Geopolitica Del Cannabis
Geopolitica Del Cannabis
EDITORIAL
Por origen político e inclinación personal, Horacio Rodríguez Larreta viene huyendo metódicamente de los grandes debates
ideológicos para concentrarse en la gestión concreta de las personas y las cosas. Últimamente, sin embargo, la conveniencia
táctica lo había llevado a asumir posiciones más duras, como las que exhibió en la discusión por las vallas frente al edificio
de Cristina, la denuncia penal contra funcionarios nacionales por el fallo de la Corte o los reclamos docentes. Cuentan sus
íntimos que cuando se enteró del intento de atentado contra la ex presidenta su primera reacción fue visitarla en su
departamento de Recoleta. Son reflejos, reacciones del momento que se concretan rápido. En lugar de eso escribió un tuit de
ocasión y se sentó a esperar. Terminó criticando a Alberto por declarar el feriado.
La semana pasada Rodríguez Larreta lanzó formalmente su candidatura presidencial con un nítido mensaje anti-
polarización: los que se benefician con la grieta –dijo– son unos estafadores (y no cuesta imaginar las discusiones de su
equipo antes de dar con la palabra correcta: ladrones, tramposos, inmorales… estafadores). Si logra sostener esta línea
argumental durante el resto de la campaña, estará ofreciendo una propuesta que sintoniza con su personalidad y su
trayectoria. Prototípica paloma en la eterna guerra de plumajes de la oposición, sus momentos de halconización lo habían
puesto en un lugar exótico.
No será fácil, porque la grieta no es una creación artificial de un grupo de dirigentes egoístas sino una realidad social
concreta –en palabras de Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez, la ley de gravedad de la política contemporánea– (1), de
modo que la tarea de cerrarla es titánica: implica dialogar con el otro, ceder posiciones y, sobre todo, enfrentarse a los
propios. La reacción de Macri, que al día siguiente del lanzamiento se reunió con Bullrich, es en este sentido ilustrativa. Y
también lo es la estrategia de Javier Milei, que será rústico pero no es tonto y que eligió al jefe de gobierno porteño, más que
al kirchnerismo o la izquierda, como objeto principal de sus críticas.
Por otro lado, ¿será esto lo que busca el electorado opositor? Las encuestas resultan contradictorias: muestran un rechazo
social a la polarización y al mismo tiempo el crecimiento de los ultras, sobre todo en el universo de la derecha. Como
explica Ernesto Semán (2), la polarización es asimétrica: el espacio opositor se ha radicalizado en mucha mayor medida que
el universo peronista, que desde el fin del gobierno de Cristina, por el contrario, se modera (que esa moderación haya dado
pésimos resultados económicos es otra historia, que merece un análisis aparte).
El fenómeno excede a Argentina. El progresismo se entibia en todos lados. Así como Alberto es más moderado que Cristina,
Luis Arce es más moderado que Evo Morales, el Lula de hoy es más moderado que el de hace una década y Joe Biden es
más moderado que Barack Obama. En general, los progresismos asumen posiciones menos confrontativas precisamente
porque la derecha se mueve al extremo. Es un hecho que los candidatos a presidente de derecha (en Brasil, Estados Unidos,
Bolivia, Chile, Colombia…) se parecen más a Bullrich que a Rodríguez Larreta, que debe lidiar no sólo con la competencia
interna sino también con la externa, con un Milei en peligroso ascenso (el giro al centro de los progresismos se explica en
parte porque no surgió una alternativa equivalente que dispute su lugar por izquierda: no hay un Milei peronista). La
pregunta entonces sería si el votante opositor quiere terminar con la grieta o quiere terminar… con el peronismo.
Rodríguez Larreta es un liberal-pragmático en un contexto de reemergencia de las ideologías. Se ha escrito mucho sobre el
tema: la actual etapa histórica, signada por el fin de la hegemonía estadounidense y de la ilusión de un orden liberal
planetario, dio paso a una era caracterizada por la negación del otro, la confrontación y los gritos (la notable serie sobre
Roger Ailes, el creador de Fox News, se llama precisamente “The Loudest Voice”, la voz más alta). Con la fe globalista en
retroceso, la pandemia y la guerra en Ucrania terminaron de crear el espacio para una guerra cultural abierta, un choque de
civilizaciones, por citar el título del viejo libro de Samuel Huntington; una época de “valores fuertes” y de reacción
conservadora frente a los avances progresistas en materia de género, diversidad y pluralismo.
Cada país tramita esta intensidad a su modo. El hinduismo anti-musulmán de Narendra Modi, el giro identitario israelí, la
impronta evangélica de la derecha bolsonarista o el fenómeno trumpista son ejemplos particularmente extremos. En otros
lugares, los rayos llegan atenuados por el filtro UV de la cultura política, la historia y la conciliación de las elites. Pero
llegan. La creciente polarización en países como Colombia, Chile y Brasil revela que América Latina no es ajena a este
fenómeno.
Hay que remontarse al origen del neoliberalismo en los 80 para encontrar un momento de semejante intensidad histórica. En
aquellos años, bajo la apariencia de una disputa entre modelos económicos se escondía una confrontación político-filosófica
más profunda entre formas opuestas de concebir a las personas, al Estado y a la historia. La derrota de la izquierda fue
absoluta, y la hegemonía neoliberal se impuso, por unos años, como el sentido común del momento: cuando le preguntaron a
Margaret Thatcher cuál había sido su mayor triunfo, respondió… Tony Blair (una izquierda plegada a sus coordenadas
ideológicas). La batalla era diferente pero no menos cruenta que la actual. Recordemos, por ejemplo, “Margaret on the
guillotine”, la canción de Morrisey, maestro de la provocación poética, incluida en Viva Hate, su disco solista de 1988, en
donde jugaba directamente con la idea de asesinar a Thatcher.
Nombres propios
En este contexto, el jefe de gobierno se encuentra frente a una disyuntiva. Puede asimilarse a este tiempo y empezar a tuitear
en mayúsculas, o puede intentar otro camino, el que insinuó en el lanzamiento de su candidatura y el que ya transitó con
éxito durante la pandemia, cuando en lugar de sumarse a los banderazos libertarios coordinó la gestión de la emergencia con
los gobiernos nacional y bonaerense, incluyendo frecuentes encuentros públicos con Alberto Fernández y Axel Kicillof: el
hecho de que la cara visible de esa aventura anti-grieta, su ministro de Salud Fernán Quirós, se haya convertido en el
funcionario más popular de su gabinete, a punto tal de lanzarse como candidato, sugiere la existencia de un público sensible
a este tipo de propuestas.
Para ello será necesario, en primer lugar, dejar de lado la espontaneidad planificada de una campaña que apenas ha
comenzado y ya luce excesivamente guionada. La cuidadosa difusión de su vida sentimental, la vestimenta informal, el surf
asistido: todo el verano larretista tocó una nota forzada. Y no es que esté mal comunicar la intimidad de un candidato,
incluso es necesario. El problema es que otros ya avanzaron por ese camino. Con Juliana y Antonia, Macri lo hizo. Y
Rodríguez Larreta no es un empresario de revista del jet-set sino un dirigente político clásico, casi diríamos un cuadro, hijo
de padre desarrollista, criado en las entrañas del peronismo, ex funcionario de Palito Ortega y del PAMI.
En cuanto a su mensaje, falta llenarlo de contenido, encarnarlo. Para que no quede en simple promesa, la apelación al
diálogo debe avanzar en definiciones más concretas. Como escribió Martín Rodríguez (3), la negociación es el triunfo de las
partes. “Si se habla de acuerdo, además hay que decir qué se está dispuesto a perder. El acuerdo que no rompe nada no es
acuerdo. El acuerdo que no incomoda no es acuerdo”. En su último libro (4), los sociólogos Gabriel Vommaro y Mariana
Gené sostienen que el fracaso del gobierno de Cambiemos se explica básicamente por la sobreestimación del efecto que
según estimaban produciría su mera llegada al poder y la paralela subestimación del “país real” que lo esperaba, una
“coalición de veto” integrada por sindicatos, movimientos sociales y actores territoriales que puso un límite al afán
reformista. Esa coalición sigue en pie y Rodríguez Larreta deberá lidiar con ella.
Pero antes tiene que explicar qué piensa hacer con Milei. Aunque hasta ahora ha omitido referirse al candidato libertario, en
algún momento tendrá que establecer una posición, decir algo. Por caso, ¿considera posible un entendimiento (como piensan
Bullrich y Macri) o constituye una frontera ética infranqueable? La experiencia internacional enseña que el límite a la
extrema derecha recae, más que en la izquierda, en la derecha tradicional, en los Rodríguez Larreta de este mundo, que
deben decidir si aceptan aliarse o incluso mimetizarse con los más radicales, como en Estados Unidos, España y Brasil, o si
tienden un cordón sanitario para aislarlos, como en Alemania y Francia.
La política argentina juega desde siempre con los nombres propios, incluso sutilmente. Muy de moda en los 70, el evitismo
consistía en oponer a Eva, supuestamente más popular y plebeya, a la figura del mismísimo Perón, más conservador y
pragmático. El vandorismo consistió en la idea de construir un peronismo pactista y sin el líder. Y el peronismo, se sabe,
puede ser menemista, duhaldista o kirchnerista, que a su vez se dividirá en nestorista o cristinista. Si Alberto nunca dejó
nacer el albertismo, hizo su aporte a la lengua política por vía de la operación semántica de transformar nombres propios en
verbos: se ocupó de manzurizar (limar de a poco) a cuanto dirigente asomaba la cabeza.
Así las cosas, Rodríguez Larreta corre el riesgo de albertizarse. En el amanecer de su campaña, que es el atardecer de su vida
política, debe decidir si sostiene la línea del diálogo o si se deja vencer por la tentación ultra. La moderación es un sueño
eterno. g
El panorama del mercado global de cannabis para uso medicinal y personal no escapa a la crisis desatada por la suba de tasas
de interés a nivel mundial. Tampoco lo ayuda la gran cantidad de controles e impedimentos para exportar flores secas y
productos manufacturados, la persistencia del mercado clandestino y la falta de avances regulatorios. Pese a todo, en los
pocos lugares donde ya es legal, la producción y la venta de marihuana crecen, al igual que la innovación en el rubro de
alimentos, bebidas y líquidos para vapeadores (además de los desarrollos, mucho más avanzados, de la industria
farmacéutica). También se incrementa la recaudación impositiva. El principal problema es la aparición de grandes jugadores
–principalmente empresas canadienses– que buscan marcar la cancha de las incipientes regulaciones en otros países,
mientras patentan semillas y procesos industriales, imponiendo así clásicas estrategias de acumulación capitalista.
El devenir de la empresa Curaleaf, una compañía especializada en cannabis con una red de dispensarios que opera en 17
estados norteamericanos, es un buen ejemplo de las dificultades financieras que actualmente enfrenta el sector. Curaleaf es la
empresa de cannabis con mayor capitalización de mercado: en 2020 sus acciones habían llegado a cotizar casi 8.000
millones de dólares, aunque hoy valen 2.620 millones. Como consecuencia de la pandemia y el fin del “dinero barato”, la
mayor parte de las 40 compañías más poderosas en el rubro del cannabis están perdiendo terreno y valor (1). El caso de la
compañía canadiense Canopy Growth también es llamativo: pasó de ser una nave insignia a nivel mundial a anunciar hace
dos semanas 800 despidos, el cierre de locales y el retiro de inversiones en otros países.
Mercados y regulaciones
Con la excepción de la experiencia pionera de los Países Bajos a fines de los años 70, cuando se toleró la venta de cannabis,
hachís y semillas sin regular su producción, el panorama mundial hasta hace poco tiempo mostraba una férrea prohibición.
Si bien las convenciones internacionales permiten el uso médico y científico de las sustancias controladas, recién en 1999
comenzaron los ensayos clínicos que culminaron en el primer fármaco producido en el Reino Unido: el Sativex.
Paralelamente, una serie de plebiscitos en estados norteamericanos y un litigio judicial en Canadá hicieron que el uso
terapéutico, medicinal y/o paliativo se hiciera cada vez más común, sentando las bases de la regulación del mercado adulto
en esos países.
Hoy, el estado norteamericano de California es el principal consumidor de cannabis legal para fines no médicos del mundo.
La regulación legal del uso adulto (utilización por parte de personas mayores de edad con fines recreativos) fue aprobada en
un plebiscito vinculante en 2016. Contempla la posibilidad de poseer hasta 28,5 gramos (una onza) en la vía pública, el
autocultivo de hasta 6 plantas y la venta en negocios con licencias. Las ventas “sujetas a impuestos”, es decir legales, fueron
de poco más de 400 millones de dólares en el primer trimestre de 2018, cuando entró en vigencia la medida. Y vienen
aumentando: en el tercer trimestre de 2022 superaron los 1.200 millones (2). Es decir, se triplicaron. El estado californiano
ha recaudado 4.400 millones en ingresos fiscales desde el comienzo de la legalización hasta noviembre pasado.
Sin embargo, la investigadora y activista consultada para esta nota, Mara Gordon, advierte que la industria legal del llamado
“cannabis recreativo” está en una carrera descendente. “A medida que los precios continúan cayendo, la calidad también
disminuye. Las empresas dedicadas a la producción para uso adulto no lograron generar una lealtad hacia sus dispensarios
por parte de los consumidores. Los fabricantes lanzan nuevos productos todo el tiempo para retener el corto período de
atención de los consumidores”, afirma Gordon. Aunque existen tiendas dedicadas a públicos más pudientes, no conforman el
grueso del mercado a conquistar.
La interacción entre el mercado recreativo y el medicinal es compleja. En California el uso terapéutico (medicinal) es legal
desde 1996. Al principio, con una indicación médica, la persona podía cultivar o designar a un “cuidador” para que le provea
el cannabis. Con el tiempo este modelo derivó en la instalación de dispensarios con un perfil claramente comercial. Es decir
que el mercado de cannabis para el uso adulto fue comiéndose al mercado del cannabis medicinal. Así lo explica Gordon:
“El consumidor recreativo promedio compra haciéndose las siguientes preguntas: ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué está a la venta?
¿Qué producto tiene el THC más alto? Comparemos eso con el mercado médico. Obtener una tarjeta médica (Green Card)
hoy es costoso y difícil para muchas personas que la necesitan y la mayoría de los dispensarios ya no tienen los productos
adecuados”.
Gordon describe, a modo de ejemplo, la historia de una paciente con cáncer de mama que pasó de pagar mensualmente 150
dólares a su “cuidador” a dejar 500 dólares por mes en un dispensario. Con el tiempo, la paciente bajó la dosis para moderar
el gasto, lo que empeoró su calidad de vida. “Las regulaciones que se han introducido en California tienen más que ver con
los impuestos, que generan dinero para el Estado a costa de las empresas y los consumidores de cannabis, que con la
seguridad de los productos”, advierte. La presión impositiva, agrega, deja afuera a quienes vienen cultivando en la ilegalidad
desde hace décadas, lo que sostiene en parte un “mercado gris” de producción (que no está en manos de redes narco sino de
cultivadores individuales), donde se genera el 80 por ciento de la marihuana que circula en California.
La puerta de atrás
La investigadora mexicana Zara Snapp fue parte de la Secretaría de la Comisión Global de Política de Drogas, donde militan
varios ex presidentes latinoamericanos que impulsan la despenalización. Al ser consultada sobre el impacto de las
regulaciones norteamericanas en la producción tradicional e ilegal de cannabis en su país, afirma: “Sin duda las regulaciones
afectaron. Hay comunidades que ya no pueden exportar a Estados Unidos. El tráfico, por otra parte, estaba mucho más
vinculado al crimen organizado, y ellos ya venían diversificando sus actividades. Hay algo más que ha sucedido en estos
años, yo diría en los últimos cinco o siete años: el surgimiento de un mercado local. El mercado doméstico en México ha
aumentado tanto que hay una demanda interna que antes no existía”. Por lo demás, como todavía muchos estados
norteamericanos no regularon legalmente la producción, el flujo de flores de México hacia Estados Unidos no se detuvo.
Mientras esto ocurre, y gracias al impulso en los tribunales del activismo cannábico mexicano, la Corte Suprema de Justicia
habilitó una vía legal para que las personas mayores de edad puedan, vía autorización administrativa, cultivar para sí
mismas. “El trámite dura seis meses”, aclara Snapp. Esta decisión llegó luego del vencimiento de varias prórrogas que le
concedió la Corte al Congreso para que sancione una norma regulatoria. “Actualmente estamos a la espera para ver si tienen
la voluntad política colectiva de aprobar una iniciativa en el Senado y la Cámara de Diputados. Siempre dicen que es un
tema pendiente”.
Las consecuencias de la llamada “guerra contra el narco” lanzada por el entonces presidente Felipe Calderón en 2006 están a
la vista –y también bajo tierra, en fosas comunes–. Consultada sobre este punto, la investigadora canadiense Dawn Marie
Paley explica: “Hay una sinergia muy fuerte entre el capitalismo y la guerra contra las drogas, y en México lo hemos visto
todavía con más vigor en el período neoliberal. La guerra contra las drogas es un pretexto muy fuerte para militarizar,
criminalizar y despojar. Pero a la larga los grandes ganadores de esa guerra no son narcotraficantes. Más bien son empresas
–desde maquiladoras hasta empresas extractivas– que se dedican a la explotación y el saqueo”.
El reconocimiento de los daños provocados por el prohibicionismo en Estados Unidos es seguido con atención en México.
Las primeras regulaciones para la producción y el uso de cannabis en los estados de Colorado y Washington, votadas en
2012, no contemplaban este enfoque reparatorio. La primera en tener en cuenta este aspecto fue California. “Es un
reconocimiento de que en el pasado las leyes se han aplicado de una forma discrecional y discriminatoria. Significa que el
Estado tiene la responsabilidad de eliminar antecedentes penales, excarcelar a personas encarceladas por formar parte del
mercado ilegal y crear programas de equidad social”, afirma Snapp.
La activista mexicana destaca lo hecho en Massachusetts, donde uno de los cinco comisionados del control de cannabis está
enfocado en la justicia social, así como la nueva regulación sancionada en Nueva York. Allí las primeras 100 licencias de
cultivo y comercialización irán a personas que fueron afectadas negativamente por la prohibición. De hecho, el primer
dispensario abierto pertenece a Housing Works, una ONG que provee servicios para personas con HIV, en situación de calle
y/o consumidoras de drogas. También se busca que la nueva industria cannábica se nutra primero de agricultores de cannabis
y otros cultivos o de personas afectadas con experiencia en comercio minorista, cualquiera sea el rubro.
Un estudio oficial de Canadá, donde el cannabis es legal desde 2018, muestra indicadores positivos en cuanto a la cuota de
mercado interno. El porcentaje de usuarios que acudieron al mercado legal pasó de 53% a 61% entre 2021 y 2022 (3). Claro
que estas mismas personas siguen recurriendo algunas veces al mercado clandestino para proveerse. La primera reacción de
los cultivadores tradicionales fue bajar el precio antes que incorporarse al mercado formal.
“El mercado clandestino parece ser más horizontal, al menos con más actores y beneficiarios involucrados. Se actúa bajo
una lógica capitalista, aunque a veces la producción queda en manos colectivas. En muchos casos hay una cuestión de
pobreza, abandono y criminalización por parte del Estado, en algunos países se buscan formas cooperativas de producción,
pero dejan a los productores y productoras librados a la suerte del libre mercado al momento de vender, y en otros se permite
el cultivo doméstico o vía clubes de cannabis, como ocurre en algunos lugares de España y en Uruguay, con socios y socias
que se proveen de cultivos colectivos sin fines de lucro. Son formas que escapan del modelo capitalista”, afirma Metaal.
El caso de Uruguay es distinto. Fue el primer país en regular la producción y el uso de cannabis, a fines de 2013, con un
modelo basado en el control estatal, con poca participación privada, en donde el capital financiero desempeña un papel
marginal. El secretario general de la Junta Nacional de Drogas, Daniel Radío, se muestra, sin embargo, cauteloso. “Yo nunca
fui muy optimista. Algunos creyeron que habían descubierto el oro de este siglo, pero el cannabis es una cosa diferente. Sí
genera un mercado nuevo, innovador, moviliza la economía y da fuentes de trabajo”, asegura. A nivel interno, la cuota de
mercado legal ronda el 41 por ciento si se toma en cuenta el uso compartido de cannabis de fuentes legales. El resto del
suministro proviene del “mercado gris” de flores uruguayas y menos del 10 por ciento es del “narcotráfico clásico” de
marihuana prensada traída de Paraguay.
Con los años, la amenaza de las casas centrales de los bancos de cerrar cuentas de las farmacias uruguayas que comercian
marihuana comenzó a ser superada, pero aún persiste. La prohibición de vender a no residentes cambiaría si se aprueba una
ley impulsada por el Frente Amplio, lo que haría crecer el mercado con el turismo.
En cuanto a la exportación, según Radío, el problema no son sólo los cupos y prohibiciones impuestas por la Junta
Internacional de Fiscalización Internacional de Estupefacientes de la ONU: “El principal obstáculo son las normas de buenas
prácticas de manufactura de Europa (GMP)”. A pesar de estas trabas, la información aportada para esta nota por el Instituto
de Regulación y Control del Cannabis de Uruguay (IRCCA) indica que en 2022 se exportaron un total de 2,2 toneladas de
flores para uso medicinal (con más del 1 por ciento de THC) por un precio de 4,4 millones de dólares a Alemania, Canadá y
Portugal. También se exportaron medicamentos a Argentina y Brasil, y flores de cáñamo (principalmente a Suiza pero
también a República Checa, Estados Unidos, Ecuador y Brasil). Estas últimas flores son las que se utilizan para fabricar
cigarrillos de CBD puro o mezclado con tabaco, comercializados en Europa, y como saborizante de bebidas.
1. companiesmarketcap.com
2. Datos del Departamento de Administración de Impuestos y Tarifas de California (CDTFA, por su sigla en inglés).
3. Resultados de la encuesta de 2022 sobre uso de cannabis del Ministerio de Salud de Canadá (Canadian Cannabis Survey).
La planta de cannabis acompaña a la humanidad desde tiempos prehistóricos. Originaria de Asia Central, fue utilizada no
solamente para cuestiones terapéuticas sino también como materia prima para la elaboración de productos derivados de sus
fibras y granos. Es probable que sea la especie vegetal con más usos que conozca el ser humano. Debido a su larga y
complicada historia de domesticación, hay una amplia gama de variaciones en sus características morfológicas, como el
hábito de crecimiento, la altura y el volumen de las plantas, el tamaño, forma y disposición de las hojas, y la ramificación de
sus tallos.
La importancia que se le otorga a cada una de sus partes, así como el método de cultivo, la selección de la genética y la
densidad de siembra, todo esto varía de acuerdo al uso buscado. Cuando el objetivo del cultivo es el uso medicinal o
terapéutico, el componente más importante es el órgano floral que contiene los denominados cannabinoides: los más
abundantes y estudiados son el CBD (cannabidiol) y el THC (tetrahidrocannabinol). En el caso de querer obtener fibras, la
parte relevante es el tallo; y si el objetivo es el uso alimenticio, lo que importa es la semilla.
La incipiente legalización del cannabis medicinal y terapéutico en varios países, entre ellos Argentina, al igual que la
reconsideración del potencial del cáñamo industrial (la diferencia entre cáñamo y cannabis es el nivel de THC), abren nuevas
oportunidades para la producción y los negocios. Este proceso comenzó a acelerarse cuando el cannabis, luego de varias
recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, fue retirado de la lista de sustancias peligrosas de la Convención
de Estupefacientes de Naciones Unidas y pasado a la lista de sustancias a las que se les reconocen propiedades terapéuticas.
Al mismo tiempo la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) aceptó
los derivados del cannabis para tratar enfermedades, a lo que le siguieron agencias de control de otros países. Junto a los
cambios en las normas internacionales, esto está cambiando rápidamente el estatus legal del cannabis e incorporándolo
progresivamente a los circuitos legales.
Actualmente 64 países cuentan con disposiciones o normativa para uso medicinal del cannabis, generando un mercado en
expansión a medida que la regulación va siendo más laxa. En la región, Uruguay y Colombia constituyen las referencias más
relevantes en materia de adecuación normativa y desarrollo productivo del cannabis legal. Estas dos experiencias cercanas
ofrecen lecciones relevantes para el desarrollo del sector en Argentina.
Las potencialidades son múltiples. Además del mercado medicinal y recreativo, hay otras oportunidades productivas
derivadas del cannabis, desde productos cosméticos y alimenticios con CBD (línea de productos llamados normalmente
edibles) a una industria en torno a las propiedades del cáñamo: textiles; fibras industriales; materiales de construcción;
celulosa para papel; y alimentos en base al grano de cáñamo, que cuenta con algunas ventajas: el cáñamo para uso industrial
utiliza una fracción del agua necesaria para cultivar el algodón y absorbe más dióxido de carbono por hectárea que otros
cultivos (1).
¿Cuál es el tamaño del mercado actual? Los datos son aproximados. De acuerdo a Naciones Unidas, la producción mundial
de cannabis de uso legal (con fines medicinales y otros usos no recreativos) pasó de 1,4 toneladas en el año 2000 a 9,3
toneladas en 2010 y, finalmente, a 650 toneladas en 2020. Los principales países productores son el Reino Unido, Canadá,
España, Israel, Australia y Colombia. Estas cifras provienen de los pedidos de autorización de cuotas e informes de uso que
presentan los países al organismo que controla el comercio internacional de las sustancias controladas y se rige por cuotas
para cada país. Y aunque las expectativas de crecimiento acelerado que hubo años atrás no se verificaron, lo que se reflejó en
la caída de valor de las acciones de las principales empresas cannábicas, la industria ha venido expandiéndose a ritmo
elevado, en particular en Estados Unidos. Según la consultora internacional Euromonitor, en América Latina la industria del
cannabis medicinal se expandió 27% en 2021 y se estima que crecerá un 91% anual en los próximos 5 años.
El cannabis en Argentina
En Argentina, Manuel Belgrano fue el primer líder en intentar promover el cultivo de cáñamo, cuyos usos industriales había
conocido en el exterior. Y aunque en los años 70 empresas textiles como Linera Bonaerense y Algodonera Flandria
utilizaban cáñamo para fabricar suelas de alpargatas y algunos productos para la construcción, la dictadura militar prohibió
su cultivo y destruyó el incipiente desarrollo de esta industria.
Hasta hace pocos años, la producción tanto de cannabis como de cáñamo estaba prohibida en en el país. En 2017 se habilitó
por ley la investigación del cannabis y sus derivados para uso medicinal y terapéutico, pero recién con la modificación del
decreto reglamentario (el primero era muy restrictivo) en 2020 se abrió un horizonte de posibilidades y desafíos. Además de
la nueva reglamentación, en 2021 se creó el registro de germoplasma nacional a cargo del Instituto Nacional de Semillas
(INASE) y el registro de productos cosméticos con cannabidiol a cargo de ANMAT; en 2022 se creó la categoría de
“productos vegetales a base de cannabis” del ANMAT, y actualmente la Comisión Nacional de Alimentos (CONAL) está
estudiando la posibilidad de incorporar el CBD y el grano de cáñamo al Código Alimentario Argentino.
En paralelo, en mayo de 2022 se sancionó una ley que crea un nuevo marco para el desarrollo productivo de toda la cadena
del cannabis y del cáñamo industrial en el país, con el objetivo de ordenar el sector creando reglas de juego para la inversión
privada y la producción de calidad. La nueva ley establece la creación de la Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo
y del Cannabis Medicinal (ARICCAME) para que actúe como órgano rector y articulador de toda la cadena productiva y
agilice las múltiples instancias de regulación involucradas. Según la ley, la Agencia establecerá un esquema de
autorizaciones para cada etapa de la cadena productiva y preverá un sistema de seguimiento, control y régimen sancionatorio
para los tenedores de autorizaciones.
Primeros proyectos
Pero las normas son sólo una parte del asunto. Argentina cuenta con buenas condiciones productivas para impulsar el
desarrollo del cannabis. La planta de cannabis, en sus diversas variedades, exhibe un alto grado de adaptabilidad a distintos
suelos y climas, por lo que el factor “natural” del proceso no representa un limitante para su localización potencial en
distintos espacios geográficos del país (el cultivo de cannabis con fines medicinales, por otra parte, suele ser desarrollado en
invernadero, o incluso indoor para poder tener el cultivo totalmente controlado). Además, Argentina dispone de altas
capacidades tecnológicas en materia agrícola (incluyendo el desarrollo genético de semillas, un eslabón clave en la cadena
del sector cannábico). La trama farmacéutica es relevante e incluye una extensa red de laboratorios nacionales (públicos y
privados) y transnacionales, con un sistema científico y tecnológico muy calificado y de buena capilaridad territorial. Todo
esto permite ser optimistas respecto del crecimiento del sector en el país.
Aunque el cálculo del mercado potencial es difícil de estimar, una aproximación a partir de la comparación con otros países
en los cuales la producción y el consumo de cannabis medicinal son legales permite estimar un mercado potencial de
cannabis medicinal de 450 millones de dólares (2). Por otro lado, más allá de que algunos problemas de salud que pueden ser
tratados con cannabis son todavía materia de investigación, la Cámara Argentina de Cannabis (ARGENCANN) elaboró una
estadística en base a las personas que padecen patologías que pueden ser tratadas con cannabis en el país: estima en
5.274.654 el total de usuarios potenciales. Por último, en la medida en que la industria desarrolle derivados competitivos en
los diversos segmentos finales de la cadena, también podrá aprovechar oportunidades existentes en terceros mercados, en
particular en los países de la región.
Hoy existen 45 proyectos en ejecución de cannabis medicinal aprobados por el Ministerio de Salud. En Jujuy, la empresa
provincial CANNAVA S.E. lleva invertidos 22 millones de dólares en un complejo de biotecnología con capacidad para
producir anualmente 60 toneladas de inflorescencias de grado pharma con certificación GACP internacional.
Adicionalmente, la empresa posee una planta dedicada a la producción de ingredientes farmacéuticos activos con una
capacidad productiva anual de 4.000 kilos. Un hito muy importante fue la habilitación de la planta por parte de ANMAT en
octubre de 2022, siendo el primer establecimiento farmacéutico productor de ingredientes activos y especialidades
medicinales derivadas de la planta de cannabis que cuenta con dicha aprobación en el país.
En La Rioja, la empresa de biotecnología Agrogenética Riojana (una sociedad anónima con participación mayoritaria del
Estado) invirtió 4 millones de dólares destinados a la instalación de invernaderos en Chilecito para la producción de
plantines y esquejes, en base a la tecnología de micro propagación, además de un área de cultivo para terceros con sistema
indoor y outdoor, y áreas de secado y un establecimiento para la elaboración de aceites. Adicionalmente, se está avanzando
con el cultivo de cáñamo industrial en el Valle del Bermejo y en un programa turístico denominado Turismo Cannábico
Medicinal de La Rioja.
En Misiones, dos empresas provinciales, Biofábrica Misiones S.A. –para la etapa de producción primaria– y Misiopharma
S.E. –para la etapa de producción de aceites–, se complementan para integrar todo el proceso productivo. En diciembre
pasado produjeron el primer lote de aceite de CBD. San Juan creó una empresa provincial que cuenta con un predio de 920
hectáreas. A través de dos convocatorias, se seleccionaron cinco proyectos que cuentan actualmente con sistemas de cultivo
en invernadero. Además del acondicionamiento del predio, la provincia desarrolló un laboratorio de control de calidad para
determinar la concentración y el tipo de cannabinoides de los extractos derivados del cannabis, prestando servicios a los
proyectos instalados.
Desafíos
La implementación de la nueva ley y el funcionamiento de la Agencia en un sector emergente y disruptivo como el cannabis
y el cáñamo son un gran desafío por parte del Estado. La clave es la coordinación. El desarrollo cannábico requiere la
articulación entre diferentes organismos públicos, que van desde la Aduana, la AFIP y el INASE para los eslabones iniciales
de la cadena, hasta el ANMAT, el SENASA y el INTI en el extremo opuesto. La Agencia tendrá representación de las
diferentes áreas del Estado para regular toda la cadena productiva y facilitar la coordinación entre los diferentes organismos.
Al mismo tiempo, es clave trabajar en la normativa de productos finales. Actualmente, el mercado local es mayoritariamente
informal, entre otras cosas por la falta de normativa de productos que se puedan registrar. Para lograrlo es necesario trabajar
en la generación de tipologías específicas que garanticen productos de buena calidad para quienes los consuman. Sin ello,
será muy difícil generar las nuevas cadenas de valor traccionadas desde la demanda, problema que enfrentaron Uruguay y
Colombia, pioneros en la regulación del sector en la región. Unos pasos más atrás, Argentina puede beneficiarse de la
experiencia de otros países y avanzar en el crecimiento del sector para convertirlo en una palanca de desarrollo.
* Economista, consultora del Consejo Federal de Inversiones. Miembro del equipo que
elaboró el proyecto de ley que establece el marco regulatorio para la industria del
cannabis medicinal y el cáñamo industrial en Argentina.
La economía primarizada de Uruguay tiene en el cannabis una oportunidad interesante para innovar. Sin embargo, ha sido
aprovechada por un puñado de compañías, algunos pequeños y medianos empresarios y varios jardineros especializados,
entre otros, pero está lejos de cumplir con las expectativas creadas cuando, en diciembre de 2013, el Congreso aprobó la ley
que permite la producción y comercialización bajo control del Estado, lo que convirtió al país en el primero del mundo en
legalizar de manera plena el cannabis.
Cuando José Mujica lanzó su propuesta de regular el mercado de cannabis, lo hizo con la intención de quitarle una porción
de las utilidades al narcotráfico. Diez años después se puede decir que la regulación ha sido exitosa en ese sentido, y en
muchos otros, pero que no alcanza para terminar con el negocio narco. En primer lugar, porque se trata de un negocio
internacional, donde Uruguay ocupa un papel marginal. Y, en segundo término, porque no es el cannabis, sino la cocaína, la
renta estelar del crimen organizado.
Así y todo, la regulación ha permitido pacificar la relación con el cannabis de unos 77.000 usuarios registrados. Sin
embargo, aún resta legalizar a otras 180.000 personas que, según datos oficiales, usan cannabis de manera frecuente, además
del segmento del turismo: más allá de los titulares de prensa que el gobierno de Lacalle Pou alimentó sin sustento, quienes
viajan a Uruguay todavía no pueden acceder al cannabis legal.
Otra de las fallas de la regulación es la creación de un mercado gris. Al haber todavía cientos de miles de usuarios no
registrados y un amplio menú con cientos de cepas ofertándose en la calle, muchas veces las prefieren. Se trata de un
mercado que abastecen cultivadores de a pie sin violencia ni otra estructura económica que su propio trabajo, pero también
organizaciones del crimen organizado que se dedican a robar cosechas legales y probablemente a abastecerse en plantaciones
propias, muchas veces en conexión con Brasil.
Por otro lado, si bien una parte importante de la población puede hoy acceder a productos de calidad farmacéutica en sus
prestadores de salud, el precio es alto. Como el cannabis demoró años en llegar a las farmacias, se fue creando un cluster
paralelo de cultivadores y destiladores de aceite que proveen a miles de personas para uso medicinal. Aunque los pacientes
acceden al cannabis, los parámetros, al no ser fiscalizados por el Estado, terminan siendo inciertos. Las autoridades
sanitarias toleran este uso por su alta efectividad para tratar enfermedades. Sin embargo, no han podido incluir en la
“legalidad” a muchas personas, provenientes sobre todo de hogares de bajos recursos y con necesidades acuciantes, incluso a
pesar de la ley, votada en el final del último gobierno del Frente Amplio, que pretendía blanquear la situación.
La cuestión de clase es central. La legalización del cannabis le permitió a la clase media cultivar plantas en casa, constituir
asociaciones civiles para cosechar colectivamente en clubes cannábicos y consumir con tranquilidad, sin persecución
policial. También abrió la posibilidad de comprar cannabis en farmacias. Mientras tanto, los sectores más postergados, que
utilizan el cannabis en la misma medida que los sectores medios, se registran proporcionalmente menos, y siguen siendo los
más castigados por la política anti-drogas y la represión policial.
La legalización creó un nuevo sector productivo. Unas 70 empresas, uruguayas y extranjeras, operan en eslabones diversos
de la cadena de valor. Las exportaciones sumaron 13,5 toneladas en 2022, 3,5 toneladas menos que en 2020, por un valor de
5,5 millones de dólares, según cifras oficiales. Las exportaciones del año pasado fueron sobre todo flores de CBD, un
cannabinoide con muy baja psicoactividad y con una fiscalización internacional benevolente. El mayor comprador fue Suiza,
donde este material es de venta libre para mayores de edad en tabaquerías, supermercados y tiendas. Pero lo que se vende es
mucho menos de lo que se produce: Uruguay acumula 195 toneladas de flores de CBD (de diversas calidades) en stock.
Paradójicamente, ese sobrestock no se puede comercializar en el país porque la reglamentación no lo permite, aunque es
utilizado cada vez más en diferentes lugares, sobre todo por quienes buscan la tranquilidad del cannabis sin los efectos
embriagadores.
Un puñado de empresarios han hecho del cannabis un lucrativo negocio. Por ejemplo, el senador Juan Sartori (del
gobernante Partido Nacional), un acaudalado empresario del agronegocio y los fondos de inversión que llegó a lo más alto
de la política, consiguió una de las primeras licencias con su compañía, la International Cannabis Corporation, para plantar
el cannabis de uso recreativo que el Estado distribuye en farmacias. De hecho, fue la primera empresa en vender marihuana
legal. Aunque no cumplía con el cupo de dos toneladas anuales que debía colocar en las farmacias, logró vender su licencia
por 226 millones de dólares a Aurora Cannabis, una multinacional canadiense. Una cifra récord para la venta de una empresa
en Uruguay.
Las grandes inversiones no se tradujeron en mejores condiciones materiales ni laborales para los trabajadores del cannabis.
En los galpones de la segunda empresa que abastece de marihuana a las farmacias, Symbiosis, los trabajadores, y sobre todo
las trabajadoras, cobran el salario mínimo rural, cumplen jornadas largas y soportan condiciones laborales deplorables. En
muchos casos, los calores extremos producen desmayos en las trabajadoras de más edad, según denunció la Unión de
Trabajadores Rurales de Uruguay en 2019. En general, se trata de un sector muy inestable laboralmente, que recurre a
despidos o el seguro de desempleo cuando las exportaciones se frenan o los negocios no salen como se esperaba.
Frente a esta situación, el Ministerio de Trabajo no reconoce la especificidad de la tarea ni sus riesgos, abandonando a los
trabajadores al ámbito de la negociación colectiva del ámbito rural, una de las categorías salariales más sumergidas.
Por otro lado, con el tiempo se ha ido desarrollando la industria de los emprendedores cannábicos: pequeñas y medianas
empresas que comenzaron a cultivar cannabis y recibir inversión extranjera directa y que más tarde lograron exportar
tímidamente (a través de brokers) y con muchos problemas debido a la mala planificación. Muchas de estas empresas
consiguieron afianzarse, otras quebraron, algunas fueron saqueadas por ejércitos irregulares con importante infraestructura
logística (vehículos, armas) y un profesionalismo propio de paramilitares de elite. En cada cosecha, en efecto, varias
empresas y clubes de cannabis son sistemáticamente saqueados. El alto valor del cannabis ha despertado una fiebre en el
mercado gris, donde el precio se ha disparado de dos a tres dólares el gramo.
Otro aspecto que la marihuana regulada en Uruguay (y en otras partes del mundo) no ha podido terminar de legalizar es su
relación con los servicios financieros. Durante años, la producción y la venta de cannabis en Uruguay fue entorpecida por la
amenaza de la Reserva Federal de Estados Unidos al Banco Central de imponer restricciones a las entidades locales que
prestaran servicios a los capitales devengados del cannabis. En un comienzo, los bancos uruguayos amenazaron a las
farmacias que vendieran cannabis con cerrarles las cuentas. Varias de ellas se abstuvieron de vender y otras burlaron la
restricción operando en efectivo.
Históricamente, el Estado es clave en el desarrollo en Uruguay. Impulsada por Mujica durante su paso por el gobierno, la
legalización del cannabis comenzó como un coqueteo cuasi socialista con la regulación para mejorar la salud de los usuarios
y disputar la rentabilidad del crimen organizado. La iniciativa ha creado miles de empleos e impulsó un nuevo sector
económico con impactos en las ramas farmacéutica, médica y de servicios legales, además de los cultivos, los jardineros y la
maquinaria. Luego de algunos años de demora, la demanda local se encuentra bastante abastecida –aunque todavía falta– y
las empresas han comenzado a exportar.
Sin embargo, el impulso empresarial muchas veces termina ahogado por la especulación. Aunque hay empresas que
invierten y producen, otras aprovecharon el momento para posicionarse en el mercado global de cannabis –un nuevo
commodity de alta rentabilidad– obteniendo más ganancias especulando con las licencias estatales que produciendo.
Los gobiernos del cannabis legal en Uruguay –el de Mujica, el de Tabaré Vázquez y el de Lacalle Pou– no han evaluado
metódicamente esta política, que además enfrenta el embate de los grupos más reaccionarios, aquellos que apelan a
consignas impactantes –por ejemplo que el Estado planta marihuana– para asustar a la sociedad. Como en otros países de
América Latina, la política de drogas en Uruguay depende de la impronta de cada presidente. Mujica buscó fortalecer al
Estado, Vázquez intentó no innovar y Lacalle abrir negocios. Ninguno de los tres ha sido exitoso. El Estado no pudo con
todo, los empresarios innovaron (si no morían) y, a pesar de una tímida apertura comercial, el sector se encuentra en crisis,
con seguros de paro y despidos por la caída del precio internacional del CBD. Queda mucho por hacer todavía para que la
política de regulación garantice acceso seguro, legal y económico a todos los usuarios y empleos justos a sus trabajadores.
Nicaraguas
Durante años Nicaragua fue, más que un país, un nombre. Como Vietnam.
Hoy, con el giro autoritario de Daniel Ortega, con ex guerrilleros expulsados y
escritores perseguidos, es una sombra triste de lo que supo ser, allá lejos en
1979, con el triunfo sandinista.
Esas capas de confusión sobre Nicaragua, la primera encarnando todas las esperanzas en 1979 y la última enterrando todas
las justificaciones, se pegan como el olor de la cebolla a la yema de los dedos. Ahí están cada vez que se ensucia con ellos la
pantalla táctil del teléfono móvil, en la acción de escribir el rechazo o disculpar en silencio. No es posible sacar la piel
entera. Marrón, laminada, resbalosa, los biólogos la llaman túnica (a esa piel de la cebolla que no se puede pelar sin que
ardan los ojos). Es así, se explica, porque la cebolla absorbe el azufre del suelo para proteger el bulbo de los depredadores
naturales; y el azufre irrita. Todas esas capas de confusión dificultan una comprensión cabal, aunque las posturas sean (y
deban ser) siempre categóricas sobre lo que las noticias traen de lo que pasa ahí (garantías democráticas taladas), fuera de
ahí (la nacionalidad de 94 exiliados eliminada el 16 de febrero), o entremedio (222 disidentes enviados de la prisión al
destierro el 9 de febrero).
Antes, mucho antes, hubo un tiempo que fue hermoso, podría decirse. Fue entonces cuando la palabra Nicaragua dejó de ser
un topónimo y pasó a ser otra cosa. Algo así como, digamos, la palabra Vietnam. Más aun cuando le tocó ser, casi que a ella
sola, aquellos “uno, dos, tres, muchos Vietnam” de los que hablaba Ernesto Che Guevara en su “Mensaje a los pueblos del
mundo” (1967). No es contra esa Nicaragua nacida en 1979 –sino todo lo contrario– que el presidente de Chile, Gabriel
Boric (1), o el de Colombia, Gustavo Petro (2), alzan voces de condena, sino contra la de ahora. En cuanto a los que callan,
callan por la misma razón, pero con su modo equivocado. En ambos casos hay llagas en el lado de adentro de la carne.
En aquella Nicaragua-Vietnam, que derrocó a una dictadura, que luego enfrentó diez años de ataques de una “contra”
armada y financiada por Estados Unidos, que convocó a dos elecciones democráticas (ganando la de 1984 y perdiendo la de
1990) y que entregó el gobierno con un nudo en la garganta, el ahora solitario Daniel Ortega aún no estaba solo. Había
muchos otros. Estaba, por ejemplo, Sergio Ramírez, vicepresidente en 1984, uno de los nueve miembros de la dirección
nacional colectiva (el único sin grado militar), escritor que luego le daría al país un Premio Cervantes. A Ramírez le
debemos uno de los primeros libros que advirtieron sobre los resbalones autoritarios de Ortega (Adiós muchachos, 1999) y
uno de los últimos que mejor describen la vieja pureza (La marca del Zorro, 1989). Estaba, además, Dora María Téllez, una
de las comandantes de la toma de León, primera ciudad importante en ser conseguida por el Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN) en 1979. Hoy ambos despojados de su nacionalidad (3).
El FSLN fue siempre una herbácea de raras características. Su raíz ideológica es el pensamiento de un revolucionario
intuitivo, Augusto Calderón Sandino, de extracción liberal (hijo natural de un hacendado de provincia), que aprendió
doctrina social con los sindicatos mexicanos de los años 1930 y que tuvo su contacto más sistemático con el marxismo a
través de un huésped algo pelmazo (el salvadoreño Farabundo Martí) que terminó de darle consistencia a sus ideas chirles.
Sandino no tuvo tiempo de construir nada más que algunas cooperativas agrarias, y cierta idea de horizontalidad, ya que
Anastasio Somoza lo mató a traición en 1934. La leyenda de Sandino se fusionó a partir de los años 1960 con las guerrillas
inspiradas en la experiencia cubana. Pero el sandinismo nunca perdió su impronta democrática, en el sentido de entender el
sentido de la retícula más sustancial de las democracias, esa que se disuelve si no va acompañada del sustrato de los
derechos sociales y la transformación de las inequidades. Esa que nunca florece sola. Porque necesita ser regada en calles,
plazas y locales sindicales, y no sólo en mesas de votación.
Quizá por eso Nicaragua pudo seguir conectando, e incluso potenciarse, como depositaria de la esperanza de la izquierda al
producirse la debacle del socialismo real y, aun perdiendo los comicios de 1990, no perder del todo. Casi casi que todo lo
contrario. Fue posible recordar, entonces, que después de voltear a Somoza no sólo había hecho elecciones razonablemente
justas, sino que también había contado con prensa opositora relativamente libre (para lo que se podía esperar de un país en
guerra en ese tiempo), y que en lugar de perseguir a la religión había tenido en la Teología de la Liberación uno de sus
secretos para evitar marchitarse.
A esa Nicaragua es a la que siempre condenó la derecha, la misma derecha que hoy le reclama democracia (con razón) a esta
(que no es aquella). Pero que cuando aquella Nicaragua fue un experimento político democráticamente innovador, que se
aproximaba a la sumatoria compleja de equidad y libertad, no dudó en bombardearla (de manera literal y metafórica). Tal
vez el eco de esa agresión encabezada por Estados Unidos explique, en parte, la inexplicable y persistente tozudez de
quienes apoyan todavía a Ortega en el frente interno, que siendo quizá, minoritarios, no son pocos.
La “Nicaragua libre” a la que llegar, que proponía aquel cartel de la frontera, no puede ser esta de los últimos cinco años, de
escritores despojados de su nacionalidad y de ex guerrilleras expulsadas. Porque quienes allí malviven, o de allí han sido
desterrados, merecen una Nicaragua que sea un sitio que habitar. Con la justicia social que tan poco les importa a varios de
sus nuevos valedores, esos que hablan en su nombre ubicados a la derecha del teatro del mundo. Con las libertades que la
izquierda, mientras interroga la piel rota de la cebolla recién pelada, sabe cuánto cuestan.
1. Rafael Pérez, “Boric llama ‘dictador’ a Ortega tras el retiro de la nacionalidad a cientos de opositores”, France 24, 20-2-
2023.
2. Lucas Reynoso, “Colombia condena con dureza las últimas medidas de Ortega tras una primera respuesta tibia”, El País,
Madrid, 23-2-2023.
3. “La justicia de Nicaragua despoja de su nacionalidad a los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli y a otras 92
personas”, BBC News Mundo, 16-2-2023.
El urbanismo de la desigualdad
Un súbito aumento del boleto del metro en 2019 provocó en la capital chilena
una inmensa oleada de protestas. “El metro es un símbolo de la injusticia del
supuesto milagro chileno, por eso lo prendieron fuego”, acusan hoy los
pasajeros de la red que, sin embargo, figura entre las más importantes de
América Latina.
Estación de subte Universidad de Chile, Santiago, 21-11-2019 (Martín Bernetti/AFP)
Las entrañas de Santiago de Chile retumban con un gemido salvaje. Es el subte. A treinta y dos metros de profundidad, bajo
una luz blanca y en medio del olor a caucho quemado, los zapatos lustrados, las zapatillas de marca y las sandalias coloridas
se pisan los talones sobre el embaldosado gris de la estación Baquedano, haciendo equilibrio entre las columnas de hormigón
bruto. Es la hora pico. Todo el mundo va en dirección de la zona de actividad del noreste del Gran Santiago (GS). En la
superficie, en el ronquido de los motores, algunos ciclistas y peatones pasan indiferentes frente a la salida principal del subte
“maldito” después del levantamiento de octubre de 2019 (1).
Hora: 6:45 am. Comuna de Cerro Navia, en el oeste de la metrópolis del GS. Erika Molina, de 54 años, está en la parada de
un hipotético ómnibus. No se va a tomar el subte. “Voy demasiado lejos. Y además, ni siquiera estaría segura de poder
sentarme”, explica. Como todas las mañanas, su despertador sonó a las 6. Su trabajo es ocuparse de los hijos de sus patrones,
preparar el almuerzo, planchar y hacer las tareas domésticas. Todo eso antes de poder volver a su casa desandando el
trayecto en sentido inverso, siempre en ómnibus, y atravesando siete de las treinta y cinco comunas con que cuenta la
aglomeración urbana. Sus empleadores viven a unos treinta kilómetros de Cerro Navia, en la comuna de Las Condes, un
barrio del noreste acomodado. En 2010, la señora Molina quiso encontrar trabajo en el GS. Llegada en ómnibus desde
Traiguén, una ciudad del sur del país cuya estación ferroviaria amenaza con quedar en ruinas desde el cierre de la línea en la
década de 1990, esperaba aprovechar también los numerosos comercios y servicios del centro de la ciudad. “No tenía ni idea
de que viviría tan lejos del centro”, recuerda con los ojos siempre fijos en la calle burdamente asfaltada de estos confines de
la metrópolis.
Entre 1900 y 1960, el éxodo rural hizo que la capital pasara de alrededor de 300.000 personas a dos millones de almas (más
de 7,1 millones de personas viven hoy en el GS, según el último censo de 2017, es decir, más de un tercio de la población
del país). Como los problemas de congestión vehicular se agravaban con el paso del tiempo, Santiago se interesó por
distintas opciones que habían sido elegidas en otras grandes ciudades como París, Londres y Nueva York. Poco a poco se fue
imponiendo la idea de un metro subterráneo, con la óptica de complementar un servicio de ómnibus que se había vuelto
insuficiente.
El decreto de construcción fue firmado el 24 de octubre de 1968, bajo la presidencia de Eduardo Frei Montalva (1964-1970).
Y el proyecto que llevó adelante un consorcio franco-chileno desembocó en resultados concretos siete años más tarde.
“Éxito indiscutible para la tecnología francesa, ¿podrá este metro responder a las necesidades reales de la población?” (2), se
preguntaba, sin embargo, el geógrafo Jacques Santiago a partir de 1978. Si los planes iniciales preveían extender la red a los
barrios populares de la periferia, la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) reservó el acceso a la Línea 1, inaugurada en
1975, a los bolsillos mejor provistos de la capital: el precio del boleto era tres veces superior al de un boleto de ómnibus.
“Sanhattan”
Las nuevas estaciones se extienden a lo largo de La Alameda, la avenida principal de Santiago. Esta traza del metro hacia el
noreste corresponde a la dinámica que se observaba por entonces en las mutaciones del espacio urbano. “En el transcurso de
los años 1960 –explica Genaro Cuadros, arquitecto y urbanista– la ruta panamericana que atraviesa todo el continente
perfora el corazón de la capital de norte a sur. Toda la élite económica y política, que residía hasta entonces en el centro de la
ciudad, se desplaza hacia esa zona noreste.” La capital se imagina entonces como el punto de acople del país entero al
proceso de globalización. Al igual que el metro, los proyectos de arterias o de líneas de ómnibus toman entonces la dirección
de la zona que recibió como sobrenombre “Sanhattan” (contracción de Santiago y de Manhattan), bautizada así por los
chilenos por su centro de negocios, sus rascacielos y sus oficinas.
Hora: 7:05 am. Con el estómago vacío, la señora Molina no ve que llegue ningún ómnibus. Se impacienta. Tiene que estar
lista para empezar a trabajar a las 9. De esa zona ubicada en el extremo oeste del área metropolitana no sale sino para ir a
trabajar. Unas diez personas esperan cerca de la parada del ómnibus. “¿Desde hace cuánto tiempo está usted aquí?”, pregunta
un sexagenario a una de sus vecinas sentadas en el borde de la vereda. A falta de horarios precisos, el tiempo de espera sigue
siendo la unidad de medida principal. De repente se escucha un crujido metálico. Perforando la espesa niebla matinal,
aparece una carrocería verde carcomida por el óxido: el ómnibus de la señora Molina. Un suspiro de alivio recorre la fila que
se forma dentro de una nube de gasoil.
“Una línea pensada para las personas […] con automóviles de última generación, cómodos, modernos, seguros y
silenciosos”, pregonaba el ex presidente Sebastián Piñera (2018-2022) cuando se inauguró, en enero de 2019, la Línea 3, la
segunda vía automática de la metrópolis. Durante la dictadura el metro no se beneficiaba de ningún financiamiento particular
y en 1990 solo contaba con dos líneas, a imagen y semejanza del antiguo ferrocarril chileno. Con la competencia de un
transporte rutero y aéreo en pleno auge, y sobre el cual se concentraba lo esencial de las inversiones, las líneas ferroviarias
que en 1910 cubrían 8.883 kilómetros y vinculaban las zonas desérticas del norte con Puerto Montt en el extremo sur fueron
abandonadas progresivamente, o incluso desmanteladas. En 1978, Pinochet decidió cortar todos los fondos a la Empresa de
los Ferrocarriles del Estado (EFE) y hacia 2019 la red no se extiende sino sobre 839 kilómetros según las cifras del
Ministerio de Transporte (MTT). Pero las vías no fueron nunca objeto de nuevas inversiones desde la dictadura,
contrariamente al metro.
¿Lujo?
Totalmente administrado hasta entonces por el Ministerio de Obras Públicas, el metro quedó en 1990 bajo la dirección de
una sociedad anónima de capitales públicos. De ahí en más el Estado accionista concentra lo esencial de su política de
transporte sobre el desarrollo y la construcción de líneas. La red representa hoy, después de la de México (225 kilómetros de
líneas), la más importante de América Latina, con seis líneas desplegadas que sobre 140 kilómetros transportan 2,4 millones
de pasajeros por día. “¡El metro que tenemos en Chile es un lujo […] ¡Figura entre las veinte redes más importantes a nivel
mundial!”, proseguía Piñera en enero de 2019. Pero un “lujo” todavía inaccesible para muchos. Solo 23 de las 35 comunas
con las que cuenta el GS están comunicadas por el metro. Un “lujo” que además se destaca en medio del deterioro de
numerosas comunas.
Nos deslizamos por la mañana en el metro que parte rumbo a las zonas suburbanas del sur, que en ese sentido va casi vacío.
Del lado izquierdo: detrás de algunos edificios residenciales de una veintena de pisos, se recortan en el cielo azulado las
aristas de la Cordillera de los Andes. Del lado derecho está la comuna popular de La Granja, atravesada por la autopista
periférica Vespucio Sur. La traza de esta línea aérea se detiene y bajamos por una larga escalera para alcanzar tierra firme. A
unos 200 metros de ahí, apoyado en una pared agrietada, en una placita sin bancos ni árboles y con el rostro surcado de
arrugas, está Gerardo Bravo, quien pasó toda su vida en ese barrio. “Acá hay algunos negocios, pero en lo que tiene que ver
con farmacias, bancos, entretenimientos, parques, o negocios de ropa, por ejemplo, hay que tomarse medios de transporte.
Todo está en el centro”, precisa. Frente a nosotros hay un muro monumental de unos 20 metros de altura. Flanqueada por un
techo de poliéster que brilla con los primeros rayos del día, se encuentra la estación de metro La Granja. Atmósfera serena,
embaldosado impecable y cromos rutilantes. Por estas numerosas piezas arquitectónicas y la calidad de su funcionamiento,
Santiago se hizo merecedora incluso del premio al mejor metro del continente en 2012, en ocasión de la ceremonia anual de
los “Metro Awards”. En los pasillos de algunas estaciones de metro centrales de Santiago, comercios, oficinas de correo,
cajeros automáticos e incluso bibliotecas dan forma a una ciudad dentro de la ciudad, un espejo subterráneo de lo que los
pasajeros ya pueden encontrar en la superficie.
Incendiada en octubre de 2019 como otras veinticuatro en el GS, la estación La Granja luce ahora flamante y nueva. Todavía
no se echó luz sobre los responsables de estos daños, pero para Bravo “el metro es un símbolo de la injusticia del supuesto
milagro chileno, es por eso que lo prendieron fuego”. Señalando con el dedo el barrio situado del otro lado de la autopista
periférica, la “Población San Gregorio”, una zona de viviendas precarias, subraya la responsabilidad del Estado por sus
fallas en términos de planificación del barrio, de recolección de residuos, de mantenimiento de las calles. Según él, el metro
encarna todavía el Estado a ojos de la población, incluso si sólo es accionista de la empresa. “Ahí las personas viven bajo
techos de chapa oxidada. El barrio está completamente descuidado. Por el contrario, el Estado rehízo la estación
completamente a nuevo; es lo único que les interesa”.
“Invadir, no pagar, ¡otra forma de luchar!”,
coreaban los manifestantes durante las primeras
semanas del levantamiento.
Bravo no sale de su barrio sino para trabajar, como muchos de sus vecinos. “Antes en esta zona había solamente granjas, hoy
hay mucha más gente, también personas de clase media, sobre todo después de que tenemos el metro. Pero solamente
duermen en el barrio, todas trabajan en el centro”. En un editorial publicado en enero de 2020, varios especialistas sostienen
que “sin ninguna planificación urbana centrada en la búsqueda del bien común, el urbanismo de las desigualdades tuvo como
consecuencia que una infraestructura clave como el metro se haya convertido en un reproductor de las desigualdades,
haciendo aumentar los precios inmobiliarios cerca de las estaciones de metro y sin que el Estado sea capaz de controlar el
proceso” (3). La hiperconcentración de las metrópolis se acompaña, como subraya el geógrafo Guillaume Faburel, de una
“conminación hacia la movilidad” que obliga a los ciudadanos a desplazarse lejos de su casa para acceder a su lugar de
trabajo o de esparcimiento (4).
Rol subsidiario
Las desigualdades de movilidad urbana también hunden sus raíces en un proceso gradual que se dio desde la
desestabilización de los transportes de ómnibus bajo el mandato de Pinochet hasta la liberalización total del sector.
Manejado desde 1953 hasta 1981 por la Empresa de Transporte Colectivo del Estado (ETCE), el sistema se convirtió en un
mercado y ya no en un servicio público básico para los ciudadanos. La Constitución de 1980 confiere un “rol subsidiario” al
Estado, que no puede actuar en los campos en los cuales interviene lo privado. “La desregulación para los operadores de
ómnibus permitió a las compañías y choferes circular sin autorizaciones específicas y determinar sus propias tarifas: el
parque se duplicó entre 1979 y 1988 y las tarifas aumentaron en promedio 150% (5), nos explica Cuadros. El salario de los
choferes se basaba únicamente en la cantidad de boletos vendidos. Los ómnibus moribundos levantaban la mayor cantidad
de pasajeros posibles y todos querían pasar por el centro. “Cuando el presidente Ricardo Lagos (2000-2006) quiso en 2002
volver a meter mano en el sistema, las compañías de ómnibus amarillas hicieron una huelga masiva, bloquearon la ciudad y
se apoyaron en la Constitución para seguir suministrando un servicio privado en la vía pública”. En 2007, la implementación
del nuevo plan de circulación urbana “Transantiago” bajo la presidencia de Michelle Bachelet (2006-2010, luego 2014-
2018), rebautizada “Red” bajo la presidencia de Piñera, tuvo según Cuadros el mérito de haber “organizado la red”. Este
Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) limita el parque, en efecto, a diez compañías concesionarias y crea la tarifa
única para el metro y el ómnibus por medio de la tarjeta “¡Bip!”, con pago magnético. Pero el equilibrio sigue siendo frágil.
Mientras que la financiación del metro descansa para muchos en el precio del boleto, las compañías privadas de ómnibus
funcionan a partir de subsidios. Resultado: los choferes ya no van a todas partes en la hiperperiferia; el metro alcanza niveles
de saturación récord y el déficit un nivel abismal: 800 millones de dólares en 2019. El fraude superaba la tasa vertiginosa de
40% en noviembre de 2022, según el Ministerio, que prevé aumentar los controles y multas. Gran cantidad de acróbatas de
molinete nos dan la misma respuesta: “Ni hablar de pagar tan caro por un servicio que no funciona”. Dos pesos, dos
medidas. Según un estudio publicado en marzo de 2019 por el Centro de Desarrollo Urbano Durable (Cedeus), la población
que vive en las siete comunas del cono noreste representa 80% del quintil que tiene más altos ingresos, 50% de los viajes en
automóvil y se beneficia a la vez de 2,5 veces más inversiones públicas en infraestructuras de transporte.
A 20 metros de donde estamos suenan dos o tres golpes que un peatón da con la palma de la mano sobre la ventanilla de un
ómnibus que se quería tomar… pero no paró. “Pasa todo el tiempo”, comenta decepcionado mientras observa cómo se aleja
el ómnibus. Desde que su salario no depende del número de pasajeros que suben, los choferes se permiten improvisar las
paradas y suprimir algunas, incluso si hay gente esperando. Más lejos, delante de la parada, en el centro, Marco Pizarro, de
30 años, no espera nada: mira pasar el enésimo ómnibus frente a nosotros en la avenida Vicuña Mackenna en este comienzo
de la tarde. Detrás de los vidrios, nadie. “Están todos vacíos, yo no los tomo nunca. Las personas acá optan por el metro,
están los que no pueden elegir y vienen de muy lejos, y entonces se animan a subir a estas catraminas”, describe al parque de
vehículos arcaicos de funcionamiento caótico. “De todas maneras no entiendo nada, nunca se sabe de dónde vienen o a
dónde van. Nadie sabe a qué hora pasan”. En las calles del centro estos ómnibus fantasma circulan en las horas calmas. “Los
choferes se burlan bastante, porque igual cobran”, dice Pizarro, sarcástico.
La chispa
Hora: 7:35 am. Desde los asientos con el tapizado rasgado del fondo del ómnibus, con el cuerpo sacudido a veces
violentamente por los baches, la señora Molina explica que gasta aproximadamente 50.000 pesos, es decir, cerca del 10% de
lo que gana (alrededor de 500 euros, contando dos empleos) en transporte. “Y me las arreglo bien. Para otros representa
mucho más”, murmura.
En octubre de 2019, el anuncio de un aumento de 30 pesos (0,03 euros) en la tarifa de transportes –en un país en el cual el
salario mínimo es de 400.000 pesos chilenos (400 euros)– entre las 7 am y las 5.59 pm, encendió el polvorín. “¡No son 30
pesos, son 30 años de neoliberalismo!”. “Invadir, no pagar, ¡otra forma de luchar!”, coreaban los manifestantes durante las
primeras semanas del levantamiento. Sin embargo, el proyecto había contemplado ciertas bandas horarias. De 6 a 6.59 am, y
después de 8.45 pm a 11.00 pm el precio tenía que bajar 30 pesos. Alabando la “flexibilidad” del sistema, Juan Andrés
Fontaine, por entonces ministro de Economía, declaró el 8 de octubre de 2019 a la filial chilena de CNN: “Alguien que sale
más temprano y tome el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy. Se abrió el
espacio para que, quien madrugue, pueda ser ayudado con una tarifa más baja”. En otros términos: los que protestaban se
tenían que levantar más temprano. Diez días después, Chile se prendía fuego.
“Cuando el precio de los tomates, el del pan y otras cosas aumenta, nadie hace manifestaciones”, se asombraba Juan Enrique
Coeymans, presidente del grupo de expertos, atribuyendo el levantamiento a una “manipulación política” (6). En agosto de
1949 ya se había desatado la “revuelta de la Chaucha” (nombre que se daba al ómnibus) por un anuncio de aumento del
precio del transporte. En Chile, el financiamiento del sistema descansa en una proporción de 60% sobre la tarifa y 40% sobre
los subsidios, lo que explica para numerosos observadores la obsesión por el aumento de la tarifa de parte de las autoridades.
Sin embargo, existe otra solución: aumentar los subsidios. Juan Pablo Montero, el sucesor de Coeymans a la cabeza del
grupo de expertos, pasa la posta al gobierno: “Se dice que nuestros miembros no son sensibles a lo social, pero hay un lugar
en donde el problema se puede resolver: en el gobierno. Lo que decimos es que necesitamos recursos, sea por medio del
boleto o sea mediante recursos adicionales, lo cual es una decisión técnica. Pero finalmente es el gobierno el que tomó la
decisión de aumentar el precio del boleto” (7).
Se perfilan dos soluciones. En marzo de 2022, para luchar contra el aumento del tráfico automotor, la polución y la
congestión que convierten a la ciudad en “insoportable”, Juan Carlos Muñoz Abogabir, ex director del Cedeus y actual
ministro de Transportes, no descartaba la idea de implementar un impuesto al diésel. “Lo ideal sería que ese tipo de medida
piloto permitiera disponer de transportes públicos gratuitos y ver cómo funciona”. Pero entrevé ya algunas dificultades para
ponerlo en práctica. “Es un tema que supera la simple opinión del ministro de Transportes. Se trata de políticas de Estado
que tienen un impacto financiero mucho más amplio” (8), precisa.
En primer lugar, sobre el presupuesto de los hogares. Un estudio de la Universidad Diego Portales de octubre de 2019 ubica
a Santiago entre las diez ciudades más caras del mundo en términos de transporte público. Cuesta dos veces más viajar que
en Moscú, Vancouver o México. Aquí, para los hogares, los transportes representan el segundo lugar entre los gastos después
de la alimentación, según el último informe sobre el presupuesto de las familias que estableció en 2018 el Instituto Nacional
de Estadísticas (INE). Una familia de tres personas que vive en la metrópolis puede gastar, en promedio, alrededor de
155.000 pesos en transportes, solo considerando los trayectos domicilio-trabajo, y hasta 250.000 pesos si se tiene en cuenta
el hecho de que sus miembros podrían querer desplazarse por otras razones (servicios, estudios, esparcimientos), según un
estudio de la Cámara Chilena de la Construcción (CCHC) de julio de 2019.
Cuando nos encontramos con él, Juan Carlos Muñoz Abogabir se pellizca levemente los labios en el momento de abordar la
cuestión de las tarifas. Y con razón. El 19 de julio de 2022 desencadena la polémica al anunciar un posible aumento en
Radio Universo, antes de intentar apagar la mecha, adelantando que se trataba de un “malentendido”. El anuncio oficial
llegaría el 19 de octubre de 2022, tres años después del inicio del levantamiento chileno. “En efecto, íbamos a implementar
un descongelamiento paulatino de las tarifas en 2023”, asume hoy. “La tarifa está congelada desde hace tres años por una
situación muy delicada, la pandemia y sus consecuencias económicas en los hogares, ¡pero las protestas, entre otras cosas,
complicaron el sistema de transporte, y por un aumento que representaba menos del 5% de la tarifa!”, recuerda. Si bien
existe una tarifa reducida para los estudiantes y las personas de edad, en Chile no hay tarifas reducidas para los
desempleados, por ejemplo. “Se lo podría abordar, todo es abordable”, sonríe Abogabir.
Todo tal vez no. El programa piloto llamado “Transporte doble cero”, sin costos de emisión y sin gastos para los pasajeros,
sostenido por el presidente Gabriel Boric durante su campaña, parece lejos de ver la luz. Congelar o no congelar las tarifas es
el dilema. Interrogado en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (Apec) el 17 de noviembre de 2022 respecto de
la propuesta de su coalición “Apruebo Dignidad” de mantener las tarifas congeladas al menos hasta 2023, Boric describió la
medida como “insostenible durante tres años” y llamó a sus filas a la responsabilidad: “Somos una alianza de gobierno,
quiero decirles a los partidos y a los representantes parlamentarios que nos apoyan que se comporten como tal” (9).
En lo que le concierne, el ministro espera que “en este país hiperurbanizado, donde la cuestión de los transportes es un tema
central, la gente comprenderá que es para construir y prolongar las líneas, comprar nuevos ómnibus, mejorar el confort y las
condiciones del viaje, modernizar el sistema”. El gobierno prevé la construcción de la Línea 7 y la prolongación de las
Líneas 2 y 3, confiadas a su proveedor histórico, el grupo francés Alstom. También aborda la renovación del 33% de la flota
de ómnibus y pasar de 800 a 2.200 ómnibus eléctricos entregados por el constructor chino BYD. Pero, según él, la extensión
y la modernización de la red del metro y de ómnibus tienen que acompañarse imperativamente de un trabajo de planificación
urbana. “Aunque Santiago tenga un metro extraordinario para el continente con cerca de 130 estaciones, los trayectos son
muy largos para estudiar, trabajar, o para los esparcimientos, todo va hacia el centro y el noreste de la ciudad en las horas
pico, lo que no pasaría si tuviéramos una ciudad más compacta, o bien una ciudad policéntrica. El Estado tiene que alentar la
desconcentración de las actividades en las ciudades porque creo que esto las afecta; es necesario que las personas puedan
encontrar trabajo cerca de sus casas para vivir más felices”, analiza Muñoz Abogabir.
Hora: 8:05 am. El ómnibus está repleto de pasajeros, o más bien de pasajeras. “Todas hacen el mismo trabajo que yo, con
toda seguridad. Van todas al mismo lugar, a Las Condes. Antes yo vivía en casa de mis empleadores, como muchas aquí.
Esto evita los trayectos en ómnibus. Pero ya no tenía vida, entonces preferí volver a mi casa y ver a mis hijos. Al menos un
poco”. Sus cejas se arquean cuando se da cuenta de que cuatro horas por día representan en no pocos lugares del mundo
media jornada de trabajo. “Estoy tan acostumbrada –suspira–. Pensé en pedir a mis patrones que contaran el trayecto dentro
del tiempo de trabajo, al menos una parte. Pero renuncié a hacerlo.” El ómnibus debe parar. Algunos perros errantes están
recostados en la ruta en la comuna de Quinta Normal. Todavía quedan cinco comunas por atravesar y 50 minutos de
trayecto. En breve, a través del vidrio polvoriento, se recortarán los grandes conjuntos habitacionales de Providencia y Las
Condes. “A partir de la Comuna de Santiago, tengo realmente la impresión de no estar en la misma ciudad”, suelta la señora
Molina en un estallido de risa.
El proyecto de Constitución en Chile, rechazado por un referéndum el 4 de septiembre de 2022 (10), preveía que el Estado
“garantizara la protección y el acceso equitativo a los servicios básicos, a los bienes y a los espacios públicos; la movilidad
segura y renovable; la conectividad y la seguridad en las rutas” (Art 52.4). ¿Qué sucederá con el próximo texto que quede
bajo la supervisión de un “comité de expertos”, del cual muchos temen que elimine las ambiciones más progresistas?
Mientras tanto, ya son las 8:50 am y quedan todavía 500 metros por recorrer en la autopista periférica, y entonces la señora
Molina llega a la entrada del inmueble de sus empleadores. Tres horas después de que suene el despertador, con el estómago
aún vacío, su jornada de trabajo puede comenzar.
1. Véase “La Bataille pour le Chili”, Manière de voir, N°185, octubre-noviembre 2022.
2. Jacques Santiago, “Les transports en commun à Santiago du Chili: problèmes et perspectives”, Les Cahiers d’Outre-Mer,
Bordeaux, abril-junio de 1978.
3. Francisco Perucih Vergara, Juan Correa Parra y Carlos Aguirre Nuñez, “Contra el urbanismo de la desigualdad: propuestas
para el futuro de nuestras ciudades”, 3 de enero de 2020, www.ciperchile.cl
4. Guillaume Faburel, “Les métropoles barbares”, Passager clandestin, París, 2019.
5. Oscar Figueroa, “Transporte urbano y globalización: políticas y efectos en América latina”, Eure-Revista latinoamericana
de estudios urbanos regionales, Santiago de Chile, diciembre de 2005.
6. Edison Ortiz, “Los signos de un posible nuevo estallido”, El Mostrador, Santiago de Chile, 18 de octubre 2021.
7. Oriana Fernandez, “Si no hubieran estallado las protestas con el precio del metro, lo habrían hecho con la Apec o la
Cop25”, La Tercera, Santiago de Chile, 9 de marzo de 2020.
8. Constanza Calderón, “¿Transporte público gratuito?”, La Hora, Santiago de Chile, 21 de marzo de 2022.
9. Daniela Ruiz-Tagle, “Boric y alza en el transporte público”, 17 de noviembre de 2022, www.biobiochile.cl
10. Véase Renaud Lambert, “Au Chili, la gauche déçue par le peuple”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 2022.
* Periodista.
Traducción: Pablo Rodríguez
EDICIÓN 285 - MARZO 2023
“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Con esta penosa declaración Juan Carlos, entonces rey de
España, creyó salir del apuro en abril de 2012 tras su salida del hospital. Fue internado por una fractura de cadera producida
durante un safari de lujo con todos los gastos pagos en Botswana. Mientras el país caía en una de las peores crisis
económicas de su historia y la Comisión Europea amenazaba con poner a la economía española bajo tutela, este incidente de
caza dañaba la imagen de un monarca “cercano al pueblo”. Fue el golpe de gracia a una popularidad ya deslucida: el hecho
también sacó a la luz la relación extra-conyugal con Corinna Larsen, una empresaria alemana que, algunos años después, lo
demandaría por acoso.
Así se inició la mayor crisis jamás vivida por la monarquía española desde su restauración en 1975 cuando, tras la muerte
del general Franco, su sucesor designado, el joven Juan Carlos de Borbón, fue nombrado jefe del Estado. Tras una turbulenta
transición política, el nuevo soberano se acomodó a la instauración de una monarquía constitucional que le permitía evitar
que se lleve a cabo un referéndum en favor o en contra de la República. Un tiempo después compensó su falta de legitimidad
democrática durante el intento de golpe militar del 23 de febrero de 1981. Ese día, un grupo de agentes de la Guardia Civil
tomó por asalto el Congreso, en donde estaban reunidos el conjunto de los diputados y los funcionarios del Gobierno,
mientras que una parte del ejército se levantaba y apoderaba de las calles de Valencia. Según la versión oficial, el rey
desbarató el golpe de Estado al desautorizar al jefe de la revuelta, el general Alfonso Armada, y al exhortar a los principales
dirigentes militares a no unirse a la conjura. Durante la noche, vestido con su uniforme de Capitán general (la Constitución
española le otorga al rey el título simbólico de “jefe supremo” de las Fuerzas Armadas), Juan Carlos dio un discurso
televisado denunciando el golpe de Estado. Al día siguiente, el Congreso fue liberado sin derramamiento de sangre y los
conspiradores fueron encarcelados.
Sin embargo, el rey mantenía vínculos estrechos con el jefe de la rebelión, quien había estado a su servicio como secretario
general de la Casa Real. Al igual que los principales partidos políticos del país, Juan Carlos no ignoraba la existencia de un
plan que apuntaba a confiarle al general Armada las riendas del gobierno, con vistas a endurecer la reacción ante la
organización independentista ETA, aunque no está claro hasta qué punto conocía o aprobaba esta acción militar. La
“operación Armada” no fue sino una de las numerosas conspiraciones planeadas a lo largo de este período inestable. La
mayoría de éstas fueron concebidas por militares franquistas que consideraban como una traición tanto la legalización del
Partido Comunista como el reconocimiento de Cataluña y del País Vasco.
Si bien el rey condenó con firmeza el intento de golpe de Estado, –más de seis horas después de la toma del Congreso por
parte de los guardias armados– nadie sabe si actuó de esa manera por convicción democrática o porque la operación se
estaba desarrollando peor de lo previsto. Su decisión podría explicarse por el hecho de que el apoyo de los militares a los
golpistas fue más débil de lo previsto, o incluso por lo que el escritor Javier Cercas llama la “escenografía marcial” (1) de la
operación, que volvió imposible un cambio de gobierno con apariencia pacífica –más aceptable ante la opinión pública,
nacional o internacional–. Habrá que seguir esperando para poder conocer toda la verdad sobre el 23 de febrero de 1981,
más aun cuando los considerandos del juicio de los golpistas siguen siendo clasificados. Por el contrario, lo que no plantea
ninguna duda es el efecto político producido por la versión oficial de esa jornada: el joven monarca heredero de Franco
asociando su imagen a la de la joven democracia española.
Durante tres décadas, nos explica Pablo Simón, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid, Juan
Carlos se vio beneficiado por una “total autonomía de gestión de la Casa Real” y con la protección de los grandes partidos
políticos (en particular del Partido Socialista, que a pesar de sus raíces republicanas, se convirtió al “juancarlismo” bajo los
mandatos de Felipe González, a la cabeza del gobierno de 1982 a 1996) y de los medios de comunicación dominantes que
rara vez se aventuraban a escudriñar o criticar las actividades de la corona. Confiado gracias a estos privilegios, el rey pudo
sacarles provecho a sus funciones para llevar a cabo negocios personales, a menudo por fuera del marco legal.
La Constitución de 1978 le atribuye al rey la función de jefe de Estado, pero la limita a tareas simbólicas de representación y
a un estatus que consiste en “arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones”. En la práctica, sin embargo,
Juan Carlos “detentaba un poder político, daba su opinión y ejercía su influencia en la esfera económica, en el sector, por
ejemplo, de las fusiones de empresas o de la política pública durante el período de transición”, analiza la periodista Ana
Pardo.
Una de sus transgresiones más resonantes al marco institucional tuvo lugar en la Cumbre Iberoamericana de 2007, cuando
interrumpió al presidente venezolano Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”. Pero los excesos más flagrantes del monarca
español fueron menos verbales que financieros. El Estado le otorga a la Casa Real un presupuesto anual de más de 8
millones de euros, incluida la renta personal del rey y de su familia, como tal, imponible. No obstante, la revista Forbes y
The New York Times evalúan el patrimonio de Juan Carlos en cerca de 1,8 mil millones de euros, una fortuna que no puede
explicarse únicamente por sus ingresos oficiales.
La acusación de su yerno, Iñaki Urdangarín, en 2011 por un asunto de corrupción, puso fin a la ley del silencio hasta
entonces vigente. Los medios de comunicación comenzaron a descorrer el velo sobre los cuestionables negocios del
monarca. Sin duda el más grave es el pago de 65 millones de euros por parte de Arabia Saudita en 2008, supuestamente a
modo de recompensa por la mediación realizada por Juan Carlos entre la petromonarquía árabe y un consorcio de empresas
españolas, con vistas a la atribución de un mercado de construcción ferroviario en La Meca (2). Las revelaciones acerca de
este negocio pusieron en evidencia los estrechos vínculos entre la corona y el empresariado. Según algunos periodistas,
como Rebecca Quintans o Pilar Eyre, el rey no dudaba en usar su prestigio internacional para lograr que se concluyan
contratos en beneficio de amigos empresarios, quienes a cambio le pagaban cuantiosas comisiones. Juan Carlos mantuvo,
asimismo, desde el inicio de su reinado, relaciones privilegiadas con los monarcas del Golfo. Así es que el rey de Bahrein le
“regaló” 1,9 millones de euros en 2010 y el soberano de los Emiratos Árabes Unidos lo hospeda suntuosamente desde agosto
de 2020.
Hasta el momento, Juan Carlos logró evitar las demandas legales, en virtud de una interpretación amplia de la inmunidad
que le otorga la Constitución. Pero dado el incesante flujo de informaciones acerca de sus negocios, la monarquía se llevó en
2013 una nota mediocre de 3,68 sobre 10 en la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del gobierno. Al
año siguiente, debido a su creciente impopularidad, Juan Carlos decidió abdicar a favor de su hijo Felipe. Un mes antes del
anuncio de su retiro, el partido populista de izquierda Podemos obtuvo un resultado espectacular en las elecciones europeas,
amplificando la crisis del sistema político español y continuando la labor del movimiento 15-M, cuya crítica a las
instituciones se extendía al conjunto del régimen nacido en 1978, monarquía incluida (3).
Crisis atenuada
En un cálido día de junio, el joven rey Felipe VI, recientemente entronizado, recorría el centro de Madrid en un Rolls-Royce
descapotable junto a su esposa Letizia. Se colocaron más de cien mil banderas en su trayecto en el marco de una celebración
popular que debía hacer olvidar las numerosas manifestaciones republicanas que se suscitaron tras la abdicación de Juan
Carlos. Sin embargo, la multitud no se hizo presente y las cámaras de televisión no filmaron más que calles
desesperadamente vacías. Es sorprendente el contraste entre esas imágenes de desolación y las masivas y fastuosas
ceremonias que acompañaron el jubileo o el funeral de la reina Isabel II en el Reino Unido, testimonio del arraigo social de
la monarquía británica y de la fascinación que ejerce en una amplia parte de la población. Como demostró la austera
coronación de Felipe de Borbón en 2014, la monarquía española carece cruelmente de una simbología o de una estética
propias, capaces de elevarla a la categoría de emblema nacional a la misma altura que el himno o la bandera.
La sucesión tuvo un éxito relativo: un año después de la coronación de Felipe VI, una encuesta indicaba que el 57,4% de las
personas sondeadas tenía una imagen positiva del nuevo titular de la corona. No obstante, la monarquía española permanecía
atrapada en el último lugar de la clasificación de la investigación del CIS, con un índice de 4,34 sobre 10 (4). A lo largo de
sus ocho primeros años, el reino de Felipe VI estuvo sobre todo marcado por la acusación contra la infanta Cristina, la
hermana del rey, implicada en el mismo caso de corrupción que su marido, Urdangarín, y por la letanía de investigaciones
sobre las malversaciones de Juan Carlos, las mismas de las que el heredero había intentado tomar distancia –al punto de
renunciar a su herencia cuando salió a la luz que era co-beneficiario de dos de las cuentas offshore abiertas por su padre (5)–.
Asimismo, Felipe VI accedió a hacer algunos gestos para transparentar la administración de la Casa Real, incluso privando a
su padre de su asignación como ex jefe de Estado. A pesar de que no se permite conocer en detalle las cuentas de la
monarquía, fueron muy celebrados por los principales medios de comunicación. Emergió un nuevo consenso: libertad
absoluta para esclarecer y fustigar los abusos de Juan Carlos, pero cero críticas respecto de su hijo y sucesor. Para el
periodista Alberto Lardier, “hay una sobreprotección mediática de la figura de Felipe VI” (6). Sin embargo, esta capa de
invulnerabilidad no impidió la revelación de un nuevo escándalo, que involucró a un empresario amigo de Juan Carlos que
gastó 269.000 dólares para pagar la luna de miel de quien entonces era el príncipe Felipe (7).
Debilitado, Felipe VI vio en el movimiento independentista catalán una oportunidad para recobrar cierta legitimidad. El
referéndum de autodeterminación del 1º de octubre de 2017, promovido por el gobierno de Cataluña y diversas
organizaciones locales –pero declarado ilegal por la Corte Constituyente española, y desprovisto por ello de valor jurídico–
reunió a más de dos millones de votantes. A pesar de, o debido a esta movilización popular, los comicios fueron
violentamente reprimidos por las fuerzas de seguridad del Estado central, con métodos que remitieron más a un pasado
franquista que a un país democrático. Esa noche, el rey pronunció un discurso tajante, sin una sola palabra para los cientos
de personas atacadas por la policía, como para encarnar el ala dura del bando unionista.
Felipe VI deseaba convertir ese día en su “23 de febrero”. Sin embargo, contrariamente al golpe de Estado abortado en 1981
que permitió a Juan Carlos acercarse a la izquierda republicana y convertirse en el “rey de todos los españoles” (8), el
discurso del 1º de octubre dio la imagen de Felipe como un rey partidario, defendiendo la causa de una de las partes de un
conflicto político. El monarca incluso levantó el teléfono para llamar a los directivos de varias grandes empresas y exigirles
retirarse de Cataluña (9). No sorprende en lo más mínimo que la popularidad de la corona sea calamitosa en esa región, así
como también en el País Vasco. Como nos lo explica el constitucionalista Gerardo Pisarello, la monarquía española se
caracteriza “por el hecho de su vínculo con el franquismo, por su deseo de evitar que la diversidad territorial del país se
traduzca en el surgimiento de un proyecto plurinacional”. En este sentido, la corona constituye una herramienta constitutiva
del nacionalismo español.
El rey Felipe perdió la simpatía de la izquierda que tan importante había sido para su padre. Según una encuesta de 2020, el
55% del electorado del PSOE y el 90% del de Podemos elegiría la República en caso de un eventual referéndum.
Globalmente, la monarquía no cuenta más que con el apoyo del 34,9% de los españoles, contra el 40,9% que preferiría un
régimen republicano (10). La represión sufrida por activistas o raperos republicanos como Pablo Hásel o Valtònyk
disminuyeron la popularidad de la monarquía.
La llegada al trono de Felipe VI ciertamente atenuó la crisis iniciada una década antes, pero el régimen monárquico sigue
siendo cuestionado, con el riesgo de convertirse en lo que el politólogo Pablo Simón llama una “monarquía zombi, de pie en
tanto que institución pero sin vida en términos de apoyo popular”.
* Periodista y politólogo.
Un año después de la invasión de Rusia a Ucrania, el nuevo paisaje ideológico europeo comienza a dibujarse. La agresión
perpetrada por el Kremlin y el compromiso total de las autoridades políticas y de los medios de comunicación del Viejo
Continente en apoyo al gobierno ucraniano liberaron un acervo intelectual común, escondido hasta ahora detrás de las
fórmulas estereotipadas de los líderes de la eurocracia que preconizan el multilateralismo y los derechos humanos. La
movilización militar y presupuestaria decidida por el conjunto de los países europeos, y en particular por Alemania, sin
precedentes desde el fin de la Guerra Fría, converge hacia un objetivo enunciado el 14 de septiembre pasado en Estrasburgo
por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen: concretar un “pacto para la defensa de la democracia”
contra las potencias autoritarias que Rusia o China encarnan. El ataque contra Ucrania, explica Von der Leyen, “es una
guerra contra nuestra energía, una guerra contra nuestra economía, una guerra contra nuestros valores y una guerra contra
nuestro futuro; se trata de la autocracia contra la democracia”. Así, las líneas de la nueva ideología europea se van
esclareciendo: toman la forma de un neonacionalismo moral y de una afirmación de soberanía que, paradójicamente, siguen
estando marcados por una creciente dependencia de Estados Unidos.
La afirmación geopolítica de una Europa “al servicio de la paz y de la solidaridad brindando al mundo un espacio único de
estabilidad y de seguridad” se proclamó ya desde 2017 por el Presidente de la República Francesa. Se basa en la convicción
de una excepcionalidad moral –ampliamente inspirada en aquella que Estados Unidos pretende encarnar–. “Europa, no lo
olviden jamás –explicaba Emmanuel Macron–, son nuestros valores llevados al mundo y, al mismo tiempo, lo que nos
protege” (1). El mismo nacionalismo a escala continental se observa en el ámbito económico. La crisis sanitaria, marcada
desde 2020 por numerosas penurias y por rupturas de las cadenas de abastecimiento, seguida de la crisis de la energía en
2022, dieron cuerpo a las declaraciones de Macron sobre la necesidad de “construir una nueva soberanía europea” (2). Hoy
por hoy, esta afirmación conforma la piedra angular del posicionamiento internacional de la Unión Europea (UE), ya se trate
de políticas ambientales, de la industria militar, de las normas en materia de protección de la vida privada frente a los
gigantes del sector digital y, por supuesto, de dependencia energética.
Sede principal de las dos guerras mundiales del siglo XX, cuna del nazismo y del fascismo, tras haber sido desde el siglo
XVI la cuna de la colonización y del imperialismo, Europa tuvo que reconstruirse recurriendo a un relato autocentrado en
pos de una reparación de imagen, y por una serie de innovaciones que hoy la vuelven un conjunto político-institucional lo
suficientemente específico a escala mundial (3). Un poco como Estados Unidos, pero sobre temas diferentes, busca estar a la
vanguardia de la resolución de los problemas mundiales, la crisis climática o incluso las metas de bienestar y de calidad de
vida, enarbolando su mejor desempeño objetivo en materia de igualdad, derechos de las minorías o cohesión social.
Como dice sin filtro Josep Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y
vicepresidente de la Comisión Europea, “hemos construido un jardín que combina libertad política, prosperidad económica y
cohesión social. (…) El resto del mundo, o la mayor parte del resto del mundo, es una jungla” (4). Desvaído en lo interno, el
“modelo social” se convierte en el exterior en el instrumento geopolítico de cierta “misión civilizatoria” europea,
orgullosamente desplegado en las diversas arenas internacionales (G20, Naciones Unidas, Consejo de Europa, etc.) y que,
según las circunstancias, se apoya en los derechos humanos, el Estado social, los combates feministas o LGBT y hasta el
voluntarismo climático.
Pero si bien esta ideología oficial, hoy en día revelada abiertamente, tiene un fuerte poder movilizador, está atravesada de
ambigüedades y de contradicciones. El soberanismo europeo manifestado respecto de Rusia y China pierde sustancialidad ni
bien se analiza la dependencia creciente del Viejo Continente respecto de Estados Unidos en los ámbitos económico, militar,
diplomático, estratégico, energético e incluso ideológico, a punto tal que el neonacionalismo moral entonado por Von der
Leyen parece calcado del nacionalismo mesiánico estadounidense. ¿Su reafirmación es una imaginaria compensación frente
a las relaciones de suzeranía, más que de soberanía, que Bruselas mantiene con Washington? Para el corresponsal
diplomático de The New York Times en Europa, la pregunta ni siquiera se plantea: “La invasión de Ucrania por parte de
Rusia debía obligar a Europa a reforzar sus capacidades militares; mas aumentó la dependencia del Viejo Continente
respecto del mando, los servicios de inteligencia y el poder de Estados Unidos” (5).
Además, el jardín del Edén de Borrell resiste mal a la prueba de la realidad concreta: no hay que ahondar demasiado para
descubrir detrás de la capa de virtud, en cada país o a escala de la UE, el poder de una oligarquía dominada por lobbies con
múltiples intereses industriales y financieros, así como la feroz resistencia cotidiana de las estructuras patriarcales y
heteronormativas y dinámicas políticas cada vez más nocivas como la abstención, el crecimiento de la extrema derecha y el
cuestionamiento del Estado de Derecho.
Contradicciones
Aunque la guerra en Ucrania permitió la masiva movilización ideológica de este componente progresista, con la defensa del
mundo libre frente a los regímenes autoritarios (6), también reveló con mayor nitidez la importante faceta etnorreligiosa de
ese nuevo nacionalismo. Es sin dudas en los países históricamente más hostiles a Rusia –Polonia, Estados bálticos–, más
cercanos estratégicamente a Estados Unidos, donde esta dimensión de la identidad europea resulta útil para comprender las
actitudes durante la crisis.
Esos mismos países se habían atrincherado frente a la recepción de los refugiados sirios por parte de Alemania en 2015, pero
su actitud se invirtió en 2022 frente a la de los ucranianos. A veces muy alejados de las retóricas progresistas de los
demócratas del Oeste (particularmente en Polonia, cuando se trata del Estado de Derecho, de las relaciones de género o del
estatus de las minorías), los dirigentes de esta “nueva Europa” reclaman una movilización militar y sanciones tanto más
duras en cuanto erigen la identidad ucraniana como escudo civilizatorio. Su rechazo del mundo ruso expresa a la vez el
temor de una invasión, pero también la persistencia de un legado histórico-cultural: la guerra reactiva bajo una nueva
modalidad las antiguas divisiones de la Guerra Fría, y el gobierno de Vladimir Putin es considerado como la prolongación de
la difunta Unión Soviética, ella misma heredera del imperio zarista. Es decir, en el lenguaje de Von der Leyen, “el rostro
implacable y renaciente del Mal”.
Las tres dimensiones –económica, política y etnorreligiosa– del nuevo nacionalismo europeo conforman en realidad un
sistema. Así como la Europa potencia colonial y fuente del imperialismo económico también se presentó al mundo como una
fuerza civilizatoria portadora de progreso humano y de salvación de las almas, la Europa decididamente comprometida en un
enorme esfuerzo militar en 2022-2023 procura ser a la vez potencia económica a escala global y fuerza moral e incluso
espiritual frente a los desórdenes del mundo –a falta de una política exterior autónoma y de un poder militar independiente
de Washington–. La proclamación de un discurso progresista por parte de la Unión Europea está acompañada paralelamente
por un trabajo permanente de delimitación ideológica, de naturaleza al menos en parte etnorreligiosa: los mundos ruso
(postsoviético y postimperial, y por tanto doblemente condenado), musulmán (fuente del “terrorismo”), chino (a la vez o
alternativamente capitalista, imperialista y comunista), los tres agrupados bajo la etiqueta “autoritarios”, son construidos a lo
largo de los discursos como las encarnaciones de una alteridad cada vez más inquietante y hostil.
Puntualmente, la firmeza respecto del programa nuclear iraní o la invocación de los crímenes del comunismo, pasados
(“Holodomor”, Gran Salto Adelante…) o presentes (represión de los uigures), fundamentan diferentes relatos unificadores,
cristalizados en figuras repelentes (los “terroristas”, el dúo Stalin-Mao, que recuerda a Putin-Xi Jinping). Como todo
nacionalismo histórico (7), el modelo de la Europa potencia se crea un conjunto de enemigos irreductibles y de apoyos
forzados. Sin embargo, estos esconden tras bastidores igual cantidad de compromisos determinados por la lógica del interés,
como recientemente demuestran el escándalo de corrupción de la vicepresidenta del Parlamento Europeo por intereses
cataríes o las oscilaciones de los gobernantes frente a China, incluso frente a Rusia (8). Aquí hay que distinguir entre los
países más claramente alineados con Washington, que forman un eje diplomático sólido –Reino Unido, Estados bálticos,
Polonia, incluso Países Bajos y Dinamarca– y aquellos que, detrás de Francia y Alemania, intentan hacer emerger lógicas
más propiamente europeas y orientaciones más pragmáticas: las divisiones internas entre “atlantistas” y “pro europeos”,
lejos de apaciguarse, se acentúan desde el comienzo de la guerra.
En efecto, fuertes tensiones atraviesan el nacionalismo europeo emergente, como lo ejemplifica el caso de Hungría, donde
ciertas tradiciones nacionales no logran abrazar completamente el rechazo histórico-cultural del mundo ruso. La demostrada
presencia en el seno del conflicto ucraniano, aun minoritaria, de combatientes y mercenarios movidos por una ideología de
extrema derecha, que glorifica sin repudio oficial al colaborador antisemita Stepan Bandera, debilita el repertorio dominante
centrado en la defensa de los derechos humanos, que justifica el apoyo a un gobierno democrático injustamente agredido. Si
bien este último liberaliza rápidamente su economía (9), el país aún transgrede por varios lados las “conquistas
comunitarias” que podrían justificar su admisión en el seno de la Unión: lucha contra la corrupción, derechos de las minorías
(con la multiplicación de las discriminaciones particularmente lingüísticas), pluralismo político con la proscripción de los
partidos que se identifican con el legado de la URSS. Los apoyos más radicales a Ucrania movilizan en el espacio público
una forma generalmente muy poco elaborada de rusofobia, que se aleja de una política influyente nutrida de referencias a los
derechos humanos y del nivel culto de las clases dirigentes urbanas del Oeste.
Como ante el surgimiento de toda nueva ideología nacional, la actual afirmación del euronacionalismo, en particular el
aumento masivo de los gastos militares, las sanciones económicas contra Rusia y la paralela intensificación de las políticas
neoliberales que apuntan contra los Estados-providencia, suscitan resistencias. Las más fuertes provienen de las clases
populares, de las antiguas regiones industriales con elevadas tasas de desempleo y con una precariedad endémica, de los
mundos rurales que quedaron al margen de los cambios estructurales y culturales de las clases medias y superiores urbanas.
En primer lugar, se traducen en el avance de los nacionalismos de extrema derecha o de derecha radical, que contraponen al
pan-nacionalismo urbano culto formas históricas más estrechamente etnocéntricas. Podemos entonces pensar que la
dialéctica en curso reforzará progresivamente el componente etnorreligioso, ya presente en algunos de los Ejecutivos (Italia,
Polonia, Hungría…) o en mayorías parlamentarias (Suecia) y con una tendencia progresiva en varias elecciones. Las
tensiones entre un polo progresista y un polo etnorreligioso se convertirían entonces en más estructurantes y sistemáticas,
como en Estados Unidos o en Polonia. Y se infieren sin esfuerzo las probables víctimas de esta competencia: minorías
étnicas, nacionales o religiosas, en particular musulmanas, rusoparlantes (sobre todo en los países bálticos o en ciertos países
de Europa del Este), incluso asiáticas y, por supuesto, los candidatos a la inmigración provenientes del Sur, frente a quienes
se alza la Europa fortaleza.
Las resistencias sociales y democráticas frente a la convergencia de euronacionalismo y neoliberalismo siguen siendo
frágiles, sobre todo en el Este de Europa, donde a menudo no tienen una expresión política clara, pero echan raíces en la vida
cotidiana de las poblaciones. Se nutren de conflictos sociales, que tienden a multiplicarse en un contexto de inflación, pero
les cuesta encarnarse en una ideología coherente. ¿Qué línea adoptar entre la defensa de la soberanía nacional, la búsqueda
de solidaridades y alternativas locales frente a la globalización y a las élites transnacionales, y la urgencia de una respuesta
global a una crisis mundial, a la vez ecológica, económica y política?
1. Emmanuel Macron, 16 de enero de 2017 y 17 de abril de 2018. Citado por Damon Mayaffre, Macron ou le mystère du
verbe. Ses discours décryptés par la machine, París, L’Aube, 2021.
2. Emmanuel Macron, 17 de abril de 2018, citado por Damon Mayaffre, ibíd.
3. Antonin Cohen, Le régime politique de l’UE, La Découverte, París, 2014.
4. Josep Borrell, Brujas, 13 de octubre de 2022.
5. Steven Erlanger, “When It Comes to Building Its Own Defense, Europe Has Blinked”, The New York Times, 4 de febrero
de 2023.
6. Christopher Mott, “La unión de la guerra y la virtud”, Le Monde diplomatique edición Cono Sur, enero de 2023.
7. Eric Hobsbawm, Nations et nationalismes depuis 1780, Gallimard, París, 1992.
8. Marc Endeweld, L’Emprise. La France sous influence, Le Seuil, París, 2022.
9. Pierre Rimbert, “Los falsos amigos de Ucrania”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur octubre de 2022.
“Si elevan la edad legal –admitió Franck Riester– las mujeres evidentemente van a estar un poco castigadas.” El 23 de enero,
por el canal de televisión parlamentario, el ministro encargado de las relaciones con el Poder Legislativo reconocía lo
evidente. Las interesadas, por su parte, no necesitaban su ayuda para ver el tema con lucidez: según una encuesta publicada
por el Instituto Francés de Estudios de Opinión (IFOP) una semana antes de esas declaraciones, el 73% de las mujeres se
oponía a la jubilación a los 64 años, un nivel de rechazo superior por 7 puntos al de los hombres. Tal como lo habían
afirmado los gobiernos de Jean-Marc Ayrault en 2013 y de Jean Castex en 2019, el gobierno de Élisabeth Borne sostiene
desde hace meses que persigue un objetivo justo. Sin resultados.
La misma lógica, recomendada por instituciones como el FMI o la Comisión Europea, se advierte en todas partes durante los
últimos treinta años. Las sucesivas reformas apuntaron a limitar, incluso a reducir, la parte de la jubilación pública por
reparto en el capital nacional, ampliando a largo plazo el campo de la capitalización. Todas tendieron a disminuir el nivel de
las pensiones al endurecer las condiciones requeridas para obtenerlas a tasa completa. Y debido a eso, reforzaron la relación
entre las cuotas retenidas a lo largo de la vida profesional (las contribuciones) y las pensiones percibidas. Cuanto más el
monto de las segundas se determina en función de las primeras, más el sistema es llamado contributivo. Sin embargo, esta
acentuada correlación entre monto de las pensiones y “esfuerzo contributivo” debilita la parte de solidaridad en la
determinación de las jubilaciones.
Existen diversos dispositivos que apuntan a completar las pensiones de las personas que pasaron por períodos de desempleo,
enfermedad o retiro de la actividad vinculado al cuidado de los hijos, así se deba a trabajos arduos o carreras largas. Esos
dispositivos resultan esenciales para las mujeres que, además de un aumento en la duración de las cuotas, reciben las
pensiones mínimas. El refuerzo de la modalidad contributiva sanciona a todas las carreras entrecortadas, acortadas y peor
remuneradas y penaliza entonces en mayor medida a las mujeres en una sociedad en la que la división del trabajo, asalariado
o doméstico, sigue estando determinada por la dominación patriarcal. A partir de 1960, debido a la creciente participación de
las mujeres en el mercado laboral y a sus mejores calificaciones, la brecha con las pensiones de los hombres disminuyó; pero
esta reducción se frenó por los efectos de reformas sucesivas y, desde hace siete u ocho años, se paralizó. Hoy las pensiones
de los hombres son 67% superiores a las de las mujeres. El informe anual del Consejo de Orientación de las Jubilaciones
(COR), publicado en septiembre, precisa que “el 10,4% de las mujeres jubiladas son pobres contra el 8,5% de los hombres
jubilados” y que “esta brecha tiende a profundizarse desde 2012”.
La situación es resultado de diversas reformas llevadas a cabo desde la de Édouard Balladur en 1993. Pero también deriva de
una falta de adaptación a la evolución de la familia y del empleo. Cuando se creó, y a lo largo de décadas, el sistema de
jubilaciones francés ciertamente permitió un mayor progreso social al consolidar la solidaridad entre generaciones. No
obstante, en el modelo que prevalecía entonces, era tarea del hombre percibir los ingresos de la familia: trabajaba a tiempo
completo, sin interrupción en su carrera (el desempleo aún no era un problema), aportaba y se beneficiaba de los derechos
propios de una cobertura social, entre los cuales estaba la jubilación. Su mujer se ocupaba del hogar y de los hijos y se
beneficiaba de los derechos derivados de su calidad de esposa, lo cual responde a una lógica de dependencia.
Si bien a partir de los años 60 el empleo de las mujeres se expandió masivamente, en un primer tiempo en trabajos a tiempo
completo, el fenómeno se caracterizó por interrupciones en la carrera dado que asumían la parte esencial del cuidado de los
hijos. A partir de los años 90 las políticas públicas de lucha contra el desempleo alentaron el empleo a tiempo parcial, lo que
en la práctica concernía esencialmente a las mujeres, a quienes se les impuso conciliar la vida familiar y la profesional. Así,
a inicios de los 2000, cerca de un tercio de las mujeres trabajaba a tiempo parcial.
El modelo de empleo de las mujeres, con carreras más cortas y períodos de tiempo parcial, es por ende diferente al de los
hombres, en base al cual se concibió el cálculo de los derechos de jubilación. Por un lado, los períodos a tiempo parcial
castigan el nivel de la pensión; por otro, el cálculo de su monto resulta discriminatorio respecto de las carreras cortas por el
hecho de tomar en cuenta los últimos 25 años de salario desde 1993, en lugar de los diez mejores, y por los recortes. Éstos
constituyen una doble penalización de las carreras incompletas, como reconoció Jean-Paul Delevoye, alto comisario para las
jubilaciones hasta 2019 (1). La pensión ya se calcula, en efecto, prorrateando la duración de la carrera realizada en relación a
la duración exigida. Los recortes constituyen una reducción adicional del 5% por año faltante. Para evitar ser objeto de estos
recortes, el 19% de las mujeres y el 10% de los hombres de la generación de 1950 esperaron hasta la edad que deja sin efecto
dichos recortes (67 años) para jubilarse (2).
Correcciones
Desentrañar las desigualdades de las pensiones permite identificar lo que en el mismo sistema de jubilaciones contribuye a
desfavorecer particularmente a las mujeres, así como prever soluciones para remediarlo. Es evidente que los derechos
familiares que se confieren por el cuidado de los hijos siguen siendo indispensables para atenuar las desigualdades de
jubilación entre los sexos, mientras que el cuidado de los hijos no evolucione y continúe siendo asumido principalmente por
las mujeres. Pero tampoco es cuestión de hacer del refuerzo de esos derechos la herramienta de una política a favor de la
igualdad de pensiones. Efectivamente, no hacen sino compensar (muy parcialmente) y a posteriori las desigualdades sin
actuar en su origen… cuando no contribuyen a mantenerlas encerrando a las mujeres en el rol de madre.
Si bien una institución social como la jubilación otorga derechos adicionales a las mujeres por el cuidado de los hijos,
perpetúa la idea de que las mujeres tendrían la vocación de ocuparse de ellos. Una política progresista debe contribuir a la
vez a reducir las desigualdades de las pensiones entre los sexos y a transformar el modelo de protección social: un sistema de
jubilaciones debería permitir a toda persona constituirse derechos propios para una pensión suficiente, mientras que los
dispositivos de solidaridad aseguran complementos para los accidentes durante el recorrido.
Por un lado, esto supone actuar en el sistema de jubilaciones corrigiendo aquello que desfavorece las carreras más cortas de
las mujeres y, para empezar, suprimir los recortes. Esto también supone reforzar la relación entre la pensión y los mejores
salarios de la carrera profesional, en oposición al desarrollo actual que refuerza la relación entre cuotas aportadas y pensión.
Finalmente, esto supone considerar una duración de vida profesional completa que corresponda a la realidad del mercado del
trabajo. Así no ocurre hoy en día: las duraciones de las carreras validadas disminuyen desde la generación de 1955, según el
COR, mientras que las cuotas que se exigen continúan aumentando. Así, la brecha aumenta entre las dos, configurando una
mayor disminución de las pensiones. Un cambio progresista de modelo podría aproximar la duración de las cuotas
requeridas y la de la carrera promedio de las mujeres.
Por otra parte, es esencial actuar con anticipación a la jubilación para erradicar las desigualdades en materia de salarios, de
carreras y de acceso de las mujeres a un empleo. Tener un empleo de calidad, a tiempo completo, no sufrir desigualdades
salariales –lo cual implica la revalorización de los trabajos femeninos– son condiciones indispensables no solamente para la
futura jubilación de las mujeres, sino para su autonomía a lo largo de la vida. Al mismo tiempo, se trata de una herramienta
muy eficaz para mejorar el financiamiento de las pensiones, la desigualdad salarial y la igualdad de las tasas de actividad,
brindando un complemento no menor en cuanto a las ganancias de las cuotas.
En 2021, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE), las tasas de actividad de las mujeres y
de los hombres entre 25 y 54 años eran del 84% y del 92%, es decir, una brecha de 8 puntos. Si fuesen iguales, 1,1 millón
más mujeres estarían activas. A pesar de que desde hace 40 años la brecha se redujo continuamente, su nivel actual se
mantiene igual en las proyecciones del INSEE y del COR hasta 2070. Eso expresa la convicción de que nada cambiará,
incluso una resistencia al progreso.
Levantar los obstáculos al empleo de las mujeres también implica responder a las necesidades vinculadas a las guarderías
para la primera infancia. Incluso si la situación en Francia es mejor que en los países vecinos, cerca de un millón de niños de
menos de tres años, es decir la mitad, no encuentran un lugar de acogida (3). La promesa de la primera ministra Élisabeth
Borne de crear 200.000 lugares en guarderías parece estar lejos de los números necesarios. Satisfacer estas necesidades, así
como aquellas en los servicios respecto de las personas que pierden autonomía, permitiría crear muchos empleos, que
estarían destinados tanto a hombres como a mujeres y cuyo valor debería reconocerse. Todo este componente de la actividad
humana, asegurado esencialmente por las mujeres, crea el vínculo social.
Tomar conciencia de ello favorecería el surgimiento de un nuevo imaginario a la vez que permite cuestionarse sobre el
sentido del trabajo, nuestros modos de vida y la naturaleza y las prioridades de la producción económica. En este punto, la
cuestión feminista coincide con la ecológica. En ambos casos, lo que se plantea es la reducción general del tiempo de trabajo
y no su aumento: volver a centrar al trabajo en torno a las actividades esenciales para la vida, enfocadas en el bienestar, la
utilidad social, el cuidado del otro y la preservación del planeta. En la historia de la emancipación humana, la reducción del
tiempo de trabajo, durante la jornada, la semana y luego en el conjunto de la vida, siempre fue un elemento clave del
progreso social.
La crítica del sistema actual de jubilaciones, desde una perspectiva feminista, marca puntos de referencia para una
transformación global de la sociedad. Alcanzar la igualdad demandará tiempo, pero la actual invisibilización del potencial
relacionado con el empleo de las mujeres en las reflexiones de los responsables, ciertamente no ayuda a realizarla.
Es un alivio. Tras dos años de pandemia, la zona de Belgrave Road vuelve a celebrar el Diwali, la fiesta hindú de las luces.
En la Golden Mile [milla dorada], así llamada por sus numerosas joyerías, se colgaron guirlandas en forma de lámparas de
aceite. En la noche del 9 de octubre de 2022, los fuegos artificiales marcan el comienzo de las fiestas. Pero algo no funciona
en este suburbio del norte de Leicester. El municipio envió a muchos efectivos policiales para asegurar que la noche
transcurra sin incidentes. La avenida, que suele estar abarrotada durante el día en esta época del año, permanece en una
calma desconcertante. “Las familias suelen venir desde Birmingham para comprar joyas y accesorios nuevos. Hoy [la calle]
está vacía”, suspira un comerciante señalando su desierta tienda de saris. “La gente de los alrededores nos llama con
regularidad para ver si pueden venir a hacer compras a Leicester. Tienen miedo”, asegura el propietario de una tienda de
ropa cercana.
Unas semanas antes estallaron violentos enfrentamientos en esta ciudad de las Midlands [tierras medias] entre grupos de
hombres de las comunidades hindú y musulmana. El sábado 17 de septiembre de 2022, cerca de 200 individuos
enmascarados, algunos de ellos armados, marcharon a última hora del día por la calle comercial Green Lane Road, en pleno
barrio musulmán. ¿Su grito de guerra? “Jai Schri Ram” (Gloria al señor Rama), un lema que en los últimos años ha estado
asociado en India con la violencia perpetrada por fundamentalistas hindúes contra las minorías musulmanas. “En Leicester,
la mayoría de los musulmanes están vinculados con India y son conscientes de lo que sucede allí. De inmediato temieron por
sus vidas”, declaró Sharmen Rahman, concejala laborista de North Evington, una circunscripción oriental donde predomina
la población musulmana.
Ese día, los comerciantes de Green Lane Road cerraron sus puestos con prisa. “Al día siguiente, sólo les abrí a mis clientes
habituales porque temía nuevas amenazas”, cuenta la propietaria de una pequeña tienda de ropa islámica. Grupos de
musulmanes organizaron también una marcha, al canto de “Allahu Akbar” (Alá es grande). Ese mismo fin de semana, a
modo de represalias, se arrió la bandera religiosa de un templo hindú y se quemó otra delante de las cámaras. Peleas,
botellazos, autos dañados: el clima degeneró con rapidez. Al principio la policía parecía desbordada. La mayoría de sus
efectivos estaban velando por la seguridad del funeral de la reina Isabel II en Londres. Los rumores difundidos en las redes
sociales terminaron de encender la pólvora. En la mañana del domingo 18 de septiembre de 2022, el propietario de un
pequeño lavadero de autos situado en la entrada de la Golden Mile encontró la entrada de su negocio cubierta del rastro de
bombas lacrimógenas que habían sido lanzadas “para impedir que los musulmanes entren en el barrio”, dice atónito.
Esta brutalidad conmocionó a muchos residentes. Leicester, una ciudad de 370.000 habitantes situada a una hora de Londres,
es desde hace tiempo un modelo de cohesión interconfesional. En el censo de 2021, la población era musulmana en un 23
por ciento e hindú en un 17 por ciento. La ciudad alberga una de las mayores comunidades asiáticas del país, con mayoría de
personas de ascendencia india. Una diáspora que llegó del Punjab en los años 1950 y, a partir de mediados de los años 1960,
de África Oriental. Muchas familias originarias de Gujarat en las colonias británicas de Kenya, Tanzania y Uganda tuvieron
que abandonar estos países cuando obtuvieron la independencia.
Desde entonces, hindúes, musulmanes y sijes parecen coexistir en Leicester en buena armonía. “Soy musulmán y siempre
tuve amigos hindúes”, cuenta Amjad, taxista de unos 20 años. “Antes trabajaba en una fábrica donde el 80 por ciento de los
empleados eran hindúes y no había ningún problema”. En la Golden Mile, la propietaria de una pequeña tienda de
electrodomésticos dice lo mismo: “Llevamos aquí 30 años y nunca habíamos visto algo así. La actitud de estos jóvenes no
refleja la mentalidad de la comunidad hindú”. Entrevistado por la BBC el 19 de septiembre de 2022, el alcalde laborista,
Peter Soulsby, se confesó “pasmado por esta violencia” en una ciudad que suele ser “muy tranquila”.
En los últimos meses, sin embargo, las tensiones habían aumentado. En mayo de 2022, un joven fue agredido en la calle por
un grupo de personas por su fe musulmana, según el relato de la madre del adolescente. El 28 de agosto de 2022, después de
que la selección de críquet de Pakistán venciera a la de India, hubo marchas de grupos en Leicester al grito de “¡Muerte a
Pakistán!”. Un insulto antiislámico, según Fatima Rajina: “En India, a los musulmanes se los suele llamar pakistaníes, es
decir, traidores a su patria –afirma esta socióloga especialista en musulmanes británicos–. Es el mismo uso que se hace en
Leicester, donde en realidad viven muy pocos pakistaníes.” Una semana después, India se vengó y se produjo otro ataque.
Cada comunidad tiene su propio relato de los hechos, con sus propios vínculos mediáticos y políticos. Según el activista
comunitario Majid Freeman, la policía no reaccionó durante meses ante los ataques islamófobos. “Esa fue la gota que
rebalsó el vaso y condujo a los enfrentamientos”, afirma. Pero la fiabilidad de este treintañero citado por The
Guardian y The New York Times ha sido cuestionada por la Henry Jackson Society. Una nota de este think tank de tendencia
neoconservadora señala unos tuits irónicos de Freeman (“Si se muere, se muere”) publicados el 12 de agosto de 2022, el día
del atentado contra Salman Rushdie (a quien al día siguiente calificó como “un símbolo del odio de Occidente”). Según The
Telegraph, un periódico de derecha, el joven también difundió información falsa en las redes sociales sobre un intento de
secuestro a una joven musulmana (1).
Huevos lanzados contra una estatua de Ganesha, casas y autos atacados: a principios de septiembre de 2022, la policía
también había recibido varios informes de parte de familias hindúes que, a su vez, percibían a la otra comunidad como una
creciente amenaza. Entrevistado por la BBC el 4 de octubre de 2022, un hombre explicó que había recorrido Green Lane
Road, en el barrio musulmán, para protestar tras varias semanas de intimidaciones. “La gente ya no se atreve a salir de sus
casas para hacer las compras, tenemos que protegernos”.
Al menos una cosa parece cierta: los recientes ataques en Leicester no son un rayo en un cielo sereno. “Al principio, las
comunidades de inmigrantes indios de Leicester se habían unido ante el racismo y la extrema derecha, pero a partir de los
años 1980 esta alianza se fracturó”, afirma Gurhapal Singh. Residente en Leicester, el profesor de la Universidad de Londres
describe una importación de tensiones religiosas. “Una de las etapas clave de este proceso fue el caso Salman Rushdie. A
partir de ese momento, los musulmanes del Reino Unido empezaron a defender su fe” (2).
En Leicester, entre 2001 y 2021, la población de fe musulmana creció tres veces más rápido que la población hindú, y ya la
ha superado. “Son personas que abandonaron el norte de Inglaterra tras los disturbios raciales a principios de la década de
2000, somalíes que huían de las persecuciones en los Países Bajos, musulmanes de Francia –dice Singh–. Empezaron a
comprar comercios en el barrio hindú y a la inversa. Esto creó fricciones porque estas comunidades suelen vivir en zonas
separadas.” Sin embargo, las fricciones nunca habían desembocado en grandes conflictos.
Muchos señalan a los recién llegados de los antiguos puestos comerciales portugueses de Damán y Diu, en India, que,
teniendo pasaportes europeos ligados al estatus de ex colonia portuguesa, habrían emigrado al Reino Unido antes del Brexit.
“Son jóvenes, no conocen bien la cultura de la ciudad”, dice Singh. Esta situación es más problemática debido a que el
municipio ya no dispone de medios para integrar a los recién llegados. “En diez años, hemos sufrido recortes presupuestarios
de unos 150 millones de libras al año –lamenta Rita Patel, concejala laborista e hindú–. Antes teníamos recursos para ofrecer
cursos de inglés, darse de alta en la seguridad social, encontrar empleo. Ahora estas personas están abandonadas.”
La situación económica de Leicester también se ha deteriorado en los últimos 30 años debido al declive de la industria
manufacturera. “El Covid agravó la situación y sumió a muchos inmigrantes irregulares en una profunda pobreza –subraya
Gurhapal Singh–. De ese modo, son mucho más susceptibles de ser manipulados.” Una postura que comparte Kirk Master,
concejal laborista y musulmán: “Muchas familias de las zonas de las revueltas tienen escasa formación y están
desempleadas”.
Sin embargo, el municipio encargó un estudio para esclarecer los últimos sucesos, ya que sigue siendo difícil precisar el
perfil de los provocadores. “Las personas provenientes de Damán y Diu suelen ser estudiantes cuyas familias tienen los
recursos suficientes para enviarlos al Reino Unido”, explica Rajina. Por otra parte, remarca Singh, estos mismos jóvenes
“crecieron en contacto con la política nacionalista hindú”. Muchos en Leicester creen que el verdadero problema radica en la
propagación en el Reino Unido de la hindutva, una ideología etnonacionalista surgida a principios del siglo XX según la cual
la nación india se define por su herencia hindú.
Promovida por el primer ministro Narendra Modi y su partido, el Bharatiya Janata Party (BJP) [Partido del Pueblo Indio],
también cuenta con el apoyo de una organización paramilitar de extrema derecha, Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS)
[Cuerpo de Voluntarios Nacionales] que, al parecer, tiene cada vez más influencia entre la diáspora británica. En Leicester,
“hemos evitado hablar de ello durante mucho tiempo y ahora nos está explotando en la cara”, considera la laborista Sharmen
Rahman. Una investigación de la BBC descubrió que en las semanas previas a los enfrentamientos se publicaron cientos de
miles de tuits, la mitad provenientes de India, en los que se afirmaba que los musulmanes estaban amenazando a los hindúes
de Leicester (3). Las organizaciones de beneficencia y religiosas también podrían estar contribuyendo a la propagación de
este radicalismo hindú. Los rumores sobre la presencia de la predicadora y activista de la hindutva Sdhvi Ritambjara en un
templo de Birmingham llevaron a decenas de jóvenes musulmanes a protestar frente al lugar de culto el 20 de septiembre de
2022.
Pero esta lectura de las recientes tensiones no es unánime. Según Charlotte Littlewood, de la Henry Jackson Society, la
realidad del vínculo entre los organizadores de la marcha del 17 de septiembre y el RSS no está clara. En su informe para
el think tank, Littlewood apunta en cambio a la responsabilidad de varias figuras islamistas de las redes sociales, a quienes
acusa de haber avivado las tensiones. Su análisis incriminatorio se hace eco del de la prensa local conservadora y de la
minoría municipal de derecha, cuyos representantes electos han transmitido las acusaciones de parcialidad formuladas por la
comunidad hindú contra el relator encargado por el municipio para investigar los enfrentamientos (4).
De hecho, dentro de la diáspora india británica, mientras los musulmanes siguen apoyando a los laboristas, cada vez más
hindúes parecen proclives al voto conservador (5). “En Leicester, durante las elecciones generales de 2019 –relata Sajidah
Ali, activista comunitaria–, hubo verdaderas campañas dentro de la comunidad hindú contra el Partido Laborista bajo la
sospecha de que apoyaba a los musulmanes.” Otro factor fueron los intentos laboristas de legislar en contra de la
discriminación de los dalit –parias en el sistema de castas, a menudo llamados “intocables” – en el Reino Unido durante la
década de 2010 (6). La defensa del laborismo de la autonomía de Cachemira, a la que el primer ministro indio puso fin en
2019, también puede haber sido un factor de cierto distanciamiento. “Es una postura que se considera hostil a India y a
Narendra Modi”, explica Rajina.
Aunque la política exterior es, por supuesto, secundaria para los votantes de origen indio, las figuras nacionales del partido
conservador, como la ex ministra del Interior de Boris Johnson, Priti Patel, apoyan abiertamente a Modi. El actual primer
ministro Rishi Sunak, él mismo de fe hindú, está casado con la hija del multimillonario indio Narayana Murthy, cofundador
de la empresa informática Infosys y admirador del primer ministro indio. De momento, la prioridad del nuevo jefe de
gobierno británico parece ser cerrar un gran un acuerdo comercial con India, socio estratégico desde la entrada en vigor
del Brexit.
1. Aina J. Khan y Mark Brown, “Police call for calm after ‘serious disorder’ breaks out in Leicester”, The Guardian,
Londres, 18-9-2022; Megan Specia, “Ugly clashes in England rooted in England”, The New York Times, 4-10-2022; Patrick
Sawe, “Islamists radicals accused Hindus of kidnapping girls to stoke tensions in Leicester”, The Telegraph, Londres, 12-11-
2022; Charlotte Littlewood, “Hindu-Muslim civil unrest in Leicester: ‘Hindutva’ and the creation of a false narrative”,
Henry Jackson Society, 3-11-2022.
2. Véase también Wendy Kristianasen, “Desasosiego en las comunidades musulmanas británicas”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, enero de 2007.
3. Sin atribución de autor, “Did misinformation fan the flames in Leicester?”, BBC News, 25-9-2022.
4. Asha Patel y Sali Shobowale, “Hindu leaders say they will boycott city mayor’s inquiry into east Leicester
disorder”, Leicester Mercury, 28-10-2022. Véase también Patrick Sawer, “Islamists accused of stoking tensions with wild
claims”, The Sunday Telegraph, Londres, 13-11-2022.
5. Caroline Duckworth, Devesh Kapur y Milan Vaishnav, “Britain’s new swing voters? A survey of British Indian attitudes”,
Fondo Carnegie para la Paz Internacional, John Hopkins, Escuela de Estudios Internacionales Avanzados, noviembre de
2021.
6. Alexia Eychenne, “Au Royaume-Uni, des immigrés prisonniers des castes”, Le Monde diplomatique, marzo de 2016.
* Periodista.
¿Estarán algunos dirigentes nacionalistas indios buscando exportar a Occidente los conflictos étnicos y religiosos que
alientan en su propio país? Los violentos enfrentamientos entre miembros de comunidades hindúes y musulmanas en
Leicester (Reino Unido), el pasado 17 de septiembre (Popper, pág. 22) permiten plantear la pregunta. Según la British
Broadcasting Corporation (BBC), más de la mitad de los 200.000 tuits relacionados con los acontecimientos de Leicester
podían ser geolocalizados en India. Provenían de usuarios que disponían, cada uno, de varias cuentas, a menudo numerosas
(1), y que se presentan como admiradores del hindutva.
Este término, traducido al castellano como “hinduidad”, fue inventado por el líder político Veer Savarkar (1883-1966) en
1923 en una obra epónima convertida en uno de los textos programáticos y fundadores del Rashtriya Swayamsevak Sangh
(RSS), literalmente Asociación de los Voluntarios Nacionales. Este movimiento surgió dos años después a partir del modelo
de los Fasces Italianos de Combate de Benito Mussolini. Organizado en milicias y considerado como la casa-madre del
nacionalismo hindú contemporáneo, inauguró, a lo largo del siglo XX, filiales en todos los ámbitos (sindicatos, campesinos,
obreros, estudiantes, ramas femeninas, editoriales, etc.), tanto en India como en el exterior.
El RSS fue dos veces prohibido en el territorio indio. Primero en 1948, tras el asesinato de Mahatma Gandhi perpetrado por
un antiguo simpatizante suyo, y luego en 1975 bajo Indira Gandhi durante un período de estado de emergencia. Los
dirigentes decidieron entonces consolidar sus contactos en el seno de la diáspora abriendo filiales en el exterior. En 1976,
algunos simpatizantes en el Reino Unido fundaron la Friends of India Society International (FISI), cuyo objetivo original era
defender la ideología hindutva. La asociación permaneció activa en Gran Bretaña y en Europa continental, particularmente
en París.
Propaganda e intimidación
En India, el RSS está bien establecido a través del partido que creó, el Bharatiya Janata Party (BJP), literalmente Partido del
Pueblo Indio. Uno de sus dirigentes, Narendra Modi, llevó al partido al poder en 2014, y luego fue reelecto por cinco años
en 2019. Se identifica con el hindutva, que es ante todo un proyecto político etno-nacionalista. No se trata de fe ni de ritos ni
de creencias ni de escuelas filosóficas sino de población y de territorio.
En efecto, para sus adeptos, India es un país hindú: todos los hindúes pueden reivindicarse como indios –incluidos aquellos
que no viven en el territorio–. Los demás son cuanto más invitados; en el peor de los casos, invasores. Deben por tanto ser
identificados, controlados, privados de ciertos derechos, o incluso echados y hasta eliminados (2). Las minorías no-hindúes,
es decir principalmente los musulmanes (el 13% de la población) y los cristianos (el 2,3%) son las primeras víctimas de los
defensores de esta ideología, así como los dalits, y las poblaciones tribales, a los que hay que sumar las mujeres (incluso
hindúes) ni bien se alejan de los principios patriarcales.
Estos nacionalistas denuncian por ejemplo los casamientos mixtos y alertan sobre la “Love Jihad”, una “yihad matrimonial”
que apuntaría a la conversión de las mujeres hindúes para que su descendencia sea musulmana. Este fantasma paranoico,
según el cual una mayoría de la población sería asediada por una minoría principalmente musulmana, se traduce en
campañas de denigración y agresiones en su contra.
En el exterior, la diáspora (30 millones de personas en 110 países) le asegura un apoyo político y, sobre todo, un apoyo
financiero importante al Sangh Parivar, que reagrupa al conjunto de las organizaciones que se identifican con la hindutva (3).
Rápidamente, el RSS comprendió que su expansión necesitaba una adaptación, con el fin de atraer a los expatriados indios,
entre ellos a numerosos estudiantes de informática e ingenieros (4). En 1996 lanzó el Global Hindu Electronic Network,
GHEN. Muy presentes en las redes sociales, los miembros del RSS también pueden participar en reuniones virtuales.
La periodista india Swati Chaturvedi se introdujo en “el mundo secreto del ejército digital del BJP” y sacó a la luz la
existencia de brigadas de trolls, compuestas tanto por seguidores en India y en el exterior como por bots, operando bajo
mando del BJP (5). En Francia, en un informe titulado Les Manipulations de l’information : un défi pour nos
démocraties (“Las manipulaciones de la información: un desafío para nuestras democracias”), el Ministerio de Relaciones
Exteriores señaló la presencia de una célula “Tecnologías de la información” en el seno del partido gobernante en India y el
uso del acoso en línea a todo individuo que tenga un mensaje crítico (6). Esas estrategias de propaganda y de intimidación
apuntan particularmente a las minorías, las mujeres (sobre todo si forman parte de las castas bajas o de una minoría religiosa
o si son lesbianas), los periodistas. Estos trolls usan en Twitter palabras clave como “sickular” (de sick [“enfermo”] y
“secular” para sugerir una patología laica) o incluso “presstitute” (el equivalente del castellano “prenstituta”)…
La sola ideología no basta para explicar que grupos políticos o individuos politizados en India se involucren en otros países
o que gente que vive del otro lado del mundo importe del exterior razonamientos y modus operandi. De hecho, la diáspora
representa una fuente de financiamiento y de influencia esencial para el Sangh Parivar que, a cambio, aporta su apoyo a los
indios en el extranjero.
Caridad dirigida
Hace unos veinte años, en 2001, tras el terremoto que golpeó a Bhuj en Gujarat, y tras los pogroms antimusulmanes en el
mismo estado al año siguiente, llegaron donaciones en dólares y libras esterlinas a India. Sirvieron principalmente para
construir escuelas pro-hindutva que se supone debían “re-hinduizar” a las poblaciones tribales, y financiar la campaña para
la construcción de un templo al dios Rama en la ciudad de Ayodhya en la cual los nacionalistas hindúes habían destruido una
mezquita en 1992. En 2002 y 2004, dos informes de organizaciones no gubernamentales (ONG), Awaaz South Asia Watch y
Sabrang Communications Limited, así como un reportaje difundido en el canal británico Channel 4, denunciaron ese sistema
ilegal de financiamiento, a través de la diáspora (7). Al desenmascarar toda la estructura de financiamiento extranjero del
Sangh Parivar, causaron un escándalo en India, en Estados Unidos y en el Reino Unido ya que sacaron a la luz las relaciones
a la vez estructurales, jerárquicas y humanas que unen a la diáspora anglosajona con las organizaciones nacionalistas
hindúes.
Sin embargo, el Indian Development and Relief Fund (IDRF), vía de transmisión de los fondos destinados al Sangh Parivar
creado en 1989 y establecido en Maryland, Estados Unidos, está registrado como una organización caritativa con fines no-
políticos, no-sectarios y no-lucrativos. Esta fundación comprende setenta y cinco organizaciones, entre las cuales sesenta
pueden ser identificadas como ramas del Sangh. Oficialmente, el IDRF distribuyó más de 5 millones de dólares a 184
asociaciones entre 1995 y 2002. Sin embargo, el 80% de las donaciones recaudadas de las que puede disponer (y que
representan tres cuartos de las sumas recaudadas, ya que el resto está expresamente destinado a una causa por los donantes)
van a asociaciones del Sangh Parivar, contradiciendo sus argumentos de neutralidad. Así, “desde su creación en 1989, el
IDRF se desarrolló de manera sistemática para convertirse en un partícipe esencial de las campañas de recaudación de
fondos extranjeros organizadas por el RSS” (8), subraya Sabrang.
El caso de la organización caritativa Sewa-UK –también con sede en Maryland– es idéntico. Según los autores del informe
de 2004, logró recaudar al menos 2,3 millones de libras esterlinas (2,6 millones de euros) tras el terremoto de Bhuj. Cerca de
tres cuartos de esa suma fueron a parar a Sewa Bharati Gujarat (1,9 millones de libras), que usó un tercio para construir
escuelas pro-hindutva, particularmente en zonas tribales, mientras que los fondos fueron recaudados para la reconstrucción
de pueblos destruidos. De hecho, según Awaaz, “SIUK [Sewa International – UK] financió una organización del RSS
directamente implicada en la depuración religiosa por la fuerza de un pueblo del Gujarat y responsable de la ocupación ilegal
de terrenos que en el pasado les fueron confiados por estatuto a musulmanes”.
Influencias
Destacados universitarios dedicaron sus trabajos a estas redes, tal como el profesor Vijay Prashad quien alude al
“Hindutva Yanqui” (9) o aun Thomas Blom Hansen quien examinó el rol de la Vishwa Hindu Parishad (VHP, rama religiosa
del RSS) en Sudáfrica (10), mientras que la investigadora francesa Aminah Mohammed-Arif documentó el ascenso de la
VHP en Estados Unidos (11). Sin embargo, la estructura mundial de esta fraternidad religiosa sigue siendo poco conocida.
Y no faltan ricos mecenas. En Estados Unidos, estos últimos años, por ejemplo, los editores Subhash y Sarojini Gupta, el
empresario y presidente de una de las organizaciones de Sangh Parivar, Hindu Swayamsevak Sangh (HSS), Ramesh
Bhutada, y su hijo Rishi, donaron varios millones de dólares cada uno, a través de su fundación, a organizaciones pro-
hindutva (12). A cambio, consolidan su posición localmente en el seno de su comunidad, se constituyen en fuerza política
(pro-republicanos en Estados Unidos y pro-conservadores en el Reino Unido) y pueden presumir de contactos en India,
dispuestos a brindarles beneficios materiales o simbólicos. En 2022, un informe difundido por el grupo South Asian Citizen
Wire reveló que veinticuatro organizaciones estadounidenses –asociaciones caritativas, think tanks, grupos políticos de
reflexión, organizaciones de educación superior cuyos activos tienen un valor cercano a los 1.000 millones de dólares en
total– están relacionadas al Sangh Parivar en India y defienden en Estados Unidos la ideología hindutva, particularmente
ante las autoridades educativas (13).
Idéntico escenario existe en el Reino Unido, en donde aparecen empresarios influyentes y grandes donantes como Manoj
Ladwa, abogado y empresario, o los riquísimos hermanos Srichand y Gopichand Hinduja, respectivamente presidente y
vicepresidente del conglomerado Hinduja Group, hindúes adinerados, educados y de casta alta que tienen acceso a las
autoridades locales y a la dirigencia de las asociaciones de la diáspora. Este reclutamiento elitista se ve hasta en las
organizaciones estudiantiles pro-hindutva.
En la mayoría de los países occidentales, es ilegal contribuir financieramente o por cualquier otro medio a actividades
políticas en el exterior, tanto más si éstas tienen como consecuencia abusos de los derechos humanos, como es el caso del
RSS, el BJP y sus filiales en India. En el exterior, el Sangh Parivar viste entonces los atributos de la banalidad. Aun cuando
ciertas voces, en Estados Unidos particularmente, llaman a colocar al Sangh Parivar en la lista de los grupos a vigilar, e
incluso en la de los grupos terroristas, los partidarios del hindutva buscan afirmar una presencia ordinaria registrando su
accionar en el marco de las políticas multiculturales. Esto les permite seducir hindúes en busca de actividades culturales o
educativas, a la vez que se implantan como formaciones legítimas en el paisaje político-asociativo y evitan llamar la
atención de las autoridades fiscales y políticas.
En agosto de 2022, Mohan Bhagwat, el jefe del RSS, concluía una gran asamblea mundial de simpatizantes en Bhopal
(India) con esta exhortación a la diáspora: “Trabajen para que India se vuelva próspera. Hagan de ella un ‘vishwa guru’, un
ejemplo mundial” (14). Esto consiste, para los adalides del nacionalismo hindú, en financiamientos, juegos de influencias y
la demonización del islam con fines puramente ideológicos. Sucede en India, pero puede suceder en cualquier parte del
mundo.
1. Reha Kansara y Abdirahim Saeed, “Did misinformation fan the flames in Leicester?”, BBC, 25-9-22,
https://www.bbc.com
2. Pierre Daum, “Una India sin musulmanes”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2020.
3. “Far and Wide: The Sangh Parivar’s Global Network”, en Christophe Jaffrelot (dir.), The Sangh Parivar: A
Reader, Oxford University Press India, Nueva Delhi, 2006.
4. “Cyber-hindutva : le nationalisme hindou, la diaspora et le web”, e-Diasporas Atlas: Exploration and Cartography of
Diasporas on Digital Networks, Maison des Sciences de l’Homme, París, 2012.
5. Swati Chaturvedi, I am a Troll: Inside the Secret World of the BJP’s Digital Army, Juggernaut Publication, Nueva Delhi,
2016.
6. Jean-Baptiste Jeangène Vilmer, Alexandre Escorcia, Marine Guillaume, Janaina Herrera, Les Manipulations de
l’information : un défi pour nos démocraties, informe del Centro de Análisis, Previsión y Estrategia (CAPS) del Ministerio
de Europa y de Relaciones Exteriores y del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (IRSEM), París,
agosto de 2018.
7. Sabrang, “The foreign exchange of hate: IDRF and the American funding of Hindutva”, 2002 y Awaaz-South Asia Watch
Limited, “In bad faith? British charity and Hindu extremism”, 2004, en el sitio www.sacw.net
8. Sabrang, “The foreign exchange of hate: IDRF and the American funding of Hindutva”, 2002.
10. Thomas Blom Hansen, “Diasporic Dispositions”, Himal South Asia, Vol 15, N° 12, Colombo, diciembre de 2002.
11. Aminah Mohammed-Arif, “Religion, Diaspora and Globalization: the Vishva Hindu Parishad and the Jama’at-i Islami in
the United States”, en Deana Heath y Chandan Masur, Communalism and Globalization in South Asia and its
diaspora, Routledge, Londres, 2011.
12. Raqib Hameed Naik, Divya Trivedi, “Sangh Parivar’s U.S. funds trail”, Frontline Magazine, Chennai, 4-7-21.
13. Jasa Macher, “Hindu Nationalist Influence in the United States, 2014-2021. The Infrastructure of Hindutva Mobilizing”,
South Asia Citizens Web, mayo de 2022. www.sacw.net
14. “‘Make India Vishwa Guru’: RSS Chief to Sangh Workers Living Abroad, NDTV, Nueva Delhi, 7-8-22.
* Periodista
El 27 de noviembre de 2022, el primer ministro japonés Fumio Kishida hizo una visita a las tropas de defensa terrestre en la
base de Asaka, al norte de Tokio. Tras dar una pequeña vuelta en un tanque de guerra, pronunció un discurso de ruptura: “A
partir de ahora voy a considerar todas las opciones, incluidas la de tener capacidades de ataque contra bases enemigas y la de
continuar con el fortalecimiento del poder militar japonés”. Según el jefe de Gobierno, “la situación de seguridad alrededor
de Japón cambia a una velocidad sin precedentes. Algunas cosas que no sucedían más que en novelas de ciencia ficción se
han convertido en nuestra realidad”. Algunos días después, Kishida anunció la duplicación de los gastos de defensa y
desbloqueó el equivalente a 315 mil millones de dólares a lo largo de cinco años. Así, Japón dispondrá del tercer presupuesto
militar mundial, luego de Estados Unidos y China. Representará el 2% del PBI, lo que corresponde al compromiso asumido
en 2014 por los 28 miembros de la OTAN… de la que sin embargo no forma parte.
Estos anuncios –que se inscriben en el marco de la nueva “Estrategia de Seguridad Nacional” presentada en agosto de 2022–
cambian radicalmente las misiones de las Fuerzas de Autodefensa, el nombre oficial del Ejército nipón. En efecto, ya no se
limitarán a defender al país, sino que dispondrán de los medios para contraatacar, e incluso destruir bases militares
enemigas. El anuncio no es para nada sorprendente. El pasado agosto, en un palacio en Tokio, Onodera Itsunori, presidente
de la comisión de investigación sobre seguridad nacional del Partido Liberal-Demócrata (PLD), cercano a Kishida y ex
ministro de Defensa de su predecesor Shinzo Abe, se puso en los zapatos del primer ministro para considerar junto a su
invitado, el diputado del PLD, Otsuka Taku, una eventual invasión de Taiwán por parte de China. Ken Moriyasu,
corresponsal diplomático del diario Nikkei Asia, relata: “Partieron de la idea de que los chinos invadirían simultáneamente
Taiwán y las islas Senkaku [reivindicadas por China] y se preguntaron: ‘¿Qué deberíamos hacer? ¿Deberíamos primero
evacuar a nuestros ciudadanos instalados en Taiwán?’. ¡Concluyeron que habría que concentrarse en Senkaku!”.
La tensión en el país era palpable. Algunos días después de la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de
Estados Unidos, Nancy Pelosi, cinco misiles balísticos lanzados por Pekín durante ejercicios militares alrededor de Taiwán
cayeron en las aguas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) japonesa. “En los próximos años, será vital para China poner a
prueba la alianza nipona-estadounidense. Oficialmente, para Washington, el más mínimo ataque en suelo japonés, como por
ejemplo en la isla de Yonaguni, a 110 kilómetros de Taiwán y en el extremo del archipiélago de Okinawa, equivaldría a una
bomba sobre Manhattan. Pero en la realidad, nada es menos seguro”, asegura Moriyasu.
Gracias a las imágenes satelitales, los japoneses también saben que los militares chinos se entrenaron en cómo atacar un clon
de la base aérea estadounidense de Kadena, en Okinawa. Murano Masashi, especialista sobre Japón en el think
tank conservador Hudson Institute de Washington, estima que ese ataque sería enseguida neutralizado si Taiwán fuera
invadida: “China iniciaría el conflicto con una salva de misiles balísticos y de crucero sobre las pistas de aterrizaje en
Okinawa y Kyushu, así como campañas de perturbación cibernética y electromagnética”. Estados Unidos, por su parte,
reitera que la presencia de sus 30.000 militares es indispensable, aunque sólo sea para los mismos okinawenses. El 30 de
octubre de 2022, el embajador estadounidense en Japón se dirigió al campamento Hansen de los marines para inaugurar un
gran mercado de horticultores locales para alimentar a las familias de los soldados. No es seguro que eso baste para seducir a
los habitantes, en su mayoría hostiles a las bases estadounidenses (1).
Algunas semanas antes, en agosto, el gobierno japonés hizo pública su nueva estrategia. El Libro Blanco sobre la “Defensa
de Japón 2022” presentó a China como un “desafío estratégico sin precedentes”, una “opositora” acusada de romper el
equilibrio geopolítico y militar en la región, de amenazar a las islas Senkaku así como a Taiwán, que Tokio asegura querer
defender tras haber ocupado la isla de 1895 a 1945 (2). Otros enemigos señalados son Corea del Norte, que multiplicó los
lanzamientos de misiles a lo largo de 2022 y, desde la invasión a Ucrania, Rusia, con la cual aún no está resuelta la disputa
fronteriza acerca de las islas Kuriles .
No obstante, este análisis no es unánime dentro de la sociedad japonesa. Moriyasu nos recuerda que Pekín, efectivamente,
aumenta su presupuesto militar (7,5% en 2022, es decir, 229 mil millones, contra 768 mil millones de dólares para Estados
Unidos). Pero según él, “Xi Jinping consolidó su poder no para hacer la guerra, sino porque se dispone a tomar decisiones
impopulares contra las desigualdades […]. Eso hará que los chinos ricos que se comportan como príncipes sauditas se
disgusten mucho. Si bien el Presidente chino desea que Taiwán se incorpore a China, nada en su discurso da a entender que
quiera invadirla. Ciertamente, no descarta esa posibilidad, pero el núcleo de su discurso es un retorno a las raíces del
socialismo”. Un proyecto incompatible, según él, con la guerra.
Del lado de los opositores al PLD, son sobre todo la amplitud de los gastos militares y la nueva estrategia ofensiva lo que
suscita las críticas. Esta nueva estrategia viola la Constitución pacifista impuesta por Washington tras la rendición en 1945, a
la cual los japoneses siguen apegados. En particular al Artículo 9: “El pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra
como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución de los conflictos
internacionales.”
A fin de defender este principio, los pacifistas se manifiestan regularmente alrededor de Kokkai Gijido, el imponente edificio
de la Dieta Nacional, el Parlamento nipón. Algunos militantes con megáfono, entre los seis mil manifestantes presentes esa
tarde de noviembre, se enfrentan a los pequeños altavoces de plástico de los policías. Pero cada quien se mantiene detrás de
su línea de demarcación pintada en el piso o detrás de su cinta de seguridad. Los bolsillos de uno de los manifestantes
desbordan de folletos en los que está escrito: “La paz nunca podrá ser creada por la fuerza”, “La expansión militar es un
punto de no retorno”, o incluso “No dejemos que nuestras islas se conviertan en fortalezas”. Empleado de una asociación
caritativa, este hombre deplora que los manifestantes sean “principalmente personas mayores”.
“La juventud está un poco aislada, casi no habla ningún idioma extranjero –explica el médico de un hospital en Tokio–. Vive
en una burbuja, con sus preocupaciones cotidianas, sin conciencia de las verdaderas amenazas exteriores. Piensa que el
gobierno tiene razón al decir que hay que aumentar nuestra capacidad de defensa, a la vez que piensa que, finalmente, nos
salvará el gran aliado estadounidense”.
Tanto para la población como para el gobierno, el eje de la seguridad sigue siendo Estados Unidos. Morihara Kimitoshi,
responsable de las relaciones exteriores del Partido Comunista japonés, ironiza sobre los nacionalistas del PLD que “no se
preocupan por definir su propio camino y no les da vergüenza ser un socio subalterno en la alianza con Washington”. Según
Kimitoshi, la crítica más virulenta de los liberal-demócratas contra los estadounidenses se refiere a la Constitución y tiene
como consecuencia impedir que “Japón demuestre su poder enviando tropas al extranjero como otros países prósperos”.
Cuando los comunistas, ardientes defensores del pacifismo constitucional, firmemente opositores a la estrategia de defensa
del gobierno y al “paraguas nuclear” estadounidense, hacen grandes reuniones, su imponente sede en Shibuya es protegida
por policías. El día de nuestro encuentro, furgones de nacionalistas desfilaban alrededor del edificio: sus conductores
gritaban con megáfonos, con banderas del Japón imperial y de Ucrania colgadas de la carrocería.
Esta adhesión a Estados Unidos es reiterada como una evidencia en la prensa. Itsunori explica: “Moscú atacó a Ucrania
pensando que era una nación débil que no iba a tener apoyo. Japón no será atacado si dispone de aliados fuertes para
defenderlo” (3). Una cantinela difundida en el extranjero por el profesor Taniguchi Tomohiko, escritor y ex asesor de Abe en
relaciones exteriores. Nos invitó a uno de sus cursos de la Universidad Keio, en Tokio. Allí dijo: “Rusia, Corea del Norte,
China… Nunca antes nuestro país enfrentó al mismo tiempo tres potencias nucleares hostiles, tres naciones no deiocráticas.
Esto coincide con el hecho de que nuestro país envejece y pierde población, con que su economía no crece lo
suficientemente rápido. De hecho, es casi imposible para Japón crecer tan rápido como China y contrabalancear su poder. Su
única opción es trabajar de cerca con países que piensan igual, como su viejo aliado Estados Unidos, aunque también
Australia, India. Y cada vez más, con las naciones europeas.”.
Este progreso en la relación de Japón con Estados Unidos se basa en la firma del Tratado de Seguridad con Washington en
1952, tras el fin de la ocupación estadounidense. Para la prensa china oficial, suena como una peligrosa ruptura.
Ciertamente, las relaciones sino-japonesas ya se habían degradado cuando Tokio compró, el 11 de septiembre de 2012, tres
de las islas Senkaku/Diaoyu a sus propietarios privados y cuando, inmediatamente, Pekín multiplicó las incursiones en la
zona. Las visitas regulares de Abe al santuario de Yazukuni, que honra la memoria de los criminales de guerra durante la
Segunda Guerra Mundial, no arreglaron las cosas.
Sin embargo, la atmósfera se había calmado relativamente durante el último período. “Había llegado a un consenso
importante [con Abe] acerca de la construcción de relaciones sino-japonesas que respondan a las exigencias de la nueva era”,
manifestó incluso el Presidente chino tras el asesinato del ex primer ministro, en julio de 2022 (4). Desde el anuncio de la
nueva estrategia de defensa, el tono cambió. El muy oficial Global Times hace referencia al pasado militarista y colonial de
Japón: “Teniendo en cuenta la devastación causada por la defensa y la modernización militar de Japón en la historia,
particularmente durante la Segunda Guerra Mundial, el cambio de política actual tendrá un impacto sobre el conjunto de la
región” (5).
China no es la única que se inquieta por este “cambio de política”. Corea del Sur renueva los dolorosos recuerdos de la
invasión por parte de las fuerzas imperiales japonesas, de 1905 a 1945. Los conflictos resurgen, y particularmente la cuestión
de las “mujeres de consuelo”, esas esclavas sexuales coreanas al servicio del Ejército imperial. Una realidad cuestionada por
los negacionistas nipones, cada vez más numerosos. Así es que, desde 2017, el gobernador de Tokio se rehúsa a asistir a las
conmemoraciones anuales de la masacre de al menos 2.600 inmigrantes coreanos en 1923, acusados erróneamente por la
población –y con el apoyo de la policía y del Ejército– de haber envenenado pozos de agua y planificado ataques después del
terremoto que destruyó gran parte de Tokio y Yokohama y de haber causado la muerte de más de 100.000 japoneses. Por lo
demás, el Estado japonés aumentó sensiblemente los créditos destinados a la “diseminación estratégica de informaciones en
el extranjero” (6), que abultan los presupuestos de los think tanks universitarios llamados a restablecer la “verdad histórica
sobre Japón”.
El temor de Seúl se debe sobre todo a la posibilidad considerada por Tokio de usar sus fuerzas militares para “atacar bases
enemigas”, entre ellas las de Corea del Norte, ya que Corea del Sur estaría entonces directamente amenazada. “¿Cómo se
supone que debemos aceptar esa realidad en la que Japón señala a la península coreana –constitucionalmente nuestro
territorio soberano [Artículo 3 de la Constitución coreana] – como blanco de ataques preventivos?” (7), se pregunta el
editorialista del diario de centro Hankyoreh. Incluso el muy conservador Presidente de la República, Yoon Suk-yeol,
preocupado por formar un trío sólido y solidario con Estados Unidos y Japón, tuvo que tomar un poco de distancia: “Si se
trata de alguna cuestión directamente relacionada con la seguridad de la península coreana o con nuestro interés nacional,
evidentemente tienen que hacerse estrechas consultas con nosotros o tener nuestro acuerdo previo” (8).
No pareciera que las amenazas niponas impresionen a Pyongyang. Con una regularidad de metrónomo, el presidente Kim
Jong-un ordena el ensayo de lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales, los cuales terminan su recorrido en la
ZEE nipona, a lo largo de Hokkaido, es decir, a más de mil kilómetros de la plataforma de lanzamiento. Su objetivo no es
Japón, mitiga el comunista Morihara Kimitoshi: “Los norcoreanos quieren hablar con Estados Unidos a cualquier precio.
Tienen una necesidad incontrolable de atención”. Si bien las Fuerzas de Autodefensa no intentan en absoluto destruir esos
misiles en vuelo, los japoneses están ampliamente informados de la amenaza, reiterada en los smartphones o en las pantallas
de información de los subtes y los trenes rápidos… para justificar los retrasos ocasionados. Las autoridades niponas alertan
asimismo a sus empresas de criptomonedas sobre las amenazas de Lazarus, principal grupo de ciber-criminales norcoreanos.
Por el momento, y a semejanza de lo que sucede entre Pyongyang y Washington, las conversaciones con Corea del Norte
están en punto muerto.
Rusia ya se inscribe en el bando de los enemigos señalados. No siempre fue así. Si bien durante su último mandato (2012-
2020), Abe había jugado cinco veces al golf con el entonces presidente estadounidense Donald Trump, se había reunido con
Vladimir Putin veintisiete veces. En cada ocasión se formularon promesas de cooperación económica, pero ningún acuerdo
para remediar el conflicto de las islas Kuriles. Estas islas forman una barrera entre el Océano Pacífico y el mar de Ojotsk, en
el que Rusia hace patrullar a sus submarinos atómicos y, desde 2016, un sistema antimisiles. Restituírselas a un aliado de
Estados Unidos debilitaría su nivel de seguridad.
Si bien, tras la invasión a Ucrania, el primer ministro Kishida votó los dispositivos de sanciones, mantuvo una asociación
estratégica en nombre de la seguridad energética de su país. Así, contrariamente a la estadounidense ExxonMobil, los
inversores japoneses conservaron su parte en Sakhaline-2, una compañía rusa de exploración y producción de
gas offshore. Cerca de dos tercios (60%) de los diez millones de toneladas de gas natural licuado actualmente producidos son
comprados por los japoneses. Este volumen cubre el 10% de sus necesidades: los yacimientos petroleros y gasíferos
gestionados por Sakhaline-2 en el mar de Ojotsk son “extremadamente importantes para la seguridad energética” del país,
justificó el primer ministro.
En Asia, la nueva “estrategia de defensa”, ¿no corre el riesgo de afectar las relaciones comerciales de vecindad con quienes
Tokio cuenta en gran medida? En 2009 se firmó un acuerdo de libre comercio con los diez países miembro de la Asociación
de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) (9), facilitando la producción manufacturera en esos países por parte de
compañías japonesas. Entre varios ejemplos, se puede citar al fabricante de indumentaria Asics, que fabrica una gran parte
de su calzado deportivo en Camboya desde 2013; a Sony, que posee una fábrica de televisores home cinema en Malasia; a
Mitsubishi, que se apoderó de dos compañías de préstamos para el consumo vía aplicación de smartphones, en Indonesia y
en Filipinas, para facilitar la compra de sus autos producidos localmente. También se están desarrollando vínculos culturales
sorprendentes, como por ejemplo en Hanoi, en donde la catedral de San José acaba de recibir un órgano gigante de la
municipalidad de Itami en la prefectura de Osaka. A cambio, Japón se convirtió en el segundo inversor extranjero de
Vietnam (detrás de Singapur) y en el primer importador de frutos de mar…
En ocasiones, esto condujo a Tokio a apoyar a países aislados en la escena internacional. En octubre de 2022, rechazó votar
una resolución presentada por Estados Unidos y el Reino Unido ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas que apuntaba a Sri Lanka, país del que Tokio es el segundo acreedor. Funciona recíprocamente: las autoridades de
Sri Lanka no hicieron ningún escándalo cuando Wishma Sandamali, joven docente de frágil salud, moría privada de
cuidados, el 6 de marzo de 2021, en una celda de un centro de retención administrativa en Nagoya.
Contrariamente a los países de ASEAN, India no obtuvo inversores nipones para abrir fábricas. “Esas dos naciones no tienen
ningún conflicto serio y sin embargo su relación nunca fue más allá de la simple cortesía”, constata Megha Wadhwa,
investigadora india de la Universidad Sofía de Tokio. Incluso a pesar de que, como lo demuestra a través de un centenar de
testimonios (10), se establecieron inmigrantes en el archipiélago. Miles de ingenieros indios, angloparlantes y apasionados
del desarrollo informático, se unieron a start-ups gracias a un mecanismo migratorio dirigido a pequeñas y medianas
empresas: un programa llamado de “formación profesional” que esquiva la política de inmigración cero. En el rubro de las
altas tecnologías, Tokio y Nueva Delhi adoptaron un programa espacial común para explorar el lado escondido de la Luna de
acá a 2030 .
Si bien el gobierno japonés se alinea a la visión estratégica de Estados Unidos, esto no le impide sufrir las consecuencias de
las sanciones económicas estadounidenses contra China. Sony, por ejemplo, que domina el mercado mundial de los sensores
fotográficos CMOS que componen los smartphones, ya no puede vendérselos al gigante Huawei. No por ello Japón deja de
tener el rol de barómetro de lo que la clase media china debe consumir.
“No se trata necesariamente de alta tecnología. En materia de diseño, de packaging, de moda, de cosméticos, etc., cuando
funciona en Japón, los chinos (aunque también los taiwaneses, los coreanos y luego los tailandeses) quieren consumir lo
mismo. ¡Es indefectible!”, asegura Jérôme Chouchan, presidente de la Cámara de Comercio francesa y a la cabeza de la
chocolatería Godiva en Japón y en Corea. La marca de ropa masiva Uniqlo es uno de los sorprendentes ejemplos: posee 900
locales en China (sobre 1.600 en el mundo) y abre allí un centenar cada año. Es por lo tanto su mayor mercado extranjero, lo
que convierte a su propietario, Yanai Tadashi, de 73 años, en la mayor fortuna de Japón, estimada en 28 mil millones de
dólares. El hombre sabe cómo agradarle a Pekín, evitando la geopolítica y los temas delicados.
Desde que Hong Kong y sus fondos especulativos perdieron su esplendor ante los inversores extranjeros e incluso de los
chinos acaudalados, Tokio intenta convertirse en un centro financiero atractivo a través de incentivos fiscales. Pero sigue
rezagado respecto a Singapur. Sin embrago, el país espera presentar una solución alternativa tranquilizadora para los
empresarios occidentales que creyeron haber encontrado en China su Eldorado asiático.
Sin embargo, al darle la espalda a su política pacifista, Japón se coloca en primera línea frente a China y espanta toda
esperanza de autonomía respecto a EEUU. Esta imposible entrada en la Posguerra Fría cohabita con un dinamismo regional
impresionante en el que, de Hanoi a Colombo, este envejecido país sentó las bases de su futuro crecimiento. Está en
competencia directa con China, muy presente. Por cierto, la mayoría de los países asiáticos se rehúsan a elegir entre Pekín y
Washington, que les promete seguridad. ¿Y con Tokio?
1. “60% of locals say US base burden on Okinawa ‘unfair’, but figure lower nationwide: poll”, The Mainichi, Tokio, 12 de
mayo de 2022.
3. “LDP national security chairman seeks open debate on U.S. nuclear umbrella”, The Japan Times, Tokio, 1º de junio de
2022.
4. Declaración de Xi Jinping, publicada en internet en el sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Pekín, 9 de
julio de 2022.
5. “Japan’s passage of defense documents brings country away from track of post-war peaceful development: Chinese
embassy”, Global Times, Pekín, 16 de diciembre de 2022.
6. Tessa Morris-Suzuki, “Un-remembering the Massacre: How Japan’s ‘History Wars’ are Challenging Research Integrity
Domestically and Abroad”, Georgetown Journal of International Affairs, 25 de octubre de 2021.
7. Jung E-gil, “Yoon’s talk of freedom, solidarity and Japan’s ability to preemptively strike Korean Peninsula”, Hankyoreh,
Seúl, 20 de diciembre de 2022.
9. Creada por Indonesia, Malasia, Singapur, Tailandia y Filipinas en 1967, se unieron Brunéi (1984), Vietnam (1995), Laos y
Birmania (1997), y luego Camboya (1999).
* Periodista, Pekín.
¡Cielos, un globo!
En pocas horas, Sleepy Joe (Joe el dormido) –el sobrenombre que sus adversarios dan al Presidente estadounidense– se
transformó en Terminator. Puso en marcha el avión furtivo F-22 y sus misiles más modernos para derribar un globo chino
“del tamaño de tres autobuses” que volaba a unos 20 kilómetros de altitud el 4 de febrero. El día 10, ordenó hacer estallar
otro, justo sobre Alaska; luego un tercero, el 11, que sobrevolaba territorio canadiense y, por último, un cuarto, el 12, sobre
el lago Hurón. Nunca antes el cielo estadounidense había visto semejante masacre. Desde entonces, como
un sheriff satisfecho, Joe Biden ha vuelto a enfundar sus armas. La máquina de generar fantasmas, sin embargo, está en
pleno apogeo.
Tres semanas después, todavía no está claro si todos estos aparatos estaban bajo control chino o incluso si llevaban algún
instrumento de vigilancia. Aunque Washington ha admitido que algunos de los globos no eran chinos, muchos
estadounidenses siguen convencidos de que “los hombrecillos amarillos” tienen designios malvados contra su país. Políticos
republicanos y demócratas coinciden en el enemigo que hay que derrotar, y los periódicos y, por supuesto, la televisión en
directo rozan la histeria. La revista Foreign Policy informó cómo los funcionarios conservadores habían acudido a los
medios de comunicación para afirmar que el famoso artefacto chino contenía armas biológicas. Otros se fotografiaron
apuntando con sus armas al cuerpo celeste, antes de publicar su histórica instantánea en las redes sociales, que fue
ampliamente compartida (1).
Consenso bipartidista
Incluso hizo falta que la portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, asegurara lo más seriamente posible durante una
ronda de prensa: “No hay ningún indicio de extraterrestres ni de actividad extraterrestre. Es importante decirlo desde aquí
porque se está hablando mucho de ello”. Esto ocurrió el 13 de febrero de 2023, en Washington, ¡la capital de la primera
potencia mundial!
Según dirigentes estadounidenses, objetos voladores no identificados (ovnis) estampados con marcas chinas ya han
sobrevolado su territorio. Desde 2018, una “flota entera de globos” (2) habría sido liberada sobre los cinco continentes,
apuntando a más de cuarenta países. Entre ellos, Japón, Vietnam, Filipinas e India. Los mismos gobiernos que Washington
quiere embarcar en su cruzada indopacífica para doblegar el poder de China.
La casualidad ha querido que Japón acabe de recordar, precisamente, que en 2019 registró el paso de objetos flotantes sobre
la isla de Okinawa, un auténtico portaaviones estadounidense en territorio nipón. Taiwán también. Escocia también denunció
haber descubierto rastros de vigilancia china sobre sus cárceles.
En resumen, China quiere dominar el mundo y sus “extraterrestres” están por todas partes. La prueba es que incluso antes de
que se descubriera que podía lanzar dispositivos a la estratósfera, había empezado a apoderarse de los cerebros de los
jóvenes estadounidenses y de los de todos los usuarios enloquecidos para “llevar a cabo operaciones de influencia” (3). Este
sería el propósito secreto de TikTok, una aplicación para compartir videos diseñada por la empresa china ByteDance y
utilizada por más de 100 millones de personas al otro lado del Atlántico. La mitad de los estados de Estados Unidos ya la
han prohibido en sus jurisdicciones y, al parecer, se está preparando legislación para ampliar su prohibición total en nombre
de la seguridad. Para que conste, el gobierno chino también la ha prohibido en su propio territorio, obligando a ByteDance a
diseñar una versión exclusivamente china (Douyin). En suma, por temor a la contaminación comunista, por un lado, y a la
adopción liberal, por el otro, TikTok es tan inconveniente en Washington como en Pekín.
Incluso la congresista de Los Ángeles Maxine Waters, figura afroamericana destacada del Partido Demócrata y una de las
pocas que se opuso a la guerra de Irak en 2003, se hace la asustada. “El régimen autoritario del Partido Comunista chino”
simplemente quiere “suplantar el liderazgo de Estados Unidos” (4), declaró en la reunión del Comité de Asuntos Financieros
sobre las “amenazas económicas de China”. Momentos antes, el representante republicano que ahora preside el comité,
Patrick McHenry, había dicho que Pekín era “la mayor amenaza para el lugar de Estados Unidos en el mundo”. El consenso
es perfecto.
Esto explica por qué Biden optó por convertir el asunto en un gran incidente diplomático, a pesar de las “disculpas” del
gobierno chino y del despido inmediato del director de la agencia meteorológica, responsable oficial del globo. Es evidente
que este aparato no se limitaba a estudiar la fuerza de los vientos. En cualquier caso, el estudio de las corrientes y otros datos
meteorológicos pueden servir tanto para fines civiles como militares. Algunos expertos llegan a sugerir que el Ejército
Popular de Liberación (EPL) podría haber querido poner a prueba las defensas estadounidenses en este espacio aéreo, que no
pertenece a nadie –está entre 20 y 80 (o incluso 100) kilómetros de altura– y es teóricamente de libre circulación. Ahí es
donde se encontraba el aparato chino cuando se detectó por primera vez. La hipótesis no es descabellada.
Sin embargo, este tipo de problemas suele resolverse con unas cuantas declaraciones indignadas, antes de que la diplomacia
tome el relevo. En este caso, “todo este incidente ha sido exagerado” (5), explica Emma Ashford, investigadora del think
tank estadounidense Stimson Center, y por tanto poco sospechosa de simpatía china. Biden pretende así mostrar que es tan
firme contra China como lo es contra Rusia en Ucrania –un mensaje dirigido a sus aliados asiáticos, pero también de uso
interno, a menos de dos años de las elecciones presidenciales–. ¿Por qué desaprovechar el beneficio político de este sólido
consenso bipartidista? Incluso si algunos republicanos, también guiados por preocupaciones electorales, intentan superarse
unos a otros. “Biden ha intentado, no sin dificultad, parecer duro con China. Pero parece tener prisa por devolver este
episodio a la caja de recuerdos, en el mismo armario donde guardó su formidable victoria en la retirada de Afganistán”,
bromea el editorial de The Wall Street Journal (17 de febrero de 2023).
Sin embargo, lo que predomina ampliamente es el consenso sobre la necesidad de extender las sanciones contra Pekín y
organizar su aislamiento tecnológico. Ashford señala que los chinos no inventaron nada: “Los Estados se espían entre sí todo
el tiempo. Los estadounidenses utilizan todo tipo de tecnologías para recabar información sobre China y otros Estados:
satélites, escuchas telefónicas, intrusiones informáticas e incluso fuentes humanas a la antigua usanza”. Mientras no se
demuestre lo contrario, no fueron las grandes orejas chinas las que espiaron a los dirigentes de Alemania, Francia y otros
aliados, sino los servicios secretos estadounidenses.
Para el diario francés Le Monde, no hay que mezclar las cosas. No contento con avalar la investigación de las autoridades
estadounidenses sin la mínima crítica, el artículo del 10 de febrero sobre el asunto concluye con esta pieza de antología que
debiera enseñarse en todas las escuelas de periodismo: “El Pentágono se negó a comparar el programa chino con sus propios
experimentos. […] La NASA afirmó que sus globos, que pueden tener un tamaño más de 20 veces superior al estimado del
aparato chino, solamente realizaban investigaciones con fines civiles”. Si lo dice la NASA…
En Francia, son pocos aquellos que, como Jean-François Di Méglio, presidente del instituto de investigación Asia Centre, se
atreven a decir que “Estados Unidos está escalando este asunto exageradamente”. Ninguna voz oficial se ha atrevido a
cuestionar el discurso estadounidense, que se ha convertido en un evangelio. Veinte años después del discurso del ministro
de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, en las Naciones Unidas, denunciando la obstinación de la Casa Blanca en
lanzar la invasión de Irak, Francia ha caído en la trampa. París se ha dejado enredar en una política de glacis diplomático y
bloqueo tecnológico decidida por Washington.
Ya sea con respecto a los aliados de Estados Unidos, a veces reticentes a seguir al gran líder, o con respecto a sus votantes,
para Biden, el globo chino es perfectamente oportuno.
1. James Palmer, “China’s surveillance balloon is not a test of will”, Foreign Policy, Washington D.C., 8 de febrero de 2023.
2. Ellen Nakashima, Shane Harris, John Hudson y Dan Lamothe, “Chinese balloon part of vast aerial surveillance program,
U.S. says”, The Washington Post, 7 de febrero de 2023.
3. Sapna Maheshwari, Cecilia Kang y David McCabe, “Bans on TikTok gain momentum in Washington and states”, The
New York Times, 20 de diciembre de 2022.
4. Eric Bazail-Eimil, Andrew Ackerman y Nancy A. Youssef, “Republicans Home In on China Policy Following Balloon
Shootdown”, The Wall Street Journal, 7 de febrero de 2023.
5. Emma Ashford y Matthew Kroenig, “Is the U.S. Reaction to China’s Spy Balloon Overdue or Overblown?”, Foreign
Policy, 10 de febrero de 2023.
TIRONEO GEOPOLÍTICO
Tras las tensiones provocadas por la visita a Taipei a comienzos de agosto de 2022 de la presidenta de la Cámara de
Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, pocos días después (el 1 de septiembre), un dron chino fue abatido en
territorio taiwanés. No sobre la isla de Taiwán propiamente dicha, sino del otro lado del estrecho de Formosa, sobre un
pequeño archipiélago casi encastrado en las costas chinas: Kinmen. Más conocido en Occidente con el nombre de
“Quemoy”, este fragmento insular es a priori insignificante por su superficie, equivalente a la de Liechtenstein, y por su
población, comparable a la de La Roche-sur-Yon. El archipiélago se despliega en doce islas, de las cuales solamente dos –la
propia isla de Kinmen (134 km²) y la isla de Lieyu (13 km²), llamada Little Kinmen– albergan una población civil
permanente estimada entre 50.000 y 60.000 habitantes. No por ello deja de pagar el precio del tironeo entre su ubicación
geográfica y su pertenencia política, tironeo a causa de una partición china que se cristalizó a comienzos de los años 50.
Dos meses después de la proclamación de la República Popular de China (RPC) por Mao Tse-Tung en Pekín, las
instituciones centrales de la República de China se replegaron en Taipei bajo el impulso del general nacionalista Chang Kai-
Shek en diciembre de 1949. Sus tropas lograron mantenerse en el archipiélago de Kinmen, a pesar de dos intentos de
invasión comunista (en octubre de 1949 y en julio de 1950). Eslabón clave del proyecto quimérico de reconquista del
continente por Chang Kai-Shek, que había estacionado allí a más de 100.000 soldados en los años 50, este puesto de
avanzada de la “China libre” efectivamente estuvo cerca de empujar al mundo a una guerra nuclear durante las dos primeras
crisis del estrecho de Formosa (en 1954-1955 y luego en 1958). Así, en octubre de 1958, el periodista Fernand Gigon
comparaba a Kinmen con una “granada en la boca de un tigre” (1). Desde entonces, la granada se desactivó progresivamente
a medida que la dentadura del tigre se afilaba, y los medios de comunicación internacionales perdieron rápidamente el
interés en el tema.
La invasión rusa a Ucrania el año pasado provocó que la atención se vuelva a posar sobre Kinmen, calificada en la
actualidad por ciertos analistas como una potencial “Crimea asiática”. Pero tales aspavientos no logran ocultar ni los límites
de la comparación entre los dos territorios, ni la fantasía que representa la perspectiva de una próxima incorporación del
pequeño archipiélago costero a la RPC, sea por medio de la fuerza o de las urnas.
A causa de su trayectoria histórica distinta de la de Taiwán, durante la Guerra Fría Kinmen supuso un problema. Mientras
Mao Tse-Tung proyectaba un desembarco militar a través del estrecho de Formosa en 1951, el estallido de la guerra de
Corea en junio de 1950 (2) incitó a Estados Unidos a enviar la VII Flota entre la isla de Taiwán y el continente. Más allá de
la voluntad de contener al comunismo en Asia, el presidente Harry Truman justificó esta decisión declarando que el estatus
de la ex colonia japonesa de Taiwán (1895-1945, colonia de la cual Kinmen no formó parte) era indeterminado en el derecho
internacional: “[La] ocupación de Formosa (3) por parte de las fuerzas comunistas sería una amenaza directa a la seguridad
de la región del Pacífico y a las fuerzas de Estados Unidos […]. En consecuencia, di la orden a la VII Flota estadounidense
del Pacífico de impedir todo ataque contra Formosa. Como corolario de esta acción, pido al gobierno chino en Formosa que
cese toda operación aérea y naval contra el continente chino. […] Toda decisión en cuanto al estatus futuro de Formosa
deberá esperar la restauración de la seguridad en el Pacífico, un tratado de paz con Japón o una decisión de las Naciones
Unidas” (4).
En ese entonces, el objetivo era interrumpir la guerra civil china solapando el frente de batalla, a cierta distancia de las costas
del Sur chino, sobre la zona media del estrecho de Formosa. Ahora bien, ni Chang Kai-Shek ni Mao Tse-Tung se decidían a
hacerlo: ambos estaban convencidos de la pertenencia legítima de Taiwán a China. El primero rechazó entonces evacuar
Kinmen, y el segundo, anexarlo sin invadir simultáneamente la isla de Taiwán: “No queremos solamente Kinmen y Matsu –
explicaba el Gran Timonel en 1960–, sino el conjunto de Taiwán y del archipiélago de Penghu. Este problema podría
atormentarnos por mucho más tiempo (…), mientras [las tropas estadounidenses] permanezcan en Taiwán” (5). Así, ambos
lograron establecer una discontinuidad territorial a lo largo del continente chino en nombre de… la continuidad de la nación
china a través del estrecho.
Tras la segunda crisis (en 1958), Pekín y Taipei alimentaron simbólicamente un clima de guerra civil sobre el brazo de mar
que separa a Kinmen de la ciudad de Xiamen (en la RPC) durante veinte años, bombardeándose día por medio una a otra (el
Ejército Popular de Liberación –EPL– los días impares; los nacionalistas los días pares) con la ayuda de obuses no
explosivos, cargados de panfletos de propaganda. La operación finalizó el 15 de diciembre de 1978, cuando Washington y
Pekín anunciaron que establecerían relaciones diplomáticas el 1 de enero siguiente. Sin embargo, hubo que esperar una
quincena de años para que la vida en Kinmen recuperase un aire de normalidad.
Desde el comienzo, Chang Kai-Shek atribuyó roles diferentes a la isla de Taiwán y a Kinmen: la primera sirviendo de base
de retirada para el régimen nacionalista, mientras que el pequeño archipiélago costero se encontraba a la vez en la primera
línea de defensa y en el puesto de avanzada para la contraofensiva. Puesto bajo administración militar y sometido a un
régimen de excepción, llamado “zona de guerra”, el pequeño archipiélago experimentó una estricta limitación de sus
libertades. Ello lo mantuvo durante mucho tiempo al margen de los progresos que se produjeron en la isla, particularmente
del famoso “milagro económico taiwanés” y de la formación de una estructurada oposición al partido único del Kuomintang
(KMT). En consecuencia, la democratización de la República de China se forjó en un crisol estrictamente taiwanés. Kinmen
y sus habitantes sólo fueron integrados posteriormente; la ley marcial recién fue levantada en 1992, es decir, cinco años
después que en la isla de Taiwán.
“Isla periférica”
Este direccionamiento hacia Taiwán sigue siendo cuestionado por los habitantes del archipiélago costero, y por sus
representantes políticos. Así, en marzo de 2020, la diputada de Kinmen, Chen Yu-Chen provocó indignación al declarar al
Parlamento: “La República de China es un Estado, pero quiero insistir sobre el hecho de que Taiwán no lo es. Porque la
República de China incluye Taiwán, Penghu, Kinmen y Matsu. Siempre insistimos sobre esto en Kinmen” (6). Solo algunas
circunstancias llevan a los kinmeneses a considerarse taiwaneses: durante los viajes al exterior, para no ser confundidos con
ciudadanos de la China Popular, o bien para marcar su oposición al “continente”. No obstante, la identificación con Taiwán
es más frecuente y espontánea en las generaciones nacidas a partir de fines de los años 80, que crecieron en un entorno
radicalmente diferente del de sus mayores.
Si bien muchos jóvenes kinmeneses parten hacia Taiwán para realizar sus estudios superiores y se quedan allí para hacer su
carrera profesional, varios optan por seguir registrados como habitantes del archipiélago costero. La principal razón: un
sistema de beneficios sociales implementado por el condado de Kinmen a partir de los años 90. Los ingresos de la destilería
local de alcohol de sorgo, instalada en los años 50 por una administración militar que buscaba su autonomía financiera, hoy
son reasignados bajo la forma de subsidios a los nacimientos y de asignaciones por vejez; también aseguran la gratuidad de
los cuidados médicos en el lugar e importantes descuentos en el precio de los pasajes de avión hacia Taiwán. Solo entre 2004
y 2019, esas atractivas retribuciones alentaron a cerca de 7.500 taiwaneses a registrarse como residentes de Kinmen sin
necesariamente instalarse allí de modo duradero. En total, si bien oficialmente la población es de 140.000 habitantes, más de
la mitad no vive allí durante todo el año.
En términos más generales, el pequeño archipiélago parece haber encontrado su lugar en el seno de una República de China
democratizada y taiwanizada en tanto “isla periférica” –estatus que le fue otorgado en 2000 y es comparable, en cierta
medida, al de los territorios franceses de ultramar–. Esta categoría político-administrativa permite a los habitantes jugar con
la distancia que algunas veces llaman a superar, particularmente para subsanar la diferencia de desarrollo; y otras a alabar,
para defender los particularismos locales. Pero la principal piedra en el zapato entre las autoridades locales y Taipei sigue
siendo la de las relaciones establecidas con el continente.
Desde el levantamiento de la ley marcial en 1992, el gobierno del condado no dejó de pedir la apertura de vínculos directos
con Xiamen, con el fin de reanudar los contactos brutalmente interrumpidos en 1949 y de convertirse en el laboratorio del
acercamiento entre las dos orillas del estrecho. Desde 2001, la implementación de los “tres mini vínculos” permitió la
circulación de las personas, de los bienes y del correo –antes de que esas medidas fueran extendidas al conjunto del
continente chino y a Taiwán algunos años más tarde–. No obstante, el gobierno de Taipei sigue siendo cauteloso, como se
pudo constatar en 2018, cuando el Ministerio de Asuntos Continentales pidió una postergación sine die de la ceremonia de
apertura de un canal que permitía importar agua dulce del continente. Una decisión tomada a raíz de la degradación de las
relaciones con Pekín desde el acceso al poder de la presidenta independentista Tsai Ing-Wen, en 2016, pero que en el
archipiélago costero fue considerada como una afrenta, por ser contraria a los intereses de sus habitantes.
Lejos y cerca
Desde Kinmen, mantener buenas relaciones con el continente es considerado como un complemento necesario –y no como
un sustituto– de los vínculos con Taipei. En realidad, la lealtad de los kinmeneses al gobierno, aunque cuestionada por los
independentistas taiwaneses, no genera debate. Por ejemplo, apoyaron al Ministerio de Asuntos Continentales cuando, en
febrero de 2020, suspendió los vínculos con Xiamen en el contexto de la pandemia de Covid-19 (7). Los barcos inicialmente
encargados de cruzar efectuaron entonces circuitos en torno a Kinmen para los taiwaneses que iban a pasar unos días. En
efecto, los turistas constituyen una de las principales fuentes de ingresos del condado desde la desmilitarización a comienzos
de los años 90, vinculada al abandono del proyecto de reconquista armada del continente.
Los últimos datos confiables daban cuenta de 3.200 soldados que permanecían estacionados en 2014 (8). Si bien el pequeño
archipiélago costero perdió gran parte de su interés militar, en realidad la factibilidad de un contraataque chino siempre fue
considerada con prudencia. La Marina estadounidense misma, en un informe de 1953, estimaba que la pérdida de Kinmen
podría haber sido compensada por un bloqueo naval (9). Incluso, un desembarco victorioso no hubiera abierto más que
pocas perspectivas, estando la ciudad de Xiamen aislada del resto del continente por altas montañas. Hoy, lo esencial de la
estrategia militar se articula desde la isla de Taiwán, limitándose el pequeño archipiélago costero a la recepción de radares y
de estaciones de observación.
Además, si bien los jóvenes taiwaneses temieron durante mucho tiempo ser enviados allí para realizar su servicio militar, en
la actualidad el destino es apreciado (10). El distanciamiento es percibido como una positiva fuente de cambio de ambiente,
sentimiento que las autoridades locales no dudan en destacar al hacer sus campañas de promociones turísticas (11). Para los
habitantes, la proximidad inmediata con el continente chino despierta menos temor que curiosidad y fascinación, e incluso
un simple desinterés. De hecho, el desenlace de una potencial invasión por parte del EPL no genera ninguna duda, y la vida
cotidiana se desarrolla con el conocimiento de esta certeza, sobre la cual finalmente no es posible actuar… más que
ignorándola.
Sin embargo, el archipiélago de Kinmen interesa a la RPC esencialmente por el vínculo que le permite mantener con la isla
de Taiwán, en tanto vitrina del acercamiento y potencial intermediario de influencia en el seno de la República de China.
Tanto hoy como en el pasado, anexarlo sin invadir simultáneamente Taiwán sería contraproducente: tal operación
alimentaría un ya fuerte sentimiento identitario taiwanés y probablemente avalaría la perspectiva de una declaración de
independencia, percibida como una secesión desde el punto de vista de Pekín. Así, el riesgo de invasión china resulta similar
tanto en Kinmen como en Taiwán, a pesar de los efectos de proximidad generados por la historia y la geografía.
1. Fernand Gigon, “Vu de Formose. Le conflit des îles côtières chinoises”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 1958.
2. Philippe Pons, “L’engrenage de la guerre”, en “Corées. Enfin la paix?”, Manière de voir, Nº 162, diciembre de 2018-enero
de 2019.
5. Entrevista a Mao Tse-Tung por el periodista estadounidense Edgar Snow, el 22 de octubre de 1960. Publicada por la
Oficina de Investigación sobre la Literatura del PCC (ed.), Selección de textos de Mao Tse-Tung sobre las relaciones
exteriores (en chino), Pekín, Shijie zhishi chubanshe, 1994. Traducción propia.
6. Intervención del 30 de marzo de 2020. Yuan Legislativo, “Acta de la 10ª sesión plenaria de la Comisión de Asuntos
Interiores durante la primera sesión del 10º Yuan Legislativo” (en chino), Lifayuan gongbao, Taipei, vol. 109, Nº 19 (4768),
2020. Traducción propia.
7. Shun-Te Wang, “A political gamble: Taiwan’s Kinmen Island and the decision of supporting the central government’s
Coronavirus prevention measures”, Taiwan Insight, 11 de marzo de 2020.
8. Chen Shou-Guo, “Programa Jingtsui: el comando de defensa de Kinmen reducido a 3.000 hombres” (en chino), Taiwan
News, 21 de enero de 2014.
9. Informe citado en Bruce A. Elleman, Taiwan’s Offshore Islands: way or Barreer?, Newport (Rhode Island), Naval War
College Press, 2019.
10. Chen Cai-Ling, “Los nuevos soldados se pelean por la designación en Kinmen y en Matsu” (en chino), China Times,
Taipei, 6 de septiembre de 2021.
11. Weng Wei-Zhi, “Visitar Kinmen como si se partiera hacia el exterior –en Taiwán, el gobierno del condado hace
activamente publicidad del turismo con destino Kinmen–” (en chino), Jinmen ribao, Kinmen, 25 de julio de 2020.
* Doctor asociado al Centre d’Études et de Recherches Internationales (CERI) -
Sciences Po.
Ni la tasa de pobreza que alcanza al 90% de la población, ni la inseguridad alimentaria que golpea a 12 millones de personas
hacen tambalear al régimen de Bashar Al-Assad. Tal estabilidad es más sorprendente aun si se tiene en cuenta que, sobre una
población total de 21 millones de personas, cerca de 5 millones están refugiadas en el extranjero y más de 7 millones son
desplazados “internos”. Esta situación es consecuencia de una política de represión sin precedente contra todo adversario al
poder, de la impotencia de una oposición dividida y de la inamovilidad de Bashar Al-Assad a la cabeza de su clan. En este
contexto, el terremoto que costó la vida de cerca de 6.000 sirios surge como una oportunidad para el pais damasceno de
romper su aislamiento diplomático, particularmente en el seno de la Liga Árabe de la que su país fue expulsado en 2011.
Varias voces se alzaron, tanto en Occidente como en el mundo árabe, para defender una suspensión e incluso el
levantamiento definitivo de las sanciones decretadas por las Naciones Unidas contra el régimen, con el fin de facilitar el
envío de ayuda humanitaria.
Algunos, mucho antes de la catástrofe, tomando en cuenta la importancia geopolítica del país, ya le habían dado algunas
esperanzas (1). Hace dos años, poniendo fin a una década de silencio, el rey Adbullah de Jordania llamó al jefe de Estado
sirio. En marzo de 2022, Al-Assad fue recibido por el actual presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Mohammed
Bin Zayed, entonces príncipe heredero de Abu Dabi y ya el hombre fuerte de la federación. Previamente, los EAU y Bahrein
habían reabierto una misión diplomática en Damasco mientras que Irak, Argelia, el Líbano, Mauritania y Omán nunca
rompieron sus relaciones con el régimen. La Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP), por su
parte, decidió unánimemente confiarle a Siria la tarea de organizar su conferencia en 2024. Más recientemente, Arabia
Saudita, preocupada por obstaculizar la creciente influencia de Irán y Turquía en la región, retomó el contacto con el
régimen de Al-Assad.
Es cierto que, en noviembre de 2022, en el transcurso de una cumbre de la Liga Árabe, la reintegración de Siria fue
pospuesta a pesar de la voluntad de Argelia, potencia organizadora, y de los esfuerzos diplomáticos de Rusia. Pero sin dudas
no es más que cuestión de tiempo. Damasco podría incluso reconciliarse con la gran familia árabe tan pronto como en la
sesión de este marzo, ya sin la oposición de Egipto a su regreso. Mientras que la Unión Europea (UE) declaró que la
reanudación de las relaciones con Damasco estaba excluida en tanto no cese la represión, no sean liberados los prisioneros
de conciencia y los negociadores oficiales sirios no se presenten con la firme intención de entablar una transición
democrática, varios países europeos, entre los cuales figuran Grecia, Hungría, Serbia y la República de Chipre, reabrieron
sus embajadas en la capital siria.
Sin embargo, esta posible readmisión en el concierto de las naciones no logra esconder el marchitamiento de la soberanía
siria. Hasta el 6 de febrero, los temores que sentían los habitantes cercanos a la frontera con Turquía se debían a las
intenciones belicistas del presidente Recep Tayyip Erdoğan. Este planeaba repetir una operación militar sobre el modelo de
las que se llevaron a cabo en Al-Bab en 2016, en Afrin en 2018 y entre las ciudades de Ras Al-Ayn y Tel Abyad en 2019.
Ataques justificados por el peligro que constituiría el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y el Partido de la
Unión Democrática (PYD), componente kurdo de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), para la seguridad de su país.
Llevadas a cabo por mercenarios agrupados bajo la denominación usurpada de Ejército Nacional Sirio (ENS), estas
operaciones consistieron en violencias ejercidas sobre civiles, limpiezas étnicas y una ocupación permanente cuya
administración es garantizada por Ankara al exorbitante costo de 2 mil millones de dólares por año. Así, sustituyendo la libra
siria por la libra turca, el idioma turco al árabe y al kurdo y nombrando a los imanes, Turquía estableció un protectorado de
hecho que esconde su verdadera naturaleza.
Es de esperar que las dos sacudidas sísmicas que impactaron con fuerza en Turquía lleven al presidente Erdoğan a abandonar
su proyecto bélico quien, como dejó entrever tras golpear a localidades con mayoría kurda al Oeste del Éufrates, se proponía
arremeter contra las del Este del río. Para él se trataba, in fine, de crear en el interior de Siria una zona de seguridad de 30 km
de profundidad y de 911 km de largo paralelamente al trazado de la frontera. Esta franja también debía permitirle devolver a
su país a 1 millón de sirios entre los 3,5 millones que encontraron refugio en Turquía (entre los cuales hay 1,7 millones
actualmente damnificados). Una hipótesis que no satisface ni a los interesados, que temen represalias de la dictadura siria, ni
a Al-Assad, consciente de que este proyecto no es más que un nuevo intento de recortar la integridad territorial de Siria.
Enclaves
El Sur de la región de Afrin, alrededor de la ciudad de Idlib (6.000 km2), constituye otra zona sobre la cual el Estado sirio ya
no tiene el control. En esta área limítrofe de Turquía se concentran 3 millones de personas (1,3 millones en 2010). La mitad
vive en campamentos informales montados con toldos de plástico y frazadas. Si a pesar de los constantes bombardeos ruso-
sirios Idlib continúa librándose de la autoridad de Damasco, es gracias a los acuerdos firmados en 2018 por Ankara con
Rusia y con Irán. Además, los turcos se comprometieron entonces a acabar con las agrupaciones islamistas más radicales del
enclave. No fue así y una de esas milicias, Hayat Tharir al-Sham (HTS), dirigida por Abu Mohammad Al-Golani y
respaldada por 35.000 combatientes, tomó la delantera sobre sus rivales.
A pesar de no contar con el consenso de la población y de seguir teniendo adversarios decididos, Al-Golani controla hoy el
75% del enclave. Al amparo del Gobierno Interino Sirio (GIS), dotó a este territorio de una administración que percibe los
impuestos de los comerciantes, que cobra derechos de aduana en la frontera turca y controla el tráfico de Captagon, la droga
de los combatientes, refinada en Siria, convertida en el epicentro mundial de la producción y de la explotación de estas
anfetaminas (2). Considerándose como el único representante de la (enterrada) revolución siria de 2011, el jefe yijadista no
duda en multiplicar los ataques contra las tropas gubernamentales y busca extender su influencia más allá de Idlib. Mientras
que desde hace algunos meses se perfila un acercamiento entre Ankara y Damasco, este ex miembro de Al Qaeda sabe que la
supervivencia de su proto-Estado está condicionada por la relación de fuerza que establecerá con los demás actores de la
región. Para ello, dispone de una importante ventaja: el control del paso transfronterizo Bab Al-Hawa que era, hasta
mediados de febrero, el único punto de entrada de los camiones humanitarios de las ONG y de Naciones Unidas. Después
del sismo, se abrieron dos nuevos puntos de paso por un período inicial de tres meses.
La República Islámica de Irán es otro actor que socava la soberanía siria. Teherán socorrió al régimen desde inicios del
levantamiento armado, enviando pasdaran y movilizando al Hezbollah libanés así como a milicias chiitas afganas y
paquistaníes. Estos miles de combatientes rápidamente modificaron las relaciones de fuerza en favor de las tropas fieles al
régimen que primero enfrentaron al Ejército Libre Sirio (ELS) y luego a los yijadistas que, poco a poco, suplantaron a los
revolucionarios de la primavera de 2011. Teherán desconfía de Erdoğan, del que sospecha tiene ambiciones territoriales a
expensas de la influencia iraní, a pesar de que oficialmente los dos países dan muestras de entendimiento sobre las
cuestiones regionales. Teme en particular que el Presidente turco considere de ahora en más a Alepo y a su región como una
presa legítima; mientras que los iraníes, en gran medida, comenzaron a instalarse allí como ya lo habían hecho en la
provincia de Deir ez-Zor, reclutando jóvenes sirios gracias a remuneraciones superiores a las del ejército nacional y
dotándose de una formidable capacidad de acción con los drones suicidas Shahed-136.
La presencia iraní también implica la injerencia de Israel, otra potencia regional que hace caso omiso de la soberanía siria.
En enero de 2020, tras el asesinato de Qasem Soleimani por parte de Estados Unidos, el comandante de la Fuerza Al-Quds
de los Guardianes de la Revolución, Ismail Ghaani, su adjunto, tomó el relevo y se dedicó a reforzar lo que califica como
“eje de la resistencia” contra Israel, diseminando en territorio sirio un cierto número de depósitos de armas y de municiones
en provecho de los milicianos chiitas. Estos lugares son regularmente bombardeados por Tel Aviv, que afirma actuar de
manera preventiva y que tampoco dudó en apuntar al aeropuerto de Damasco, a su suburbio, así como a pueblos o bases
militares en manos del gobierno. El 18 de febrero, es decir, 12 días después del sismo, Israel bombardeó un edificio de
Damasco, matando a 15 personas y provocando las protestas impotentes del gobierno sirio que, sobre este tema, nada puede
esperar de su aliado y protector ruso.
No obstante, aprovechando la oportunidad de afianzar su retorno a Medio Oriente, ya desde 2015 Moscú desplegó fuerzas
aéreas al servicio de la supervivencia política del régimen. A cambio, Rusia obtuvo la apertura de una base militar en
Qamishli, al noreste de Siria, y otra en el puerto mediterráneo de Tartus, convertido en base naval. También dispone de una
base aérea en Jmeimim, cerca de Latakia, en el noroeste, e invirtió en el aeropuerto civil de Al-Khayrat, en el centro del país,
transformándolo en base militar. Además, Moscú controla desde 2019 una gran parte del espacio aéreo sirio. En cuanto a los
miembros del grupo militar privado Wagner, pasaron del estatus de asesores y de supervisores del Ejército del régimen al de
fuerzas operativas. Así, esta omnipresencia militar rusa permite una tutela que pesa cotidianamente sobre el régimen, aun si
Assad jura a quien quiera escucharlo que Moscú no le impone nada y que su gobierno es el único amo de los asuntos de su
país.
Por su parte, como resultado de su intervención a la cabeza de la coalición contra el Estado Islámico (EI) en 2014, Estados
Unidos sigue conservando una presencia en el territorio sirio. Así, instalaron una decena de bases y de puestos de avanzada
repartidos en el norte y el este del país con el fin de obstaculizar las intenciones iraníes sobre los yacimientos de petróleo o
gas y prevenir que se vuelva a formar un nuevo califato de la mano de los yijadistas. Porque en la actualidad el
resurgimiento del EI es una amenaza tangible tras el escape de ex miembros de las prisiones y los campamentos controlados
por los kurdos. El mismo día del sismo, en Derik, en la punta noreste de Siria, algunos de ellos desencadenaron un motín que
permitió a una veintena de combatientes, considerados entre los más peligrosos, escaparse (3). Además, en Al-Tanf, en el
desierto sirio, una base estratégica estadounidense bloquea la autopista Bagdad-Damasco, impidiendo que esta ruta sirva de
canal para el abastecimiento militar iraní.
Finalmente, también en el norte y en el este del país otra zona escapa al control del Estado sirio. En marzo de 2019, las
Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), un ejército que reúne kurdos, árabes y cristianos del Consejo Militar Sirio, vencieron al
EI. Luego se puso en marcha una nueva organización, la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), para
administrar un territorio tan grande como Dinamarca (43.000 km2) en el que viven 4 millones de habitantes. Tras haber sido
el granero de trigo de Siria y la región donde, antes de la guerra, se extraía el 80% del oro negro sirio, esta zona padece
grandes dificultades económicas debidas a las consecuencias de la guerra, a los incendios criminales desencadenados por los
yijadistas y a la sequía resultante de los cambios climáticos, así como a las retenciones de agua provocadas por Turquía, que
controla las represas río arriba del Éufrates. Sufre también un bloqueo por parte del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí
(GRK) así como de Ankara, cuya retórica complotista anti-kurda sirve para legitimar su política de garrote económico (4).
Desde el 6 de febrero, una Siria dividida y herida necesita ayuda humanitaria con urgencia. Algunos países, siguiendo el
ejemplo de los que pusieron en marcha sanciones a menudo injustas, siguen fingiendo confundir al pueblo con su tirano. Sin
embargo, a pesar de que “Siria hoy no es ni un Estado soberano ni un Estado civil, sino una dictadura mafiosa administrada
por un mandato ruso e influenciada por Irán” (5), ¿no debería la ayuda humanitaria primar sobre cualquier otra
consideración?
1. Adlene Mohammedi, “El retorno discreto de Siria”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2020.
2. Jeanne Mercier, “Dans les cendres de la guerre, la Syrie s’est transformée en narco-État”, Libération, París, 3 de febrero
de 2023.
3. Émile Bouvier, “Bientôt quatre après la défaite territoriale de Daesh, que deviennent ses plus de 12.000 combattants et
leurs proches détenus dans le nord-est de la Syrie?”, Les Clefs du Moyen-Orient, 10 de febrero de 2023,
lesclefsdumoyenorient.com
4. Mireille Court y Chris Den Hond, “El futuro postergado de Rojava”, Le Monde diplomatique, febrero de 2020. De estos
dos autores, también podemos ver el documental “Rojava: l’avenir suspendu” en Youtube.
5. Comité Siria-Europa, “Le régime syrien et les profiteurs de guerre”, Esprit, diciembre de 2018, esprit.-presse.fr
* Escritor, miembro del comité de redacción de Orient XXI. Última novela publicada:
Retour à Kobané, Éditions A-Eurysthée, Jongny (Suiza), 2018.
Lo repentino, violento y devastador de la guerra en Ucrania ha sumido al mundo entero en la conmoción, planteando
interrogantes acerca del financiamiento de las nuevas emergencias y el posible impacto en el sistema humanitario mundial.
En efecto, el conflicto surgió en un momento en el que muchas otras crisis masivas y duraderas siguen sin resolverse e
incluso tienden a olvidarse.
En 2020, 243 millones de personas (82 millones de ellas se vieron obligadas a desplazarse), repartidas en 75 países (Sudán
del Sur, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Etiopía, Somalia, Siria, Yemen, Bangladesh, Haití y
Venezuela, entre otros) sobrevivieron gracias a la ayuda internacional de emergencia. Esta situación se vio agravada por la
pandemia de Covid-19 que, por un lado, deterioró la situación económica, sanitaria y nutricional de los países más pobres,
sumiendo a 19 millones de personas en una necesidad de asistencia humanitaria inmediata; y, por otro, hizo que los países
donantes atenuaran su ayuda, a fin de dar prioridad a las consecuencias de la propia crisis sanitaria.
La invasión a Ucrania por parte de Rusia el 24 de febrero de 2022 ha puesto en peligro a los países pobres y presionado el
Programa Mundial de Alimentos (PAM), el organismo de las Naciones Unidas que encabeza la respuesta al problema del
hambre. Varios fenómenos explican la fuerte caída de suministros que han experimentado algunos países: el aumento del
precio del trigo, que pasó de 250 a 400 dólares la tonelada en pocas semanas; el aumento del precio de los fertilizantes
nitrogenados, estrechamente ligado al precio del gas necesario para su producción; el aumento de tarifas de los fletes
marítimos y la congestión de los puertos, vitales para el transporte de los productos agrícolas (1).
Sin embargo, las contribuciones de los Estados están resultando muy insuficientes para cubrir las necesidades humanitarias,
que aumentan a medida que se multiplican las guerras y las crisis de todo tipo. Esta carencia exige una reflexión sobre la
solidaridad internacional de emergencia: ¿cómo funciona este sistema? ¿cuáles son sus defectos y cómo remediarlos?
Cada año, las Naciones Unidas lanzan un llamamiento coordinado indicando los fondos necesarios para responder a las
diferentes situaciones de crisis humanitaria. Y cada año comprueban que hay un desajuste importante entre los fondos
solicitados y las contribuciones públicas que realmente se obtienen. La cantidad necesaria se ha más que cuadruplicado entre
2009 y 2022, pasando de 9.000 millones a 40.000 millones de dólares. Sin embargo, de forma relativamente estable, solo el
60% de las cantidades requeridas son finalmente pagadas por los países contribuyentes. La excepción fue 2020, cuando por
primera vez en más de diez años esta proporción cayó por debajo del 50% (2).
Ese mismo año, de los 9.500 millones de dólares que se consideraron necesarios para luchar contra los efectos del Covid-19,
solo se desembolsaron 3.800 para ayudar a los países pobres. Una suma irrisoria si se la compara con las inyectadas para
reactivar las economías occidentales desestabilizadas por la crisis sanitaria: 1,9 billones de dólares para Estados Unidos,
900.000 millones para la Unión Europea. En octubre de 2020, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI),
Kristalina Georgieva, llegó a anunciar que “los gobiernos (de los países occidentales) habían pagado alrededor de 12
billones de dólares en ayudas a hogares y empresas” (3). Para 2023, la ONU ha lanzado un llamamiento récord de 51.500
millones de dólares. Eso es apenas el 11% del volumen de negocios de Amazon, o la mitad del beneficio neto de Apple; y sin
embargo es casi seguro que estas necesidades no se cubrirán.
Para comprender este fracaso es necesario analizar la identidad de los países donantes, la estructura global de los ingresos
entre fondos privados y fondos públicos y, finalmente, la identidad de los países receptores. Estos diferentes elementos
esclarecen el “proceso” humanitario: traducen sus principales tendencias y, al mismo tiempo, permiten comprender las
prioridades geográficas y políticas de los donantes.
Son sólo unos veinte países los que voluntariamente aportan a casi todos los fondos públicos. Estados Unidos encabeza la
lista, seguido de Alemania, la Unión Europea (en su conjunto), el Reino Unido y Suecia. Primera observación: algunas
grandes potencias económicas (como China, Rusia, Indonesia y México, entre otras) no aparecen en la lista de los
principales países donantes. Segunda observación: la ayuda desembolsada como proporción de la renta nacional bruta
(RNB) de cada país varía ampliamente: desde más del 0,15% de la RNB de Luxemburgo, Suecia, Noruega o Dinamarca
hasta el 0,03% – 0,04% de la RNB de Estados Unidos, Canadá, Qatar, Italia y Nueva Zelanda. En este indicador, Francia no
figura entre los veinte primeros países en términos de financiación de la ayuda humanitaria.
Un análisis más detallado revela, además, que el déficit global de ingresos se ve agravado por importantes disparidades en la
asignación de los fondos públicos. En 2018, por ejemplo, el llamamiento financiero coordinado de la ONU incluyó 34
solicitudes que beneficiaron a 29 países. Pero no todos han suscitado la misma generosidad. Mientras que se recaudó el 89%
de la cantidad solicitada para Irak y el 67% para Nigeria, países como Filipinas y Corea del Norte obtuvieron menos (24%).
Esta “tasa de cobertura” no depende de la cuantía de los importes solicitados. Yemen recibió el 85% de los 3.100 millones de
dólares solicitados, mientras que Haití obtuvo solamente el 13% de los 252 millones.
Estas discrepancias se explican fácilmente: cada Estado donante puede asignar libremente sus fondos a los países de su
elección y favorecer así unas causas en lugar de otras. En 2020, el 83% del presupuesto otorgado a las agencias de la ONU
fue asignado por los Estados. Esto socava un principio cardinal de la acción humanitaria: el de la imparcialidad, según el
cual la ayuda debe concederse únicamente en función de las necesidades, sin discriminación.
Un problema doble
Además de la falta de dinero y de las desigualdades en el reparto, las ONG que solicitan fondos de la ONU para financiar
sus acciones en países pobres se enfrentan a una inflación de trámites burocráticos, lo que plantea un problema doble: ético y
de seguridad. Las cláusulas contractuales de los presupuestos asignados exigen que las organizaciones que operan en zonas
de conflicto lleven a cabo controles e investigaciones obligatorios, y a veces repetitivos, de sus empleados, prestadores y
socios. Por ejemplo, deben asegurarse de que ninguno de ellos figura en listas internacionales de sospechosos de terrorismo,
utilizando programas informáticos específicos. “El tiempo y la energía dedicados a estas nuevas prácticas de seguridad
tienen como primera consecuencia un aumento extremo de los trámites administrativos, así como de los costos de
funcionamiento”, denuncia un artículo firmado por varios responsables de ONG (4). Y prosigue: “Esto hace que una parte
importante del tiempo de nuestros equipos se dedique a tareas que no benefician directamente a las necesidades de las
personas rescatadas”.
Surge una demanda adicional por parte de los países donantes: extender este control a los beneficiarios directos de la ayuda,
lo que podría ser un gran peligro para la seguridad de los equipos humanitarios, colocando a las ONG en el rol de
“delatores” a los ojos de los movimientos rebeldes implicados en ciertas guerras. La exención humanitaria de las leyes
antiterroristas es necesaria, sin embargo, para preservar los principios fundacionales de neutralidad (la ayuda humanitaria no
debe favorecer a ningún bando en los conflictos armados) e independencia (los objetivos humanitarios deben desvincularse
de los objetivos económicos o militares). Aunque las ONG francesas rechazaron de lleno la ampliación del control en la
Conferencia Nacional Humanitaria del 17 de diciembre de 2020, varios departamentos de la Agencia Francesa de Desarrollo
(AFD) siguen apoyándola y la idea podría resurgir en cualquier momento.
Para compensar la falta de dinero de las agencias de la ONU, las ONG internacionales tienen que procurarse financiación
adicional por sí mismas. De ahí que deben recurrir a fondos privados, lo que conduce a una forma de mercantilización de sus
misiones, así como a una posible dependencia de los donantes individuales. Esta financiación privada representa
aproximadamente una cuarta parte de las sumas recaudadas cada año para hacer frente a las necesidades humanitarias (es
decir, 6.700 millones de dólares en 2020). Más del 85% de esta financiación procede del público en general a través de
campañas realizadas por ONG internacionales, mientras que el resto proviene de fundaciones y, en menor medida, del
patrocinio de las empresas.
Pero tampoco en este caso los fondos asignados se corresponden necesariamente con la magnitud de los requerimientos.
Según el país y la crisis, los donantes son más o menos generosos, en función de su proximidad cultural, lingüística e
histórica con las poblaciones afectadas por las crisis. Los récords de generosidad se refieren sobre todo a las grandes
catástrofes medioambientales o tecnológicas: tsunami en Indonesia (2004); terremoto en Haití (2010); terremoto en Nepal
(2015); explosión química en Líbano (2020).
Cabe preguntarse por qué el público en general -esencialmente los ciudadanos de los países occidentales- debe ocupar un rol
tan importante en el financiamiento y dirección de la acción humanitaria. Además, este modelo obliga a las ONG no
solamente a tener en cuenta la lógica de los grandes países contribuyentes, sino también la del marketing humanitario,
cercano a una forma de consumismo. En su búsqueda de fondos privados, las ONG deben tener en cuenta la versatilidad de
los donantes particulares. Para fomentar la generosidad, pueden exponerse a una forma de simplismo cuando presentan los
pormenores de un conflicto, con la tentación de reducir a las poblaciones a las que ayudan a una representación visual
degradada desde una perspectiva publicitaria.
Las ONG de los países pobres parecen ser las grandes perdedoras de este modelo de financiación. De hecho, las
organizaciones que trabajan sobre el terreno son casi exclusivamente de países europeos o norteamericanos. En 2016, la
Cumbre Humanitaria Mundial de Estambul pidió, entre sus “recomendaciones prioritarias”, un reequilibrio sustancial de los
fondos en favor de los agentes locales, que entonces solamente gestionaban el 2,8% de la dotación humanitaria total. La
Cumbre de Estambul había fijado un objetivo del 25% en 2020, pero el resultado fue del 3%, a pesar de que el
confinamiento y la paralización del transporte aéreo pusieron en evidencia la necesidad de reubicar la ayuda humanitaria. En
2022, solamente el 1,2% de la ayuda internacional se destinó a ONG situadas en países afectados por las crisis.
En 2019, mientras el gasto militar superó los 1,9 billones de dólares, los Estados pagaron 20.000 millones de dólares para la
ayuda humanitaria. Destinar 20.000 millones de fondos públicos a la ayuda humanitaria es pretender tratar todas las
emergencias del planeta con el 10% de las sumas invertidas por Francia para cubrir sus “gastos sanitarios corrientes”. Pero
no basta con denunciar la insuficiencia de recursos. Hay que repensar toda la financiación de la acción humanitaria
internacional, que ya no puede reducirse a las contribuciones voluntarias de los países que actualmente donan. Bastaría, por
ejemplo, que cada uno de los países clasificados por el Banco Mundial como de “renta alta” dedicara entre el 0,03% (cifra de
2019) y 0,07% (cifra post-Covid) de su RNB a la acción humanitaria para cubrir todas las cantidades solicitadas por la ONU.
Las ONG podrían presionar para que las Naciones Unidas introdujeran un principio de contribuciones obligatorias de los
países de este grupo. Esto obligaría sobre todo a los Estados potencia –como Rusia, China, Brasil o Indonesia– a donar más.
Esta medida iría acompañada de una mayor asignación de fondos a las ONG locales, con el fin de salir del sistema actual en
el que las ONG occidentales, financiadas principalmente por Estados y ciudadanos occidentales, actúan en los países del
Sur.
1.“The impact on trade and development of the war in Ukraine”, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el
Desarrollo, marzo de 2022, https://unctad.org
2. Los datos citados en este artículo sobre los importes de la ayuda humanitaria concedida a los países en dificultades
proceden de sucesivas ediciones del informe “Global Humantarian Assistance” de la organización Development Initiatives.
3. Kristalina Georgieva, “La longue ascension: surmonter la crise et bâtir une économie plus résiliente”, Fondo Monetario
Internacional, 6 de octubre de 2020, www.imf.org
Pensamiento
Aventura y revolución mundial
Escritos alrededor del viaje
José Carlos Mariátegui
Martín Bergel (selección y prólogo)
FCE; Buenos Aires, octubre de 2022.
372 páginas, 4.500 pesos.
Aventura y revolución mundial revive y organiza una faceta desconocida de uno de los pensadores más importantes de
América Latina, aquella vinculada a “la experiencia y la filosofía” del viaje en Mariátegui, tal cual ilustra el acertado
prólogo que el argentino Martín Bergel –también a cargo de la selección de los textos– realiza a la obra.
El pensador peruano expresa en sus escritos una avidez por absorber los rasgos más vitales de su época, demostrando una
cultura integral cuyo pulso está marcado por la pasión política, pero que busca discurrir sobre cuanto tema se le presenta
(haciendo recordar a veces a Arlt, a veces a Gramsci). Atraído por el futurismo italiano; la Revolución Rusa; el llamado a la
mística, la aventura y la acción de Sorel; las corrientes del arte plástico –el argentino Pettoruti entre sus preferidos–,
Mariátegui va nutriéndose y valorando casi como ningún otro contemporáneo los años 20 del siglo pasado (que puede sea la
década clave para comprender el siglo pasado en conjunto). Desde sus juveniles escritos periodísticos, sus relatos de viaje
expresan una tendencial inclinación hacia la política y una cada vez más intensa y decisiva adopción del marxismo como
matriz de pensamiento que orienta la ansiada revolución. A su vez, va articulando un internacionalismo que combina con
total soltura y solidez las vanguardias europeas con una igual de intensa reivindicación de la singularidad indoamericana y
peruana; y es el propio Mariátegui quien afirma que su estancia europea lo vuelve más peruano, con mayor clarividencia
para comprender la realidad de su país. Estos relatos de viaje cubren asimismo casi la totalidad de su vida pública e
intelectual, culminando en los últimos años aquejados por una dolencia que pensaba curar en Buenos Aires, donde esperaba
residir, porque así además escaparía de la persecución que sufría y podría relanzar su proyecto editorial centrado en la
icónica revista Amauta. Resulta particularmente refrescante la intención editorial de ver la obra de un autor a través del
modo en cómo concibe el viaje, y en Mariátegui es vital. Ante la pregunta sobre su afición predilecta responde: “Viajar. Soy
un hombre orgánicamente nómada, curioso e inquieto”.
Lo que se advierte como elemento central del escrito posee importancia porque representa una serie de rasgos que deberían
guardar plena vigencia: el llamado al internacionalismo, la vocación por una cultura amplia –en la que la cultura de
izquierda en Mariátegui hace gala de una sobrada superioridad–, el análisis a fondo de su sociedad y, fundamentalmente, el
central llamado a la revolución socialista, en tanto elemento aglutinante y fundamental. En tiempos en los que las políticas
nacionales acusan un conservadurismo asentado y que la necesidad de alterar drásticamente la injusticia global es igual de
evidente, resulta por lo demás atinado recordar, rescatar y revivir el sendero de la transformación que propone Mariátegui
para Indoamérica.
Bruno Fornillo
Sociedad
Contra el futuro
Resistencia cuidadana frente al feudalismo climático
Marta Peirano
Debate; Buenos Aires, julio de 2022.
176 páginas, 2.899 pesos.
Marta Peirano, una de las poquísimas periodistas y ensayistas especializadas en tecnologías y poder, ha escrito, con datos
confirmados y un background muy sólido sobre estos temas, un trabajo en el que describe las causas materiales, políticas e
ideológicas del calentamiento global y propone un nuevo paradigma, no para gestionar el cambio climático –que es lo que
los países centrales vienen haciendo– sino para frenarlo.
Descubre, en el mito fundacional del Arca en la que una parte de la humanidad se salva de la catástrofe, la idea de los viajes
interestelares, hoy comandados por los hombres más ricos del mundo, cuyo propósito no es otro que huir de los problemas
que el sistema económico que representan ha generado: la emisión de CO2 por el modelo energético de extracción de
hidrocarburos y minerales y la ganadería intensiva.
Y frente al paradigma científico de la tecnología como conquista de nuevos espacios, opone el de la colaboración de la
comunidad científica para observar y analizar el universo, de manera de prevenir las catástrofes y restaurar nuestro hábitat,
algo que, en pequeña escala, demuestra, los ciudadanos organizados pueden hacer, compartiendo los datos suministrados por
la tecnología, en lugar de regalárselos a las empresas. Todo un desafío para quienes pensamos que el mejor lugar para vivir
está bajo nuestros pies. Sólo hay que evitar transformarlo en un paisaje lunar.
Género
El género de la historia
Hombres, mujeres y práctica histórica
Bonnie G. Smith
UNQ; Bernal, abril de 2022.
394 páginas, 3.500 pesos.
Este libro, que inaugura la colección “Géneros” dirigida por Dora Barrancos, propone anclajes con perspectiva de género
para reflexionar sobre la producción de sentidos liberadores y la ampliación de derechos. La autora profundiza en las
conexiones del historiador profesional con las obras pasadas por alto y las narraciones “inferiores”. Al desarrollar este
análisis, explora la hipótesis de que el profesionalismo es una relación que depende de las voces desacreditadas y de las
narrativas subvaloradas; por tanto, es hora de que haya una versión de la historiografía que reconozca el género, una versión
que nos permitirá renovar nuestro espejo sobre el pasado.
Mientras que en el siglo XVIII sólo un puñado de mujeres escribían trabajos sobre historia, ese número aumentó de forma
importante en la primera mitad del siglo XIX. A pesar del desdén de los profesionales, los temas de la escritura amateur
femenina –cultura, vida social, viajes y mujeres notables– consiguieron convertirse en un género literario diferenciado en el
último tercio del siglo XIX.
Este es el relato de la intrigante y aún inexplorada relación de las mujeres profesionales tanto con el amateurismo como con
los tropos corporales, las metáforas sexuales y los valores generizados de la ciencia histórica –incluso términos significativos
pero sencillos como “hechos”, “detalles” y “realidad” se hallaban explícitamente entrelazados con el sexo y el género–,
correlatos de la indagación en archivos que ellas emprendieron y la objetividad que valoraban.
Julián Chappa
Ensayo
Las rosas de Orwell
Rebecca Solnit
Lumen; Buenos Aires, abril de 2022.
350 páginas, 4.799 pesos.
La destacada escritora e historiadora estadounidense Rebecca Solnit, celebrada por sus escritos feministas, esboza en este
apasionante ensayo una biografía alternativa del escritor George Orwell, definido a menudo de forma unilateral por su
novela cumbre 1984. Lejos de la imagen de un hombre gris, pesimista, Solnit traza un legado esperanzador y alegre del
escritor británico a partir de datos ignorados de su vida, su amor por la naturaleza y la jardinería, por su hijo, y a través de un
análisis de su obra que se enfoca en páginas llenas de disfrute y optimismo, a menudo opacadas por su crítica profética a la
monstruosidad del totalitarismo y sus compromisos políticos. A partir de unos rosales que Orwell plantó en 1936 en su casa
de Wallington, y que aún hoy florecen, analiza la importancia de las flores en la evolución de la humanidad y el valor que
otorgaba Orwell a su cuidado y a la pasión por la vida, inaugurando nuevas lecturas éticas y estéticas de la obra de uno de
los mayores escritores del siglo XX.
Historia
¿Quiénes construyeron el Río de la Plata?
María Juliana Gandini
Siglo XXI; Buenos Aires, agosto de 2022.
264 páginas, 4.490 pesos.
Uno de los cambios decisivos en la historia universal es el proceso iniciado a fines del siglo XV, conocido como la
expansión ultramarina europea. Las expediciones de exploración y conquista corrieron las fronteras del mundo conocido
(por los europeos) e iniciaron procesos irreversibles de contacto, intercambio y fusión entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Este
excelente libro, que obtuvo el primer premio de la Asociación de Investigadores de Historia a la mejor tesis doctoral, nos
presenta una parte de esa historia, la de las exploraciones y relatos acerca del actual espacio del Atlántico Sur (el “Mar
Océano austral”), y la configuración de las representaciones que quienes lo exploraron elaboraron sobre él. Gandini analiza
de qué modos fue narrado y descripto el nuevo escenario, y de qué formas esas narrativas construyeron sentidos y sistemas
interpretativos para contar una nueva realidad; cómo y por qué la posibilidad de encontrar la “Sierra de la Plata” alentó a los
europeos en sus expediciones. El trabajo se ocupa no tanto de narrar esos viajes como de analizar la forma en la que miradas
sobre el Río de la Plata se fueron consolidando producto de las relaciones que algunos testigos dejaron sobre ellas. No
importa tanto, en este proceso, el hecho de que no hubiera plata en la región que se describía, sino la eficacia de esa narrativa
para organizar las miradas sobre el espacio y orientar las actividades humanas allí. El libro, de lectura amena y rigurosa a la
vez, es un modelo de las posibilidades de la historia cultural.
Federico Lorenz
Crítica
El sueño americano y sus pesadillas
Marcelo G. Burello y Alejandro Goldzycher (eds.)
Miño y Dávila; Buenos Aires, agosto de 2022.
368 páginas, 4.500 pesos.
En 1931, al periodista e historiador James Truslow Adams se le ocurrió un término que pasaría a la historia de las ideas: The
American Dream, el sueño americano, un concepto que no sólo definió las costumbres, los anhelos y la política del país del
Norte, sino que resultó fundamental para las naciones del mundo, que desearon formar parte de él o lo rechazaron. Este
libro, escrito por investigadores y docentes especialistas en literatura norteamericana, reúne quince artículos que abordan el
concepto del “sueño americano”, entre los cuales vale destacar, por ejemplo, “What is America to me?: Crítica a la ideología
americana en Visiones de Cody, de Jack Kerouac (1972)”, de Nicolás Coria Nogueira, quien aclara que “americano” se usa
por costumbre y conveniencia, aunque es, sin duda, un término problemático. Para el investigador, la novela de Kerouac,
experimental y rupturista, “elimina cualquier tipo de idealización de Estados Unidos y critica el espíritu individualista [del
mito], en tanto impulsor de la marginación de determinados sectores…”. También hallamos capítulos dedicados a Kurt
Vonnegut, Octavia Butler, H.P. Lovecraft, David Foster Wallace, John Cheever y otros escritores que ensalzaron o criticaron
al mito. Imprescindible volumen, “deliberadamente plural” según Burello, para comenzar a comprender, a través de su
literatura, a Estados Unidos y sus deseos y temores multiformes.
Matías Carnevale
Cultura
Formas de leer a Proust
Walter Romero
Malba Literatura; Buenos Aires, septiembre de 2021.
212 páginas, 2.300 pesos.
Hay muchos modos de ingresar en la obra magna de Proust, En busca del tiempo perdido, una serie de siete libros, a veces,
más mencionados que realmente leídos. En gran parte, lo interesante del libro que edita la colección Malba Literatura es la
posibilidad de revisar, a partir de la atenta lectura de Walter Romero, los muchos resquicios por donde meterse al mundo del
Narrador (con mayúscula) que medita acerca de su niñez, de los descubrimientos del mundo adulto y del amor y sus zonas
oscuras. Pero aparte del enfoque temático, que siempre resulta interesante (la descripción del mundo homosexual de fines
del siglo XIX y comienzos del XX es realmente atrapante), Romero revisa con ojo de buen traductor, esto es, atento a las
palabras, la centralidad de figuras retóricas que van articulando el texto, expandiéndolo, haciéndolo más rico en la medida en
que se propuso ser, pese a las resistencias iniciales, el trabajo literario que diese cierre a una época (el realismo y naturalismo
del 1800) para abrir otra (la novela de corte más experimental, si se quiere, del 1900). Quizás, dentro de las propuestas de
Romero, docente y también cantante de tango, la más interesante sea la ubicación en su lectura de la epanortosis, figura
retórica que consiste en alargar la frase a partir de un regreso constante a lo ya dicho y su expansión. Leer a Proust se hace,
entonces, un ejercicio de respiración que todo el tiempo, literalmente, tiene que ir para atrás a los fines de tomar aliento.
Fernando Bogado
Internacional
La nueva China
Simone Pieranni
Edhasa; Buenos Aires, septiembre de 2022.
178 páginas, 3.259 pesos.
Entre los analistas internacionales el consenso es generalizado: el mundo unipolar de la Posguerra Fría, que situaba al
imperialismo estadounidense en el centro de la geopolítica global, da signos evidentes de agotamiento; no sólo por los
reiterados “fracasos” en sus incursiones bélicas, sino también por la combinación de crisis económica y guerra social que de
modo persistente corroe su frente interno. Entre los imperialismos emergentes se destaca, naturalmente, el del gran país
asiático. Pero ¿cómo entender esta China modelo siglo XXI, cuya economía crece de forma vertiginosa hasta disputar palmo
a palmo con Estados Unidos la hegemonía productiva y tecnológica? Esa misma pregunta resuena en la cabeza del periodista
italiano Simone Pieranni, que vivió ocho años en ese país y escribió cuatro libros, entre ellos, el muy elogiado Espejo
Rojo (Edhasa 2021). En su última obra, el autor elige ingresar al mundo chino utilizando pares conceptuales que, desde una
perspectiva occidental, serían contradictorios, pero no así desde una cosmovisión oriental que pondera el equilibrio entre
opuestos como camino hacia el orden. La primera de estas dualidades, memoria/futuro, le permite al autor plantear el
carácter móvil y estratégico de las nociones de pasado y de memoria, que permanecen siempre subordinadas al presente.
Pero, a la vez, confirman la propensión china hacia el futuro, que el libro ilustra mostrando el acelerado desarrollo de la
criogenización y el fenómeno del transhumanismo. El segundo par es socialismo/mercado, nociones que, juntas, conforman
el oxímoron bajo el que –muerto Mao en 1976– el Partido Comunista Chino puso en práctica el programa de “reformas y
apertura” que está en la base de su expansión económica. Le siguen meritocracia/corrupción, metrópolis/campiña,
público/privado, trabajo/automatización, parejas conceptuales en tensión que permiten avizorar cómo sobre esa identidad
contradictoria y maleable se va delineando la potencia del futuro.
Diego Picotto
Fichero
La guerra es un verbo
Ana Arzoumanian
La Cebra; Adrogué,
abril de 2022.
248 páginas, 2.900 pesos.
Poeta, ensayista, traductora, Arzoumanian reúne en este libro artículos que “son escritura y lectura de la guerra”, en base a
aquellos autores partícipes o vecinos de conflictos, perseguidos, o acosados por los genocidios, que buscan ponerles nombre
a las atrocidades bélicas y sus efectos devastadores sobre los sobrevivientes: insensibilidad, anestesia, embrutecimiento vital.
Su objetivo es entonces “tomar la palabra, mostrar la herida de modo de poder concebir una vida en común”.
Medio siglo entre tormentas
Esta obra colectiva analiza medio siglo (1948-2002) de la convulsionada historia de la política macroeconómica argentina
combinando análisis económico y práctica historiográfica. Su objetivo es tratar de comprender “la naturaleza y las
características de los procesos históricos” que derivaron en las recurrentes frustraciones económicas del país, analizando sus
marchas y contramarchas, la volatilidad y la conformación económica y social del país.
Cefaléutica de Buenos Aires
Investigación sobre las nomenclaturas de las calles de Buenos Aires. El Teatrito Rioplatense de Entidades redefine el
significado de “cortada” construyendo un diccionario de las vías porteñas en función de los protagonistas de las guerras
civiles argentinas honrados con una calle que tienen la característica de haber sido degollados o degolladores. Un recorrido
abrumador por la historia nacional, que transitamos a diario de forma inconsciente.
Friday Black
Con este premiado y promisorio debut literario, colección de relatos distópicos, perturbadores y provocadores, el joven
escritor estadounidense Nana Kwame Adjei-Brenyah afila sus armas y percute en el centro de la sociedad estadounidense.
Lleva al límite, con crudeza, sus peores rasgos, exponiendo por lo absurdo sus contradicciones y su hipocresía, enmarcadas
no obstante en restos de amor y humanidad.
EDICIÓN 285 - MARZO 2023
Las entregas se tenían que limitar a “material defensivo”. Para evitar la escalada, para impedir una “confrontación directa
entre la OTAN y Rusia”, sinónimo, según el presidente Joseph Biden, de “Tercera Guerra Mundial”. Un año después de la
agresión de Rusia a Ucrania, los equipos de protección suministrados por el campo occidental se transformaron en
helicópteros Mi-17, en cañones Howitzer, en drones kamikazes, en lanzamisiles de largo alcance, en tanques Abrams y
Leopard. Los límites que se habían puesto un día fueron franqueados al día siguiente, y cuando Biden aseguró, el último 31
de enero, que su país no entregaría los aviones de combate que reclamaba Kiev, ya adivinamos cómo va a seguir el asunto.
Por otra parte, en los círculos militares ya se comparan las virtudes del Gripen sueco y del F-16 estadounidense.
Escalada imparable
Porque nada parece poder detener la escalada armamentística, que ahora sustituye a las negociaciones. “Inclinar el campo de
batalla en favor de Ucrania” se habría convertido, según Washington, en “el mejor medio de acelerar la perspectiva de una
verdadera diplomacia” (1). Con declaraciones marciales (“sostendremos al pueblo ucraniano tanto tiempo como sea
necesario”, “Ucrania ganará”…) Biden puso en juego el crédito de su país: después de la debacle afgana, todo retroceso
aparecería como un signo de debilidad. Y para la Unión Europea, que también se comprometió mucho, como una
humillación estratégica. Por su lado, Vladimir Putin moviliza las fuerzas necesarias para lograr sus objetivos dentro de un
conflicto que percibe como una encrucijada vital y que compromete el destino nacional. La tesis de que una Rusia acorralada
se resignaría a la derrota en lugar de valerse de armas más destructivas es una gran equivocación.
La cuestión del despliegue de las tropas occidentales corre el riesgo de plantearse pronto. Por el momento, Washington se
niega a hacerlo. Pero… ¿acaso el presidente Lyndon Johnson no declaraba, en octubre de 1964, “no vamos a enviar
muchachos estadounidenses a 9.000 o 10.000 millas de casa para hacer lo que los muchachos asiáticos tendrían que hacer
ellos mismos” (2)? Cambió de opinión algunos meses más tarde. Tres millones de “muchachos estadounidenses”
desembarcarían en Vietnam a partir de 1965, y 58.300 no volverían nunca.
Una victoria imposible, un hundimiento previsible, una tozudez en el error con el único motivo de no verse ridiculizado: este
destino no sólo espera a los rusos. Estados Unidos demostró, en Irak y Afganistán, su incapacidad para aprender las
lecciones de su compromiso en Vietnam. Así que es a Kiev a quien el ex viceministro de Defensa Nguyen Chi Vinh dirige el
espejo de la historia: “Deberíamos decirles a nuestros amigos ucranianos que no es sensato dejar que su país se convierta en
un escenario de políticas de poder, apoyarse en la fuerza militar para enfrentar a su inmenso vecino y tomar partido en una
rivalidad entre grandes potencias” (3). Adosada a la OTAN y equipada con materiales rutilantes, Kiev se fija ahora objetivos
de guerra desmesurados, como la reconquista de Crimea. Alentando este extremismo, los occidentales garantizan que el
conflicto durará, se alargará, se agravará.
1. Conferencia de prensa de Antony Blinken, secretario de Estado, Washington, 8 de febrero de 2023.
3. Citado en Hoang Thi Ha, “The Russia-Ukraine war: Parallels and lessons for Vietnam”, Fulcrum/Institute of Southeast
Asian Studies – Yusof Ishak Institute, Singapur, 14 de marzo de 2022. https://fulcrum.sg