Sobre el narcisismo.
Clase 9
Insisto en la noción de lo simbólico, conviene partir de ella para comprender lo que hacemos cuando intervenimos en el análisis y
cuando intervenimos positivamente mediante la interpretación. La palabra puede expresar el ser del sujeto pero hasta cierto punto,
nunca se logra. La palabra plena apunta, forma la verdad tal y como se establece en el reconocimiento del uno por el otro. Es la
palabra que hace acto. Tras su emergencia uno de los sujetos ya no es el que era, esta dimensión no puede ser eludida en la
experiencia analítica. Muchas cosas se ordenan y esclarecen pero también surgen muchas paradojas y contradicciones. No por ello
son opacidades. Por el contrario, a menudo es lo que se presenta como armonioso y comprensible lo que oculta alguna opacidad.
La primera de las contradicciones que surge es: el método analítico, que apunta a la obtención de una palabra plena, parte de una
vía estrictamente opuesta, en tanto da como consigna al sujeto trazar una palabra lo más despojada de toda suposición de
responsabilidad. Le conmina a decir todo aquello que le pase por la mente. Lo menos que puede decirse es que facilita al sujeto al
retorno a la vía de lo que, en la palabra, está por debajo del nivel del reconocimiento y que concierne al tercero, el objeto.
Siempre hemos distinguido dos planos en lo que se ejerce el intercambio de la palabra humana: el plano del reconocimiento en
tanto la palabra teje entre los sujetos ese pacto que los transforma y los constituye en sujetos humanos comunicantes, y el plano de
lo comunicado en el que pueden distinguirse: el llamado, la discusión, el conocimiento, la información, pero tiende a obtener un
acuerdo respecto al objeto. Por supuesto, el objeto no deja de estar sin referencia a la palabra. Está ya dado parcialmente, desde el
comienzo en el sistema objetal u objetivo.
El sujeto es invitado a entregarse a este sistema sin reservas. Aquí reside el problema: este acto de la palabra sólo puede progresar
siguiendo la vía de una convicción intelectual proveniente de la intervención educadora, es decir, superior del analista. El análisis
progresaría así por adoctrinamiento. Debe existir algo diferente del adoctrinamiento que explique la eficacia de las intervenciones
del analista. Es lo que la experiencia demostró como eficaz en la acción de la transferencia. ¿Qué es la transferencia? El acto de la
palabra. Cada vez que un hombre habla a otro de modo auténtico y pleno hay transferencia simbólica: algo sucede que cambia la
naturaleza de los dos seres que están presentes. En efecto, esta función debe situase en el plano imaginario.
Casi no hay psicoanalistas que no hayan caído en la teoría de la evolución mental. Esta empresa metapsicológica es totalmente
imposible. Sin embargo, no puede practicarse ni siguiera un segundo psicoanálisis, sin pensar en términos metapsicológicos. Uno de
los problemas más importantes de la teoría analítica consiste en saber cuál es la relación existente entre los vínculos de
transferencia y las características, positivas o negativas, de la relación amorosa.
Hemos aislado incluso algo que llega al punto de llamarse no sólo neurosis de transferencia sino neurosis secundaria, artificial,
actualización en la transferencia, neurosis que anuda en sus hilos a la persona imaginario del analista. Sin embargo, el interrogante
acerca de cuál es el resorte que actúa en el análisis permanece oscuro. No hablo de las vías por las que actuamos a veces, sino de la
fuente misma de la eficacia terapéutica. Parece que alguna resistencia actuase para dejar en oscuridad este problema. Las opiniones
que se manifiestan durante las discusiones acerca de la naturaleza del vínculo imaginario establecido en la transferencia tienen una
íntima relación con la noción de relación objetal.
Por ejemplo, el artículo de James Strachey acerca del resorte de la eficacia terapéutica. Verán a qué dificultades conduce esta
concepción y la cantidad de hipótesis suplementarias que debe introducir para sostenerla. Plantea que el analista ocuparía, respecto
al sujeto, la función del superyó. Pero no puede ser válida pues esta función es uno de los resortes decisivos de la neurosis. Existe
entonces un círculo vicioso. Para salir de él, se ve obligado a introducir la noción de superyó parasito. Debe plantear que entre el
sujeto analizado y el sujeto analista, ocurren intercambios.
Pero, la cuestión de las relaciones se puede situar en un plano muy distinto: del yo y el no-yo, es decir, en un plano de la economía
narcisista del sujeto. Es así como la cuestión del amor de transferencia ha estado ligada a la elaboración analítica de la noción de
amor. Del amor-pasión, tal como concretamente lo vive el sujeto, cual si fuese una catástrofe psicológica. ¿Qué es este amor que
interviene como resorte imaginario en el análisis? Para nosotros se trata de localizar la estructura que articula la relación narcisista,
la función del amor en su generalidad, y la transferencia en su eficacia práctica.
Para Freud, existe una relación entre una cosa x, que ha sucedido en el plano de la libido, y la decatectización del mundo exterior
característica de las formas de demencia precoz. Plantear el problema en estos términos crea dificultades en la teoría analítica.
¿Qué es este autoerotismo primordial cuya existencia plantea Freud? Se trata de una libido que constituye los objetos de interés y
que, por una especie de evasión, de prolongamiento, de pseudopodos, se distribuye. El progreso instintual del sujeto y su
elaboración del mundo en función de su propia estructura instintual, se realizará a partir del momento en que el sujeto emite sus
cargas libidinales. Esta concepción no plantea dificultades mientras Freud deje, fuera del mecanismo de la libido, todo lo que
concierne a un registro diferente al del deseo como tal. El registro del deseo es para él una extensión de las manifestaciones
concretas de la sexualidad, una relación esencial que el ser animal mantiene con su mundo.
Ésta es una concepción bipolar: de un lado se encuentra el sujeto libidinal, del otro el mundo. Esta concepción falla, Freud lo sabía.
La noción de libido se neutraliza si se la generaliza en exceso. La libido no aporta nada esencial a la elaboración de los hechos de la
neurosis, por el contrario, cobra su sentido cuando se la distingue de las funciones reales o realizantes, de todas las funciones que
nada tienen que ver con la función del deseo. Nada tiene que ver con registros instintuales diferentes al registro sexual. Si la libido
no está aislada del conjunto de las funciones de conservación del individuo pierde todo sentido.
Ahora bien, en la esquizofrenia ocurre algo que perturba las relaciones del sujeto con lo real. Este hecho plantea de inmediato la
cuestión de saber si la libido no tiene mayor alcance que el que se le dio al tomar al registro sexual como núcleo organizador.
Llegada a este punto, la teoría de la libido empieza a plantear problemas.
Freud utiliza entonces nociones suficientemente ambiguas como para que Jung pudiese llegar a decir que Freud ha renunciado a
definir la naturaleza de la libido. Jung franquea e introduce la noción de introversión, que es una noción sin distinción alguna. Arriba
así a la vaga noción de interés psíquico, que confunde en un registro único lo que es del orden de la polarización sexual del individuo
en sus objetos. Sólo queda una cierta relación del sujeto consigo mismo que, Jung sostiene, es de orden libidinal. Se trata para el
sujeto de realizarse en tanto individuo que posee funciones genitales.
A partir de entonces, la teoría analítica quedó expuesta a una neutralización de la libido que consiste, por un lado en afirmar
decididamente que se trata de la libido, y por otro, en decir que se trata simplemente de una propiedad del alma, creadora de su
mundo. Por ello, en el artículo sobre el narcisismo, Freud retoma la necesidad de distinguir libido egoísta y libido sexual. Al mismo
tiempo que mantiene la distinción entre ambas, gira en torno a la noción de su equivalencia. ¿Cómo pueden distinguirse estos dos
términos si se conserva la idea de su equivalencia energética, la cual permite afirmar que sólo cuando la libido es decatectizada del
objeto vuelve al ego? Por este hecho, Freud es llevado a concebir el narcisismo como un proceso secundario. Una unidad
comparable al yo no existe en el origen. En cambio, las pulsiones autoeroticas están allí desde el comienzo.
Lo más importante, es la dificultad de Freud para defender la originalidad de la dinámica psicoanalítica frente a la disolución
jungiana del problema. Según el esquema jungiano, el interés psíquico va, viene, sale, entra, colorea. Sumerge a la libido en el
magma universal que estaría en la base de la constitución del mundo. El interés psíquico no es más que una iluminación alternante
que puede ir, venir, proyectarse, retirarse de la realidad, siguiendo el capricho de la pulsación del psiquismo del sujeto. Es una linda
metáfora, pero no aclara nada en la práctica, como Freud señala. No permite captar las diferencias existentes entre la retracción
dirigida, sublimada, y la retracción del esquizofrénico, cuyo resultado es estructuralmente distinto puesto que el sujeto está
completamente atrapado.
Para Freud se trata de captar la diferencia de estructura existente entre la retracción de la realidad que observamos en las neurosis
y la que observamos en la psicosis. En el desconocimiento, la negativa, la barrera que el neurótico opone a la realidad comprobamos
que recurre a la fantasía. El neurótico cambian totalmente de valor, y lo hacen en relación a una función imaginaria; imaginaria se
refiere a la relación del sujeto con sus identificaciones formadoras; segundo, a la relación del sujeto con lo real, cuya característica
es la de ser ilusoria.
Freud señala que en la psicosis no sucede nada semejante. Cuando el sujeto psicótico pierde la realización de lo real no vuelve a
encontrar ninguna sustitución imaginaria. Una de las conceptualizaciones más difundidas es que el sujeto delirante sueña. Es preciso
entonces que, la función de lo imaginario no sea la función de lo irreal. Cuando el psicótico reconstruye su mundo, lo primero que
caracteriza son las palabras. No pueden dejar de reconocer aquí la categoría de lo simbólico. La estructura de lo psicótico podría
situarse en un irreal simbólico, o en un símbolo marcado de irreal. La función de lo imaginario está en un lugar muy diferente. Para
Jung, los dos dominios (simbólico e imaginario) están completamente confundidos.
17 de marzo de 1954.