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Urcola. Algunas Apreciaciones Sobre El Concepto Sociológico de Juventud

El documento analiza el concepto sociológico de juventud desde perspectivas biopsicológica y psicosocial. Desde la perspectiva biopsicológica, la juventud se define como una etapa entre la adolescencia y la madurez marcada por cambios físicos, psicológicos y de personalidad. Desde la perspectiva psicosocial, la juventud es una etapa de descubrimiento y crecimiento subjetivo definida socialmente por ritos de paso a la vida adulta. La juventud se asocia a ideas de futuro, proyect

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Urcola. Algunas Apreciaciones Sobre El Concepto Sociológico de Juventud

El documento analiza el concepto sociológico de juventud desde perspectivas biopsicológica y psicosocial. Desde la perspectiva biopsicológica, la juventud se define como una etapa entre la adolescencia y la madurez marcada por cambios físicos, psicológicos y de personalidad. Desde la perspectiva psicosocial, la juventud es una etapa de descubrimiento y crecimiento subjetivo definida socialmente por ritos de paso a la vida adulta. La juventud se asocia a ideas de futuro, proyect

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Invenio

ISSN: 0329-3475
[email protected]
Universidad del Centro Educativo
Latinoamericano
Argentina

Urcola, Marcos A.
Algunas apreciaciones sobre el concepto sociológico de juventud
Invenio, vol. 6, núm. 11, noviembre, 2003, pp. 41-50
Universidad del Centro Educativo Latinoamericano
Rosario, Argentina

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=87761105

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ALGUNAS APRECIACIONES SOBRE EL CONCEPTO
SOCIOLÓGICO DE JUVENTUD

Marcos A. Urcola *

SUMARIO: En el presente artículo se analiza la recuperación teórica de las múltiples dimensiones que
atraviesan al concepto moderno y posmoderno de juventud. En el mismo se indagan los significados e
implicancias del concepto tanto en su dimensión biopsicológica como psicosocial.

ABSTRACT: Some Ideas on the Sociological Concept of Youth


In this paper the author analyzes the theoretical scope of the multiple dimensions of the modern and
post modern concept of youth. The author probes into the meanings and implications of the concept of
youth in both the bio-psychological and psychosocial dimensions.

Introducción

La multiplicidad de factores que conforman la condición de ser joven da lugar a un


análisis complejo de los actores y prácticas sociales en que se agrupan y desagrupan las relacio-
nes sociales.
La juventud es un concepto homogeneizante que debe interpretarse a la luz de las dife-
rentes dimensiones que lo componen y condicionan ya que está atravesado por una multiplici-
dad de variables bio-psico-sociales.
Si bien podemos afirmar que la juventud corresponde a una etapa biopsicológica del
ciclo vital, también es cierto que se constituye como una posición socialmente construida y
económicamente condicionada.
Una primera aproximación al concepto remite siempre a la edad de la persona pero ésta
no se agota ahí, puesto que hay distintas formas de ser joven y de vivir la juventud que corres-
ponden a condicionantes económicos, sociales y culturales. Reducir la juventud a un período del
ciclo vital es desconocer lo heterogéneo y diverso de las relaciones sociales; es decir, la presen-
cia empírica y simbólica de los jóvenes en la sociedad es notoria e innegable pero hay distintas
formas de sentir, vivir y pensar la juventud.

Desde una perspectiva biopsicológica

La juventud comienza durante la adolescencia y culmina con la madurez o ingreso a la


vida adulta. Durante este período los sujetos sufren grandes cambios físicos, psicológicos, emo-
cionales y de personalidad que van tendiendo al desarrollo pleno de las personas.

* Marcos A. Urcola es Licenciado en Trabajo Social y colaborador de las investigaciones realizadas por la Licenciada Ana
María Tavella, Profesional Principal del CONICET, sobre las expectativas y estrategias de vida en los jóvenes.

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Marcos A. Urcola

Los principales cambios corporales que describen el comienzo de otros cambios simul-
táneos son: en la mujer, el aumento de los tejidos adiposos en el abdomen y la cadera, el aumento
del tamaño de los huesos de la cintura pélvica, el desarrollo de las glándulas mamarias, la madu-
ración de los genitales externos e internos junto con las primeras menstruaciones; y en el hom-
bre, el desarrollo de los músculos y huesos de tórax, la maduración de los genitales externos e
internos, el desarrollo de la laringe con el consecuente cambio de voz, el alargamiento de las
extremidades superiores e inferiores. En ambos sexos, con el desarrollo sexual, llega la capaci-
dad de reproducción.
Las teorías cognitivas nos dicen de los jóvenes que los cambios corporales, el desarrollo
psicosexual, el descubrimiento del yo y la autoafirmación de la personalidad son acompañados
por un desarrollo intelectual que permiten al individuo la construcción y elaboración de sistemas
y teorías abstractas (paso del pensamiento concreto al pensamiento formal). Piaget afirma que la
característica del adolescente o del joven es la libre actividad de la reflexión espontánea (desli-
gada de lo real) y que “...por una parte, están llenos de sentimientos generosos, de proyectos
altruistas o de fervor místico, y, por otra, son inquietantes por su megalomanía y su egocentris-
mo consciente”1.
Por ello mismo, no es extraña su voluntad mesiánica y transformadora que intenta poner-
se a la par de sus mayores. Sin embargo, según Piaget, más importante aún es la adaptación
social que se produce cuando el joven pasa de “reformador a realizador”:

Al igual que la experiencia reconcilia al pensamiento formal con la realidad de las


cosas, también el trabajo efectivo y seguido, cuando se emprende en una situación
concreta y bien definida, cura de todos los sueños2.

Desde una perspectiva psico-social

La juventud se construye como un período de descubrimiento y crecimiento subjetivo,


de la propia personalidad y del mundo circundante. Un descubrimiento de las propias capacida-
des y de las herramientas que el contexto le provee para poder crear y recrear su vida junto con
el entorno que lo rodea.
La juventud se construye así mismo, como un estado previsional de pasaje entre una etapa de
la vida y otro ya que es una categoría de edad a la que los sujetos no pertenecen, sino que la atraviesan.
Como mencionamos anteriormente, esta etapa del ciclo vital está claramente marcada
por el acontecer bio-psicológico de los cuerpos pero también por las marcas sociales (mitos y
ritos) que abren el camino a la vida adulta o ponen fin a la niñez. Los ritos sociales o ritos de
paso marcan las condiciones graduales de pasaje de una etapa de la vida a otra y en este caso, a
la vida adulta. El matrimonio y la conformación de un hogar son uno de los principales ritos que
determinan la finalización de la fase juvenil. Al respecto, es muy claro el ejemplo que encontra-
mos en el libro sobre “Historia de los jóvenes” de Giovanni Levi y Jean-Claude Schmitt (Dir.),
donde los ritos de ingreso y egreso a la juventud, “...en la tradición católica, llevan de la prime-
ra comunión a la confirmación; y en la vida del ciudadano, del servicio militar al acceso a los
deberes cívicos, a la responsabilidad civil y penal, a la posibilidad legal de casarse, al compro-
miso sindical o político, etcétera”3.

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Algunas apreciaciones sobre el concepto sociológico de juventud

Las representaciones sociales (mitos) acerca de la juventud se construyen y reconstruyen


continuamente, por eso, el de juventud es un concepto que nunca logra una definición estable y
acabada.
Son estas representaciones de la vida social y cultural moderna las que nos permiten
asociar la juventud a la idea de goce, de ocio y, fundamentalmente, a la idea de futuro. De allí
emerge la frase popular que sentencia: “los jóvenes son el futuro de toda sociedad”. El desarro-
llo de los intereses, la vocación y los proyectos de vida están directamente asociados al concepto
moderno de juventud ya que estos trazan los caminos a través de los cuales los sujetos escriben
su propia historia. Juventud nos remite a la idea de un tiempo que deviene en proyectos (estrate-
gias de vida) y, con ellos, los anhelos y deseos de “querer más” (expectativas de vida).
Esta imagen social de la juventud como futuro de nuestra sociedad se fue instalando
ambiguamente en el imaginario social en los comienzos de la era moderna. En efecto, la juven-
tud podía ser entendida como la esperanza futura del progreso y desarrollo nacional o como
fuente de todo desorden y perversión. Con la aparición de la sociedad de consumo se pudo
instalar recientemente la idea positiva de “lo juvenil” como modelo sociocultural.
En resumen, la juventud se fue construyendo como representación social de un futuro
esperanzador (cuando tomaba el estándar del progreso y el orden establecido) o como futura
desdicha y fuente de caos (cuando intentaba transgredir o transformar las pautas y valores so-
cialmente establecidas) en un juego de tensiones y conflictos que van de lo instituido a lo
instituyente.
Tal ambigüedad no carece de coherencia ya que ambas tendencias están impregnadas a
una idea de futuro en relación a un proyecto, que no es otro que el de la modernidad y su idea de
progreso. Este puede implicar un compromiso con los lineamientos de un orden preexistente
para llevarlo en su desarrollo a la máxima expresión o un compromiso para cambiarlo y transfor-
marlo por otro.
En este sentido, la realidad crítica que atraviesan los jóvenes de hoy se plantea como una
situación muy compleja. El futuro se les muestra incierto como producto de una cotidianidad
acosada por la crisis nacional y mundial que invade todos los aspectos de la vida pública y
privada de las personas. Esta crisis marcada por las reformas y reestructuraciones económicas
no afecta únicamente al ámbito laboral, sino también al conjunto de la vida cultural y social. Los
cambios que imponen los nuevos tiempos, impregnan todos los órdenes de la vida social y tiene
un gran impacto en la subjetividad.
La crisis a la que asistimos hoy en día no es solo expresión de un fenómeno socio-
económico, sino también de una fuerte crisis de paradigma (cosmovisión del mundo). La idea de
modernidad está en crisis y con ella, también la idea de progreso.
Cuando las reglas que sustentan el ordenamiento social entran en crisis y el panorama del
orden cotidiano se torna difuso, lo que se quiebra es la posibilidad de proyectar la propia vida. El
orden social internalizado por los sujetos (socialización), es una construcción que condiciona pau-
tas de comportamiento y ofrece al individuo la capacidad del cálculo y creación de expectativas de
vida. Se conforma una especie de mapas cognitivos de las relaciones sociales y condiciones reales
de vida a través de los cuales las personas pueden evaluar los límites y posibilidades de sus accio-
nes. Por ello, la crisis deviene en conflicto y caos, en tanto quiebre del orden que sustenta las

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opciones y restricciones que permiten trazar los “mapas” que guían (y proyectan) la acción.
Una realidad en crisis genera inseguridad, expectativas de vida acotadas en el tiempo y
estrategias de vida que responden a situaciones más ligadas a la supervivencia (por marginación
o exclusión) o al disfrute del día a día (presentismo) que a la proyección de una vida de bienestar
futura. En este contexto, Silvia Bleichmar dice:

Sabemos también que no basta con la disminución de las tensiones para que un ser
humano se sienta vivo, y que la resolución de lo autoconservativo es insuficiente si
no se sostiene en un orden de significaciones en contigüidad con una historia que le
garantice que el sufrimiento presente es necesario para el bienestar futuro, tanto de
sí mismo como de la generación que lo sucederá, en la cual cifra la reparación de
sus anhelos frustros y de sus deseos fallidos4.

Juventud: un concepto relacional

Mario Margulis y Marcelo Urresti establecen una relación muy útil y esclarecedora ex-
presada en lo siguiente:

Las modalidades de ser joven dependen de la edad, la generación, el crédito vital,


la clase social, el marco institucional y el género5.

Analicemos brevemente los conceptos relacionados por los autores:

a) El término generación nos remite al carácter histórico del concepto de juventud (con-
texto nacional y mundial) marcando historias de vida diferenciales (memoria social). No es lo
mismo un joven de los años ´70 que uno de los ´90 ya que sus problemáticas y necesidades estan
atravesadas por un contexto social, político, económico y cultural notoriamente diferentes. Los
jóvenes son históricos.
Una generación es producto de una coyuntura en el tiempo con códigos culturales donde
se conjugan los planos político, tecnológico, artístico e ideológico. Es lo que vincula y diferen-
cia a los sujetos que transitan un mismo período histórico.

b) La clase social nos muestra el lugar que se ocupa en la estructura social de acuerdo al
nivel socioeconómico y grado relacional o vincular. Esto se ve reflejado en la situación habitacional
(casa, barrio, medio ambiente) como también en las redes vinculares y las oportunidades labora-
les y educativas. Son muy diferentes las realidades de un joven que vive en un asentamiento
irregular de la gran ciudad a uno que lo hace en un barrio céntrico de la misma. Sus urgencias,
expectativas e inquietudes marcan su juventud de maneras diferentes y, también podríamos de-
cir, de maneras opuestas. Sus trayectorias de vida están marcadas por un abanico de opciones y
restricciones6 que condicionan desigualmente sus estrategias y expectativas de vida ya que, como
dice Adam Przewoeski, “... la gente opta, pero lo hace en condiciones sociales que determinan
objetivamente las consecuencias de sus actos.”7

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Algunas apreciaciones sobre el concepto sociológico de juventud

c) El género nos presenta las diferencias para el varón y la mujer en la asignación de


roles y división social del trabajo.
El género no refiere únicamente a la dimensión sexual de las personas, sino que es tam-
bién un agregado cultural que apela al grado relacional de la clasificación hombre – mujer.
Refiere a la adjudicación de espacios, responsabilidades y jerarquías de acuerdo con el sexo en
un sistema de producción y reproducción de relaciones sociales aprendidas e internalizadas (so-
cialización de género) por las personas.
Si bien la coyuntura histórica marca grandes cambios en la asignación de responsabilida-
des y prescripciones, todavía se asocia al hombre como el apropiador del ámbito público (mun-
do del trabajo y de la producción) y a la mujer restringida al ámbito privado (mundo de la casa y
la familia). Sin embargo, más esclarecedor nos parece lo dicho por Alain Touraine en cuanto a la
distinción entre ambos sexos:

... Hombres y mujeres son a la vez semejantes como seres que piensan, trabajan y
obran racionalmente, y diferentes biológica y culturalmente, en la formación de su
personalidad, su imagen de sí mismos y su relación con el Otro8.

d) El marco institucional expresa las reglas que definen el lugar y los roles socialmente
asignados. Es decir, instituciones como la familia, los partidos políticos, la iglesia, los clubes,
los establecimientos educativos, etc. pueden definirse como organizaciones que dan forma al
desempeño de una determinada función social.
Las instituciones proporcionan el cuadro normativo que regula las relaciones de clase, de
género y generación entre las personas de una sociedad. El sujeto es agente de estas instituciones
y redes vinculares que sostienen el orden social y que definen día a día las posiciones y roles que
desempeñan los actores o, en este caso, los jóvenes.
La familia es una de las instituciones donde se definen principalmente estas condiciones
comprendiéndola como el ámbito de regulación de la sexualidad y la filiación, pero también, como
el ámbito de la socialización primaria en el que los sujetos aprenden e internalizan las estructuras
económicas sociales y culturales que regulan el escenario social y condicionan la acción.
En este sentido, es interesante la distinción hecha por E. Jelin entre Unidad Doméstica y
familia: la primera representa el conjunto de actividades que garantizan el mantenimiento coti-
diano del grupo familiar de acuerdo a las capacidades y recursos de cada uno de sus miembros,
mientras que el segundo se constituye como el ámbito de reclutamiento de la Unidad Doméstica:

En tanto aceptan el significado social de la familia, la gente entra en relaciones de


producción, reproducción y consumo – se casa, tiene hijos, trabaja para mantener a
sus dependientes, trasmite y hereda recursos culturales y materiales. En todas estas
actividades, el concepto de familia al mismo tiempo refleja y enmascara la realidad
de la formación y sostenimiento de la Unidad Doméstica9.

e) El crédito vital refiere a la distancia del joven frente a la muerte, pero también a lo que
Margulis llama “moratoria social”.
La juventud se nos presenta como un fenómeno moderno que implica el retraso en el

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ingreso al mercado laboral de una porción del conjunto social para permitirle un desarrollo
educativo más elevado y que esto dé como resultado personas con calificaciones acordes a los
nuevos desafíos de la producción y división social del trabajo. Un período (cada vez más prolon-
gado) en el que se retrasa el ingreso al mercado laboral y a la vida de responsabilidades matrimo-
niales, una especie de “lapso que media entre la madurez física y la madurez social”. Periodo
que los jóvenes dedican al aprendizaje y capacitación captados básicamente por las instituciones
educativas, así como también al ocio y a las actividades lúdicas que completan su formación
cultural y social.

f) A estos conceptos podríamos añadir también el de etnia, en tanto lazo racial o cultural
que distingue y vincula a las personas como integrantes de un grupo humano o poblacional a través
de un sistema de valores arraigado a una unidad territorial o a una tradición histórica o mítica. Los
grupos étnicos no son estáticos, están en constante cambio e intercambio con otros grupos con los
que pueden fusionarse o imponerse uno al otro hasta provocar su desaparición (etnocidio)10.
En este sentido cada grupo étnico condiciona particularmente la realidad de los jóvenes
en la construcción de sus identidades y en la asignación de roles protagónicos o de obediencia y
sumisión en el desarrollo de la vida comunitaria.

Si tenemos en cuenta todas estas categorías que desglosan y atraviesan el concepto de


juventud nos damos cuenta de que podemos encontrar múltiples formas de vivir la juventud.
Reducirla al modelo (hegemónico) de juventud que funciona como forma idealizada en toda
sociedad (“juventud dorada”)11 nos permitirá indagar sólo las condiciones de vida de una mino-
ría y nos hará correr el peligro de generalizarla como experiencia compartida homogéneamente
por todas las partes que conforman una sociedad.

La juventud como fenómeno moderno y posmoderno

La bibliografía consultada al respecto nos permite ver la juventud como una construc-
ción histórica ligada a las necesidades de las fuerzas productivas en los comienzos de la Revolu-
ción Industrial con la necesidad de mayor capacitación de las futuras generaciones durante un
período que oscila entre la niñez y la adultez.
Lo que se produce a partir de la Revolución Industrial es un ajuste en la cosmovisión del
concepto. Mientras que en los tiempos precedentes la juventud se sustentaba bajo los emblemas
de la valentía, la fuerza y la voluntad transformadora, en los tiempos modernos se produce un
ajuste de estos atributos hacia el campo de la producción (mundo del trabajo) y posteriormente
hacia el mercado de consumo (consumismo).
En la modernidad, la idea misma de madurez social está asociada al ingreso en el merca-
do laboral y la asunción de obligaciones y responsabilidades civiles que implican la conforma-
ción de un hogar.
Hoy en día este período (de moratoria social) se prolonga por la falta de oportunidades en
el mercado de trabajo sobre todo en los sectores altos y medios (no sin consecuencias). Diferente
es la situación de las clases populares ya que la falta de trabajo, oportunidades educativas y la

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Algunas apreciaciones sobre el concepto sociológico de juventud

lucha diaria por la supervivencia (falta de alimentos, medicamentos, vivienda digna, etc.) hacen
que el tiempo libre del que disponen no pueda ser identificado como prolongación de la morato-
ria social sino como una circunstancia de marginación social (juventud obligada)12. Un tiempo de
culpa, escepticismo, descreimiento y desesperanza aprendida. Según Seligman:

...Los individuos sometidos a situaciones en las cuales no existe relación congruente


entre sus conductas y los resultados de ellas, desarrollan desesperanza aprendida o
indefección, síndrome psicológico cuyas manifestaciones se dan en tres áreas:
motivacional (disminución de la motivación, inercia, pasividad), cognitiva (orienta-
ción rígida, negación a aprender nuevas conductas: rechazo al cambio) y afectiva
(desajuste emocional que puede llevar a la depresión, apatía)13.

Parece que la sociedad organizada en base al trabajo dio paso, en este contexto histórico,
a una nueva sociedad que se caracteriza por la falta de trabajo sin dejar por ello de ser una
sociedad salarial. El desempleo y la precariedad laboral, junto con la fuerte crisis política (de
representatividad) y social presenta a los jóvenes un escenario difuso para la planificación de sus
vidas.
Cuando el escenario es incierto, lo que se daña en el sujeto es la posibilidad de vislum-
brar los caminos (estrategias) que le permitan diagramar y proyectar un futuro acorde al desarro-
llo de sus capacidades. Tal vez podríamos hablar de una generación en la que el futuro cobra el
sello de lo aleatorio y en la que cobra desmedida fuerza el presente.
El trabajo ocupa un lugar central en la constitución subjetiva de la persona (y el todo
social) en tanto referencia no solo económica sino también simbólica, psicológica y cultural14.
El problema es más que complejo. Cuando lo que se daña es la estructura social misma,
sus consecuencias “salpican” a todos los integrantes del conjunto social más allá de su lugar o
posicionamiento de clase. Cuando la crisis es estructural, la pobreza también es estructural y
afecta diferencialmente al conjunto de los actores de una sociedad.

La cultura juvenil

Otro aspecto a tener en cuenta es la adhesión de significados y consumos culturales


como forma de identificación social y diferenciación del resto del colectivo social. Existe una
cultura de lo juvenil. Mientras que lo institucional tiende a acotarlo y restringirlo como sujeto
pasivo (familia, escuela, gobierno), el campo de las expresiones culturales se muestra como
principal ámbito de manifestación juvenil.
En efecto, el campo cultural o contracultural se convierte en el ámbito de identificación
juvenil por excelencia. Unos y otros pueden ser identificados en el campo de la producción (y
reproducción) de bienes y consumos culturales como signos (valores)15 que los distinguen del
resto del colectivo social así como también dentro del complejo y heterogéneo cuerpo juvenil.
Lo juvenil se define por los valores y símbolos con los que la sociedad da orden y sentido
a las cosas. De este modo, cobran gran importancia simbólica las modalidades éticas y estéticas,
la vestimenta, el uso de drogas, el lenguaje (verbal o gestual), los gustos musicales y demás
expresiones artísticas (literatura, pintura, cine, etc.) como formas de rebeldía, diferenciación,

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Marcos A. Urcola

construcciones alternativas de vida o como estrategias de supervivencia frente a la adversidad


del entorno social.
Sin lugar a dudas, como ya se mencionó antes, en la sociedad de consumo la juventud se
ha transformado en un valor positivo y de este modo, los jóvenes, en su producción cultural, van
sumando valores a la construcción del todo social en un dinámica que se juega en el campo de lo
instituido – instituyente. Las prácticas culturales se construyen históricamente y se van
resignificando continuamente en constante diálogo con la sociedad.
Así como en épocas precedentes la ancianidad era asociada positivamente a las imáge-
nes de sabiduría y autoridad, hoy la juventud irrumpe no solo como el período de transito de una
etapa de la vida a otra, sino como un modelo simbólico – valorativo que se traslada a todos los
ámbitos de la vida pública y privada.
Este fenómeno que nos conduce a la idea de la “eterna juventud” como un valor en el que
no importa la edad biológica sino una apariencia exterior acorde a los modelos simbólicos que
expresa la cultura juvenil, se fue construyendo como modelo mítico gracias a la importancia que
cobran los medios masivos de comunicación y sus “empresas” publicitarias en esta época. Margulis
y Urresti describen la situación planteada diciéndonos que:

La juventud es procesada como motivo estético o como fetiche publicitario, y su


conversión en mito mass mediático contribuye a evaporar la historia acumulada en
el cuerpo y en la memoria. Esto constituye el auge actual de prótesis y cirugías,
dietas y gimnasias, orientadas hacia los signos exteriores de la juventud y no hacia
la juventud misma, con sus posibilidades, opciones y promesas que, como es obvio,
trascurre en un tiempo irreversible”16.

En resumen

A la luz de estos aspectos delimitados por la memoria social generacional (tiempo), el


lugar que se ocupa en la estructura social (espacio), las diferencias de jerarquías y responsabili-
dades sociales determinadas por el sexo (género), la distancia del joven frente a la muerte y la
prolongación del período que les permite el ingreso a la vida adulta (crédito vital), la producción
y consumo de bienes culturales (cultura juvenil) y el intercambio conflictivo con las institucio-
nes (estructura normativa) que intentan contenerlos en un movimiento que va de lo instituido a
lo instituyente, es que debe interpretarse la realidad de los jóvenes.
Tal realidad se ve atravesada por las circunstancias de crisis nacional y mundial que
repercute en todos los ámbitos de la sociedad: institucional – familiar, mundo del trabajo, esce-
nario político, el campo de las relaciones y vínculos, la cultura, etc.. Esto se refleja claramente
en la fragilidad de proyectos y / o expectativas, descreimiento en el futuro y la imagen de progre-
so y la sensación de vivir en un continuo clima de incertidumbre, es decir, en una peligrosa
fractura entre sujeto y realidad. Cuando en una sociedad se quiebran y desorganizan los códigos
y significaciones (culturales, institucionales, políticos e ideológicos) que sustentan el orden, la
crisis social se convierte también en crisis subjetiva.
A. M. Tavella resume la idea de juventud como “... la instancia de superación (o supervi-
vencia) de la doble crisis que los afecta como miembros de una sociedad incierta (crisis

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Algunas apreciaciones sobre el concepto sociológico de juventud

sociohistórica) y como sujetos en tránsito por la vida (ciclo vital)”17.


Como dijimos al principio, la juventud es más que una categoría del ciclo evolutivo de
los hombres, es más que una etapa que media entre la niñez y la madurez adulta, la juventud es
una categoría social. Como tal tiene un significado y un mandato asociado a la construcción del
futuro (y la esperanza) así como también asociado a la voluntad transformadora que permita
renovar y “rejuvenecer” las bases que sustentan la dinámica social.
Silvia Bleichmar nos dice al respecto que debemos:

“... contribuir junto a otros a recuperar el concepto de “joven”, no ya cómo una


categoría cronológica, ni por supuesto biológica, sino como ese espacio psíquico en
el cual el tiempo deviene proyecto, y los sueños se tornan trasfondo necesario del
mismo”18.

¿Cómo recordaremos a la generación del 2000? ¿cómo elaboran sus respuestas y estrate-
gias ante las dificultades que impone el diario vivir de una sociedad en crisis? ¿cómo responden
al panorama incierto de mercado laboral? ¿cómo imaginan su futuro personal y el de su propia
nación? ¿cómo conciben las instituciones que los albergan? ¿qué estrategias públicas o privadas
elaboran como respuesta a los obstáculos de sus vidas cotidianas? Son preguntas que nos debe-
mos hacer para comprender la realidad que atraviesan los jóvenes, así como también sus expec-
tativas y estrategias de vida.
Quien escribe cree política y científicamente necesario abstraer e historizar un concepto
de juventud aplicable a la construcción e implementación de políticas sociales y educativas.

NOTAS
1 PIAGET, J. Seis Estudios de Psicología. Barcelona, Seix Barral, 1975, p. 102.
2
PIAGET, J. Op. cit., p. 105.
3
LEVI, G. y SCHMITT, J. C. (Dir.). Historia de los jóvenes, Madrid, Taurus, 1996, p. 11.
4
BLEICHMAR, S. Dolor País. Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2002, p. 45.
5
MARGULIS, M., URRESTI, M. La Juventud es más que una Palabra, Buenos Aires, Biblos, 1996, p. 28.
6
“Las opciones son el conjunto de variables o situaciones favorables de acción a elegir para el cumplimiento de las expectativas de
vida. Las restricciones son el conjunto de puntos críticos o situaciones desfavorables que ponen en peligro el cumplimiento de las
expectativas de vida. De este modo, lo estratégico consiste en reducir al mínimo posible las restricciones y ampliar al máximo el
abanico de opciones para la concreción de planes y proyectos”. TAVELLA, A. M. “Estrategias de vida en los jóvenes. Una
investigación sociológica cualitativa” en revista Invenio, nº 10, Rosario, UCEL, 2003, p. 46-47.
7
PRZERWOESKI, A. “La teoría sociológica y el estudio de la población: reflexiones sobre el trabajo de la comisión de población
y desarrollo de CLACSO” en Reflexiones teórico – metodológicas sobre investigación en población. Colegio de México /
CLACSO, Centro de Estudios Teóricos y Demográficos. México, 1982, p. 79.
8
TOURAINE, A. ¿Podemos vivir juntos? Iguales y diferentes. México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 191.
9
RAPP en JELIN, E. Familia y unidad doméstica: Mundo público y vidas privadas. Bs. As., Cedes, 1984, p. 15.
10
“Es lo que puede denominarse también exterminio cultural. A diferencia de GENOCIDIO que se refiere al aniquilamiento
físico de un grupo étnico, el etnocidio consiste sobre todo en la negación de un sistema cultural por otro. Se trata de un

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fenómeno reiterado en la historia de los imperios que han expandido sus valores y pautas culturales destruyendo la
identidad social de los pueblos conquistados.” DI TELLA, T. (supervisión). Diccionario de ciencias sociales y políticas.
Buenos Aires, Emecé, 2001, p. 253.
11
LEVI, G. Op. cit., p. 14.
12
CHAPP, M. E. Juventud y Familia en una Sociedad en Crisis, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1990. Utiliza este
concepto citando a los autores Allerbeck y Rosenmayr. Estos oponen “...la pubertad extendida de las clases altas a la pubertad
abreviada del joven trabajador.” y “...el fenómeno de una juventud obligada por exclusión y marginación social” (Pág. 29).
13
SELIGMAN en MONTERO, M.. Psicología Comunitaria: Orígenes. Principios, Revista Latinoamericana de Psicología,
volumen 16 - N° 3 – 1984, p. 395.
14
Robert Castel nos dice al respecto que “...la cuestión social se plantea hoy en día a partir del derrumbe de la condición salarial.
La cuestión de la exclusión, que ocupa el primer plano desde hace algunos años, es un efecto de ese derrumbe, esencial sin
duda, pero que desplaza al borde de la sociedad lo que en primer término la hiere en el corazón... el trabajo es más que el
trabajo, y por lo tanto el no – trabajo es más que el desempleo, lo que no es poco decir.” La metamorfosis de la cuestión social,
Piados, Buenos Aires, 1998, p. 389.
15
“... No puedo determinar el significado de un signo si no conozco su valor. Esto quiere decir, que en una producción de signos,
si se comunican significados, se están comunicando al mismo tiempo valores.” VERÓN, E. en Términos críticos de sociolo-
gía de la cultura. Buenos Aires, Piados, 2002, p. 218.
16
MARGULIS, M.; URRESTI, M. La construcción social de la condición de juventud en LAVERDE TOSCANO, M. C. y otros
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Editores, 1998, p. 16.
17
TAVELLA, A. M., Estrategias de vida en los jóvenes. Una investigación cualitativa. Op. cit., p. 45.
18
BLEICHMAR, S. Op. Cit., p. 46.

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50 INVENIO Noviembre 2003


Adolescencia y Cultura en la Argentina

Mario Margulis
[email protected]

Resumen
Si la adolescencia es un período de descubrimientos y de angustias, pero también de grandes
preguntas, se podría afirmar que estas preguntas han hallado respuesta satisfactoria al superar
la adolescencia e ingresar en otra etapa de la vida; o simplemente, si en la mayor parte de los
casos, se han suprimido, olvidado o resignado. Al reducirse las angustias e inquietudes de la
adolescencia y entrar en un período corporal y social más estable, las preguntas existenciales
se olvidan. ¿No sería más certero postular que es frecuente en la sociedad actual que la
adolescencia se reprima pero no se supere?

Palabras claves: signos culturales – adolescencia- cuerpo

Abstract
If adolescence is a discovering and anguishes period, but also of great questions, it is
possible to say for sure that these questions have already found a satisfactory answer when
adolescence is overcame and a new period of life begins; or that in most of the cases those
questions have been removed, forgotten or resigned. When adolescence anguishes and
disquietudes are decreased, and a stable corporal and social period is started, the “existential”
questions are forgotten. Wouldn’t it be more accurate to postulate that in present society is
often to repress adolescence instead of overcome it?

Keywords: cultural signs – adolescence - body

1. Adolescencia y cultura

"Adolescencia" es una categoría clasificatoria que refiere a las etapas que atraviesa la vida del
hombre en sociedad. Tiene su base en características relacionadas con la edad cronológica, sobre todo
en lo que se refiere al cambio y maduración corporal. Remite a elementos significantes que hablan del
cuerpo, pero no solamente de cierta madurez del cuerpo, sino del ser humano en su respectivo marco
social. Adolescencia es mutación, transformación, metamorfosis. Es desafío que proviene del propio
cuerpo insubordinado, del crecimiento desordenado y sorprendente, de las nuevas sensaciones, deseos
e impulsos emanados de una química inexorable.
Significa también cambios en la apariencia, en el reconocimiento cotidiano de sí mismo, en la
presentación ante los demás. Es reemprender, día a día, el encuentro con el propio cuerpo, vivido como
extraño. Es rehacer también los lazos con los otros y tratar de descifrar el nuevo y confuso lugar que
depara el entorno familiar y social. Es apetito de identidad y, junto con ello, necesidad de vínculos con


Lic. en Sociología, UBA, Profesor Consulto en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) a cargo de la Cátedra Sociología
de la Cultura.
iguales, de encuentros cercanos con semejantes que comprendan las vivencias y compartan los
lenguajes.
Pero hay muchos modos de experimentar la adolescencia: las formas en que se experimentan los
años de crecimiento y madurez corporal están profundamente influidas y condicionadas por la cultura,
la época, el género y la diferenciación social. Cada sociedad, cada época, cada sector social, construye
las formas culturales e institucionales que inciden en esta etapa de la vida. No viven su adolescencia de
igual manera varones o mujeres y la condición de clase es de fundamental importancia.
En cada momento histórico y en cada sector social, el hombre se desenvuelve en un marco,
históricamente construido, de conceptos, significaciones, valores, costumbres y formas de
comportamiento. La llegada a la adolescencia, y el transcurso de esta, también encuentra un mundo de
símbolos, de prescripciones, de significados, que tienden a orientar los comportamientos y a adecuar y
otorgar sentido a los modos de inserción en la vida social. El adolescente debe moverse -aun para
rebelarse- en el marco de posibilidades materiales y técnicas, de obligaciones y derechos, de
restricciones y expectativas, de tentaciones y peligros, que la sociedad ha pautado con respecto a esa
etapa del curso vital.
La adolescencia fue siempre una etapa conflictiva, pero en otros tiempos y en otras sociedades se
habían desarrollado formas culturales que atenuaban su impacto: por ejemplo en muchas sociedades
estaban instituidos ritos de pasaje que marcaban los momentos de cambio en el ciclo de vida, y luego
de atravesar las ceremonias de iniciación el joven o la muchacha ingresaban en espacios institucionales
en los que podían desempeñar roles para los cuales habían adquirido la madurez necesaria. En las
sociedades urbanas de hoy, pueden señalarse varios aspectos que tornan más contradictoria y penosa la
etapa que llamamos adolescencia. Se ha afirmado que en forma creciente la madurez física ya no se
corresponde, en la sociedad urbana contemporánea, con la madurez social: ello se manifiesta de modo
distinto según los sectores sociales, pero en general se observa que se ha prolongado el proceso de
aprendizaje y las exigencias en edad y experiencia para desempeñar roles adultos.
Durante el siglo XX, se aceleraron los procesos de cambio que fueron característica de la
Modernidad. Transformaciones en el orden social, político y tecnológico se han ido potenciando e
influyendo de modo creciente en los modos de vivir, de percibir y de relacionarse. Los cambios en la
cultura han sido muy influyentes y se han tornado aun más notables, en las últimas décadas, por
efectos de la llamada revolución informática: las extraordinarias transformaciones en el plano de la
información y la comunicación. Esta mayor velocidad en los procesos de cambio incide en el
distanciamiento de los adolescentes respecto de generaciones anteriores y en una creciente
inadecuación de los roles y comportamientos incorporados en el medio familiar. Entre los aspectos
derivados de estos cambios, que contienen un potencial conflictivo mayor, mencionaremos las
transformaciones culturales operadas en el plano afectivo y sexual, por una parte, y por otra, los
cambios en el plano de la organización del trabajo y en las formas de inserción laboral.
La sociedad actual valora el modelo adolescente. Lo proclama, a través de los medios, como el
modelo preferido de cuerpo, como objeto supremo de deseo. Sin embargo, el adolescente adorado no
es el real, el de carne y hueso, perteneciente a los integrantes de esa etapa vital que viven y sufren los
azarosos procesos de transformación física, psíquica y social. Son los rasgos, los gestos y los símbolos
de la adolescencia, los que se han convertido en mercancía y venden sus encantos. Pero al adolescente
real nuestra sociedad no lo trata tan bien: debe abrirse camino entre instituciones en crisis, en
condiciones de desorientación, de exclusión, de incomprensión, muchas veces en espacios en que
enfrenta hostilidad y temor.
2. Crisis actual, clases sociales

Ante la crisis actual en nuestro país el adolescente encuentra condiciones cada vez menos
hospitalarias. Desde luego hay que diferenciar entre sectores sociales y entre géneros. Las condiciones
no son iguales y, para ejemplificar, son miles y miles los niños de sectores populares que llegan hoy a
la adolescencia en nuestro país, en familias asoladas por el desempleo y sus consecuencias. Una gran
cantidad de ellos no estudia ni trabaja, no encuentra siquiera cabida en las instituciones que
tradicionalmente tenían la misión de darles instrucción, contención, identidad. Y en lo que atañe al
género, entre las muchachas de sectores populares es muy elevado el número de embarazos a temprana
edad. También la crisis incide de múltiples maneras en los adolescentes y jóvenes de los sectores
medios. Una de los modos dramáticos de expresión de la crisis pasa por la pérdida de expectativas y
de ilusión de futuro. Ya no se espera repetir o superar la perfomance de los padres: una fuerte
sensación de descreimiento y de fracaso colectivo se combina con la joven conciencia de las propias
fuerzas y capacidad de creación. Muchísimos adolescentes y jóvenes sueñan ahora con emigrar. Los
nietos y bisnietos de los inmigrantes que vinieron a "hacer la América" desean e intentan abrirse
camino hacia el viejo continente para ahora "hacer la Europa". Se conjuga así una historia de
desarraigos reiterados, una identidad apenas asentada en un país nuevo se pone en crisis con este
paisaje de exilio cíclico, para cuya implementación se intentan rescatar fragmentos de memorias del
viejo terruño y olvidados parientes que servirán de referencia.

3. Clase, cuerpo, sexualidad

Hemos señalado que la diferenciación social incide de manera notoria en los modos en que se
desarrolla la adolescencia. También mencionamos, entre los factores que contribuyen a tornarla más
conflictiva, la aceleración de los procesos de cambio social y cultural y, entre ellos, las importantes
transformaciones acaecidas en las décadas recientes en el plano de los códigos relativos a la sexualidad
y la vida afectiva. A continuación ampliaremos este aspecto, señalando las grandes diferencias
culturales, especificadas en torno a los aspectos mencionados, que se pueden apreciar en la metrópoli
constituida por la ciudad de Buenos Aires y las poblaciones conurbanas, entre los que denominaremos
a grandes rasgos "sectores medios" y "sectores populares".
El cuerpo es vivido y percibido en función de la cultura. Cada cultura construye históricamente
sus formas de percibir y relacionarse con el cuerpo; posee un caudal simbólico referido al cuerpo que
da cuenta de procesos históricos y sociales conflictivos. Los sectores medios y altos han incorporado la
posibilidad de un mayor control del cuerpo, de usar tecnologías referidas al cuerpo el que se orienta, de
modo creciente, hacia la presentación de la persona ante la sociedad. El cuerpo se distancia: es vivido
como maleable, procesable y sobre él se puede actuar por medio de la medicina para la preservación de
la salud, o bien tratando de adecuarlo a los modelos estéticos en boga, para lo cual florecen ámbitos de
la economía vinculados con la dieta, la cirugía, la cosmética, o la gimnasia y los deportes.
Los condicionamientos culturales que operan sobre el cuerpo pueden ser pensados desde
diferentes niveles. Uno de ellos tiene que ver con el cuerpo como identificador, como representante de
la persona, como emisor de mensajes que pueden articularse, más o menos voluntariamente, tomando
en cuenta el apetito de distinción. Otro nivel tiene que ver con la forma en que los distintos sectores
sociales actúan sobre el cuerpo como soporte material de la vida: aquí intervienen las costumbres, los
conocimientos, los códigos alimenticios, la forma de relacionarse con los problemas de salud y con los
aportes de la medicina. Es sabido que el uso errático y poco eficiente de los métodos anticonceptivos
en los sectores populares redunda en un número promedio mucho mayor de nacimientos respecto de
otros sectores sociales. También incide en aspectos ligados con la salud reproductiva, tales como la
alta incidencia de embarazos, partos y abortos entre adolescentes.
Nuestras hipótesis se orientan a relacionar las actitudes y las practicas referentes a la sexualidad y
a la anticoncepción con los códigos culturales relacionados con el cuerpo. Habría en la cultura de los
sectores populares -con referencia a sectores medios y altos- una menor capacidad de dirección y
actuación sobre el propio cuerpo, que se acompaña con un fuerte escepticismo en torno a las
posibilidades de poder actuar eficientemente sobre él, por ejemplo la capacidad de utilizar diferentes
dispositivos sociales que actúan sobre el cuerpo controlando su aspecto y presentación pública
(alimentación, gimnasia, vestimenta), o de incidir sobre la reproducción (uso de métodos
anticonceptivos) y sobre la salud (utilización eficiente de los servicios médicos). Estos aspectos y otros
están, sin duda, fuertemente condicionados por la situación económica: los ingresos y los medios
materiales para poder acceder a consumos y servicios -y más aun en la presente situación de crisis-
están muy limitados en los sectores populares. Así, es indudable que el acceso a los servicios de salud
es más restringido, difícil y de menor calidad que en los sectores medios y que, por ejemplo, para
mantener la silueta esbelta propiciada por la imposición mediática de los modelos corporales en boga,
es preciso gastar más dinero que para sustentar la dieta altamente calórica que es habitual en las
comidas de los sectores más pobres.
En los sectores medios el uso de métodos anticonceptivos suele ser precedido por visitas, desde
temprana edad, a ginecólogos privados y tiene sin duda influencia, además, el acceso a los recursos
económicos necesarios para poder adquirir sin problemas los anticonceptivos prescriptos.
Entre los sectores populares, por circunstancias culturales que enraízan en la historia, estas
razones de orden económico, sin duda de primordial importancia, vienen acompañadas con una actitud
de escepticismo, inconstancia y fatalismo que se puede observar en el uso errático de los métodos
anticonceptivos, lo que se inscribe en un contexto más general: el tratamiento relativamente displicente
hacia el propio cuerpo, que lleva a resignar, por lo menos parcialmente, posibilidades de acción.
Ante la sexualidad de las hijas adolescentes, prevalecen en las familias de estos sectores, actitudes
de vigilancia e intentos de control. Se repite una misma historia: vigilancia, restricciones hacia las
salidas de la muchacha, moralina engarzada en códigos antiguos, embarazo precoz, conflicto familiar,
resignación y acogida a madre y bebe en el hogar. A veces, esta secuencia se ve alterada por un intento
de aborto, en condiciones muy precarias, por parte de la jovencita, lo que trae aparejadas,
generalmente, consecuencias penosas.
Esta pasividad en los sectores populares -descreimiento en las posibilidades de las técnicas
anticonceptivas, resignación ante una fatalidad (el embarazo) que emanaría de la naturaleza- contrasta
con la mayor apertura en los sectores medios y altos para beneficiarse con los avances técnicos que
inciden en sus posibilidades de acción sobre su cuerpo. Acaso porque también se han visto favorecidos
con un mayor bienestar emanado de los progresos económicos, mientras que los sectores populares han
sido, casi siempre, excluidos.
En los sectores medios de nuestra ciudad se han instalado, en las últimas décadas, códigos
diferentes respecto de la sexualidad y la permisividad. Sea por haber cambiado y adoptado pautas
menos restrictivas en lo que atañe a la sexualidad, sea porque han debido aceptar los cambios epocales
-y también por proteger a sus hijos de los nuevos peligros vinculados con las relaciones sexuales
(sida)- muchos padres han ido incorporando comportamientos más permisivos, llegando a permitir a
sus hijos e hijas que tengan relaciones sexuales con sus novias o novios en el domicilio familiar1. Las
jóvenes de este sector reivindican el derecho a disponer de su propio cuerpo y a ejercer su sexualidad.
Desde temprana edad, en algunos casos guiadas por sus madres que procuran protegerlas ante el riesgo
de embarazo no deseado y de infecciones trasmitidas por vía sexual, acuden al ginecólogo y reciben,
además de cuidados relativos a su salud, el apoyo y la orientación que necesitan para el uso eficiente
de los métodos anticonceptivos. La anticoncepción en estas circunstancias logra resultados mucho más
eficientes. Se realiza con la aceptación familiar o, en todo caso, con el apoyo y la guía de un médico de
confianza. Ocurre en un contexto cultural en el que la sexualidad ya no es tan prohibida y se comienza
a poder hablar sobre ella y, sobre todo, en el marco de una cultura que expresa elevada confianza en las
posibilidades de operar sobre el propio cuerpo, pudiendo obrar eficazmente sobre la dieta, la
vestimenta, la salud, el aspecto físico. Esta confianza en poder manejar el cuerpo, es consistente con la
confianza en poder dirigir la propia vida. Ante una joven de sectores medios -en menor medida con la
crisis actual- se abre un abanico de posibilidades de acción sobre el mundo: se puede estudiar, elegir la
carrera y eventualmente la profesión, pensar en viajar, conocer, abrirse hacia universos de saberes,
consumos, realizaciones artísticas. En cambio en los sectores populares las mujeres no suelen disponer
de esas alternativas: la maternidad se presenta como prácticamente la única vía de afirmación y
realización personal.
Una muchacha de los sectores medios tiene, respecto de generaciones anteriores, una actitud más
libre hacia lo sexual: en general mantiene relaciones sexuales desde edades bastante tempranas2, se
siente bastante segura porque usa con eficiencia los métodos anticonceptivos y confía en ellos, atiende
a su salud y consulta regularmente a su ginecólogo. Y si, a pesar de tales precauciones y cuidados
queda embarazada, tiene a su alcance económico y cultural -y es frecuente que se adopte ese camino-
la posibilidad de recurrir a un aborto realizado en condiciones de higiene y tecnología avanzada, con
un mínimo de peligro y daños para su salud.
En cambio, una joven de los sectores populares se encuentra en circunstancias muy diferentes. La
sexualidad se practica pero no se acepta. En el discurso familiar de los sectores populares persiste una
moralina (en desacuerdo con la época y sobre todo con los mensajes de los medios masivos a los que
están expuestos) que tiene que ver con aspectos tradicionales de la cultura y con las relaciones de
género en las que persevera cierto machismo. También inician relaciones sexuales desde muy jóvenes,
pero en condiciones de prohibición familiar y de clandestinidad. En un medio carente de dinero, con
un gran número de jóvenes que no estudia ni trabaja, las relaciones sexuales se producen en forma
poco hablada, en sitios que no son siempre propicios, a escondidas, con incomodidad. Las más
jóvenes no suelen protegerse ni tienen posibilidad de hacerlo. El uso de preservativos por parte de los
varones es poco frecuente, por razones vinculadas al propio goce, por imprevisión o, simplemente, por
desaprensión y egoísmo.
Muchas de ellas quedan embarazadas. Como consecuencia del embarazo se inicia una secuencia
en el ámbito familiar, no por reiterada menos dramática: ocultamiento del embarazo, descubrimiento,
reproches, conflicto (a veces violencia), aceptación, recibimiento cariñoso del bebé e incorporación al
grupo familiar. Jóvenes madres, con uno o dos hijos y a veces más, no encuentran dificultades, más
tarde, para formar pareja y constituir un nuevo hogar. Es habitual: los varones suelen aceptar, sin
oponer inconvenientes, a muchachas jóvenes que aportan sus hijos al nuevo hogar.

4. Vanguardia

Los adolescentes ingresan a un mundo en cambio veloz, en el que ellos son agentes de
transformación. A diferencia de los adultos no poseen la experiencia, las vivencias del pasado, la
memoria de lo acontecido y vivido. Incorporan con facilidad los códigos del presente y su percepción,
vivencias y emociones están condicionados por rasgos de la cultura del momento en que les toca vivir.
Se erigen así en vanguardia portadora de las transformaciones en los códigos de la cultura, niegan la
historia, descreen de la experiencia, y ello dificulta el entendimiento y la comunicación con
generaciones mayores: todo ello es trascendente, porque son ellos los que portan y producen las
matrices de significación que construirán el futuro. El adolescente es vanguardia. Absorbe las bases
profundas de los procesos de cambio de su tiempo y lugar y se siente insatisfecho e incomprendido por
el mundo social en que le toca vivir. Lleva consigo los códigos profundos de los procesos de cambio y
no puede menos que sentirse defraudado por la forma en que tales cambios han anclado en la cultura
de sus mayores y en sus instituciones.
La incomodidad del adolescente con las generaciones mayores y con las instituciones dominadas
por los adultos, lo llevan a buscar encuentros y sociabilidad con los de su propia edad. También a
elegir modelos de identificación, muchas veces transgresores, que le sirven para distanciarse de todo
aquello que experimenta como dispositivos limitadores que la sociedad genera. Sus reacciones ante el
mundo adulto, al que aterrizan con sus nuevas fuerzas, son en algunos casos la rebeldía, pero en la
mayoría de las ocasiones una amplia gama de modalidades de la resignación. La adaptación resignada
es acompañada, con frecuencia, con la represión de las preguntas, deseos, promesas e ideales
concebidos en los momentos en que la metamorfosis incitaba a las mayores rupturas y en los que iba
descubriendo sus nuevas potencias.

5. ¿Cuando termina la adolescencia?

Hay más acuerdos respecto de la etapa de la vida en que la adolescencia se inicia. Aunque con
diferencias respecto al momento cronológico en que se sitúa el piso de esta etapa vital, el comienzo de
la adolescencia suele ser referido al período en que se abandona la niñez y se inician grandes cambios
corporales, que se acompañan, como lo hemos mencionado, por el despertar sexual, nuevas demandas
familiares y sociales y cambios psicológicos. En cambio es mucho más difícil señalar el techo de esta
etapa, que indica el período en que la adolescencia finaliza. Probablemente ello es así porque son
muchos los procesos importantes de cambio que caracterizan a la adolescencia y estos procesos tienen
ritmos temporales, intensidades y duraciones no coincidentes.
Se dice que la adolescencia finaliza cuando se inicia otra etapa, también imprecisa, en la que se
inicia el carácter de "adulto". Podríamos inferir que el adulto es una persona que ha finalizado el
período de bruscos cambios corporales, el lapso caracterizado por cambios hormonales, crecimiento
del cuerpo, cambios en los rasgos faciales, inestabilidad emocional, identidad en cuestión. El adulto
joven habría alcanzado un aspecto exterior más estable, y esos rasgos que contribuyen a su
reconocimiento externo, se supone acompañado por una mayor estabilidad emocional, un lugar más
claro en la familia y en la sociedad.
Desde luego que así definida la condición de adulto pone también de manifiesto un alto grado de
incertidumbre. Por una parte es notorio que, sobre todo los aspectos vinculados con lo social, dependen
de la época, la cultura y el lugar ocupado en la estratificación social. En los sectores medios y altos se
ha postergado el período destinado a educación e instrucción y de inserción en el ámbito laboral.
También se ha vuelto más tardío el momento en que se inicia un nuevo grupo familiar, marcado sobre
todo por comenzar a tener hijos, aspecto en el que existen diferencias evidentes con respecto a los
sectores que hemos llamado populares.
En este comienzo de siglo, caracterizado por extraordinarios cambios políticos, tecnológicos y
sociales, el tema de la inserción laboral ha entrado en cuestión. Más aun en nuestro país, que atraviesa
una grave crisis y es asolado por una enorme tasa de desempleo. Cabría preguntarse si las definiciones
implícitas o explícitas de la condición de adulto, y con ellas del fin de ese período de inestabilidad que
llamamos adolescencia, no entran en crisis, no se han vuelto anacrónicas, cuando apreciamos que se ha
instalado la inseguridad en el empleo, que gran cantidad de personas jóvenes no tienen asegurado
empleo alguno, que la inserción social, aun en los países más ricos, ha comenzado a modificar sus ejes.
La identidad frágil de la adolescencia ¿no tiene tal vez analogías con las incertidumbres laborales,
familiares e identitarias de una gran cantidad de personas consideradas adultas, que no hallan hoy los
factores de estabilidad que en el pasado regulaban su existencia?
Y, por otra parte. Si la adolescencia es un período de descubrimientos, de angustias, pero también
de grandes preguntas, ¿podría afirmarse que estas preguntas han hallado respuesta satisfactoria al
superar la adolescencia e ingresar en otra etapa de la vida? O simplemente, en la mayor parte de los
casos, se han suprimido, olvidado, resignado. Al reducirse las angustias e inquietudes de la
adolescencia y entrar en un período corporal y social más estable, las preguntas existenciales se
olvidan. ¿No sería más certero postular que es frecuente en la sociedad actual que la adolescencia se
reprima pero no se supere?

Bibliografía

BOURDIEU, Pierre, "Notas provisionales sobre la percepción social del cuerpo" en VVAA, Materiales de
Sociología Crítica, Madrid, La Piqueta, 1998.
ERIKSON, Erik, Sociedad y adolescencia, Siglo XXI, México DF, 1987.
FERNÁNDEZ, Ana María, La mujer de la ilusión, Buenos Aires, Paidos, 1993.
GIDDENS, Anthony, La transformación de la identidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades
modernas, Madrid, Cátedra, 1992.
GOFFMAN, Erwin, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 1987.
MAFFESOLI, Michel, El tiempo de las tribus. El declive del individualismo en las sociedades de masas,
Barcelona, Icaria, 1990.
PANTELIDES, E., Gelstein, R., e INFESTA DOMÍNGUEZ, G., Imágenes de género y conducta reproductiva
en la adolescencia, Cuaderno N° 5, Buenos Aires, CENEP, 1995.
TENTI FANFANI, Emilio (comp.), Una escuela para adolescentes, Buenos Aires, UNESCO / Gobierno de
Santa Fé / UNICEF, 1999.
Posgrado Adolescencia (UBA)

Clase N° 2
Docente Victoria Barreda (Antropóloga)
Marzo 2022
OBJETIVOS
Aportar herramientas teóricas-conceptuales ( “cultura” e “identidad”)
provenientes de la Antropología que permitan analizar las
características de las relaciones que establece el equipo de salud en su
encuentro con lxs adolescentes

Generar una reflexión crítica sobre los encuentros y desencuentros


entre el equipo de salud y lxs adolescentes desde una mirada
socio-antropológica.
Contenidos
✔ La antropología y la construcción de la “ Otredad” .
“Nosotros” y los “otros”.

✔“Cultura e identidad” como dimensiones teóricas de


análisis.

✔Visiones clásicas y contemporáneas de la identidad.

✔Representaciones sociales en torno a la adolescencia.

✔Políticas públicas en salud y su mirada sobre lxs


adolescentes.
CATEGORÍAS TEÓRICAS DE ANÁLISIS DE LA
ANTROPOLOGÍA

CULTURA IDENTIDAD
QUE SE ENTIENDE POR
“CULTURA”

se refiere a valores, creencias, normas y modos de vida que son


aprendidos, asumidos y transmitidos por un determinado grupo y que
.
guían sus pensamientos, decisiones, acciones o patrones de
comunicación.

es un sistema de símbolos que es compartido, aprendido y transmitido


a través de las generaciones de un grupo social.

comprende herramientas, implementos, utensilios, ropa, ornamentos,


costumbres, instituciones, creencias, rituales, juegos, obras de arte,
lenguaje, etc.
CULTURA
La cultura es la “lente” con la que miramos la realidad e
interpretamos el mundo, es el “código” con el que leemos todo lo
que se nos presenta al paso. La realidad es ya una interpretación
cultural que hace la persona desde un punto de vista compartido con
otras personas en los grupos sociales.

Utilizamos los sistemas culturales de significados y símbolos para


comprender y definir nuestro propio mundo, para expresar nuestros
sentimientos y para hacer nuestros juicios

Los sistemas culturales guían nuestras conductas y percepciones,


pero no de una manera estática, sino que a la vez que permanecen
estables, cambian en el tiempo y el espacio.

La cultura es un proceso que cambia a través del tiempo.


Identidad socio-cultural

Cada grupo humano se constituye como tal a


partir de una forma particular y propia de
organizar sus practicas sociales. Esta
particularidad le permite reconocerse como
grupo frente a otros diferentes a él y
reconocerse como unidad.
En nuestra sociedad los distintos grupos sociales producen y
reproducen simbolizaciones particulares de acuerdo a su
condición y posición dentro de la organización social y en un
espacio tiempo particular en donde se recrean diferentes
identidades mediadas por vínculos de poder.

Desde esta perspectiva la identidad es vista como “el ámbito


en el que se materializa la cultura a través de prácticas
concretas”.
“La identidad social de un individuo se caracteriza
por el conjunto de sus pertenencias en el sistema
social: pertenencia a un gènero, a una clase etárea,
a una clase social, a una nación, etc.

La identidad permite que el individuo se ubique en


el sistema social y que él mismo sea ubicado
socialmente” (Cuche. 1997).
“La identidad social de un individuo se caracteriza
por el conjunto de sus pertenencias en el sistema
social: pertenencia a un gènero, a una clase etárea,
a una clase social, a una nación, etc.

La identidad permite que el individuo se ubique en


el sistema social y que él mismo sea ubicado
socialmente” (Cuche. 1997).
La identidad social es al mismo tiempo inclusión
y exclusión: identifica al grupo (son miembros
del grupos los que son idénticos en una
determinada relación) y lo distingue de los otros
grupos (cuyos miembros son diferentes de los
primeros en la misma relación)
La identidad del actor social es el resultado de dos definiciones: la
externa y la interna.

Por un lado encontramos, las clasificaciones originadas en el "exterior"


del grupo, que muestran cómo el grupo es reconocido por los demás
(alter-atribución).

Por otro lado, está definición se completa con la identidad que parte"
del interior“ del grupo; las formas en que la identidad es
simbólicamente representada por ese mismo grupo (auto-atribución).

Estas dos direcciones que intervienen en la construcción de las


identidades sociales, se articulan en forma compleja.
NOSOTROS OTROS

Alter-atribución Auto-atribución
“Yo” me identifico a mí mismo con un colectivo “nosotros” que entonces se contrasta
con algún “otro”. Lo que nosotros somos, o lo que el “otro” es, dependerá del
contexto (...)

En cualquier caso “nosotros” atribuimos cualidades a los “otros”, de acuerdo con su


relación para con nosotros mismos. Si el “otro” aparece como algo muy remoto, se le
considera benigno(…) En el extremo opuesto, el “otro” puede ser algo tan cercano y
tan relacionado conmigo mismo, o mi igual, o mi subordinado.

(...) Pero a mitad de camino entre el “otro” celestialmente remoto y el “otro”


próximo y predecible, hay una tercera categoría que despierta un tipo de emoción
totalmente distinta. Se trata del “otro” que estando próximo es incierto. E. Leach
1967: 50-51).
LOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS
INTENTAN DESCIFRAR

• CUÁLES SON LAS REPRESENTACIONES


QUE ORIENTAN LOS COMPORTAMIENTOS
Y PRÁCTICAS DE LOS ACTORES SOCIALES.

• CUALES SON LAS PRACTICAS ESPECIFICAS


VINCULADAS A ESAS REPRESENTACIONES

• CÓMO ESAS PRÁCTICAS SON VIVIDAS POR LOS


ACTORES SOCIALES EN SITUACIONES Y
CONTEXTOS SOCIALES ESPECÍFICOS

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