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La Fatalidad Del Destino en Las Tragedias Griegas

Este documento analiza tres obras de la tragedia griega clásica - La Orestíada de Esquilo, Edipo Rey de Sófocles y Medea de Eurípides - y cómo exploran el tema de la fatalidad del destino. Describe los orígenes y características de la tragedia griega según Aristóteles. Luego resume las tramas de cada obra, destacando cómo los personajes se ven atrapados e inevitablemente conducidos a cumplir sus destinos trágicos predeterminados por los dioses a pesar de sus esfuerzos

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La Fatalidad Del Destino en Las Tragedias Griegas

Este documento analiza tres obras de la tragedia griega clásica - La Orestíada de Esquilo, Edipo Rey de Sófocles y Medea de Eurípides - y cómo exploran el tema de la fatalidad del destino. Describe los orígenes y características de la tragedia griega según Aristóteles. Luego resume las tramas de cada obra, destacando cómo los personajes se ven atrapados e inevitablemente conducidos a cumplir sus destinos trágicos predeterminados por los dioses a pesar de sus esfuerzos

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“La fatalidad del

12-12-2022 destino en las


tragedias griegas: De
La Orestíada de
Esquilo, a Edipo Rey
de Sófocles y Medea
de Eurípides”

SOFÍA PALMIERI
ISP N° 5 “PERITO FRANCISCO MORENO”
ÍNDICE

Introducción……………………………………………………………. Pág. 2

Desarrollo………………………………………………………………. Págs. 2-8

Tragedia griega: Origen, definición y características……… Págs. 2-3

La Orestíada, Esquilo…………………………………………. Págs. 3-5

Edipo Rey, Sófocles…………………………………………… Págs. 5-6

Medea, Eurípides………………………………………………. Págs. 6-8

Conclusión………………………………………………………………. Pág. 8-9

Bibliografía………………………………………………………………. Pág. 10

Página 1 de 11
“La fatalidad del destino en las tragedias griegas: De La Orestíada de Esquilo,
a Edipo Rey de Sófocles y Medea de Eurípides”

Sofía Palmieri

El presente trabajo comprende el análisis de tres obras que pertenecen a la tragedia


griega: La Orestíada de Esquilo, Edipo Rey de Sófocles y Medea de Eurípides
según nociones que Aristóteles desarrolla en su Poética. El propósito principal es
dar cuenta de la manera en que sus argumentos giran en torno a la fatalidad del
destino signado por los dioses. Esto no significa que los personajes siempre tengan
un terrible final, sino que su destino es ineludible, inevitable, independientemente de
cuál sea.
Seguiremos un recorrido que inicia con la caracterización propuesta por Aristóteles
sobre el origen de la tragedia, su definición y particularidades. Luego, nos
introduciremos en las historias, para constatar sus dichos y visualizar las maneras
que los personajes tienen de atravesar el conflicto que genera el conocimiento de su
destino. Finalmente, desarrollaremos una síntesis de lo trabajado en la que se
visualice la comparación de las obras seleccionadas.

El origen de la tragedia ha sido profundamente estudiado, mas no contamos hoy


con una respuesta definitiva. El enigma empieza con el término tragoidía, “el canto
de los machos cabríos”, lo que refuerza la afirmación de Aristóteles acerca de que la
tragedia procedía “de quienes conducían los ditirambos”, poetas que antiguamente
componían obras consagradas a Dioniso y dirigían el coro que las cantaba y
danzaba.

Aun aceptando este hecho como ligado al origen de la tragedia, no nos inicia en el
conocimiento del género. En primer lugar, debemos saber que es heredera de dos
formas literarias: la épica y la lírica coral. Los temas de la tragedia son los mismos
que los de la poesía épica; los mitos heroicos que se fueron elaborando
colectivamente al ser transmitidos durante siglos mediante una tradición oral. La
estructura, el lenguaje, el ritmo, aspectos propios de la forma, provienen de la lírica.

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En consecuencia con ello, Aristóteles (1992) define la tragedia como la imitación de
una acción elevada y completa; enriquecida en el lenguaje, con adornos artísticos
adecuados a las partes de la obra, que es presentada en forma dramática, con
incidentes que excitan piedad y temor.
Entre los elementos que la constituyen, el autor distingue: la trama, los caracteres,
la dicción, el pensamiento, el espectáculo y la melodía, afirmando que la trama es,
de estos, el más importante. Esto es así ya que la tragedia es una imitación no de
las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha.
Continúa diciendo que la trama debe ser un todo completo, con un comienzo, un
medio y un final definidos, y su extensión debe ser tal que los espectadores
alcancen la comprensión fácilmente. Requiere un solo tema central en el que todos
los elementos estén lógicamente relacionados para demostrar el cambio en la
fortuna del protagonista, con énfasis en la causalidad dramática y la probabilidad de
los eventos.
En cuanto al protagonista, Aristóteles explica que la tragedia representa a
personajes ilustres, "hombres mejores de lo que realmente son". Debe ser,
entonces, una figura con la que el público pueda identificarse y cuyo destino pueda
causar en él piedad y temor. En sus propios términos: “La piedad es ocasionada por
una desgracia inmerecida, y el temor por algo acaecido a hombres semejantes a
nosotros mismos”.
Como hemos de observar, el mismo héroe suele dar un paso que inicia los
acontecimientos de la tragedia y, por ignorancia o mal juicio, actúa de tal manera
que provoca su propia ruina. Este hecho no es azaroso, existe un destino que viene
pre-configurado por la naturaleza del orden moral cósmico.
De lo desarrollado anteriormente se deduce que, en el fondo común de lo trágico,
están la lucha contra un destino inevitable, que determina la vida de los mortales y
el conflicto que se abre entre el hombre, el poder, las pasiones y los dioses. A
continuación, veremos estos aspectos reflejados en algunas obras.

Comencemos por La Orestíada de Esquilo, la cual fue representada por primera vez
en el año 458 a.C. Aunque solía ser costumbre presentar trilogías dramáticas en los
festivales de Dioniso en la Antigua Grecia, esta es la única que ha sobrevivido hasta
nuestros días. Las tres obras que la componen (Agamenón, Las coéforas y Las
euménides) son continuas en la trama y están unificadas en el tema. Giran en torno

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a la maldición en la casa de Atreo, contando una historia horrible de venganza y
derramamiento de sangre familiar, desde el asesinato de Agamenón por su esposa
Clitemnestra (Agamenón) hasta el asesinato de Clitemnestra por su hijo Orestes
(Las coéforas) al juicio y absolución de Orestes por medio de una nueva institución:
el tribunal de jurados en el Areópago (Las Euménides).

Habremos visto que, en cuanto Agamenón regresa a Argos de la guerra,


Clitemnestra lo colma de agasajos y lo persuade de entrar en su palacio pisando un
tapiz púrpura. La profetisa Casandra, su amante, lo acompaña aun sospechando un
pésimo resultado. Tiene en claro que el destino es inevitable y que el suyo ya ha
sido determinado por Clitemnestra, en venganza por el hecho de que Agamenón
haya sacrificado a su hija Ifigenia, para compensar a los dioses por una transgresión
propia. Ambos deben morir, y lo hacen por mano de la misma Clitemnestra. Sin
embargo, no es la única involucrada en el asesinato; también lo está Egisto, su
amante (y primo de Agamenón), como una forma de vengar a sus hermanos, que no
solo habían sido asesinados por el padre de Agamenón, Atreo, sino que también
cocinaron y sirvieron de cena al padre de Egisto, Tiestes. Esto inevitablemente
despierta una sed de venganza por parte de Orestes.

“Es ley. Las gotas de sangre que cayeron en el suelo reclaman otra sangre. El
crimen da grandes voces. Acude Erinia, y en venganza de las primeras víctimas va
amontonando calamidad sobre calamidad” (p.175)

Orestes duda si matar o no a su propia madre, es entonces que el dios Apolo y su


amigo Pílades fuerzan la situación. Disfrazados de huéspedes lejanos, se filtran en
el palacio real a anunciar la supuesta muerte de Orestes. Clitemnestra escucha la
noticia y envía a una enfermera para que se la transmita a Egisto pero ella le
sugiere que hable con los huéspedes. Él acata la orden y es asesinado de
inmediato.

Clitemnestra: Repara; guárdate de las perras irritadas que vengarán a una madre.
Orestes: Y las que vengan a un padre ¿cómo las huiré, si desisto?
(...)
Clitemnestra: ¡Ay de mí, que parí esta serpiente y la crié!

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Orestes: Cierto; presagio fue aquel sueño que despertó tus terrores. Mataste a
quien no debiste; padece ahora lo que no debías. (pp.186-187)

El intento de Clitemnestra por apelar a los sentimientos de su hijo es en vano pues,


como Egisto, su destino también ha sido trazado ya por los dioses y Orestes está
dispuesto a concretarlo. Poco después de acabar con ambos, comienza a alucinar
con las erinias, las diosas infernales de la venganza, quienes se encuentran
sedientas de su sangre. Se apresura, entonces, a buscar la protección de Apolo,
pero ni siquiera el dios pudo detenerlas. Sin embargo, su destino es otro que el de
su madre o su padrastro, y es la propia Atenea quien lo hace efectivo. En principios,
crea un tribunal de justicia de doce atenienses honorables para votar a favor de una
de las partes. Luego, anuncia que votará a favor de la absolución, por lo cual,
Orestes quedaría libre incluso en caso de empate. De hecho, las cuentas son
iguales al final, y Orestes puede irse a Argos. Las Erinias no están contentas con la
decisión y amenazan con destruir Atenas, pero entonces vuelve a intervenir la diosa,
ofreciéndoles un nuevo papel: el de las Euménides, protectoras de Atenas.
Podemos reconocer, a través de estos actos, que la existencia se ha visto
subordinada, una vez más, a la voluntad de los dioses.

Continuemos por Edipo Rey de Sófocles, representada aproximadamente en el año


429 a. C. La obra comienza años después de que Edipo salvara a Tebas y se
convirtiera en su rey. Enfurecidos con la ciudad por albergar al asesino de su
anterior rey, Layo, los dioses han golpeado a Tebas con una plaga de fertilidad.
Edipo lo maldice y anuncia su intención de encontrarlo y castigarlo. Poco después,
el profeta ciego, Tiresias, le dice que el perpetrador no es otro que él. No le creen ya
que, de ser así, Layo, ex esposo de Yocasta, debería haber muerto a manos de su
hijo y, sin embargo, fue asesinado por ladrones en el encuentro de tres caminos.
Esto levanta las sospechas de Edipo, por lo que envía a buscar a un pastor, el único
sobreviviente de ese encuentro. En eso, el mensajero anuncia la muerte de Pólibo,
su padre adoptivo, cuya casa Edipo había dejado para evitar el cumplimiento de una
profecía según la cual estaba destinado a matar a su padre y casarse con su madre.
Aliviado de que la primera parte no se haya cumplido, Edipo teme que aún haya
alguna posibilidad de que se complete la última, ya que su “madre”, Merope, está
viva. El mensajero le revela que ellos nunca fueron sus padres. Él mismo lo había

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recibido de manos del pastor. Esto confirma que Edipo era hijo de Layo y Yocasta,
todos esclavos del Destino. Atormentada por la culpa y la vergüenza, Yocasta se
ahorca y Edipo se arranca los ojos con desesperación y desolación.

Al sumergirnos en la historia, veremos que Edipo ha sido un rey exitoso durante


veinte años y podría haber vivido feliz junto a la reina Yocasta. Sin embargo, el
destino tiene otros planes para él, y es Tiresias, el profeta, quien se lo manifiesta
cuando acude en busca de respuestas acerca del asesinato de Layo. Le aclara, en
primer lugar, que no depende de él, sino de los dioses: “No está decretado por el
hado que sea yo la causa de tu caída, pues suficiente es Apolo, a cuyo cuidado está
el cumplimiento de todo esto” (p.165). Continúa: “Entre los mortales maltratados por
el destino no habrá otro más miserable que tú” (p.167) y otorga énfasis a su
situación de héroe que desconoce su origen, no sabe de dónde viene ni hacia
dónde va: "No ves el abismo de males en que estás sumido, ni conoces el palacio
en que habitas, ni los seres con quienes vives” (p.166) y cuando lo descubra, sufrirá
las consecuencias. Él desafía su destino cuando comienza a indagar sobre su
origen, sobre su estirpe.
Conforme avanza la lectura, nos encontramos con otra situación clave. Edipo se
dirige a Delfos sin que sus “padres” lo supieran. El oráculo le manifiesta terribles y
desgraciadas calamidades. Estaba fijado que se uniría a su madre, traería al mundo
una descendencia insoportable de ver para los hombres y asesinaría a su padre.
De tal forma, nos vamos adentrando en el drama trágico del héroe, hasta que
finalmente es con el servidor que confirmamos la desgracia; pues le cuenta a Edipo
que él le entregó el bebé de Yocasta por temor a funestos oráculos y agrega que, si
es ése a quien él se refiere, debería considerarse el más infortunado de los
hombres.
De esta manera vemos cómo los personajes, sin importar el estatus social, le
reiteran y/o confirman a Edipo lo imposible de cambiar. Sin embargo, es hacia el
final, ya derrotado y ciego, que acaba por reconocer el poder de los dioses, la
influencia que tienen sobre su devenir.

“¡Apolo es el culpable, Apolo, amigos míos; él es el autor de mis males y crueles


sentimientos! Pero nadie me hirió, sino yo mismo en mi desgracia. ¿Para qué me
servía la vista, si nada podía mirar que me fuese grato ver?” (p.206)

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La de Edipo es una situación que produce pena, una de las características que
según Aristóteles todo héroe trágico debe evocar. Se presenta, ahora, como un
hombre menos soberbio y más consciente. Se ha quitado los ojos y, sin embargo,
parece “ver” mejor quién es y qué tan inevitable es su destino.

Finalicemos con Medea de Eurípides, representada por primera vez en el año 431
a.C., la cual se considera hoy en día una de las mejores, más controvertidas e
inquietantes tragedias griegas. Está ambientada en Corinto, donde tiempo antes
Jasón y Medea habían llegado como exiliados. A pesar de que Medea, ex princesa
de Cólquida, sacrificó tanto su hogar como su familia por Jasón, él decide casarse
con la hija de Creonte, el rey de Corinto. Destierra a Medea y sus dos hijos. En el
mientras, ella arregla un santuario con Egeo, el rey de Atenas. A continuación,
declara sus intenciones: matar a Creúsa, la nueva esposa de Jasón, y luego a sus
hijos. Lo llama y le pide disculpas, ofreciéndole unas túnicas doradas y una corona
como regalo para Creúsa, las cuales sus hijos le entregan, sin saber que estaban
envenenadas. Poco después de su regreso, un mensajero anuncia la muerte de
Creúsa, así como la de su padre. Medea lo ha hecho, y, como si no fuese suficiente,
también mata a sus hijos, a quienes deposita en el carro del Sol, para luego retirarse
volando en él.

Introducirnos en la obra nos permitirá reconocer que Medea, a diferencia de otros


personajes, no se reserva para sí misma su plan de venganza. Por el contrario, lo
confiesa abiertamente, y se dedica palabras de aliento, haciendo cómplices a las
mujeres del Coro.

“¡Qué amargas nupcias, qué lúgubres festejos de boda, qué amargo enlace
conyugal, y qué amarga huida mía de esta tierra estoy preparando! ¡Ea pues,
Medea, no dejes a un lado ninguno de tus hábiles medios, al poner en obra tus
planes y al desplegar todas tus artes! ¡Ahora al tremendo hecho: es el momento del
valor! ¡Ves lo que estás sufriendo: no puedes seguir siendo el objeto de la risa en
las bodas de un Jasón y los descendientes de Sísifo! ¡Tú, tú que eres de noble
progenie y desciendes del mismo Helios! ¡Tú que tienes la ciencia de los artificios!
¡Ah, si para el bien nacimos incapaces las mujeres, de todos los males somos las
más diestras artífices!” (p. 56)

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Para Medea, es imposible convivir con la humillación que le genera la segunda boda
de Jasón. Ella pertenece a una familia noble, de reyes y dioses, y demuestra el
orgullo propio de una princesa, nieta del Sol. Debe hacer algo al respecto. Razona
de manera lógica, sensata, fría, a pesar de que la guían las pasiones, el dolor, la ira,
la humillación. Reconoce sus talentos y su inteligencia y se dispone a desplegarlos
para ejecutar una venganza perfecta. Ella fija los destinos de Creúsa, su padre,
Jasón y sus propios hijos, pero también el suyo, pues sabe que vivirá con el dolor de
haber matado a sus hijos.
En una primera aproximación, parecería ser que el protagonismo y el nivel de
control de los dioses sobre la existencia ya no se manifiestan tan latentes. No
obstante, podríamos sospechar que se han posicionado del lado de Medea, puesto
que, al comprender cuáles eran sus intenciones, tanto Jasón como sus hijos e
incluso el Coro, demandan su intervención y, sin embargo, no obtienen respuesta
alguna. Ella lleva adelante los terribles planes que ha bosquejado sin ser castigada.
No es casual que Medea afirme, refiriéndose al mal juicio de Jasón, que los dioses
saben bien quién inició el mal y cómo merece morir, hecho que el Coro ya había
anticipado. Tampoco es casual que Creonte le diga a su hija que su desdicha es
producto de la relación con Jasón, a quien los dioses mucho mal le han querido
causar, ni que el propio Jasón los culpe de haber lanzado, a través de Medea, su
genio vengador contra él mismo. Hacia el final, el coro refuerza esta misma idea,
refiriéndose a que los dioses tejen sus vidas con inesperados y horribles
acontecimientos. Lo que habría tenido que suceder, aseguran, no ocurrió nunca. Lo
que esperaban no se cumple; y a lo inesperado abren paso.

A modo de conclusión, hemos podido dar cuenta, mediante este trabajo, de las
características que define Aristóteles en relación a la tragedia griega, como también
visualizar las maneras en que se presenta la lucha contra un destino inevitable, que
determina la vida de los mortales y el conflicto que se abre entre el hombre, el
poder, las pasiones y los dioses. Asimismo, hemos podido reconocer los hechos
que causan en el público piedad y temor.

En La Orestíada, vemos a Orestes, quien está destinado a matar a su madre, para


vengar a su padre. Aunque se le presenta la duda, acaba haciéndolo y aun

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habiendo provocado la furia de las Erinias, sale ileso gracias a Atenea. Justamente
es aquí donde se visualiza la piedad que describe Aristóteles, pues, ella interviene
para favorecer a Orestes. En esta obra, el conflicto se presenta entre el hombre, el
poder y los dioses.

En Edipo Rey, distinguimos a Edipo, en quien abunda la soberbia, y a cuyo padre


mata para casarse con su madre. Su destino final es el destierro. Aquí, por sobre la
piedad, se ve reflejado el temor. Por ejemplo, cuando Edipo, aun sin conocer sus
orígenes, piensa que existe la posibilidad de que se cumpla aquella profecía según
la cual él se casaría con su madre: Merope, para él. En esta obra, el conflicto se
presenta entre el hombre y los dioses.

Por último, en Medea, nos encontramos con la propia Medea, quien actúa con mal
juicio y sin embargo no es castigada por ello. Lo ineludible está en el acto de matar
a sus hijos y es ella quien lo elige, con el fin de que Jasón sufra. Aquí, la piedad se
visualiza principalmente en las escenas donde Medea implora a las mujeres del
Coro, las hace cómplices de sus pensamientos. En esta obra, el conflicto que se
presenta es pasional.

En definitiva, el destino de estos mortales es ineludible, inevitable,


independientemente de cuál sea y de si interfiere o no la voluntad de los dioses.
Una vez que ya ha sido establecido, toda lucha contra él es vana. Sólo les queda
aceptarlo.

“Lo que el cielo tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana
que lo pueda prevenir.” – Miguel de Cervantes .

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Bibliografía

Aristóteles (1992) Poética. Madrid, España. Gredos.


Esquilo (2007) Tragedias. Buenos Aires, Argentina. Terramar.
Eurípides (1979) Las diecinueve tragedias. México, D.F. Porrúa
Sófocles (1998) Tragedias. Madrid, España. Edaf.

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