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Presentación Ficción Malvinas
Lo primero que me gustaría aclarar, antes de iniciar la conversación del material
ficcional que elegí, es el marco teórico en el que mi relato se sustenta. Porque aquí nos
convoca, antes que Malvinas, la Ficción. Seguramente podrán pensar que estos
conceptos funcionan de manera imbricada, que no pueden ser separados hoy porque
Ficción Malvinas define una particularidad, una focalización del encuentro. Nos tomamos
un breve momento para pensar, gracias a las ideas desarrolladas por algunos grandes
escritores, de qué hablamos cuando hablamos de ficción.
Juan José Saer, escritor y ensayista argentino, en el artículo El concepto de
Ficción, en el que se aboca exclusivamente a la definición de esta particularidad
discursiva, afirma que “El rechazo escrupuloso de todo elemento ficticio no es un
criterio de verdad. Puesto que el concepto mismo de verdad es incierto y su
definición integra elementos dispares y aun contradictorios, es la verdad como
objetivo unívoco del texto y no solamente la presencia de elementos ficticios lo que
merece una discusión minuciosa. Lo mismo podemos decir del género llamado
non-fiction: su especificidad se basa en la exclusión de todo rastro ficticio, pero
esa exclusión no es de por sí garantía de veracidad. Aun cuando la intención de
veracidad sea sincera y los hechos narrados rigurosamente exactos sigue
existiendo el obstáculo de la autenticidad de las fuentes, de los criterios
interpretativos y de las turbulencias de sentido propios a toda construcción verbal.
[No debemos] olvidar que una proposición, por no ser ficticia, no es
automáticamente verdadera”. La práctica radicalizada de estas ideas nos lleva a una
desconfianza paranoica de la enunciación, pero no podemos dejar de mencionarla.
“Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo
contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo
hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad.
Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por
inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la “verdad”,
sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación,
carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una
reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la
ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a
una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia,
desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano
cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la
verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria.
La ficción no es, por lo tanto, una reivindicación de lo falso. Aun aquellas
ficciones que incorporan lo falso de un modo deliberado –fuentes falsas,
atribuciones falsas, confusión de datos históricos con datos imaginarios, etcétera–,
lo hacen no para confundir al lector, sino para señalar el carácter doble de la
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ficción, que mezcla, de un modo inevitable, lo empírico y lo imaginario. […] La
paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para
aumentar su credibilidad.
Pero la ficción no solicita ser creída en tanto que verdad, sino en tanto que
ficción”.
Yo tuve, no sé por qué razón, un rechazo muy fuerte acerca del discurso Malvinas
hasta que conocí algunas ficciones que me permitieron acercarme al tema desde una
perspectiva novedosa. Vivimos en una ciudad, en una provincia en la que todo lo
concerniente a Malvinas toma mucha reverberación y esa fuerza sonora descontrolada
agitaba mis oídos. No puedo encontrar aún la razón o la explicación sintética de lo que
cuento, pero gracias a ver ese trozo de tierra, a escuchar una historia desde una
perspectiva tan disímil a la prototípica que oscilaba entre el abrazo nacionalista belicista
y el rechazo entreguista radicalizado, al dar significados a un significante tan fuerte como
Malvinas, como “la guerra de Malvinas”, se me posibilitó problematizar el conflicto sobre
las Islas, sobre el proceso militar, sobre la ingenuidad y compromiso de las personas,
sobre el oportunismo político para abrazar o escupir una causa. Aún sigo sumando
significados.
A su vez, Ricardo Piglia afirma que “la ficción trabaja con la verdad para
construir un discurso que no es ni verdadero ni falso. Y en ese matiz indefinible
entre la verdad y la falsedad se juega todo el efecto de la ficción. [Por otro lado] la
crítica consiste en borrar la incertidumbre que define la ficción.
La ficción se instala siempre en el futuro, trabaja con lo que todavía no es.
Construye lo nuevo con los restos del presente. “La literatura es una fiesta y un
laboratorio de lo posible”, [dice Piglia que] decía Ernst Bloch. Las novelas son
máquinas utópicas, negativas y crueles que trabajan la esperanza.
La ficción construye enigmas con los materiales ideológicos y políticos, los
disfraza, los transforma, los pone siempre en otro lugar.
El crítico como detective que trata de descifrar un enigma aunque no haya
enigma. El gran crítico es un aventurero que se mueve entre los textos buscando
un secreto que aveces no existe.
El crítico es el investigador y el escritor es el criminal. La representación
paranoica del escritor como delincuente que borra sus huellas y cifra sus crímenes
perseguido por el crítico, descifrado de enigmas”.
A su vez, en Literatura y Crisis Argentina, Saer sugiere que “la función de la
literatura no es corregir las distorsiones a menudo brutales de la historia inmediata
ni producir sistemas compensatorios sino, muy por el contrario, asumir la
experiencia del mundo en toda su complejidad, con sus indeterminaciones y sus
oscuridades, y tratar de forjar, a partir de esa complejidad, formas que la
atestigüen y la representen”.
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Hoy propongo un recorrido textual desde la perspectiva que desarrolla Piglia sobre
la crítica. Intentaré presentar unos textos ficcionales a partir de la búsqueda de
significados.
Seleccioné para la charla de hoy cuatro cuentos, cuatro cuentos, de los cuales dos
corresponden a un mismo autor. Descubrí que esas historias tenían una consecución, un
orden, pero no podía determinar cuál era. Sucede que dejé que mi mente explote en
posibilidades, relaciones, suposiciones y textos. Así, luego de días de penar, surgió,
desde los recónditos espacios del devenir, un orden preciso de un material concreto.
Entonces, se me presentaron los cuatro cuentos de los que voy a charlar. A su vez, como
planteé previamente, no era sólo el qué presentar lo que apabullaba.
En un momento determinado aparece un cuento Otoño del 53 de Osvaldo
Soriano, publicado en el libro Cuentos de los años felices. Dije, bien. Luego pensé, ¿por
qué no?, presentaré los cuentos que me gustan. Así fue que aparecieron El aprendiz de
brujo y La soberanía nacional de Rodrigo Fresan. Ambos cuentos pertenecientes al
libro Historia Argentina (1993) (con el que tengo una relación especial por haberlo
descubierto de un modo muy extraño, gracioso y bello, y que, si quieren, puedo
contarles). Como último cuento, y no sólo en el orden que establezco ahora, sino también
en su aparición en mi recorrido lector y en la construcción de esta seguidilla de historias,
traigo aquí un relato de uno de los escritores más reconocidos por su producción sobre
Malvinas. Los pasajeros del tren de la noche es el cuento de Rodolfo Fogwil que
clausura mi recorrido.
Otoño del 53
Ahora explicaré la lógica que descubrí en la epifanía que presento. Los cuentos
reflejan una cronología. Otoño del 53 narra acontecimientos ocurridos veintinueve años
antes del conflicto de aquel otro otoño, pero de 1982. Cuenta la historia de un grupo de
chicos de escuela primaria de la provincia de Neuquén que, luego de haber ganado la
instancia nacional de fútbol en los Juegos Evita, son designados por el General Perón
para una misión sin igual. Parten en un colectivo destartalado, junto a docentes y
directivos del colegio, hacia un punto de la costa del Atlántico donde los esperaba un
barco secreto. “Íbamos a jugarles un partido de fútbol a los ingleses de las Falklands y
ellos se comprometían a que si les ganábamos, las islas pasarían a llamarse Malvinas para
siempre y en todos los mapas del mundo. La nuestra era, creíamos, una misión patriótica
que quedaría para siempre en los libros de Historia y allí íbamos, jubilosos y cantando
entre montañas y bosques de tarjeta postal”.
El encanto de la experiencia sublime que protagonizaban estos pequeños héroes no tardó
en declinar por una serie de situaciones desencadenadas por falta de planificación estratégica y
torpeza en exceso. Entonces, el relato toma la forma que se encausa en muchas las
producciones posteriores. La narración de hechos absurdos hilvanados por la pericia de
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conseguir resultados indeseados trazan un signo particular de las formas ficcionales que se
conocen de Malvinas.
La pinchadura de neumáticos incansablemente remendados, el desierto interminable, la
cartografía obsoleta y precaria, las lecciones escolares sobre el archipiélago en las noches de la
inmensurable estepa para el lucimiento de las autoridades frente a funcionarios de tercer orden,
la confusión, la amnesia y las eternas enemistades entre hermanos limítrofes, la poca comida y
combustible, sin equipaje, “corridos por los pumas y escupidos por guanacos” y un ómnibus
encajado en un interminable salitral son la síntesis, la fotografía de la historia. La inmensidad del
salitral se convierte en la imagen desolada de los patriotas que, como tantos otros, avanzan en la
nada, sin saber por qué ni hacia dónde.
“Fue entonces cuando descubrimos al intruso”. Así se manifiesta un quiebre en el
relato. La aparición de un personaje que, al parecer, había subido noches atrás, cuando rondaban
por Bajo Caracoles. William Jones era un evangelizador de Puerto Stanley que se auto declaraba
argentino.
Al día siguiente caminaban todos detrás de Jones, rezando, en zonas linderas al final del
continente, donde el General Perón había enviado un helicóptero para el rescate. “El
comandante de gendarmería nos pidió, en nombre del General, que olvidáramos todo,
porque si los ingleses se enteraban de nuestra torpeza jamás nos devolverían las
Malvinas”. Y aquí vuelve a aparecer la torpeza como signo del relato, la torpeza que
caracterizaría a muchas otras obras del devenir histórico.
“Ahora que ha pasado mucho tiempo y nadie se acuerda de los chicos que pelearon
en la guerra, puedo contar esta vieja historia. Si nosotros no nos hubiéramos extraviado en
el desierto en aquel otoño memorable, quizá no habría pasado lo que pasó en 1982 ”. Acá se
deja ver una dimensión propicia de los relatos ficcionales que permiten el entrecruzamiento de
textos y contextos y el narrador cuestiona su pasado que, retrospectiva y mágicamente atribuye
como la causa de tantas muertes y tanto olvido. Continúa: “Ahora Jones está enterrado en un
cementerio británico de Buenos Aires y su hijo, que cayó en Mount Tumbledown, yace en
el cementerio argentino de Puerto Stanley”.
El aprendiz de brujo
El personaje se presenta como alguien que no es “lo que se considera una persona
muy ubicada en el contexto real de las cosas”. El cuento se ubica temporalmente en el
momento en que se desata el Conflicto del Atlántico Sur.
El hijo mayor de una familia adinerada argentina que, por su obsesión con una escena de
la película Fantasía de Disney ve su vida transformada, se halla en Londres como empleado de
última categoría en un restaurante de primera clase. De niño fue castigado a la internación en un
colegio pupilo por su extraño proceder luego de haber visto la película mencionada e inundado
su casa y considerarlo como algo lógico. En el ahora de 1982, reside en Inglaterra, en casa de
una tía, exiliado esta vez por su compleja relación amorosa con la hija de un amigo de su padre.
Un doble exilio es el que el personaje ha vivido. Primero, del ceno familiar, ahora, de su país. Pero
el exilio que vive es muy diferente al de otros exilios que, por aquellos años, se veía en el
deambular de sujetos que marchaban de Argentina a otras fronteras. Quizás aquí entre en juego
la ficción, sugiere una realidad concreta y paralela que se manifiesta explícitamente, pero
disfrazada de un entorno, en una situación absolutamente diferente. Pensar el exilio por las
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razones que expone el cuento expresa una burla a la idea misma del exilio y no por ello una burla
al exiliado, sino al exilio, concretamente. La burla desafía al concepto tan duro y triste. El exiliado
sufre, por más que las causas sean tan diferentes, unas más triviales, otras, más tremendas.
El foco de sentido más concreto del cuento se ubica en la idea de la doble guerra. Aquí,
en este pasaje se me dispara la relación directa con “A sus plantas rendido un león” de
Osvaldo Soriano. Al muchacho exiliado por su relación amorosa con la hija algo perturbada del
amigo de su padre, su jefe, el dueño del restaurante, un Inglés de las colonias Indias, un
personaje bajito y nefasto, emperador absoluto de la isla restaurante de las relaciones tiránicas, le
declara la guerra.
—Usted es argentino, ¿no? —me pregunta Shastri una mañana.
—Sí, amo. (porque este dictador de la gastronomía se hacía llamar amo)
—¿Sabe usted lo que son las Falklands?
Falklands Salad, Falklands Soup, Falklands Fudge, pienso.
No puedo acordarme si figuran en el menú.
—Creo que es un postre helado, amo.
—Pequeño imbécil —estalla Roderick Shastri—. Sepa que, a partir de hoy, usted y
yo estamos en guerra.
En ese momento, el amo le informa que, a partir de ese momento sería el encargado de
limpiar los hornos, detalle que no mencioné con anterioridad, pero esta era la labor predilecta de
nuestro exiliado, ya que mientras limpiaba los hornos, el grado más bajo de labores en el
restaurante, podía cerrar los ojos y recrear la escena del “Aprendiz de brujo” de la película
Fantasía. Sus compañeros de trabajo lo conocían como el loco de los hornos. Y allí se establece
la primera gran victoria argentina en el conflicto librado entre las dos naciones.
El conflicto entre las naciones establecido en ese laboratorio de la actualidad geopolítica
continúa y nuestro protagonista, habiendo ganado ya la primera batalla, se esconde detrás de los
hornos y, ante el inicio de un ciclo gourmet que protagonizaría el enemigo, decidió complotarlo.
Siendo el dictador un personaje pequeño y toda la cocina diseñada a su medida, resguardado
detrás de un horno, por la noche, cuando nadie quedaba en las instalaciones, modifica las
dimensiones de la cocina y provoca un inmenso desastre en el proceso de cocción emitido al
siguiente día. “Tendrías que haber visto a tu jefe (le dice su tía). Pobre hombrecito. Extendía
los brazos y no alcanzaba a agarrar nada. Apoyaba los platos en el aire. Daba saltitos
inútiles para intentar abrir la puerta de la despensa…”. En Inglaterra, la guerra la ganó el loco
de los hornos.
Mientras tanto, en Argentina, a Alejo, su hermano menor, del que aseguraba que es a “la
única persona que le interesa su percepción del mundo a partir de la única película que
nos muestra la parte transgresora del siempre educado ratón Mickey (…), lo mandaban a
pelear a las islas”.
Alejo es el tipo con la peor suerte del mundo, asegura, el orgullo de sus padres, el que va
a hacerse cargo de los negocios familiares. Alejo tiene dieciocho años. De chico, cayó desde un
primer piso con un triciclo, sus mejores amigos, y con los que ha compartido la mayor parte del
tiempo, son médicos de las guardias de urgencias.
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Alejo encarna un recurso muy particular del libro Historia Argentina y de la selección que
hoy se presenta. Es Alejo un recurso intertextual que el autor usa para hilvanar las dos historias,
no sólo el hecho bélico, sino la participación explícita de un mismo personaje en dos cuentos
diferentes. Entonces, encontramos entre los cuentos dos enlaces precisos de intertextualidad, la
historia de una familia, la construcción de unos personajes que se desarrollan en una serie de
acontecimientos que se suceden en diferentes momentos textuales y la guerra como agente
unificador per se. Pero lo particular es que a la guerra no va cualquiera, va el tipo de peor suerte
de todos. Además, el narrador nos hace ver que en lo que menos piensa su hermano,
seguramente, es en la “Soberanía nacional”. Concepto que se desarrollará luego, ya que es el
título del tercer cuento de la presente selección.
Entonces, en el marco de la disputa territorial, se pregunta nuestro personaje por qué él
estaba en Londres y su hermano en las islas con “un par de borceguíes con agujeros y un
uniforme demasiado grande”. Vemos aquí una afirmación a partir del recurso de la imaginación
atribuida al narrador. La ficción se entromete y compromete más aún. La voz común sobre el
estado de los colimbas se impone a través de las elucubraciones de un exiliado en la isla de una
cocina inglesa liderada por un tirano que los humilla. Paradojas de la construcción literaria.
La premisa filosófica más dura que se expresa en el cuento, la postura ideológica que
explicita y sustenta el relato a partir de la fascinación del narrador por esa escena puntual de la
película Fantasía, se condensa en la siguiente frase: “hay que vivir el universo propio sin que
éste entre en colisión con el de otra persona”. Inmediatamente continúa: “El universo de
Mickey, por un momento, entra en conflicto con el del Maestro hechicero”.
En el ejemplo se condensa una justificación mayor a la que en la historia (un lector
cualquiera como uno que necesita leerlo unas cinco veces para poder entenderlo) no se le
atribuye más importancia que la de un apéndice accesorio más, pero es el eje del relato.
Dice luego que “cuando el caos individual se disfraza del orden universal, empieza lo
que generalmente conocemos con el nombre de PROBLEMAS”. ¿No es esta una afirmación
de la postura sobre el inicio de las hostilidades bélicas? ¿No es esto más que una explicación de
la decisión de las juntas militares para llevar adelante una guerra sólo útil para la maquinaria de la
muerte? No sé. Esas preguntas quedarán abiertas para que, si un día deciden leer este cuento,
intenten responderse.
NOTA: dejo fuera del escrito para después la historia del australiano y el tema de las
representaciones abstractas y reales de las colonias (Australia-Argentina).
La soberanía nacional
La soberanía nacional es el relato que nos ubica, por fin, en el territorio. La soberanía
nacional transcurre en Malvinas. Se destaca en él una arquitectura textual inmejorable, admirable.
El autor desarrolla un recurso empleado en otro cuento del mismo libro que invito a leer: “El
asalto a las instituciones”. Se construye una historia desde la perspectiva del monólogo interior
de tres personajes diferentes. Personajes diferentes no sólo por el hecho de ser personas
distintas, sino por la constitución de sujetos completamente opuestos, contrapuestos en sus
intereses particulares, en sus historias de vida, en sus roles y derroteros narrativos, en su visión
de mundo.
Alejo, el hermano menor del “Aprendiz de brujo”, del vengador en el exilio, un pibe de
mucha mala suerte que lucha contra la peor de las malas fortunas, la de estar en una guerra, es el
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primer personaje en aparecer. Después tenemos al fanático de los Rolling Stones, aquel pibe que
ya se nombra en El aprendiz de brujo a través de las cartas que Alejo envía a su familia, quien
se alistara como voluntario para ir al combate con el único fin de, ante la primera posibilidad,
entregarse al enemigo para ser enviado a Inglaterra y poder asistir a un recital de los Stones.
El último de los narradores es el soldado. El soldado es el personaje que toda guerra
hubiera deseado para sí, y pido disculpas, como si la guerra tuviese vida propia y no los hombres
que la deciden y la arman y defienden mientras que otros esparcen sus extremidades, su sangre,
sus vidas por ellos, o por sus decisiones o por la obligación que sostiene sus decisiones. Pero
vuelvo al soldado, el personaje más complejo y menos gracioso del relato. Este personaje es
símbolo del soldado, cuida, de manera rigurosa y enfermiza, su uniforme, dice que “es la piel del
soldado”.
El desarrollo de su enunciación nos envuelve en el caos del pensamiento, en el
entrecruzamiento de situaciones, de tiempos. Marcha del presente al pasado y de allí al presente
o al futuro sin el establecimiento lógico de los conectores temporales, de la determinación
adverbial del ahora, después o mañana. El tiempo mítico se condensa en su discurso, la llamada
a la guerra y el asesinato de una mujer que intuimos su esposa y el amante con que se acuesta,
quizás amigo suyo, el pedido fervoroso de piedad, las disculpas, las desmentidas y
culpabilidades ajenas, el arma arrojada a un río, la Gran Batalla que, también, intuimos como
futuro, una batalla que viene desde su infancia, desde el pasado, pero que ve imposibilitada por
el material humano que lo acompaña, uno que canta en inglés, a los gritos, estaqueado en el
campo, otros que, todo sucios, como niños, juegan a la pelota entre charcos de barro que arruina
el uniforme.
Volvamos al principio. Alejo, el tipo de la peor suerte, se aleja para, según dice, otro dato
curioso, “escribir la carta más inútil de todas”. En eso se encuentra con un Gurkha y con tanta
mala suerte que, intentando rendirse, entregarse, sin quererlo, por la pura mala suerte que tiene,
queriendo entregar su arma y ante la negativa del enemigo que intentaba proceder de la misma
forma, rendirse, dispara su fusil y ocasiona la instantánea muerte del contrincante. Pero el dato
de la la muerte del Gurkha la conocemos por el segundo narrador, por el fanático de los Stones y
todos creen que no fue un accidente y se sorprenden por la pericia del soldado que ahora
marcha rumbo a casa, alejándose del archipiélago.
La figura del desertor aparece muy fuertemente, porque la vemos desde la perspectiva de
dos sujetos que circulan, hasta el momento de la guerra, por caminos muy ajenos al discurso
bélico. Desde un punto diametralmente opuesto se ve al Soldado, al obsesionado, al hombre
perturbado por su pasado, por sus fantasmas y deseos de un triunfo heroico y la marcha final
hacia la gloria.
Los pasajeros del tren de la noche
El último de los relatos que quisiera compartir es Los pasajeros del tren de la noche. En
él, Fogwill nos regresa a la planicie continental, nos arroja en un pueblo de provincia en el que,
poco a poco, comienza a llegar un grupo de soldados. Las precisiones históricas se eluden. No
hay mención precisa que nos fije al tema que hoy discutimos, pero la razón ficcional que define el
discurso nos enclava en él.
“La primera noticia se supo un jueves (…) cuando el mayorista de cigarrillos y el
vendedor de diarios de la estación dijeron que volvían los soldados”, que los habían visto
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“bajando del tren que lleva los tarros de los tambos y trae los diarios del día anterior y los
paquetes con los pedidos de los comerciantes”.
Algunos de los regresados habían sido dados por muertos y, en el pueblo, hasta se dio
misa por ellos. Algunas madres recibieron telegramas y cheques de indemnización que les
pagaran en el Banco Provincia, y que, con el regreso de sus hijos, la incertidumbre por la
devolución del monto abría una nueva puerta a preocupaciones ante un posible reclamo del
Estado.
“A la cuestión de los telegramas y los cheques se la callaron, tal como se callaron
muchas cosas las madres”. A partir de ésta frase, Fogwill inaugura un nuevo orden en la
historia, el orden de la estigmatización, de la mirada rara a los regresados, pero con cierta
resignación a que, con el tiempo, “todo el pueblo daría por natural tenerlos con ellos”.
Miraban con recelo o asombro cómo, en diferentes ocasiones o eventos sociales, ellos se
agrupaban y alejaban del resto.
Para finalizar, no sólo mi exposición, sino la revisión del cuento, destaco uno de los
últimos tópicos que desarrolla el relato relacionado con la mirada de los otros que mencionara en
líneas anteriores. Uno de los últimos párrafos habla de la relación con los hechos que podrán
tener las generaciones nacidas a partir de ese momento, seres que no sabrán nada de ellos, los
regresados, para los que la guerra no será más que un cuento de viejos y jugarán o charlarán con
los soldados “como si estuvieran con cualquier otro”. Y cierra el párrafo diciendo que “estas
criaturas crecen sin saber nada, iguales que los grandes, que saben, pero que andan por
ahí sin darse por enterados de lo que estuvo pasando todos estos años”. Y rescato ese
cierre porque yo que soy uno de esos, uno nacido después de, y el después de, entre comillas,
que vivió entre un murmullo disonante de significantes sobre la guerra, algo vacíos y
contradictorios, pude conciliar con ella y comprenderla y no renegarla, solamente gracias a la
ficción. Y cada una de ellas, de las ficciones, parece que al oído nos murmuraran:
XII
(395) Pero ponga su esperanza
en el Dios que lo formó;
y aquí me despido yo
que he relatao a mi modo
MALES QUE CONOCEN TODOS
PERO QUE NAIDES CONTÓ.