CLUB DE CONQUISTADORES YIREH
EL JARDIN DEL REY
Cierta vez había un rey sabio y noble que dedicó una parte de su hermosísima
propiedad para fabricar una casa, un jardín y un huerto. El edificó la casa con sus
propias manos y luego le puso una cerca alrededor y cerró el portón con un
candado grande.
Después de buscar por todo el reino a una persona que viviera en esa casa
especial, finalmente se decidió por un joven llamado Arturo. Cuando ambos
llegaron a la casa, el rey le dijo a Arturo: "Bueno, tú eres el encargado de cuidarla.
Todo lo que tienes que hacer es mantenerla limpia y cultivar un huerto. Pero ten
cuidado de mantener siempre el portón cerrado. No dejes entrar a nadie, a menos
que sea algún miembro de mi familia. Si necesitas algo, llama directamente a mi
palacio. Llámame por cualquier cosa que necesites y te la enviaré enseguida sin
demora alguna". Con estas palabras el rey se despidió.
Arturo, sintiéndose bastante intrigado, anduvo por toda la casa y revisó todas las
habitaciones; hasta las ollas de la cocina estaban llenas de comida.
Ya era tarde en la noche cuando Arturo terminó de cerrar todas las puertas y
estaba pensando cómo plantaría el huerto. Cuando estaba cerrando el portón
escuchó que alguien decía en voz baja: "No lo hagas... no lo hagas".
Arturo miró hacia afuera para ver de dónde venía la voz, pero como no vio a nadie,
gritó: "¿Que no haga qué?"
"No pases todo ese trabajo", vino la respuesta. Y al instante Arturo vio a un extraño
de alta estatura y color oscuro que estaba de pie fuera de la cerca, precisamente
cerca del portón. Arturo se le acercó y le preguntó al extraño qué es lo que quería
decir. "No pases todo ese trabajo, ese rey no es más que un tirano, él te hará
trabajar, trabajar y trabajar, y cuando tengas el huerto listo, él vendrá y se llevará
todos sus frutos. i Lo único que vas a conseguir será un dolor de espalda!
"Oh", contestó Arturo, "yo no pensé que fuera así".
"Oh, sí así es", dijo el extraño. "Yo lo conozco de verdad desde hace mucho tiempo,
pero si tú me dejas entrar, yo haré el trabajo por ti. Tú podrás recostarte en la terraza
y observar desde allí mi trabajo. En poco tiempo habré sembrado el huerto, tú no
tendrás que hacer nada, pero me podrás ayudar a cosechar las frutas y podrás
comer todas las que quieras de ellas".
Bueno, Arturo se ablandó y dejó entrar al extraño. Aparentemente el personaje
había dicho verdad, era un buen trabajador, no un despreocupado.
Sabía cavar, sabía sembrar árboles, y pronto el huerto estaba terminado y las frutas
listas para ser cosechadas. "Ven, Arturo, vamos a probar las frutas" le dijo un día a
Arturo. Las frutas parecían jugosas y Arturo apenas podía esperar para hincar sus
dientes en las distintas variedades.
La primera que probó era realmente deliciosa, y la próxima, mejor todavía.
Una especie de combinación entre mango, piña y otras frutas deliciosas.
Después de haber comido todas las que quería, Arturo se recostó en la terraza. Le
pareció que las frutas se le agriaban en el estómago. Se empezó a sentir mal. Pronto
estaba muy enfermo, tan enfermo que le pareció que nunca más podría comer
nada. Pero, aunque parezca raro, una hora después volvió a sentir hambre y fue al
huerto para comer más frutas. i Estaban tan deliciosas como la primera vez y no
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podía entender por qué le habían hecho tanto daño! Minutos después de haber
comido la última, empezó a sentirse enfermo de nuevo, ¡como si fuera una
venganza! i Pobre Arturo! Se pasó el resto del día recogiendo frutas, comiendo,
enfermándose; cogiendo, comiendo, enfermándose de nuevo. Y así pasó el día
siguiente y la semana siguiente y el mes siguiente. Arturo odiaba este proceso, pero
no podía librarse de él.
Un día, le dijo al extraño: "Mejor me dices los nombres de estas frutas". Pero el
extraño no se los decía. Después de semanas de estarle rogando, el extraño
condujo finalmente a Arturo a la huerta y le dijo: "Esta se llama Impureza, esta otra
Mentira, esta de aquí se llama Descortesía, esta otra, Robo, éstas Odio, Envidia,
Malos Pensamientos, Engaño, y así seguía la lista.
Arturo no podía creerlo. Corrió dentro de la casa y se miró al espejo y por primera
vez se dio cuenta que la cara le estaba cambiando, se estaba empezando a
parecer al extraño personaje, mientras que antes él se parecía un poquito al rey.
Le dio tanta ira que cogió el hacha y se fue corriendo a la huerta. ¡EI iba a cortar
todos esos árboles de raíz, aunque perdiera la vida! Al coger el hacha que se había
puesto mohosa con el tiempo, notó estas dos palabras escritas en el mango...
"BUENA RESOLUCION".
Con gran determinación, Arturo corrió al huerto y cortó a hachazos todos esos
árboles hasta que el huerto desapareció completamente. Las manos le sangraban,
la espalda le dolía, pero con todo se sentía bien sabiendo que todos esos árboles
habían desaparecido - todo, ¡excepto las raíces, que todavía existían!
Cuando Arturo se levantó a la mañana siguiente miró por la ventana y no podía
creer lo que vieron sus ojos. i Los árboles estaban tan crecidos como nunca antes y
también sus ampollas! Y lo peor es que tenía hambre y no podía aguantarse de
comer las frutas. Se sintió completamente desanimado, ¡estaba tan enfermo y tan
cansado! ¡Cómo odiaba al raro personaje!
Una noche notó el brillo de una linterna en el portón. Se dio cuenta que no era el
extraño porque éste estaba dentro del jardín. Desde la distancia notó que no era
el rey, aunque se parecía, quizás era el hijo del rey. Cuando Arturo se acercó al
portón notó que algo terrible le había pasado al Príncipe, porque la mano que
sostenía la linterna tenía una cicatriz horrible. Y mientras él miraba las cicatrices en
la cabeza y la cara del Príncipe, éste empezó a decirle: "He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él y cenaré con
él y él conmigo".
Apenas había terminado de hablar el Príncipe, el extraño llegó corriendo y
gritando: "i No lo dejes entrar! i Si lo dejas, ¡va a destruir todo mi trabajo!
i No lo dejes entrar!". Bueno, eso es lo que necesitaba oír Arturo. Sin dudarlo, se
adelantó y abrió la reja de par en par, y tan pronto el Príncipe entró, el extraño salió
huyendo.
El Príncipe no perdió tiempo y rápidamente condujo a Arturo a la huerta y juntos
llegaron a cada uno de los árboles. Cada vez que el Príncipe enfocaba su linterna
en un árbol, éste se marchitaba, se le caían las frutas y aunque quedaran raíces,
nunca más brotaron mientras el Príncipe estaba en la casa.
El Príncipe explicó a Arturo: "No va a ser igual que con el extraño, esta vez debemos
trabajar juntos." Pasó algún tiempo hasta que el huerto quedó plantado de nuevo,
pero esta vez los árboles eran fantásticos. Y mientras plantaban, el Príncipe le decía
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a Arturo: "Este árbol se llama Amor, este de aquí se llama Verdad, este otro, Alegría,
y Paz, Bondad, Fe, Dominio Propio, Pureza" ... y el huerto seguía creciendo.
Quiero que sepan que las frutas eran deliciosas y lo mejor de todo es que Arturo no
se enfermaba al comerlas, ni siquiera un poquito. Su rostro empezó a cambiarle de
nuevo y empezó a parecerse al rostro del Rey.
Pero Arturo tenía un temor que le causaba una tremenda angustia. Tanto le
preocupaba el asunto que tuvo que preguntarle al Príncipe. "¿Qué me sucederá si
tú te vas alguna vez?" El Príncipe sonrió y le dijo: "Arturo, nunca te voy a dejar ni te
voy a desamparar..." y el Príncipe decía la verdad.
LOS DONES Y LOS FRUTOS DEL ESPIRITU
Toda esta ayuda la recibe el cristiano mediante el Espíritu Santo que tiene sus
métodos de enseñar y fortalecer a los que escogen vivir por Cristo.
El Espíritu también concede habilidades especiales llamadas "dones" a los
miembros de iglesia, para ayudar a toda la iglesia a crecer y a producir frutos. Estos
dones se mencionan en I Corintios 12 y en Efesios 4.
Ellos ayudan a la iglesia no sólo a crecer, sino a trabajar por otros. También ayudan
a los miembros individuales de la iglesia a producir lo que la Biblia llama "frutos" en
sus vidas, igual que el árbol plantado en buen terreno produce buenos frutos.
Una vez Jesús les dijo a sus discípulos que él era la Vid y ellos eran las ramas (Juan
15:5). El les dijo que los que vivían por fe en él producirían mucho fruto. ¿Qué son
estos frutos? ¿Cómo podemos saber que estamos llevando buenos frutos?
Escuchen los frutos que dará una vida cristiana verdadera y feliz según la lista en
Gálatas 5:22,23. Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza (temperancia).
Estos frutos pueden producirse en la vida del cristiano que por fe rinde su vida en
obediencia voluntaria y amante a Cristo Jesús.