Práctica 1: El árbol de la ciencia, Pio Baroja
Séptima parte, capítulo 4 “Tenía algo de precursor”
Grupo 1
Almudena Ávalos Antón
Andrea Berna Juan
Víctor Chapero Blasco
Alma De Luque Martínez
Redactado por: Alma De Luque Martínez
Literatura Española Contemporánea
Prof. Miguel Ángel Auladell Pérez
Curso académico: 2020-2021
Facultad de Filosofía y Letras
Alicante, 23 de febrero, 2021
En el presente trabajo, trataremos de analizar la séptima parte de la novela El árbol de la ciencia,
titulada “La experiencia del hijo”, más concretamente el capítulo que coloca un broche de oro a la
obra: “Tenía algo de precursor”. Para ello, resumiremos su contenido, concretaremos su tema y
estableceremos una división de las ideas principales que se transmiten en el texto, desglosando las
mismas para así incidir en la forma en la que el autor nos las presenta. Por último, aportaremos una
breve valoración personal.
Nacido en San Sebastián en 1872, Pio Baroja es uno de los novelistas más excelsos de la Mítica
del 98, un conjunto de intelectuales con inquietudes de carácter existencialista que desarrollarán sus
obras, principalmente en prosa, en un ambiente conflictivo caracterizado por el caciquismo, la
incultura, el dogmatismo religioso y el pesimismo como consecuencia del derrumbe de los
bastiones filosóficos y espirituales. Frente a esta destrucción de valores absolutos, la ciencia
comenzará a ocupar un lugar fundamental en la sociedad española, como bien podemos observar en
el propio título de la obra que nos concierne.
El árbol de la ciencia, publicada en 1911, refleja los aspectos críticos y morales de la sociedad
española de finales del siglo XIX y principios del XX, abarcando desde el ámbito filosófico hasta el
científico a través de la perspectiva de su protagonista y desembocando en una heterogeneidad de
intenciones morales.
En cuanto a los personajes que protagonizan el fragmento que nos ocupa, encontramos a Andrés
Hurtado, reflejo del desmantelamiento filosófico comentado recientemente; Lulú, inconfundible por
sus ideas y valores tan distantes de los propios de una mujer de su época; el tío Iturrioz, un filósofo
escéptico con quien Andrés discutirá sobre sus preocupaciones existenciales, y el médico que
asistirá el parto de la esposa de Hurtado.
Con su regreso a Madrid, Andrés se reencuentra con su amiga Lulú y descubre que solo en los
ratos que comparte con ella logra evadirse de la amarga realidad, así que le propone matrimonio.
Una vez casados, la vida parece sonreírle a Hurtado, quien vive inmerso en sus trabajos. Sin
embargo, esta felicidad se verá contrariada con la noticia de que esperan un hijo.
Durante el parto, Lulú sufrió muchas complicaciones, pese a que siguió las recomendaciones del
doctor. Andrés ya sospechaba que la situación no avanzaba con normalidad, cuando su compañero
de profesión le comunicó que su hijo no había sobrevivido. A los tres días, su esposa fallecería a
causa de una hemorragia. El dolor que sufre el protagonista ante estos acontecimientos más su
característica angustia vital le conducen al suicidio. Su cadáver será encontrado por su tío y el
médico en cuestión.
Por ende, podríamos destacar como el tema central de este fragmento la muerte como destino
inevitable ante la pérdida del sentido de la vida. El suicidio del protagonista es una muerte
1
previsible, su exacerbado escepticismo y el profundo dolor que le produce la pérdida prematura de
su hijo y de Lulú le llevan a decidir que la muerte es el único antídoto capaz de solventar su vacío
interior tras perder la esperanza tanto en la ciencia como en la vida.
Si atendemos a la estructura interna del texto, podríamos señalar tres partes, correspondiente
cada una de ellas a la muerte de uno de los personajes. La primera división que establecemos abarca
el parto y la muerte del hijo (l.1-48)1. Aunque a Andrés nunca le había parecido una buena idea traer
un nuevo ser a un mundo que, para él, carecía de sentido, se preocupa constantemente por el estado
de Lulú cuando esta rompe aguas. Desgraciadamente, fue un parto complejo y el primogénito de
Hurtado no sobrevivió.
La segunda parte que identificamos tratará la muerte de Lulú (l.49-117). Después del parto, la
joven sufrió una grave hemorragia. Padeció durante dos días, pero, dejando su deplorable estado
físico a un lado, lo que más le preocupaba era dejar solo en la vida a Andrés y, además, se
entristecía pensando en el injusto destino de su hijo. Al tercer día, Lulú falleció. Andrés visita su
cadáver a medianoche y, en ese momento, distingue tres voces en el gabinete: Iturrioz, el médico
que había asistido a Lulú en el parto y otra persona cuya voz fue incapaz de identificar. Esta última
decía que, probablemente, la mujer hubiera sobrevivido en la Naturaleza, pues las asistencias en los
partos eran perjudiciales. Por su parte, Iturrioz se compadece de su sobrino, quien parecía haber
resurgido de un profundo estado de fatalidad.
La tercera y última parte que podemos destacar consistirá en la muerte de Andrés Hurtado (l.118-
141). Al día siguiente, el médico e Iturrioz fueron a buscar a este para el entierro de Lulú. Al entrar
en el dormitorio, Iturrioz notifica que su sobrino está muerto, pero que no ha sufrido, pues había
ingerido un veneno que le paralizó de inmediato el corazón. De gran importancia resultan, sin duda,
las intervenciones finales de Iturrioz y del médico. Por un lado, su tío expresa que no estaba
preparado para la vida, su intelectualismo había acabado con él. Por otro, el médico emite las
palabras que dan título al capítulo: “Pero había en él algo de precursor” (l.140-141). Con esta
intervención se pone de manifiesto que Andrés era un hombre adelantado a su tiempo, que pretendía
cambiar el mundo con un pensamiento nuevo, todavía incomprendido.
Una vez esclarecido el tema, las partes de las que, a nuestro parecer, se compone el fragmento y
las ideas que conforman cada una de ellas, podemos partir de esta organización para analizar el
texto a nivel formal. En primera instancia, la inseguridad que siente Andrés ante el nacimiento de su
primer hijo se manifiesta en el texto mediante adjetivos como “exasperado”, “entristecido” (l.5) o
“pobre” (l.21), que evocan ese pesimismo ante un evento aparentemente feliz. Asimismo, este
1 La enumeración de líneas se corresponde a la siguiente edición de la novela: Baroja, P., 1990. El árbol de la ciencia. Madrid:
Alianza Editorial.
2
desánimo está confrontado con la gran positividad que muestra Lulú, lo que formalmente conlleva a
la redacción de una serie de predicados nominales totalmente contrarios a los adjetivos ya
comentados, verbigracia: “Lulú estaba muy animada y muy valiente” (l.9).
Por otro lado, la angustia de Hurtado se refleja en un estilo indirecto libre para demostrar la
opinión de este ante los acontecimientos que presencia. Su preocupación se observa en las oraciones
que distinguimos entre puntos y comas: “no podía ser aquello un parto normal; debía de existir
alguna dificultad;”(l.36-37). Su ansiedad también se representa mediante la hipérbole “impaciencia
mortal” (l.34) y el bombardeo de preguntas que le hace al médico para conocer la evolución del
parto: “¿Qué pasa?” (l.41) ,“¿Qué ha ocurrido?” (l.43).
Pese al esfuerzo de Lulú, el fatalismo acaba abordando el relato. Formalmente, esta degradación
del optimismo deriva en el hecho de que Baroja pasa de describir a Lulú como “muy animada y
valiente” (l.34) a presentarla en un estado de ansiedad y pesadumbre que recuerda al mismo
Hurtado: “¿Vive?- preguntó Lulú con ansiedad” (l.50) o “Lulú comenzó a llorar amargamente”
(l.62). En lo que respecta al pesimismo, este acaba desembocando en un hiperrealismo que puede
ser apreciado en las descripciones empleadas para indicar la problemática posparto cuya intención
es transmitir la angustia de la situación al lector. Además, observamos un cúmulo de oraciones
adversativas que muestran el fracaso del parto como algo inevitable: “Intentó provocar la expulsión
de la placenta por la compresión, pero no lo pudo conseguir” (l.65-66) o “Inmediatamente después
dio a la parturienta una inyección de ergotina, pero no pudo evitar que Lulú tuviera una hemorragia
abundante”(l.68-70).
Abarcando la segunda parte, encontramos el deplorable estado de Lulú tanto a nivel físico como
mental: ella no deja de preocuparse por Andrés, cosa que podemos apreciar cuando le acaricia la
cara, gesto dotado de un valor afectivo muy cercano. A su vez, para hacer hincapié en el estado del
protagonista, el autor añade la metáfora “Andrés la miraba con los ojos secos”(l.84) con el fin de
indicar lo mucho que había llorado. Como resolución ante tal catástrofe, encontramos la idea de la
serenidad tras la muerte representada mediante la comparación de la difunta con el mármol,
haciendo uso, a su vez, de los sustantivos “serenidad” e “indiferencia” (l.97) para hacer énfasis en
esa tranquilidad que irradiaba el cadáver.
En cuanto al diálogo que se mantiene en el gabinete cuyo tema es la superposición de la
Naturaleza frente a la ciencia, observamos la idea de que, tal vez, lo natural hubiera salvado a Lulú
mediante una pregunta retórica “¿quién sabe?” (l.107) y una oración dubitativa introducida por el
adverbio “quizá”. Finalmente, el mal resultado de la ciencia provoca en Andrés un estado de
culpabilidad que se observa mediante la metáfora “sintió que se le traspasaba el alma” (l.115-116).
3
Por su parte, la última división del fragmento cuenta con una redacción carente de estilo
indirecto libre. La misma muerte del protagonista se describe con un vocabulario totalmente
científico y superficial, disminuyendo todo el dramatismo que conlleva un evento tan trágico. Esta
descripción tan somera dificulta que el lector pueda verse conmovido por el suceso. Frente al
vocabulario científico encontramos el filosófico, distinción que observamos en toda la obra, descrita
explícitamente en la conversación que mantienen Andrés e Iturrioz en “Inquisiciones”.
En síntesis, el suicidio se presenta como una muerte epicúrea que responde al pensamiento de
Schopenhauer, quien considera que el sufrimiento en la vida solo puede desaparecer mediante la
abolición de las pasiones o muriendo. Aunque Andrés pretende anular su voluntad a través del
escape de la realidad quedando inmerso en sus quehaceres intelectuales, esta solución no es factible,
por lo que el óbito será la única vía posible.
Con Andrés Hurtado, Baroja pone de manifiesto una idea de la moral nietzscheana: el
protagonista tratará de cambiar el mundo adoptando una postura anarcoaristocrática, cosa que le
dirigirá a la incomprensión y a la angustia. Sin embargo, otros personajes barojianos como
Fernando Osorio en Camino de perfección se salvan de este trágico final, en el caso de este gracias
a su condición de artista. La diferencia principal entre estas dos personalidades reside en que
mientras que Hurtado aboga por el árbol de la ciencia, Osorio lo hará por el árbol de la vida.
Todo esto nos lleva a afirmar que Baroja es un novelista capaz de plasmar en sus obras todas las
perspectivas que componen una realidad tan complicada como lo es la de fin de siglo. No obstante,
como bien dijo el vasco, “la literatura no refleja todo lo negro de la vida. La razón principal es que
la literatura escoge y la vida no”.
4
Bibliografía
Baroja, P., 1990. El árbol de la ciencia. Madrid: Alianza Editorial.
Baroja, P., 2008. El árbol de la ciencia. Madrid: Cátedra.
Prieto de Paula, A.L. Apuntes de la asignatura de Literatura Española Contemporánea,
Universidad de Alicante, 2021.