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Tratado de Pneumatología

Este documento presenta una introducción al tratado de pneumatología, o sobre el Espíritu Santo. Explica que aunque el término "Espíritu Santo" no aparece explícitamente en el Antiguo Testamento, su presencia está implícita desde la creación. Luego analiza los fundamentos bíblicos del Espíritu Santo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Finalmente, resume los principales desarrollos patrísticos y conciliares que definieron la doctrina del Espíritu Santo, como
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Tratado de Pneumatología

Este documento presenta una introducción al tratado de pneumatología, o sobre el Espíritu Santo. Explica que aunque el término "Espíritu Santo" no aparece explícitamente en el Antiguo Testamento, su presencia está implícita desde la creación. Luego analiza los fundamentos bíblicos del Espíritu Santo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Finalmente, resume los principales desarrollos patrísticos y conciliares que definieron la doctrina del Espíritu Santo, como
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Tratado de Pneumatología

Introducción

El tratado de pneumatología remite a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es


decir, al Espíritu Santo; podría decirse, terminológicamente conocido por todo el
mundo católico pero desconocido a nivel individual: su personalidad, misión, función y
misma adoración y gloria que recibe junto a las otras dos divinas personas.

Es necesario tener presente también que al hablar del Espíritu Santo no debemos
desligarlo de las personas del Padre y del Hijo, ya que el misterio es un solo que se
entiende a la luz del plan salvífico trazado por el Padre y de la encarnación del Hijo
para la redención de la humanidad, el cual, una vez resucita envía al Espíritu santo
como señor y dador de vida, para que todos tengan vida y esa vida sea en abundancia,
así como para que bauticen a todas las naciones.

Básicamente, el desarrollo de la teología y doctrina sobre el Espíritu Santo se ha


venido desarrollando de manera amplia a partir de los últimos siglos, especialmente
del XIX hasta el XX con el Concilio Vaticano II. No es que previamente al siglo XIX no se
haya expuesto la persona del Espíritu Santo, de hecho, dentro de los primeros tiempos
de la Iglesia (siglo IV) hubo intervenciones y pronunciamientos conciliares sobre la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad, hechos que serán abordados más adelante.

Inicialmente, abordaré la Persona del Espíritu Santo a partir de la Sagrada Escritura,


ya que la fundamentación bíblica es fuente de revelación y parte constitutiva del
depósito de la fe, hecho que hace partir de un pilar sustancial para desarrollar a la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Fundamentación Bíblica

En el Antiguo Testamento no se halla la palabra “Espíritu Santo”, explícitamente no se


encuentra dentro de ninguno de los 46 libros de este testamento. Esto no significa que
su Persona no estuviera presente desde siempre, incluyendo el momento de la
creación. En el Antiguo Testamento se entiende la palabra Espíritu Santo a la luz del
concepto hebreo ruah el cual posteriormente muta o desemboca en pneuma.
Ocupándonos propiamente del término hebreo Ruah, es polisémico y en ocasiones uno
de los significados se superpone a otro distinto o complementario. No obstante, cabe
señalar algunas acepciones más significativas: primero, el sentido físico: de acuerdo
con la etimología, en ocasiones «espíritu» (ruah) tiene un sentido puramente físico: es
el aire o el viento que mueve, sopla, agita, arrasa. Segundo, sentido vital: otras veces,
«espíritu» tiene claros acentos biológicos: es el hálito, la respiración; de forma que,
cuando se interrumpe, sobreviene la muerte. Tercero, sentido espiritual: asimismo,
ruah tiene una acepción anímica o espiritual. Indica cierta contraposición entre
materia y espíritu. En este sentido, significa el elemento vital del hombre, o sea, el
alma, finalmente, cuarto, Sentido divino: pero también abundan los textos en los que
se subraya que el «espíritu» es a modo de un exponente constitutivo de Dios: es el
«espíritu de Yahvé», el «espíritu de Dios», el «santo espíritu» o, simplemente, el
«espíritu», con o sin pronombre que le preceda («el espíritu») (Medina, 213).

El último sentido –el espiritual- es que corresponde o atañe propiamente a la


determinación de espíritu desde la simbología y connotación religiosa cristiana, es el
sentido que compromete al alma como elemento vital que dinamiza al hombre
integralmente, en todas sus facultades: volitiva, sensitiva y racional. En virtud de ello,
el libro del Génesis da apertura mencionando la presencia del espíritu de Dios que
aleteaba sobre las aguas (Gn 1, 2) y es a partir de este evento de la creación que el
espíritu habita todo lo creado incluyendo al hombre incluso en la caída y separación o
distanciamiento que se origina a partir de esa primera ruptura producida por el
hombre (Gn 6, 3). Dios permanece fiel frente al hombre porque esa es su naturaleza.
Aunque el hombre le sea infiel Él permanece fiel ya que no puede negarse Él mismo
(2Tm 2, 13).

Antiguo Testamento = el Espíritu de Dios

En el Antiguo Testamento la referencia al Espíritu Santo se hace por medio de la


palabra espíritu de Dios o ruah Elohim. Y es evidente su participación dentro de los
relatos bíblicos del A.T. El espíritu de Dios en la actividad creadora (Gn 1, 2), como
autor de la sabiduría de José (Gn 41, 38), como principio de todo conocimiento (Ex 31,
3), como agente capacitador con dones especiales (Ex 35, 31), como instrumento
capacitador para profetizar (Nm 24, 2).

Desde la creación el espíritu se identifica con Dios y es Dios, su fuerza dinamizadora


da aliento a la creación y una vez todo está constituido sigue actuando como espíritu
de Yahvé hasta llegar a los profetas a quienes capacita para ser anunciadores de la
palabra de Dios.

Nuevo Testamento = Espíritu Santo

Dentro del Nuevo Testamento ya podemos hablar propiamente de Espíritu Santo, se


llega al término luego de atravesar un proceso de progresiva personalización. El
término ruah muta a pneuma, el término hebreo se heleniza, desembocando en
espíritu dentro de una noción más concreta referida a la Tercera Persona de la
Trinidad. Si bien no deja de ser polisémico ya que deviene del hebreo que varía en
acepciones, las cuales ya mencionamos, ahora habrá una referenciación al espíritu más
definida: espíritu de la verdad, espíritu del Señor, espíritu del Padre. Incluso se
introduce el concepto Paracletos el cual viene a significar “el que está al lado de…”.
Este último término que claramente remite al Espíritu con mayúscula cobra gran
importancia, dado que “Paráclito” es una palabra de la literatura joánica. Designa, no la
naturaleza, sino la función de alguien: el que es “llamado al lado de” (para-kaleo;
ad-vocatus) desempeña el papel activo de asistente, de abogado, de apoyo (el sentido
de “consolador” deriva de una falsa etimología y no está atestiguado en el NT). Esta
función corresponde a Jesucristo, que en el cielo es “nuestro abogado cerca del Padre”,
intercediendo por los pecadores (1Jn 2,1), y acá en la tierra al Espíritu Santo que
actualiza la presencia de Jesús, siendo para los creyentes el revelador y el defensor de
Jesús (Jn 14, 16s.26s; 15,26s; 16,7-11.13ss) (Leon, X. 2001).

Los siguientes son algunos textos bíblicos dentro del Nuevo Testamento que de
manera explícita manifiestan al Espíritu Santo en su Persona y obrar: Mt 3,16-17 el
Bautismo de Jesús; Lc 1, 35 la Anunciación; Jn 16,7-8 el envío del Abogado; Mt 17,1-8
la transfiguración en el monte Tabor; Jn 15,26 la procedencia del Padre; Mt 28,19-20 el
Envío hecho por Jesús a los Apóstoles después de su resurrección; Ga 4, 4-6 Cuando se
habla del Mesías "nacido de mujer"; 2Co 13, 13 La despedida final de la segunda carta
de san Pablo a los Corintios; Lc 12,11-12 El Espíritu Santo os enseñará lo que habéis
de decir; Rm 8, 10-11 Cuando se afirma que el Espíritu resucitó a Jesús de entre los
muertos; Jn 14,26 Es el Espíritu que "el Padre enviará en mi nombre"; Jn 14,16 yo
pediré al Padre y os enviará otro Paráclito; 1Ts 1 ,1-6 el Saludo de Pablo en la primera
carta a los Tesalonicenses; Ga 4, 4-6 el Relato del hecho de la Encarnación en la carta a
los Gálatas.

- Desarrollo patrístico del tratado (Enunciados de los Primeros Concilios


Ecuménicos)

Dentro de la Iglesia universal hubo grandes aportes por padres de la Iglesia, concilios
y sínodos que solidificaron la Persona y doctrina sobre el Espíritu Santo, algunos de
ellos fueron los siguientes junto a sus obras: San Basilio —El Espíritu Santo—, San
Gregorio de Nisa —Spiritu Sancto adversus pneûma tomachos macedonianos—, San
Cirirlo de Jerusalén —Chatechesis XVI-XVII: El Espíritu Santo—, San Hilario —La
Trinidad—, San Ambrosio —El Espíritu Santo—, San Agustín –De Trinitate–. En lo
concerniente a concilios, de gran importancia fueron los de Nicea y Constantinopla,
con este último se dan los cimientos de la consustancialidad del Espíritu Santo, así
como el desarrollo de su Persona.

El símbolo niceno-constantinopolitano, profesión oficial de fe del segundo concilio


ecuménico de Constantinopla (381), que apareció con motivo de la lucha contra el
arrianismo y el macedonianismo, recalca, al mismo tiempo que la divinidad del Hijo,
también la divinidad del Espíritu Santo; Dz 86. Un sínodo romano, que tuvo lugar bajo
el pontificado del papa San Dámaso (382), ofrece una condenación colectiva de los
errores antitrinitarios de la antigüedad, sobre todo del macedonianismo; Dz 58-82. El
símbolo Quicumque (atanasiano), que no fue compuesto por San Atanasio, sino por un
autor latino desconocido, del siglo V-VI, contiene de forma clara y bien estructurada
una síntesis de la doctrina de la Iglesia sobre la Trinidad y la encarnación. Frente al
sabelianismo, pone bien de manifiesto la trinidad de Personas; y frente al triteísmo, la
unidad numérica de la esencia divina; Dz 39s. La formulación más perfecta de la
doctrina trinitaria en la época patrística la constituye el símbolo del concilio XI de
Toledo (675), que está compuesto, a manera de mosaico, de textos de padres (sobre
todo de San Agustín, San Fulgencio, San Isidoro de Sevilla) y de sínodos anteriores
(principalmente del concilio vi de Toledo, celebrado el año 638) ; Dz 275-281. En la
edad media, son de importancia el concilio IV de Letrán (1215), que condenó el error
triteísta de Joaquín de Fiore (Dz 428 ss), y el concilio de Florencia, que en el Decretum
pro lacobitis (1441) presentó un compendio de la doctrina sobre la Trinidad, el cual
puede considerarse como meta final de la evolución del dogma (Dz 703 ss). (Mercaba,
1).

- Desarrollo histórico del tratado: Grandes debates y definiciones Magisteriales

Los grandes debates y definiciones magisteriales en torno al Espíritu Santo tuvieron


lugar dentro de los primeros siglos de la historia de la Iglesia visible, durante los
primeros concilios donde acontecieron sistemas de pensamiento alternativos a la
ortodoxia, que fueron vistos de parte de la jerarquía de la Iglesia, Padres de la Iglesia y
miembros de la misma como doctrinas que alteaban la verdad de fe y la verdadera
figura del Espíritu Santo.

Tres fueron las herejías nucleares dentro del desarrollo y definición de la Persona del
Espíritu Santo, la primera fue el Modalismo-Sabelianismo. Esta herejía sostenía que en
el ser de Dios se producían tres modos o maneras con las cuales se manifestaba, es
decir, se reducía y negaba la plena consustancialidad de la Trinidad. A esta herejía
responde el Concilio de Nicea proclamando la absoluta consubstancialidad del Padre
con el Hijo y del Espíritu Santo con ellos. La segunda herejía es la producida por los
Pneumatólogos-Macedonianismo, esta herejía negaba la divinidad del Espíritu Santo
reduciéndolo a un ser creado aparecido en la historia y producido por el Padre.
Responde a estas afirmaciones el concilio de Constantinopla, el cual por medio de las
procesiones consolida la fe en el Espíritu Santo como procedente del Padre y del Hijo
con quienes goza de una misma adoración y gloria. Finalmente, la de los
Pneumatólogos exaltados, principalmente bajo la figura de Joaquín de Fiore como
representante magno, quien a partir de la interpretación del capítulo 20 del libro del
Apocalipsis sostuvo y predicó que dentro de la Trinidad existen edades y por ende
actuaciones independientes, la del Padre con la creación, la del Hijo desde el
nacimiento hasta el Misterio Pascual y a del Espíritu Santo que sería la misma, herejía
conocida como el milenarismo. Responde a esta herejía el Concilio IV de Letrán
diciendo que la fe es la que cree la Iglesia es una, como uno solo y verdadero es Dios,
Trino en Persona pero uno en su esencia-sustancia.

La Cuestión del Filioque

Fue una cuestión de orden teológico y político al interior de la Iglesia universal.


Filioque traduce (y del Hijo), es decir, fue un agregado al concilio
niceno-constantinopolitano que inicio siendo distribuido de manera no magisterial
dentro de los diálogos entre la iglesia ubicada dentro del territorio occidental.

Está pequeña partícula gramatical se difundió de manera tan amplia que llegó hasta el
clero oriental, los cuales tomaron a mal que en occidente se hablara y acuñara la
partícula filioque que a su manera no estaba bien considerada para referirla al Espíritu
Santo.

Para los orientales el Espíritu Santo procede por el Hijo, para los occidentales el
Espíritu Santo procede y del Hijo. Estas nociones se trasladaron tan alto que
desembocaron en un sisma producido en el año 1054 donde católicos orientales y
occidentales se dividen territorialmente, sucede una excomulgación mutua entre los
dos grandes jerarcas de uno y otro lado y así continua hasta nuestros días.

La división se dice territorial ya que sacramentalmente y en todos los demás aspectos


la funcionalidad de la Iglesia tanto de oriente como de occidente es la misma,
exceptuando el filioque.

- Temas contemporáneos del tratado: Concilio Vaticano II, debates teológicos


abiertos, relación con temas ecuménicos.

Todo el Concilio Vaticano II se encuentra impregnado tanto en mención como en su


esencia de la Persona del Espíritu Santo, sin embargo, en ninguno de sus documentos
se le dedica particularmente un apartado estrictamente a la decisión o doctrina sobre
la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Rescato, a manera personal dos citas que
sirven para iluminar la gran influencia del Espíritu Santo dentro de la Iglesia actual, el
primero, de la Dei Verbum en la cual se expone la revelación de Dios Padre por medio
de Jesucristo en el Espíritu Santo (DV 2) y además, la figura del Espíritu Santo en el
Depositum Fidei. (DV 9).

En lo concerniente a la relación con temas ecuménicos, el Espíritu Santo compone


también la tradición de las demás iglesias y confesiones dentro del Cristianismo. Cabe
aclarar que el diálogo ecuménico se da propiamente con las iglesias históricas, es
decir, con aquellas derivadas de la reforma luterana y que por su misma constitución
antiquísima merecen espacio de diálogo. En cuestión alterna se encuentra el diálogo
con el pentecostalismo y neopentecostalismo, los cuales, a su vez, son derivados de
algunas de las iglesias históricas, hecho que hace que se discuta si se debe también
hablar y llamar al diálogo ecuménico a estas denominaciones.

Los esfuerzos son grandes en lo que corresponde a la unidad de los cristianos, tanto Ut
Unum Sint como Unitatis redintegratio son apuestas por esta cercanía que solo se
puede dar dentro del diálogo, no bajo el prisma de “es más lo que nos une que lo que
nos separa”, sino desde el reconocimiento de las riquezas que cada denominación e
iglesia puede aportar para dicha unidad.

Por: Farud Ignacio Bríñez Villanueva

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Parte Segunda, Dios Trino en Personas. Sección primera, Formulación Dogmática y
Fundamento Positivo del Dogma Trinitario. Capítulo primero: Herejías
Antitrinitarias y Declaraciones de la Iglesia.
Parte Segunda, Dios Trino en Personas. Sección primera. Formulación Dogmática y
Fundamento Positivo del Dogma Trinitario. Capítulo primero, Herejías Antitrinitarias y
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Valdenses,etc.
Tomado de:
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