Dramaturgia en Centro y Sudamérica
Dramaturgia en Centro y Sudamérica
en centro
y sudamérica
Enrique Mijares
compilación y prólogo
TEATRO DE FRONTERA 37
Dramaturgia
en Centro y Sudamérica
Rosa Helena Mahecha Cárdenas • Milena Menco Hita
Ximena Paz Cedeño de la Cruz • Marialaura Salom-Pérez
Araceli Mariel Arreche • Andrés Gallina • Carolina Steeb
Juan Carlos Dall’Occhio
Enrique Mijares
Compilación y prólogo
TEATRO DE FRONTERA 37
Universidad Juárez del Estado de Durango
M.A. Rubén Solís Ríos Rector
Lic. Noel Hernández Director de Difusión Cultural
Dr. Enrique Mijares Proyecto editorial Espacio Vacío
isbn 978-607-99432-2-6
Talleres en Barrancabermeja,
San José y Buenos Aires. Enrique Mijares • 7
Enrique Mijares
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colaborar que conjugan los colombianos para manifestar el binomio
que implica compartir cualquier propósito, que en este caso es creati-
vo: ‘Venga y le colaboro’.
El conjunto de participantes en el ejercicio no podía ofrecer un
panorama más afortunado: Cinco estudiantes de licenciatura en Artes
de la Universidad de la Paz, dos integrantes del Centro Cultural Hori-
zonte, una activista del organismo Mujer Paz Pan y Vida, y el director
de la Escuela de Teatro Las Tablas.
Luego de una labor tenaz a lo largo de quince días de taller al calor
del esfuerzo, la constancia y la puntualidad, los resultados de esa expe-
riencia de libertad quedan frente a la consideración de los lectores y a
la espera de la revelación escénica.
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Milena Menco Hita
Milena elabora un hilarante ejercicio de análisis en donde los niños,
en esa transición que va de la pubertad a la adolescencia, desarrollan
los diversos enfoques de su curiosidad acerca de la sexualidad, la fe-
cundación, la salud y el conocimiento de la fisiología y las experiencias
de una edad en la cual el desarrollo corporal, a un tiempo biológico
y emocional, los conduce a la aventura de orientar sus proyectos de
vida hacia la realización y la madurez. En el trayecto, el divertido texto
“Chimboloco y Chichiliso” nos lleva de la sonrisa a la carcajada imagi-
nando las conversaciones que sostienen millones de espermatozoides
con el óvulo y la vagina, así como las reticencias que el pene tiene res-
pecto al uso del condón. Una experiencia que, por supuesto, tiene por
objeto la reflexión de los infantes, y sobre todo, de los adultos, quienes
crecimos escuchando tabúes y evasivas de nuestros progenitores con
tal de no abordar de lleno y sin reticencias el tema prohibido de la se-
xualidad.
Alejandro Rodríguez.
Alejandro ofrece a la consideración de los lectores un “Círculo suiSida”
que, como ocurre en el juego de la ruleta rusa, el disparo del proyectil
queda librado al azar. Duelo de poder, duelo de venganza, el hilo del
relato es una lanzadera que fluye como el pensamiento irradiante de
quien trata de resolver el torbellino de la existencia y naufraga una y
otra vez en soluciones falsas, porque el laberinto no recuerda el mapa
ni ofrece pistas confiables.
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detalles y sin culpa ni arrepentimiento, como aquellos días de vino y
rosas en que la embriaguez la confundíamos con la felicidad.
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de intercambiar señas de identidad, hacer combinaciones y conjetu-
ras acerca del mundo que compartimos y, del cual, cada uno tiene un
particular concepto. Las reticencias de los participantes, con el agra-
vante de lo desconocido y el retador ambiente de presión que implica
dedicar los esfuerzos a cumplir con puntualidad las tareas durante las
dos únicas semanas establecidas para culminar el proceso, poco a poco
fueros disipadas. Contribuyó a aliviar la tensión el hecho de compartir,
con solidaridad personalizada, la intención común del taller: potenciar
la atención del lector múltiple, el que se intercambia con lo que lee,
que concede a la lectura la cualidad de espejo para hacer con ella re-
cursividad y prolongar la experiencia hasta el propio contexto de vida
personal.
Si bien imbuidos por la influencia de los modelos mentales que
la tradición ha ido incorporando insensiblemente a la conducta coti-
diana –por el entorno que conspira para que tomemos precauciones y
por la preceptiva que nos provee de fórmulas y métodos que, antes de
proporcionar la sensación de seguridad, paralizan el deseo de aventu-
ra, ese riesgo total que es la creación artística, salto al vacío por defini-
ción–; indiscutiblemente talentosos y familiarizados con los códigos
de lenguaje cibernético en uso, a los integrantes del taller no les resultó
difícil renunciar a la zona de confort, esa en la que todos deseamos no
únicamente estar a salvo, sino mantener el control, la completa auto-
ridad que durante milenios la hegemonía ha atribuido a la literatura,
al teatro, al arte en general, como vehículo para dictar cátedra, púlpito
para imponer consignas y exigir obediencia dogmática.
Así, advertidos desde el primer encuentro colectivo, de que la fi-
nalidad primera y última de la creación artística, la teleología del taller
de dramaturgia en el que estaban inscritos, consistía en que, el hallazgo
inicie en el autor y luego sea sucesivamente compartido por cada uno
de los lectores, también creadores, puesto que uno a uno han de ser
tocados, involucrados, concernidos… los participantes fueron elabo-
rando gradualmente, sesión a sesión, textos teatrales en cada uno de
los cuales hay la preocupación constante de expurgar de sus páginas,
de sus parlamentos, de sus acotaciones, los lugares comunes, los jui-
cios de valor, las soluciones fáciles y, en su lugar, incrementar el interés,
buscar lo inédito, la reflexión, la innovación; atender los códigos de
lenguaje, la comunicación digital, hipertextual e hipercultural de hoy,
el cronotopo virtual que opera de manera particular en cada uno de
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los universos paralelos creados ex profeso para la interacción con y la
reinterpretación del lector/espectador.
Como es natural y comprensible, las doce obras dramáticas resul-
tantes que aquí se incluyen, poseen una personal factura, diversa pro-
fundidad y heterogéneo calado en el manejo de los recursos literarios
del drama, características individuales que, por otra parte, favorecen la
particularidad de los enfoques, la multiplicidad de estilos y, en suma,
el atractivo del conjunto.
Silvia Arce
El lenguaje electrónico que utiliza Silvia Arce en la construcción de su
obra “Ctrl + Z”, nos ubica en el centro neurálgico de la comunicación/
incomunicación que se sustenta en el sistema binario de las redes so-
ciales, esa sensación de pertenecer al universo de voces y, al mismo
tiempo, naufragar en el anonimato del ciberespacio. No hay en la ela-
boración, esto es, en la textualidad de esta Red infinita, señales que nos
proporcionen certidumbre acerca de los límites donde los mundos en
colisión se unen o se separan, lo real/virtual se nos ofrece como un
todo sin orillas y sin fisuras, un cronotopo imposible de esclarecer con
las leyes de la física tradicional. Diríamos que se trata de un absurdo
al modo de “Ah, los días felices”, de Samuel Beckett, si no mediaran
varias eras estéticas y unos cuantos gadgets, es decir, si en el ínterin no
se ubicara el abismo electrónico de abstracción/abducción que vuelve
indeterminadas las señas de identidad e inasibles los códigos de len-
guaje actuales.
Kyle Boza
Del génesis al hipertexto, el viaje que plantea el ejercicio dramático de
Kyle Boza, “conSUMO”, transita por vías paralelas entre la exacerba-
ción del mercado de consumo y el vertiginoso desarrollo de la más
sofisticada tecnología. Hay un ingenioso manejo de las estructuras
hipertextuales, suerte de juguete electrónico que en sus recorridos
aleatorios va enhebrando intextualidades bíblicas, económicas, ideo-
lógicas, incluso literarias, cuya riqueza radica en la reflexión y en el
apropiamiento. Es tanto como poner al servicio del usuario/lector/
espectador la diversidad referencial de la navegación ciberespacial,
para que, en el trayecto, se percate de que eso que llamamos decisión
o elección voluntaria, está movida por factores extraños y que, quien
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acciona los hilos, es un ente programador a quien le hemos otorgado
poderes extrasensoriales.
Karina Castillo
Los procesos no arborescentes de la memoria y el olvido van corroyen-
do las relaciones afectivas entre las personas, a un grado tal que la iden-
tidad se diluye para dejar en su lugar no ya un recuerdo entrañable, sino
un fardo, una cosa, un objeto que, si bien nos resulta difícil prescindir de
él, terminamos por vaciarlo de sentido y fingimos superar la ausencia.
En “La edad del olvido”, Karina Castillo encuentra que el Alzheimer,
más que una enfermedad, es un reducto inefable, un hueco, una huella
del tiempo, sin antes ni después, donde privan la lógica del sueño y la
lasitud de la imaginación; y que el intranscurso de esa dulce locura senil
nos brinda la protección que no tuvimos cuando éramos capaces de
recordarlo y de vivirlo todo. Las inquietudes, los remordimientos, las
culpas quedan para los demás, los otros, quienes cuentan los minutos
y los segundos, prisioneros del devenir cotidiano, permanentemente
lastrados por la fatalidad de los plazos, los vencimientos y la caducidad.
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han sido de tal forma trastornados, que las personas tienen hoy, tene-
mos, personalidades múltiples e intercambiables, al grado que llega el
momento en que uno ya no sabe en quién confiar, o mejor dicho, de
quién no desconfiar, porque los extremos no es que se toquen, sino que
la confusión es extrema, los roles sociales están diversificados y no hay
forma de categorizarlos. Dado el enrarecimiento de las corrientes crimi-
nales versus las policiacas, la inseguridad se enseñorea y los ciudadanos
salimos a la calle provistos de un halo de incertidumbre que hace que
nuestro tránsito por el mundo vaya signado por el peligro, un riesgo
ante el cual ninguna cautela o precaución es suficiente. Los asaltos son
eso, sorpresas a la razón, intempestivos, inusuales, inusitados… y ocu-
rren de tal manera eslabonados que es imposible romper su secuencia,
puesto que utilizan los innumerables vericuetos de ese complejo labe-
rinto que es el cerebro humano, capaz de generar situaciones y estra-
tegias al infinito. Luis Armando Lázaro Girón apela, en “El bus de los
cielos”, a la experiencia particular de los lectores, quienes, sin lugar a
dudas, tendrán mucho más qué decir al respecto.
Gabriela López
Migración, la ilusión frente al fracaso, pesadilla, sistema de contrastes
entre el deseo y la imposibilidad. “En tierra de nadie no pasa nada” el
juego de la sinrazón es real, la corazonada, la sospecha, la nula claridad,
la absurda ceguera de la justicia que no se entiende, tiene visos de le-
galidad, pero está movida por la sinrazón. No hay forma de saber si el
tiempo, la dedicación, el sueño y la energía que se invierten en busca de
explicaciones, va a tener algún resultado congruente… La experiencia,
nos dice Gabriela López, es un desafío constante, se piensa que se va a
morir, a enloquecer, a suicidarse a causa de la desesperanza. Al final, no
importa discernir dónde está la verdad, si se ha logrado aprehender lo
vivido o si hay una enseñanza, un aprendizaje, un resultado catártico.
Lo único que cuenta es hablar de lo inaudito, relatarlo, no para encon-
trar respuestas o para hallar aclaraciones, sino por el simple propósito
de comunicar la huella, el hecho de haber sentido, conocido, presen-
ciado las circunstancias adversas vividas, sin que nadie nos diga por
qué nos impiden la libertad, para qué nos mantienen en aislamiento,
cuáles son los motivos por los que nos acusan o si se trata de una mas-
carada de control antidroga, antiterrorismo, anti filtraciones políticas
o ideológicas.
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Alejandra Marín Solera
En medio de los llantos, los gritos, el ruido de hospital, la contamina-
ción sonora de la urbe en hora pico, el estrépito de la industria pesada,
Alejandra Marín Solera se sumerge en un “Estruendo de silencio”, un
reflejo condicionado de la soledad sin límites, esa quietud de intrans-
curso que produce una estática en la que cabe todo el bullicio del mun-
do. La batahola silente hace perder el rumbo a los moradores de un edi-
ficio en el que la mayoría de los habitantes está ausente. Un triángulo de
seres aislados se empeña en dar explicación a los propósitos que que-
daron varados en el sueño o permanecen truncos a causa de la muerte.
La arquitectura es surrealista, solo obedece a la virtualidad onírica, al
cronotopo de esa suerte de locura donde la lógica no está en el discurso
sino en la interpretación y donde la imaginación no conoce otros lími-
tes que los de la duda, los de la relatividad, del dilema cotidiano y las
innumerables respuestas de cada uno.
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nos dice Bernardo Mena Young, la reflexión es inminente y prolife-
ran las preguntas: ¿Cuál es la estructura de la existencia? ¿La suma de
las partes que componen el cuerpo humano, brazos, piernas, manos,
cabeza; es una simple funcionalidad biológica? ¿Los complejos pro-
cesos del cerebro, esa caja negra que registra puntualmente la travesía
y en la que se acumulan recuerdos, pensamientos, datos, cifras, infor-
mación, conocimiento; se procesan decisiones, respuestas, estrategias,
interpretaciones, imaginación, creación; se distribuyen y administran
sentimientos, emociones, deseos, placer, tristeza, dolor? ¿Las redes de
interacción e interlocución con el entorno, personas y objetos, natura-
leza y cultura, identidad individual y conducta comunitaria, con todos
los usufructos y la diversidad de responsabilidades que ello implica?
No importa lo únicos, intransferibles y autónomos que nos conside-
remos, estamos habitados por una multitud, somos hipertextos vivos,
por lo tanto, abiertos a la exploración del propio cibernauta o alter ego
que nos acompaña incluso más allá de la muerte. Somos “Las huellas”.
Marialaura Salom-Pérez
Desde las encrucijadas de la mujer en relación con los modelos hege-
mónicos, a partir de monólogos que se detienen en diversos casos de la
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condición de féminas enfrentadas, en cuanto su conducta se separa, al
menos un ápice, del canon binario, a una sociedad cifrada en paradig-
mas mentales, juicios de valor, etiquetas y discriminación, Marialaura
Salom-Pérez construye “Mujeres anónimas”: una dilatada sesión de
confesiones; sinceridad que sacrifica la intimidad con el propósito de
encontrar eco en la camaradería, en la solidaridad de género, en la so-
roridad. El matrimonio como grillete que las ata al régimen machista.
El imperativo de la imagen esbelta y la piel que no ofende con su copio-
sa transpiración. El dilema ante un embarazo no deseado. La reflexión
acerca de las consecuencias de marginación y sufrimiento por el cáncer
de mama. La devaluación de la identidad a causa de una situación de
incesto. La bisexualidad como un asunto de asunción personal. La in-
defensión de las víctimas de estafa frente a la asimetría de la justicia y la
consecuente impunidad de los embaucadores.
Bryan Vindas
Asesinos seriales, crímenes multitudinarios, la irrefrenable devalua-
ción de la existencia por obra y efecto en cadena de la violencia actual.
Nadie está seguro en ninguna parte. No hay remansos de paz en medio
de la guerra. El mundo es un carnaval, no el de Celia Cruz, sino el de
Bajtín, ese en el que los disfraces no ocultan ni delatan las verdaderas
intenciones de los seres humanos que los portan. Todo lo contrario, la
mascarada es otra realidad, una dimensión paralela, cuántica, ubicada
en los hoyos negros, en la teoría de la incertidumbre, de la relatividad,
del caos, de una cierta simulación donde la ironía es el último rictus
de la agonía y el sarcasmo tiene el volumen de un himno final, el de
la muerte de la tranquilidad. Más que Absurdo al estilo tico, más que
pesimismo a ultranza, el texto de Bryan Vindas, “Una historia violenta
volumen 1: Discusiones a medianoche con el gato”, trata del oxímoron
de Garrick, aquel actor británico que, al decir de Juan de Dios Peza,
había aprendido a reír con llanto y también a llorar con carcajadas.
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bre abovedada de la capilla Sixtina. Merced a ese fenómeno inefable
que Deleuze llama ‘pintar las fuerzas’, es que los comunes mortales
podemos percatarnos de la magnitud insondable que media entre la
plegaria de los iniciados y la relatividad eternizada en las imágenes de
Buonarroti para el disfrute del observador.
El desarrollo de los talleres invariablemente es una aventura aso-
ciada con hallazgos e innovaciones. No podría ser de otra manera. Si
creación es génesis, es fabricar algo de la nada, es elaborar lo inexisten-
te, es producción de sentido, es parto, es sorpresa, los resultados del
taller de dramaturgia realizado en el Fervor teatral de Buenos Aires, en
el invierno de 2015, son obra de la libertad creadora de ocho drama-
turgos que se avienen a vivir la experiencia de un ejercicio cuya teleo-
logía va más allá del aprendizaje, aspira a la realización estética, al meta
aprendizaje, esa apuesta volitiva en la cual se empeñan los escritores de
literatura dramática al crear arte teatral.
Contrario a lo ocurrido en talleres anteriores, es innecesario di-
lucidar al inicio una propedéutica de premisas y coordenadas, de ca-
tegorías técnicas y metodológicas comunes, porque en esta ocasión
se cuenta con una plataforma ideal dada a priori gracias a los buenos
oficios de Jorge Dubatti, quien se ha tomado la molestia y el tiempo,
no para realizar una convocatoria abierta luego sujeta a insaculación o
muestreo en base a méritos, sino que ha corrido invitaciones específi-
cas de acuerdo a su ojo clínico, su pericia académica y su conocimiento
del vasto medio teatral argentino, hasta conformar un hipertexto hu-
mano de ocho creadores, cada uno con mayores méritos que el otro y
con absoluta disposición para abordar la odisea.
La mera mención de las trayectorias resulta gratificante, la mayoría
tiene obra en cartelera, o recién termina o está por iniciar temporada;
todos han publicado y han merecido galardones; algunos de sus tex-
tos han sido traducidos, incluso estrenados en otras latitudes. Por su
formación académica son diestros en métodos de investigación, herra-
mientas indispensables en todo acto creador. Así, una vez concluidas
las presentaciones y expuestos los proyectos en atención a las respues-
tas de cada cual a las sencillas preguntas de qué, para qué y para quién
–cuyo objetivo esencial radica en enunciar tema, propósito y estruc-
tura, para desde ahí catapultarse al vacío–, no queda sino establecer el
calendario con el horario en que cada uno ha de acudir diariamente a
las sesiones individuales durante las dos semanas por transcurrir. Lo
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imperativo es ponerse a trabajar de inmediato.
Todos los talleres que me ha tocado en suerte coordinar se basan
en el pragmatismo, así, desde el primer momento los ocho integrantes
del taller se dedican a ‘laburar’ de manera exhaustiva a fin de concluir
la redacción de un texto teatral en el transcurso de quince breves días,
mismos en que el encargado del taller se limita a disfrutar el privilegio
de presenciar en acción a los talentosos participantes que, provistos de
la intuición, el instinto y la innovación, transitan los diversos caminos
de la libertad, sin que ninguna preceptiva los distraiga de esa aventura
hacia lo desconocido que es el fenómeno convivial escénico.
Virtual convidado de piedra, testigo silencioso, sesión a sesión, el
coordinador del taller constata los avances de sendos textos teatrales
donde los personajes, en una torrencial explosión de fuegos de artifi-
cio, rizoma a rizoma van despojándose de los falsos pudores del canon
social y, ya sin reticencias, se atreven a decir lo que callan, a revelar a
borbotones sus móviles ocultos, a confesar sin adornos ni eufemismos
sus resortes íntimos.
La invaluable experiencia del taller está plasmada en los ocho textos
terminados, sin correcciones ni añadidos porque, dada su contunden-
cia y madurez, han reducido el papel del coordinador al modesto oficio
del editor que a duras penas se encarga de corregir gramática y estilo.
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Íntegra, lúcida, reflexiva, Elsa Sánchez es parte de un hipertexto
donde se analiza el dilema de la postura política ante los imperativos
del amor filial y el conyugal. Para hacer el balance de su existencia trá-
gica, el recuento de los daños, ella, sus voces interiores, su monólogo
recursivo se fragmenta en un coro que, a la manera hipocrática, revi-
sa los malhadados acontecimientos desde sus contrastantes y a la vez
complementarios temperamentos: Sanguíneo, Melancólico, Flemáti-
co y Colérico.
Elsa y las testimoniantes, ella a cinco voces, virtual estrella de cin-
co puntas rielando en el universo de las historias benjaminianas, pres-
cinde de la oficialidad estéril y tendenciosa, para tornarse polifonía de
Bajtín poéticamente humana, habitada por los testimonios airados de
Federico García Lorca que grita hacia Roma para imprecar a Pío XII
por la impasibilidad con la cual tolera los excesos del fascismo, vale
decir, un grito, un alarido y a la vez una súplica, hacia todas las direccio-
nes del planeta en contra de cualquier manifestación de autoritarismo,
de dictadura, de poder omnímodo.
Elsa Sánchez de cuerpo entero, en el ostracismo, recluida en el
chalecito de Beccar, plena de sí, cercada en su epidermis1, tránsito dia-
lógico de revisar la existencia propia desde la múltiple argumentación
de la conciencia, desde el contrapunto jazzístico de la diversidad de
criterios que baraja la mente mientras intenta dilucidar el sentido de
una existencia cruzada por el torbellino de sufrimientos político socia-
les y gozos doméstico familiares. Elsa Sánchez, poniendo en vigencia
la memoria civil de Argentina al servicio paradigmático de la memo-
ria global de la ignominia, cierra su balance en el instante crucial de la
agonía, con una radical trasposición del himno nacional: “Coronados
de gloria vivamos / ¡o juremos con gloria morir!”, que es a la vez canto
de amor, de libertad y de esperanza: “¡O juremos con gloria VIVIR!”
Ricardo Dubatti
Estudiante avanzado de la Carrera de Artes en la Universidad de Bue-
nos Aires, miembro de la Asociación Argentina de Investigación y
Crítica Teatral, músico, dramaturgo, traductor de textos de Eli Rozik
y Olivier Py, colaborador en la versión de obras teatrales de Alfred
Jarry, crítico, investigador, compilador, editor, periodista cultural, his-
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Alusión al poema Muerte sin fin de José Gorostiza.
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toriador, Ricardo Dubatti se desempeñaba entonces como Becario en
el Departamento Artístico del Centro Cultural de la Cooperación, y
como curador de festivales de teatro Novísima Dramaturgia Argenti-
na. Ignacio Apolo, Ignacio Bartolone y Mariano Tenconi Blanco eran
sus mentores en el ámbito de la literatura dramática.
“Los campos de batalla” es el relato del descenso a los infiernos
que realiza el célebre fotógrafo Robert Capa en busca de su mujer, la
igualmente famosa fotógrafa, Taro.
Prólogo y Epílogo de la obra se ocupan de la muerte de Capa. En
el primero, el agonizante alucina que su pierna, desprendida del resto
de su cuerpo a consecuencia de la metralla, le recuerda a la amada per-
dida, la llama de esa manera: Taro. La contempla, quiere absorberla.
Le saca las ropas que le quedan y siente que su piel está aún muy sua-
ve debajo de toda la sangre y el polvo. La imagen recuerda la bóveda
de Bounarroti, la Creación, el momento en que el dedo de Dios está
a punto de tocar el índice de Adán, un Adán cuya flexionada pierna
izquierda, de la rodilla al tobillo, semeja el cuerpo desnudo de Eva;
difuminados se adivinan el pecho, la cintura, las caderas, los muslos
ebúrneos de la mujer… Es Adán dando a luz a Eva, Es Eva surgiendo
de Adán. Cavando como puede en la arena, Roberto Capa intenta, con
abnegación, darle sepultura. Un fogonazo de luz amarilla, virtual flash,
enceguece nuestra mirada y, al mismo tiempo, captura la imagen que
habrá de ser revelada en el epílogo: El soldado muerto, sus cosas alre-
dedor: la cámara rota, la foto de tres personas en la playa, un cuaderno.
En el ínterin, entre el prólogo y el epílogo, ocurre el dilatado re-
corrido kafkano, burocrático, estratificado, vale decir: la pesquisa de
Orfeo que desciende al Hades para encontrarse por última vez con
Eurídice. El trayecto es un ‘proceso’ en constante ‘metamorfosis’, un
laberinto al cual se accede a través de innumerables puertas de oficina,
de ventanillas de registro. Una y otra vez, hay que llenar planillas, in-
troducirse en ocasiones sucesivas a imágenes seductoras fotografiadas
por el protagonista y su amada, ocupar los espacios imposibles captu-
rados por artistas famosos en pinturas que se exhiben en importantes
museos. Se trata de una estructura hipertextual donde el ‘buscador’
realiza múltiples enlaces literarios, pictóricos, fotográficos que lo pre-
cipitan a situaciones inopinadas que él ha de enfrentar con entereza;
un hipertexto donde el indagador Roberto Capa recurre a incontables
intertextos con tal de reconstruir, en la memoria digital de su agonía
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y a pesar de que el delirio dura solo un instante, la historia de su amor
por Taro, un romance cuya persistencia es superior a la muerte.
Andrés Gallina
Poeta, investigador teatral, Premio Internacional de Ensayo Tea-
tral-CITRU 2015, Andrés Gallina debe su formación profesional a dos
importantes experiencias de aprendizaje, la Residencia Internacional
de Dramaturgos LABRA, Atlántida, Uruguay, 2014; y el Seminario In-
ternacional de Dramaturgia, Panorama Sur, en el marco del Festival
Internacional de Buenos Aires 2015.
Idílico, conmovedor, el texto “Las surfistas” tiene la fuerza arrolla-
dora de una ola gigante donde viene montado Aguaviva, el Poseidón
miramarense, personaje legendario que, de acuerdo a la persistencia
de la memoria, forma parte del imaginario popular y que, al decir de su
hija, la silente Pomol –“Yo adentro del sueño puedo hablar”–, a quien,
merced al recurso del autor para generar un mundo paralelo consa-
grado a mantener vigente y fresca la epopeya del padre, escuchamos
decir: “[Aguaviva es] patrimonio local, el primero al que se le ocurrió
que una ola podía transportar gente, el que inventó eso de viajar del
fondo a la orilla arriba de una madera.”
Madre e hija son las cuidadoras del templo, las sacerdotisas, no
únicamente de la pileta donde Aguaviva, dios del océano, decide mo-
rir –vale decir, decide regresar al amnios materno, el líquido dulce de la
fuente Castalia que garantiza la eternidad–, sino las celosas guardianas
del pequeño paraíso terrenal, de esa entrañable Atlántida minúscula,
de ese edénico reducto natural que asiste al momento crítico en que
una supuestamente civilizadora avalancha de cemento armado amena-
za caerle encima y sepultarlo bajo toneladas de especulación turística.
En la advertencia acerca de las calamidades que puede traer el pro-
greso a ultranza, radica el propósito social, el mensaje de advertencia y
petición de auxilio que lanza al mundo “Las surfistas” de Andrés Ga-
llina, solo que el autor, al hacer la apología de ese rincón virginal, no
escatima recursos literarios hasta crear imágenes propias del gran fabu-
lador que es, al inventar ora una zaga hasta hoy desconocida de Las mil
y una noches donde Evita se convierte en sirena –“Evita se sobresaltó
y se tiró al agua. Tenía un vestido precioso, un traje verde agua […]
unas faldas tubo por debajo de las rodillas, […] y unos zapatos boca de
pez […] Evita remó y volvió sin mojarse el rodete”–; ora una versión
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inédita del realismo mágico de Gabriel García Márquez relatando la
vez que José Arcadio Buendía, maravillado ante un trozo de hielo, “un
enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales
se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo […]
se atrevió a murmurar: –Es el diamante más grande del mudo.” (García
1967 27), cuando Pomol habla de la primera tabla de surf: –“Esta fue
la primera madera. Nadie sabía para qué servía. […] Hasta que llegó
el Aguaviva los miramarenses teníamos todo el mar desperdiciado”–;
ora una nueva serie de las pinturas de René Magritte donde parejas
de enamorados peces–humanos exhiben su idilio en las playas de un
universo exclusivo –“Camarón y Pomol se acuestan en la arena miran-
do el cielo. Camarón se acerca y le da un beso con la capucha del traje
puesta. Vuelven a mirar el cielo unos segundos. Sopla viento sur.”
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personajes múltiples e intercambiables, y durante el desarrollo se van
diversificando en Simone y Jean Paul, sí, esa pareja emblemática del
feminismo y del existencialismo, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sar-
tre, que, además de aportar su presencia, hipertextos al fin, actualizan
y ponen en vigor las infinitas vertientes de sus procesos ideológicos, a
la vez que entrelazan sus pensamientos políticos con todas aquellas es-
trategias de la conciencia social que el individuo emplea al enfrentarse
con el autoritarismo radical y el desmesurado culto a la personalidad.
Es notable la sutileza con que el discurso de “Chesterfield sofa ca-
pitonné” aborda los puntos neurálgicos de las sociedades actuales, la
crítica al mercado de consumo y las asimetrías de los roles sexuales,
raciales, culturales: “antes habían dicho: “Para educar al pueblo bien
y barato nada mejor que las mujeres”, y me quedé pensando si era una
frase con la que me discriminaban o me elogiaban.”
No hay revelaciones explosivas ni ataques desde la desmesura y la
imposición, mucho menos panfletos o consignas, solo citas selectas,
intertextualidad invocada desde una perspectiva analítica, alusiones a
asumir posturas polifónicas, a pensar, no en la diferencia ni en lo dis-
tinto, sino en aceptar la diversidad que somos. Su aparente inocencia
inofensiva no hace sino magnificar la efectividad devastadora de su
denuncia, acaso velada, acaso tangencial, siempre inteligente, incisiva,
contundente: “Hay un momento en que me pregunté por qué los po-
derosos de este mundo –y no puedo dejar de pensar en los funciona-
rios del actual gobierno de la ciudad– persiguen a los maestros, ¿por
qué aparece esta idea de perseguir a los maestros normalistas, de des-
aparecerlos?”
Debajo de cada palabra, en el interlineado, entre cualquier frase se
esconde un índice de fuego que condena la asimetría y la injusticia, la
postura política esta ahí, solo es cuestión de cribarla en medio de un to-
rrente verbal cargado de sentido. Aunque, ya se sabe, no hay más ciego
que quien no quiere ver: “Vayan a ver cómo ustedes solucionan el asun-
to de los indigentes en este país; aquí no puede haber violencia y mucho
menos violencia dispareja, siempre nos han guiado las proporciones.”
Eugenia Pérez Tomas
Docente en la Escuela de Teatro del Colegio de la Ciudad y coordina-
dora de talleres de escritura, Eugenia Pérez Tomas escribe, actúa y di-
rige teatro. Su formación en dramaturgia la vincula con Ariel Farace y
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con la Escuela Metropolitana de Arte Dramático de Mauricio Kartun.
La reflexión onírica cobra consistencia temática. Es posible que
tal aseveración respecto a “Diarios polares”, de Eugenia Pérez Tomas,
parezca un enunciado ilógico o descabellado. ¿No es esa precisamente
la naturaleza de los sueños: densidad y fuerza en su ingravidez e im-
permanencia? ¿Acaso no eso, inconsútil e inaprensible, es lo que jus-
tamente nos seduce del universo surrealista en donde las imágenes
perturbadoras son las que contribuyen a dilucidar, o por lo menos, a
poner en perspectiva las diversas opciones que nos plantean los dile-
mas de la existencia?
Mediante una envidiable facilidad para generar imágenes podero-
sas, el texto de Eugenia es un laberinto a través de los innumerables
ojos de Argos que, mientras unos vigilan, otros transitan por las diver-
sas escalas de profundidad del sueño mítico, generador de leyendas fa-
bulosas, universos paralelos imposibles y a la vez perfectamente fácti-
cos cual arquitecturas retráctiles de M. C. Escher; espacios paradójicos
que desafían los modos convencionales de representación; personajes
mitad dragón o Pegaso; unas veces deseos insatisfechos, otras, obse-
siones recurrentes.
“Diarios polares” es también una aventura fuerte de gran aprendi-
zaje, caos, incertidumbre y complementariedad cuántica –“Soy hija de
la física y de la ficción”–, a través del laberinto onírico que apenas cabe
en el diario que lo contiene –“Dentro de este maletín están todos los
días de mi vida”–, que no siempre atinamos a escribir al despertar y que
podría tal vez ayudarnos, fugaz recordatorio, a recuperar la lucidez en
el insomnio, una vigilia fortuita que no es sino otra manera de soñar.
El torrente de figuras, la catarata de imágenes, la acumulación de
descripciones, la familia, los amigos, la maternidad, la orfandad y el
mundo todo no pertenecen al entorno real y cotidiano de Manuela,
sino que son proyección infinita de su pensamiento autónomo, hiper-
texto ella misma, su doble y su hija, Anita, –“Ella piensa que pienso que
soy ella”–, ella misma y las mellizas coloradas que se expresan con una
sola voz, Manuela que se fragmenta en una miríada de filamentos de
luz que irradian a la deriva: “el futuro está en un ovillo del presente…”
“Corro agarrada de la mano que me lleva como una cometa…” “Nazco
dos veces…” “el mapa del polo parece un ojo. Nos mira…” “El tiempo
pasa dando pasos falsos…” “Yo tenía su edad cuando se incendió mi
corazón…” “Mi biografía es un pájaro…” “Lo que queda es un niño,
26
ese niño es un oso, un maletín con cartas, un bebé, un esquimal. Soy
yo. Hay una vida nueva entre las formas viejas. Es ella. Nosotras ama-
mos así.”
Mitología griega, Shakespeare, Calderón de la Barca, Ciencia fic-
ción, juegos electrónicos, Runa –“la fotógrafa que atraparon en la fron-
tera y quedó presa en otra lengua país”–, Las mil y una noches, Dragon
Ball, ninguna referencia, ningún intertexto escatima el alud de imáge-
nes que es el viaje interior “Diarios polares”: “quizás si nombrara todo
lo que tengo y veo alrededor, recién ahí y por oposición, podría dar
cuenta de la ausencia y de todo el gran resto que podría ser la nada. Así
entender todo lo que no nombro como lo que realmente me persigue”.
Mariano Rapetti
Actor, director, performer, con estudios de poesía, actuación, direc-
ción, teatro de la voz, antropología teatral y experimentación escénica,
la formación como dramaturgo de Mariano Rapetti proviene de los
maestros Alejandro Tantanián y Ariel Barchilón, y a los talleres de Ma-
riano Tenconi Blanco e Ignacio Bartolone.
Si Platón habla de política, poder y gobierno en la caverna de El
banquete, y de género, sexualidad y diversidad en el andrógino de La
república, el texto de Mariano Rapetti, “Los ríos corren en reversa”,
ausculta el proceloso horizonte del futuro poniendo en la balanza la
conducta de los seres humanos mediante una suerte de vuelta a las ca-
vernas donde se entrecruzan los diversos mitos de la supervivencia,
desde los más elementales, relacionados con el alimento, la vivienda,
el vestido, el sexo, la familia; hasta los que aspiran al desciframiento de
la propia existencia, la vocación gregaria, el imperativo de la comuni-
cación, el sentido social, la organización política, el mercado de consu-
mo, la acumulación de basura, el calentamiento global.
Lo que comienza siendo una simple lección de anatomía, deviene
de inmediato en una discusión ontológica respecto a la añeja discusión
entre destino y albedrío, esto es, entre la tragedia binaria y la diversi-
dad irradiante. En este último caso, como en Las aves de Aristófanes,
mientras todo está modificándose, metamorfoseándose, el individuo
trata de fundar una nueva ciudad, un nuevo mundo: “Los ríos corren
en reversa.” “El país es otro. El mundo es otro.” “Quizás no atardezca
nunca en el nuevo mundo.” “Los mitos y los tabúes son del pasado.” “Es
necesario refundar nuestras relaciones.”
27
Igual que la condena de Sísifo, la ingrata tarea civilizadora del indi-
viduo tiene que volver a comenzar en cada ocasión, un eterno retorno
que se muerde la cola para que cada ciclo se consume y se renueve en
sí mismo y sin cesar. El riesgo, por supuesto, estriba en la decadencia
o involución genética, fenomenología relacionada con esa regresión a
la que se refiere Gabriel García Márquez cuando habla de los hijos con
cola de cerdo en Cien años de soledad, o Franz Kafka que transforma en
escarabajo al rebelde Gregorio Samsa en Metamorfosis, y que el texto
de Rapetti convierte en Niño Rata al Dante del porvenir incierto de
la humanidad: ‘Una autopista hacia el fuego’, a la vez reducción que
sublimación, infinita transformación de la materia.
Patricio Ruiz
La experiencia como creador apenas cabe en los –entonces– escasos
26 años de Patricio Ruiz: actor, director, narrador, poeta, egresado de
Dramaturgia en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático bajo la
dirección de Mauricio Kartun.
Más que una simple trasposición o relectura de la Antígona clási-
ca, la obra redactada en el taller por Patricio Ruiz, “En tu pelo”, cumple
una vigencia hipertextual al ocuparse de los asuntos acuciantes de una
realidad cargada de violencia y discriminación, una realidad sembrada
de cadáveres insepultos, poblada de desaparecidos fantasmales y don-
de las diversidades de todo tipo –no solo relacionadas con preferencias
sexuales– son consideradas aberrantes por cuanto no coinciden con
los cánones a que son tan afectas las altas instancias del poder, esto es,
aquellas dictaduras o hegemonías sustentadas en el paradigma binario.
De esa clandestinidad arcaica obligada a refugiarse en lo alto de
la serranía, de ese microcosmos a donde no llega el tendido eléctrico
y por lo tanto hay que obtener energía mediante métodos rudimenta-
rios, de ese aislamiento en el que se dan cita “infierno, carne y mundo”
–alegorías o potencias a que alude Sor Juana Inés de la Cruz en sus re-
flexiones poéticas– de ese Lugar sin límites –magistralmente explora-
do por José Donoso– de ese coro de bruj@s compuesto por La Nona,
La Parca y La que Sí –aquelarre marcadamente shakesperiano– habla
la Antígon@ cumbiera protagonista de “En tu pelo”.
A pesar de estar apartado de la ‘civilización’, lejos de ser un reman-
so de paz, este Olimpo bailable es un reducto infernal que finca en la
ilegalidad las reglas asimétricas de un El Creonte que se ha encumbra-
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do por medios aviesos y desde las alturas, en el ejercicio panóptico de
la doble moral y la hipocresía, condena a los Otros juzgándolos distin-
tos, tachándolos de transgresores –hombres de pelo en pecho que vis-
ten de mujer: “Travas transpiradas y peludas. Viejas brujas teteronas.
“Ni varón, ni mujer, ni XXY ni H2O” Tienen tetas que amamantan y
barba, pijas que acaban y labial”–, sin percatarse de que él vive de ellos,
él comercia con ellos, él los obliga a darle ‘servicio’ sexual, esto es, El
Creonte no es tan diferente de aquello que condena en quienes consi-
dera sus viles subordinados y a quienes llama criminales.
Andrea Urman
La experiencia literaria de Andrea Urman radica especialmente en la na-
rrativa: cuentos infantiles, críticas y narraciones para adultos. De acuer-
do a sus estudios académicos como psicoanalista por la Universidad
Nacional de La Plata, además de su práctica profesional y en evidente
parentesco con la actividad teatral, Andrea ha coordinado grupos de
psicodrama con pacientes oncológicos. Su formación como dramatur-
ga es atribuible a la esmerada conducción de Gabriel Báñez, Mauricio
Kartun, Tato Pavlovsky, Febe Chávez, Ignacio Apolo y María Negroni.
Compendio de aprendizaje y creación, “Arida” es sorpresa conti-
nua al bucear en el insondable océano del alma femenina y darse cuen-
ta de que, detrás de la pantalla de convencionalismos y dogmas que
configuran la supuesta realidad cotidiana, existen hallazgos insospe-
chados, móviles ocultos, resortes secretos y que a los personajes no les
queda otra salida que decir lo que, ya sea por costumbre o por imposi-
ción cultural, normalmente callan.
Tras el aspecto aparentemente inofensivo de una anécdota trivial,
de un planteamiento espaciotemporal común, el mundo que confor-
man las dos mujeres–espejo, Adira y Arida, madre maltratada e hija
cleptómana, se dilata y metamorfosea, se fragmenta e irradia, se con-
trae y paradójicamente se multiplica, es el momento de bajar a las pro-
fundidades de una realidad condicionada por la tradición y la ley, por
el culto y la costumbre, es decir, dejan de ser casos particulares y ais-
lados para magnificarse como problemas sociales relacionados con la
condición de la mujer frente a una realidad machista, cosificadora y
abusiva, en un mundo donde el ancestral desequilibrio económico, la
falta de movilidad social y las nulas oportunidades laborales posibili-
tan la marginación y la conducta periférica o borderline.
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Las revelaciones se suceden sin descanso, torrenciales, implaca-
bles, devastadoras; cada una de las situaciones es fractal que propicia
la reflexión; los parlamentos, las palabras, incluso los silencios, explo-
ran, sin cortapisas ni pudores falsos, la condición de la mujer someti-
da, como permanentemente está, a causa de imperativos religiosos y a
normativas judiciales de riguroso acatamiento.
Aunque cumplen propósitos lineales acordes con la cronología
del devenir diario, las escenas son enlaces al parecer ingenuos de un
hipertexto que se despliega arrojando dardos de denuncia y reclamo
desde la voz de las mujeres hacia todos los puntos cardinales, hasta
abarcar el orbe actual.
Arida y Mariela roban por inconformidad, les incomoda el rol que
les ha tocado vivir en una sociedad represiva. Mariela roba porque es
pobre, porque se caga de hambre, porque les tiene que dar de comer a
sus hijos, pero le complace tener bebés, aunque ni recuerde y ni sepa
quiénes son los padres. Arida roba porque le disgusta estar atada de
manos a un destino prefijado; roba porque no quiere estar unida en
matrimonio ni procrear hijos que no desea; roba para apropiarse de
todo aquello que simboliza su derecho y su voluntad personal. Adira
es la resignada madre y abnegada esposa en frágil equilibrio entre el de-
ber y la pasividad; una madre que permite el insultante menosprecio, el
maltrato y la hipocresía del marido. Azucena es la madre ejemplar que
lo da todo por sus hijas: “las hijas son como gorriones. Las palabras tie-
nen que ser suaves, porque podemos herirlas, como a los huevitos de
los gorriones. Cuando los huevitos se rompen, no se pueden arreglar.”
Por su parte, las psicólogas encargadas de la salud mental de Arida
representan dos polos en el arco voltaico entre la irresponsabilidad y
el profesionalismo. La licenciada Cerdán se desentiende, no le interesa
indagar en la psique de una ‘enferma’ imposible de tratar. La licenciada
Bissutti, en cambio, accede a que Arida ocupe su lugar, es decir, desde
una aparente distancia, propicia que sea ella, la paciente, quien se ocu-
pe de explorar su propia inconformidad ante la vida, quien descubra
sus impulsos más recónditos, quien investigue las razones y las causas
de su ‘conducta delictiva’ irreprimible.
Nada de lo que “Arida” contiene, inicia ni concluye, todo es rizo-
ma, es decir, está en medio y, no obstante, es diáspora que dispara sus
dardos al infinito y abre un cúmulo de opciones para que sea cada lec-
tor/espectador quien lo prolongue y se involucre desde su propio con-
30
texto de experiencia. No hay final posible, nada concluye ni se detiene
en definiciones, etiquetas o clasificaciones. El texto no se agota ni pre-
tende aclarar para que no se oscurezca, sino que trata en todo momen-
to de aprender lecciones. Es un viaje que enseña a descubrir puertas.
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que los personajes confiesen sus resortes inescrutables y que resuene,
estentóreo o en discretos murmullos, lo que normalmente callarían.
Carolina Steeb
Narradora, poeta, dramaturga, asistente de dirección, graduada de la
Diplomatura en Dramaturgia de la UBA, por su texto “De-construc-
ción”, pocos días después de terminado este taller, Carolina Steeb ob-
tiene el Premio de obra de teatro, atendiendo a una convocatoria cuyas
características estipulan: ‘dos personajes, sin acotaciones’.
“De-construcción” es un texto que levita, que expresa con sutileza,
en susurros, con monólogos interiores similares a la confesión desbor-
dada de Molly Bloom, por medio de los cuales el sentimiento se libera
de ataduras y busca argumentos válidos para explicar esa descomposi-
ción, ese proceso ineluctable de la violencia en la que gravita, atrapada,
una pareja de hoy.
Ella y Él no se miran a la cara, no hablan directamente para el otro,
sino que liberan la presión mediante un silencioso mecanismo de pen-
samiento que no aspira al diálogo imposible entre dos gladiadores
enzarzados en la incomunicación, inmersos en ese monstruo de dos
espaldas, solitario y a la vez multitudinariamente reflejado hacia el in-
finito en una galería interminable de espejos, una relación en donde la
lucha de poder transita hacia el abismo por una pendiente de violencia
que habrá de tener un desenlace fatal.
Si bien, una lectura inocente puede confundir la estructura dra-
mática con una predecible linealidad aristotélica, el propio título –de
manera similar al ejercicio fílmico denominado Reversible o la teoría
einsteiniana del tiempo retráctil que nos advierte que vivimos tanto
hacia el futuro como hacia el pasado–, produce un efecto en retros-
pectiva; basta con llegar al último parlamento de Ella y rebobinar el
proceso: “Hay quemaduras en apariencia superficiales donde la herida
sigue por dentro, te consume, te degrada, te desintegra hacia el interior
[…] morir de a poco, de a fragmentos, morir.”, para darnos cuenta que
la situación transita ineluctablemente por un callejón sin salida.
Ella y Él no hablan, piensan, meditan, reflexionan acerca de su im-
posibilidad de interlocución. Ninguno de los dos se comunica con el
otro, ambos tal vez aspiran a que el silencio esté suficientemente im-
pregnado de elocuencia para que el otro comprenda lo que ambos ca-
llan y que los conduce a la catástrofe.
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Juan Carlos (Tito) Dall’Occhio
Es originario de San Fernando, Buenos Aires, de ahí su personalidad
excéntrica, alejada de los circuitos teatrales del centro porteño, pero
estrechamente cercana a la comunidad en la que se desarrolla y a la que
ofrece su multifacética actividad artística. La dramaturgia es su activi-
dad principal. Es integrante fundador y director del Grupo de Teatro
Ramona. Poco después de terminado este taller, su obra “Golf ” consi-
gue un apoyo financiero oficial para su realización.
“Golf ” es un recorrido por los mecanismos del poder, fijado de
antemano por el autor, quien elige las reglas de ese juego clasista para
montar su análisis. Una trayectoria en secuencia fatal, cuyo rigor está
palmo a palmo minado por el azar, puesto que el título de cada uno
de los dieciocho hoyos de que consta la partida, corresponde con el
que sucesivamente les asigna la quiniela de la suerte: Agua. Niño. San
Cono. La cama. El Gato. Perro. Revólver. Incendio. Arroyo. La Leche.
Palito. Soldado. La Yeta. El Borracho. La Niña Bonita. Anillo. La Des-
gracia. Sangre.
Nicolás, Gonzalo y Caddy recorren la misma ruta de incertidumbre
que, en su momento escénico, enfrentan Comerciante, Guía y Carga-
dor en su largo trayecto hacia Urga en La excepción y la regla de Bertold
Brecht. Los tres protagonistas de “Golf” transitan por una linealidad frá-
gilmente fijada por la cartografía, y, a la vez, librada a las impredecibles
contingencias de la marcha, pericia en los avances y error en los retro-
cesos, por parte de los contendientes, y a cada golpe amenazada por las
trampas orográficas e hidrográficas, arena y agua, cansancio y deshidra-
tación que les opone el green.
Factótum impertérrito, desde su ambigüedad proteica: criado, re-
lator, testigo, mudo, consejero, intrigante, activista… Caddy conduce
con precisión milimétrica a los dos adversarios, los persuade a desnu-
dar sus miserias, a revelar sus trapacerías, a quitarle la máscara a sus
aviesas intenciones financieras. Por su parte, Nicolás y Gonzalo, cual
lábiles piezas en el tablero de ajedrez donde se dirimen los ejercicios
estratificados del poder, ejecutan dócilmente las acciones que habrán
de precipitarlos en el impasse de un empate insoluble, plagado de ma-
rrullerías fraudulentas e inexcusables faltas a la palabra.
El hoyo diecinueve es la vuelta de tuerca que, en un alarde magis-
tral, opera el distanciamiento brechtiano, para hablar de la relatividad
einsteiniana de la ideología, entre una suerte de desilusión social y la
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frágil esperanza de que la lucha de clases produzca el cambio en un
próximo momento por venir: “Tarde o temprano lo sabrán. Las cosas
nunca están quietas. Mientras tanto yo espero, pacientemente espero
mi momento en la historia”.
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sos festivales a nivel nacional e internacional, en pos de un cine por la
integración de las personas con discapacidad. Su texto “Transformarse
en ballena”, refleja poderosamente su filiacion al arte cinematografico,
al grado que es imposible discernir dónde y cómo se confunden guion
de cine y texto dramático, lo cual no importa, si consideramos que des-
de sus origenes helénicos el teatro es un arte de yuxtaposiciones e im-
bricaciones así multidisciplinarias como multimediales. Tampoco se
hacen explícitos, sencillamente se enuncian, se bocetan, los paisajes de
asimetría, impunidad e injusticia, que componen el inmenso paisaje
cultural, étnico, geográfico, político y social de su país.
¿Dónde es solo la imagen lo que priva? ¿Cuál es la voz o el rostro,
el diálogo o la pura presencia, lo que interpela al espectador? ¿Desde
qué profundidades surge esa realidad que nos excede? ¿Quién sustenta
la denuncia o quién apela a la refundacion de un pacto social? ¿La vida
es únicamente una contemplacion diletante del entorno o los seres hu-
manos tenemos la opción de modificar el mundo? ¿Tomar posición y
fijar postura o desentenderse con indolencia del problema?
Antes de esos dos puntos al inicio de cada pasaje, no existe seña al-
guna de la identidad de quien detenta la voz narrativa o de quien dirige
la cámara hacia el objetivo, e incluso en algunos fragmentos se puede
percibir que es el hilo profundo del pensamiento, el monólogo mental
quien se expresa en cursivas, o quien, en redondas, profiere el diálogo
franco y la interlocución explícita. De ahí que, en cada ocasión, sea
siempre el lector/espectador quien se encargue de dilusidar el enigma
y quien, paso a paso y de manera insoslayable, enfrente, se apropie y
resuelva el dilema. Hábil recurso de incoporar el espectador/lector en
el binomio inextricable de la convencion teatral al modo que habría de
precipitar, años después, el confinamiento y la escenificación en plata-
forma.
Patricia Signorelli
Promotora, docente, actriz, dramaturga y directora teatral, Pato integra
el grupo de teatro La Cordura del Copete que coordina una sala en La
Matanza, provincia de Buenos Aires, y con el que ha desarrollado una
amplia trayectoria como docente y promotora, organizando diversos
encuentros, grupos de estudio y festivales, y generando espectáculos,
todo ello en estrecha convicción en el desarrollo de las artes escénicas y
el arraigo en la periferia donde vive y fiel a la comunidad a la que sirve.
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“Los conjurados”, su texto redactado en este taller, constituye una
suerte de indagación/autoficción que, a modo de un no declarado ejer-
cicio metateatral, reflexiona acerca de los resortes íntimos que influyen
en la conformación, evolución y operatividad de un conjunto artístico
de seres humanos dedicados a la música, concretamente al jazz, que
desarrolla y perfecciona sus cualidades artísticas bajo la conducción de
Toni, especie de Pigmalión, quien es capaz de potenciar los recursos
creadores de sus conjurados, a pesar de la vaga propensión de ellos a
abrazar una vocación que, sin que lo sospechen, corre por sus venas
Del anonimato al éxito fluye la trayectoria meteórica de estos
aliados, sin embargo, Toni, visionario, no se conforma con el proce-
so mundano, aspira a trascender, a remontar la popularidad, anhela la
eternidad y, para ello, convence a sus seguidores, por más reacios que
sean, a emprender un viaje hacia otras latitudes, uno de esos mundos
paralelos no consignados en las cartografías religiosas o míticas, sino
en la verdad relativa de Einstein o en los confines de la incertidumbre
de Heisenberg.
Acaso para acercar la comprensión de esa especie de transmuta-
ción a la mentalidad judeocristiana de sus músicos, el director artís-
tico, ahora convertido en Guía hacia el paraíso, les propone realizar
dicho tránsito a través de las puertas de la muerte –simbolizadas por el
féretro en el que navega Toni– y les provee de varios objetos portento-
sos: una cinta –virtual cordel de Ariadna–, unas gotas mágicas –virtual
botella de Alicia–, y un bouquet de Fresias, que habrán de proporcio-
narles el perfume a modo de brújula para que no se extravíen por el
camino.
El final es interrumpido en el justo momento de la transición entre
las dos entidades: el ámbito conocido, cotidiano y monótono, y el uni-
verso ignoto de la esperanza cumplida y los sueños realizados. Queda
encomendada al lector/espectador la configuración o imaginación de
ese doblez del universo en donde se consagra por entero la vocación
de felicidad a que aspiramos sin restricciones todos los seres humanos.
Valeria Di Toto
“La colmena vacía”, de Valeria Di Toto, constituye un manifiesto de
resistencia en una apartada región al sur de Argentina, un paraje en
apariencia inhóspito que yace junto a una ruta escasamente transitada
y semeja una isla solitaria en medio del desierto.
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Atrapados en esa soledad plagada de espejismos, Manuela y Bocha
se sumergen en interminables diálogos interiores, conversaciones sin
interlocutor, hilo de pensamiento consigo mismos. Ella, atrapada en
reminiscencias y lamentaciones acerca de un paraíso aparentemente
perdido para siempre, evoca el fervor de vivir y la laboriosidad de per-
manencia que otrora alimentó de entusiasmo y fertilidad su juventud.
Bocha, por su parte, continúa absorto en el palpitar cotidiano de la
existencia; para él no es un paraje desolado y árido el que contempla a
diario, sino un paraíso todavía vivo, fértil y productivo en su sobrevi-
viente fauna cotidiana.
A su alrededor no hay sino ausencias, porque todos, encandilados
por la fuerza centrípeta de atracción que ejerce la migración, han op-
tado por ir a otras latitudes en pos de mejora y bienestar. Todos se
han marchado, menos Emiliano, el sobrino que a diario conduce una
camioneta cargada de turistas y quien, a falta de otro oficio, ejerce el
oficio de intermediario, de puente entre dos realidades: la de un tiem-
po que permanece detenido en el pasado y la de un presente que a cada
tanto les acerca una parvada de forasteros ávidos de conocer la natu-
raleza en su estado virginal, aunque ese ámbito original se les ofrezca
como un espejismo del tigre blanco que permanece en un ambiente
arbolado y extenso, pero de cualquier manera encarcelado y solitario.
Tras una revisión minuciosa de la realidad, los tres sobrevivientes
de un mundo rural cifrado en la naturaleza, se percatan de que pueden
reconciliarse con su vocación de permanencia a despecho de la adver-
sidad y se disponen a aceptar su entorno y a reavivar la producción de
miel en la repoblación del enjambre y el renacimiento productivo de la
colmena. en ese rincón entrañable de la provincia argentina.
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¡Qué ganas de incluir todos los textos generados en los talleres!
Algo que debió hacerse en su momento, incluso hubo planes para los
que se firmaron contratos o se atendieron las disposiciones editoriales
de las instituciones; planes que, al paso de los meses, se tornaron ob-
soletos a causa de los cambios de autoridades educativas o la llegada
de nuevos funcionarios. Así, la selección echó a andar la guadaña de
la injustica, los falsos argumentos de la imparcialidad, la necedad de
buscar la representatividad, la preeminencia temática, la pertinencia
social, política, ideológica… Los criterios variaron de un taller a otro,
de un ámbito de camaradería a otro círculo de afinidades, de un coro
de complicidades a otro grupo de coincidencias.
A la espera del lector/espectador/director/actor capaz de ver ellas
un reflejo de sí mismos, que concite los ánimos suficientes para sus-
tentar una lectura de intercambio e interlocución y, tal vez, el convivio
ancestral de la puesta en escena, en una muestra arbitraria y entraña-
ble, quedan aquí los textos dramatúrgicos: Matoneo, de Rosa Helena
Mahecha Cárdenas; Chimboloco y Chichiliso, de Milena Menco Hita
–estrenada en 2017 por el Taller de Teatro Espacio Vacío con el título
Un paso a la vez –texto recientemente publicado–; Comando Viviana,
de Ximena Paz Cedeño de la Cruz –texto recientemente publicado–;
Mujeres anónimas, de Marialaura Salom-Pérez; La memoria en presente,
de Araceli Arreche; Las surfistas, de Andrés Gallina; De-construcción,
de Carolina Steeb –que ese mismo 2017 ganó el premio de dramatur-
gia “obra en un acto, dos personajes, sin acotaciones”–; y Golf, de Juan
Carlos Dall’Occhio –quien, el año siguiente, obtuvo financiamiento
para la producción del montaje–.
38
Matoneo
39
MARISOL: Repasaste casi todos los días el taller que tenías para hoy,
aún así, no lo entregaste.
MIGUEL: Es que no.
MARISOL: ¿Es que no qué… Miguel?
MIGUEL: Es que la profe dijo que, si no lo entregábamos en toda la
semana, no nos dejaban entrar al colegio.
MARISOL: ¿Miguel, lo hiciste para que te suspendieran?
MIGUEL: Así no tengo que ir al colegio. Me puedo quedar contigo.
Tú me enseñas… Te dicen qué me toca aprender, me pones tareas
en la casa.
MARISOL: Bueno, Miguel, vamos a hacer tareas. Te voy a ayudar.
Pero no puedes dejar de ir al colegio.
MIGUEL: Para mañana tengo que leer un cuento… y hacer un dibujo.
MARISOL: Vamos a mirar los libros que tienes en tu escritorio.
MIGUEL: Yo lo quiero escoger… ¡Este!
MARISOL: Comienza a leer. Yo te sigo.
MIGUEL: “El buey que no quería trabajar”. “Había una vez un buey al
que le mandaban muchos oficios. Él no los hacía. Todo el mundo
le decía perezoso, perezoso, perezoso…” ¡Ay, mamá, que no le di-
gan así!! No quiero leerlo más, es muy triste… pobrecito.
MARISOL: A ver… cálmate, dime lo que no te gusta del cuento.
MIGUEL: A mí también me dicen así. Me humillan. Me hacen sentir
muy mal.
MARISOL: Cuéntame lo que te imaginas que puede hacer el buey.
MIGUEL: Que cuando le explican bien, él aprende a hacer las cosas.
MARISOL: ¿Lo ves? Entiendes lo que lees. El cuento puede explicarse
así. Muchos niños leen y no entienden lo que leen.
PROFE LÍA: Salen a recreo los que copiaron lo del tablero. Tú, Mi-
guel, por desobediente, te quedas castigado. Tampoco puedes ir a
música. No trabajaste en clase rápido.
MIGUEL: Otra vez sin recreo…
AMIGUITO: No te pongas triste, amiguito, vamos a la ventana.
MIGUEL: A ver cómo juegan todos sin mí.
AMIGUITO: Estamos los dos, yo no te dejo solo, soy tu amigo secreto.
MIGUEL: A la hora de salida mi mamá me va a preguntar por qué
soy así, por qué me castigan sin salir a recreo, por qué no puedo
copiar rápido, por qué no entiendo nada… Ojalá todas las pro-
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fesoras fueran como la de inglés, que lo quieren a uno y le hablan
bien. No me gusta que me griten, que me llamen perezoso delante
de todo el mundo… Me pone bravo. Me dan ganas de llorar, de
meterme debajo del pupitre… Amiguito, ayúdame a entender, a
ser inteligente. Yo no quiero ser tan bruto.
AMIGUITO: Tú corres a copiar como copian los demás, solo que no
te rinde tanto.
MIGUEL: Me da pesar no poder ir a mi clase de música.
AMIGUITO: Si copias lo que sigue y te quedas quieto, a lo mejor la
profe Lía se arrepiente y te deja ir a clase de música.
MIGUEL: Menos mal que tú siempre estás conmigo. No te burlas de
mis ganas de llorar.
AMIGUITO: Llora si quieres. La profe lloró hoy cuando estaba ha-
blando con la profe Rita. ¿Viste cómo tiene los ojos rojos?
MIGUEL: Se pone triste porque yo soy bruto, no hago las cosas bien
y la meto en problemas. Por eso se pone brava. Mi mamá también
se pone triste y yo sé que llora. No quiero que se enferme porque
escribo rápido y no entiende cuando me pregunta las tareas.
AMIGUITO: Tú no tienes la culpa. La profe está muy atareada con
todos tus compañeros. A ella le enseñaron que son importantes
los dictados.
MIGUEL: A mi mamá le dijo que está prohibido que me ayuden mis
compañeros, que nadie me puede decir una tarea o prestarme un
cuaderno.
AMIGUITO: Si no alcanzas a copiar, apréndete de memoria lo que
dicta la maestra.
MIGUEL: Si tú me ayudas a escribir rápido y que no se me olviden las
tareas, todos van a decir que soy bueno.
AMIGUITO: Miguel, a tus ocho años de edad, eres un valiente porque
tratas de entender a la maestra y de mejorar no solo para pasar no-
tas sino para hacerla feliz a ella y a toda tu familia.
PROFE LÍA: ¿Con quién hablas, Miguel?
MIGUEL: Nadie. Es un secreto.
41
es la formación integral de los estudiantes y la práctica del debido
proceso y el conducto regular… ¿Cómo es posible que me pidan
cambio inmediato de curso…?
PROFE RITA: Los papás no tienen autoridad en su casa, por eso los
niños son así.
PROFE LÍA: La mamá que le inventa enfermedades al hijo para excu-
sarlo porque no hace nada. Le hace las tareas. Lo está enseñando a
mentiroso. Le resuelve los problemas.
PROFE RITA: A todo eso estamos sometidos los maestros por exigir-
le a los niños. Es que hay unas mamás.
PROFE LÍA: Dice que a Miguel le va bien en inglés…
PROFE RITA: ¿No será porque la profe de inglés le facilita las cosas?
PROFE LÍA: Dice que como Miguel no alcanza a copiar las tareas, ella
tiene que preguntarles a sus compañeros.
PROFE RITA: ¿No sabe que está rotundamente prohibido prestar
cuadernos y decir tareas por teléfono…? El que viene a clase no
tiene por qué pedir prestados cuadernos ni tareas.
PROFE LÍA: Ella se la pasa hablando con la orientadora y el coordina-
dor. Si tiene claro que su hijo requiere de educación especializada,
“con profesionales preparados académicamente para trabajar con
niños de déficit de atención”, ¿por qué matricula a su hijo en esta
institución?
PROFE RITA: Aquí todo es gratis… ¡y con lo que nos pagan!
PROFE LÍA: Tanto los niños como las niñas y adultos tenemos de-
rechos, pero también deberes, que cumplir. Los papás de Miguel
deberían estimularlo para que cambie de actitud.
PROFE RITA: No tienen prueba de nada y son bien ofensivos los co-
mentarios que hacen. Tratarte así y atreverse a hacer todo lo que
están haciendo, no tiene nombre. Tus estudiantes son testigos de
lo buena maestra que eres.
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PROFE LÍA: La enfermedad que sufren los niños de este plantel la
pereza es.
NIÑOS: La enfermedad que sufren los niños de este plantel la pereza
es.
PROFE LÍA: Los niños de la escuela pública agradecidos estamos de
tener educación.
NIÑOS: Los niños de la escuela pública agradecidos estamos de tener
educación.
PROFE LÍA: Los niños de la escuela pública perezosos e incapaces
son. Por eso las notas bajas son.
NIÑOS: Los niños de la escuela pública perezosos e incapaces son.
Por eso las notas bajas son.
PROFE LÍA: Los niños de la escuela pública sumisos deben ser, para
que todos digan: ¡qué buenos niños son!
NIÑOS: Los niños de la escuela pública sumisos deben ser, para que
todos digan: ¡qué buenos niños son!
PROFE LÍA: Los niños aprenden lo que en la casa ven. Borrachos
pueden ser.
NIÑOS: Los niños aprenden lo que en la casa ven. Borrachos pueden
ser.
PRFE LÍA: Los niños de la escuela pública delincuentes van a ser.
NIÑOS: Los niños de la escuela pública delincuentes van a ser.
PROFE LÍA: Los niños con problemas de concentración, sobreprote-
gidos son. La autoridad de los maestros es su salvación.
NIÑOS: Los niños con problemas de concentración, sobreprotegidos
son. La autoridad de los maestros es su salvación.
PROFE LÍA: Los niños de la escuela pública aceptan sin condición lo
que les da la nación.
NIÑOS: Los niños de la escuela pública aceptan sin condición lo que
les da la nación.
PROFE LÍA: Los niños, en pleno siglo veintiuno, con tablero y tiza se
tienen que contentar.
NIÑOS: Los niños, en pleno siglo veintiuno, con tablero y tiza se tie-
nen que contentar.
PROFE LÍA: El maestro de la escuela pública, con tantos niños, a uno
solo no puede atender
NIÑOS: El maestro de la escuela pública, con tantos niños, a uno solo
no puede atender.
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PROFE LÍA: La maestra de la escuela pública todo nos lo enseña con
respeto y amor.
NIÑOS: La maestra de la escuela pública todo nos lo enseña con res-
peto y amor.
PROFE LÍA: El maestro en la marcha va a participar, mejores salarios
van a reclamar, todos los debemos apoyar.
NIÑOS: El maestro en la marcha va a participar, mejores salarios van
a reclamar, todos los debemos apoyar.
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ÁLVARO: Lo atienden terapistas de lenguaje, neuropediatras, psicó-
logos, psiquiatras…
MARISOL: Los informes dicen que Miguel presenta falta de concen-
tración, escribe con dificultad.
ÁLVARO: Los especialistas cuestionan que le sigan dictando cuando
es la principal dificultad que tiene Miguel.
MARISOL: La profesora les dicta los logros del periodo. Miguel escri-
be rápido, no se le entiende, no podemos ayudarlo en la casa.
ÁLVARO: Miguel pone su mayor esfuerzo, trata de memorizar todo.
ORIENTADORA: Sería bueno que buscarán un colegio donde Mi-
guel reciba educación personalizada.
MARISOL: ¿Recomienda usted alguno del Estado donde pueda ir Mi-
guel a estudiar?
COORDINADOR: Los que conocemos son privados. Aquí está esta
lista con algunos nombres.
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MARISOL: La orientadora nos aconseja buscar educación especiali-
zada.
ÁLVARO: A mí me parece raro que nos diga que solo en los colegios
de paga, los profesores sí saben cómo trabajar con niños con défi-
cit de atención.
TERAPEUTA: Cambiarlo de colegio no es la solución. Mientras los
maestros le dejen toda la responsabilidad de su aprendizaje al
niño. En los otros colegios va a tener el mismo problema. Le man-
do esto por escrito al colegio, recomiendo que cambien el sistema
del dictado, que den un tiempo prudencial para que los niños co-
pien. La profe algún día tiene que entender que no todos los niños
tienen la misma habilidad.
MARISOL: Es un ritmo muy fuerte para el niño
TERAPEUTA: Me preocupa que ustedes se puedan cansar. Los papás,
al no saber qué sucede y cómo manejar la situación, creen que con
castigos físicos van a resolver el problema. La mayoría de los niños
no vuelven a estudiar.
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ÁLVARO: El trabajo anda flojo… Si pido permiso otra mañana, me la
descuentan.
MARISOL: Es importante que nos vean unidos apoyando a nuestro
hijo.
ÁLVARO: Me da rabia ver cómo nos tratan, en especial al niño. ¿Cómo
es posible que hablen de un niño así, delante de sus padres, como
si lo odiaran?
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MARISOL: Cuando vi a Erika por primera vez en la escuela, tenía las
piernitas con señales de haber sido castigada con un lazo o cable.
Como ella no tiene quién le refuerce lo que ve en el colegio, en su
casa la culpan de todo. Por eso le quiero enseñar.
MIGUEL: Igual me enseñas a mí.
MARISOL: No todos los niños aprenden de la misma manera, ni vi-
ven lo mismo.
MIGUEL: Ahora entiendo por qué a Erika le gustan los abrazos, no
tiene quién le dé muchos abrazos en su casa.
MARISOL: Muchas familias les creen a las profes lo que dicen de sus
hijos y por eso los castigan tan duro. Lo más triste es que esos ni-
ños ya no quieren volver más al colegio, y si no hacemos algo, se-
guro que no vuelven.
MIGUEL: Tú te preocupas cuando me pasa algo malo en el colegio.
MARISOL: Por eso tu papá y yo hablamos con tu profe Lía, con el
coordinador, la orientadora, los terapeutas, tratando de resolver tu
situación en el colegio. Si ellos pretenden que te golpeemos, están
muy equivocados. Porque tú, Migue, eres un niño inteligente y te
gusta hacer tus tareas. Que nadie en este mundo te haga creer otra
cosa, solo porque no puedes copiar un dictado rápido.
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MARISOL: ¿Cómo saben lo que Miguel hace en el salón?
NIÑO 1: La profe nos dice.
NIÑA CRISTINA: Hoy la profe lo recibió gritando: “Ese niño no hace
nada. Es perezoso”. Lo haló del saco. Lo empujó. Lo dejó atrás del
grupo. Le dijo que él no podía participar del refrigerio.
MARISOL: Miguel, ¿por qué no me contaste?
MIGUEL: No quiero que la profe se meta en problemas, llora mucho,
se pone triste por mi culpa. No quiero hablar de eso. Me siento
muy mal. Promete que mañana no me llevarás al colegio.
MARISOL: No te puedo prometer eso. Quiero que sepas que puedes
confiar en mí. Yo estoy aquí para escucharte, protegerte, quererte.
¿Recuerdas quién me ayudó a levantarme el día que me caí? Tú lo
hiciste. Eso hace la familia: ayudarse y amarse.
PROFESORA LÍA: Estos son los informes de sus hijos. Aquí están los
compromisos que ellos tienen que firmar si quieren mejorar.
MARISOL: ¿Habrá posibilidades de que hablemos un momento en
privado, profesora?
PROFESORA LÍA: Con mucho gusto, por favor espere mientras
atiendo a otros papás.
MARISOL (Para sí): Tengo que contenerme, que no se me note la ra-
bia, después la emprenden contra el niño… A los padres nos toca
someternos. El rector, ahora que sabe que soy maestra, me dice
“tranquila, mamá, no haga una pelea entre colegas…” ¡Qué tal!
Las profes de Miguel, tan pronto se enteran de mis estudios, me
enfrentan reprochándome que ellos son los maestros y no yo…
que me vaya a mi casa… Espere, me dice… ya lleva más de una
hora…
PROFESORA LÍA: Qué pena, mamá, ya tengo que ir a clases. ¿Será
que podemos hablar en la hora de atención a padres?
MARISOL (Para sí): Aquí estoy, en hora de atención a padres. Y sigo
esperando… Disciplinariamente, no van a hacer nada. Dos abo-
gadas, asignadas por la secretaria de educación, iban a investigar a
profundidad. Una de ellas vino, preguntó dos cosas, le dieron un
café… ahí acabó el cuento. Deben hacer un muy buen café… La
profe Lía se ensaña con el niño… En el boletín que me entregaron
hoy, aparece que perdió música… lo que tanto le gustaba. ¿En la
casa, cómo le ayudamos si no sabemos tocar flauta…?
49
PROFESORA LÍA: Ay, qué pena, señora, pero los papás casi no me
dejan salir.
MARISOL: Profesora Lía, como no tiene mucho tiempo le digo direc-
tamente lo que me preocupa. Al parecer usted, halando al niño del
uniforme y sacándolo del grupo, le prohibió tomar refrigerio…
PROFESORA LÍA: No, ¡¿cómo se le ocurre?! No, no… Fue, de pron-
to, algo necesario para poner orden. Me gustaría que usted, señora
Marisol, me dijera qué es lo que propone que hagamos con Mi-
guel. No quiere hacer nada. Cada vez está peor. Corre por el salón.
No escribe. Ahora no quiere leer.
MARISOL: ¿Qué le parece, profesora, si buscamos un mecanismo
para que él pueda demostrarle a usted y a sus compañeros que
puede hacer bien las cosas?
PROFE LÍA: Son muchos niños. No me puedo dedicar a uno solo.
Miguel es muy negligente. No hace nada. Es muy despreocupado.
MARISOL: Profesora, habíamos quedado en que Miguel no puede es-
tar en el último puesto… no ve bien de lejos y se distrae.
PROFE LÍA: Mire, señora, yo le digo que copie lo del tablero… Si los
otros niños pueden, ¿por qué él no? Si no hace nada, que no dis-
traiga a los otros que sí quieren aprender.
MARISOL: Mi hijo hace lo posible por tomar el dictado, se esfuerza
mucho en casa. En otras materias, por ejemplo, en inglés, va muy
bien.
PROFE LÍA: ¿No será porque la profe de inglés le facilita las cosas?
¿Cómo es posible que usted asegure que en la casa sí cumple
cuando veo que en el colegio no? Lo describe como si fuera otro
Miguel. ¿Según usted, qué diferencia hay entre la enseñanza en la
casa con la enseñanza en el colegio?
MARISOL: La sala está adaptada como lugar de estudio, es su aula.
He buscado medios que puedan centrar su atención, que para él
estudiar sea un gozo: rompecabezas, loterías, plastilinas, piedritas.
PROFE LÍA: Los mismos materiales que tiene en su salón…
MARISOL: En casa los utiliza. Tiene libertad para indagar, preguntar
lo que no comprende. Álvaro su papá, su hermano Francisco y yo,
vemos a Miguel como un niño normal, que tiene todas sus capaci-
dades y a quien le gusta aprender cosas nuevas.
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NIÑA CRISTINA: Señora Marisol, perdóneme… es mentira lo que
le dije de la profesora Lía.
MARISOL: Respira profundo y cuéntame qué pasó…
NIÑA CRISTINA: La profe Lía se puso brava y preguntó a Miguel
que quién dijo que ella lo había halado. Miguel dijo que fui yo la
que le contó a usted. La profe me dijo que por qué decía mentiras,
que la buscara a usted para decirle la verdad. Los niños me em-
pezaron a decir mentirosa… Yo le quiero decir que fue mentira
todo… Yo no vi nada…
MIGUEL: La profe Lía nos dijo que, si seguíamos haciendo eso, la íba-
mos a perjudicar.
MARISOL: Tranquila, Cristina, no tienes por qué llorar… Yo sé que
tú me dijiste lo que sucedió…
NIÑA CRISTINA: Pero no le diga a la profesora.
MAMÁ DE CRISTINA: Mi hija siempre dice la verdad…
MIGUEL: Yo no quiero volver más a ese salón.
MAMÁ DE CRISTINA: Mire, señora, lo que le pasó a mi hija por ayu-
dar a su hijo…
51
ejemplos de situaciones que presentan los niños. No tiene inten-
ción de causarles ningún daño emocional. Les pone ejemplos para
que los estudiantes reflexionen y hagan sus juicios morales…
MARISOL: Señor rector, el manejo de situaciones donde se promue-
ve el señalamiento y la exclusión, va en contra de toda pedagogía,
está prohibido por la ley… va contra la dignidad de los niños.
ÁLVARO: Pretender que un par de niños de ocho años sea enfrentado
a un grupo de cuarenta condiscípulos de su misma edad, no solo
les representa un daño emocional… es inaudito, es un acto inhu-
mano.
MARISOL: Voy más allá, los que señalan a sus compañeros, también
están siendo maltratados. Se les están enviando mensajes equivo-
cados de su papel en la sociedad.
RECTOR: Ustedes son los únicos padres de familia que se han queja-
do. Somos el mejor colegio de educación pública a nivel regional,
aquí están los mejores docentes.
ÁLVARO: Quisiéramos saber si en este colegio se hace algún segui-
miento del trato que se le da a los niños en la clase.
MARISOL: La maestra Lía hace que los alumnos escriban notas en su
cuaderno, como: “No trabajé en clase por estar molestando”, “No
terminé la actividad en clase y mi nota es 1”, “No copié lo que la
profesora me dijo”, “No le hago caso a la profesora”.
RECTOR: La profesora lo hace para corregir a los alumnos, enseñar-
los a ser responsables, autónomos.
ÁLVARO: ¿Quiere decir que está usted de acuerdo con esa forma de
enseñar?
MARISOL: ¿Se ha detenido a pensar en cuántos niños de su colegio
están sufriendo lo mismo? Miguel no es el único.
RECTOR: Les aseguro que voy a estar pendiente. Tranquilos. Esta si-
tuación… Voy a usar un ejemplo… Es como la negociación entre
la guerrilla y el gobierno. En las mesas hablan y llegan a acuerdos,
mientras que en el monte se siguen dando plomo…
ÁLVARO: El problema, señor rector, es que todos los balazos los está
recibiendo mi hijo…
MARISOL: ¿Quiere usted decir que ve como una confrontación de
igual a igual, la que se da entre un niño de ocho años y su maestra,
con más de veinte años de experiencia en el oficio?
52
ÁLVARO: De acuerdo a la reglamentación, si lo solicitamos, el Estado
está obligado a asignarle a nuestro hijo un cupo en otro colegio en
mejores condiciones.
RECTOR: En este colegio le estamos garantizando el derecho a la
educación a su hijo. Posiblemente ya les llegó respuesta de la Se-
cretaría. Aquí les entrego copia de mi respuesta a su petición… En
ella hago constar que no veo maltrato alguno al niño, y que brindo
todo mi apoyo a la maestra. Quedo a su disposición, cuenten con-
migo…
53
Chimboloco y Chichiliso
54
Según la Biblia, el Creador Supremo hizo a Adán con barro y le
sopló la nariz para darle vida.
LAURITA: Por favor. Eso lo enseñan como origen de la creación hu-
mana en la clase de religión.
JOHANA: Lo que todos los niños aquí queremos saber es cómo las
mamás se embarazan en realidad.
FELIPE: Ellas no se embarazan solas. Las ayudan los papás. El emba-
razo es cosa de dos.
JOHANA: Yo sé que el espermatozoide y el óvulo se unen para formar
al bebé. Lo que no sé y quiero saber, es cómo llega el verraco es-
permatozoide tan lejos.
LAURITA: Se lo pregunté a mamá, porque el día que la profesora nos
explicó, no le entendí nada. Pero son igual de escurridizas.
FELIPE: Siempre se salen por la tangente.
55
PENE: Las neuronas mandan la información y, de inmediato, la cum-
plen mis cuerpos cavernosos, que son como una esponja que se
llena de sangre y se expande. Entre más sangre llega, más crezco.
CEREBRO: No es justo que ahora el pene me eche toda el agua a mí.
Yo no actúo solo, también respondo a las señales que me llegan
desde el oído, la piel, el olfato, el gusto, las hormonas y hasta desde
los latidos acelerados de tu corazón.
PENE: Ignorar esas indicaciones que, en principio, son la respuesta a
tus propios deseos y emociones cuando ves a Johana, sería tanto
como pretender controlar la reacción de Hulk, el hombre verde.
FELIPE: Es mejor que ustedes y yo nos pongamos de acuerdo y bus-
quemos un remedio a esta situación. No estoy buscando quién es
culpable, yo sé bien lo que siento cuando estoy cerca de Johana.
Lo que pretendo saber es cómo controlar a este pene mío cuando
me llegan las ganas, los sentimientos y las emociones que aceleran
la sangre hacia los dichosos cuerpos cavernosos estos.
PENE: Se trata de los cambios físicos y emocionales que está experi-
mentando tu cuerpo. Estás subiendo de peso, aumentando de talla
y todos tus órganos tenemos que acostumbrarnos a ello. Yo, por
ejemplo, a los incómodos vellos que brotan de forma irregular y
me hacen cosquillas, me pican y me producen comezón alrededor.
CEREBRO: Yo opino que debemos tratar de acostumbrarnos a todas
estas transformaciones que son normales en el crecimiento huma-
no y, con el tiempo, lograremos adaptarnos a nuestro desarrollo.
MAMÁ DE FELIPE: ¿Ahora para dónde vas? No veo que hayas hecho
tus deberes. Ni tu cama has tendido.
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FELIPE: No voy a ningún lado. Quedé de verme con Johana aquí. Es-
tamos averiguando todo lo relacionado al sexo y de cómo se hacen
los bebes
MAMÁ DE FELIPE: Te puedo ayudar con eso si lo deseas.
FELIPE: ¿En serio, mamá…? ¡Claro! Quiero saber por qué, cuando
sueño con Johana, me despierto acelerado y sin poder controlar
mi pene.
MAMÁ: Estás en una edad donde los cambios hormonales gene-
ran esas sensaciones, que se manifiesten con sueños húmedos y
eyaculaciones involuntarias. Te pueden pasar mientras duermes,
cuando piensas en alguien o cuando te tocas el miembro.
FELIPE: La película que vimos en la clase de biología, muestra la fe-
cundación y todo lo que sucede cuando el espermatozoide llega al
óvulo. Lo que necesito saber es cómo llega el semen dentro de la
mujer.
MAMÁ: El sexo no es solo para procrear, también es para disfrutarlo y
sentir placer. Cuando el pene entra en la vagina ocurre la eyacula-
ción y se liberan millones de espermatozoides.
FELIPE: He visto que las niñas también pasan por diferentes transfor-
maciones en su cuerpo.
MAMÁ: Tienen su propia evolución. En ellas, los cambios se mani-
fiestan de otra manera. crecen los senos y las caderas. Su primer
periodo llega con la ovulación. También sienten curiosidad por
su cuerpo, lo exploran, descubren el clítoris que es la parte más
sensible de sus genitales. Felipe… Felipe…
FELIPE: Dime, mamá…
MAMÁ: ¿Piensas irte y dejar tu cuarto sin organizar…?
FELIPE: Mmmm, es que Johana viene a terminar un trabajo de clases.
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FELIPE: Eh… Con ella es mejor así. Si le damos confianza en un se-
gundo estaría aquí con mi álbum de la infancia.
JOHANA: Así son todas las mamás. Bien, a lo que vinimos… Leyen-
do las versiones de los chicos encontré unas interesantes. Esta es
de Laurita: “Con el sexo se vive la penetración y cuando ocurre la
eyaculación, salen los espermatozoides que empiezan su trabajo
buscando fecundar el óvulo. Cuando uno lo logra empieza la for-
mación del bebe.” Humm… La palabra penetración debe encerrar
mucho más significado…
FELIPE: Aquí dice: “En las relaciones sexuales, la penetración se re-
fiere a la entrada del pene en la vagina. Los deseos sexuales se pre-
sentan desde la pubertad. La curiosidad que generan los cambios
que empieza a tener el cuerpo, genera una sensación de placer…”
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ESPERMATOZOIDE 2.012: El tiempo que pasamos en la próstata
me daba claustrofobia.
ESPERMATOZOIDE 13.132: Menos mal que salimos a tiempo antes
de entrar en shock.
ESPERMATOZOIDE 120: En cuanto nos precipitamos en la vagina,
empecé a tener problemas.
ESPERMATOZOIDE 1´000.000: A mí, el PH me arrastró con tal
fuerza, que, por poco me quedo sin cabeza cuando apenas inicia-
ba la carrera.
ESPERMATOZOIDE 800: Yo me encontré con algunos glóbulos
blancos, no estuvieron muy amigables que digamos, por un mo-
mento creí que me sacarían de la competencia.
ESPERMATOZOIDE 251: Me vine con la camiseta de la selección,
espero que el tricolor me ayude con la suerte.
ESPERMATOZOIDE 13.428: Cuando la eyaculación nos liberó, ju-
gábamos un partidito para pasar el rato. No lo alcanzamos a termi-
nar, pero al menos nos sirvió de calentamiento.
ESPERMATOZOIDE 557: Lo mío es el bicicrós, desde que lo practi-
co he mejorado el estado físico y eso es lo que necesito para ganar
esta competencia.
ESPERMATOZOIDE 233: Estar en buena forma física y desarrollar
la velocidad cuentan mucho, pero el óvulo es el único que decide
quién es el afortunado que entra y los demás se quedan afuera.
ESPERMATOZOIDE 92: He escuchado lo estricto que es eso, una
vez que entras no hay espacio para ninguno más.
59
un líquido espeso con millones de espermatozoides que corren a
fecundar el óvulo. Ahí se comienza a formar el bebe”. ¿No te parece
que está muy bueno lo que escribió Jorge? Para mí que él es quien
más tiene claro el tema.
FELIPE: Lo debió encontrar en la Web, no es algo que me sorprenda.
60
ESPERMATOZOIDE 1.900: Antes, no existía ninguna de estas co-
sas, los espermatozoides éramos libres de fecundar cuantos óvulos
quisiéramos.
ESPERMATOZOIDE 800: También usaban algunas hierbas raras,
sustancias ácidas que, si te las topabas, morías asfixiado.
ESPERMATOZOIDE 42: En ocasiones, las que no querían ser ma-
dres, hasta empleaban golpes para sacarnos por la fuerza.
61
MONDÍN: Por más que tratamos, no hubo poder humano que los
convenciera de usar preservativo.
PENE: Decían que el traje de ciclista les incomodaba.
MONDÍN: Y ahora están enfermos.
VAGINA: Es usual que algunos, por su machismo, no se protejan.
CHUCHIS: El papiloma humano no los ataca a ustedes de la misma
forma que a nosotras.
VAGINA: El papiloma se mueve silencioso, y, cuando avanza, se pre-
sentan verrugas que nos cubren hasta el ano.
CHUCHIS: Si no es combatido a tiempo, el papiloma destroza el cue-
llo uterino hasta convertirse en cáncer.
CHIMBOLOCO: No, compadre, a mi déjeme sano, no me gusta sen-
tirme apretado.
CHICHILISO: No hay como la libertad de movimiento. Además…
no se siente igual. Es mejor face to face.
PENE: Eso no les debe preocupar. Hay de todas las texturas.
MONDÍN: El ultimo que salió es mí preferido, me hace sentir tan có-
modo como una segunda piel.
PENE: Hay gran variedad de sabores…
MONDÍN: Lulo.
PENE: Maracuyá.
MONDÍN: Chicle.
PENE: ¿Ustedes saben lo importante que es para ellas el olor y el sa-
bor?
CHIMBOLOCO: ¿Sabor? A una vagina lo que menos le importa es
el sabor.
CHICHILISO: Eso déjaselo a la boca.
CHIMBOLOCO: A las vaginas lo que les interesa es si eres ágil o ca-
riñoso.
CHICHILISO: Son unos pesimistas. Arruinan la fiesta pensando en
lo que puede pasar.
CHIMBOLOCO: Es mejor vivir el presente.
CHICHILISO: A mí me gusta la libertad de expresión y, con esos tra-
jes, me siento cohibido.
CHIBOLOCO: No se cómo lo hacen ustedes, Pene y Mondín, con
toda esa presión. Yo no puedo concentrarme ni trabajar con la ca-
beza tan apretada.
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CHICHILISO: Traté de usar uno. Ni siquiera me lo supe colocar. Bus-
qué un manual. Pedí ayuda a las manos de mi pareja. Cuando al fin
logré ponérmelo no aguanté ni un minuto ese disfraz.
PENE: No te niego que las primeras veces resulta engorroso, pero lue-
go te acostumbras.
MONDÍN: ¿Acaso crees que yo nací con él? A mí también me costó
trabajo adaptarme al traje de etiqueta.
PENE: Yo he visto algunos casos que te ponen a pensar… Pregúntale
a Chichiliso, todo el trauma que sufre con el herpes.
CHICHILISO: Me la paso rojo y con picazón. Me he vuelto ermitaño
y aburrido. Hace mucho no voy a una rumba. Ni en el Facebook
me aparezco. Antes cambiaba mi perfil cada cinco minutos bus-
cando amigas. Ahora me la paso en tratamientos. Atrás quedaron
las fiestas sin control. Ni yo mismo me reconozco. No sé qué hizo
el herpes con mi gran personalidad.
PENE: Esa vaina me da miedo. Yo no soy tan desenfrenado como tú,
Chichiliso, pero, de vez en cuando, me gusta la acción. Eso sí segu-
ra, porque si usando condón no se evita cien por ciento el riesgo,
mucho menos sin él.
VAGINA: Con tantas enfermedades de transmisión sexual que abun-
dan por ahí, prefiero tener siempre protección, así te visite el mis-
mo siempre, porque ya ni eso es una garantía para nosotras.
CHUCHIS: Hay muchos y muchas que andan por ahí, de rumba en
rumba, sin saber que están enfermos.
PENE: ¡Claro! Mi compadre se ve bien y no parece estar enfermo, pero
él debe ser consciente del contagio y que no debe hacer ninguna
visita sin protección.
CHIMBOLOCO: A veces uno cree que esto solo le pasa a los demás,
pero hay que aprender la lección… ¿Qué creen? Ya hasta el traje de
ciclista empieza a gustarme. Pienso que me hace ver más fuerte. Y
hasta me va a gustar cambiar de colores y sabores. Me volveré más
ágil y selectivo. Sin el condón, no volveré a entrar a ningún lado.
PENE: Eso que ahora tenemos para escoger. Antes los hacían con la
tripa de animales como cerdos o carneros.
MONDÍN: Pobres los de esa época. Ahí sí, nada de colores ni sabores.
PENE: Y, lo peor, es que eran reutilizables…
CHIMBOLOCO: No, compadre, ahora estamos en el cielo… y nos
vamos quejando.
63
JOHANA: Son muchos los riesgos que se presentan cuando no usas
protección.
LAURITA: Si no son enfermedades, es un embarazo, como las chicas
del colegio.
64
MONDÍN: Qué lata la que das. Está bien, lo prometo.
65
LAURITA: Ya conocemos la mayoría de marcas y presentaciones que
hay.
MAMÁ DE JOHANA: Claro que sí, Johana, una niña de once años
que ya se haya desarrollado y tenga actividad sexual, hay posibili-
dades de que quede en embarazo. No importa su edad, sino que su
cuerpo ya esté ovulando.
66
podía estudiar. En ese tiempo, la que saliera en embarazo, la ex-
pulsaban. Bueno que recibimos ayuda de mis padres y fuimos sor-
teando los problemas.
PAPÁ DE FELIPE: Veo que los jóvenes hacen bien el trabajo de infor-
marse. En nuestra época era prohibido hacer preguntas del sexo,
se aprendía en la calle, con lo errores de los demás y los propios.
67
ESPERMATOZOIDE 800: ¡Yo quiero llegar, pero estoy mamado!
¡No aguanto más!
ÓVULO: ¡Vamos, vamos, sigan, adelante, ya están cerca! “¡Escucho un
ruido! ¡¿Qué será?! ¡Un espermatozoide! ¡¿Qué traerá?! ¡Un cro-
mosoma! ¡Tráelo ya!” Si no llegan pronto, las trompas de falopio
me van a desalojar.
ESPERMATOZOIDE 230: ¡El óvulo nos hace porras! ¡Lo veo muy
cerca ya…! ¡Me siento sin aliento! ¡No creo poder llegar! ¡La meta
se aleja! ¡Óvulooooh! ¡Me rindo! ¡No voy a alcanzarte, mi amor!
¡Les deseo suerte, compañeros de aventura! ¡Adiós, espermato-
zoides amigos! ¡Que gane el mejor!
ÓVULO: ¡El campeón que se identifique! ¡Entra ya, muchachote, que
debo cerrar la puerta! Los demás: ¡Fuera! ¡Fuera, perdedores!
¡Fuera, flojonazos! ¡Solo uno puede entrar a gozar de mis favores!
ESPERMATOZOIDE 1´566.000: ¡Mmmm, gracias, muñeca! ¡Gra-
cias por esperarme! ¡Al final, tuve más fuerzas que todos esos
agüevados! ¡Toda la competencia traje mi flagelo moviéndose a
toda velocidad! ¡Por eso la perdí en el intento! Pero aquí te entrego
mi cabeza y, con ella, la información para que juntos procreemos a
nuestro pequeño cigoto.
ÓVULO: Por poco me da una úlcera, he estado nerviosa por la dilata-
da espera. A ver, mi rey, mi campeón, cuéntame la clase de cromo-
soma que me traes.
ESPERMATOZOIDE 1´566.000: ¡Traigo de regalo para ti una pre-
ciosa equis! ¡Nuestro proyecto dará por resultado la concepción
de un nuevo ser del género femenino al cabo de nueve meses!
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iba en el colegio o cuando peleabas con tus amigas. Esta parte de
tu vida me interesa y si inicias en el sexo quiero ayudarte.
LUIS: Dale de una vez. Mira qué salió. Estoy que convulsiono de susto.
ANDREA: Tiene dos líneas rojas… es positivo.
LUIS: Te lo advertí… Pero tú… seguías con el cuento de que si orina-
bas rápido no pasaba nada.
FELIPE (Habla con su cerebro): Ahora que hemos reunido mucha in-
formación sobre los mecanismos y tribulaciones del sexo, estoy
convencido de que Johana no va a querer ni siquiera ser mi novia
para no quedar embrazada.
CEREBRO: Aprovecha, Felipe, todos estos conocimientos están dan-
do vueltas en mis neuronas… ¡Lánzate! ¡Creo que tienes grandes
probabilidades de ganar su cariño! Total, si te dice que no, porque
le da miedo, le respondes que no sea tímida, que los dos ya saben
lo que puede pasar, los riesgos, las consecuencias. Y que ya cono-
cen lo que pueden hacer: Esperar. Cuidarse. Actuar con responsa-
bilidad.
FELIPE: No, mejor espero… Si se lo propongo el próximo año, tal vez
entonces me diga que sí.
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Comando Viviana
Cadáveres
La puerta se abre de golpe. Forcejeo.
TRASGO BOLAÑOS: ¡Prepárate para el infierno y la putrefacción!
Escarmienta tu destino… Tus muertos te esperan. (Arroja a Vivia-
na sobre la pila de cadáveres).
VIVIANA: Manos moradas. Laceradas las piernas. Rotos los labios.
Arrancadas las uñas… Espero… Resisto… Me despojan…
“Hey you” de Pink Floyd.
La música de Pink Floyd me advierte la muerte en la penumbra,
intensifica mis sentimientos de impotencia. Distingo una monta-
ña de sombras que se transforman en los cadáveres de mis her-
manos, mis amigos, mis camaradas… Aquí estás, hermano nicara-
güense… David, poeta, criatura del bosque lluvioso, te desangras
al defender nuestra tierra, me duele ver cómo arrojan tu cadáver a
la basura… Ellos dicen que de vez en cuando ocurren accidentes
convenientes… María del Mar, las llamas que te incendian no lo-
gran borrar las huellas de tu crimen atroz, ni la muerte de tu hijo
nonato… Parmenio, tres balas roban la risa de tus labios… Los
gritos del poder silencian la radio… Siete niñas y una mujer en
las alturas de La Cruz del Llano de Alajuelita, caen a manos de los
“Baby’s” con sus ametralladoras M-3… ¡Carlos…!
CARLOS (De entre los cadáveres): Guille, nuestro compañero, ¿logró
escapar…?
VIVIANA: No lo sé. La ciudad está hecha un infierno. ¡Carlos, so-
porta, amor mío! El dolor corta mi pecho… Hago lo posible…
Quiero ayudarte a morir… Todo inútil. Te desangras a mi lado…
Los uniformados te arrancan de mis brazos… mis inútiles manos
permanecen vacías.
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CARLOS: Te amo, Vivi. Resiste. Sé que lo intentas. No puedo per-
manecer contigo por más tiempo… Resiste. El Che luchó por un
mundo igualitario y, como nosotros, fracasó en el intento. La li-
bertad no desaparece con la muerte. La libertad prevalece en la
semilla que dejamos en otros, la semilla de los que van a morir hoy
para vivir mejor mañana.
VIVIANA: La muerte impide nuestro matrimonio… Ahora los hijos
que pensábamos tener ya son fantasmas. La muerte nos une en este
sombrío lugar. Quiero que pienses que soy tuya, mientras los uni-
formados me ultrajan. Porque yo te pienso, te veo sonreír, tu rostro
atenúa las humillaciones y el dolor, en este momento de extrema
violencia. Soy valiente, aunque me golpeen y me torturen, porque
sé que en este momento también nuestras madres y nuestros her-
manos son humillados de manera pública. Sufren. ¡Es mi culpa!
CARLOS: Mantente fiel a nuestras convicciones. Eso no te lo pueden
robar. La vida es un instante. El sueño continúa.
POLICÍA MUERTO (Señala uno de los cadáveres): Ese cadáver eres tú.
VIVIANA: ¡Soy yo el cadáver que habla con ustedes! Sigo hablando,
aunque me quieran silenciar, aunque pretendan ahogarme en esta
montaña de cuerpos sin vida.
POLICÍA MUERTO: Crees estar viva y caminas entre los muertos.
VIVIANA: ¡Deja de hablar! No vas a lograr confundirme.
POLICÍA MUERTO: Mis hijos crecen a la sombra de un padre au-
sente. Mi esposa tiene razón, debí ser taxista, todavía podría estar
junto a mi familia… El olor a podredumbre de este lugar me im-
pregna.
CARLOS: Nos encierran en la oscuridad. La muerte es imparcial, des-
conoce lo que nos separa y también lo que nos une. La muerte es
la maquinaria de los tiranos. A ti, a todos ustedes, los utilizan, los
manipulan. Tú y tus compañeros obedecen a ciegas las reglas que
les imponen voces privadas de rostro. Las voces de una autoridad
implacable.
POLICÍA MUERTO: Es el trabajo. La autoridad nos impone su vo-
luntad, penetra las conciencias. Hay un futuro lleno de incógnitas
en este cuarto oscuro…
VIVIANA: Ahora es imposible ejercer el libre albedrío. Nos atrapan
las circunstancias. La única realidad es la muerte. La muerte está
frente a nuestros ojos siempre.
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CARLOS: Vivi, las sábanas blancas te levantan en vilo, se burlan de las
leyes de la gravedad y te lanzan al vacío. Te lo dije. Tus conviccio-
nes están destinadas a permanecer. Tu recuerdo ha conseguido re-
montar el fracaso y tu ejemplo habrá de guiar los pasos de quienes
continúen en busca de la libertad.
VIVIANA: Escuchen, asesinos: ¡Queremos que nos devuelvan a nues-
tros desaparecidos a manos del Batallón 3-16! Francisco Fairen,
Eduardo Aníbal Blanco, Yolanda Solís, sus padres anhelan encon-
trarlos, sacarlos de las cárceles clandestinas. Resistan, compatrio-
tas, la lucha continúa.
Casa cuartel
ANA: Esta noche no dormiremos. Hay que velar.
GUILLERMO: ¡Todo listo!, clavos, pólvora, tubos, relojes.
ANA: Estas son nuestras nuevas identidades.
GUILLERMO: Vivi, pásame la bombilla del flash y revisa los filamen-
tos.
CARLOS: Vamos a sorprender a los marines.
VIVIANA: Me inquieta su presencia en este país.
CARLOS: Sus intenciones ponen en peligro nuestra integridad como
ciudadanos.
VIVIANA: Reprimen los movimientos campesinos.
CARLOS: Nuestra tierra está infiltrada por grupos paramilitares.
MAGALY: El mundo que vivimos es inhóspito, es inhabitable.
VIVIANA: Los militares quieren imponer el control absoluto sobre
nuestras vidas, nuestros pensamientos, nuestras emociones.
ANA: Pretenden poner límites incluso a nuestras quimeras.
CARLOS: El poder justifica los crímenes que se cometen en nombre
de sus intereses.
VIVIANA: Su indolencia ante el sufrimiento humano me horroriza.
GUILLERMO: La guerra es el negocio de los poderosos.
CARLOS: Mientras entre hermanos nos matamos, otros se enriquecen.
MAGALY: Los marines vienen a militarizar a nuestros policías.
VIVIANA: Los mercenarios son el brazo armado de la represión gu-
bernamental.
ANA: Torturan, ejecutan, silencian la moral de los pueblos.
CARLOS: Me duele no haber podido impedir que Costa Rica se con-
vierta en otra dictadura más.
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MAGALY: Los militares han echado raíces en nuestra tierra.
VIVIANA: Los exiliados, los perseguidos y los humillados son testigos
de los horrores de una guerra civil de hermanos contra hermanos.
MAGALY: Sin embargo, la clase dominante nos teme, les aterra saber
que pueden perder su estatus económico.
ANA: La guerra nos rodea con sus garras asesinas.
CARLOS: Los poderosos pretenden que nos acabemos los unos a los
otros.
VIVIANA: No les importa mutilar vivos, acumular muertos, violar
mujeres y niños.
GUILLERMO: Quieren negarnos el futuro.
VIVIANA: Luchemos porque llegue el día en que los jóvenes se críen
en un mundo libre.
CARLOS: Un mundo en el que no se conozcan el miedo y la repre-
sión.
MAGALY: Donde exista la libertad.
CARLOS: Para lograrlo debemos luchar. Ser libres implica ser respon-
sables.
VIVIANA: Aunque para ello tengamos que arriesgar nuestras vidas.
CARLOS: Nuestra muerte es lo que dará razón a nuestras vidas.
GUILLERMO: Carlos tiene razón. Si no hacemos nada, los poderosos
habrán ganado.
MAGALY: No debemos permitirlo.
VIVIANA: Hay que mantener la resistencia hasta el final.
CARLOS: Hasta las últimas consecuencias.
Viviana abre la caja, extrae las armas.
VIVIANA: ¡Ya es hora! Me sudan las manos, el cuerpo me tiembla.
ANA: Para todos nosotros ha sido difícil tomar esta decisión.
MAGALY: Como los opresores no nos escuchan, nos obligan a llamar
su atención a nuestras demandas.
VIVIANA: ¡Ha llegado la hora de ejecutar nuestra operación “Coman-
do Viviana”! (Empuña la mano): ¡Patria o Muerte!
Los demás secundan el gesto, levantan los puños.
TODOS (Al unísono): ¡Patria o muerte!
La confrontación
Noche. Los policías sorprenden a Carlos y Guillermo que cambian la
placa del carro.
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POLICÍA A: ¡Contra la pared!
POLICÍA B: ¡Documentos!
POLICÍA A: Hace rato los vigilamos.
POLICÍA B: Su actitud es muy sospechosa.
CARLOS: ¡Tranquilos!
GUILLERMO: Podemos dialogar.
POLICÍA A (A Viviana): ¡Bájese del carro!
POLICÍA B: Voy a pedir refuerzos.
Se enfrentan, hay disparos de ambos bandos. Carlos y Guillermo suben
al carro.
CARLOS: ¡Acelera, Vivi! ¡Corre! ¡Corre!
POLICÍA B: ¡Oficial caído! 18… Repito: ¡Oficial caído!
En el carro
CARLOS: No te detengas, Vivi.
VIVIANA: Debo llevarte al hospital…
CARLOS: Nos persiguen. Primero tienes que quitártelos de encima.
Si nos atrapan, ponemos en riesgo la vida de los demás.
VIVIANA: No te preocupes por eso. Nadie nos sigue.
GUILLERMO: Uno de los policías resultó herido y el otro se quedó a
pedir refuerzos.
CARLOS: No van a tardar en ubicarnos. Toda la ciudad está vigilada.
GUILLERMO: Tengo que detener la hemorragia. Estás sangrando
mucho.
CARLOS: Es inútil. Siento que voy llegando al final.
VIVIANA: ¡Carlos, no me dejes, necesito tenerte a mi lado!
CARLOS: Vivi, la muerte es el medio para que otras generaciones dis-
fruten lo que nosotros no tuvimos…
VIVIANA: ¡Carlos, tengo miedo de lo que nos puedan hacer…!
CARLOS: Piensa en lo que hicimos, Vivi. Por lo menos lo intentamos.
Nuestra lucha no es vana, la libertad está por encima de nuestras
propias vidas…
Viviana detiene el carro y se dispone a realizar un masaje cardiaco a
Carlos.
VIVIANA: ¡Carlos! Escúchame. Habla. No cierres los ojos. No te va-
yas. ¡Carlos! Mírame… Abre los ojos. Quiero que te concentres
en la respiración. Piensa en el día de mañana, cuando hayamos
logrado nuestro propósito. Piensa en la mariposa, siéntela sobre
74
la punta de tu nariz, siente sus patitas, sus alas frágiles llenas de
vivos colores. Mira… Carlos… La noche está hermosa, la luna
brilla sobre nosotros. Deja que la mariposa nocturna vuele hacia
la montaña… Siente el viento en tu rostro. La vida, amor, ya viene,
no pierdas la esperanza… la libertad…
GUILLERMO: No insistas, Vivi. Ya no te escucha. Carlos se fue…
(Empieza a cantar “La zamba del Che” de Víctor Jara. Los demás lo
siguen):
Vengo cantando esta zamba
con redoble libertario,
mataron al guerrillero
Che Comandante Guevara.
Selvas, pampas y montañas,
“Patria o Muerte” su destino.
Claro de luna
El joven Jean frente al piano, realiza el preámbulo digitalizando.
VIVIANA: Tal vez el sacrificio consiste en saber que el reino de la li-
bertad es también el reino de los espejismos.
JEAN: Marx necesita descansar, Viviana.
VIVIANA: Amigo, toca para mí.
JEAN: Escucha llorar el piano de Beethoven, sus silencios, oye cómo
crea, se enfurece, se indigna. Los músculos de su rostro saltan, las
venas se hinchan. Sus ojos de fiera herida reclaman equidad en un
mundo lleno de injusticias. Fiel a sus principios, como revolucio-
nario de la música, Beethoven se niega abandonar la vida hasta
cumplir sus obligaciones morales.
VIVIANA: Marx y Beethoven son defensores incansables de los “de-
rechos del hombre”. La lucha está por encima de sus propias vidas.
Su compromiso consiste en erradicar la insensibilidad, la injusticia
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y la desigualdad. Soñadores, igual que nosotros, ambos esperan
el día en que los tiranos y los poderosos caigan y de sus cenizas
renazca el hombre sin cadenas. Marx, en un poema de juventud,
expresa ese afán de libertad:
Iluminado el orgulloso corazón,
dominante, libre de yugo y atadura…
¡Y como árbol de la vida nacen los sueños!
JEAN: Beethoven siente la misma indignación que Marx cuando Na-
poleón se declara Emperador. (Toca parte del Concierto N° 5 Opus
73 Emperador). Le duele la ambición de poder del hombre que
una vez admiró. Sobre todo, le duele el sufrimiento que se avecina,
los miles de hombres que habrán de morir en esa guerra sin senti-
do. Entonces, las mujeres también levantaron la voz, para conde-
nar la decadencia del tirano que había olvidado las necesidades de
su pueblo.
VIVIANA: En las épocas de rigidez, cuando la vida reclama urgentes
transformaciones, desde el hogar o desde la trinchera, las muje-
res siempre expresamos nuestra inconformidad ante la injusticia.
Beethoven y Marx sembraron en nosotras las semillas que ahora
germinan, ellos dejaron su marca de fuego en nuestras concien-
cias, sus luchas persisten a pesar del paso del tiempo, nosotros so-
mos las abanderadas de su pensar y su sentir, frente a los viejos
vicios de ambición y poder de los tiranos.
JEAN: Es difícil engañar a un amigo, dime lo que te preocupa.
VIVIANA: Jean, tú y yo somos hermanos porque hemos decidido ser-
lo. Lo sabes, ¿verdad? Lamento no estar… Me hubiera gustado ser
siempre tu amiga, hija o hermana, crecer y envejecer contigo, con
ustedes, con mi familia.
JEAN: Tú cumpliste tus responsabilidades y pagaste por ello. Lo que
hacemos siempre trae consecuencias.
VIVIANA: Tu compañía, tu sensibilidad me conmueven, tu música
me hace sentir en casa.
Jean toca “Claro de luna” de Beethoven. Por momentos parece envejecer.
JEAN: Machado dice: “Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la
tierra!”. Quiero pensar que ahora escuchas mi música, que estás
aquí, que no te has ido. Te juro por mis manos, que no ha pasado
un solo día desde tu asesinato en el que no te piense. Te evoco
a cada momento. Quiero hacerle saber al mundo entero, que mi
ternura por ti es imperecedera…
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VIVIANA: Escucho tu piano, permanezco junto a ti. Mientras tocas
para mí, mientras me piensas, soy eterna, sigo viva en tu memoria.
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MADRE DE MAGALY: En nuestros hogares desconocemos las ideas
violentas. No estamos influidos por ideologías subversivas.
VILMA: En mis años de maestra nunca les transmití violencia a mis
alumnos, mucho menos a mis hijos. Ahora somos las madres de
las ‘terroristas’ y todos nos señalan, nos cierran las ventanas, nos
niegan la mirada.
TRASGO BOLAÑOS: Mi obligación es impedir que la gente simpa-
tice con ellas. Tenemos que impedir que hablen con la prensa. Vi-
viana es muy hábil. Si logra comunicarse con los medios, los pue-
de convencer de que la guerrilla tiene la razón y el control del país
se nos puede salir de las manos.
VILMA: Por si no se ha dado cuenta, hace mucho tiempo que el país
está fuera de nuestras manos. No me explico por qué el poder
quiere que nuestros hijos sean ignorantes, manipulables y débiles
en sus convicciones.
MADRE DE ANA: Hace mucho tiempo que la economía del país les
pertenece a las transnacionales.
MADRE DE MAGALY: Hace mucho tiempo que nuestras vidas, las
vidas de todos los ciudadanos, le pertenecen a la autoridad. La
autoridad nos condiciona a ser de cierta manera a fin de manejar
nuestras vidas y consumir nuestras ilusiones.
VILMA: Aunque ahora nos vea desamparadas y suplicándole, ni nues-
tras hijas ni nosotras nos rendiremos nunca.
MADRE DE ANA: Ellas y nosotras debemos seguir adelante porque
así lo exige la vida.
MADRE DE MAGALY: Nuestros hijos, los que están luchando en la
resistencia, son la voz de los olvidados.
VILMA: Los jóvenes van a seguir preparándose en la universidad por-
que no quieren que los sigan humillando ni tener que trabajar por
salarios de hambre.
TRASGO BOLAÑOS: Entonces, señoras, a ustedes y a sus hijas no les
va a quedar otro remedio que atenerse a las consecuencias y pagar
por sus actos.
M-76
TRASGO BOLAÑOS: ¡Niña…! ¡Viviana…! No te muevas. No respi-
res… ¿Armas? ¿Domicilios? ¿Teléfonos? ¿Nombres…? ¡Abre los
ojos, mírame, quiero que te lleves mi rostro gravado hasta después
de tu muerte…! Ni siquiera la electricidad ha podido ablandar-
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te… No escarmientas… Deja de llorar… no vas a convencerme
de que te tenga lástima.
Era de noche, la hora de salir del cuartel para ir a mi casa. “¡Pe-
tición denegada, cabo!” El mayor impidió que me fuera a pesar
de mis súplicas. “¡Petición denegada, cabo, ¿no entiendes?! Tengo
órdenes distintas para ti. Pon atención. Debes eliminar a las tres
terroristas que están en la celda de castigo. Las de ‘La Familia’. Tú
las conoces, las del ‘Comando Viviana’. Ponte listo… Debe pare-
cer un intento de fuga… Si no obedeces, tu familia puede pagar
las consecuencias. Tengo información confiable de ellos, los están
vigilando, con la orden de ultimar a tus hijos y a tu mujer en caso
de que tú no cumplas mi encomienda. A ti te corresponde prote-
gerlos”.
Esperé toda la noche que la mujer uniformada, que las custodiaba,
se separara de su puesto. Un descuido lo puede tener cualquiera…
y ese era la oportunidad que yo iba a aprovechar para ultimar a las
terroristas. Todo ese tiempo me pareció insoportable ver que la
mujer uniformada miraba a las detenidas con compasión. Es pe-
ligroso dejarse llevar por la simpatía hacia las personas que tienes
en custodia…
Pasó el tiempo y yo estaba empezando a impacientarme. Quería
cumplir cuanto antes las órdenes del mayor y marcharme a casa
para cuidar a mi familia. Pero la mujer uniformada no se quitaba
de en medio. Creo que las trataba con ternura, como si se cono-
cieran de toda la vida. Hasta llegué a pensar que eran cómplices.
Ya estaba desesperado, la mujer uniformada no se separó de ellas
ni para el desayuno. Así que aproveché un momento en que me
dieron la espalda, para cumplir mi encargo. No quería mirar sus
ojos ni que ellas me vieran de frente. Son jóvenes, igual que yo…
¡Pero ese es su problema! ¡¿Quién las mete a la guerrilla?! Además,
yo tenía que vengar la muerte de mis compañeros. El mayor me
lo dijo. Ni creas que son unas blancas palomitas, cabo. Estas son
responsables de las bombas que acabaron con la vida de muchos
compañeros nuestros.
Empujé a la mujer uniformada y la hice caer a un lado de la celda.
Abrí los ojos para acostumbrarme a la penumbra. Sentí que todo
mi cuerpo se estremecía por la trepidación de las ráfagas. Escuché
el quebrar de huesos, la penetración de la carne joven, los sesos
saltando, la sangre inundando las paredes. Por un momento los
79
gritos de las jóvenes me parecieron gemidos de placer. Los ojos de
Viviana saltaron de las órbitas. Su cuerpo se contorsionó al ritmo
de mi M-76.
El olor de la sangre me impregna, estimula mis instintos prima-
rios… Viviana, Viviana, ya no puedes escuchar siquiera tus últi-
mos suspiros… Maté a la presa. Misión cumplida.
Todavía me faltaba sorprenderme por lo que me esperaba…
El mayor fue ascendido a coronel. El teniente a capitán. El que
recogió los casquillos a teniente. Yo permanezco encerrado en esta
celda, con las manos llenas de sangre… Me dicen que en tres me-
ses salgo de prisión. Que mientras siga cumpliendo órdenes, esto
queda entre nosotros y ellos van a protegerme hasta que el escán-
dalo se aplaque con el tiempo. Que esta pena es una simple simu-
lación para acallar las voces de la opinión pública y se eliminen los
cabos sueltos. Que hasta voy a poder salir de día a pasar tiempo
con mi familia y solo debo regresar a dormir en la celda por las
noches. No dejo de escuchar la voz de mis superiores: “Prohibido
equivocarse, cabo Bolaños.”
Música: “Elegía al Che Guevara” de Quilapayún.
El terror
Pasillo de hospital. Magaly y Ana en sillas de ruedas.
MAGALY: ¡¿Viste?! La policía llama a nuestra célula ‘La Familia’. No-
sotras ni siquiera bautizamos a nuestro grupo, porque queríamos
evitar las etiquetas que nos impone la sociedad.
ANA: Ya no me importa cómo nos llamen. No puedo dejar de pensar
en Viviana destrozada frente a nuestros ojos. Todavía puedo ver lo
que quedó de ella.
MAGALY: Esas balas eran también para nosotras… No me explico
cómo logramos sobrevivir.
ANA: Es evidente que Viviana era su objetivo.
MAGALY: Fuera de estas paredes, los otros grupos guerrilleros ni se
imaginan lo que les espera…
ANA: Los van a destruir, también a ellos los van a hacer pedazos… No
sabemos siquiera dónde están nuestros compañeros.
MAGALY: Temo perder a mi bebé, lo siento brincar dentro del vien-
tre. Aún no ha nacido y ya conoce la represión, el sufrimiento. Yo
no deseo esa realidad para mi hijo.
80
ANA: Siento que aquí todos nos miran con odio, nos repudian. Los
custodios ponen a las otras reas en contra nuestra para que nos
griten, nos amenacen…
MAGALY: Escucho el eco de sus voces… el retumbar de las ráfagas…
“Les arrancaremos los ojos”. “¡Terroristas!”
ANA: Marginadas en un mundo de seres marginales; nuestra lucha
mezclada con asesinas, narcotraficantes y ladronas comunes…
MAGALY: A fin de cuentas, aquí todas somos mujeres privadas de fu-
turo, de ver crecer a nuestros hijos, de cumplir nuestros sueños.
ANA: Allá vienen… ¿Qué nos harán ahora? No sé si pueda aguantar
otra paliza más.
MAGALY: Lo que queda de nuestra lucha debemos guardarlo en
nuestro interior, aferrarnos a nuestros ideales.
ANA: Estos policías fueron bien entrenados en la Escuela de las Amé-
ricas. Patean, patean y patean, no dejan de golpearnos a todas ho-
ras y con el mínimo pretexto.
MAGALY: La represión de Chile y Argentina se traslada a esta tierra.
Quién sabe cuántas cosas más tengan que ocurrir para que la gente
se dé cuenta de que necesita liberarse de la opresión, los líderes
mezquinos, las clases poderosas, los militares, las mafias.
TRASGO UNIFORMADO: ¡Calladas, terroristas! Saben que está
prohibido conversar entre ustedes… Ni crean que se han librado
de nosotros, las perseguiremos hasta el fin de sus días. Después de
salir de este hospital volverán a ser interrogadas. Nuestro deber
es reprimir cualquier intento de rebelión que rompa con el orden
establecido. Tenemos ojos y oídos en todas partes. Estamos in-
filtrados en todas las organizaciones sociales. Mantenemos bajo
estrecha vigilancia a todos los terroristas. Somos el cáncer de la
rebeldía. Los fotografiamos. Intervenimos sus teléfonos. Conoce-
mos sus domicilios y sus itinerarios. Siempre que alguno o alguna
de ustedes cae en nuestras redes conoce nuestra ira, la mano dura
del poder. Ustedes llevan en la frente la marca de los malditos, ja-
más podrán reintegrarse a la sociedad.
Sala de justicia
JUEZ (A la Mujer uniformada): ¡Usted no hable tanto! Le aconsejo
que mida sus palabras. Sus declaraciones pueden comprometerla.
81
MUJER UNIFORMADA: ¡Yo lo vi todo, señor juez! El cabo Bolaños
enloqueció. Arremetió contra mí y atacó a las chicas. Viviana cayó
sin vida instantáneamente. Las jóvenes heridas no dejaban de gri-
tar. El teniente me dijo que no abriera esa celda hasta que llega-
ran los de enfermería. Pero tardaron mucho tiempo en reaccionar.
Todo era sospechoso, parecía que querían dejarlas morir.
JUEZ: Se trata de simples conjeturas. Considero que el impacto de los
acontecimientos la tiene trastornada. Antes de hacer juicios teme-
rarios, le recomiendo que guarde silencio. Si no tiene pruebas fe-
hacientes, es mejor que diga que usted no ha visto nada.
MUJER UNIFORMADA: Mi conciencia me impide callar, no está
bien tomar la justicia a manos propias, va en contra de nuestras le-
yes. No puedo dormir, todo el tiempo pienso en esas muchachas,
en sus madres, una de ellas está embarazada, se llama Magaly, co-
rre el riesgo de perder a su criatura.
JUEZ: Su visión de la realidad está distorsionada por la compasión y
por la solidaridad de género con las detenidas. ¡Le vuelvo a reco-
mendar que no se deje llevar por lo que cree haber visto! Usted no
sabe cuáles eran las órdenes que estaba siguiendo el cabo Bolaños.
No le conviene ponerse de parte de las terroristas. Este tribunal la
puede acusar de ser cómplice de ellas y hasta es posible que corra
la misma suerte que Viviana.
ELIZABETH (Esposa de Bolaños, al juez): Yo sé muy bien lo que pasó,
señor juez. Yo no hablo de oídas o por simples conjeturas. A mi
marido, el cabo Bolaños, lo presionaron para ejecutar a las terro-
ristas. La noche anterior, a mi marido le negaron la salida. Lo ame-
nazaron con hacerle daño a nuestros hijos si él no cumplía lo que
le ordenaban. ¿Por qué no dejan que él declare? ¡Permítanle que
diga la verdad! ¡No sé por qué quieren que él encubra a sus supe-
riores! Que admita ser responsable de la muerte de Viviana. Que
sea el único que pague por los actos criminales de otros.
JUEZ: Lo que yo veo, señores del jurado, es que ambas mujeres están
confundidas. La tragedia que acaban de presenciar las hace ‘fanta-
sear’ los hechos. Ustedes, señores del jurado, pueden darse cuenta
de que únicamente el diez por ciento de lo que estas señoras de-
claran es ‘verdad’, que el resto es obra de su ‘imaginación’ y que, si
insisten en su dicho, podemos acusarlas por conducta disociadora
y conflictiva. Ahora, señores del jurado, les ruego que se retiren a
deliberar. Se declara un receso de veinte minutos.
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Juez y jurado se retiran. La mujer uniformada y Elizabeth, esposa de
Bolaños, hablan entre sí en voz baja.
MUJER UNIFORMADA: Viviana no disparó esa noche, la prueba de
parafina dio negativa, ella se limitó a conducir el coche, los milita-
res que la persiguieron aseguran que nunca habían visto que una
mujer manejara de esa manera. Les resultó muy difícil atraparla.
Se saltaba los semáforos, esquivaba los carros con destreza y ve-
locidad.
ELIZABETH: Mi marido, el cabo Bolaños, solamente cumplió órde-
nes. Sin embargo, lo tienen recluido en una celda, mientras sus
superiores, los asesinos intelectuales de Viviana, se encuentran
libres, protegidos por una justicia corrupta.
MUJER UNIFORMADA: Siento pena por la muerte de Viviana, por
el sufrimiento de sus compañeras heridas, incluso por su marido,
el cabo Bolaños, porque lo hacen pagar por una culpa ajena.
ELIZABETH: Me queda claro que ni usted ni yo podemos hacer nada.
Las palabras del juez entrañan una amenaza, y yo no quiero sufrir
el mismo dolor de las madres que pierden a sus hijos. No podría
soportarlo…
MUJER UNIFORMADA: Ser mujer policía es peligroso en estos
tiempos, cuando nuestra justicia se descompone desde adentro y
nosotras debemos obedecer como si se tratara de un asunto de fe.
Lo lamento por Viviana y por su causa… Renuncio a la manipula-
ción e hipocresía. No quiero seguir perteneciendo a este lugar. No
me queda otro camino que proteger a mi familia.
El juez ocupa de nuevo el estrado y dicta sentencia.
JUEZ: Este caso queda archivado. Alguien tenía que pagar. La muer-
te de Viviana debe servir de escarmiento a todos aquellos que in-
tenten desafiar al poder público legalmente constituido. Que los
terroristas sepan que estamos dispuestos a cualquier cosa para de-
fender nuestras instituciones.
Prensa
PERIODISTA: Explosión de dos bombas de fabricación casera contra
una camioneta donde viajaban tres marines y el conductor. Las
víctimas resultaron heridas por las esquirlas. El explosivo fue deto-
nado a control remoto cuando se acercaba a una valla de cemento.
Otra bomba explota en la embajada de Honduras a las ocho y doce
83
minutos. No hay heridos. Los terroristas, que están generando
caos y confusión en la ciudadanía, son jóvenes que no sobrepasan
los treinta años. Entre ellos, hay estudiantes universitarios y obre-
ros de construcción. Todas las agrupaciones policiacas y militares
están en su busca. Se les acusa de intimidación pública, traición
agravada, conspiración para la rebelión, organización ilícita de ca-
rácter internacional, tenencia y fabricación de armas de fuego. En
un enfrentamiento con los criminales, ocurrido en calle Blancos,
mueren un taxista, dos policías y un terrorista.
Se cree que el móvil de las bombas en la embajada hondureña, se
vincula a la desaparición de estudiantes universitarios que incur-
sionaron sus fronteras.
En el puesto Las Manos, la incertidumbre rodea a las familias, que
piden castigo para los responsables de la muerte o la desaparición
de sus hijos. Quieren que las autoridades les permitan hablar en el
juicio a los terroristas… Como cristianos que son, los padres de
las víctimas, dedican sus esfuerzos, sus sacrificios, sus noches in-
terminables y sus ojos hinchados de tanto llorar por no encontrar
a sus hijos, piden que Dios les toque el corazón a los terroristas
para que dejen de hacer daño.
El maquillaje de la muerte
TRASGO PRESIDENTE: Siete son los pecados capitales del terro-
rismo, uno de ellos la justificación moral del asesinato. Hay que
poner fronteras y límites al terrorismo. Debemos combatirlo de
manera preventiva, mediante la civilización, el amor, el derecho a
la existencia misma.
VIVIANA: El peligro invade la noche, siento el corazón junto a la boca,
el tiempo detiene mis latidos y la muerte se presenta desnuda. Los
del Comando Viviana estamos dispuestos a morir mientras lu-
chamos por nuestras vidas. Incluso después de muertos seguimos
siendo víctimas de los juegos del poder. Me acusaron, me hallaron
culpable y me ejecutaron por asesina. Olvidan que yo no podía
conducir y disparar a la vez. Aun así, usted envía a uno de sus hom-
bres para que las balas de su M-17 acaben con mi vida.
TRASGO PRESIDENTE: Los pecados capitales son cabeza de otros
pecados. Su afán por obtener recursos para sus operaciones clan-
destinas, los vuelven ambiciosos.
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VIVIANA: ¡Usted come bien…! A usted nada le falta. Usted manipula
a sus hombres. Usted hace que se ensucien las manos de otros,
para que las suyas permanezcan limpias. Usted cree que, porque
no mira a sus víctimas a los ojos cuando las asesina, está libre de
culpa. Se equivoca. También sus manos están manchadas con san-
gre inocente.
TRASGO PRESIDENTE: ¡Los terroristas son irresponsables, dejan
de lado sus obligaciones ciudadanas!
VIVIANA: Nosotros, los que luchamos en la resistencia civil que us-
tedes llaman terrorismo, sabemos de obligaciones, tenemos con-
vicciones, queremos una patria unida. No hacer nada respecto al
abuso del poder, genera apatía, nos priva de ejercer el derecho que
tenemos a la libertad de expresión.
TRASGO PRESIDENTE: Sus ideales desatan pasiones y trastornan
el orden ciudadano.
VIVIANA: Ustedes olvidan las necesidades de los demás, solo piensan
en ustedes, la indiferencia los insensibiliza, los vuelve intolerantes.
Para nosotros, defender lo que amamos nos enfrenta a la realidad,
nos hace sentir vivos y acompañados.
TRASGO PRESIDENTE: Sus argumentos son irrelevantes… Todos
obedecemos órdenes superiores. Un presidente está provisto de
tentáculos que le sirven para castigar a los infractores de la ley.
Fuertes ráfagas de M-76.
VIVIANA: La vida se detiene… Los recuerdos se borran. Los sonidos
cesan. Solo escucho a lo lejos el eco de la voz interna. Mi sangre
aún palpita… Ah… Tengo calor… No puedo respirar… Me que-
ma. Dejo de sentir las manos… Para ustedes, los episodios de ven-
ganza incluyen el homicidio, separar a los hijos de sus madres, in-
crementar el odio, infundirnos miedo con la cárcel, asustarnos con
la muerte… Mantienen cerrados los ojos, las bocas y los oídos.
Ustedes no conocen nuestro pensamiento, ignoran que multitud
de inconformes siguen en las calles. Ustedes se esconden en sus
fortalezas, se rodean de hombres blindados con equipos especia-
les para hacernos la guerra. El egoísmo forma parte de su soberbia,
de su amor desmedido al dinero y al poder. Por eso esclavizan a las
nuevas generaciones, les roban la voluntad, el pensamiento crítico
y la participación activa en la decisión de nuestro destino. Le nie-
gan el futuro a esta tierra. Pero olvidan que el tiempo se encargará
85
de decir la última palabra. Olvidan que la lucha de María del Mar,
Jaime Bustamante y Óscar Fallas… aunque calcinen sus cuerpos
y escondan los hechos, todavía dará frutos. No toman en cuenta
que, aunque escondan y realicen autopsias dudosas al cuerpo de
David Madariaga… la resistencia no acabará nunca… Parmenio,
hermano, tu humor es un arma que llegará al futuro derribando
puertas, desatando la alegría de la libertad. Alejandra Caderón, los
tiranos temen tu inteligencia y el poder que tenías para tocar sen-
sibilidades, los poderosos saben que, si hubieras sido la primera
mujer en tomar la silla presidencial, mantendrías el legado de tu
padre, y las bases de la justicia social permanecerían intactas. Veo
que todavía circulan imágenes mías en las calles de San José; sa-
ber que he dejado mi rostro impreso en la conciencia colectiva me
tranquiliza, me llena de esperanza. Alejandra, María, Viviana, Ós-
car, Jaime, Parmenio, camaradas, aunque traten de borrarnos de
la historia, renaceremos… resistiremos desde nuestras tumbas…
(Canta “Quien levanta la frente” de Natalia Esquivel):
Como tantas mañanas
amaré el intento
de llevar en la cara
cruz de esperanza
y compartir la morada
con los valientes
que no hablan
sin actuar.
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Mujeres anónimas
Marialaura Salom-Pérez
Temprano una noche cualquiera. Poco a poco, las personas van llegan-
do al salón y se sientan en las sillas acomodadas en un gran círculo.
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gigantesca vaca sentada en medio de la calle… Moraleja: “Muje-
res, aprendan a escuchar a los hombres”. Creo que es bueno reír
cuando una se siente vulnerable y presionada. Cuando río, dejo
escapar, como si fueran burbujas de gas, las cosas que me molestan
de mí misma: Que si estoy gorda. Si amanecí con el pie izquierdo
y todo me está saliendo mal. Que no me gusta cómo me vestí este
día para salir. Que no hay maquillaje que tape esta maldita espini-
lla asquerosa. Que no me expresé de manera correcta en el trabajo
con una de mis compañeras. Que no había pan integral en el res-
taurante a la hora de almuerzo. Que me trajeron la limonada dulce
cuando la pedí sin azúcar… Todas estas tribulaciones pesan, no
me dejan caminar erguida y con soltura. Me siento atrapada en mi
propio cuerpo, incómoda, apagada… Por fortuna, hay situaciones
esporádicas, inesperadas que me alegran un momento del día. Me
dejo llevar. Reacciono como si no pasara nada malo y pudiera olvi-
dar todas las contrariedades y el estrés se esfumara. Yo misma me
sorprendo. Creo que una puede ser mejor persona dependiendo
de quién o quiénes le rodean. ¿Nunca han pensado, quién sería
yo sin los miembros de mi familia o si ciertas personas no fueran
mis amigas? Yo me reduciría si no tuviera una relación formal con
Luis. Él me quiere, saca lo mejor de mí, me da consejos, resuelve
muchos de mis problemas, me dice: “¡Ay, Sofía, sos tan complica-
da como todas las mujeres!”. Les puede sonar anticuado, parecer-
les fantoche o estrafalario, pero, para mí, es seguridad, confianza,
sentirme querida, que él me consuele, me proteja, me siga aman-
do. Ahora que está tan pronta la boda, mucha gente se me acerca
para recordarme lo importante que es la comunicación y el respe-
to en la pareja. Aprender a ceder y a complacer vale la pena, con tal
de tener a tu lado a la persona que estás escogiendo. Todos depen-
demos de alguien, una buena palabra, una ayuda, un abrazo. Por
favor, no malinterpreten lo que digo, no suelo expresarme bien, no
sé qué palabras utilizar. Si Luis estuviera aquí, ya me habría apre-
tado la mano para que me callara: “Dejá de decir tanta estupidez
junta! Cerrá la boca o nos vas a dejar en ridículo”. ¿Por qué él y no
otro? Ustedes no conocen a mi novio… ya casi mi marido… ¡Qué
raro suena! Sofía de Arguedas… ¡Me gusta! Estoy lista para dar
ese paso. ¡No saben cuánto lo he esperado! ¿Qué me va a importar
que él deje la tapa del escusado arriba? La bajo. ¿Qué, si se quita
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los zapatos al entrar a la casa? Mejor, así me quedan cerca para ir
a embetunarlos. ¿Qué, si ronca fuerte? Bueno, ya sé a lo que voy,
lo he conocido bien en todos estos meses y pongo sus defectos a
un lado, porque son muchas más sus virtudes. Por supuesto que
sé que nadie es perfecto, todos tenemos fallas, descuidos, peros…
Él es guapo, coqueto, amable… Me complementa, con él estoy
tranquila, soy afortunada en tenerlo conmigo y no que ande con
otra. Puede que se vea como una relación compulsiva… A veces,
optamos por ser sumisas, jugamos un rol determinado a cambio
de recibir ese cariño, esa protección, esa mirada. Dar y obtener.
Para mí no es pleitesía, es chineo. Yo quiero y elijo atarme a él.
Eso es desposarse, obligación y responsabilidad conjunta, ligarse,
unirnos, contraer el compromiso, ponernos de acuerdo en las re-
glas. Una vez seamos marido y mujer, sabremos solventar nuestras
diferencias. Dios no nos hizo iguales. Ellos se casan y pasan a ser
maridos. Nosotros siempre seremos sus mujeres. Juntos somos
pareja, dúo, copla, yunta, una combinación de lo mejor de cada
uno. Es la suma la que nos da la ventaja. La vida es difícil y com-
plicada como para andar por ahí sola, sin el soporte de un hom-
bre que comparte su vida contigo. Todo el mundo prefiere estar
acompañado. El matrimonio es una tradición. Quien no lo piense
así, es alguien que gusta de romper esquemas, de ir en contra del
status-quo. Cuando uno es joven, en la universidad, está deseoso
de libertad. A mi edad, 26 casi 27, una empieza a sentir que se le
está yendo la oportunidad de casarse y para agarrarse del primer
hombre libre, se enfrenta a una cacería criminal con las del mismo
género, donde la mayoría de las rivales son más jóvenes, algunas
de la misma edad, son las que ya van por el segundo round. To-
das son peligrosas y hay pocas opciones de escoger al galán. Entre
más tiempo pasa, tiene que conformarse con cualquier orangután
u holgazán de menos altura, menos esbelto, menos dinero, menos
culto, menos decente. ¡Y más usado! Y la presión que una siente de
la sociedad que impone las reglas y en todo momento se ocupa de
ir modelando los roles y las conductas deseables: “¿Tenés novio?”
“¿Ya son novios?” “¿Cuánto llevan?” Al visto bueno o el check, le
sigue: “¿Cuándo se casan?” La sociedad espera que uno se case,
que tenga hijos. No importa con quién o en qué condiciones se
traigan hijos al mundo. Y cuando se presentan problemas, nunca
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falta quien diga: “Ay, vos te lo buscaste, ¿por qué, antes de casarte,
no te fijaste cómo era él en realidad? Él siempre se ha portado mal,
todo el mundo lo sabía, ¿por qué iba a cambiar solo por estar con
vos?” Otros montan un plan para ayudarte, fingen estar interesa-
dos en tu situación y pretenden que una siga todas sus instruccio-
nes. Casi con placer, como si fuera una telenovela, hurgan en nues-
tros pecados, quieren que les recreemos los desencuentros, las
decepciones, el dolor. Quieren controlarte, manejarte a su antojo.
Por eso, yo no creo en métodos ni recetas, prefiero ser reservada y
enfrentar sola lo que me pasa. ¿Qué tan relevante es para todos los
demás lo que a mí me sucede? A nadie le importa mi vida.
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con esos pantalones bajos que a todas se les ve la alcancía… ¡A mí,
sencillamente se me sale la mitad de las nalgas! Nunca voy al gim-
nasio, no tolero estar rodeada de espejos y cuerpos esbeltos por
todos lados. Fui una vez… me dieron un pañito diminuto… vi los
rótulos con letras en negrita y subrayada la frase “Prohibido dejar
sudor en las máquinas”. Me salí… Ni siquiera esperé que me de-
volvieran el dinero de la matrícula ni la mensualidad. Si por alguna
razón me veo forzada a agacharme, siento que me voy a quedar
en el suelo, tiesa. Se me caen las llaves, el lapicero, el teléfono, el
sombrero, el lápiz labial, la mariposa del arete, la moneda… “¡Qué
muchacha más babosa!” “¿Y a usted quién lo mete, mequetrefe?”
Trato de no hacer nada, no moverme mucho. La ley del mínimo
esfuerzo, con tal de sentirme seca, en calma y con aliento. Jamás
cruzo las piernas, solo sentir uno de mis muslos encima del otro
me provoca calor. Me desespera ver otras gordas o embarazadas.
Por supuesto que me estorba la cercanía con otros, me da pavor
el roce. Reconozco que reacciono con violencia, aunque se trate
de un acercamiento involuntario. ¿Los demás no ven que soy de-
masiado grande como para que los dos caminemos en una misma
acera? ¿Por qué, en la fila en el banco, tienen que pegarse una con
otra las personas? ¿Quién inventó esos rituales de conocerse aga-
rrándose y estrechándose las manos? ¿Qué le pasa al chofer del
bus que no puede dejar caer el vuelto en la palma de mi mano?
Ustedes dirán que estoy muy joven para sentirme rechazada y
comportarme frenética, irascible e intolerante. Es cierto. Paso la
mayor parte de mis días sola. No asisto a conciertos ni ferias; a
graduaciones, bautizos ni funerales. Jamás voy a comprar frutas al
mercado. Nunca visito a nadie en los hospitales. No me pruebo la
ropa en la tienda, mucho menos los zapatos. En la misa, siempre
ocupo la última banca y me salgo unos minutos antes de que el
sacerdote indique darse la paz. Sé que la banca cruje al levantarme,
por eso lo hago mientras están cantando o rezando en voz alta. En
las esquinas, siempre espero el siguiente turno del semáforo para
cruzar, si no quiero que me piten con furia o me insulten porque
aún sigo en la zona de paso, sintiendo que los vehículos avanzan
hacia mí, oyendo el ruido de los motores que se quejan y sintiendo
su calor cerca de mis rodillas. Todo me sale más caro. En el cine
tiene que ser sala VIP. En los viajes al exterior, boleto de primera,
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entre altos ejecutivos, como en aula diferenciada; porque en clase
turista no logro pasar entre una fila y otra. En la comida, prohibi-
do todo lo que me gusta. Manzana no, no puede ser azucarada.
Banano, no mucho, porque es la fruta que más engorda. Ensalada,
sin sabor. ¡No me digan que creen el cuento de que el limón y el
aceite de oliva son un aderezo! La gaseosa, prohibida. La cerveza
hincha. El emparedado sin mantequilla, ni mayonesa, ni jalea, ni
queso crema, porque es como llamar al diablo. Hablando de lla-
mar… Todavía no he conseguido un teléfono inteligente que me
funcione. El dedo que use, sin importar tamaño, ubicación o ángu-
lo, humedece la pantalla táctil y me impide desbloquearlo. Ni les
digo de revisar Facebook o enviar mensajes de texto. A la red social
solo me conecto desde mi casa. Mi foto de perfil es una sandía. Y la
portada, un atardecer en un desierto árido. Soy una isla flotante en
medio de un océano donde cada gota ha emanado de mi cuerpo.
Soy un globo aerostático a punto de estallar. Soy el más grande,
el más ancho, el más acuoso y más solitario de todos los planetas.
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Ya no podía concentrarme, desperdiciaba muchas horas al día en
algo nuevo que estaba pasándome y que yo no pedí ni quiero. Es
mi vida, es mi cuerpo. Fui de un médico a otro y a otro. Hasta
que encontré uno que aceptó ayudarme. Tendría que ser rápido,
mientras el feto aún fuera pequeño. “Antes de que se arrepienta”,
me dijo. No, doctor, créame, no lo voy a lamentar. Quiero que me
solucione este problema lo antes posible, porque está poniendo
en riesgo mis notas en la universidad. Pasé la semana más angus-
tiante de mi vida. ¿Si algo fallaba? ¿Si el doctor se desaparecía? ¿Si
me iba a lastimar mucho? ¿Estarían totalmente desinfectados los
instrumentos para sacarlo? ¿Cuánto dinero me iba a costar la in-
tervención? Pensar en todo eso, me consumía por completo. No
me sentía bien. Mi cuerpo era otro. Estaba mutando. La barriga
más grande, los muslos también. Mis senos se veían distintos. No
sé ni cómo explicarlo. Era extraño. Sentía incomodidad. La mayor
parte de los cambios se daba por dentro. Algo debajo de la piel
empezaba a expandirse y estirarse. Se abría y se moldeaba como
la plasticina. La sangre viajaba más lenta. Procuraba no salir de mi
casa. Me quedaba quieta, quieta, con la mirada fija en el vientre.
¡Vos no sos, y yo sí! ¡Punto! Que pronto acabe la pesadilla. Correr
todas las mañanas. Tomar mucha agua de pipa. Comer sushi. To-
mar cervezas. Fumar. Fumar, Fumar. No cambiaría mi vida. Segui-
ría con mis planes. Cumpliría mis metas. Alcanzaría mis sueños.
¡El día equis llegó por fin! Estoy en una camilla. Todo se vuelve
oscuro y helado. Escucho voces. Un hombre y una mujer hablan
de cualquier cosa. Escucho un ruido extraño. Veo un rayo de luz
que se cierra. Siento más frío. Empiezo a temblar. Aunque algo me
dice que debo quedarme quieta, sin que se den cuenta, empiezo a
mover, despacio, cada músculo de mi cuerpo, las extremidades…
La luz incandescente no me deja ver nada. De pronto, siento que
algo me punza, me corta. Me muevo instintivamente tratando de
esquivar las dentelladas. Otra punzada. Esta vez me duele más que
la anterior. Es en mi estómago. ¿El hombre y la mujer que hablan
allá afuera se habrán dado cuenta de mis movimientos? Otro ins-
trumento me persigue, me busca, me arrincona. Prensa mi cabeza
fuerte, muy fuerte, muy fuerte… La rompe en pedazos… Respiré
aliviada. Todo terminó. Salí de la clínica, adolorida. Había dejado
allí todo el dinero que tenía ahorrado para más adelante. Me sentí
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diferente. Ya no era yo. Sentía las miradas penetrantes de la gen-
te en la calle, como si pudieran saber lo que yo había hecho. Yo
los desafiaba… Entonces quitaban sus ojos de mí, se cambiaban
de acera, doblaban en la esquina. Nadie decía nada, pero yo escu-
chaba sus quejas, sus gritos, sus reclamos. Solo quería volver a mi
casa, descansar, no pensar en nada, quedarme en blanco, volver a
empezar. Poco a poco retomé mi vida normal universitaria. Me
concentré en los cursos… Así ha pasado el último año. Creía que
era mi vida, mi cuerpo, mi decisión y que no tenía por qué darle
explicaciones a nadie, ni siquiera a mi madre. Hoy… ella está aquí
y ustedes han sido testigos de mi historia.
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que no se deja ver fácilmente, que engaña, juega a esconderse, se
revela, aparece y desaparece… Todos conocemos a alguien que
ha tenido cáncer. Es apabullante la magnitud de la enfermedad
del siglo XXI, tanto, que trae cambios a nivel monetario. Yo digo
que es como la sorpresita que viene en la caja del Corn Flakes.
Por día, se diagnostican 51 nuevos casos en el país. 18,655 al año.
Según la Caja del Seguro Social, hay más de 700 personas esperan-
do una cita oncológica. Los pronósticos son reservados. Mis hijas
pequeñas, ya sienten que algo sucede. Cuando sopló sus candelas,
la de seis años pidió un deseo: Que su familia viviera para siempre.
¿Adivinen a quién escogió ella para contarle su secreto? A mí me
lo contó a la mañana siguiente, cuando la levanté para llevarla al
kínder… me dijo que había tenido otra pesadilla. “Soñé que yo
tenía dos mamás.” “¿Dos mamás?” “Sí, la señora más viejita es la
mamá que te queda cuando la tuya se va…” La otra tarde me dijo
“Mami, ¿cuándo se mueren las personas? Yo no quiero que nadie
se muera. Yo no quiero morirme…” Ayer, mi hermana me comen-
tó que la niña le preguntó: “Tía, ¿los adultos también lloran?” “Sí,
claro, los adultos pueden llorar, sea por tristeza o por alegría.” “¡Ah,
como cuando mi mamá lloró de felicidad cuando mi hermana y yo
nacimos, ¿verdad?” Quiero que se rompa esa estadística terrible,
quiero que mi mamá pueda sobrepasar la expectativa médica, que
disfrute… iba a decir “que disfrute más a sus nietos”. ¡Pero ella se
llena de vida con ellos! Trato de que mis hijos pasen todo el tiem-
po posible con su abuela. Aunque me preocupa que se canse…
Los niños son agotadores… No sé por qué mi mamá insiste en al-
zarlos… Si me doy cuenta, corro a quitárselos de los brazos, me da
miedo que eso le cause una quebradura de cadera y se caiga. Cuan-
do contó que tenía una lesión nueva, esta vez en el cráneo, nos
aclaró que no era en su cerebro… Cuando veo cómo renquea al
levantarse, no sé si preguntarle lo que siente o lo que piensa. Sien-
to que ella puede incomodarse al tener que resumir su situación…
¿Le pondrá un velo a la historia para no preocuparnos? ¿Cuántas
veces, esposo, amigas, hermanos e hijos le hemos hecho la misma
pregunta? ¿Estará cansada de repetir la respuesta una y otra vez?
¿Nos dirá a todos lo mismo? A veces prefiero que se distraiga y le
hablo de mis cosas, pero ¿cuánto la pueden afectar mis problemas?
¿Y cuánto debo esconderle para evitarle preocupaciones? Pero, si
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no pregunto por su salud, quedo como desinteresada… Nunca
le he contado esto a nadie. Hasta ahora había preferido callarme,
ahogar el llanto con la almohada, quitarme las lágrimas en cuanto
caen en mis mejillas, evadir pensamientos, olvidar por momentos
su difícil situación… Quisiera que ella supiera que le soy incondi-
cional… Quizá hoy me anime a decirle que quiero acompañarla
más; que regalaría de mis años para que pueda llegar a los noventa
como ella quiere; que es mi ejemplo de perseverancia, tenacidad,
esperanza, fuerza interior, entrega hacia sus seres queridos y amor
por la vida. Ella y otras hermosas mujeres anónimas: Laura, Ana
Victoria, Manuelita, Isabel, Susan, Fabiola.
SOFÍA: Sara, Andrea, Emma, Denise.
MAUREEN: Estefani, Marcela, Ana, Rita, Dani.
MARGARITA: Nieves, Bárbara, Johanna, Mari.
LILLIAM: Lucía, Vivi, Jimena, Sonia.
ROSA: Diana, Nati, Lore, Paola.
MARÍA ALEXANDRA: Silvia. Silvia…
SILVIA: Yo, yo… Yo… Desde el momento que decidí seguir viviendo,
todo en mí ha cambiado, o está empezando a cambiar. Por muchos
años solo deseé la muerte. Muerte por todas partes. Primero la de
mi padre, por abusar de mí desde los 12 años. Al principio, creí
que le hacía falta mi madre, muerta en un accidente de tránsito.
Que se sentía solo y necesitaba cariño y compañía. Entonces asu-
mí, como hija mayor, las tareas y responsabilidades en la casa, con
mis hermanos pequeños y con él. Todo para que se sintiera bien,
tranquilo, satisfecho. Le tenía la comida calientita cuando llegaba
en la noche. Lo esperaba hasta su último bocado. Le tenía la ropa
lavada y planchada. Yo quería ser su soporte… Me asusté mucho
la primera vez que escuché su respiración agitada y sus gemidos.
Mi primera reacción fue cubrirme con las cobijas y cerrar fuerte
los ojos. Él seguía emitiendo esos sonidos… Me preocupaba oírlo
y no hacer nada para aliviar lo que estuviera causándole molestia
a mi papá… Decidí dejar atrás mi cobardía… Me asomé a su ha-
bitación para ver lo que le pasaba… Estaba dormido. Me quedé
observándolo, con ganas de pasarle la mano por su frente y quitar-
le las gotas de sudor, tal vez hacerle un té de tilo o ponerle bien la
sábana. De pronto, él despertó perturbado. Me vio ahí, al lado de
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la puerta, me llamó. Cuando estuve cerca, sentí su aliento a licor.
Creí que me iba a contar que soñó otra vez con el atropello. Antes
que pudiera reaccionar me jaló de una mano. Me hizo subirme a
su cama. En el lugar de mi mamita. Pude recordar el olor de su per-
fume en la almohada. El cuerpo me temblaba en ese infierno de
calor y sudor, mi boca siempre cerrada, sintiendo un asco indes-
criptible. Y me hice chiquitita… Sucedió varias noches, no pue-
do precisar cuántas. Cada noche le rezaba a Dios para que pasara
algo diferente… En la inmunda rutina del abuso que fui víctima,
yo quería concretar una de tantas formas que imaginé para darle
muerte. ¿Si escondía el cuchillo de la cocina debajo de la cama?
¿Cuánto veneno para rata tenía que echarles a los frijoles? Sabía
de la muerte por asfixia, pero mis bracitos flacuchos y débiles, por
más odio y amargura que sintiera en el corazón, no serían suficien-
te. Disolví pastillas de lo que me encontré en la casa, de cualquier
cosa… Lo que logré fue que vomitara… y tuve que limpiar sus
inmundicias. ¿Y si le prendía fuego y sacaba corriendo a mis her-
manitos? Le servía todo el alcohol posible a ver si se ahogaba en
él… pero él jugaba más conmigo. Mi mirada se perdía, ya no tenía
ganas de nada, no se me ocurría ninguna forma de vencerlo. Cuan-
do aquella situación parecía volverse rutinaria y hasta normal,
una noche, no sé por qué razón, mis hermanos lo descubrieron.
Recuerdo verlos ahí, en la puerta del cuarto, inmóviles. Temí por
ellos. No quería que les pasara lo mismo que a mí. Papá se levantó
de una, a como pudo se tapó con un paño, les pegó una gritada
y los amenazó… No debían decir ni una palabra. Ellos empeza-
ron a apartarse de mí, a huir de mí, como si me recriminaran…
Me dejaron sola. Dudaron de mí. Incluso me hicieron pensar que
quizá yo tenía la culpa de todo. ¿Demasiado atenta? ¿Demasiado
solícita, afectiva, complaciente? ¿Acaso creían que me gustaba
que él me violara…? Empecé a querer que ellos también murieran
en el incendio… Por no estar a mi lado… Por rechazarme… Por
quedarse mudos sus labios mientras sus ojos me lanzaban insul-
tos. Si al principio sentía lástima por él, mi rencor se transformó
en algo amargo, seco y oscuro. Le pedí a Dios que acabara con mi
vida, pero no me escuchaba. Entonces le robaba plata a mi papá
del pantalón y conseguí droga para ver si lograba olvidar por unas
horas. Cada día necesitaba más… Nunca alcanzaba para borrar mi
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culpa, no sé, mi vergüenza. El escape solo duraba un instante. Vol-
vían las imágenes. Mi madre, su perfume… Mi padre, su sudor…
Mis hermanos ahí, parados, mudos… El cuchillo brillante en la
cocina… El vómito, las camisas planchadas, las sábanas sucias.
¿Por qué nunca encontré ninguna pistola? Llegué a odiarme por
inútil, por estúpida. Menosprecié la vida. Intenté quitármela una
tarde, cuando salieron mis hermanos y me quedé sola en casa…
Fue una mezcla de miedo y valentía. Me abrí las venas. Sentada
en la cocina, sentí que pasaban las horas… Hasta que me desva-
necí. Desperté en una cama de hospital, donde vi por primera vez
a María Alexandra. Me costó bastante confiar en ella. Contarle lo
que me había pasado durante cinco años de dolor, cinco años de
miedo, angustia, impotencia… y odio. María Alexandra me llevó
a un centro para jóvenes donde me cuidaron hasta que cumplí los
18. Aunque mi cuerpo ya no era el mismo, me sentí otra vez per-
sona… Jamás volví a mi casa. Conseguí un trabajo con una familia
muy buena. Los patronos me dan permiso para ir a las citas con la
doctora. Ya llevo dos años en rehabilitación. Hoy es la primera vez
que le cuento a alguien más lo que me pasó.
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tan a los demás, todos asentirán y responderán al unísono y sin
dudar, que sí, como cuando contestábamos en el aula a la maestra
ante una pregunta obvia. Pero… ¿usted respeta la vida de los de-
más, sus particularidades, sus diferencias? Cuando los demás
piensan igual que nosotros no hay ningún problema. Si la otra per-
sona no hace las cosas como yo y responde distinto, la cosa se
pone difícil… Me llamo Margarita, me gusta maquillarme antes
de salir de casa, lidio con dos hijos adolescentes y soy lesbiana…
Eso cambia las cosas, ¿verdad? Ahora puedo sentir cómo me mi-
ran distinto. Tratan de descubrir ese rasgo que demuestra mi pre-
ferencia sexual. Cómo cruzo la pierna al sentarme, cómo muevo
mis manos al hablar, cómo me visto, si traigo cartera, cómo me
veo. Tal vez estén pensando, ¿por qué? En lugar de, ¿por qué no? A
mí no me pasó ningún incidente que me marcara o me hiciera así.
Crecí en un hogar de clase media. Recibí cariño y excelente educa-
ción de mi padre y de mi madre por igual. Tengo una hermana y un
hermano. En mi círculo familiar son heterosexuales. Ninguno de
mis abuelos padeció de hambruna. Tuve muñecas, algunas pren-
das rosadas y en colores pastel. No me gusta el fútbol. Mi ex espo-
so es una gran persona, buen compañero, buen padre y muy bue-
no en la cama, no lo voy a negar. Me gustan las mujeres. Así nací.
Tengo una relación estable con mi novia desde hace seis años. No
somos promiscuas, vivimos juntas. He contestado tantas pregun-
tas… me confieso a diario con la sociedad. No, no soy atea. Voy a
la iglesia con Mónica todos los domingos. Nada ha sido fácil: Dar-
me cuenta, cerciorarme, aceptarme como soy, afrontar mi verdad,
primero conmigo, luego con mi ex esposo, con mis hijos, “salir del
closet” como Ricky Martin, Ellen DeGeneres, Sean Hayes, Melis-
sa Etheridge, Neil Patrick Harris, Sir Ian McKellen, Tracy Chap-
man, Samantha Fox, Elton John, Rossie O’Donell, Jodie Foster,
Pedro Almodóvar, Chabela Vargas. Aunque muchos digan que
está de moda, todos los días tengo que responderle toda clase de
preguntas a la sociedad. Siguen siendo miles los prejuicios, insul-
tos y situaciones injustas. Siendo pre adolescente, una se encuen-
tra a la deriva averiguando el camino, probando, desafiando y
errando. Cuando mis amigas señalaban a otra y decían: ¡Ay, ve qué
lindos zapatos! Yo le veía las piernas… y me aterrorizaba que se
hubieran dado cuenta. Si nos teníamos que cambiar de ropa, eso sí
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me provocaba sudoración. Mis latidos sonaban como tambores.
Los torsos femeninos y las curvas me producían que salivara. Lo
que yo hacía estaba ‘mal’, porque cuando ellas se desnudaban lo
hacían en confianza, y yo las estaba traicionando. Me repudiaba…
y al mismo tiempo estaba fascinada. Era algo más fuerte que yo.
Un día le cuestioné a una compañera que se metiera al baño para
cambiarse. Ella me miró entre tímida y desafiante. Poco a poco me
gané su confianza, hasta que una vez, en su casa, estando solas, me
enseñó su secreto: ¡Tenía los pezones invertidos! Yo me reí, no lo
pude evitar. ¡Si ella supiera que toda yo era la invertida! Me retrac-
té, le aseguré que no me estaba burlando de ella… Mi mejor amiga
del colegio me dejó de hablar para siempre. Algún día me gustaría
topármela y decirle: “Rocío, ¿te acordás cuando me confiaste tu
secreto? Ahora te quiero contar el mío.” Luego, todo empezó a sa-
tisfacerme más y más. Ya no miraba piernas, sino que buscaba en-
tre ellas. Una minifalda deja ver el triángulo. Yo le llamo ‘el triángu-
lo de las Bermudas’, porque uno se pierde en él. Ahí empecé a
saber lo que es el clítoris. Compadezco a la que no sepa dónde
está. Es opuesto su diminuto tamaño al inmenso placer que pro-
porciona. Es algo que los hombres no pueden entender. Funciona-
mos diferente. Ellos con una, dos y tres, están terminados. Noso-
tras estamos siempre listas. Perdón, ni los conozco y ya estamos
intimando… No quiero incomodar a nadie. Tal vez sea mejor se-
guir contestando sus interrogantes, puedo leer en sus ojos lo que
les inquieta: ¿Cuándo me salí? estudiando medicina, acepté parti-
cipar en una apuesta con dos amigas: ¿Cuál de las tres podría con-
quistar al joven que hacía de modelo en clases de anatomía? Juan
era de Bellas Artes… Su cuerpo cumplía a cabalidad con las exi-
gencias del curso. ¡Era el David de Miguel Ángel! Las tres lo invi-
tamos a salir un día después de clases. Él dijo que sentía conocer-
me desde antes, me preguntó sonriendo: “¿Vos y yo, ya nos
conocemos?” Las otras quedaron invisibilizadas, mientras yo pen-
saba: ¡Llevo la delantera! Salimos en grupo varias veces. Él nos
llamaba ‘los ángeles de Juan’, como ¡los ángeles de Charlie! Una
noche fuimos a un after. “El lugar podría ser algo peligroso”, nos
advirtió. Solo dos de nosotras nos aventuramos: ¡Chao, Sonia!
Hasta la vista, baby. Yo conduje esa noche, y me aseguré de montar
a Juan, es decir, que Juan se montara adelante, en el asiento del
100
copiloto. ¡Cómo me miraba…! Me gustaba su sonrisa, me agrada-
ban sus ojos azabaches, su pelo lacio y negro. El hombre tenía, tie-
ne, un excelente sentido del humor. Nunca me aburría con él, al
contrario, es de esas personas que ves, o siquiera pensás en ellas, y
ya se te dibuja una sonrisa. Llegamos a la fiesta y, como podía ser
un ambiente inseguro, nos tomó a ambas de la mano. Hmmm…
¿Le gustamos las dos? ¿Querrá proponernos un trío…? En eso ter-
minamos. Salimos muy rápido de la fiesta, buscamos el primer
motel, el más cercano… ¡Y sucedió! Ese fue mi primer encuentro
sexual con un hombre y con una mujer. Ella, lógico, buscaba darle
placer a él, él a mí y yo… a ella. Jugamos a eso unas cuantas veces
más. Todos nos metíamos con todos. ¿Qué les puedo decir? So-
mos seres humanos, estamos constituidos por impulsos o, como
señalaba Freud, por pulsiones. Para toda acción hay una reacción.
La hegemonía quiere que seamos partidarios de un solo bando, ¿te
gusta el melón o la sandía? Yo quiero probar todos los sabores y
olores de las frutas. Y ‘decidir o no decidir’, como decía un profe-
sor de la universidad: “No hay bueno ni malo; rechazo las imposi-
ciones, los modelos mentales, cuando hay tal diversidad…” Hasta
que ella se hizo de un novio. Tuve sentimientos encontrados. ¿La
extrañaría? ¿Qué pasaría con Juan…? Él me siguió llamando y yo
seguí divirtiéndome con él. Nos gustaba tomar cerveza del pico de
la botella, fumarnos un purito de marihuana, la playa, la montaña,
la carne roja, las mascotas, la luna, conversar y querer cambiar el
modo de pensar de la mayoría que cree que las cosas son blancas o
negras. ¿Y saben qué? Él siempre me miraba igual que cuando nos
conocimos. Sus ojos brillaban, su sonrisa era permanente. Dicen
que para saber si uno le gusta a un hombre, si una le resulta atrac-
tiva e interesante, hay que sostenerle la mirada. Si él te mira fija-
mente por más de ocho segundos continuos, tenés ahí un sí. Con
Juan desde el inicio me pasó. Con las mujeres eso no sirve. Diver-
sos estudios han demostrado que nosotras podemos ver y con-
templar a nuestro interlocutor por más tiempo, aún y cuando lo
encontremos poco agraciado. Volvamos al sí. Así le respondí a
Juan cuando me preguntó si quería andar solamente con él. Así le
repetí cuando inventó que nos casáramos. Lo hice de corazón, es-
taba enamorada y la pasaba muy bien. ¡Excelente! Éramos almas
gemelas. Me sentía plena, libre y transparente con él. Todo fluía.
101
Se lo contaba todo, no había secretos, fue una época que no olvi-
daré. Después vinieron los hijos. Dos. Aquí va otra frase que suena
moralista y sacada de un libro de catequesis: La vida te da esa ale-
gría y satisfacción que producen los hijos, pero también se encarga
de ponerte diferentes pruebas. ¿Cómo enseñarles valores? ¿Podre-
mos ser referentes para ellos? ¿ Jugar ahora a ser padres-modelo?
¿Cuántas cosas de nuestro pasado tendríamos que ocultarles y por
cuánto tiempo? ¿Estamos preparados para esa responsabilidad?
Cuando entraron en el colegio nos cuestionaban más. Juzgan y
opinan con dureza. Hacen preguntas cuyas respuestas no es posi-
ble encontrar en google. Sus comentarios pueden ser hirientes. Lo
peor lo recibí cuanto tomé la decisión de dejarlos. Primero hablé
con Juan. Vos sabés cómo soy. Me gustan las mujeres. Conocí a
alguien en el hospital. Se llama Mónica. Es dermatóloga. Han pa-
sado seis años. Mis hijos me volvieron a hablar y recuperamos el
tiempo perdido. Almorzamos a menudo. Me confían sus anhelos,
sus sueños y sus preocupaciones. Han tenido un excelente padre.
Juan se ha involucrado un par de veces, pero sus relaciones no han
durado mucho. Hablar de Juan, recordarlo con ustedes hoy, me
hace querer verlo. ¿Cuántas nuevas canas tendrá? Mañana voy a
llamarlo, le pediré que nos veamos solo él y yo en el restaurante del
Hotel Buganvilla. Quiero saber si me va a sostener la mirada por
más de ocho segundos.
102
Ramiro y yo nos habíamos jalado torta… ¡Y por parida-triple! Ya
están grandes los trillis: Uno quiere sacar su licenciatura en finan-
zas. El otro trabaja como guarda privado de una empresa que le
da servicio a una multinacional. El tercero estudió turismo y es el
responsable, en buena parte, del desarrollo que hemos tenido en
Zapotal. De agricultores a micro empresarios. ¡Sacándole doble
partido a las ordeñadas! Así que sí, fue por dulce que me adelanté
a ser madre… La máxima felicidad de uno son los hijos; uno lo
entrega todo y se sacrifica por ellos. Ahora aquí estoy, retoman-
do el tiempo perdido, volviendo a hacer cosas para mí. A María
Alexandra, Dios me la puso en el camino; imagínense que la fue a
poner allá en el pueblo. La buseta en la que venía el grupo, se de-
tuvo en la soda. Tuvimos que correr y ponerle más agua a la sopa,
pero a todos les dimos un buen almuerzo. Ella se sentó cerquita
de donde estábamos nosotras y como no me cuesta, le empecé
a conversar. En tres minutos ella ya sabía de los trillizos y de las
ganas mías de retomar los estudios. Ahí empezó nuestra amistad.
Ella es la responsable de que yo pueda tener esta opción, porque
lo perdimos todo. A Ramiro le pregunto: “¿Qué sabés del grupo
desarrollador del residencial en Villa Real? ¿Cómo es posible que
se pierdan así del mapa? Claro que deben estar estafando a medio
San José y luciéndose en carros lujosos y nuevos, cambiándolos
de un mes a otro, ¡con nuestro dinero y el de toda la gente que
cayó en el cuento! No importa si sos campesino o de clase alta,
abogado, arquitecta, farmacéutico, veterinario, actriz, periodista,
administrador, piloto, odontóloga, relacionista pública, maestra,
destacado atleta, ilustre madre o un excelente músico, descono-
cido, pariente, embarazada, con hijos, viuda o si estás a punto de
casarte… ¡A todos nos llevaron entre las patas! Nos rodaron…
Me hierve la cabeza solo pensar cómo se burlaron de nosotros…
Se aprovecharon de nuestra ingenuidad… Abusaron de nuestra
confianza…” Es cierto que me llegué a descargar con Ramiro…
Pero compréndanme, ¡se nos fue lo poco que teníamos, todos
nuestros ahorros! ¡Adiós para siempre a nuestro sueño de tener
casa! Mirá que empeñar el lotecito que me heredaron… ¿Ahora
qué vamos a hacer? ¿Dónde vamos a vivir? Mis hijos tendrán que
salirse del colegio; yo quería que fueran profesionales para que no
vivan tan limitados como nosotros. ¡Todo el esfuerzo! Me robaron
103
mis sueños, mis esperanzas. Casi han destruido mi relación con
Ramiro, se metieron entre nosotros, pusieron a prueba nuestra
paz. No sé si les puedo transmitir el vacío que queda cuando ya
no se encuentran las ilusiones… El lote era de mis bisabuelos. Mis
abuelos lo cuidaron. Mis padres lo defendieron. Y nosotros… ¿lo
regalamos? ¿Cómo es posible que estos señores hasta el agua nos
hayan quitado? Sé que no es bueno desear el mal a nadie, que todo
se paga… ¿pero, cuándo? ¿Quién nos devuelve algo a nosotros?
No podemos comprar carne, mucho menos tenemos para pagar
un abogado. Nuestras denuncias públicas están archivadas en la
fiscalía. ¿De qué sirve hacer algo luego de ver cómo proceden estas
personas, el vacío legal que hay en nuestro país, la falta de justicia?
Ya no me quedan fuerzas para seguir reclamando. Ellos son gente
pudiente, con buenos apellidos, que se esconden detrás de núme-
ros, proyectos ficticios y falsas identidades. Les ponen trampas a
sus víctimas. Juegan a ser millonarios. Gastan en viajes, hoteles,
restaurantes y autos… lo que nos roban. ¡Los reyes de la estafa se
limpian el trasero con billetes… y nosotros nos sentimos como la
mierda! Han pasado seis años. No construyen nada, pero se lle-
van todo, dejan pobreza en la villa. Al menos no pueden volver, no
creo que se atrevan, son unos cobardes… Fuenteovejuna los tiene
amenazados de muerte. A pesar del tiempo, a mí me sigue pesan-
do algo aquí, en el pecho, porque sé que esa gente sigue por ahí,
aprovechándose de otros. Ya hay un grupo en el que la mayoría
de las víctimas se han acercado a los periodistas para denunciar la
estafa ante los medios de comunicación. Salieron en tele, en radio
y en la prensa para explicar cómo fueron engañados, cómo los des-
pojaron de su dinero y de la ilusión de tener casa propia. Los in-
tegrantes de ese grupo de resistencia comparten sus experiencias,
los momentos difíciles que han tenido que atravesar desde que se
percataron que habían sido estafados: Murió un padre. Nacieron
varios hijos que venían en camino. Se postergó un matrimonio. Se
cancelaron viajes. Hubo enfermedades, miedos, iras… Ellos reco-
nocen, al igual que yo, que fallamos por no desconfiar de lo que
nos prometían, por no dudar de los proyectos que nos mostraban,
por no investigar los antecedentes de los embaucadores… Pero
eso no da derecho a nadie para que se aproveche de nuestra inex-
periencia. Ramiro trata de calmarme: “Tranquila, todo va a salir
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bien. ¿Dios está con nosotros?” Y yo no entiendo por qué Dios
permitió que esa gente viniera hasta aquí a hacernos víctimas de
sus fechorías. ¿Por qué razón esta realidad huele a podrido, como
en Dinamarca, y nadie hace nada, sino taparse las narices? Cada
vez va a oler más hediondo. Nuestro entorno se convertirá en una
cloaca llena de timadores, simuladores, charlatanes… Creo que
mejor estudiaré derecho, para acabar con esta plaga.
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Invoca el cielo, invoca el agua,
Invoca el fuego, invoca el viento
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La memoria en presente
A la memoria de Elsa Sánchez (Oesterheld)
Chalecito en Béccar
Elsa y Las testimoniantes: Sanguínea, Melancólica, Flemática, Coléri-
ca (Denominación tomada de los temperamentos Hipocráticos).
ELSA: ¡Dejen de rumiar por lo bajo! No es desmemoria, ni vergüenza.
Tampoco cansancio. Solo el derecho al nombre propio, Sánchez,
Elsa Sánchez. Hoy recupero mi apellido de soltera.
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FLEMÁTICA: Desde el primer encuentro hay una atracción muy
fuerte.
ELSA: ¡Por los rusos! Mi pasión de soltera es por los rusos, si hasta
busco leerlos en su lengua natural, ¡qué locura! (Ríe) Tolstoi…
leerlo es una fiesta. Leer hasta la desesperación.
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ELSA “He visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su
vacío. Hay un dolor de huecos por el aire sin gente y en mis ojos
criaturas vestidas ¡sin desnudo!”, lo recuerdo…
ELSA: Siempre fui una enamorada de Gatito. ¿Será por las nenas…?
Pilín, los ratones, Parmesano y Gorgonzola, el capitán Renegun-
109
do, la bruja Coquita, la princesa Tilina, el Ogro Rompococo. Si
hasta parecías un chico cuando la escribías. Uno más de la corte
del Rey Panza. (Pausa). Todo el jardín con los restos del troque-
lado de sus tapas… Te veo aún en la ventana, Héctor, divertido,
cómplice de las aventuras de tus petisas que roban a escondidas
los números y los esconden por entre los arbustos.
ELSA: ¡Andá con tus hijas, tenés que saber dónde están! Mirá que, si
les pasa algo, te digo, y me vengo para el jardín a descabezar yu-
yos… No callo, los maldigo. Enfrento, pero a mi modo. Como
ayer, aún hoy veo todo con tanta claridad, no acepto.
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SANGUÍNEA: Porque tenemos derecho.
FLEMÁTICA: Tenemos autoridad.
SANGUÍNEA: Somos memoria.
COLÉRICA: ¡Veleidosa!
MELANCÓLICA: ¿Dónde estamos?
FLEMÁTICA: En el chalecito de Béccar, retrato vivo de ausencias in-
justas.
SANGUÍNEA: Se trata de oír.
COLÉRICA: Se nos amontonan los muertos.
FLEMÁTICA: Elsa, el hoy es ausencia, puro espasmo de ausencia.
MELANCÓLICA: ¿Qué será de nosotras?
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ELSA: En la galería colgaremos los cuadros de Estelita. Qué talento
para la pintura tiene esa niña… Si todos hablan de su fuerza, “la
gran pintora sudamericana.” Mi Estelita, la gran pintora… Viene
de familia, es temperamento… (Pausa). No me engaño. Elijo.
ELSA: Aquí nada de “eran una juventud maravillosa”, esa frase, aún
hoy, me atraviesa la garganta.
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COLÉRICA: Nos han quitado ese derecho.
SANGUÍNEA: No. Entre los muertos hay vivos, busquemos sus abra-
zos.
COLÉRICA: Entre los muertos no hay descanso.
FLEMÁTICA: Los vivos lo saben, aun los desmemoriados.
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FLEMÁTICA: Está previsto que se mantenga despejado el acceso a la
ruta 205 que comunica con el aeropuerto, por la cual solamente
transitarán los coches de los invitados especiales y del periodis-
mo…
SANGUÍNEA: Lo dijo el cómplice del Brujo. No todos le creyeron.
MELANCÓLICA: Los que no creyeron callaron.
COLÉRICA: Shhhhh.
FLEMÁTICA: 100 puestos sanitarios móviles y fijos, 7 hospitales de
campaña.
ELSA: Iban por una patria socialista. Patria socialista o muerte, cantan.
Y le responden: muerte.
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MELANCÓLICA: Corazones arrinconados siempre hubo, como dijo
el granadino “Aquellos ojos míos de mil novecientos diez / no vie-
ron enterrar a los muertos…” Nuestros ojos tampoco.
SANGUÍNEA: Hay que negarse a la melancolía crónica…
COLÉRICA: ¡Elsa, no te pierdas en el jardín del chalecito de Béccar!
FLEMÁTICA: La poesía nos anda confundiendo, no podemos so-
meternos al peso de otras métricas, solo las nuestras por derecho
conquistado.
ELSA: ¡Armas nunca! En esta casa solo las tijeras de mi costurero, los
pinceles, las palabras y el cine. (Pausa). A mi Héctor lo marea la
Jeanne Moreau. Cómo le gusta esa mujer de celuloide. No hay cri-
men perfecto, te digo, mientras tironeo del brazo a ver si la dejas
de mirar por un momento. Es que me da rabia, si hasta planearía
liquidarla como lo hace su personaje en Ascensor para el cadalso.
No es el cine francés, no, es la Moreau, venimos por el fantasma de
tu amor en celuloide, pienso, y me acomodo entre tus brazos desa-
fiando al espectro en la penumbra de la sala de la última función.
Rabia sí, celos no.
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FLEMÁTICA: Nuestras pieles se han vuelto lona, aun así, sienten frío.
COLÉRICA: Somos casta de las que gritan todas las noches juntas.
Buscamos temblar cimientos.
SANGUÍNEA: ¡Bailemos!
FLEMÁTICA: Nos tienen que oír.
MELANCÓLICA: Aullemos el dolor de todas.
COLÉRICA: Tu Héctor lo decía: “la mejor manera de no pertenecer
es quedarse encerrado en la casa…”
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ni yo la mujer gorda que va delante… Me niego a la existencia re-
cortada de una tinta seca. Porque el amor no existe debajo de las
estatuas, no. El amor está entre las carnes.
ELSA: Con la excusa del teatro los pibes se nos meten por todos lados.
Diana y Estelita juegan y nosotros al frente de sus aventuras. Nues-
tra casa, un semillero de arte joven.
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western, no castiga a los malos, ni deja con vida a los nobles a úl-
timo momento con la promesa de una Arcadia, deberías saberlo.
¿Cómo se llamaba? A la hora señalada, vos no sos Zinnemann, no
podés andar eligiendo los finales para tus héroes. No sos el mu-
chacho justiciero de Gary Cooper ni yo la jovencita cuáquera de
Grace Kelly. A mí no me cambiaste, y yo a vos tampoco…
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MELANCÓLICA: El susto nos hace mear.
SANGUÍNEA: ¡Bajen de los árboles!
FLEMÁTICA: Las ambulancias siguen llegando cargadas de cómpli-
ces.
COLÉRICA: No hay muertos, solo 45 heridos, dicen a cámara…
MELANCÓLICA: ¡A rastrillar el bosque, a rastrillar el bosque y des-
armar zurditos!
FLEMÁTICA: 100 puestos sanitarios móviles y fijos, 7 hospitales de
campaña que no alcanzan.
MELANCÓLICA: Balas a nivel de cráneo, las balas fueron tiradas
desde la altura, desde el palco y desde los árboles.
COLÉRICA: No hay muertos, mienten.
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no encuentro más cuerpos que abrazar. Los cuerpos de mis otras
niñas…
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ELSA: Yo de pie en el chalecito de Béccar. Al centro, erguida como
rosa de la china.
ELSA: Te prohíbo que mires esas fotos. No son las chicas, mi queri-
do. Cerrá los ojos. Negáte. Ellos no son honorables. No lo olvi-
des. Tus hijas no están ahí, no son esas que te acercan en cartones
que sangran. Tus chicas son las petisas que te esconden las revistas
entre los arbustos del jardín. Te prohíbo que mires esas fotos. Re-
memorá la aventura de los tiempos del teatro con la casa llena de
pibes del Nacional. Fijá los ojos en tu nieto. Mirá a Martín, en sus
ojos está tu hija. Estirpe de machos planearon tus hembritas para
compensar un poco a la familia. ¡Mirálo a los ojos te digo! Fernan-
do se vino escritor, coqueteó con la fotografía, estampó algunas
remeras, sin embargo, ahí está como vos enredado entre palabras.
Martín está contagiado de tu pasión por el cine. Dos nietos y tres
bisnietos, todos hombrecitos. (Pausa). No mires esas fotos, te lo
prohíbo…
121
trabajo. A los golpes le respondí leyendo, soñando y pariendo. Al
que le guste bien y al que no, que mire para otro lado.
ELSA: Quitaré los yuyos, sembraré flores junto a mis dos nietos. Se-
millas de estación para que los colores no se pierdan y el perfume
guíe a los ausentes. (Pausa). De lo que yo he sido puede que no
haya nada. Sin embargo, soy y vivo. Vivo amando la vida locamen-
te. La vida es felicidad. Veleidosa no. Terca. Siempre fui la más
terca de todos en la familia. Quizás sea la única razón por la que
estoy aquí. De pie. Siempre discuto las reglas. Siempre dudo de las
certidumbres impuestas. No sé si es la vida o la historia, o la tierra,
o solo cuestión de temperamento. Al dolor no se lo vence, llevo
años insistiendo y parece que no quieren escuchar, al dolor se lo
vive con dignidad. Hoy no vine para multiplicar lo aberrante de lo
que se conoce, estoy aquí para contar su vergüenza.
COLÉRICA: Cansancio.
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SANGUÍNEA: Te tocan las manos y dejas la posta en los que siguen…
123
Las surfistas
(Miramar en invierno)
Andrés Gallina
Traje de neoprene
MADRE: No vale andar en skate adentro de la casa.
HIJA: No es una casa, es una playa.
MADRE: Es una casa. Y no vale el skate adentro.
HIJA: Hago que ando, pero no.
MADRE: No vale y punto.
HIJA: Entonces me voy afuera, a la arena mojada.
MADRE: Afuera no. Te quedás acá. Hacé que te imaginás. Yo cuando
no podía andar en tabla, porque no había olas, me las imaginaba.
Y después, cuando entraba al mar, me salía todo: tubos, aéreos,
invertidos. Bajaba paredones de agua enteros. Porque yo ya tenía
la ola en la cabeza.
HIJA: Bajá la música, no puedo concentrar. ¿Cuándo voy a entrar?
MADRE: El mar está hecho un lavarropas. Te metés y no sabés dónde
queda arriba, dónde abajo.
HIJA: El mar a la noche, dale, el mar a la noche. Un cierre clásico. El
traje un rato cada una y la linterna un rato cada una. Nadie nos ve.
MADRE: Parece que no entendés, que hablo yo y pasa una ola. Una
vida corriendo sin neoprene. Tocame los huesos. No me dejan.
Escuchame, Pomol, hoy viene alguien.
HIJA: ¿A la playa?
MADRE: A la casa. Corre en body parece. Usa patas de rana. Camarón
se llama. Lindo nombre: Camarón. Un crustáceo de agua dulce.
HIJA: Anda en Body, má.
MADRE: Viene a la piecita. La decoré. Quedó linda, feliz.
HIJA: Desde el verano que no veo una persona.
MADRE: Yo nunca tuve un traje de neoprene, ¿sabés? Nunca. No exis-
tían. Todos los surfers morían porque se les gastaban los huesos,
te metés todos los inviernos hasta que un día te quedás sin huesos.
El Mandril se quedó sin huesos, el Quiya se quedó sin huesos, el
Delfín Negro se quedó sin huesos, nuestro Aguaviva…
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HIJA: ¿Ahora que viene el romano vamos a poder entrar?
MADRE: Parece que nuestra casa es una atracción turística. Saldrá en
la revista. Lo vieron ahí, les debe haber parecido, no sé, como una
casa playa… Es porque acá vivió el Poseidón miramarense. Le po-
demos mostrar la madera, la primera, no le van a alcanzar los ojos
para mirar.
HIJA: No sale en la revista. Corre en body, es como un turista: seguro
saca fotos. Corre en body el romano ese.
MADRE: De otro mar viene. Vos sonreí. Viene y viene. Y cuando se
va, con lo del alquiler, te compro el traje. Te va a encantar, vas a
poder entrar en invierno. En pleno invierno. Vas a correr con tu
traje, no vas a necesitar ni salir del agua, vas a ver. Parte del agua
vas a ser. Vas a tener bien los huesos. Te compro un color para que
todos digan: ahí va Pomol. Imaginá.
HIJA: ¡Corta la ola Pomol! ¡Pomol está para otro mar! ¡El mar entero
para Pomol!
MADRE: Estuve pensando que cuando tengas el traje ya no te vas a
desmayar en los torneos. Te vas a sentir con seguridad. Te va a que-
dar chico el Atlántico, yo ya sé. Te voy a mandar a correr la ola Jaws,
en Hawai sabés, imaginate toneladas de agua y vos arriba, miles
de metros de agua y vos adentro, haciendo hang loose, sonriente.
Y los demás en la misma ola y todos se mueren aplastados porque
en Hawái se mueren todos con esa ola, pero vos radiante. Corrés la
ola hasta la orilla y te vas, moviendo el pelo. Te lo tenés que dejar
crecer. Imaginá. ¡Pomol sobrevive a la ola asesina! ¡Pomol esquiva
los epitafios de todos los surfers muertos! Y yo con vos.
HIJA: Bueno. Por el traje.
MADRE: Ordená un poco. Poné algas en la puerta y traé caracoles.
Ese. Así. Las piedras para sentarse. Y no se te ocurra barrer la are-
na. Nada de alfombra. La arena se tiene que ver. Peinate ese pelo.
Yo lo recibo así, con el traje puesto. ¿Qué te parece? Qué emoción.
Hija se mira la ropa, se toca el pelo, se arregla, se corrige, con movi-
mientos lentos, hasta aceptarse.
Nuestra casa sale en la revista.
HIJA: Pero ya es invierno.
MADRE: La piecita quedó preciosa: arena, caracoles, piedras brillan-
tes, el póster de Kelly Slater que sonríe en blanco y negro en el
pico de la ola. Pinté las paredes con frases, verde agua: “El point de
125
Aguaviva”; “El camino fluvial”; “El primer surfer durmió acá”. ¿No
la viste? Peinate haceme el favor.
HIJA: Miedo.
Madre le acerca colonia Pibes. Hija aspira una, dos, tres veces hasta
calmarse. Madre le mete a hija la remera adentro del pantalón. Hija se
pone la capucha del buzo.
Una noche.
MADRE: Dos, seguro dos. Dos y mañana entrás al mar. Peinate el pelo.
HIJA: Entramos las dos.
Madre le pone a hija una pala en la mano. Cuesta abrir la puerta. Des-
de afuera, hija comienza a tirar más arena hacia adentro. Madre pega
algas en las paredes, acomoda piedras gigantes y se sienta arriba. Crece
el sonido del mar. Madre e hija se miran. Madre se acerca y la abraza
fuerte. Hija se deja, aunque le cuelgan los brazos. Madre la agarra de
la cara y la besa, un par de segundos. Hija camina hacia el espejo, se
mira: tiene marcas de rouge, entre la boca y la pera. Madre aprieta
play en un grabador viejo. Se escucha una canción de los Beach Boys.
126
Ni un viento sur. Ni una ola para entubar. Un desierto líquido.
¿Te acordás qué día es hoy? Decime algo. Un día como hoy. El
doctor me pegó con todo en la espalda para que llorara. Nacé, ca-
rajo, me gritaba: nacé. Muda nací. Me dejó la marca. Nadie conoce
esa mancha. El nebulizador naranja me dabas. Todas las noches.
Pensaban que tenía un pulmón de menos. El agua de mar me po-
día curar, decías vos. Tragar sal. Una vez que me enseñaste a respi-
rar abajo del agua ya afuera iba a ser más fácil
Ey, Mandame un viento sur. Mandate una ola salvaje, algo, una
power…
Ayer llevaba unos cuantos días sin dormir, entonces abrí el cajón
donde mamá guarda tus mallas y te olí, un rato largo, y dejé mi
cabeza ahí y me quedé dormida, por fin, entre la sal.
MADRE: Dejame que te peine un poco. Tenés como caspa, pochoclo,
nena. Que no te vea así el turista.
HIJA: El doctor decía que no sabía respirar. Entonces lo llamaba por
teléfono, en el medio de la noche, y le respiraba en el tubo. Me
guardaba la respiración de todo el día para llamarlo y respirarle.
Justo para esa época había visto un documental que decía que un
hombre había podido aguantar un día entero sin respirar. ¿Vos
cuánto podés?
MADRE: ¿Viste cómo quedó la casa? Quedó preciosa. El Camarón
está encantado. Le enseñé a surfear. ¿Le miraste el cuerpo? Cuer-
po de mar. De Mar del Plata. De ciudad de mar grande.
HIJA: ¿Habrá entrado? Entraste con él. Seguro que con él entraste.
¿Usaste la tabla del Aguaviva? La lustraste.
MADRE: Se paró en la tabla. Le enseñé acá, en casa. Un solo movi-
miento. Pudo en uno solo. Y le presté tu skate. Le expliqué todo:
una pared de agua es como una rampa de skate, pero al revés. La
distancia entre los pies un poco más grande que la distancia entre
los hombros. Las rodillas apenas flexionadas. La espalda recta. Fue
un bautismo hermoso. Parecía tu papá en miniatura. Te trajo esto.
HIJA: Un lobo de mar que cambia de color según el clima. Ya tenemos
uno, pero el que tenemos no cambia más de color. Da lo mismo
invierno que verano.
MADRE: Fue un día como hoy. Te fallaba el cuerpo. A la semana ya
te pusiste linda pero antes ni mirarte querían. Un alga parecías.
Como esas que viven en simbiosis con los animales, no te podía-
127
mos despegar de mí. Papá te bautizó en el mar. Te metió el pelo
abajo de una ola en esta orilla.
AGUAVIVA: Un alga suspendida en una columna de agua.
HIJA: No hay foto. La foto que hay es una en la que estoy yo con mi
primera madera: esta. Tengo puesto mi primer traje: este. El pelo
mojado me tapa la cara. Tengo arena en la boca. Cumplo 5 años.
Aguaviva me fabrica mi primera tabla y me hace una bendición
derramándome un poco de agua de mar en el pelo y leyendo en
voz alta un texto de Kelly Slater, que es como el Maradona del surf.
AGUAVIVA: Un surfer debe mantenerse sereno y no dar jamás la im-
presión de sentirse desbordado por una ola. Los jóvenes surfers
no interferirán nunca en el camino fluvial de los viejos surfers. Los
surfers viejos pueden cortarte con la quilla de la tabla si no te me-
tés bien abajo del agua, lo más abajo que puedas. Para los surfers
jóvenes, las olas pequeñas. Para los surfers viejos, las montañas de
agua. Para los surfers jóvenes, la espuma que dejan las olas inmen-
sas que filtran a contraluz los surfers viejos.
MADRE: Ahora sos linda. Me parece que él te va a mirar. Preguntaba
por vos. Espiaba. No le daban los ojos. Como si no hubiera mirado
nunca. Mañana lo conocés. Andá a dormirte y mañana lo conocés.
HIJA: Miedo.
Madre saca la colonia Pibes. Hija aspira, una, dos, tres veces. Madre le
mete a hija la colonia en el bolsillo del pijama.
Después del bautismo, me escapo de la orilla, me mando a lo hon-
do y me sacude una ola. Ella decía: ahí tenés, por hacerte la va-
liente, la nadadora de aguas abiertas: el mar es grande, el mar es
malo, el mar te ahoga. Rompí la tabla el día del bautismo. Papá me
miró como a un antisurfer, como si su sangre no fuese la mía. Hizo
un silencio de tumba, después entendimos que era un minuto de
silencio. Caminó con la tabla partida en su axila hacia el agua y de
a poco el mar negro lo iba tapando. Era un mar liso, planchado, sin
olas, como si cargara con la culpa de lo que había hecho. Cuando
el agua lo tapó, cuando ya no hizo pie, soltó la tabla y el mar la as-
piró, con delicadeza, hacia adentro. Volvió nadando hasta la orilla
y parecía un huérfano. Medio que lloraba, pero el agua se le con-
fundía con la lágrima. Me miró y me dijo:
AGUAVIVA: Un surfista con la tabla cortada todavía puede ensayar un
último movimiento con precisión.
128
MADRE: ¿Querés soplar? Yo te ayudo. Pedís un deseo y te vas a dor-
mir. Mañana te esperan.
HIJA: Una película. Todavía no tengo el nombre, pero es un western
psicodélico en la costa atlántica. Un padre pistolero abandona a
su hija en el medio de un desierto líquido, le dice: Ahora sos libre,
y sale galopando por el agua en su caballo a toda velocidad. De
ahora en más ella lo busca en el mar para matarlo, entonces pasa
los días en el desierto fabricando una tabla con restos de madera
de una casilla abandonada. En el medio se cruza con un montón
de personajes exóticos y como es verano en la película le pasan un
montón de cosas con turistas, se enamora y eso. Al final, es invier-
no de vuelta y se encuentra otra vez con el padre, pero, en lugar de
conseguir matarlo, son ellos los que mueren, aplastados por una
ola salvaje, juntos, abrazados en la orilla, tapados por la espuma.
MADRE: Que se cumpla. Feliz cumpleaños. Andá a descansar. Ma-
ñana.
AGUAVIVA: Feliz cumpleaños.
HIJA: Buenas olas.
MADRE: Buenas olas.
AGUAVIVA: Buenas olas.
129
ni siquiera respiro por miedo a que el momento desaparezca. Me
saca una foto: quedamos guardados ahí, bañados en la luz. Saca
la guitarra y empieza a cantarme una canción. A mí. Una canción
increíble sobre dos personas que viven en una casa. Yo adentro
del sueño puedo hablar, entonces le hago los coros. Soy afinada.
Cuando la canción está por terminar, me despierto toda mojada.
El mar llegó hasta mi cama.
Bautismo surfer
CAMARÓN: Hoy, cuando llegué, cuando vos estabas afuera, en el
baño, me acerqué un poco por este pasillo y vi a una chica ente-
rrada en la arena.
MADRE: Ah, sí, es Pomol. Es mi hija, nuestra hija, mía y de Aguaviva.
CAMARÓN: ¿Pero qué hacía enterrada en la arena? ¿No le da frío?
MADRE: Sí, pero a veces se entierra. No tiene importancia. Se hace
milanesa.
CAMARÓN: Pero es invierno, arena mojada. Le dije algo, hola, un
saludo, pero se enterró más. No llegamos a hablar.
MADRE: No habla. Ya la vas a conocer. Se llama Pomol.
CAMARÓN: Ah, me dijeron que el Pomol era un lugar, donde entra-
ba una olita bastante linda, bastante power, allá por el vivero, una
izquierda que carga distinta a las de las playas del centro.
MADRE: El Pomol se llama como ella. Si te vas a duchar es mejor
ahora, porque en un rato se va la luz. Son 30 pesos por noche, con
el arroz incluido. Por el momento no se puede entrar al mar. ¿Lle-
gaste por la revista o venís por Aguaviva? Te hablaron de él. ¿Vos
venís de muy lejos?
AGUAVIVA: De acá, de Mar del Plata. Pasa que allá no hay olas, estu-
vo liso todo el invierno, entonces me vine, en la bici. Al Aguaviva
lo conozco de la revista. Le dedicaron “La cresta de la ola” del mes
pasado. No entendían cómo había muerto en la pileta municipal,
qué hacía en la pileta. Allá se le hizo un homenaje, en La Flecha,
fueron todos: surfers, shapers, bodyboarders, gente, turistas, to-
dos. Pusimos las tablas paradas en la arena mojada mirando de
frente al mar y colgamos del mástil la bandera negra de prohibido
bañarse por 24 horas.
MADRE: Cuando esto era un caserío enmarcado entre montes, el mar
crecía hasta acá, y nadie dormía cerca de la playa porque tenían
130
miedo de despertarse ahogados, el Aguaviva ya surfeaba en un ta-
blón de madera que había fabricado él, con sus propias manos. Lo
llamaron así porque un agua sin surfistas es como un agua muerta.
Imaginate que antes de él, el mar no servía para nada.
CAMARÓN: No me quedó claro el tema de la pileta…
MADRE: Esta fue la primera madera. Nadie sabía para qué servía. Cla-
ro, a un siberiano la arena le debe parecer nieve. Hasta que llegó
el Aguaviva los miramarenses teníamos todo el mar desperdicia-
do. Imaginate. Llegó con costumbres de otro mar, más grande, y
empezó a shapear tablas. Yo me enamoré primero de sus tablas,
después de él. Disculpame, ¿eso que tenés ahí es un Body? Sos un
poco grande para andar en Body.
CAMARÓN: No sé si me gusta andar en tabla, las veces que me subí
me caí. El Body es más fácil, y lo llevo a todos lados en la bici, está
bueno el Body, ¿acá no se corre mucho en Body? Me dijeron que
el Gordo Araujo y otro que le dicen Trastorno se zarpan andando
en Body. Yo tanto así no corro, pero algo tiro.
MADRE: Es como andar en bicicleta con rueditas.
CAMARÓN: Yo pensé que Aguaviva había empezado andando en
Body. Como que de la tabla de telgopor vas al Body, del Body a
la tabla… ¿Aguaviva nadaba en pileta cerrada teniendo el mar en-
frente?
MADRE: Vení. Pará, ves, mirá. Hago como que remo, me levanto.
Ves. Yo caigo con el pie izquierdo así. Mirame el hombro. Mira-
me la rodilla. Ves. Siento el pie, la tensión ahí, la concentro ahí.
Probá. Te toca a vos.
Camarón intenta hacer lo mismo, pero se cae. Madre lo ayuda a sa-
carse las patas de rana y se acuesta al lado, en otra tabla. Insiste en
mostrarle el movimiento. Camarón vuelve a intentarlo; ahora, mejor.
Lo hacen, una vez más.
CAMARÓN: ¿Así está mejor? Igual adentro del mar todo esto cambia
un poco porque yo ya había visto en Internet los doce pasos para
pararse en una tabla de surf, pero eso no te asegura nada, digo, yo
voy a tener el impulso de poner el pecho, no los pies, por la cos-
tumbre. Voy a tardar un poco hasta poder.
MADRE: Una vez más. Vení. Primero te parás rápido en la arena, des-
pués en el agua. No pensés. Sentí el pie. En el pie está todo. Con-
centra ahí. Ahí va. Muy bien. Mirá esto: es un collar antiromano.
131
Vos sos romano. Los romanos son los turistas, los que viven en
ciudades grandes. Este collar lo usamos para prevenir los vientos
malos que pueden traer ustedes. Dormís con el antiromano pues-
to y hay más chance de que al otro día, cuando te levantes, carguen
buenas olas.
Camarón se para en la tabla en un solo movimiento. Ahora, saca la
cámara de fotos, le apunta a la tabla del Aguaviva y dispara. Madre
va hacia el mar y vuelve. Camarón sigue ensayando surfear. Madre le
entrega a Camarón el antiromano mojado.
Tomá. Está bendecido.
CAMARÓN: Gracias. Ya me puedo parar. Creo.
MADRE: Ya estás listo. Guarda el body. Mañana vas a conocer a Po-
mol.
Se escucha el viento, el mar que crece.
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HIJA: Papá decía que antes cuando no había edificios la gente se vola-
ba y aparecía muerta en el vivero. Que hasta en la red de los pesca-
dores hay cadáveres.
MADRE: Son vientos de tifón, el dios malo. Cuando sopla así, le pedi-
mos a Céfiro que nos traiga brisa suave.
HIJA: Da un miedo.
CAMARÓN: ¿Me prestan la caña?
MADRE: La de Aguaviva.
HIJA: Le queda un poco grande esa caña, pero bueno.
CAMARÓN: ¿Me acompañan? De acá los veo.
MADRE: Pomol, el mar de noche vos no.
HIJA: Pongo gorro. Llevo tabla.
MADRE: Solo hoy.
HIJA: Eso, má. Llevo un toco sin mar.
CAMARÓN: Traje lombrices de Mar del Plata.
HIJA: Viene preparado de la ciudad infeliz.
Mientras caminan, Pomol se tira colonia en la manga del buzo y aspi-
ra. Cuando llegan a la punta de la escollera, Camarón arma rápido y
tira la caña.
MADRE: Cuando estaba así de glass, se armaba este tubo y cerraba así,
ves cómo evoluciona la ola, cómo le crece el labio, ancho, y rompe
simétrica, perfecta, la ola, rompe hueca sobre el fondo, así, cierra y
hay que aguantar el tubo, encapucharse ahí, que la ola no se caiga
arriba tuyo, no saltar de la tabla, aguantar, el cuerpo erguido, las
rodillas flexionadas, el hombro girado. Hay que esconderse en un
tubo alguna vez. El tubo es la maniobra reina del surf. Perón soñó
con entubar una ola.
CAMARÓN: ¿Perón estuvo acá en Miramar? ¿Aguaviva ya surfeaba?
MADRE: Vino a inaugurar los hoteles de Mar del Sur. Y desde la es-
collera lo vio al Aguaviva surfeando y se atormentó. Lo esperó a la
salida del agua. Le pidió que le enseñe a cortar la ola. Pasaron la
tarde esperando la power. Mi Aguaviva y el General.
HIJA: Evita miraba en la escollera. Al General le daba la emoción. Cal-
cularon el viento. Parafinaron la tabla. Ensayaron el movimiento
en la arena. Eligieron el fondo menos rocoso. Estuvieron en silen-
cio, esperando la mejor tanda de olas.
MADRE: De pronto, en el medio de un mar plano, sin vida, cargó una
ola de otro océano.
133
AGUAVIVA: No, General, no corra ahí, todavía no, no puede.
MADRE: Aguaviva le gritó que no. Pero a Perón se le llenaron de agua
los oídos, se le cambiaron los ojos, perdía saliva, como que se nos
apasionó. Bajó la cabeza y fue. No le importó.
HIJA: Polenta Perón. Quiso sentir la power el General.
MADRE: Y apenas se paró, como pudo, y se cayó y mordió la arena y
lo agarró el remolino y lo arrastró y no se lo vio por unos segun-
dos, parecían minutos…
CAMARÓN: No hay buen pique acá, eh. Es un mar de mojarras.
HIJA: Y Evita se sobresaltó y se tiró al agua. Tenía un vestido precioso,
un traje verde agua, pero no de baño, y una chaquetita con hom-
breras, unas faldas tubo por debajo de las rodillas, sombrero blan-
co que sostenía para que no se le volara y unos zapatos boca de pez
no aptos para la arena.
MADRE: El general ahogado no volvía nunca a la superficie. Agua-
viva lo buscaba por abajo, hasta que de pronto le sintió el pelo. Y
tiró del pelo del General como si fuera una medusa. Tenía los ojos
blancos, sin temperatura estaba. No nos reaccionaba. Entonces
Aguaviva le tuvo que hacer respiración boca a boca.
AGUAVIVA: Lo besé al general.
HIJA: Como si el aire se pudiera prestar.
MADRE: ¿Me paré, me pude parar?
HIJA: Dijo El General y escupió algo de toda el agua que tragó. Rom-
pió la madera, pero no le importó.
MADRE: Corrió la ola, lo vimos, se paró… Algo así es surfear, Gene-
ral. El Aguaviva le dio la mitad de la tabla a Evita para que pudiera
volver a la orilla.
CAMARÓN: Ahí algo tira, a ver si pica…
HIJA: Evita remó y volvió sin mojarse el rodete.
AGUAVIVA: Desde ese día, cuando hay mar calmo y de pronto apare-
ce una ola gigante, se dice que carga una ola peronista.
CAMARÓN: Para pescar no se puede hablar.
Ellas miran a Camarón sostener la caña durante un tiempo.
MADRE: Hace tanto que no cruzábamos al mar.
HIJA: Mucho porque no dejás.
MADRE: Vos te parecés a él.
CAMARÓN: ¿A Perón?
MADRE: A Aguaviva.
134
HIJA: Callate, má.
MADRE: Te falta ser más amigo del mar. Así, como mi hija. Mirala.
Pomol, desde la escollera, tira su tabla al mar y se lanza.
Hija, no. Hija, no vale, ¿qué hacés? Hay mar malo. Hija. Remolino.
Camarón deja la caña en las rocas, se saca la campera y se tira al mar.
La ola, hija, entubala, cortala ahí, te lleva, hasta la orilla, hija, el espu-
món, cuidado, te revuelca, volvé, la cabeza, sacá la cabeza. Camarón,
la nena, sí, eso, ahí, del pelo, sí, Camarón, así. Pomol, ¿estás bien,
hija?
Camarón ayuda a Pomol a expulsar el agua. La abraza. Le acomoda
el pelo. Le hace respiración boca a boca. Agarra su tabla partida.
CAMARÓN: Ya está bien.
HIJA: Quebré tabla. Mordí arena.
CAMARÓN: Ya está bien.
Agua dulce
HIJA: Che, pá, ¿te acordás cuando miramos esa película donde unos
soldados practicaban surf para zafar de la guerra? Entonces el mi-
lico les decía:
AGUAVIVA: ¿Quiere surfear, soldado?
HIJA: ¡Sí, señor! ¡Sí, señor!
AGUAVIVA: Perfecto, soldado, porque puede surfear o pe-
lear.
HIJA: En la película, un helicóptero dispara música de Wagner para
asustar a los vietnamitas.
AGUAVIVA: Un surfista aturdido, afuera del agua, es más fácil de matar.
HIJA: La cuestión es que después de esa película se levantó un viento
pampero refuerte y vos pusiste música de Wagner y nos fuimos a
bajar olas en el medio del temporal. A mí me agarró miedo, pero te
seguí, pensaba que me podía quedar enganchada de una piedra o
aparecer flotando semanas después en otra playa, no sé, pero vos
estabas adentro de la película, aunque nosotros no éramos solda-
dos ni estábamos en la guerra. Era un temporal de invierno, acá,
nada más. Hoy me acordé de eso y te extrañé bocha.
AGUAVIVA: La mejor ola es la que rompe en los temporales y se abre
como una lengua de serpiente.
HIJA: Vos cada tanto tirabas una de esas. Hay vida debajo de nosotros,
decías. Que escuchemos porque hay vida. Yo no sé, me dan ganas
135
de meterme a la pileta y que salgas vos, pero vivo, con traje puesto,
que hagas la peinadita esa que tirás el pelo mojado para atrás y
te queda todo perfecto, liso, recalculado, y después me arregles la
madera que se rompió porque mamá se hace la shaper, pero no es
lo mismo. Desde que te fuiste ella anda en cámara lenta y un poco
torpe, intentó con la tabla y no pudo. Dice que no duerme porque
te ve a vos, como en una película privada, que te la pasás corriendo
olones toda la noche. Ayer se vendó los ojos para no verte surfear,
pero igual te escuchaba: gritabas “Mía” cada vez que abría una ola.
Te viene escondiendo, pero no le sale. Si dejás de aparecer un poco
va a ser más fácil. O te vas a o te la llevás, no sé.
MADRE: Como si viniera el oleaje, una tanda de paredes de agua y yo
no tuviera ni arena ni piedras donde poner los pies.
HIJA: Ahora la calma un poco que vino el romano, Camarón hace
compañía. Le hizo el camino del surfer y casi es uno de nosotros.
Me sacó del agua y pareció vos.
MADRE: Pomol y Camarón son como nosotros dos, en miniatura y
con trajes de neoprene.
HIJA: Yo no tengo traje.
MADRE: Los surfers de antes entrábamos desnudos en pleno invier-
no. Nosotros no entendíamos el frío. Surf a la intemperie.
HIJA: Ahora nos quieren sacar de acá. Mamá no va a saber qué hacer
si viene el cemento. Yo me puedo ir. O me puedo quedar acá, llena
de cal. Yo puedo durar más. Vos decías que yo era como…
AGUAVIVA: Uno de esos peces orientales que pueden vivir mucho
con poca agua.
HIJA: Mentira, yo me seco, pero mamá más: anda seca como tabla de
romano. A ella en el último tiempo ni hablarle de agua. Hace un
mes que no tiramos un truco. Si no fuera por el skate, me olvido de
todo, se me mueren los pies.
MADRE: El arroz, ponele. ¿Qué ponías? Separo los granos, seleccio-
no, los cocino solo a la leña, un vaso de agua dulce, uno de agua de
mar. Todo igual pero no.
AGUAVIVA: El alga te olvidás.
HIJA: Yo le agrego el alga porque ella se distrae. Pero igual no.
MADRE: Y las maderas no sé. Llegan tablas para arreglar, pero me falla
la mano. Envejecer es perder precisión, ¿no? Ya no soy la shaper
quirúrgica que vos decías que era.
136
HIJA: Mentira. El Aguaviva viejo surfeaba mejor que el Aguaviva jo-
ven.
MADRE: Pero murió en la pileta. Lleno de cloro.
HIJA: Se dejó estar ahí, prefirió eso porque en el mar se tentaba. En
el mar imposible. Hubiese reaccionado. ¿O no, pá, que hubieses
reaccionado? ¿O no que en el mar no te podés abandonar vos?
Prefirió un lugar donde pudiera desconcentrarse. Hizo la plancha
y se quedó ahí, adentro de unas vacaciones permanentes.
MADRE: ¿No te importó la muerte surfera? ¿La muerte que sueña
todo surfer? ¿La que esperaba el pueblo? ¿Me explicás qué ha-
cés ahora surfeando todas las noches? ¿Qué querés? ¿No querías
abandonarte? ¿Qué hacés me explicás, entrando y saliendo del
tubo para que yo no duerma?
AGUAVIVA: Explicale, Pomol.
HIJA: Hay una sombra ahí.
CAMARÓN: ¿Qué es esa sombra entrando al mar? ¿La ven?
MADRE: A esta hora no vale entrar.
CAMARÓN: Eso es una persona.
HIJA: Hay viento malo. Del que te lleva adentro.
CAMARÓN: Un surfista. Tiene el traje puesto. Mirá. Le brilla la tabla.
HIJA: ¿Será un romano? Pleno invierno. Noche. Viento macho. Miedo.
CAMARÓN: Está muy crecido el mar. ¿No puede llegar hasta acá?
MADRE: Hay que rescatarlo. Lo va a chupar el mar.
HIJA: Dejá. Sabé surfear. Tirate de cara. Surfer de ley.
CAMARÓN: ¿El mar nunca llega hasta la casa? Uy, miren cómo la en-
tubó.
MADRE: Aguaviva solo puede tirar ese tubo. Y está muerto.
HIJA: Tremendo, pá. Terrible olón. Sacale una foto, romano.
MADRE: Tiene el estilo del Aguaviva. Corre igual.
Camarón prepara la cámara y dispara.
CAMARÓN: No sale nada en la foto. No sé qué pasa. Salen blancas,
como quemadas. ¿Están seguras de que el mar no va a llegar hasta
la casa?
MADRE: Está entrando agua. ¿Y el surfista? ¿Desapareció? ¿Lo llegan
a ver?
CAMARÓN: ¿El agua va a seguir subiendo?
HIJA: Una de las mejores olas que te vi correr, pá. Te viene a buscar, má.
AGUAVIVA: ¿Querés venir acá un rato?
137
MADRE: Soy alérgica al cloro.
AGUAVIVA: Ya no hay cloro.
MADRE: Pero eso es agua dulce.
AGUAVIVA: No hace nada. Vení igual. Entrá. Después volvemos al mar.
MADRE: ¿Y la piel?
AGUAVIVA: No pasa nada, vení.
MADRE: ¿Pero por qué te fuiste?
HIJA: Entrá y adentro él te cuenta.
MADRE: ¿Y Pomol?
HIJA: Andá, má.
AGUAVIVA: Vení.
MADRE: Bueno, voy.
Los shapers
POMOL: Esta mañana los fui a buscar a la pileta y no estaban. Bajé
al mar y vi dos puntos negros en lo hondo que brillaban como
neoprene: parecían focas. Mientras más nadaba hasta allá, más se
alejaban. Empezó a picarse el mar y las olas me trajeron de nuevo
hasta la orilla, obligada.
Camarón saca la colonia y Pomol aspira una, dos, tres veces. Camarón
aspira una vez y la guarda.
CAMARÓN: Tomá. Te traje otro regalo. Por tu cumpleaños.
POMOL: No quiero otro lobo de mar que cambie de color según el
clima. Ese es un regalo para romanos.
CAMARÓN: Tomá. Un traje.
POMOL: Gracias. Por fin, un traje. No tenía.
CAMARÓN: Hoy, cuando me desperté, vine a mojarme la cara al
agua y encontré dos trajes en la orilla, tirados, acá. Me quedé un
rato esperando, por si los venían a buscar, no sé. Pero no. Uno para
vos y uno para mí. Vas a poder entrar al agua en invierno. Vas a
tener bien los huesos. Te queda un poco grande, pero a mí capaz
que me sale achicarlo, para que no te filtre agua…
POMOL: Hoy a la mañana llegó otra carta. Dicen que tienen que de-
rrumbar la casilla. Imposible. Te vas a tener que quedar unos días más.
CAMARÓN: Está un poco arenado el fondo, ¿no? ¿Qué es eso? ¿A ver
qué dice esa carta?
POMOL: Deciles que no. Escribiles. Contales todo. Que acá vivió y
murió el primero. Que acá hasta que llegó Aguaviva venían las olas
y la gente barrenaba pecho. Deciles. Que si quiere te arma un tem-
138
poral que te chupa el cemento y el hormigón para adentro. Y que
duerme acá. Todavía.
CAMARÓN: Hoy había dos hombres midiendo la arena. Yo les con-
testo la carta, ¿querés? Tengo buena letra. Les digo que acá no. Yo
les explico.
POMOL: ¿Vamos a entrar hoy? Al amanecer estuvo clásico. Hay que
aprovechar ahora que más tarde se vuela. En alguna te parás. Po-
demos ir hasta el Pomol. Ahora nos sobra un traje. Y nos sobra una
tabla. El Body ya lo podés tirar. Tiralo al mar. Trae buena suerte
tirar el Body. Trae buenas olas.
CAMARÓN: Voy a cocinar. Pero arroz no, pescado. Hoy pesqué a la
mañana, estaba lleno de peces, saqué un montón, tengo cosecha.
Estuve pensando que podríamos ir a surfear al Pomol, para ver
cómo es la ola que se parece a vos. Pero no podemos dejar acá
solo. Mejor nos quedamos acá. A la que no vi hoy es a tu mamá.
POMOL: Vos vas a shapear bien, porque los camarones tienen el cora-
zón en la cabeza. Vas a tener que aprender a shapear, romano. Por
si se nos rompen las tablas a nosotros y por si traen alguna para
arreglar. Al Chingu (que es la promesa miramarense porque surfea
y no le importa nada más que la ola), una vez le hicieron una nota
en canal 2 y él declaró que en lo único que piensa cada vez que
surfea una ola es en la muerte –“me muero cada vez que agarro
una ola”– eso es un surfer samurái, dijo Aguaviva cuando lo vio. Al
Chingu le arreglamos la tabla nosotros. Y no se le puede decir que
no. Yo ya sé todo, pero te voy a tener que enseñar. Espuma. Fibra
de vidrio. Lija. Tijera. Guantes. Cuchillo. Hay mucho trabajo acá
en invierno. Y hay que estar atentos. Acá los días son más cortos,
más faltos de luz. Hay que chequear todos los points, la 37, el vi-
vero, el Pomol, para saber dónde está la ola. Conmigo vas a entrar
todos los días. No importa si está volado, si está mutante, si está
glass. No importa. Como en esa película en la que un basurero
sordo se encuentra una tabla en la orilla y de ahí en más pasa la
vida esperando la ola. Vamos a copar el pico. Vamos a entrar todos
los días. Más vale estar adentro que verlo de afuera.
Camarón y Pomol se acuestan en la arena mirando el cielo. Camarón
se acerca y le da un beso con la capucha del traje puesta. Vuelven a mi-
rar el cielo unos segundos. Sopla viento sur. Camarón saca una guita-
rra y canta una canción que dice algo sobre las olas que se van, vuelven
al mar, se van y vuelven. Pomol hace los coros.
139
De-construcción
Carolina Steeb
Matilde Méndez
ÉL: Shhh… Hacé silencio… ¿Escuchás? No, ¿eh? Quedate así. Prestá
atención… ¿Y? Nada, ¿eh? Nada de nada. Es así. Acá es así. Todo
es así. Se presenta tal cual es. No hay ruido, no hay interferencia en
lo que se percibe. Aguzás los sentidos. Aprendés a oír.
140
ÉL: Jugás en el barro de la zanja, te metés por los pastizales, trepás por
los árboles, cuando hace frío, hace frío en serio, y cuando hace ca-
lor lo mismo. Si llueve, no tenés cómo salir, se inunda el terreno y
no hay camino. Pueden pasar días así sin que baje el agua. Hay que
estar preparado, ser precavido: dos heladeras, dos despensas, todo
duplicado. El imprevisto está siempre presente.
ELLA: Es que acá las calles son puro tránsito. A veces todo parece de-
tenido, nadie avanza. Ves el tiempo correr en el reloj, los minutos
pasan y la vida qué, ¿eh? La vida es eso que ocurre mientras espe-
rás que la línea de autos se mueva, ¿o no? Mientras esperás que
llegue el subte. Mientras esperás que levante la barrera o abra el
semáforo. Mientras esperás. Todo así.
ELLA: Al final la vida se estrecha entre las paredes que contienen cada
ambiente de cada departamento de cada edificio de cada calle de
cada barrio de cada comuna de cada… UF. Salgo a tomar aire y de
pronto: risas. Miro hacia enfrente y ahí están: nuevos vecinos. Una
pareja feliz y joven y recién mudada. Tan brillantes y relucientes
como su nuevo hogar… es así, en los comienzos solo se piensa en
todo aquello que se puede ganar.
ELLA: Es que en la ciudad todo tiene que ser rápido, todo ya. Parecie-
ra que siempre estamos llegando tarde a algo. Si no, no sirve. Es
141
agotador… pero a la vez, no podría imaginar la vida en otro lugar,
o quizás sea la costumbre, que es más fuerte…
ELLA: Mi papá decía de mí que yo era muy inteligente. Eso era lo que
decía siempre, una chica muy inteligente. Pero nunca decía de mí
que era linda. Eso no. Y eso, era lo único que yo quería.
ÉL: “Es la mujer más hermosa que vi en mi vida”, eso fue lo primero
que pensé ni bien la conocí, que tenía un aura que la cubría y ele-
vaba. Una virgen inmaculada, sí.
ELLA: Me convencí de que ser linda era ser débil, ser tonta. Yo no era
eso, yo era Palas Atenea, inteligente y guerrera.
142
ÉL: Fue ella la que me invitó a salir primero. Un día de la primavera.
ÉL: Pero unos meses después pasé por su trabajo a la hora que salía y
esa vez fui yo quien tomó la iniciativa.
ÉL: Eras más perfecta de lo que nunca había imaginado. Eras distinta
a todo y a todas. Me gustabas por todos lados. Toda me gustabas.
Con vos, el mundo se volvía sustancialmente mejor.
143
ÉL: Y andá a decir que para vos es importante sentir algo más. Qué
macho ni qué macho. De qué madera estás hecho, eso te van a pre-
guntar.
3. Excavación
ELLA: Digo, ¿cuánta gente habrá que se siente excluida de ese ideal
en este momento…? Sí, tampoco es estático. La percepción de la
belleza cambia, no solo a lo largo de la vida sino también a lo largo
de la historia… si habré deseado nacer en el Renacimiento con
mis caderas…
ÉL: Hay que cuidar el talón de Aquiles. El pez por la boca muere… o
para usar una analogía rural: al toro por las astas, y al hombre, por
la palabra.
144
llevaba la transformación del mundo. De todos los personajes, mi
favorito era La Sirenita, la princesa rebelde que renuncia a su ori-
gen para ir tras lo desconocido…
ÉL: Siempre fui así, alto, flaco, medio desgarbado por línea materna,
la fuerza no era lo mío. Tuve que armarme de otras herramientas
para marcar los límites, aprendí rápido que la falta de destreza físi-
ca se compensaba por la verbal, a fin de cuentas, la más poderosa.
ELLA: Si hay algo bueno en el paso del tiempo es que nos hace ver las
cosas de otro modo. Abre nuevas lecturas a todo… hay cosas que
ya no puedo dejar de ver. Ahora, todos esos cuentos de la infancia
me hablan de mujeres que esperan que algo o alguien las salve.
Pero nada de eso es real.
ÉL: Lo que pasa es que el nihilismo nos sacó la fe y vino a decirnos que
no hay hechos, solo interpretaciones. Pero es mentira. Hay hechos
y hay interpretaciones. Se trata de decidir qué posición tomar.
145
4. Los cimientos
ELLA: Con vos me sentí cómoda, sentí que podía ser yo misma.
ÉL: Hay una diferencia abismal entre tener sexo y hacer el amor. Uno
se da cuenta. Esta vez lo presentía… me temblaba el pecho cuan-
do te veía, casi que me costaba respirar. Algo en la expresión se me
suavizaba y aparecía una sonrisa. No me hubiera permitido hacer-
te ningún daño.
ÉL: Ese verano, nos vimos casi todos los días. Para cuando llegó el
otoño, nos decíamos enamorados… me lo susurraste al oído una
tarde y yo me reí, de alegría, de que era mucho, pero ya no me
asustaba.
ÉL: Estaba dispuesto, sentía que cuerpo, alma y mente iban hacia el
mismo lugar. Y eras vos ese lugar… de pronto entendía infinitas
canciones que hablaban de amor, todo tenía sentido, porque todo
era sentido. Todo era felicidad.
ELLA: El detalle está en darse tiempo para comprobar que lo que nos
dicen es cierto… creemos en lo que nos muestran en una primera
impresión y a veces con eso alcanza para que esa idea quede graba-
146
da. Después reclamamos porque pensamos que algo cambió, y no
entendemos que siempre se trató de lo mismo…
ÉL: Siempre fui de sentirme muy mal cuando me dicen cómo tengo
que ser, es algo muy mío. Me da miedo no poder cambiar o estar
muy equivocado en todo. Pero te pido disculpas, jamás quise que
te sientas mal ni nada. Sé que todo fue con la mejor intención.
ELLA: Una noche probaste tener sexo un poco más fuerte… Tener
sexo no, hacer el amor, cierto, perdón… Siempre teníamos esa di-
ferencia sobre cómo nombrar las cosas.
ÉL: Nos podría ir muy bien si prestaras atención. Yo tengo que trabajar
muchas cosas, lo sé… Tal vez cuando me enojo te trato desme-
didamente mal y no corresponde, lo acepto. Pero te juro que me
da muchísima bronca, muchísima impotencia, porque te adoro, y
sabés que es así.
ELLA: Esa noche empezó suave, apenas un cosquilleo hasta que tus
manos cobraron fuerza sobre mi garganta y de pronto me pareció
que eso ya no era un juego. Tuve miedo. Sentí que eras capaz de
lastimarme. Había algo en tu expresión… de placer. Disfrutabas
esa diferencia de poder: verme indefensa, a tu merced.
ÉL: No, no, pará… a ver, ¿quién sabe manejar todas las situaciones?
De hecho, sé manejar muy pocas, pero te amo con devoción, aun-
que a veces sea medio inestable en otras cosas.
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ELLA: “¿Qué sos, el tres de Cambaceres? Dale, reíte un poco que te va
a venir bien… ¿Y, vamos, no tenés nada para decir?”, eso lo repetías
seguido, aunque a mí nunca me causaba gracia… Me atacabas en
mi punto débil y después me desarmabas de la única herramienta
que tenía para defenderme… a fuerza de repetición me convencis-
te de que el silencio me correspondía.
5. Estructura
ÉL: A cada rato me hacés sentir que no te alcanzo. Querés algo más,
que yo no puedo darte. Eso no lo juzgo, puede ser que pase, pero
deja de hacerme sentir mal por eso. No mientas, no me digas que
no querés nada más. Lo mío no te alcanza y sé que en cualquier
momento lo vas a ir a buscar a otro lugar.
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ELLA: Me amás pero te aburro, te caigo mal cuando te hablo, te pa-
rezco una estúpida, soy fría, no te atiendo, no te mimo, no tengo
gestos tiernos. Ya no entiendo cómo es.
ÉL: Que no me mintieras, eso era lo único, que fueras sincera, que me
dijeras la verdad, ¿entendés? La palabra es todo lo que tenemos,
si uno falta a la palabra… ese es el único compromiso, cuando se
rompe, no hay vuelta atrás…
ELLA: ¿No te das cuenta de que te amo con lo que no tengo? Todo
lo que tengo te lo entrego a vos, todo lo que puedo. Para vos está
todo muy roto, aunque no me lo decís en la cara, porque verme
llorar te parte el alma, eso decís. Pero la cobarde siempre soy yo.
Que soy una egoísta disparás, y yo no sé qué hacer con tantas balas
que surcan el espacio virtual.
ÉL: Solo pensás en vos, tenés un egoísmo sin fin… Armás escándalo
incluso con tu familia presente, no me entra en la cabeza eso a mí.
Si me metiera te tendría que dar dos cachetazos para que te des-
piertes y te comportes como una mujer de tu edad. Pero no, solo
observo esa escena de egoísmo sin fin y la verdad quiero llorar.
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ÉL: Tus excusas infantiles me dan bastante asco, sí, asco es la pala-
bra… lo que tenés que hacer es callar, y ayudar. Sumar, estar, no
molestar con caprichos de nena. Que te quede bien claro: no soy
un servidor, no voy a estar atrás tuyo para arreglar cada cosa que
no te gusta, entendelo de una vez.
ELLA: ¿Qué es lo que hace que dos personas que se quieren, o que
dicen quererse, no puedan estar juntas? No entiendo por qué no
podemos llevarnos bien, qué cosas vemos que antes no veíamos,
qué batallas peleamos cuando discutimos.
ÉL: El problema es que siempre encontrás motivos para estar mal. Vos
creás la situación y la comprimís innecesariamente. Hacés cosas
que no pido y las cosas que pido no las hacés.
ELLA: Te juro que no te miento. Es la verdad, fue esa vez sola, nada
más, yo… me sentía mal, pero ni siquiera dormí con él. Me fui lo
más rápido que pude cuando me di cuenta de que era un error. A
veces hago eso, sé que tengo que ir por un camino y voy en la di-
rección contraria. Me equivoqué. Te pido disculpas. Perdoname,
tenés que creerme, por favor… perdoname.
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6. Albañilería e instalaciones
ÉL: Pateo la pelota contra la pared del patio de mi abuela. Paso mucho
tiempo con ella mientras mamá trabaja en las escuelas del campo.
Mi papá se fue, a trabajar en la ciudad, porque acá cerró la fábrica.
Ella dice que es para que no nos falte nada. Yo solo pienso que soy
el único de mis amigos que no tiene con quién jugar a la pelota.
ELLA: A veces me lastimo sin darme cuenta, suelo cortarme los de-
dos con frecuencia y después veo las manchas de sangre alrededor,
como una estela que intenta decirme algo, trato de reconstruir el
recorrido de mis manos para descifrar la causa de la herida.
ÉL: Pateo más fuerte la pelota contra la medianera y pasa al jardín veci-
no. Mamá va a buscar la pelota cuando llega del trabajo. El vecino
se la devuelve. Y la invita a cenar.
ELLA: No sé por qué el cuchillo tiende a zafarse cada vez que cocino
ni el motivo por el cual la piel de mis palmas se descama, de tan
seca se agrieta y sangra.
ÉL: Entonces las cosas empiezan a cambiar. Ahora cuando ella diga
‘nosotros’ va a hablar de ella y de su novio. Parece muy dependien-
te, me preocupa que él ‘la someta’… se vuelve dócil, mansa.
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ELLA: De la sala de espera a la sala de cirugía no sé cuánto tiempo
pasó, pusieron mi camilla de espaldas a una puerta, de cara a una
ventana alta que daba a un cielo celeste y a un balcón semi tapado
con papel de diario, afuera habría viento: las hojas se movían.
ÉL: La abuela dice que es bueno para mí tener una figura masculina. El
abuelo murió antes de que yo naciera y ahora mi papá solo llama
para mi cumpleaños. Cada tanto aparece, viene para las fiestas, y
me lleva al campo.
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brazo, los instrumentos estaban en jaulas, me pregunté cuál sería
su precio.
ÉL: Siento que ya no formo parte de esa familia, que esa casa ya no
es más mi terreno. Entonces me mudo con mi viejo a la ciudad.
Cuando llego me dice “ponete cómodo”, pero no vacía ningún ca-
jón del ropero.
ELLA: Me sentí sacudida al despertar, abría apenas los ojos, con es-
fuerzo. En la sala, había más mujeres, todas en igual estado. Le dije
a la enfermera que tenía ganas de hacer pis, me dijo que era la sen-
sación nada más, que me vaciaban la vejiga antes de terminar, y me
puso una gasa.
ÉL: Siempre que un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto,
este ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección, pero en sen-
tido opuesto sobre el primero.
ELLA: Más tarde, cuando fui al baño, vi las gasas que recubrían las
cicatrices, vi también que había sangrado, vi mi vientre hinchado.
ÉL: Para decirlo de otro modo: A cada acción siempre se opone una
reacción igual, pero de sentido contrario. La tercera Ley de New-
ton. Eso me lo enseñó mi papá.
7. Pintura y terminaciones
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ÉL: ¿Sabés por qué los pájaros no se electrocutan cuando se posan en
los cables?
ÉL: La corriente eléctrica que circula por los cables es como un río de
electrones que fluye a toda velocidad. Para que circule así debe
existir un camino cerrado entre los puntos de transmisión.
ELLA: No podría definir cuál fue el punto exacto en que las cosas co-
menzaron a desmoronarse… Ni cuándo te di el poder para defi-
nirme, en qué momento dejé que tu decir entrara así en mi oído,
hasta tener tu voz crítica introyectada…
ÉL: Lo que ocurre con las aves es que, al ser pequeñas, se posan en un
solo cable, de modo que no brindan una vía alternativa a la elec-
tricidad.
ELLA: Y yo, que me creía tan dueña de mis palabras, golpe tras golpe
me encontré sin lenguaje para nombrar lo que me rodeaba…
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Golf
Hoyo 1: Agua
CADDY: Campo de Golf. Día. Cielo despejado, limpio. Se respira aire
fresco. Los pájaros cantan. El señor Nicolás, un hombre elegan-
te de la aristocracia nacional. Usa chomba blanca, suéter claro sin
mangas, boina. Mira hacia el fondo, en fuga. A su lado, también
elegante de combinaciones verdes, está Gonzalo. Un joven bur-
gués. Lleva puesta una visera. Lo mira mientras se rasca la barbilla.
Detrás de ellos, con un sombrero de pescador, rasgos corporales
ambiguos, cargando dos bolsos, estaré yo. Caddy. Un servidor si-
lencioso. Estos dos hombres, pares en apariencia, jugarán un par-
tido. Los 18 hoyos. Durante su desarrollo, Nicolás intentará con-
vencer a Gonzalo de que venda unos terrenos de su difunto padre
para emprender, sin que este sepa, un negocio inmobiliario millo-
nario. Estas tierras, para Gonzalo y su familia, tienen un gran valor
sentimental ¿Hasta dónde será capaz Nicolás de llevar las negocia-
ciones? ¿Qué está dispuesto a abandonar Gonzalo por un puñado
de dinero? Así comienza entonces esta quiniela que golpe a golpe
llegará a su final. Presten atención ahora al primero de los hoyos
que en la caprichosa escala de los sueños denominamos: Agua.
NICOLÁS: Híbrido.
GONZALO: Excelente decisión.
NICOLÁS: ¿Podría explicar por qué?
GONZALO: Es un hoyo de cuatro golpes, un Híbrido le asegura con-
trol y buena distancia.
NICOLÁS: Control y distancia. ¿Y por qué no distancia y control?
GONZALO: Pienso que el control del golpe debe ser más importante
que la distancia. Si quedara corto puede buscar el hoyo en el si-
guiente golpe, pero si pierde el control y se va del campo de juego
demoraría mucho en recuperar carrera.
NICOLÁS: Eso es prudente. Pero, dígame Gonzalo, ¿qué lo hace ele-
gir el control por sobre la distancia exactamente? ¿Usaría usted un
Madera en la salida por ejemplo?
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GONZALO: Sí. No. Depende, es decir, lo usaría. Es algo arriesgado.
NICOLÁS: ¿El bosque? ¿Las arenas?
GONZALO: El agua.
NICOLÁS: El agua. ¡Agua!
CADDY: Saco del bolso una copa de vidrio. La sirvo con agua de una
botella y se la doy a Nicolás. Él bebe. No le convida a Gonzalo.
NICOLÁS: Ah. Siempre bebo un buen trago de agua de Mar antes de
comenzar un juego. Usted se preguntará: ‘¿De Mar?’ ¿Ha bebido?
GONZALO: Nunca, señor.
NICOLÁS: Hace cosas fantásticas. ¿Escuchó hablar sobre las propie-
dades del agua de Mar? Tiene más que yo (Ríe). No, hablo en se-
rio. Habrá escuchado usted, seguramente, de las aguas blandas y
duras. También habrá escuchado hablar de las aguas de manantial,
pero, ¿el agua de Mar es bebible? No. Siempre ha pensado que le
hacía mal. ¿Es su culpa? Tal vez. ¿Recuerda caminar por la playa de
niño, pisar con los pies descalzos la espuma, nadar entre las olas y
que su madre le grite desde la orilla “¡Cuidado Gonzalo, no vayas a
tragar agua de mar!”? ¿Usted veraneaba en la playa, cierto?
GONZALO: El mar argentino, señor.
NICOLÁS: Le estoy hablando del Mar con mayúsculas, escuche la
‘eMe’… Mar.
GONZALO: Era muy chico, no elegía las playas.
NICOLÁS: Ignora la dictadura de la niñez, por eso yo no tengo hijos,
ni nietos, naturalmente. Para destacarse en alguna actividad uno
debe entrenarse de niño. Como las bailarinas de ballet, o los bue-
nos músicos concertistas. A los cinco años debería usted conocer,
cuando menos, el Mar Caribe para apreciar su sabor. Es increíble
lo que pueden hacer los padres que uno se pierda. Lo lamento
mucho. Las relaciones familiares nos han arruinado la vida, ¿no
le parece? Sin embargo, sé que su padre en compensación le ha
dejado una buena herencia en terruños. El punto es que el agua de
Mar es bebible. El agua de Mar cura, salva, rejuvenece, afloja, tira,
es exquisitamente rica para quien sabe beberla. Debería probarla
algún día. Al tres le gustan mucho.
GONZALO: ¿Al tres, señor?
NICOLÁS: El Madera tres. Lo dejo en remojo la noche anterior al
juego, eso dilata la materia y le da precisión al golpe. Será recto,
sin slice.
156
GONZALO: Me gustaría verlo.
NICOLÁS: Muy bien. Madera tres.
CADDY: Madera se les dice a los palos que se usan para los golpes lar-
gos, los de salida del hoyo. Estos permiten volar grandes distancias,
pero son difíciles de controlar para golfistas principiantes. Saco
el Madera tres y se lo doy a Nicolás. Se prepara para el golpe, se
concentra. Tiene buenos movimientos. Golpea y queda de perfil.
GONZALO: Excelente.
NICOLÁS: Agua de Mar. (Pausa). Su turno.
GONZALO: Híbrido.
NICOLÁS: Veo que no se anima a usar el Madera tres. ¿Me va a obli-
gar a citarle la estúpida frase sobre el riesgo y la victoria?
GONZALO: Comprendo. Solo que…
CADDY: Los Híbridos son los palos que combinan los Madera y los
Hierros. Estos últimos son palos de distancias más cortas que se
usan en el Fairway o campo de juego donde el golfista logra ma-
yor control de dirección de tiro. Salir con Híbrido señala cierta…
inseguridad.
GONZALO: Bien. Madera tres.
NICOLÁS: Me gusta su actitud, Gonzalo.
CADDY: Le doy el palo a Gonzalo. Este se dispone al golpe. Se prepa-
ra, está un poco nervioso. Golpea. La pelotita vuela por los aires.
Los tres la seguimos con la vista.
NICOLÁS: Sabe equilibrar fuerza y precisión… Tal vez no tanto la
precisión… Tal vez fue un poco desmedida la fuerza… Tal vez
antes del primer golpe debería haber bebido un poco de…
CADDY: La pelotita cae en un charco de agua.
Hoyo 2: Niño
CADDY: Nicolás y Gonzalo caminan en busca de una pelotita por
el Fairway del hoyo 2. En la escala de los sueños, el dos significa
Niño. Gonzalo tiene un Hierro largo en la mano, acaba de realizar
un buen golpe que lo recupera del punto de multa por haber caído
al agua. Está contento. Pasa un ave, nos detenemos para apreciarla.
NICOLÁS: Hasta las aves me conocen aquí. ¿Cree que por eso tendré
ventaja sobre usted?
GONZALO: De ningún modo, señor Nicolás. Estamos en las mismas
condiciones. El campo se renueva a partir del primer golpe.
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NICOLÁS: ‘El campo se renueva a partir del primer golpe’ Me gusta
lo que dice, ¿podría explicarlo?
GONZALO: Desde que nacemos las cosas nunca están quietas. Uno
ve un árbol, el cielo, una nube pasar, o este maravilloso sol y no
dice ‘ya lo vi ayer’ o ‘hacer un rato’. Lo vuelve a ver, y cada vez que
lo ve lo hace por primera vez. Este campo puede jugarlo todos los
días si quiere, pero el golpe, el clima, su estado de ánimo, el punto
de vista, nunca será el mismo después del primer golpe.
NICOLÁS (Aplaude lento): Su padre siempre me habló maravillas de
usted, no se equivocaba. Él era un gran jugador.
GONZALO: Oh, gracias, señor Nicolás. De niño seguí sus consejos.
NICOLÁS: No se nota. (Ríe). Es un chiste, querido amigo, mejor haga
su propio recorrido y no el de su padre. Hay que desprenderse de
las cosas que nos atan. Las relaciones familiares son una de ellas.
Lo importante es que ha sabido sortear muy bien el primer hoyo
a pesar de la pelota hundida. Sin ir más lejos, en este hoyo va un
golpe delante mío.
GONZALO: Me gusta mucho este deporte, lo practico apasionada-
mente.
NICOLÁS: Jugaba usted en el campo de su padre, me imagino.
GONZALO: Sí. Todos los fines de semana íbamos a su pequeño ‘Pa-
raíso de Golf ’. Allí mi padre practicaba golpes de salida, mientras
yo le anotaba las distancias por palo. Luego íbamos directo al green
a probar los golpes de precisión contra el banderín. Él era de los
extremos, decía que allí encontraba el equilibro. Sostenía que el
golf era como en los negocios, los golpes más importantes son los
de entrada y los de salida, ahí se hace la diferencia, en eso no se
puede fallar. Yo de niño admiraba esa forma.
NICOLÁS: ¿Nunca la puso en duda?
GONZALO: ¿Es necesario?
NICOLÁS: ¿Eso lo ha llevado al éxito?
GONZALO: Estoy jugando con usted.
NICOLÁS: Me gusta tu inteligencia, jovencito, pero demasiada sensi-
bilidad. Parece que hablaras con nostalgia sobre tu padre y su pe-
queño, ¿cómo dijo?, ‘Paraíso’. Las metáforas son un problema en
los negocios, ¿sabe? Es cierto, tu padre era una persona que sabía
entrar y salir del hoyo con cierta habilidad, pero nunca supo de de-
sarrollos. Eso lo hacía un hombre peculiar, pero poco sólido, su es-
trategia iba muy por delante de sus ideas. ¿Te puedo tutear, cierto?
158
GONZALO: Es un honor.
NICOLÁS: Muy bien, usted también puede tutearme… y deje de de-
cirme ‘señor’, estamos en confianza.
GONZALO: Como usted diga, señor Nicolás.
CADDY: Llegamos hasta la pelotita. Nicolás la ve. Moja su dedo índi-
ce con la boca y lo levanta apuntando hacia el cielo. Silencio.
NICOLÁS: Hierro seis
CADDY: Le alcanzo el palo a Nicolás.
NICOLÁS: No se angustie, joven. Usted está aquí para volver a ver su
vida como si fuera la primera vez. Piense en sus sueños y haga una
apuesta… tal vez hoy sea su día de suerte… ¿Cómo fue que dijo?
‘Las cosas nunca están quietas’.
CADDY: Nicolás golpea con éxito y camina en busca de la pelotita.
Le agarra dentro del hoyo. Espero que se vaya. Ahora estoy solo
con Gonzalo. (A Gonzalo): Te va a cagar. (A público): Gonzalo,
naturalmente, se asusta.
GONZALO: ¿Qué? ¿Qué querés? ¿Qué te pasa? Salí de acá, alejate.
CADDY: Nicolás te quiere estafar.
GONZALO: ¡Fuera, sirviente!
CADDY (A público): Gonzalo se va sin escucharme.
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GONZALO: Mostrame las tetas.
CADDY: No aceptes nada de lo que te proponga Nicolás. (A público):
Entra Nicolás. Nos mira.
NICOLÁS: ¿Qué pasa acá? ¡Caddy! La pelotita, ¡urgente!
CADDY: Sigo buscando la pelotita, lentamente me alejo mirando a
Gonzalo.
NICOLÁS: Estúpido Caddy. Tené cuidado con él.
GONZALO: ¿Qué le pasa? ¿Por qué usa ese sombrero de pescador?
NICOLÁS: Oh, tuvo un problema de niño. Era hijo de los caseros de
mi Estancia.
GONZALO: ¿Entonces es un hombre?
NICOLÁS: No lo había pensado. Es hijo de su madre y de su hermano
mayor.
GONZALO: ¿Hijo de su madre y su hermano? Asqueroso.
NICOLÁS: Son peones, debemos aceptar sus costumbres. No com-
prenderlas.
GONZALO: No parece muy obediente.
NICOLÁS: A veces realmente no lo es.
GONZALO: En el bosque se comportaba algo raro.
NICOLÁS: No habla, pero puede ponerse muy violento cuando no
está en contacto con el sol. Necesita sentir el calor tanto como res-
pirar, de chiquito que tiene esas rarezas.
GONZALO: ¿Cómo que no habla?
CADDY: Encuentro la pelotita. Les grito.
NICOLÁS: Parece que la encontró.
Hoyo 4: La Cama
CADDY: El putter es un palo de precisión que se usa dentro del green,
que es el perímetro verde claro dónde está el hoyo. Ahora Nicolás
está aquí, solo, hablando por teléfono. Apoyado, inclinado sobre el
putter que tiempo atrás le regaló el padre de Gonzalo. Es un trofeo
que le servirá para ganarse la confianza de su hijo. Detrás, el ban-
derín del Hoyo 4: todo buen plan tiene que tener una buena cama
tendida para que la presa se acueste a dormir la siesta.
NICOLÁS: Cincuenta por ciento. No es una propuesta, te estoy ex-
plicando cómo son las cosas. Eso a mí no me interesa, ¡No me
interesa! Muy bien, no van a tener la firma entonces. No bajo del
cincuenta. Todo, y en cuanto esté terminado. Deciles que no me
160
importa esperar, quiero los beneficios del proyecto terminado ¡Me
necesitan! ¿Esta noche? No, no me parece muy pronto. Ahí vamos
a estar. Cincuenta, es mi tope, ¿está claro? Problema de ellos, yo
soy el que lleva a Gonzalo ¡Me estoy jugando su confianza! Ese es
mi riesgo. Ellos solo tienen que poner a funcionar la rueda, yo soy
el motor. Va a estar de acuerdo. Sí, no lo dudes, no lo dudes, se va a
vender, sí. Bien, bien, como el padre, dos golpes arriba pero recién
vamos por el cuarto hoyo. Es bueno, sí, parece que ese ‘Paraíso’ lo
inspiró mucho. Gonzalo quiere desprenderse de eso, él quiere, nin-
gún problema. Esta noche va estar la firma, te lo aseguro. Va a que-
rer, él va a querer. No. Sí. Dejame esto a mí, no tengo nada que ex-
plicarles, yo sé cómo funciona. Vos ocúpate de tener todo listo para
la firma. Muy bien. Ahora te tengo que cortar, estoy jugando Golf.
CADDY: Llega Gonzalo. Nicolás le muestra el putter.
NICOLÁS: Es un homenaje a tu padre, Gonzalo. Me lo regaló después
de que jugamos por primera vez.
GONZALO: A él le gustaba mucho recordar ese episodio.
NICOLÁS: No son muy frecuentes los ‘hoyo en uno’ en la vida de un
golfista.
CADDY: Nicolás golpea, la pelotita entra en el hoyo.
NICOLÁS: Tengo planes para esta noche, Gonzalo. Y vos sos el invi-
tado especial.
Hoyo 5: El Gato
CADDY: Estamos en un bunker de arena del hoyo cinco. Estas son
pequeñas trampas donde el golfista debe combinar destreza e in-
teligencia para caer bien parado, como un gato. Gonzalo al tiro.
Estudia el golpe. Nicolás lo mira mientras come una manzana.
GONZALO: Lara es distinta.
NICOLÁS: Son todas iguales, Gonzalo. Quieren casarse, vestirse de
princesas, tener una vida feliz rodeada de hijos y mascotas y mu-
camas.
GONZALO: Con ella somos más parecidos.
NICOLÁS: Al principio parece que es así, Gonzalo, parece que sí. Pero
te engañan, creeme. Yo me divorcié cinco veces, te puedo explicar
un poquito del asunto. Pensalo bien, solo el trámite del divorcio
sale 50 mil pesos ¿Cuántos años tenés?
GONZALO: Treinta.
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NICOLÁS: ¿Cuántas veces le fuiste infiel?
GONZALO: Nunca.
NICOLÁS: Ay, Gonzalo, Gonzalo… no desperdicies tu vida. Vos te-
nés que aprovechar el momento, ¡coger todo lo que puedas! Hay
oportunidades que se presentan una sola vez. ¿Por qué no van otro
día a cenar con los padres de Ana?
GONZALO: Lara. Ella está ansiosa por contarles la notica, no puedo
cancelar. Su mamá hizo crumble. ¿Por qué no nos reunimos noso-
tros mañana, más tranquilos? (A Caddy): Pitching.
NICOLÁS: ¡Carpe diem, Gonzalo! Mañana no existe para los nego-
cios, hoy es el momento. Hay que vivir como un gato, suspendé,
inventate una excusa. ¿Qué es lo peor que puede pasar, que se eno-
je? Mañana se va, pero a los pocos meses regresa, está en su natu-
raleza. Si vale la pena vas a caer bien parado siempre. (Pausa). Está
bien, está bien. Entiendo. Un sabio me dijo una vez que el mundo
se divide entre los que ‘están’ y los que ‘son’. Mientras los primeros
observan sorprendidos cómo se transforma el mundo, los segun-
dos lo reinventan constantemente. Tenía razón. Yo en ese momen-
to entendí lo que se trata tomar decisiones, y para tomar decisio-
nes solo una pequeña clase de hombres estamos preparados. Yo
creo que podés ser más que un aspirante, Gonzalo. No pienses que
no… lástima que te vayas a casar.
GONZALO: ¿En qué afectaría mi casamiento?
NICOLÁS: Una cena con tus suegros, una simple e insignificante cena
con tus suegros está deteniendo al mundo entero… Gonzalo: ¿Po-
dés ser a la altura de una gran oportunidad?
CADDY: Gonzalo me pidió un palo incorrecto. No va a poder salir
de la trampa en el primer golpe. Las palabras de Nicolás lo des-
concentran. Siempre fue un muchacho más inseguro de lo que se
muestra. Siempre vivió a espaldas de su padre.
GONZALO: ¿Se trata de negocios entonces?
NICOLÁS: La curiosidad mató al gato...
GONZALO: Vivir como un gato, ¿no?
CADDY: Gonzalo realiza un golpe fallido.
GONZALO: ¡Mierda!
NICOLÁS: Tranquilo, amigo. Al menos el gato murió siendo.
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Hoyo 6: Perro
CADDY: ‘Meter el Perro’ en la cancha era un recurso que se usaba en
el fútbol para hacer trampa. Los árbitros tenían que suspender los
partidos a riesgo de que un jugador sea mordido. Los golfistas se
jactan de su honra en el juego. Cada jugador lleva una tarjeta de
puntuación donde anota la cantidad de golpes por hoyo de sus ri-
vales sin ponerlos en duda. Quien haga menos golpes para entrar
en los hoyos será ganador. Pero es mentira. Al final del partido dis-
cuten horas sobre los resultados que pocas veces coinciden. Estoy
con Nicolás en el Hoyo 6. Él viene ganando por dos golpes. No está
dispuesto a abandonar esa diferencia. Su pelotita quedó en un lugar
incómodo para el tiro. Nicolás revisa que Gonzalo no esté cerca y
le pega una patada para dejarla varios metros más cerca del centro.
NICOLÁS: ¡Acá está mi pelotita!
CADDY: Nicolás me guiña un ojo y me hace el gesto de silencio con el
dedo índice. Yo le sonrío. Perro que ladra no muerde, pero muerde
si no lo dejan ladrar.
Hoyo 7: Revólver
CADDY: El que ahora está solo en el green es Gonzalo. Acaba de meter
la pelotita en el Hoyo siete, el revólver en la escala de los sueños.
Habla con Lara, su futura esposa. Ella es bastante temperamen-
tal. Gonzalo intentará persuadirla para suspender la cena con sus
padres y poder ir a la reunión con Nicolás. Todo su cuerpo está
inclinado sobre el teléfono.
GONZALO: Hola, mi cielo, ¿cómo estás? Bien, hermosa, muy bien.
La estamos pasando genial. Nicolás es un buen tipo, sí. Un poco
insoportable cuando se pone categórico, me hace acordar a Cam-
polongo. ¿Te acordás de Campolongo? Está parejo, sí, ahora esta-
mos iguales. Yo estoy regulando para que no sea tan aburrido. Él es
muy bueno. Yo también te amo, mi solcito, yo también. No me voy
a aprovechar, te lo prometo, claro que no. Sí, no, no vi el mensaje,
es que una de las reglas es no mirar el celular. Ahora te llamaba un
seguidito para saber cómo estabas, simplemente eso. Puede que
el partido se demore un poco más. Seis horas, no más de eso. No,
tarde no. ¿Y si cenamos mañana más tranquilos? Sí, nubecita, ya
sé que tu mamá preparó crumbel, pero tal vez si esta noche des-
cansamos, nos hacemos unos mimitos cuando vuelva de jugar.
163
No, mi rayito, no quiero suspender, solo preguntaba. No te estoy
mintiendo, es que tengo algo increíble para contarte: Nicolás quie-
re proponerme un negocio, parece que es algo importante. Lo de
tus padres también es importante, pero si de pronto lo hiciéramos
mañana, así él me cuenta más tranquilo después de jugar... No te
enojes, mi lluviecita, claro que no. Esta noche en lo de tus padres,
sin falta. No, no voy a faltar de ninguna manera. Tengo que dejarte,
te amo, mi chubasquito, te amo mucho.
CADDY: Gonzalo cuelga el teléfono, apunta a él con sus dedos y dis-
para ¡Pa! (Silencio). El Padre de Gonzalo murió en un episodio
confuso. Una bala que se perdió en un intento de robo. La ver-
sión oficial dice que fue uno de los ladrones quién disparó cuando
lo perseguía la policía. Nunca hay que confiarse, en los episodios
confusos somos el blanco perfecto del fuego amigo.
GONZALO: ¿Qué querés?
CADDY: Me desprendo el traje y le muestro las tetas, de a poco se
acerca a tocarme. (A Gonzalo): Van a hacer un shopping, casas
lujosas, un complejo deportivo, estacionamiento. Miles y miles de
personas van a ir a vivir ahí. El intendente y el gobernador firma-
rán un decreto para extender un brazo de la autopista, está todo
pensado. Te quiere sacar el medio. Necesitan el ‘Paraíso’ para con-
cretarlo.
GONZALO: Son suaves y duritas, me calientan mucho.
CADDY: Él va a decirte que te está haciendo un favor, pero te está es-
tafando. (A público): Me cierro bruscamente el traje. No tenés idea
con quién te estás metiendo.
GONZALO: Caddy estúpido… nunca vas a jugar con nosotros.
CADDY (A Público): Luego de esto Gonzalo se queda en silencio.
Hoyo 8: Incendio
CADDY: En el Hoyo ocho me encontraba lejos, buscando alguna de
las tantas pelotitas que estos dos hombres perdieron esa tarde. Ni-
colás aprovechó para contarle a Gonzalo su versión de mi ardiente
historia. El incendio.
GONZALO: No es muy hábil para encontrar las pelotitas.
NICOLÁS: Te digo, tiene dificultades cuando no está bajo el sol.
GONZALO: Un hijo y su madre copulando. ¿Cómo puede alguien
vivir de esa manera?
164
NICOLÁS: Ella, una mujer madura bastante venida a menos. Él, 20
años, el mayor de sus seis hijos. Con problemas de retraso, con
la libido por los cielos. Una madre haría cualquier cosa por sus
hijos, incluso satisfacerles sus deseos sexuales. Y los propios, por
supuesto. Porque esta mujer tenía un particular placer por el sexo.
Así llegó al mundo Caddy, inesperadamente. ¿Un DIU vencido?
¿Una menopausia en retraso? A los cinco años incendió el establo
con toda su familia adentro. Cuando fuimos a ver todo era cenizas,
Caddy estaba sentado sobre unos fardos con la cara carbonizada,
había observado cada segundo del incendio. Los cuerpos de sus
hermanos y su madre quemarse vivos. Después de ese episodio lo
quisimos dar en adopción en un pueblo cercano, el párroco nos pi-
dió bastante dinero a cambio. Pagamos. En la iglesia lo recibieron
como un augurio, como un niño milagroso, le decían San Cono.
Pero no hizo más que generar problemas. Caddy regresó por su
cuenta a la Estancia luego de que lo echaran por esconderse dentro
de un horno de pan. Lo descubrieron con el horno encendido, por
el olor a niño cocido. Lo volvimos a recibir en casa, y lo pusimos
a cargo de Nori, la nueva casera. Ha hecho un trabajo silencioso
como Caddy desde entonces. Me lo traigo siempre que vengo a
jugar. Lo tengo bastante disciplinado. Hay que ser bastante firme
con él. ¿Viste cómo te mira?
GONZALO: No lo noté.
CADDY: Esta es la versión de mi vida repetida hasta el hartazgo por
mis patrones. Ellos disfrutan hablar de las tragedias de su servi-
dumbre para resaltar su figura. Desde el día en que regresé a la
Estancia no le volví a dirigir la palabra a Nicolás nunca más. Mi
versión en poco tiempo será revelada. Calma, el verdadero movi-
miento se realiza en silencio, y lento.
Hoyo 9: Arroyo
CADDY: Estamos en la salida del Hoyo nueve: En los sueños es el
Arroyo. La mitad de este juego. Gonzalo al golpe. El punto de in-
flexión donde se desliza su primera duda, y de la duda no hay re-
torno. Las aguas de este arroyo que corren fuertes y seguras, se
empiezan a debilitar. Las aguas de este arroyo empiezan a bajar.
Las aguas de este arroyo que corren juntas, se empiezan a dividir.
165
NICOLÁS: ¿Qué son los afectos sino espinas del pasado? Recordar
es revolver las corrientes limpias con el agua estancada. Meter los
pies en el arroyo en pleno invierno. Ese lugar ya no sirve, Gonzalo.
El amor por tu padre no está en las tierras. ¿De qué sirve tener
esos terrenos? Se inundan, están rodeados de villas y gente pobre,
son costosos de mantener, tu padre ya no está aquí para utilizarlos.
Hay que soltar, dejarlos ir. Imaginate lo bien que le vendría a tu
madre el dinero. ¡A ustedes! Para invertir en su futuro.
GONZALO: Ese terreno era el sueño de mi padre, quería que allí se
construya un campo de Golf con su nombre, era su deseo. No pue-
do vender.
NICOLÁS: Porque tu padre no sabía de esto, conmigo hablaba mucho
de las proyecciones, de las inversiones. ¿Por qué te pensás que nos
hicimos tan amigos? ¿Solo por jugar Golf? Eso era importante, sí,
pero no la sustancia. Él deseaba entrar en los negocios, y lo estaba
haciendo hasta que sufrió esta desgracia. Es tu momento, Gonza-
lo, reivindicarte en su nombre.
GONZALO: Mamá nunca estaría de acuerdo.
NICOLÁS: Por favor, Gonzalo, ¿qué estás diciendo? No necesitás a tu
mamá. Esto es todo tuyo. Además no tiene por qué enterarse. Yo
llevo los secretos a la tumba.
GONZALO: No podría mentirle.
NICOLÁS: Lo olvidará.
GONZALO: ¿Y si pregunta?
NICOLÁS: Respondés.
GONZALO: ¿Qué le digo?
NICOLÁS: Lo necesario.
GONZALO: No sé. Tengo que pensarlo.
NICOLÁS: No hay tiempo, el comprador está hoy aquí en Buenos Ai-
res, mañana encuentra otro terreno y chau. Te está ofreciendo el
triple de su valor. Es tu oportunidad, Gonzalo. Deberíamos con-
cretarlo antes de las once de la noche, cita en mi oficina.
GONZALO: ¿Por qué estás tan interesado en la venta?
NICOLÁS: ¿Me estás tuteando?
GONZALO: Perdón…
NICOLÁS: Adelante, amigo, ¡estamos en confianza! Te traigo esta
propuesta porque te aprecio. Porque quiero lo mejor para vos y
para tu familia. Es una promesa que hice con tu padre, quiero cum-
plirle. Es lo que él hubiese querido, te lo aseguro.
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GONZALO: No lo sé…
NICOLÁS: Híbrido.
CADDY: Le paso el palo a Nicolás.
NICOLÁS: ¿Hasta cuándo vas a hacer lo que mamá y papá te dicen?
¿Lo que tus amigos o tu novia te dicen? Tenés que decidir vos,
cuanto antes. ¡Son tiempos de Ser!
CADDY: Nicolás golpea la pelotita.
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nés en riesgo mis propiedades, a vos te va a ir como el culo. ¿Sabés,
no? Eso no es metáfora, como el culo, el agujero del culo. (Corta).
CADDY: Nicolás termina de beber. Me ofrece el vaso, pero antes de
que lo agarre lo tira al piso.
NICOLÁS: Estaba mala.
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GONZALO: ¿Por qué querés ayudarme?
CADDY: Lo hago por los dos, Gonzalo. Nicolás también destruyó mi
vida. (A público): Gonzalo tira. Mira la pelotita que entra en el
hoyo. Celebra. Me mira a mí.
GONZALO: No sos tan estúpido.
169
haberlos desalojado, por causar la muerte de sus seres queridos. Vas
a ser hostigado hasta que te fagociten. Y cuando quieras vender el
terreno, a nadie le va a interesar. ¿Cuánto vas a pedir? ¿La mitad?
¿Menos? ¡Por favor llevenselo! ¿Ya ves? Las cosas nunca están quie-
tas. Mejor si los que la movemos somos nosotros, y no otros.
CADDY: Nicolás imita que dispara con un rifle hacia el cielo. Caen las
primeras gotas de la lluvia.
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Hoyo 14: El Borracho
CADDY: Llueve. Vamos arriba de un carrito eléctrico a buscar las
pelotitas próximas al green del hoyo catorce. En la escala de los
sueños, el 14 es el borracho. Por ahora Gonzalo se mantiene en la
duda. Nicolás, en este hoyo, lo intentará extorsionar.
NICOLÁS: ¿Te acordás del viejo Chevrolet?
GONZALO: Sí, lo disfrutamos mucho. Me acuerdo de la primera no-
che cuando papá lo compró. Estaba tan emocionado que dormí
adentro, en los asientos de atrás.
NICOLÁS: Le costó mucho trabajo a tu padre.
GONZALO: Sí, después vinieron otros autos.
NICOLÁS: Vos lo heredaste
GONZALO: Por poco tiempo.
NICOLÁS: Una pena, era un trofeo de la familia. El símbolo de su pro-
greso. ¿Por qué lo vendieron? Me acuerdo que hubo cierto apuro,
¿o me equivoco?
GONZALO: Papá estaba muy ansioso por cambiar el auto.
NICOLÁS: ¿Cuántos años tenías, Gonzalo? ¿18? ¿20? Yo recuerdo un
llamado de tu papá por la madrugada, un domingo muy temprano.
Por suerte me estaba preparando para jugar golf esa mañana. “Ni-
colás, necesito que el Chevrolet desaparezca cuanto antes” Y así lo
hicimos. Movimos muchas fichas para que eso pase. Y el auto des-
apareció antes del mediodía. ¿Te acordás, Gonzalo? Es más, diría
que prácticamente nunca fue propiedad de ustedes.
GONZALO: Fue papá el que insistió.
NICOLÁS: Hizo bien, hizo muy bien. Hoy no estarías acá, jugando
golf al aire libre, hablando de negocios, ¿cierto?
GONZALO: Yo estaba dispuesto a declarar.
NICOLÁS: Pero no lo hiciste, ni en ese momento ni después. No te
culpo, fue una buena decisión.
GONZALO: ¿Vos estabas atrás de eso?
NICOLÁS: Yo siempre estoy, Gonzalo, revisá tu historia y siempre me
vas a ver ahí. Por cosas como estas nunca quise tener hijos, en cual-
quier momento se mandan una caga y te pueden arruinar la vida.
Mis esposas nunca entendieron esto, ¡mujeres! Por suerte para tu
padre encontramos un buen comprador, tuvimos que limpiarlo
bien, tenía algunas manchas, había unas botellas vacías. El com-
prador se hizo cargo de la reparación y no hizo ningún reclamo.
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GONZALO: ¿Qué querés?
NICOLÁS: Me gusta que me tutees… Yo no quiero nada, Gonzalo.
Es lo que te conviene. Pensá en lo feliz que se pondría tu papá. No
desestimes por un prejuicio esta oferta. Por favor, hay que honrar
las amistades.
GONZALO: ¿Me estás chantajeando?
CADDY: Nicolás frena el carro de golpe.
NICOLÁS: No me ofendas, Gonzalo.
GONZALO: No quise…
NICOLÁS (Ríe): Estoy negociando, mi amigo, estoy ne-go-cian-do.
CADDY: Se hace un silencio.
NICOLÁS: ¿Vendés entonces?
GONZALO: Sí, vendo.
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él único heredero, y su sirviente. Hoyo 15: La niña bonita. Nicolás
al tiro. Suena su celular.
NICOLÁS: ¿Alguna novedad? Sí, sí, bien, bien. ¡Al fin una buena no-
ticia! Firmá vos la garantía, yo aviso al banco. Gonzalo ya me dio
el Ok, hacemos la operación esta misma noche. Escuchame, en
cuanto veas el depósito se anula, ¿está claro? No quiero riesgos.
CADDY: Nicolás cuelga el teléfono. Mira el paisaje. Ríe.
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GONZALO: ¡Qué noticia! El Caddy sabe que Nicolás me extorsio-
na. ¿Vos también me vas a decir lo que tengo que hacer? ¡No me
interesa!
CADDY: No va a denunciarte, no puede.
GONZALO: ¡Sí! No tengo otra posibilidad. (Llora). Me lo acaba de
decir, él sabe todo. El accidente, el auto, la víctima. Tiene todo.
CADDY: Nicolás solo busca quebrarte para que le firmes la venta del
terreno. No tiene plan B si no lo haces. Pensalo, si te denuncia, él
queda pegado. Él hizo desaparecer el auto, te lo contó a vos. Ade-
más, pasaron muchos años, la causa prescribió. Compraron jueces,
testigos. No le vendas, lo tenés en tus manos. Usalo. Él no siempre
deja cabos sueltos.
GONZALO: Tiene sentido… pero, ¿cómo es eso de que no siempre
deja cabos sueltos? ¿Conocés alguno?
CADDY: Apostale el partido en el próximo hoyo, no hay posibilidad
de que te gane. Si vos ganás, te quedás con el Paraíso y con su Es-
tancia.
GONZALO: No me conviene arriesgar, está muy parejo.
CADDY: Con solo evitar la trampa que hace desde el primer hoyo es
suficiente. Yo soy el testigo. ¿Trato?
GONZALO: Trato…
CADDY: Gonzalo me besa en la boca.
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nada a cambio. No te entiendo, Gonzalo, no te entiendo ¡Sabés
las que me debés! Vos, y toda tu familia. ¡Yo pagué el féretro! ¿Esa
es tu respuesta de agradecimiento? ¿Esa es tu actitud? ¿Esa es tu
forma de dar las gracias? Gonzalo, sos imperdonable. Si no firmás
ese contrato esta noche, la vas a pasar muy mal el resto de tu vida.
Y esto sí es una amenaza.
GONZALO: Podemos llegar a un acuerdo.
NICOLÁS: ¿Un acuerdo? ¿Con vos, mocoso de mierda? El único
acuerdo es la firma de la venta, vas a vender el terreno. Y después
desaparecés del camino, no te quiero ni cerca tuyo. Ni de nadie de
tu familia.
GONZALO: Negociemos, Nicolás, yo quiero mis condiciones.
NICOLÁS: No me hagas reír, por favor.
GONZALO: ¿Apostamos el partido? Estamos empatando, quedan
dos hoyos. ¿Por qué no apostar el partido? Si vos ganás, vendo las
tierras. Si yo gano, no se venden. ¿Qué te parece?
NICOLÁS: Si yo gano, me quedo con el Paraíso, hoy mismo me lo
firmás.
GONZALO: Y si gano yo, me quedo con tu Estancia.
CADDY: Se hace un profundo silencio. A Nicolás no le interesa la pla-
ta, le interesa el poder.
NICOLÁS: Muy bien, veo que estás aprendiendo… Recuperaste tu
actitud. Muy bien, Gonzalo, muy bien.
CADDY: Estos son los desafíos que apasionan a Nicolás. Como todo
gran apostador, la adrenalina está en el riesgo de jugarlo y perderlo
todo. Quien juega su fortuna, demuestra su poder.
NICOLÁS: Hecho.
GONZALO: Hecho.
NICOLÁS: Ahora sí se puso bueno el partido.
CADDY: Nicolás y Gonzalo se dan la mano.
NICOLÁS: ¡Caddy! Un poco de agua de Mar para brindar.
CADDY: Les sirvo una copa a cada uno.
NICOLÁS: Por tu papá, Gonzalo, y por la familia de mi Caddy. Por la
muerte, por la desgracia y por los negocios.
CADDY: Nicolás bebe solo, de un trago.
NICOLÁS: Madera tres.
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Hoyo 18: Sangre
CADDY: Último hoyo. Gonzalo en el green. No está cerca y los nervios
juegan en su contra. Nicolás lo mira. Para esta historia existen dos
finales posibles. Si Gonzalo yerra el tiro, Nicolás buscará alguna ex-
cusa reglamentaria para proclamarse campeón en un empate. Pro-
pondrá desempatar contando quién gano más hoyos… y como en
su tarjeta Nicolás anotó menos golpes, Gonzalo después de horas
de discusión tendrá que aceptar su derrota. Si Gonzalo yerra va a
perder todo. Se va a volver loco, caerá en una profunda depresión.
No volverá a reconciliarse con Lara, su familia lo va a juzgar por
perder las tierras de su papá. La culpa y el remordimiento lo deja-
rán en la calle, perdido. Yo seguiré en mi lugar como sirviente de
la Estancia, en silencio hasta la muerte. El segundo final posible
se da si Gonzalo mete la pelotita. Gana el partido. Se queda con el
Paraíso y con la Estancia de Nicolás. Nicolás sufriría una derrota
inédita en los negocios. Esto no lo compromete económicamen-
te, su poder se verá debilitado dentro de la elite de la aristocracia.
Gonzalo, como gesto de agradecimiento, me regalará una pequeña
parte de ese campo para que me quede a vivir ahí sin tener que
depender del trabajo de servicio. Yo podría sacar provecho de las
tierras y hasta podría llegar a tener algunos empleados. De todas
maneras, si Gonzalo progresa en los negocios la bondad le durará
unos pocos años, y al fin y al cabo buscará la forma de echarme y
dejarme en la calle. Ya ven, estos dos hombres, pares en apariencia
tienen la misma enfermedad, por sus venas corre la misma sangre.
Gonzalo va a golpear esa última pelotita en el green del hoyo 18.
Gonzalo, nuestro queridísimo Gonzalo, tiene el poder en sus ma-
nos. De lo que él haga resultará el futuro de esta historia. Gonzalo
al tiro. Gonzalo va a golpear la pelotita ¡Tururu tururu tuu!
NICOLÁS: ¿Quién carajo llama?
GONZALO: Me desconcentra.
CADDY: Nicolás ve el celular, es su contador.
NICOLÁS: Paciencia, mi querido amigo, primero lo importante.
CADDY: Nicolás atiende el teléfono.
NICOLÁS: ¿Ahora qué pasa?
CADDY: El contador le explica a Nicolás que para cerrar el negocio
hoy, necesita la firma de un tercero que acepte recibir el dinero
antes de triangularlo. Se tiene que tratar de una persona de con-
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fianza, sin compromisos impositivos… y que no provoque ningún
conflicto. Nicolás me mira.
NICOLÁS: No te hagas problema. (Corta). Muy bien, Gonzalo.
CADDY: Gonzalo golpea la pelotita.
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te el partido. ¿Tuviste o no la oportunidad? Si metías ese último
golpe no había discusión, serías el ganador, estuviste a un tiro de
lograr lo que tu padre no pudo en toda una vida de juegos… ¿Y?
Lo erraste, lo desperdiciaste. Gonzalo, agradecé que llegamos has-
ta acá. El Paraíso ahora es mío… pero quédate tranquilo, yo no te
voy a dejar en la calle, no. Te voy a ayudar.
GONZALO: ¡Que defina el Caddy! Él fue testigo de todo.
NICOLÁS: ¿Caddy? Gonzalo, ¿estás dispuesto a entregar tu trabajo
de esa manera? ¿Tan inseguro estás de vos que necesitas la apro-
bación del Caddy? Has caído bajo, mi amigo, has caído realmente
muy bajo… Pero bueno, si la respuesta para vos la tiene mi sirvien-
te, dejemos que hable… Oh, cierto, es mudo, perdón. Dejemos
que se comunique.
GONZALO: Te vas a tragar tus ironías.
NICOLÁS: Basta de comedias, Gonzalo, dejemos que el sirviente nos
dé su veredicto. ¿Caddy? Algo para expresarnos.
CADDY: Ahora lo miro a Nicolás, directo a los ojos. Profundamente.
Lo señalo con el dedo índice.
NICOLÁS: Lo lamento, Gonzalo, lo lamento tanto, tanto. En verdad
no lo lamento nada. ¡Idiota! Yo soy el que ganó, yo gané este parti-
do. El Caddy se ha pronunciado.
GONZALO: ¡No! No puede ser, él no te está, es decir, no ganaste.
¿Caddy? ¿Cómo puede ser? Te señala por perdedor, no por ga-
nador. Él sabe bien que yo soy el que ganó. ¿No es así, Caddy?
¡Hablá ahora! Decile lo que me dijiste. Yo soy el ganador. Vos lo
sabés bien.
NICOLÁS: ¡Estás delirando, Gonzalo! El Caddy no habla.
CADDY: Ahora lo señalo a Gonzalo. Lo miro a los ojos. Afirmo con
la cabeza.
GONZALO: ¡Eso! ¿Ves eso? ¡Yo gané! Gané yo.
CADDY: Ahora lo vuelvo a señalar a Nicolás.
NICOLÁS (Ríe a carcajadas): Muy bien, Caddy, muy bien.
GONZALO: ¡Está jugando con nosotros! Caddy, por favor.
CADDY: Podría estar así toda la noche, me divierte mucho ver cómo
estos dos hombres se disputan lo intangible. Esta historia puede
tener un final más. El tercero, el mío. Gonzalo pierde el Paraíso, y
Nicolás su fortuna. Saldré como beneficiario del negocio, pero me
voy a negar a transferirlo. Esto provocará un problema judicial del
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que intentarán mantenerme al margen para solucionarlo… pero
Gonzalo, desilusionado, en su intento desesperado por recuperar
el Paraíso será clave como testigo de mi identidad ante el juez. Soy
nieto de Nicolás, el único heredero en su clan de sangre. Su ex mu-
jer también me dará reconocimiento y las pruebas de ADN serán
contundentes. Al fin, el tercer final posible, pondrá a la historia pa-
tas para arriba. Lo primero que voy a hacer con la plata es mandar
a grabar una placa de oro que colgarán en este mismo buffeted del
campo de Golf con los nombres de Nicolás y Gonzalo.
NICOLÁS: Caddy, ¡ya basta, idiota! ¿Quién ganó el partido?
GONZALO: Sí, Caddy, ¿quién lo ganó?
CADDY: Lo segundo, promover la ocupación del Paraíso.
NICOLÁS: ¿Es cierto o no que fui yo?
GONZALO: Caddy, por favor, es el momento de hablar.
CADDY: Pero claro. Si nada de esto resulta verosímil en la ficción,
mucho menos afuera del escenario. ¿Qué juez reconocería que la
gran fortuna de un aristócrata debe ser heredada por su sirviente,
que además es un nieto no reconocido hace décadas? Hijo de una
prostituta de pueblo y de su propio hijo bobo. ¿Quién va a pensar
que este nieto desarrollaría un nivel intelectual autodidacta solo
por leer los libros que no fueron escritos para él? Aún teniendo en
cuenta esa posibilidad, no resulta admisible que yo me quede con
toda esa plata para el mundo. A menos que me gane la quiniela
con las apuestas de todos los pobres del país. A esta altura ustedes
esperan una revelación espectacular en esta obra de teatro, pero
no hay nada más que esto. Así son las cosas. Es tan largo el cami-
no, son tan relativos los argumentos posibles de mi desenlace, que
una virtual venganza es imposible. No hay justicia poética en la
posmodernidad. Así termina el partido. Nicolás y Gonzalo no se
pondrán de acuerdo. Podrían volver a jugar una, dos, diez veces
más, que el resultado siempre será el mismo. Yo me quedo en si-
lencio. Los dejo discutiendo mientras me siento a pescar a orillas
de un río sucio. Nicolás y Gonzalo son para siempre esa discusión.
El monumento al fracaso capitalista. Yo estaré al margen, pero es-
toy y siempre estaré: Esperando. Dice el refrán: “A río revuelto, ga-
nancia de pescador”. Tarde o temprano lo sabrán. Las cosas nunca
están quietas. Mientras tanto, yo espero, pacientemente espero mi
momento en la historia.
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Bajo el auspicio de la Dirección de Difusión Cultural de la Univer-
sidad Juárez del Estado de Durango, el Proyecto Editorial Espacio
Vacío inaugura en 1996, su colección Teatro de Frontera, con la pu-
blicación del libro Jesús González Dávila que contiene, entre otros,
el texto emblemático de este autor: Las perlas de la virgen. Desde
entonces, los títulos de Teatro de Frontera han estado dedicados a
difundir la obra de dramaturgos destacados por su producción fron-
teriza —no solo desde el punto de vista geográfico, sino temático,
ideológico y estilístico—, entre ellos: Antonio González Caballero,
Víctor Hugo Rascón Banda, Manuel Talavera, Ángel Norzagaray,
Virginia Hernández, Conchi León y Marco Pétriz; así como la pro-
ducida por nuevos creadores en los talleres de Dramaturgia Virtual
e Hipertextual impartidos por Enrique Mijares en diversas institu-
ciones culturales y educativas del país y del extranjero; es el caso
Dramaturgia en Centro y Sudamérica, Teatro de Frontera 37.
Dramaturgia en Centro y Sudamérica
se editó en agosto de 2022
en el taller de infinita en Cuernavaca, México,
con la fuente Arno pro en 11, 12.5 y 15 puntos
Diseño editorial: Daniel Zetina.
Cuidó la edición: Enrique Mijares.
A nte la imposibilidad institucional de compendiar comple-
tas las cuatro experiencias vividas durante los talleres de
dramaturgia impartidos en el Centro Cultural Horizonte de Ba-
rrancabermeja, Colombia, en 2012; en la Facultad de Teatro de la
Universidad de Costa Rica, 2014; en el Centro Cultural de la Coo-
peración, 2015, y en el Centro Cultural Paco Urondo, 2017, am-
bas auspiciadas por la Universidad de Buenos Aires; mediante
un ejercicio de reconciliación con el pasado, este volumen ofre-
ce una selección, una muestra arbitraria y entrañable de ocho
textos dramatúrgicos: Matoneo, de Rosa Helena Mahecha Cár-
denas; Chimboloco y Chichiliso, de Milena Menco Hita; Comando
Viviana, de Ximena Paz Cedeño de la Cruz; Mujeres anónimas, de
Marialaura Salom-Pérez; La memoria en presente, de Araceli Arre-
che; Las surfistas, de Andrés Gallina; De-construcción, de Carolina
Steeb; y Golf, de Juan Carlos Dall’Occhio.
Enrique Mijares