Cuestión social y diversidad sexual
Aproximaciones iniciales al análisis de la
orientación sexo-genérica disidente como
emergente de la cuestión social1
Social question and sexual diversity. Initial approaches to the analysis of
the dissident sex-gender orientation as emerging from the social question
Walter Giribuela
Fecha de presentación: 15/02/18
Fecha de aceptación: 04/03/18
Resumen Abstract
El presente artículo tiene como objetivo This article aims to demonstrate that the
demostrar cómo la organización de la organization of sexuality is a social issue. With
sexualidad es una cuestión social. Para ello se that purpose, some characteristics of
analizan algunas características del Argentinian social and political thought are
pensamiento social y político en nuestro país analysed and the relationship between these
y se presentan las relaciones que se aspects and the organization of a sexuality
evidencian entre estos aspectos y la promoted and accepted by the power are
organización de una sexualidad promovida y presented.
“aceptada” desde el poder. We assume that discourse –through the multiple
Se parte de la idea de que el discurso, en las forms it adopts– is a main aspect to explain that
múltiples formas en que este transmute, es reproductivist heteronormativity has achieved to
un aspecto central para dar cuenta de cómo establish itself as an everyday life organizer,
la heteronormatividad reproductivista ha which widely exceeds sexual practices and
1
Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación Diversidades sexuales e historias de vida, radicado en el
Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Luján. En él, y a través de un diseño cualitativo que
toma como eje central la elaboración y el análisis de 30 historias de vida totales, nos proponemos conocer los aspectos
distintivos de la vida cotidiana de personas gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersex, de diferentes generaciones, que
se deriven de su orientación sexo-genérica no heterosexual. El andamiaje teórico y metodológico está constituido por el
paradigma del curso de la vida (Oddone & Lynch, 2008; Blanco & Pacheco, 2003) Por consiguiente, se toma en cuenta la
relación entre los procesos vitales, los hechos histórico-sociales y las biografías de las personas entrevistadas. La memoria
de los sujetos entrevistados cobra así un papel fundamental y es entendida como un producto colectivo que, lejos de ser
un receptáculo de “los hechos tal cual fueron”, adquiere la dimensión de “presente del pasado” postulada por Ricoeur
(2004).
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logrado instalarse en la población como un considers non heterosexual nor reproductivist
organizador de la vida cotidiana que excede practices as abject, deviant, abnormal and sick.
ampliamente el ejercicio sexual y que coloca The consequences of this ideological and
a toda práctica que se aleje de la linguistic network impose a number of specific
heterosexualidad y del fin reproductivista en survival strategies to people excluded from the
el campo de lo abyecto, tildándolo de hegemonic patterns of sexuality, which
desviado, anormal, enfermo. Los resultados demonstrate the eminently political dimension of
de esta trama ideológico-discursiva imponen human sexuality.
una serie de requerimientos de supervivencia
específicos para la población que no se
encuadra dentro de la pauta sexual
hegemónica, lo que pone de manifiesto la
dimensión eminentemente política que tiene,
en la actualidad, la sexualidad humana.
Palabras clave Keywords
Cuestión social, cuestión sexual, sexualidad, Social issue, sexual issue, sexuality,
heteronormatividad, diversidad sexual. heteronormativity, sexual diversity.
Dos chicas van a tomar un café al recoleto bar “La Biela” de la Ciudad de Buenos Aires y el mozo
2
las echa . Les dice que “eso”, besarse, no se puede hacer ahí. El problema no es el beso, el
problema es que las besantes no son de sexos diferentes. Gino Lucero aparece muerto en la
Facultad de Medicina de la UBA. Los medios hablan de un suicidio, de cómo los jóvenes se
suicidan. Fue suicido, fue una decisión personal, individual. Gino era gay y sus padres no
“aceptaban” su orientación. Las crónicas y los lectores de las crónicas hablan del suicidio, no de
las causas, no de la muerte (así, a secas). No hay culpas ni responsabilidades, solo suicidio. Pablo
Urtrera también se suicidó. Se hizo famoso dos veces: una, en 2015, por haber sido finalista del
reality televisivo La Voz. La otra, cuando se suicidó en Córdoba porque su entorno no “aceptaba”
su orientación sexo-genérica. Laura Aixa Xuxu Aguilar Millacahuin también se hizo famosa dos
veces. La primera al convertirse en la primera transexual de Tierra del Fuego en obtener la
partida de nacimiento y DNI de mujer tras la sanción de la ley de Identidad de Género. La
segunda fue cuando una ex pareja, varón, la asesinó a cuchillazos y algunos medios informaron
que habían matado “al primer travesti que cambió de sexo” Otros, corrección discursiva
mediante, hicieron referencia al asesinato de “la travesti” o la “famosa trans fueguina”. Ninguno
habló de femicidio, aunque legalmente la muerta era una mujer. Evelyn, una trabajadora sexual
de Posadas, fue asesinada a los 36 años. Era una “vieja” trans, que había superado en un año la
2
Este hecho cobró una notable relevancia en los medios de comunicación en nuestro país. Así, las ediciones del 30 de
agosto de 2016 de los diarios La Nación, Página/12 e Infobae y del 31 del mismo mes de Clarín se hicieron eco de lo
sucedido. Innumerables portales replicaron la noticia; durante varios días se incluyeron notas de opinión sobre el tema y
se dio cobertura a las medidas de repudio a este hecho discriminatorio, entre ellas, el conocido “Besazo” (un encuentro
masivo de personas mayormente LGBT que se besaron en la puerta del bar) organizado por las damnificadas el día 5 de
septiembre del mismo año.
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expectativa de vida promedio para las personas trans. Pocos hablaron de eso; sólo se limitaron a
emitir juicios morales respecto de su actividad. Nadie repitió el mantra discutible que dice que
“sin clientes no hay trata”. Era trans; ahí parece no aplicar eso.
Los discursos, así como los silencios que le son constitutivos, evidencian el modo en que la
3
homofobia y la discriminación hacia la población LGBTI gozan aún de buena salud. Si bien hay
progresos, hay mejoras, estos progresos y mejoras lejos están de haber resuelto los problemas de
4
discriminación. Por otro lado, las “conquistas” legislativas no siempre impactan del mismo modo
en todas las poblaciones: edad y clase continúan siendo, como veremos, dos aspectos a tener en
cuenta a la hora de pensarlas.
Homo-historia argentina
La preocupación por el control de la sexualidad no es un aspecto nuevo en la sociedad argentina.
Desde los momentos mismos de la conformación del Estado-Nación, el discurso sobre la
sexualidad y su corrección se instaló con fuerza. Junto a ello, la influencia de la poderosa Iglesia
5
Católica Apostólica Romana que estaba muy preocupada en condenar toda práctica que no
tuviera como finalidad la reproducción (toda práctica que no incluyera a sus autoridades, claro,
ya que cuando las involucraba la dureza del discurso entraba en contradicción con la laxitud de
las prácticas) impactó directamente en la vida cotidiana de la población. A finales del siglo XIX y
principios del XX comienza a tener una notable prédica el discurso médico que, claramente
influido por las ideas positivistas, evolucionistas e incluso lambrosianas, proponía una perspectiva
eugenésica que, además, permitiría delinear y sostener la configuración del incipiente “ser
nacional” (Figari, 2012; Miranda, 2011; Salessi, 1995; Sebreli, 1997). La definición de la
configuración territorial argentina requería de una política poblacional que involucraba dos
aspectos: la inmigración y la natalidad. Por supuesto, estas dos no debían ser indiferenciadas: las
elites dirigentes, que coincidían con las económicamente dominantes, tenían una perspectiva
muy definida al respecto. El General Julio A. Roca, que hacia 1880 y luego de la Conquista del
Desierto había conseguido seducir con su proyecto a las elites provinciales, logró la
incorporación al Estado Nacional de tierras fértiles que requerían una mano de obra capacitada
para el trabajo rural, algo que, a criterio de la clase dominante autóctona, no se podía encontrar
con facilidad en estas tierras. La inmigración se transformaba así en una perspectiva adecuada,
siempre que cumpliera con la regla de provenir de tierras europeas y con capacidad de trabajo;
su función no sería otra que insertar a la Argentina en la economía mundial.
3
Identificamos así a las personas con orientación genérica lesbiana, gay, bisexual, trans e intersex.
4
Considerar que poder casarse, poder divorciarse, tomar a alguien de la mano en la calle, poder adoptar un niño o cobrar
una pensión es una conquista no hace sino mostrar la dimensión de la discriminación. La conquista implica acercarse a la
Modernidad, iniciada hace apenas unos seiscientos años.
5
Sobre las posiciones de la Iglesia en torno a la diversidad sexual y a la sexualidad, cf. Bazán, 2006; Miranda, 2011, y
Sebreli, 2017, entre muchos otros.
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Ahora bien, la inmigración no era la única forma de llevar adelante el planteo alberdiano de
“gobernar es poblar”: la natalidad florecería como el otro de los ejes a atender. Desde esta
perspectiva, las relaciones sexuales que no tendieran a la procreación serían sancionadas y
consideradas inadecuadas, inconvenientes. La preocupación por desalentar cualquier actividad
homosexual llevó a establecer una red isotópica cuestionable que equiparaba heterosexualidad
con normalidad y con salud, dejando por otro lado establecida una equivalencia entre
homosexualidad, anormalidad y enfermedad o patología. Este último aspecto podía ser adjudicado,
según conviniera a la elite, a la influencia de la barbarie montonera contra la que se luchaba
internamente o a la influencia de cierto sector exterior que, involuntariamente, hubiera ingresado
al país con la inmigración esperada.
La apelación a la sexualidad no hegemónica con la intención de degradar estaba ya instalada en
el campo semántico de la lucha política autóctona: los unitarios calificaban a los federales de
“sodomitas” y los federales a los unitarios de “maricones”. Rodríguez Molas ejemplifica cómo las
alusiones a la sexualidad disidente solían ser moneda corriente en la literatura ya en el año 1830,
6
especialmente en la destinada al sector popular. Como ejemplo de ello, en el periódico El Gaucho
puede leerse un cielito donde a los opositores a Rosas se los tilda de “maricones”:
Cielito, cielo, cielito,
Cielo de los maricones,
Un decreto debe darse
Para que usen calzones.
En un momento hace un sastre
Un unitario decente,
Pues ellos se juzgan serlo
Con tener levita y lente (1984: 34).
La apelación a la homosexualidad como uno de los rasgos característicos, tanto de los “bárbaros
federales” que poblaban el interior como de los “indeseados anarquistas” y de los “socialistas
extranjeros”, fue una constante que continuaría más allá de la pelea unitarios–federales.
Esta mirada estigmatizante de la homosexualidad se consolidaría en el siglo XX en diferentes
espacios para conformar una verdadera red discursiva que, de manera coherente, establecería,
para el caso de la diversidad sexual, una caracterización sufriente destinada a la burla y el
descrédito social. Las vidas de las personas que escapaban a la heterosexualidad obligatoria (Rich,
2013) implicarían tal configuración discursiva que no llegarían siquiera a ser consideradas vidas
6
El Gaucho, cada uno para sí, y Dios para todos es un periódico que aparece a fines del mes de julio de 1830 y deja de
publicarse muy poco tiempo después, en enero de 1831. Su propietario era Luis Pérez, poeta gauchesco que se
identificaba como “federal neto, apostólico”.
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7
lloradas (Butler, 2010b). Los discursos periodísticos y mediáticos (ya radiales, ya televisivos) se
sumarían al entramado político, científico y cultural, consolidando esta perspectiva.
Desde el periodismo se contribuiría a la identificación de la homosexualidad con el delito y con la
inmigración a través de su anclaje en el campo semántico de la prostitución y esta en el de la
pobreza. Es decir, el homosexual debía ser pobre, delincuente, extranjero, travestirse y
prostituirse. Alguna muestra de esto puede verse en la publicación periódica Archivos de
Psiquiatría, Criminología, Medicina Legal y Ciencias Afines, editada entre los años 1902 y 1913 en la
Ciudad de Buenos Aires, por la que pasaron referentes del positivismo tales como Domingo
Cabred, Francisco De Veyga, Eusebio Gómez, José Ingenieros, José María Ramos Mejía, y Juan
Vucetich. A modo de ejemplo podemos señalar un escrito de De Veyga, quien en el año 1902
publicó un artículo bajo el título “La inversión sexual adquirida. Tipo de invertido profesional.
Tipo de invertido por sugestión. Tipo de invertido por decaimiento mental”. Allí cuenta la historia
de Aurora, a quien describe como
“hombre de 30 años, paraguayo, peinador de damas como oficio de repuesto, […] conocido
delincuente reincidente, peligroso y vigilado permanentemente por la policía [;] al llegar a
Buenos Aires, mal ataviado y necesitado de fondos, su principal preocupación fue procurarse
una colocación para ponerse a flote […].
Sus relaciones con otros tipos de su especie, lo habían hecho, por otra parte, un profesional
consumado. Su andar, su fisonomía, sus ademanes, se amoldaron en tan poco tiempo y con tal
fuerza al nuevo estado que él mismo no se reconoció: “como si hubiera nacido marica”, dice él
mismo, contando esta parte de la historia. Su mente se había forjado, además, la idea de la
feminidad [...]; no pensaba otra cosa que en revestirse del aparato exterior de la mujer; se
ensayaba en la toilette, se pintaba, imitaba la voz aguda y los modales de la mujer; en una
palabra, procuraba, por todos los medios a su alcance y valiéndose en lo posible de los
consejos de los compañeros, sobresalir en este punto” (Fernandez, Neidermaier & Sznaider,
2012: 99-101).
Varios años después, la representación sobre la sexualidad no heteronormativa no supondría
grandes cambios en la prensa local. Es así como se forjaron ideas directrices que implicaron la
construcción de un imaginario sobre la homosexualidad anclado en la idea de desviación,
patología, enfermedad y antinaturalidad. Esto no tardó en llegar al lenguaje cotidiano. Así, el
trabajo político, científico e intelectual por el que se estigmatizaba a las personas homosexuales
había resultado exitoso: tanto las clases acomodadas como las populares habían equiparado, en
su mayoría, las nociones de sexualidad con heterosexualidad, invisibilizando con ello no solo las
7
La autora identifica de ese modo a las “versiones icónicas de unas poblaciones eminentemente dignas de ser lloradas” a
las que diferencia “de otras cuya pérdida no constituye una pérdida como tal al no ser objeto de duelo”. Para Butler, la
diferencia entre unas y otras “es una cuestión material y perceptual” en la que quienes no pertenecen a las vidas
“susceptibles de ser lloradas, y, por ende, de ser valiosas” deberán soportar el peso del descrédito. (2010b: 40-45)
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prácticas que quedaban por fuera de esta, sino también la estigmatización y discriminación que
se realizaba hacia quienes las ejercían. Así, asignándole a la orientación sexual un valor identitario
excluyente, las vidas de quienes no compartían esa pretendida heterosexualidad reproductivista
obligatoria quedarían moldeadas bajo estas ideas y adquirirían por ello ciertas particularidades.
Homo-historias de vida
8
En la década de los ochenta del siglo pasado aparece el icónico artículo de Adrienne Rich que,
desde una perspectiva feminista, acuña la noción de heterosexualidad obligatoria para dar cuenta
de la invisibilidad que tienen, en las diferentes esferas de la vida (cotidiana, académica, etc.), las
orientaciones sexuales que escapan a la heteronormatividad, especialmente la lésbica. Desde
“Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, alerta que “hará falta aferrar valientemente
la política, la economía y, también, la propaganda cultural de la heterosexualidad para
trasladarnos más allá de los casos singulares [y llegar] hasta el tipo complejo de visión general”
(Rich, 2013:55); deja así de manifiesto –aunque con ciertas disidencias– la influencia del
pensamiento foucaultiano de la sexualidad como dispositivo y el carácter eminentemente político
(y no natural) que esta tiene.
Antes de hilvanar algunas reflexiones sobre la relación entre cuestión social, estrategias de
supervivencia de personas con sexualidades no hegemónicas y prácticas que los sujetos –ya
individuales, ya colectivos– establecen para afrontarlas, creemos necesario hacer un comentario
sobre algo que estamos dando por sobreentendido pero que lejos está de serlo: la relación entre
sexualidades (especialmente, aquellas alejadas de las expectativas del heteropatriarcado) y la vida
cotidiana.
A lo largo de nuestra formación como trabajadores sociales, mucho hablamos sobre vida
cotidiana: leemos a Agnes Heller, Berger & Luckman, Goffman y Ana Quiroga, entre muchos
otros. Aprendemos desde temprano que tenemos un lugar de privilegio para conocer e interpelar
la vida cotidiana de los sujetos, a la que identificamos como “el conjunto de actividades que
caracterizan las reproducciones particulares creadoras de la posibilidad global y permanente de la
reproducción social" (Heller, 1998: 9). Sostenemos, con una convicción filo-religiosa, que la vida
cotidiana es ese conjunto de actividades que realizamos en situaciones concretas para cubrir
nuestras necesidades y, en consecuencia, para seguir viviendo…Sólo que la sexualidad, en esas
necesidades, no tiene lugar. Reconocemos necesidades materiales y no materiales, pero no
sexuales; hacemos lo propio con aquellas “actividades que nos permitan seguir viviendo”,
siempre que la sexualidad no esté involucrada. Ese silencio en torno de la sexualidad nos
8
Nos referimos a “Compulsory heterosexuality and lesbian existence” que, si bien fue escrito en 1978 para la publicación
Signs sobre sexualidad, recién fue publicado en dicha revista en 1980. Dos años después Antelope Publications decidió
volver a imprimirlo en el marco de una serie de cuadernos que abordaban algunas de las temáticas feministas del
momento. Este libro se transformó, a poco de ser publicado, en uno de los aportes más sustantivos de aquello que luego
se denominaría Estudios Queer.
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recuerda a lo que, con claridad, alertaba Foucault: “No hay un silencio sino silencios varios y son
parte integrante de estrategias que subtienden y atraviesan los discursos” (2010a: 30). En este
caso, un silencio disciplinar, una naturalización del silencio que nos lleva a omitir generalmente la
presencia de la sexualidad –y con ella, de las múltiples orientaciones que esta implica– en la vida
cotidiana.
Sí hablamos de “educación sexual” o de “abuso sexual”, pero pocas veces de sexualidad. Cuando
lo hacemos, discursivamente incluimos las orientaciones no hegemónicas y algunos somos
cuidadosos de incluir las múltiples orientaciones en las que transmuta la actividad sexual. Sin
embargo, a la hora de realizar una entrevista o establecer un diálogo, el heteropatriarcado marca
su presencia y hacemos preguntas presuponiendo heteronormatividad: si entrevistamos a una
adolescente le preguntamos si “se cuida” al tener relaciones con “su novio” o, si entrevistamos a
un varón, le decimos que es responsabilidad suya también “cuidar que la chica no quede
embarazada”. Y si bien el hecho de incluir la diversidad sexual en las preguntas que hacemos no
va a abolir el patriarcado heteronormativista reproductor, sí va a hacer más fácil la vida de la
persona con la que trabajamos.
Esta heterosexualidad por default implicó la construcción de estrategias de supervivencia por
parte de la población LGTBI ante un escenario que se presentó estructuralmente como opresor y
discriminador. Si bien en los últimos tiempos esto ha empezado tímidamente a modificarse, sólo
las generaciones más jóvenes (sólo las generaciones de jóvenes, en realidad) comenzaron a
habitar la experiencia de vivir su orientación sexo-genérica no sin la posibilidad de ser hostigados
por ello, sino con algunas herramientas jurídicas y sociales para afrontarla.
Los discursos y las prácticas imperantes a fines del siglo XIX y comienzos del XX surtieron efecto:
las personas homosexuales comprendieron que se las consideraba personas enfermas,
anormales. La homosexualidad era una enfermedad, tal como lo decretaban la medicina, la
religión y el Estado, y eso se había hecho carne en las personas. Discursos como los mencionados
han impactado, sin dudas, en las historias de vida de las personas. No es difícil imaginar cómo
influyeron en la construcción de subjetividades y en la conformación una atmósfera de secreto
ante lo que era considerado y presentado por múltiples y diferentes actores como un “pecado” o
una “desviación”. De este modo, el lenguaje presenta con contundencia su dimensión
configuradora de realidad: no refleja la sociedad sino que la construye, y la construye de tal
modo que logra, de algún modo, imponer la cultura por sobre la naturaleza, algo que se evidencia
con claridad ante el hecho de que se “comienza a vivir” sólo luego de poder romper el silencio o
el ocultamiento impuesto por la sociedad que, tal como hemos visto al comentar el episodio de la
expulsión de dos chicas que se besaban en un bar, aún permanece. Esta característica llevó a
Didier Eribon a postular que
“las vidas gays son vidas diferidas; solo comienzan cuando el individuo se reinventa al salir de
su silencio, de su clandestinidad vergonzante. Cuando elige dejar de sufrir y, por ejemplo,
forma otra familia –compuesta por sus amigos, sus amantes, sus antiguos amantes y amigos
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de estos– y reconstruye así su identidad tras haber abandonado el campo cerrado y sofocante
de la heterosexualidad” (2001: 49).
Pero esta reinvención no se da de manera sencilla ni se da siempre, porque las vidas de las
personas que no comparten una sexualidad heteronormativa pueden haber sido muy complejas.
Y estas complejidades se observan en diferentes aspectos. Uno de ellos es el discurso, al que le
asignamos una importancia central ya que consideramos que el lenguaje tiene capacidad
performativa. Este aspecto, basado en la relectura austiniana que propone Butler (2009), postula
que una de las cosas que se pueden hacer con él es herir. Así, cuando una persona es llamada
con una palabra insultante, es humillada o es degradada, es herida por el lenguaje y estos aspectos
generan un impacto directo en la subjetividad de quien fue objeto de dicho acto.
Homo-injurias
Ser víctima de insultos se constituyó en un cotidiano para gran parte de la población LGBTI. Una
de las respuestas más comunes frente al impacto que acarrea el hecho de ser insultado consiste
en la generación de estrategias de invisibilización. “Ser invisible” es una manera de protegerse del
insulto, de ocultar un aspecto particular que, según la experiencia internalizada, era el
provocador de los episodios injuriosos. Esta intención de ocultamiento puede ser la respuesta
ante hechos concretos o bien ante el temor de que esos hechos ocurran. El temor al estigma,
tanto en la forma de sujeto estigmatizado como de sujeto estigmatizable (Goffman, 1989), se
convertía en el motor que impulsaba la búsqueda por no ser visto, por que “no se note” la
homosexualidad.
Uno de los rasgos fundamentales que destaca Butler al desarrollar la idea de herida a través del
lenguaje es la imprevisibilidad que suele traer consigo el insulto: por lo general, una persona no
espera ser insultada, sino que el insulto irrumpe dejando a quien lo recibe sin margen de
respuesta, fuera de control. En la población LGBTI, lo dicho anteriormente presenta una
particularidad: al tratarse de una población que fue discursiva y materialmente insultada con
frecuencia, la eventualidad del insulto deja de ser una variable posible para convertirse en una
eventualidad constante. Es más, esos insultos provienen incluso de las instancias que deberían
ser las encargadas de protegerlas, especialmente el Estado.
El estigma de no participar de la heterosexualidad supuestamente sana, normal y esperable que
se observa en los discursos se evidencia también en las prácticas, tanto de
estigmatizados/estigmatizables como de estigmatizadores. Goffman define un estigma como “un
atributo profundamente desacreditador […], una clase especial de relación entre atributo y
estereotipo” (2010: 16). Así, se estigmatiza a un sujeto (y generalmente a un grupo de sujetos)
cuando se le atribuye una cualidad negativa que, además, se constituye en una marca identitaria
totalizante pero, sobre todo, identificable a simple vista. Los sujetos estigmatizables, en cambio,
son aquellos que llevan consigo una marca no visible, pero potencialmente “descubrible” por
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otros. El temor a ello (a ser “descubiertos”) suele provocar importantes impactos en la
subjetividad, dado que involucra gran parte de energía vital en evitar que se note esa
característica, lo que transformaría la eventualidad en hecho: de ser un sujeto estigmatizable a
ser portador de un estigma. El lenguaje injurioso habría ya cumplido con su tarea no solo a través
de los chistes homofóbicos y las denominaciones pseudo-humorísticas (amparadas o no en el
hecho de ser consideradas “broma”), sino también en insultos explícitos o vedados que son
moneda corriente. Se produce aquí lo que Eribon identifica como “el choque con la injuria:
agresiones verbales que dejan huella en la conciencia” (2001: 29), es decir que modelan
personalidades. Como sabemos, los discursos no siempre son verbales y, tal como sostiene
Watzlawick, “por más que mucho se intente, no [se] puede dejar de comunicar” (1985: 50). Por
ello, algunas acciones o conductas, en tanto discursos no verbalizados, también logran herir a las
personas hacia las que van dirigidas. Las acciones discursivas no dejan de ser injuriantes e
injuriosas para quienes las padecen, aunque en ocasiones los procesos de naturalización de la
agresión han sido tan extensos en el tiempo, o la necesidad de sobrevivir a esas situaciones son
tan marcadas, que parecen querer pasarse por alto, o identificarse como hechos triviales.
En otras ocasiones nos encontramos con que el modo de hacer llevaderos los hechos hirientes
en el cotidiano no es minimizándolo, sino directamente negándolo. Esto, en parte, puede deberse
a que, como plantea Arfuch, “no es fácil traer al presente narrativo escenas que estremecen de
solo imaginarlas, que ponen en juego ese poder icónico de la palabra que hacen ver según los
dictados de la percepción” (2013: 98). No obstante, también puede vincularse con el impacto
desarticulador que el recuerdo tiene: ante esto, no cabe más que someterlo al panteón secreto
(Abraham & Torok, 2005). Es desde esta perspectiva que identificamos discursos que hieren,
pero que fueron negados.
Los discursos insultivos son, en algunos casos, los más sencillos de identificar por su evidencia, ya
que expresan, sin eufemismos, elementos considerados negativos. A ellos hay que sumarles otros
que pueden detectarse solo con una escucha atenta o que han pasado por el proceso que liga la
naturalización con la invisibilidad: quien identifica estos últimos suele recibir la acusación de
tener una mirada sesgada, dado que el insultante desconoce que, en realidad, no puede
advertirlos como consecuencia de la intrincada red discursiva e ideológica que naturaliza
determinadas situaciones.
Eribon sostiene que “el insulto es un veredicto. Es una sentencia casi definitiva, una condena a
cadena perpetua y con la que habrá que vivir” (2001: 30). Desde esta perspectiva, que da cuenta
de la herida que deja la injuria o su choque con ella, es que algunos discursos presentan una
claridad significativa por su incorrección política y su evidente aspecto homofóbico y
discriminador.
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Homo-visibilidad
Ahora bien, Ana María Fernández (2013) postula que, desde hace unos años, estamos asistiendo
a un proceso que identifica como un estallido en la visibilización de las diversidades sexuales.
Este fenómeno se presenta como novedoso ya que, previo a él, las sexualidades no
heteronormativas y las no volcadas a la reproducción eran ocultadas, silenciadas, es decir,
invisibilizadas. Entendemos por invisibilización una estrategia que se implementa desde el poder
con el objetivo de borrar alteridades, diferencias. No se trata de un procedimiento automático,
sino que implica tres estadios principales: el de estereotipación, el de violencia simbólica y el de
deslegitimación. De manera progresiva se va construyendo y consolidando una representación
de Otro que, gracias al descrédito instaurado, concluye con un borramiento, cuando menos,
simbólico.
El ordenamiento sexual moderno ha ubicado la orientación sexo-genérica en una perspectiva de
lógica identitaria ya que aquella pasa así de ser una de las características del ser humano a una
dimensión determinante de identidad. Cuando este factor es cargado de una connotación
negativa, la ilusión de hacerse invisible se transformar en una estrategia de supervivencia y,
siguiendo una lógica sintomática, la parte que se busca invisibilizar (el deseo no heteronormativo)
en ocasiones se expande al todo, constituyéndose además en una especie de sinécdoque
identitaria.
Postulamos que existen diferentes estrategias para intentar hacer invisible la orientación sexo-
genérica no heterosexual. Las hemos clasificado en dos: las estrategias continuistas y las
rupturistas. Entendemos por estrategias continuistas aquellas acciones tendientes a que los
grupos cercanos al sujeto supongan la heterosexualidad de este. De este modo, se evita asumir
públicamente una orientación sexual disidente, estableciendo para ello acciones que tienen la
finalidad de no explicitar la propia homosexualidad. Las estrategias rupturistas, en cambio, se
identifican con aquellas acciones que, en búsqueda de la invisibilidad, han provocado alguna
forma de disrupción en la presunción de heterosexualidad, sin que ello implique necesariamente
una asunción pública de la homosexualidad. Lo que caracteriza a estas estrategias es la ruptura
con la práctica cotidiana o el patrón esperable.
Pero, como siempre sucede, un fenómeno social tan propio de la dominación heterosexista
patriarcal como es la intención de invisibilizar el deseo que se escapa de los cánones
socioculturales instalados como normales, sanos y esperables, trae consigo su contrario: la
visibilización. Si bien es cierto que la cotidianeidad de las personas que no comulgan con la
heteronormatividad se da en un marco de presunción heterosexista (Sedgwick, 1990) y se
conforma como una identidad discreta (Pecheny, 2005) que, durante mucho tiempo, se tornó
directamente en un requerimiento para garantizar la supervivencia social de las personas gays,
también lo es el hecho de que algo comenzó a modificarse lentamente hacia finales de la década
de los ’60, después de los disturbios de Stonewall, en un camino marcado por avances y
retrocesos y que llegó a nuestra región con varios años de demora.
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Esta modificación no fue homogénea y estuvo condicionada por la adscripción a la clase social, la
edad e incluso el lugar de residencia de las personas que no adherían a los cánones
heteronormativos hegemónicos. Los incipientes cambios permitieron cuestionar la “naturalidad”
del silenciamiento referido y comenzaron a observarse interpelaciones existenciales como las de
Eribon, quien señala que
“la cuestión del decir es crucial en la experiencia de los gays y las lesbianas. ¿Hay que revelar
que se es homosexual? ¿Cuándo hacerlo? El problema reside siempre en saber a qué personas
es aconsejable decírselo. Esa posibilidad de hablar la ofrece, en primer lugar, el encuentro con
otros homosexuales.” (2001: 79-80).
Como puede observarse, se trata de una discusión ética que instala la sexualidad como una
instancia identitaria, en la que una de las características de la persona, en este caso su
orientación sexual, se constituye como excluyente en el proceso de asunción o adjudicación de
comportamientos. Salir del tipo de vida (Giddens, 1992) que obligaba a lo secreto y, en tanto tal,
a lo encerrado en algún lugar al que, con tanta claridad, Eribon identifica como un placard social
(2014: 23) se transforma, entonces, en un desafío que tarde o temprano debe enfrentarse. Con
esta idea de “placard social”, el autor resignifica la idea excluyente de salida del armario como
asunción pública de identidad sexual, donde el armario operaría como una metáfora que da
cuenta del adentro/afuera de la privacidad (Sedgwick, op. cit.). Esta salida implica, de algún
modo, un aprendizaje de otros procesos emancipadores previos como los del feminismo, un
ejercicio de ruptura con el mandato del silencio y, sobre todo, un ejercicio de forzar la apertura
de la cripta para no transferir indefinidamente el fantasma de lo innombrable.
Si bien se trata de un acto liberador de la opresión vivida, las salida suelen implicar un triple
aspecto a atender en el vínculo con la persona frente a la cual se sale: el temor a la eventualidad
de ser rechazado por la orientación genérica no heterosexual; un reclamo del interlocutor quien
puede interpretar haber sido “engañado previamente” por una mentira sobre la orientación
sexual, desconociendo de este modo el peso que la estructura social implica sobre quien sostiene
el secreto y, por último, lo que Sedgwick (1990) identifica como el privilegio de lo desconocido
(the privilege of unknowing): la facultad que se arroga el interlocutor de no querer saber, un
privilegio que no tienen las personas homosexuales a quienes en ocasiones se recrimina por
haber informado su orientación sexual en lugar de sostener el secreto. Este proceso de
visibilización se enmarca en un contexto social más amplio, que implica que en la actualidad nos
encontremos con lo que autores como Ana María Fernández han dado en llamar un “estallido de
visibilización” (2012: 118).
Los actos de visibilización a los que nos estamos refiriendo requieren de una serie de
aclaraciones: en primer lugar, hay que reforzar que la decisión tanto de invisibilizar como de
visibilizar nunca se da en un marco de libertad; tanto una como otra son acciones que se
desarrollan en condiciones determinantes caracterizadas por discursos y prácticas que tuvieron
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dos características centrales: por una parte, la de hacer pensar que los sujetos que no
comulgaban con la pretendida heteronormatividad hegemónica eran enfermos o, como se decía
9
popularmente, “fallados”, “un desperdicio” . Pero, por otra parte, la característica más importante
aún –más importante y más perversa– consiste en que también se construyó un discurso por
medio del cual se dejaba en los sujetos individuales la supuesta decisión de no haber explicitado
su orientación, de construir un secreto. Los estudios de los secretos, especialmente el análisis
sociológico de estos, se transforman en una contribución teórica insoslayable a la hora de
10
entender aquello a lo que nos estamos refiriendo .
Por otro lado, también es importante recordar que estos actos de visibilización no son instancias
individuales: en un escenario como el descripto, son verdaderos actos políticos que confirman
que a los estudios sobre la sexualidad les corresponde ese aspecto. Subrayamos este rasgo, el
político, para correr de la trama semántica de la naturalización o de la biologización la idea de los
géneros –así, en plural- que, además, claramente rompen con el binarismo que intentó imponer
el heteropatriarcado. Tanto es así que, aun cuando podemos identificar las prácticas de
visibilización como autónomas o heterónomas, siempre requieren de otro frente al que se
realizan y de un escenario en donde realizarse. Decimos que una práctica de visibilización es
autónoma cuando es el propio sujeto, individual o colectivo, el que la lleva adelante: busca
instalar el tema en la agenda (agenda del orden que sea: familiar, institucional, político, etc.) para
que el silenciamiento otrora requerido mute en conquista de derechos, en mejoras en su vida
cotidiana, en evitar el silenciamiento. En cambio, una práctica de visibilización es heterónoma
cuando un tercero instala el tema, sin que necesariamente el sujeto decida al respecto. La
inclusión en la agenda pública de aspectos vinculados con la diversidad sexual está cargada de
ejemplos de ello: la irrupción del VIH-Sida en los ’80, por ejemplo, hizo que el tema se instalara,
aunque de una manera que en un primer momento no fue exactamente un avance. Los discursos
sobre la “peste rosa”, el “cáncer gay” o el “castigo divino”, que se expandieron como reguero de
pólvora en un escenario internacional caracterizado por regímenes conservadores, junto al temor
ante lo desconocido, no hicieron más que consolidar los prejuicios que laboriosamente se habían
instalado durante décadas de descrédito de todo aquello que se alejara de la heteronormatividad.
Algunas breves reflexiones finales
A esta altura del desarrollo de los estudios de género queda claro que la cuestión sexual es
cuestión social. Y lo es básicamente porque el reconocimiento de un determinado ejercicio
9
Es interesante marcar cómo este comentario insultivo es empleado con matiz de elogio en su uso cotidiano. Decir que
una persona gay es “un desperdicio”, algo que no tiene otra significación más que basura, intenta ser presentado como un
halago para el que lo recibe, quien además debería estar agradecido de semejante lisonja.
10
El libro Acerca del secreto. Contribución a una sociología de la autoridad y el compromiso de Claude Giraud es un
importante aporte en la perspectiva señalada, especialmente al considerar que “no hay secreto sin una puesta en escena
social, sin creación y activación de un lazo entre individuos que descansan en una clausura más o menos permeable de
informaciones” (2007:27)
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sexual se impuso principalmente por requerimiento de garantizar la producción industrial. Es
entonces cuando se instala con fuerza la preocupación del poder por garantizar la reproducción
de la población para asegurar la producción de las mercancías. Antes, la sexualidad era un
aspecto que no tenía la centralidad que tuvo tiempo después. De hecho, hasta el siglo XVII, del
sexo se hablaba sin subterfugios. Esto se modificó drásticamente con el ascenso de la burguesía
victoriana, momento en el cual la sexualidad “es cuidadosamente encerrada (…) en la única
sexualidad reconocida: la alcoba de los padres” (Miranda, 2011: 13). Esta “sexualidad burguesa”
comenzó a presentar modificaciones en su estructuración hacia fines del siglo XIX, cuando
empezó a correrse la vinculación de la sexualidad con la fe hacia la vinculación de aquella con el
discurso médico, construyéndose incluso “una historia de la sexualidad desde el biopoder” (ibíd).
Queda claro entonces: cuando hablamos de sexualidad no nos referimos a aspectos biológicos,
sino a cuestiones culturales, políticas y, principalmente, económicas.
A medida que los desarrollos tecnológicos declaraban prescindible el intercambio sexual para
asegurar la supervivencia de la especie (de la especie que producía), se comenzaron a detectar
“casualmente” una lasitud en la valoración moral de las prácticas sexuales. Claro que las
consecuencias de siglos de conformación de una moral retrógrada, culpabilizadora y
estigmatizadora hacia todo lo que se apartara de la heterosexualidad había tallado hondo en
múltiples actores. Si bien las modificaciones sociopolíticas y en los regímenes de mirada en torno
de todas aquellas sexualidades no heterosexuales y/o reproductivas se fueron dando a lo largo
del tiempo, el camino transitado para efectivizarlo y para revertir la violencia construida y
ejercida contra la población LGBTI no está acabado ni exento de avances y retrocesos. Es obvio
que los “adelantos” sociales en las perspectivas sobre diversidad sexual no implicaron una
eliminación de miradas negativas o de diversas formas de estigmatización. En este sentido, la
identificación de la homofobia como “último prejuicio aceptable” que hace Byrne Fone (2000)
evidencia la coexistencia de diferentes posicionamientos, una suerte de convivencia
paradigmática donde las perspectivas (y especialmente los valores) sobre la diversidad sexual
lejos están de haber desaparecido. Un aire de corrección política discursiva sobre la diversidad
sexual parece haberse impuesto, sin que haya eliminado de las miradas estigmatizadoras y
prejuiciosas sobre las orientaciones sexo-genéricas no hegemónicas. Se trata de un pseudo
republicanismo genérico que hoy “acepta” la diversidad aunque sin haber reparado el daño
causado poco tiempo atrás, incluso por parte de varios de los que hoy se erigen como defensores
permanentes de la diversidad sexual. El ejemplo más paradigmático de este fenómeno se observa
en las agrupaciones políticas, que hoy se jactan de sus ramas de la diversidad, pero que pocas
décadas atrás expulsaron de sus plazas o acusaron de padecer enfermedades capitalistas a los
militantes que no adherían a la heterosexualidad obligatoria. Hoy la “tolerancia” y la “aceptación”
de aquellas prácticas sexuales que se expresan por fuera de la heteronormatividad
reproductivista y patriarcal -un requerimiento del mercado político- y su consecuencia, el inicio
de un proceso de respeto y conquista de derechos antes vulnerados, no dejan de ser un avance.
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Los cientistas sociales tenemos también que asumir nuestro rol -y nuestra responsabilidad- en el
proceso de mayor visibilización de las diversidades así como en el anterior silenciamiento. Es
necesario reconocer que estamos transitando un camino al que le queda mucho trayecto y que,
como sostiene Pecheny, “estamos en medio de un proceso saludable en una academia que, mal
que mal, ya ha reconocido sus títulos de ciudadanía a las sexualidades y a los sujetos sexuales
emergentes” (2008: 15). Por eso, su propuesta cobra especial importancia: la de “hablar desde el
lugar de sujetos capaces de palabra, de acción, no de victimas” (ibíd) lo que llevaría a conseguir
una ciudadanía sexual que aporta a la politización de la sexualidad.
Si, como sostiene Reyes Mate, lo marginal se convierte en un observatorio privilegiado de un
proceso en su conjunto, es dable considerar que “en vez de subsumir lo particular en el todo,
[hay que] juzgar el todo desde lo particular” (2006: 266). Esto trae consigo una consecuencia
fundamental: la discriminación, el silenciamiento, el requerimiento de discreción, la complicidad
ante el maltrato y todas las características a las que nos hemos referido a lo largo de este artículo
para dar cuenta de la cuestión de la diversidad, podrían (deberían) ser analizadas como una
muestra de una enorme porción de la sociedad argentina, que naturaliza(¿ba?) estos hechos
discriminatorios y violatorios de derechos. Una suerte de comprobación de que la sociedad
mayoritariamente se presentaba como intolerante ante aquello que se apartaba de la norma, de
lo establecido, de lo impuesto o incluso de lo imaginado como deseable y que excedía a la
orientación sexo-genérica. Por supuesto que los cambios que se observaron en los últimos años -
siempre de acuerdo con el postulado de Reyes Mate- también pueden leerse en la misma clave:
como el signo de un inicial proceso de modificación de dichos criterios. Sin ser demasiado
optimistas sobre la invariabilidad del camino transitado, deberemos estar atentos a cómo se
desarrollan los hechos.
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Cita recomendada
Walter Giribuela (2018): « Cuestión social y diversidad sexual. Aproximaciones iniciales al análisis
de la orientación sexo-genérica disidente como emergente de la cuestión social» [artículo en
línea]. Conciencia Social. Revista digital de Trabajo Social. Vol. 2, Nro. 3. Carrera de Licenciatura
en Trabajo Social. Facultad de Ciencias Sociales. UNC. pp. 57-73 [Fecha de consulta: dd/mm/aa].
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/ConCienciaSocial/article/view/21588
ISSN 2591-5339
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Sobre el autor
Walter Giribuela
Argentino. Doctor en Ciencias Sociales y Humanas. Lic. en Trabajo Social. Profesor Asociado de
la División Trabajo Social del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de
Lujan. Profesor responsable de la asignatura Trabajo Social II y del Seminario Diversidades
sexuales e historias de vida. Investigador (Universidad Nacional de Luján y Universidad Nacional
de General Sarmiento). Correo electrónico: [email protected]
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