Etica cristiana de la profesión
Para fundamentar una reflexión sobre la ética cristiana de la profesión hoy día, tenemos
que tratar de reubicar la profesión dentro de los renovados horizontes trazados por el
Vaticano 11 y la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla.
Funciones de la ética profesional Supuesta la anterior reubicación de la profesión dentro
de una actualizada comprensión del cristiano en el mundo actual, apliquemos ahora
dicho marco de referencia a redescubrir algunas de las funciones de la ética profesional.
1. Descubrir el carácter ético de la existencia La primera función de la ética profesional
o si se prefiere, del profesor de dicha asignatura, consistirá en ayudar a los futuros
profesionales a descubrir el carácter ético de la existencia humana. Con Luypen
partimos del hecho que la existencia humana es una existencia ética. A pesar de ser ésta
una tesis cierta que fundamenta y explica la afirmación de De Graaf que dice: "El
hombre está lleno de un interés ético incorregible" no resulta fácil convencer a los
universitarios de hoy que entiendan y acepten la vida como una tarea que deben cumplir
responsablemente.
El carácter ético de la vida humana se descubre y se plantea como problema con la
pregunta ética por excelencia: ¿cuál es el sentido último, radical, totalizante de la
existencia?
Mientras el hombre no se plantee esta pregunta no ha empezado aún a asumir la vida
como hombre. Sentido, en su acepción espacial, significa la dirección del movimiento.
De aquí que, aplicado a la vida, que es "exsistencia", ese continuo ponerse en
movimiento, el vocablo "sentido" significa que la dirección u orientación hacia donde
debe tender la vida como su meta, aquello que la justifica, la realiza y la lleva a su
plenitud.
Le damos una importancia capital al planteamiento de este problema, que es el
problema humano, la incógnita que hace problemática-la existencia de todo ser humano,
al comienzo del curso de ética profesional.
Vamos a explicar por qué le damos esta importancia primordial a esta pregunta.
B. Lonergan en su artículo "Dimensión de sentido", afirma que el hombre moderno se
encuentra desorientado por la pérdida del sentido clásico que descubrieron las grandes
civilizaciones de los siglos 80. a 20. anteriores a Cristo: Israel, Grecia, Persia, India,
China,... eje sobre el cual venía girando la historia humana. En ésto, Lonergan sigue la
tesis que sostiene el filósofo existencial alemán K. Jaspers en su obra El origen y la
Meta de la Historia.
Esta pérdida de sentido se debió a la aparición del mundo moderno con sus
descubrimientos que han dilatado los horizontes tanto espaciotemporales del habitat
humano como psicosomáticos o.e la estructura misma del hombre. La desorientación ha
creado confusión, pérdida de seguridad, angustia, etc., serie de síntomas que
caracterizan al hombre del S. XX.
Asistimos a un vasto esfuerzo moderno por interpretar el nuevo
mundo que ha surgido. Este esfuerzo por entender la nueva realidad es quehacer común
de innumerables científicos y letrados-. "Pero el juzgar y el decidir se han dejado a cada
individuo y éste se encuentra en condición desesperada. Tiene demasiadas cosas que
aprender, antes de que pueda empezar a juzgar. A pesar de todo al individuo no le queda
más remedio que juzgar y decidir si va a existir, si va a ser".
Repetir las fórmulas tradicionales de nuestra fe, de nuestra Historia Sagrada, podría dar
a los menos avisados, la impresión de seguridad teológica y de fidelidad al pasado.
A los estudiantes, tal presentación, ni los convence ni les ayuda a entender su vida ni a
orientar su profesión.
Tarea primordial del profesor de ética profesional, lo repetimos, ·consiste en
desentrañar, a la luz de la Revelación, el único sentido de la Historia, que es Jesucristo,
encarnado en la nueva cultura y en la nueva civilización universal que está surgiendo.
Etica relativista?
Una razón más para hacer ver la importancia de la pregunta ética por el sentido de la
vida.
La crisis de sentido, dé- que acabamos de hablar, ha dado cauce a una serie de
interpretaciones y reinterpretaciones no sólo de variados matices sino aún
contradictorias, al menos aparentemente, tanto en materia de fe como de moral.
Tal abanico de sentencias, de opiniones y de sentidos ha creado un pluralismo teológico
y moral que aumenta la desorientación, induce al relativismo ético y crea una cierta
zona de escepticismo interior.
Todos, en mayor o menor grado, vivimos esta experiencia común del hombre
moderno, experiencia de confusión, de relativismo moral, de cierto escepticismo
interior, al ver
y sentir que todo se mueve bajo nuestros pies.
Con todo el hombre, si quiere ser tal, el profesional, si quiere serlo a carta cabal,
necesita un punto de apoyo, necesita tocar fondo, más allá de sí mismo, para llegar a ser
sí mismo. Genialmente observa Malraux: -"Il faut que quelque chose soit sure. 11 faut!"
Se impone lo absoluto, que dé seguridad a lo relativo. Se impone el "más allá", que le dé
sentido al "más acá".
Sin la sólida fundamentación en Jesucristo no daremos sentido a la existencia humana,
ni orientación segura al ejercicio profesional. La élite, toda ética y por ello la
profesional, se relativiza y se hace mera ética de situación si carece de la base de
sustentación que es la fe en el sentido último de la vida.
Resumiendo: toda ética profesional debe redescubrir el carácter ético de la existencia
humana, lo cual equivale a decir que debe fundamentar lo relativo en lo absoluto,
lo incierto en lo único seguro, que es Jesucristo.
2. Explicar la estructura moral a priori del hombre
La primera función de la ética profesional, de descubrir el carácter ético de la existencia,
lleva necesariamente a desarrollar una segunda función, no menos necesaria que la
anterior. La pregunta por el sentido de la vida, de la profesión, del amor, etc., y la
búsqueda de respuesta a tales preguntas parten del sujeto, se originan en la estructura
operativa del hombre, estructura a 'priori, cuya explicación es cometido indeclinable del
catedrático de ética profesional.
Los nuevos problemas planteados al profesional por la nueva civilización urbano-
industrial ni pueden ser previstas de antemano ni mucho menos resueltas. A menos que
nos escapemos a una ética esencialista y abstracta que programe un mundo teórico
moral muy claro, definido y fácil para soltarlo luego a un mundo complejo, oscuro,
difícil, en
el cual las normas abstractas no hallan aplicación y sólo sirven para hacerlo sentir
culpable de infringirlas a diario.
Aquí tiene perfecta cabida el adagio chino lleno de sabiduría: "Si tu hijo te pide
pescados, dale un anzuelo y enséñale a pescar". Cuya aplicación a la ética profesional es
clara. Si el universitario te pregunta cuáles acciones son buenas, fórmale la conciencia y
suéltalo en el mar de la vida.
La conciencia moral
No nos hallamos en clase de ética. Esto nos excusa de presentar aquí un análisis de la
conciencia moral. Nos ocupamos aquí de trazar algunas líneas directrices que ayuden a
reorientar la enseñanza de la ética profesional en la Universidad.
La conciencia moral constituye la estructura operativa del hombre a nivel racional.
Decimos, a nivel racional, porque el hombre todo es operativo. Su estructura o
naturaleza forma o debe formar un todo-compuesto de partes operativas. Ya la
sensación es una actividad.
La intelección es otra. La afirmación que consiste en formar juicios determina otra
actividad cuyo fruto es la verdad. Pero el hombre no se realiza ni llega a su plenitud sólo
con conocer intelectualmente ni con verificar la verdad de sus conocimientos científicos
y culturales. El hombre se realiza como tal cuando alcanza la cumbre de la actividad
racional, cuando obra de acuerdo a su conciencia. Sólo en este momento entra en la
órbita de la ética.
El obrar ético constituye una estructura.
Entendemos por estructura un todo compuesto de partes. En la estructura dinámica el
todo consta de partes en movimiento. Se trataría de una estructura dinámica material,
cuando el todo, como es el caso de cualquier máquina o motor, las partes o elementos
estructurales son piezas materiales.
Por ejemplo un reloj, un automóvil. Si las piezas o partes de la estructura no son ya
materiales sino formales o espirituales, como las actividades u operaciones de los seres
vivos, nos estamos ya refiriendo a estructuras vitales, como el animal o el hombre.
Decimos entonces que la conciencia moral constituye una estructura dinámica vital, que
consta de tres "piezas" o actividades: la deliberación, la decisión y la ejecución.
La deliberación El primer papel o función de la conciencia lo desempeña cuando se
pone en plan de deliberación, evaluación y reflexión sobre los valores.
Así lo enseña explícitamente Ricoeur cuando dice: "La conscien ce se constitue en
conscience morale lorsqu'elle se fait tout entiere évaluation, réflexion sur ses
valeurs".
Sólo cuando entra de lleno a deliberar sobre las motivaciones del objeto por realizar, el
hombre se hace sujeto ético en plenitud. Allí, deliberando y evaluando los pros y los
contras humanos (valores morales), la verdad empieza a hacerse bien, el hombre
intelectual empieza a hacerse moral.
El sujeto moral, el yo que entra en proceso de deliberación, se encuentra referido a dos
polos: el objeto o acción que piensa realizar y las motivaciones o valores morales que le
van a dar sentido humano y valor moral a la acción. Estos dos polos, el objeto y las
motivaciones abren o más exactamente concretan la apertura de la conciencia al mundo.
El yo moral necesariamente es apertura, al tú, al vosotros, al mundo.
Antiguamente se hablaba en moral, de las circunstancias, como factores externos de
moralidad que ocasionalmente y "desde fuera" modificaban cuantitativa y a veces
cualitativamente la moralidad del acto interior. Hoy se tiende, en moral, a considerar
estas circunstancias, no como ocasionales y externas, sino como habituales e interiores
que condicionan o determinan la decisión, según el caso.
Toda deliberación tiende a terminar en un juicio de valor. Este juicio último práctico
sobre la moralidad de la acción por realizar es lo que la moral tradicional ha conocido
con el nombre de conciencia. La tradición cristiana ha enseñado siempre que el hombre
debe seguir este juicio de la conciencia bien formada. Es la norma subjetiva de
moralidad.
El peligro de caer en el relativismo, temor que abrigan todos los partidarios de una ética
absolutista abstracta, se evita con la deliberación sobre las motivaciones o valores
morales que deben fundamentarse en el sentido último de la vida que constituye el valor
absoluto, o bien supremo del hombre, que no es otro que Jesucristo.
La Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II nos presenta un ejemplo ideal de lo
que debe ser una deliberación perfecta. Queda mucho por decir acerca de la
deliberación, pero no hay que olvidar que aquí nos limitamos a orientar la labor del
catedrático de la ética profesional.
Presupuesto un recto juicio moral, fruto de la deliberación, se siguen la decisión y la
ejecución. La decisión es el eje sobre el cual gira toda la ética y toda la vida moral del
hombre. Sólo el entrar a analizar la decisión desde un plano filosófico nos daría para un
artículo más largo que el presente. Nos limitamos a sugerir dos lecturas de recia
envergadura. El libro "Insight" de B. Lonergan, sobre todo el capítulo XVIII que trata
de la posibilidad de la ética, y la o bra de P. Ricoeur, citada arriba, que lleva por título:
"Le volontaire et l'involuntaire" en especial el capítulo primero "Description pure
du decider".
3. Descubrir las dimensiones éticas de la profesión
Con este "anzuelo" moral, se sigue como función de la ética profesional, enseñar a lo::;
estudiantes universitarios a "pescar", es decir, a descubrir el bien y el mal, no en
abstracto sino precisamente en su mundo profesional. La primera tarea consistirá en
ayudarles a descubrir las dimensiones éticas de su profesión. Tarea que debe incluir los
siguientes campos:
3.1. Purificación de la elección de carrera
El curso de ética profesional constituye la mejor oportunidad para ayudar a los
estudiantes universitarios a rectificar y purificar su elección de carrera. Las
motivaciones, con frecuencia latentes, determinan la fuente principal de moralidad.
Obviamente que el "objeto" o naturaleza misma de la carrera ya encierra, al menos
virtualmente, un potencial moral de incalculables consecuencias para el día de mañana.
Desde el ángulo moral, teniendo en cuenta la naturaleza y medio ambiente concreto en
que se suele ejercer, no representa lo mismo, por poner ejemplos contrastantes que
ayuden a entender lo que queremos decir. No da lo mismo elegir ser médico o
arquitecto, que ser corredor de bolsa, artista, periodística o político profesional!
Pero admitiendo el abanico creciente de carreras en cualquier Universidad, el énfasis de
la moralidad recae necesariamente en las motivaciones.
Aquí hay que llamar la atención sobre el hecho de que la deliberación y selección de
motivaciones no se realiza en forma individual o como suele decirse "químicamente
pura". El ciudadano prácticamente no se puede librar de los influjos que ejercen en su
inconsciente las motivaciones reinantes en el medio social y político en que vive. Lo
que decimos explica el hecho de que no es lo mismo, en cuanto a motivaciones se
refiere, ejercer la profesión en un Estado totalitario que en uno democrático o "libre",
que a la hora de la verdad se identifica con capitalista e individualista.
El éxito y el lucro forman motivaciones ocultas, aquellas que nunca se revelan a la hora
de las encuestas o entrevistas, metas egoístas a que aspiran casi todos los profesionales
de Estados "democráticos". Aquí es donde conviene entrar de fondo en un análisis de
las motivaciones humanas y cristianas. En países, como los nuestros, marcados por las
estructuras de pecado y de injusticia, como las describe el Documento de Puebla, la
motivación de todo profesional, máxime el educado en una Universidad Católica, no
puede ser otra que el servicio a la comunidad con miras a liberarla integralmente de toda
opresión y alienación corporal y espiritual.
3.2. Humanización de la profesión
El horizonte de mar que se abre a la "pesca moral" cuando pasamos de la elección de
carrera (sujeto, motivación) a la carrera misma o profesión (objeto, ejercicio
profesional) es prácticamente infinito. Contentémonos con enunciar las líneas de acción.
3.2.1. Humanización de la profesión
Cada profesión, según su naturaleza peculiar, le crea un problema específico ético al
profesional. Por poner un caso, que ilustre esta afirmación, tratemos de reconstruir el
ejercicio profesional del odontólogo. Este trabaja con el rostro humano en un
consultorio que se presta a la intimidad. No se ha tomado todavía suficiente conciencia
de la
erotización por no decir sexualización que han producido los medios de comunicación
(cine, T.V., revistas, etc.) del rostro humano. La cara constituye hoy día uno de los
estímulos sexuales más poderosos de la industria consumística actual.
Trabajar ocho o diez horas al día con el rostro humano, con la proximidad del tacto y de
la vista, no puede constituir un dato indiferente para el odontólogo ni para el profesor de
ética odontológica. Sin que este aspecto determine el único factor ético de dicha
profesión. Dígase lo mismo de cualquier otra profesión. Es tarea común del profesor y
del profesional descubrir el factor o los factores éticos peculiares del ejercicio
profesional.
Sólo una humanización radical (que vaya a la raíz) de la actividad profesional puede
garantizar una eticidad básica de dichos factores. Un parámetro general de toda ética
profesional lo constituye la relación personal entre el profesional y su cliente.
Hay que educar al universitario para que descubra y desarrolle esta dimensión
interpersonal.
Por persona entendemos el sujeto capaz de auto-determinarse. Es decir, el sujeto capaz
de deliberar por propia cuenta y de llegar a decisiones responsables. Esta naturaleza
personal del hombre es la que lo dota de derechos humanos, sin los cuales la vida y el
ejercicio personal serían imposibles.
3.2.2. Humanización de la Institución
Hoy día casi todas las profesiones se ejercen en forma institucional o bien dentro de una
institución. La ética profesional no puede desentenderse de una función que posibilita
la eticidad del mismo ejercicio profesional como es la humanización de la institución
donde trabaja. Es conocido de todos el que el progreso de la ciencia y la técnica, a pesar
de sus méritos indiscutibles, ha deshumanizado lamentablemente al hombre y a sus
instituciones o establecimientos.
En el caso de la medicina, por citar un ejemplo, las instituciones hospitalarias, con sus
equipos avanzados, sus unidades de urgencias y cuidados intensivos, con las consultas
e interconsultas y con el poderío creciente y casi mágico de los galenos, corre el peligro
de "apoderarse" de la vida y derechos del paciente.
Una vez que el enfermo cruza el umbral de la clínica u hospital queda a disposición casi
omnímoda de la institución.
Como dato simbólico de la despersonalización del paciente, sucede con frecuencia que
se le designa por el número de la pieza. La enfermera recibe la orden: "Favor pasar a
cirugía al paciente (de la pieza)!" No es raro el caso en que el médico ausculta los
síntomas patológicos de un organismo vivo sin atender a la persona. La humanización
de una institución profesional debiera comenzar, por ejemplo, en el caso de un centro
hospitalario, con una especie de declaración de los derechos del paciente. Así
comenzaría a tomar cuerpo la vivencia moral del ejercicio profesional. Otras
aplicaciones de la humanización de la institución las puede deducir fácilmente el
profesor.
3.2.3. Humanización del medio social de la profesión
Profesional que no asuma la cuota de responsabilidad en "sanear" y humanizar el medio
social propio en que ejerce su profesión, no sólo no lleva su ética profesional hasta
sus últimas consecuencias, sino que puede dejar imposibilitadas las primeras.
Resulta casi imposible ser honesto en un mundo deshonesto. Y por mundo aquí se
entiende el "mundo" profesional, aquella urdimbre exterior que hace entrada
progresivamente en el interior de la conciencia, de los criterios, motivaciones,
costumbres, y formas de pensar, juntamente con sitios, equipos y personas que
constituyen social y concretamente la profesión. Aquí encuentra el profesional un
inmenso campo de acción.
Observa G. Campanini en su artículo "Trabajo" del Diccionario Enciclopédico de
Teología Moral: "Ninguna ética cristiana del trabajo (y de la profesión) puede
proponerse
si en su conjunto no consigue ser también una ética de las estructuras y, por tanto, un
momento esencial de la ética social"
4. Humanizar al profesional
Podríamos señalar otras funciones de la ética profesional, por ejemplo: - explicar el
ethos de la respectiva profesión; - hacer ver la responsabilidad del profesional frente a la
comunidad; - descubrir las dimensiones éticas de la técnica; - desarrollar las normas de
la investigación; - actualizar el concepto de ley natural; - elaborar los principales valores
morales de la profesión en general (servicio, honradez, veracidad, justicia social, etc.) y
de la respectiva profesión; - dar a conocer y comentar, si existe, el código ético de la
profesión, etc …Pero no quisiéramos terminar este breve análisis de algunas funciones
de la ética profesional sin mencionar una que juzgamos en el momento actual de capital
importancia: la humanización del profesional mismo.
Los motivos son claros y urgentes.
El positivismo científico, el materialismo de la técnica, el ansia de lucro, la sociedad
consumística, y otros factores varios, están deshumanizando al profesional en forma
acelerada y alarmante. No es que seamos adversos a la técnica y al progreso. Sobra
decir que no. Pero somos éticos y la ética busca más al hombre de la técnica que la
técnica del hombre.
El hombre del éxito.
El profesional está más convencido que nadie del éxito de la ciencia y la técnica. Este
fenómeno que vive casi desde su infancia afecta radicalmente su existencia y el sentido
de su vida. El profesional se está convenciendo que el mundo está en sus manos. Los
valores que sirven de parámetros a su ejercicio profesional lo condenan a la actividad
exagerada y febril, al progreso y al éxito. El fracaso representa hoy uno de los mayores
temores del profesional. Solo le importa el éxito profesional.
Moltmann describe con acierto las consecuencias de este nuevo tipo de religión.
"Y, ¿qué consecuencias tiene la divinidad de ese dios, para la humanidad del hombre?
Pues que vivir significa sólo actuar, llevar a cabo, hacer y dominar. Esta orientación
unilateral a la acción y al éxito hace inhumano al hombre y eliminar todos los otros
aspectos débiles y sensibles de la vida. El que sufre es un enfermo. El que llora y se
entristece demuestra que le falta fuerza. El mundo ya no tiene nada que decirnos:
no nos afecta. Con él podemos hacer lo que queramos. Ninguna desesperación nos
desgarra el alma. Somos duros en el dar y el recibir. No nos toca el dolor ajeno.
El amor ya no es una "pasión", sino sólo un acto sexual. El hombre del éxito no llora, y
sólo ríe por cortesía. La frialdad le es familiar. Lo bueno, para él, es lo que
promueve su actividad. Lo malo es lo que impide su éxito. Los otros hombres son sólo
sus rivales en la lucha por la existencia. Su escatología es la supervivencia del más
débil. Y como quiere controlar al mundo, se mantiene a sí mismo bajo control
constante.
En una palabra: quien cree en el dios de la acción y del éxito se convierte en un hombre
sin pathos, sin sentimientos. Ya no nota nada del mundo ni de los otros. Desconoce
todos los dolores que causan sus actos. N o quiere conocerlos, y elimina de su vida las
experiencias crucificantes".
Podríamos añadir otras funestas consecuencias a las enunciadas por J. Moltmann.
Destaquemos sólo dos: El profesional se está volviendo un hombre poco culto. No le
queda tiempo para cultivar el arte, la música, el teatro, la lectura seria etc … Su
profesión no le deja tiempo para nada. Es lamentable la incultura que demuestra hoy día
cualquier
profesional en una reunión social: no sabe hablar más que de su profesión y, dentro de
ésta, de su especialidad. Consecuencia, más grave aún, de esta super especialización
de la profesión y divinización de la técnica y del éxito, es la "muerte" del matrimonio.
¡Los profesionales en forma insensata están acabando con su hogar! Lo que esto
significa no puede describirse. Esto se vive y se padece.
El problema es grave, gravísimo. No es individual. Cada año cobra nuevas víctimas. Se
está generalizando. Por lo demás, su solución no es fácil. Si no nos alimentara la
esperanza cristiana diríamos que es imposible.
Con todo, la ética profesional no puede darse por vencida como tampoco creer
ingenuamente que con unos cuantos consejos y unas normas éticas vamos a hacerle
frente a la acelerada descristianización y deshumanización del profesional. La ética
debe humillarse y reconocer que ella sola no cuenta con los elementos adecuados para la
solución. De aquí su recurso a la fe para iluminar la vida del profesional.
5. Etica y fe cristiana
Hoy día se va extendiendo ya la convicción de que fe y ética son dos cosas
completamente distintas. No faltan quienes afirman que es posible una ética y
concretamente una existencia profesional éticamente correcta, sin fe en Dios. No
formamos parte de esta legión. Tanto la fe cristiana como una bien fundada antropología
filosófica nos enseñan que la conducta no adquiere consistencia si no se fundamenta
explícita o implícitamente en Dios, plenitud del hombre y sentido último de su vida y de
cada uno de sus actos.
La pregunta clave ahora es la siguiente: ¿Puede hablarse de una conexión real y práctica
entre una concepción cristiana de la vida y la ética profesional? ¿Ofrece el cristianismo
un mensaje ético al profesional actual?
Personalmente estamos convencidos de que sí. Sin necesidad de entrar, dada la
naturaleza de este estudio, en la acalorada y extensa discusión de la teología moral
actual sobre la especificidad de la moral cristiana, para nuestra reflexión, bástenos echar
mano de la conclusión a que parece estar llegando la mencionada discusión, a saber, que
el
Mensaje cristiano no presenta contenidos específicos morales distintos de los que ofrece
una ética filosófica pero sí aporta una inspiración fundamental que hace nuevos y más
exigentes los parámetros y pautas éticos de conducta.
Léase por ejemplo el estudio de S. Bastianel que lleva por título: "11 carattere specifico
della morale cristiana", Citadella Editrice - Assisi. Paul Sporker en su reciente obra
"Medicina y Etica en discusión" recoge esta inspiración cristiana y la aplica a la ética,
cuando afirma: "Lo característico de nuestra idea cristiana de la vida no radica en que
estemos dispuestos a un amor incondicionado al prójimo, ni en que intentemos
descubrir lo que este amor o sentido de humanidad exige de nosotros. Estas son cosas
muy bien situadas en la línea de todo humanismo honrado, y es perfectamente posible
que en cualquier otra visión de la vida encontremos una acentuación igualmente intensa
de la importancia del amor al prójimo.
En el evangelio se nos presenta a Cristo en cuanto presencialización histórica de Dios en
el mundo. De tal manera es él la forma de expresión vital de las relaciones entre Dios y
el hombre, que con la negación de su relación con Dios se negarían ipso facto sus
relaciones con los hombres. Lo característico del concepto cristiano de la vida consiste-
más bien en que, al afirmar la presencia salvífica de Dios en este mundo mediante
nuestra
profesión de fe en Jesús de Nazareth, intentemos corroborar nuestra fe con un amor
humano auténtico, en la práctica de la justicia, en la bondad y en la disposición a
perdonar y a ofrecer una ayuda efectiva a quien la necesite de nosotros. En una palabra;
que
demostremos nuestra fe en una humanidad verdadera".
La fe en Dios para el cristiano se convierte en esperanza en el hombre y en el futuro del
mundo. Esta consecuencia la pone de relieve el mismo Sporken cuando dice:
"Se trata de buscar lo verdaderamente humano en el Espíritu vivo de Cristo, con el fin
de llevarlo a la práctica y contribuir de este modo a la realización definitiva de esta
humanidad en el mismo Cristo. Así se puede decir tal vez mejor: la interpretación
cristiana del mundo lleva la impronta de la esperanza de que todas las cosas del mundo
abocarán a un buen fin, a pesar de la experiencia de nuestra impotencia frente al mal
que hay en el
mundo".
La fe cristiana, parece contradictoria a primera vista, nos compromete más con el
hombre mismo y con el mundo que con Dios. La fe hace crítico al profesional frente a la
comunidad. Así resume Sporken su concepción de la ética cristiana:
"La ética cristiana puede caracterizarse, consecuentemente, del siguiente modo:
reflexión y análisis crítico del ethos dentro de la comunidad, junto con el esfuerzo de
captar la imagen del hombre que le sirve de base, a fin de revisarla a la luz de la
interpretación cristiana de la existencia y contrastarla con la imagen cristiana del
hombre".
Con estas ideas vengamos a nuestro problema de la deshumanización del profesional,
causada por la técnica y por el principio de la acción y del éxito.
El profesor de ética profesional no puede contentarse con rociar agua bendita en los
surcos de la profesión. La labor tiene que ser más de fondo. Sólo una larga tarea de re
cristianización del universitario, tarea que compete no sólo al profesor de ética sino a
toda
la institución en cumplimiento de su especificidad de católica, pueden producir los
resultados de un profesional auténticamente católico, de donde se seguirá un ejercicio
profesional cristiano.
Pero volviendo al profesor de ética creemos que su cátedra y su enseñanza toda, tiene
que inspirarse en el Mensaje cristiano y que su objetivo, más que a presentar un
catálogo
de normas, que regulen el ejercicio ético de la profesión, debe dirigirse al estudiante
mismo para hacer de él un católico integral. Sin fe no hay hombre. Sin fe no formamos
profesionales responsables y correctos. El profesional, aún para el sano ejercicio
profesional, necesita descanso, necesita hogar.
6. Profesión y descanso
Descanso y ocio no implican necesariamente diversión. Las diversiones actuales con
frecuencia fatigan el espíritu y desintegran la conciencia moral. "La ética cristiana del
trabajo, observa atinadamente Campanini, se encuentra empeñaba en dos frentes.
Por una parte, ha de asumir la esencia de la experiencia del trabajo, para convertirla en
un momento de liberación y de crecimiento de la persona y, por otra, ha de proclamar
que la dimensión del trabajo no agota a todo el hombre...Devolver al trabajo, continua
Campanini, su profundo sentido, dando también al tiempo libre un significado y
personalizante, es tarea fundamental de la ética del trabajo".
La oración, al apuntar el día o al morir el sol, la misa dominical, dan al profesional la
convicción de que el éxito y la salvación en último término, no vienen de la ciencia y de
la técnica, sino parten de Dios, y de que el trabajo no constituye la meta definitiva del
hombre sino el descanso eterno junto a Dios.
7. Hogar y profesión
Terminemos ya nuestro largo itinerario de las funciones de la ética con esta noble
función de enseñanza a los universitarios la íntima relación entre hogar y profesión o
más exactamente entre matrimonio y el mismo profesional. No se trata de hacerles ver
a todos
los estudiantes que se deben casar. Hoy más que nunca la soltería debiera ser un estado
que recoge no propiamente a los "quedados" sino a aquellos que hacen de ella una
responsable elección. Personas que, con culpa o sin ella, por psicopatías severas,
constituyen un peligro para el cónyuge o los hijos, no debieran casarse. En la genial
película de Bergman, Sonata Otoñal, la hija le echa en cara a la madre, pianista
profesional, su irresponsabilidad al casarse y engendrar dos hijas enfermas psiquiátricas,
diciéndole: "¡Personas como tú, son un peligro!".
Hecha esta salvedad, podemos afirmar que el hogar forma al hombre maduro y le da
estabilidad. El hogar cura las heridas de la jornada y reconcilia con la vida, con los
hombres, con Dios. La ética profesional tiene que organizar los valores y establecer
entre ellos una justa jerarquía. Aquí es cuando el profesor debe establecer la primacía
del amor sobre el trabajo, la primacía del matrimonio sobre la profesión.
Amar más a la profesión que a la esposa constituye una verdadera infidelidad, que se
paga a alto precio, como se paga la otra infidelidad.
Moraleja Tanto el Vaticano II como el Documento de Puebla y los varios autores
citados nos demuestran hasta la saciedad que la ética profesional debe dejar su visión
casera, individualista y provinciana para convertirse en una ciencia crítica de la
existencia profesional en toda su amplitud con miras a formar profesionales
auténticamente cristianos responsables de la construcción de un mundo mejor.
CONCLUSION:
Función crítica. Prometimos terminar nuestro trabajo con una reflexión sobre la
función crítica de la ética (profesional) frente a la institución universitaria.
Se impone una aclaración que hará las veces de breve fundamentación del carácter
crítico de la ética precisamente en el seno de la institución que le da acogida.
Una primera concepción del cristiano en la Iglesia universal o local, de cierto sabor
piadoso y en el fondo infantil, sostiene que su presencia, al interior de la Iglesia, debe
ser de sumiso acatamiento de la autoridad y de las estructuras eclesiales, lo mismo que
de sus pautas y normas de conducta. Una actitud crítica suele escandalizar a los
defensores
de dicha concepción, obviamente.
No negamos cierto valor a dicha concepción, criticable por lo demás, pero nos parece
que desconoce la naturaleza del hombre, que es crítica y los derechos de crítica que le
reconoce la misma Iglesia tanto entendida como comunidad de creyentes en Cristo,
como su Magisterio doctrinal. Reconociendo los excesos de hecho que una reacción
hipercrítica
y aún contestataria ha manifestado en los últimos años contra la autoridad o autoridades
de la Iglesia, creemos que tales abusos no invalidan los derechos a la crítica que posee
todo hombre y, por lo tanto, el cristiano, quizás con mayor razón.
El célebre teólogo católico Rahner, en un folleto digno de leerse, titulado Opposition in
der Kirche, publicado en 1974, establece la fundamentación de la crítica eclesial y
señala sus alcances y sus límites. Creemos que sus enseñanzas son válidas con respecto
a la función crítica de la ética al interior de la Universidad, guardadas las debidas
proporciones. Extractamos sus principales afirmaciones:
"Excluida la posición y actitud de quien "critica y hace oposición por simple amor de
crítica y de oposición" y que por lo tanto "se desautoriza a sí mismo y no a la realidad
que critica", pasa Rahner a estudiar la naturaleza de la crítica auténtica intraeclesial.
La crítica y la oposición, para ser auténticas, exigen de quien las hace, amor a la Iglesia:
"Presuponemos, por tanto, que quien critica, posee, en línea de principio y mantiene una
relación positiva con la Iglesia".
Esta relación con la Iglesia presupone la fe en Jesucristo: De hecho tal relación con la
Iglesia, auténticamente conforme con la fe, que se espera de nosotros, se tiene
sólo cuando está presente una fe en sentido propiamente cristiano y cuando con esta fe
auténtica, como tal, se afirma a la Iglesia como contenido parcial de la realidad de tal fe.
Por tanto, sólo allí donde viene reconocido Dios con el compromiso absoluto de la
propia existencia como aquel que se ofrece a sí mismo en una manera definitiva e
insuperable en Jesús crucificado y resucitado; sólo allí donde en este compromiso
extremo por Dios
en Jesús se acepta asimismo la comunidad de fe animada por su Espíritu, que es el lugar
irrenunciable de tal fe, y precisamente también en su institución fundamental, existe
realmente aquella relación que la Iglesia, con base en la concepción que tiene de sí
misma, espera de sus miembros".
Según sea esta relación con la Iglesia, serán las posibilidades y límites de la crítica y de
la oposición a la misma: "Según la relación que un determinado católico tiene para con
la
Iglesia, también su oposición intraeclesial a ella, o a determinadas realidades
eclesiásticas, será muy distinta, y distintos serán también los límites que él señale a su
propia crítica.
"Quien posee una relación puramente provisoria frente a la Iglesia, no fundada en su
última decisión de fe por Dios en Jesucristo, puede naturalmente pensar también en
urgir
en determinados casos, la propia oposición intraeclesial hasta el punto de salir de la
Iglesia. En cambio, quien toma en serio y en forma radical el carácter absoluto de su
compromiso de fe por Dios en Jesucristo y, por tanto, no considera la posibilidad de una
interrupción de tal compromiso como una posibilidad intrínseca a este último, porque
pone el sí dado a la Iglesia al interior de este compromiso absoluto, éste tal concibe y
quiere obviamente la oposición a la Iglesia como simple y claramente intraeclesial".
Supuestas estas condiciones, Rahner afirma el siguiente principio fundamental:
"En la Iglesia pueden y deben existir, en línea de principio, una oposición y una crítica
precisamente como momento intrínseco de la eclesialidad plena y conforme a la fe".
1. Etica y Universidad
Con estas enseñanzas de Rahner, que juzgamos confiables y orientadoras, pasemos a
indicar, siquiera, cuál sería la función crítica de la ética en la Universidad.
Partamos de un hecho. El mundo actual, en el sentido negativo de San Juan, es decir el
espíritu mundano contrario al espíritu cristiano, es decir, de Cristo, se infiltra en la
Universidad, en sus personas y en sus estructuras. Creer que la Universidad por ser
católica, es buena y es cristiana, resulta una ilusión y una mentira. La Universidad,
católica por la inspiración que la anima y la vivifica y por la mayoría de las personas
que la componen, se encuentra inficionada por el espíritu del mal que contamina sus
instituciones, sus estructuras y sus personas.
La crítica, entonces, no es sólo permisible y tolerable, sino necesaria, saludable y
bienvenida. Para que tal crítica sea saludable se requiere que nazca de un grande amor a
la Institución, especialmente a sus personas. Debe buscar el bien, es decir, la
purificación del espíritu mundano y el mayor rendimiento de sus potencialidades, como
centro del saber, la investigación y el servicio a la comunidad. Sólo así la crítica a la
Universidad
y al interior de ella misma, podrá ser saludable y constructiva.
2. ¿A quiénes debe dirigirse la crítica?
Ante todo, a sus Estatutos y Reglamentos generales ya que ellos marcan las pautas
orientadoras del que hacer universitario. Las instituciones estatutarias y reglamentarias
de la Universidad deben contener la inspiración cristiana de que hablamos y deben ser
aptas para formar profesionales abiertos al cambio de las estructuras socio-políticas,
y decididos a poner su profesión al servicio de la comunidad.
La ética debe criticar, en segundo lugar, las mismas estructuras sociales, presentes en la
vida universitaria, lo mismo o con mayor razón, lo que podríamos llamar la estructuras
universitarias. No es raro ni difícil que el' espíritu mundano se haga presente en la
Universidad en el término, ya consagrado en los documentos magisteriales, de
"estructuras de pecado", o sencillamente, estructuras viciadas por el pecado del
individualismo, el capitalismo o la burocratización.
Función de la ética, es también criticar a las personas, no en su vida privada, sino en el
desempeño de su función correspondiente. Universidad que no ejerza este derecho a la
crítica personal funcional abre su paso a la desintegración, a la desorganización y al
fracaso.
Finalmente, la Universidad, en sus elementos éticos, de be permanecer vigilante y
crítica, para descubrir y sancionar los hechos que lesionen su dignidad, lo mismo que
los hechos que degeneren en deterioro de la justicia y de la fe.
Hoy más que nunca compete a la ética vigilar por la salvaguardia del hombre y por el
progreso de su salud mental y espiritual. Si avanza el progreso técnico y científico debe
avanzar con mayor impulso la ética profesional!.
Material tomado en la segunda parte del tratado sobre Etica cristiana de la
profesión, de la autoría de
Alfonso Llano Escobar, S.J.
Doctor en Filosofía y en Teología Moral; Decano del Medio Universitario en la
Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana; Profesor de Etica Y de Moral en
varias Facultades de la misma Universidad.