Sobre la virginidad consagrada por el Reino de los cielos
CARTA PRIMERA DE SAN CLEMENTE A LAS VÍRGENES
Saludo
I. A todos los que aman y estiman su vida en Cristo por Dios Padre y obedecen a la verdad de Dios
en la esperanza de la vida eterna (Tt. 1, 2) y aman a sus prójimos en el amor de Dios, a los
bienaventurados hermanos vírgenes [eunucos] por el reino de los cielos (Mt. 19, 12), y a las
hermanas vírgenes santas, sea la paz que está en Dios.
Fe y práctica
II. Quien verdaderamente se castró a sí mismo por el reino de los cielos (Mt. 19,12), o se ha
propuesto guardar la virginidad, debe mostrarse digno en todo momento del reino de los cielos.
2. Porque no se obtiene el reino de los cielos por elocuencia, o por la apariencia exterior, o por el
nombre o por la raza, o por la hermosura o la fuerza, o por largo tiempo de vida, sino por la robustez
de la fe. En efecto, el justo anunciará claramente su fe manifiesta, [como lo ha dicho Salomón] (Pr.
12,17); pues el que verdaderamente es justo por la fe (Rm. 1, 17), tiene una fe clara (Ga. 5, 6; Flm.
6), una fe creciente (2Co. 10,15), una fe llena de seguridad (Rm. 4, 21; Hb. 10, 22), una fe en Dios,
fe que brilla en las buenas obras, a fin de que sea glorificado el Padre del Universo (Mt 5,16) por
Cristo (1P. 2, 12).
3. Así pues, quienes son de verdad [eunucos] y vírgenes por amor de Dios, obedecen a Aquel que
dijo: “No te falten las limosnas y la fe; átalas a tu cuello y hallarás misericordia; y medita el bien
delante de Dios y delante de los hombres” (Pr. 3, 3).
4. “Las sendas de los justos brillan como la luz, y su resplandor van creciendo hasta que el día llega
a su plenitud” (Pr. 4, 18). Y en verdad, los rayos de la luz de ellos ahora iluminan a todo el mundo
por medio de sus buenas obras, de suerte que realmente son la luz del mundo (Mt. 5, 14) que brilla
para los que están sentados en las tinieblas (Mt. 4,16; Lc. 1, 79; Is. 9, 2), a fin de que se levanten y
salgan de aquellas tinieblas con la ayuda de la luz de las buenas obras de la piedad, para que vean
nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre celestial (Mt. 5, 16).
5. Porque es menester que el hombre de Dios sea perfecto en todas sus palabras y obras (2Tm. 3,
17; 1Tm. 6, 11), y que haga todo con decoro y en orden (1Co. 14, 40).
Belleza de la vida ascética
III. Son, en efecto, los vírgenes de uno y otro sexo un bello ejemplo para los que ya son creyentes
y para los que han de serlo en lo futuro. Ahora bien, el mero nombre, sin obras, no nos introducirá
en el reino de los cielos, sino que sólo se salvará el que fuere creyente de verdad. Pues si alguien se
llama sólo de nombre creyente, pero no lo es en las obras, ese no puede ser realmente creyente.
2. Por lo tanto, “que nadie los engañe con palabras vanas y erróneas” (Ef. 5, 6). Porque tener el
nombre de virgen, y no poseer las virtudes inherentes, propias y adaptadas a una virgen, 3. a una
virginidad así la llamó nuestro Señor necia, la cual, por no tener aceite ni luz (cf. Mt. 25, 2-12), fue
dejada fuera del reino de los cielos, se la excluyó del gozo del esposo y fue contada entre los
enemigos del mismo esposo. Y es que en semejante género de vida no hay sino una apariencia de
piedad; “pero reniegan de la virtud de ella” (2Tm. 3, 5). “Se tienen a sí mismos por algo, siendo así
que no son nada, y yerran.
4. Así, examine cada uno sus obras” (Ga. 6, 3-4), y se conozca a sí mismo. Porque todo el que
profesa la virginidad y la temperancia, pero reniega de las obras de ella (2Tm. 3, 5), tributa a Dios
un culto vano (St. 1, 26). Porque tal virginidad es inmunda y rechazada de entre todas las obras
buenas. En efecto, “cada árbol se ha de conocer por sus frutos” (Mt. 12, 33; Lc. 6, 33).
5. Atiende a lo que te digo: “Dios te dará inteligencia” (2Tm. 2, 7). Quienquiera promete ante Dios
guardar la castidad, ha de ceñirse (1P. 5, 5) con el casto temor del Señor (Sal. 18, 18).
6. Y aquel que por verdadero temor de Dios crucifica su cuerpo (Sal. 118, 120), como si estuviera
clavado, por causa del temor del Señor ha de rehusar también a lo que dijo la Escritura: “Crezcan y
multiplíquense” (Gn. 1, 28). Renuncia, pues, a ser hombre en este aspecto, y reniega de las
preocupaciones, apariencias, seducciones y placeres del mundo; de las comilonas y embriagueces, y
de todas las confusiones de Babilonia, y de todos los negocios seculares; renuncia al mundo, a sus
redes, lazos y trampas; y, caminando sobre la tierra, ama tener su ciudadanía en los cielos (Flp. 3,
20).
Premio especial reservado a los célibes
IV. Así, aquel que aspira a los bienes superiores (Hb. 11, 16), renuncia por ellos a todo el mundo y
se separa de él, para vivir en adelante, como los santos ángeles, vida divina y celestial, angélica; una
religión pura (St. 1, 27), inmaculada y santa en el Espíritu de Dios; para servir a Dios omnipotente
por medio de Jesucristo por amor del reino de los cielos (Mt. 19, 12).
2. Por esta causa, no rehúsa sólo aquel “crezcan y multiplíquense” (Gn. 1, 28), sino que desea la
esperanza prometida, preparada y puesta en los cielos para él (Col. 1, 5; 1P. 1, 4) por Dios, que la
prometió y que no miente (Tt. 2). Él, en efecto, le ha prometido lo que es más excelente que los
hijos y las hijas: que a los eunucos y a las vírgenes les daría un lugar preclaro en la casa de Dios, lugar
que será cosa más excelente que los hijos y las hijas (Is 56,5), y más sublime que el lugar de aquellos
que vivieron en casto connubio y cuyo lecho haya sido inmaculado (Hb. 13, 4). Es decir, a los eunucos
y a las vírgenes, por esa sublime y heroica profesión, les dará Dios el reino de los cielos (Mt. 19, 12),
como a los santos ángeles (Mt. 22, 30).
Dificultad de este género de vida
V. Ahora bien, tú deseas ser virgen. Pero, ¿te das cuenta de cuánto esfuerzo, penas y tormentos
exige la verdadera virginidad; aquella que constantemente permanece delante de Dios con
perseverancia y no se aparta de él, y está solícita de cómo pueda agradar a su Señor con cuerpo y
espíritu castos? (1Co. 7, 32-34).
2. ¿Te has dado cuenta de cuán grande gloria competa a la virginidad y por eso haces esto? ¿Te das
cuenta y entiendes a lo que aspiras? ¿Tienes conciencia de los sublimes deberes de la santa virginidad?
¿Has aprendido, pues esto eliges por la fortaleza del Espíritu, a luchar como un atleta siguiendo las
reglas (2Tm. 2, 5), para conseguir el trofeo que has elegido y ser coronado, y que te lleven triunfante
en la Jerusalén de arriba (Ga. 4, 26)?
3. Ahora bien, si todo eso deseas, vence a la carne y a sus aspiraciones (Rm. 8, 6), vence al mundo
por el Espíritu de Dios; vence estas vanas cosas del siglo presente, que pasan, se deshacen, se
corrompen y acaban; vence al dragón (Ap. 12, 9), vence al león (1P. 5, 8; 2Co. 11, 3), vence a la
serpiente (2Co. 11, 3), vence a Satanás por medio de Jesucristo, que te ha de robustecer por la
audición de sus palabras, y siendo gratos a Dios. [Otra lectura: por la audición de sus palabras y por
la divina Eucaristía].
4. Toma tu cruz y sigue (Mt. 16, 24) al autor de la victoria, a Jesucristo, tu Señor. Esfuérzate por
correr (1Co. 9, 24) derecha y confiadamente; no cobarde, sino animosamente, apoyado en la
esperanza de tu Señor, para recibir el premio de la vocación de lo alto (Flp. 3, 14) en Cristo.
5. Y así, quien corre con perfecta convicción y no al azar (1Co. 9, 26), éste es el que recibe la
corona del renunciamiento y de la castidad, la cual, así como es cosa de gran trabajo, así tiene
también reservado grande galardón. ¿Comprendes ahora y te das cuenta de cuán honrosa cosa sea
la castidad? ¿Comprendes cuán excelente sea la gloria de la virginidad?
Ejemplos bíblicos
VI. El seno de la santa virgen concibió a nuestro Señor Jesucristo, el Verbo de Dios, y el cuerpo que
nuestro Señor llevó, con el que Él cumplió su combate en este mundo, lo revistió recibiéndolo de
la santa Virgen, y después que nuestro Señor se hizo hombre en el seno de la Virgen, este género
de vida estableció en este mundo. De ahí has de entender la gloria de la virginidad. ¿No quieres tú
ser cristiano? Pues imita a Cristo en todo.
2. Juan el Precursor que vino delante de nuestro Señor (Jn. 1, 15), “mayor que el cual no hubo entre
los nacidos de mujeres” (Mt.11, 11), el santo mensajero de nuestro Señor, fue virgen. Imita entonces
a ese precursor del Señor y sé en todo su amigo
3. Luego Juan, el que descansó sobre el pecho de nuestro Señor, a quien el Señor mucho amaba (Jn.
21, 10; 13, 23), éste fue también casto; y no sin causa, nuestro Señor le amaba particularmente.
3. Pablo, Bernabé, y Timoteo, con todos los otros “cuyos nombres están escritos en el libro de la
vida” (Flp. 4, 3), todos éstos estimaron y amaron la castidad; y corrieron en la misma competición y
terminaron su carrera (2Tm. 4, 7) sin mancilla, como imitadores de Cristo y como hijos del Dios
viviente.
4. Pero además hallamos que Elías, Eliseo, y muchos otros, llevaron una vida semejante, casta e
irreprochable. Así pues, si deseas ser semejante a éstos, imítalos con fortaleza, porque está escrito:
“Honren a sus mayores, y viendo su género de vida, imiten su fe” (Hb. 13, 7). Y otra vez dice:
“Hermanos, sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Co. 11, 1; 4, 16).
Virtudes necesarias
VII. Así pues, aquellos que imitan a Cristo, valerosamente le imitan. Porque los que de verdad se
revistieron de Cristo (Rm. 8, 29; 2Co. 3, 8), reproducen plenamente en ellos (Ga. 4, 19), la imagen
de Cristo en sus pensamientos, en su género de vida, en su conducta, en su resolución, en sus
palabras, sus acciones, por su paciencia, fortaleza, prudencia, temperancia, justicia, longanimidad,
perseverancia, piedad, santidad, dominio de sí, fe, esperanza y un amor perfecto hacia Dios.
2. Por eso nadie, eunuco o virgen, podrá salvarse, si no es absolutamente semejante a Cristo y a
aquellos que son de Cristo (Ga. 5, 24). Porque la verdadera continencia, la verdadera virginidad en
el Señor, es santa en el cuerpo y en el espíritu, ofreciendo un culto en el Espíritu (Rm. 1, 9) de Dios,
sin distracción y con un compromiso constante; agradando al Señor con una pureza inmaculada, y
preocupada siempre de cómo agradarle (1Co. 7, 34 s.).
3. Quien obra así no se aparta de nuestro Señor, sino que está siempre en espíritu con su Señor,
como está escrito: “Sean santos porque Yo soy santo, dice el Señor” (Lv. 11, 44; 1P. 1, 16).
Vicios opuestos
VIII. No porque uno lleve simplemente nombre de santo, ya es santo, sino que debe serlo
absolutamente en cuerpo y espíritu (1Co. 7, 34); y los que son de verdad continentes y vírgenes, se
gozan en todo tiempo de hacerse semejantes a Dios y a su Cristo, y les imitan.
2. Es decir, en los tales no se da la prudencia de la carne (Rm. 8, 5-6); en aquellos que son
verdaderamente fieles y en quienes habita el Espíritu de Cristo (Rm. 8, 9), no puede darse la
prudencia de la carne, que es la lujuria, la impureza, la disolución, la idolatría, la encantación, la
enemistad, las querellas, los celos, la ira, los pleitos, las murmuraciones, las disensiones, la envidia,
las muertes, la embriaguez, las orgías (Ga. 5, 20 s.); la bufonería, los propósitos insensatos (Ef. 5, 4),
la risa, la calumnia, las burlas, las chismorrerías, la aspereza, la cólera, la gritería, la injuria, la blasfemia,
las mentiras, la malignidad, la invención de crímenes (Rm. 1, 30); el embuste, la charlatanería, los
discursos pérfidos, la chocarrería, las amenazas, la vulgaridad, las querellas violentas, la persecución,
la pereza; 3. la arrogancia, la jactancia de linaje, hermosura, propiedades, opulencia y poder,
elocuencia, el litigio, el odio, la irascibilidad, el resentimiento, la perfidia, la venganza, la gula, la
avaricia, que es una idolatría (Col. 3, 5); la codicia, que es raíz de todos los males (1Tm. 6, 10); la
coquetería, la gloria vana, la ambición, la insolencia, la falta de pudor, las fanfarronadas que son una
peste, el orgullo, al que Dios resiste (Jc. 4, 6; 1P. 5, 5).
4. Quienquiera tiene estos vicios y semejantes es hombre carnal (1Co. 3, 3; Jn. 3, 6) e hijo del
adversario, “porque lo que de la carne nace, carne es” (Jn. 3, 6); “y el que es de la tierra, de la tierra
habla” (Jn. 3, 31) y en la tierra piensa. Ahora bien, “el deseo de la carne es enemistad con Dios,
puesto que no se somete a la ley de Dios, ni puede hacerlo” (Rm. 8, 7), por estar en la carne, en la
que no habita el bien (Rm. 7, 18), porque el Espíritu de Dios no habita en una persona así (Rm. 8,
9).
5. Por eso con razón dice la Escritura contra una generación tal: “No habitará mi espíritu en los
hombres para siempre puesto que son carne” (Gn. 6, 3). “Así, pues, todo aquel en quien no está el
Espíritu de Cristo, no es suyo” (Rm. 8, 9); como está escrito: “Apartóse el Espíritu de Dios de Saúl
y le atormentó un espíritu malo, que fue enviado por Dios sobre él” (1S. 16, 14).
La belleza de la vida consagrada
IX. Todo aquel en quien mora el Espíritu de Dios se somete a la voluntad del Espíritu de Dios (Ga.
5, 25); y porque siente con el Espíritu de Dios, mortifica las obras de la carne (Rm. 8, 13) y vive para
Dios (cf. Rm. 6, 10), sometiendo su carne y reduciendo a servidumbre su cuerpo, para que
predicando a los otros” (1Co. 9, 27), sea un hermoso ejemplo y una imagen para los fieles, y se
ocupe en obras dignas del Espíritu Santo, y no sea declarado réprobo (1Co. 9, 27), sino aprobado
delante de Dios y de los hombres.
2. Porque en el hombre de Dios, sobre todo entre el continente y la virgen, no hay pensamiento
carnal, sino que todos son frutos salutíferos del Espíritu (Ga. 5, 22), en los que mora Dios y entre
los que camina. Son verdaderamente ciudad de Dios, y habitaciones y templos en que mora, habita
y pasea Dios (2Co. 6, 16) como en la santa ciudad celestial.
3. Por eso aparecen ante el mundo como luminarias, porque escuchan la palabra de la vida (Flp. 2,
15-16); y así son realmente alabanza y gloria, corona de alegría y gozo de los buenos siervos en
nuestro Señor Jesucristo. 4. Porque todos los que les vieren, reconocerán que ustedes son una raza
a la que bendijo el Señor (Is. 61, 9), que son verdaderamente una raza ilustre, un sacerdocio real,
una nación santa, un pueblo que Dios se ha adquirido (1P. 2, 9), herederos de las divinas promesas,
que ni se corrompen ni se marchitan (1P. 1, 4), de las que está escrito: “Lo que ojo no vio ni oído
oyó, ni a corazón de hombre subió, lo que Dios preparó para los que le aman” (1Co. 2, 9) y guardan
sus mandamientos.
Abusos que dieron origen a la carta
X. Estamos persuadidos, hermanos, respecto a ustedes, que se preocupan por aquellas cosas que se
requieren para su vida. Pero si hablamos así de las cosas que hablamos, es por los malos rumores
que circulan ahora acerca de ciertos hombres sin pudor, que, bajo capa de piedad (2Tm. 3, 5),
habitan con las vírgenes y se exponen así al peligro, o viajan solos con ellas por caminos desiertos;
caminos llenos de peligros, de obstáculos, de trampas y fosas. Tal modo de vida es indecoroso en
cristianos y hombres religiosos.
2. Otros, comen y beben en los banquetes con las vírgenes y mujeres consagradas a Dios, entre
lasciva licencia y entre mucha torpeza; cosa que no debe hacerse entre creyentes, y menos entre
aquellos que eligieron para sí el estado virginal.
3. Otros se reúnen para pláticas vanas y necias, para reír y murmurar los unos de los otros, y se
lanzan palabras unos contra otros, y son perezosos. “Con ellos no les permitimos ni tomar la
comida” (1Co. 5, 11).
4. Otros andan dando vueltas por las casas de los continentes y las vírgenes, con pretexto de
visitarlos, o de leer las Escrituras, o de exorcizarlos, o enseñarles. Estando, como están, ociosos y
sin hacer nada, preguntan lo que no debe preguntarse, y con blandas palabras hacen negocio con el
nombre de Cristo.
5. A los tales, manda evitar el divino Apóstol por la muchedumbre de sus crímenes, como está
escrito: “Las espinas germinan en las manos de los ociosos” (Pr. 26, 9). Y: “Los caminos de los
ociosos están llenos de espinas” (Pr. 15, 19).
Peligros de los maestros dudosos
XI. Porque todo el que es ocioso no trabaja ni sirve para nada. Así son todos aquellos que no se
dedican a trabajo alguno, que por todo tienen curiosidad (2Ts. 3, 11), y van a la caza de palabras, y
esto lo tienen por virtud y obra bien hecha.
2. Las obras de estos hombres son semejantes a aquellas viudas ociosas e indiscretas, que andan
dando vueltas y vagando por las casas (1Tm. 5, 13) con su charlatanería, a caza de pláticas ociosas,
que llevan de casa en casa con mucha exageración y sin temor de Dios. Y sobre todo esto: con
pretexto de enseñar, son diligentes para propalar discursos incoherentes.
3. ¡Ojalá enseñaran doctrinas verdaderas! Bienaventurados entonces ellos. Pero lo triste que en ello
hay es que no entienden lo que dicen ni lo que afirman (1Tm. 1, 7). 4. Es decir, que quieren ser
maestros y mostrarse hombres elocuentes, negociando iniquidad en el nombre de Cristo. Esto
sucede a muchos; pero es indecoroso que lo hagan los siervos de Dios. Ni atienden a lo que dice la
Escritura: “No sean muchos entre ustedes los maestros, hermanos” (St. 3, 1), ni sean todos profetas.
“El que no peca con sus palabras, es un hombre perfecto, pues puede domar y someter todo su
cuerpo” (St. 3, 2).
5. “Si alguno habla, hable las palabras de Dios” (1P. 4, 11). Y: “Si hay en ti inteligencia, responde a tu
hermano; en otro caso, pon tu mano sobre la boca” (Si. 5, 14). Unas veces hay que callar, otras que
hablar (Qo. 3, 7); Es bueno hablar en tiempo oportuno (Pr. 25, 11).
6. Dice la Escritura: “La palabra de ustedes siempre esté condimentada con sal” (Col. 4, 6). Porque
todo discurso es trabajoso; y el que aumenta su ciencia acrecienta su dolor (Qo. 1, 18). Pues el que
se precipita a hablar caerá en la desgracia (Pr. 13, 3; 17, 20), porque por la indisciplina de la lengua
vienen las cóleras; pero el justo guarda su lengua puesto que ama su propia vida.
7. Los aduladores seducen el corazón de los sencillos (Rm. 16, 19) y con sus felicitaciones los
extravían.
8. Temamos, pues, el juicio que amenaza a los maestros. En efecto, grave juicio han de sufrir (St. 3,
1) aquellos maestros que enseñan y no hacen (Mt. 23, 3; 1Tm. 6, 20), enseñando una ciencia falsa,
exaltándose a sí mismos, gloriándose por su inteligencia carnal (Col. 2, 18). Estos son ciegos, guías
de ciegos, y ambos caen en la fosa (Mt. 15, 14). Porque el hombre se conoce por el resultado de su
palabra (Si. 27, 5).
9. Pero se condenarán, porque con su charlatanería y vana doctrina enseñan sabiduría animal (St. 3,
15), y una vana mentira (Col. 2, 8.4), con palabras persuasivas de sabiduría humana (1Co. 2, 4),
obrando en esto según la voluntad del príncipe del poder del aire y del espíritu que actúa sobre los
hijos de la incredulidad (Ef. 2, 2); según la enseñanza de este siglo y no según la doctrina de Cristo”
(Col. 2, 8).
10. Sin embargo, si recibiste un carisma espiritual, una palabra de sabiduría o de ciencia (1Co. 12, 4.
8. 28), o de enseñanza, o de profecía, o de ministerio, bendito sea Dios (2Co. 1, 3; Ef. 1, 3; 1P. 1, 3),
que es soberanamente rico, Dios que a todos los hombres da sin reproche (St. 1, 5). Así pues, con
aquel carisma que recibiste del Señor, sirve a los hermanos espirituales, a los profetas, a los que
saben que tus palabras vienen de Dios (1Co. 14, 37); habla conforme al carisma que recibiste en la
asamblea de la Iglesia, para la edificación (1Co. 14, 31) de tus hermanos en Cristo, con toda humildad
y suavidad, habla de lo que es bueno y útil para los hombres.
Visitas y exorcismos
XII. Cosa hermosa y útil es también visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación (St. 1, 27),
ante todo a los pobres que tienen muchos hijos, y señaladamente a los hermanos en la fe (Ga. 6,
10). Estas obras son, sin controversia, el oficio de los siervos de Dios; cumplirlas es para ellos cosa
buena y honorable.
2. Cierto, también conviene a los hermanos en Cristo, y es cosa para ellos bella y útil, visitar a los
que están atormentados por espíritus malos, y pronunciar sobre ellos una oración agradable a Dios,
con fe, pero no palabras espléndidas o con exorcismos rebuscados, ostentosos, a fin de aparecer
ante los hombres como elocuentes y de buena memoria.
3. Los tales son semejantes a una flauta que suena o a un tambor que resuena (cf. 1Co. 13, 1), ellos
hacen resonar, dirigidas a las energúmenos, charlatanerías y palabras vanas. Pronuncian palabras
terroríficas, con las que espantan a los hombres, pero no obran allí con verdadera fe (cf. 2Ts. 2, 13),
según la doctrina del Señor, que dijo: “Esta clase de demonios sólo se expulsa con una oración
continua y con la fe acompañada por el ayuno” (cf. Mc. 9, 29).
4. Así pues, oren santamente y pidan a Dios con fervor y con toda sobriedad y castidad, sin odio y
sin malicia. De este modo hemos de visitar al enfermo con sobriedad, de la manera que conviene
hacerlo: sin engaño, sin amor al dinero, sin alboroto, sin charlatanería, sin obrar de manera ajena a
la piedad y sin soberbia, sino en el espíritu sencillo y humilde de Cristo (cf. Mt. 11, 29).
5. Exorcícenlos con ayuno y oración (cf. Mc. 9, 29; Mt. 17, 21), pero no con palabras elegantes y
sabiamente compuestas y ordenadas, sino como hombres que recibieron de Dios el carisma de sanar
(1Co. 12, 28. 30): “Gratis lo han recibido, denlo gratuitamente” (Mt. 10, 8), confiadamente, para
alabanza de Dios. Con sus ayunos y oraciones y continuas vigilias y con sus demás buenas obras,
mortifiquen las obras de la carne (Rm. 8, 13), por la fuerza del Espíritu Santo. Quien de esta manera
obra, es templo del Espíritu Santo de Dios (1Co. 6, 19; 3, 16); que éste arroje a los demonios, y el
Señor le ayudará. Porque cosa hermosa es ayudar a los enfermos. El Señor lo dejó mandado:
“Expulsen a los demonios”, y ordenó hacer otras muchas curaciones; y dijo: “Gratis lo han recibido,
denlo gratuitamente” (Mt. 10, 8).
6. Gran galardón está reservado de parte de Dios a los que así obran, a los que sirven a sus hermanos
por medio de los carismas que les fueron dados por el Señor. Esto, en efecto, es bello y provechoso
para los siervos de Dios, porque obran conforme a los preceptos del Señor, que dijo: “Estaba
enfermo y me visitaron” (Mt. 25, 36), y lo que sigue.
7. También es cosa bella, justa y recta que por amor de Dios visitemos al prójimo con toda
humanidad y honestidad, como dijo el Apóstol: “¿Quién está enfermo que no enferme yo también?
¿Quién se escandaliza y no tropiezo yo también?” (2Co. 11, 29). Todo lo cual está dicho del amor
con que hemos de amarnos los unos a los otros.
8. Y en este punto, evitemos el escándalo, y no hagamos cosa alguna por acepción de personas (cf.
St. 2, 1; Rm. 2, 11), o para avergonzar a otro, sino amemos a los pobres como a siervos de Dios, y
a ellos visitemos antes que a nadie. Porque, a la verdad, es cosa hermosa delante de Dios y de los
hombres que nos acordemos de los pobres y amemos a los hermanos y peregrinos por Dios y por
aquellos que creen en Dios (cf. Ga. 6, 10), conforme aprendimos por la Ley y los profetas de nuestro
Señor Jesucristo, acerca del amor para con los hermanos (cf. 1Ts. 4, 9) y peregrinos. Así estos
deberes serán dulces y agradables para ustedes, puesto que todos ustedes han aprendido del mismo
Dios a amarse los unos a los otros (1Ts. 4, 9). Conocen, en efecto, las palabras que fueron dichas
sobre el amor para con los hermanos y peregrinos (cf. Hb. 13, 1-2). Pues con autoridad han sido
dichas esas palabras para todos aquellos que cumplen con sus deberes (cf. Mt. 25, 25-41).
El verdadero obrero de Cristo
XIII, ¡Oh hermanos nuestros amados! También es para ustedes cosa manifiesta y conocida que hay
que edificar y confirmar a los hermanos en la fe de un solo Dios. 2. Juntamente, cosa bella es también
que nadie envidie a su prójimo. 3. Y otra vez cosa bella y noble es que cuantos realizan la obra de
Dios (cf. 1Co. 16, 10), en temor de Dios hagan la obra del Señor (cf. 1Co. 15, 58); así es menester
que se porten.
4. Pero a causa de que “la cosecha es mucha y los obreros pocos” (Mt. 9, 37), es cosa manifiesta
que en nuestro tiempo hay hambre por escuchar la palabra del Señor (Am. 8, 11). Así pues,
roguemos al dueño de la mies que mande obreros a su mies (Mt. 9, 38), obreros tales que proclamen
rectamente la palabra de la verdad, obreros que no tengan de qué avergonzarse (2Tm. 2, 15),
obreros irreprochables, obreros fieles, que sean luz del mundo, obreros que trabajen no por la
comida presente, que ha de perecer, sino por aquella que ha de durar para la vida eterna (Jn. 6, 27);
obreros que, como los apóstoles, imiten al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que trabajan por la
salvación de los hombres.
5. Pero no obreros que sean mercenarios (cf. Jn. 10, 12 s.), o piadosos en vistas de un salario (1Tm.
6, 5), no obreros que sirvan a su vientre; no obreros que con suaves y blandas palabras engañen los
corazones de los sencillos (Rm. 16, 18); no obreros que simulan ser hijos de la luz, cuando en
realidad no son luz, sino tinieblas (cf. Ef. 5, 8 s.), cuyo fin es la ruina (Flp. 3, 9); no obreros que obren
la iniquidad, la maldad y el fraude; no obreros pérfidos (2Co. 11, 13); no obreros ebrios (1Tm. 3, 3;
Tt. 1, 7) e infieles (cf. Mt. 24, 45-50); no obreros que tienen a Cristo por negocio y ganancia (1P. 5,
2; Tt. 1, 11), ni embusteros ni amantes del dinero ni pleiteadores (1Tm. 3, 3; Tt. 1, 7).
6. Miremos, pues, e imitemos a los obreros fieles que se portaron bien en el Señor. Ejerzamos
nuestro ministerio y seamos agradables a Dios de un modo acorde a nuestro llamamiento y
profesión; sirvamos a Dios y agradémosle en la santidad y la justicia (Lc. 1, 74 s.), con una vida
inmaculada, dedicándonos a las obras buenas y rectas delante de Dios y también delante de los
hombres (Rm. 12, 17). En efecto, cosa hermosa es que en todas las cosas Dios sea glorificado entre
nosotros (1P. 4, 16). Amén.