Dominios de Arte en El Escenario Urbano
Dominios de Arte en El Escenario Urbano
"La obra de arte interactúa y dialoga con la ciudad, porque la obra de arte imagina la ciudad y la
propone dentro de un imaginario"
Armando Silva(1)
Este texto se acerca a una ciudad trazada por geometrías complejas que dan al ciudadano la posibilidad
de construir espacios cotidianos. En esta atmósfera se insertan la obras de arte que entran a consolidar
una instancia de lo público; el museo se desplaza a las avenidas, a las calles, a los umbrales de nuevas y
variadas construcciones para propiciar entonces una sensibilidad particular y colectiva.
La ciudad anclada en las geometrías que trazan las calles y avenidas, configura los espacios de la
cotidianidad; en ellas el arte moldea sus propios escenarios y despliega sus formas y contornos, con la
clarividencia de las nuevas estéticas, adheridas a las cambiantes formas de representación urbana, en un
ejercicio que permite al ciudadano articularse al mundo de las relaciones, los deseos y las
necesidades(2), para resurgir dentro de un nuevo orden, de profundas connotaciones sociales.
A través de esta dinámica el objeto artístico se inserta en el paisaje urbano afectando la realidad,
posibilitando la elaboración de variados relatos, en una sucesión de alteraciones que desbordan los modos
de simbolizar y prefiguran una suprarrealidad, donde las nuevas imágenes discursivas, representan la
huella de una manifestación cultural.
A partir de estas interacciones la ciudad misma configura diferentes universos que se resemantizan en lo
proxémico, aduciendo en su expresión complejos significados. En una visión panóptica(3) de los hechos
sociales el símbolo revitaliza las instancias de sentido y el hombre se ve entonces, articulado a la
representación permanente de sus particulares visiones de mundo, un juego en el que cada individuo
elabora su propio lenguaje estético para nombrar las múltiples miradas de la realidad.
El acceso al símbolo en el panorama urbano, genera sucesivos relatos en donde el sujeto domina, desde su
inconsciente, la trama de la colectividad, las pulsaciones del deseo y el modelamiento de su experiencia
vital. Desde esta interiorización el sujeto elabora un discurso, en cuyas afirmaciones y ambigüedades,
subyace tanto el acto creador como la representación de una realidad hecha lenguaje. Ahora bien, hay
funciones sígnicas que Lotman denominó funciones semiológicas, en cuya dinámica se expresan la
función estética, que le corresponde por su naturaleza, y la función simbólica, activada cuando el
objetivismo que está representando, asimila propiedades del contexto social, las cuales transforman el uso
y generan consecuencias de acción.
Es así como la obra de arte se constituye en una de las claves para trascender la ritualidad de cada
ciudadano, en el vínculo que se construye en su devenir y la facultad ilimitada de abarcar escenarios
sensibles, a través de los cuales divaga el imaginario y resurge el hombre como principio unificador de la
naturaleza y la creación.
En el ámbito urbano se conjugan la diversidad de expresiones que transforman el evento creativo en una
posibilidad simbólica, dentro de un marco de representación que no es unitario, sino fragmentario(5),
esbozando un panorama cultural quebrado (collages, mosaicos y metáforas), antes que de percepciones
organizadas. Es en este escenario donde el arte captura entre sus dimensiones las formas y atributos que
propone, abrigando un sentido, en donde cada cosa tiene su razón de ser y posibilita la libre
interpretación.
El proceso de deconstrucción, convoca al hombre para que a través de la conjugación de un deseo interno
y la acción del ejercicio perceptivo, propicie el surgimiento de nuevas realidades, las condiciones de
relación artista-contexto y obra-contexto, ya sea que esta relación se dé como una actividad puramente
espiritual, o bien coparticipe del interés por reconstruir nuevas dimensiones textuales en el campo
antropológico; ámbito en cuyo espacio el arte público se adhiere a la complejidad urbana y da paso a una
nueva concepción espacio-temporal, a partir del cual la obra de arte pasa a ser objeto de la vivencia y
expresión de los sentidos citadinos.
La obra de arte público revitaliza el lugar que ocupa, le da un nuevo sentido al recorrido, genera
múltiples miradas y convoca en la ciudad un punto más de referencia.
Espacios en construcción
G. Bachelard (6)
Cada lugar configura un hacer particular en la medida en que el hombre habita sus espacios interiores.
Allí el arte confronta la forma con la acción: despliega en imágenes el tránsito por la ciudad que deviene
sobre los bordes de la calle. Las geometrías tridimensionales que seducen la sensibilidad del espectador,
se apoderan de los jardines, las esquinas y las plazas; la obra de arte revitaliza el lugar que ocupa, le da un
nuevo sentido al recorrido, genera múltiples miradas y convoca en la ciudad un punto más de referencia.
En el entramado de miradas, la ciudad cobra sentido y la arquitectura complementa esta sintaxis donde la
estética se ubica en un lugar predominante: los aleros, las puertas y ventanas, los geométricos andenes,
los redondos parques, los puentes que se interponen entre el arriba y el abajo, conjuntos residenciales,
imponentes edificios y esculturas diseminadas por la totalidad del paisaje urbano, configuran un juego de
luces y sombras, de formas y volúmenes. La ciudad se convierte en conjunto de figuraciones e imágenes:
una gran dama de bronce aprisionada en un abrazo de cemento mira eternamente su cuerpo en los espejos
que simulan las ventanas y, la vida, de diez metros de alto, se arrodilla ante la oscura arquitectura del
poder.
Cada obra delimita un territorio particularmente significado por el trasfondo artístico: dice que es forma y
su aparición, en el espacio urbano, alcanza multiplicidad de contenidos, en tránsitos, en sitios públicos y
de interacción social. Los espacios que ocupan las obras de arte cobran visibilidad y sus localizaciones en
el croquis urbano trazan una red extendida en el ambiente de la ciudad. Cada punto de referencia,
configura la dinámica citadina, revitaliza su contemporaneidad y da nombre propio a los encuentros.
Cada espacio es una creación temporal, una infinitud sensitiva, aprehensible sólo en las formas que
delinean la arquitectura y el arte.
"toda espacialidad real es creada por la experiencia (…) primero para la sensibilidad, sobre todo para
la vista y luego para el pensamiento"(9),
derivando un proceso donde el objeto artístico se carga de sentido, trasciende el nivel del mensaje y
exterioriza la capacidad del creador para
"influir en los significados y las emociones experimentadas por su público mediante manipulaciones en
los medios al servicio de su talento" (10).
Es así como la obra de arte ubicada en el contexto urbano, tiene valor en sí misma como evento
comunicativo, en la medida en que comporta y prefigura situaciones donde los procesos de interacción
son inmanentes.
Cada ciudad, en cuanto construcción inacabada, se consolida en sí misma como problema estético en la
medida en que propicia diversas formas de expresión, bien sea a través de los mass media, de la
escenificación urbana, o del espacio y el arte público, condiciones que hacen posible el dominio de la
realidad como experiencia consciente y permiten la transformación del tejido de la urbe en "el espacio de
la comunidad" (11): el gran contexto donde tienen lugar las transformaciones de la vida moderna y donde
se gestan las experiencias sensibles de los hombres, como hechos históricos y sociales.
La obra en circulación
En los procesos de integración social que pueden establecer los sujetos en el discurrir de su vida
cotidiana, se formulan las esferas de lo público, aquello que en palabras de Fabio Velásquez(12)"es
básicamente un ámbito de encuentros y confrontación…", y lo privado, construido por un hacer que
expresa la existencia autónoma de un ser ciudadano.
Si se ubica la obra de arte en este ámbito, más allá de las connotaciones de monumento histórico o
exigencia de leyes urbanísticas, tanto lo público como lo privado adquieren niveles de sentido que
desbordan las ya complejas representaciones simbólicas de la realidad urbana.
Para que una obra de arte sea pública, es necesario que cumpla, por lo menos, dos condiciones: en primer
lugar, su circulación debe estar inscrita en escenarios de cobertura ciudadana, para que sea reconocida
socialmente la trascendencia de la sensibilidad individual del artista. El segundo requisito se refiere a las
condiciones de circulación de la obra, en términos de su eficacia simbólica(13), es decir, en la manera de
activar mecanismos de representación cultural, en cuyos límites se autodefine y redimensiona una
realidad estética, y se revela un plano de aceptabilidad pública.
El valor público de una obra se determina en la medida en que ésta se muestre en los escenarios de
reconocimiento colectivo, para que genere expresión y para que actúe independiente de la forma, sobre
cuya base fue concebida. Esta visión permite articular temáticas de intereses compartidos por los
diferentes actores, a través de las miradas del escenario público y que, en un momento del devenir
urbano, pasan a ser relievantes en el contexto social, en virtud de su tela significativa y múltiple.
Parafraseando a Hegel, lo público puede interpretarse como el reflejo de las verdaderas tendencias y
necesidades de la realidad, como entendimiento humano sano, es decir, configura un tejido de
representaciones colectivas que dan sentido a la existencia del arte público, inscrito en la ciudad.
Los paisajes urbanos se articulan en imágenes moldeadas por sus habitantes, en representaciones de la
vida que cohesionadas por las redes, tránsitos y visiones, asimilan culturalmente estos referentes. La obra
de arte es legitimada en el espacio público, por la interiorización de los ámbitos de encuentro y la
confrontación entre lo que se muestra y lo que se oculta tras las evocaciones de una visión estética.
En la dimensión temporal, el arte público ha sido objeto de continuos procesos de deconstrucción, los
cuales soportan el síntoma mismo de la "disolución de la imagen finisecular "(14) del monumento,
erigido tradicionalmente para evocar o conmemorar un acontecimiento, bien sea simbólica o
alegóricamente, actualizando la imagen de una historia que se escapa entre las fisuras del tiempo, pero
que gracias al talento del creativo y al experimento de la técnica, se condensan en representación perenne.
Cada obra pública testimonia un hecho que permanece válido gracias a la sublimación de valores
culturales y a las dinámicas de reconstrucción de los espacios socialmente activos, cuyos relatos
simbólicos mantienen renovado el repertorio de sentidos a través de los cuales la obra de arte se ubica y
trasciende como arquetipo de la humanidad, señalando las huellas y vestigios de una herencia enraizada
en la memoria colectiva. Según A. Silva(15) "el uso social de un espacio marca los bordes dentro de los
cuales los usuarios ‘familiarizados’ se autorreconocen", y el arte público es clave en este proceso.
Como imperativo de la modernidad el arte público adopta connotaciones que le son esenciales para
cumplir su funcion de emplazamiento. El monumento tradicional se desplaza en su valor, se diluye en su
forma pero trasciende en contenido, potenciando una representación que deja de ser etérea para
convertirse en experiencia vívida, capaz de acogerse a las mutaciones de la sociedad.
Esta nueva condición del arte público en tanto evanescencia y ensimismamiento, entra a caracterizar la
producción artística desde finales del siglo XIX, pero encuentra especial resonancia con Marcel Duchamp
(1920), quien confabulado con los objetos técnicos, se libera del volumen de la masa y propone un trabajo
basado en el engranaje de la máquina y la recuperación del objeto banal, para elevarlo a la categoría de
objeto artístico. Condición que sustenta el proyecto vanguardista del arte y potencia las actuales
tendencias de la plástica en nuestras ciudades.
Cada obra pública testimonia un hecho que permanece válido gracias a la sublimación de valores
culturales y a las dinámicas de reconstrucción de los espacios socialmente activos.
Según Xibille(16), con Duchamp se inaugura la modernidad democrática en el arte, de tal suerte que
cada objeto de la vida cotidiana es susceptible de ser experimentado como placer estético cuando es
elegido por el artista y postulado dentro de un conjunto expresivo que, en primera instancia, absorbe su
sentido utilitario y le permite resurgir bajo un nuevo rótulo y una nueva opción de pensamiento.
En este sentido el arte se disuelve en la vida, cautivando la voluntad del artista, para que las obras
representen lo que realmente se juega en ellas: la paradoja de la existencia. Se plantea entonces una
apertura en donde el ritmo se circunscribe a la disolución de la forma, la "desfiguración", lo visible y lo
invisible como soporte del vacío espacio-temporal de una contemporanidad ambigüa y reconociblemente
efímera, en donde lo inerte cobra vida en la representación de sus naturales mutaciones y lo vivo se hace
partícipe sólo en la inminencia de su muerte. En una alusión a Rosalind Krauss, Xibille denomina ésta
como la "condición negativa del monumento" y al respecto hace la siguiente caracterización:
2- iniciar la etapa que caracterizará la modernidad escultórica monumental como abstracción, como
puro señalador;
5- la fetichización de la base: la escultura se dirige hacia abajo para absorber el pedestal en sí mismo y
lejos de su lugar verdadero"(17)
Estos planteamientos y el mismo manifiesto realista* publicado en Moscú (1920), por los hermanos
escultores Naum Gabo y Anton Pesvner, nombran las dinámicas de la modernidad en el arte público y
amplían la óptica de la deconstrucción del arte, en tanto reconfiguración, para que éste cumpla con su
llamado de
"acompañar al hombre allá donde transcurre y actúa su vida infatigable: en la mesa de trabajo, en la
oficina, en la labor, en el descanso y en el ocio; en los días laborales y en los festivos, en la casa y en la
carretera, para que la llama de la vida no se apague en el hombre"(18)
Las calles y las plazas se recuperan para la expresión y la ciudad sucumbe, se transforma en su fisonomía
desencadenando lo que Armando Silva(19) llama el efecto mariposa (efecto Buterfly), una reacción en
cadena donde la obra artística se abre en multiplicidad de fragmentos, yuxtapuestos o enfrentados, e
interactúa con las contradicciones y convergencias de una colectividad ávida de sensaciones, de
pulsaciones, de vacíos y silencios. Además del sentido prístino de las obras, cuentan sus virtualidades
significativas, contextuales y marginales, para entender la lógica de la intercomunicación entre el
ciudadano, el objeto artístico y el espacio en el cual cohabitan.
Recomposición de sentidos
La asunción de esta época como novedad móvil tiene especial connotación en la forma como el arte da
cabida a múltiples tendencias donde la arquitectura misma se perfila como el resultado de "actos
expresivos individuales" (20), los cuales generan tensiones espaciales de gran significación estética.
El arte público convoca a la creación de nuevas significaciones que desbordan el sentido de la fisonomía
urbana; el ciudadano recrea en su quehacer cotidiano, evocaciones del espacio que asume como propio:
"La cosa que se convierte en signo estético le descubre al hombre la relación entre él mismo y la
realidad"(21).
La formulación de un objeto en términos estéticos, atrae diferentes miradas sobre una realidad que
recobra un conjunto de proyecciones imaginarias, subyacentes en las formas, en las moles que se levantan
en medio de la confusión, en el ir y venir de los habitantes, que abordan en su tránsito una ciudad hecha
para todos, pero que en su dinámica cada uno la construye.
En el espacio público los escenarios del arte se modifican y los procesos de interpretación de la obra
cambian, se sintonizan con la movilidad de las nuevas sensibilidades, porque
"lo público está asociado a una suerte de luz que hace resaltar los objetos, que transforma lo incierto y
lo oscuro, inclusive los pensamientos de la mente, las pasiones del corazón y las delicias de los sentidos.
Todo lo que conforma los encantos de la intimidad." (22)
Cada obra cuando se hace pública, asume en su esencia un conjunto de valores que la hacen partícipe de
una comunidad culturalmente activa. El contacto de diversas colectividades con el objeto artístico, genera
un sistema elevado de valores que se asimilan y por ende, modifican su que hacer axiológico.
"entra en relación estrecha con los valores extraestéticos contenidos en la obra y mediante ellos con el
sistema de valores que determinan la práctica de la vida de la colectividad receptora de la obra" (23).
Las imágenes de la ciudad se movilizan por el flujo de los objetos que la habitan, en tanto que el
ciudadano apropia los valores dispersos en ella, fusiona las cualidades y texturas que trazan los vínculos
formales y expresivos de las obras y, en este proceso, recrea las metáforas de la contemporaneidad(24).
En nuestras ciudades el arte público revitaliza los recorridos, extrapola su sentido de ornamento urbano y
se inserta en los planos de la arquitectura cotidiana para transformar el escenario de la comunidad. La
obra se pone en contacto con el mundo y, aunque prolonga la nostalgia del museo, recupera el valor de
una obra itinerante, que cobra en la intemperie, matices que evidencian el transcurso del tiempo; una obra
que llama al ciudadano a acercarse, a palpar, a recrear con su hacer y decir el objeto estético.
En el escenario urbano, el arte enraizado en lo público puede describir el croquis de una ciudad
dinamizada por múltiples representaciones simbólicas en donde el ciudadano crea universos de sentido y
se reconoce como copartícipe de una reflexión antropológica.
NOTAS
(1) Aparte de la entrevista realizada al semiólogo Armando Silva Téllez, en el marco del seminario
Sensibilidad Contemporánea. Universidad Tecnológica de Pereira, mayo de 1999.
(3) La figura del panóptico de Foulcaut se asume en este caso para explicitar como el ciudadano es
capturado por las miradas de los otros. En este reconocimiento público, el individuo se mira a sí mismo
revitalizando desde sus motivaciones íntimas, los actos que le permiten sumarse a la colectividad.
(4) KANDINSKY, Wassily. Cursos de la Bahaus. España: Alianza Editorial, 1991, p. 157.
(5) MARCHAN FIZ, Simón. La estética en la cultura moderna. España: Gustavo Gili, 1982, p. 322. El
autor hace un acercamiento al panorama actual de las reflexiones estéticas, partiendo de la disolución de
las categorías de percepción sistemáticas y organizadas, para configurar un panorama donde se rinde
culto al fragmento y se asume el arte como una de nuestra necesidades radicales, en un orden que aflora
difusamente en los más variados ámbitos de nuestra existencia.
(6) BACHELARD, Gastón. La poética del espacio. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 42.
(8) AYMONINO, Carlo. El significado de las ciudades. España: Hermann Blume, 1983, p. 26
(9) Noción de espacio y tiempo. Lección 1. Texto editado como conferencia. UNAM, México.
(10) Tucker W. T . Un comentario a los experimentos de comunicación estética. En: Psicología y artes
visuales. Barcelona: Gustavo Gili, 1969. p. 299.
(11) PERGOLIS, Juan Carlos. Bogotá fragmentada. Tercer Mundo Editores, Universidad Piloto de
Colombia, 1998, p. 8
(12) VELASQUEZ, Fabio. Ciudad y participación. Cali: Universidad del Valle, 1997, p. 96.
(13) Según Lèvi-Strauss, toda obra de arte es poseedora de eficacia simbólica en la medida en que posee
una amplia capacidad de hacer de los usuarios hacedores de acciones concretas y reales. Para el
semiólogo Armando Silva, la eficacia simbólica está condicionada a la eficiencia y eficacia social, o sea
que una obra de arte es portadora de ésta en la medida en que comporte contenidos estéticos y simbólicos
que llamen a una transformación, a una práctica, a un uso.
(14) XIBILLE M., Jaime. La situación postmoderna del arte urbano. Medellín Fondo Editorial
Universidad Pontificia Bolivariana, 1995, p. 194.
* Es necesario aclarar que el Manifiesto realista, por antonomasia, hace referencia al constructivismo en
el arte.
(18) Aparte del Manifiesto realista, en donde se plantea la reconstrucción del arte sobre unas bases
completamente nuevas. Enciclopedia El Arte del Siglo XX - 1900 - 1949. Barcelona: Círculo de
Lectores, p. 255.
(19) Concepto abordado por Armando Silva Téllez en la conferencia Arte y Arte Público, en el marco del
Seminario Sensibilidad Contemporánea. Universidad Tecnológica de Pereira, mayo de 1999.
(21) MUKAROVSKY, Jan. Escritos de estética y semiótica del arte. España: Gustavo Gili, 1975.
p.148.
(22) REY, Germán. Puertas y umbrales de la ciudad. Bogotá: Universidad Javeriana. Simposio
Nacional Ciudad y Comunicación, Octubre 27-29, 1993.
(24) García Moreno, Beatriz. En búsqueda de la poética de la ciudad: la ciudad como obra de arte en
permanente construcción. En: Pensar la ciudad. Compilación de Fabio Giraldo y Fernando Viviescas.
Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1996, p. 176. La autora hace una interesante reflexión al respecto,
precisando como "se parte de creer en la posibilidad del humano de descubrir, en la medida en que habita,
las diferentes dimensiones y horizontes que configuran su existencia y complejidad, la posibilidad de
crear una ciudad en la cual se reconozca y envuelva".