POLITICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
Author(s): JOAQUIN VARELA SUANZES
Source: Revista Española de Derecho Constitucional , Enero/Abril 1997, No. 49
(Enero/Abril 1997), pp. 335-351
Published by: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales
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POLITICA Y DERECHO
EN LA EDAD MEDIA (1)
JOAQUIN VARELA SUANZES
SUMARIO: I. La pugna entre el organicismo teocéntrico medieval y el atomismo me
CANICISTA «ANTIGUO-MODERNO».—II. IGLESIA Y ESTADO.—III. La MONARQUÍA.—IV. La REPRE
SENTACIÓN.—V. Estado y Derecho.—VI. Iusnaturalismo y soberanía.—VII. El parti pris
GERMANISTA DE GlERKE.
Una de las más meritorias tareas emprendidas por el Centro de Estud
Constitucionales desde su misma fundación ha sido la de dar a conocer en es
pañol a los clásicos del pensamiento jurídico y político. En esta tarea destaca la
espléndida colección de «Clásicos Políticos», dirigida por Antonio Truyol y
Serra, en donde se han publicado algunas obras claves, hasta entonces de muy
difícil acceso, como las de Guillermo de Ockham, Nicolás de Cusa, Hugo
Grocio y Juan Altusio.
La publicación de la obra que ahora se comenta resulta, asimismo, un
acierto. Esta obra vio la luz, en 1881, con el título Die publicistischen Lehren
des Mittelalters. Su autor, Otto von Gierke (1841-1921), no la concibió como
una publicación independiente, sino como una parte —una mínima parte— de
su monumental Das Deutsche Genossenschaftsrecht, en cuyo tomo tercero fi
gura como último epígrafe de su capítulo segundo (2).
Dos cualidades destacaban —y siguen destacando, un siglo después— en
(1) Comentario al libro de Otto von Gierke: Teorías políticas de la Edad Media; «Estudio
Preliminar», de Benigno Pendás; «Introducción», de F. W. Maitland; traducción, de Piedad
García-Escudero, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1995, 293 págs., 3.000 ptas.
(2) Este tomo se titula Die Staats- und Korporationslehre des Altertums und des Mittelalters
und ihre Aufnahme, esto es, «La teoría del Estado y de la corporación en la Antigüedad y en la
Edad Media y su recepción».
Revista Española de Derecho Constitucional 335
Año 17. Núm. 49. Enero-Abril 1997
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esta publicación: una extraordinaria capacidad de síntesis y una formidable do
cumentación, imprescindibles las dos para vertebrar una obra histórica de im
portancia. La primera cualidad se pone de relieve en el texto, condensado al
máximo; la segunda, en las notas a pie de página, en conjunto más extensas
que aquél. Gierke logra, así, conjurar tanto el peligro de la árida erudición, tan
habitual en los trabajos académicos, como el de la frivolidad, tan frecuente en
los ensayos de interpretación, consiguiendo una obra breve y densa, estilizada
y potente. Una obra de lectura difícil, pero enormemente sugestiva.
No es extraño que tales prendas llamasen la atención del mejor historiador
británico del Derecho, F. W. Maitland, quien, dos décadas más tarde, exacta
mente en 1900, publicó la obra de Gierke en la Cambridge University Press
con el título —no muy exacto, según se dirá más adelante— Political Theories
of the Middle Age. Maitland escribió, además, una interesantísima Introduc
ciort, en la que explicaba ai lector ingles esta oora en el contexto general ae la
reflexión gierkeana sobre la teoría alemana de la corporación.
En 1963, la editorial Huemul de Buenos Aires publica la obra de Gierke
por primera vez en español con el título Teorías Políticas de la Edad Media.
Pero la traducción, a cargo de Julio Irazusta, se hizo de la versión inglesa de
Maitland y no del original alemán. Las extensas notas que Gierke había puesto
a pie de página se llevaban al final del texto, siguiendo también en esto la edi
ción de Maitland. Por último, la edición argentina carecía de un estudio crítico
pensado para el público hispanohablante, muy necesario en este tipo de obras,
limitándose a incluir la «Introducción» de Maitland.
La presente edición subsana todas estas deficiencias: la impecable traduc
ción, a cargo de Piedad García-Escudero, se ha hecho a partir del original
alemán, volviendo las extensas notas al lugar en que Gierke las había colo
cado; la Introducción de Maitland, muy acertadamente, se mantiene, pero
viene precedida de un extenso y excelente «Estudio Preliminar» de Benigno
Pendás, en el que se explica la entera producción intelectual del historiador
alemán, y, por tanto, la obra que ahora se glosa, en el marco de la polémica ro
manismo versus germanismo, decisiva para entender la evolución del pensa
miento alemán del siglo xix. Por último, desde un punto de vista formal, la edi
ción española es muy superior a la porteña.
Lo único que cabe lamentar es que la actual edición siga conservando el tí
tulo de la argentina, que, a su vez, no es más que el que le había dado Maitland.
Se trata de un título sin duda equívoco, pues en esta obra lo jurídico cobra una
decisiva importancia. Téngase presente que Gierke era tanto un historiador
como un jurista, o, para ser más precisos, un historiador del Derecho. Uno de
los más relevantes historiadores europeos del Derecho. A este factor subjetivo
se une el hecho indudable de que el Derecho permea todo el pensamiento poli
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POUTICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
tico de la Edad Media. Por eso, Gierke estudia en esta obra tanto las teorías
líticas de la Edad Media, sobre todo en sus cuatro últimos siglos, como las
trinas jurídicas, las obras de los tratadistas políticos como las de los legista
canonistas. De ahí que considere más ajustado el título que en su día dio Gierke
a esta obra, Die publicistischen Lehren des Mittelalters, que el que luego le dio
Maitland, Political Theories of the Middle Age. El propio Maitland parece
conocerlo en su «Introducción» cuando escribe: «La tarea de traducir al ing
la obra de un jurista alemán nunca puede ser perfecta. Por tomar el ejem
más obvio, su Recht nunca equivale exactamente a nuestro right ni del tod
nuestro law. He tratado de evitar los términos de uso corriente en Inglater
Por esta razón, con frecuencia, he escrito político cuando de buen grado
biera escrito publicístico» (pág. 45).
Ahora bien, teniendo en cuenta que esta observación no es válida para
público hispano-hablante especializado, dada su familiaridad con los c
ceptos jurídicos alemanes, y que el libro de Gierke se ha traducido ahora
original alemán y no de la versión inglesa de Maitland, como queda dicho,
parece que hubiese sido más acertado titularlo «La publicística de la Edad
Media» o, quizá mejor, «Política y Derecho en la Edad Media».
El profundo contenido jurídico de la obra de Gierke no paso, desde lueg
inadvertido a Maitland, quien, al comienzo de su Introducción, recuerda q
«la filosofía política, en su juventud, puede parecer una ciencia del Derech
sublimada, e incluso, cuando crece en vigor y estatura, se ve a menudo ob
gada a trabajar con herramientas —el contrato social, por ejemplo— aguzad
si no forjadas, en la fragua de los juristas» (pág. 4). En realidad, como ha
crito W. Ullmann, «el proceso histórico medieval estuvo abrumadorament
condicionado y determinado por el derecho», hasta el punto de que resu
«imposible contemplar la verdadera naturaleza de los conflictos históricos
aquella época si no se reconoce en principio que, al mismo tiempo, se trat
de cuestiones jurídicas» (3).
En cualquier caso, la objeción sobre el título de la obra de Gierke apena
disminuye la excelencia de la presente edición, que a buen seguro va a permitir
al público hispano-hablante acercarse más y mejor a una de las obras más
cisivas sobre el pensamiento medieval.
En las páginas que siguen no pretendo otra cosa que poner de relieve el hilo
conductor de esta obra y sus conclusiones más relevantes, así como formu
algunas breves observaciones sobre el germanismo de su autor.
(3) Principios de Gobierno y Política en la Edad Media (1966), Alianza Universidad, M
drid, 1985, pág. 23.
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JOAQUIN VARELA SUANZES
LA PUGNA ENTRE EL ORGANICISMO TEOCENTRICO MEDIEVAL
Y EL ATOMISMO MECANICISTA «ANTIGUO-MODERNO»
Desde el principio hasta el fin de su estudio, Gierke pone de relieve c
durante el Medievo coexistieron las ideas propiamente medievales, de or
germánico, con las ideas de origen grecorromano, que, a la postre, acaba
triunfando y a su través se fue formando desde el Renacimiento la mod
teoría del Derecho y del Estado. Por eso, el historiador y jurista alemán
mina a las ideas de origen grecorromano con un adjetivo muy expresivo
tiguas-modernas». «... Las teorías publicistas de la Edad Media —dirá Gi
poco antes de concluir su investigación— nos han mostrado una doble
Hemos considerado por doquier en ellas, junto a la formulación teórica d
samientos propiamente medievales, la génesis de ideas antiguo-modern
cuyo crecimiento coincide con la destrucción del sistema social del Medie
con la construcción de las doctrinas iusnaturalistas del Estado» (pág. 238
Gierke recuerda que las ideas propiamente medievales, esto es, germ
nicas, están «recogidas en las leyendas históricas de la Edad Media y en
concepciones populares inspiradas por ellas» (pág. 68), y que su rasgo m
destacado es el organicismo. Un organicismo, conviene añadir, teocéntric
virtud del cual el universo se concibe como un todo articulado en el que
ser colectivo o individual tiene su lugar y sus propios fines, de acuerdo con u
armonía instituida por Dios, que reconduce la pluralidad a la unidad. Est
ganicismo conduce a entender la sociedad desde una perspectiva jerárqui
estática, propia del ideal caballeresco, que permanece hasta el declinar m
de la Edad Media, como mostraría más tarde Huizinga (4). Por otro lado,
ciedad cristiana, la cristiandad, «cuyo destino es idéntico al de la human
se nos presenta —escribe Gierke— como una comunidad única y unive
fundada y dirigida por el mismo Dios. La humanidad es un único "cuerpo
tico", cuya cabeza es Cristo» (págs. 77 y 118).
Las ideas «antiguo-modernas», en cambio, se plasman en el Derecho
mano-canónico, así como en la Política de Aristóteles, que servirá de base
gran construcción escolástica de Santo Tomás de Aquino. En la difusión d
ideas de la Antigüedad, Gierke atribuye un destacado papel a De Repúbli
influyente obra de Cicerón, que si bien no se descubriría en su integridad ha
(4) Cfr. Johan Huizinga: El Otoño de la Edad Media. Estudios sobre la forma de la vid
del espíritu durante los siglos xrv y xv en Francia y en los Países Bajos (1923), versión esp
de José Gaos, Alianza Editorial, Madrid, 1978. Véanse, sobre todo, los capítulos tercer
concepción jerárquica de la sociedad», págs. 81-92, y cuarto, «El ideal caballeresco», pá
106.
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POLITICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
el siglo xix, algunos pasajes fueron conocidos en la Edad Media a través d
Lactancio y San Agustín (pág. 242, nota 306). Un autor este último que, con
Ciudad de Dios, contribuyó de forma decisiva a proporcionar a la doctrina m
dieval de la sociedad sus rasgos específicamente cristianos, a la vez que a
fundir no pocas de las ideas grecorromanas (pág. 68). Una doble contribució
en la que insistiría Cochrane (5).
Si la nota más importante del pensamiento propiamente medieval es el o
ganicismo teocéntrico, el rasgo más decisivo de las ideas «antiguas-moderna
es el atomismo mecanicista, patente sobre todo en el Derecho romano, en
que, como recuerda Maitland, nada se interponía entre Ticio y el Estado
(pág. 28). Gierke muestra cómo esta concepción mecanicista e individualist
de la sociedad y de la política irá minando el organicismo teocéntrico prop
del pensamiento genuinamente medieval, esto es, germánico, hasta destruirlo.
«... La doctrina medieval —escribe, a este respecto—, pese a todas sus ana
gías organicistas, pudo sin duda disimular en ocasiones, pero nunca impedir, el
progreso incesante de una construcción del Estado atomista y mecanicista n
cida en su Dronio seno» (náíi. 1331.
Debe advertirse que, dada la notable abstracción de esta obra —propia de
una Begriffsgeschichte—, su autor apenas se interesa por las circunstancias
históricas que condicionaron el pensamiento medieval, ni tampoco hace hin
capié en su evolución ni en sus diferencias espaciales, lo que en parte explica
su silencio ante el decisivo papel desempeñado por los intelectuales hispano
árabes del siglo xn y por la Escuela de Traductores de Toledo en la recepción y
difusión de las ideas «antiguo-modernas». A este respecto, resulta muy signifi
cativo que en su amplísimo repertorio de fuentes no figure Averroes, cuya obra
fue decisiva para la difusión de Aristóteles y, por tanto, para la elaboración de
la escolástica tomista (6).
En contrapartida, uno de los aspectos más sugestivos de la obra de Gierke
reside en su constante conexión entre el pensamiento de la Edad Media y el
que triunfaría en los siglos posteriores. En efecto, al insistir en el desarrollo de
las ideas «antiguo-modernas» durante la Edad Media, Gierke evidencia la im
posibilidad de entender el moderno debate político sin conocer sus orígenes
(5) Charles Norris Cochrane: Cristianismo y Cultura Clásica (1939), FCE, México,
1983, tercera parte, págs. 351 y sigs.
(6) Un buen resumen sobre el papel de los intelectuales hispano-árabes en la Edad Media
puede verse en José Luis Abellán: Historia Crítica del Pensamiento Español, vol. 1, Espasa
Calpe, Madrid, 1979, págs. 181 y sigs. En la espléndida síntesis que hizo el historiador argentino
José Luis Romero (La Edad Media, FCE, México, 8.a reimpresión, 1974) se pone de manifiesto
el relevante papel de España en el desarrollo de la cultura medieval europea.
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JOAQUIN VARELA SUANZES
medievales. Para decirlo con palabras de Maitland, en el libro que ahora
glosa «lo medieval aparece como introducción al pensamiento moderno.
ideas que obsesionan y dividen a la humanidad entre los siglos xvi y xix
beranía, gobernante soberano, pueblo soberano, representación del pueb
contrato social, derechos naturales del hombre, derecho divino de los rey
Derecho positivo subordinado al Estado, Derecho natural por encima de
tado— son precisamente aquellas ideas cuyo origen ha de ser investigad
que son presentadas ante nosotros como pensamientos que, bajo la influe
de la Antigüedad clásica, se fueron conformando necesariamente en el cu
del debate medieval» (pág. 3).
Dentro del conjunto de ideas que se aborda en esta obra destacan las r
tivas a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, a la monarquía, a la repr
tación, al nexo entre Estado y Derecho y, en fin, a la soberanía. Una idea,
última, inextricablemente ligada al desarrollo del iusnaturalismo racionali
Veamos, de la mano de Gierke, cómo se fueron formulando estas ideas durant
el largo Medioevo.
II. IGLESIA Y ESTADO
Para el pensamiento medieval, la Iglesia y el Estado —representadas por
sendas espadas— encarnan la vertiente espiritual y temporal del hombre, con
denado, tras la Caída, a procurar en vida la ordenada convivencia con sus
congéneres y a buscar tras la muerte su propia salvación eterna. Mientras los
partidarios de la supremacía del papa —de su «soberanía», dirá Gierke, abusi
vamente— defienden la subordinación del Imperio a la Iglesia, los del empe
rador se limitan a exigir la autonomía y coordinación de ambas organizaciones.
Gierke muestra, no obstante, cómo Marsilio de Padua se atreverá a de
fender en el Defensor Pacis la completa absorción de la Iglesia por el Estado
(págs. 99-100 y 250). En realidad, con la recuperación de la teoría política aris
totélica, a partir del siglo xm —que supuso sin duda una auténtica «revolución
conceptual» (7)—, se va difundiendo «la definición del Estado como comu
nidad suprema, completa y autosuficiente», y «al modo de la Antigüedad», se
va considerando al Estado como «la comunidad humana por antonomasia»
(págs. 250 y 253).
Gierke señala, asimismo, que si bien la Iglesia —seriamente dañada en su
(7) La expresión es de Walter Ullmann: Historia del Pensamiento Político en la Edad
Media (1965), Ariel, Barcelona, 1992, pág. 152.
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POLITICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
prestigio por el Cisma de Avignon (8)— se concibe comúnmente en la Ed
Media como un «Estado», su «espiritualización» conceptual va ganand
terreno durante los siglos xiv y xv, merced a los escritos de Wycliff y Hus, pr
cursores de la Reforma luterana, de modo análogo al resquebrajamiento de
idea de Imperio ante la reivindicación de sus diversos reinos integrantes,
tente en la obra de Juan de París.
III. LA MONARQUIA
En coherencia con el organicismo teocéntrico antes mencionado y en
agudo contraste con el pensamiento antiguo, la monarquía se configura como
la mejor forma de gobierno para la práctica totalidad de los publicistas medie
vales, tanto en el seno de la Iglesia como en el seno del Estado. «La Edad
Media —escribe Gierke— considera al Universo mismo como un único reino
y a Dios como su monarca. Dios es, por tanto, también el verdadero monarca,
la única cabeza y el principal motor de la sociedad humana, tanto eclesiástica
como política» (pág. 134). El papa y el emperador se conciben como vicarios
de Dios en la tierra. Ciertamente, la defensa de la monarquía como mejor
forma de gobierno no impide que la autoridad del papa y del rey origine innu
merables polémicas entre los partidarios de una concepción autoritaria del
poder y los defensores de una concepción «democrática» del mismo, o para de
cirlo con oalabras de W. Ullmann. entre los oartidarios de una conceoción
«descendente» y los defensores de una concepción «ascendente» de la auto
ridad (9). Los primeros realzarán los poderes del papa y del emperador —o del
rey—, mientras los segundos reforzarán los del pueblo, representado por el
Concilio, en el seno de la Iglesia, y por las Asambleas estamentales —a las que
luego se hará referencia—, en el seno del Estado, sin que falten autores que
sostengan la conveniencia de una «constitución mixta» que combine las tres
formas clásicas de gobierno definidas por Aristóteles: la monarquía, la aristo
cracia y la democracia. Una forma mixta de gobierno que se propugna en el
seno del Estado, como acontece con Santo Tomás de Aquino, el influyente teó
rico de la «monarquía moderada», pero también en el seno de la Iglesia, como
ocurre con Pierre d'Ailly y Juan Jerson, que escribieron a favor de un equili
brio de poder entre el papa, el colegio de cardenales y el Concilio.
(8) Sobre la crisis de la Iglesia en la Baja Edad Media, véase la síntesis de Francis Rapp: La
Iglesia y la vida religiosa en Occidente a fines de la Edad Media, Labor, Barcelona, 1973.
(9) Walter Ullmann: Principios de gobierno y política en la Edad Media, op. cit.,
págs. 23-29.
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JOAQUIN VARELA SUANZES
Gierke recuerda que la teoría medieval exalta al rey —al gobernante, en
general— como representante de Dios, pero, a la vez, como servidor de su
pueblo. El rey ejerce un señorío, pero todo señorío es un oficio al que es inhe
rente tanto un conjunto de derechos como de deberes. «... Los gobernantes son
instituidos para los pueblos, no es el pueblo quien existe para aquéllos. Por
tanto, el poder del gobernante no es absoluto, sino restringido dentro de los lí
mites predeterminados. Su misión consiste en procurar el bien común, la paz y
la justicia, así como la máxima libertad posible para todos. Con cualquier que
brantamiento de esos deberes y con cualquier transgresión de los límites esta
blecidos, el señorío legítimo degenera en tiranía. Por ello —concluye Gierke—,
la teoría del deber incondicionado de obediencia de los súbditos es por com
* 1 „ TI A.. A 1 Al 1 A A\
ujviiu ci iu L/ciuu iTivuiu" iTvi xny.
Gierke añade que ya en el siglo xn aparece «
beranía, que en su forma monárquica eleva al ún
absoluta plenitud de poder cuyo contenido no
sustancia considera inalienable, indivisible e imp
todo poder subordinado como mera delegació
la Iglesia, defiende, por ejemplo, Inocencio I
potestatis del papa, mientras que en la época
defenderán la plenitudo potestatis del empe
raya que la idea propiamente medieval del gober
que comporta derechos y deberes fue la domi
y que incluso los partidarios de la plenitudo
rador fueron incapaces de impugnarla plenam
La concepción de la monarquía limitada se
siglo xiii —un siglo ciertamente decisivo, com
F. Oakley (10)—, cuando se consolida la funda
consentimiento del reino y, más en particular,
el reino traslada su poder originario al rey. U
concebirse como enajenación definitiva o com
vocable, aunque incluso en el primer caso no
colectividad del pueblo un derecho propio su
(pág. 161). Por eso, si el rey incumplía los té
medieval consideraba legítimo el derecho de r
el tiranicidio.
(10) Francis Oakley: Los siglos decisivos. La experiencia medieval, Alianza, Madrid,
1979, passim.
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POLITICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
IV. LA REPRESENTACION
Gierke insiste en que, para el pensamiento medieval, tanto el papa como el
emperador o el rey ejercían una función representativa cada vez más objeti
vada «como una esfera de competencia constitucionalmente definida»
(pág. 189), lo que comportaba distinguir en el Estado —como antes había ocu
rrido en la Iglesia— «entre la personalidad pública y privada del monarca,
entre el patrimonio privado y el patrimonio del Estado por él administrado,
entre sus actos privados, que sólo le afectan como individuo, y sus actos de go
bierno, que vinculan también a sus sucesores» (pág. 192). Se trataba, en defini
tiva, de distinguir «los dos cuerpos del rey», que tan magistralmente estudiaría
Kantorowicz: el «natural», esto es, el rey como hombre mortal, y el «político»,
es decir, la corona como institución inmortal, invisible, intangible, como cor
r —"r v—■ v
Por otro lado,
nicos—, nacen
titución estam
Gierke puso en
entre nosotros
diversas forma
dualismo rey/r
pluralismo altom
se desarrolla la
partir de la fór
que en la Igles
través del Con
como «una asam
laicos, median
ticas» (pág. 200
V. ESTADO Y DERECHO
El pensamiento medieval, subraya Gierke, se planteará las relaciones entre
(11) Cfr. Ernst H. Kantorowicz: Los dos cuerpos del Rey. Un estudio de teología política
medieval, Alianza Universidad, Madrid, 1985, passim.
(12) Cfr. «Tipología de las instituciones estamentales de Occidente», en Historia de las
Formas Políticas, Revista de Occidente, Madrid, 1968.
(13) Cfr. «La Constitución Estamental», en Revista de Estudios Políticos, núm. 44, Madrid,
1949.
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JOAQUIN VARELA SUANZES
el poder —o el Estado, como él dice, de nuevo abusivamente— y el Derecho a
partir de una idea esencial: el primero es creación del segundo. El poder, pues,
debe someterse al Derecho —al positivo y al natural— y desde luego a otros lí
mites metajurídicos.
En lo que concierne al Derecho positivo, éste, a diferencia de la anti
güedad, se concibe sobre todo como derecho consuetudinario y no como de
recho escrito o legislado. Una diferencia en la que, sorprendentemente, Gierke
no se detiene apenas, pese a ser capital para entender la distancia, acaso la más
importante, entre la concepción romana del Derecho y la germánica, así como
el punto de partida de la teoría constitucional del Medievo, en la que tanta im
portancia tuvieron algunos juristas ingleses, como Bracton y Fortescue, a los
que, por cierto, el historiador alemán no menciona. La identificación del de
recho con la costumbre en lugar de con la ley resulta, además, de particular im
portancia para comprender cabalmente el papel del monarca —incluso en la
Baja Edad Media— como juez más que como legislador, esto es, como titular
de una función más próxima a la iurisdictio que a la legislatio, a la de descu
bridor y aplicador del derecho viejo que a la de creador del derecho nuevo (14).
Gierke explica que la idea medieval del poder como algo posterior y su
bordinado al Derecho positivo va cediendo paso a la idea «antiguo-moderna»
del Derecho como creación del Estado. Un Derecho positivo que se va identi
ficando más con la ley escrita que con la costumbre a medida que se va des
arrollando la economía y, por tanto, el tráfico jurídico. La recepción del De
recho romano, a partir del siglo xil, alentada por los reyes para unificar
jurídicamente sus reinos y reforzar así su poder frente al papa, el emperador y
los señores feudales, facilita enormemente esta concepción «antiguo-mo
derna». «... Ya desde el siglo xn —escribe Gierke— la jurisprudencia utilizaba
aquellas fuentes romanas de las que podía inferir la comparación del gober
nante con la lex animata, la afirmación quod Principi placuit legis habet vi
gorem y, sobre todo, la frase destinada a ser durante siglos centro de una rica
polémica literaria: Princeps legibus solutus est. Y, a partir de aquellas fuentes,
la jurisprudencia foijó toda clase de reglas similares, como, por ejemplo, la que
los papas más tarde se aplicaron a sí mismos: omnia iura habet Princeps in
(14) Sobre el concepto medieval del derecho, véanse, dentro de una muy amplia biblio
grafía, el vol. I de la clásica obra de R. W. y A. J. Carlyle: A History of Medieval Political
Theory in the West, Blackwood and Sons, Edimburgo, 1903, o más accesible y resumido, el libro
de A. J. Carlyle: La libertad política. Historia de su concepto en la Edad Media y los tiempos
modernos, FCE, México-Madrid-Buenos Aires, págs. 23 y sigs. Resulta de gran interés, asi
mismo, el capítulo tercero del libro de Alessandro Passerin d'Entrèves: La Noción del Estado,
CEU, Madrid, 1979, en el que se hace una elogiosa mención a Gierke.
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POLITICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
pectore suo» (pág. 218). Por su parte, los publicistas más propicios a reforz
el poder del pueblo «reivindicaban para la asamblea soberana (eclesiástica
política) exactamente la misma posición anterior y superior a todo Derecho
sitivo que el bando contrario reconocía al monarca», como ocurre con Marsi
de Padua respecto de la asamblea popular o, respecto del Concilio, con Enriq
de Langestein, quien propugnará su desvinculación del Derecho canónico e
su doctrina de la Epieikeia (pág. 221 y nota 269).
En lo que atañe al Derecho natural, en cuyo análisis se centra Gierke, ést
recuerda la unanimidad del pensamiento medieval al considerarlo un par
metro no sólo de justicia, sino de validez para el Derecho positivo, ya proc
diese del papa, del emperador o del rey. Una tesis que recogía lo dicho por
cerón y otros autores romanos, aunque merced al impacto del cristianismo —y
por tanto, de la concepción monoteísta de la divinidad— el iusnaturalismo m
dieval se distingue netamente del romano a la hora de delimitar el contenido y
la naturaleza misma del Derecho natural.
Ahora bien, los tratadistas medievales —siguiendo también aquí las pautas
romanas— no se limitaron a sostener la subordinación del gobernante al De
recho positivo y al Derecho natural, sino que, además, entendían casi unánime
mente que aquél debía someterse también a otros límites de naturaleza moral,
como el bien común. A este respecto, Gierke insiste en que, a pesar de los cam
bios que se producen en los últimos siglos del Medioevo a la hora de concebir
las relaciones entre el poder y el Derecho positivo, «no osa asomarse a la luz
durante la Edad Media la concepción apenas embrionaria que desligaría al so
berano, en la realización del bien público, de la ley moral en general y, por con
siguiente, del Derecho natural en virtud de su fin superior. Por eso, cuando Ma
quiavelo basó su teoría de los príncipes sobre esta desvinculación, les parecía a
los hombres de su tiempo una innovación inaudita y a la vez un crimen mons
truoso» (pág. 237).
VI. IUSNAXURALISMO Y SOBERANIA
El concepto «antiguo-moderno» más importante es el de soberanía, sin
duda el máximo responsable de la disolución del sistema conceptual genuina
mente medieval. Ciertamente, dicho concepto, inspirado en el Derecho romano
—que sirvió tanto para afirmar la soberanía del gobernante como la del pueblo,
según se acaba de ver—, no se depura hasta el siglo xvii merced a la obra de
Hobbes, de tal forma que cuando Gierke lo utiliza para referirse a la Edad
Media comete la misma extrapolación que cuando en este contexto habla del
concepto de Estado. Pero no es menos cierto que durante el Medievo, sobre
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todo en sus siglos finales, diversos autores, entre los que destaca Marsilio de
Padua, fueron facilitando el camino para su posterior formulación y, por tanto,
para la disolución del pensamiento genuinamente medieval. Gierke muestra, a
este respecto, cómo los tratadistas que interpretaban la translatio imperii como
una enajenación definitiva de los poderes del pueblo al rey sentaban las bases
para el absolutismo monárquico, mientras que los que concebían aquella trans
latio como mera concessio se adelantaban a los futuros teóricos republicanos
de la soberanía popular. Ahora bien, se trataba solamente de eso: de «sentar las
bases» o de «adelantarse» a las futuras argumentaciones. Como el propio
Gierke señala, al fundar unos y otros sus argumentos en un contrato de sumi
sión, los primeros se veían obligados a reconocer en el pueblo «un derecho
propio subsistente frente al gobernante» (pág. 161), mientras los segundos «se
aferraban al pensamiento de que la relación entre pueblo y gobernante es una
relación jurídica bilateral que confiere a este último un derecho independiente
de autoridad del que no puede ser privado en tanto sea fiel al pacto» (pág. 164),
además de que en ambos casos, como se ha visto ya, se reconocía la sumisión
del soberano al Derecho natural y a otros límites de carácter metajurídico.
Para decirlo con otras palabras, mientras la fundamentación del poder se
hizo a partir de las tesis de la translatio imperii o, lo que viene a ser lo mismo,
de una concepción bilateral del contrato —como ocurrió durante toda la Edad
Media, al margen de que tal construcción se hiciese para reforzar los poderes
del rey o los del pueblo—, el dualismo resultaba insoslayable y, por tanto, la
imposibilidad de construir doctrinalmente un poder verdaderamente soberano,
esto es, único, inalienable, indivisible e ilimitado. Cualidades que, como es
bien sabido, reconocería Bodino en el siglo xvi como consustanciales a la so
beranía, aunque el jurista francés no fuese coherente con su doctrina al seguir
atrapado en la doctrina medieval del pacto de sujeción (15).
La incapacidad del pensamiento medieval para concebir la soberanía
explica, asimismo, su incapacidad para pensar el Estado como persona
ficta, pues, al fin y al cabo, aquélla es el «alma» de éste. «Al igual que ocurrió
en la Antigüedad —escribe Gierke—, tampoco en la Edad Media la idea orgá
nica llega a acuñar el concepto jurídico de personalidad del todo unitario»
(15) Como se pone de relieve en el cap. VIII del libro 1.° de su obra más célebre: Les Six
Livres de la République, que puede consultarse en la cuidada edición de Fayard: Corpus des
Oeuvres de Philosophie en Langue Française, Paris, 1986, seis volúmenes. Sobre la doctrina bo
diniana de la soberanía véase la clásica obra de Pierre Mesnard: L'essor de la Philosophie Poli
tique au xvi siècle, 3.a ed., París, 1977, particularmente el cap. III. En sus Lecciones de Derecho
Constitucional (Introducción), Oviedo, 1981, Ignacio de Otto desvela con agudeza los elementos
tradicionales y modernos presentes en el pensamiento de Bodino.
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POLITICA Y DERECHO EN LA EDAD MEDIA
(pág. 133). El dualismo consustancial a la teoría política bajomedieval impid
que ésta articulase una idea unitaria del Estado como persona ficta, aunque
el campo del Derecho privado los juristas medievales operasen ya, a veces c
gran precisión, con la subjetividad jurídica ideal de la Iglesia y del Estado y
teoría política, como se ha visto, llegase a objetivar el poder mediante do
trinas como la de «los dos cuerpos del rey». En la teoría medieval se produj
así, «una división de la personalidad unitaria del Estado en dos sujetos de
poder, encarnados —o que se consideraban encarnados—, respectivamente,
el gobernante y en la asamblea del pueblo. Ambos porfían por el derecho m
elevado y más pleno. Pero ambos son considerados como dos sujetos distinto
cada uno de los cuales tiene determinados derechos y deberes de carácter c
tractual frente al otro, y cuya unión constituye el cuerpo del Estado...; de esta
forma, quedaba cerrado para la teoría medieval el camino hacia la idea de s
beranía del Estado» (págs. 207 y 209).
En realidad, la construcción intelectual del Estado sólo fue posible cuand
el iusnaturalismo escolástico, cuya más depurada construcción medieval s
halla en Santo Tomás, fue sustituido por el iusnaturalismo racionalista, de raíz
protestante. Entre uno y otro las diferencias son mayores que las coincidencias
for encima ae la común afirmación de la existencia de un orden jurídico bá
camente inmutable, válido en todo tiempo y lugar, desde el cual debía juzgarse
la justicia e incluso la validez del derecho positivo, el contenido y la naturaleza
misma del Derecho natural varían sustancialmente. El iusnaturalismo escolás
tico, aunque conciba a la ley natural como emanación de la ley divina, coinci
dirá con el pensamiento grecorromano, con Aristóteles en particular, en partir
del hombre como zoon politikon, esto es, como animal politicum et sociale
multitudine vivens, según señalaría Santo Tomás de Aquino. Un punto de par
tida que le llevará a sustentar el carácter natural de la sociedad y del Estado y,
por tanto, a considerar que era la naturaleza la que imponía la desigualdad
entre los seres humanos (al menos ante el césar, aunque no ante Dios, como
dirá el cristianismo), ya fuesen entre esclavos y libres, entre siervos y señores
o entre hombres y mujeres. Cuando desde estos presupuestos el escolasticismo
pretenda fundamentar contractualmente el poder, lo hará a partir de los dos su
jetos preexistentes, dotados de empiria: el rey, de un lado, y el reino, de otro,
dividido este último en estamentos y en corporaciones. Un punto de partida
que impedirá pensar el Estado como lo que realmente es: un ente ficticio y uni
tario, un mero sujeto de imputación.
El iusnaturalismo racionalista, en cambio, además de partir de un concepto
inmanente, no trascendente, de naturaleza y de concebir, por consiguiente, a la
ley natural como independiente de la ley divina (etiamsi daremus Deum no
esse, como afirmaría Grocio), partirá del estado de naturaleza y, por tanto, del
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carácter convencional, no natural, de la sociedad y del Estado, dos instancias
ahora sí bien diferenciadas, basadas ambas en la igualdad natural de los seres
humanos, con independencia de su posición económico-social y de su sexo.
Desde estos planteamientos, la estructura del pacto o contrato social es muy
distinta del medieval pactum subectionis o translatio imperii: no se trata, en
efecto, de un acuerdo bilateral entre el rey y el pueblo, dos sujetos inexistentes
en el estado de naturaleza, sino de un pacto entre los individuos a favor de un
tercero: el Estado. Un sujeto que nace con el objetivo fundamental de garan
tizar la nueva sociedad individualista e igualitaria, esto es, de representarla, de
hablar en su nombre, con una sola voz.
Ciertamente, Gierke pone de manifiesto que en la Edad Media se formulan
ya algunos de los axiomas básicos del iusnaturalismo racionalista, aunque, eso
sí, sin destruir plenamente los supuestos básicos del iusnaturalismo escolás
tico. Gierke muestra, en efecto, cómo en los últimos siglos medievales «crece
lentamente la doctrina del contrato social» a partir de un originario «estado de
naturaleza sin Estado en el que imperaba el Derecho natural puro y en virtud
del cual todas las personas eran libres e iguales y todos los bienes eran co
muñes». De esta manera, se llega a aceptar «que el estado político o civil es
producto de procesos modificativos posteriores, discutiéndose tan sólo si esto
había sido una simple consecuencia del pecado original, o si el Estado también
habría nacido, aunque en forma más libre y pura, por la simple multiplicación
del género humano en estado de inocencia» (pág. 239). No obstante, añade
Gierke, que estos postulados desembocan en «la presunción de un fundamento
contractual del poder del Estado mediante la conclusión de un contrato de su
misión entre el pueblo y el gobernante» y como causa más próxima del Estado
«se introduce, invocando a Aristóteles, la naturaleza política (del hombre) im
plantada por Dios» (págs. 239-240), aunque un sector de la doctrina medieval
«subsume ya al pretendido acto de unión política en la categoría del contrato
de sociedad..., y la distinción entre contrato social y contrato de sumisión es
sugerida por Juan de París y claramente desarrollada por Eneas Sylvio»
(pág. 242, nota 306).
De igual forma, Gierke afirma que «la doctrina medieval estaba ya imbuida
de la idea de los derechos humanos innatos e indestructibles correspondientes
al individuo», aunque reconoce que «la formulación independiente y la clasifi
cación de tales derechos pertenece a un estadio posterior de la doctrina iusna
turalista» (pág. 228).
De esta manera, Gierke insiste en el complejo papel que el iusnaturalismo
desempeñó en la historia del pensamiento: primero como legitimador del orden
medieval y después como su más importante destructor, hasta el punto de que,
a su juicio, la historia de las teorías políticas de la Edad Media es «a la vez la
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historia de la formulación teórica del sistema medieval de sociedad y la h
toria de la génesis de la constitución del pensamiento iusnaturalista» (pág.
Un pensamiento que combinaba el absolutismo «antiguo-moderno» con el
dividualismo desarrollado a partir del concepto cristiano-germánico de liberta
(pág. 239): «Ya en la teoría medieval se muestra eficaz la tendencia a exten
y concretar conceptualmente las esferas de la comunidad suprema, de u
parte, y del individuo, por otra, a costa de todos los grupos intermedios. La s
beranía del Estado y la soberanía del individuo se van convirtiendo progre
mente en los dos axiomas centrales de los que procede toda teoría de la
ciedad, y en torno a su interrelación giran todas las controversias teórica
anuncia ya la combinación característica del sistema iusnaturalista poster
que enlaza el renacido absolutismo estatal derivado de la recepción de la
tigua idea de Estado con el moderno individualismo desarrollado a partir
concepto cristiano germánico de libertad» (pág. 239).
VII. EL «PARTI PRIS» GERMANISTA DE GIERKE
Como se había dicho al principio de este comentario, la coexistencia de las
ideas auténticamente medievales, esto es, germánicas, con las «antiguas-mo
dernas», que son las que Gierke estudia con más atención, es, en puridad, el
leitmotiv de la investigación gierkeana, típico producto de la tradición histo
riográfica alemana del siglo xix, formada en torno a los Monumenta Germa
tiiae Histórica y dominada por la incesante polémica, reabierta a principios de
ese siglo por Savigny, entre romanistas y germanistas. A este respecto, no cabe
duda de que esta investigación —y más aún la gran obra sobre el Derecho
alemán de las corporaciones en las que se inserta— no puede entenderse cabal
mente más que teniendo en cuenta su parti pris germanista y, por tanto, anti
romanista, que le lleva a valorar con más simpatías las ideas genuinamente
germánicas, construidas sobre todo en la Alta Edad Media, que las «antiguo
modernas», que se fueron imponiendo en los últimos siglos medievales. Unas
ideas estas últimas, como queda dicho, inspiradas en buena medida en el De
recho romano, cuya aportación al desarrollo del Estado Constitucional valora
Gierke de forma muy cicatera, como le reprocharía Mcllwain en su conocido
libro Constitucionalism: Ancient and Modern (16).
(16) Cfr. Charles Howard McIlwain: Constitucionalismo Antiguo y Moderno, traducción
de Juan José Solozábal Echavarría, CEC, Madrid, 1991. Véase, sobre todo, el capítulo tercero de
este libro, «El constitucionalismo de Roma y su influencia», en donde McIlwain se separa expre
samente de las tesis que sostuvo «el oráculo alemán Otto von Gierke» en el Genossenschaftsrecht
y lamenta la «precipitada aceptación» de la mismas por parte de F. W. Maitland, págs. 63-64.
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Gierke lamenta, sobre todo, el avance de la idea individualista de Estado, a
su juicio empobrecedora y ajena al espíritu alemán. Una idea basada en la ra
dical separación entre Estado y sociedad (o entre Estado y Pueblo), entre de
recho público y derecho privado e incompatible, por tanto, con el reconoci
miento de los cuerpos intermedios (cfr., por ejemplo, págs. 257-259). Ahora
bien, tal postura no le lleva, ni mucho menos, a reivindicar la validez de todo el
noncomlontn morliAi/ol o nnion ronrnr'Vio pcnppiolmpnfa cu inponopirlorl no ro
construir la idea de Estado como persona unitaria, impr
construcción jurídica» (pág. 133). Lo que se propone Gier
articular una idea corporativa de Estado que hunda sus raí
comunidad, esto es, no en el «concepto artificial de pers
«concepto de personalidad colectiva real», entendida «com
y permanente del organismo» (pág. 204) (17). Un Estado
bijar en su seno a otras colectividades o corporaciones i
monio, la familia, la ciudad, la universidad—, configur
ciación de asociaciones», como había pretendido Altu
siglo xvii (18). Un publicista al que Gierke cita con frecu
año antes de publicar el libro que ahora se comenta, esto
dicado un penetrante estudio, clásico también: Johannes Alt
wicklung der naturrechtlichen Staatstheorien. En Altus
labón doctrinal de primer orden, que ya había facilitado la R
un siglo antes, para afirmar la personalidad jurídica unita
vez, la diversidad de su estructura interna, a pesar de la rad
Gierke con cualquier doctrina del pacto social —por tant
Altusio—, por su atomicismo mecanicista.
Estas ideas de Gierke —que recuerdan a la de algunos t
del Estado orgánico y que Maitland comparte en buena m
(17) Como resume Pendás, para Gierke, y en general para el german
manifiesta a través de sus miembros, y éstos sólo son personas en tanto
y que sólo en el todo se realiza el derecho del individuo y el todo le ap
comunidad así entendida no es una mera unidad vital y fáctica, sino una
vida, alentada y sustentada por el espíritu del pueblo» (pág. XXXVI). S
que se propone Gierke en Das Deutsche Genossenschaftsrecht —y, po
ahora se examina—, véase Maurizio Fioravanti: Giuristi e Costituzion
tedesco, Giuffrè editore, 1979, págs. 319 y sigs.
(18) Cfr. la reciente versión española de Juan Altusio: La Política. M
e ilustrada con ejemplos sagrados y profanos, traducción del latín, intro
cargo de Primitivo Marino, presentación a cargo de Antonio Tmyol y Ser
(19) Así, por ejemplo, refiriéndose al pensamiento político medieva
nico afirma que «por mucho que aumente en fuerza, profundidad y lu
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nerse siempre presentes a la hora de entender su exposición sobre el pensamien
medieval, como también resulta útil conocer algunos otros datos de su perfil p
lítico e intelectual, agudamente analizados por Benigno Pendás en su «Estud
Preliminar», como su decidido apoyo a Bismarck, su fidelidad al Monarchisches
Prinzip formulado por F. H. Stähl y L. von Stein, su crítica a Laband y a toda l
escuela formalista del Derecho —sobre la que se extiende, sagazmente, Maurizio
Fioravanti (20)—, o, en fin, su acendrado protestantismo anticatólico, común a
Bismarck y, dicho sea de paso, un tanto contradictorio con su germanismo ant
rromanista. ¿O acaso, en efecto, no era el catolicismo más acorde con el pen
miento propiamente medieval que el protestantismo, como habían visto algunos
románticos reaccionarios, muchos de ellos católicos de origen protestant
Cierto que la Iglesia católica permaneció fiel a la concepción vertical o jerá
__ j_i j_„ j_ j. x- _i j. i_
vjuii/Ci uti ^uuu, uv uii^vii iuiiiaiiu'vaiiwiiiva, lauiu ui vi aviivj uv la igivoia vuiiiu
del Estado, hasta el punto de que, como destaca Alfred von Mart
sociedad típicamente "medieval", el factor decisivo de organi
tico y lo cultural viene a ser una institución en puridad "no med
titución extraña, en lo más íntimo de su ser, a toda tendencia fe
tiva» (21), mientras que las Iglesias reformadas, siguien
germánica, trataron de fundamentar horizontal o democráticam
ambas organizaciones en las comunidades parroquiales orgánic
radas, como Gierke puso de relieve, según recuerda Pend
nota 91). Ahora bien, no es menos cierto que el organicismo
dieval se mantuvo de forma más pura en el catolicismo que en el
lo mismo que la idea, no menos medieval, de la república crist
Reforma, o el comunitarismo corporativo, liquidado por el iusna
nalista, de impronta protestante, favorecedor del individualismo
liza hacia el Leviathan y el Contrato Social, su curso fatal se aparta durante
organización y corre hacia la construcción mecanicista; se aparta de la biología
sica, de la corporatividad hacia la obligación contractual y —podría añadirs
mánicos hacia la Ciudad Eterna» (pág. 44).
(20) Op. cit., Giuffrè editore, 1979, págs. 356 y sigs. Recuerda Pendás q
después de escribir la obra que ahora se analiza y dos antes de su muerte, G
Constitución de Weimar por ser fruto de la escuela formalista y por ser
pueblo alemán.
(21) Sociología de la Cultura Medieval, traducción del alemán y notas por Antonio Truyol
y Serra, 2.a ed., Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1979, pág. 39.
(22) Sobre el complejo, y a veces contradictorio papel del protestantismo —que el lector
excusará despache en tan pocas líneas—, resulta indispensable la lectura del polémico y matizado
librito de E. Troeltsch: El protestantismo y el mundo moderno (1925), FCE, México, 1979,
además, claro está, de otros muchos escritos, entre ellos los de Guizot y Balmes.
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