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Los Bienes y Las Exigencias Del Amor Conyugal

Este documento describe los principales elementos del amor conyugal según la Iglesia Católica. Resalta que el amor conyugal requiere fidelidad incondicional entre los esposos, así como la unidad e indisolubilidad del matrimonio. También destaca que el amor conyugal naturalmente se orienta a la procreación y educación de los hijos, aunque los matrimonios sin hijos biológicos pueden vivir plenamente a través del servicio y la caridad.

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Los Bienes y Las Exigencias Del Amor Conyugal

Este documento describe los principales elementos del amor conyugal según la Iglesia Católica. Resalta que el amor conyugal requiere fidelidad incondicional entre los esposos, así como la unidad e indisolubilidad del matrimonio. También destaca que el amor conyugal naturalmente se orienta a la procreación y educación de los hijos, aunque los matrimonios sin hijos biológicos pueden vivir plenamente a través del servicio y la caridad.

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Los bienes y las exigencias del amor conyugal

El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad
inviolable

Por: . | Fuente: Catecismo de la Iglesia

El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de
la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la
afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira una unidad
profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no
tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la
donación recíproca definitiva; y se abre a fecundidad. En una palabra: se trata de
características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado
nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer
de ellas la expresión de valores propiamente cristianos

Unidad e indisolubilidad del matrimonio

El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la


indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los
esposos: "De manera que ya no son dos sino una sola carne" .

"Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad


cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total". Esta comunión
humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo
dada mediante el sacramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe
común y por la Eucaristía recibida en común.

"La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad
personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor".
La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal
que es único y exclusivo.

La fidelidad del amor conyugal

El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad
inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente
los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo
pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, como el
bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad".

Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo a


su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los esposos son capacitados para
representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la indisolubilidad del
matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo.

Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano.
Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama
con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor,
que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del
amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con
frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la
comunidad eclesial.

Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace


prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia
admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos
no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una
nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, s i es posible, la
reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a
vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que
permanece indisoluble.

Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según
las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia
mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se
case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se
casa con otro, comete adulterio": que no puede reconocer como válida esta nueva
unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar
civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de
Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista
esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades
eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser
concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la
Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total
continencia.

Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia
conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda
la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos no se
consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar
en cuanto bautizados:

Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a


perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la
comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el
espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia
de Dios.
La apertura a la fecundidad

"Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal


están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son
coronados como su culminación":

Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de
sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre esté
solo, y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer", queriendo
comunicarle cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo al
varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos".

De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida
familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio,
tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con
el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su
propia familia cada día más.

La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida moral,


espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la
educación. Los padres son los principales y primeros educadores de sus hijos. En
este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al
servicio de la vida.

Sin embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar
una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio
puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio.

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