Humanidades
John Locke
Segundo Tratado
sobre el Gobierno Civil
Un ensayo acerca del
verdadero origen, alcance
y fin del Gobierno Civil
SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO
Traduccién, prélogo y notas de
Carlos Mellizo
El libro de bolsillo
Filosofia.
Alianza Editorial‘Tiruio owowwat: The Second Treats of Civil Government
“An Bssay Concermng the True Orginal, Extent and End
‘of Civil Government (1960)
Primera edici en
La observacién de Macpherson no es de poca monta; por-
‘que, de ser cierta, la lectura de este Segundo Tratado sobre el
2. ©.'B Macpherson (ed): Jolm Locke's Second Treatise of Govern:
‘ment, Hacket, 1980. (Editor's Introduction, pags. bx)Gobierno Givithabria de modificarse de manera considerable,
al tener ante nosotros un libro escrito con intenciones direc-
tamente vinculadas a muy particulars intereses de clase. A
‘esto hemos de volver més adelante. Por lo que se refiere al
nombramiento en si las funciones de Locke cesaron en 1700,
apeticién de Locke mismo, quien por razones de salud habia
ya expresado con anterioridad su deseo de dimitir del cargo.
En ese ao se publics la cuartaedicion de Essay. ¥ descleen-
tonces hastala fecha de su muerte, acaecida en 1704, Locke se
‘ocupé en la preparacién de unos comentarios las Epistolas
‘deSen Pablo, publicados péstumamente en 1706.
Locke murié un 28 de octubre, alos setenta y tres alos de
edad, enla casa de campo de sir Francis Masham, a veinte mi-
Ilasde Londres, donde se habia hospedado desde su regreso 2
Inglaterra. Dejd este mundo, seguin testimonio de lady Mas-
ham, quien lo atendié en los tltimos momentos, sin impa-
céencia y con naturalidad. Para quienes lo conocieron a un
nivel personal, Locke fue afabley sencillo, sometido durante
toda su vida, a pesar de su débil salud fisica, a una rigurosa
disciplina de trabajo y dedicado a mejorar con su obra la
condicién de oshombres.
E1Primer Tratado
Excluido dela present edicin el Primer Tratadosobreel Go-
bierno Civiles una arga yelaborada refutacién dela teoria del
derecho divino delos reyes, taly como ésta fue concebida por
sir Robert Filmer en su Patriarcha, optisculo escrito en 1653 y
ppublicado en 1680, un cuarto de siglo después dela muerte de
‘suautor. Patriarcha es una defensa dela monarquia absoluta,
bbasada en el principio de que el monarca gobierna por vo-
Juntad de Dios, siendo, pues, sus decretos y su autoridad tan
{ndiscatibles como cualquier otro mandato divino. Probable-
‘mente, el ataque directo a Filmer, cuyo prestigio como fild-
sofo y tratadista politico era sélo mediano, fue para Locke un
‘ontrariamentea
Jo que Filmer trata de probar, dird Locke en el Primer Trata-
do, la autoridad real no lefue concedida por Diosa Adén,pri-
‘mer padre de la humanidad: y aunque de hecho le hubiera
sido concedida, tampoco hay evidencia de que dicha auto
de la doctrina de Filmer que a Locke le interesaba refutar
antes de seguir adelante con lo que constituye la pars instau-
rans dex propio agumentadesaroldo eel Segundo Tre
tado.
Estado natural y estado de guerra
Cualquier lector que ateniéndose al texto del Segundo Trata-
do sobre el Gobierno Civil, observe con atencibn los funda-
ments enlos que Locke se apoya para construir suhipoteis
acerca de origen del pacto social tendr4 por fuctza que r
raren na amigiedad de hace
‘ena, nos dice Locke, los hombres se hallan por natualezaen
un estado de perfect libertad e igualdad wen el que todo po-
3, De ahora en adelante, doy las referencias al texto sein el miimero
de capitulo, seguido del nimero de pardgrafo,y no de pig.a
4 comes sat
ridad de Hooker, nos presenta un paisaje humano en el que
«ningan hombre ignora las varias reglasy cénones que a ra-
z6n natural ha deducido de esa elacin de fgualdad que existe
entre nosotros» (II, 5).
Sitodo lo que Locke tuviera que decir acerca del estado de
naturaleza terminase ah, la diferencia entre éstey el que Hob-
bbes nos presenta como una universal gu
todos no podria ser més clara. Sin embargo!
{que en ese estado de naturaleza presidido por las normas
inviolables de la raz6n, facultad implantada en el género hu-
‘mano por un Hacedor omnipotente ¢ infinitamente sabio,
famenazar y Ia «ofensa» no estén, pues, ausentes det
estado de naturaleza; y, por consiguiente, «ciertos medio son
rnecesarios para preservarla propia videwy «para que todos
los hombres se abstengan de nvadirlos derechos delos otros,
‘ydeinvadirse mutuamente»(I,7).De tal modo que cada uno
tiene derecho acastigar alos transgresores dela ey de natira-
Jeza -que es, epitimoslo, la ley dela razén- enla medida en
quedichaley eaviolada.
Segdin esto, yen buena lca, cabe conclu que las raices
del westado de guerra», el cual ¢s definido por Locke como
san estado de enemistad y destruccin», se hallan de alguna
maneraen el estado de naturaleza mismo, y que, por tanto, a
distincién que Locke se empefia enestablecer entreunoy otro
no termina de convencernos. Mas correcta seria, de acuerdo
con los presupuestos lockeanos, una vision de las cosas que
admitiese como original condicin de a humanidad un esta-
do natural con fases de pa yfases de guerra, esto es, con fases
sotooo 1s
de obediencia y desobediencia ala ley de naturaleza 0 cual
viene a ser, aunque expresado con otras, quizd menos rigu-
rosas, palabras, algo muy parecido a lo que Hobbes dice, La
el resorte principal del que surgen todas las acciones de los
hombres, la norma por a que se guian y el fin que persiguen, po
rece ser siempre el alcanzar reconocimiento y fame, ¥ esto hace
4quelos hombres quieran evitara toda costa a vergienza ylades-
sracia’,
Este deseo por destacary por logra la aceptacién y admi-
racin pablicas ses lo que determina el wort dc ls Yestidos
dels mujeres y las modas en los tajes de los hombres.) ere
es lo que hace que los seres humanos sean borrachos 6 abs-
temios,ladrones w honestos..; esto es lo que hace que los
indios Hurones del Canad sufran con tanta enterezalos més
indecibles tormentos... Al donde el poder, y no el recto ejet-
. En clestado de
naturaleza cada uno es juez de si mismo; yal no haber todavia
‘un juez superior que en este mundo pueda determinar quien
‘ha actuado injustamente asignandole el castigo que le voutes®
ponde, el agredid tiene el perfecto derecho de responder ala
guerra con la guerra, y puede legitimamente matar al agresor.
‘Pues bien, es precisamente «para evitar este estado de gue-
rraporlo que loshombres,con gran razén, se ponen asimis-
7. Richard H Cox, Locke on War and Peace, Oxford, 1960, pig 6.
texto citado lo toma Cox de MS Locke, ¢. 28 ols. 139-140,8 camosomiuza
‘mos en estado de sociedad y abandonan el estado de natura-
Jeza. Porque alli donde hay una autoridad, un poder terrenal
‘del que pueda obtenerse reparacién apelando a el estado de
‘guerra queda eliminador (Il, 21).
Propiedad
Es obvio que lo que los hombres pretenden cuando deciden
pPonersea si mismos en el seno de una sociedad civiles,en pri-
‘mer lugar, la conservaciGn de su vida. Pero, junto con ella, y
‘en raz6n de que el hombre necesita de cosas para subsistir
=vestido,alimento, etc, lo que también se pretende es la
‘conservacién de la «propiedad», término que en Locke no
siempre tiene el significado escrito de bienes materiales, sino
{que a veces se refierea algo més general y, dicho sea de paso,
‘menos vinculadoalasnociones que proporcionan excusa te
tical capitaismo burgués. A esto volveremosen seguida, por
haber sido objeto de atencién para quienes han visto ene Se-
_gunndo Tratado, casi con exclusién de lo demés, una apologia,
dela moral captalista.
Elderecho que loshombres tienen de conservarlo suyo-~«
decir, sus vidas sus libertades y sus posesiones- no s6lo-escon-
secuencia de las normas establecidas por la sociedad
‘sino que existfa ene estado de naturaleza. Alli, unquela tie-
ray todas la criaturasinferiores pertenectan en comin 8
todos ada hombre pod dar una propiedad eric
‘mente suya:y esto, en virtud de un principio de ley natural
aplicablea cada individuo: porns
ltrabajo de su cuerpo llabor prodicida por sus manos, pode-
‘mos decir que son suyos. Cualquier cosa que dl saca del estado en
‘quela naturaleza la produjo y la dejo; yla modifica con su labor y
nade a ela algo que es de sf mismo, es, por consiguiente, propie-
‘dad suya. Pues al sacarla del estado comin en el quela naturaleza
lahabfa puesto, agregaa ella algo con su trabajo, yestohace que no
‘engan ya derecho aellalos dems hombres(V,27).
Pienso que ha sido este texto el que ha dado lugar la in-
terpretacién, no del todo exacta, segtin la cual lo que Locke
esté aqui proponiendo es una justificacion de la propiedad
«ilimitadan; pues lo que sus palabras parecen significar es
‘quelaacumulacién de propiedades no tendré ms limite que
‘el grado de industria de cada persona; o, lo que es lo mismo,
‘que cada hombre podré legitimamente poseer todo lo que
su trabajo le permita abarcar. A esto responde Locke lo si-
‘guiente:
uizd pueda objetarse que «si el hecho de recoger las bellotas y
‘otros frtos de! tierra hace que tengamos derecho a ellos, enton-
ces cualquiera podria aumentar su propiedad tanto como quisie-
Sse». Alo cual respond: no esa Pues I misma ley de naturaleza
‘que mediante este procedimiento nos dala propiedad, también
pone limites esa propiedad. «Dios nosh dado todas las cosas en
abundancia» (1 Timoteo vi. 17) €8 lt vou dela razin confiemada
‘porla inspirocgn. Pero shasta donde nos ha dado Dios ee abun
‘ancia? Hasta donde podaros dsfrutarla. Todo lo que uno puede
‘usar para wentaj desu vida antes de que se eche a perder, seré 10
‘que le este permitido aproplarse mediante el trabu. Mas todo
quello que excedaloutlizable serdde otros (V, 31),
Esobvio, pues, que, siquieraen lo que atane a losbienesco-
-ruptibles (y tales son los productos de a tierra), el limite de
‘lo apropiable viene determinado, segiin Locke, por la cuantia
de lo utilizable; y que toda apropiacién que vays méo alld de
eso se opone alas normas de la ley natural yno es. por tanto,
permisible,
Pero hay algo més. C. B. Macpherson, quien ha hecho espe>
cial hincapié en este aspecto del pensamiento de Locke, esti-
‘ma que a réplica de éstepierde su valor desde el momento en
‘que a apropiacién deja de ser algo referido a bienes worrup-
tibles, para cifrarse en bienes monetarios. Con la introduc
cidn del dinero, a medida de uilizacin es, ciertamenteilimi-
tada.Y, en consecuencia, también loesla propiedad:cmos
De hecho, Locke elimina con esto todos los limites inicialmente
impuestos porlaley natural, establece un derecho natural de acu-
ular caniadeslimitadas de propiedad prada (Es pues
‘para proteger este derecho natural ilimitado, por lo que los hom
bres acuerdanestablecerla sociedad civil yel gobierno'.
‘Convendré que nos detengamos un momento en esto, Es
verdad que en el Segundo Tratado firma Locke que
‘mediante ticito y voluntario consentimiento {los hombres}, han
descubierto l modo en que un individuo puede poseer més tierra
dela que puede usar, reibiendo oro y plata acambio dela tera so-
‘brante; oo y plata pueden seracurmulados sin causardafioanadie,
al ser metals que no se estropean ni se corrompen aunque Pe
‘manezcan mucho tiempo en manos de su propietario. Esta distr
‘bucidmn de las cosas segtin la cual las posesiones privadas son des-
‘guales,ha sido posible al margen de las relas dela sociedad y sin
, y wdebe se tratado como merece»
(XIX, 230). Sila culpa est en el pueblo, el pueblo serd reo de
‘ebelidn, Mas as rebeliones de raiz popular =prosigue Locke
‘no suelen ser frecuentes. Es verdad que puede haber hombres
de cespiritu turbulento» que estan siempre dispuestos a xar-
mar alboroto, lo cual acarreard su justa ruina y perdiciéne;
‘mas, porlo comin, sel pueblo esté mds dispuesto asufrit que
alluchar, yno hace por sublevarse» (ibid). Son los principes y
‘magistrados los que suelen tener mayor proclividad a violar
Jos derechos dela gente, «como si quienes porley tuvieraa los
_mayores privilegios y ventajaa, tuvieran por ello el poder de
quebrantar esas eyes que precisamente los colocaron en una
situacign mejor que la de sus hermanos» (XIX, 231). Cuanda
eso ocurte, esel gobierno el que estdrebeldndose, es decir, e€l
‘gobierno el que ese pone a si mismo en un estado de guerra
con aquellos contra los que esa fuerza es empleada: yen umes-
tado asf, todos los acuerdos anteriores dejan de tener vigat-
itm (XIX,232).
El significado del vocablo rebelarse -nos recuetda Locke=
tiene su origen etimoldgico en el verbo latino rebellare, pala-
‘bra compursta porel prefijo rey el austantive bellum, Toda
rebelién es, pues, un volver a la guerra, una regressio ad be-
Hum, ¥ son los gobemnantes minus lvs que seuando actdan
contrariamenteal fin parael que fueron instituidos(...estan
de hecho introduciendo un estado de guerra [..];ydeshacen
los lazos sociales |}, destruyen la autoridad que el pueblo
les dio» (XIX, 227). Ante una situacién semejante -concluye
Locke sin la menor reserva~ al pueblole esti més que permitic
do combatir a los rebellantes;y «todo el derramamiento de
sangre, toda la rapifia, y toda la desolacién que el derrumba-
'miento de los gobiernos acarreaaun pais» (XIX, 232),habrén
de atribuirse a quienes se rebelaron desde arriba al gobierno‘Creo que no serfa equivocado concluir, de acuerdo con lo
“anterior, ue el racionalismo politico lockeano que da origen
al pacto social ya a institucién del gobierno civil es el que
‘ambien justifica su disolucién. La resistencia @ un mal go-
bierno que, no en casos aislados, sino de manera general,
‘onstantey manifiest, maquina contralas libertades del pue-
blo no es nada mas que el resultado logico, legitimo y necesa-
rio que e deduce de los mismos principios que originalmente
lopostiitaron lpargrato 243 timo il Senunde tee
‘ado, esume las causas que pueden dar lugar ala cesaciGn de
‘un régimen de gobierno ya establecio, y las condiciones que
pueden motivar la legal ereccién de otro régimen nuevo, o,
simplemente, lasustitucion de los miembros del viejo.
‘ese alas ambigdedades que pueden obscrvarse en el dis-
curso, el contenido del Segundo Tratado sigue siendo uno de
los pilares fundamentales del Estado democritico moderno,
Hay ene libro, dems, una vena de ovialidad esperanzada
ue, atin hoy, en el tercer centenario de su primera publica-
‘i6n, sigue dando asus paginas el vigor de o actual. Para con-
‘suelo de quienes se dedican a las labores de la especulacion
filosofica y dela teoria politica, este Segundo Tratado es tam-
ign, sino bastara lo dems, prueba evidente de que esas fae-
‘has no siempre estén condenadas ala inutilidad yal olvido.
Por timo, y al ser ésta una edicién dirigida alos lectores
. Y Cain estaba tan profundamente convencido
de que todo hombre tenia el derecho de destruir aun:
‘nalasi que, tras asesinar a su hermano, grité: «Cualquiera
{que me encuentre me matara». Asi de claro estaba escrito
este precepto enlos corazones delos hombres.
12, Poresta misma razén puede un hombre, en elesta-
ddo de naturaleza, castigar también otros infringimientos
‘menores de esa ley. Acaso alguien pudiera preguntar:;con la
‘muerte? ¥ respondo: cada transgresién puede sercastigada
‘nel grado y con Ia severidad que sea suficiente para que el
‘ofensor salga perdiendo, para darle motivo a que se arre-
penta de su accién y para atemorizar a otros con el fin de
‘que no cometan un hecho semejante. Cada ofensa que puede
ser cometida en el estado de naturaleza puede ser castigada
en misma medida en que puede serlo dentro de un Bstados
‘Pues, aunque rebasaria los limites de mi propérsito
éLentrar en los particulares de la ley de naturaleza o en sus
igrados de castigo, es evidente, en cualquier caso, que dicha
ley existe, y quees tan inteligibley clara para una riatura ra~
cional y para un estudioso de tal ley como lo son las leyes
positivas de los Estados. Y hastaes posible que sea ms clara
2 br Abo armas s
‘dn, en cuanto que los dctados de la razén son mas files
de entender que las intrincadas fabricaciones de los hom-
bres, las cuales obedecen ala necesidad de traducir en pala
bras una serie de intereses escondidos y contrarios. Tal cosa
son, ciertamente, muchas de las leyes municipales de los
diferentes paises y slo resultan justas cuando se basan en
laley de naturaleza mediante la cual deben ser regulidas ¢
interpretadas.
13. A esta extrafta doctrina es decir, ala doctrina de
«que en el estado de naturaleza cada hombre tiene el poder
dehacer que se ejecute aley natural- se le pondra, sin duda,
laobjecion de que no esrazonable que los hombres sean jue-
«es cle su propia causa; que el amor propio loshara juzgar en
favorde simismos y de sus amigos, yque, por otra parte sus
efectos naturales, su pasin y su deseo de venganza los le-
varén demasiado lejos al castiga a otros, deo cual sélo pode
seguirse la confusién y el desorden; y que, por lo tanto, &s
Dios el que ha puesto en el mundo los gobiernos, «fin de
poner coto a la parcialidad y violencia de los hombres’.
‘Concedo sin reservas que el gobierno civilha de sere reme-
io contra las inconveniencias que lleva consigo elestado de
‘naturaleza las cuales deben ser, ciertamente, muchas cuan-
do aos hombres se les deja ser jueces de su propia causa.
Pues no es fécilimaginar que quien fue tan injusto come
para cometer una injuria contra su projimo sea al mismo
‘tiempo tan justo como pare castigarse a simisma por ello:
Pero quiero que quienes me hagan esta objecién recuerden
ue los monarcas absolutos son también simples hombres;
ysiel gobierno ha de ser el remedio de esos males que se
siguen necesaridmente del que los hombres sean jueces de
su propia causa, siendo, pues, el estado de naturaleza algo
3, [Clara alusin a Hobbes y a a justificacin del gobierno absoluto
‘Que constituye el punto central de viata.
_insoportable, desearfa saber qué clase de gobierno serd y si
resultard mejor que el estado de naturaleza, aquel en el que
‘un hombre, con mando sobre la multitud, tiene la libertad
de juzgar su propia causa y de hacer con sus sibditos lo que
Jeparezca, sindarle aninguno la oportunidad de euestionar
‘controlar quien gobierna segtin su propio gusto, ya quien
debe someterse en todo lo que haga, ya sean sus acciones
‘guiadas por la raz6n, por el error 0 por el apasionamiento.
“Mucho mejor seria la condicién del hombre en suestado na-
tural, donde, por lo menos, os individuos no estén obliga-
dos asometerse ala injusta voluntad del préjimo; ysiel que
juzga lo hace mal, ya sea en su propia causa o en la de otro,
serd responsable por ello ante el resto dea humanidad.
14, Suele hacerse con frecuencia la pregunts siguiente,
{que es considerada como poderosa objeci6n: «;Dénde pue-
den encontrarse hombres que existan en un estado natural
asf Exstieron alguna vez?», esta pregunta baste por ahora
responder diciendo que, como todos os principes yjefes de
‘os gobiernos independientes del mundo entero se encuen-
‘ranen un estado de naturaleza, es obvio que nunca faltaron
enel mundo, ni nunca faltardn hombres que se hallen en tal
estado. He dicho todos los gobernantes de comunidades
lentes, ya estén ligadas con otras 0 no; pues no
todo pacto pone fin al estado de naturaleza entre los hom-
‘bres, sino solamente el que los hace establecer el acuerdo
‘miutuo de entrar en una comunidad y formar un cuerpo
politico. Hay otras promesas y convenios que los hombres
‘pueden hacer entre st, sin dejar por ello el estado de natura-
leza, Las promesas y compromisos de trueque, etc, entrelos
dos hombres en la isla desierta mencionados por Garcilaso
dela Vega en su Historia del Peri‘, o entre un suizo y un in-
4. (Garcilaso de la Vega (1535-1616), lamado también Inca Garcila-
180, fue el primer historiadorindigena en la America espanola.|
2 oncastaponearoRAina ae
dio en las selvas de América, os obligan a ambos, aunque
siguen halléndose en un estado de naturaleza el uno con
rrespecto al otro. Pues la sinceridad y la fe en el projimo son
‘cosas que pertenecen alos hombres en cuanto tales, ynoen
‘cuanto miembros de una sociedad.
15. Aquienes dicen que munca hubo hombresenelesta-
do de naturaleza no solo me opongo recurriendo alaautori-
ad del juicioso Hooker (Ecc. Pol. seecién 10) cuando nos
dice que:
Las eyes que han sido aqui mencionadas (ie, las eyes de natura~
leva) obligan alos hombres de manera absolutaen la medida en
‘que on hombres, aunque jams hayan establecdo una asociacion
nium acuerdo solemne entre ellos acerca de o que tenen ono tie-
‘nen quchacer. demas, no somos capacesde proporcionarnos por
‘nosotros mismos aquella cosas que son necesarasparalavida gue
nuestra naturaleza desea, na vida que responda la dignidad hu
‘mane, Porlo tanto, para suplir eso defectoseimperfecciones ue
‘tin ennorotror cuando vivimoesslados yen colada, oa voron
zaturalmenteinclinados a busca la comunicacin ya compafia
«com otros Esta fuel causa de que os hombres se uneran entrest
«enlas primeras sociedades politicas.
‘Yo voy todavia més allay afirmo que los hombres se ha-
lan naturalmente en un estado asi, y que en él permanecen
hhasta que, por su propio consentimiento, se hacen asi mis-
‘mos miembros de alguna sociedad politica; y no dudo que
cenlo que sigue del presente discurso ello quedard muy claro.Capitulo 3
Delestado de guerra
16. Elestado de guerra es un estado de enemistad y des-
‘ruccién:, porlo tanto, cuando se declara mediante palabras|
‘acciones, no como resultado de un impulso apasionado y
‘momenténeo, sino con una premeditada y establecida in-
tencidn contra la vida de otro hombre, pone a éste en un
‘estado de guerra contra quien ha declarado dicha inten-
«ign. ¥ de este modo expone su vida al riesgo de que sea to-
‘mada por aquél o por cualquier otro que se le una en su
ddefensa y haga con élcausa comiinen el combate. Pues es ra-
zonable y justo que yo tenga el derecho de destruir a quien
amenaza con destruirme a mi. En virtud de la ley fun-
damental de naturaleza, un hombre debe conservarse a si
‘mismo hasta donde le resulte posible; y si todos no pue-
‘den ser preservados, la salvacidn del inocente ha de tener
referencia. Y un hombre puede destruira otro quele hace
laguerra, oa aquel en quien ha descubierto una enemistad
contra él, por las mismas razones que puede matar a un
lobo oa un esn. Porque los hombres as{no se gufan porlas
‘notmas de la ley comin de la raz6n, y no tienen més regla
‘que la dela fuerza y la violencia. ¥, por consiguiente, pue-
den ser tratados como si fuesen bestias de presa: esas cria-
46
2 pmstapo e cemane a
tras peligrosas y dafinas que destruyen a todo aque que
cacensu poder.
17. Y de aqut viene el que quien intenta poner a otro
|hombre bajo su poder absoluto se pone a si mismo en una
situaciéa de guerra con él; pues esa intencién ha de inter-
pretarse como una declaracion o sefal del que quiere aten-
{ar contra su vida. Porque yo tengo raz6n cuando concluyo
‘que aquel que quiere ponerme bajo su poder sin mi con-
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