0% encontró este documento útil (0 votos)
51 vistas14 páginas

"El Horla" - El Esfuerzo Por Localizar Una Ex-Sistencia

Este documento presenta un capítulo del libro "Clínica y estructura de los fenómenos de despersonalización". El capítulo analiza el cuento "El Horla" de Guy de Maupassant desde tres perspectivas: 1) como un caso ejemplar de despersonalización, describiendo los fenómenos experimentados por el protagonista, 2) el contexto biográfico de Maupassant y la presencia del doble en su obra, y 3) el análisis topológico de Lacan sobre la despersonalización en relación al cu

Cargado por

Val ZU
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
51 vistas14 páginas

"El Horla" - El Esfuerzo Por Localizar Una Ex-Sistencia

Este documento presenta un capítulo del libro "Clínica y estructura de los fenómenos de despersonalización". El capítulo analiza el cuento "El Horla" de Guy de Maupassant desde tres perspectivas: 1) como un caso ejemplar de despersonalización, describiendo los fenómenos experimentados por el protagonista, 2) el contexto biográfico de Maupassant y la presencia del doble en su obra, y 3) el análisis topológico de Lacan sobre la despersonalización en relación al cu

Cargado por

Val ZU
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 14

Autor del libro: Graziela Napolitano (coordinadora)

Título del libro: “Clínica y estructura de los fenómenos de despersonalización”


Colección Psicoanálisis: Estudios e investigaciones Universitarios
Título del Capítulo: “El Horla, El esfuerzo por localizar una ex-sistencia”
Autor del capítulo: Lic. Luis Volta
Editorial: de la Campana.
Código ISBN: 987-987-9125-87-8
Lugar y año de edición: La Plata, 2008

“El Horla”: el esfuerzo por localizar una ex-sistencia

Luis Volta

Introducción

La dificultad para transmitir las experiencias de despersonalización por parte de


aquellos sujetos que las padecen es una de las características que ha sido frecuentemente
señalada en la bibliografía que se ocupa del tema. Las variaciones y desacuerdos en las
descripciones realizadas por los clínicos obedecen en gran parte a esta imprecisión que
afecta directamente la obtención de testimonios para su estudio. La escasez de trabajos
epidemiológicos serios surge, entonces, como una consecuencia indeseada. En este
sentido, la singular convergencia entre el psicoanálisis y la literatura, y en particular el
uso que el primero hace del escrito de ficción, permite encontrar en los recursos del
escritor “una especie de punto ideal” donde situar las condiciones y determinantes de
tales experiencias. El esclarecimiento de su naturaleza y de los mecanismos específicos
de su producción en las diferentes presentaciones clínicas puede encontrar allí una vía
fructífera. Tal empresa, que pretende esclarecer una clínica de difícil acceso en los
logros de la ficción literaria, se inspira en la tradición freudiana retomada por Jacques
Lacan cuando refiriéndose a la experiencia de lo siniestro u ominoso afirma que “la
ficción la demuestra mucho mejor, la produce incluso como efecto de una forma más
estable porque está mejor articulada”. (Jacques Lacan, 1962-1963, p. 59)
Es así que en uno de los pasajes de su seminario “La Angustia”, mientras
menciona los fenómenos de despersonalización, Lacan introduce “El Horla” de Guy de
Maupassant (Lacan, 1962-1963, p. 134). Se trata de un cuento que cobra para nosotros
el valor de una referencia muy singular. Sabemos que las referencias en la enseñanza de
Lacan no reciben un tratamiento uniforme. Las hay explícitas y las hay implícitas;
algunas están largamente desarrolladas mientras que otras apenas son mencionadas;
están las que son transportadas de su valor referencial habitual para conducir al lector al
propio referencial de Lacan; y están aquellas referencias que funcionan como apólogos
ejemplares. Jacques Alain Miller plantea que “la referencia ejemplo es una importación
sin transformación (….) son referencias relámpagos que pasan rápido y con muy pocos
comentarios. Producen una iluminación, un efecto de verdad (…) A menudo es una
referencia en posición de punto de capitón, al final del capítulo, con su valor de
verificación del resultado adquirido o del ángulo que ha sido elegido” (Miller, 2005, p.
125 y 126). Creemos que éste es el caso de “El Horla”.
Nos proponemos entonces, en este capítulo, adentrarnos en el estudio de esta
referencia con el fin de explicitar y desarrollar lo que en ella se encuentra concentrado,
intentando extraer las enseñanzas lacanianas que se deriven para la clínica de la
despersonalización. Para ello procederemos del siguiente modo:

- Presentación de la referencia en su aspecto literario y como “caso”


ejemplar. Discutiremos, siguiendo los hechos que describe el
protagonista, sus relaciones con la controvertida semiología de la
despersonalización, en particular con la alucinación del doble o
heautoscopía.

- Perspectiva psicobiográfica: Revisaremos la presencia del fenómeno


del doble en la vida del autor y las repercusiones en su obra literaria.
Contrastaremos diversas lecturas propuestas para el “caso
Maupassant”.

- Perspectiva topológica: estudiaremos la revisión lacaniana del


modelo óptico en “La Angustia” con el fin de esclarecer la
inscripción de “El Horla” en su desarrollo argumentativo.

I. Presentación del cuento.

El primer elemento a destacar a la hora de presentar “el Horla” es que no se trata


de un único relato, sino de tres versiones sucesivas con algunas diferencias entre sí, de
una historia argumentativa similar que ha sabido dejar sus marcas en el género de la
literatura fantástica:
- Carta de un loco (17 de febrero de 1885)
- El Horla - primera versión ( 26 de octubre de 1886)
- El Horla - segunda versión (17 de mayo de 1887)

“Carta de un loco”, escrita en primera persona del singular, adopta una forma
epistolar. El personaje principal es el autor de la misiva, quien se dirige a un médico
para ponerlo al tanto de sus inquietudes y pedirle consejos.
En la primera versión de “El Horla”, el enfermo ya está internado y es descripto
inicialmente en tercera persona del singular por el médico tratante frente a otros colegas.
Luego es él quien toma la palabra para exponer, en primera persona nuevamente, los
motivos de su sufrimiento.
En la segunda versión de “El Horla”, la más extensa y detallada de las tres,
encontramos nuevamente al protagonista oficiando de narrador. Esta vez el cuento es
presentado bajo la forma de un diario íntimo en el que se va plasmando la evolución de
su sufrimiento desde el inicio hasta un terrible desenlace.
En los tres modos de referir la historia Maupassant privilegia el uso del
imperfecto como tiempo fundamental del relato, por sobre el presente y el pasado
simple. Este tiempo permite en el género fantástico, poner de relieve la dirección de los
acontecimientos y realzar el valor de las descripciones. En este sentido, la última
versión publicada es la que presenta con mayor fineza los fenómenos que nos ocupan.
Si intentamos realizar una síntesis argumental de las diferentes versiones de la
historia, vemos que todas contienen, con algunas diferencias formales y de contenido,
el testimonio de vivencias de desposesión de sí mismo por obra de un ser invisible y
temible que posee al mismo tiempo rasgos de fantasma, de doble y de vampiro. La
secuencia se extiende desde fenómenos sutiles donde el protagonista intuye una
presencia invasora, hasta su localización y designación como “el Horla”, a partir de una
escena frente al espejo. En todo momento el protagonista va tomando conciencia de los
cambios que le sobrevienen y el dramatismo de las descripciones de la vivencia de
desposesión va en aumento.
Tomemos algunas escenas que nos permitan ilustrar la secuencia de los
fenómenos tal como aparecen en la última versión.
Los fenómenos iniciales se asemejan poderosamente a los de la clínica de la
experiencia enigmática:
“16 de mayo (…) Tengo sin cesar la espantosa sensación de un peligro inminente, la aprensión
de una desgracia que se acerca o de la muerte que se avecina, un presentimiento que es sin duda efecto de
un mal todavía ignorado, que germina en la sangre y en la carne”. (Maupassant, 1887)

“25 de mayo (…) A medida que se acerca la noche, me invade una inquietud incomprensible,
como si la oscuridad escondiese una terrible amenaza.
(…) después un sueño – no, una pesadilla – me abruma. Noto perfectamente que estoy acostado
y que duermo … lo noto y lo sé … y noto también que alguien se acerca a mí, me mira, me palpa, se sube
a mi cama, se arrodilla sobre el pecho, toma mi cuello entre sus manos y aprieta … aprieta … con todas
sus fuerzas, para estrangularme” (Maupassant, 1887)

Pero en poco tiempo, esa intranquilidad inicial comienza a especificarse bajo la


forma de una presencia inmaterial que perturba al yo y a la realidad que lo rodea. Esto
ya no sucede sólo cuando el protagonista duerme:
“2 de junio (…) Un estremecimiento me asaltó de pronto, no un escalofrío, sino un extraño
temblor de angustia.
Apresuré el paso, inquieto de hallarme sólo en aquel bosque, atemorizado sin razón,
estúpidamente, por la profusa soledad. De repente, me pareció que me seguían, que me pisaban los
talones, muy cerca, hasta tocarme.
Me volví bruscamente. Estaba solo. No vi a mis espaldas sino la recta y ancha avenida, vacía,
temiblemente vacía; y por el otro lado también se extendía hasta perderse de vista, toda igual, pavorosa.
(…)
Estuve a punto de caerme, volví a abrir los ojos; los árboles bailaban, la tierra flotaba; tuve que
sentarme” (Maupassant, 1887)

“4 de julio (…) Retornan las antiguas pesadillas. Esta noche, he notado a alguien agazapado,
sobre mí y que, con la boca pegada a la mía, se me bebía la vida con sus labios. Sí, la sorbía de mi
garganta, como hubiera hecho una sanguijuela. Después se levantó, ahíto, y yo me desperté, tan
magullado, roto, aniquilado, que no podía moverme” (Maupassant, 1887)

En el clásico trabajo de Paul Sollier sobre los fenómenos de autoscopía (1903),


es justamente la ausencia de cualquier apariencia visual en este tipo de presencia sentida
la que lo impulsa a construir su teoría de la alucinación especular sobre una base
esencialmente cenestésica, y a no darle a la visión más que un rol de injerencia
secundaria. Sin embargo, lo que le sucede a nuestro protagonista no podría aún ser
considerado una auténtica autoscopía cenestésica (Sollier, 1903, p.39) ya que esta
presencia desestabilizadora no llega a ser reconocida como idéntica al sujeto.
Formas muy cercanas a este sentimiento de presencia no identificada han sido
también descriptas por otros autores. Así nos lo reporta William James (1931): “ … de
repente sentí que algo entraba en mi cuarto y que se detuvo cerca de mi cama, esto no
duró más que uno o dos minutos, no lo percibía por ninguno de mis sentidos
propiamente dicho, y sin embargo había en mí una especie de sensación horriblemente
penosa que le correspondía. Esto removía en mí algo mucho más profundo que lo que
cualquier percepción ordinaria podría hacerlo, era como un desgarro doloroso y muy
extendido, en el interior del organismo, sobre todo en el pecho; y sin embargo era
menos un dolor que un horror… A pesar de que me parecía algo más o menos análogo
a mí mismo, por así decir, y como delimitado, pequeño, desagradable; eso no se
presentaba ni como un ser individual ni como una persona”. (Hécaen y Ajuriaguerra,
1952, p.313 – citado del libro de W. James “La experiencia religiosa). Para hechos
análogos, aunque con una mayor objetivación sensorial, Lhermitte (1939) propone la
expresión de “alucinación del compañero”.
Por su parte, Karl Jaspers nos describe las leibhaftige Bewusstheiten -
“cogniciones corpóreas” o “intelecciones con carácter de corporeidad”- : “Un enfermo
sentía que alguien iba junto a él o más bien directamente detrás de él. Cuando se daba
vuelta, se volvía ese alguien en la misma forma, de modo que el enfermo no podía
verlo, quedaba siempre en el mismo lugar, sólo se acercaba o se alejaba a veces algo
más. El enfermo no lo ha visto nunca, nunca lo oyó, nunca tocó su cuerpo y sin embargo
sentía con extraordinaria precisión que ese alguien estaba allí” (Jaspers, 1913, p.91 y
92). Jaspers señala que desde estas cogniciones corporales se producen transiciones
hacia vivencias delirantes primarias.
Veamos nosotros cómo evolucionan los fenómenos en cuestión en el relato de
Maupassant. Esta presencia comienza a ser escudriñada a partir de sus
“manifestaciones” sobre los objetos. De aquí en más, comienzan las dudas, y las
dificultades para reconocer como “propios” a sus actos, sin que por ello se pierda la
localización del punto de enunciación. Magnífica ilustración de la emergencia de la
angustia ante la vacilación de la relación atributiva con el cuerpo:
“5 de julio (…) ¡Mis manos temblaban! Conque ¿habían bebido el agua? ¿Quién? ¿Yo? ¡Yo, sin
duda! ¡Sólo podía ser yo! Entonces, yo era sonámbulo, vivía, sin saberlo, esa doble vida misteriosa que
hace dudar si hay dos seres en nosotros, o si un ser extraño, incognoscible e invisible, anima, a veces
cuando, nuestra alma está embotada, nuestro cuerpo cautivo que obedece a ese otro, como a nosotros
mismos, más que a nosotros mismos.
¡Ah! ¿Quién comprenderá mi abominable angustia? ¿Quién comprenderá la emoción de un
hombre, sano de mente, perfectamente despierto, lleno de juicio y que mira espantado, a través del vidrio
de una botella, un poco de agua desaparecida mientras él duerme?” (Maupassant, 1887)

“6 de julio. - Me vuelvo loco. Alguien ha bebido de nuevo toda mi botella esta noche – o, mejor
dicho, ¡me la he bebido yo!
Pero, ¿soy yo? ¿Soy yo? ¿Quién iba a ser? ¡Oh! ¡Dios mío! ¿Me estoy volviendo loco? ¿Quién
podrá salvarme? (Maupassant, 1887)

10 de julio.- Acabo de hacer unas sorprendentes pruebas.


No cabe duda, ¡estoy loco! Aunque …
El 6 de julio, antes de acostarme, dejé sobre la mesa vino, leche, agua, pan y fresas.
Se bebieron – me bebí - toda el agua, y un poco de leche. No tocaron el vino, ni las fresas.
El 7 de julio, repetí la misma prueba, que dio el mismo resultado.
El 8 de julio, suprimí el agua y la leche. No tocaron nada.” (Maupassant, 1887)

Un poco más avanzado el relato, las cavilaciones del protagonista respecto del
agente de los actos ceden espacio frente a la evidente certeza de que hay un “Él”. La
mirada cobra un valor esencial, y destruye los límites que separan interior y exterior
corporal. Las descripciones de los fenómenos de desposesión van siendo elaboradas
hasta entretejerse con ideas de influencia.
“8 de agosto.- Ayer pasé una noche terrible. Ya no se manifiesta, pero lo siento a mi lado,
espiándome, mirándome, penetrando en mi interior, dominándome y más temible, al ocultarse así, que si
señalase con fenómenos sobrenaturales su presencia invisible y constante” (Maupassant, 1887)

“14 de agosto. – ¡Estoy perdido! ¡Alguien posee mi alma y la gobierna! Alguien ordena todos
mis actos, todos mis movimientos, todos mis pensamientos. Ya no soy nada en mí, nada sino un
espectador esclavo y aterrado de todas las cosas que realizo. Deseo salir. No puedo. Él no quiere; y me
quedo enloquecido, trémulo, en el sillón al que me tiene clavado. Deseo simplemente levantarme,
alzarme, con el fin de creerme dueño de mí. ¡No puedo! Estoy remachado a mi asiento; y mi asiento se
adhiere al suelo, de tal suerte que ninguna fuerza podría alzarnos.
Después, de repente, es preciso que vaya al fondo del jardín a recoger fresas y comerlas. Y voy.
Recojo fresas y las como. ¡Oh! !Dios mío! ¡Dios mío! ¿Hay un Dios? Si lo hay, ¡libradme, salvadme!
¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Merced! ¡Salvadme! ¡Oh! ¡Qué sufrimiento, qué tortura, qué horror!”.
(Maupassant, 1887)

“15 de agosto (…) Pero el que me gobierna, ese ser invisible, ¿quién es? ¿Ese incognoscible,
ese merodeador de una raza sobrenatural?” (Maupassant, 1887)

“17 de agosto (…) habiendo dormido unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un
movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y rara. No vi nada al principio, y después, de
repente, me pareció que una página de mi libro que había quedado abierto sobre mi mesa acababa de
pasarse sola. (…)vi con mis propios ojo cómo otra página se alzaba y caía sobre la anterior, como si un
dedo la hubiera ojeado. Mi sillón estaba vacío, parecía vacío; pero comprendí que él estaba allí, sentado
en mi sitio, y que leía. (…) crucé mi habitación para atraparlo, para sujetarlo, ¡para matarlo! …Pero el
asiento, antes de que llegase a él, cayó como si alguien huyera delante de mí…” (Maupassant, 1887)

El paso posterior en la secuencia, consiste en que “él” es finalmente designado


como “El Horla”. Junto con esta designación se hace más fuerte la determinación del
protagonista:

“18 de agosto - (…)Es él, él, el Horla, que me obsesiona, ¡que me hace pensar estas locuras!
Está en mí, se convierte en mi alma; ¡lo mataré!” (Maupassant, 1887)

La escena del 19 de agosto, del protagonista frente al espejo, aparece relatada en


las tres versiones del cuento. En ella, el personaje deja de percibir su propia imagen
reflejada, por la interposición – al modo de un eclipse – de este ser invisible entre él y la
superficie brillante. Cobra para nosotros una singular importancia, en la medida en que
nos aporta la descripción de un especialísimo tipo de fenómeno heautoscópico
bautizado por Sollier como “autoscopía negativa” (Sollier, 1903, p.31). Se trata de una
experiencia en la que por una vía singular se descomponen las coordenadas que
configuran la identidad personal.

“19 de agosto - Lo mataré. ¡Lo he visto! Ayer por la noche me senté a mi mesa; y fingí escribir
con gran atención. Sabía que vendría a merodear a mi alrededor, muy cerca, ¿tan cerca que podría acaso
tocarlo, atraparlo? … ¡Y entonces! … entonces, yo tendría la fuerza de la desesperación; tendría mis
manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente, mis dientes para estrangularlo, aplastarlo, morderlo, desgarrarlo.
Y lo acechaba con todos mis órganos sobreexcitados.
Había encendido mis dos lámparas, y las ocho velas de la chimenea, como si hubiera podido, con
tanta claridad, descubrirlo.
Frente a mí, la cama, una vieja cama de roble con columnas; a la derecha, la chimenea; a la
izquierda, la puerta cuidadosamente cerrada, tras haberla dejado un buen rato abierta, con el fin de
atraerlo; a mis espaldas, un alto armario de luna, que me servía todos los días para afeitarme, para
vestirme, y donde solía mirarme, de pies a cabeza, cada vez que pasaba ante él.
Así, pues, fingía escribir; para engañarlo, pues él me espiaba también; y de pronto sentí, estuve
seguro de que leía por encima de mi hombro, que estaba allí, rozando mi oreja.
Me levanté, con las manos extendidas, y volviéndome con tanta rapidez que estuve a punto de
caerme. ¿Y qué? … se veía como en pleno día, ¡y no me vi en el espejo! … ¡Esta vacío, claro, profundo,
lleno de luz! Mi imagen no aparecía en él … ¡y yo estaba enfrente! Veía el gran cristal límpido de arriba
abajo. Y miraba aquello con ojos enloquecidos; y no me atrevía a avanzar, no me atrevía a hacer un
movimiento, aunque sintiendo perfectamente que él estaba allí, pero que se me escaparía de nuevo, él,
cuyo cuerpo imperceptible había devorado mi reflejo.
¡Qué miedo tuve! Y después, de repente empecé a distinguirme entre una bruma, al fondo del
espejo, entre una bruma como a través de una capa de agua; y me parecía que esa agua se deslizaba de
izquierda a derecha, lentamente, perfilando más mi imagen de un segundo a otro. Era como el final de un
eclipse. Lo que me ocultaba no parecía poseer contornos netamente definidos, sino una especie de
transparencia opaca, que se aclaraba poco a poco.
Por fin pude distinguirme por completo, como lo hago cada día al mirarme.
¡Lo había visto! Y ha quedado en mí un espanto que aún me hace temblar”. (Maupassant, 1887)

La evidencia de esta presencia enigmática y el intento de destruirla conducen


según las versiones del cuento a la instalación del “signo del espejo” (Paul Abély -
1930) y al establecimiento del pedido al médico (“Carta de un loco”); a la
hospitalización psiquiátrica que deja perplejos a los médicos tratantes (El Horla –
primera versión); o al asesinato de otras personas y a la muerte programada del
protagonista. (El Horla – segunda versión)
“¡Entonces, lo había visto!
Y no lo volví a ver.
Pero lo espero sin cesar, y siento que mi cabeza se pierde en esta espera.
¡Permanezco durante horas, noches, días, semanas, delante de mi espejo para esperarlo! No viene
más.
Comprendió que lo había visto. Pero yo siento que esperaré siempre, hasta la muerte, que lo
esperaré sin descanso, delante de este espejo, como un cazador listo.
Y en este espejo, empiezo a ver imágenes locas, monstruos, cadáveres horrorosos, toda clase de
bestias espantosas, seres atroces, todas las visiones increíbles que deben acechar el espíritu de los locos.
He aquí mi confesión, mi estimado doctor. Dígame ¿qué debo hacer?”. (Maupassant, 1885)

En la versión definitiva el desenlace es el más trágico. En un intento desesperado


por destruir al Horla, el protagonista intenta encerrarlo en una habitación de su casa y
prenderle fuego junto con ella. Durante el episodio mueren incendiados sus criados. Sin
embargo, la solución encontrada se revela impotente:
¿Muerto? ¿Puede ser? … Su cuerpo, su cuerpo que la luz atravesaba ¿no será indestructible por
los medios que matan los nuestros?
¿Y su no hubiera muerto? … acaso sólo el tiempo tiene poder sobre el Ser invisible y Temible.
¿Para qué ese cuerpo transparente, ese cuerpo incognoscible, ese cuerpo de Espíritu, si debiera temer,
también él, las enfermedades, las heridas, las invalideces, la destrucción prematura?
¿La destrucción prematura? ¡Todo el terror humano procede de ella! Después del hombre, el
Horla. Después de aquel que puede morir cualquier día, a cualquier hora, a cualquier minuto, de cualquier
accidente, ¡ha venido aquel que no debe morir sino en su día, en su hora, en su minuto, porque ha llegado
al límite de su existencia!
No … no … no cabe duda, no cabe la menor duda … no ha muerto … Y entonces … entonces
¡va a ser preciso que me mate yo! …” (Maupassant, 1887)

II. Perspectiva Psico-biográfica

“El Horla”, desde su publicación hasta la actualidad, ha sido objeto de


numerosos estudios de crítica literaria que desde distintas perspectivas intentan echar
luz sobre el misterio que en él se entreteje. El título mismo, (Le Horla), sólo soporta la
traducción del artículo definido. “Horla” persiste como un nombre propio opaco al que
se ha intentado desentrañar por diversas hipótesis etimológicas y lingüísticas (Martine
Bercot, 1994). En primer lugar, Horla resulta homofónico, en francés, con “Hors là”
(Fuera allá) – en una clara referencia espacial; y a “Hors (de) là!” (Fuera de allá!), un
imperativo que resulta congruente con el intento del protagonista de quitarse de encima
esa presencia angustiante.
En segundo lugar, “Horla” podría resultar una derivación de “Horsain”, término
del dialecto rural de Normandía, región donde transcurre la historia y bien conocido por
Maupassant por ser la tierra en la que nació y se crió. En normando, “horsain” significa
“extranjero”.
Finalmente, “Horla” resultaría ser también el anagrama de “Lahor” (Jean Lahor),
seudónimo del Dr. Henry Cazalis, médico tratante y amigo de Maupassant, y en cierta
forma, su doble literario. Por esta vía, nos vemos llevados a explorar otra de las posibles
relaciones a establecer entre psicoanálisis y literatura, en función del tema que nos
ocupa.
Dejaremos de lado a la creación literaria como punto de apoyo ejemplar para el
estudio de la clínica de la despersonalización y pasaremos a estudiarla en función de sus
vinculaciones con el escritor mismo. Se trata de una perspectiva diferente que busca
articular la obra con la vida del artista. No abordaremos aquella como una formación del
inconsciente a descifrar, ni pretenderemos comprenderla como fruto de una actividad
fantasmática o sublimatoria especial. Menos pretenciosamente nos orientaremos por las
siguientes preguntas ¿Cuál es el real que se constituye como referencia del Horla en
tanto ficción literaria? ¿Qué es lo que insistía en la vida de Guy de Maupassant,
volviendo siempre al mismo lugar, empujándolo a las sucesivas reescrituras de la
historia? Por esta vía, y sirviéndonos de diferentes estudios biográficos nos
introduciremos en el “Caso Maupassant”, en la medida en que sabemos que su vida,
sobre todo en sus últimos años, estuvo signada por la presencia de fenómenos de
despersonalización y en particular, por el fenómeno del doble.
Las difíciles y singulares relaciones entre Maupassant y su imagen han sido
destacadas por diversas fuentes. Hay ejemplos más sencillos, como la molestia que
expresaba frente al hecho de que le tomaran fotografías, a las que en general rompía;
hasta el extraño fenómeno de heautoscopía.
Las referencias al espejo son una constante tanto en su vida como en su obra.
Así tempranamente, en 1875, delante de un espejo después de haberse quemado
accidentalmente la barba, Maupassant percibe su imagen reflejada en el vidrio pulido;
“apenas se reconoce, le pareció que no se había visto nunca” (Alain-Claude Gicquel,
1993, p. 57). De ahí en más, y abonando la tesis de que tener un cuerpo “es poder hacer
algo con él” (Jacques Lacan, 1979, p.566), el escritor tomó la decisión de usar su
célebre bigote hasta el final de sus días.
Según algunos relatos, pasaba largo tiempo frente al espejo, estudiando su
rostro. Esta práctica singular solía interrumpirse cuando, con el rostro pálido,
exclamaba: “Es curioso, veo mi doble” (Borel, 1927)
En otra ocasión nos dice: “¿Sabe usted que fijando mis ojos largo tiempo sobre
mi propia imagen reflejada en el espejo, creo a veces perder la noción de yo? En esos
momentos todo se embarulla en mi espíritu y me parece extraño ver esta cabeza que no
reconozco más. Entonces, me parece curioso ser lo que soy, es decir, alguien. Y siento
que si ese estado durara un minuto más, me volvería completamente loco. Mi cerebro se
vaciaría poco a poco de pensamientos”. (Albert Marie Schmidt, 1962, p. 136).
En otros momentos, Maupassant recorre las calles de Paris, todas cubiertas de
niebla. Escribe: “Las personas que encontré me han dado la impresión de ser sombras
que se movían en el humo”. Agrega: “Yo mismo, parecía como un fantasma sin carne y
sin hueso, con una cabeza vacía de pensamientos.” Favorecida por la bruma, nos
describe así una duplicación de sombras que lo conduce a una experiencia de abandono
de la cáscara vacía del cuerpo: “Me parecía verdaderamente que mi alma se fue, de
cierto modo, disuelta en este elemento turbio que me bañaba y que flotaba encima de mi
cabeza en la bruma”. (Albert Marie Schmidt, 1962, p. 134 y 135).
De modo aún más espectacular, contamos con dos testimonios que muestran la
presencia de fenómenos de heautoscopía bien patentes en su vida. El primero, gracias al
relato confidencial de un amigo. “Estando en su mesa de trabajo en su estudio, donde el
empleado doméstico tenía la orden de nunca entrar mientras escribía, le pareció
escuchar abrirse la puerta. Se dio vuelta y no fue poca la sorpresa de ver entrar su propia
persona que vino a sentarse frente a él, con la cabeza apoyada en la mano, y se puso a
dictarle todo lo que escribía. Cuando terminó y se levantó, la alucinación desapareció”.
(Sollier, 1903, p. 10 y 11)
El segundo, gracias al testimonio de Paul Borget a quien le hace esta revelación
siniestra: “Dos por tres, volviendo a casa, veo mi doble. Abro la puerta y me veo
sentado en mi sillón. Sé que es una alucinación en el mismo momento en que la tengo.
¿Es curioso? Y, si uno no tuviera un poco de sentido común, le tendría miedo!” (Albert
Marie Schmidt, 1962, p.136). La versión aterradora de esta experiencia puede ser leída
casi exactamente en el cuento titulado “El” (1883), en el que el personaje, asediado por
su doble, no tiene otra escapatoria que buscar una mujer para casarse y protegerse de esa
presencia intrusiva, que lo aterroriza, impidiéndole estar solo.
En efecto, los intentos de establecer correlaciones entre los testimonios
biográficos y su producción literaria son numerosos. Si intentamos ordenar el campo de
estos trabajos, rápidamente se perfilan dos grandes grupos: los que se reúnen en torno a
la tesis de la enfermedad orgánica; y los que, sin desconocerla, atienden con más interés
a ciertas particularidades subjetivas y de su historia familiar.
Los primeros, (Lumbroso – 1905; Maynial – 1906; Morand -1942; Ladame –
1951; Lanoux - 1979) intentan responsabilizar a la sífilis del doloroso camino que
recorrió Maupassant (1850-1893) hasta la demencia y la muerte. Buscan fijar entre 1873
y 1876 el período en que presumiblemente contrajo la enfermedad. Los primeros años, y
con variadas pero no tan graves manifestaciones clínicas, contrastan con los
acontecimientos que se suceden a partir de 1880. Durante diez años, los más
importantes de su producción literaria, Maupassant padeció en sentido progresivo los
síntomas de la PGP, fenómenos hipocondríacos, alucinaciones del doble, vivencias de
desposesión, e intensas angustias. Los intentó combatir con la ayuda de sus médicos,
pero también con el éter, el alcohol y técnicas cercanas a la hipnosis. A partir de 1891,
el grave deterioro le impidió seguir escribiendo. Poco tiempo después, un intento de
suicidio le condujo hacia la internación que lo sostuvo con vida hasta su muerte en un
profundo estado de demencia.
En el otro grupo, existen diversas lecturas, pero que en general se agrupan en las
particulares condiciones en que se produjo la unión y posterior separación de sus padres,
la muerte temprana de un tío materno escritor cuya ausencia marcó profundamente a su
madre, y la estrecha amistad que unió a este último con Flaubert, su maestro en el arte
literario. En estas coordenadas, y esgrimiendo argumentos sobre la insuficiencia de la
hipótesis sifilítica, toda su obra, y en particular el Horla, darían testimonio del retorno
tormentoso de la imagen del tío muerto (Bienvenu -1991); o de una relación
ambivalente de admiración y rivalidad con Flaubert, expresión de la aceptación de la
admiración y el rechazo de su paternidad simbólica (Savinio – 1975; de Biasi – 1993;
Bienvenu -1997). Interpretaciones que se apoyan por entero en el supuesto lastre que
constituyó la voluntad de su madre respecto de su vocación literaria y su parecido
asombroso con el tío materno. (1)
Por fuera de estos sentidos surgidos en el seno de la crítica literaria, resulta de
interés destacar la hipótesis defendida por Dominique Laurent (1993). La psicoanalista,
propone un reordenamiento estructural del “caso”, leído efectivamente a partir de la
pregnancia del fantasma materno. “El doble, la desposesión de sí, la bastardía, no son
sino las facetas del enigma del deseo materno para el niño Maupassant” (Dominique
Laurent, 1993, p.155). Pero además sitúa en 1880, las coordenadas que desencadenaron
en nuestro autor su psicosis clínica bajo una modalidad alucinatoria. El encuentro con el
“Un-padre” coincidiría con el momento en que logra hacerse un nombre en el medio
literario con la publicación de “Bola de sebo” y con el simultáneo reconocimiento de
Flaubert como “mi hijo” y digno escritor poco antes de su muerte. Como correlato de la
elisión del falo ubica todos los fenómenos de mortificación del sentimiento de la vida,
así como su relación con las mujeres, sus desventuras en relación al deseo y al goce.
“Un priapismo desenfrenado y trastornos del humor marcados por momentos de
abatimiento absoluto y de desesperanza – en los que la vida se retira del mundo”
(Dominique Laurent, 1993, p.156). En efecto, sabemos que ninguna mujer logró en su
vida alcanzar valor sintomático y capturar su goce. Eran vistas sólo como “pedazos de
carne”. Los numerosos encuentros sexuales no lograron más que afianzar su sensación
de soledad y aislamiento.
La autora culmina su propuesta interrogando entonces, la función de la escritura
en la vida de Maupassant y hasta qué punto él “realiza en su actividad de escritor la
identificación por la cual asume el deseo materno” (Dominique Laurent, 1993, p.156).
En estos términos quedarían planteadas las relaciones entre la ficción literaria y el real
que la determina. Debemos destacar que esta interesante propuesta de lectura, no se
apoya en ninguna indicación lacaniana explícita a propósito de Maupassant, respecto de
cuya vida sólo señaló: “Es lo que ocurre poco a poco al final de la vida de Maupassant,
cuando empieza a dejar de verse en el espejo, o a percibir en la habitación algo, un
fantasma, que le da la espalda y del que sabe inmediatamente que no deja de tener cierta
relación con él, cuando el fantasma se vuelve, ve que es él”. (Jacques Lacan, 1962-
1963, p-111). Este comentario nos sirve de introducción para finalmente adentrarnos en
el estudio del uso que Lacan hace de este cuento fantástico.

III. Perspectiva Topológica.

La aparición de “El Horla”, como referencia literaria, en el seminario de “La


Angustia” no obedece a ningún intento, por parte de Lacan, de situar esta obra en
función de la vida de Guy de Maupassant; ya sea por los efectos de la sífilis que lo
condujo a la muerte, ni por la particular configuración de las relaciones familiares
mencionadas anteriormente.
Lacan se desentiende tanto de las hipótesis biológicas, como de las
interpretaciones que conjugan resonancias simbólicas y sentidos imaginarios en el
Horla. Para él, lo que está en juego es la delimitación de las coordenadas estructurales
que le permitan fundar al objeto a como el reverso topológico del sujeto tachado por el
significante.
El Horla adquiere un interés especial para Lacan, en el contexto de su
reformulación del conocido modelo óptico presentado al comienzo de su enseñanza con
el fin de mostrar cuál es la estructura que sostiene el narcisismo a partir de la
identificación con la imagen especular. El Ideal del yo, como sostén simbólico que
estabiliza y encuadra lo imaginario resulta ser una condición necesaria pero no
suficiente para la organización de las relaciones entre el yo y sus objetos, entre ellos, el
cuerpo. A partir del aislamiento inicial de una “reserva libidinal”, será un término no
especularizable el que adquiera un valor especial para el sostenimiento de la
identificación.
Revisemos el pasaje en cuestión: “Por otra parte, el sentimiento de desposesión
fue perfectamente señalado por los clínicos en la psicosis. En ella la especularización es
extraña, odd, como dicen los ingleses, impar, fuera de simetría. Es El Horla de
Maupassant, el fuera de espacio, en la medida en que el espacio es la dimensión de lo
que se puede superponer.” (Jacques Lacan, 1962-1963 p. 134.)

Este breve comentario nos conduce de lleno al centro del problema, en cuyo
planteamiento no debemos perder de vista que las complejas relaciones entre el sujeto,
el yo, y “su” cuerpo se dan en un singular espacio. ¿Cómo entender esta oposición
señalada por Lacan entre el espacio, fundamentalmente caracterizado como “lo que se
puede superponer” y el Horla (Hors là: fuera allá) como “fuera de espacio”?
La idea de un espacio superponible o simétrico, se puede encontrar desde el
inicio de la enseñanza de Lacan en las raíces mismas del registro imaginario, como
principio de correspondencia biunívoca: “Lo que por otro lado nos enseña el análisis es
que el yo es una forma fundamental para la constitución de los objetos. En particular, ve
bajo la forma del otro especular a aquel que por razones que son estructurales llamamos
su semejante. Esa forma del otro posee la mayor relación con su yo, es superponible a
éste y la escribimos a'” (Jacques Lacan, 1954-1955, p 366).
En este sentido Lacan se sirve de los trabajos de Von Uexkül sobre las
relaciones entre el Innenwelt y el Umwelt. Este precursor de la etología desarrolló
concepciones sobre el medio ambiente animal como fabricado a partir de la propia
constitución del individuo. Este Umwelt “refleja”, según él, al Innenwelt, es decir, lo
que el animal es en tanto que organismo. Lacan critica cualquier aplicación directa de
esta concepción de un narcisismo animal, que hace pensar en una estructuración
preformada del mundo exterior en función de las necesidades, al mundo del hombre. En
éste, su reflejo en el espejo introduce, vía la identificación, un segundo narcisismo que
funda la forma original de articulación entre Yo ideal e Ideal del yo; y en consecuencia,
la relación con el semejante y los objetos de la realidad. Es vía la imagen que se produce
el “reflejo” del mundo. Ésta es el verdadero Umwelt del sujeto.
De este montaje simbólico-imaginario depende entonces, la intuición del cuerpo
como superficie cerrada, Gestalt organizada por sus límites que establecen una frontera
entre interior y exterior. “Un adentro y un afuera parecen algo evidente si consideramos
el organismo, a saber, un individuo que está en efecto allí. El adentro es lo que está en
su bolsa de piel. El afuera, todo el resto. Pensar que lo que él se representa de ese afuera
debe estar también en el interior de la bolsa de piel parece en principio un paso modesto
y evidente” (Jacques Lacan, 1968-1969, p. 258)
Esta distinción resulta esencial para toda idea de “pertenencia” y funda la
relación atributiva con un cuerpo que, de ahora en más, se cree tener. Se trata así, de la
organización de un espacio geométrico, acorde a la estética trascendental de Kant y al
idealismo de Berkeley, donde el cuerpo, vía los poderes de la imagen, logra ser
localizado como unidad indivisible y puntiforme. “En cuanto pensamos el espacio, en
cierto modo tenemos que neutralizar el cuerpo localizándolo. (…)Un cuerpo en el
espacio es, como mínimo, algo que se presenta como impenetrable. (…) la unidad que
en él interviene no puede estar en dos puntos a la vez” (Jacques Lacan, 1962-1963, p.
273).
Lacan desarrollará e ironizará esta concepción del cuerpo como punto
localizable en el espacio sirviéndose de la figura del cosmonauta. La aprehensión
psicológica del mundo, sostenida en la topología de la esfera, supone así una
correspondencia punto a punto entre el alma y una realidad que deviene “cósmica” a
partir de constituirse como su doblez. (Jacques Lacan, 1964-1965, Clase del 16-2-
1964). La esfera del mundo, como espacio cerrado, queda constituida a partir de la
esfera psíquica.
A esta concepción del espacio euclidiano de la identificación especular, como
construcción imaginaria y simbólica, le corresponde la consistencia de un cuerpo como
“guante”, o como dirá algunos años más tarde, como “bolsa”. “Incluso al cuerpo lo
sentimos como piel que retiene en su bolsa un montón de órganos” (Jacques Lacan,
1975-1976, p. 63). El cuerpo, al igual que un guante, constituye una superficie
orientable. Si es posible ponerlo frente al espejo y “reconocer” la inversión izquierda/
derecha operada es porque el principio de simetría, correspondencia o superposición
“cósmica” está mantenido. “El guante, ustedes lo ven bien, no es desemejante en cuanto
a su topología a una esfera, basta que ustedes soplen bastante fuerte en su tripa para
verla reducirse a una forma esférica” (Jacques Lacan, 1965-1966, Clase del 30-3-66 ).
Pero al mismo tiempo, Lacan nos previene sobre la posibilidad de que un guante
pueda ser dado vuelta. Y de que eso que estaba en el interior, pueda pasar al exterior. Es
que como tal se trata, en realidad, de una esfera agujereada. “Tomemos la manera más
vieja de presentar las cosas, ya está en Kant. Un guante dado vuelta y un guante en el
espejo no son la misma cosa. Un guante dado vuelta está en lo real. Un guante en el
espejo está en el imaginario en la medida en que ustedes toman la imagen del guante en
el espejo por la imagen del guante que está adelante.” (Jacques Lacan, 1965 -1966,
Clase del 12-1-66) De ahí que nos sugiera que “Tal vez haya que empezar a
desprenderse de la poderosa fascinación que obedece a que sólo podemos concebir la
representación de un ser vivo en el interior de un cuerpo”. (Jacques Lacan, 1968-1969,
p. 260)
Ahora bien, la gran novedad introducida por Lacan en el seminario sobre “La
Angustia” está ligada, como dijimos, al establecimiento de un término no
especularizable, la mirada, un vacío que ex–siste a la imagen , y que opera “fuera de”
como sostén del “guante especular”. Y es en función de este elemento, que puede
irrumpir perturbando gravemente lo imaginario, que debemos situar la referencia del
Horla como “fuera de espacio”, entendiendo justamente que “el espacio está colgado de
este cuerpo” (Jacques Lacan, 1962-1963, p. 273).
Así, Lacan revisa el estatuto del cuerpo y su relación con la imagen: “Este
cuerpo no es constituible a la manera en que Descartes lo instituye en el campo de la
extensión. Tampoco nos es dado de forma pura y simple en nuestro espejo.
Incluso en la experiencia del espejo, puede llegar un momento en que la imagen
que creemos tener allí se modifique. Si esta imagen especular que tenemos frente a
nosotros, que es nuestra estatura, nuestro rostro, nuestro par de ojos, deja surgir la
dimensión de nuestra mirada, el valor de la imagen empieza a cambiar – sobre todo si
hay un momento en que esta mirada que aparece en el espejo comienza a no mirarnos ya
a nosotros mismos. Initium, aura, aurora de un sentimiento de extrañeza que es la puerta
que se abre a la angustia.
Este paso de la imagen especular al doble que se me escapa, he aquí el punto
donde ocurre algo cuya generalidad, cuya presencia en todo el campo fenoménico nos
permite mostrar la articulación que damos a la función del a” (Jacques Lacan, 1962-
|963. p. 100).
Es el a, faltando en la imagen, el que le otorga consistencia a la misma. La
perturbación de lo imaginario correlativa a la emergencia del objeto que debería quedar
vestido por la imagen, hace estallar las categorías de continente y contenido. Interior y
exterior se confunden en lo “éxtimo”. La sensación de pérdida de privacidad, de
invasión, la extrañeza, el sentimiento de desposesión y la pérdida de “dominio motriz”
(maîtrise motrice) son algunas de sus consecuencias clínicas que como fenómenos
pertenecientes a la clínica de la despersonalización, se acercan bordeando la clínica de
la angustia. En este punto, nos parece pertinente recordar una de las últimas definiciones
de la angustia propuesta por Lacan. “¿Qué es la angustia? Es lo que, del interior del
cuerpo, ex–siste cuando algo lo despierta, lo atormenta” (Lacan, 1974-1975, p. 34). (2)
Si estos fenómenos constituyen sólo “la puerta que se abre a la angustia” ¿cómo
situar estructuralmente estas perturbaciones ligadas a la dislocación de la imagen que
trastornan todo posible reconocimiento de la mismidad? Lacan responde convocando a
las sus propiedades topológicas de este objeto extraño, que por tener la misma estructura
de una banda de Moebius carece de orientación, y por ende, no se ajusta a las leyes del
campo visual. Al decir de Miller, “se manifiesta la perturbación de a como inorientable,
donde el anverso se encuentra en continuidad con el reverso, y el sujeto se confronta de
alguna manera con él mismo como un guante dado vuelta” (Jacques Alain Miller, 2007,
p.120).
La vacilación de la imagen del yo conlleva así, una vacilación del mundo, por el
desacople del “entre-dos mundo” en que el espacio cuelga del cuerpo. La desrealización
puede así entenderse como la infinitización del cosmos. Recordemos en este punto las
desventuras del protagonista de la historia de Maupassant y su esfuerzo fallido por
localizar nuevamente un punto de ex-sistencia que le permita localizar y suturar esa
presencia invasora y restaurar el dominio sobre sí mismo y los objetos. En términos
estructurales, diríamos que se trata para él, de la búsqueda desesperada por mantener el
a por debajo de la barra:

i(a)
a

Así, lo recordará Lacan algunos años después. “Definí entonces el objeto a como
esencialmente fundado a partir de efectos maliciosos, en el campo de lo imaginario, de
lo que pasa en el campo del Otro, en el campo de lo simbólico, en el campo del arreglo,
en el campo del orden, en el campo del sueño de unidad (…) Lo que se señala como
efectos a en el campo de lo imaginario no implica nada más que esto – el campo del
Otro es él mismo, si puedo decirlo, en forma de a. Este en-forma se inscribe en una
topología donde el objeto a se hace presente en este campo agujereándolo” (Lacan,
1968 -1969, p. 300– 301).

IV. Conclusión:
El recorrido realizado con el propósito de desplegar lo que el “Horla lacaniano”
condensa en tanto “referencia relámpago”, y rescatar su valor para nuestro estudio de la
clínica de la despersonalización nos permite desprender varias consecuencias.
Desde un punto de vista descriptivo general, “El Horla” nos permite ilustrar en
el registro de la experiencia vivida, toda una serie de fenómenos ligados a la pérdida de
autonomía del yo. Esto se juega en dos niveles, tanto en el de la acción y el dominio
motriz como en el del sentimiento de desposesión.
Manteniéndonos en lo fenoménico, pero particularizando nuestro estudio en los
fenómenos de heautoscopía, resulta de interés destacar la presencia simultánea y
correlativa de éstos en la vida y en la obra de Maupassant bajo la forma de alucinación
autoscópica especular, de alucinación cenestésica simple, y de autoscopía negativa. De
esta última variedad semiológica, el Horla ha logrado elevarse al estatuto de paradigma
para la mayoría de los trabajos que se han centrado sobre el tema. Esta coexistencia de
formas en el “caso Maupassant” abona la propuesta de unidad clínica para el grupo, al
mismo tiempo que invita a explorar sus relaciones.
Desde un punto de vista estructural, la historia ejemplifica las consecuencias
perturbadoras que la irrupción del objeto a produce al perforar y dislocar al yo, y en
consecuencia, al andamiaje simbólico-imaginario que constituye la realidad de un
sujeto. El Horla rompe la correspondencia que funda el espacio como “superponible”.
Despersonalización y desrealización encuentran aquí sus fundamentos explicativos. Al
respecto, resulta particularmente interesante el efecto de contraste que produce en la
enseñanza de Lacan la presencia de complejos y áridos desarrollos topológicos junto a
una forma tan sutil de dejar oír.
El análisis propuesto, permite asimismo, establecer por la negativa, las
condiciones y determinantes de la relación atributiva del sujeto con su cuerpo como
Uno.
Finalmente, creemos que el uso que Lacan hace de “El Horla” demuestra la
fecundidad de los diálogos que el psicoanálisis y la literatura pueden entablar para
contribuir al avance de la investigación en psicopatología.

Notas
1. Para un análisis más detallado pueden consultarse con provecho:
- Varios, Magazine Littéraire N° 310: Maupassant, Francia, 1993.
- Muñoz, Elida y Soengas, Estela, “El fenómeno del doble en la obra y en la vida de
Maupassant” en Cuaderno de Psicopatología N° 2, (p. 69 - 73) Editorial de la UNLP,
1998.

2. “La ex–sistencia en cuanto tal es lo que es informe, lo que ha encontrado su


representación en el objeto a” (Miller, Jacques-Alain, “La ex–sistencia” en Lo real y el
sentido, - clases del curso “El lugar y el lazo” (2000-2001) del 9 y 16 de Mayo de 2001,
Cause freudienne N° 50 - Colección Diva, 2003, p. 59)

Bibliografía Citada:

- de Maupassant, Guy, Le Horla , (première et deuxième version – Lettre d’un Fou)


Librairie Générale Française, Francia, 1994.
- de Maupassant, Guy, Magnetismo y otros cuentos, Alianza Editorial, y E. Rei
Argentina S.A.
- Gicquel, Alain-Claude, « Jeux de miroirs », en Magazine Littéraire N° 310, (p. 57 -
58) Francia, 1993.
- Schmidt, Albert Marie ; Maupassant, Le Seuil, Francia, 1962
- Sollier, Paul, Les phénomenes d’autoscopie, Paris, Félix Alcan Editeur, 1903.
- Hécaen, Henry, y de Ajuriaguerra, Julián, “Méconnaissances et hallucinations
corporelles. Intégration et désintégration de la somatognosie », Masson et Cie.
Editeurs, France 1952.
- Jaspers, Karl, Psicopatología General”, Fondo de cultura económica, México, 1999.
- Lacan, Jacques, El seminario, Libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica
psicoanalítica, (1954-1955), Paidós, 1983
- Lacan, Jacques, El seminario, Libro 10, La Angustia, (1962-1963), Paidós, 2006
- Lacan, Jacques, El seminario, Libro 12, Problemas Cruciales para el psicoanálisis,
(1964-1965) Inédito.
- Lacan, Jacques, El seminario, Libro 13, El objeto del psicoanálisis, 1965 – 1966.
Inédito
- Lacan, Jacques, El seminario, Libro 16, De un Otro al otro, (1968-1969), Paidós, 2008
- Lacan, Jacques, El seminario, Libro 22, “R.S.I.”, (1974-1975) Ornicar? 2, marzo de
1975.
- Lacan, Jacques, « Joyce le symptôme » en Autres Ecrits, Le Seuil , Francia, 2000.
- Miller, Jacques-Alain, “La angustia lacaniana”, Paidós, 2007
- Miller, Jacques-Alain, “Les références du Séminaire L’ Angoisse, des « pièces
détachées » , en Revue de L´École de la Cause freudienne N° 59 (p. 117 - 126) ,
Navarin Editeur, 2005
- Laurent, Dominique, « De l´image au réel », en Revue de L´École de la Cause
freudienne N° 52 (p. 151 - 156), Navarin Editeur / Seuil 1996.

También podría gustarte