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Vladimir Szpilman and Władysław Szpilman

Władysław Szpilman fue un pianista polaco que sobrevivió al Holocausto gracias a la ayuda de Wilm Hosenfeld, un capitán alemán. Szpilman escribió memorias de su experiencia que fueron prohibidas inicialmente pero luego llevaron a la película de Roman Polanski "El Pianista". Hosenfeld arriesgó su vida para ayudar a judíos polacos a pesar de ser miembro del partido nazi, pero murió en prisión soviética en 1952.

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Vladimir Szpilman and Władysław Szpilman

Władysław Szpilman fue un pianista polaco que sobrevivió al Holocausto gracias a la ayuda de Wilm Hosenfeld, un capitán alemán. Szpilman escribió memorias de su experiencia que fueron prohibidas inicialmente pero luego llevaron a la película de Roman Polanski "El Pianista". Hosenfeld arriesgó su vida para ayudar a judíos polacos a pesar de ser miembro del partido nazi, pero murió en prisión soviética en 1952.

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Władysław Szpilman

Wladyslaw Szpilman. Pianista polaco reconocido


como "El pianista del ghetto de Varsovia", quien
escribiera las memorias de su vida durante la
ocupación alemana.

Síntesis biográfica
Nació en Sosnowiec, el 5 de diciembre de 1911,
estudió piano en Varsovia y Berlín. Tenía 27 años
cuando estalló la guerra y ya era conocido como
uno de los pianistas polacos más destacados. Tras
la ocupación alemana, Szpilman y su familia
fueron desalojados de su apartamento e
internados en el Ghetto de Varsovia, donde se ganó la vida interpretando
en bares, en los que se reunían colaboradores y traficantes del mercado
negro.

Etapas importantes de su vida


Fue uno de estos colaboradores judíos quien salvó a Szpilman del tren que
llevó a su familia a la muerte en los campos de concentración. Gracias a
una red de conocidos de antes de la guerra, miembros de la resistencia y a
la ayuda de un oficial alemán, Szpilman sobrevivió a la guerra.

Después de la guerra, la radio polaca volvió a funcionar, con grandes


dificultades. Entre 1945 y 1963 fue director musical de Radio Varsovia y,
posteriormente, siguió su carrera como compositor y concertista.

Muerte
Murió en Varsovi, el 6 de julio de 2000, antes de que empezara el rodaje
de la película basada en sus memorias.
Obras destacadas
El pianista escribió sus memorias en 1946, pero las autoridades
prohibieron el libro. Fue el hijo de Szpilman, que nunca había hablado con
su padre de la guerra, el que encontró el manuscrito y reeditó las
memorias en 1999, que recibieron una gran aclamación internacional.

Sus memorias
Ha pasado más de medio siglo antes de que se haya publicado en Europa
este diario donde se recogen las notas y apuntes de lo que fue el ghetto
de la capital polaca. Relata cómo fueron levantados los muros, como en
1942 empezaron los “reasentamientos” hacia Treblinka, donde fue
trasladada la familia Szpilman, de lo que el autor se libró casualmente,
aunque no volvió a tener noticias de su familia.
Estas memorias relatan cómo sobrevivió a la destrucción de la comunidad
judía de Polonia. Se trata de un vivo relato de la vida del ghetto y de cómo,
sorprendentemente, logró escapar y sobrevivir. La fuerza del tema y de las
emociones que genera, convirtieron esta obra en una inspiración para el
director de cine Roman Polanski, que llevó el libro al cine. En estas páginas
se muestra el deseo irrenunciable e inextinguible de libertad.

El libro consta de tres documentos distintos. En primer lugar, el diario de


Szpilman, que nos hace un recorrido por el día a día de la construcción del
ghetto y los intentos de supervivencia del protagonista y su familia, con un
tono de fría descripción de los hechos. El segundo reproduce extractos del
diario del capitán del Ejército alemán Wilm Hosenfeld, desde enero de
1942 hasta agosto de 1944, que nos da juicios críticos sobre el
totalitarismo nazi y la responsabilidad de todo su pueblo. La unidad de
estos dos personajes, a través de sus diarios, sólo se conoce al final y a
través de la nota explicativa de Wolf Biermann, en el epílogo.

Szpilman refiere en primera persona, con un lenguaje directo y conciso, lo


que vivió en primera persona: el dolor, el hambre, la enfermedad, la
humillación y la muerte. Pero en el relato no hay acusaciones o venganzas,
sino una simple descripción de increíble fuerza. No es un relato de buenos
y malos, ni un libro sobre el ghetto de Varsovia. Aparecen las atrocidades
cometidas por alemanes, lituanos y ucranianos, pero también por policías
judíos y polacos.
Wilm Hosenfeld

Capitán del ejército, alemán fue uno


de los nazis heroicos que arriesgaron
su propia vida para ayudar a judíos y
polacos durante la ocupación
alemana en Polonia.

Se llamaba Wilm Hosenfeld, un ser


bondadoso y valiente cuyos actos
humanitarios jamás habríamos
conocido si la casualidad y la gratitud
de uno de sus beneficiarios no los
hubieran rescatado del olvido
muchos años después de su injusta
muerte en un campo de prisioneros
de la Unión Soviética.

Nadie sabía una palabra sobre la vida de este militar alemán, uno más de
los tantos oficiales del Ejército germano, afiliado además al partido nazi, y
su nombre habría quedado en el más injusto anonimato si un libro
autobiográfico del pianista judío polaco Wladyzlaw Szpilman no hubiera
caído, casi por casualidad, en las manos del cineasta Román Polansky.

Aunque Szpilman fue un concertista y compositor relativamente famoso


en el mundo cultural de la posguerra, su libro titulado «El pianista del
gheto de Varsovia» no logró mayor difusión.

Polansky, que había conocido en su desdichada niñez el horror del


nazismo en Cracovia donde su madre murió en un campo de
concentración por ser descendiente de judío por parte de padre,
conmovido por esos recuerdos y los hechos narrados en esas páginas,
decidió filmar la película El Pianista que todos los amantes de la música
hemos visto con irreprimible emotividad. La película se estrenó en el año
2002 y ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes y tres Óscar de la
Academia de Holliwood.

Esta es la historia: En noviembre de 1944, el ejército alemán en Varsovia


estaba reacondicionando una casona abandonada para ser utilizada como
el cuartel general de las fuerzas de ocupación. Al mando de esas tareas
estaba el capitán Wilm Hosenfeld. Este oficial recorría los recovecos de
esa antigua casa mientras tomaba notas y planeaba la refacción cuando se
encontró sorpresivamente frente a un sujeto vestido con harapos, flaco,
mugriento, de larga barba negra y apariencia de haber sufrido muchas
privaciones. Era Władysław Szpilman, un judío que venía escapando de los
alemanes desde hacía años, y que por haber sido un artista conocido y
muy querido por los polacos que lo escuchaban en la radio Varsovia
recibió ayuda de muchos de ellos que se arriesgaron por protegerlo. Pero
la situación se fue agravando a partir del levantamiento del gheto de
Varsovia y Szpilman terminó escondiéndose en el desván de esa casona
semiderruída, donde carecía de agua, calor y comida.

Szpilman quedó paralizado de terror cuando se enfrentó con ese


uniformado que se había quedado mirándolo con curiosidad y gesto
adusto. El oficial lo interrogó, y cuando Szpilman le dijo que era pianista le
ordenó que lo siguiera. Pasaron a una habitación donde había un piano de
concierto cubierto de polvo. El capitan levantó la tapa y le pidió al pianista
que tocara algo. Szpilman, con las manos entumecidas por el frío y las
uñas sin cortar, arrimó tembloroso una silla al teclado y tocó un fragmento
de la «Balada No. 1» en Sol menor de Federico Chopin. Cuando terminó,
Hosenfeld se quedó un largo instante mirándolo con asombro y
admiración. En la película se ve al pianista, protagonizado magistralmente
por el actor Adrien Brody, mirando al piso, sin atreverse a levantar la vista.
Sabía que cualquier judío hallado por un oficial alemán recibía una muerte
inmediata, porque esas eran las órdenes del alto mando.

Sin embargo el oficial alemán le pidió al fugitivo que le mostrara su


escondite. Una vez en el lugar, lo inspeccionó y le sugirió disimular mejor
el acceso a la buhardilla para no correr el riesgo de ser hallado. Finalmente
le proveyó comida y le recomendó que se mantuviera oculto. Durante un
mes, Hosenfeld le dejó cada día una porción de comida envuelta en papel
de periódico. En esas hojas Szpilman podía leer las últimas noticias que
anunciaban la pronta caída de Alemania.

Cuando Polonia fue liberada por el ejército soviético, el capitán Hosenfeld


fue tomado prisionero junto con otros militares alemanes, y Wladyzlaw
Szpilman volvió a desempeñar su cargo de director y pianista de la Radio
Polaca.

Por entonces Szpilman no conocía ni siquiera el nombre del oficial nazi a


quien le debía la vida. No tardó en averiguarlo. Intercedió por él ante la
autoridad comunista de Varsovia a la cual solicitó insistentemente que se
lo localizara y se le reconocieran sus gestos humanitarios. Fue inútil. Las
nuevas autoridades polacas no estaban dispuestas a aceptar que un nazi
mereciera consideración alguna por su conducta durante la guerra, y
menos, agradecimiento. Trataron de sacarse de encima al molesto
pianista pero éste no cejaba en sus reclamos. Finalmente le dijeron que lo
que él pedía era imposible, que se trataba de un oficial de inteligencia y
que por ese motivo ya había sido llevado a Stalingrado para ser
exhaustivamente interrogado.

Szpilman escribió inmediatamente sus memorias y el libro se publicó en


Polonia en 1946, apenas un año después de terminada la guerra. En uno
de los capítulos narra vívidamente su encuentro con el capitán Hosenfeld
y hace público su infinito agradecimiento por la ayuda recibida. Le debe la
vida y quiere retribuir ese compromiso moral difundiendo el acto
humanitario, siempre con la esperanza de poder rescatarlo.
Lamentablemente el libro fue censurado por las nuevas autoridades
comunistas, y retirado inmediatamente de circulación.

Hubo que esperar a que la URSS desapareciera para conocerse que el


capitán Hosenfeld fue torturado en interminables interrogatorios y
sometido durante siete años a durísimas condiciones de cautiverio. Se
enfermó, no recibió atención médica y falleció en una celda el 13 de
agosto de 1952.Tenía 57 años. «El hecho es que toda suerte de canallas y
malhechores siguen libres, mientras que este hombre, que merece una
condecoración, tiene que sufrir», se lamentó en 1950 Leon Warm, otro
judío a quien Hosenfeld había salvado en Varsovia.
Debieron pasar cincuenta años hasta que el libro de Szpilman volviera a
editarse en inglés. Eso sucedió en 1998, y fue un éxito editorial, aunque
nunca llegó a tener una difusión masiva. Pero, como dijimos, el libro llegó
a las manos de Román Polansky quien decidió filmar la película que
mostró, ahora sí masivamente, ese suceso tan conmovedor.

Pero eso no es todo. Según se ha sabido recientemente, Hosenfeld, que


era miembro del partido nazi desde 1935, estaba profundamente
desilusionado del partido y de sus dirigentes, especialmente cuando vio la
forma en que eran tratados los polacos. Había escrito en su diario que los
alemanes pagarían muy caro esos crímenes. Él y otros oficiales sentían
simpatía por el pueblo de la Polonia ocupada. Avergonzados de lo que
Alemania estaba haciendo, se ofrecieron secretamente a quienes
necesitaban su ayuda.

Hosenfeld se hizo amigo de muchos polacos e incluso se esforzó en


aprender su lengua. Era muy católico, acudía a los oficios religiosos, se
confesaba y tomaba la comunión en iglesias polacas, a pesar de que esto
les estaba prohibido a los oficiales alemanes. Sus actos en favor de los
polacos comenzaron ya en 1939 cuando, en contra del reglamento,
permitió que los prisioneros de guerra tuvieran acceso a sus familias e
incluso consiguió la liberación de algunos de ellos.

En numerosas ocasiones utilizó su alto cargo para dar refugio a personas


que estaban en peligro de ser arrestados por la Gestapo, ya fueran
polacos o judíos, y hasta llegó a proteger a un alemán perseguido por
desertor. Su ayuda consistía muchas veces en proporcionarles
documentación para que pudieran trabajar en el centro deportivo que
estaba a su cargo. En no pocas oportunidades les asignaba nombres falsos
para mantenerlas ocultas, ya que figuraban en las listas de la Gestapo.

Según consigna Wikipedia, el hijo del pianista Wladyslaw Spilman, Andrzej


Szpilman (cuando ya su padre había fallecido), solicitó al Estado de Israel
que reconociera a Hosenfeld como «Justo entre las Naciones», un título
que se concede a los no judíos que arriesgaron su vida por salvar a los
judíos. El 25 de noviembre de 2008 se produjo dicho reconocimiento, y el
19 de junio de 2009 Israel honró la figura de Hosenfeld en una ceremonia
celebrada en Berlín. Hosenfeld se convertía así en uno de los pocos
militares alemanes que participaron en la II Guerra Mundial merecedores
de recibir ese título de honor, una distinción concedida por el centro Yad
Vashem del Holocausto.

Los hijos de ambos protagonistas, Hosenfeld y Szpilman, asistieron


emocionados a la ceremonia. «Somos conscientes de que este es el mayor
honor con que el Estado de Israel reconoce a los no judíos», declaró el hijo
del capitán alemán, Detlev Hosenfeld. «El salvador de la vida de judíos al
que honramos muestra que hubo gente de uniforme, incluso bajo la
dictadura y el terror, que defendieron la humanidad y la compasión», dijo
el embajador adjunto de Israel en Berlín, Ilan Mor.

Por su parte, el presidente de Polonia concedió en 2007 a Wilm Hosenfeld


la Cruz de Comandante de la Polonia Restituida. Si el pobre Hosenfeld
hubiera vivido para recibir esos honores…

Es conmovedor y reconciliador con la condición humana saber que en la


terrible Alemania nazi hubo personas decentes que desobedecieron a un
tirano y despreciaron el peligro para servir a los altos valores de la
humanidad. Por ejemplo: el coronel Claus von Stauffenberg, que el 20 de
julio de 1944 comandó junto a varios oficiales el golpe de Estado conocido
como Operación Valquiria para asesinar a Hitler y a Himler y arrestar a sus
principales lugartenientes, operación que fracasó y todos los implicados
fueron sometidos a juicios humillantes y ahorcados con cuerdas de piano;
o los hermanos Sophie y Hans Scholl, estudiantes universitarios, activistas
antinazis pertenecientes a la organización Rosa Blanca, que fueron
condenados por repartir volantes en la universidad y ejecutados en la
guillotina en febrero de 1943; o el sacerdote franciscano Maximiliano
Kolbo, que se ofreció a a los nazis para ser ejecutado en lugar de otro
prisionero que tenía esposa e hijos y murió de hambre y sed en una celda
de Auschwits (el papa Francisco, en su reciente visita a Polonia, oró en su
oscuro y aterrador calabozo); y Oskar Schindler, empresario alemán,
también rescatado del olvido por una película, «La lista de Schindler», que
sobornó a oficiales nazis hasta perder toda su fortuna para que le
asignaran judíos para trabajar en sus fábricas con el único propósito de
salvarlos de las cámaras de gas. Rescató a más de un millar de personas.
Sabemos que hubo otros héroes, y seguramente muchos cuyos nombres
aún no conocemos y quizás salgan a la luz para que podamos honrarlos
como se merecen. Causa melancolía que estos casos hayan sido conocidos
cuando sus protagonistas ya habían muerto, pero nos hace sentir a todos
un poco mejores personas y más optimistas sobre el futuro de la
humanidad.

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