EL DIRECTIVO Y LA TOMA DE DECISIONES.
11 Mar, 2016
Actualmente, las necesidades de las empresas son definidas por el ambiente global en
que estas existen, constituyendo un entorno muy competitivo que exige una continua
toma de decisiones importantes y con mínimas posibilidades de errores si no se quiere
situar en riesgo la viabilidad de una organización u empresa.
Esta creciente competitividad en que se enfrentan los mercados hoy ha provocado que
se origine un ambiente dinámico en donde la optimización de recursos ya sean tanto
materiales como inmateriales sea una alternativa para otorgarle valor agregado o “plus”
y supremacía a quienes lo utilicen de manera eficaz y eficiente.
Si nos introducimos al tema del origen de las buenas o deficientes gestiones en una
organización, debemos remontarnos al interior de esta, específicamente en lo que se
constituye como el proceso denominado Toma de Decisiones y que continuamente ha
sido catalogado como el motor que le da vida a los negocios. Es, en este proceso, de
donde depende gran parte del triunfo de cualquier organización a través de la correcta
elección de alternativas.
Cuando un directivo se enfrenta a una toma de decisión en su organización, además de
entender la situación que se presenta, debe tener la capacidad de analizar, evaluar,
reunir alternativas, considerar las variables, con el fin de encontrar soluciones
razonables; es decir, tratar de tomar decisiones basadas en la racionalidad.
Una de las bases en que sustenta la buena toma de decisiones en cualquier organización,
se refiere al aprovechamiento de conocimiento tanto propio como del propio equipo de
la organización, ya que si quien toma la decisión posee conocimientos, ya sea de los
sucesos que encierren el problema o en un contexto similar, entonces este saber puede
utilizarse para seleccionar un curso de acción que le sea favorable a dicho problema.
Es importante mencionar que la toma de decisiones que se lleva a cabo dentro de las
organizaciones debe cumplir con ciertas características como son: ser rápida, oportuna,
fundamentada en información concreta, que permita tomar decisiones eficientes,
efectivas y con un bajo costo para la empresa; pues de ello dependerá el éxito o fracaso
de una organización
Cono afirma el profesor del IESE Miguel Ariño, podemos decir que nuestra historia
personal es la historia de las decisiones tomadas, y que nuestro futuro —que está
condicionado por aquellas que ya hemos tomado- lo vamos forjando a través de las
futuras decisiones. De ahí la importancia de la toma de decisiones en la vida de las
personas, ya que en último término cada uno es lo que decide ser.
De hecho, tomar decisiones es la actividad más importante que realizamos las personas.
En el ámbito empresarial, es el acto directivo fundamental, porque un directivo lo es en
la medida que decide y por tanto, debe abanderar en un ejercicio de responsabilidad
ética y profesional la asunción de las mismas y trasladar las diferentes
responsabilidades a los distintos niveles dentro de la organización.
El directivo de cualquier organización no puede abstenerse de hacerlo, porque decidir
no tomar una decisión implica de por sí haberlo hecho. Lo que sí podemos decidir es si
la queremos tomar nosotros o si preferimos que otros lo hagan por nosotros, o peor
aún, que el propio devenirse del mercado o la suerte, adopte por nosotros esa decisión;
lo que conlleva poner el control de nuestra vida en manos de terceros. Por eso no
podemos renunciar a decidir, porque haciéndolo nos convertimos en espectadores en
vez de en actores protagonistas de nuestra existencia. La toma de decisiones no la
podemos subcontratar, ni en ocasiones delegar, sino que debe ser un hábito obligatorio
y de mayor responsabilidad según sea el puesto en la organización.
Y como no puede ser de otra forma, a la decisión siempre va ligada la posibilidad del
error. Hay personas que tienden a no tomar decisiones porque tienen miedo a
equivocarse, y dejan que las circunstancias decidan por ellas, abandonando así el
control de su propia existencia. Este tipo de personas, que se niegan la posibilidad de
«fracasar», paradójicamente, lo acaban haciendo porque al no decidir no tienen
posibilidades de salir al encuentro del éxito. Renunciando a la posibilidad de fracasar,
renuncian también a la posibilidad de triunfar.
Las personas de éxito también han tenido desventuras. Personas consideradas como
grandes empresarios acumulan en su historial fracasos, algunos de ellos sonados. El
éxito muchas veces es fruto del fracaso. Tener éxito consiste en levantarse una vez más
de las veces que se haya caído. Si no probamos no podemos ganar.
En definitiva, hay que abandonar ese mal hábito mediterráneo de eludir
responsabilidades y toma de decisiones, ya que es el mejor ejemplo de que no solo no
lo hemos intentado, sino que tampoco queremos hacerlo. Hay que acabar con el estigma
de la condena al que se equivoca, puesto las cosas buenas le suceden al directivo que
las espera, pero las mejores y las que distinguen al directivo excepcional, le suceden al
que las busca, así que… ¿y si dejamos de desearlo y nos ponemos a ello?.