La Fatalidad Del Destino en Las Tragedias Griegas
La Fatalidad Del Destino en Las Tragedias Griegas
SOFÍA PALMIERI
ISP N° 5 “PERITO FRANCISCO MORENO”
ÍNDICE
Introducción……………………………………………………………. Pág. 2
Bibliografía………………………………………………………………. Pág. 10
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“La fatalidad del destino en las tragedias griegas: De La Orestíada de Esquilo,
a Edipo Rey de Sófocles y Medea de Eurípides”
Sofía Palmieri
Aun aceptando este hecho como ligado al origen de la tragedia, no nos inicia en el
conocimiento del género. En primer lugar, debemos saber que es heredera de dos
formas literarias: la épica y la lírica coral. Los temas de la tragedia son los mismos
que los de la poesía épica; los mitos heroicos que se fueron elaborando
colectivamente al ser transmitidos durante siglos mediante una tradición oral. La
estructura, el lenguaje, el ritmo, aspectos propios de la forma, provienen de la lírica.
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En consecuencia con ello, Aristóteles (1992) define la tragedia como la imitación de
una acción elevada y completa; enriquecida en el lenguaje, con adornos artísticos
adecuados a las partes de la obra, que es presentada en forma dramática, con
incidentes que excitan piedad y temor.
Entre los elementos que la constituyen, el autor distingue: la trama, los caracteres,
la dicción, el pensamiento, el espectáculo y la melodía, afirmando que la trama es,
de estos, el más importante. Esto es así ya que la tragedia es una imitación no de
las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha.
Continúa diciendo que la trama debe ser un todo completo, con un comienzo, un
medio y un final definidos, y su extensión debe ser tal que los espectadores
alcancen la comprensión fácilmente. Requiere un solo tema central en el que todos
los elementos estén lógicamente relacionados para demostrar el cambio en la
fortuna del protagonista, con énfasis en la causalidad dramática y la probabilidad de
los eventos.
En cuanto al protagonista, Aristóteles explica que la tragedia representa a
personajes ilustres, "hombres mejores de lo que realmente son". Debe ser,
entonces, una figura con la que el público pueda identificarse y cuyo destino pueda
causar en él piedad y temor. En sus propios términos: “La piedad es ocasionada por
una desgracia inmerecida, y el temor por algo acaecido a hombres semejantes a
nosotros mismos”.
Como hemos de observar, el mismo héroe suele dar un paso que inicia los
acontecimientos de la tragedia y, por ignorancia o mal juicio, actúa de tal manera
que provoca su propia ruina. Este hecho no es azaroso, existe un destino que viene
pre-configurado por la naturaleza del orden moral cósmico.
De lo desarrollado anteriormente se deduce que, en el fondo común de lo trágico,
están la lucha contra un destino inevitable, que determina la vida de los mortales y
el conflicto que se abre entre el hombre, el poder, las pasiones y los dioses. A
continuación, veremos estos aspectos reflejados en algunas obras.
Comencemos por La Orestíada de Esquilo, la cual fue representada por primera vez
en el año 458 a.C. Aunque solía ser costumbre presentar trilogías dramáticas en los
festivales de Dioniso en la Antigua Grecia, esta es la única que ha sobrevivido hasta
nuestros días. Las tres obras que la componen (Agamenón, Las coéforas y Las
euménides) son continuas en la trama y están unificadas en el tema. Giran en torno
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a la maldición en la casa de Atreo, contando una historia horrible de venganza y
derramamiento de sangre familiar, desde el asesinato de Agamenón por su esposa
Clitemnestra (Agamenón) hasta el asesinato de Clitemnestra por su hijo Orestes
(Las coéforas) al juicio y absolución de Orestes por medio de una nueva institución:
el tribunal de jurados en el Areópago (Las Euménides).
“Es ley. Las gotas de sangre que cayeron en el suelo reclaman otra sangre. El
crimen da grandes voces. Acude Erinia, y en venganza de las primeras víctimas va
amontonando calamidad sobre calamidad” (p.175)
Clitemnestra: Repara; guárdate de las perras irritadas que vengarán a una madre.
Orestes: Y las que vengan a un padre ¿cómo las huiré, si desisto?
(...)
Clitemnestra: ¡Ay de mí, que parí esta serpiente y la crié!
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Orestes: Cierto; presagio fue aquel sueño que despertó tus terrores. Mataste a
quien no debiste; padece ahora lo que no debías. (pp.186-187)
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recibido de manos del pastor. Esto confirma que Edipo era hijo de Layo y Yocasta,
todos esclavos del Destino. Atormentada por la culpa y la vergüenza, Yocasta se
ahorca y Edipo se arranca los ojos con desesperación y desolación.
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La de Edipo es una situación que produce pena, una de las características que
según Aristóteles todo héroe trágico debe evocar. Se presenta, ahora, como un
hombre menos soberbio y más consciente. Se ha quitado los ojos y, sin embargo,
parece “ver” mejor quién es y qué tan inevitable es su destino.
Finalicemos con Medea de Eurípides, representada por primera vez en el año 431
a.C., la cual se considera hoy en día una de las mejores, más controvertidas e
inquietantes tragedias griegas. Está ambientada en Corinto, donde tiempo antes
Jasón y Medea habían llegado como exiliados. A pesar de que Medea, ex princesa
de Cólquida, sacrificó tanto su hogar como su familia por Jasón, él decide casarse
con la hija de Creonte, el rey de Corinto. Destierra a Medea y sus dos hijos. En el
mientras, ella arregla un santuario con Egeo, el rey de Atenas. A continuación,
declara sus intenciones: matar a Creúsa, la nueva esposa de Jasón, y luego a sus
hijos. Lo llama y le pide disculpas, ofreciéndole unas túnicas doradas y una corona
como regalo para Creúsa, las cuales sus hijos le entregan, sin saber que estaban
envenenadas. Poco después de su regreso, un mensajero anuncia la muerte de
Creúsa, así como la de su padre. Medea lo ha hecho, y, como si no fuese suficiente,
también mata a sus hijos, a quienes deposita en el carro del Sol, para luego retirarse
volando en él.
“¡Qué amargas nupcias, qué lúgubres festejos de boda, qué amargo enlace
conyugal, y qué amarga huida mía de esta tierra estoy preparando! ¡Ea pues,
Medea, no dejes a un lado ninguno de tus hábiles medios, al poner en obra tus
planes y al desplegar todas tus artes! ¡Ahora al tremendo hecho: es el momento del
valor! ¡Ves lo que estás sufriendo: no puedes seguir siendo el objeto de la risa en
las bodas de un Jasón y los descendientes de Sísifo! ¡Tú, tú que eres de noble
progenie y desciendes del mismo Helios! ¡Tú que tienes la ciencia de los artificios!
¡Ah, si para el bien nacimos incapaces las mujeres, de todos los males somos las
más diestras artífices!” (p. 56)
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Para Medea, es imposible convivir con la humillación que le genera la segunda boda
de Jasón. Ella pertenece a una familia noble, de reyes y dioses, y demuestra el
orgullo propio de una princesa, nieta del Sol. Debe hacer algo al respecto. Razona
de manera lógica, sensata, fría, a pesar de que la guían las pasiones, el dolor, la ira,
la humillación. Reconoce sus talentos y su inteligencia y se dispone a desplegarlos
para ejecutar una venganza perfecta. Ella fija los destinos de Creúsa, su padre,
Jasón y sus propios hijos, pero también el suyo, pues sabe que vivirá con el dolor de
haber matado a sus hijos.
En una primera aproximación, parecería ser que el protagonismo y el nivel de
control de los dioses sobre la existencia ya no se manifiestan tan latentes. No
obstante, podríamos sospechar que se han posicionado del lado de Medea, puesto
que, al comprender cuáles eran sus intenciones, tanto Jasón como sus hijos e
incluso el Coro, demandan su intervención y, sin embargo, no obtienen respuesta
alguna. Ella lleva adelante los terribles planes que ha bosquejado sin ser castigada.
No es casual que Medea afirme, refiriéndose al mal juicio de Jasón, que los dioses
saben bien quién inició el mal y cómo merece morir, hecho que el Coro ya había
anticipado. Tampoco es casual que Creonte le diga a su hija que su desdicha es
producto de la relación con Jasón, a quien los dioses mucho mal le han querido
causar, ni que el propio Jasón los culpe de haber lanzado, a través de Medea, su
genio vengador contra él mismo. Hacia el final, el coro refuerza esta misma idea,
refiriéndose a que los dioses tejen sus vidas con inesperados y horribles
acontecimientos. Lo que habría tenido que suceder, aseguran, no ocurrió nunca. Lo
que esperaban no se cumple; y a lo inesperado abren paso.
A modo de conclusión, hemos podido dar cuenta, mediante este trabajo, de las
características que define Aristóteles en relación a la tragedia griega, como también
visualizar las maneras en que se presenta la lucha contra un destino inevitable, que
determina la vida de los mortales y el conflicto que se abre entre el hombre, el
poder, las pasiones y los dioses. Asimismo, hemos podido reconocer los hechos
que causan en el público piedad y temor.
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habiendo provocado la furia de las Erinias, sale ileso gracias a Atenea. Justamente
es aquí donde se visualiza la piedad que describe Aristóteles, pues, ella interviene
para favorecer a Orestes. En esta obra, el conflicto se presenta entre el hombre, el
poder y los dioses.
Por último, en Medea, nos encontramos con la propia Medea, quien actúa con mal
juicio y sin embargo no es castigada por ello. Lo ineludible está en el acto de matar
a sus hijos y es ella quien lo elige, con el fin de que Jasón sufra. Aquí, la piedad se
visualiza principalmente en las escenas donde Medea implora a las mujeres del
Coro, las hace cómplices de sus pensamientos. En esta obra, el conflicto que se
presenta es pasional.
“Lo que el cielo tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana
que lo pueda prevenir.” – Miguel de Cervantes .
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