio] escrita para la
arquidiócesis de Milán queda como uno de los testimonios más altos del desarrollo del pensamiento
eclesiológico de Montini antes del Concilio y por esto, fundamental para entender el desarrollo
sucesivo» (D. MARZAROLI, «Pablo VI, artífice y exegeta de la eclesiología postconciliar», Ecclesia.
Revista de cultura católica 2 [1997], 197, nota 6). Mientras que el P. Georges Cottier, futuro Teólogo
de la Casa Pontificia, opina que «el estudio de este gran texto me parece importante para poner en
evidencia las principales intuiciones eclesiológicas de G.B. Montini y para aclarar algunas ideas
anticipatorias de su pontificado» (G. COTTIER, Présentation a G.B Montini, DsCon, 13). En línea
semejante se pronuncia Eduardo de la Hera, estableciendo una relación directa entre esta carta y su
encíclica programática: «Por cierto, si en aquella pastoral alguien se hubiera tomado la molestia de
comprobar las fuentes eclesiológicas donde bebía Montini, habría descubierto ya cuál era su
eclesiología: la misma que luego aparecerá en la Ecclesiam Suam (1964)» (E. DE LA HERA, La noche
transfigurada. Biografía de Pablo VI, 452).
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 155

No son éstos ciertamente, como decíamos, los únicos escritos montinianos sobre
eclesiología84, pero bastan para mostrarnos la importancia que el misterio de la Iglesia
tenía en su mente y en su corazón antes de ser elevado a la sede de Pedro, y para
revelarnos los acentos más importantes de su concepción de la Iglesia, como veremos a
continuación.

4.3.3. Principales rasgos de su aproximación eclesiológica


La lectura de estos trabajos nos ha puesto ante una manera renovada de acercarse a
la Iglesia, una mirada que, siendo fiel a la Tradición y bebiendo de sus fuentes, busca al
mismo tiempo hacer más cercano y comprensible su misterio a los hombres y mujeres
del nuevo siglo: «La Chiesa è stata per noi un’educazione, quasi inadvvertita e
connaturata; bisogna oggi che diventi per noi e scienza e vita. È stata per noi un’eredità
del passato, bisogna che diventi richezza del presente. È stata per noi una tradizione;
bisogna che diventi una coscienza ed una forza»85. Lo que G.B. Montini quiere es
recuperar el verdadero sentido de la Iglesia, esforzándose por mostrar que ella no es una
asociación externa o extrínseca a los bautizados, una comunidad frente a la cual nos
situamos, sino que «noi siamo la Chiesa»86.
Sensible a los signos de los tiempos y sirviéndose de los aportes que la renovación
teológica había insuflado a la eclesiología, se propone igualmente superar la perspectiva
juridicista y apologética que había caracterizado la época anterior. De ahí su insistencia
en señalar que, más que una “sociedad perfecta” a semejanza de las instituciones
humanas, «la Chiesa è un mistero che bisogna cercare nella mente di Dio»87 —por ello
«noi potremmo tutto sapere della Chiesa, senza conoscerla veramente»88—. Y de ahí
también el énfasis que pone en subrayar los vínculos cristológicos y pneumatológicos
que sellan el origen y el ser de la comunidad eclesial.

84
Además de los trabajos reseñados, pueden mencionarse, entre muchos otros: «La Chiesa: una»,
15/1/1927, en SF, 68-70; «Chiesa docente», 5/1/1930, en SF, 355-357; «La Iglesia y el alma
consagrada», 1949, en ACD, 179-188; «Dilexit Ecclesiam», 30/8/1955, en DSM I 371-375; «La luce
che irradia dalla Chiesa», 5/2/1957, en DSM I 1187-1190; «La promozione del laicato», 9/6/1957, en
DSM I 1460-1470; «Il primato di Pietro», 1/11/1958, en DSM II 2405-2410; «Sant’Ambrogio e il suo
amore alla Chiesa», 7/12/1958, en DsMS, 219-231; DSM II 2457-2466; «L’ufficio del vescovo»,
11/1/1959, en DSM II 2533-2540; «Il segreto della Cattedrale», 26/4/1959, en DsC, 63-75; DSM II
2782-2793; «Fedeltà alla Chiesa», 31/7/1959, en DSM II 2938-2963; «La Chiesa è un Popolo vivo»,
12/8/1959, en DSM II 2973-2983; «La Chiesa viva», 28/8/1960, en DSM II 3391-3397; «Il magistero
della Chiesa in campo sociale», 18/11/1961, en DSM III 4735-4751; «Amare la Chiesa!», 10/6/1962,
en DSM III 5155-5163; «L’Eucaristia e la Chiesa», 2/9/1962, en DSM III 5260-5268; «La vocazione
missionaria della Chiesa», 10/9/1962, en DSM III 5285-5300; «Sant’Ambrogio e il mistero della
Chiesa», 7/12/1962, en DsMS, 273-281; ««La Chiesa sta cercando se stessa», 9/3/1963, en DSM III
5656-5661; «Amare Cristo e la Chiesa», 7/4/1963, en DSM III 5707-5712; «L’origine della Chiesa»,
23/5/1963, en DSM III 5824-5831.
85
G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 18.
86
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 2c, en DsC, 156.
87
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 25, en DsC, 168.
88
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 119. Cf., además, DsC, 8-9, 118-
120, 220-223.
156 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

En efecto, en la concepción montiniana de la Iglesia se descubre un marcado


cristocentrismo, acento que ya era característico de todo su pensamiento 89, pero que se
plasma de manera particular en su eclesiología. No se puede comprender a la Iglesia, es
más, ni siquiera se puede justificar su existencia, sin una referencia constante al Verbo
Encarnado90. Todo en ella remite a Cristo y a su Encarnación, al tiempo que cada una de
sus dimensiones encuentra en Él su origen y justificación. La misma preocupación que
tiene en subrayar que se trata de la «Iglesia de Cristo» o «Su Iglesia», como veremos
más adelante91, es ya indicativa de esta centralidad de Jesucristo en su concepción
eclesial:
Non facciamo ora una lezione di teologia sulla Chiesa —afirma en uno de los muchísimos
textos que podrían ser citados—. Ci basta ricordare che è Cristo il fondatore della Chiesa; è
Lui che la istituisce, Lui che la genera, Lui che la manda. È notissima l’interpretazione
simbolica che i Padri hanno dato alla ferita al costato di Cristo crociffiso, ferita da cui
geme sangue ed acqua. Come dal costado di Adamo dormiente Dio trasse Eva, la madre di
tutti i viventi, così da quello di Cristo, morto per noi sulla croce, è venuta la Chiesa, madre
di tutti i credenti (cfr. S. Agostino, Tract., 120; Denz., 480).
Bisogna perciò ben comprendere come la missione di Cristo si trasfonde nella missione
della Chiesa92.
Y esto se plasma, como decíamos, en cada una de sus realidades concretas:
La Chiesa è la continuazione di Cristo nel tempo e la dilatazione di Cristo sulla terra. È una
sua viva presenza. Nell’autorità e nell’insegnamento della Chiesa: “chi ascolta voi, ascolta
me” (Lc 10,16). Nella comunità legittimamente costituita della Chiesa: “Dove sono due o
tre riuniti nel mio nome, ivi Io sono in mezzo a loro” (Mt 18,20). Nella attività e nella
successione apostolica, presente per sempre: “Ecco Io sono con voi —sempre Cristo che
parla— ogni giorno fino alla consumazione del tempo” (Mt 28,20). E il mistero del
sacrificio eucaristico perpetuerà questa ineffabile presenza di Gesù fra noi: “Tutte le volte
che mangerete di questo pane e berrete di questo calice, voi celebrerete la morte del
Signore, finché Egli venga” (1Cor 11,26).

89
Basta recoger, a modo de ejemplo, estas meditaciones de 1948 del joven sacerdote Montini: «El amor a
Cristo, el encuentro con Él, manifiesta a quien lo experimenta este carácter especial: que [Cristo] es
indispensable, insustituible, necesario, que “sine me nihil potestis facere” (Jn 15,5); que es cuestión de
vida o muerte, que “non est in alio salus” (Hch 4,12), que [Él] es el único, el necesario, el indefectible,
que en todas las infinitas posibilidades de un acto de amor es el único digno, el único a que no se puede
y no se debe renunciar. Y ese amor fundamenta aquí no sólo la implacable experiencia de quien ha
sentido esto, es decir, nuestro testimonio personal interior, sino también toda la doctrina y toda la
teología» (G.B. MONTINI, «Cristo y el alma consagrada», 1948, en ACD, 149-150). Lo confirman, si
fuera necesario, su lema episcopal —«In nomine Domini»— o el título de su primera carta pastoral
como Arzobispo de Milán —Omnia nobis est Christus (1955, en DSM I 139-150)—. Cf., además,
PABLO VI, Oraciones a Cristo.
90
«El principio teológico inspirador de la eclesiología montiniana es sin duda el cristocentrismo. La
naturaleza y misión de la Iglesia sólo pueden ser comprendidas desde Cristo. […] De los escritos e
intervenciones de Pablo VI se deduce claramente que no cualquier eclesiología puede ser definida
como tal. En todo caso para el Pontífice una eclesiología correcta no puede ser eclesiocéntrica, sino
que ha de ser necesariamente cristocéntrica, en su magisterio de puede encontrar de modo claro y neto
el paso teológico, casi epocal, del eclesiocentrismo al cristocentrismo» (D. MARZAROLI, «Pablo VI,
artífice y exegeta de la eclesiología postconciliar», Ecclesia. Revista de cultura católica 2 [1997], 198-199).
91
Cf. infra, 5.1.
92
G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 20-21.
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 157

È la sua azione salvatrice. Cioè il tramite della sua azione salvatrice, il veicolo; strumento
nell’esercizio della potestà di ordine, cioè nell’amministrare i Sacramenti, e collaboratrice
subordinata nell’esercizio della potestà di giurisdizione, libera ed umana causa seconda
(Journet, L’Eglise, I, 132)93.
En pocas palabras, «la Iglesia sabe ciertamente que no puede nada por sí misma, sino
que todo lo recibe de Jesucristo, y despliega su acción porque Jesucristo está presente y
actúa en ella. La Iglesia no es solamente la sociedad fundada por Cristo; es también su
continuación y el instrumento a través del cual Él obra y realiza hoy la salvación del
mundo»94.
Íntimamente unido a Cristo, y enviado por Él, se encuentra el Espíritu Santo, cuyo
papel en la vida de la Iglesia es asimismo destacado por Giovanni Battista Montini: «Lo
Spirito Santo, è mandato da Gesù, come l’animatore della Chiesa, e crea in essa la
grazia, con i suoi carismi ed i suoi doni (cfr. Jo.: discorsi dell’ultima Cena; ad es. 14-
16)»95. No es posible, pues, aproximarse al misterio de la Iglesia, ni a ella se le podrían
atribuir ninguna de sus notas —una, santa, católica y apostólica—, fijándose únicamente
en los hombres que la componen, sin tener en cuenta la presencia vivificante del
Espíritu, dado que ella no es una mera comunidad humana, sino un organismo «vivente
di un’animazione dello Spirito Santo, dello Spirito che Gesù le infonde, che le
conferisce carismi e poteri, che la sostiene e la guida, che la anima e la ringiovanisce,
che la fa degna di essere chiamata santa, unica ed universale»96.
De esta concentración cristológica y pneumatológica brota naturalmente su visión
teándrica de la Iglesia, en la que privilegia, además, la dimensión interior: «Essa è
infatti veramente spirituale, soprannaturale, “pneumatica”, poichè la parte più
importante di lei, la parte essenziale, principale del suo essere, la sua anima, è del tutto
spirituale, del tutto soprannaturale»97. Pero ello, evidentemente, sin olvidar o negar su
dimensión exterior, como han pretendido algunos —sobre todo «i primi riformatori» y
«i protestanti liberali»—, sosteniendo «che la Chiesa non è una società visibile e
gerarchica ma solo spirituale ed invisibile, non badando che in tal modo si dissolveva
non solo la Chiesa romana e cattolica, ma la Chiesa semplicemente»98. Así pues,
alejándose de toda polarización o falsa oposición y buscando más bien una visión
integral, presenta
le due composizioni fondamentali, che danno alla Chiesa la sua unità vivente: la
composizione dello elemento invisibile, animatore e divino, che dicevamo essere il
pensiero di Dio, la sua grazia, la sua assistenza; e dell’elemento visibile, cioè l’umanità
credente e vivificata dalla carità, la “ecclesia sanctorum”, la società dei cristiani; potremmo

93
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, nn. 26-27, en DsC, 168-169.
94
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
Cf., además, DsC, 10, 82; «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 2, NotIPVI 7
(1983), 12.
95
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 27, en DsC, 169.
96
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 120. Cf., además, DsC, 10, 30, 49,
156 (n. 2b), 170 (n. 29), 174 (n. 35), 183 (n. 50), 223.
97
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 121.
98
G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 93.
158 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

dire, la composizione dell’anima e del corpo, la qualle fa della Chiesa un’entità al tempo
stesso divina ed umana, invisibile nei doni che la fanno vivere, visibile nelle membra che
la compongono, la continuazione cioè del mistero dell’Incarnazione99.
Destaca asimismo en su aproximación al misterio de la Iglesia la visión que tiene
de ella en clave de “comunión”. No se trata de una sociedad fría o funcional, de un
organismo anónimo o despersonalizado, tampoco de una agregación de
individualidades, sino que, animada por el Espíritu Santo, «la Chiesa ci dà un
inserimento in una comunione. La Chiesa è una famiglia universale. La Chiesa è una
società vivente nella fede e per la carità. La Chiesa è un sistema di convergenza di
rapporti, che esaltano e salvano la vita umana»100. Ello responde a la propia naturaleza
humana, que encuentra en la comunidad la más grande gama de posibles grandezas, y,
en cambio, en el individualismo y el aislamiento, una fuente de empobrecimiento y
debilidad. Y responde también al designio amoroso del Padre, que «ama me e ciascuno
di noi in particolare, ma ha voluto che io e ciascuno di noi raggiungessimo l’unione con
Lui attraverso l’unione tra noi e con gli altri fratelli. Ecco perchè esiste la Chiesa»101.
Esa unidad y esa comunión que se viven al interior del Cuerpo de Cristo no son
para G.B. Montini, sin embargo, sinónimo de uniformidad. «Essa [la Iglesia] ci si
presenta, sotto certi aspetti, come una comunità di fratelli, tutti eguali fra di loro, e sotto
certi altri, come una comunità di pastori e di fedeli, dotati i primi di facoltà specifiche di
santificazione, di magistero e di governo, che gli altri non hanno»102. Cada uno ha sido
bendecido con unos dones particulares que debe poner al servicio de los demás, y cada
uno posee también, de acuerdo a su vocación propia, unas responsabilidades que ha de
observar para que el organismo en su conjunto pueda cumplir con su misión. Como
enseña San Pablo en un pasaje que recoge el Arzobispo de Milán, «Él —Cristo—
constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y
maestros [...] para la edificación del Cuerpo de Cristo» (Ef 4,11-12). Aquí se engarza el
servicio jerárquico que prestan el Sumo Pontífice y los obispos en comunión con él,
quienes conforman el «Colegio Episcopal» —por ello su interés en recalcar el «carattere
collegiale dell’Episcopato, in quanto successore del Colegio apostolico»103—. Y en este
marco se comprende asimismo el papel que están llamados a desempeñar los laicos, de
modo particular en este período de la historia, cuya identidad y cuya misión reciben
tanta atención de su parte104.

99
G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 85.
100
G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 85.
101
G.B. MONTINI, «La Chiesa nei suoi aspetti essenziali», 1957, en DsC, 7.
102
G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 85-86.
103
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 22, en DsC, 167.
104
«Ed è anche da credere che il Laicato cattolico avrà nel Concilio esplicito ed onorifico riconoscimento.
La persona del laico nella Chiesa sarà certamente esaltata al livello, a cui la solleva il battesimo,
assumendolo alla vita soprannaturale, e la cresima, chiamandolo alla pubblica professione della sua
fede e alla perfezione cristiana» (G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n.
45, en DsC, 179). Cf. también DsC, 31-41, 148, 187 (n. 55).
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 159

Un puesto del todo singular en la comunión eclesial le corresponde en la


concepción montiniana de la Iglesia a la Virgen María, quien como Madre amorosa
sigue intercediendo por cada uno de sus hijos:
Nella Chiesa noi ci proviamo nella casa del Padre; ci troviamo fiancheggiati e sostenuti dai
fratelli, tutti per ciascuno e ciascuno per tutti; specialmente troviamo la Madre, Maria
Santissima. Essa non è soltanto una bellissima figura storica che ci ha dato una volta sola
per sempre Gesù. Essa influisce continuamente sullo sviluppo spirituale di noi suoi figli,
come una madre influisce sulla creatura che ancora le sta racchiusa nel grembo. Senza
Maria, la Chiesa potrebbe sembrarci un organismo impersonale e freddo; ma invece nella
Chiesa c’è Maria, la Madre, che ci conosce e ci ama, e non è estranea al dramma intimo del
più piccolo dei suoi figli105.
Por ello no duda en llamarla «Madre di Cristo e Madre della Chiesa»106 o en
considerarla como «“typus Ecclesiae”»107.
Todo ello, sin embargo, no se queda en una contemplación pasiva del Cuerpo de
Cristo. La eclesiología montiniana es, por el contrario, eminentemente dinámica108, y
tiene en la misión de la Iglesia —que, por lo demás, forma parte indisoluble de su
misma esencia— uno de los polos de su atención. Y es que por la gracia del Bautismo
«tutti possono e debbono associarsi all’azione apostolica della Chiesa»109. Para poder
cumplir fielmente con la misión que el Señor le ha encomendado, la Iglesia debe, en
primer lugar, tomar «perfetta coscienza di se stessa»110, lo que sólo podrá lograr con «la
sua unione sempre più vicina con Cristo! con Cristo del Vangelo: la sua conoscenza, la
sua imitazione, la sua grazia»111. De ahí ha de brotar un afán de renovación interior, una

105
G.B. MONTINI, «La Chiesa nei suoi aspetti essenziali», 1957, en DsC, 10.
106
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 127. Un par de años después, en su
ya citada alocución en el aula conciliar comentando el esquema De Ecclesia, sostiene que «con aún
mayor alegría acepto que la Bienaventura Virgen María sea honrada como Madre de la Santa Iglesia
por el Concilio» (ASCVII, I/4, 292). Y en la clausura de la tercera sesión conciliar, ya como Pontífice,
dirá: «Perciò a gloria della Beata Vergine e a nostra consolazione dichiariamo Maria Santissima
Madre della Chiesa, cioè di tutto il popolo cristiano, sia dei fedeli che dei Pastori, che la chiamano
Madre amatissima; e stabiliamo che con questo titolo tutto il popolo cristiano d’ora in poi tributi ancor
più onore alla Madre di Dio e le rivolga suppliche» (PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera
sesión del Concilio Vaticano II, 21/11/1964, 30).
107
G.B. MONTINI, «La Chiesa nei suoi aspetti essenziali», 1957, en DsC, 6.
108
«La parola “missione” che limita l’immenso campo in cui spazia la dottrina della Chiesa, richiama al
nostro pensiero questa figura di movimento che caratterizza la vita della Chiesa: essa parte da Cristo;
da Lui è mandata, è spinta, è seguita; essa lo porta con sè, lo predica, lo comunica, lo trasmette;
mediante essa, Cristo arriva agli uomini, valica i confini delle Nazioni, sorvola i secoli, viene a
contatto con la vita umana, le sue forme, le sue istituzioni, i suoi costumi, le sue civiltà; subisce
ostacoli, urti, persecuzioni; trova fedeli, conquiste, trionfi; e corre, soffrendo e crescendo, pregando e
operando, insegnando e beneficando; corre verso un termine che tanto la attrae, come se fosse vicino;
e tanto la sostiene, che non le fa conoscere stanchezza o delusione; corre, nella speranza d’un ultimo
giorno, in cui Cristo misterioso che essa reca con sè, le si disveli e tutta in sè l’assorba e la beatifichi;
la vita eterna» (G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 19).
109
G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 25.
110
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 4, NotIPVI 7 (1983), 13. Cf.,
además, DsC, 73-75, 104-105, 139, 148, 225.
111
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 40, en DsC, 177.
160 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

continua e incansable reforma, que «è uno sforzo perenne nella Chiesa, il quale tende ad
avvicinare l’idea divina alla realtà umana, e questa a quella»112. Renovada y fortalecida,
la Iglesia ha de salir en busca de todos los hombres, especialmente de los «alejados»113
y de «quella vastissima e multiforme categoria di fratelli che sono i cristiani, ancora
insigniti da tanto nome, ma separati dall’unità della Chiesa Cattolica»114. De lo que se
trata, en fin, es de reabrir «il dialogo, un dialogo nuovo, con il mondo della cultura e
dell’arte, con la civiltà ridondante di mezi ed ignara di fini»115. En todas estas tareas, sin
embargo, «la Chiesa non può negare o minimizzare la verità, di cui è incaricata di
custodire e divulgare l’inviolabile deposito»116.
Son notables, por otra parte, su constante recurso a la Sagrada Escritura —casi
exclusivamente a los libros del Nuevo Testamento— y sus abundantes referencias
patrísticas, de manera particular a los Padres latinos —San Agustín de Hipona, San
Ambrosio de Milán, San Cipriano de Cartago, San Gregorio Magno, San León Magno y
San Beda—, pero también, aunque en menor medida, a los Apostólicos —San Ignacio
de Antioquía— y a los griegos —San Juan Crisóstomo—.
En la misma línea debe subrayarse su perspectiva histórica, su mirada al pasado, no
por una preocupación mitológica o un afán arqueológico, sino para aprender de él, en
vistas a comprender mejor el presente y proyectarse con mayor fidelidad en el futuro.
Ello brota, además, de la conciencia de que la Iglesia «è inserita nel tempo e nella storia;
porta con sè quel fatto e quel momento, che fu la missione redentrice dell’Uomo-Dio
nel mondo; ma è, nello stesso tempo, protesa verso l’avvenire; è rivolta verso il futuro
ritorno di Cristo glorioso; tende al suo destino escatologico, come si dice; vive del
passato, ma nel presente e per l’avvenire»117.
Finalmente, respecto a las categorías que utiliza para referirse a la comunidad
eclesial, podemos anotar que tiene una clara preferencia por el término «più comune di
“Chiesa”, che vuol dire convocazione, e che già “manifesta la benignità e lo splendore
della grazia divina e segna la distanza che separa la Chiesa dalle altre realtà temporali”
(Journet, II, 50). Questo senso indica una chiamata che ci riguarda, una responsabilità
che ci tocca, una grazia che ci aspetta»118. Se sirve asimismo con frecuencia de “Cuerpo
(Místico) de Cristo”, «l’espressione paolina e classica della più sintetica e più precisa
definizione della Chiesa, [...] [e che] ci mostra “innanzi tutto che la Chiesa è insieme

112
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 35, en DsC, 174. Cf., además, DsC,
117, 173-176 (nn. 34-38), 213, 235-237.
113
Cf. G.B. MONTINI, «La carità della Chiesa verso i lontani», 1958, en DsC, 43-61.
114
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 58, en DsC, 188. Cf., además, DsC,
149-150, 188-191 (nn. 58-61), 213; «Pareri e voti per la buona riuscita del Concilio», 8/5/1960,
NotIPVI 6 (1983), 42-43. Cf. también G.B. MONTINI – PAOLO VI, L’Ottavario per l’unità dei cristiani.
Documenti e discorsi (1955-1978).
115
G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 96. Cf., además, DsC, 34, 151; RC-
LC, 18, 30.
116
G.B. MONTINI, «La carità della Chiesa verso i lontani», 1958, en DsC, 52.
117
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 113. Cf., además, DsC, 67, 105,
141-145, 201-207, 231-234.
118
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 122-123.
PABLO VI Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA 161

spirituale e visibile”»119. Sobresalen también los títulos de “Madre”120 y “Maestra”121,


incluso antes de la aparición de la encíclica del Papa Juan XXIII. Pero precisamente por
ser un misterio que ningún concepto puede agotar y sabiendo que «i suoi nomi sono una
collana di gemme»122, utiliza en sus escritos muchas otras categorías —como Esposa de
Cristo, Pueblo de Dios, rebaño de Cristo, Jerusalén celestial, Reino, Ciudad, Casa de
Dios, sacramento de Jesucristo, etc.—, expresiones que permiten, cada una con un matiz
particular, ahondar en su naturaleza y misión.
Todos estos rasgos que distinguen la aproximación eclesiológica de G.B. Montini
antes de acceder al solio pontificio y que acabamos de bosquejar se verán naturalmente
prolongados y encontrarán su confirmación en la encíclica Ecclesiam Suam y en el resto
de su pontificado, como veremos a continuación. Conviene notar que, si bien es preciso
subrayar la asistencia particular que como Pontífice recibe del Espíritu Santo en su
misión de enseñar, continúan las líneas matrices de su pensamiento y mantienen validez
las características que aquí hemos destacado.

119
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 121. Cf., además, DsC, 27, 83, 87,
156, 184.
120
«Perchè Madre? Penetrare il senso di questo appellativo, riferito alla Chiesa di Dio, significa davero
ricapirla, significa amarla, significa riconoscerle la sua dignità, la sua missione, la sua bontà, la sua
necessità. Madre, perchè dalla Chiesa abbiamo la vita, la vera vita ch’è quella sopranaturale, quella
che vincerà la morte e conquisterà la pienezza. [...] Rircordiamo la celebre parola di San Cipriano:
“Non possiamo avere Dio per padre se non abbiamo la Chiesa per madre” (Ep., 74, 7). [...] Madre,
perchè è la nostra educatrice. [...] Madre, perchè ci ama come appunto ama una madre, più d’ogni
altro» (G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 124-125). Cf., además,
DsC, 6, 33, 50, 103, 113, 212.
121
«Cristo è il Maestro. La Chiesa parlerà, insegnerà, ripeterà la sua stessa parola. La Chiesa-Maestra. La
sua missione sarà l’insegnamento, sarà custodire, interpretare, bandire la dottrina di Dio. Sua missione
sarà la scuola: suoi missionari i catechisti, i maestri, gli insegnanti, i professori, i docenti, i predicatori,
i Dottori, i Vescovi, il Papa» (G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 33-34).
Cf., además, DsC, 6, 113, 115, 123, 212.
122
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 122.
PARTE II
DESARROLLO

CAPÍTULO 5

LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA

Después de haber revisado la vida, la formación y los principales rasgos de la


aproximación eclesiológica del Papa Pablo VI, no llama la atención encontrarse con
que, una vez elegido Sumo Pontífice, haya querido dedicar su primera encíclica
precisamente a la Iglesia, tema tan querido para él y entonces también en el centro del
debate conciliar.
Nos proponemos examinar a continuación las características más saltantes de ésta,
su encíclica programática. No es nuestro deseo, sin embargo, analizar en detalle la
Ecclesiam Suam1. Queremos tan sólo presentar una visión de conjunto que nos permita
ubicar nuestra investigación sobre la conciencia de la Iglesia en el marco global del
documento pontificio.

1
Aunque no son muchos, existen ya sugerentes estudios al respecto. Cf., p.ej., PABLO VI, Ecclesiam
Suam. Los caminos de la Iglesia, hoy, edición comentada por los Rdos. J. BIGORDÁ, C. MARTÍ y J.M.
ROVIRA BELLOSO, Barcelona 1964; Ecclesiam Suam, con introducción general y comentarios de los
profesores L. GERA, P. GELTMAN y C. GIAQUINTA, Buenos Aires 1964; P. RODRÍGUEZ, Renovación de
la Iglesia. Comentarios a la encíclica “Ecclesiam Suam”, Madrid 1964 (incluido posteriormente, con
algunos retoques y bajo el título «De la encíclica “Ecclesiam Suam” a la Constitución “Lumen
gentium”», en su libro La Iglesia: misterio y misión, 17-48); PAUL VI, Encyclique Ecclesiam Suam,
introduction et notes par L’ACTION POPULAIRE, Paris 1964; F. GARCÍA-SALVE, ed., Comentario eclesial
a la “Ecclesiam Suam”, Bilbao 1965; INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de
Pablo VI. Comentarios a la “Ecclesiam Suam”, Madrid 1965; R. SPIAZZI, Ecclesia Suam. L’enciclica
del dialogo, Torino 1965; ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI,
Brescia – Roma 1982.
164 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

5.1. Consideraciones generales


Nos encontramos, en primer lugar, ante una “carta encíclica” del Sumo Pontífice.
Se trata, pues, de un escrito formal y autorizado del magisterio ordinario pontificio, que
suele tener por motivo ya sea salir al paso de un problema doctrinal aclarando una
verdad del depósito sagrado, ya sea exhortar a los fieles a poner en práctica un
determinado misterio de la fe o un aspecto de la vida cristiana. Como el mismo
Pablo VI explicó en una presentación anticipada de su encíclica durante una audiencia
general, la Ecclesiam Suam
si può ascrivere a questa seconda categoria. Non tratta perciò questioni teologiche o
dottrinali particolari, sebbene tante di tali questioni siano presenti alla Nostra apostolica
attenzione. Abbiamo voluto astenerci dall’assumere qualche specifica trattazione, sia
perché non Ci sembra conforme all’indole della prima Enciclica d’un Papa, la quale vuol
essere piuttosto discorsiva e confidenziale; sia perché non abbiamo di proposito voluto
entrare in temi che il Concilio Ecumenico ha messo nel suo programma. Ci limitiamo a
stabilire un rapporto epistolare e spirituale con i Nostri Fratelli Vescovi, ora che l’arcano
disegno di Dio Ci ha posti fra loro come Capo della Chiesa Cattolica e come Vicario di
Cristo. La Nostra lettera è precisamente un annuncio qualificato della Nostra assunzione
alla Cattedra di S. Pietro; ed è una manifestazione dei Nostri sentimenti e dei Nostri
pensieri, piuttosto che un’esposizione obbiettiva ed organica d’un dato tema. Parliamo
preferibilmente del Nostro animo e degli atteggiamenti, che vorremmo indurre negli animi
dei Vescovi e dei fedeli, che non di problemi particolari2.
Y al inicio de la misma destaca, como una característica propia, que «no quiere esta
nuestra encíclica revestir carácter solemne y propriamente doctrinal, ni proponer
enseñanzas determinadas, morales o sociales, sino que simplemente quiere ser un
mensaje fraterno y familiar» (ES 6).
Siguiendo con la innovación que introdujo San Juan XXIII en su encíclica Pacem
in terris (1963), la Ecclesiam Suam no está dirigida solamente «a los venerables
hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y otros Ordinarios en paz y
comunión con la Sede Apostólica» —como hasta entonces era costumbre—, sino
también «al clero y fieles de todo el mundo y a todos los hombres de buena voluntad».
Aunque el Santo Padre ha pensado en primera instancia en los obispos y en todos los
que conforman el Cuerpo Místico de Cristo —del que acaba de ser elegido su Vicario—,
sus palabras y sus deseos se extienden hacia todas las personas, más allá de los confines
de la comunidad eclesial. Así pues, desde el saludo inicial se percibe su intención
apostólica y dialogal.
Se trata, además, de una encíclica “programática”. Como el mismo adjetivo lo
indica, suele calificarse de este modo a la primera carta circular de un Pontífice recién
electo y que le sirve para presentar a la Iglesia el “programa” que piensa desarrollar en
su ministerio petrino. Es precisamente eso lo que se propone Pablo VI con este
documento: «manifestaros algunos de nuestros pensamientos, que destacan sobre los

2
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964. Conviene notar, sin embargo, que «si bien la encíclica no es
“doctrinal”, es la del Pastor que vela por la integridad de la doctrina» (L.J. LEFÈVBRE, «L’encyclique
“Ecclesiam Suam” et le Concile», La Pensée Catholique 91 [1964], 6).
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 165

demás en nuestro espíritu y que nos parecen útiles para guiar prácticamente los
comienzos de nuestro ministerio pontifical» (ES 4).
El texto original, relativamente extenso —111 numerales organizados en tres
capítulos3—, fue enteramente redactado en italiano, a mano, por el propio Papa Montini
—se conserva aún el manuscrito autógrafo de la encíclica—. Y en ella el Santo Padre no
sólo plasmó su plan de trabajo como Sucesor de San Pedro, sino que, además, como es
evidente, le imprimió un sello característico, peculiar, con ese estilo de escritura tan
íntimo y espiritual que lo caracterizaba. «Esta encíclica —en palabras de Henri de
Lubac— tiene su originalidad propia. Ella es, simplemente, montiniana»4. Rompió
entonces también con lo que hasta ese momento había sido el tono usual en las
encíclicas pontificias.
El documento, por otra parte, está datado el 6 de agosto de 1964, «en la Fiesta de la
Trasfiguración de Nuestro Señor Jesucristo», un poco más de un año después de haber
asumido la Cátedra de Pedro —las múltiples actividades que hubo de afrontar en los
primeros meses de su ministerio, incluida la segunda sesión del Concilio Vaticano II,
explican el relativo atraso en su publicación—. La elección de esta fecha resulta
significativa, en primer término por el evidente relieve que quiere darle a Cristo en su
encíclica y en todo su pontificado, pero también porque precisamente un día como ése,
14 años después, el Papa Montini sería llamado por Dios a su presencia5.
Esa centralidad cristológica que, como hemos visto en el capítulo anterior, es un
acento que caracterizó todo su pensamiento teológico y de manera especial su
aproximación a la Iglesia6, quedó aún más patente en la elección del título de la carta:
Ecclesiam Suam7. Se percibe aquí claramente una alusión indirecta al pasaje del

3
Unas 15,800 palabras en italiano, y unas 17,400 en su traducción al castellano.
4
H. DE LUBAC, «Paul VI vu à travers “Ecclesiam Suam”», Choisir 65 (1965), 18. El futuro Obispo de
Astorga, por su parte, destaca: «Esta encíclica es uno de los documentos pontificios más originales que
han emanado del magisterio pontificio en los últimos decenios de la historia del Papado. No sólo por el
hecho de haber sido escrita personalmente por el mismo Sumo Pontífice en toda su integridad, sino por
el contenido mismo del documento» (A. BRIVA, «La Iglesia reflexiona sobre sí misma», en INSTITUTO
SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de Pablo VI, 148). Y el editorial de la revista Religión y
cultura añade que en ella encontramos «el retrato de Juan Bautista Montini, porque en sus páginas está
presente su alma entera, su pensamiento, con toda la riqueza de su cultura y conocimiento del mundo de
Dios y del de los hombres; su corazón, que a veces se abre sin recelo y otras se le percibe comprimido
por el deber de enfrentarse con la realidad; su tacto exquisito, para decirlo todo, sin una palabra hiriente
o dura; su conciencia de Vicario de Cristo, unida a su humildad y respeto a los Padres del Concilio»
(«La primera encíclica de Pablo VI», editorial de Religión y cultura 9 [1964], 324).
5
Es interesante notar asimismo que en los sucesivos aniversarios de su publicación, el 6 de agosto de los
años siguientes, Pablo VI publicará otros documentos, como queriendo reafirmar que se encuentran en
línea de continuidad con su encíclica programática: en 1966, la carta apostólica Ecclesiae Sanctae, con
la que promulga las normas para la aplicación de algunos decretos del Concilio Vaticano II (Christus
Dominus, Presbyterorum ordinis, Perfectae caritatis y Ad gentes); y en 1967, la carta apostólica Pro
comperto sane, por la que algunos obispos diocesanos que no han sido creados Cardenales son
llamados a incorporarse como miembros en las Congregaciones de la Curia Romana.
6
Cf. supra, 4.3.3.
7
Advirtiendo ello, Henri de Lubac subrayaba: «¿Se ha notado toda la intención contenida en la elección
de las dos primeras palabras, que, según se acostumbra, constituyen el título del documento? Ecclesiam
166 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Evangelio según San Mateo en el que el Señor, dirigiéndose a San Pedro luego de su
confesión de fe —seis días antes de la Transfiguración (cf. Mt 17,1ss)—, le dice: «Sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18)8. Y se descubren asimismo los ecos de unas
palabras de San Ambrosio de Milán que el Arzobispo Montini recoge en uno de sus
discursos: «“fulget... Ecclesia non suo, sed Christi lumine”, “splende non di propria
luce, ma di quella di Cristo”»9. Es ésta, por lo demás, una expresión muy querida al
Papa Montini, que la utiliza con frecuencia, ya sea en la misma forma que aparece en el
título de la encíclica —«Su Iglesia»10—, ya sea como «Iglesia de Cristo»11, «Iglesia de
Jesucristo»12 o «Iglesia de Jesús»13. Así pues, desde el título y el primer párrafo de su

suam: la Iglesia es la Iglesia de Jesucristo. Ella viene de Él, ella conduce a Él, ella le pertenece a Él»
(H. DE LUBAC, «Paul VI vu à travers “Ecclesiam Suam”», Choisir 65 [1965], 18). Y Mons. Cipriano
Calderón indicaba: «Lo más impresionante y significativo, lo que más me gusta de la Encíclica, son
precisamente esas palabras Ecclesiam suam, que revelan claramente la fina concepción, la clara idea
teológica que Pablo VI tenía de la Iglesia. La Iglesia es de Jesús: Ecclesiam suam. Hay que
comprender bien esto, entenderlo en profundidad. La Iglesia no es del Papa ni de los Obispos, ni de los
curas o de los fieles. La Iglesia es de Cristo, Hijo de Dios: la Iglesia del Verbo Encarnado» (C.
CALDERÓN, «Perfil de Pablo VI», Ecclesia. Revista de cultura católica 2 [1997], 192).
8
Se trata, en este caso, solamente de una alusión indirecta, pues el primer párrafo no recoge el
mencionado texto de San Mateo ni tampoco remite a él. Sí aparece citado, en cambio, en el n. 32 de la
encíclica. Pablo VI alude explícitamente a esa cita bíblica unas 59 veces en diferentes momentos de su
ministerio, muchas de ellas haciendo referencia a Cristo como el Arquitecto o Constructor de la Iglesia.
Cf., p.ej., Audiencia general, 12/5/1965; Audiencia general, 16/6/1965; Homilía al promulgar cinco
documentos conciliares, 28/10/1965; Discurso al Sacro Colegio de Cardenales, 24/6/1966; Audiencia
general, 4/5/1966; Audiencia general, 9/11/1966; Audiencia general, 16/11/1966; Audiencia general,
11/9/1968; Homilía en Pentecostés, 25/5/1969; Carta apostólica Sollicitudo omnium Ecclesiarum,
24/6/1969; Audiencia general, 27/8/1975, Meditación a la hora del Angelus, 7/12/1975; Audiencia
general, 14/7/1976; Audiencia general, 8/9/1976; etc. Cf. también G.B. MONTINI, «Note giovanili»,
nota 30, NotIPVI 27 (1994), 24; ACD, 74-75; DsC, 99 y 120.
9
SAN AMBROSIO DE MILÁN, Hexameron, IV,32; cf. De obitu Theodosii, 38. Cf. G.B. MONTINI,
«Sant’Ambrogio e il suo amore alla Chiesa», 7/12/1958, en DsMS, 226; DSM II 2463. Años más tarde
Pablo VI citará otro texto inspirador del mismo San Ambrosio: «Ma a noi preme concludere con una
citazione notissima, ma confacente al caso nostro, quella che si trova nel commento al Salmo XL, dove
S. Ambrogio, con l’abituale facilità a introdurre nel contesto della trattazione un riferimento scritturale,
scrive: “Questi è Pietro, e su questa pietra edificherò la mia Chiesa (Mt 16,18). Dove dunque è Pietro,
ivi è la Chiesa; dov’è la Chiesa, lì non c’è assolutamente morte, ma la vita eterna” (PL 14, 1134)»
(PABLO VI, Homilía en la celebración del XVI centenario de la ordenación episcopal de San Ambrosio,
7/12/1974).
10
En su magisterio pontificio la utiliza no menos de 335 veces, desde el primero hasta el último año de su
pontificado (cf., p.ej., PABLO VI, Discurso a la Acción Católica, 30/7/1963; Credo del Pueblo de Dios,
30/6/1968, 19; Mensaje para la XIV Jornada Mundial de las Vocaciones, 1/2/1978). Y de éstas, 2 en la
Ecclesiam Suam (ES 1 y 105). Cf. también DsC, 10, 12, 72, 73, 80, 84, 98, 169, 201, 224, 235;
«Presentación del Calendario Litúrgico Ambrosiano», 1958, NotIPVI 10 (1985), 40; «Presentación del
Calendario Litúrgico Ambrosiano», 1960, NotIPVI 10 (1985), 44.
11
En su magisterio pontificio la utiliza unas 171 veces (cf., p.ej., Discurso a la Curia Romana, 21/9/1963,
Homilía en la Jornada Mundial de la Paz, 1/1/1978). Y de éstas, 4 en la Ecclesiam Suam (ES 7, 20,
103, 105). Cf. también DsC, 46, 79, 81, 83, 123, 126, 144, 156, 207, 213; RC-LC, 15.
12
En su magisterio pontificio la utiliza unas 8 veces (cf., p.ej., Discurso a peregrinos del Piemonte,
19/3/1968; Audiencia general, 29/8/1973; Gaudete in Domino, 9/5/1975, III; Evangelii nuntiandi,
8/12/1975, 28; Discurso al Sacro Colegio, 23/6/1978, 2).
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 167

encíclica programática el Santo Padre quiere destacar que no se trata de una comunidad
humana, sino que «Jesucristo ha fundado su Iglesia» (ES 1). Por ello desea el Papa
«invitar a todos a realizar un vivo, un profundo, un consciente acto de fe en Jesucristo
Nuestro Señor» (ES 17), sabiendo que la Iglesia «tiene necesidad de experimentar a
Cristo en sí misma» (ES 20) y preguntándose si
¿No tenemos ante la mente toda la riquísima doctrina de San Pablo, el cual no cesa de
recordarnos: Sois vosotros una sola cosa en Cristo (Gál 3,28), y de recomendarnos: ...que
crezcamos en todo, llegándonos a Aquel que es nuestra Cabeza, Cristo; de quien todo el
cuerpo... (Ef 4,15-16), y de advertirnos: Cristo lo es todo en todos (Col 3,11)? Bástenos,
por todos, recordar, entre los maestros, a San Agustín: “...Felicitémonos y seamos
agradecidos. No sólo por haber sido hechos cristianos, sino Cristo. ¿Os dais cuenta,
hermanos; comprendéis el don que Dios nos ha hecho? Llenaos de admiración y de gozo.
Hemos llegado a ser Cristo. Porque si Él es la cabeza, nosotros somos los miembros: el
hombre total, Él y nosotros... La plenitud, pues, de Cristo: la cabeza y los miembros. ¿Cuál
es Cabeza y cuáles los miembros? Cristo y la Iglesia” (Trat. Ev. de San Juan, 21,8: PL 35,
1568) (ES 31).
Esas mismas palabras que sirven de título a la encíclica —Ecclesiam Suam— nos
revelan también con claridad el tema del documento: la Iglesia peregrina. No sorprende
esta elección por parte del Santo Padre, pues, como ya hemos visto, ése era
precisamente una de las realidades que más inflamaban su corazón, en la que había
centrado sus estudios y a cuyo servicio había consagrado su vida14. Su elección como
Pastor universal de esa Iglesia peregrina debe de haber despertado en él una serie de
reflexiones que buscó plasmar y transmitir en su encíclica programática.
El subtítulo de la carta, que suele dar luces respecto al contenido concreto del
documento, precisa que tratará «Per quali vie la Chiesa Cattolica debba oggi adempire il
suo mandato». En otras palabras, lo que el Santo Padre quiere es exponer las líneas
maestras de «quello che Noi pensiamo debba fare oggi la Chiesa per essere fedele alla
sua vocazione e per essere idonea alla sua missione. Parliamo cioè della metodologia
che la Chiesa, a parer Nostro, deve seguire per camminare secondo la volontà di Cristo
Signore»15.

5.2. Estructura y contenido


En efecto, como explica el Papa Montini en una breve introducción (ES 1-12) —en
la que también presenta las motivaciones de la encíclica (ES 1-5) y expone por qué no

13
En su magisterio pontificio, hasta donde hemos podido ver, la utiliza solamente 2 veces (cf. Audiencia
general, 22/6/1966; Homilía en el aniversario del inicio de su pontificado, 29/6/1972). Cf. también
DsC, 13.
14
Cf. supra, 4.3. Mons. Paupini, entonces Nuncio Apostólico en Colombia, lo formulaba en estos
términos: «La Iglesia ha constituido siempre para nuestro Santísimo Padre el Papa Paulo VI, algo así
como la pasión de su vida. […] El Papa Paulo VI es un verdadero especialista en temas eclesiales. […]
Nada de extraño, pues, que el Papa al escoger el tema para su primera Encíclica, hubiera escogido el de
“La Iglesia”, ya que ella ha sido la meditación y la vivencia de su vida toda» (J. PAUPINI, «“Ecclesiam
Suam”. Presentación», RevJav 62 [1964], 409-410).
15
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964. Por ello, en esta misma ocasión, señala que «possiamo forse
intitolare questa Enciclica: le vie della Chiesa» (ibid.).
168 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

ha abordado en ella otros temas importantes en la vida del mundo y de la Iglesia (ES 10-
12)—, «tres son los pensamientos que agitan nuestro espíritu» (ES 7) y que se traducen
a su vez, en aquella «hora de intensa actividad y de tensión tanto de su interior
experiencia espiritual como de su exterior esfuerzo apostólico» (ES 5), en la «triple
tarea de la Iglesia» (ES 6).
El primero es «el pensamiento de que es ésta la hora en que la Iglesia debe
profundizar la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio,
debe ahondar, para enseñanza propia y para propia edificación, la doctrina, para ella
conocida, y en este último siglo aclarada y difundida, sobre el propio origen, la propia
naturaleza, la propia misión, el propio destino final» (ES 7). A ello dedicará el capítulo I:
«La cociencia» (ES 13-35), sección del documento que es al mismo tiempo «la más
difícil, la más original y la clave de todo lo que sigue»16. Como en ella centraremos
nuestro estudio, no nos detenemos en mayores explicaciones. Sólo hacemos notar, por
el momento, que Pablo VI califica a este primer camino que la Iglesia debe recorrer
como «espiritual»17.
En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, «deriva de esta iluminada y
operante conciencia un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia cual
Cristo la vio, quiso y amó, como su esposa santa e inmaculada (cf. Ef 5,27), y el rostro
real cual hoy la Iglesia presenta» (ES 8), un rostro que si bien ha permanecido fiel a lo
largo de la historia a las enseñanzas de su divino Fundador y a las mociones del Espíritu
Santo, nunca podrá ser «suficientemente perfecto, suficientemente bello, suficientemente
santo y luminoso, como quería aquel divino concepto informador» (ES 8). De ahí surge
«una necesidad generosa y casi impaciente de renovación» (ES 8). Así pues, «cuál es el
deber actual de la Iglesia de corregir los defectos de los propios miembros y de hacer
tender a éstos a mayor perfección, y cuál es el método para alcanzar con sabiduría tan
gran renovación es el segundo pensamiento que ocupa nuestro espíritu» (ES 8) —éste
será el tema del capítulo II: «La renovación» (ES 36-53), el más breve de los tres, al que
el Santo Padre denomina camino «moral»18—. Se trata de una exigencia que brota de la
Iglesia misma y de su fidelidad a Cristo (ES 36), pero que también es estimulada
exteriormente (ES 37). Como es evidente, esta renovación deberá seguir algunos
criterios espirituales fundamentales (ES 39-42), y no ha de entenderse ni como una

16
U. DOMÍNGUEZ DEL VAL, O.S.A., «La eclesiología en los últimos años (1950-1964). Orientaciones
bibliográficas», Salmanticensis 12 (1965), 320. De igual forma se expresa Joaquín Salaverri, S.J.: «La
primera parte de su encíclica [es] la más breve, pero la más original y profunda y la verdadera clave de
toda la encíclica» (J. SALAVERRI, «Naturaleza de la Iglesia», en INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El
diálogo según la mente de Pablo VI, 172-173). En términos similares, L. de Castro opina que «esta
parte de la encíclica fue tal vez la que menos llamó la atención del público; pero […] es tal vez la más
importante y original» (L. DE CASTRO, «A primeira encíclica de Paulo VI e a reabertura do Concilio»,
Brotéria 79 [1964], 333). Mientras que la Nouvelle Revue Théologique llega a decir: «La primera parte
de la encíclica, cuyas otras dos, por importantes que sean, no constituyen sino sólo corolarios, está
completamente consagrada a este tema [el de la conciencia]» («“Ecclesiam Suam”. Le première
Encyclique de S.S. Paul VI», editorial de NRTh 9 [1964], 914).
17
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964.
18
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 169

adaptación al espíritu del mundo (ES 43-45) ni tampoco como una inmovilidad de las
formas o como una negativa a asumir los valores positivos del orden temporal (ES 46).
Es más bien lo que San Juan XXIII tenía en mente cuando hablaba de aggiornamento, o
lo que el Papa Benedicto XVI llamó años más tarde “renovación en continuidad”. Lo
más importante, en consecuencia, no son tanto los cambios exteriores que puedan
implementarse, sino la actitud interior de obedecer a Cristo (ES 47). Aunque no
pretende en esta ocasión desarrollar el programa renovador en detalle (ES 48-49), sí se
detiene en dos indicaciones que le parecen particularmente relevantes: el espíritu de
pobreza (ES 50-51) y el espíritu de caridad hacia Dios y hacia nuestro prójimo (ES 52).
Todo ello tiene, finalmente, en María Santísima el modelo acabado, y a Ella hemos de
encomendarnos para que nos ayude en la regeneración espiritual y moral de la Iglesia
(ES 53)19.
Y, en tercer lugar, como corolario, el deber de impulsar «las relaciones que hoy la
Iglesia debe establecer con el mundo que la rodea, y en el que ella vive y trabaja» (ES
9), esto es, fomentar el «diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno» (ES 9), lo que
forma parte de su misión. Es ésta, por lo demás, una misión rica y compleja, dado que
nos encontramos ante «un mundo que ofrece a la Iglesia no una, sino cien formas de
posibles contactos, abiertos y fáciles algunos, delicados y complicados otros, hostiles y
refractarios a un coloquio amistoso, por desgracia, hoy muchísimos» (ES 9) —ello
constituye el capítulo III: «El diálogo» (ES 54-111), el más extenso de la encíclica y al
que su autor designa como camino «apostólico»20—. Se trata de una necesidad de
diálogo que brota como exigencia del Evangelio (ES 54), que forma parte de su
ministerio apostólico y de su misión evangelizadora (ES 59), y que por lo mismo no
puede hacer olvidar a los hijos de la Iglesia su condición cristiana (ES 55-57). Dicho
diálogo —cuyas principales características se delinean (ES 65-75)— tiene su origen
trascendente en la intención de Dios mismo de revelarse al hombre, de entablar un
coloquio con él (ES 64), y por ello debe procurar adecuarse a la realidad de las personas
a las que se dirige, debe acercarse al hombre de hoy (ES 79), sin que esto suponga, sin
embargo, ni una atenuación de su propia identidad ni una renuncia a la verdad (ES 80-
81), como tampoco ha de hacer olvidar que la predicación continúa teniendo un puesto
de primer orden en la misión de la Iglesia (ES 83-84). Utilizando la imagen de los
círculos concéntricos, el Santo Padre plantea que el diálogo debe entablarse, en primer
lugar, con la humanidad en cuanto tal, con el mundo (ES 91-99), lo que incluye a los
que no profesan religión alguna, a los ateos y a los que se oponen incluso a la religión

19
El tema de la renovación de la Iglesia suscitó varias y ricas reflexiones en G.B. Montini desde cuando
era un joven sacerdote. Sólo a manera de muestra recogemos este fragmento de 1932: «Io penso, io
prego che la perenne rinnovazione di cui la Chiesa ha bisogno, debba germinare per di dentro, per
l’aderenza che le correnti vive ed operanti e giovanili vogliono conservare con la struttura
dell’organismo cattolico e non debba affermarsi come sola idea, molto facile a formularsi, ma come
vita di verità e di carità, esigente il silencioso sforzo della nostra opera in comunione colla gerachia e i
fratelli» (G.B. MONTINI, «Carta a Mario Bendiscioli», 23/11/1932, Coscienza 8-9 [1978], 9). Cf.
también, entre otros muchos textos, DsC, 113, 117, 173-176, 213, 235-237; RC-LC, 18; DsCon, 157,
205-208.
20
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964.
170 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

(ES 92). Un segundo círculo comprende a los que creen en Dios (ES 100-101). En el
siguiente círculo, el tercero, se encuentran los hermanos cristianos separados, con
quienes el diálogo asume el calificativo de ecuménico (ES 102-105). Finalmente, el
diálogo al interior de la Iglesia católica (ES 106-109), que ha de estar caracterizado por
la caridad y la obediencia (ES 107), lejos de todo espíritu de independencia, crítica o
disidencia (ES 108). Unos muy breves párrafos conclusivos (ES 110-111) sirven para
que Pablo VI exclame lleno de esperanza que hoy la Iglesia está más viva que nunca y
confíe la realización de estas tareas a la colaboración de todos los miembros del Cuerpo
de Cristo21.
Se trata, como se puede ver —y así se esfuerza el Santo Padre por
puntualizarlo22—, de tres tareas que se implican entre sí y que se suponen la una a la
otra, no pudiéndose avanzar en alguna de ellas relegando o dejando de lado las dos
restantes. Son, pues, como las tres caras de una misma figura o los tres peldaños de una
escalera. La toma de conciencia lleva ineludiblemente al deseo de renovación e incita a
cumplir con la propia misión, buscando para ello entablar un diálogo con el mundo. Sin
embargo, un intento de renovación que no parta de la propia identidad así como un
diálogo que no esté firmemente anclado en la conciencia de sí conducen
inevitablemente a la alienación, a la enajenación. Renovarse es volver a ser uno mismo
con mayor fidelidad, y como la misión forma parte de la propia identidad, es también
emprender con nuevo vigor un diálogo evangelizador con el mundo. Al mismo tiempo,
cumplir fielmente con la propia misión fortalece la identidad y es un aliciente, incluso
una exigencia, que obliga a la renovación.
Tampoco el orden propuesto por el Pontífice es casual. Si bien no es preciso
culminar completamente con una tarea para iniciar la siguiente —lo que, por otro lado,
resultaría imposible, pues cada una de ella es un proceso permanente e inagotable, que
debe reiniciarse continuamente—, y si bien todas han de ser llevadas a cabo en
simultáneo, retroalimentándose mutuamente, se trata de una secuencia, de un itinerario,
en el que cada paso sirve de base para el posterior. A la toma de conciencia le sigue la
renovación, y a ambas, la misión, el diálogo con el mundo. Completando la imagen que
hemos sugerido anteriormente, puede decirse que los tres temas se concatenan y repiten
como en una escalera en espiral.

5.3. Antecedentes inmediatos de la Ecclesiam Suam


Todas éstas son reflexiones que, como ya hemos observado, el Santo Padre venía
madurando desde muchos años atrás en su corazón y que había abordado asimismo en
diversos escritos y circunstancias. Sin embargo, la convocatoria del Concilio

21
También al diálogo, en sus distintas expresiones, dedicó G.B. Montini varios pensamientos en sus años
anteriores al pontificado. Cf. p.ej., entre otras muchas referencias, DsC, 34, 39, 96, 151, 161; RC-LC,
18, 30; DsCon, 157, 210; DPM, 154; «Discorso ai superiori e alunni del seminario di Venegono»,
10/6/1963, ScCatt 116 (1988), 566.
22
Cf., p.ej., ES 8, que comienza indicando que «deriva de esta iluminada y operante conciencia...», y ES
9, donde señala: «El tercer pensamiento nuestro y vuestro ciertamente que brota de los primeros ya
enunciados...» (los subrayados son nuestros).
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 171

Vaticano II le dará una ocasión privilegiada para plasmarlos de manera ordenada,


sirviendo de antesala a su encíclica programática. Nos referimos en concreto a tres
textos —dos de ellos de su tiempo como Arzobispo de Milán y el tercero ya como
Pontífice— que pueden ser considerados como los antecesores inmediatos de la
Ecclesiam Suam23.

5.3.1. La carta al Cardenal Amleto Cicognani24


El primero de ellos es la carta que, una semana después de iniciado el Concilio —el
18 de octubre de 1962—, le dirigió al Cardenal Amleto Cicognani, entonces Secretario
de Estado del Papa Juan XXIII, preocupado junto con otros hermanos en el episcopado
por el hecho «della mancata, o almeno della non annunciata esistenza d’un disegno
organico, ideale e logico, del Concilio»25. Propone que éste «deve essere polarizzato
intorno ad un solo tema: la santa Chiesa»26. En otras palabras, sugiere que «la santa
Chiesa dev’essere l’argomento unitario e comprensivo di questo Concilio»27. A ello
añade el deseo de que el Vaticano II comience «con un pensiero a Gesù Cristo, nostro
Signore. Egli deve apparire come il principio della Chiesa, che ne è l’emanazione e la
continuazione. L’immagine di Gesù Cristo, come il Pantocrator delle Basiliche antiche
deve dominare la sua Chiesa riunita d’intorno e dinanzi a Lui»28.
Luego «si concentra sul “mistero della Chiesa”»29 y esboza un posible esquema
para las sesiones conciliares. En la primera sesión la reflexión podría centrarse en «“che
cosa è la Chiesa”»30. De este modo
la Chiesa prende perfetta coscienza di se stessa, dimostra la sua fedele derivazione dal
Vangelo, ricompone i suoi quadri, i suoi organi, le sue gerarquie; cioè definisce il suo
diritto costituzionale, non solo sotto l’aspetto giuridico di società perfetta, ma anche sotto
altri aspetti suoi propri di umanità vivente di fede e di carità, animata dallo Spirito Santo,
amata come Sposa da Cristo, una e cattolica, santa e santificante31.

23
Aunque pronunciada en un contexto menos amplio, de alguna manera también podría añadirse a esta
lista de “antecesores” de la Eclesiam Suam su intervención en un Congreso de estudio para sacerdotes
que se celebró en Varese el 6/2/1963. En esa valiosísima conferencia señala que el Vaticano II «quiere
ser un Concilio de “reforma”», es un «Concilio que invita a la Iglesia a tomar conciencia de sí», y a
partir de ahí «el Concilio quiere que nos comuniquemos con el mundo que nos circunda, con los varios
círculos de relación que están en torno a nosotros», abriéndose de esa manera «la posibilidad de un
coloquio nuevo» (cf. G.B. MONTINI, «I sacerdoti e il Concilio ecumenico», 6/2/1963, en DsCon, 202-
213; los subrayados son nuestros). Cf. infra, 6.2, nota 55, donde recogemos una extensa cita de esta
intervención sobre la conciencia de la Iglesia.
24
Cf. G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, NotIPVI 7 (1983), 11-14 (en
las pp. 15-18 aparece un facísimil de parte de la carta autógrafa). También publicada con el título de
«Il disegno ideale» en DSM III 5366-5370.
25
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, NotIPVI 7 (1983), 11.
26
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 1, NotIPVI 7 (1983), 12.
27
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 1, NotIPVI 7 (1983), 12.
28
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 2, NotIPVI 7 (1983), 12; el
subrayado es nuestro.
29
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 4, NotIPVI 7 (1983), 12.
30
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 4, NotIPVI 7 (1983), 13.
31
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 4, NotIPVI 7 (1983), 13.
172 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Una segunda sesión podría estar dedicada a «considerare la missione della Chiesa; che
cosa fa la Chiesa. Operari sequitur esse»32. Aquí se abordaría «le molteplici attività
della Chiesa»: Ecclesia docens, orans, regens, patiens, etc.33. Y, finalmente, en una
tercera sesión podrían tratarse «le relazioni della Chiesa col mondo ch’è intorno, fuori e
lontano da lei»34, distinguiendo, por ejemplo, «1) le relazioni con i fratelli separati [...];
2) le relazioni con la società civile (la pace, i rapporti con gli Stati, ecc.); 3) le relazioni
col mondo della cultura, dell’arte, della scienza...; 4) le relazioni col mondo del lavoro,
dell’economia, ecc.; 5) le relazioni con le altre religioni; 6) le relazioni con i nemici
della Chiesa; ecc.» 35.
Los paralelismos y puntos de encuentro con la Ecclesiam Suam son tan notorios,
que no necesitan mayor comentario.

5.3.2. La intervención en el aula conciliar sobre el esquema De Ecclesia36


A esta carta se añade su intervención en la XXXIV Congregación General del
Vaticano II, el 5 de diciembre de 1962, para comentar el esquema De Ecclesia, que
entonces se estaba discutiendo. Desde el principio muestra su conformidad con las
opiniones de otros padres conciliares para quienes «la cuestión de Ecclesia constituye el
tema principal de este Concilio Ecuménico»37, y declara reforzando dicha postura:
«¿Qué es la Iglesia? ¿Qué hace la Iglesia? Éstos son como los dos ejes sobre los que es
preciso disponer todas las cuestiones de este Concilio. El misterio de la Iglesia y la
misión de la Iglesia a ella confiada y que debe llevar a cabo: ¡he aquí el tema sobre el
que el Concilio debe girar!»38. E incluso poco después añade: «Todos reclaman que en
este Concilio la Iglesia exprese con claridad y conocimiento de causa su propia
naturaleza, la misión eterna que se le ha confiado, las acciones que en estos tiempos le
son propias»39.

32
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 5, NotIPVI 7 (1983), 13.
33
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 5, NotIPVI 7 (1983), 13.
34
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 6, NotIPVI 7 (1983), 13.
35
G.B. MONTINI, «Lettera al Cardinale Amleto Cicognani», 18/10/1962, n. 6, NotIPVI 7 (1983), 13.
36
Cf. G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4,
291-294; una traducción al castellano con varias imprecisiones (y que no seguimos en las citas que
reproducimos) puede encontrarse en INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA Y PASTORAL APLICADAS, Naturaleza
salvífica de la Iglesia, 11-15, y la versión en italiano aparece en ISTITUTO PAOLO VI, Giovanni Battista
Montini, Arcivescovo di Milano e il Concilio Ecumenico Vaticano II, 417-419. Señala el P. De la Hera:
«En esta intervención se contiene in nuce lo que, luego, sería el pensamiento más genuinamente
eclesiológico de Pablo VI. Fácil es percibir aquí los acordes musicales del discurso programático de la
apertura de la segunda sesión conciliar y de la Ecclesiam suam» (E. DE LA HERA, La noche
transfigurada. Biografía de Pablo VI, 463).
37
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
38
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
En este fragmento, como se puede apreciar, se encuentran las famosas preguntas: «Quid est Ecclesia?
Quid agit Ecclesia?» que, junto con las trascendentales palabras que el día anterior pronunció el Card.
Suenens en la misma circunstancia sobre la Ecclesia ad intra —¿Qué dices de ti misma?— y la
Ecclesia ad extra —diálogo con el mundo— supusieron un antes y un después para la Asamblea
conciliar (cf. ASCVII, I/4, 222-227).
39
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 173

Posteriormente enumera seis puntos que, en su opinión, podrían perfeccionarse


para mejorar el esquema en vistas a los objetivos del Concilio. Encabeza la lista la
necesidad de «destacar más vigorosamente la doctrina sobre las relaciones que existen
entre Cristo y la Iglesia»40, porque «la Iglesia es la continuación de Jesucristo; de Él
mana su vida; Él es el fin hacia el que tiende su vida»41. Por ello considera «que la
figura, el pensamiento y el espíritu de Cristo deben expresarse de una mejor manera en
el esquema»42, destacando aún más, si cabe, su ya notorio amor y devoción al Señor
Jesús.
Y un poco más adelante, al presentar sus consideraciones sobre los capítulos IX y
X del esquema —tercero de los puntos sobre los que se pronuncia ante la Asamblea43—
plantea «una cuestión sumamente importante y muy adecuada para nuestro tiempo:
cómo se puede entender y aceptar ciertamente en todas partes el derecho de la Iglesia a
anunciar el Evangelio a los hombres de hoy»44. No se trata únicamente de cumplir con
una tarea, sino de fijarse en los destinatarios de la Buena Nueva, comprender su
mentalidad y buscar la mejor forma de alcanzar su corazón.
Nuevamente la sintonía de este discurso con lo que después expresará en la
Ecclesiam Suam es patente.

5.3.3. El discurso inaugural de la segunda sesión del Vaticano II45


Y el tercer texto que sirve de antecesor y de clave hermenéutica de la Ecclesiam
Suam es el discurso que pronunció, una vez asumida la Cátedra de Pedro, al inaugurar la
segunda sesión del Concilio Vaticano II, el 29 de septiembre de 1963, a tan sólo tres
meses de su elección pontificia. Así lo señala el propio Pablo VI en aquella solemne
ocasión46, y a dicho discurso alude al comienzo de su encíclica programática47. Son

40
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
41
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
42
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 292.
43
Los otros puntos sobre los que el entonces Card. Montini llama la atención son: 2) la doctrina sobre el
episcopado y el modo como suele exponerse; 4) las dificultades acerca de designar al Cuerpo Místico
de Cristo con la expresión Iglesia «Romana», acerca del origen de la jurisdicción episcopal únicamente
en el Romano Pontífice, y acerca de la insuficiente definición de las relaciones entre el Colegio
Episcopal y su Cabeza; 5) el valor dogmático que cabe concedérsele a la Constitución o a sus
diferentes partes; y 6) la nueva revisión del esquema por parte de las Comisiones correspondientes y
del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.
44
G.B. MONTINI, «Intervención en la Congregación General XXXIV», 5/12/1962, en ASCVII, I/4, 293-
294.
45
Cf. AAS 55 (1962), 841-859. De nuevo el P. De la Hera se pronuncia: «El discurso contituyó no sólo el
programa del Concilio, sino también de todo el Pontificado de Pablo VI. Fue un preludio de la que
sería su primera encíclica, llamada también programática: la Ecclesiam suam (6-8-1964)» (E. DE LA
HERA, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI, 533).
46
«Era Nostra intenzione indirizzare a voi la Nostra prima Enciclica, come suggeriva l’uso tradizionale;
ma perché —così Ci siamo chiesti— comunicare per iscritto ciò che, per una felicissima e
particolarissima occasione, vogliamo dire questo Concilio Ecumenico, possiamo esprimere a voce ai
presenti? Non possiamo adesso esporre tutto quello che abbiamo in mente e che si tratta più facilmente
per iscritto. Ma per questa volta pensiamo che il presente discorso possa essere preludio tanto a questo
Concilio che alla Nostra missione pontificale. Questa volta dunque la Nostra voce faccia le veci
174 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

notables y abundantes los puntos en común que existen entre ambos documentos. Es
éste, además, un discurso de gran riqueza e importancia, en el que recoge la herencia
que su predecesor, San Juan XXIII, le ha legado y en el que traza, en continuidad con lo
que hasta entonces se venía trabajando, las líneas maestras de lo que habrá de abordar el
Concilio en sus próximas sesiones.
Nuevamente aparece destacada la centralidad de Jesucristo. Preguntándose por el
origen, el camino y la meta que hay proseguir, responde: «Diciamo Cristo, è il nostro
principio, Cristo è la nostra guida e la nostra via, Cristo è la nostra speranza e la nostra
meta»48, y continúa con un hermoso y extenso “himno cristológico”, deteniéndose de
manera especial en el vínculo con el cual
questa Chiesa santa e viva, che siamo noi, si unisce a Cristo, dal quale veniamo, per il
quale viviamo ed al quale aneliamo. Questa nostra assemblea qui radunata non brilli d’altra
luce se non di Cristo, che è la luce del mondo; i nostri animi non cerchino altra verità se
non la parola del Signore, che è il nostro unico maestro; non preoccupiamoci d’altro se non
di obbedire ai suoi precetti con una sottomissione fedele in tutto; non ci sostenga altra
fiducia se non quella che corrobora la nostra flebile debolezza, perché si fonda sulle sue
parole: “Ecco, io sono con voi tutti i giorni, fino alla fine del mondo” (Mt 28,20)49.
Se trata, por cierto, «della sua Chiesa, che è società spirituale e visibile, fraterna e
gerarchica, temporale nel presente, ma un giorno permanente in eterno»50.
Una vez sentado el fundamento cristocéntrico de la comunidad eclesial, el Papa
Pablo VI delinea los que considera deben ser los objetivos primarios del Concilio, y que
resume en cuatro: «la definizione o, se si preferisce, la coscienza di Chiesa, la sua
riforma, la ricomposizione dell’unità tra tutti i cristiani e il dialogo della Chiesa con gli
uomini contemporanei»51. Se trata, como se puede ver, prácticamente de los mismos
«caminos» que planteará luego en la Ecclesiam Suam, si bien entonces insertará el
tercero —la unión con los hermanos separados— dentro del cuarto —el diálogo—52.

dell’Enciclica che, con il benevolo aiuto di Dio, Noi speriamo inviarvi trascorsi questi giorni laboriosi»
(PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 1.4).
47
«Cuando por gracia de Dios tuvimos Nos la dicha de dirigir de viva voz nuestra palabra en la apertura
de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, en la fiesta de San Miguel Arcángel del año
pasado, a todos vosotros reunidos en la basílica de San Pedro, manifestamos el propósito de dirigiros
también por escrito, como es costumbre en el comienzo de cada pontificado, nuestra fraterna y paterna
palabra a fin de manifestaros algunos de nuestros pensamientos que destacan sobre los demás en
nuestro espíritu, y que nos parecen útiles para guiar prácticamente los comienzos de nuestro ministerio
pontifical» (ES 4).
48
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 3.3.
49
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 3.4.
50
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.6; el
subrayado es nuestro. La misma expresión «sua Chiesa» aparece también en otros dos momentos del
discurso (cf. nn. 2.5 y 3.6); y habla también de la «Chiesa di Cristo» (cf. nn. 4.4 y 6.2).
51
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 3.7.
52
Es interesante notar cómo, en la clausura de la segunda sesión conciliar, el Santo Padre retoma las
mismas ideas, y refiriéndose al tiempo del Concilio, destaca: «Rallegriamoci, Venerabili Fratelli!
Quando mai come ora la Chiesa [1] ha acquisito una così piena coscienza di se stessa, ha amato Cristo
con amore così intenso, [2] ha cercato di imitare Cristo con volontà così gioiosa, così concorde, così
dinamica, e si è infine [3] fatta così sollecita della missione a lei affidata?» (PABLO VI, Discurso en la
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 175

Respecto al primer objetivo, estima que «sia venuto ora il tempo nel quale si debba
più profondamente esaminare, riordinare, esprimere la verità sulla Chiesa di
Cristo»53. Es ésta, por cierto, una tarea que cada generación de cristianos debe
enfrentar —precisamente porque «la Chiesa è un mistero, cioè una realtà arcana che è
profondamente impregnata di presenza divina, e perciò è di natura tale da autorizzare
indagini nuove e sempre più intense di se stessa»54—, pero que las particulares
circunstancias internas y externas que vive entonces la comunidad eclesial exigen con
especial premura. Dicha conciencia de la Iglesia irá creciendo, además, en la medida en
que se vaya
aderendo con incrollabile fedeltà alle parole e alle affermazioni di Cristo, recependo con
riverente rispetto i sicuri insegnamenti della Sacra Tradizione, assecondando l’illuminazione
interiore dello Spirito Santo, che ora sembra chiedere questo alla Chiesa, che con tutte le
forze cerchi di far capire a tutti gli uomini che cosa essa sia55.
Ello debe llevar no sólo a un conocimiento más claro y preciso de la doctrina sobre la
Iglesia, sino también a un impulso mayor de «la sua missione differenziata e
salvifica»56.
«Il rinnovamento della Chiesa» es el segundo objetivo que ha de perseguir el
Concilio, y éste debe brotar «dalla cognizione del rapporto con cui la Chiesa è legata a
Cristo»57. En otras palabras, lo que la Iglesia ha de buscar es «rinnovare se stessa,
correggersi, riportarsi a quella conformità al suo divino modello, che per suo principale
dovere è tenuta ad emulare»58. Ello no debe llevar a creer, sin embargo, que lo que se
quiere es «sovvertire la vita attuale della Chiesa» o «rompere con le sue tradizioni»59,
como si la Iglesia hubiese traicionado la intención de su Fundador en cuestiones
fundamentales, sino más bien despojarse de toda forma caduca o defectuosa y volverla
auténtica y fecunda. En la parábola de la vid y los sarmientos se nos ofrece una buena
imagen de la labor a realizar: «Il tema del suo perfezionamento tocca la sua vitalità
interiore ed esteriore; al Cristo vivo deve corrispondere una Chiesa viva»60. Y dado que
la fe y la caridad son sus principios de vida, la renovación deberá procurar todo lo que
fortalezca la fe y honre la caridad. «Dobbiamo quindi aspirare alla “Chiesa della carità”,
se vogliamo che essa abbia la capacità di rinnovarsi seriamente e —ciò che è più arduo
e difficile— trasformare il mondo intero»61.
De la constatación de que, por un lado, «la Chiesa di Cristo è unica e deve essere
unica» y de que, por otro, esta ansiada unidad «non può essere realizzata se non con

clausura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 4/12/1963, 6; los números entre corchetes son
nuestros).
53
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.4.
54
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.2.
55
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.5.
56
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.7.
57
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 5.2.
58
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 5.2.
59
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 5.6.
60
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 5.7.
61
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 5.7.
176 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

un’unica fede, se non con la partecipazione agli stessi Sacramenti, se non con la
regolare adesione ad un unico ordinamento ecclesiastico»62 brota el tercer objetivo del
Concilio: «la ricomposizione dell’unità tra tutti i cristiani». Está claro que dicha unidad
dista mucho de identificarse con la uniformidad y admite diversidad de lenguas, ritos,
leyes y costumbres —incluso el Santo Padre alaba «il patrimonio religioso, ereditato
dagli antichi e comune a tutti, che i Fratelli separati hanno conservato ed in parte hanno
anche sviluppato»63—. Sin embargo, no es ésta una tarea fácil, pues subsisten
«questioni per loro natura gravi e complicate, che si devono studiare, discutere e
risolvere», por lo que es preciso esperar pacientemente el día de «la perfetta
riconciliazione»64, así como orar y poner «imploranti la Nostra fiducia in Dio»65.
Por último, el cuarto objetivo que se le presenta al Concilio es el de «allacciarsi alla
comunità umana contemporanea, stabilendo una sorta di ponte»66. De esta manera la
Iglesia «scopre e corrobora l’impegno missionario a lei assegnato, che è un suo dovere
capitale»67. Es preciso, por ello, que la Iglesia dirija su mirada a la realidad, pero ella lo
hace, conviene destacarlo, animada por la caridad: «Sappia con certezza il mondo che è
visto amorevolmente dalla Chiesa, che nutre per esso una sincera ammirazione ed è
mossa dallo schietto proposito non di dominarlo ma di servirlo, non di disprezzarlo ma
di accrescerne la dignità, non di condannarlo ma di offrirgli conforto e salvezza»68. Lo
primero que ella contempla con dolor es «la grande moltitudine di Nostri figli che per la
loro incrollabile fedeltà a Cristo e alla Chiesa sono sottoposti ad intimidazioni, a
vessazioni, a tribolazioni, ad oppressioni»69, así como la conculcación en algunos países
de la libertad religiosa y de otros derechos fundamentales del hombre. A ello se suman
otras calamidades, sobre todo «l’ateismo, che si è introdotto in parte della comunità
umana, turbando l’ordine delle cose in ciò che tocca la mentalità, la morale e la vita
sociale»70. Una atención particular le merecen algunos grupos de personas, como los
más necesitados y afligidos, los hombres de cultura, los trabajadores y los
gobernantes71. La mirada de la Iglesia se extiende también «più lontano, oltre i confini
della famiglia cristiana», hacia «le altre religioni che conservano il concetto e la nozione
di un Dio unico, creatore, provvido, sommo e trascendente la natura delle cose»72. Y,
finalmente, sus ojos se dirigen asimismo «agli altri e immensi campi dell’attività
umana»73, donde quiere hacer resonar su voz de esperanza y hacer llegar la luz de la
verdad, de la vida y de la salvación.

62
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 6.2.
63
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 6.11.
64
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 6.8.
65
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 6.12.
66
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.1.
67
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.1.
68
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.8.
69
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.5.
70
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.6.
71
Cf. PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.9-7.12.
72
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.13.
73
PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 7.15.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 177

5.4. La Ecclesiam Suam y el Concilio Vaticano II


La búsqueda de los antecedentes de la Ecclesiam Suam nos ha conducido a un tema
relevante, y es la estrecha relación que une a este documento con el evento conciliar. Al
igual que el inicio de su pontificado, la encíclica programática de Pablo VI vio la luz
mientras se estaba desarrollando el Vaticano II, entre su segunda y tercera sesión. Ello,
como es natural, marcó hondamente el contenido de la carta, e incluso puede afirmarse
que dio lugar a un proceso de mutuo enriquecimiento. En ese sentido es interesante
notar cómo ambos comparten el mismo tema central —la Iglesia—, ambos procuran el
mismo objetivo —el fortalecimiento de la identidad eclesial, la renovación y el
acercamiento al mundo, en el fiel cumplimiento de su misión—, y ambos esbozan
también el mismo programa —el misterio (Iglesia ad intra) y la misión (Iglesia ad
extra) del Cuerpo de Cristo—.
No sorprende, pues, que a lo largo de la encíclica el Santo Padre a cada paso haga
referencia al Concilio74, y que, con esa fineza que caracteriza todo su ministerio petrino,
constantemente manifieste también su explícita intención de no querer interferir ni en el
trabajo ni en las deliberaciones de los padres conciliares. Así, por ejemplo, en uno de los
párrafos introductorios advertirá: «Nos no pretendemos, sin embargo, decir cosas
nuevas ni completas; para esto está el Concilio Ecuménico; su obra no debe ser turbada
por esta nuestra sencilla conversación epistolar, sino, al contrario, honrada y alentada»
(ES 6)75. Y más adelante, en cada uno de los tres capítulos, reafirmará la misma idea76.

74
La Ecclesiam Suam alude explícitamente al Vaticano II en 20 de sus 111 numerales. Cf. ES 4, 6, 9, 12,
24, 26, 27, 28, 29, 38, 39, 46, 48, 61, 62, 82, 84, 86, 105, 109.
75
Respondía así también Pablo VI a la «aprensión de quienes temían que una intervención importante del
Papa —como es una encíclica— limitase la libertad del Concilio y diera la razón a quien acusa a la
Iglesia de carecer de libertad» («Un dialogo “cordiale” con gli uomini d’oggi», editorial de CivCatt 3
[1964], 523).
76
En el cap. I, sobre la conciencia, anotará: «Nos nos abstenemos a propósito de pronunciar sentencia
nuestra alguna en esta encíclica sobre los puntos doctrinales relativos a la Iglesia, sometidos ahora al
examen del propio Concilio, a cuya presidencia estamos llamados. A tan alta y autorizada asamblea
queremos ahora dejar libertad de estudio y de palabra...» (ES 28). Hablando de la renovación, en el
cap. II, añadirá: «El Concilio Ecuménico debe darnos nuevas y saludables ordenaciones, y todos
ciertamente debemos disponer ya desde ahora nuestros espíritus para escucharlas y cumplirlas» (ES
48). Y en el capítulo III, sobre el diálogo, precisará: «Este aspecto capital de la vida de la Iglesia en
nuestro tiempo será objeto de especial y amplio estudio por parte del Concilio Ecuménico, como es
sabido; y Nos no queremos entrar en el examen concreto de los temas que tal estudio se propone para
dejar a los Padres del Concilio la tarea de tratarlos libremente» (ES 61). Así lo había manifestado
también poco antes a la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana: «Deliberadamente nos
abstenemos de dialogar en esta fase de trabajos conciliares, sobre las doctrinas y decretos que se
discutirán en la reapertura del Concilio. Queremos así perseverar en el propósito que nos hemos
prefijado: dejar a los padres conciliares, y con ellos a las diversas Conferencias Episcopales y a las
Comisiones del Concilio, libre y amplia posibilidad de investigación, discusión y expresión»
(PABLO VI, Discurso a la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana, 14/4/1964).
178 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Por otra parte, también el Vaticano II remite a la Ecclesiam Suam, citándola trece
veces en seis de sus documentos77. Este número resulta no poco significativo, sobre
todo si se tiene en cuenta que, cuando apareció la encíclica, ya se habían promulgado
dos documentos —la Constitución Sacrosanctum Concilium y el decreto Inter
mirifica—, y otros tres estaban prácticamente listos para su votación final —la
Constitución Lumen gentium y los decretos Orientalium Ecclesiarum y Unitatis
redintegratio—, por lo que no se les podía añadir referencias. Más allá de esto, y dado
que naturalmente su mutuo influjo no se circunscribe a un asunto numérico, se descubre
una gran sintonía entre la encíclica pontificia y la asamblea conciliar. Mons. Pericles
Felici, Secretario General del Concilio Vaticano II, lo destacaba con estas palabras: «Se
puede afirmar que la Encíclica Ecclesiam suam es un maravilloso preludio a la obra del
Concilio o, si se quiere, una grandiosa sinfonía que nos introduce al amplio poema que,
inspirados por el Espíritu de Dios, cantarán en alabanza a la Iglesia los Padres del
Concilio, guiados por el Sucesor de Pedro»78.
Una mención aparte, por su relevancia, merecen las Constituciones Lumen gentium
y Gaudium et spes. La primera de ellas trata sobre el ser de la Iglesia e invita a la
renovación eclesial, al tiempo que los dos primeros capítulos de la encíclica montiniana
están dedicados precisamente a la conciencia y a la renovación. Además de en la
temática y el contenido, una y otra convergen también en los objetivos, al punto que
«puede decirse que la coincidencia de ambos escritos es fundamentalmente perfecta, no
sólo por la forma de actualidad pastoral, sino también en el fondo doctrinal»,
ofreciéndose por ello la Ecclesiam Suam como «la mejor y más autorizada introducción
al estudio de la constitución conciliar»79. Mientras que, por su parte, la segunda
Constitución —la Gaudium et spes— aborda el quehacer de la Iglesia en el mundo
actual, calificándolo también como diálogo80, a la manera como Pablo VI titula el tercer
y último capítulo de su texto programático. «La sustancial convergencia vista entre la
doctrina de la Ecclesiam Suam y la de la Gaudium et spes» lleva a la siguiente
conclusión: «El Concilio, inspirándose en la encíclica de Pablo VI a propósito del
diálogo entre Iglesia y mundo, no solamente completa y valoriza las perspectivas del

77
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 21, 23, 40; Decreto Christus
Dominus, 13 (2 veces); Decreto Presbyterorum ordinis, 3, 9; Decreto Optatam totius, 9, 15, 16, 19;
Declaración Dignitatis humanae, 11; Declaración Gravissimum educationis, 11.
78
P. FELICI, «Il Concilio e l’Enciclica di Paolo VI», cit. en «L’enciclica “Ecclesiam Suam” e il Concilio
Ecumenico Vaticano II», L’OR, 19/8/1964, 2. Ettore Malnati destaca por su parte que «el mismo
Concilio en las grandes Constituciones como la Lumen Gentium y la Gaudium et Spes, y los Decretos
Unitatis Redintegratio, Nostra Aetate y Dignitatis Humanae, debe mucho al espíritu que subyace a esta
Encíclica» (E. MALNATI, «Una lettura dell’“Ecclesiam Suam”», NotIPVI 56 [2008], 67).
79
J. SALAVERRI, «Introducción», en C. MORCILLO GONZÁLEZ, ed., Comentarios a la Constitución sobre
la Iglesia, 123. En línea semejante se expresaba el entonces P. Cipriano Calderón: «La primera
encíclica de Pablo VI, aparecida en agosto de 1964, era el mejor prólogo que podía tener la
Constitución dogmática sobre la Iglesia, aprobada por el Papa con el Colegio episcopal el 21 de
noviembre del mismo año. En realidad la Ecclesiam suam es una magnífica introducción a todos los
documentos conciliares del Vaticano II que tienen como centro y eje la Constitución Lumen gentium»
(C. CALDERÓN, «La “Ecclesiam Suam”, a un año de distancia», Ecclesia, 7/8/1965, 18).
80
Cf., p.ej., CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 3, 40, 43, 92.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 179

documento, sino que lo abre también a amplios desarrollos, sobre todo a nivel
magisterial y pastoral»81. Lo que indicamos de estas dos Constituciones puede
extenderse análogamente a los demás documentos conciliares.

5.5. Recepción de la Ecclesiam Suam


A pesar de todo lo que venimos diciendo, el recibimiento que tuvo la encíclica fue
un tanto paradójico. Mientras que, por un lado, algunos la saludaron con entusiasmo y
destacaron sus múltiples riquezas, por otro lado, en cambio, un curioso manto de
silencio pareció cubrir —o al menos opacar— tan significativo texto.
Dentro de los que la acogieron con complacencia tenemos, por ejemplo, al
Cardenal Eugène Tisserant, entonces decano del Colegio Cardenalicio, para quien la
publicación de la Ecclesiam Suam constituye «uno de los acontecimientos más
importantes de 1964»; él mismo confirma que «quienes la leyeron atentamente
apreciaron en seguida su riqueza doctrinal. Por eso, este documento será en el futuro
objeto de intenso estudio»82.
Revisando lo escrito dentro de los confines de la nación española, nos topamos con
el testimonio de la revista Religión y cultura, cuyo editorial se sumaba a «los
comentarios, unánimes en la alabanza por la profundidad de la doctrina, por la claridad
de las ideas, por el gran espíritu evangélico que la ampara y por la indiscutible rectitud
de su intención sin la menor reserva “diplomática”», a lo que, con gran sensibilidad
espiritual, añadía: «Se comprende que la Encíclica esté escrita, a solas, en profundo
recogimiento, ante un crucifijo, dejando muchas veces la pluma, para ponerse de
rodillas y orar, concentrando la atención y el alma entera», sin olvidar «las inmensas
riquezas de doctrina encerradas en ella»83. Antonio del Toro, por su parte, no ahorra
calificativos al referirse a la Ecclesiam Suam:
La nueva Encíclica encierra muchos elementos dignos de meditación. Refleja plenamente
el modo de ser y de actuar del Papa actual. Es una muestra acabada de finura de espíritu,
delicadeza, respeto a la labor conciliar, sentido de la misión y el deber papales, aceptación
y plenificación de la circunstancia histórica, cariño a la Esposa de Cristo, prudencia,
búsqueda de la unidad y del diálogo84.
Mientras que, sirviéndose de un lenguaje más figurativo, José María Sánchez de
Muniáin sostiene que la carta «está impregnada de unción piadosa», y agrega que
muchas personas, con fino instinto, tomaron esta encíclica para tema de oración; para
gustarla en la intimidad del diálogo con Dios. Y acertaron. La Ecclesiam suam ha de ser
saboreada a sorbos pequeños, como los buenos vinos andaluces. Es algo quintaesenciado,
aromático, criado con mucho amor para la “inmensa minoría” de los catadores de cosas

81
G. ANCONA – R. DI FONZO, «Il “dialogo” nella lettera enciclica “Ecclesiam Suam”», RiScR 2 (1990),
530. Un ejemplo de esta relación entre la Ecclesiam Suam y la Gaudium et spes lo encontramos
desarrollado en J. DANIÉLOU, «Le dialogue del’Église et du monde», Études 325 (1966), 725-735.
82
E. TISSERANT, cit. en C. CALDERÓN, «La “Ecclesiam Suam”, a un año de distancia», Ecclesia,
7/8/1965, 17.
83
«La primera encíclica de Pablo VI», editorial de Religión y cultura 9 (1964), 324 y 328.
84
A. DEL TORO, «Pablo VI interpreta auténticamente un texto de la “Pacem in terris”», ABC, 3/9/1964, 12.
180 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

espiritualmente exquisitas. […] Pocos escritos modernos conozco que resistan como esta
encíclica la prueba de fuego de la calidad85.
Fijándose igualmente en su hondura interior, la revista Ecclesia considera que
«Pablo VI acaba de dar un retiro espiritual a la cristiandad entera»86, opinión que
secunda el dominico Vicente Forcada haciendo notar que la carta pontificia es «todo un
programa de vida de perfección para la Iglesia»87.
Agustín de Asís saluda «a esta encíclica ciertamente sensacional por el contenido,
y, ¿por qué no?, también por el tema, ya que se trata nada menos y nada más que de la
Iglesia, es decir del Cuerpo Místico de Cristo»88. Francisco García-Salve, S.J., por su
parte, habla escueta pero elocuentemente de «esta Encíclica, clave en la historia de la
Iglesia»89, lo que la revista Cristo al mundo completa apuntando que su «importancia
difícilmente podría ser ponderada suficientemente»90. Menos escueto e igual de
elocuente es Mons. Fidel García Martínez, Obispo de Calahorra y La Calzada:
Es tan rico en enseñanzas y sugerencias —particularmente en éstas— el texto todo de la
encíclica “Ecclesiam Suam”, como fruto éste original, muy meditado y cuidadosamente
elaborado, de una inteligencia poderosa y especialmente iluminada, que un comentario
acabado del mismo podría dar materia para algunos volúmenes. […] Esperamos que, con
el tiempo, se irá explotando más a fondo la rica mina91.
A ellos se une Cipriano Calderón, uno de los primeros biógrafos del nuevo Pontífice y
luego colaborador suyo en la Curia Romana, quien escribe: «“La Iglesia está hoy más
viva que nunca”. Esta frase de Pablo VI, intercalada en la última página de la Ecclesiam
suam, expresa perfectamente la mejor impresión que a uno le queda en el alma, cada
vez que lee la primera encíclica del actual Pontífice. Un documento escrito para hacer
que, de verdad, en nuestro mundo moderno “a un Cristo vivo corresponda una Iglesia
viva”»92.
Dentro del mismo mundo de habla hispana, pero ahora cruzando el Atlántico, en
tierras latinoamericanas, Ángel Valtierra, S.J., alaba esta «gran encíclica» y no duda en
afirmar que «es tal el caudal de luz que se desprende de la encíclica, tal el calor íntimo
que irradia, que no podemos menos de afirmar que dentro de la literatura pontificia

85
J.M. SÁNCHEZ DE MUNIÁIN, «Reflexiones sobre una encíclica diferente. Notas peculiares de la
“Ecclesiam suam”», en INSTITUTO SOCIAL LEÓN XIII, El diálogo según la mente de Pablo VI, 109-
110. Más adelante incluso agrega que «la Ecclesiaum suam parece destinada, en su mayor extensión, a
ser un texto de lectura espiritual, que quizá con el tiempo se haga clásico» (ibid., 117). Pero no se le
escapa, por otro lado, que «este documento, tan gustoso, es también difícil […], y casi me atrevo a
decir que insoportable para la lectura rápida, meramente curiosa» (ibid., 109).
86
«Conciencia, renovación, diálogo», editorial de Ecclesia, 15/8/1964, 3.
87
V. FORCADA, «La encíclica “Ecclesiam Suam”, programa de perfección», Teología espiritual 24
(1964), 490.
88
A. DE ASÍS, «Puntos de vista sobre la encíclica “Ecclesiam Suam”», Anales de la Cátedra Francisco
Suárez 4 [1964], 5.
89
F. GARCÍA-SALVE, «Preferible el diálogo», en ID., Comentario eclesial a la “Ecclesiam Suam”, 226.
90
«En las fuentes de la “Ecclesiam Suam”. Su carácter misionero», editorial de Cristo al mundo 6 (1964), 441.
91
F. GARCÍA MARTÍNEZ, «El diálogo Iglesia-Mundo en la encíclica “Ecclesiam Suam”», en F. GARCÍA-
SALVE, ed, Comentario eclesial a la “Ecclesiam Suam”, 245-246.
92
C. CALDERÓN, «La “Ecclesiam Suam”, a un año de distancia», Ecclesia, 7/8/1965, 17.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 181

habrá pocos documentos tan humanos y tan bellos»93. Al mismo tiempo Mons. José
Paupini, quien en aquella época era Nuncio Apostólico en Colombia, celebra «este
acontecimiento trascendental que es la aparición de la Encíclica Ecclesiam Suam» y
elogia «este documento tan profundo, tan humano y tan lleno de fecundas proyecciones.
[…] La Encíclica, en sus tres grandes divisiones, es admirable por su ideología y por su
estilo»94. La revista Criterio, por su parte, considera que estamos ante un «documento
de capital importancia para la Iglesia contemporánea», «una obra madura y consciente
de sí misma, notablemente personal, y sin duda por eso, vibrante de inquietud humana»,
a la que califica como «un prodigio de equilibrio»95; mientras que, en opinión de José
Antonio Casas, S.J., se trata de una encíclica «nueva, vigilante e intensa»96. Más
expresivo es el sacerdote y filósofo argentino Julio Meinvielle, para quien «este gran
documento de Paulo VI nos propone una acción grandiosa que la Iglesia debe cumplir
en la humanidad de hoy»; y luego de repasar sus principales enseñanzas, concluye
exclamando: «La “Ecclesiam Suam” de Paulo VI es un magnífico canto a la Iglesia que
se levanta como Señal de Salvación en medio de los pueblos»97.
Análogos testimonios encontramos en lengua italiana. Al día siguiente de su
publicación, por ejemplo, al tiempo que repasa y valora positivamente toda la carta,
Raimondo Manzini sugiere: «El modo de comprender, de asimilar y de apreciar la
extraordinaria enseñanza de Pablo no puede ser sino uno: ¡responder a ella con nuestro
mayor fervor! […] Recorramos, por tanto, con la plegaria y con la acción el camino
indicado por Pablo VI»98. Mientras que, poco después, La Civiltà Cattolica saluda el
documento pontificio haciendo notar que
«la encíclica Ecclesiam suam impresiona, ante todo, por la amplitud de perspectivas que
abre a la meditación cristiana sobre el misterio de la Iglesia […] En realidad, lo que
impresiona, sobre todo, es el tono: se siente flamear dentro una llama secreta, se siente
agitarse un ansia por encontrar los caminos misteriosos que conduzcan al corazón de los
hombres»99.
Y, desde las páginas de esa misma revista, en un volumen posterior, Virgilio Fagone, S.J.,
apunta que la carta
«constituye un ejemplo luminoso por la seriedad del compromiso y la sincera voluntad de
consenso que se traduce en una profunda conciencia de la realidad histórica y sobrenatural
de la Iglesia […], y en una comprensión, no fríamente objetiva sino íntimamente sufrida,
de las exigencias espirituales de nuestra época y de la crisis que la aflige»,

93
Á. VALTIERRA, «La primera encíclica del Papa Paulo VI “Ecclesiam Suam”», RevJav 62 (1964), 280 y 281.
94
J. PAUPINI, «“Ecclesiam Suam”. Presentación», RevJav 62 (1964), 410.
95
«La Iglesia en el mundo. La encíclica de Pablo VI», editorial de Criterio 37 (1964), 603, 604 y 609.
96
J.A. CASAS, «Diálogo con los hijos de la Casa de Dios», RevJav 62 (1964), 456.
97
J. MEINVIELLE, La “Ecclesiam Suam” y el progresismo cristiano, 9 y 37.
98
R. MANZINI, «Rispondere col fervore», L’OR, 12/8/1964, 1.
99
«Un dialogo “cordiale” con gli uomini d’oggi», editorial de CivCatt 3 (1964), 521-522.
182 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

a lo que añade, unas líneas más adelante, que «la encíclica se inserta en el actual
momento histórico como una lúcida toma de conciencia de las resposabilidades del
tiempo presente»100.
Son también numerosas las valoraciones positivas de la carta en el ámbito
francófono. El P. Antoine Wenger, luego de una atenta lectura del documento, no duda
en declarar:
Es imposible resaltar todos los rasgos de una encíclica tan extensa como rica. Además, no
es una mera frase retórica afirmar, al cierre de este comentario, que es necesario leer y
meditar la encíclica Ecclesiam suam. Sentimos entonces el estremecimiento de un
pensamiento inquieto y profundo, imbuido de un inmenso amor por el hombre, a imagen
del amor con que Dios nos amó y a la medida del tormento que representa para el Pastor
supremo la carga de todo el rebaño de Cristo101.
Sirviéndose de un lenguaje más figurativo, el filósofo Jean Guitton, miembro de la
Academia Francesa y luego su presidente, apunta:
La belleza, el calmo esplendor de la encíclica exigen tiempo para ser plenamente
descubiertos y contemplados. […] Esta encíclica, fruto de un largo trabajo de pensamiento
y de oración, desplegará su riqueza íntima con el transcurrir del tiempo, y a medida que su
enseñanza, soberana y múltilple como la luz del sol, llegue a iluminar toda situación
histórica, toda dificultad, toda vocación particular102.
A la par el jesuita Robert Rouquette alaba «este texto tan original, tan personal, tan
pensado y tan sugestivo»103. En línea semejante se expresa el historiador Daniel-Rops,
para quien estamos ante un «documento que supera lo efímero. A partir de ahora está ya
escrito en la historia del cristianismo de este siglo: ocupa un lugar que los historiadores
del futuro tendrán que reconocerle», y por ello la considera «como una estrella puesta
sobre el umbral del pontificado»104. Fijándose, en cambio, en los aspectos aplicativos de
la carta, D.T. Strotmann concluye sus reflexiones alegrándose porque «todo este
documento está apoyado por un poderoso aliento pastoral. Pero da mucha confianza, ya
que “el Espíritu sopla donde quiere”»105. Mientras que para la belga Nouvelle Revue
Théologique el documento pontificio merece, por sus méritos y aportes, «la adhesión
filial y ferviente de todos los que aman la belleza de la Casa de Dios (cfr. Ps 25,8)»106.
La Revue des Communautés Religieuses, por su parte, al tratar de compendiar sus
enseñanzas espirituales para los religiosos, hace notar que «este documento, amplio y
denso, no es uno de los que puede ser resumido sin el riesgo de hacerle perder sus
riquezas»107.

100
V. FAGONE, «I presupposti filosofici del dialogo», CivCatt 4 (1964), 317.
101
A. WENGER, en La Croix, 15-16/8/1964, cit. en «Commentaires de l’Encyclique», La Documentation
Catholique 61 (1964), col. 1099.
102
J. GUITTON, «Testimonianza d’un laico sull’enciclica», L’OR, 6/9/1964, 1.
103
R. ROUQUETTE, «L’encyclique “Ecclesiam Suam”», Études 321 (1964), 423.
104
H. DANIEL-ROPS, «Una pagina di storia», L’OR, 13/9/1964, 3.
105
D.T. STROTMANN, «L’encyclique “Ecclesiam Suam”», Irénikon 37 (1964), 420.
106
«“Ecclesiam Suam”. Le première Encyclique de S.S. Paul VI», editorial de NRTh 9 (1964), 932.
107
«La première encyclique de S.S. Paul VI», Revue des Communautés Religieuses 36 (1964), 194.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 183

Volviendo la mirada ahora al mundo angloparlante, el agustino Gregory Baum


considera que «con su encíclica Pablo VI ha creado una nueva forma de literatura
eclesiástica. […] La triple división en Conciencia, Renovación y Diálogo sugiere que el
documento es altamente relevante para los problemas contemporáneos», y, con
sensibilidad ecuménica, añade un poco más adelante que la Ecclesiam Suam «hace una
gran contribución a la renovación de la Iglesia católica y amplía el terreno común entre
nosotros y las otras Iglesias cristianas»108. Con bastante entusiasmo pero con algo de
imprecisión la revista America sostiene que la Ecclesiam Suam «califica como un
documento del Concilio Vaticano. A la luz de los próximos acontecimientos, bien puede
emerger como el documento que expresa con más autoridad el espíritu del
Vaticano II»109. En un ámbito más secular, llama la atención que The New York Times,
un diario no confesional, publicara el texto completo del documento, e incluso le diera
la bienvenida puntualizando que «una encíclica de la extensión, importancia y
profundidad de pensamiento de la Ecclesiam Suam (Su Iglesia) del Papa Pablo requiere
un cuidadoso estudio, pero una primera lectura inspira muchas ideas e impresiones»110.

Pasados algunos —o varios— años después de su publicación, cuando el transcurso


del tiempo permitía una mejor perspectiva y una comprensión más lúcida de la
encíclica, las valoraciones siguen siendo positivas.
Así, por ejemplo, en 1978, cuando Pablo VI conmemoraba el 15° aniversario del
inicio de su pontificado, el reconocido teólogo francés Henri de Lubac, S.J., auguraba
que su ministerio petrino se prolongara aún más «para avanzar contra viento y marea
realizando el programa que anunciaron ya la encíclica Ecclesiam suam y el discurso de
apertura de la III sesión del Concilio»111.
Al cumplirse en 1984 veinte años de su aparición, el entonces Arzobispo y luego
Cardenal Lucas Moreira Neves, Secretario de la Sagrada Congregación para los
Obispos, al tiempo que repasaba el perfil de Pablo VI que se adivinaba detrás de la
Ecclesiam Suam —un hombre «cordial», «espiritual», «del Concilio», «de la Iglesia»,
«de la conciencia», «de la renovación» y «del diálogo»—, lanzaba «una invitación y un
estímulo a descubrir las maravillosas riquezas espirituales y religiosas de un indiscutible
documento pastoral»112. Y valorando en aquella misma época la encíclica en su
conjunto, apuntaba:

108
G. BAUM, «Commentary», en PAUL VI, Ecclesiam Suam. The Paths of the Church, Glen Rock NJ
1964, 3, 4 y 13.
109
«Dialogue of Salvation», editorial de America. National Catholic Weekly Review, 22/8/1964, vol. 111,
issue 8, 176. Una valoración positiva de la encíclica la ofrecen igualmente otros dos editoriales
posteriores de la misma revista: «The Greater Dialogue», 29/8/1964, vol. 111, issue 9, 207, y
«Dialogue with Atheists», 6/2/1965, vol. 112, issue 6, 186.
110
«Ecclesiam Suam», The New York Times, 11/8/1964.
111
H. DE LUBAC, «Montini, Papa Pablo VI», Criterio 51 (1978), 427.
112
L. MOREIRA NEVES, «Il profilo di un pastore nella sua prima Enciclica», L’OR, 9/8/1984, 5.
184 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

El transcurrir de los años a un ritmo vertiginoso no ha afectado al vigor y a la frescura que


han hecho de la primera encíclica de Pablo VI, desde el primer día, un documento religioso
y humano de excepcional valor. Tanto se ha escrito en estos años, en todos los sectores y a
todos los niveles, y documentos tenidos como importantes pronto se han convertido en
hojas muertas. La Ecclesiam suam se lee con el mismo fervor de hace veinte años113.
Por esos días, el después Cardenal francés Paul Poupard hacía notar que «la
encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI, al igual que los demás documentos principales
de su magisterio, se ha convertido en un elemento interior de la vida de la Iglesia y de
su misión evangelizadora en el mundo de hoy»114.
También en 1984 Giuseppe Lazzati celebraba con entusiasmo la carta montiniana,
pero no dejaba de reconocer una realidad lamentable, que en el caso de la Ecclesiam
Suam incluso se ha acentuado:
Releer la encíclica veinte años después de su publicación significa volver a sentir viva en
la inteligencia y en el corazón la conmoción que acompañó su primera lectura, y gustar,
con ánimo agradecido, una presencia de rasgos inconfundibles. Pero permítasenos decir
que tal relectura suscita también preguntas espinosas que no se responden si no es con el
coraje de reconocer que, otra vez, ha sucedido lo que parece que habitualmente sucede con
las encíclicas pontificias: a la conmoción y frecuente exaltación del primer momento les
sigue rápidamente un […] archivamiento para uso de los historiadores y el consecuente
olvido de las vitales indicaciones ofrecidas por aquellos documentos115.
Unos años más tarde, en 1990, Giovanni Ancona y Rosa Di Fonzo recalcan que
«releyendo hoy este documento no se puede no comprender su gran actualidad; no se
puede no apreciar la profundidad y riqueza de su mensaje»116.
El Cardenal italiano Giacomo Biffi, entonces Arzobispo de Boloña, se refería en
1998 a la Ecclesiam Suam y hacía notar que «la poderosa intervención papal (que fue
fechada el 6 de agosto de 1964) tuvo un influjo decisivo sobre los textos del Concilio
aún en curso»117.
En un breve artículo del 2004, con ocasión del 40° aniversario de la aparición de la
encíclica, Giuseppe Ferraro, S.J., se expresaba en términos similares: «Su importancia
proviene del influjo que tuvo sobre el Concilio Vaticano II, del que debe ser
considerada como una de sus fuentes, y del tema del diálogo»118.
Mientras que en el año 2007 el hoy Cardenal Francesco Coccopalmerio, Presidente
emérito del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, consideraba que la
Ecclesiam Suam «sigue mostrando, a más de cuarenta años de su publicación, una
extraordinaria vitalidad y actualidad y que, por tanto, merecería una lectura atenta»,
amén de que «tuvo un peso notable en el desenvolvimiento y en la conclusión de los
trabajos conciliares». El purpurado italiano se animaba incluso a añadir que «la
declaración Nostra Aetate y la constitución Gaudium et Spes son dos documentos del

113
L. MOREIRA NEVES, Pablo VI, perfil de un Pastor, 34.
114
P. POUPARD, «Un Papa: Paolo VI, un’enciclica: “Ecclesiam Suam”», L’OR, 6-7/8/1984, 7.
115
G. LAZZATI, «Un’ansia implacabile di aprire varchi nel mondo», L’OR, 6-7/8/1984, 4.
116
G. ANCONA – R. DI FONZO, «Il “dialogo” nella lettera enciclica “Ecclesiam Suam”», RiScR 2 (1990), 507.
117
G. BIFFI, «Riflessione teologica sul “dialogo”», Divus Thomas 2 (1998), 11.
118
G. FERRARO, «L’enciclica “Ecclesiam Suam” di Paolo VI nel 40° aniversario», CivCatt 3 (2004), 3.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 185

Vaticano II que muestran, en sentido lato, la recepción del espíritu de la Ecclesiam


Suam, porque testimonian el deseo de un diálogo positivo que la Iglesia quiere tener, al
punto de que, en efecto, el diálogo es uno de los elementos fundamentales del
Concilio»119.
Hablando de la gran vigencia que tiene la reflexión sobre la Iglesia del Papa
Montini, el teólogo italiano Piero Coda no dudaba en destacar, en el año 2010, que «más
que nunca actuales, en particular, son las meditaciones y las enseñanzas de Pablo VI
sobre los “caminos que la Iglesia católica debe seguir hoy para cumplir su misión”,
según las palabras que describen el tema de la Ecclesiam Suam (ES). Y es desde luego
precioso introducirse en su escuela»120.
Al año siguiente, en el 2011, la revista brasilera de espiritualidad Grande sinal
señalaba desde otro punto de vista que «esta encíclica escrita en atmósfera de humildad
y deseo de colaborar con la obra del Espíritu en el Vaticano es una pieza de altísima
pastoral»121.
Después de haber estudiado minuciosamente el documento, el sacerdote
colombiano Eleazar Escobar Cardona concluía en el 2013: «Ahora estoy seguro de que
su Carta Ecclesiam Suam es un gran luminoso trabajo hecho para la Iglesia y para el
mundo en el esplendor de Jesucristo mismo»122.
Al cumplirse en el 2014 los 50 años de su publicación, el ahora Presidente del
Pontificio Instituto San Juan Pablo II, P. Pierangelo Sequeri, destacaba por su parte que
«la relectura de la Ecclesiam Suam de Pablo VI nos depara alguna sorpresa, también
para quien ha vivido de cerca el desarrollo de la perspectiva que ella ha introducido en
la mente católica en el medio siglo que nos separa de su publicación»123.
Y, por último, cerrando esta breve revisión histórica, nos encontramos con las
palabras de quien fuera el Teólogo de la Casa Pontificia, el Cardenal dominicio George
Cottier, para quien la encíclica de Pablo VI no sólo «puede ser considerada como un
comentario de la intuición de la cual ha nacido el Concilio, que expresa la palabra
aggiornamento elegida por Juan XXIII para calificar la finalidad del Concilio», sino que
«en su integridad Ecclesiam Suam constituye el documento mayor de la nueva
evangelización»124.

Hubo también, por supuesto, visiones contrarias o valoraciones poco favorables,


como las del benedictino norteamericano Patrick Granfield, para quien la «Ecclesiam
Suam tiene un objetivo modesto. No es una contribución doctrinal importante a la

119
F. COCCOPALMEIRO, «Paolo VI. Papa del dialogo», NotIPVI 55 (2008), 48.
120
P. CODA, «Il dialogo per la missione della Chiesa: l’enciclica “Ecclesiam Suam”», NotIPVI 59 (2010), 22.
121
«O diálogo segundo Paulo VI. Lições da Encíclica “Ecclesiam Suam”», Grande sinal 3 (2011), 335.
122
E. ESCOBAR CARDONA, Colloquium Salutis. Investigación teológica sobre el desarrollo de “Ecclesiam
Suam de Paulo VI” desde el manuscrito personal hasta el texto promulgado, 4.
123
P. SEQUERI, «Che sorpresa l’“Ecclesiam Suam”», L’OR, 10/8/2014, 5.
124
G. COTTIER, «Brevi riflessioni su “Ecclesiam Suam”», NotIPVI 68 (2015), 45-46.
186 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

teología ni tampoco una iluminadora discusión sobre los asuntos mundiales»125, o las
del periodista y político francés Claude Ryan, quien considera que el texto refleja una
tensión entre la razón y el corazón del Papa, por lo que «la primera encíclica de
Pablo VI lleva la marca de esta vacilación interior que aprieta el alma del pastor al cabo
del primer año de su pontificado»126. Desde otra perspectiva, la revista estadounidense
Time opina que «la palabra clave parece ser “pero”. En la espinosa cuestión de la
reforma de las enseñanzas y prácticas católicas, que ha dividido a los obispos del
Concilio Ecuménico entre conservadores y progresistas (y continuará dividiéndolos
durante la siguiente sesión), el Papa ha mantenido vivas las ambivalencias»127. En línea
semejante, el periodista francés Henri Fesquet se incomoda porque «jamás encíclica
alguna ha contenido tantos “pero” o “no obstante”», aunque matiza su observación
señalando que «una lectura completa del largo documento revela un vigor de
pensamiento y una altura de vista notables», e incluso sostiene que el texto pontificio
«es extremadamente positivo y liberador y abre horizontes indefinidos»128. Así pues,
como se puede ver, incluso en algunos casos los críticos de la encíclica «han sido
prudentes y reservados —nunca enemigos— sobre ciertos puntos»129.
Saliendo al paso de opiniones como las anteriores, no sin sorpresa la española Lilí
Álvarez exclamaba a los pocos meses de su publicación:
¡No he visto encíclica alguna escrita en una forma tan confidencialmente comunicativa, tan
íntimamente directa (a pesar de la exquisitez del lenguaje, a veces muy trabajado), y, sin
embargo, y sin duda a causa de ello, tan mal interpretada! Los unos, quejumbrosos, dicen
que “no dice nada”, cuando aparte de hablar de lo principal, “dice” muchas cosas, muy
finas, personales y que van muy lejos; los otros, los más inteligentes y desapasionados, que
es “ambivalente” y “compleja”, que es la encíclica de los “peros”, cuando no hace más que
emplear el lenguaje de la vida del Espíritu, cuya expresión por fuerza tiene que ser así de
sinuosa porque aquello de que habla, lo que dice, rebasa y está por encima de las normas
naturales de nuestro pensamiento; lenguaje que para acertar tiene siempre que ostentar ese
difícil equilibrio, esa tensión paradójica de lo más completo y excelso...130.

5.5.1. Ecos ecuménicos


Mención aparte merecen las opiniones de quienes forman parte de las Iglesias y
comunidades separadas de la comunión eclesial. Aunque en líneas generales puede
decirse que mostraron cierta simpatía ante la encíclica, naturalmente también
expresaron, cada uno desde su respectiva visión teológica, reservas respecto a algunos

125
P. GRANFIELD, «The Theological Content of “Ecclesiam Suam”», The American Ecclesiastical Review
151 (1964), 265. No obstante esta opinión, Granfield valora en varios momentos de su artículo
distintos aportes del documento y a su autor.
126
C. RYAN, en diario Le Devoir, Montreal 1964, cit. en «Comentarios a la encíclica “Ecclesiam Suam”»,
Criterio 37 (1964), 712.
127
«His Church», Time, 8/21/1964, vol. 84, fasc. 8, p. 39.
128
H. FESQUET, en diario Le Monde, París, 22/8/1964, cit. en «Comentarios a la encíclica “Ecclesiam
Suam”», Criterio 37 (1964), 712.
129
«La primera encíclica de Pablo VI», editorial de Religión y cultura 9 (1964), 324.
130
L. ÁLVAREZ, «La encíclica y sus comentarios», ABC, 8/10/1964, 26.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 187

puntos sensibles, en especial en cuanto a la concepción del diálogo, la manera de


entender el ecumenismo y la aceptación de la jurisdicción universal del Romano
Pontífice se refiere131.

5.5.2. La voz de sus sucesores


Dentro de las opiniones sobre la Ecclesiam Suam no han faltado, por supuesto, las
de todos los sucesores del Papa Montini en la Cátedra de Pedro, quienes, a lo largo de
los años, han ido haciendo oír su voz respecto a este texto programático. En su corto
servicio como Vicario de Cristo, Juan Pablo I, al día siguiente de ser elegido Sumo
Pontífice, recordaba a Pablo VI comentando que «en quince años de pontificado, este
Papa ha mostrado, no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y
cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo»132. Y al esbozar ese mismo día, en su
radiomensaje Urbi et Orbi, el plan de trabajo que quería implementar en su propio
ministerio petrino, señalaba entre otros puntos: «Queremos proseguir con paciencia y
firmeza en aquel diálogo sereno y constructivo que el nunca bastante llorado Pablo VI
fijó como fundamento y programa de su acción pastoral, dando las líneas maestras en la
gran Encíclica “Ecclesiam suam”...»133.
San Juan Pablo II, por su parte, en varias ocasiones elogió esa «fundamental
encíclica que comienza con las palabras Ecclesiam suam»134, y ello desde su propia
carta programática. En efecto, como señaló en otro momento, «a esa Encíclica me remití
en la Redemptor hominis (n. 3), como para continuar una reflexión y para sacar
inspiración y consuelo»135. En su propio “documento inaugural” el Papa Wojtyla se
explaya sobre las riquezas del texto montiniano:
Cuando hoy me refiero a este documento programático del pontificado de Pablo VI, no
ceso de dar gracias a Dios, porque este gran Predecesor mío y al mismo tiempo verdadero
padre, no obstante las diversas debilidades internas que han afectado a la Iglesia en el
período posconciliar, ha sabido presentar “ad extra”, al exterior, su auténtico rostro. De

131
Recopilaciones breves de varias de estas opiniones “ecuménicas” pueden encontrarse en: C. BOYER,
«Discussioni sul dialogo», L’OR, 13/9/1964, 3; «Comentarios a la encíclica “Ecclesiam Suam”»,
Criterio 37 (1964), 711-713; «Reactions to Ecclesiam Suam», America. National Catholic Weekly
Review, 29/8/1964, vol. 111, issue 9, 204-205; «Commentaires de l’Encyclique», La Documentation
Catholique 61 (1964), n. 1431, cols. 1097-1100. Respecto a la visión ortodoxa, cf. Métropolite
DAMASKINOS, «“Ecclesiam Suam”: une perspective orthodoxe», en ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam
Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 55-63. Respecto a la visión anglicana, cf. R.M. BROWN,
«The New Encyclical», The Commonweal 81 (1964), 14-15; H. ROOT, «“Ecclesiam Suam”: an
Anglican Perspective», en ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI,
64-69. Respecto a la visión luterana, cf. W.A. VISSER’T HOOFT, «Zur Enzyklika “Ecclesiam Suam”»,
Lutherische Monatshefte 3 (1964), 438; CH. MEYER, «“Ecclesiam Suam”: eine lutherische Perspektive»,
en ISTITUTO PAOLO VI, «Ecclesiam Suam», première lettre encyclique de Paul VI, 70-76. Respecto a
la visión adventista, cf. la breve nota de R.F. COTTRELL, «The First Epistle of Paul VI», Review and
Herald. Official Organ of the Seventh-Day Adventist Church, 24/9/1964, vol. 141, n. 39, p. 13.
132
JUAN PABLO I, Meditación a la hora del Angelus, 27/8/1978.
133
JUAN PABLO I, Radiomensaje “Urbi et Orbi”, 27/8/1978; el subrayado es nuestro.
134
SAN JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptor hominis, 4/3/1979, 3; el subrayado es nuestro.
135
SAN JUAN PABLO II, Discurso a los Comités Científico y Ejecutivo del Instituto “Pablo VI”,
26/1/1980, 3.
188 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

este modo, también una gran parte de la familia humana, en los distintos ámbitos de su
múltiple existencia, se ha hecho, a mi parecer, más consciente de cómo sea verdaderamente
necesaria para ella la Iglesia de Cristo, su misión y su servicio136.
Y años más tarde, repasando las páginas de la Ecclesiam Suam, enfatizó asimismo que
«en nuestra época, proyectada hacia el tercer milenio, es preciso releerla de manera más
atenta y profunda, para captar todo su valor profético y poner en práctica cada vez más
adecuadamente las directrices conciliares»137.
También Benedicto XVI quiso «rendir homenaje a la memoria del gran Papa
Pablo VI, que consagró a la Iglesia toda su vida»138. Evocando sus enseñanzas sobre el
Cuerpo de Cristo, recordó que
él quiso exponer de forma programática algunos de sus aspectos más importantes en su
primera encíclica, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964, cuando aún no habían visto la
luz las Constituciones conciliares Lumen gentium y Gaudium et spes.
Con aquella primera encíclica el Pontífice se proponía explicar a todos la importancia de la
Iglesia para la salvación de la humanidad, y al mismo tiempo, la exigencia de entablar
entre la comunidad eclesial y la sociedad una relación de mutuo conocimiento y amor.
“Conciencia”, “renovación”, “diálogo”: éstas son las tres palabras elegidas por Pablo VI
para expresar sus “pensamientos” dominantes —como él los define— al comenzar su
ministerio petrino139.
Y más adelante no dudó en señalar que «la reflexión del Papa Montini sobre la Iglesia
es más actual que nunca»140.
Y, respecto a Francisco, es por demás conocida la admiración que le profesa «a
nuestro querido y amado Papa Pablo VI»141 y la particular sintonía que experimenta
para con su magisterio, especialmente para con la exhortación apostólica Evangelii

136
SAN JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptor hominis, 4/3/1979, 4.
137
SAN JUAN PABLO II, Meditación a la hora del Angelus, 2/8/1998, 2. Cf. también el n. 1. En varios
otros momentos Juan Pablo II ha evocado a la Ecclesiam Suam. Cf., p.ej., Catequesis durante la
audiencia general, 1/8/1979, 2; Discurso en el encuentro con los ciudadanos de Concesio, 26/9/1982,
2 y 3; Homilía en la Misa de sufragio por los Pontífices Pablo VI y Juan Pablo I, 28/9/1988, 5;
Homilía en la fiesta de la Transfiguración, 6/8/1989, 5; Meditación a la hora del Angelus, 8/8/1999,
2; Catequesis durante la audiencia general, 25/6/2003, 4. Es preciso recordar asimismo dos
conferencias poco conocidas, de cuando era Arzobispo de Cracovia, dedicadas explícitamente a la
Ecclesiam Suam: «Del dialogo all’interno e all’esterno della Chiesa» (28/8/1965) y «Dialogo come
metodo pastorale» (15/4/1966), ambas publicadas en italiano en PAOLO VI, Ecclesiam Suam, Lettera
Enciclica – 6 agosto 1964, 141-147 y 149-153, respectivamente. En sus escritos de aquella época
también pueden encontrarse alusiones a la encíclica montiniana; cf., p.ej., La renovación en sus
fuentes, 19, 21, 27.
138
BENEDICTO XVI, Homilía en el atrio de la Catedral, Brescia, 8/11/2009.
139
BENEDICTO XVI, Homilía en el atrio de la Catedral, Brescia, 8/11/2009.
140
BENEDICTO XVI, Homilía en el atrio de la Catedral, Brescia, 8/11/2009. Otras referencias o citas de la
Ecclesiam Suam en el magisterio de Benedicto XVI pueden encontrarse, p.ej., en: Mensaje con
ocasión de una jornada de estudio sobre el diálogo entre culturas y religiones, 3/12/2008; Discurso
en el encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12/5/2010; Discurso en el encuentro con los
católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad, 25/9/2011; Meditación a la hora del Angelus,
2/10/2011. Y respecto a sus escritos anteriores al pontificado se puede mencionar, por ejemplo: J.
RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, 324.
141
FRANCISCO, Homilía con ocasión de la beatificación del Siervo de Dios Pablo VI, 19/10/2014.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 189

nuntiandi —de la que ha llegado incluso a decir que es, «según mi parecer, el
documento pastoral más grande escrito hasta nuestros días»142—. Dicha sintonía incluye
naturalmente a la Ecclesiam Suam, a la que ha aludido varias veces en los años iniciales
de su pontificado143. De entre ellas destacamos una extensa cita recogida en la
exhortación apostólica Evangelii gaudium —se trata de fragmentos de los nn. 7 y 8 de la
encíclica montiniana— que el Papa Bergoglio califica como un «memorable texto que
no ha perdido su fuerza interpelante»144, calificación que por cierto puede entenderse
como extensiva a toda la Ecclesiam Suam.

5.5.3. Una encíclica olvidada


Como señalábamos líneas arriba, a pesar de las múltiples riquezas que nos ofrece la
Ecclesiam Suam y de los varios testimonios favorables que hemos repasado, nos
encontramos asimismo frente a un texto poco conocido, escasamente estudiado, a veces
malinterpretado y, por ende, también no bien aplicado. Y es que «la “Ecclesiam Suam”,
sobre la que suelen guardar significativo silencio quienes, como el mismo Papa ha
dicho, hacen más cuenta de lo nuevo que de lo verdadero»145 es «un documento
injustamente olvidado»146.
En efecto, más allá de varios saludos breves en diversas revistas —en su mayoría
cortos, generales y poco profundos—, o de algunos estudios sobre temas específicos no
abordados directamente por el documento147, son pocos los artículos consagrados a

142
FRANCISCO, Discurso a la peregrinación de fieles de Brescia, 22/6/2013.
143
Cf., p.ej.: FRANCISCO, Discurso a los participantes en el encuentro internacional por la paz
organizado por la Comunidad de San Egidio, 30/9/2013; Exhortación apostólica Evangelii gaudium,
24/11/2013, 26 y 51; Mensaje con motivo del 50 aniversario de fundación del organismo para el
diálogo con las religiones, 19/5/2014; Discurso a los participantes en un encuentro organizado por la
Conferencia Italiana de los Institutos Seculares, 10/5/2014; Discurso en el encuentro con los
sacerdotes de la diócesis de Caserta, 26/7/2014; Homilía con ocasión de la beatificación del Siervo
de Dios Pablo VI, 19/10/2014.
144
Cf. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24/11/2013, 26: «Pablo VI invitó a
ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige sólo a los individuos
aislados, sino a la Iglesia entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza
interpelante: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el
misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de
comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya
santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto,
un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que
denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo
nos dejó de sí”» (el subrayado es nuestro).
145
B. MONSEGÚ, «Las encíclicas de Pablo VI», ABC, 2/8/1972, 10.
146
P. GIUNTELLA, «Il Papa del dialogo», NotIPVI 17 (1988), 107. Opinión semejante tienen: G. ANCONA
– R. DI FONZO, «Il “dialogo” nella lettera enciclica “Ecclesiam Suam”», RiScR 2 (1990), 507 y 509. Y
Antonio Acerbi concluye por ello que «al programa trazado en la Ecclesiam Suam le falta muchísimo
para ser completado» (A. ACERBI, «Paolo VI e il dialogo col mondo. Sguardi sull’enciclica
“Ecclesiam Suam”», NotIPVI 38 [1999], 60).
147
Cf., p.ej., M. CABREROS DE ANTA, «Aspectos jurídicos de la Iglesia en la encíclica “Ecclesiam suam”
del Papa Paulo VI», Salmanticensis 11 (1964), 525-536; E. FOGLIASSO, «L’Enciclica “Ecclesiam
suam” e la scienza del “Ius Publicum Ecclesiasticum”», Salesianum 4 (1964), 547-607; R.
190 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

analizar con hondura la encíclica montiniana. Llama la atención en ese sentido que
importantes revistas teológicas no hayan dedicado —ni entonces ni posteriormente,
como por ejemplo en los sucesivos aniversarios de su publicación— ninguna de sus
páginas a la Ecclesiam Suam148. Situación similar se presenta respecto a la edición de
folletos y libros149. Y en cuanto a tesis doctorales se refiere, éstas son prácticamente
inexistentes150.
¿Qué elementos pueden explicar esta paradójica situación? Quizá el principal
motivo para ello haya sido justamente la mencionada concomitancia con el Concilio
Vaticano II. En efecto, la Ecclesiam Suam apareció en plena efervescencia conciliar, a
pocas semanas de la apertura, el 14 de septiembre de 1964, de su tercera sesión, una
sesión que fue, además, particularmente intensa por los temas que estaban en debate —la
sacramentalidad de la ordenación episcopal; la colegialidad de los obispos, con la
correspondiente «nota explicativa previa» de la Lumen gentium; el papel de las
Conferencias Episcopales; la calificación teológica de los diferentes documentos; las
relaciones con el pueblo judío; la libertad religiosa; entre otros—, y que algunos incluso
consideran «la sesión “más importante”, el eje del Concilio»151.
A ello se añade el que la encíclica programática de Pablo VI viera la luz
precisamente cuando los obispos estaban ultimando los detalles de su próximo viaje a
Roma para participar en dicha sesión del Vaticano II, terminando de estudiar y analizar

LATOURELLE, «La révélation comme dialogue dans “Ecclesiam Suam”», Gregorianum 46 (1965),
834-839; G. GONZÁLEZ, «El mensaje filosófico de la encíclica “Ecclesiam Suam”», Ideas y valores
311 (1965), 71-82; V. FAGIOLO, «L’“Ecclesiam Suam” e la revisione del Codice di Diritto Canonico»,
L’OR, 10/10/1964, 3, y 9-10/11/1964, 7; A. DEL TORO, «Pablo VI interpreta auténticamente un texto
de la “Pacem in terris”», ABC, 3/9/1964, 12-13; J. DE JUAN FERNÁNDEZ, «La encíclica “Ecclesiam
Suam” a los 50 años de su publicación. Una mirada desde la DSI», Studium 54 (2014), 87-107.
148
Nos referimos, por ejemplo, a: Angelicum, Divinitas, Ephemerides Theologicae Lovanienses, Estudios
Eclesiásticos, Geist und Leben, Lumen, Revista Española de Teología, Revue Théologique de
Louvain, Revue Thomiste, Scripta Theologica, Stromata (Ciencia y Fe), Studium, Teología y vida, The
Irish Theological Quarterly, Theological Studies, Theologische Quartalschrift, Zeitschrift für
Katholische Theologie. En el mismo ámbito de las revistas, sabemos únicamente de dos que
consagraron un número especial a la Ecclesiam Suam. Se trata de la Revista Javeriana 62 (1964) y de
Studi Catolici 45 (1964), dedicada al «Diálogo de la Iglesia con el mundo».
149
Más allá de los comentarios a la Ecclesiam Suam que hemos enumerado al comenzar este capítulo (cf.
supra, nota 1) —que, por cierto, también son relativamente escasos—, ¡sólo hemos encontrado dos!: J.
MEINVIELLE, La “Ecclesiam Suam” y el progresismo cristiano; PH. DE LA TRINITÉ, O.C.D., Dialogue
avec le marxisme? “Ecclesiam Suam” et Vatican II [trad. cast.: ¿Diálogo con el marxismo?
“Ecclesiam Suam” y Vaticano II].
150
Hasta donde hemos podido investigar, ¡existen sólo cuatro tesis doctorales dedicadas expresamente a
la encíclica montiniana!: A. EVANGELISTI, Paolo VI e l’ecclesiologia della Ecclesiam Suam, Pontificia
Università Lateranense, Roma 1989-1990; E. STERMIERI, Il dialogo dell’“Ecclesiam suam” nel
magistero e nell’azione di Papa Paolo VI durante i suoi viaggi internazionali (1964-1970), Pontificia
Università Salesiana, Roma 1998; A. DUMBA, Diálogo modo de viver eclesial. Visão da Ecclesiam
Suam e sua incidência na Igreja de Angola, Pontificia Università Urbaniana, Roma 2006; E. ESCOBAR
CARDONA, Colloquium Salutis. Investigación teológica sobre el desarrollo de “Ecclesiam Suam de
Paulo VI” desde el manuscrito personal hasta el texto promulgado, Pontificia Università San
Tommaso, Roma 2013.
151
G. CAPRILE, «Aspetti positivi della terza sesione del Concilio», CivCatt 1 (1965), 318.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 191

los documentos conciliares pendientes, delegando sus responsabilidades y dejando todo


preparado para una ausencia de sus respectivas circunscripciones eclesiásticas por los
siguientes dos meses y medio. No se debe olvidar, al mismo tiempo, que la velocidad de
las comunicaciones de esos años distaba mucho de la que hoy gozamos gracias a
Internet, las redes sociales y el correo electrónico.
Se debe tener en cuenta, además, que sólo unos meses después, el 21 de noviembre
de 1964, durante esa misma sesión conciliar, se promulgaron tres importantes
documentos que concitaron por completo la atención de los obispos, de los teólogos, de
la prensa y de todo el Pueblo de Dios. Nos referimos a la Constitución dogmática sobre
la Iglesia Lumen gentium, así como a los decretos Orientalium Ecclesiarum, sobre las
Iglesias orientales católicas, y Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo.
Naturalmente su aparición, en particular la de la Lumen gentium, el documento más
importante y más esperado del Concilio, suscitó inmediatamente una avalancha de
estudios, comentarios, artículos, profundizaciones, escritos y reflexiones, acaparando la
atención eclesial y mundial. A éstos se irían añadiendo en los siguientes meses los
demás textos conciliares, con similares consecuencias y reacciones152, velando así,
inadvertidamente, el estudio hondo y sereno de la Ecclesiam Suam.
Aunque pueda parecer un dato curioso y circunstancial, seguramente influyó
también en su poca recepción el que la encíclica montiniana apareciera en la primera
quincena de agosto —si bien el documento fue firmado el día 6, se dio a conocer al
público recién en la edición del 10/11 de agosto de L’Osservatore Romano—, mes que
en el hemisferio norte está marcado por el verano y las vacaciones estivales. Suele ser
éste el tiempo en el que el Santo Padre se traslada a Castelgandolfo y la Curia Romana
interrumpe parcialmente sus labores para tomar un período de descanso. Con ello las
actividades en el Vaticano —y en la ciudad de Roma en general— se reducen
significativamente.
Quizá contribuyera también el hecho de que, al poco tiempo, Pablo VI fuera
publicando otros documentos de singular trascendencia, como la encíclica Mysterium
fidei, sobre la doctrina y el culto eucarísticos (3 de septiembre de 1965); el motu proprio
Apostolica sollicitudo, con el que instituyó el Sínodo de los Obispos, uno de los frutos
del Concilio (15 de septiembre de 1965); la constitución apostólica Paenitemini, por la
que reformó la disciplina eclesiástica de la penitencia (17 de febrero de 1966); la
encíclica social Populorum progressio, sobre la necesidad de promover el desarrollo de
los pueblos (26 de marzo de 1967); la encíclica Sacerdotalis caelibatus, sobre el
celibato sacerdotal, cuestionado en algunos ámbitos eclesiales y seculares (24 de junio
de 1967); el Credo del Pueblo de Dios (30 de junio de 1968) al finalizar el Año de la
Fe; o la esperada encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de la natalidad (25 de
julio de 1968), que generó intensos debates, adhesiones y contestación, tanto al interior

152
El 28 de octubre de 1965: los decretos Christus Dominus, Perfectae caritatis y Optatam totius, y las
declaraciones Gravissimum educationis y Nostra aetate; el 18 de noviembre de 1965: la Constitución
dogmática Dei Verbum y el decreto Apostolicam actuositatem; y el 7 de diciembre de 1965: la
Constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, y la
declaración Dignitatis humanae.
192 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

como fuera de la Iglesia, por mencionar sólo los más relevantes. Cada uno de estos
textos pontificios, particularmente la Humanae vitae, despertaron el interés de los hijos
de la Iglesia y de la opinión pública, relegando también, involuntariamente, las
enseñanzas de su carta programática.
Esos años fueron testigos asimismo de algunos importantes acontecimientos en la
vida de la Iglesia o de significativas decisiones de gobierno que el Santo Padre adoptó,
como la muerte del P. Johann Baptist Janssens, Prepósito General de la Compañía de
Jesús (5 de octubre de 1964) y la posterior elección del P. Pedro Arrupe (22 de mayo de
1965); la creación de nuevos Cardenales (22 de febrero de 1965) 153; la puesta en
práctica de la reforma litúrgica, con la introducción de las lenguas vernáculas (7 de
marzo de 1965); la histórica declaración conjunta con el Patriarca ecuménico
Atenágoras I por la que se levantaban la mutua excomunión de 1054 (7 de diciembre de
1965); la también notoria visita del Arzobispo de Canterbury, Michael Ramsey (23-24
de marzo de 1966); la reforma de la Curia Romana (15 de agosto de 1967); la apertura
de la primera Asamblea General del Sínodo de los Obispos, que trató sobre la
«Preservación y fortalecimiento de la fe católica, su integridad, su fuerza, su desarrollo,
su coherencia doctrinal e histórica» (29 de septiembre – 29 de octubre de 1967)154; los
problemas de salud que aquejaron al Papa y la intervención quirúrgica a la que debió ser
sometido (4 de noviembre de 1967); o la promulgación del nuevo Misal Romano (3 de
abril de 1969).
Sus viajes apostólicos fuera de Italia, verdadera novedad de su pontificado,
acentuaron aún más este curioso fenómeno. Después de su famosa peregrinación a
Tierra Santa (4-6 de enero de 1964) —antes de la publicación de la Ecclesiam Suam—,
el Santo Padre visitó la India, para participar en el XXXVIII Congreso Eucarístico
Internacional de Bombay (2-5 de diciembre de 1964); Estados Unidos, con el propósito
de pronunciar un discurso en la Organización de las Naciones Unidas (4 de octubre de
1965), mientras los obispos estaban reunidos en la última sesión del Concilio155; el
santuario portugués de Fátima (13 de mayo de 1967); Estambul, Éfeso y Esmirna (25-26
de julio de 1967); Colombia, para participar en el XXXIX Congreso Eucarístico
Internacional de Bogotá e inaugurar la II Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano en Medellín (22-24 de agosto de 1968); Ginebra, con el fin de asistir a

153
A éste le seguirían los Consistorios del 26 de junio de 1967 (donde sería creado Cardenal el Arzobispo
de Cracovia, Mons. Karol Wojtyla) y del 28 de abril de 1969.
154
Nótese la cercanía temática de esta primera Asamblea General con el capítulo I de la Ecclesiam Suam
—la conciencia—, objeto de nuestro estudio.
155
Para sopesar la importancia de este acontecimiento conviene tener en cuenta que hasta entonces
«nunca un personaje y un discurso tuvieron tantos oyentes, espectadores y televidentes en la historia
de la humanidad» (V.O. VETRANO, «Los tres viajes de Pablo VI. En la perspectiva de la encíclica
Ecclesiam Suam», Criterio 38 [1965], 806). Por otro lado, es interesante lo que observa P.
Hebblethwaite: «Con su visita a Tierra Santa Pablo declaraba que la Iglesia podría renovarse a sí
misma [cap. II: “La renovación”] sólo retornando a sus orígenes [cap. I: “La conciencia”]; al visitar
las Naciones Unidas diría que esta renovación implicaba un diálogo con el mundo entero [cap: III: “El
diálogo”]» (P. HEBBLETHWAITE, Pablo VI. El primer Papa moderno, 310) [lo añadido entre corchetes
es nuestro]. Obsérvese la correspondencia entre la Ecclesiam Suam y los primeros viajes apostólicos
del Santo Padre.
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 193

la Oficina Internacional del Trabajo y al Consejo Mundial de las Iglesias (10 de junio de
1969); Uganda (31 de julio – 2 de agosto de 1969); y Asia Oriental, Oceanía y Australia
(25 de noviembre – 5 de diciembre de 1970), en la peregrinación más larga de su
pontificado, donde sufrió incluso un atentado. Fue así el primer Pontífice de la época
moderna en visitar otras naciones, y el primero en cubrir los cinco continentes.
Algunos acontecimientos mundiales, cuya cobertura mediática y evidente interés
atrajeron la mirada de todos, también aportaron su cuota: así, por ejemplo, los ecos del
reciente asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy (22 de noviembre de
1963); el incidente en el Golfo de Tonkin y el consecuente inicio de la guerra en
Vietnam (2 de agosto de 1964), pocos días antes de la publicación de la encíclica; la
desaparición de Winston Churchill, Primer Ministro del Reino Unido (24 de enero de
1965); el conflicto entre India y Pakistán por el control de Cachemira (agosto-
septiembre de 1965); la revuelta en Indonesia (septiembre de 1965); la Guerra de los
Seis Días entre Israel y la coalición árabe (5-10 de junio de 1967); la Primavera de
Praga y el Mayo Francés (1968); las diferentes misiones espaciales que culminaron con
la llegada del hombre a la Luna (20 de julio de 1969), por mencionar los más
llamativos.
Fijando la mirada en el texto de la Ecclesiam Suam propiamente dicho, otra razón
que posiblemente contribuyó a la poca resonancia de la encíclica fue el tema que eligió
Pablo VI para ella: la Iglesia peregrina. No era ésta una cuestión que despertara el
interés general —como lo fue, poco antes, con la Pacem in terris de San Juan XXIII,
«sobre la paz entre todos los pueblos»—, sino que estaba más orientado a la comunidad
eclesial156. Lejano, por otro lado, de toda polémica, el argumento no suscitó en los fieles
—ni tampoco en la prensa, tan dada a ello— discusiones o debates. Como el mismo
Santo Padre lo explicita, no era su intención detenerse por el momento en materias de
urgente actualidad o controversiales157, sino más bien abrir su corazón de Pastor para
ofrecer «un mensaje fraterno y familiar», una «sencilla conversación epistolar» (ES 6)158.
En algo puede haber contribuido asimismo el estilo de escritura de Pablo VI,
propio de quien está acostumbrado a meditar con serenidad cada una de las
proposiciones, de quien busca encontrar la expresión justa, matizando continuamente las
frases con adjetivos y adverbios para no deslizarse ni a un lado ni a otro, de quien a cada

156
Cf. C. MARTÍ, en PABLO VI, Ecclesiam Suam. Los caminos de la Iglesia, hoy, edición comentada por
los Rdos. J. BIGORDÁ, C. MARTÍ y J.M. ROVIRA BELLOSO, 7.
157
«Advertiréis, sin duda, que este sumario esquema de nuestra encíclica no considera el estudio de temas
urgentes y graves que interesan no sólo a la Iglesia, sino a la humanidad, cuales son la paz entre los
pueblos y entre las clases sociales, la miseria y el hambre que todavía hoy afligen a pueblos enteros, la
elevación de jóvenes naciones a la independencia y al progreso civil, las corrientes del pensamiento
moderno y la cultura cristiana, las condiciones desgraciadas de tanta gente y de tantas porciones de la
Iglesia a las que son negados los derechos propios de ciudadanos libres y de personas humanas, los
problemas morales sobre la natalidad, y otros muchos» (ES 10).
158
«El tema no es de polémica, al menos en su periferia, que es lo primero que comprende el lector
medio. Pretende por el contrario evitar la polémica enseñando a dialogar. […] Ecclesiam Suam no
tiene frases beligerantes. No nos sirve para apuntalar criterios personales de revancha. […] Lo que
dice Ecclesiam Suam está dicho con delicadeza, con sordina, y no hiere ni siquiera a los oídos más
suspicaces» (F. GARCÍA-SALVE, «Presentación», en ID., Comentario eclesial a la “Ecclesiam Suam”, 10).
194 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

paso ilumina un término con su sinónimo o equilibra una expresión con su


complemento. Ello exige, por parte del lector, una lectura más pausada y en alguna
medida una educada capacidad de reflexión, no muy común en nuestros tiempos159.
Y por último —aunque no se refieran primariamente a la recepción del documento,
pero sin duda aportaron al silencio que se dio en torno a él y dificultaron su
comprensión—, nos encontramos con dos fallas en relación a su comunicación. En
primer lugar, las deficiencias que se presentaron, quizá por la premura del encargo, en
algunas de sus traducciones a otras lenguas, como por ejemplo el inglés 160 y el
francés161. Y, en segundo lugar, la inexactitud de la prensa a la hora de sintetizar —a
veces reduciendo o traicionando— un texto tan rico en unas pocas frases de impacto.
Así lo hace notar, por ejemplo, la revista argentina Criterio, advirtiendo que «un
documento de capital importancia para la Iglesia contemporánea, su conocimiento y la
valoración de sus actitudes, ha pasado prácticamente desapercibido por obra y gracia de
la pésima información religiosa de nuestros grandes (y pequeños) diarios», y ello debido
a que
el día que la encíclica fue distribuida en Roma [...] los corresponsales de las grandes
agencias internacionales no parecen haber tenido tiempo de leerla. O bien, la urgencia por
preparar una historia y el deseo, sin duda legítimo, de llamar la atención sobre un
documento difícil, inspiró a estos señores la peregrina idea de presentar la encíclica como
una “condenación del comunismo”162,

159
Como conclusión de sus comentarios respecto al estilo de Pablo VI, plantea José María Rovira Belloso
esta sugerente pregunta: «La palabra de Juan XXIII ¿no era aggiornamento? ¿Y no es approfondire el
verbo del Papa Pablo?» (J.M. ROVIRA BELLOSO, «Presentación», en PABLO VI, Ecclesiam Suam. Los
caminos de la Iglesia, hoy, edición comentada por los Rdos. J. BIGORDÁ, C. MARTÍ y J.M. ROVIRA
BELLOSO, 12).
160
Así lo denuncia la revista America: «La falta de atractivo de muchos documentos romanos se debe en
gran parte al casi imposible estilo de sus versiones vernáculas. Las palabras en la primera traducción
de Ecclesiam Suam que se nos ha ofrecido —añade el editorial con cierta ironía— son, por supuesto,
inglés, pero el estilo es en gran medida un ciceronianismo desarticulado. En cuanto al inglés, la
traducción ha sido no sólo torpe, sino también innecesariamente abstrusa» («The Language of Rome»,
editorial de America. National Catholic Weekly Review, 21/11/1964, vol. 111, issue 21, 652). Y luego
de formular algunas sugerencias que permitan hacer frente a este problema, concluye: «En resumen,
tanto el Papa como el Pueblo de Dios se merecen algo mejor en el diálogo escrito entre la Iglesia y el
mundo» (ibid., 653).
161
De parte de los francoparlantes se pronuncia Robert Rouquette, S.J.: «La traducción francesa oficial
—hecha en Roma, y que se publicó al mismo tiempo que el texto original italiano y la traducción
latina canónicamente “auténtica”— no facilita los primeros comentarios en nuestra lengua. Esta
traducción, forzosamente demasiado rápida, es a menudo equívoca o inexacta» (R. ROUQUETTE,
«L’encyclique “Ecclesiam Suam”», Études 321 [1964], 424). Después de sugerir también unas
posibles soluciones, cita algunos notorios e importantes casos concretos.
162
«La Iglesia en el mundo. La encíclica de Pablo VI», editorial de Criterio 37 (1964), 603. Un eco
similar encontramos en España: «Por las referencias de la Prensa y demás, mi ánimo acerca de ella
estaba algo confuso y dividido. Sin embargo, cuando por fin pude cerciorarme por mi cuenta y leer el
texto íntegro de “Ecclesiam suam”, debo reconocer que su lectura ha sido para mí de un deleite
interior grande, inesperado [...]. No me esperaba esto después de todas las versiones, de los dimes y
diretes contradictorios y envueltos que me habían llegado» (L. ÁLVAREZ, «La encíclica y sus
comentarios», ABC, 8/10/1964, 26).
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 195

lo cual, no sólo no es cierto, sino que tampoco hace justicia al contenido de la Ecclesiam
Suam y desvirtúa sus enseñanzas.
Son, pues, varios los factores que parecen haber confluido sobre la desatención que
sufrió la Ecclesiam Suam. Como se ha podido observar, la publicación de la encíclica
montiniana se dio en el contexto de unos años intensos, tanto al interior de la Iglesia
como en el mundo, y ello favoreció el que, sin quererlo, las enseñanzas que ofrecía no
fueran adecuadamente acogidas, sopesadas y profundizadas. Cada una de las razones
que hemos esbozado contribuyó a su modo —en mayor o menor medida— a que este
rico documento se viera curiosamente relegado.

5.6. La “encíclica del diálogo”


Es frecuente que, al mencionar la carta programática de Pablo VI, a muchos les
brote inmediatamente el recordarla como la “encíclica del diálogo”. Se trata, por cierto,
de algo natural, ya que, como hemos apuntado hace un momento, el capítulo dedicado a
este tema es, notoriamente, el más extenso del documento163. Es asimismo —y ahí está
parte de la explicación— el que más atención recibió por ser también, en opinión de
varios, el más original y el menos abstracto, el más accesible al público y el que más
orientaciones de carácter pastoral y práctico ofrece164.
Aquí nos encontramos, sin embargo, nuevamente ante una paradoja: lo que ha
hecho más conocida a la encíclica —el diálogo— es también lo que la ha hecho más
desconocida, menos comprendida, y, en algunos casos, incluso hasta ha llegado a
deformar su mensaje. No es que este sobrenombre con el que usualmente se le conoce y
se le recuerda sea falso, ni mucho menos, pero como sucede algunas veces con los
apelativos, éstos se fijan en un solo aspecto del objeto al que califican, magnificándolo,
y por ello no suelen hacer justicia al conjunto de lo nombrado. En el caso de la
Ecclesiam Suam, es sin duda la “encíclica del diálogo”, pero también es —y quizá con
mayor razón, o en todo caso antes— la “encíclica de la conciencia” y la “encíclica de la
renovación”, pasos previos e irrenunciables, como hemos explicado, a cualquier
coloquio que la Iglesia quiera entablar con el mundo. Nótese que, a la hora de anunciar
la próxima aparición de su texto programático, el propio Pontífice señala que
«podríamos quizá titular esta encíclica: “Los tres caminos de la Iglesia”»165, y no “La
encíclica del diálogo”. El excesivo acento que se ha puesto en la atención, el estudio y

163
Cuenta con 58 numerales, mientras el primer capítulo tiene sólo 23, y el segundo, 18.
164
Así lo compendia la revista Ecclesia: «La tercera parte de la encíclica “Ecclesiam Suam” —centrada
sobre el diálogo— es, evidentemente, la más original y la que contiene más concreciones para el orden
práctico» («Diálogo», editorial de Ecclesia, 29/8/1964, 4). En línea semejante, aunque en nuestra
opinión desenfocada, se expresa L’Action Populaire: «La tercera parte, la más extensa, es también la
más novedosa y la más importante por sus consecuencias prácticas y por la actitud decididamente
prospectiva» (L’ACTION POPULAIRE, en PAUL VI, Encyclique Ecclesiam Suam, 21). Y, deteniéndose
en su novedad, el quincenario Criterio subraya: «Nunca hasta ahora, que sepamos, la enseñanza
pontificia había intentado sintetizar las relaciones entre la Iglesia y el mundo, la presencia y la misión
de la Iglesia en el mundo, bajo el esquema del diálogo» («La Iglesia en el mundo. La encíclica de
Pablo VI», editorial de Criterio 37 [1964], 607).
165
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964.
196 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

los comentarios al tercer capítulo de la carta, en cambio, ha terminado en muchos casos


por desfigurarla, opacando —o inclusive haciendo olvidar— los dos primeros que el
Santo Padre quiso situar explícitamente como condición previa y antecedente a toda
misión eclesial166. Y es que, como desde antiguo es evidente, operari sequitur esse167.
A esto se añade otra consideración que se retroalimenta con el problema anterior: el
medio cultural en el que vivimos. Existe hoy en día —que tanto se insiste en lo
“políticamente correcto” y en la “tolerancia”, que se quiere imponer la “dictadura del
relativismo” y el “pensamiento débil”— una visión del diálogo que casi lo condena a no
ser más que “palabra vacía”, “voz líquida”, que va acomodándose de acuerdo a las
circunstancias y a las veleidades de los oyentes —aunque en realidad, en muchos casos,
ya no hay ni oyentes, pues no se da un auténtico diálogo, sino dos (o más) monólogos—.
Más que de un coloquio se trata tan sólo de exposiciones de ideas, todas ellas
igualmente válidas e igualmente relativas, sin ningún sustento más allá de la opinión
variable o la preferencia de quien las pronuncia.
De este contexto enrarecido brota una postura equivocada según la cual, para
dialogar, es preciso “amortiguar”, “suavizar” las convicciones personales, relegarlas a
un segundo plano, diluirlas168. El diálogo adquiere entonces categoría de “mito”, se
convierte en criterio absoluto a partir del cual se valora toda la realidad, desde el que se
juzga la propia identidad e incluso la verdad —¡y no al revés!—, desestimando como
intolerante y falsa de antemano toda afirmación fuerte, toda convicción profunda, todo
rasgo propio que pueda “incomodar” a los demás. Nada más alejado de la propuesta del
«diálogo de salvación» que plantea Pablo VI en la Ecclesiam Suam. Como hacíamos

166
En ese sentido no coincidimos ni con la revista Criterio cuando opina que «la clave de la encíclica está
en la tercera parte: El diálogo. Todo lo demás se ordena a esto» («La Iglesia en el mundo. La encíclica
de Pablo VI», editorial de Criterio 37 [1964], 605), ni con Pedro Rodríguez cuando afirma que «esta
tercera parte de la Ecclesiam suam es la intentio de toda la encíclica» (P. RODRÍGUEZ, «De la encíclica
“Ecclesiam Suam” a la Constitución “Lumen gentium”», en La Iglesia: misterio y misión, 31). Y ello,
además de por las razones que exponemos en este texto, por lo que subrayó el mismo Pablo VI días
antes de su publicación, en la que puede ser considerada como su presentación: la Ecclesiam Suam,
«se riguarda di preferenza la “Ecclesia ad intra” non ignora la “Ecclesia ad extra”» (PABLO VI,
Audiencia general, 5/8/1964). Como puede verse, la intentio del Santo Padre es justamente la contraria.
167
Como hacen notar Giovanni Ancona y Rosa Di Fonzo: «La mayor amplitud de la última sección del
documento no puede inducir a ignorar que, objetivamente y sobre todo lógicamente, “el diálogo se
encuentra en el tercer lugar. Es una deducción metodológica y pastoral de dos premisas espirituales y
morales: la conciencia, la renovación”» (G. ANCONA – R. DI FONZO, «Il “dialogo” nella lettera
enciclica “Ecclesiam Suam”», RiScR 2 [1990], 524). Agustín de Asís, por su parte, testimonia que el
tercer capítulo de la encíclica «me consta que ha deslumbrado a muchos observadores de tal forma
que no les ha permitido captar el profundo sentido y significado de la primera parte. […] Precisamente
por ser eclesiológica, la tercera parte referida al diálogo de la Iglesia —que por otro lado debe
entenderse por tal, según se dice en el propio documento, la evangelización— es consecuencia de las
dos primeras y, sobre todo, de aquella en la que se preocupa fundamentalmente de la conciencia que la
Iglesia debe tener de sí misma» (A. DE ASÍS, «Puntos de vista sobre la encíclica “Ecclesiam Suam”»,
Anales de la Cátedra Francisco Suárez 4 [1964], 5-6).
168
Existe, por cierto, también el peligro opuesto: la imposición, la coacción, la falta de respeto a la
libertad de los demás, frente al que igualmente previene la encíclica (cf. ES 69).
LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA 197

notar líneas arriba, éste tiene como supuesto ineludible, como condición sine qua non, la
conciencia de la identidad cristiana y el respeto a la verdad169.
Nos encontramos frente a lo que podríamos denominar la “ideología del diálogo”,
perspectiva que olvida que un diálogo auténtico y profundo me ha de llevar más bien a
reforzar mi identidad, a enriquecerme, a crecer en “quién soy”; y esto no sólo por la
dinámica propia del diálogo —dialogar me obliga, por ejemplo, a pensar, a dar razón de
mí y de mis opciones—, sino también porque somos seres hechos para el encuentro,
para vivir la dinámica de la apertura y de la entrega hacia el otro, y, en ese sentido, tanto
al entregarme como al acoger lo que el otro me puede mostrar y aportar, crezco como
persona, desarrollo mi humanidad. Esta “ideología del diálogo” desatiende también una
verdad elemental, y es que nadie puede dar lo que no tiene. Para dialogar y darse es
preciso primero conocerse y poseerse. Todo diálogo supone, además, la escucha, una
escucha que ha de comenzar por uno mismo, por su mismidad, por la voz interior de su
conciencia.
No ha sido éste, por cierto, un fenómeno exclusivo de los ámbitos profanos, sino
que ha extendido su influjo sobre la vida de la Iglesia y sobre la mentalidad de sus hijos,
trastocando —cuando no negando— su naturaleza y su misión evangelizadora, aquella
que en la Evangelii nuntiandi el mismo Pablo VI designara como «la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda»170. Saliendo al paso de este grave
peligro, Henri de Lubac, S.J., sentencia con particular nitidez y concisión: «Más que
esta invitación al diálogo, es una invitación a realizar nuestra condición de

169
Así lo subraya el propio Pablo VI en su carta programática: «¿Hasta qué grado la Iglesia debe
uniformarse con las circunstancias históricas y locales en que desarrolla su misión? ¿Cómo debe
precaverse del peligro de un relativismo que lesione su fidelidad dogmática y moral? […] Nuestro
diálogo no puede ser una debilidad respecto al compromiso que tenemos con nuestra fe. El apostolado
no puede transigir con un compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acción
que deben cualificar nuestra profesión cristiana. El irenismo y el sincretismo son, en el fondo, formas
de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la Palabra de Dios que queremos predicar. Sólo
el que es plenamente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol» (ES 80-81). Ya en
1948, dirigiéndose a un Congreso de Graduados Católicos, Mons. Montini señalaba con toda claridad:
«Come dobbiamo fare di fronte agli altri? Nessuna attenuazione della verità, nessun patteggiamento:
lealtà assoluta e completa, non esitare ad affermare la verità, a denunciare ciò che vi è di
dottrinalmente, di ideologicamente sbagliato. Guai a chi patteggia su questo per avvicinarsi ai fratelli,
tradirebbe la verità. Mentre invece occorre simpatizzare con gli altri con totale amicizia per costruire il
bene comune» (G.B. Montini, «Meditazione», Coscienza 2 [1948], 2). Y unos años después, cuando
era Arzobispo de Milán, advertía sobre el «peligro [que] consiste en confundir el diálogo con los
indiferentes, los alejados y los adversarios, con la asimilación de su manera de pensar y de obrar. En
este caso, no seríamos ya unos conquitadores, sino unos conquistados. El diálogo, método necesario
para el apóstol, no debe cerrarse con una negación u olvido de nuestra verdad en beneficio del error o
de la verdad parcial que en un principio se quería redimir. El equívoco sobre esta materia es tentador
en nuestros días; podría restar fuerza a nuestra actuación, diluyéndola en un sincretismo híbrido de
ideas y de métodos y podría acostumbrar al católico militante a un conformismo oportunista y servil.
La sal sin sabor no sirve para nada» (G.B. MONTINI, «Apostolado cristiano y universalidad de la
redención de Cristo», 6/1/1960, en DPM, 154). Cf. también G.B. MONTINI, «La carità della Chiesa
verso i lontani», 1958, en DsC, 52-53 y 58.
170
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 14.
198 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

cristianos»171. La revista Criterio, por su parte, expone el problema con más detalle:
«No puede ni debe quedar ninguna duda de que la presencia de la Iglesia en el mundo
no se hace convirtiéndose en mundo sino siendo más perfectamente Iglesia. La
antinomia es sólo aparente: sólo si la Iglesia es la Iglesia de veras puede encarnarse en
la realidad del mundo sin perder su sabor»172.
En otro artículo de la misma publicación Raimondo Spiazzi ofrece un principio —el
cristológico— que debe guiar siempre tanto el diálogo como toda actividad de la
Iglesia: «No fueron así los diálogos de Jesús con Nicodemo, con la Samaritana, con
Zaqueo, Marta, Pedro y Tomás. Tampoco pueden ser así los diálogos de la Iglesia»173.
Y Mons. Emilio Guano, Obispo de Livorno, hace una puntualización que conviene tener
en cuenta: «Si bien el Papa aborda sobre todo el diálogo entre la Iglesia y los hombres,
él subraya con insistencia que ante todo y sobre todo la Iglesia tiene que tejer y teje otro
coloquio: el coloquio con Dios. “La religión es diálogo entre Dios y el hombre”. Éste es
el fundamento de cada diálogo con el hombre, es su alma»174.
Para comprender la gravedad y la actualidad del problema que venimos
describiendo basta mencionar los llamados de atención que ha debido hacer la
Congregación para la Doctrina de la Fe con la publicación de la Declaración Dominus
Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia —fechada
justamente un 6 de agosto del año 2000— y de la Nota doctrinal acerca de algunos
aspectos sobre la evangelización —más reciente, del 3 de diciembre de 2007—, amén
de las numerosísimas llamadas de atención pontificias sobre el particular175.
Ha sido precisamente esta falseada entronización cultural y eclesial del diálogo —con
el consecuente opacamiento de la identidad cristiana y la disolución de la misión
apostólica de la Iglesia— lo que nos ha llevado, entre otras motivaciones, a emprender
esta investigación sobre el capítulo I de la encíclica montiniana dedicado a la «conciencia»
de la Iglesia. A profundizar en este tema dedicaremos las siguientes páginas.

171
H. DE LUBAC, «Paul VI vu à travers “Ecclesiam Suam”», Choisir 65 (1965), 19.
172
«La Iglesia en el mundo. La encíclica de Pablo VI», editorial de Criterio 37 (1964), 606-607.
173
R. SPIAZZI, «La encíclica programática de Pablo VI», Criterio 38 (1965), 170.
174
E. GUANO, «Premessa» a PAOLO VI, Lettera enciclica Ecclesiam Suam, 14.
175
Cf. supra, 1.3.
CAPÍTULO 6

LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ MISMA


EN LA ECCLESIAM SUAM

6.1. Significado de “conciencia”


Antes que nada hemos de preguntarnos: ¿Qué significa esa “conciencia” que el
Papa Montini señala como el primer camino que la Iglesia debe recorrer en nuestro
tiempo? ¿Cómo entender ese concepto?
Ya la etimología del término nos ofrece algunas luces al respecto 1. “Coscienza” en
italiano y “conciencia” en castellano provienen del latín conscientia, palabra formada
por el prefijo con- (= convergencia, reunión, en unión de) y el sustantivo -scientia (=
saber, ciencia, conocimiento); y éste de su equivalente griego syneídēsis (syn- = con;
-eídēsis = conocimiento). Significa, literalmente, saber junto con otro, conocimiento
compartido, ciencia conjunta; se trata, en otras palabras, de un saber condividido y
participado, de un conocimiento común. Como el prefijo con- lo recalca, por más
personal que pueda ser, dicha toma de conciencia no es en ningún momento un acto
individualista o egocéntrico, una actividad que aísle de los demás o una disposición que
lleve al encerramiento subjetivista. La verdadera toma de conciencia es más bien una
dinámica que rompe con el solipsismo y que involucra a otros.
Precisando un poco más el concepto, “conciencia” puede entenderse
fundamentalmente en dos sentidos, por cierto relacionados entre sí. En primer lugar, el
que alude a la pregunta por el bien o el mal en el actuar humano, es decir, el juicio del
entendimiento práctico acerca de la moralidad —la bondad o la malicia— de las
acciones concretas de un sujeto, lo que se suele denominar conciencia moral2. Y, en

1
Cf. J. COROMINAS – J.A. PASCUAL, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, II, 66; S.
SEGURA MUNGUÍA, Nuevo diccionario etimológico latín - español y de las voces derivadas, I, 156.
2
No debe confundirse, sin embargo, con la syndéresis (del griego συντήρησις), que designa a la intuición
moral original, es decir, a la disposición natural del intelecto que lo lleva a conocer los primeros
principios de la vida moral y, por tanto, a distinguir el bien del mal. Si la conciencia moral se aplica a la
actuación subjetiva de cada persona, la syndéresis permanece en el campo objetivo. De origen estoico,
este vocablo fue acogido por San Jerónimo como «scintilla conscientiae» (SAN JERÓNIMO, Comentario
a Ezequiel, 1,1: PL 25, 22) y se desarrolló de manera sistemática durante la Escolástica. Conviene leer el
interesante artículo del entonces Cardenal Ratzinger sobre el tema, en el que propone reemplazar el
200 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

segundo lugar, el que se refiere al reconocimiento de la presencia de una realidad, ya


sea exterior, ya sea interior al sujeto mismo3. Esta última acepción puede subdividirse, a
su vez, en otras: la conciencia psicológica —la percepción que el yo tiene de sí mismo,
denominada también apercepción o autoconciencia—, la conciencia epistemológica o
gnoseológica —equivalente al sujeto cognoscente— y la conciencia metafísica —una
realidad que se supone previa a todo ámbito psicológico o epistemológico—4. Es claro
que, en la Ecclesiam Suam, el Papa Pablo VI no alude a la conciencia moral, sino que
tiene en mente el primer sentido de la segunda acepción, es decir, la conciencia
psicológica.
Para seguir avanzando en la comprensión que tiene el Santo Padre de este vocablo,
puede resultar iluminador recoger las definiciones que nos ofrecen algunas obras de la
época y que en algún momento G.B. Montini muy probablemente debe de haber
consultado. La conocida Enciclopedia Cattolica, por ejemplo, apunta: «La conciencia es
la advertencia de la presencia de algo a un sujeto cognoscente, sea que se trate de
acciones y estados de ánimo propios del mismo sujeto, como también de objetos y
hechos del mundo externo. La conciencia es, por tanto, ante todo “darse cuenta” de la
existencia de algo en todo el ámbito de la vida superior, tanto cognoscitiva como
afectiva, de la sensibilidad como del espíritu»5. El Dictionnaire de Spiritualité,
Ascétique et Mystique nos habla de «la conciencia psicológica, que no es sino la
presencia del sujeto a sí mismo, directa o refleja»6. Y el Dictionnaire de Théologie
Catholique, por su parte, la entiende como «la apercepción por la cual el hombre se
conoce a sí mismo en una mirada interior, […] la apercepción de uno mismo, de los
actos realizados, de las operaciones ejecutadas o de las impresiones recibidas. Por
medio de ella el hombre se conoce, aunque incompletamente»7.

término griego syndéresis por el concepto latino de resonancias platónicas anamnesis, que se distingue
claramente del vocablo conscientia y evita algunas de las confusiones que ha suscitado su interpretación
(cf. J. RATZINGER, «Conciencia y verdad», en La Iglesia, una comunidad siempre en camino, 95-115).
3
En muchas lenguas —como en las romances: castellano, francés, italiano, portugués— se utiliza el
mismo término para ambos sentidos; en otras, se distingue la conciencia moral de la psicológica —así
en el alemán (Gewissen y Bewusstsein) y el inglés (consciousness y conscience), por ejemplo—.
4
Cf. J. FERRATER MORA, «Conciencia», en Diccionario de Filosofía, I, 620-625.
5
C. FABRO, «Coscienza», en G. PIZZARDO – P. PASCHINI, ed., Enciclopedia Cattolica, IV, cols. 673-674.
Obra sin duda cercana a G.B. Montini, pues además del ya mencionado Cardenal Pizzardo —uno de los
directores—, en ella participan grandes personalidades de la época, como el Card. Agostino Bea, el
entonces P. Paolo Dezza S.J., los futuros Cardenales Jean Daniélou S.J. y Henri de Lubac S.J., Antonio
Royo Marín O.P., Mons. Alberto Di Jorio, Erik Peterson, el abad Giuseppe Ricciotti, Eugenio Pio Zolli,
algunos de ellos amigos de Mons. Montini.
6
R. CARPENTIER, «Conscience», en Dictionnaire de Spiritualité, Ascétique et Mystique, II, col. 1549. Cf.
también, ahí mismo, la voz «Connaissance de soi», a cargo de Mons. Louis de Bazelaire (cols. 1511-
1543). Con sus más de 60,000 páginas en 17 tomos y 45 volúmenes, este monumental diccionario,
publicado a partir de 1932, era una obra imprescinbible en el mundo intelectual de la época. Es conocido,
además, que G.B. Montini iba adquiriendo sus diferentes volúmenes conforme iban viendo la luz.
7
A. CHOLLET, «Conscience», en A. VACANT – E. MANGENOT, ed., Dictionnaire de Théologie Catholique,
III, col. 1157. Publicado entre 1899 y 1950, este diccionario fue también un referente teológico en las
primeras décadas del siglo XX. Con cerca de 9,500 artículos ordenados en 15 tomos y 30 volúmenes,
entre sus colaboradores se encuentran intelectuales de la talla de Yves Congar O.P., Ambroise Gardeil,
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 201

Un paso más en la inteligencia de este concepto nos lo permite dar el propio


Cardenal Montini. Dos años antes de asumir la Cátedra de Pedro —en su carta
cuaresmal de 1961 Sobre el sentido moral—, nos brinda una precisa clarificación de qué
entiende él por “conciencia”:
veramente questa è la conoscenza che uno ha di sè, cioè l’atto riflesso con cui noi
applichiamo la mente alle nostre azioni, e con cui cerchiamo di conoscere noi stessi nel
nostro foro interiore senziente e operante; può essere perciò coscienza psicologica, se
osserva semplicemente come l’atto avviene e si svolge, e può essere coscienza morale
quando questa riflessione giudica come le nostre azioni sono state compiute o sono da
compiere in ordine alla norma che le deve guidare, al bene, in ordine alla loro moralità8.
Y ya como Pontífice nos ofrece una interesante distinción entre la conciencia
psicológica y la moral. Después de «señalar, ante todo, la importanza de los actos
reflejos en la vida del hombre» y de declarar que «a estos actos reflejos llamamos
conciencia», indica:
Llamamos aquí la atención sobre aquel momento especial conocido de todos nosotros, en
el que la conciencia psicológica, es decir, la percepción interior que el hombre tiene de sí
mismo, se convierte en conciencia moral (cf. S.T. I, 79, 13), en el acto en el que la
conciencia psicológica advierte la exigencia de obrar según una ley, pronunciada dentro
del hombre, escrita en su corazón, pero que obliga, fuera, en la vida real, con
responsabilidad trascendente y, en la cumbre, queda relacionada con Dios; por lo cual, se
hace conciencia religiosa9.
Más sugerentes aún resultan las consecuencias que el Santo Padre deduce de dicho acto
reflejo de autopercepción:
En esta primera fase del acto reflejo, que llamamos conciencia, surge en el hombre el
sentido de responsabilidad y de personalidad, el darse cuenta de los principios existenciales
y de su desarrollo lógico. Este desarrollo lógico en el cristiano, que evoca el mismo
carácter bautismal, engendra los conceptos fundamentales de la teología sobre el hombre,
que se sabe y se siente hijo de Dios, miembro de Cristo, incorporado a la Iglesia, revestido
de aquel sacerdocio común de los fieles, cuya fecunda doctrina ha recordado el Concilio
(cf. Lumen gentium, 10-11), del cual nace el compromiso de todo cristiano a la santidad
(cf. ibid., 39-40), a la plenitud de la vida cristiana, a la perfección de la caridad10.
Son éstos, sin duda, algunos de los frutos que el Vicario de Cristo buscaba suscitar en la
Iglesia al invitar a todos sus hijos a realizar esta toma de conciencia.
Así pues, adelantándonos a lo que veremos en las siguientes páginas, podemos
decir que gran parte de las ideas que hemos ido descubriendo en las definiciones
recogidas las encontraremos plasmadas en la Ecclesiam Suam. Se trata de un acto
reflejo que le permite al sujeto cognoscente —en este caso a la Iglesia— penetrar en su

Réginald Garrigou-Lagrange O.P., Albert Michel, Thomas Deman. Téngase en cuenta, además, que
G.B. Montini seguía con particular interés la producción teológica francesa. De hecho, a esta obra alude
en un artículo suyo de 1929 en que menciona cinco «Dictionnaires che i cattolici francesi stanno
pubblicando» y que son un testimonio «della vitalità e dell’intelligenza del pensiero cattolico francese»
(G.B. MONTINI, «Vocazione antica», 1929, en SF, 294).
8
G.B. MONTINI, Carta pastoral Sul senso morale, 1961, n. 12.
9
PABLO VI, Discurso al I Congreso Internacional de Institutos Seculares, 26/9/1970, 5.
10
PABLO VI, Discurso al I Congreso Internacional de Institutos Seculares, 26/9/1970, 6.
202 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

interior para aprehender su verdadera naturaleza y conocer su origen, su valor, su lugar


en el mundo, los rasgos propios que la diferencian de todas las otras realidades, su
destino, el sentido de la misión que ha de cumplir. Este ejercicio autorreflexivo, por otro
lado, no es bajo ningún concepto una actividad individualista o cerrada en sí, sino que
conlleva más bien la participación de otros y es una forma concreta de vivir la
comunión (cf. ES 6 y 73). Implica, en primer lugar, una relación más intensa con
Jesucristo11 y, al mismo tiempo, una apertura a la acción del Espíritu Santo12. Supone,
también, que se estrechen los vínculos en la comunidad de los bautizados; en otras
palabras, que se viva de una manera más honda la comunión de los santos (cf. ES 36 y
106-109). E incluso porta implícita una llamada a proyectarse a la humanidad toda (cf.
ES 65). Esta apercepción, por cierto, no tiene un propósito de autocontemplación
narcisista, sino que busca más bien llevar a la Iglesia a un proceso de renovación que le
permita al mismo tiempo cumplir más fielmente con su misión. Y por ser ella un
misterio inagotable (cf. ES 7, 16 y 32), además, es ésta asimismo una empresa siempre
incompleta, una tarea que cada generación debe reavivar (cf. ES 16).

6.2. Antecedentes en sus escritos previos al pontificado


Delineado ya el significado de “conciencia”, conviene ahora que, para comprender
mejor la importancia y el alcance del capítulo I de la Ecclesiam Suam, hagamos una
revisión histórica del uso de este término así como de su alusión conceptual en los
textos que G.B. Montini fue escribiendo desde su temprana juventud hasta antes de
asumir el solio pontificio. Como podremos comprobar en este rápido e incompleto
recorrido, el vocablo es utilizado de forma ininterrumpida, y cada vez con perfiles más
definidos en el sentido que venimos estudiando, desde el año 1917 hasta los días previos
a su elección como Sumo Pontífice. Los textos que hemos encontrado permiten
confirmar, asimismo, que su reflexión sobre el tema no fue fortuita o superficial, sino
más bien meditada, profunda, variada, abordándolo desde distintas perspectivas.
De acuerdo a lo que hemos podido indagar, las primeras veces en que aparece la
palabra “conciencia” —o alguna de sus variantes— en la pluma de G.B. Montini es en
un artículo sobre «La post-guerra y el estudiante cristiano» escrito el 29 de mayo de
1917, cuando el futuro Papa no había sido aún ordenado sacerdote y contaba sólo 19

11
Así lo indica la Ecclesiam Suam: «El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí
misma es el renovado descubrimiento de su vital relación con Cristo» (ES 30).
12
Así también lo destaca la encíclica, citando para ello el significativo pasaje del Evangelio según San
Juan: «…es excelente y obvio remedio el profundizar en la conciencia de la Iglesia, en lo que ella
verdaderamente es según la mente de Cristo, guardada en la Sagrada Escritura y en la Tradición e
interpretada y desarrollada por la genuina enseñanza eclesiástica, la cual está, como sabemos,
iluminada y guiada por el Espíritu Santo, siempre pronto, cuando Nos lo imploramos y lo escuchamos,
a dar cumplimiento indefectible a la promesa de Cristo: Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho (Jn
14,26)» (ES 20). Y más adelante añade: «La vida interior se alza también hoy como el gran manantial
de la espiritualidad de la Iglesia, su modo propio de recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo,
expresión radical e insustituible de su actividad religiosa y social, inviolable defensa y renaciente
energía en su difícil contacto con el mundo profano» (ES 33).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 203

años13. Su aplicación y sentido, sin embargo, se encuentran distantes de los utilizados en


la Ecclesiam Suam.
Algo similar sucede con sus colaboraciones en La Fionda (1918-1925), donde el
término en sí surge en repetidas ocasiones, pero en acepciones y significados un tanto
distintos de lo que quiere expresar en su carta programática14. Estos escritos
periodísticos, sin embargo, nos ofrecerán el primer texto en el que encontramos las
semillas iniciales del capítulo I de nuestra encíclica:
La vita interiore è la propria individualità, la propria persona, il proprio io. Trascurare di
vivere la vita interiore è renunciare a se stesso. E quanti abdicano questo impero
soggesttivo! Abdicano ciecamente per vivere solo con gli occhi o col corpo.
Coll’anima, col cuore non sanno vivere, poichè essi hanno uno spirito sterile, senza un
pensiero che lo vivifichi, che lo renda conscio di se stesso15.
Y un poco más adelante, en el mismo artículo, respondiendo a quienes exclaman: «¡qué
desilusión es la vida!», el joven Montini comenta:
Tu lo dici? Che conosci della vita, tu che non conosci te stesso? Tu che hai compresso in te
gli slanci che dovevano portarti in alto, ora ti lamenti d’essere speduto fra abissi
inestricabili? Hai spento le luci che erano in te, e ora piangi per non vedere stelle sopra il
tuo capo? […]
Noi conosciamo Davide, tirava di fionda e suonava la cetra. La cetra dell’anima nostra
deve vibrare come la fionda nostra, con medesima energia, con uguale entusiasmo.
Come? Non sappiamo? Ma sappiamo pensare e meditare? Cosa meditare?
Abbiamo noi mai pensato, per esempio, che Dio ci è padre?
Dopo d’aver pensato, si trasalisce di gioia, e si ama, o giovane… E si ama!16.

13
«Penso che a guerra finita nuove leve, nuove chiamate sia costretta a fare a la patria; non leve, non
chiamate alle arme, speriamo: l’appello sarà diretto a tutte le buone volontà, a tutto il buon senso
morale del Paese, a tutti i cittadini coscienti del proprio stato di cittadini. […] Un impero come la Cina
che salta a piè pari nella reppublica, una rivoluzione come la russa che scatena e innalza la foga
d’alcuni partiti contro le tradizioni, le costumanze più antiche d’un popolo, contro gli interessi più
vitali e imminenti e che fa sorgere in un popolo rozzo la coscienza di grandi problemi, un progetto di
riforma della costituzione in senso più democratico nella stessa Germania, e moltri altri fatti consimili,
non ci fanno pensare a nuove ère di storia?» (G.B. MONTINI, «Il dopo-guerra e lo studente cristiano»,
29/5/1917, en SG, 16; los subrayados son nuestros). Cf. también ibid., 17 y 19.
14
Cf., p.ej.: «Per la nostra scuola», 15/6/1918, 23; «Le critiche obbiettive», 1/8/1918, 34; «Sfrondando»,
1/10/1918, 48; «In via», 1/11/1918, 52; «Nel campo giovanile», 1/11/1918, 56; «Excelsior?»,
25/12/1918, 59; «Per la nostra scuola: Un libro del prof. Gentile», 16/1/1919, 69 y 71; «Per la nostra
scuola», 6/2/1919, 77; «Alle sorgenti», 21/3/1919, 87; «Come si ricomincia», 21/6/1919, 117 y 118;
«Per il 29 giugno: Petro salutem», 21/6/1919, 123 y 125; «Il Risorto», 10/4/1920, 145 y 146;
«Sfrondando: Consigli ai giovani», 12/10/1920, 153; «Crociati», 1/4/1921, 165; «Vacanze», 1/4/1921,
172; «Dopo la laurea», 1/9/1921, 174 y 175; «Riflessioni su “La luce nelle tenebre” di P. Bevilacqua»,
18/11/1921, 188, 195 y 196; «La novella fiondista: Soliloquio», 1/12/1921, 203; «Osservazioni
elementari sul patriotismo», 5/9/1923, 224. La numeración de las páginas corresponde a su
recopilación en SG.
15
G.B. MONTINI, «In via», 1/9/1918, en SG, 39-40; el subrayado es nuestro.
16
G.B. MONTINI, «In via», 1/9/1918, en SG, 40; los subrayados son nuestros. En esos mismos artículos de
La Fionda encontramos una frase que, aunque no contiene el término “conciencia”, sí nos invita, como
la Ecclesiam Suam, a volver la mirada hacia el Cuerpo de Cristo: «Guardate la Chiesa: non è mai stata
così compatta, così tranquilla, così fiorente, e così santa come in questo periodo» (G.B. MONTINI, «In
204 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Hermosa y honda reflexión en la que se adivinan ya las intuiciones que luego brillarán
en la Ecclesiam Suam.
Otra valiosa fuente en esta indagación histórica son unas Notas personales que
escribió en una pequeña libreta de bolsillo en torno a los años 1919-1921. Dentro de las
varias apariciones del término —en sentidos diversos17— nos topamos con este texto
trinitario y cristológico que echa sugerentes luces sobre el tema que venimos tratando:
Ecco perchè lo Spirito Santo presiede alla azione della grazia nella vita interiore di Dio,
Dio è Trinità, cioè Principio che per similitudine al nostro modo di concepire le cose, ha
coscienza di sé, cioè un concetto, un concepimento ed il Figlio. Tra il Principio e la
coscienza sorge, come di rimbalzo una identificazione ed è l’atto d’amore. Perciò è la terza
Persona la quale è spirata ed aspirata, perchè l’amore tende all’estrinseco, e Dio non può
estrinsecarsi che in una terza persona, ch’è ancora Lui stesso, ed essendo Lui stesso, è
inspirata e riceve natura divina18.
Muy sugerente resulta asimismo este otro fragmento que, si bien está referido al ser
humano, puede extenderse también a la Iglesia como “sujeto personal”:
“In patientia vestra possidebitis animas vestras” dice Gesù. Questa parola anche
guardandola solo dal lato psicologico è di meravigliosa belleza. L’uomo viene a
conquistare se stesso, conoscenza e padronanza di sé, viene ad esplorare le potenze
interiori, le sue deficienze e le sue aspirazioni soffrendo, e spingendo alla tribolazione la
sua attività. Che cosa conosce chi ignora il dolore?19.
Y, por último, particularmente significativas son las dos últimas notas, en las que se
descubre ese paso del conocimiento propio al conocimiento de Dios, paso que —en este
caso de la mano de Santa Catalina de Siena y de San Agustín— forma parte de una
auténtica toma de conciencia de sí:
Inoltre l’umiltà per aver conosciutto e riconosciutto il limite è capace di desiderare e
accettare l’infinito. Ecco perchè troviamo nelle vite dei Santi espressioni esagerate
d’umiltà. Il confronto con l’infinito è schiacciante. Ma quale desiderio di perfezione non
acquista l’uomo! Dalla cella del conoscimento di sè si passa alla cella del conoscimento di
Dio (Caterina da S.). Invece chi è pago di sè, sicuro di sè, è mediocre infimo, cieco20.

alto e lontano», 20/4/1919, en SG, 93; el subrayado es nuestro). Otro texto que conviene recoger es
éste: «[…] è da augurarsi che questa generaciones cerchi di conoscere se stessa» («Riflessioni su “La
luce nelle tenebre” di P. Bevilacqua», 18/11/1921, en SG, 192; el subrayado es nuestro). Cf. también
«Crociati», 1/4/1921, en SG, 165.
17
Cf., p.ej.; nota 2, p. 8; nota 4, p. 10; nota 5, pp. 10 y 11; nota 8, p. 12; nota 15, p. 14; nota 18, p. 17;
nota 19, p. 17; nota 38, p. 26; nota 59, p. 33. La numeración de las páginas corresponde a G.B.
MONTINI, «Note giovanili», NotIPVI 27 (1994), 7-36. En las pp. 37-39 hay un estudio explicativo de
las «Notas» a cargo de Umberto Morando.
18
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 35, NotIPVI 27 (1994), 25; el subrayado es nuestro. Aunque no
posee fecha exacta, con certeza es posterior al 4/11/1919 y anterior a julio de 1920.
19
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 48, NotIPVI 27 (1994), 29. Aunque tampoco está datada, con
certeza es posterior a julio de 1920 y anterior a octubre de 1921.
20
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 67, NotIPVI 27 (1994), 36. Aunque la fecha de composición de
este texto no es del todo clara, sin duda fue escrito después de octubre de 1921, quizá en los meses
próximos siguientes, y no ha de ser posterior a 1922. Cf. supra, 3.1.2, nota 35.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 205

Te solo. Ch’io impari a conoscere me da Te e Te da me21.


Ambas notas nos remiten a este otro testimonio esencial. En una carta de 1922 que
el joven Giovanni Battista le escribe a su amigo Giuseppe Tacci, además de delinear esa
dinámica introspectiva que ha de llevarnos al fortalecimiento de la propia identidad y al
encuentro con el Señor, sugiere algunas de las fuentes que están a la base de su
propuesta:
Se vuoi seguire la traccia delle mie ricerche ti mando prima al capo I dell’Imitaz. di C.
“Beatae aures quae non vocem foris sonantem, sed intus auscultant veritatem docentem”.
Che mi ricorda “la cella del conoscimento di sé”, di S. Caterina, e l’ineffabile “Noverim
me, Noverim te” di S. Agostino e ancor più il v. 19 di S. Luca c. II “(Maria autem)
conservabat omnia verba haec conferens in corde suo” dolce storia intima della Madre di
Dio. Ancora mi si collega col “Non chi dice… ma chi ascolta e fa” del Vangelo e con
quella sintetica espressione di Cristo “Il regno di Dio è dentro di voi” e con quell’altra così
umilmente evangelica: “Confitebor tibi, Pater Domine coeli et terrae, quia abscondisti haec
a sapientibus, et revelasti ea parvulis”.
Tutte frasi che hanno un significato unico di meditazione interiore del “silens loquor” del
“où êtes vous quando vous n’êtes pas présent à vous?” della lampada portata nella casa
vegliando ecc.22.
Fragmento realmente precioso para nuestra investigación. Las referencias a distintos
textos de la Sagrada Escritura, a la Imitación de Cristo, a Santa Catalina de Siena y a
San Agustín de Hipona no sólo nos permiten entrever sus fuentes de inspiración, como
decíamos, sino que también van delineando con más precisión qué implicancias tiene el
tomar conciencia de sí. En ese sentido conviene destacar la alusión al célebre pasaje del
Evangelio de San Lucas (2,19; cf. 2,51) en el que la Virgen María aparece como modelo
de interioridad y paradigma de quien guarda, conserva y medita las cosas de Dios en su
corazón. Curiosamente —lo hacemos notar desde ya— esta dimensión mariana de la
toma de “conciencia de sí” no se encuentra explícitamente presente en la Ecclesiam
Suam, como veremos más adelante.
Retrocediendo un poco en el tiempo, resulta iluminador tener en cuenta una carta
que el joven Montini escribió a sus familiares desde Viareggio el 26 de julio de 1916,
donde se encontraba realizando una breve excursión veraniega. Si bien la palabra no
aparece allí textualmente, es ésta quizá la primera referencia conceptual a lo que, en
algún sentido, se referirá en su encíclica con el llamado a la toma de conciencia de sí.
Después de compartirles que estaba pasando unos días felices junto a varios
compañeros, les confiesa: «Il pensiero della mia famiglia non mi s’è mai affacciato così
tenero, così caro, così bello e prezioso come in questo tempo, e per quanta allegria si
possa avere in compagnia così buona come questa non si ha mai… la propria
famiglia»23. No son, evidentemente, frases que aludan ni siquiera indirectamente a la

21
G.B. MONTINI, «Note giovanili», nota 68, NotIPVI 27 (1994), 36. Como el anterior, este fragmento fue
escrito sin duda después de octubre de 1921, quizá en los meses próximos siguientes, y no ha de ser
posterior a 1922. Cf. supra, 3.1.2, nota 36.
22
G.B. MONTINI, «Due lettere a Giuseppe Tacci», NotIPVI 11 (1985), 58. Cf. supra, 3.1.2, nota 37.
23
LetC, n. 12, 26/7/1916, p. 37.
206 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Iglesia, pero muestran in nuce y por analogía algo de lo que años más adelante
propondrá el Santo Padre en su carta programática. No hay que olvidar que la Iglesia
puede ser entendida como la familia de Dios (cf. ES 62), y que ella, peregrina en este
mundo, inmersa en las tareas apostólicas, no debe perder ni la memoria de cuáles son
sus raíces ni la nostalgia de la comunión definitiva. Algo de ello puede vislumbrarse en
este breve pasaje epistolar.
En esas mismas cartas familiares encontramos otra, datada en Brescia el 30 de
noviembre de 1919 y dirigida a su padre —que, como se sabe, estaba vinculado al
mundo de la política—, en la que le comparte la alegría por su reciente ceremonia de
tonsura:
Così scrivo inseguendo la traccia dei miei sentimenti senza pensare che ti giungeranno
forse tra il frastuono della vita politica, come parole troppo estranee e lontane dalla realtà.
Ma so che da te ho imparato a riferire gli avvenimenti esteriori ed umani ai principi
spirituali della coscienza cristiana e che questo appunto è ciò da cui trae scopo e forza la
nostra politica24.
Interesante combinación de palabras —“conciencia” y “cristiana”—, que enriquece el
concepto psicológico dotándolo de un perfil más religioso.
Algunos años más tarde, en 1927, el joven asesor eclesiástico de la FUCI nos
ofrece un pasaje muy sugerente, esta vez aplicado concretamente a la realidad de la
Iglesia. En él, al tiempo de lamentar que uno de los problemas más sentidos de entonces
es que los católicos no sopesan el valor que tiene «la pienezza unica e completa della
verità» que se vive en el seno de la comunidad eclesial, advierte del peligro que ello
supone no sólo para su relación con otras religiones, sino incluso para la comprensión
de la misma Iglesia:
I cattolici non lo avvertono profondamente; essi non hanno l’angoscia di vedere perire la
loro tradizione religiosa col perire delle tradizioni politiche, nè l’ansia di afferrare
finalmente un credo, un articolo solo di credo che resti intatto dopo le devastazioni della
critica [...]. Vi sono di quelli che credono, pur forse senza rendersene ragione, che
l’atteggiamento migliore per “spianare le vie” del ritorno [de las Iglesias separadas] sia
aquello di recedere delle forme di rigida intransigenza dogmatica e di cercare un piano di
comune intesa con avversari che non vogliono più essere tali. Non insistire sulle
differenze, ma sulle coincidenze. […] Ebbene, bisogna invece comprendere che la
l’intransigenza dogmatica della Chiesa è la sola garanzia dell’unità, e della esistenza della
Chiesa stessa. Quando si vede gente che labora ad unire delle coscienze riducendo i
contatti di adesione ad un minimo comun denominatore di verità di fede vien fatto di
esclamare col Canon Simpson: “Molti cristiani non hanno una visione chiara di ciò che sia
la Chiesa”25.
No podemos dejar de mencionar en este breve recorrido sus Comentarios a las
Cartas de San Pablo (1929-1933), en los que en repetidas ocasiones utiliza con diversos

24
LetC, n. 21, 30/11/1919, p. 48; el subrayado es nuestro. Otras apariciones del vocablo —o sus
derivados— en estas cartas se pueden ver en ibid., pp. 56, 78, 119, 124, 141 y 194.
25
G.B. MONTINI, «La Chiesa: una», 15/1/1927, en SF, 68-69. Otras alusiones a la “conciencia” en sus
diversas acepciones pueden verse en SF, 69, 102, 103, 104, 197, 270, 271, 295, 296, 297, 307, 332,
335, 355, 356.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 207

sentidos el vocablo “conciencia”26. Allí, por ejemplo, reflexionando sobre la Segunda


Carta a los Corintios (cap. 12), escribe:
L’esperienza mistica aumenta non toglie l’umiltà e l’esperienza della miseria umana (cosa
dal volgo spesso dimenticata), anzi le concilia una simpatia dell’autocoscienza che tanto
più vi si rifugia come in propria dimora, per rimaner degna, almeno potenzialmente, di
esser portata da Dio ad una nuova esperienza di teocoscienza (come avverrà almeno
nell’eterna gloria). Cfr. S. Teresa [d’Avila], che dice d’aver appreso più umiltà nel
contemplare la grandezza di Dio che la propria bassezza27.
Sugerente la correlación que establece entre la auténtica autoconciencia y lo que
denomina “teoconciencia”. El reflexionar sobre uno mismo ha de llevar al encuentro
con Dios, como la meditación sobre sí misma ha de llevar a la Iglesia a un
fortalecimiento de sus vínculos con Cristo (cf. ES 28-31).
Aunque referida específicamente a la jeraquía de la Iglesia, es también interesante
esta frase de sus observaciones sobre la Primera Carta a Timoteo (cap. 3): «La
gerarchia ecclesiastica ha un primo mezzo di santificazione: la coscienza della dignità
del proprio ministero. Ancor prima della riforma della condotta, il clero deve badare ad
avere una coscienza essatta ed elevata del proprio ufficio: lo spirito sacerdotale gli è
innanzi tutto necessario»28. Hemos querido recogerla porque aquí, como más tarde en la
Ecclesiam Suam, se especifica que paso previo e imprescindible a la renovación
personal es la toma de conciencia de la propia identidad.
Unas páginas más adelante nos topamos con su comentario a la Carta de Tito (1,1),
que elocuentemente subtitula «La Chiesa visibile e la coscienza ecclesiastica». En él nos
ofrece este valioso texto, que vale la pena citar en extenso:
È estremamente importante per chi ha un dovere spirituale da compiere avere sempre
vigile e precisa la coscienza del proprio ufficio. Ogni dovere è derivato da ciò che si è: da
una concezione generale della propria vita, della propria natura, del proprio destino
scaturiscono i doveri, i desideri, i modi di pensare e d’agire. Chi è incerto su di sè, non ha
personalità, non ha nulla da dire e da imporre agli altri. […]
S. Paolo si definisce in riguardo a Dio, e poi riguardo a sè e agli altri. La nostra coscienza è
illuminata da questo riferimento; la nostra definizione segna la relazione nostra con Dio.
Siamo ciò che siamo dinanzi a Dio. Se uno tende a definire se stesso prescindendo dai suoi
veri rapporti con Dio oscilla tra l’orgoglio, l’incoscienza, l’avvilimento. Se uno tende a
definirsi solo al confronto con gli altri, perdi ogni senso di giustizia, di equità, di bontà, di
proporzione. Invece chi se definisce alla luce di Dio, può dire di sè la verità che riconosce i

26
Cf. G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 11, 12, 23, 24, 25, 38, 47, 55, 72,
73, 79, 82, 85 91, 92, 93, 101, 108, 125, 134, 140, 143, 148, 149, 154, 157, 158, 167, 170, 171, 173,
178, 179 y 184.
27
G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 85. Poco antes, en la parte dedicada a
la Primera Carta a los Corintios (4,8), encontramos también este texto: «La prima virtù del cristiano è
quell’esercizio del proprio pensiero, mediante il quale si riconosce dovunque la presenza e la causalità
di Dio, la propria dipendenza e l’insufficienza di tutte le cause seconde» (ibid., 39). Se trata, en otras
palabras, de esa meditación refleja en que consiste la toma de conciencia de sí, con el correspondiente
conocimiento de la propia insuficiencia y el consecuente encuentro con Dios.
28
G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 158.
208 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

doni di Dio; la profondità in cui sono caduti, il dovere di esercitarli secondo le dovute
funzioni loro proprie: nè viltà, nè orgoglio velano cosí la coscienza29.
Se trata, como se puede ver, de unos párrafos preciosos, en los que además se descubren
varias de las ideas que aparecerán explícitamente, más de treinta años después, en la
Ecclesiam Suam. Y si bien aquí G.B. Montini reflexiona, a partir de la persona del
Apóstol de los Gentiles, sobre los ministros eclesiales en general, sus palabras se
aplican también —por supuesto y con toda propiedad— a la misma Iglesia.
Dentro de esta revisión histórica, mención aparte merece sin duda su libro
Conciencia universitaria, publicado en 193030. Resulta por demás significativo que
haya elegido precisamente el término que nos ocupa como título de una de sus obras,
revelando así la importancia que tenía dentro de sus preocupaciones y pensamientos. De
entre los numerosos pasajes en los que allí trata sobre la “conciencia”31, recogemos el
siguiente:
Lo studio, ch’è chiarificazione della conoscenza, fa avvertire insieme il latto soggettivo
della conoscenza, dà cioè “coscienza” di ciò che si conosce: il soggetto, perciò, mentre
viene a contatto con le cose, esplora insieme se stesso. Inoltre: l’indirizzo filosofico
moderno è quasi esclusivamente rivolto alla concezione soggettivista, sia del conoscere, sia
dell’essere; d’onde una continua provocazione a definiré se stessi, a farsi un concetto
dell’“io”32.
Hablando de una actividad típica en la vida del universitario —el estudio—, aprovecha
para señalar que éste naturalmente invita al conocimiento de uno mismo, a la toma de
conciencia de sí, al tiempo que indica que esta tendencia introspectiva es característica
de los movimientos filosóficos entonces en voga.
Unas reflexiones de 1931 sobre «el Dios vivo» en la doctrina del Apóstol San
Pablo le sirven para destacar, en primer lugar, que «il rinnovamento del nostro tempo
nasce dalla coscienza che l’uomo abbia di sè, delle sue forze, dei suoi fini e del mondo
in cui vive», que, por otro lado, «lo sviluppo di questa coscienza impegna l’adesione ad
un ordine ideale, il quale, comunque si concepiscano le sue relazioni con quello visibile,
si afferma come avente valore a sè e ad esso superiore», y, finalmente, que «la potenza,
onde si corrobora la coscienza così pervasa da una legge etica, è, soggettivamente,
quella che la religione conferisce allo spirito»33. Como puede verse, sobre estas mismas
ideas volverá en su encíclica programática, reafirmando que todo intento de renovación
debe ir precedido por un ejercicio de introspección y que el horizonte adonde apunta la
interioridad humana sólo alcanza su auténtica medida en la relación con Dios.
Poco después, el 3 de julio de 1932, pronuncia un breve discurso conmemorativo
sobre el hoy beato P.G. Frassati (1901-1925), un joven perteneciente a la FUCI que

29
G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 178.
30
Cf. G.B. MONTINI, Coscienza universitaria. Se trata de una recopilación de artículos que fueron
apareciendo previamente en la revista Studium desde 1926 y a los que el propio autor les introdujo
ligeras modificaciones para su publicación unitaria.
31
El concepto aparece, en alguna de sus diferentes acepciones, en ibid., 24, 26, 30, 32, 33, 36, 38, 51, 52,
53, 73, 75, 88, 91, 92, 96, 108, 111, 112 y 117.
32
G.B. MONTINI, Coscienza universitaria, 50-51.
33
G.B. MONTINI, «Le idee di S. Paolo. Il Dio vivo», 1931, en SF, 525. Cf. ibid., 526, 530, 532.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 209

murió tempranamente en olor de santidad: «Ricco di questa forza, Pier Giorgio é


moderno e giovane. È per questo che tutta la sua vita è dominata da una ferma coscienza
di rinnovamento, d’azione, di milizia»34. Hemos querido recoger este pasaje por la
curiosa y no menos sugerente aparición, juntos, de dos de los términos que desarrollará
como capítulos consecutivos en la Ecclesiam Suam.
Por esa misma época, en unos apuntes sin fecha, pero probablemente de finales de
la década de los ’30, G.B. Montini escribe: «La Chiesa Cattolica, per vincere i propri
difetti non altro deve fare che essere se stessa, cioè applicare con coraggiosa coerenza i
suoi stessi principii»35. Es cierto que no aparece aquí la palabra “conciencia”, pero es
sin duda un llamado a la propia identidad muy en sintonía con lo que pide el capítulo I
de la Ecclesiam Suam y que propone, además, como condición para su renovación,
como lo hará más adelante en su carta programática.
Los años ’40 también nos ofrecen varios testimonios de sus reflexiones en torno a
la necesidad de la autoconciencia en el camino de la vida cristiana. De unas
meditaciones que les fue dirigiendo a lo largo de toda esa década a un grupo de mujeres
laicas —meditaciones que más tarde fueron agrupadas en un volumen 36— espigamos
algunas. Así, por ejemplo, en marzo de 1943, sirviéndose de imágenes pedagógicas y
con gran realismo, les enseña:
Para ser cristianos hay que tener una conciencia perfecta del fin al cual se tiende. Podemos
extraer de la vida concreta muchísimos ejemplos: para ser soldados no basta vestir un
uniforme, sino que hay que abandonar toda la libertad de la vida burguesa; para ser
marineros hay que dejar la orilla; para ser aviadores hay que desprenderse de la tierra37.
Descubrimos aquí la misma indicación que luego aparecerá en su carta programática,
cuando al invitar a la Iglesia a profundizar en la conciencia de sí misma, la llama a
ahondar en la doctrina sobre «el propio destino final» (ES 7).
De gran elocuencia es este otro pasaje de 1945, en el que G.B. Montini subraya la
necesidad que el ser humano tiene de la Iglesia no sólo para alcanzar la santidad, sino
también para llegar al genuino conocimiento de sí, pues en ella se topa con Cristo y, por
lo mismo, con su más profunda identidad:

34
G.B. MONTINI, «Un forte», 3/7/1932, en SF, 561; el subrayado es nuestro.
35
Archivo del Instituto Paolo VI di Brescia, E.2.2.17, cit. en A. MAFFEIS, «Significato e attualità
dell’enciclica “Ecclesiam suam”», NotIPVI 47 (2004), 29; el subrayado es nuestro. La estimación de la
fecha la ofrece el mismo Maffeis.
36
Cf. ACD. Se trata de 16 pláticas espirituales que pronunció entre marzo de 1943 y mayo de 1952. Nos
topamos con el término en alguno de sus sentidos, p.ej. en: «La renuncia», 1943, en ACD, 14; «La
oración», 1945, en ACD, 39 y 49; «El deseo de santidad», 1945, en ACD, 63; «Pentecostés», 1946, en
ACD, 82; «La consagración», 1948, en ACD, 108 y 109; «El alma consagrada a Dios: aspecto
ascético», 1948, en ACD, 120 y 123; «Cristo y el alma consagrada», 1948, en ACD, 145; «La vida
consagrada: disposiciones interiores», 1948, en ACD, 156 y 158. Al margen de este libro, pero también
en el tiempo previo a su ordenación episcopal, podemos encontrar referencias a la “conciencia” en G.B.
MONTINI, «Le journal d’un curé de campagne», 1937, NotIPVI 8 (1984), 30; «La figura di Giuseppe
Tovini», 17/10/1953, Brixia sacra 3 (1998), 7, 8 y 9; «Nostro sacerdozio», 23/8/1954, NotIPVI 4
(1982), 7 y 8.
37
G.B. MONTINI, «La renuncia», 1943, en ACD, 14.
210 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Creo que el espíritu informador de una perfección cristiana buscada de este modo no puede
ser dado por otra palabra que por el concepto de Iglesia. La Iglesia concebida como
nuestro Señor la ha concebido, querida y amada, se convierte en el espejo en el que
encuentro a Jesucristo, mi Maestro e intermediario, y en el que me encuentro a mí mismo,
que me voy modelando conforme a esta perfección y a este modelo. La Iglesia, conocida
por lo que verdaderamente es en sí misma, se hace para mí no solamente santa, sino
también santificante38.
Más adelante, en 1946, insiste en que la reflexión sobre uno mismo, cuando es
auténtica, se convierte en camino para entrar en relación con Dios:
El contacto entre el hombre y Dios se produce a través de este hecho interior que se llama
vida interior, conciencia, pensamiento. Por eso, para quien quiera ser fiel y tenga, como
queremos, una verdadera preocupación por llegar a Dios, por poder ser verdaderamente
suyo, por poder poseerlo verdaderamente, el alimentar esta conciencia, esta vida interior,
debe revestir una importancia extrema39.
Si se quiere ser un verdadero cristiano, la indagación en la propia conciencia y el cultivo
de la oración se presentan como camino irrenunciable.
Y en otra muestra de su acentuado cristocentrismo, que forma además parte
medular de la dinámica de la autoconciencia, les predica en noviembre de 1948:
«Quien, como nosotros, toma la determinación de asumir una conciencia de la propia
vida dada por el Señor, debe aclarar frente a sí mismo el punto central, que es la
posición de Cristo en nuestra alma»40. El esfuerzo por adentrarnos en lo más secreto de
nuestro corazón nos pone obligadamente frente al Señor, nos invita a reconocerlo como
el núcleo de nuestra existencia, nos exhorta a comprendernos a partir de Él.
Vamos llegando así a los años de su ministerio como Arzobispo de Milán (1955-
1963), tiempo en el que se multiplicarán las ocasiones en que G.B. Montini trate sobre
la conciencia, y en el que éstas se perfilarán con mayor nitidez en la línea de lo
planteado en la Ecclesiam Suam. El material y las fuentes son aquí ciertamente
abundantes, así que nos veremos obligados a hacer una apretada selección41.

38
G.B. MONTINI, «El deseo de santidad», 1945, en ACD, 72.
39
G.B. MONTINI, «Pentecostés», 1946, en ACD, 82. Dos años después se pronuncia en una línea
semejante: «Será una interioridad activa, un esfuerzo continuo de coloquio interior, de presencia de sí
mismo para estar en presencia de Dios» (G.B. MONTINI, «El alma consagrada a Dios: aspecto
psicológico», 1948, en ACD, 139; el subrayado es nuestro).
40
G.B. MONTINI, «Cristo y el alma consagrada», 1948, en ACD, 145.
41
Dejamos de lado su carta al Cardenal Amleto Cicognani (18/10/1962) y su intervención en el aula
conciliar sobre el esquema De Ecclesia (5/12/1962) por haber sido ya desarrolladas en el capítulo 5, a
la hora de hablar de los antecedentes inmediatos de la Ecclesiam Suam (cf. supra, 5.3.1 y 5.3.2).
Además de las que citaremos textualmente a continuación, pueden verse, entre otros muchos ejemplos:
«Pasqua, speranza del mondo», 9/4/1955, en PNA, 51; «La figura di Sant’Ambrosio», 7/12/1955, en
DsMS, 194; «En busca del Dios revelado», 6/1/1956, en DPM, 109; «La coscienza d’essere cristiani»,
12/1/1957, en DSM I 1152 y 1153; «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 17, 24, 26 y 32;
«La revelación de Dios y su difusión en el mundo», 6/1/1958, en DPM, 132; «La carità della Chiesa
verso i lontani», 1958, en DsC, 46, 47 y 49; «Navidad, invitación a la unidad católica», 25/12/1958, en
DPM, 51 y 52; «Universalidad de la Epifanía», 6/1/1959, en DPM, 143; «Il segreto della Cattedrale»,
26/4/1959, en DsC, 69; «Il cuore ch’egli ebbe», 7/12/1959, en DsMS, 236; «Pareri e voti per la buona
riuscita del Concilio», 8/5/1960, NotIPVI 6 (1983), 50; «I Concilî Ecumenici nella vita della Chiesa»,
16/8/1960, en DsC, 133, 136, 139, 147, 148; «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en DsC, 84 y 98;
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 211

En 1955, en una circunstancia muy significativa de su itinerario personal, al


pronunciar su “discurso inaugural” como Pastor de la arquidiócesis lombarda, adelantó
ya algo de la dinámica que posteriormente propondría en la Ecclesiam Suam.
Dirigiéndose a los fieles milaneses, les decía: «Per rinnovare il nostro patrimonio
spirituale credo innanzi tutto che sia doverosa, in questo momento critico
dell’evoluzione morale e civile del popolo italiano, un’azione di approfondimento
spirituale». Y luego de hacer notar cómo las trasformaciones promovidas por la ciencia,
la técnica, la sociología, obligan a la Iglesia a multiplicar su presencia y su acción, añadía:
Ma non dobbiamo per questo rendere superficiale e frettolosa l’azione religiosa e morale:
questa, ripeto, deve valersi d’un interiore approfondimento, che la faccia trovare più in se
stessa che non nei mezzi esteriori la sua ricchezza e la sua forza; che la convinca
maggiormente dei princìpi e dei fini, donde e a cui muove piuttosto che delle forme in cui
si esprime; che la rechiami a quei silenzi interiori, a quelle interiori parole che la rendano
poi portratice d’una verità vissuta; che la conservi così libera e diritta da educare i suoi
adepti al carattere cristiano, all’indipendenza dalle servilità del rápido suceso umano, alla
gioia e alla fierezza della virtù pura e priva di applausi mondani, al servicio sempre
disinteresatto e largo di quanti possono a noi chiamarsi fratelli42.
Poco después, en el contexto de su preocupación ecuménica, encontramos un
pasaje revelador que tiene gran sintonía con lo que luego expondrá en su carta
programática. En el mensaje de 1956 a la arquidiócesis de Milán con ocasión del
Octavario de oración por la unidad de los cristianos, les propone:
Questo atto di pietà e di studio risponde innanzitutto ad un bisogno profondo della
coscienza cattolica contemporanea, quello di meditare sul mistero della Chiesa. La Chiesa,
in questa Ottava, va esplorando se stessa, elabora la sua teologia, scopre le profondità del
pensiero divino su di essa, spiega le cause dei suoi trascendenti destini, comprende la sua
storia, professa i suoi sommi doveri di fede e di carità, si riconosce visibili e spirituale
insieme, s’inebbria delle splendide prerogative di cui è revistita: una, santa, cattolica, ed
apostolica, riprende vigore per la sua religione, la sua fedeltà, la sua passione, la sua
universale missione. Meditare la Chiesa è oggi bere alla sorgente più viva ed autentica
della spiritualità e della teologia moderna43.
La necesidad de dar razón de ella misma, de dialogar con quienes se encuentran fuera de
su seno, exige a la Iglesia meditar en torno a sí, ahondar en sus características y

«Una palabra para todos en el día de Navidad», 25/12/1960, en DPM, 79 y 82; «Nuestros deberes para
con la fe», 6/1/1961, en DPM, 161 y 163; «La Pasqua e il Battesimo», 1/4/1961, en PNA, 164; «Chi è
Cristo per noi», 22/4/1962, en PNA, 187 y 192; «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC,
225, 226, 230, 235 y 237; «Roma e il Concilio», 10/10/1962, en RC-LC, 13 y 15; «Lettere dal
Concilio», 1962, en RC-LC, 28 y 41; «Incorporati a Cristo», 11/4/1963, en PNA, 199 y 200.
42
G.B. MONTINI, «Discorso in occasione del suo ingresso nella Archidiocesi», 6/1/1955, NotIPVI 10
(1985), 24; los subrayados son nuestros. Poco después reitera: «Vogliamo che oggi la Chiesa milanesi
prensa coscienza di quanti tesori religiosi, di quanto patrimonio spirituale, di quanta responsabilità
morale essa è l’erede, di quanta forze essa dispone» (ibid., 27).
43
G.B. MONTINI, «I messaggi alla diocesi di Milano in occasione dell’Ottavario per l’unità dei cristiani
(1955-1963)», NotIPVI 31 (1996), 32. En esa misma circunstancia, pero al año siguiente, reitera: «[Lo
scopo di questa celebrazione] è importante per dare al mondo la base più solida e più lógica della sua
pace, l’unità di fede e di regime spirituale, e per dare alla civiltà cristiana prestigio e conscienza di sé,
capacità di perpetuo rinnovamento e di benedica diffusione» (ibid., 33). Cf. también, ibid., 35.
212 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

riquezas, con el fin de tener una identidad clara. Se trata, pues, de la misma dinámica
que propondrá en su encíclica: el diálogo con el mundo en sus diferentes círculos
concéntricos (cap. III) presupone a su vez, para la Iglesia, un esfuerzo de autoconciencia
previo (cap. I).
Algo similar esboza en su conferencia al II Congreso Mundial para el Apostolado
de los Laicos, celebrado en Roma en octubre de 1957. Éste le brinda la oportunidad de
plantearles a los participantes un interesante elenco de preguntas:
Avvertite voi, chiamandomi a parlarvi della missione della Chiesa, che il nostro dovere è
di riflettere per meglio capire che cosa finalmente essa è? La Chiesa è stata per noi
un’educazione, quasi inavvertita e connaturata; bisogna oggi che diventi per noi e scienza e
vita. È stata per noi un’eredità del passato, bisogna che diventi ricchezza del presente. È
stata per noi una tradizione; bisogna che diventi una coscienza ed una forza. Avvertite voi
che nell’approfondire questa conoscenza della dottrina della Chiesa si arriva a scoprirne la
sua divina originalità, il segreto della sua eterna giovinezza, il fascino della sua bellezza, il
principio della sua inesauribile fecondità? Ed avvertite anche che questa riflessione sul
mistero della Chiesa diventa l’argomento centrale intorno al quale si polarizza non soltanto
lo studio della teologia moderna, ma lo spirito religioso della nostra generazione, e vi trova
il sigillo della sua ortodossia, la sorgente della sua preghiera, la speranza della sua
spirituale conquista del mondo contemporaneo e di quello futuro?44.
Ser y misión —o “conciencia” y “diálogo”, según los términos de la Ecclesiam Suam—
no se contraponen, no se limitan; al contrario, se enriquecen mutuamente. Por otro lado,
esa tarea de ahondar en sí misma insta a los fieles a superar la costumbre, a ir más allá
de lo dado, a romper con la rutina, pero, por lo mismo, recompensa con ricos y
abundantes frutos. Se trata, por lo demás, de una tendencia de la teología moderna y de
una demanda del espíritu religioso contemporáneo, y no hay que olvidar que, para ser
fiel a su misión, la Iglesia debe saber leer los “signos de los tiempos” (cf. ES 46).
El dolor y el sufrimiento —no podía ser de otra manera— también se presentan
como un camino privilegiado para este ejercicio de autocontemplación interior. En una
breve nota de 1958, en la que anunciaba la partida a la Casa del Padre del Papa Pío XII,
escribía:
La Chiesa cosí, come una famiglia ferita dal lutto, prende coscienza di sé, e nel suo pianto
stesso avverte il proprio spirituale respiro; essa prega; parla cioè con Dio, si afferra a quel
Cristo, di cui le è venuta meno per un istante l’immagine vicaria; trascende, com’è suo
costume e sua missione, i confini di questa chiusa esperienza temporale; e crede e spera e
ama, nell’infinito cielo della vita soprannaturale, nel regno di Dio, nella vita ventura, dove,
come ad oceano di beatitudine e di pace, le anime giuste vivono in Cristo45.
No es extraño que así sea para quien ha nacido del costado de Cristo Crucificado, en
cuyas heridas se descubren también como ventanas que permiten contemplar con
esperanza la eternidad y el infinito.

44
G.B. MONTINI, «La missione della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 18.
45
G.B. MONTINI, «L’annuncio della piissima morte di Pio XII», 1958, NotIPVI 17 (1988), 63; el
subrayado es nuestro.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 213

Desde otra perspectiva, la celebración de la Epifanía en 1959 le brindará la


oportunidad de ahondar en la relación que existe entre conciencia y catolicidad, de
donde brotará para los hijos de la Iglesia, además, su misión evangelizadora:
Los cristianos que quieren vivir católicamente han comprendido además otra cosa: que esta
nota esencial de la Iglesia de Cristo, su catolicidad o universalidad, es ciertamente una
prerrogativa intrínseca de su constitución […]. Esto exige una colaboración humana que
obliga ante todo a los católicos, los cuales deben tomar conciencia no sólo de lo que son
—a esta conciencia podríamos llamarla “sentido católico”—, sino también de lo que deben
ser —y a esta conciencia podríamos llamarla “sentido de la catolicidad”46.
Idea que complementa poco más adelante diciendo:
De la toma de conciencia de la universalidad del mensaje cristiano surge inmediatamente
en los católicos una necesidad, un ideal, una fuerza que les empuja a testimoniar
concretamente con su vida ese mensaje, a inserirlo en la sociedad y en la historia. Esto se
llama apostolado47.
Este último fragmento muestra con toda claridad esa relación recíproca que Mons.
Montini establece entre identidad y misión, entre “conciencia” (cap. I) y “diálogo” (cap. III),
como denominará —ya lo habíamos hecho notar— a la misión en la Ecclesiam Suam.
Una toma de conciencia de su propio ser impulsa vigorosamente a la Iglesia a difundir
su mensaje, a hacerse palabra, a entablar el diálogo con el mundo (cf. ES 60).
Al año siguiente, en mayo de 1960, al final de una conferencia en la que trata sobre
la actualidad de San Agustín, le dirige al Santo de Hipona una oración personal:
Richiamaci, o sant’Agostino, a noi stessi; insegnaci il valore e la vastità del regno
interiore; ricordaci quelle tue parole: “per mezzo dell’anima mia io salirò” […]. O
Agostino, sii a noi maestro di vita interiore; fa che noi recuperiamo in essa noi stessi, e che
rientrati nel posseso della nostra anima, vi possiamo scoprire dentro il reflesso, la presenza,
l’azione di Dio48.
Estamos ante un texto singular, no sólo por su forma —una oración—, tampoco
únicamente porque nos revela el mundo interior y la devoción que G.B. Montini le
profesaba a este gran Padre de la Iglesia, sino también, y sobre todo, por las ricas
intuiciones teológicas que ofrece en torno a lo que significa tomar conciencia de sí.
Poco después, el 10 de noviembre de 1960, en la introducción a la Misión de
Florencia, exhortará a todos los fieles a
ricapire la Chiesa. Questo bisogno era meno sentito quando nella Chiesa si viveva
abitualmente, e della Chiesa si faceva proprio il pensiero e il costume; ora che la Chiesa è
diventata oggetto di contestazione, e che, in pratica almeno, è stata bandita dalla mentalità
moderna, dalla concezione profana della vita, per rientrare nei soui recinti coscientemente,
o anche solo per giustificare a se stessi l’abbandono di quella antica casa paterna, è
doveroso ridare a se stessi un concetto riflesso, più preciso, più essenziale della Chiesa49.

46
G.B. MONTINI, «Universalidad de la Epifanía», 6/1/1959, en DPM, 140.
47
G.B. MONTINI, «Universalidad de la Epifanía», 6/1/1959, en DPM, 141-142.
48
G.B. MONTINI, «Onoriamo Sant’Agostino», 24/4/1960, en DsMS, 185.
49
G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 104-105.
214 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Es ésta una práctica distintiva, una tarea que forma parte habitualmente del ser cristiano,
pero que, por el medio cultural que se tiene que enfrentar, ha adquirido, si cabe, aún
mayor vigencia.
La explicación de algunos símbolos en la Vigilia Pascual de 1961 le ofrecerá al
Cardenal Montini la oportunidad de destacar, una vez más, la luminosidad de Cristo.
Hablando del rito del fuego, indicará:
[…] c’insegna che la Pasqua bisogna concepirla come un fenomeno luminoso, come una
luce dall’alto che rischiara l’oscurità in cui ci troviamo: nox sicut dies illuminatibur, la
notte sarà illuminata come giorno; e nella scena dell’aula buia, in cui si accendono lumi
che ne svelano l’ampiezza, la forma, il decoro, la assemblea presente, è figurata la natura
misteriosa e tenebrosa della nostra vita, la quale non conosce che in penombra se stessa e
prende invece esatta e consolante coscienza di sè, quando la luce della fede le si accende
superiore ed amica, così che il lumen Christi, il mistero cioè della luce, della rivelazione di
Cristo si irradia benefico nel mistero delle tenebre umane e dà alla vita nostra il suo vero
senso, svela la sua drammaticità e la colorisce di nuova belleza. D’ora innanzi Cristo,
oggetto della nostra fede, sarà lampada della nostra esistenza50.
Sus palabras son una hermosa y plástica descripción del mismo fenómeno que
experimenta la Iglesia cuando, profundizando en sí, llega al encuentro de su Fundador, y
es Él quien le desvela, con la luz de su amor y su presencia, el misterio que la envuelve.
Documento de singular importancia, y en el que no podían faltar desarrollos sobre
la conciencia de sí que debe alcanzar la Iglesia, es su carta pastoral para la Cuaresma de
1962 Pensiamo al Concilio. Allí, después de haber enumerado algunos de los frutos que
debía generar el Vaticano II en el Pueblo de Dios, les dice a los ciudadanos de la
arquidiócesis de Milán:
Vale a dire che immetterà nella Chiesa nuova coscienza, nuova energia, nuovo impegno,
nuova carità.
Darà alla Chiesa intima consapevolezza di ciò che essa è e di ciò che essa deve fare; e da
questa profonda e interiore impressione essa caverà nuova capacità di espressione: nella
predicazione, nell’apostolato, nella testimonianza, nella sofferenza, nella bontà, nell’arte,
nella santità. Ma tutto questo non è effetto immediato, nè tutto visibile. E per di più questo
effetto non dipenderà soltanto dal Concilio; dipenderà da tutto il corpo mistico che è la
Chiesa; dipenderà anche da noi, da ciascuno di noi. Dovrà perciò essere impegno, fin da
ora, di ciascuno di noi di accettare con pronta e filiale obbedienza le prescrizioni del
Concilio51.
Llama la atención en esta cita el cuidado que pone en advertir que no se ha de reducir la
responsabilidad introspectiva a un grupo de cristianos con ciertos atributos, a la

50
G.B. MONTINI, «La Pasqua e il Battesimo», 1/4/1961, en PNA, 161.
51
G.B. MONTINI, Carta pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 50, en DsC, 183-184. Cf. además
ibid., 160, 169, 176, 178, 180 y 190. Aprovechamos para mencionar aquí los lugares en que aparece
mencionada de alguna manera la “conciencia” en sus otras cartas pastorales de Cuaresma: Omnia nobis
est Christus (1955), párr. 21 y 22; Osservazioni su l’ora presente (1956), párr. 41 y 50; Sul senso
religioso (1957), párr. 9, 16, 18, 22, 23, 25, 37, 39, 42, 60, 75 y 86; L’educazione liturgica (1958),
nn. 4, 9, 22 y 23; La nostra Pasqua (1959), en PNA, 82, 83, 84, 88, 96, 97, 99, 101; Per la famiglia
cristiana (1960), nn. 2, 5, 23, 31, 34, 36, 39, 41, 59 y 63; Sul senso morale (1961), nn. 5, 8, 9, 11, 12,
20, 21, 22, 25, 34, 39, 40, 44, 48, 50, 51 y 53 (por el tema de esta última carta, en la mayoría de los
casos se trata de la “conciencia moral”).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 215

jeraquía, ni siquiera a los padres conciliares, sino que la haga extensiva a todos y cada
uno de los hijos de la Iglesia.
También de mención obligada en este breve recorrido histórico es su discurso en la
Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, en 1962. La cita es extensa, pero
está más que justificada:
Il Concilio è un atto di coscienza sulla natura della Chiesa. Tutti vi siamo invitati: che cosa
è la Chiesa? […]
Siamo nel mistero. Ed è bene che sia così. Dobbiamo riprendere coscienza del mistero
della Chiesa, e il Concilio a questo ci invita.
E ci mettiamo così nella corrente più agitata e più viva del pensiero religioso
contemporaneo e degli studi teologici più apassionati e progrediti. Mentre in passato l’idea
della Chiesa era più vissuta che pensata, ora forse è più pensata che vissuta; ma vissuta
ancora sarà, se profondamente pensata. La Chiesa tornerà ad essere per sè, ed anche per il
mondo, ciò che è e dev’essere mediante un atto profondo e prolungato di coscienza.
Dice bene il Padre De Lubac: la Chiesa, fin dal principio, “ha una coscienza
straordinariamente profonda del suo essere. La sua idea è dappertutto presente, dappertutto
essa imprime la sua forma agli enunciati della fede. Ben presto d’altronde le è stato
necessario cominciare anche a riflettere su di sè. Non v’è alcuna delle grande eresie,
ch’essa dovette superare, che non l’abbia forazata a farlo:… Tutti i misteri, ch’essa, a volta
a volta, ebbe a scrutare, furono per lei un’occasione a ciò; perchè essa ha relazione con tutti
ed in tutti essa si trova impegnata. Non mai, tuttavia, pare che le circostanze avessero
ancora dato luogo a questo sforzo di spiegazione, analitica insieme e generale, a questo
sforzo di comprensione totale, al quale noi cominciamo ad assitere” (Med. sur l’Eglise, p.
11). E la circostanza più favorevole e più obbligante a questo atto di autocomprensione
della Chiesa è oggi certamente il Concilio ecumenico52.
Hacemos una breve pausa para subrayar algunos elementos relevantes aquí
mencionados: en primer lugar, la necesidad de que la Iglesia haga un acto de reflexión
sobre sí misma; luego, el que este acto sea tarea de todos los miembros del Cuerpo de
Cristo; por otro lado, el aporte fundamental que el Concilio puede brindar en ese
sentido; y también la gran actualidad del tema en la discusión teológica de entonces.
Todo ello, por cierto, se verá reflejado en las páginas de la Ecclesiam Suam, como
tendremos ocasión de comprobar en unos momentos. Resulta asimismo significativa la
alusión al P. De Lubac, quien, como hemos hecho notar anteriormente53, debe ser
considerado como una de las principales influencias en el pensamiento eclesiológico de
Pablo VI, y cuyo libro citado, Meditación sobre la Iglesia, constituye una de las fuentes
de inspiración de su llamado a la autoconciencia eclesial. Continúa a renglón seguido:
E ciò che può costituire motivo di meraviglia e di interesse è che la coscienza, di cui ora la
Chiesa è avida d’avere su di sè, non verte tanto sugli aspetti da tutti facilmente conoscibili,
ed osservabili, come potrebbe essere la sua composizione umana, il suo Diritto canonico,
la sua storia cronologica e fenomenica, le sue manifestazioni esteriori, cioè le sue
istituzioni, la sua presenza nel mondo, la sua arte e così via, quanto sugli aspetti più intimi,
più profondi, più misteriosi. La Chiesa è avida di esplorare, anzi di sentire il mistero della
sua vita; cerca la sua teologia. Cerca la sua anima. Cerca il suo segreto. Cerca in sè il
Cristo vivente di Spirito Santo. Cerca il pensiero, il disegno, la presenza, l’azione divina.

52
G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 220-221.
53
Cf. supra, 3.2.6 y 4.3.1.
216 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Noi non abbiamo della nostra anima, dicono i filosofi, una conoscenza se non mediante gli
atti ch’essa produce. Similmente dell’anima della Chiesa, della sua vita profonda, del
mistero divino che vive in lei, noi non possiamo avere conoscenza migliore —salvo quanto
la divina rivelazione già ci insegnò— che nell’esperienza della sua vita, nella coscienza
delle sue facoltà e della sua attività. Ora il Concilio è un atto supremo nella vita della
Chiesa; e perciò, mentre suppone una conoscenza della Chiesa stessa, la illumina questa
conoscenza, la sviluppa, la celebra, per via di azione e per via di coscienza54.
Es una invitación a trascender las apariencias, a superar lo externo y visible para
adentrarse en las profundidades del misterio. Muchas de las ideas aquí expuestas las
encontraremos mencionadas en su carta programática. La gran claridad de la pluma de
G.B. Montini al aproximarse a estos temas tan ricos y tan complejos nos exime de
mayores comentarios.
Otro texto por demás iluminador, en el que hallamos una especie de síntesis y
explicación de lo que será el capítulo I de la Ecclesiam Suam, se nos ofrece en su
intervención en un Congreso de estudio para sacerdotes que tuvo lugar en Varese en
febrero de 1963, después de la primera sesión conciliar. Aunque otra vez la cita es
extensa, vale la pena presentarla sin mayores recortes:
Questo è il punto: la Chiesa prende coscienza di se stessa per tutti. Mi direte: ma già da
venti secoli l’ha presa! È progressiva la coscienza che la Chiesa ha di sé. Se davvero noi
siamo docili all’invito che il Signore ci fa nel Vangelo —quando richiamava, ad esempio, i
suoi interlocutori, i suoi contemporanei ad accorgersi dei segni che si avvicinavano—
bisogna che anche noi ci sforziamo di vedere i segni dei tempi. C’è qualcosa di maturo
nella Chiesa, c’è qualcosa che si arricchisce, c’è un’esperienza che si esprime, c’è uno
sforzo di capire di più, c’è una grazia di Dio che lavora dentro la Chiesa e che la porta a
conoscere meglio se stessa. […] Ed è proprio questo che noi notiamo negli ultimi anni
della Chiesa: le sue sofferenze, le sue esperienze, la maturità stessa, direi, della civiltà.
Siamo diventati psicologi, siamo diventati intenzionalisti, siamo diventati speculativi,
abbiamo insoma approfondito la capacità del pensare umano della Chiesa in questo
fenomeno del Concilio. La Chiesa si reflette su se stessa, ha bisogno di definirsi, ha
bisogno di meglio conoscerci, di individuare in qualche maniera le inesprimibili realtà che
porta con sè. La coscienza della Chiesa va definita nel Concilio, anche se resterà una
specie di finestra aperta sull’infinito piuttosto che il confine, il perimetro logico e
dogmatico, l’inutilità di un concetto preciso: è il mysterium ecclesiae. Ora, se il Concilio
intende dare alla Chiesa coscienza di sè, perchè poi possa avventurarsi, incontrarsi col
mondo, coi suoi doveri, col passato, col futuro, ecc., questo proceso di autoconoscenza è
non solo possibile ma doveroso per ciascuno di noi; dobbiamo tutti imparare a meditare
sopra noi stessi. […] [Il Concilio] Vuole ridestare nella Chiesa il senso, la comprensione,
la coscienza di ciò che essa è. E se noi tutti, che siamo la Chiesa, acquistassimo veramente
la piena consapevolezza di ciò che siamo, quale valutazione, quale forza, quale spirito di
profezia vi sarebbe, quale capacità di annunciare Dio; che violenza acquistirebbe il
messagio evangelico, la religione; che fenomeno umano incendiario diventerebbe il
sacerdocio!55.
Nuevamente son varios los elementos a destacar: el que la toma de conciencia sea una
dinámica que forma parte de la vida de la Iglesia desde los primeros tiempos; una
dinámica, por cierto, nunca acabada y que siempre, a cada nueva generación, le

54
G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 221-222.
55
G.B. MONTINI, «I sacerdoti e il Concilio ecumenico», 6/2/1963, en DsCon, 208-210.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 217

actualiza sus requerimientos; las exigencias específicas que al respecto presentan los
tiempos modernos; el aporte que sobre el particular ofrece el Concilio; el que sea ésta
una responsabilidad de todos los bautizados, no sólo de algunos; el avivamiento del
ardor evangelizador que brota como natural consecuencia… En fin, son abundantes las
ideas que este fragmento nos ofrece en una apretada síntesis, ideas que luego
encontraremos desarrolladas, en clara línea de continuidad, en la Ecclesiam Suam.
Y, por último, cerramos nuestro itinerario con un pasaje que, aunque bastante
breve, destaca por su proximidad a la elección del Cardenal Montini como Sumo
Pontífice. Se trata de un discurso “improvisado” que les dirigió a los profesores y
alumnos del Seminario de Venegono Inferiore el 10 de junio de 1963, justo antes de
partir para participar en el Cónclave. Hablando del Concilio, les comparte: «Quello che
è importante proprio davanti a questa fase della Chiesa, è quella intanto di capirla, di
conoscerla bene»56.
La revisión histórica que acabamos de realizar, aunque ciertamente parcial e
incompleta, nos arroja algunas interesantes conclusiones. En primer lugar, estamos ante
un tema que ha llamado la atención del Santo Padre desde su juventud, incluso antes de
ser ordenado sacerdote. Esta preocupación, además, no ha sido intermitente ni se ha
circunscrito a un período particular de tiempo, sino que se ha mostrado constante —e
incluso creciente— en las distintas etapas de su vida y hasta los días previos a su
elección como Vicario de Cristo. Sus reflexiones, por otra parte, han ido adquiriendo
cada vez más claridad, mayor hondura, perfiles mejor definidos: de alusiones genéricas
u orientadas al ser humano en general, han ido confluyendo en torno a la Iglesia hasta
convertirse en una especie de glosa anticipada de lo que posteriormente nos ofrecería en
el capítulo I de su documento programático. La multiplicidad de ángulos, los matices
diversos, las ocasiones tan variadas en las que estas ideas han ido surgiendo, nos hablan
asimismo de un pensamiento aquilatado, de un convencimiento profundo, de
meditaciones acusiosas y prolongadas, lejos de ocurrencias pasajeras u opiniones
superficiales, lejos también de lemas cansinos o repeticiones monótonas. Se trata, más
bien, de una especie de coro polifónico que, gracias a la múltiple tesitura de sus voces,
nos invita a adentrarnos en el misterio de la Iglesia.

6.3. Lugares de la encíclica donde se aborda el tema


Llegamos así al texto de la Ecclesiam Suam propiamente dicho, y quizá lo primero
que corresponda hacer sea indicar claramente en qué partes de la carta se habla
específicamente de la conciencia de la Iglesia. Ya sabemos que a ella está consagrado el
capítulo I del documento —cuyo título es, precisamente, «La conciencia»—, pero
conviene situarlo en el conjunto de la encíclica y repasar asimismo los otros lugares en
los que se trata sobre el tema.

56
G.B. MONTINI, «Discorso ai superiori e alunni del seminario di Venegono», 10/6/1963, ScCatt 116
(1988), 565.
218 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

6.3.1. En la introducción (ES 1-12)


Las primeras alusiones se encuentran, como es natural, en la breve introducción
que abre el texto pontificio, cuando el Santo Padre explica qué ideas pretende
desarrollar y cuál será el contenido de su carta inaugural. Allí, en el n. 7, expone que
«tres son los pensamientos que agitan nuestro espíritu», y explica el primero:
El pensamiento de que es ésta la hora en que la Iglesia debe profundizar la conciencia de sí
misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe ahondar, para enseñanza
propia y para propia edificación, la doctrina, para ella conocida, y en este último siglo
aclarada y difundida, sobre el propio origen, la propia naturaleza, la propia misión, el
propio destino final, pero doctrina nunca suficientemente estudiada y comprendida, ya que
contiene el plan providencial del misterio escondido en Dios... para que sea manifestado…
por medio de la Iglesia (Ef 3,9-10); esto es, la misteriosa reserva de los misteriosos
designios divinos que mediante la Iglesia son notificados; doctrina que constituye hoy el
tema más estimulante que cualquier otro para la reflexión de quien quiere ser seguidor
dócil de Cristo, y tanto más de quienes, como Nos y como vosotros, venerables hermanos,
el Espíritu Santo ha puesto como obispos para regir la Iglesia de Dios (cf. Hch 20,28) (ES 7).
Inmediatamente después, en el n. 8, nos volvemos a topar con él, cuando el Papa
presenta el segundo pensamiento que ocupa su espíritu:
Deriva de esta iluminada y operante conciencia un espontáneo deseo de comparar la
imagen ideal de la Iglesia cual Cristo la vio, quiso y amó, como su esposa santa e
inmaculada (cf. Ef 5,27), y el rostro real cual hoy la Iglesia presenta […]. Brota por ello
una necesidad generosa y casi impaciente de renovación, esto es, de enmienda de los
defectos que esa conciencia, como un examen interior en el espejo del modelo que Cristo
dejó de sí, denuncia y rechaza (ES 8).
Conviene hacer notar —lo hemos hecho ya, pero insistimos porque forma parte
importante del argumento de esta tesis— que Pablo VI establece una secuencia de
continuidad entre la primera y la segunda de sus preocupaciones, señalada con nitidez
por la utilización de los verbos «deriva» («deriva», en el original italiano) y «brota»
(«deriva» otra vez en el italiano).
Por tercera vez hallamos una alusión —esta vez indirecta— a la conciencia al
inicio del n. 9. Allí, al introducir su último pensamiento dominante —el diálogo entre la
Iglesia y el mundo moderno—, el Santo Padre comparte: «El tercer pensamiento nuestro
y vuestro ciertamente que brota de los dos primeros ya enunciados es el de las
relaciones que hoy la Iglesia debe establecer con el mundo que la rodea, y en el que ella
vive y trabaja» (ES 9). Esta necesidad de entrar en contacto con el mundo «brota»
también de las dos preocupaciones recién explicadas —la “conciencia” y la
“renovación”—, lo que el original italiano presenta con una construcción difícil de
traducir al castellano: «sorgente dai primi due sopra enunciati».
Y, finalmente, aparece en el n. 11, casi cerrando la introducción. La reflexión esta
vez está centrada en «la grande y universal cuestión de la paz» y en la contribución que
la Iglesia está llamada a ofrecer a tan noble propósito. Para Pablo VI
este amoroso servicio es un deber que la maduración de las doctrinas, por un lado, de las
instituciones internacionales, por otro, hace hoy más urgente en la conciencia de nuestra
misión cristiana en el mundo, que es asimismo la de hacer hermanos a los hombres en
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 219

virtud precisamente del reino de justicia y de paz inaugurado por la venida de Cristo al
mundo (ES 11).
Si bien el vocablo empleado —“conciencia”— es el mismo, su sentido en este numeral
difiere un tanto del que ha venido utilizando hasta ahora y del que utilizará a
continuación.

6.3.2. En el capítulo I (ES 13-35)


Después de la introducción entramos de lleno al capítulo I, consagrado por
completo a desarrollar «La conciencia», como su mismo título lo indica. «Esta parte de
la encíclica ha sido tal vez la que llamó menos la atención del público; pero, como
también ya ha sido notado, es tal vez la más importante y original»57. A su análisis
detallado dedicaremos el siguiente acápite, de modo que por el momento presentamos
solamente algunas cuestiones numéricas.
El capítulo I ocupa, como lo habíamos evidenciado con anterioridad58, el segundo
lugar tanto en lo referido a la cantidad de numerales —23 de los 11159— como en
cuanto a la extensión del texto —unas 3,700 de las aproximadamente 15,800 palabras
del original italiano, y unas 4,100 de las alrededor de 17,400 palabras en su traducción
al castellano60—. El término, por otro lado, aparece explícitamente 19 veces en 12 de
los 23 numerales, en algunos casos en más de una ocasión61.

6.3.3. En los capítulos II (ES 36-53) y III (ES 54-111)


Curiosamente, en el capítulo II no nos topamos ni una sola vez con la palabra
“conciencia”. Esto se debe, quizá, a que la ineludible concatenación entre un tema y
otro —el que la “reflexión sobre sí misma” antecededa y derive en la “renovación”— ya
la había explicitado Pablo VI en la introducción, y por ello posiblemente juzgó
innecesario repertirla pocos numerales después62. Sea como sea, es interesante notar que
«el paso de la conciencia a la reforma nos hace ver que aquélla es entendida como un
hecho dinámico: La Iglesia procura conocerse siempre mejor a sí misma para ser
siempre más conforme a la “imagen ideal”»63.
El capítulo III, en cambio, sí lo recoge, y lo hace desde su párrafo inicial, el 54, que
comienza así:

57
L. DE CASTRO, «A primeira encíclica de Paulo VI e a reabertura do Concilio», Brotéria 79 (1964), 333.
58
Cf. supra, 5.1.
59
El más breve es el capítulo II, con 18; y el más extenso, el capítulo III, con 58.
60
El capítulo II, por su parte, consta de unas 3,350 palabras en italiano, y de unas 3,700 en castellano;
mientras que el capítulo III, de unas 7,150 en italiano, y de unas 7,950 en su versión castellana.
61
Se trata de los nn. 13, 15 (4), 16 (2), 17 (cosciente), 18, 20, 22 (3), 29, 30, 32, 33 y 34 (1 cosciente y 1
coscienza).
62
Sí lo hace, en cambio, en el pasaje correspondiente del Discurso en la apertura de la segunda sesión
del Concilio Vaticano II (29/9/1963): «Esta renovación [de la Iglesia] debería derivarse, a nuestro
juicio, de nuestra conciencia de la relación que une a Cristo con su Iglesia» (n. 5.2).
63
«La Iglesia en el mundo. La encíclica de Pablo VI», editorial de Criterio 37 (1964), 606.
220 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Hay una tercera actitud que la Iglesia católica debe adoptar en esta hora de la historia del
mundo, y es la actitud caracterizada por el estudio de los contactos que debe tener con la
humanidad. Si la Iglesia adquiere conciencia cada vez más clara de sí [cap. I] y si trata de
modelarse a sí misma según el modelo que Cristo le propone [cap. II], la Iglesia viene a
distinguirse profundamente del ambiente humano, en el que también ella vive o al que
ella se aproxima. El Evangelio nos hace notar esta distinción cuando nos habla del
“mundo” (ES 54)64.
A lo que poco después, en el n. 55, añade: «Esta diferencia entre la vida cristiana y la
vida profana deriva también de la realidad y de la consiguiente conciencia de la
justificación producida en nosotros por nuestra comunicación con el misterio pascual,
con el santo bautismo ante todo, como decíamos anteriormente, el cual es y debe ser
considerado una verdadera regeneración» (ES 55). Y que completa en el n. 59
explicitando: «Si realmente la Iglesia, como decíamos, tiene conciencia de lo que el
Señor quiere que sea, surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusión con
la clara advertencia de una misión que la trasciende, de un anuncio que debe difundir.
Es el deber de la evangelización. Es el mandato misionero. Es el ministerio apostólico»
(ES 59). El Santo Padre establece así, en estos tres parágrafos, esa concatenación que
articula además lógicamente el discurso interno de su carta programática: de la toma de
conciencia que la Iglesia hace de sí brota su deseo de renovación, de configurarse con el
modelo que Cristo tiene de ella; y de ambos emerge, ineludiblemente, el ardor
evangelizador, la imperiosa necesidad de trasmitir al mundo la Buena Nueva, la riqueza
de la que es portadora.
Dos numerales más de este extenso capítulo contienen el término, pero su sentido
es en ambos casos un tanto diverso. Uno de ellos es el n. 91; Pablo VI está describiendo
el primer círculo concéntrico, el más amplio, con el que la Iglesia debe entrar en
diálogo, y explica:
Todo lo que es humano nos pertenece. Tenemos en común con toda la humanidad la
naturaleza, es decir, la vida con todos sus dones, con todos sus problemas. Estamos prontos
a compartir esta primera universalidad, a aceptar las exigencias profundas de sus
fundamentales necesidades, a aplaudir las afirmaciones nuevas y a veces sublimes de su
genio. Y tenemos verdades morales, vitales, que hay que poner de relieve y que hay que
corroborar en la conciencia humana, para todos beneficiosas (ES 91).
Aquí el vocablo, como es evidente, está más orientado hacia la vida moral.
Y el segundo de ellos es el n. 107, ya casi al final del capítulo y de la encíclica.
Esta vez el Pontífice está discurriendo sobre el diálogo en el interior de la Iglesia, y en
ese contexto se detiene a hablar sobre la caridad y la obediencia:
Así, pues, por obediencia orientada al diálogo entendemos el ejercicio de la autoridad
totalmente penetrado de la conciencia de ser servicio y ministerio de verdad y de caridad; y
entendemos la observancia de las normas canónicas y la reverencia al gobierno del
legítimo superior con ánimo pronto y sereno, como conviene a hijos libres y amorosos
(ES 107).

64
Los añadidos entre corchetes son nuestros.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 221

Éstos son, pues, los diferentes lugares en los que se aborda el tema de la
“conciencia” en la carta de Pablo VI, y éste es el marco en el que se inscribe el capítulo I
de la Ecclesiam Suam.

6.4. ¿En qué consiste la invitación a una


toma de conciencia de sí misma? (ES 13-17)
Después de haber realizado esta rápida visión panorámica, brota casi naturalmente
una interrogante: ¿A qué se refiere en concreto Pablo VI al plantear ese llamado a que la
Iglesia haga un acto de autorreflexión para tomar conciencia de sí misma?

6.4.1. Una tarea espiritual e integral


Lo primero que habría que destacar es que esta dinámica que la Iglesia «debe
seguir para caminar de acuerdo con la voluntad de Cristo» —como lo precisaba el
propio Santo Padre al anunciar la próxima aparición de su texto programático— «es
espiritual»65. No se trata de una pesquisa teológica, tampoco es una investigación
histórica, y menos una exploración de corte psicológico —aunque ciertamente todas
estas disciplinas, y otras, puedan y deban colaborar—. De lo que se trata es, más bien,
de sintonizar la mente y el corazón para escrutar el Plan del Padre, de «un acto de
docilidad a la palabra del divino Maestro dirigida a sus oyentes, y especialmente a sus
discípulos» (ES 15), de una apertura a la acción del Espíritu. Dicho de otro modo, lo que
se quiere es
profundizar en la conciencia de la Iglesia, en lo que ella verdaderamente es según la mente
de Cristo, guardada en la Sagrada Escritura y en la Tradición e interpretada y desarrollada
por la genuina enseñanza eclesiástica, la cual está, como sabemos, iluminada y guiada por
el Espíritu Santo, siempre pronto, cuando Nos se lo imploramos y lo escuchamos, a dar
cumplimiento indefectible a la promesa de Cristo: Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que
el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he
dicho (Jn 14,26) (ES 20).
Por ello es ésta una tarea que debe emprenderse en un clima de oración, siguiendo
criterios sobrenaturales, en la que el protagonista, como en toda tarea eclesial, es el
Espíritu del Padre y del Hijo, cuyas mociones los miembros de la Iglesia debemos
seguir con «docilidad» (ES 15), como corresponde a «quien quiere ser seguidor dócil de
Cristo» (ES 7)66.

65
PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964. El de la renovación, por su parte, «es moral», y «el tercer
camino —el diálogo— es apostólico» (ibid.).
66
Subrayando este carácter espiritual de la toma de conciencia, más adelante el Santo Padre insistirá: «La
vida interior se alza también hoy como el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, su modo
propio de recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo, expresión radical e insustituible de su
actividad religiosa y social, inviolable defensa y renaciente energía en su difícil contacto con el mundo
profano» (ES 33). Ya en 1957 había apuntado: «L’anima della Chiesa è lo Spirito Santo. Il principio
cioè invisibile e soprannaurale, che fa vivere la Chiesa di Cristo, è la grazia abituale che percorre le sue
membra, e l’assistenza continua dello Spirito Santo, che conferisce alla Chiesa la sua natura di umanità
collegata con Cristo, di corpo mistico di Cristo, e le infonde poteri e carismi, ne crea la coscienza e ne
guida la storia» (G.B. MONTINI, «La promozione del laicato», 9/6/1957, en DSM I 1461; el subrayado
222 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Sentado este principio esencial, resulta iluminador, para comprender mejor el


significado y el sentido de la invitación pontificia, revisar la gama de expresiones de las
que se sirve el Santo Padre al describirla. No se circunscribe, por cierto, a la palabra
“conciencia” y a sus derivados —si bien es éste el término predominante—, sino que
ofrece una interesante variedad que vale la pena recoger67. La Iglesia tiene necesidad de
«approfondire la coscienza ch’ella deve avere di sé» (ES 13), de «riflettere su se stessa»
(ES 13 y 20), de «avere di sé coscienza più piena e più forte» (ES 29) con el fin de
«meglio conoscere se stessa» (ES 20). Se trata de un «atto di riflessione» (ES 14), un
«atto di coscienza ecclesiastica» (ES 18) y un «atto riflesso per contemplarle nello
specchio interiore del proprio spirito» (ES 22), lo que sin duda redundará en el
«approfondimento di coscienza della Chiesa in ciò ch’essa veramente è» (ES 20) y en
una «approfondita coscienza della Chiesa su se stessa» (ES 30).
Dicho acto de introspección eclesial abarca, por otro lado, una serie de realidades y
dimensiones que el Pontífice va enumerando a lo largo del capítulo. La conciencia que
la Iglesia debe cultivar es «de sí misma, del tesoro de verdad del que es heredera y
depositaria y de la misión que debe cumplir en el mundo» (ES 13); «sobre el modo
mismo escogido por Dios para revelarse a los hombres y para establecer con ellos
aquellas relaciones religiosas de las que la Iglesia es al mismo tiempo instrumento y
expresión» (ES 14); «sobre el origen y sobre la naturaleza de la relación nueva y vital
que la religión de Cristo establece entre Dios y el hombre» (ES 15); «de la propia
vocación, de la propia misteriosa naturaleza, de la propia doctrina, de la propia misión»
(ES 16); «lo que ella verdaderamente es según la mente de Cristo» (ES 20); «de la
existencia del propio ser, de la propia espiritual dignidad, de la propia capacidad de
conocer y de obrar» (ES 22). No podemos olvidar, por otro lado, lo que ya indicó en la
introducción: «la Iglesia debe profundizar la conciencia de sí misma, debe meditar sobre
el misterio que le es propio, debe ahondar, para enseñanza propia y para propia
edificación, la doctrina […] sobre el propio origen, la propia naturaleza, la propia
misión, el propio destino final» (ES 7).
De lo que se trata, en el fondo, es de despertar en todos los fieles una actitud
inquisitiva, una búsqueda honesta y abierta, un sano cuestionamiento interior
preguntándose con sinceridad quién es en realidad la Iglesia, cuál es su verdadero
rostro, no dando por supuesto que lo conocemos, sino escrutando en la revelación divina
su auténtica fisonomía, pues la simple repetición de las enseñanzas recibidas no es
garantía de una profundización en su naturaleza68. Para ello es preciso dejar de lado toda

es nuestro). Y años más tarde, en su exhortación apostólica «sobre la alegría cristiana», añadirá: «“Si
alguien me ama, dice Jesús, mi Padre le amará y vendremos a él y pondremos en él nuestra morada”
(Jn 14,23). Lograr esta presencia supone constantemente una profundización de la verdadera
conciencia de sí mismo como criatura y como Hijo de Dios» (PABLO VI, Gaudete in Domino,
9/5/1975, VII,61; el subrayado es nuestro).
67
Por mayor fidelidad y precisión citaremos a continuación las diferentes expresiones siguiendo el
original italiano.
68
Cf. G. BAUM, «Commentary», en PAUL VI, Ecclesiam Suam. The Paths of the Church, 4-5. El mismo
P. Baum hace notar que «esta aproximación reflexiva a la doctrina cristiana es única dentro de los
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 223

idea preconcebida y toda visión etnocéntrica, abriendo más bien los oídos de la mente y
el corazón para escuchar, gracias al auxilio del Espíritu, la voz de la Palabra —el propio
Cristo— (cf. ES 20).
Como el mismo Santo Padre plantea en otro momento, buscando aclarar su
propuesta:
Podríamos expresar de otra manera esta nuestra invitación […]. Esto es, podríamos invitar
a todos a realizar un vivo, un profundo, un consciente acto de fe en Jesucristo Nuestro
Señor. Nos deberíamos caracterizar este momento de nuestra vida religiosa con esta fuerte
y convencida profesión de fe, aunque siempre humilde y temblorosa, semejante a aquella
que leemos en el Evangelio hecha por el ciego de nacimiento, a quien Jesucristo, con
bondad igual a su potencia, había abierto los ojos: Creo, Señor (Jn 9,38); o bien la de
Marta en el mismo Evangelio: Sí, Señor; yo creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios,
que ha venido a este mundo (Jn 11,27); o bien aquella otra, para Nos tan querida, de
Simón, convertido después en Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16)
(ES 17).
Con estas palabras, además de especificar aún más qué es lo que quiere suscitar en la
Iglesia, reafirma también el horizonte claramente espiritual —mejor aún, teologal— de
su exhortación. No se quiere alcanzar sólo ni principalmente una ciencia más exacta, un
conocimiento más hondo, una definición más precisa del ser de la Iglesia y de su
misión, sino ante todo infundir en todos los miembros del Cuerpo de Cristo «un vivo, un
profundo, un consciente acto de fe en Jesucristo Nuestro Señor» (ES 17). Ésa es la
actitud y ésa la respuesta que se espera del creyente, ése es el sentido de todo este
proceso de autoconciencia: acrecentar, dilatar, engrandecer nuestra débil adhesión al
Señor Jesús con un «explícito, aunque interior, acto de fe» (ES 18).
De distintas maneras explica también el Papa en este capítulo qué razones
concurren detrás de su pedido.
Aun antes de proponerse el estudio de cualquier cuestión particular y aun antes de
considerar la posición que deba adoptar con relación al mundo que la circunda, la Iglesia
debe en este momento reflexionar sobre sí misma para confirmarse en la ciencia de los
planes divinos sobre ella, para encontrar mayor luz, nueva energía y mejor gozo en el
cumplimiento de su propia misión y para determinar los modos más aptos para hacer más
cercanos, operantes y benéficos sus contactos con la humanidad, a la que ella, aunque
distinguiéndose por caracteres propios inconfundibles, pertenece (ES 13).
Y es que ella «tiene necesidad de sentirse vivir. Debe aprender a conocerse mejor a sí
misma si quiere vivir la propia vocación y ofrecer al mundo su mensaje de fraternidad y
de salvación. Tiene necesidad de experimentar a Cristo en sí misma, según las palabras
del Apóstol Pablo: Habite Cristo por la fe en vuestros corazones (Ef 3,17)» (ES 20).
Todo este esfuerzo de profundización ha de realizarlo «a fin de que, aleccionados cada
vez mejor en la ciencia sobre el mismo Cuerpo místico, sepamos apreciar sus divinos
significados, corroborando así nuestros espíritus con incomparables alientos y
procurando habilitarnos cada vez mejor para corresponder a los deberes de nuestra
misión y a las necesidades de la humanidad» (ES 25). Ello, además,

documentos eclesiásticos. Usualmente las encíclicas papales nos proveen de respuestas canónicas o
doctrinales. En su encíclica el Papa Pablo nos enseña preguntas» (ibid., 5).
224 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

produce en las almas ese “sentido de la Iglesia” que penetra al cristiano educado en la
escuela de la divina palabra, alimentado por la gracia de los sacramentos y de las inefables
inspiraciones del Paráclito, ejercitado en la práctica de las virtudes evangélicas, embebido
en la cultura y en la conversación de la comunidad eclesiástica y profundamente gozoso
por sentirse revestido de aquel sacerdocio real que es propio del pueblo de Dios (cf. 1Pe
2,9) (ES 32).
Así, pues, como se puede apreciar, el crecimiento en la conciencia de sí que la
Iglesia está llamada a realizar es una dinámica integral, que la involucra en todo su
misterio —ser, naturaleza, origen, dignidad espiritual, tesoro doctrinal, vocación,
misión, destino final—, que abarca todo el horizonte temporal —pasado, presente y
futuro— y que supone también una intervención de todas las facultades del creyente
—“mente”, “corazón” y “manos”; es decir: conocimiento, afectividad/espiritualidad y
acción—. Se trata, además, de una actividad que forma parte esencial de su vida69. Lo
que pretende esta solicitud es, en otras palabras, invitar al bautizado a empeñarse en
conocer mejor el misterio del Cuerpo de Cristo —“mente”—; a aumentar su amor por la
Iglesia y su sentir con ella —“corazón”—; a renovar su ardor apostólico, sus afanes
misioneros, su misión evangelizadora —“manos”—. Y ello porque «el misterio de la Iglesia
no es simple objeto del conocimiento teológico; debe ser un hecho vivido del que, aun
antes de su clara noción, el alma fiel puede tener experiencia casi connatural» (ES 32).
Si lo queremos formular en la tesitura teologal que el Santo Padre ha destacado,
podemos decir que el acto reflexivo «en el espejo interior del propio espíritu» (ES 22) es
para la Iglesia una invitación a crecer en la fe en la mente, en la fe en el corazón y en la
fe en la acción. Y es que, antes que nada,
la presencia de Cristo, más aún, la misma vida de Cristo, se hará operante en cada alma y
en el conjunto del Cuerpo místico mediante el ejercicio de la fe viva y vivificante, según la
palabra ya mencionada del Apóstol: Habite Cristo por la fe en vuestros corazones (Ef
3,17). Es en realidad la conciencia del misterio de la Iglesia un hecho de fe madura y
vivida (ES 32).
El esfuerzo introspectivo de la Iglesia no es, por tanto, la búsqueda «de nuevas
fórmulas, de nuevas definiciones o de precisiones doctrinales; es una búsqueda de una
mayor fidelidad al Evangelio en la Iglesia, y ello dotará a su conciencia de una nueva
comprensión»70.
Para todo ello resulta fundamental —y así lo sugiere también la Ecclesiam Suam—
cultivar la virtud evangélica de la vigilancia:
Escogeremos, entre tantas otras, una de las más graves y repetidas recomendaciones
hechas a aquéllos [los discípulos] por el Señor, válida también hoy para todo el que quiera
ser fiel seguidor suyo: la de la vigilancia. Verdad es que este aviso de nuestro Maestro
recae principalmente sobre la advertencia de los destinos últimos del hombre próximos o
lejanos en el tiempo. Pero precisamente porque tal vigilancia debe estar siempre presente y
operante en la conciencia del siervo fiel, determina la conducta moral, práctica y presente

69
«Pablo VI quiere hacer entender que la interioridad (el término “interior” se repite 13 veces en la
encíclica) y el proceso de interiorización son constitucionales para la Iglesia» (V. POSSENTI, «La vera
missione della Chiesa nasce della sua autentica autocoscienza», L’OR, 6-7/8/1984, 5).
70
G. BAUM, «Commentary», en PAUL VI, Ecclesiam Suam. The Paths of the Church, 6.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 225

que debe caracterizar al cristiano en el mundo. El llamamiento a la vigilancia está intimado


por el Señor también en orden a hechos próximos y cercanos, es decir, a los peligros y a las
tentaciones que pueden producir caídas o desviaciones en la conducta del hombre (cf. Mt
26,41). Así, es fácil descubrir en el Evangelio una continua invitación a la rectitud de
pensamiento y de acción (ES 15).
Nos encontramos así, nuevamente, frente a una recomendación de cariz espiritual71. Es
también —y en ello insistiremos más adelante— una actitud interior que no se queda en
disquisiciones y pensamientos, sino que está claramente orientada a la acción. El
horizonte de este primer “camino” que el Pueblo de Dios está llamado a recorrer es su
renovación y sobre todo su misión —el diálogo con el mundo—.
Es ésta, por otro lado, una tarea cuya exigencia se renueva constantemente, y ello
no sólo por la infinita e inagotable realidad misteriosa de la Iglesia (cf. ES 7 y 32),
tampoco únicamente por ser un camino gradual y progresivo que invita a un
perfeccionamiento continuo, sino también porque desde los tiempos iniciales de
Pentecostés a cada nueva generación le corresponde como deber propio ahondar en el
conocimiento introspectivo de la Iglesia, atendiendo a las sensibilidades características
de esa generación y en respuesta a las necesidades particulares —eclesiales,
ecuménicas, pastorales, psicológicas, económicas, sociales e inclusive políticas— de su
época y cultura72. De alguna manera, la teoría de la “evolución de los dogmas” puede
servirnos de apoyo para entender esta dinámica de “renovación en continuidad”73.

71
Resultan por demás sugerentes estas palabras del Cardenal Newman (1801-1890), autor tan querido
para el Papa Montini: «Considero que éste es uno de los puntos principales que, de modo práctico,
permite separar los verdaderos y perfectos servidores de Dios de la multitud que se llama cristianos, de
aquellos que son, no digo falsos y réprobos, sino tales que no podemos decir mucho de ellos ni formar
ninguna idea de lo que llegarán a ser. […] Los verdaderos cristianos, sean quienes sean, vigilan, y los
cristianos inconsistentes no» (J.H. NEWMAN, Sermones, I, 59-60).
72
La Ecclesiam Suam lo propone de esta manera: «El nacimiento de la Iglesia y el encendimiento de su
conciencia profética son los dos hechos característicos y coincidentes de Pentecostés, y juntos
progresarán: la Iglesia, en su organización y en su desarrollo jerárquico y comunitario; la conciencia de
la propia vocación, de la propia misteriosa naturaleza, de la propia doctrina, de la propia misión,
acompañará gradualmente tal desarrollo, según el deseo formulado por San Pablo: Y por esto ruego
que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en plenitud de discreción (Flp 1,9)» (ES 16;
cf. también ES 5). Saliendo al paso de posibles confusiones, el mismo Pablo VI, en la apertura de la
segunda sesión conciliar, había explicado: «No hay por qué extrañarse si después de veinte siglos de
cristianismo y del gran desarrollo histórico y geográfico de la Iglesia católica y de las confesiones
religiosas que llevan el nombre de Cristo y se honran con el de Iglesias, el concepto verdadero,
profundo y completo de la Iglesia, como Cristo la fundó y los Apóstoles la comenzaron a construir,
tiene todavía necesidad de ser enunciado con más exactitud. La Iglesia es misterio, es decir, realidad
penetrada por la divina presencia y por esto siempre capaz de nuevas y más profundas investigaciones.
El entendimiento humano progresa. De una verdad conocida experimentalmente pasa a un
conocimiento científico más racional, de una verdad cierta deduce lógicamente otra, y ante una
realidad permanente y complicada se detiene a considerar ya un aspecto ya otro, dando lugar así al
desarrollo de su actividad, que la historia registra» (PABLO VI, Discurso en la apertura de la segunda
sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.2 y 4.3).
73
Son clásicas sobre el particular las palabras de San Vicente de Lerins († c. 450): «¿Es posible que se dé
en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos? Ciertamente que es posible y la realidad es
que este progreso se da. […] Pero este progreso sólo puede darse con la condición de que se trate de un
auténtico progreso en el conocimiento de la fe, no de un cambio en la misma fe. Lo propio del
226 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Ahora bien, ¿de qué medios dispone la Iglesia para acrecentar en sí este
autoconocimiento profundo e interior? Pablo VI nos ofrece también, en esta su carta
programática, una respuesta clara y precisa a esas interrogantes:
la piadosa lectura de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los doctores de la
Iglesia y de cuanto hace brotar en ella tal conciencia, esto es, la catequesis exacta y
sistemática, la participación en esa admirable escuela de palabras, de signos y divinas
efusiones que es la sagrada liturgia, la meditación silenciosa y ardiente de las divinas
verdades y, finalmente, la entrega generosa a la oración contemplativa (ES 33).
Como se puede apreciar, no son medios que hagan suponer que el éxito en esta empresa
dependa sobre todo de la planificación pastoral o del esfuerzo humano —por más que
ambos sean necesarios—, sino principalmente de una apertura generosa a la gracia que
Dios derrama en nuestros corazones74. Con ello el Pontífice quiere nuevamente subrayar
el protagonismo del Espíritu Santo, y alejar así toda posible tentación de pelagianismo.
Es ese mismo binomio —gracia divina y cooperación humana— el que debe encauzar
todo el proceso de autoconciencia. Los medios enumerados, además, forman parte de la
vida ordinaria de la Iglesia y están al alcance de todos los fieles. Nadie, por tanto, puede
sentirse eximido de contribuir en esta tarea. En el contexto de la invitación pontificia a
profundizar en la «conciencia eclesiástica» convendrá más bien, por un lado, velar por
que dichos medios estén en sintonía con lo que los signos de los tiempos exigen, y, por
otro, fomentar que cada miembro del Cuerpo de Cristo los ejercite magnánima y
conscientemente en su vida.

progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es
que la cosa que se muda se convierta en algo totalmente distinto. Es conveniente, por tanto, que, a
través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la
sabiduría de cada una de las personas y del conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia
entera, como por parte de cada uno de sus miembros. Pero este crecimiento debe seguir su propia
naturaleza, es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una
única e idéntica doctrina. Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como crecen los cuerpos,
los cuales, si bien con el correr de los años se van desarrollando, conservan, no obstante, su propia
naturaleza. […] Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su
progreso exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años
y crezcan con el paso del tiempo» (SAN VICENTE DE LERINS, Commonitorium primum, 23: PL 50, 667-668).
Es célebre también sobre el tema: J.H. NEWMAN, Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana.
74
Ya al comienzo del capítulo, al explicar cómo llega a nosotros la Revelación, el Santo Padre señalaba,
además de los «hechos históricos exteriores e indiscutibles», el papel insustibuible que tienen la
Palabra y «la gracia de Dios, la cual se comunica interiormente a las almas mediante la audiencia del
mensaje de la salvación y mediante el consiguiente acto de fe que está en el comienzo de nuestra
justificación» (ES 14). José María Rovira Belloso aclara estas palabras destacando que «la Revelación
de Dios no ha permanecido exterior al hombre, como un simple anuncio de su destino, sino que se ha
deslizado hasta su interioridad, porque esta revelación se comunica por la Palabra de Dios que resuena
en la conciencia humana despertando en este ámbito interior el acto de fe, y por la gracia de Dios que,
en definitiva, es la presencia de Dios vivo en el corazón del hombre» (J.M. ROVIRA BELLOSO, en
PABLO VI, Ecclesiam Suam. Los caminos de la Iglesia, hoy, edición comentada por los Rdos. J.
BIGORDÁ, C. MARTÍ y J.M. ROVIRA BELLOSO, 36, nota 11).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 227

6.4.2. La Iglesia, sujeto de la toma de conciencia (ES 17, 29)


Con ello hemos llegado a otra idea importante de la encíclica. ¿Quién es quien debe
tomar conciencia de sí? ¿A quién le corresponde ahondar en su autoconomiento,
reflexionar sobre su identidad? Pueden sonar un tanto extrañas estas preguntas, más aún
cuando a cada paso se ha insistido en que es ésta una exigencia que le compete a la
Iglesia. El propio título del documento —Ecclesiam Suam— así lo insinúa, y el subtítulo
es explícito al respecto —«Sobre los caminos que la Iglesia católica debe seguir en la
actualidad…»—. Pero, ¿quién en la Iglesia? O, mejor aún, ¿quién es la Iglesia?
Partiendo del supuesto de que formular una respuesta acabada a esta última
cuestión es una empresa irrealizable75, el texto de la carta nos va proponiendo diversas
indicaciones. Ella, nos dice, es «madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de
salvación» (ES 1); es «la entera congregatio fidelium, colectivamente considerada» (ES
17), «la comunidad de los creyentes» (ES 32) o «comunidad eclesiástica» (ES 32); es el
«pueblo de Dios» (ES 32)76; «templo suyo magnífico» (ES 42); «la Casa de Dios» (ES
106)77; «sabe ser semilla, ser fermento, ser sal y luz del mundo» (ES 89); una realidad
«visible y espiritual al mismo tiempo, libre y al mismo tiempo disciplinada, comunitaria
y jerárquica, ya santa y siempre en vía de santificación, contemplativa y activa» (ES
33). Pero hay un acento especial en presentárnosla, al mismo tiempo y sobre todo, como
«la divina institución por medio de la cual Cristo continúa en el mundo su obra de
salvación» (ES 24)78. Por ello se nos habla de «su Iglesia» (ES 1, 30, 32 y 105), es decir,
de «la Iglesia de Cristo» (ES 7, 20, 103 y 105); de «su esposa santa e inmaculada» (ES
8); del «redil de Cristo» (ES 29 y 102). Y por ello también, sirviéndose de la teología
paulina79, se le da un lugar destacado a la imagen del «Cuerpo místico de Cristo» (ES
24, 25, 32, 34, 39, 41 y 109).

75
Poco antes de la publicación de la Ecclesiam Suam, comentaba el Santo Padre: «Noi pensiamo ed
auguriamo che faccia sorgere nei vostri animi una domanda, non nuova, ma ora resa più urgente e più
bisognosa d’una risposta adeguata: che cosa è la Chiesa? E mentre tutti crediamo d’aver pronta la
risposta, che il catechismo c’insegna e che la nostra esperienza ci presenta, tutti sentiamo ch’essa non è
facile; e quando tentiamo di formularla con le nostre parole, avvertiamo che la risposta è incompleta.
Perché definire la Chiesa è difficile! Ed è bene che noi avvertiamo questa difficoltà, perché allora
cominciamo a comprendere che la Chiesa è una realtà immensa e complessa, che noi non riusciamo a
circoscrivere nei termini d’una affrettata definizione. Sulla Chiesa resta sempre qualche cosa da dire»
(PABLO VI, Audiencia general, 2/6/1964).
76
También «la Iglesia de Dios» (ES 28, 29, 36 y 41).
77
Al personificar al Vicario de Cristo con la figura evangélica de un padre de familia (cf. Mt 13,52) se
alude indirectamente también a la Iglesia con esta imagen doméstica (cf. ES 62).
78
En términos similares describía a la Iglesia, en tiempos de su ministerio episcopal, en su radiomensaje
con ocasión de la Misión de Milán: «La meditazione sulla realtà profonda della Chiesa deve portare
almeno ad una visione iniziale della Chiesa come continuazione del Cristo: è la “sua Chiesa”, la sua
sfera di azione, il “luogo” dove Egli agisce per mezzo dello Spirito Santo. È il Cristo Gesù che non
abbandona i suoi, ritorna ad essi per comunicare la sua vita, la sua dottrina, il suo amore, la sua
redenzione e prepararli all’incontro col Padre» (G.B. MONTINI, «La Chiesa nei suoi aspetti essenziali»,
1957, en DsC, 10).
79
Cf. Rom 12,3-8; 1Cor 10,17; 12,12-27; Ef 1,22-23; 2,16; 3,6; 4,4.12-16.25; 5,21-30; Col 1,18.24;
2,19; 3,15.
228 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

No sorprende esta elección, considerando, en primer lugar, el marcado acento


cristológico de la eclesiología montiniana80. Con tal denominación el Pontífice quiere
resaltar explícitamente los diversos vínculos relacionales, constitutivos y ontológicos
que la unen con Jesucristo, «su divino Fundador» (ES 8; cf. ES 1)81. Tampoco sorprende
si se tienen en cuenta los estrechos lazos afectivos y teológicos que lo unieron con su
«gran predecedor» (ES 24), el Papa Pío XII, cuya encíclica sobre la Iglesia se titula
precisamente Mystici Corporis y que Pablo VI no se resiste de citar textualmente en dos
ocasiones en su propio escrito programático (cf. ES 24 y 30)82.
Con todo, no se le escapa al Santo Padre, por otra parte, que la Iglesia es un
«misterio» (ES 7, 16 y 32), y que, por lo tanto, no existe definición o figura que pueda
agotar su comprensión, dado que «las imágenes son insuficientes para traducir en
conceptos accesibles a nosotros la realidad y la profundidad de semejante misterio» (ES
32). Por ello, buscando mayor riqueza y claridad expositiva, además de las figuras ya
recordadas —madre, pueblo, familia, templo, Casa de Dios, Cuerpo místico, esposa,
redil, semilla, fermento, sal y luz—, amplía el bagaje con otra «sugerida por el propio
Cristo: la del edificio cuyo arquitecto y constructor es Él» (ES 32; cf. ES 42)83.

80
Cf. supra, 4.3.3. Es sugestiva la sinopsis que al respecto ofrece el Pbro. Lucio Gera: «El Pontífice
determina la relación entre Cristo e Iglesia con estas expresiones: de identidad: la Iglesia es Cristo; de
continuidad: la Iglesia continúa a Cristo; de presencia: Cristo está o vive en la Iglesia; de
instrumentalidad o mediación: Cristo obra mediante la Iglesia» (L. GERA, «Conciencia», en PABLO VI,
Ecclesiam Suam, con introducción general y comentarios de los profesores L. GERA, P. GELTMAN y C.
GIAQUINTA, 46, nota 27).
81
Hablando de las virtudes de la «dottrina del Corpo Mistico», el Arzobispo Montini subrayaba:
«affermazione quant’altri mai unitaria della Chiesa, e presentata nella forma che corrisponde ai bisogni
spirituali dell’anima moderna, perchè ricondotta, da un lato, alle sue fonti scritturiale, e applicata,
dall’altro al conforto della vita vissuta» (G.B. MONTINI, «Unità e Papato nella Chiesa», 29/8/1960, en
DsC, 83).
82
Para sopesar la importancia de estas referencias, conviene notar —como indicamos con más detalle en
el capítulo 3 (cf. supra, 3.1, notas 1-6)— que la Ecclesiam Suam tiene un total de 67 llamadas a pie de
página. En ellas se cita o se remite a la Sagrada Escritura 65 veces (3 al Antiguo Testamento y 62 al
Nuevo); a los Padres de la Iglesia, 2 veces (San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan; y
San Jerónimo, Diálogo contra Luciferianos), ambas textuales; y al magisterio de la Iglesia, 5 veces (1
a la Satis cognitum de León XIII; 1 a la Pacem in terris de San Juan XXIII; y 3 a la Mystici Corporis
de Pío XII, sólo las dos últimas textuales). Se trata, por tanto, aparte de los libros escriturísticos, de la
obra más citada. Resulta interesante escuchar lo que el entonces Arzobispo Montini opinaba sobre este
documento de su predecesor: «L’enciclica sul Corpo Mistico (Mystici Corporis, 1943) ci parla
mirabilmente della Chiesa, non già sotto l’aspetto giuridico ed esteriore, ma sotto quello teologico e
misterioso, dando allo studio e alla pietà una bella sintesi delle verità che c’insegnano come nella
Chiesa viva Cristo, e in essa e con essa continui nel tempo la sua presenza e la sua opera» (G.B.
MONTINI, «Considerazioni sul Magistero di S.S. Pio XII», 1956, NotIPVI 17 [1988], 36). Cf. también
ID., «L’aspetto religioso del pontificato di Pio XII», 27/2/1956, NotIPVI 17 (1988), 30.
83
Esta alusión le sirve al Vicario de Cristo para citar a continuación el texto bíblico que inspirta el título
de su encíclica. Así prosige el numeral: «[…] fundado, sí, sobre un hombre naturalmente frágil, pero
por Él transformado milagrosamente en sólida piedra; es decir, dotado de prodigiosa y perenne
indefectibilidad: Sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia (Mt 16,18)» (ES 32). Vale la pena recoger lo
que G.B. Montini predicaba sobre el particular cuando pastoreaba la diócesis ambrosiana: «Dovremmo
ricordare i nomi scritturali che l’hanno presentata [alla Chiesa]: e per primo quello di “Regno”, le cui
chiavi sono state date a Pietro, il Vicario di Cristo […]. Dovremmo parlare della “Città” sul monte e
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 229

De lo expuesto se desprende, con toda naturalidad, la respuesta a la otra


interrogante: ¿Quién en la Iglesia debe realizar esta toma de conciencia? La invitación
está dirigida «tanto a las almas de aquellos que quieran acogerla —a la de cada uno de
vosotros, por consiguiente, venerables hermanos—, y a la de aquellos que con vosotros
están en nuestra y en vuestra escuela, cuanto a la entera congregatio fidelium,
colectivamente considerada, que es la Iglesia. Esto es, podríamos invitar a todos […]»
(ES 17)84. Es, pues, una convocatoria al entero Cuerpo de Cristo, en el que todos
gozamos de igual dignidad, y en el que todos debemos poner también nuestros dones y
carismas al servicio de los demás. Cada uno posee un rol y unas funciones diversas de
acuerdo a su vocación y a sus condiciones personales, pero todos y cada uno de los
bautizados tenemos asimismo un papel único e insustituible en este acto de
autorreflexión, de profundización en el conocimiento de la Iglesia.
La misma idea, incluso ampliándola más allá de los contornos de la Casa de Dios,
la repite el Santo Padre en el n. 29, aludiendo a
los frutos que Nos esperamos derivarán ya del propio Concilio, ya del esfuerzo, antes
aludido, que la Iglesia debe hacer para tener conciencia más plena y más fuerte de sí
misma. Estos frutos son los fines que Nos proponemos a nuestro ministerio apostólico al
tiempo de iniciar sus dulces y enormes fatigas; son el programa, por así decirlo, de nuestro
pontificado. Y a vosotros, venerables hermanos, lo exponemos con brevedad, pero con
sinceridad, a fin de que nos queráis ayudar a ponerlo por obra mediante vuestro consejo,
vuestra adhesión, vuestra colaboración. Pensamos que, al abriros nuestra alma, la abrimos
a todos los fieles de la Iglesia de Dios y aun a aquellos mismos a los que, más allá de los
abiertos confines del redil de Cristo, pueda llegar el eco de nuestra voz (ES 29).

della città di Dio, che Pio IX dice essere la Chiesa di Cristo. Dovremmo spiegare come la Chiesa sia la
“Comunione dei Santi”. Dovremmo spiegare perchè la Chiesa sia chiamata la “Sposa di Cristo” e
perchè sia detta “Corpo di Cristo” e perchè “Casa di Dio” e perchè “Sacramento di Gesù Cristo”, cioè
sua misteriosa continuazione nella storia e nel mondo, sua testimonianza, sua presenza tra noi.
Dovremmo ancora diffonderci sul grande appellativo che le compete, quello di “Maestra”; dovremmo
ricordare i bei nomi di “ovile di Cristo”, di “barca di Pietro”, di “popolo di Dio”, di “patria della
speranza cristiana”» (G.B. MONTINI, «Ciò che la Chiesa è e non è», 10/11/1960, en DsC, 123). Y ya
como Sucesor de San Pedro, en el discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio —texto que
constituye, como sabemos, un antecedente inmediato de la Ecclesiam Suam—, el Santo Padre
consignaba: «Todos nosotros recordamos las magníficas imágenes con que la Sagrada Escritura nos
hace pensar en la naturaleza de la Iglesia, llamada frecuentemente el edificio construido por Cristo, la
casa de Dios, el templo y tabernáculo de Dios, su pueblo, su rebaño, su viña, su campo, su ciudad, la
columna de la verdad, y, por fin, la Esposa de Cristo, su Cuerpo místico. La misma riqueza de estas
imágenes luminosas ha hecho desembocar la meditación de la Iglesia en un reconocimiento de sí
misma como sociedad histórica, visible y jerárquicamente organizada pero vivificada misteriosamente.
La célebre encíclica del Papa Pío XII, Mystici Corporis, ha respondido por una parte al anhelo que la
Iglesia tenía de manifestarse por fin a sí misma con una doctrina completa, y ha estimulado, por otra, el
deseo de dar de sí misma una definición más exhaustiva» (PABLO VI, Discurso en la apertura de la
segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 4.1).
84
Aunque en referencia a otro tema más concreto, algunos numerales más adelante la encíclica insiste en
ese compromiso de todos los miembros del Pueblo de Dios: «Nos basta referirnos aquí a las
enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano I en este campo para comprender cómo el tema del
estudio sobre la Iglesia obliga a la atención, tanto de los pastores y de los maestros como de los fieles
mismos y los cristianos todos, a detenerse en él, como estación obligada en el camino hacia Cristo y
toda su obra» (ES 24).
230 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Qué lejos ha quedado esa visión de la Iglesia como una “sociedad perfecta”
separada del mundo, y cuánto favorece esta concepción eclesial la relación que está
llamada a establecer con ese mundo precisamente como parte de su misión, para
entablar con él un «diálogo de la salvación» (ES 66ss).

6.5. Motivos de dicha invitación (ES 18-27)


Son muchas las razones que anidan en el corazón de este fino observador de los
signos de los tiempos que lo llevan a proponer «este acto de conciencia eclesiástica»
(ES 18), «todas ellas derivadas de exigencias profundas y esenciales del momento
especial en que se halla la vida de la Iglesia» (ES 19).

6.5.1. Necesidad de inmunizarse frente al influjo del mundo (ES 20)


La primera podemos calificarla como de “carácter externo”. Conocedor el Papa de
que la Iglesia, si bien no es del mundo, en él se encuentra y en él está llamada a
desarrollar su misión evangelizadora, y consciente también de que muchos de los
criterios que rigen la vida de ese mundo se encuentran alejados del Evangelio, quiere
prevenir a todas las ovejas del redil para que sean astutos como serpientes y no cedan,
quizá inadvertidamente, a su influjo:
Es de todos conocido que la Iglesia está inmersa en la humanidad, forma parte de ella, de
ella saca sus miembros, de ella deriva preciosos tesoros de cultura, sufre sus vicisitudes
históricas, favorece sus éxitos. Ahora bien, es igualmente conocido que la humanidad en
este tiempo está en vía de grandes transformaciones, trastornos y desarrollos, que cambian
profundamente no sólo sus maneras exteriores de vivir, sino también sus modos de pensar.
Su pensamiento, su cultura, su espíritu, se ven íntimamente modificados, ya por el
progreso científico, técnico y social, ya por las corrientes del pensamiento filosófico y
político que la invaden y atraviesan. Todo ello, como las olas de un mar, envuelve y sacude
a la propia Iglesia. El espíritu de los hombres que a ella se confían está fuertemente
influenciado por el clima del mundo temporal; de tal manera, que un peligro como de
vértigo, de aturdimiento, de extravío, puede sacudir su misma solidez e inducir a muchos a
aceptar los más extraños pensamientos, como si la Iglesia debiera renegar de sí misma y
adoptar novísimas e impensadas formas de vida (ES 20).
Es ésta ciertamente una tarea difícil que supone particular prudencia y que reclama
la ya aludida vigilancia (cf. ES 15). No debe deducirse de aquí, sin embargo, una actitud
defensiva o negativa frente al mundo. Se trata, simplemente, de un sano realismo. Todo
ello está encaminado en el fondo, además, a que la Iglesia, formulado de manera
positiva, pueda «vivir la propia vocación y ofrecer al mundo su mensaje de fraternidad y
salvación» (ES 20). Y para ello es esencial, nuevamente, que estreche sus vínculos con el
Señor Jesús, pues ella «tiene necesidad de experimentar a Cristo en sí misma, según las
palabras del Apóstol Pablo: Habite Cristo por la fe en vuestros corazones (Ef 3,17)» (ES 20).
Por ello, como una vacuna o una medicina frente a tales amenazas, concluye el
Pontífice que es preciso que la Iglesia se ejercite en la autorreflexión consciente sobre sí
misma:
Parécenos que para inmunizarse frente a tal inminente y múltiple peligro, que procede de
varios sectores, es excelente y obvio remedio el profundizar en la conciencia de la Iglesia,
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 231

en lo que ella verdaderamente es según la mente de Cristo, guardada en la Sagrada


Escritura y en la Tradición e interpretada y desarrollada por la genuina enseñanza
eclesiástica, la cual está, como sabemos, iluminada y guiada por el Espíritu Santo, siempre
pronto, cuando Nos lo imploramos y lo escuchamos, a dar cumplimiento indefectible a la
promesa de Cristo: Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre,
Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho (Jn 14,26) (ES 20)85.

6.5.2. Exigencia de preservarse de peligros internos (ES 21)


Si la primera consideración miraba a las causas extrínsecas, la segunda, en cambio,
está referida a los problemas que se dan en el seno de la propia Iglesia:
Análogo discurso podríamos hacer acerca de los errores que serpentean incluso en el
mismo interior de la Iglesia, y en los que caen aquellos que tienen un conocimiento parcial
de su naturaleza y de su misión, no teniendo en cuenta suficientemente los documentos de
la revelación divina y de las enseñanzas del magisterio, establecido por el propio Cristo
(ES 21).
Así de escueto es formulado este segundo motivo, que hemos citado completo.
Aquí se alude a quienes, formando parte del Cuerpo de Cristo, olvidan, en mayor o
menor medida, ya sea la revelación divina —la Escritura y la Tradición—, ya sea su
interpretación auténtica por medio del magisterio, teniendo por ello una visión parcial e
incompleta del misterio de la Iglesia. Seguramente estas palabras guardan relación con
lo que más adelante la encíclica propone al hablar del «diálogo interior en el seno de la
comunidad eclesiástica» (cf. ES 106-109), y con las prevenciones que el documento
pontificio pronuncia contra el «espíritu de independencia, de crítica, de rebelión»,
contra la «discusión», el «altercado», la «disidencia» (ES 108).
Son todos éstos sin duda temas dolorosos, pero que Pablo VI, desde el comienzo
hasta el fin de su pontificado, siempre trató de reconocer y de enfrentar con toda
claridad. Recuérdense, por ejemplo, sus duras expresiones sobre que «el humo de
Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios»86, y sus advertencias en
contra de «la disensión doctrinal, que se pretende patrocinar con el pluralismo teológico
y frecuentemente apurar hasta el relativismo dogmático, que rebaja de diversas maneras
la integridad de la fe», sin olvidar que «cualquier fallo en la identidad de la fe comporta
también un decaimiento en el amor mutuo»87.

6.5.3. Sintonía con un fenómeno característico de la mentalidad moderna (ES 22)


A estos dos se añade un nuevo motivo: la difusión de este fenómeno de
introspección en los cánones del pensamiento moderno. Se trata de una realidad
ambivalente, no carente por cierto de peligros —de los que hablaremos más

85
Siguiendo esta imagen sanitaria, Jean Mouroux lo sintetiza con estas palabras: «La mirada de la Iglesia
sobre Cristo, sobre su relación con Él, sobre aquel modelo que es preciso alcanzar “en acto y en
verdad”, sobre la palabra y la Tradición que nos expresan el misterio de Cristo y de la Iglesia, he ahí lo
que nos sanará» (J. MOUROUX, «La Chiesa, mistero eterno e temporale», Studi Catolici 45 [1964], 34-35).
86
PABLO VI, Homilía en el aniversario del inicio de su pontificado, 29/6/1972.
87
PABLO VI, Exhortación apostólica Paterna cum benevolentia, 8/12/1974, 4.
232 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

adelante88—, pero preñada también de beneficios y ventajas. Según hace notar la


Ecclesiam Suam, el que existan virtuales riesgos
no quita que la educación en la búsqueda de la verdad reflejada en el interior de la
conciencia sea por sí misma altamente apreciable y esté hoy prácticamente difundida como
expresión exquisita de la cultura moderna. Como tampoco quita que, bien coordinada con
la formación del pensamiento para descubrir la verdad donde ésta coincide con la realidad
del ser objetivo, el ejercicio de la conciencia revele siempre mejor a quien lo realiza el
hecho de la existencia del propio ser, de la propia dignidad espiritual, de la propia
capacidad de conocer y de obrar (ES 22).
Siguiendo al P. Francisco Leocata, S.D.B.89, podemos señalar que esta tendencia a
«considerar las cosas conocidas en un acto reflejo para contemplarlas en el espejo
interior del propio espíritu» (ES 22) tuvo en René Descartes (1596-1650) un fuerte
impulsor, y que su pensamiento, con un principio autorreflexivo tan marcado, fue el
origen de la modernidad filosófica, impregnando diversos sectores de la cultura francesa
y europea, con o sin aceptación. A partir de allí fue creciendo, hasta convertirse en
«algo característico de la mentalidad del hombre moderno» (ES 22). Gran conocedor y
amante de la cultura francesa90, a G.B. Montini no podía pasarle inadvertido este rasgo
de la modernidad.

6.5.4. Continuidad con una reflexión sobre sí que la Iglesia


ya viene ejercitando (ES 23-27)
Nada de esto resultaba extraño, por otra parte, a la misma Iglesia, que desde hacía
mucho tiempo venía viviendo un intenso proceso de reflexión y estudio sobre sí,
proceso que en los últimos decenios se había acentuado al punto de que se hizo común
designar al siglo XX como el «siglo de la Iglesia». Hitos fundamentales en este
recorrido, aunque bastante distantes en el tiempo, fueron el Concilio de Trento (1545-
1563) y el Concilio Vaticano I (1869-1870), sin olvidar el Vaticano II (1962-1965),
entonces todavía en curso. Al primero le tocó hacer frente a las desviaciones eclesiológicas
planteadas por la crisis protestante (cf. ES 24), mientras que los dos últimos tuvieron a
la doctrina de la Iglesia como uno de sus temas centrales (cf. ES 24 y 26).
Además del Espíritu Santo, hay que tener en cuenta que esta dinámica de
«conocerse mejor a sí misma» ha sido «obra de insignes hombres de estudio, de grandes
pensadores, de escuelas teológicas cualificadas, de movimientos pastorales y misioneros, de
experiencias religiosas notables y, sobre todo, de enseñanzas pontificias memorables»
(ES 23), entre las que sin duda se encuentran la encíclica Satis cognitum (1896) del Papa
León XIII, y la Mystici Corporis (1943) de Pío XII (cf. ES 24). No se ahorra Pablo VI
tampoco palabras de agradecimiento y

88
Cf. infra, 6.7.
89
Filósofo e historiador argentino, autor, entre otros libros, de la conocida obra Del Iluminismo a nuestros
días. Las ideas que siguen nos las compartió en un diálogo que sostuvimos con él en Buenos Aires el
16/7/2012.
90
Cf. supra, 4.2.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 233

vivo elogio a los hombres de estudio que especialmente en los últimos años han dedicado,
con perfecta docilidad al magisterio católico y con genial capacidad de investigación y de
expresión, al estudio eclesiológico laboriosas, abundantes y fructuosas fatigas, y que en las
escuelas teológicas, en la discusión científica y literaria, en la apología y en la divulgación
doctrinal, e igualmente en la asistencia espiritual a las almas de los fieles y en las
conversaciones con los hermanos separados, han ofrecido múltiples aclaraciones de la
doctrina sobre la Iglesia, algunas de ellas de alto valor y de gran utilidad (ES 26)91.
Estas palabras —y el tono de la encíclica en general— nos hacen advertir,
asimismo, que el propósito de la invitación de Pablo VI es eminentemente positivo.
Lejos han quedado los tiempos en que la necesidad de precisar alguna desviación
doctrinal o la preocupación apologética marcaban el rumbo de los estudios
eclesiológicos. Lo que el Vicario de Cristo propone es más bien que el Pueblo de Dios
continúe, en todos sus estamentos, con una meditación serena que permita a la Iglesia
ahondar en su conciencia para descubrir su verdadero rostro. Se trata «de impulsar la
vida interna, más que de reforzar las murallas; de vigorizar el organismo, más que de
arroparlo»92.

6.6. Frutos de la toma de conciencia por parte de la Iglesia (ES 22, 29-35)
Revisadas las motivaciones que impulsaron al Santo Padre a proponer la
consecución de una «conciencia más plena y más fuerte de sí misma» (ES 29) como el
primer camino de la Iglesia, podemos abordar ahora los frutos que se esperan de este
esfuerzo autorreflexivo.

6.6.1. El renovado descubrimiento de su vital relación con Cristo (ES 30-31)


El más importante y el que el propio Pablo VI coloca a la cabeza es sin duda el del
fortalecimiento de su íntima unión con el Señor Jesús:
El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí misma es el renovado
descubrimiento de su vital relación con Cristo. Cosa conocidísima, pero fundamental,
indispensable y nunca bastante conocida, meditada, enaltecida. ¿Qué no debería decirse
sobre este capítulo central de todo nuestro patrimonio religioso? Afortunadamente,
vosotros conocéis bien ya esta doctrina; y Nos no añadiremos ahora palabra alguna si no es
para recomendaros el tenerla siempre presente como principal, como directriz, tanto en
vuestra vida espiritual como en vuestra predicación (ES 30)93.

91
A todo ello nos hemos referido en el cap. 2 de este estudio. Cf. supra, 2.1, 2.2 y 2.3.
92
D. ITURRIOZ, «Orientaciones eclesiológicas de “Ecclesiam Suam”», en F. GARCÍA-SALVE, ed.,
Comentario eclesial a la “Ecclesiam Suam”, 89. Poco antes este autor había hecho notar: «La
tendencia hasta ahora dominante en la eclesiología […] había sido extrinsecista, defensiva de la
autoridad y derechos de la Iglesia, contra los ataques, sobre todo, del protestantismo, del racionalismo
y del modernismo. Había que defender a la Iglesia contra las heréticas negaciones y esa preocupación
influyó en la contextura y en el desarrollo de las exposiciones que sobre la Iglesia han surgido desde
los tiempos de la reforma» (ibid., 88).
93
El mismo propósito manifestó el Santo Padre al inaugurar la segunda sesión del Vaticano II. Vale la
pena recoger al menos un fragmento de las hermosas palabras que entonces pronunció: «¡Cristo!
Cristo, nuestro principio; Cristo, nuestra vida y nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza y nuestro
término. Que preste este Concilio plena atención a la relación múltiple y única, firme y estimulante,
234 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Ya hemos evidenciado hace un momento el fuerte acento cristocéntrico que marca


la eclesiología —y en general toda la teología y la espiritualidad— del Papa Montini, de
modo que caía por su propio peso el que ése sea el objetivo primario y el sentido
esencial que tuviera en mente a la hora de plantear los frutos que esperaba de la
autocontemplación eclesial. Entendiendo a la Iglesia como «la divina institución por
medio de la cual Cristo continúa en el mundo su obra de salvación» (ES 24), dicha toma
de conciencia no puede ser sino, como lo hemos recordado, «realizar un vivo, un
profundo, un consciente acto de fe en Jesucristo Nuestro Señor» (ES 17), buscar
ahondar en «lo que ella verdaderamente es según la mente de Cristo» (ES 20), es más,
«experimentar a Cristo en sí misma, según las palabras del Apóstol Pablo: Habite Cristo
por la fe en vuestros corazones (Ef 3,17)» (ES 20)94. En el fondo, el estudio de la Iglesia
es una «estación obligada en el camino hacia Cristo y toda su obra» (ES 24), y lo que se
busca es que «la Iglesia de Dios sea tal cual Cristo la quiere» (ES 36).
Para reforzar aún más, si cabe, este cristocentrismo eclesial se recogen en el
documento algunos pasajes de la Escritura, de la Tradición y del magiterio que muestran
el vínculo ontológico que une a Cristo con su Iglesia. Encabeza el elenco de textos
escriturísticos la imagen tan elocuente de la vid y los sarmientos, utilizada por el propio
Jesús para describir la trabazón existencial que debe darse entre Él y sus discípulos (cf.
Jn 15,1ss), a la que le siguen otros pasajes de San Pablo: «Sois vosotros una sola cosa
en Cristo» (Gál 3,28); «crezcamos en todo, llegándonos a Aquel que es nuestra Cabeza,
Cristo; de quien todo el cuerpo...» (Ef 4,15-16); y «Cristo lo es todo en todos» (Col
3,11). Y es que sin el Señor Jesús la Iglesia se desvanece, se desfigura por completo, se
desvitúa, simplemente pierde su sentido y su razón de ser.
A todas estas iluminaciones escriturísticas las antecede una de las referidas
citaciones de la encíclica Mystici Corporis de Pío XII: «“Es necesario acostumbrarse a
reconocer en la Iglesia al propio Cristo. En realidad es Cristo quien en su Iglesia vive,
quien por medio de ella enseña, gobierna y comunica la santidad; es Cristo el que en
múltiples formas se manifiesta en los diferentes miembros de su sociedad” (AAS 35
[1943], 238)» (ES 30). Se trata, como se puede ver, de un fragmento muy elocuente, y
en el que nuevamente la centralidad de Jesucristo es puesta de manifiesto. La Iglesia es,

misteriosa y clarísima, que nos apremia y nos hace dichosos, entre nosotros y Jesús bendito, entre esta
santa y viva Iglesia, que somos nosotros, y Cristo, del cual venimos, por el cual vivimos y al cual
vamos. Que no se cierna sobre esta reunión otra luz si no es Cristo, luz del mundo; que ninguna otra
verdad atraiga nuestros ánimos fuera de las palabras del Señor, único Maestro; que ninguna otra
aspiración nos anime si no es el deseo de serle absolutamente fieles; que ninguna otra esperanza nos
sostenga sino aquella que conforta, mediante su palabra, nuestra angustiosa debilidad: “Y he aquí que
Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,20)» (PABLO VI,
Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 3.3 y 3.4; cf.
también 3.5-3.7).
94
Una expresión análoga se encuentra en el n. 32 del documento: «La presencia de Cristo, más aún, la
misma vida de Cristo, se hará operante en cada alma y en el conjunto del Cuerpo místico mediante el
ejercicio de la fe viva y vivificante, según la palabra ya mencionada del Apóstol: Habite Cristo por la
fe en vuestros corazones (Ef 3,17)» (ES 32).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 235

en realidad, la prolongación de Cristo en el tiempo o, con palabras que unos meses


después consagrará el Concilio Vaticano II, su «sacramento universal de salvación»95.
Y cierra el acápite un texto de San Agustín, otro de los autores predilectos de
Pablo VI, con el que el Papa, sirviéndose de la audacia del Santo de Hipona, da incluso
un paso más allá:
“Felicitémonos y seamos agradecidos. No sólo por haber sido hechos cristianos, sino
Cristo. ¿Os dais cuenta, hermanos; comprendéis el don que Dios nos ha hecho? Llenaos de
admiración y de gozo. Hemos llegado a ser Cristo. Porque si Él es la cabeza, nosotros
somos los miembros: el hombre total, Él y nosotros... La plenitud, pues, de Cristo: la
cabeza y los miembros. ¿Cuál es Cabeza y cuáles los miembros? Cristo y la Iglesia (Trat.
Ev. de San Juan, 21,8: PL 35,1568)” (ES 31).
Gracias al sacramento del Bautismo —del que hablaremos en seguida— en la Iglesia se
hace realidad lo que anunciaba el Apóstol de los Gentiles: «Vivo yo, mas no yo, es
Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). No hemos sido solamente ungidos por Jesús, sino
que nos hemos unido existencialmente a su Cuerpo —la Iglesia—, formando así con Él
el «Cristo total»96. Esta identificación ontológica a la que nos lleva el sacramento
bautismal no es, por lo demás, un hecho estático que se muestre privado de
consecuencias:
Con estas palabras son luminosamente ilustradas las funciones que el cristiano tiene en el
seno de la Iglesia y en las relaciones con los demás. La unión con Cristo hará cada vez más
intensa y vital la inserción del creyente en la Iglesia, y esta unión hará también cada vez
más operante su vida cristiana, sensibilizándola y adaptándola a las necesidades de la
Iglesia y a las exigencias religiosas del mundo contemporáneo97.
Aunque referidas al entonces recién culminado Vaticano II, se aplican
perfectamente a nuestro numeral estas otras palabras del Pontífice: «En este acto reflejo,
la Iglesia no sólo se ha encontrado a sí misma, sino que ha encontrado a Cristo; el Cristo
que ella lleva consigo […]; ha vuelto a sentir fluir en sí el Espíritu de Cristo»98. Y es
que en el fondo «la consciencia de la Iglesia es para Paulo VI, Jesucristo mismo:
Jesucristo, su palabra, sus sentimientos, el esplendor de su Persona»99.

6.6.2. La consecución de grandes beneficios espirituales (ES 32-33)


Ahora bien, estas consideraciones que sobrepasan toda capacidad racional, incluso
toda expectativa humana, no están orientadas a producir en nosotros solamente un gozo
intelectual, una elevación mística o una admiración estética. Lo más importante es que
se hagan obra, que se traduzcan en acción, que se encarnen en la existencia concreta de

95
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 48.
96
SAN AGUSTÍN, Serm. 341,1: PL 39, 1493; BAC XXVI, 43. Si bien esta expresión no aparece
textualmente en la Ecclesiam Suam, sí la recoge el Santo Padre en su Discurso en la apertura de la
segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963, 3.7.
97
B. PRETE, «Meditando la Ecclesiam Suam. “Non siamo soltanto cristiani, ma Cristo!”», L’OR, 12-
13/10/1964, 3.
98
PABLO VI, Radiomensaje por Navidad, 23/12/1965, 3.
99
E. ESCOBAR CARDONA, Colloquium Salutis. Investigación teológica sobre el desarrollo de “Ecclesiam
suam de Paulo VI” desde el manuscrito personal hasta el texto promulgado, 10.
236 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

cada creyente y de la Iglesia toda. Y es que «el misterio de la Iglesia no es simple objeto
del conocimiento teológico; debe ser un hecho vivido» (ES 32), por lo que «la presencia
de Cristo, más aún, la misma vida de Cristo, se hará operante en cada alma y en el
conjunto del Cuerpo místico mediante el ejercicio de la fe viva y vivificante, según la
palabra ya mencionada del Apóstol: Habite Cristo por la fe en vuestros corazones (Ef
3,17)» (ES 32). De eso se trata, de que Cristo haga realmente morada en nosotros (cf. Jn
1,14); de que, viéndolo desde otra perspectiva, nos configuremos con el Señor Jesús y
vivamos una fe integral —“mente”, “corazón” y “manos”—. Así alcanzaremos un
sinnúmero de beneficios espirituales, y ésos son precisamente los siguientes frutos que
produce la autoconciencia eclesial.
Vienen al caso unas reflexiones del aún P. Montini en un comentario suyo al cap. 2
de la Carta a los Colosenses:
Una speculazione che non arrivasse a Cristo sarebbe imperfetta e perciò vana. E una
conoscenza di Cristo che non esaurisse e soddisfacesse le più alte aspirazioni del pensiero
non sarebbe penetrante nella realtà di Lui. […]
Indubbiamente una cognizione del mistero di Dio e di Cristo non può rimanere puro ed
arido esercizio di sottile e cerebrale considerazione, ma mentre solleva il pensiero, solleva
la vita, solleva il sentimento, pervade tutta la psicologia del fedele e la risolve in amore, in
azione, in sacrificio, in nuovo desiderio di conoscere, di adorare, di amare, di “dissolvi et
esse cum Christo”100.
Un signo elocuente de esa interiorización de la fe —y, por cierto, uno de los
beneficios espirituales más destacables de dicha toma de conciencia eclesial— es el
desarrollo del «sentido de la Iglesia»101. Así lo presenta la Ecclesiam Suam:
Es en realidad la conciencia del misterio de la Iglesia un hecho de fe madura y vivida.
Produce en las almas ese “sentido de la Iglesia” que penetra al cristiano educado en la
escuela de la divina palabra, alimentado por la gracia de los sacramentos y de las inefables
inspiraciones del Paráclito, ejercitado en la práctica de las virtudes evangélicas, embebido
en la cultura y en la conversación de la comunidad eclesiástica y profundamente gozoso
por sentirse revestido de aquel sacerdocio real que es propio del pueblo de Dios (cf. 1Pe
2,9) (ES 32).
De lo que se trata, en el fondo, es de que cada bautizado —y, por tanto, también la
Iglesia en su conjunto— se abra a la acción vivificante del Espíritu y se deje insuflar por
su gracia. Ello producirá no sólo una metanoia, un verdadero “cambio de mente”, sino
también el surgimiento de una honda espiritualidad, que la Iglesia —la de entonces y la
de hoy— tanto necesita:
Si sabemos despertar en nosotros mismos y educar en los fieles este fortificante sentido de
la Iglesia […] sobre todo, se asegurará un efecto a la Iglesia, el de su óptima espiritualidad,

100
G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 139.
101
Expresión tan querida a los Padres latinos; cf., p.ej., la obra del obispo bresciano FILASTRIO,
Diversarum haereseon liber, 45,1 (cit. en DSM I 373). Conviene recordar también el famoso libro de
Romano Guardini que lleva precisamente ese título (Sentido de la Iglesia, publicado originalmente en
1922), y al que G.B. Montini citó cuando era Arzobispo de Milán justamente al señalar que «es
preciso aumentar en toda la catolicidad el “sentido de la Iglesia”» (G.B. MONTINI, «I Concilî nella vita
della Chiesa», 25/3/1962, en DsC, 225).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 237

alimentada mediante la piadosa lectura de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de


los doctores de la Iglesia y de cuanto hace brotar en ella tal conciencia, esto es, la
catequesis exacta y sistemática, la participación en esa admirable escuela de palabras, de
signos y divinas efusiones que es la sagrada liturgia, la meditación silenciosa y ardiente de
las divinas verdades y, finalmente, la entrega generosa a la oración contemplativa. La vida
interior se alza también hoy como el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, su
modo propio de recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo (ES 33).
Es algo que no se da espontáneamente, como por inercia, sino que hay que cultivar «con
alta y vigilante pedagogía» (ES 33) y que es preciso alimentar, como el mismo texto lo
apunta, con la lectura de la Sagrada Escritura, el recurso a los Padres y doctores de la
Iglesia, la catequesis, la participación en la liturgia102, la meditación de las verdades
divinas y la oración, entre otros medios. Sólo así la Iglesia podrá ser quien en realidad es.
En esa misma línea se expresaba en 1959 el entonces Cardenal Montini, con unas
palabras que resultan iluminadoras para el tema que venimos desarrollando:
Bisogna risuscitare in noi un autentico “senso della Chiesa”, derivato non tanto da sue
peculiare manifestazioni, ma dalla sua idea fondamentale, dal disegno che Cristo le
prefisse […].
Bisogna ridare alla Chiesa la sua importanza nella nostra spiritualità, nella nostra
concezione religiosa, nel nostro cattolicesimo operante […].
Ma sopratutto occorrerà dare alla Chiesa umana uno spirito soprannaturale, alla Chiesa
materiale un’animazione spirituale. È quello che ora chiamiamo vita liturgica103.
Dicho «sentido de la Iglesia» supone también el reconocimiento de la jerarquía
eclesiástica, institución de la que el mismo Señor Jesús quiso dotar al Pueblo de Dios
para que lo guíe en su peregrinar terreno y por medio de la cual le hace llegar sus dones
y gracias104. Y, por otra parte, permite superar y resolver en la práctica «muchas
antinomias que hoy fatigan el pensamiento de los estudiosos de la eclesiología» (ES 33)105.
Es éste, por lo demás, un indicador que puede advertirnos de manera fehaciente
sobre nuestro real fervor religioso, pues

102
«Se la catechesi parla alla mente ed al cuore del cristiano, il linguaggio litturgico parli a tutto l’uomo,
anche ai sensi, con note accesibili all’occhio e all’orecchio» (G.B. MONTINI, La nostra Pasqua, 1959,
en PNA, 105).
103
G.B. MONTINI, «Il segreto della Cattedrale», 26/4/1959, en DsC, 73-74.
104
«[…] la comunidad de los creyentes puede hallar la íntima certeza de su participación en el Cuerpo
místico de Cristo cuando advierte que para iniciarla, para engendrarla (cf. Gál 4,19; 1Cor 4,15), para
instruirla, para santificarla, para dirigirla, provee, por divina institución, el ministerio de la jerarquía
eclesiástica, de tal forma que, mediante este bendito canal, Cristo difunde en sus místicos miembros
las admirables comunicaciones de su verdad y de su gracia, y confiere a su Cuerpo místico,
peregrinante en el tiempo, su visible estructura, su noble unidad, su orgánica funcionalidad, su
armónica variedad y su belleza espiritual» (ES 32). Esta observación quizá le haya parecido necesaria
por lo que constataba en su época milanesa: «Amiamo l’Autorità ecclesiastica? Davvero? E pechè
allora chi ha risponsabilità della Chiesa non si sente circondato che da critiche, da freddezze, da
diffidenze, da abbandono? Dagli stesse figli della Chiesa vengono le critiche più acerbe alla Chiesa di
Dio. […] Ricordiamoci che non si può avere unità senza gierarchia» (en G.B. MONTINI, «Il monopolio
della carità», 30/3/1961, en PNA, 157-158).
105
Se refiere a «cómo, por ejemplo, la Iglesia es visible y espiritual al mismo tiempo, libre y al mismo
tiempo disciplinada, comunitaria y jerárquica, ya santa y siempre en vía de santificación,
contemplativa y activa, y así en otras cosas» (ES 33).
238 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

el sentido de la Iglesia manifiesta al creyente las verdaderas y auténticas dimensiones de su


fe, porque en la medida en que en el cristiano se mantiene vivo y vigilante el sentido de la
Iglesia, se mantiene también viva y vigilante la fe. El sentido de la Iglesia, en efecto, está
en directa continuidad con la fe en Cristo y con la vida cristiana practicada en su
integridad106.

6.6.3. Valoración de la importancia del sacramento del Bautismo (ES 34-35)


Un fruto y una exigencia de ese «sentido de la Iglesia» —y, por supuesto, de la
toma de conciencia eclesial— es asimismo el reconocimiento y la estimación que
merece el sacramento que constituye nuestra puerta de entrada a la comunidad de los
creyentes. No es extraño que en tiempos de desconcierto y de crisis de identidad se
opaque precisamente la justa valoración de los elementos que van configurando la
propia personalidad, de los rasgos particulares que sellan de manera indeleble y
distintiva el propio temple, nuestra naturaleza más profunda, dentro de los que se
cuentan, sin duda, el sacramento bautismal.
Por ello Pablo VI pide en su encíclica:
Es necesario devolver al hecho de haber recibido el santo bautismo, es decir, de haber sido
injertados mediante tal sacramento en el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, toda su
importancia, especialmente en la valoración consciente que el bautizado debe tener de su
elevación, más aún, de su regeneración a la felicísima realidad de hijo adoptivo de Dios, a
la dignidad de hermano de Cristo, a la dicha, esto es, a la gracia y al gozo de la
inhabitación del Espíritu Santo (ES 34).
Al haber sido injertados por medio de tan importante sacramento en la comunión
eclesial, nos hemos convertido también en “seres trinitarios”, hemos sido injertados en
esa otra e infinita Comunión que desde siempre forman el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Y ello no debe ser sólo un hecho dado —muchos menos, por cierto, un dato
relegado u olvidado—, sino que ha de ser objeto de una consciente y serena meditación
por parte del creyente, buscando ahondar en su sentido y en las consecuencias que porta
a su existencia107.

106
B. PRETE, «Meditando la Ecclesiam Suam. “Non siamo soltanto cristiani, ma Cristo!”», L’OR, 12-
13/10/1964, 3.
107
Probablemente bajo el influjo de la Ecclesiam Suam (6/8/1964), poco después la declaración
Gravissimum educationis (28/10/1965) del Vaticano II exhortaba: «Todos los cristianos, en cuanto
han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo han sido constituidos nuevas criaturas, y se
llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana. La cual no persigue solamente la
madurez de la persona humana arriba descrita, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan
más conscientes cada día del don de la fe […]. Ellos, además, conscientes de su vocación,
acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo»
(CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis, 2; los subrayados son nuestros). En
una de sus catequesis de 1974, como en muchos otros momentos de su pontificado, Pablo VI retoma
el tema: «Esta doctrina sobre nuestro bautismo debería sernos más familiar, y debería constituir el
substrato de nuestra vida espiritual y moral, la cual debería modelarse mística y moralmente según la
vida de Cristo. […] No habrá pasado en vano para nosotros la Pascua, si vuelve a reavivar en nosotros
la conciencia de nuestro bautismo» (PABLO VI, Audiencia general, 17/4/1974).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 239

Ya en otros momentos de su ministerio episcopal había hecho un llamado


semejante. Así, por ejemplo, en esta homilía de 1959, que recogemos por la
significativa circunstancia en que fue pronunciada —al visitar, después de 62 años, la
iglesia en la que él mismo se había convertido en cristiano—: «Guardate che non
apprezziamo mai, mai abbastanza il dono che il Signore ci fa col Santo Battesimo. E
anch’io sento la responsabilità di aver ricevuto questo dono regale e di non averlo nè
compresso abbastanza, nè abbastanza assecondato, ma mi attacco a questo grande dono»108.
El Bautismo ha supuesto, asimismo, una elevación ontológica. De simples
creaturas hemos pasado a tener la realidad de hijos, la dignidad de hermanos y la
condición de templos de las Personas divinas. De ahí que el Santo Padre subraye
enfáticamente que este sacramento es una «vocación de una vida nueva que nada ha
perdido de humano, salvo la herencia desgraciada del pecado original, y que está
capacitada para dar, de cuanto es humano, las mejores expresiones y experimentar los
más ricos y puros frutos» (ES 34). Parafraseando a Terencio (siglo II a.C.) podemos
decir que al bautizado, como hombre que es, nada de lo humano le es ajeno 109, salvo el
pecado, que por cierto no es humano sino antihumano (cf. Heb 4,15). Es más, como hijo
regenerado en las aguas pascuales, está llamado a vivir lo humano en su máximo
esplendor, hasta «la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13).
Todo ello, como es evidente, no puede quedarse en una simple declaración de
principios, sino que tiene que «marcar profunda y gozosamente la conciencia de todo
bautizado» (ES 34), ha de generar un impacto palpable en su “mente”, en su “corazón”
y en sus “manos”, ahora regenerados y elevados también ellos en la pila bautismal:
«Debe ser, por tanto, considerado por éste [el creyente], como lo fue por los cristianos
antiguos, una “iluminación” que, haciendo caer sobre él el rayo vivificante de la Verdad
divina, le abre el cielo, le esclarece la vida terrena, lo capacita para caminar, como hijo
de la luz, hacia la visión de Dios, fuente de eterna bienaventuranza» (ES 34). El
Bautismo, por tanto, no sólo amplía nuestra perspectiva de la realidad abriéndola a la
dimensión eterna, sino que también ilumina nuestra dimensión terrena y, con la fuerza
de su gracia, nos capacita para comportarnos en nuestro día a día como auténticos hijos
de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo110.

108
G.B. MONTINI, «Che cosa avete fatto della fede?», 16/8/1959, en DSM II 3010. Dos años después
también se pronunciaba: «Rievocare il Battesimo […] ha una funzione di ricordo, anzi, possiamo dire
meglio, di coscienza. È la coscienza cristiana che deve rinascere nelle feste pasquali, e deve rinascere
al pensiero che noi siamo stati battezzati. Il Battesimo è l’avvenimento più grande della nostra vita»
(G.B. MONTINI, «Pasqua, festa del Battesimo», 27/3/1961, en DSM III 4219). Y a los pocos días
añadía: «La memoria del nostro battesimo sacramentale […] deve tradursi in una specie di battesimo
spirituale. Cioè dobbiamo ora ravvivare la coscienza di chi noi siamo allora diventati: “uomini
nouvi”» (G.B. MONTINI, «La Pasqua e il Battesimo», 1/4/1961, en PNA, 164).
109
«Homo sum, humani nihil a me alienum puto» (PUBLIO TERENCIO, Heauton Timoroumenos, 77).
110
Con tiento pastoral hace notar la revista Ecclesia: «En una adecuada conciencia bautismal está la gran
palanca teológica para edificar con acierto la dignidad, la espiritualidad, la misión del laicado. A este
sacramento debemos nuestro ser dinámico de cristianos, nuestro estrecho parentesco con Cristo y con
la Iglesia, el sacerdocio universal, la capacidad de participar en la Eucaristía. Y, en línea colateral,
nuestra trabazón jugosa e íntima con todos los hermanos, miembros del Cuerpo de Cristo. Si no
vivimos consciente y eficazmente tal realidad, se debe sin duda a un fallo de nuestra pedagogía
240 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Fuente de nuestra identidad, cuando es conscientemente reflexionado, cuando se


hace un esfuerzo por tomar conciencia de su realidad y de sus implicancias, su aprecio y
valoración se convierten también en signo y en prueba de esa misma identidad,
fortaleciéndola. En esa línea se expresaba el Cardenal Montini en una de sus cartas
pastorales cuando presidía la diócesis ambrosiana:
Non avremo mai abbastanza riflesso a questa stupenda novità, che il Battesimo deve
introdurre nel nostro modo di concepire la vita e nella nostra maniera di guidarla e di
spenderla. Di qui sorge il costume, che deve chiamarsi cristiano. Di qui deve prendere
alimento la coscienza, che vuol onorarsi di tanto titolo. [...] Oh, quanto è necessario che
questa basilare concezione della vita riprenda luce e vigore nel cristiano d’oggi! [...]
Bisogna restaurare in noi la coscienza del Battesimo per restaurare in noi il volto
cristiano111.
Y ya que, como hacíamos notar, operari sequitur esse, este sacramento de la
iniciación cristiana constituye asimismo un «programa práctico» (ES 35) que ha de tener
ecos en la conducta moral de los bautizados. De su comentario a la Epístola a los
Romanos escrito hacia finales de la década de los años ’20 son estas palabras:
«Importanza morale del sacramento del battesimo, dimenticata. Esso fonda una morale
cristocentrica; noi invece pensiamo troppo ad una morale egocentrica, fatta coi nostri
soli sforzi, e mai consolata dal gaudio del trovare già Dio nella nostra anima»112. Con su
gracia y su fuerza regeneradora, el Bautismo nos arranca de una concepción
autosuficiente e individualista —y, por cierto, pelagiana— para insertarnos en el Cuerpo
Místico de Cristo, en la Vid verdadera, donde encontramos la sabia que alimenta nuestra
vida y nuestro actuar.

6.6.4. El mejor conocimiento de sí misma y de su dignidad (ES 22)


Aunque pueda parecer evidente y un tanto redundante —a veces justamente lo
evidente es lo más necesario de recordar—, la toma de conciencia de sí ayudará sin

cristiana que debe corregirse a corto plazo» («Dos subrayados del Papa», editorial de Ecclesia,
5/9/1964, 3). Vienen de inmediato a la mente estas conocidas expresiones del Discurso a Diogneto
(siglo II): «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por
su lenguaje, ni por sus costumbres. […] Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en
suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de
vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. […]
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes» (Discurso a Diogneto,
V,1.4.8-10: Funk 1, 317-321).
111
G.B. MONTINI, Carta pastoral Sul senso morale, 1961, n. 44.
112
G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 10. En la poco antes citada homilía
pascual de 1961 añadía: «[…] al fatto mistico, instantaneo e definitivo del sacramento del battesimo
deve succedere un fatto, o meglio una condotta morale continuata e sempre in via di adeguamento alla
nostra vocazione soprannaturale iniziale, e di perfezionamento progressivo e instancabile. Il battesimo
porta con sè doni divini straordinari […]; ma porta con sè anche impegni molto nobili e molto forti.
La vita cristiana non procede magicamente e automaticamente e tanto meno può dirsi indifferente ad
un qualsiasi modo di vivere. Essa esige una collaborazione personale e profonda» (G.B. MONTINI, «La
Pasqua e il Battesimo», 1/4/1961, en PNA, 164).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 241

duda a la Iglesia a fortalecer su propia identidad. Como hace notar el documento


pontificio hablando en general de la mentalidad moderna, el ejercicio de la conciencia
de sí revela «siempre mejor a quien lo realiza el hecho de la existencia del propio ser, de
la propia dignidad espiritual, de la propia capacidad de conocer y de obrar» (ES 22).
Estas palabras se aplican también, por supuesto, a la comunidad eclesial, cuyo
esfuerzo por abocarse a una meditación sobre sí redundará en un mejor conocimiento de
«lo que ella verdaderamente es según la mente de Cristo» (ES 20), del «propio origen, la
propia naturaleza, la propia misión, el propio destino final» (ES 7), «del tesoro de
verdad del que es heredera y depositaria y de la misión que debe cumplir en el mundo»
(ES 13), en fin, «de la propia vocación, de la propia misteriosa naturaleza, de la propia
doctrina, de la propia misión» (ES 16). Quien sabe quién es, de dónde viene y adónde
va, quien conoce cuál es su propósito en el mundo posee una identidad fuerte, segura de
sí, un carácter templado que le permite tanto distinguirse de los demás113, como
tenderles una mano abierta para compartirles sus tesoros y para recibir de ellos
asimismo, con madurez y aplomo, lo que tienen para aportarle.
El Santo Padre sabe bien que en épocas «de vértigo, de aturdimiento, de extravío»
(ES 20), en tiempos de incertidumbre y de crisis de identidad —como los suyos y el
nuestro— es preciso que la Iglesia trabaje por tener una personalidad firme y estable, y
ello no sólo como una necesidad de la propia Iglesia, sino también como un servicio a la
humanidad, como una exigencia de fidelidad a la misión que le ha sido encomendada.

6.6.5. El deseo de la propia renovación (ES 8, 36ss)


Volvemos ahora a uno de los primeros frutos que el Vicario de Cristo preveía como
consecuencia ineludible del impulso introspectivo al que invitaba a la Iglesia: su
propósito, más aún, su ansia, por renovarse en fidelidad al diseño original de su
Fundador. Así lo formula la introducción de la Ecclesiam Suam:
Deriva de esta iluminada y operante conciencia un espontáneo deseo de comparar la
imagen ideal de la Iglesia cual Cristo la vio, quiso y amó, como su esposa santa e
inmaculada (cf. Ef 5,27), y el rostro real cual hoy la Iglesia presenta […]; jamás
suficientemente perfecto, suficientemente bello, suficientemente santo y luminoso, como
quería aquel divino concepto informador. Brota por ello una necesidad generosa y casi
impaciente de renovación, esto es, de enmienda de los defectos que esa conciencia, como
un examen interior en el espejo del modelo que Cristo dejó de sí, denuncia y rechaza (ES 8).
Y en el comienzo del capítulo II, consagrado por entero al tema de «La renovación»,
Pablo VI es igual de enfático:
Nos sentimos, además, embargados por el deseo de que la Iglesia de Dios sea tal cual
Cristo la quiere: una, santa, toda orientada a la perfección, a la que Él la ha llamado y
capacitado. Perfecta en su concepción ideal, en el pensamiento divino, la Iglesia debe

113
Si bien la Iglesia «no está separada del mundo, sino que vive en él» (ES 37), ella ha de «estar en el
mundo, pero no ser del mundo» (ES 45). Un poco más adelante la encíclica insiste: «La Iglesia viene a
distinguirse profundamente del ambiente humano, en el que también ella vive o al que ella se
aproxima. El Evangelio nos hace notar esta distinción cuando nos habla del “mundo”» (ES 54). Cf.
también ES 57-58.
242 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

tender a la perfección en su expresión real, en su existencia terrestre. Es éste es el gran


problema moral que domina la vida de la Iglesia, la rige, la estimula, la acucia, la sostiene,
la llena de gemidos y de plegarias, de arrepentimientos y de esperanzas, de esfuerzo y de
confianza, de responsabilidades y de méritos (ES 36)114.
Esto, sin embargo, no debe entenderse como referido ante todo y únicamente a una
abstracta e impersonal institución eclesial, sino que ha de hacerse realidad en la vida
concreta de cada uno de sus integrantes. Sin duda es preciso revisar las estructuras
eclesiales —sus órganos de gobierno, su legislación canónica, sus usos y costumbres,
sus convenciones litúrgicas, sus formas externas—, ver en qué medida responden al
diseño original de Dios, purificarlas del polvo mundado que se les pueda haber adherido
en su peregrinación por los siglos. Pero lo más importante es «corregir los defectos de
los propios miembros y hacer tender a éstos a mayor perfección» (ES 8). En otras
palabras, se trata de lo que la Constitución Lumen gentium denomina «vocación
universal a la santidad» o llamado «a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad»115.

6.6.6. El impulso a vigorizar su misión evangelizadora en el mundo (ES 9, 54ss)


Y, por último —aunque evidentemente esta enumeración parcial no agota los frutos
que el ejercicio de su autoconciencia le ofrece—, podemos mencionar el fortalecimiento
de su misión apostólica y evangelizadora, lo que la encíclica ha designado como el
«diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno» (ES 9):
Si realmente la Iglesia, como decíamos, tiene conciencia de lo que el Señor quiere que sea,
surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusión con la clara advertencia de
una misión que la trasciende, de un anuncio que debe difundir. Es el deber de la
evangelización. Es el mandato misionero. Es el ministerio apostólico. No es suficiente una
actitud de fiel conservación. Cierto que el tesoro de verdad y de gracia legado a nosotros
en herencia por la tradición cristiana deberemos custodiarlo, más aún, deberemos
defenderlo. Guarda el depósito, advierte San Pablo (1Tim 6,20). Pero ni la custodia ni la
defensa agotan el deber de la Iglesia respecto a los dones que posee. El deber congénito al
patrimonio recibido de Cristo es la difusión, es la oferta, es el anuncio; lo sabemos muy
bien. Id, pues; enseñad a todas las gentes (Mt 28,19). Es el último mandato de Cristo a sus
Apóstoles (ES 59)116.

114
Mons. Emilio Guano, Obispo de Livorno y antiguo amigo de Pablo VI desde los tiempos de la FUCI,
lo presenta de forma sugestiva jugando con los términos: «La expresión “la Iglesia toma conciencia de
sí” es afín a otra, si bien quizá no se identifica del todo con ella: “la Iglesia hace un examen de
conciencia”» (E. GUANO, «Premessa» a PAOLO VI, Lettera enciclica Ecclesiam Suam, 11).
115
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 39 y 40.
116
En términos similares se expresaba en octubre de 1957, en su conferencia al II Congreso Mundial para
el Apostolado de los Laicos: «Siamo davanti ad un fatto che presenta un duplice simultaneo aspetto: di
identità, di conservazione, di coerenza, di comunione di vita, di fedeltà, di presenza; ecco, è la Chiesa
simboleggiata nella stabilità della pietra; e secondo aspetto: di movimento, di trasmissione, di
proiezione nel tempo e nello spazio, di espansione, di dinamismo, di speranza escatologica; ecco, è la
Chiesa simboleggiata nel corpo mobile, vivente e crescente di Cristo» (G.B. MONTINI, «La missione
della Chiesa», 9/10/1957, en DsC, 19).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 243

La toma de conciencia de sí la lleva a reconocer que el encargo misionero no es, pues,


una posibilidad, una tarea supererogatoria u opcional, una sugerencia o un consejo; es,
más bien, un imperativo acuciante, un mandato, un deber que ha recibido de su propia
Cabeza; lo que ella experimenta es incluso un «tormento apostólico» (ES 9) que brota,
como acabamos de constatar, de la toma de «conciencia de lo que el Señor quiere que
sea» (ES 59). Al entrar en contacto con su ser más hondo, ella percibe que es preciso
conservar con responsabilidad el legado que ha recibido, pero percibe también que es
preciso asimismo difundirlo, anunciarlo, entregarlo con generosidad y audacia. Es más,
comprende que la mejor manera de conservarlo es justamente compartiéndolo con ese
mundo que tanto lo necesita117.
Es ésta una idea que la encíclica recuerda en distintos momentos. Como hemos
podido constatar en las páginas anteriores, al reflexionar sobre sí misma la Iglesia no
sólo ahonda en «el propio origen, la propia naturaleza» (ES 7), en su «vocación» o en su
«doctrina» (ES 16), sino también en «la propia misión» (ES 7 y 16), en «la misión que
debe cumplir en el mundo» (ES 13). Y es que la evangelización no es un añadido a su
ser, sino que forma parte de su misma esencia. Se trata para ella de un «deber
congénito» (ES 59), constitucional, ontológico, inseparable de su naturaleza. Con
meridiana claridad lo explicará años más tarde Pablo VI en este pasaje de su exhortación
apostólica Evangelii nuntiandi que se ha convertido en un clásico sobre el tema:
La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: “Es preciso
que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades” (Lc 4,43), se aplican con toda
verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo:
“Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como
necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!” (1Cor 9,16). Con gran gozo y consuelo hemos
escuchado Nos, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas:
“Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los
hombres constituye la misión esencial de la Iglesia”; una tarea y misión que los cambios
amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda.
Ella existe para evangelizar118.
Al tomar conciencia de que el anuncio de la Buena Nueva es y forma parte de su misma
esencia, la Iglesia no puede sino redoblar sus esfuerzos por difundir gratuitamente el
tesoro que también gratuitamente ha recibido (cf. Mt 10,8): el propio Señor Jesús.
Ello va de la mano —como lo recuerda la Ecclesiam Suam más adelante, en su
capítulo III— con el reconocimiento de su rol absolutamente instrumental en esta tarea

117
Pocos días después de la publicación de la Ecclesiam Suam el Papa Montini apuntaba en ese sentido:
«Si queremos que lo que es precioso, indispensable para nuestra existencia permanezca y viva, ¿qué
es lo que necesitamos en primer lugar? Tenemos necesidad de actuar, necesitamos la acción. El existir
se afirma y se conserva con el actuar» (PABLO VI, Homilía en el encuentro con la diócesis de Albano,
30/8/1964, 2). Y San Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris missio, hacía notar que «la misión
renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones.
¡La fe se fortalece dándola!» (7/12/1990, n. 2). Ya Marco Tulio Cicerón (107-43 a.C.) sentenciaba
que «omne animal... id agit, ut se conservet» [«todo animal... obra para conservarse»] (CICERÓN, De
finibus bonorum et malorum, lib. V, n. IX,24).
118
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 14; el subrayado es nuestro.
244 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

—«si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 126,1)— y
con el realismo de constatar cuál es su verdadera condición en el mundo, con qué
fuerzas cuenta para llevar a cabo dicho encargo:
La Iglesia no ignora las tremendas dimensiones de tal misión; conoce las desproporciones
de las estadísticas entre lo que ella es y lo que es la población de la tierra; conoce los
límites de sus fuerzas; conoce incluso las propias humanas debilidades, los propios fallos;
conoce también que la aceptación del Evangelio no depende, en última instancia, de
ninguno de sus esfuerzos apostólicos, de ninguna favorable circunstancia de orden
temporal. La fe es don de Dios, y Dios solo señala en el mundo las trayectorias y las horas
de su salvación. Pero la Iglesia sabe ser semilla, ser fermento, ser sal y luz del mundo (ES 89).
Estas últimas imágenes —semilla, fermento, sal y luz— no hacen sino reforzar la
percepción de que los hijos de la Iglesia no somos sino meros «colaboradores de Dios»
(1Cor 3,9) y de que es el Señor quien, de noche o de día, hace crecer la semilla y
multiplica la masa, da sabor e ilumina, sin que el hombre sepa cómo (cf. Mc 4,27).
Así, pues, conciencia y misión se retroalimentan mutuamente, se incentivan la una
a la otra, son inseparables e indisolubles. El aumento del ardor apostólico es un fruto de
la toma de conciencia, como también el ejercicio de su ministerio evangelizador
refuerza la propia identidad eclesial119.

6.7. Peligros de la autorreflexión (ES 22)


La consecusión de tantos y tan valiosos frutos no hace olvidar al Santo Padre, sin
embargo, que este proceso introspectivo no está exento de algunos riesgos, a los que
incluso califica de «graves» (ES 22): «Corrientes filosóficas de gran renombre han
explorado y engrandecido esta forma de actividad espiritual del hombre como definitiva
y suprema, más aún, como medida y fuente de la realidad, impulsando el pensamiento a
conclusiones abstrusas, desoladas, paradójicas y radicalmente falaces» (ES 22). Aunque
no las menciona de manera explícita, seguramente se refiere el Papa a las diferentes
versiones del idealismo, del racionalismo y del subjetivismo —con Descartes, Kant,
Hegel y el segundo Husserl como sus representantes más destacados— que entonces
estaban en boga120.

119
«La Chiesa non può comprendere bene se stessa che nel suo rapporto con il mondo, e non con un
mundo astratto, ma il mondo concreto, storico» (G.B. MONTINI, Discorsi al clero [1957-1963], 80).
La revista Cristo al mundo hace notar que la Ecclesiam Suam «no se presenta ciertamente como una
encíclica misionera. Sin embargo, tiene realmente este carácter por la preocupación que la inspira y
por el tema de que trata» («En las fuentes de la “Ecclesiam Suam”. Su carácter misionero», editorial de
Cristo al mundo 6 [1964], 441).
120
Si bien no es propiamente una corriente filosófica y, por otro lado, puede discutirse el valor racional
que le otorgan a la conciencia, quizá Pablo VI tenga también en mente al psicoanálisis de Sigmund
Freud, Carl Gustav Jung y Alfred Adler. En el campo teológico estos movimientos están
emparentados con el modernismo, que el Papa denuncia explícitamente: «¿No fue, por ejemplo, el
fenómeno modernista, que todavía aflora en varias tentativas de expresiones heterogéneas con la
auténtica realidad de la religión católica, un episodio de ese predominio de las tendencias psicológico-
culturales, propias del mundo profano, sobre la fiel y genuina expresión de la doctrina y de la norma
de la Iglesia de Cristo?» (ES 20).
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 245

Es éste un asunto que a G.B. Montini le preocupaba desde antiguo. Ya en 1930, en


su librito dedicado a la Coscienza universitaria, escribía:
Lo studio del problema della conoscenza ha agevolato il proceso: dallo studio sulle cose,
divenuto studio di fenomeni, si è passati a quello psicologico che indagava lo strumento e
il modo della conoscenza. Lo strumento fu preso per causa, e l’idealismo parve l’ultima
parola della filosofia quando non della verità, ma del pensiero, non delle cose, ma della
coscienza, no dell’essere, ma del divenire […]. Sembra dapprima che uno, il quale sia
riuscito a penetrare il nebuloso frasario dell’idealismo, abbia finalmente conquistato ciò
che cercava: chiarezza di pensiero, sicurezza di azione, unità interiore di azione e di
pensiero. La chiarezza gli è data dall’insegnamento che tutta la realtà deve ridursi
all’autocoscienza, e che quindi tutto ciò che è fuori di questa autocoscienza è irreale.
L’ignoto non esiste: perchè affaticarmi a cercarlo? perchè soffrire di non conoscerlo, o di
conoscerlo solo nei pallidi crepuscoli del sentimento, del dubbio e del mistero? La
sicurezza nasce quindi da sè: tutto il compito individuale si reduce ad imporsi, a crearsi
una continua, una successiva autocoscienza; l’etica dello spirito è l’energetica
dell’autocoscienza: ogni sviluppo interiore forma la moralità dello spirito121.
Y aunque tampoco los explicita, podemos identificar al menos los siguientes
peligros. En primer lugar, el eclesiocentrismo, esto es, que la Iglesia se quede en una
actitud egocéntrica y autorreferida, olvidando que su origen está en la Trinidad y que su
centro es el Señor Jesús, de quien ella no es más que un instrumento. Sin su referencia
constitutiva al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la comunidad eclesial no sólo no tiene
sentido, sino que tampoco puede existir. Como el joven Montini hacía notar en su
comentario a la Carta de Tito (1,1) ya citado,
siamo ciò che siamo dinanzi a Dio. Se uno tende a definire se stesso prescindendo dai suoi
veri rapporti con Dio oscilla tra l’orgoglio, l’incoscienza, l’avvilimento. […] Invece chi se
definisce alla luce di Dio, può dire di sè la verità che riconosce i doni di Dio; la profondità
in cui sono caduti, il dovere di esercitarli secondo le dovute funzioni loro proprie: nè viltà,
nè orgoglio velano così la coscienza122.
Y a los pocos días de la publicación de la Ecclesiam Suam, al inaugurar la tercera sesión
del Vaticano II, hablando precisamente del deseo de la Iglesia de «buscarse a sí misma
en la mente de Jesucristo, su Divino Fundador» —¡hermosa expresión!—, les recordaba
a los padres conciliares:
Nessuno però pensi che la Chiesa, così facendo, si soffermi su se stessa per compiacersene
e dimentichi sia Cristo, dal quale tutto riceve, a cui tutto deve, sia il genere umano, per
servire il quale è nata. La Chiesa sta nel mezzo tra Cristo e la comunità umana, non
ripiegata su di sé, non come un velo opaco che impedisce la vista, non fine a se stessa, ma
al contrario costantemente sollecita di essere tutta di Cristo, in Cristo, per Cristo, di essere
tutta degli uomini, tra gli uomini, per gli uomini, tramite veramente umile ed eccellente tra
il Divin Salvatore e l’umanità, istituita perché tuteli e diffonda la verità e la grazia della
vita soprannaturale123.

121
G.B. MONTINI, Coscienza universitaria, 53. Poco antes, en ese mismo escrito, señalaba: «L’indirizzo
filosofico moderno è quasi esclusivamente rivolto alla concezione soggettivista, sia del conoscere, sia
dell’essere; d’onde una continua provocazione a definiré se stessi, a farsi un concetto dell’“io”» (ibid., 51).
122
G.B. MONTINI, San Paolo. Commento alle Lettere (1929-1933), 178.
123
PABLO VI, Discurso en la apertura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 14/9/1964, 17: AAS
56 (1964), 810.
246 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Por otro lado, nos topamos con el riesgo de la autocontemplación narcisista. Sus
grandes títulos, sus cuantiosos tesoros espirituales, sus hermosos atributos, los
abundantes carismas y dones que posee —todos ellos, por cierto, no propios, sino
recibidos— pueden hacerla quedarse en un gozo estético frente a la propia imagen. Sin
embargo, ninguno de los bienes con que se le ha dotado son para adorno propio; todo
está ordenado al servicio de los demás. En una cita que Mons. Montini recoge en uno de
sus escritos episcopales, Yves Congar alerta sobre tal peligro: La Iglesia —advierte—
«non esiste per essere bellissima, e guardarsi allo specchio dicendo: come sono bella, io
sposa del Signore, io regina; la Chiesa esiste propter nos et propter nostram
salutem»124.
Un mal ejecutado acto de autoconciencia puede llevar también al olvido —o en
todo caso a la relegación— de su misión evangelizadora. En cambio, si la Iglesia se
mira correctamente a sí misma —así lo subraya la encíclica— es «para encontrar mayor
luz, nueva energía y mejor gozo en el cumplimiento de su propia misión y para
determinar los modos más aptos para hacer más cercanos, operantes y benéficos sus
contactos con la humanidad» (ES 13), porque quiere «ofrecer al mundo su mensaje de
fraternidad y salvación» (ES 20), a fin de «corresponder a los deberes de nuestra misión
y a las necesidades de la humanidad» (ES 25). La conciencia de sí no implica
inmovilidad; al contrario, a mayor conocimiento de sí, mayor ardor apostólico, pues la
identidad más profunda de la Iglesia —como la esencia de la Trinidad— está marcada
con el fuego del servicio y del don de sí. En otras palabras, «esta toma de conciencia y
esta experiencia no son de ninguna manera concebidas como algo que debe encerrar a
la Iglesia en sí misma; son, por el contrario, la condición y el punto de partida de una
apertura extraordinariamente profunda y universal al misterio de Cristo y al mundo de
los hombres»125.
Conviene notar, no obstante, que todos estos —y otros— peligros no se dan porque
la reflexión introspectiva suponga en sí misma una distorsión o una cerrazón sobre sí,
sino porque, en el fondo, se está malinterpretando o llevando mal a cabo. Ya lo
subrayábamos, al inicio de este capítulo126, cuando explicábamos la etimología del
término “conciencia” y su intrínseca dimensión comunional y participativa. Si la Iglesia
se mira auténticamente a sí misma no puede no prorrumpir en un himno de gratitud
hacia la Trinidad, de quien procede; no puede no saberse únicamente un instrumento de
Cristo, su Fundador; no puede no comprometerse con un urgente “aggiornamento” de
sus estructuras y una creciente tensión por la santidad de todos y cada uno de sus
miembros; no puede no descubrir un ardentísimo deseo de salir de sí, de abrirse al
mundo, de donar a los demás lo que gratuitamente ha recibido, de cumplir con su
vocación y dicha más profunda: la evangelización.

124
Y. CONGAR, Vraie ey fausse réforme dans l’Église, Paris 1950, 92ss, cit. en G.B. MONTINI, Carta
pastoral Pensiamo al Concilio, 22/2/1962, n. 55, en DsC, 246, nota 48.
125
J. MOUROUX, «La Chiesa, mistero eterno e temporale», Studi Catolici 45 (1964), 35.
126
Cf. supra, 6.1.
LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ EN LA ECCLESIAM SUAM 247

6.8. La Virgen María, modelo y plenitud de la autoconciencia de la Iglesia


«Vencedora de todas las herejías»127, Santa María se alza también como el remedio
a los peligros que hemos mencionado y como la plenitud de la autoconciencia que la
Iglesia está llamada a alcanzar. Y es que, según ha observado en otro momento
Pablo VI, «el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre la santísima Virgen
María será siempre una ayuda eficaz para la recta inteligencia del misterio de Cristo y
de la Iglesia»128.
Curiosamente, sin embargo —como lo señalábamos líneas arriba129—, la
Ecclesiam Suam no nos ofrece un desarrollo mariano de esta toma de conciencia
eclesial. Es más, en todo el capítulo I no encontramos ninguna mención a la Madre de
Cristo, e inclusive, observando la encíclica en su conjunto, únicamente descubrimos una
alusión indirecta130 y un párrafo —de gran valor, por cierto—, ubicado al final del
capítulo II, como conclusión del mismo, párrafo que recogemos completo:
Este ideal de humilde y profunda plenitud cristiana lleva nuestro pensamiento a María
Santísima como a Aquella que lo ha reflejado en sí misma perfecta y maravillosamente;
más aún, lo ha vivido en la tierra y ahora en el cielo goza de su fulgor y de su
bienaventuranza. Felizmente florece hoy en la Iglesia el culto a la Señora; y Nos en esta
ocasión dirigimos con gusto vuestros espíritus para admirar en la Virgen Santísima, Madre
de Cristo, y por ello Madre de Dios y Madre nuestra, el modelo de la perfección cristiana,
el espejo de las virtudes sinceras, la maravilla de la verdadera humanidad. Pensamos que el
culto a María es fuente de enseñanzas evangélicas. En nuestra peregrinación a Tierra
Santa, de Ella, la bienaventurada, la dulcísima, la humildísima, la inmaculada criatura, a
quien cupo el privilegio de ofrecer al Verbo de Dios la carne humana en su primigenia e
inocente belleza, hemos querido recibir la enseñanza de la autenticidad cristiana, y a Ella
también ahora dirigimos la mirada implorante, como a amorosa maestra de vida, mientras
estamos razonando con vosotros, venerables hermanos, acerca de la regeneración espiritual
y moral de la vida de la santa Iglesia (ES 53).
Si leemos con detenimiento la última frase de este numeral, notaremos que el Santo
Padre se refiere a «la regeneración espiritual y moral» de la Iglesia —los mismos
adjetivos que utilizó, al momento de anunciar por vez primera su encíclica, para
describir el primer y el segundo camino que la Iglesia debía recorrer en este tiempo: «la
conciencia» y «la renovación», respectivamente131—, de donde podemos deducir que
estas palabras cierran de alguna manera también el capítulo I del documento. Pero

127
Cf., p.ej., BONIFACIO IX, Superni benignitas, 9/11/1390; BENEDICTO XIV, Gloriosae Dominae,
27/9/1748; PÍO VII, Memoria, 21/2/1808; etc.
128
PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21/11/1964, 28: AAS
56 (1964), 1115.
129
Cf. supra, 6.2.
130
Cuando Pablo VI, en la introducción, menciona que «deriva de esta iluminada y operante conciencia
un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia cual Cristo la vio, quiso y amó como su
Esposa santa e inmaculada (cf. Ef 5,27), y el rostro real cual hoy la Iglesia presenta» (ES 8), podemos
ver reflejada en esa «imagen ideal» a la Virgen María.
131
«Los caminos que indicamos son tres: el primero es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia
debe tener y debe formentar en sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación ascética,
práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la conciencia mencionada, para ser pura,
santa, fuerte, auténtica» (PABLO VI, Audiencia general, 5/8/1964; los subrayados son nuestros).
248 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

hubiera sido muy iluminador un tratamiento más explícito de la Virgen María como
modelo de interioridad y como plenitud de la autoconciencia de la Iglesia. Quizá
hubiese podido mencionar asimismo, aunque sea brevemente, los célebres pasajes del
Evangelio de San Lucas (cf. Lc 2,19; 2,51) en donde María aparece como paradigma de
quien conserva y medita las cosas de Dios en su corazón, como lo había hecho ya en
1922 en la carta a su amigo Giuseppe Tacci que recogimos132.
Resulta por lo menos curioso que un Pontífice con una devoción mariana tan
marcada, que incluso por esos días proclamó a la Virgen «Madre de la Iglesia»133, no le
dedique a Ella sino un único numeral en toda la encíclica (cf. ES 53)134, más aún
tratándose de un documento tan importante para su pontificado —su carta programática,
ni más ni menos— y de un texto cuyo tema es la Iglesia, siendo Ella «miembro
excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo
de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el
Espíritu Santo, venera como a Madre amantísima con afecto de piedad filial»135. Es ésta
una incógnita para la que todavía no hemos encontrado una explicación.

132
Cf. G.B. MONTINI, «Due lettere a Giuseppe Tacci», NotIPVI 11 (1985), 58. Cf. supra, 3.1.2, nota 37.
133
PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21/11/1964, 30.
134
Algo similar sucede en el Discurso inaugural de la segunda sesión conciliar (29/9/1963). Allí
encontramos sólo dos brevísimas alusiones: una al comienzo —«[…] con la asistencia segura desde el
cielo de la Virgen Madre de Cristo» (n. 1.2)— y otra al final —«Maternal y potente nos sea la
asistencia de María Santísima a quien de corazón invocamos» (n. 7.16)—.
135
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 53.
PARTE III
PERSPECTIVAS

CAPÍTULO 7

PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI

Después de haber examinado en el acápite anterior en qué consiste el deber que le


corresponde a la Iglesia de «profundizar la conciencia de sí misma», de «meditar sobre
el misterio que le es propio» (ES 7), y luego de haber constatado en ese mismo examen
la preeminencia que ocupa dicho ejercicio de autoconciencia tanto en la arquitectura de
toda la Ecclesiam Suam como en el emprendimiento de los otros dos caminos
subsecuentes que, en opinión del Pontífice, la Iglesia está llamada a recorrer en este
tiempo —la renovación y el diálogo—, nos proponemos ahora proyectar nuestra mirada
sobre su Magisterio posterior con la finalidad de descubrir en qué medida esa
preocupación por llevar a cabo un «acto de conciencia eclesiástica» (ES 18) subyace a
todo su corpus doctrinal, brindándole una suerte de base común y una especie de hilo
conductor y unificador1.
Creemos que esto es así, en primer lugar, porque la Ecclesiam Suam es su encíclica
“programática”, no sólo en un sentido lato y general —como quien utiliza el término de
forma equivalente a otras expresiones como “inaugural” o “preliminar”—, sino en una
acepción concreta y específica de delinear un plan que él se siente llamado a desarrollar
en el ejercicio del «altísimo ministerio que la Providencia, contra nuestros deseos y
nuestros méritos, nos ha querido confiar de regir la Iglesia de Cristo en nuestra función

1
No abordaremos, por cierto, todos sus pronunciamientos pontificios —tarea que excede, con mucho, las
posibilidades de este acápite—, sino únicamente sus grandes documentos —a saber, sus siete cartas
encíclicas y sus principales exhortaciones apostólicas, cartas apostólicas y motu proprios—.
250 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

de Obispo de Roma, y, por lo mismo, de sucesor del bienaventurado Apóstol Pedro»


(ES 7). Así lo explicita el propio Pablo VI en el documento:
No podemos omitir alguna rápida indicación de los frutos que Nos esperamos derivarán ya
del propio Concilio, ya del esfuerzo, antes aludido, que la Iglesia debe hacer para tener
conciencia más plena y más fuerte de sí misma. Estos frutos son los fines que Nos
proponemos a nuestro ministerio apostólico al tiempo de iniciar sus dulces y enormes
fatigas; son el programa, por así decirlo, de nuestro pontificado (ES 29; el subrayado es
nuestro)2.
Esta percepción inicial se ve ratificada cuando uno recorre los textos magisteriales
más representativos del Papa Montini; entonces se va evidenciando cómo en todos ellos
late una motivación de fondo común, una línea conductora que explica la elección de
los temas y la impostación particular que les da: el crecimiento en la propia conciencia
eclesial y el fortalecimiento de la identidad de los hijos de la Iglesia3. La exhortación
apostólica Petrum et Paulum Apostolos y el Credo del Pueblo de Dios, por ejemplo,
tienen como objetivo robustecer la fe de los creyentes, en tanto que las exhortaciones
apostólicas Paterna cum benevolentia y Gaudete in Domino quieren alentar la vivencia
de actitudes netamente cristianas —la reconciliación y la alegría— en la comunidad
eclesial; con el motu proprio Mysterii Paschalis y la encíclica Mysterium fidei busca el
Santo Padre recordar que la liturgia en general y la Eucaristía en particular están en el
corazón mismo de la Iglesia y constituyen la quintaesencia de la vida cristiana; las
encíclicas Mense maio y Christi Matri y la exhortación apostólica Marialis cultus, por
su parte, brotaron de la pluma del Vicario de Cristo para fomentar el amor filial a Santa
María, Madre de la Iglesia y de todos los bautizados, cuyo culto siempre ha sido un
distintivo de nuestra fe; su anhelo de que cada uno de los integrantes de la Iglesia viva
de acuerdo a su vocación e identidad lo llevó a redactar la encíclica Sacerdotalis
caelibatus, la exhortación apostólica Evangelica testificatio y el motu proprio
Catholicam Christi Ecclesiam; en fin, con el propósito de impulsar un renovado ardor

2
Ello no supone, naturalmente, un proyecto rígido y preestablecido que tratará de implantar a como dé
lugar, prescindiendo de las circunstancias, sino de una idea maestra de fondo que inspirará e imbuirá sus
diferentes enseñanzas. Como el Santo Padre precisa en otro momento —y la historia lo confirmará—, su
intención es ajustar sus pensamientos «a las presentes condiciones de la Iglesia», sin «ignorar el estado
en que hoy se halla la humanidad en medio de la cual se desarrolla nuestra misión» (ES 5), poniendo en
práctica uno de los atributos del Cuerpo de Cristo: «su siempre vigilante capacidad de estudiar los
signos de los tiempos» (ES 46). De ahí que se extrañe algún documento de mayor envergadura sobre el
laicado, por ejemplo, y quizá puedan sorprender otros como la exhortación apostólica Nobis in animo,
sobre las crecientes necesidades de la Iglesia en Tierra Santa (25/3/1974: AAS 66 [1974], 177-188).
3
A una conclusión similar llegaba el hoy Cardenal Amato, para quien la Ecclesiam Suam «enunciaba los
principios programáticos que habrían inspirado el magisterio, las decisiones, las acciones del Papa
Montini a lo largo de todo el arco de su pontificado, hasta el día de su muerte, que tuvo lugar justo en la
fiesta de la Transfiguración del Señor, el 6 de agosto de 1978» (A. AMATO, «L’enciclica del dialogo
rivisitata», Salesianum 43 [1981], 149). Algo análogo planteará también el entonces P. Marcello Zago,
O.M.I.: «Pablo VI fue el pastor que ayudó a la Iglesia a tomar conciencia de sí y a renovarse y fue el
pastor del diálogo. Se podría repasar y valorar toda su actividad pontificia bajo esta triple perspectiva
que no fue sólo una elección pastoral del Papa Montini, sino también expresión de un modo de ser y de
su espiritualidad» (M. ZAGO, «Prendere coscienza di sé per renovarsi e per renovare», L’OR, 6-
7/8/1984, 4).
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 251

en la misión evangelizadora de la Iglesia, que no es algo externo a ella, sino parte


constitutiva de su ser, compuso la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi; una
misión que asume especial urgencia en el desarrollo de los pueblos y la transmisión de
la vida, como lo reflejan las encíclicas Populorum progressio y Humanae vitae… Así,
pues, como puede apreciarse, los documentos más significativos de su pontificado
encuentran en esta idea fuerza una base común y un hilo unificador.
Analicemos a continuación con un poco más de detalle cada uno de estos aspectos
que hemos mencionado.

7.1. La fe y la vida de la Iglesia: Petrum et Paulum Apostolos,


Credo del Pueblo de Dios, Paterna cum benevolentia y Gaudete in Domino
Los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II presentan una serie de
desafíos que hacen difícil una correcta comprensión y vivencia de la fe por parte de los
creyentes. En efecto, a la disminución del sentido religioso, el avance del agnosticismo,
las dudas sobre las posibilidades de la razón de poder alcanzar la verdad, el
oscurecimiento de la metafísica y la multiplicación de corrientes filosóficas profanas, se
unen el surgimiento de opiniones exegéticas y teológicas nuevas, algunas de ellas
subjetivas o arbitrarias; el deseo, no siempre bien encaminado, de adaptar las
enseñanzas del cristianismo a la mentalidad del mundo moderno; la sobrevaloración de
la especulación teológica en un sentido netamente historicista; el cuestionamiento,
cuando no la prescindencia del Magisterio eclesiástico a la hora de interpretar las
verdades reveladas… Todo ello, naturalmente, va poniendo en duda, cuestionando,
diluyendo o deformando la doctrina cristiana, constituyéndose en un peligro para la
identidad creyente.
Frente a este panorama, el Santo Padre aprovecha el XIX centenario del martirio de
los Apóstoles Pedro y Pablo para convocar en 1967 un Año de la Fe, cuya finalidad es
celebrar «con una auténtica y sincera profesión de la misma fe que la Iglesia por ellos
fundada e ilustrada ha celosamente recogido y autorizadamente formulado. Queremos
ofrecer a Dios, en presencia de los santos Apóstoles, una profesión de fe individual y
colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»4. Lo anima en esta
iniciativa el augurar que se presenta como una «feliz ocasión que la divina Providencia
prepara al Pueblo de Dios para retomar exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para
purificarla, para confirmarla y para confesarla. No podemos ignorar el hecho de que la
hora actual acusa una gran necesidad de ello»5.

4
PABLO VI, Exhortación apostólica Petrum et Paulum Apostolos, 22/2/1967: AAS 59 (l967), 193-200; el
subrayado es nuestro.
5
PABLO VI, Petrum et Paulum Apostolos, 22/2/1967; el subrayado es nuestro. Ideas semejantes formula
en diferentes ocasiones con motivo del Año de la Fe. Así, por ejemplo, en una audiencia general en la
que explica las razones y el sentido de esta celebración, apunta: «Por ello Nos creemos que el deber de
la hora es más bien el de descender a la raíz de nuestra vida religiosa, a su principio interior y originario,
es decir a la fe, para buscar revitalizarla en el conocimiento de sus elementos constitutivos, en la
valoración de su origen divino, en la conciencia de sus operaciones interiores, en la coherencia de su
252 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

En ese mismo contexto vio la luz la solemne profesión del Símbolo que el Papa
Montini quiso pronunciar en la clausura del Año de la Fe y que se conoce como el
Credo del Pueblo de Dios. En él, cumpliendo con «el mandato confiado por Cristo a
Pedro» de confirmar en la fe a sus hermanos, «repite sustancialmente, con algunas
explicaciones postuladas por las condiciones espirituales de esta nuestra época, la
fórmula nicena: es decir, la fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de
Dios»6. Manifiesta asimismo que conoce «por qué perturbaciones están hoy agitados, en
lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres» y que ve «incluso a algunos católicos
como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar»7. Por ello eleva «su voz para
dar un testimonio firmísimo a la Verdad divina» y expresa su deseo de que «esta nuestra
profesión de fe sea lo bastante completa y explícita para satisfacer, de modo apto, a la
necesidad de luz que oprime a tantos fieles y a todos aquellos que en el mundo —sea
cual fuere el grupo espiritual a que pertenezcan— buscan la Verdad»8. En otras
palabras, como él mismo declara algunas horas antes de su proclamación, el Credo del
Pueblo de Dios ha sido compuesto «para alentar en los creyentes la certeza y la claridad
de la fe común y tradicional»9.
Aunque el pasaje es un tanto extenso, para sopesar el valor que el Pontífice le
otorgaba a esta expresión de su magisterio y conocer aún mejor sus motivaciones, vale
la pena recoger este recuerdo del propio Pablo VI pocas semanas antes de ser llamado
por Dios a su presencia, en la celebración del XV aniversario de su ministerio petrino.
Luego de enumerar rápidamente sus principales documentos, se detiene y comparte:
Pero sobre todo, no queremos olvidar aquella nuestra “Profesión de fe” que justamente
hace diez años, el 30 de junio de 1968, pronunciamos solemnemente en nombre y cual
empeño de toda la Iglesia como “Credo del Pueblo de Dios” para recordar, para reafirmar,
para corroborar los puntos capitales de la fe de la Iglesia misma, proclamada por los más
importantes Concilios Ecuménicos, en un momento en que fáciles ensayos doctrinales
parecían sacudir la certeza de tantos sacerdotes y fieles y que requerían un retorno a las
fuentes.
Gracias al Señor, muchos peligros se han atenuado; no obstante, frente a las dificultades
que todavía hoy debe afrontar la Iglesia tanto en el plano doctrinal como disciplinar,
nosotros seguimos apelando enérgicamente a aquella sumaria profesión de fe, que
consideramos un acto importante de nuestro magisterio pontificio, porque sólo con
fidelidad a las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, transmitidas por los Padres, podemos
tener esa fuerza de conquista y esa luz de la inteligencia y del alma que proviene de la
posesión madura y consciente de la verdad divina10.

profesión exterior, en la alegría de su posesión personal y de su testimonio social» (PABLO VI,


Audiencia general, 14/6/1967).
6
PABLO VI, Motu proprio Credo del Pueblo de Dios, 30/6/1968, 3: AAS 60 (1968), 432-445. Cf. también
las Audiencias generales del 3/7/1968 y del 30/10/1968, donde el propio Papa Montini nos ofrece una
explicación y un comentario aplicativo de este Credo.
7
PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, 30/6/1968, 4.
8
PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, 30/6/1968, 7.
9
PABLO VI, Meditación a la hora del Angelus, 30/6/1968.
10
PABLO VI, Homilía en el XV aniversario de su coronación como Sumo Pontífice, 29/6/1978, 1; el
subrayado es nuestro. En 1995, 27 años después de su publicación, el entonces Cardenal Ratzinger,
además de resaltar que dicho documento «va mucho más allá del momento histórico» y pertenece «al
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 253

Esos sentimientos lo acompañaron también a la hora de redactar, seis años después,


su exhortación apostólica Paterna cum benevolentia, sobre la reconciliación dentro de la
Iglesia, a las puertas ya del Año Santo de 1975 11. Con ella el Papa quería hacer frente a
algunos problemas que descubría al interior del Cuerpo de Cristo y que ofuscaban su
sacramentalidad. Se refería en esa oportunidad a «los fermentos de infidelidad al
Espíritu Santo que aparecen acá y allá en la Iglesia, en nuestros días, y que por
desgracia tratan de socavarla desde dentro», provocando «desconcierto en toda la
comunidad eclesial»12. En opinión del Pontífice, no sorprende que esta situación traiga
consigo asimismo cierto resquebrajamiento en la vivencia de la caridad y la justicia
«con detrimento de la comunión fraterna»13, pues «no hay que perder de vista que
cualquier fallo en la identidad de la fe comporta también un decaimiento en el amor
mutuo»14.

patrimonio permanente de la Iglesia», lo ponderaba con estas palabras: «Se expresa aquí la fisonomía
interior del católico, aquello que es eternamente válido e inmutable de la fe. “Sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia”: el sucesor de Pedro nos muestra cuál es el terreno seguro sobre el cual él se
apoya y sobre el cual todos nosotros podemos apoyarnos» (J. RATZINGER, «Prefazione» a PABLO VI,
Un Credo per vivere, 9-10). Y así valoraba el jesuita francés Jean Daniélou —creado Cardenal pocos
meses después por el propio Pablo VI— el propósito y la oportunidad del motu proprio pontificio:
«Existe ciertamente hoy una crisis de la fe, muchos cristianos se interrogan sobre su objeto, hay un
“turbamiento” en los ánimos. […] Pablo VI, frente a la desorientación de muchos cristianos que se
preguntaban qué cosa es necesario creer hoy, ha querido establecer los puntos firmes y fuera de
discusión que constituyen la sustancia de la fe. […] Por esto la profesión de Pablo VI, devolviendo a
los cristianos la confianza en el valor siempre actual de su fe, de la cual tantos parecen hoy dudar, será
un elemento capital para la renovación cristiana y constituye un complemento esencial al trabajo
cumplido por el Concilio Vaticano II» (J. DANIÉLOU, «Riflessioni sul “Credo del Popolo di Dio”»,
CivCatt 4 [1968], 229 y 234-235).
11
La propia celebración del Jubileo —apunta el Papa al inicio del documento— «es un momento de gran
importancia para todo el mundo, que dirige su mirada a la Iglesia; pero lo es principalmente para los
hijos de la misma Iglesia, conscientes de la riqueza de su misterio de santidad y gracia, puesto
claramente de relieve por el reciente Concilio» (PABLO VI, Exhortación apostólica Paterna cum
benevolentia, 8/12/1974, 2: AAS 67 [1975], 5-23; el subrayado es nuestro). Cf., además, el n. 7.
12
PABLO VI, Paterna cum benevolentia, 8/12/1974, 20. Llama la atención allí, entre otros, sobre
problemas como «una disensión doctrinal, que se pretende patrocinar con el pluralismo teológico y
frecuentemente apurar hasta el relativismo dogmático» (ibid., 22), un «pluralismo que considera la fe y
su enunciación no como una herencia comunitaria, y por ende eclesial, sino como una invención
individual de la libre crítica y del libre examen de la palabra de Dios» (ibid., 25), o la «polarización del
disentimiento» (ibid., 33). En otro momento del Año Santo cuestionará: «Ya sabemos que el pueblo de
Dios tiene ahora, históricamente, un nombre más familiar a todos; es la Iglesia, […] pero ¿quién la
conoce de veras, quién la vive? ¿Quién posee aquel sensus ecclesiae, es decir, aquella conciencia de
pertenecer a una sociedad peculiar, sobrenatural, que forma un cuerpo vivo junto con Cristo, su cabeza,
y que precisamente con Él constituye aquel “tottus Christus – Cristo total?» (PABLO VI, Audiencia
general, 23/7/1975).
13
PABLO VI, Paterna cum benevolentia, 8/12/1974, 28.
14
PABLO VI, Paterna cum benevolentia, 8/12/1974, 27; el subrayado es nuestro.
254 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Frente a ello no duda el Santo Padre, en sintonía con el capítulo I de la Ecclesiam


Suam, de lanzar un llamamiento esperanzado a la introspección personal: «Abrigamos el
vivo deseo de que la voz de la conciencia induzca a cada individuo a un proceso de
reflexión que le lleve a una elección más responsable. En este sentido, Nos instamos a
todos y cada uno: “Escruta lo más íntimo y secreto de tu corazón y entra dentro para
explorar con diligencia todos los repliegues de tu alma” (San León M., Tract. 84 bis,
2)»15. Ese remedio servirá simultáneamente para responder a otra condición
problemática sobre la que tan sólo unas semanas antes había alertado:
Parece que una situación de incertidumbre, una incertidumbre interior, una incertidumbre
sobre la misma definición personal propia, impide la acogida fácil y confiada del plano
espiritual del Año Santo. ¿Cómo clasificar esta incertidumbre? Cada uno puede intentar
analizarse a sí mismo y hacerse la propia diagnosis interior. Nosotros nos limitamos a
indicar un fenómeno bastante difundido hoy, que da un título a esta incertidumbre: lo
llamamos “crisis de identidad”16.

De ahí que, en un gesto inédito dentro de la historia del magisterio pontificio, haya
querido dedicar todo un documento al tratamiento de un rasgo distintivo de la
espiritualidad cristiana: la alegría. Nos referimos a su exhortación apostólica Gaudete in
Domino, compuesta también en el contexto del Año jubilar. «Es —apunta en la
introducción— una especie de himno a la alegría divina el que Nos querríamos entonar,
para que encuentre eco en el mundo entero y ante todo en la Iglesia»17. Su significativa
ausencia en la sociedad de hoy, aparentemente tan propicia para disfrutar de ella, se
debe en gran medida al desconcierto que experimenta el ser humano frente a su
misterio, ya que «es el hombre, en su alma, el que se encuentra sin recursos para asumir
los sufrimientos y las miserias de nuestro tiempo. Éstas le abruman; tanto más cuanto

15
PABLO VI, Paterna cum benevolentia, 8/12/1974, 34. «Y también quisiéramos despertar en cada uno
—continúa inmediatamente— la nostalgia de lo que ha perdido: “Ten presente pues de dónde has
caído; y conviértete y retorna a tu anterior proceder” (ver Ap 2,5). Y quisiéramos exhortar a cada uno a
meditar de nuevo el prodigio divino que se ha obrado en su interior y a sentir sus vinculantes
exigencias ante el Señor: “Nada debe temer tanto el cristiano como el separarse del Cuerpo de Cristo.
Porque si se separa del Cuerpo de Cristo, ya no es miembro suyo; y si no es miembro suyo, no vive de
su Espíritu. Como dice el Apóstol, quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (SAN AGUSTÍN, In
Io. Evang., 27, 6)» (ibid.).
16
PABLO VI, Audiencia general, 13/11/1974.
17
PABLO VI, Exhortación apostólica Gaudete in Domino, 9/5/1975, 4: AAS 67 (1975), 289-322. Así
explicaba alguna de las razones que lo impulsaron a publicarla en una de sus habituales catequesis de
los miércoles: «Un intento de recordar a todos nosotros que, si somos verdaderamente cristianos y
católicos, debemos vivir inmersos en una alegría siempre nueva y siempre verdadera, la alegría que
nos viene de la gracia del Espíritu Santo y que debe ser el resultado de ese doble esfuerzo de
renovación y de reconciliación, que constituye el capítulo primero del programa del Año Santo»
(Audiencia general, 21/5/1975). En opinión de Mons. Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza, «la
exhortación Gaudete in Domino, sobre la alegría, nos lleva a las fuentes mismas de la espiritualidad
cristiana, a la alegría de las bienaventuranzas evangélicas» (E. YANES, Prólogo a La alegría de ser
cristiano, 12).
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 255

que a veces no acierta a comprender el sentido de la vida; que no está seguro de sí


mismo, de su vocación y destino trascendentes»18.
Ante esta realidad, ¿qué caminos de solución plantea la Gaudete in Domino? De
entre los varios que propone, queremos detenernos en uno en particular: «contemplar la
persona de Jesús»19:
Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor
inefable con que se sabe amado por su Padre. […] Esta certeza es inseparable de la
conciencia de Jesús. […] En correspondencia, el Hijo tiene para con el Padre un amor sin
medida. […] No se trata, para Jesús, de una toma de conciencia efímera: es la resonancia,
en su conciencia de hombre, del amor que Él conoce desde siempre, en cuanto Dios, en el
seno de Padre: “Tú me has amado antes de la creación del mundo” (Jn 17,24)20.
Ése es también, por tanto, el camino que les toca recorrer, aprovechando la gracia del
Jubileo, al «Pueblo de Dios en su conjunto» y a «cada persona en el seno de este
Pueblo», lo que supone volverse
hacia el lugar interior donde el Padre, el Hijo y el Espíritu lo acogen en su propia intimidad
y unidad divina: “Si alguien me ama, dice Jesús, mi Padre le amará y vendremos a él y
pondremos en él nuestra morada” (Jn 14,23). Lograr esta presencia supone constantemente
una profundización de la verdadera conciencia de sí mismo como criatura y como Hijo
de Dios21.
Y como la verdadera alegría —«lo mismo que la vida y el amor de los que es un
síntoma gozoso»— es por su propia naturaleza difusiva, «de ninguna manera podría
incitar a quien la gusta a una actitud de repliegue sobre sí mismo. […] En los que la
adoptan ahonda la conciencia de su condición de destierro, pero los preserva de la
tentación de abandonar su puesto de combate por el advenimiento del Reino»22.

18
PABLO VI, Gaudete in Domino, 9/5/1975, 13. «De aquí también —revela el propio Pontífice en la
audiencia antes referida— la filosofía de dicho documento, es decir, la lógica razonable, que nos
impulsa a […] ahondar cada vez más en el sentido escatológico de nuestra existencia» (PABLO VI,
Audiencia general, 21/5/1975; el subrayado es nuestro).
19
PABLO VI, Gaudete in Domino, 9/5/1975, 23.
20
PABLO VI, Gaudete in Domino, 9/5/1975, 24; el subrayado es nuestro.
21
PABLO VI, Gaudete in Domino, 9/5/1975, 61; el subrayado es nuestro. Ya en el numeral anterior se
había dirigido de manera especial a los jóvenes: «Os invitamos cordialmente a haceros más atentos a
las llamadas interiores que surgen en vosotros» (ibid., n. 60).
22
PABLO VI, Gaudete in Domino, 9/5/1975, 43; el subrayado es nuestro. Poco después, en la Evangelii
nuntiandi, volverá sobre el tema y vinculará la alegría con la evangelización, evidenciando así la
coherencia del magisterio montiniano: «Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar,
incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo […] con un ímpetu interior que nadie ni
nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el
mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena
Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de
ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la
alegría de Cristo» (PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 80).
256 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

7.2. La liturgia y la Eucaristía: Mysterii Paschalis y Mysterium fidei

Si sabemos despertar en nosotros mismos y educar en los fieles este fortificante sentido de
la Iglesia […] se asegurará un efecto a la Iglesia, el de su óptima espiritualidad, alimentada
mediante la piadosa lectura de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los doctores
de la Iglesia y de cuanto hace brotar en ella tal conciencia, esto es, la catequesis exacta y
sistemática, la participación en esa admirable escuela de palabras, de signos y divinas
efusiones que es la sagrada liturgia, la meditación silenciosa y ardiente de las divinas
verdades y, finalmente, la entrega generosa a la oración contemplativa (ES 33; el
subrayado es nuestro).
Estas palabras de la Ecclesiam Suam, tomadas precisamente de su capítulo I, muestran
con claridad el estrecho vínculo que Pablo VI establecía entre la liturgia y la conciencia
eclesial. Así lo había puesto ya de manifiesto desde su sede episcopal en Milán, cuando
en una de sus cartas pastorales había apuntado que la oración litúrgica es «come l’arteria
centrale, a cui conducono altri ruscelli di preghiera privata o popolare, e da cui altri
derivano per la vita spirituale personale; ed è quella […] che deve ridare alla Chiesa più
profonda e genuina coscienza di sè»23. Se trata, como se puede apreciar en ambos
fragmentos, de una mutua influencia, de un camino en doble dirección: mientras que,
por un lado, el crecimiento en el “sentido de la Iglesia” alimenta una vivencia más
profunda de la liturgia, por el otro, la participación activa en la liturgia ayuda a que la
Iglesia ahonde en el conocimiento de sí y sea más ella misma.
Con estas ideas como trasfondo proclamó el Vicario de Cristo que «la celebración
del misterio pascual tiene la máxima importancia en el culto cristiano»24 y se abocó a
buscar una fiel aplicación de la reforma propuesta por el Concilio25. Con ese mismo
convencimiento alentó al Pueblo de Dios a cultivar una participación consciente y
solícita en la liturgia26, y lo alertó de todas aquellas actitudes que lo alejan de una

23
G.B. MONTINI, Carta pastoral L’educazione litúrgica, 1958, n. 4; el subrayado es nuestro. Sobre su
particular sensibilidad litúrgica y su formación en este campo, cf. supra, 4.2, especialmente la nota 44.
24
PABLO VI, Carta apostólica Mysterii Paschalis, 14/2/1969, Introd.: AAS 61 (1969), 222-226.
25
«La revisión del año litúrgico y las normas que derivan de su reforma no pretenden otra cosa sino que
los fieles por medio de la fe, la esperanza y la caridad estén en comunión más viva con “todo el
misterio de Cristo desarrollado a lo largo del curso del año” (SC, 102)» (PABLO VI, Mysterii Paschalis,
14/2/1969, I). Múltiples fueron los pronunciamientos del Papa Montini sobre la liturgia. Además de los
textos citados en este apartado, cf., p.ej., Carta apostólica Sacram liturgiam, 25/1/1964: AAS 56 (1964),
139-144; Carta apostólica Investigabiles Divitias Christi, 6/2/1965: AAS 57 (1965), 298-301;
Constitución apostólica Paenitemini, 17/2/1966: AAS 58 (1966), 177-198; Carta apostólica Sacrificium
laudis, 15/8/1966: Notitiae 2 (1966), 252-255; Constitución apostólica Pontificalis Romani, 18/6/1968:
AAS 60 (1968), 369-373; Constitución apostólica Missale Romanum, 3/4/1969: AAS 61 (1969), 217-226;
Constitución apostólica Sacra Rituum Congregatio, 8/5/1969: AAS 61, 1969, 297-305; Constitución
apostólica Laudis canticum, 1/11/1970: AAS 63 (1971), 527-535; Constitución apostólica Divinae
consortium naturae, 15/8/1971: AΑS 63 (1971), 657-664; Constitución apostólica Sacram unctionem,
30/11/1972: AAS 65 (1973), 5-9; Exhortación apostólica Marialis cultus, 2/2/1974, 1-23: AAS 66
(1974), 113-168; Constitución apostólica Constans nobis, 11/7/1975: AAS 67 (1975), 417-420.
26
«No basta la asistencia pasiva a su celebración, es necesario participar. El pueblo debe considerar la
celebración litúrgica como una escuela en la que se escucha y se aprende; como una acción sagrada,
impulsada y conducida por el sacerdote, a la cual también el pueblo, muchedumbre de corazones vivos
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 257

vivencia plena de su misterio —como la pérdida del sentido religioso, la ceguera


espiritual, la falta de silencio, el activismo, la superficialidad, el culto a la eficiencia, el
voluntarismo o el racionalismo27—.

Cuanto venimos diciendo se aplica con mayor fuerza aún al «inefable don de la
Eucaristía», pues «si la Sagrada Liturgia ocupa el primer puesto en la vida de la Iglesia,
el Misterio Eucarístico es como el corazón y el centro de la Sagrada Liturgia»28.
Iluminada por esta verdad, la Iglesia la «ha guardado siempre religiosamente como el
tesoro más precioso»29 que posee, y a lo largo de los siglos se ha preocupado con gran
diligencia tanto por promover su recto culto como por evitar cualquier distorsión que
pueda afectar su comprensión o vivencia. No otras fueron las motivaciones que llevaron
al Papa Montini a consagrar la tercera de sus encíclicas —la Mysterium fidei— a la
Eucaristía, exhortando en ella que se promueva el culto eucarístico y se custodie «pura e
íntegra en el pueblo […] esta fe que nada desea tan ardientemente como guardar una
perfecta fidelidad a la palabra de Cristo y de los Apóstoles», como también rechazando
con firmeza «todas las opiniones falsas y perniciosas» que en torno a este sacramento
venían entonces difundiéndose30.

y fieles, concurre respondiendo, ofreciendo, rogando y cantando» (PABLO VI, Audiencia general,
6/8/1975).
27
Así, por ejemplo: «¿El Señor nos habla en el ruido o en el silencio? Respondemos todos: En el silencio.
[…] Sabemos muy bien que para escucharlo debemos tener también un poco de calma, de tranquilidad;
es preciso aislarse un poco de toda excitación y preocupación acuciante, y estar nosotros mismos,
nosotros solos, dentro de nosotros. Éste es el elemento esencial, ¡dentro de nosotros! Por ello el punto
de la cita no está fuera, sino en nuestro interior» (PABLO VI, Homilía en el encuentro con la Unión de
Juristas Católicos Italianos, 15/12/1963).
28
PABLO VI, Carta encíclica Mysterium fidei, 3/9/1965, 1 y 3: AAS 57 (1965), 753-774.
29
PABLO VI, Mysterium fidei, 3/9/1965, 1. Unos días más tarde, al presentar los contenidos de la
Mysterium fidei en una de sus catequesis de los miércoles, desarrolla con más detalle esa enseñanza:
«Que la Eucaristía sea, efectivamente, argumento dignísimo de consideración todos lo vemos si sólo
recordamos que la Eucaristía es el sacramento de la caridad [...]; y la caridad, como todos saben, es la
ley sumaria, el vínculo de la perfección (Col 3,14), la base, la raíz de todas las virtudes cristianas, el
fundamento de todo el sistema moral cristiano; además, la Eucaristía está en el centro del culto católico
y la vida religiosa encuentra allí su momento de plenitud y de más alta expresión; y, lo que es más
importante, la Eucaristía está en la cima de la economía sacramental, porque si bien todos los
sacramentos nos dan la gracia y nos unen a Cristo, la Eucaristía nos pone en comunión con Cristo
mismo, presente en la Eucaristía; con Él, autor de los sacramentos y fuente de la gracia; podemos
decir, por lo tanto, que la Eucaristía es la base, el centro, la cumbre de la vida espiritual de los fieles
cristianos (cf. S.T. III,65,3 y III,73,3)» (Audiencia general, 15/9/1965). Y casi al final de su ministerio
petrino remarca que «la identidad auténtica de la Iglesia en su misión evangelizadora se lleva a efecto
por la Eucaristía» (Discurso a un grupo de Obispos de Estados Unidos, 15/6/1978; el subrayado es nuestro).
30
PABLO VI, Mysterium fidei, 3/9/1965, 65. Entre los «motivos de grave solicitud pastoral y de
preocupación, sobre los cuales no nos permite callar la conciencia de nuestro deber apostólico» están
«ciertas opiniones acerca de las Misas privadas, del dogma de la transustanciación y del culto
eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no poca confusión en las verdades de la
fe» (Pablo VI, Mysterium fidei, 3/9/1965, 9 y 10). A ellas dedicará los siguientes numerales de la carta.
258 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Son ciertamente múltiples e inagotables los beneficios espirituales que brotan de


este sacramento y que el Santo Padre aborda en distintos pasajes de la carta, pero siendo
un misterio tan constitutivo de la identidad cristiana, no se pueden dejar de lado sus
frutos en el tejido eclesial. «Todos saben —subraya el Pontífice en primer lugar— que
la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable»31,
enseñanza que unos párrafos más adelante complementa añadiendo que «el Sacramento
de la Eucaristía es signo y causa de la unidad del Cuerpo Místico de Cristo y en aquellos
que con mayor fervor lo veneran excita un activo espíritu eclesial»32. Por ello pide
inmediatamente que todos los fieles,
acercándose al misterio eucarístico, aprendan a hacer suya propia la causa de la Iglesia, a
orar a Dios sin interrupción, a ofrecerse a sí mismos a Dios como agradable sacrificio por
la paz y la unidad de la Iglesia, a fin de que todos los hijos de la Iglesia sean una sola cosa
y tengan el mismo sentimiento, y que no haya entre ellos cismas, sino que sean perfectos
en una misma manera de sentir y de pensar33.

7.3. La Virgen María: Mense maio, Christi Matri y Marialis cultus


Si bien, como lo hicimos notar en su momento34, llama la atención que en el
capítulo I de la Ecclesiam Suam no se halle ninguna alusión a Santa María y que en todo
el documento programático no se le dedique más que un único párrafo a su figura (cf.
ES 53), ello no significa, ni muchos menos, que Pablo VI no haya sido un “Papa
mariano”. Ahí están, para desmentirlo, sus encíclicas Mense maio y Christi Matri35, su
exhortación apostólica Marialis cultus y muchas otras muestras de su profunda
devoción a la Virgen, entre las que resalta su proclamación de María como «Madre de la
Iglesia»36.
Y es que, como ese título quiere subrayar y el Vicario de Cristo busca recordar a lo
largo de todo su pontificado, el papel de la Madre de Dios en la vida de los creyentes y
su culto en la Iglesia no son elementos decorativos, superfluos o secundarios, ni
actitudes supererogatorias de las que se puede prescindir, sino que forman parte medular
del depósito sagrado y constituyen un distintivo de nuestra identidad como bautizados.

31
PABLO VI, Mysterium fidei, 3/9/1965, 68.
32
PABLO VI, Mysterium fidei, 3/9/1965, 71.
33
PABLO VI, Mysterium fidei, 3/9/1965, 71. En la audiencia general antes citada, se pregunta: «¿Qué
relación existe entre la Eucaristía y la Iglesia?». Y responde: «Un talentoso erudito moderno (tal vez
no desconocido para algunos de ustedes) ha enunciado esa relación en un buen capítulo de un buen
libro suyo con estas dos proposiciones: ¡la Iglesia hace la Eucaristía; y la Eucaristía hace a la Iglesia!
(De Lubac). Intenten explorar estas dos afirmaciones y verán qué riqueza de doctrina brota. Otro
ilustre teólogo escribe: “Toda la gracia santificante del mundo está suspendida de la gracia de la
Iglesia. Y toda la gracia de la Iglesia está suspendida de la Eucaristía” (Journet, II, 672)» (Audiencia
general, 15/9/1965). Conviene leer esta catequesis completa.
34
Cf. supra, 6.8.
35
Nótese que son dos de sus siete encíclicas las que están dedicadas a la Madre de Dios.
36
Cf. PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21/11/1964, 30-32:
AAS 56 (1964), 1016; Carta encíclica Mense maio, 29/4/1965, 4: AAS 57 (1965), 353-358; Carta
encíclica Christi Matri, 15/9/1966, 5: AAS 58 (1966), 745-749; Exhortación apostólica Signum
magnum, 13/5/1967: AAS 59 (1967), 465-475.
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 259

Así lo pone de manifiesto, por ejemplo, en la parte introductoria de su exhortación


apostólica Marialis cultus al apuntar que «la devoción a la Santísima Virgen […] es un
elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia»37, y así lo reitera en la sección
conclusiva de dicho documento cuando escribe:
La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto
cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar
—desde la bendición de Isabel (cf. Lc 1,42-45) hasta las expresiones de alabanza y súplica
de nuestro tiempo— constituye un sólido testimonio de su lex orandi y una invitación a
reavivar en las conciencias su lex credendi. Viceversa: la lex credendi de la Iglesia requiere
que por todas partes florezca lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo38.
Siendo la Virgen, además de Madre, miembro eminente, modelo acabado e
intercesora del Cuerpo de Cristo, ese reavivamiento en las leges credendi et orandi
respecto a Ella se ve reflejado de forma inmediata en una mayor conciencia de la Iglesia
sobre sí misma, como también, a la par, la profundización de la Iglesia en el
conocimiento de sí trae consigo un aumento en la comprensión del rol de Santa María
en la comunidad eclesial. Se trata de dos misterios que están intrínsecamente unidos y
que se alimentan recíprocamente, fomentando su mutuo crecimiento. Así lo formula el
Papa, recalcando que «todo desarrollo auténtico del culto cristiano redunda
necesariamente en un correcto incremento de la veneración a la Madre del Señor», y
añadiendo poco después con más detalle:
La reflexión de la Iglesia contemporánea sobre el misterio de Cristo y sobre su propia
naturaleza la ha llevado a encontrar, como raíz del primero y como coronación de la
segunda, la misma figura de mujer: la Virgen María, Madre precisamente de Cristo y
Madre de la Iglesia. Un mejor conocimiento de la misión de María se ha transformado en
gozosa veneración hacia Ella y en adorante respeto hacia el sabio designio de Dios, que ha
colocado en su Familia —la Iglesia—, como en todo hogar doméstico, la figura de una
Mujer, que calladamente y en espíritu de servicio vela por ella y “protege benignamente su
camino hacia la patria, hasta que llegue el día glorioso del Señor”39.
Como ha sido práctica común desde el comienzo del cristianismo, el pueblo
peregrino sabe que en Santa María tiene a una Madre cariñosa y a una fiel intercesora
que vela incesantemente por sus necesidades40. Por ello alienta el Santo Padre la oración
confiada a la Virgen, cuyo ejercicio no sólo es provechoso «para repeler los males y
apartar las calamidades, como se prueba abiertamente por la historia de la Iglesia, sino
que fomenta abundantemente la vida de la Iglesia, “en primer lugar alimenta la fe
católica que se aviva fácilmente por el recuerdo oportuno de los sacrosantos misterios y
eleva las mentes a las verdades divinamente reveladas”»41. Particular solicitud muestra

37
PABLO VI, Exhortación apostólica Marialis cultus, 2/2/1974, Introd.: AAS 66 (1974), 113-168.
38
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, 56.
39
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, Introd.; el subrayado es nuestro.
40
Cf. PABLO VI, Signum magnum, 13/5/1967, 9; Marialis cultus, 2/2/1974, 57. «Sabemos también —anota
en una de sus encíclicas— que el Señor es el “Padre de las misericordias y el Dios de toda
consolación” (2Cor 1,3) y que María Santísima ha sido constituida por Él administradora y
dispensadora generosa de los tesoros de su misericordia» (PABLO VI, Mense maio, 29/4/1965, 11).
41
PABLO VI, Christi Matri, 15/9/1966, 7.
260 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

en sugerir «una reanudación vigorosa y más consciente del rezo del Santo Rosario, cuya
práctica ha sido tan recomendada por nuestros Predecesores y ha obtenido tanta difusión
entre el pueblo cristiano»42.
Ahora bien, así como la presencia de la Virgen es una realidad enriquecedora para
la Iglesia en su conjunto —«en efecto, la múltiple misión de María hacia el Pueblo de
Dios es una realidad sobrenatural operante y fecunda en el organismo eclesial»43— y la
lleva a ahondar en su identidad y misión, otro tanto puede decirse de sus efectos
benéficos sobre el ser humano concreto:
La Iglesia católica, basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la
Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud. Ella, la Mujer
nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra
verdadera luz el misterio del hombre (cf. GS 22), como prenda y garantía de que en una
simple criatura —es decir, en Ella— se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para
la salvación de todo hombre44.
Y es que, según hace notar la Marialis cultus unos párrafos antes, la gloria de nuestra
Madre «ennoblece a todo el género humano, como lo expresó maravillosamente el poeta
Dante: “Tú eres aquella que ennobleció tanto la naturaleza humana que su hacedor no
desdeñó convertirse en hechura tuya”»45.
Finalmente, de entre las muchas virtudes en las que brilla «la santidad ejemplar de
la Virgen» —como, por ejemplo, su fe dócil, su obediencia generosa, su humildad
sencilla, su caridad solícita, su piedad hacia Dios, su pobreza confiada, su pureza
virginal, etc.— destacamos de manera especial su «sabiduría reflexiva (cf. Lc 1,29.34;
2,19.33.51)»46, condición indispensable para quien quiere crecer en la conciencia de sí.

7.4. El sacerdocio, la vida consagrada y los laicos: Sacerdotalis caelibatus,


Evangelica testificatio y Catholicam Christi Ecclesiam
«Cristiano, sé consciente; cristiano, sé coherente; cristiano, sé fiel; cristiano, sé
fuerte; en una palabra, cristiano, sé cristiano»47. Esta sentencia, pronunciada durante el
Año Santo de 1975, resume el anhelo que cultivó Pablo VI respecto a todos los
estamentos de la Iglesia —ministros ordenados, religiosos y consagrados, fieles laicos—,

42
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, Introd.; el subrayado es nuestro. Cf. también Exhortación
apostólica Recurrens mensis october, 7/10/1969: AAS 61 (1969), 649-654; Christi Matri, 15/9/1966, 6;
Marialis cultus, 2/2/1974, 40-54.
43
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, 57.
44
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, 57. Enseñanza que encuentra su fundamentación en importantes
razones teológicas, pero también en no menos expresivos motivos humanos y existenciales, pues
«como toda madre humana no puede limitar su tarea a la generación de un nuevo hombre, sino que
debe extenderla a las funciones de la alimentación y de la educación de la prole, lo mismo hace la
bienaventurada Virgen María. […] Ella continúa ahora desde el cielo cumpliendo su función maternal
de cooperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los
hombres redimidos» (PABLO VI, Signum magnum, 13/5/1967, 8).
45
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, 56.
46
PABLO VI, Marialis cultus, 2/2/1974, 57. Cf. Signum magnum, 13/5/1967, 8.
47
PABLO VI, Audiencia general, 15/1/1975.
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 261

aspirando a que cada cual viva de acuerdo a su identidad y observando los rasgos
propios de su vocación específica48.
Particularmente difíciles fueron las circunstancias que le tocó enfrentar en torno al
sacerdocio ministerial. Se trataba de un fenómeno complejo con múltiples
manifestaciones —como la incertidumbre de los presbíteros frente a su propia
naturaleza y misión, el desdibujamiento de sus rasgos distintivos, el cuestionamiento de
su existencia y razón de ser, la contestación frente a su disciplina y sus exigencias, la
merma en la cantidad de vocaciones, las numerosas defecciones…—, manifestaciones
que se pueden reunir de manera sintética bajo el epígrafe de “crisis de identidad
sacerdotal”, y que el Santo Padre describe como una
ola tempestuosa de preguntas, de dudas, de negaciones, de novedades descomedidas que
hoy embiste […] al sacerdocio ministerial, planteando problemas con respecto a su
verdadero concepto, su función principal, su legítima posición, su realidad originaria y
auténtica. El sacerdote, atacado de este modo, se interroga a sí mismo, pone en cuestión su
vocación, discute la forma canónica del sacerdocio católico, teme haber elegido mal el
empleo de su vida, siente su celibato no ya como una libre plenitud de inmolación y de
amor, sino como una carga antinatural…49.
Frente a esta difícil realidad Pablo VI no duda en afirmar que «lo que más necesita
nuestro clero actualmente es volver a tomar conciencia firme y confiada de su propia
vocación»50, y por ello en distintos momentos los invita a que
tengan conciencia de lo que son; tengan conciencia de la vocación a la que han sido
llamados; tengan conciencia de la dignidad y del poder que llevan consigo; tengan
conciencia del fin para el que han sido ordenados sacerdotes de Cristo; […] tengan
conciencia de las dificultades que su estado y su actividad han de encontrar; […] en
resumen, tengan conciencia del amor con que se les ha investido, y que ustedes deben
transmitir a los hombres que encontrarán en su camino51.

48
«Estamos en la cuestión, que tan vivamente preocupa hoy —dirá en otro momento—, de la “identidad”
del cristiano, la cual asalta su conciencia a todos los niveles: ¿quién es el cristiano a fin de cuentas?,
¿quién es el creyente?, ¿quién es el católico respecto de quien no lo es?, ¿quién es el sacerdote?, ¿quién
es el religioso?, ¿quién es el laico? Estas y otras preguntas semejantes esperan doble respuesta: una,
sacada de la profundidad del propio conocimiento interior […]; la otra respuesta, en cambio, debe ser
resultante del hecho extrínseco, pero dominante, de pertenecer a nuestro tiempo, a la convivencia
social tal como la forman, la imponen, la transforman la actualidad de las costumbres, de la
mentalidad, de la moda del momento histórico socio-cultural presente» (PABLO VI, Audiencia general,
18/7/1973).
49
PABLO VI, Discurso a los párrocos y a los predicadores cuaresmales de Roma, 26/2/1968. Es una
situación que apremiará a Pablo VI hasta el final de su pontificado. Cf., entre otros, además de los
textos citados en este apartado: Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 1-12 y 83-90; Discurso al Colegio
Cardenalicio, 15/12/1969; Discurso en la clausura de la II Asamblea General del Sínodo, 6/11/1971;
Discurso a los párrocos, predicadores cuaresmales y sacerdotes de Roma, 17/2/1972; Discurso a los
participantes en el Congreso sobre pastoral vocacional, 21/11/1973; Discurso a los sacerdotes
romanos, 25/2/1974.
50
PABLO VI, Discurso a los sacerdotes y seminaristas romanos, 20/2/1971; el subrayado es nuestro.
51
PABLO VI, Homilía en la ordenación de 62 diáconos, 6/1/1966, 3. Con expresiones similares lo repetirá
en otras circunstancias de su ministerio petrino: «Ésta es quizás la hora de llevar a cabo un acto
reflejo, y después de haber considerado las numerosas y acuciantes preguntas que desde fuera nos
rodean y nos comprometen, debemos dedicar un momento a nuestra conciencia: “intra in cubiculum
262 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

En ese contexto se inscribe la realización en 1971 de la II Asamblea General


Ordinaria del recientemente creado Sínodo de los Obispos, cuyo tema de reflexión fue
precisamente «El sacerdocio ministerial y la justicia en el mundo»52. Y ese clima
explica también la aparición de la encíclica Sacerdotalis caelibatus, sobre «el celibato
sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa»53. Es ésta, en
palabras del Pontífice, una ley centenaria que se encuentra íntimamente «unida al
ministerio eclesiástico» y que «debe cualificar su estado de vida»54, un «don sublime»55
que, a pesar de los diferentes obstáculos que dificultan su vivencia, es preciso fomentar
y conservar56.
Sabiendo, sin embargo, que dicha elección «está presidida por la gracia»57 y que
sólo puede vivirse en sintonía espiritual con la comunidad eclesial, exhorta el Santo
Padre al sacerdote a que se aplique «en primer lugar a cultivar con todo el amor que la
gracia le inspira su intimidad con Cristo, explorando su inagotable y santificador
misterio; adquiera un sentido cada vez más profundo del misterio de la Iglesia, fuera del

tuum…” (Mt 6,6)» (Discurso a los párrocos y a los predicadores cuaresmales de Roma, 21/2/1966).
«Vuestra vida espiritual debería ser continuamente alimentada por la conciencia de vuestra
ordenación» (Discurso a los párrocos y a los predicadores cuaresmales de Roma, 26/2/1968). «La
situación actual debe invitar al sacerdote a una profundización de la propia fe, es decir, a una
conciencia cada vez más clara de quién es él y de cuáles poderes se le han conferido, de qué misión se
le ha encargado» (Mensaje a todos los sacerdotes de la Iglesia católica, 30/6/1968). «Imaginad, pues,
qué conciencia deberéis formaros continuamente en vosotros mismos para estar a la altura de la misión
que se os confía» (Homilía en la ordenación de 278 nuevos sacerdotes el día de Pentecostés,
17/5/1970). «La cuestión fundamental es la que se refiere a la conciencia que el sacerdote debe tener
de sí mismo, según la mente de la Santa Iglesia» (Discurso al Episcopado y al clero de España,
1/6/1970). «Conservad siempre intacta y despierta la conciencia de vuestro sacerdocio» (Homilía en la
ordenación sacerdotal de 38 jóvenes de tierras de misión, 6/1/1973). «Oh sacerdotes, comprendamos
nuestra vocación» (Homilía en la inauguración de las celebraciones jubilares en la diócesis de Roma,
10/11/1973). «Que el Señor […] dé a este encuentro cuaresmal la virtud de infundir en vuestros ánimos
el consuelo que puede necesitar vuestro ministerio, no sólo en el actual momento litúrgico, sino en la
conciencia habitual de vuestra vocación sacerdotal» (Discurso a los sacerdotes de Roma, 10/2/1978).
52
La I Asamblea General Ordinaria, que se llevó a cabo del 29 de septiembre al 29 de octubre de 1967,
tuvo también una temática referida a la conciencia eclesial: «Preservación y fortalecimiento de la fe
católica, su integridad, su fuerza, su desarrollo, su coherencia doctrinal e histórica». Esta segunda,
centrada en el sacerdocio ministerial, ha sido la más larga hasta ahora celebrada: del 30 de septiembre
al 6 de noviembre de 1971.
53
PABLO VI, Carta encíclica Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 1: AAS 59 (1967), 657-697.
54
PABLO VI, Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 14.
55
PABLO VI, Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 98.
56
Según precisa la encíclica, «ciertamente, como ha declarado el sagrado Concilio Ecuménico
Vaticano II, la virginidad “no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la
práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias Orientales” (PO 16), pero el mismo
sagrado Concilio no ha dudado en confirmar solemnemente la antigua, sagrada y providencial ley
vigente del celibato sacerdotal, exponiendo también los motivos que la justifican para todos los que
saben apreciar con espíritu de fe y con íntimo y generoso fervor los dones divinos» (PABLO VI,
Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 17). Como apunta en otro momento respecto a los pedidos de su
supresión, «los motivos aducidos para justificar un cambio tan radical de esa norma secular de la
Iglesia latina […] parecen representar una flexión en el genuino concepto del sacerdocio» (Carta al
Cardenal Secretario de Estado, Jean Villot, sobre el celibato sacerdotal, 2/2/1970; el subrayado es nuestro).
57
PABLO VI, Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 51.
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 263

cual su estado de vida correría el riesgo de aparecerle sin consistencia e


incongruente»58. En esa misma línea, como complemento y recuerdo de lo expuesto en
la encíclica, sugiere
que cada uno de vosotros haga el propósito de renovar cada año, en el aniversario de su
respectiva ordenación, o también todos juntos espiritualmente en el Jueves Santo, el día
misterioso de la institución del sacerdocio, la entrega total y confiada a Nuestro Señor
Jesucristo, de inflamar nuevamente de este modo en vosotros la conciencia de vuestra
elección a su divino servicio, y de repetir al mismo tiempo, con humildad y ánimo, la
promesa de vuestra indefectible fidelidad al único amor de Él y a vuestra castísima
oblación59.

Una situación similar atravesaba por entonces la vida religiosa, animada de una
parte por el espíritu de renovación que trajo consigo el Vaticano II, pero zarandeada al
mismo tiempo por las vicisitudes que tanto ad intra —las dudas e incertidumbres en
torno a su índole y sentido, las vacilaciones respecto a sus fundamentos evangélicos, la
escasez vocacional, los abandonos y salidas— como ad extra —el secularismo, la
disminución del sentido religioso, el espíritu de independencia, el individualismo—
ponían en cuestión su existencia y nublaban su identidad60.
Buscando encauzar esta situación y llevarla a buen puerto es que el Papa Montini
preparó la exhortación apostólica Evangelica testificatio, con la que quería «dar una
respuesta a la inquietud, a la incertidumbre y a la inestabilidad que se manifiesta en
algunos, y alentar igualmente a aquellos que buscan la verdadera renovación de la vida
religiosa»61. Como constata en sus páginas, sin duda era necesario llevar a cabo un
proceso de “aggiornamento”, exigido por las nuevas circunstancias históricas y alentado
por el propio Concilio, pero para que éste fuera auténtico resultaba indispensable que, a
la par, se tuviera una reverente consideración de la tradición y se respetara la fisonomía
interior tanto de las comunidades como de sus miembros. Como el sentido común
sugiere, «para un ser que vive, la adaptación a su ambiente no consiste en abandonar su
verdadera identidad, sino más bien en robustecerse dentro de la vitalidad que le es
propia. La profunda comprensión de las tendencias actuales y de las exigencias del

58
PABLO VI, Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 75; el subrayado es nuestro. Así se los expondría
algunos años más tarde a los sacerdotes de Roma: «Debemos construir o reconstruir la Iglesia dentro
de nosotros antes de construirla fuera. Debemos reflexionar de nuevo sobre la Iglesia, debemos
idealizarla según la eclesiología auténtica, tal como el Evangelio, la tradición y la doctrina de la Iglesia
la proponen a nuestra mente, y sobre todo la presentan a nuestro corazón, a nuestro amor. […]
Debemos reforzar en nuestro espíritu un vivo, seguro y amoroso sensus Ecclesiae» (PABLO VI,
Discurso al clero romano, 15/3/1976).
59
PABLO VI, Sacerdotalis caelibatus, 24/6/1967, 82; el subrayado es nuestro.
60
Cf., entre otros, además de los textos mencionados en este acápite: Discurso a la Unión Internacional
de Superioras Generales, 19/11/1973; Discurso a los participantes en la reunión de las Conferencias
de Superiores Mayores de Europa, 9/10/1976.
61
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29/6/1971, 2: AAS 63 (1971), 497-526.
264 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

mundo moderno debe hacer que vuestras fuentes broten con renovado vigor y
frescura»62.
Junto a ello los previene asimismo de un peligro: dejarse llevar en ese empeño
renovador por los criterios de «un mundo que tiende a desterrar al hombre de sí mismo
y a comprometer, a la vez que su unidad espiritual, su unión con Dios»63. Es preciso, en
cambio, que los esfuerzos de renovación vengan acompañados de una intensa vida
espiritual, como se lo exige por lo demás una humanidad desorientada y hambrienta de
eternidad64. No hay que olvidar, por otro lado, que las transformaciones que se quieren
promover «no pueden consistir solamente en la realización de ciertas adaptaciones,
determinadas por los cambios del mundo; por el contrario, deben favorecer un nuevo
descubrimiento fecundo de los medios indispensables para conducir una existencia toda
ella penetrada por el amor de Dios y de los hombres»65. De allí que el Santo Padre
formule en la Evangelica testificatio un llamamiento final a todos los religiosos y
religiosas a vivir generosa y lealmente las exigencias de su vocación: «Ha llegado el
momento de esperar con la máxima seriedad una rectificación de vuestras conciencias si
fuera necesario y también una revisión de toda vuestra vida para una mayor fidelidad»66.

62
PABLO VI, Evangelica testificatio, 29/6/1971, 51; el subrayado es nuestro. Es éste un criterio que el
Vicario de Cristo repetirá de diversas formas en otras oportunidades. A los participantes en una
reunión de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, por ejemplo, les dirá «sin
ambages: sed consecuentes con vosotros mismos, mostraos fieles a vuestra vocación, no dejéis que se
disuelva, ni en teoría ni en la práctica, este carácter esencial de la vida religiosa que es vuestra dote.
[…] Cada instituto debe precisar bien su identidad propia» (Discurso a los representantes de las
Conferencias Nacionales de religiosos y religiosas, 19/10/1972). A una asamblea de religiosas
italianas las alentará en «este momento, en el que mucho es puesto en discusión, en el intento por lo
demás loable de redescubrir y de seguir la propia “identidad”, en conformidad con el Evangelio y con
los orígenes de cada instituto religioso» (Discurso a la Asamblea General de la Unión de Superiores
Mayores de Italia, 12/5/1973). A un grupo de Superiores Generales les advertirá: «La suerte futura [de
la vida religiosa] depende de la fidelidad con que cada instituto siga su propia vocación» (Discurso a
los Superiores Generales de los Institutos Religiosos, 25/5/1973). A los jesuitas les recordará que «esta
necesaria renovación no sería eficaz si se apartase de la identidad propia de vuestra familia religiosa»
(Discurso a los participantes en la XXXII Congregación General de la Compañía de Jesús, 3/12/1974,
III). Cf. también Discurso a los participantes en el XIII Capítulo General de la Congregación de la
Misión, 31/8/1963; Discurso a los representantes de los religiosos, religiosas e institutos seculares,
6/11/1976.
63
PABLO VI, Evangelica testificatio, 29/6/1971, 33; el subrayado es nuestro.
64
«¡Muchos hombres —y entre ellos muchos jóvenes— han perdido el sentido de su propia vida y están
ansiosamente en busca de las dimensiones contemplativas de su ser, sin pensar que Cristo, por medio
de su Iglesia, podría dar una respuesta a sus expectativas! […] Tened pues conciencia de la
importancia de la oración en vuestra vida y aprended a dedicaros generosamente a ella» (PABLO VI,
Evangelica testificatio, 29/6/1971, 45; el subrayado es nuestro). Cf. también los nn. 34-36 y 42-50.
Resulta indicador, desde otra perspectiva, que una de las causas más generales que identifique
Pablo VI de la crisis que atraviesan las vocaciones religiosas sea, «ante todo, aquella evisceratio
mentis, de la que ya hablaba San Bernardo de Claraval y que en el hombre moderno hace que falten el
tiempo y el gusto de la meditación íntima, de aquel silencio interior que es el único en el cual resulta
posible conocerse verdaderamente a sí mismo y escuchar las voces que para algunos se traducen en la
persuasiva invitación: “Veni, sequere me!”» (Discurso al Colegio Cardenalicio, 22/6/1974).
65
PABLO VI, Evangelica testificatio, 29/6/1971, 37.
66
PABLO VI, Evangelica testificatio, 29/6/1971, 53; el subrayado es nuestro. Cf. también el n. 19.
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 265

Y aunque las circunstancias del momento no hicieran que Pablo VI redactara un


documento mayor sobre la naturaleza y el quehacer de los laicos, fueron sin duda
múltiples sus afanes e iniciativas en busca de promover un laicado que «ha tomado
conciencia de su función, de su papel en este Cuerpo Místico —tan uno y tan diverso a
la vez—» y que se considera «como elemento no solamente pasivo, como ocurrió con
demasiada frecuencia en el pasado, sino como sujeto activo en la Iglesia»67. Ahí están,
por ejemplo, su motu proprio Catholicam Christi Ecclesiam, mediante el cual instituyó
el “Consilium de Laicis” con el fin de «trabajar por el servicio y la promoción del
apostolado de los laicos»68; o su motu proprio Apostolatus peragendi, con el que
reestructuró dicho Consilium y lo convirtió en el “Pontificio Consejo para los Laicos”,
dotándolo al mismo tiempo de «una nueva forma, estable y de más categoría» que
ampliaba sus competencias69.

67
PABLO VI, Discurso al Consejo de los Laicos, 20/3/1970; el subrayado es nuestro. Ese deseo se lo
había formulado ya a la Acción Católica, augurando que permanezca «como vocación ofrecida a los
mismos seglares de pasar de la concepción inerte y pasiva de la vida cristiana a la consciente y activa,
del estado de cristiano, más de nombre que de hecho, extraño a la comprensión y a la participación en
los problemas de la Iglesia, al estado de fieles convencidos de poder y deber también ellos compartir su
plenitud comunitaria, su responsabilidad operativa, su doloroso y glorioso testimonio, su caridad
misionera» (Discurso a los delegados episcopales de la Acción Católica Italiana, 25/7/1963; el
subrayado es nuestro). Conviene subrayar que, lejos de disiparlos, la participación en la misión
evangelizadora de la Iglesia constituye para los laicos un elemento que «puede darles el sentido
profundo de su identidad cristiana y comunicarles energías nuevas para cumplir su tarea peculiar»
(Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Escocia, 4/3/1978; el subrayado es nuestro).
Para ahondar en la visión montiniana del laicado cf., además de los documentos y alocuciones citados
en este acápite, especialmente su Homilía en el III Congreso Mundial del Apostolado de los Laicos,
15/10/1967; y también: Homilía en la Santa Misa para el Movimiento de Graduados Católicos,
3/1/1964; Audiencia general, 23/4/1967; Discurso a los miembros del “Consilium de Laicis”,
15/3/1969; Discurso a los miembros del Comité Permanente de los Congresos Internacionales para el
Apostolado de los Laicos, 20/12/1969; Discurso a los participantes en un Simposio organizado por el
Consejo de los Laicos, 20/3/1971; Audiencia general, 11/8/1971; Discurso a los participantes en la
X Asamblea General del Consejo de los Laicos, 2/12/1971; Discurso a los delegados de la Acción
Católica Italiana, 22/9/1973; Audiencia general, 2/10/1974; Discurso a los miembros del Consejo
Nacional de la Acción Católica Italiana, 11/1/1975; Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 70-73.
68
PABLO VI, Carta apostólica Catholicam Christi Ecclesiam, 6/1/1967, I: AAS 59 (1967), 25-28. Allí
mismo, al concretar este fin general del Consejo en algunas tareas más específicas, apuntará, entre
otras: «actuar de manera que sea un lugar de encuentro y diálogo en el seno de la Iglesia entre la
jerarquía y los laicos y entre las diversas formas de actividad de los laicos, de acuerdo con el espíritu
de las últimas páginas de la encíclica Ecclesiam Suam» (ibid., I,1), como también «promover estudios
para contribuir a la profundización doctrinal de las cuestiones relativas a los laicos» (ibid., I,3).
69
PABLO VI, Carta apostólica Apostolatus peragendi, 10/12/1976: AAS 68 (1976), 696-700. Resulta
significativo que en este documento recoja el primer numeral del decreto conciliar sobre el apostolado
de los laicos, en el que se señala que «prueba de esta múltiple y urgente necesidad es la acción
manifiesta del Espíritu Santo que da hoy a los seglares una conciencia cada vez más clara de su propia
responsabilidad y los impulsa en todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia» (CONCILIO
VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem, 1; el subrayado es nuestro).
266 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

En consonancia con el impulso renovador que el Vaticano II le había insuflado al


papel del laicado en el campo eclesial y social, altas fueron las expectativas y grande la
confianza que Pablo VI le dio a este estamento del Pueblo de Dios a lo largo de todo su
pontificado. Así se puede percibir, por ejemplo, en el siguiente fragmento, en el que el
Santo Padre se pregunta qué quiere la Iglesia de los laicos, y responde:
¡La Iglesia quiere muchísimo! Quiere que el laico sea despierto, sea instruido, sea culto;
quiere que esté convencido de la función liberadora y salvadora de la verdad cristiana;
quiere que a la posesión de esta verdad acompañe el sentido de responsabilidad de su
profesión y de su difusión; quiere que cada alma, cada edad, cada familia, cada ambiente
sea capaz de un testimonio propio; quiere que una armonía de pensamiento, de voces, de
obras, exalte de alegría y de fuerza el sentido de la Iglesia en su interior, y ofrezca al
exterior la fascinación de la vida interpretada en su verdad y en su plenitud70.
En otras palabras, lo que el Pontífice anhela es un laicado coherente consigo mismo y en
sintonía con su identidad: «Nos deseamos, esperamos, rezamos para que sepáis llevar en
vuestra vida personal, familiar, profesional, social, dignamente el nombre de católico, el
nombre de cristiano», nombre que nos remite a su vez al de Jesucristo, que «nos dio la
suerte y la responsabilidad de identificarnos, de llamarnos, de expresarnos a nosotros
mismos; es decir, de calificar lo que somos: cristianos»71. En síntesis, un laicado
«consciente de su ser y de su vocación»72.

7.5. La misión evangelizadora de la Iglesia: Evangelii nuntiandi,


Populorum progressio y Humanae vitae
Gran parte de los temas que hemos venido desarrollando hasta el momento tienen
un acento particular en la dimensión interna de la Iglesia, y ello podría llevar a concluir
que sólo —o, al menos, de manera privilegiada— estas realidades “interiores” de la vida
del Pueblo de Dios están vinculadas de forma estrecha con su identidad. Pero en la
perspectiva de Pablo VI también la dimensión ad extra —y en no menor medida que la
anterior— se encuentra íntimamente entrelazada con la autoconciencia eclesial; es más,
constituye un imprescindible y revelador criterio de su autenticidad.

70
PABLO VI, Discurso a los participantes en el XXVIII Congreso Nacional de Graduados de la Acción
Católica, 4/1/1966.
71
PABLO VI, Homilía en la Santa Misa para los Graduados Católicos de Italia, 3/1/1965. Y poco más
adelante el Papa ampliará sus reflexiones: «Ser cristiano es una fortuna inefable, misterio para nosotros
mismos, dignidad incomparable, exigencia implacable, consuelo inextinguible, estilo inconfundible,
nobleza peligrosa, humanidad original, humanidad, sí, auténtica, simplísima, felicísima; vida
verdadera, personal y social. Dar a este título de “cristianos” su verdadero significado, aceptar la
exaltación espiritual que lleva consigo: “Agnosce, o christiane, dignitatem tuam”: Reconoce, oh
cristiano, tu dignidad, exclama San León Magno; buscar su potencialidad interior y traducirla en
conciencia, la conciencia cristiana; afrontar el riesgo, la elección que de ello se deriva; componer en
su derredor su equilibrio espiritual, su personalidad; profesar externamente la coherencia, el testimonio
que esto supone; he ahí el deber común de los fieles, siempre, pero especialmente en la hora presente,
y tanto más por parte de los católicos que quieren vivir en sinceridad y en simplicidad su fe» (ibid.; el
subrayado es nuestro).
72
PABLO VI, Discurso a los participantes en el XXVIII Congreso Nacional de Graduados de la Acción
Católica, 4/1/1966; el subrayado es nuestro.
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 267

Así lo podemos confirmar, por ejemplo, en la exhortación apostólica Evangelii


nuntiandi, dedicada al estudio de «la evangelización en el mundo contemporáneo»73,
donde el Santo Padre sostiene que «evangelizar constituye, en efecto, la dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para
evangelizar»74. No puede, por tanto, comprender su naturaleza si es que no despliega su
misión, como tampoco puede entrar en sí misma si es que, a la par, no sale de sí para
difundir el anuncio evangélico a todos los hombres, hasta los confines del mundo75.
Expresiones de una tesitura similar ya las había pronunciado el propio Papa Montini al
inaugurar la Asamblea sinodal de la que brotaría la mencionada exhortación apostólica:
«Evangelizar —decía en aquella ocasión— no es para nosotros una invitación
facultativa, sino un deber acuciante […]. Evangelizar no es, pues, una obra ocasional o
pasajera, sino empeño estable y necesidad constitucional de la Iglesia»76.

73
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8/12/1975: AAS 68 (1976), 5-76. Respecto a
esta exhortación apostólica el Papa Francisco sostiene que es, «según mi parecer, el documento
pastoral más grande escrito hasta nuestros días» (FRANCISCO, Discurso a la peregrinación de fieles de
Brescia, 22/6/2013), idea que precisa más tarde destacando que «hoy es el documento pastoral más
importante del post-Concilio, que no ha sido superado. Debemos ir siempre allí. Esa exhortación
apostólica es una cantera de inspiración. […] Es precisamente, para mí, el testamento pastoral del gran
Pablo VI. Y no ha sido superada» (Discurso a los participantes en la Asamblea Diocesana de Roma,
16/6/2014). Mons. Vincenzo Carbone, encargado del Archivo del Concilio Vaticano II, considera por
su parte que «la Evangelii nuntiandi puede decirse que es la expresión completa y solemne de su
pensamiento» (V. CARBONE, «L’evangelizzazione del mondo contemporaneo. Impegno primario del
pontificato di Paolo VI», NotIPVI 32, 35). Es reveladora, por otro lado, la relación de esta exhortación
apostólica con la encíclica programática de Pablo VI: «Se ha dicho, con razón —opina el P. De la
Hera—, que Ecclesiam suam y Evangelii nuntiandi son suficientemente significativas como para
definir un talante, un estilo, el mensaje y la preocupación fundamental de un pontificado: la
evangelización del mundo contemporáneo, profundizando en lo que es y significa la Iglesia desde su
misión, abogando por una permanente renovación y reforma de la misma» (E. DE LA HERA, La noche
transfigurada. Biografía de Pablo VI, 558).
74
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 14; el subrayado es nuestro. En ese mismo numeral se lee
unas líneas antes: «La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: “Es
preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades” (Lc 4,43), se aplican con toda verdad a
ella misma» (ibid.; el subrayado es nuestro). Y en el párrafo siguiente el Papa vuelve a subrayar que
desde sus orígenes la Iglesia «está vinculada a la evangelización de la manera más íntima» (ibid., 15).
Cf., además, los nn. 54 y 57.
75
«La comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma», precisa el documento (PABLO VI,
Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 15).
76
PABLO VI, Discurso inaugural de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 27/9/1974; el
subrayado es nuestro. Cf. también Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 5. A los miembros de la Secretaría
General del Sínodo les había recalcado el año anterior que la evangelización —el tema elegido— es un
«asunto que compete de forma suma a la Iglesia, pues está en su naturaleza, implantada en las raíces
más profundas de su vida, le atañe directamente y además responde a las legítimas preguntas
frecuentemente propuestas por los hombres de nuestro tiempo: ¿Qué hace la Iglesia? Es más, ¿por qué
la Iglesia? ¿Qué papel cumple en el plan de Dios con respecto al destino del género humano? La
Iglesia anuncia el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios (cf. Mc 1,1); la Iglesia da a conocer el misterio
del Evangelio (cf. Ef 6,19); su tarea propia se define y contiene en la evangelización» (Discurso al
Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, 5/4/1974). Y al finalizar la reunión
sinodal constataría: «La Iglesia adquiere conciencia, quizá como nunca lo había hecho en tal medida y
con tanta claridad, de este deber fundamental suyo. Parece realmente un momento digno del reciente
268 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

También entonces abordó la relación entre identidad y misión desde una


perspectiva complementaria: ahondar en su ministerio evangelizador supone para la
Iglesia tomar mayor conciencia de sí, entenderse mejor y responder a sus interrogantes
más profundas. Y es que «la problemática de la evangelización en el mundo
contemporáneo» es un tema que «nos plantea, de forma candente y diríamos desafiante,
una pregunta precisa acerca de nuestra misma razón de ser en el ámbito de la sociedad
humana. ¿Quiénes somos? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué debemos hacer?»77.
Esto que es válido para el Cuerpo de Cristo en su conjunto lo es también, por
supuesto, «para todos los cristianos»78, pues «la Iglesia es toda ella evangelizadora»79.
Sin embargo, eso no excluye que «en su seno tenemos que realizar diferentes tareas
evangelizadoras»80, pues cada cual ha de responder al mandato apostólico según las
particularidades de su vocación específica: los obispos, sacerdotes y diáconos como
ministros ordenados81, los religiosos y religiosas con su consagración de vida82, y los
laicos en el corazón del mundo83… Pero todos debemos por lo mismo compartir una
nota común —nota que viene acompañando los afanes apostólicos del Pueblo de Dios

Concilio Vaticano II; conforme con la vocación esencial de la Iglesia» (Discurso en la clausura de la
III Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 26/10/1974, 8). Cf. también el n. 4 de este último discurso.
77
PABLO VI, Discurso inaugural de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 27/9/1974; el
subrayado es nuestro.
78
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 13.
79
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 60.
80
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 66.
81
«Todos nosotros, los Pastores, estamos pues invitados a tomar conciencia de este deber, más que
cualquier otro miembro de la Iglesia. Lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal,
lo que da unidad profunda a la infinidad de tareas que nos solicitan a lo largo de la jornada y de la vida,
lo que confiere a nuestras actividades una nota específica, es precisamente esta finalidad presente en
toda acción nuestra: “anunciar el Evangelio de Dios”. He ahí un rasgo de nuestra identidad, que
ninguna duda debiera atacar, ni ninguna objeción eclipsar» (PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975,
68; el subrayado es nuestro). Algo similar había señalado en la clausura del Sínodo: «Los Episcopados
han demostrado ser conscientes de su inaplazable deber de llevar a cabo el mandato apostólico que les
ha sido confiado y que es el de predicar “a Jesucristo, y éste crucificado” (1Cor 2,2; cf. 1,23)»
(Discurso en la clausura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 26/10/1974, 3; el
subrayado es nuestro). Cf., además, PABLO VI, Carta apostólica Graves et increscentes a la Pontificia
Unión Misional del Clero, 5/9/1966: AAS 58 (1966), 750-756.
82
Cf. PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 69 y 73.
83
«Cuantos más seglares hayan impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades [el mundo
de la política, de lo social, de la economía, de la cultura, etc.] y claramente comprometidos en ellas,
competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad
cristiana, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades […] estarán al servicio de la
edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús» (PABLO VI,
Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 70; el subrayado es nuestro). Por ello poco más adelante exhorta el
Papa «a todos los seglares conscientes de su papel evangelizador al servicio de la Iglesia o en el
corazón de la sociedad y del mundo» a que no olviden que «es necesario que nuestro celo
evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que […] redunde en mayor santidad del
predicador» (ibid., 76; el subrayado es nuestro). Mención aparte merece la institución familiar, ya que
«dentro […] de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y
son evangelizados» (ibid., 71; el subrayado es nuestro).
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 269

desde su mismo nacimiento y que el Vicario de Cristo considera oportuno remarcar—:


la conciencia eclesial. En efecto,
los primeros cristianos manifestaban gustosamente su fe profunda en la Iglesia,
indicándola como extendida por todo el universo. Tenían plena conciencia de pertenecer a
una gran comunidad que ni el espacio ni el tiempo podían limitar: “Desde el justo Abel
hasta el último elegido” (S. Gregorio Magno, Homil. in Evangelia, 19,1), “hasta los
extremos de la tierra” (Hch 1,18), “hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20)84.

Dentro de esta amplia y universal misión evangelizadora de la Iglesia se encuadra


la encíclica Populorum progressio, «sobre la necesidad de promover el desarrollo entre
los pueblos». Se trata de un argumento ya abordado por el Magisterio en otras
ocasiones, pero que en el último tiempo ha cobrado mayor relieve gracias al proceso de
autoconciencia eclesial impulsado por el Concilio. En efecto, como hace notar Pablo VI
en el primer numeral del documento,
apenas terminado el Concilio Vaticano II, una renovada toma de conciencia de las
exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres
para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la
urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad85.
Si bien «penetrar con la luz y con el fermento evangélico todos los campos de la
existencia social siempre ha sido un compromiso constante de la Iglesia en nombre del
mandato que recibió del Señor»86, con el paso de los años las circunstancias se han

84
PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 8/12/1975, 61; el subrayado es nuestro. Cf. también los nn. 58 y 63. Ya
en el n. 60 había puntualizado que «evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino
profundamente eclesial».
85
PABLO VI, Carta encíclica Populorum progressio, 26/3/1967, 1: AAS 59 (1967), 257-299; el subrayado
es nuestro. En ese mismo espíritu se inscriben la creación del Consejo Pontificio “Cor Unum” para la
promoción humana y cristiana (cf. Carta apostólica Amoris officio, 15/7/1971: AAS 63 [1971], 669-
673) y, unos años antes, de la Pontificia Comisión “Justicia y Paz”, instituida inicialmente como
Comisión de Estudio con el fin de «suscitar en el pueblo de Dios una plena inteligencia de su misión
en el momento presente, para promover, de un lado el progreso en los países pobres y alentar la justicia
social entre las naciones y para ayudar, por otro lado, a las naciones subdesarrolladas a trabajar ellas
mismas en favor de su desarrollo» (Carta apostólica Catholicam Christi Ecclesiam, 6/1/1967, II: AAS
59 [1967], 25-28; el subrayado es nuestro), y dotado más tarde de una estructura definitiva que «tiene
como objetivo el estudio y la profundización, bajo el aspecto doctrinal, pastoral y apostólico, de los
problemas relacionados con la justicia y con la paz, a fin de estimular al Pueblo de Dios a la plena
comprensión de tales cuestiones y a la conciencia de su papel y de sus deberes en el campo de la
justicia, del desarrollo de los pueblos, de la promoción humana, de la paz y de los derechos humanos»
(Carta apostólica Iustitiam et pacem, 10/12/1976, I: AAS 68 [1976], 700-703). Sus miembros, además,
«deben estudiar tales cuestiones a la luz del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia y, al dar a conocer
los resultados de sus reflexiones, contribuyen a iluminar al Pueblo de Dios, y a estimularlo para que
tome cada vez más conciencia, en este campo, de las obligaciones de una vida verdaderamente
cristiana» (ibid., Introd.; en ambos casos el subrayado es nuestro). Cf. Populorum progressio,
26/3/1967, 5; Carta apostólica Octogesima adveniens, 14/5/1971, 52: AAS 63 (1971), 401-441.
86
PABLO VI, Iustitiam et pacem, 10/12/1976, Introd.
270 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

agravado y «hoy el hecho más importante del que todos deben tomar conciencia es el de
que la cuestión social ha tomado una dimensión mundial»87.
Son varios los desafíos, antiguos y nuevos, que la encíclica analiza en vistas a
lograr «un desarrollo integral del hombre» y «el desarrollo solidario de la humanidad»
—como la miseria que golpea a hombres y naciones enteras, el neocolonialismo
financiero, la tentación materialista, las injusticias sociales en las relaciones
comerciales, la emigración, la cooperación entre los pueblos o la paz mundial—,
desafíos que amplía 4 años más tarde la carta apostólica Octogesima adveniens —escrita
con «ocasión del LXXX aniversario de la encíclica Rerum novarum»— a la
urbanización acompañada del crecimiento industrial, el desempleo, el influjo de los
medios de comunicación social, la destrucción del medio ambiente, la difusión de
corrientes ideológicas y utopías, entre otras. Frente a este difícil panorama son también
múltiples las acciones que se deben emprender, pero antes de centrarse en medidas
específicas o en posibles consideraciones prácticas, el Santo Padre establece una
premisa fundamental:
Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para
este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen
un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo
los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación. Así
podrá realizar en toda su plenitud el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y
para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas88.
Como la cita anterior evidencia, el Pontífice considera que una de las mayores
carencias que padece la sociedad contemporánea está en su concepción del hombre. Así
lo hace notar también, por ejemplo, en la Octogesima adveniens, donde señala que «en
los cambios actuales tan profundos y tan rápidos, el hombre se descubre nuevo a diario
y se pregunta por el sentido de su propio ser y de su supervivencia colectiva»89. Al
mismo tiempo hace sonar su voz de alerta frente a algunas corrientes como el
positivismo, «que reduce al ser humano a una sola dimensión ―importante hoy día― y
que de ese modo lo mutila»90, el racionalismo, el cientificismo y algunos apriorismos
metodológicos de ciertas “ciencias humanas” que acentúan arbitrariamente alguna
dimensión de la persona, pues «dar así privilegio a tal o cual aspecto del análisis es
mutilar a hombres y mujeres y, bajo las apariencias de un proceso científico, hacerse
incapaz de comprenderles en su totalidad»91. No menores son las consecuencias que
brotan de las corrientes ideológicas como el marxismo, el liberalismo y sus diversas
evoluciones, «que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su

87
PABLO VI, Populorum progressio, 26/3/1967, 3.
88
PABLO VI, Populorum progressio, 26/3/1967, 20; el subrayado es nuestro.
89
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 7. Cf. también los nn. 26 y 30.
90
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 30.
91
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 38. Algo similar puede denunciarse respecto a la
expansión industrial: «Se puede uno preguntar, por tanto, con todo derecho, si, a pesar de todas sus
conquistas, el ser humano no está volviendo contra sí mismo los frutos de su actividad» (ibid., 9).
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 271

concepción del hombre»92. En ese contexto infiere Pablo VI con sensatez que «si todos
se ponen de acuerdo para construir una sociedad nueva al servicio de la persona, es
necesario saber de antemano qué concepto se tiene de la humanidad»93.
He ahí, por tanto, una de las más urgentes aportaciones que puede y debe ofrecer la
comunidad eclesial: ayudar al ser humano a que tome conciencia de sí, brindándole una
concepción integral de su naturaleza que, simultáneamente, lo aliente a vivir de acuerdo
a su más alta y trascendente dignidad, lo prevenga de sus más graves debilidades como
el pecado y lo aleje de todo posible reduccionismo. Por ello la Iglesia, «tomando parte
en las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no verlas satisfechas, desea
ayudarles a conseguir su pleno desarrollo y esto precisamente porque ella les propone lo
que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad»94, y por
ello también aviva en sus hijos «el deseo de conocer mejor al hombre»95. Con estos
pensamientos como trasfondo, el Papa Montini declara en su encíclica:
Es un humanismo pleno el que hay que promover (cf. J. Maritain, L’humanisme intégral).
¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres?
Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente
de ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente, el hombre puede organizar la tierra
sin Dios, pero “al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre.
El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano” (H. de Lubac, Le drame de
l’humanisme athée). No hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre al
Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida
humana. Lejos de ser norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si no
es superándose. Según la tan acertada expresión de Pascal: “el hombre supera
infinitamente al hombre” (Pensées, 434)96.
Nada de ello debe entenderse, sin embargo, como una exención de las serias
responsabilidades que pesan sobre todos los hijos de la Iglesia —especialmente sobre

92
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 26. «¿Es necesario subrayar las posibles ambigüedades
de toda ideología social? Unas veces reduce la acción política o social a ser simplemente la aplicación
de una idea abstracta, puramente teórica; otras, es el pensamiento el que se convierte en puro
instrumento al servicio de la acción, como simple medio para una estrategia. En ambos casos, ¿no es el
ser humano quien corre el riesgo de verse enajenado?» (ibid., 27).
93
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 39.
94
PABLO VI, Populorum progressio, 26/3/1967, 13.
95
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 40. Cf. también el n. 41.
96
PABLO VI, Populorum progressio, 26/3/1967, 42. Nótese los autores que cita el Papa Montini en este
pasaje: Maritain, De Lubac, Pascal (cf. supra, 3.2.5, 3.2.6, 4.2 y 4.3.1). En otros numerales de la
encíclica planteará algunas ideas complementarias: «En los designios de Dios, cada hombre está
llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios
para una misión concreta» (ibid., 15). «Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino
abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental que le da su mayor plenitud; tal es
la finalidad suprema del desarrollo personal» (ibid., 16). «El hombre no es verdaderamente hombre,
más que en la medida en que, dueño de sus acciones y juez de la importancia de éstas, se hace él
mismo autor de su progreso, según la naturaleza que le ha sido dada por su Creador, y de la cual asume
libremente las posibilidades y las exigencias» (ibid., 34; cf. asimismo el n. 21). Y también lo hará en su
carta apostólica: «En el corazón del mundo permanece el misterio del hombre, que se descubre hijo de
Dios en el curso de un proceso histórico y psicológico donde luchan y se alternan presiones y libertad,
opresión del pecado y soplo del Espíritu» (Octogesima adveniens, 14/5/1971, 37).
272 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

los laicos— en la búsqueda de las más prontas y justas soluciones a cada uno de dichos
problemas. Al contrario, el Santo Padre es muy enfático al invocar:
Que cada cual se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía.
No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias
graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no
va acompañado en cada persona por una toma de conciencia más viva de su propia
responsabilidad y de una acción efectiva. Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la
responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de
que todos somos también responsables, y que, por tanto, la conversión personal es la
primera exigencia97.

Finalmente, la Iglesia, «experta en humanidad, conocedora de lo que existe en el


corazón del hombre, autora de un humanismo auténtico y abierto a lo trascendente»98,
debe ser fiel a su vocación de custodiar la dignidad humana en todas sus etapas y
dimensiones, incluso a pesar del entorno desfavorable o de las resistencias que pueda
suscitar su mensaje. Eso es precisamente lo que pretendía Pablo VI con su séptima y
última encíclica, la Humanae vitae, «sobre la regulación de la natalidad»99. Según
explicó el propio Pontífice al presentarla al Pueblo de Dios sólo unos días después de su
publicación, ésta buscaba ser «la aclaración de un capítulo fundamental de la vida
personal, conyugal, familiar y social del hombre», el estudio de «una cuestión
particular, que considera un aspecto extremamente delicado e importante de la
existencia humana»100 que «la Iglesia —añadía en la carta— no podía ignorar por

97
PABLO VI, Octogesima adveniens, 14/5/1971, 48; el subrayado es nuestro. Es una solicitud que repite
en varias otras oportunidades. Así, por ejemplo, en el numeral inmediatamente posterior insiste: «De
este modo, en la diversidad de situaciones, funciones y organizaciones, cada quien debe determinar su
responsabilidad y discernir en buena conciencia las actividades en las que deba participar» (ibid., 49).
Y unos meses más tarde, al recordar la publicación de su carta apostólica en el encuentro con la Curia,
declarará: «A esta toma de conciencia de los propios deberes ante la sociedad y ante la Iglesia […] Nos
invitamos a todos los fieles, más aún, a todos los hombres de buena voluntad, a fin de que profundicen
siempre más tal responsabilidad suya y pasen humildemente, pero también decididamente a la acción»
(Discurso a los Cardenales y prelados de la Curia romana, 23/12/1971, III; el subrayado es nuestro).
Ya en la Populorum progressio había pedido que en el combate contra la miseria «a cada cual toca
examinar su conciencia, que tiene una nueva voz para nuestra época» (Populorum progressio,
26/3/1967, 47). Cf. también los nn. 28 y 81 de la encíclica y Octogesima adveniens, 14/5/1971, 2, 12,
17, 40 y 49.
98
PABLO VI, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 12/1/1970.
Cf. Discurso a los participantes en la Conferencia Mundial sobre el futuro del hombre, 27/9/1973.
99
PABLO VI, Carta encíclica Humanae vitae, 25/7/1968: AAS 60 (1968), 481-503.
100
PABLO VI, Audiencia general, 31/7/1968. Como especifica en esa misma ocasión, la carta «no es
solamente la declaración de una ley moral negativa, es decir, la exclusión de toda acción que se
proponga hacer imposible la procreación (HV 14), sino que es sobre todo la presentación positiva de la
moralidad conyugal en orden a su misión de amor y de fecundidad en “la visión integral del hombre y
de su vocación no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna” (HV 7)» (ibid.). En su
comentario a la encíclica, al describir el ambiente adverso que frente a su mensaje se vivía, el P. Marcelino
Zalba, S.J. —quien colaboró como consultor de Pablo VI en la gestación del documento— apunta una
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 273

tratarse de una materia relacionada tan de cerca con la vida y la felicidad de los
hombres»101.
En la encíclica se da un entrelazamiento de responsabilidades y ejercicios prácticos
de autoconciencia, orientados todos a la tutela y defensa de la vida humana. Por un lado,
el convencimiento que la Iglesia tiene de su irrenunciable compromiso frente a una
realidad que afecta de manera tan íntima la moral cristiana y que, por ello mismo, está
llamada a iluminar siendo respetuosamente fiel a las enseñanzas de su Fundador, a su
bimilenaria Tradición y a la ley natural102. A esta conciencia eclesial se une la del
propio Vicario de Cristo como Pastor universal, que no pretende expresar una opinión

característica que describe lo que debía ser la Humanae vitae: «un afinamiento de la conciencia
cristiana con mayores exigencias de fidelidad en el seguimiento de Jesucristo» (M. ZALBA, La
regulación de la natalidad, 9).
101
PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 1. Ofreciendo una mirada de conjunto a su pontificado y
recordando sus principales textos doctrinales, poco antes de ser llamado por Dios a su presencia el
Santo Padre apuntaba: «La defensa de la vida debe comenzar desde las fuentes mismas de la
existencia humana. Ha sido ésta una enseñanza importante y clara del Concilio, el cual, en la
Constitución Gaudium et spes, advertía que “la vida, una vez concebida, debe ser protegida con el
máximo cuidado; el aborto, lo mismo que el infanticidio, son crímenes abominables” (GS 51). No
hicimos otra cosa más que recoger esta consigna, cuando hace diez años publicamos la Encíclica
Humanae vitae, inspirado en la intocable doctrina bíblica y evangélica que convalida las normas de la
ley natural y los dictámenes insuprimibles de la conciencia sobre el respeto de la vida, cuya
transmisión ha sido confiada a la paternidad y a la maternidad responsables» (Homilía en el XV
aniversario de su coronación como Sumo Pontífice, 29/6/1978, II).
102
Así lo subraya en distintos pasajes de la carta; por ejemplo: «Estas cuestiones exigían del Magisterio
de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del
matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina»
(PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 4). «La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga
lícito el recurso a los períodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios
directamente contrarios a la fecundación» (ibid., 16). «La Iglesia no ha sido la autora de éstas [la ley
moral, natural y evangélica], ni puede por tanto ser su árbitro, sino solamente su depositaria e
intérprete, sin poder jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al
verdadero bien del hombre […]. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se demuestra
amiga sincera y desinteresada de los hombres a quienes quiere ayudar» (ibid., 18). Así se lo
manifestaba también al Colegio Cardenalicio cuando, en el primer año de su pontificado, les
compartía que venía estudiando el problema del control de la natalidad, frente al que «la Iglesia
reconoce sus múltiples facetas, esto es, sus múltiples competencias, entre las cuales sobresale,
ciertamente la primera, la de los esposos, la de su libertad, la de su conciencia, la de su amor y de su
deber. Mas la Iglesia debe afirmar también la suya, es decir, la de la ley de Dios, por ella interpretada,
enseñada, fomentada y defendida» (Discurso al Sacro Colegio de los Cardenales, 23/6/1964). Así lo
repetía ante la Comisión de Estudio sobre el control de la natalidad: «Guardiana de la ley de Dios,
natural y positiva, la Iglesia no permitirá que se desestime el precio de la vida ni de la sublime
originalidad del amor que es capaz de superarse en el don entre ambos esposos, y luego en el don más
desinteresado aún de los dos al nuevo ser» (Discurso a la Comisión para el estudio de los problemas
de la población, de la familia y de la natalidad, 27/3/1965). Y así lo refrendaba algunos días después
de su publicación, hablando precisamente de la Humanae vitae: «La norma por Nos reafirmada no es
Nuestra, sino que es propia de las estructuras de la vida, del amor y de la dignidad humana; es decir,
derivada de la Ley de Dios» (Meditación a la hora del Angelus, 4/8/1968).
274 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

personal, sino que se pronuncia como guardián del depósito sagrado e intérprete
autorizado de la ley moral103.
Por otro, para poder determinar cuáles son las condiciones morales que acompañan
el ejercicio honesto del acto conyugal dentro del matrimonio es imprescindible tener
conciencia de quiénes son el hombre y la mujer, conocer su naturaleza y atender a su
dignidad, pues «el problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida
humana, hay que considerarlo […] a la luz de una visión integral del hombre y de su
vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna»104, sin
«contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones»105,
teniendo siempre a la vista más bien «el respeto debido a la integridad del organismo
humano y de sus funciones»106. A ello se ha de sumar una conciencia clara de lo que
significa el matrimonio —que «no es […] efecto de la casualidad o producto de la
evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para
realizar en la humanidad su designio de amor»107— y, sobre todo, dada la temática de la

103
«La conciencia de esa misma misión [la de ser custodio e intérprete auténtico de toda ley moral] nos
indujo a confirmar y a ampliar la Comisión de Estudio…» (PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 5;
el subrayado es nuestro). Cf. también los nn. 4 y 6. En una ocasión anterior había manifestado que la
regulación de la natalidad es una «cuestión extensísima, cuestión delicadísima y cuestión en la cual
Nos mismo, por sus implicaciones religiosas y morales, estamos llamados, más aún, obligados a tomar
la palabra» (Discurso a los participantes en el LII Congreso de la Sociedad Italiana de Obstetricia y
Ginecología, 29/10/1966). Y en la referida audiencia general en la que el Santo Padre presentó la
encíclica, fue muy enfático al señalar: «Nunca como en esta coyuntura hemos sentido el peso de
Nuestro oficio. […] Invocando las luces del Espíritu Santo, hemos puesto nuestra conciencia en la
plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad, buscando interpretar la norma divina que vemos
desprenderse de la intrínseca exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales del
instituto matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión al servicio de la vida,
además de la santidad del vínculo matrimonial cristiano; hemos reflexionado sobre los elementos
estables de la doctrina tradicional y vigente de la Iglesia, especialmente sobre las enseñanzas del
reciente Concilio, hemos ponderado las consecuencias de una u otra decisión; y no hemos tenido
dudas sobre Nuestro deber de pronunciar Nuestra sentencia en los términos expresados por la presente
Encíclica» (Audiencia general, 31/7/1968). Cf. también Discurso al Sacro Colegio y a la Curia
Romana, 23/12/1968.
104
PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 7. Frente a las «dificultades, a veces graves» que dicha
enseñanza comporta para los cónyuges cristianos, el Papa los alienta a ser «conscientes de que la
forma de este mundo es pasajera» (ibid., 25).
105
PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 13.
106
PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 17.
107
PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 8. Afirmación que complementa más adelante apuntando: «Los
esposos cristianos, pues, dóciles a su voz [la de su Creador y Salvador], deben recordar que su
vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el
sacramento del matrimonio» (ibid., 25). Unos años antes, dirigiéndose precisamente a los miembros
de la Comisión de Estudio, ya había expresado: «¿En qué formas y de acuerdo con qué normas deben
llevar a cabo los esposos, en el ejercicio de su amor mutuo el servicio a la vida que su vocación les
pida? La respuesta cristiana se inspirará siempre en la conciencia de los deberes, de la dignidad del
estado conyugal —en el cual el amor de los esposos está ennoblecido por el sacramento— y de la
grandeza del don que se le hace al niño que es llamado a vivir» (Discurso a la Comisión para el estudio
de los problemas de la población, de la familia y de la natalidad, 27/3/1965; el subrayado es nuestro).
PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI 275

encíclica, el examen reflexivo de lo que implica un ejercicio responsable de la


paternidad; en efecto, como subraya el Papa Montini,
el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de “paternidad
responsable” sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender
exactamente. […] La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más
profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta
conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges
reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismos, para con
la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores108.

108
PABLO VI, Humanae vitae, 25/7/1968, 10; el subrayado es nuestro. Cf. Populorum progressio,
26/3/1967, 37.
Conclusiones

A lo largo de estas páginas hemos realizado un extenso recorrido por el


pensamiento eclesiológico de G.B. Montini – Pablo VI, particularmente el que aparece
en su encíclica Ecclesiam Suam. Llegados ya al final de nuestro estudio, nos
corresponde ahora establecer algunas conclusiones que brotan como corolario de
nuestra investigación.
Queremos destacar, en primer lugar, la gran riqueza teológica que hemos
descubierto en la carta pontificia. Sus tres capítulos y 111 numerales se presentan como
una cantera rica en intuiciones, diagnósticos, propuestas y enseñanzas que permiten una
comprensión más profunda del misterio de la Iglesia en su peregrinar terreno, en el aquí
y ahora de su presencia en el mundo. Recogiendo en ella los frutos de muchos años de
servicio, estudio y oración en torno al Cuerpo de Cristo —G.B. Montini fue desde su
temprana juventud un gran eclesiólogo1—, el Santo Padre supo entretejer en el vasto
manto de la Tradición eclesial las hebras de su propio ingenio2, proponiendo en su texto
programático sugerentes filones de elevado contenido doctrinal y espiritual.
Lamentablemente se trata, a la par, de un documento en gran medida desconocido,
que incluso en los días cercanos a su aparición pasó un tanto desapercibido, quedando
relegado en los anales de la historia3. Por diversos motivos que en su momento hemos
analizado —como su concomitancia con el Vaticano II y con la promulgación de las
Constituciones conciliares Lumen gentium y Gaudium et spes— a la Ecclesiam Suam la
cubrió desde su nacimiento un velo de inadvertencia, que el paso de los años no ha
hecho sino acentuar.
No obstante ello, y a pesar de los varios decenios que han transcurrido desde su
publicación, sorprende descubrir la vigencia que mantienen sus contenidos. Los tres
principales planteamientos que allí desarrolla —sobre la conciencia, la renovación y el
diálogo— continúan erigiéndose como «los caminos que la Iglesia católica debe seguir
en la actualidad para cumplir su misión», como reza el subtítulo de la encíclica. Se trata
de un auténtico programa para el Pueblo de Dios del siglo pasado, de nuestros días y de
todos los tiempos, por lo que resulta necesario volver a nutrirse de sus enseñanzas. Cada
generación de cristianos está llamada a tomar reiteradamente conciencia de sí, para
renovarse de acuerdo a su identidad y poder de esa manera cumplir con mayor fidelidad
su misión evangelizadora de dialogar con el mundo.

1
Cf. supra, 4.3.
2
Cf. supra, 3.2.
3
Cf. supra, 5.5.3.
278 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

Aunque de los tres capítulos el que mayor interés suscitó, quizás por lo novedoso
de su formulación, fue el tercero —al punto de que a la Ecclesiam Suam se le conoce
sobre todo como la “encíclica del diálogo”4—, en realidad es el primero de ellos, el
dedicado a la conciencia, el que se alza como la piedra de toque en la propuesta del
Pontífice, el de mayor originalidad y relevancia, el cimiento sobre el que se eleva todo
su programa5. El énfasis desproporcionado que algunos le han otorgado al diálogo ha
generado no sólo malinterpretaciones y una comprensión errada del documento
pontificio, sino también una serie de distorsiones en la vida del Pueblo de Dios. Quien
desconoce su propia condición y particularidades, el que no sabe quién es, tampoco
puede dialogar sin perder en el camino su mismidad.
Frente a ello es imprescindible que la Iglesia haga continua y permanentemente un
ejercicio de auto-reflexión que la lleve a conocer de dónde viene, quién es su Cabeza y
Fundador, cuál es su dignidad, de qué tesoros espirituales ha sido dotada, a qué está
llamada, cuáles son sus tareas y responsabilidades, hacia dónde se dirige, cuál es su
vocación y destino6. Sólo así podrá vivir de acuerdo a su naturaleza, y sólo así podrá
cumplir con el encargo evangelizador que el Señor le ha confiado. La autoconciencia es
el punto de partida, el fundamento, la condición sine qua non y el sello de garantía de
los siguientes pasos, que únicamente serán auténticos si la llevan a ser más ella misma.
Como la encíclica muestra con nitidez, “conciencia”, “renovación” y “diálogo” no son
tres pasos lineales o consecutivos, ni tampoco compartimentos estancos, sino que cada
uno de ellos forma parte de un recorrido helicoidal. En la mente del Santo Padre, son
una tríada inseparable, tres dimensiones de un mismo proceso: el ahondar en uno de
ellos inevitablemente redunda en el fortalecimiento de los otros dos7.
Dicho esfuerzo introspectivo ayudará asimismo a la Iglesia tanto a inmunizarse
frente a los peligros externos que supone el influjo del mundo —ya que, aunque no es
de él, vive en él y es en él donde está llamada a desplegar su servicio apostólico—8,
como también a sortear los riesgos internos que nacen cuando se tiene un conocimiento
parcial de su naturaleza y misión —como, por ejemplo, la confusión respecto a los
rasgos propios de cada vocación específica, el espíritu de independencia, el
cuestionamiento de la obediencia y la disciplina, el relativismo dogmático, la disensión
doctrinal, las tentaciones temporalistas o la falta de ardor apostólico—9.
Así como el olvido de la propia identidad genera serios problemas, la
profundización constante en su ser y naturaleza supone para la comunidad creyente la
obtención de grandes frutos. El primero y más importante de ellos es el renovado
descubrimiento de la vital relación que la une con Cristo, de quien es su Cuerpo, ya que
sin el Señor Jesús la Iglesia se desvanece, se desfigura por completo, simplemente

4
Cf. supra, 5.6.
5
Cf. supra, 5.2.
6
Cf. supra, 6.4.1.
7
Cf. supra, 5.2.
8
Cf. supra, 6.5.1.
9
Cf. supra, 6.5.2.
CONCLUSIONES 279

pierde su significado y su razón de ser10. Por otro lado, una Iglesia que ahonda en sí,
fortalece su propia identidad11 y recibe numerosos beneficios espirituales, pues
naturalmente se abre a la acción vivificante del Espíritu y se deja insuflar por su gracia,
crece en la vivencia de una fe integral, eleva su mirada con esperanza, ensancha los
horizontes de su caridad, potencia sus energías espirituales, celebra con mayor piedad
los sacramentos y la liturgia, multiplica sus espacios de oración12. Una Iglesia
consciente de sí y que se sabe inmersa en las realidades temporales, además, no confía
en sus solas fuerzas; se empeña más bien en renovarse según el diseño original de su
Fundador13. Y una Iglesia conocedora de los tesoros de los que ha sido hecho
depositaria, lejos de recluirse en un encierro solipsista o autocomplaciente, se lanza con
parresia hasta los confines del mundo y las periferias de la existencia para que a todos
alcance su mensaje reconciliador14.
En cuanto a la vida de los fieles cristianos, dicha autoconciencia debe traducirse en
acciones concretas, encarnarse en su existencia cotidiana, hacerse operante en su día a
día. Un signo revelador de ello será el aumento del “sentido de la Iglesia”, dado que
para sus hijos ella no es una asociación externa o extrínseca, una comunidad frente a la
cual se sitúan, sino parte esencial y constitutiva de su propio ser —son piedras vivas de
ese Templo espiritual—, por lo que es preciso conocerla, amarla y transmitirla15. Por
ello es fundamental asimismo fomentar una revalorización del sacramento del
Bautismo, de su indeleble significado ontológico, de la infinita dignidad que aporta a
quienes lo reciben y de las responsabilidades que de él derivan16. Y es que las aguas
bautismales no sólo nos abren a la inhabitación trinitaria; también nos hacen miembros
de la Iglesia. De ahí que el ser humano únicamente podrá realizarse en la medida en que
se esfuerce por ser cada día más un “hombre eclesiástico”.
Nuestra investigación nos ha permitido descubrir asimismo que la percepción de la
necesidad de la introspección reflexiva fue un tema que concitó el interés de G.B.
Montini desde su juventud17. La revisión histórica de sus propios escritos ha
evidenciado que lo abordó a lo largo de los años con consistencia y asiduidad, no de
manera fortuita, aislada o superficial, sino más bien de forma constante y variada, con
sensibilidad, hondura y fineza. Lo hizo, además, desde distintas perspectivas, sacando
de él numerosas enseñanzas y aplicaciones, incluso más de las que refleja su documento
programático. Ello se puede deber, quizá, a la premura por publicarlo, a las limitaciones
de extensión o a las abundantes responsabilidades que por entonces debía cumplir como
Vicario de Cristo, en pleno desarrollo del Concilio. Sea como sea, esos escritos previos

10
Cf. supra, 6.6.1.
11
Cf. supra, 6.6.4.
12
Cf. supra, 6.6.2.
13
Cf. supra, 6.6.5.
14
Cf. supra, 6.6.6.
15
Cf. supra, 1.2.4 y 6.6.2.
16
Cf. supra, 6.6.3.
17
Cf. supra, 1.2 y 6.2.
280 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

al pontificado aportan sugerentes luces para interpretar en toda su profundidad y riqueza


las propuestas de la encíclica.
Como hemos podido mostrar, por otra parte, la invitación a una mayor
autoconciencia eclesial no se restringió a ser solamente un tópico central en su carta
programática; constituyó también una suerte de hilo conductor de todo su ministerio
petrino, proyectándose en las diversas iniciativas que llevó a cabo como Pastor de la
Iglesia universal18. Sus esfuerzos por hacer que la Iglesia sea cada vez más ella misma
lo llevaron a reafirmar las principales verdades del depósito sagrado, a buscar una
vivencia más prístina de la liturgia y de los sacramentos, a fomentar el amor filial a la
Virgen María, a promover que cada estamento eclesial viva según su vocación
específica, a impulsar la misión evangelizadora de la Iglesia en todas sus expresiones.
Así pues, este tópico constituye una suerte de principio arquitectónico de todo su
pontificado.
Finalmente, la Ecclesiam Suam en su conjunto, y particularmente el capítulo I, en
el que hemos centrado nuestra atención, mantienen plenamente su actualidad19.
Naturalmente las circunstancias que atravesamos hoy son distintas a las que vieron
nacer el documento, pero sus análisis y juicios, sus percepciones y enseñanzas, sus
indicaciones y planteamientos conservan su lozanía. En efecto, uno de los más graves
problemas que está atravesando la comunidad eclesial en nuestros días es precisamente
el de la dilución de su identidad, el opacamiento de su mismidad, la desorientación de
sus miembros respecto a su vocación, el entumecimiento de su acción evangelizadora, la
confusión en sus afanes ecuménicos. La necesidad de la autoconciencia, que entonces se
presentaba como una tarea urgente, aún lo es hoy, y quizá con mayor apremio. Por ello
es más que oportuno volver una y otra vez sobre las páginas de la Ecclesiam Suam,
repasar sus observaciones, aplicar sus consejos. De esa manera podremos unirnos más al
Señor Jesús y llegar a ser, como tanto anhelara Pablo VI, realmente “Su Iglesia”.

18
Cf. supra, 7.
19
Cf. supra, 1.3.
Siglas y abreviaturas

a. artículo
AAS Acta Apostolicae Sedis
a.C. antes de Cristo
ACD G.B. Montini, La amistad con Dios
ASCVII Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vatican II
BAC Biblioteca de Autores Cristianos
BPa Biblioteca Patrística
c. circa
cap. capítulo
cast. castellano
CCL Corpus Christianorum, Series Latina (Turnhout-París, 1953)
cit. citado(a)
CivCatt La Civiltà Cattolica
CN Editorial Ciudad Nueva
col. columna
dir. director(es)
DPM G.B. Montini, Dios presente en el mundo
DsC G.B. Montini, Discorsi su la Chiesa
DsCon G.B. Montini, Discorsi e scritti sul Concilio
DSM G.B. Montini, Discorsi e scritti milanesi
DsMS G.B. Montini, Discorsi su la Madonna e su i Santi
Dz.-Hün. Denzinger – Hünermann
ed. editor(es)
ES Pablo VI, Ecclesiam Suam
fasc. fascículo
fr. francés
Funk F.X. Funk, Patres Apostolici
FuP Fuentes Patrísticas
gr. griego
hb. hebreo
it. italiano
LetC G.B. Montini, Lettere a casa
LetFam G.B. Montini, Lettere ai familiari
lib. libro
L’OR L’Osservatore Romano
Mansi J.D. Mansi, Sacrorum Conciliorum nova et amplissima collectio
n. número
NotIPVI Notiziario Istituto Paolo VI
NRTh Nouvelle Revue Théologique
párr. párrafo
p.ej. por ejemplo
PG Patrologia Graeca, ed. J.-P. Migne (París, 1857-1866)
PL Patrologia Latina, ed. J.-P. Migne (París, 1878-1890)
282 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

PLS Patrologiae Latinae Supplementum, ed. A. Hamann (París, 1957)


PNA G.B. Montini, Pasqua: la novità dell’amore
pp. páginas
q. cuestión
RC-LC G.B. Montini, Roma e il Concilio – Lettere dal Concilio
RevJav Revista Javeriana
RiScR Rivista di Science Religiose
ScCatt La Scuola Cattolica
SCh Sources Chrétiennes
s.d. sine data
SF G.B. Montini, Scritti fucini
SG G.B. Montini, Scritti giovanili
ss. siguientes
S.T. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica
t. tomo
trad. traducción
vol. volumen
Bibliografía

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———, Homilía en la Misa de inicio de pontificado, 29/6/1963.
———, Discurso a los delegados episcopales de la Acción Católica Italiana, 25/7/1963.
———, Discurso a la Acción Católica, 30/7/1963.
———, Discurso a los participantes en el XIII Capítulo General de la Congregación de la
Misión, 31/8/1963.
———, Catequesis durante la audiencia general, 4/9/1963.
———, Discurso a la Curia Romana, 21/9/1963.
———, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29/9/1963.
———, Carta apostólica Pastorale munus, 30/11/1963.
———, Discurso en la clausura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 4/12/1963.
———, Homilía en el encuentro con la Unión de Juristas Católicos Italianos, 15/12/1963.
———, Homilía en la Santa Misa para el Movimiento de Graduados Católicos y algunos
grupos de fieles, 3/1/1964.
———, Carta apostólica Sacram liturgiam, 25/1/1964: AAS 56 (1964), 139-144.
———, Discurso a la benemérita familia de «Studium», 10/2/1964.
———, Carta al Maestro General de la Orden de Predicadores, 7/3/1964.
———, Discurso a la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana, 14/4/1964.
286 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

———, Catequesis durante la audiencia general, 2/6/1964.


———, Discurso al Sacro Colegio de los Cardenales, 23/6/1964.
———, Catequesis durante la audiencia general, 5/8/1964.
———, Homilía en el encuentro con la diócesis de Albano, 30/8/1964.
———, Radiomensaje al Katholikentag de Stuttgart, 6/9/1964.
———, Discurso en la apertura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 14/9/1964.
———, Discurso en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21/11/1964.
———, Ecclesiam Suam. Los caminos de la Iglesia, hoy, edición comentada por los Rdos. J.
BIGORDÁ, C. MARTÍ y J.M. ROVIRA BELLOSO, Nova Terra, Barcelona 1964.
———, Ecclesiam Suam, con introducción general y comentarios de los profesores L. GERA, P.
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———, Homilía en la Santa Misa para los Graduados Católicos de Italia, 3/1/1965.
———, Carta apostólica Investigabiles Divitias Christi, 6/2/1965: AAS 57 (1965), 298-301.
———, Discurso a varios grupos de peregrinos italianos, 14/2/1965.
———, Discurso a la Comisión para el estudio de los problemas de la población, de la familia
y de la natalidad, 27/3/1965.
———, Carta encíclica Mense maio, 29/4/1965: AAS 57 (1965), 353-358.
———, Catequesis durante la audiencia general, 12/5/1965.
———, Catequesis durante la audiencia general, 16/6/1965.
———, Carta encíclica Mysterium fidei, 3/9/1965: AAS 57 (1965), 753-774.
———, Discurso a la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino, 10/9/1965.
———, Discurso al inicio de la cuarta sesión del Concilio Vaticano II, 14/9/1965.
———, Carta apostólica Apostolica sollicitudo, 15/9/1965.
———, Catequesis durante la audiencia general, 15/9/1965.
———, Discurso a los miembros de la Fundación Santo Tomás de Aquino de Canadá,
8/10/1965.
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———, Discurso al Presidente de Francia, 31/5/1967.
———, Catequesis durante la audiencia general, 14/6/1967.
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———, Carta apostólica Pro comperto sane, 6/8/1967.
———, Catequesis durante la audiencia general, 23/8/1967.
———, Homilía en el III Congreso Mundial del Apostolado de los Laicos, 15/10/1967.
———, Discurso a los párrocos y a los predicadores cuaresmales de Roma, 26/2/1968.
———, Discurso a peregrinos del Piemonte, 19/3/1968.
———, Constitución apostólica Pontificalis Romani, 18/6/1968: AAS 60 (1968), 369-373.
———, Motu proprio Credo del Pueblo de Dios, 30/6/1968: AAS 60 (1968), 432-445.
———, Mensaje a todos los sacerdotes de la Iglesia católica, 30/6/1968.
———, Meditación a la hora del Angelus, 30/6/1968.
———, Catequesis durante la audiencia general, 3/7/1968.
———, Carta encíclica Humanae vitae, 25/7/1968: AAS 60 (1968), 481-503.
———, Catequesis durante la audiencia general, 31/7/1968.
———, Meditación a la hora del Angelus, 4/8/1968.
———, Catequesis durante la audiencia general, 11/9/1968.
———, Catequesis durante la audiencia general, 30/10/1968.
———, Discurso al Sacro Colegio y a la Curia Romana, 23/12/1968.
———, Catequesis durante la audiencia general, 12/2/1969.
———, Carta apostólica Mysterii Paschalis, 14/2/1969: AAS 61 (1969), 222-226.
———, Discurso a los miembros del “Consilium de Laicis”, 15/3/1969.
———, Discurso a los peregrinos de la parroquia de Isola della Scala en memoria del Card.
Giulio Bevilacqua, 24/3/1969.
———, Constitución apostólica Missale Romanum, 3/4/1969: AAS 61 (1969), 217-226.
———, Constitución apostólica Sacra Rituum Congregatio, 8/5/1969: AAS 61, 1969, 297-305.
288 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

———, Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 25/5/1969.


———, Discurso a los miembros del Episcopado Suizo, 10/6/1969.
———, Carta apostólica Sollicitudo omnium Ecclesiarum, 24/6/1969.
———, Exhortación apostólica Recurrens mensis october, 7/10/1969: AAS 61 (1969), 649-654.
———, Catequesis durante la audiencia general, 10/12/1969.
———, Discurso al Colegio Cardenalicio, 15/12/1969.
———, Discurso a los miembros del Comité Permanente de los Congresos Internacionales
para el Apostolado de los Laicos, 20/12/1969.
———, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede,
12/1/1970.
———, Catequesis durante la audiencia general, 28/1/1970.
———, Carta al Cardenal Secretario de Estado, Jean Villot, sobre el celibato sacerdotal,
2/2/1970.
———, Discurso al Consejo de los Laicos, 20/3/1970.
———, Homilía en la ordenación de 278 nuevos sacerdotes el día de Pentecostés, 17/5/1970.
———, Discurso al Episcopado y al clero de España, 1/6/1970.
———, Catequesis durante la audiencia general, 2/6/1970.
———, Discurso al Congreso Tomista Internacional, 12/9/1970.
———, Discurso al I Congreso Internacional de Institutos Seculares, 26/9/1970.
———, Homilía en la Misa para la proclamación de Santa Teresa de Ávila como Doctora de
la Iglesia, 27/9/1970.
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Iglesia, 4/10/1970.
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———, Discurso a los participantes en la XXXII Congregación General de la Compañía de
Jesús, 3/12/1974.
———, Carta apostólica Lumen Ecclesiae, 5/12/1974.
290 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

———, Homilía en la celebración del XVI centenario de la ordenación episcopal de San


Ambrosio, 7/12/1974.
———, Exhortación apostólica Paterna cum benevolentia, 8/12/1974: AAS 67 (1975), 5-23.
———, Discurso a los miembros del Consejo Nacional de la Acción Católica Italiana,
11/1/1975.
———, Catequesis durante la audiencia general, 15/1/1975.
———, Discurso a los participantes en el Simposio Académico sobre el Cardenal Newman,
7/4/1975.
———, Telegrama al Presidente de la Conferencia Episcopal Suiza, 16/4/1975.
———, Exhortación apostólica Gaudete in Domino, 9/5/1975: AAS 67 (1975), 289-322.
———, Catequesis durante la audiencia general, 21/5/1975.
———, Discurso al capítulo catedralicio de Rottenburg, 7/7/1975.
———, Constitución apostólica Constans nobis, 11/7/1975: AAS 67 (1975), 417-420.
———, Catequesis durante la audiencia general, 23/7/1975
———, Catequesis durante la audiencia general, 6/8/1975.
———, Catequesis durante la audiencia general, 27/8/1975.
———, Meditación a la hora del Angelus, 7/12/1975.
———, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8/12/1975: AAS 68 (1976), 5-76.
———, Catequesis durante la audiencia general, 28/1/1976.
———, Discurso al clero romano, 15/3/1976.
———, Catequesis durante la audiencia general, 31/3/1976.
———, Discurso al Sacro Colegio por los saludos de cumpleaños, 21/6/1976.
———, Catequesis durante la audiencia general, 14/7/1976.
———, Catequesis durante la audiencia general, 8/9/1976.
———, Discurso a los participantes en la reunión de las Conferencias de Superiores Mayores
de Europa, 9/10/1976.
———, Discurso a los representantes de los religiosos, religiosas e institutos seculares,
6/11/1976.
———, Carta apostólica Apostolatus peragendi, 10/12/1976: AAS 68 (1976), 696-700.
———, Carta apostólica Iustitiam et pacem, 10/12/1976: AAS 68 (1976), 700-703.
———, «Pablo VI al R.P. Henri de Lubac, S.J. Nota introductoria del Cardenal Villot»,
Stromata 33 (1977), 127-128.
———, Homilía en la Jornada Mundial de la Paz, 1/1/1978.
———, Mensaje para la XIV Jornada Mundial de las Vocaciones, 1/2/1978.
———, Discurso a los sacerdotes de Roma, 10/2/1978.
———, Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Escocia en visita “ad limina
Apostolorum”, 4/3/1978.
———, Discurso a un grupo de Obispos de Estados Unidos en visita “ad limina
Apostolorum”, 15/6/1978.
———, Discurso al Sacro Colegio por los saludos de su onomástico, 23/6/1978.
———, Homilía en el XV aniversario de su coronación como Sumo Pontífice, 29/6/1978.
———, Pensiero alla morte. Testamento. Omelia, Studium, Brescia 1988.
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———, Su l’arte e agli artisti. Discorsi, messaggi e scritti (1963-1978), Istituto Paolo VI –
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2. Textos del Magisterio de la Iglesia


BENEDICTO XIV, Gloriosae Dominae, 27/9/1748.
BENEDICTO XVI, Mensaje con ocasión de una jornada de estudio sobre el diálogo entre
culturas y religiones, 3/12/2008.
———, Homilía en el atrio de la Catedral, Brescia, 8/11/2009.
———, Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura, Lisboa, 12/5/2010.
———, Carta apostólica en forma motu proprio Ubicumque et semper, 21/9/2010.
———, Discurso al Instituto Litúrgico Pontificio San Anselmo, 6/5/2011.
———, Carta con ocasión del centenario del Instituto Pontificio de Música Sacra, 13/5/2011.
———, Discurso en el encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad,
25/9/2011.
———, Meditación a la hora del Angelus, 2/10/2011.
———, Carta apostólica en forma motu proprio Porta fidei, 11/10/2011.
———, Homilía en la Misa para la nueva evangelización, 16/10/2011.
———, Los Padres de la Iglesia, I. De San Clemente Romano a San Agustín. II. De San León
Magno a San Máximo el Confesor, Agape Libros, Buenos Aires 2008 y 2011.
———, Los maestros, I. Padres y escritores del primer milenio. II. Padres y escritores del
medioevo. III. Franciscanos y Dominicos, Agape Libros, Buenos Aires 2009-2011.
BONIFACIO IX, Superni benignitas, 9/11/1390.
CONCILIO VATICANO II, Documentos, BAC, Madrid 1991.
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, 15/8/1997.
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre la doctrina católica acerca
de la Iglesia para defenderla de algunos errores actuales «Mysterium Ecclesiae»,
24/6/1973: AAS 65 (1973), 396-408.
———, Declaración referente a dos libros del profesor Hans Küng: «Die Kirche» («La
Iglesia») y «Unfehlbar? Eine Anfrage» («¿Infalible?, Una pregunta»), 15/2/1975: AAS
67 (1975), 203-204.
———, Declaración acerca de la cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio
ministerial «Inter insigniores», 15/10/1976: AAS 69 (1977), 98-116.
———, Carta al P. Edward Schillebeeckx referente a su libro «Kerkelijk Ambt» («El ministerio
en la Iglesia», 1980), 13/6/1984: AAS 77 (1985), 994-997.
———, Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” «Libertatis
nuntius», 6/8/1984: AAS 76 (1984), 876-909.
———, Notificación sobre el volumen «Iglesia: Carisma y poder. Ensayo de Eclesiología
militante» del P. Leonardo Boff, O.F.M., 11/3/1985: AAS 77 (1985), 756-762.
———, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación «Libertatis conscientia», 22/3/1986:
AAS 79 (1987), 554-599.
292 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

———, Notificación sobre el libro «Pleidooi voor mensen in de Kerk» (Nelissen, Baarn 1985)
del Prof. Edward Schillebeeckx, O.P., 15/9/1986: AAS 79 (1987), 221-223.
———, Observaciones acerca del documento de la ARCIC II «La salvación y la Iglesia»,
18/11/1988: L’OR, 20/11/1988, 8.
———, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación
cristiana «Orationis formas», 15/10/1989: AAS 82 (1990), 362-379.
———, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo «Donum veritatis», 24/5/1990: AAS
82 (1990), 1550-1570.
———, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia
considerada como comunión «Communionis notio», 28/5/1992: AAS 85 (1993), 838-850.
———, Respuesta acerca de la doctrina de la Carta apostólica «Ordinatio sacerdotalis»,
28/10/1995: AAS 87 (1995), 1114.
———, Consideraciones sobre «El Primado del sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia»,
31/10/1998: L’OR, 31/10/1998, 7.
———, Nota sobre la expresión «Iglesias hermanas», 30/6/2000: L’OR, 28/10/2000, 6.
———, Declaración sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia
«Dominus Iesus», 6/8/2000: AAS 92 (2000), 742-765.
———, Notificación a propósito del libro del Rvdo. P. Jacques Dupuis, S.J. «Hacia una
teología cristiana del pluralismo religioso», 24/1/2001: L’OR, 26-27/2/2001, 11.
———, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los
católicos en la vida política, 24/11/2002: AAS 96 (2004), 359-370.
———, Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la
Iglesia, 29/6/2007: AAS 99 (2007), 604-608.
———, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, 3/12/2007: AAS 100
(2008), 489-504.
———, Carta «Placuit Deo» a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la
salvación cristiana, 22/2/2018.
FRANCISCO, Catequesis durante la audiencia general, 27/3/2013.
———, Discurso a la peregrinación de fieles de Brescia, 22/6/2013.
———, Carta encíclica Lumen fidei, 29/6/2013.
———, Discurso a los participantes en el encuentro internacional por la paz organizado por la
Comunidad de San Egidio, 30/9/2013.
———, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24/11/2013.
———, Discurso a los participantes en un encuentro organizado por la Conferencia Italiana
de los Institutos Seculares, 10/5/2014.
———, Mensaje con motivo del 50 aniversario de fundación del organismo para el diálogo
con las religiones, 19/5/2014.
———, Discurso a los participantes en la Asamblea Diocesana de Roma, 16/6/2014.
———, Discurso en el encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Caserta, 26/7/2014.
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beatificación del Siervo de Dios Pablo VI, 19/10/2014.
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———, Carta encíclica Redemptoris missio, 7/12/1990.
———, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, 25/3/1992.
———, Exhortación apostólica Vita consecrata, 25/3/1996.
———, Meditación a la hora del Angelus, 2/8/1998.
———, Exhortación apostólica Christifideles laici, 30/12/1988.
———, Meditación a la hora del Angelus, 8/8/1999.
———, Carta apostólica Novo millennio ineunte, 6/1/2001.
———, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17/4/2003.
———, Catequesis durante la audiencia general, 25/6/2003.
———, Exhortación apostólica Pastores gregis, 16/10/2003.
SAN JUAN XXIII, Alocución en San Pablo Extramuros, 25/1/1959: AAS 51 (1959), 65-69.
———, Radiomensaje con ocasión de la Navidad, 23/12/1959: AAS 52 (1960), 27-35.
———, Homilía después de la Misa en rito eslavo-bizantino, 13/11/1960: AAS 52 (1960), 958-964.
———, Discurso en el encuentro con el clero secular y religioso de Roma, 24/11/1960: AAS 52
(1960), 967-979.
———, Carta encíclica Mater et Magistra, 15/5/1961: AAS 53 (1961), 401-464.
———, Discurso a los participantes en el II Congreso de Estudio de la Asociación de los Niños
de Acción Católica, 14/7/1961.
———, Constitución apostólica Humanae salutis, 25/12/1961: AAS 54 (1962), 5-13.
———, Motu proprio Appropinquante Concilio, 6/8/1962: AAS 54 (1962), 610.
———, Radiomensaje un mes antes de la apertura del Concilio Vaticano II, 11/9/1962: AAS 54
(1962), 678-685.
———, Discurso en la solemne apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11/10/1962: AAS
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———, Carta encíclica Pacem in terris, 11/4/1963: AAS 55 (1963), 257-304.
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———, Exhortación apostólica Menti nostrae, 23/9/1950: AAS 42 (1950), 657-702.
294 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

———, Radiomensaje navideño, 24/12/1952: AAS 45 (1953), 33-46.


———, Discurso a los participantes en el X Congreso Internacional de Ciencias Históricas,
7/9/1955: AAS 47 (1955), 672-682.
———, Discurso sobre las implicaciones religiosas y morales de la analgesia, 24/2/1957: AAS
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3. Otros libros y artículos


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L’ACTION POPULAIRE, Spes, Paris 1964.
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SAN AGUSTÍN, PL 32, 34, 35, 36, 38, 39, 42.
———, PLS 2.
———, Obras completas, I. Escritos filosóficos (1). II. Las Confesiones. III. Escritos filosóficos
(2). IV. Escritos apologéticos (1). V. Escritos apologéticos (2). VII. Sermones (1).
XIII. Tratados sobre el Evangelio de San Juan (1). XX. Enarraciones sobre los
Salmos (2). XXIII. Sermones (3). XXV. Sermones (5). XXVI. Sermones (6), BAC,
Madrid 19946, 2005, 1982, 19753, 19844, 1981, 19582, 1965, 1983, 1984, 1985.
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———, Expositio Evangelii secundum Lucam.
———, Los seis días de la creación (Hexaemeron), BPa 86, Ciudad Nueva, Madrid 2011.
———, A la muerte de Sátiro, en Discursos consolatorios, FPa 25, Ciudad Nueva, Madrid
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Índice general

Agradecimientos ........................................................................................................................... 3
Introducción .................................................................................................................................. 5

Parte I. PRESUPUESTOS

1. EL OSCURECIMIENTO DE LA CONCIENCIA DE SÍ MISMA


Y LA PÉRDIDA DE IDENTIDAD DE LA IGLESIA ....................................................... 11
1.1. Un riesgo constante ...................................................................................................... 11
1.2. En tiempos de G.B. Montini – Pablo VI ...................................................................... 14
1.2.1. Una «época de confusión y debilidad» ............................................................. 14
1.2.2. Causas............................................................................................................... 20
1.2.3. Llamado a la coherencia .................................................................................. 22
1.2.4. Conocer, amar y transmitir a la Iglesia............................................................ 24
1.2.5. La voz de los teólogos ....................................................................................... 26
1.3. Un problema vigente .................................................................................................... 32

2. CONTEXTO TEOLÓGICO Y ECLESIOLÓGICO PREVIO A


LA PUBLICACIÓN DE LA ENCÍCLICA ECCLESIAM SUAM ...................................... 41
2.1. «El siglo de la Iglesia» ........................................................................................................ 41
2.2. Revisión histórica......................................................................................................... 43
2.3. El paradójico siglo XX ................................................................................................. 47

3. FUENTES DE LA TEMÁTICA ............................................................................................. 59


3.1. Indicios brindados por el propio Pablo VI ................................................................... 59
3.1.1. Los dossiers ....................................................................................................... 60
3.1.2. Dos textos de juventud ...................................................................................... 65
3.2. “Conciencia” en el pensamiento pre-cristiano
y en el desarrollo teológico de la Iglesia..................................................................... 69
3.2.1. Fuentes no cristianas ........................................................................................ 70
3.2.2. La Sagrada Escritura........................................................................................ 74
3.2.3. Los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos ..................................... 88
3.2.4. Desde la Escolástica hasta el Siglo de Oro español....................................... 102
3.2.5. Desde la modernidad hasta el siglo XVIII ..................................................... 113
3.2.6. Los siglos XIX y XX ........................................................................................ 117
3.2.7. El Magisterio próximo .................................................................................... 129
312 LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA EN LA ECCLESIAM SUAM DE PABLO VI

4. EL PAPA DE LA ECCLESIAM SUAM Y SU APROXIMACIÓN ECLESIOLÓGICA...... 133


4.1. Perfil biográfico ......................................................................................................... 133
4.2. Formación humanística, filosófica y teológica .......................................................... 140
4.3. Eclesiología ................................................................................................................ 144
4.3.1. Formación....................................................................................................... 144
4.3.2. Escritos eclesiológicos .................................................................................... 150
4.3.3. Principales rasgos de su aproximación eclesiológica .................................... 155

Parte II. DESARROLLO

5. LA ECCLESIAM SUAM, UNA ENCÍCLICA PROGRAMÁTICA...................................... 163


5.1. Consideraciones generales ......................................................................................... 164
5.2. Estructura y contenido ............................................................................................... 167
5.3. Antecedentes inmediatos de la Ecclesiam Suam ........................................................ 170
5.3.1. La carta al Cardenal Amleto Cicognani ......................................................... 171
5.3.2. La intervención en el aula conciliar sobre el esquema De Ecclesia .............. 172
5.3.3. El discurso inaugural de la segunda sesión del Vaticano II........................... 173
5.4. La Ecclesiam Suam y el Concilio Vaticano II ........................................................... 177
5.5. Recepción de la Ecclesiam Suam ............................................................................... 179
5.5.1. Ecos ecuménicos ............................................................................................. 186
5.5.2. La voz de sus sucesores .................................................................................. 187
5.5.3. Una encíclica olvidada ................................................................................... 189
5.6. La “encíclica del diálogo” .......................................................................................... 195

6. LA CONCIENCIA DE LA IGLESIA SOBRE SÍ MISMA EN LA ECCLESIAM SUAM ... 199


6.1. Significado de “conciencia” ....................................................................................... 199
6.2. Antecedentes en sus escritos previos al pontificado .................................................. 202
6.3. Lugares de la encíclica donde se aborda el tema ....................................................... 217
6.3.1. En la introducción (ES 1-12) .......................................................................... 218
6.3.2. En el capítulo I (ES 13-35) ............................................................................. 219
6.3.3. En los capítulos II (ES 36-53) y III (ES 54-111) ............................................ 219
6.4. ¿En qué consiste la invitación a una toma de conciencia de sí misma? (ES 13-17) .. 221
6.4.1. Una tarea espiritual e integral ....................................................................... 221
6.4.2. La Iglesia, sujeto de la toma de conciencia (ES 17, 29) ................................. 227
6.5. Motivos de dicha invitación (ES 18-27)..................................................................... 230
6.5.1. Necesidad de inmunizarse frente al influjo del mundo (ES 20) ...................... 230
6.5.2. Exigencia de preservarse de peligros internos (ES 21) .................................. 231
6.5.3. Sintonía con un fenómeno característico
de la mentalidad moderna (ES 22) .................................................................. 231
6.5.4. Continuidad con una reflexión sobre sí
que la Iglesia ya viene ejercitando (ES 23-27)................................................ 232
6.6. Frutos de la toma de conciencia por parte de la Iglesia (ES 28-35) ........................... 233
6.6.1. El renovado descubrimiento de su vital relación con Cristo (ES 30-31) ....... 233
ÍNDICE GENERAL 313

6.6.2. La consecución de grandes beneficios espirituales (ES 32-33)...................... 235


6.6.3. Valoración de la importancia del sacramento del Bautismo (ES 34-35) ....... 238
6.6.4. El mejor conocimiento de sí misma y de su dignidad (ES 22) ........................ 240
6.6.5. El deseo de la propia renovación (ES 8, 36ss) ............................................... 241
6.6.6. El impulso a vigorizar su misión evangelizadora en el mundo (ES 9, 54ss) .. 242
6.7. Peligros de la autorreflexión (ES 22) ......................................................................... 244
6.8. La Virgen María, modelo y plenitud de la autoconciencia de la Iglesia .................... 247

Parte III. PERSPECTIVAS

7. PROYECCIONES DE LA TEMÁTICA EN EL MAGISTERIO DE PABLO VI ............... 249


7.1. La fe y la vida de la Iglesia: Petrum et Paulum Apostolos,
Credo del Pueblo de Dios, Paterna cum benevolentia y Gaudete in Domino ........... 251
7.2. La liturgia y la Eucaristía: Mysterii Paschalis y Mysterium fidei .............................. 256
7.3. La Virgen María: Mense maio, Christi Matri y Marialis cultus ................................ 258
7.4. El sacerdocio, la vida consagrada y los laicos: Sacerdotalis caelibatus,
Evangelica testificatio y Catholicam Christi Ecclesiam ............................................ 260
7.5. La misión evangelizadora de la Iglesia: Evangelii nuntiandi,
Populorum progressio y Humanae vitae ................................................................... 266

Conclusiones ............................................................................................................................. 277

Siglas y abreviaturas ................................................................................................................. 281

Bibliografía ............................................................................................................................... 283


1. Textos de G.B. Montini – Pablo VI .............................................................................. 283
2. Textos del Magisterio de la Iglesia ............................................................................... 291
3. Otros libros y artículos .................................................................................................. 294

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