Leandro Arellano
Lunario elemental
(Ensayos sobre la vida y la cultura del Bajío)
Editorial...
1
No os mováis
Dejad hablar el viento
ése es el Paraíso
Ezra Pound
2
A...
3
Prefacio del autor (opcional)
Los textos reunidos en este volumen fueron escritos
en el curso de varios años -conforme acudían a la
pluma- y se fueron acumulando hasta dar lugar al
presente libro. Su redacción abarca del 2014 hasta el
presente. Las piezas que lo forman –notas, ensayos,
memorias, crónicas, artículos- atañen a la memoria y
a los afanes literarios del autor.
El conjunto incluye varias piezas inéditas, mas
buena parte de ellas aparecieron ya individualmente
en el suplemento cultural La Jornada Semanal, así como
en dos revistas digitales: cambiavías y ADE.
Si bien publicados aisladamente, la
frecuentación de ciertas lecturas y algunos autores,
así como la experiencia de repetidas y prolongadas
estancias en el exterior, fortalecieron la visión del
conjunto y la convicción de reunir en un volumen estos
trabajos, a los que une un lazo espiritual. El autor
anhela asir algunas esencias de El Bajío mexicano, las
puras atmósferas y los medios tonos.
Los textos tienen carácter puramente literario y
son ajenos a la sociología, a la psicología o al
costumbrismo. Exploran la arraigada sensación del
4
tiempo y la curiosidad espiritual de los pueblos
comarcanos. Ofrecen una visión de la vida y la cultura
con una perspectiva que vincula lo local con lo
universal. El Bajío ocupa la comarca ubicada en el
corazón de México y abraza espacios de Aguascalientes,
Guanajuato, Jalisco, Querétaro y San Luis Potosí.
Con todo, más que un territorio, en la actualidad
constituye un espacio cultural, uno entre los varios
que conforman y enriquecen el país.
La nómina de asuntos no es excesiva. El tiempo
torna recurrentes algunos temas, como el significado
actual de personajes históricos –el doctor Mora, Lucas
Alamán, Ignacio Ramírez-; y de creadores y artistas –
Juventino Rosas, José Alfredo Jiménez- originarios de
Guanajuato, estado que ocupa el centro del Bajío.
Recala en temas menos aparatosos, menos
llamativos a primera vista, pero igualmente
entrañables y decisivos en la textura de la condición
humana: los ferrocarriles, el paisaje, las nubes, la
naturaleza, las ciudades, el campo y sus frutos,
algunas tradiciones... No hay verdadera literatura que
hable de algo diferente.
San Miguel Allende, septiembre de 2022
5
I N D I C E
Prefacio
I
1.- Andén
2. Lecturas del Bajío
3. El tren y el tiempo
4. Vista de San Miguel
5. Nubes maravillosas
6. Lunario elemental
7. Una pálida sombra
8. Tercera dosis
9. Gustav Klimt visita San Miguel
II
10. Mora y Alamán: dos visiones
11. Dones de la Reforma
12. Saeta
13. Sobre las olas
14. Camino de Guanajuato
15. La superficie del maíz
16. Paisaje abajeño
III
6
17. Magna excelencia
18. El quinto sabor
19. Las vacas de Apaseo
20. La Rinconada
21. Las posadas
22. Buganvilia
23. Exvoto
24. La casa de los perros
7
I
8
Andén
En cualquier andén de una estacioncilla
del Bajío.
Mauricio Magdaleno
Bañados de luz corrían los trenes en mi tierra. La
existencia era entonces una celebración, un motivo de
dicha permanente. Basta con volver los ojos a aquella
remota época. ¿Qué nos atraía, sobre todo, de aquel
portento? ¿El estruendo fragoroso que producía el
armatoste renegrido y temible que se deslizaba como
dinosaurio desbocado? ¿O era el inmenso copete
vaporoso, disparando su vaho al cielo con resoplidos
angustiosos? ¿O más bien la sarta colorida de
monaguillos multifacéticos que rodaban detrás de la
locomotora con paso marcial, escoltados en la
retaguardia por el cabús, siempre en uniforme
amarillo?
Conversando en el andén aguardábamos el arribo y
paso de los convoyes. Arrebataba nuestro entusiasmo
contemplar los de carga, una retahíla de furgones
tirados por aquellas maquinas negras y monumentales
de fierro refulgente, cuyo fragor aplacaba todo ruido
o distracción a su alrededor. Usualmente eran
9
erráticos: se detenían poco o mucho tiempo, o
reducían la velocidad mientras cruzaban el poblado o
permanecían a ratos bufando y sin moverse, aguardando
el paso de otro ferrocarril por la vía alterna. Su
itinerario era impreciso, diferente a los de
pasajeros.
Aquellos andamiajes monumentales propulsados por
vapor comenzaban a ser desplazados entonces por
locomotoras diesel, las que marchaban con menor
estruendo, con mayor quietud y con semblante gentil.
Estas, las de diesel, tiraban casi siempre no más de
una docena de coches destinados al transporte de
personas, además de las bolsas del correo, paquetería
y alguna otra carga valiosa o frágil. Los coches
contaban con servicio pulman y primera y segunda
clase. Los ferrocarriles tienen para nosotros una
inevitable carga de melancolía.
Como fuere, de una u otra locomotora nos
provocaba admiración el tropel de operadores de cada
unidad. Todos portaban un distintivo en el pecho con
el orgullo que produce servir. Sin excepción, iban
escrupulosamente uniformados, desde el maquinista –
con pantalón de peto y paliacate al cuello- hasta el
fogonero, el sobrestante, el cabo, los garroteros, el
jefe de tren, etcétera. Además de la vestimenta, la
conducta de todos ellos, oficiales o administrativos,
10
era impecable. Coordinados mediante sus códigos
manuales, paraban el tren uno o dos minutos mientras
subían y bajaban los viajeros y algún otro bulto,
hasta que un silbatazo y una señal de mano a la
distancia desataba los rugidos humeantes de la
locomotora, reanudando la marcha.
Asomarse a la oficina –reluciente y olorosa a
encierro- del jefe de la estación era ingresar a otro
universo, donde el tecleo del telégrafo representaba
el principio de la magia, de un misterio impreciso.
El ámbar vespertino que el sol desparramaba, inundaba
la estación y los juegos de pelota que practicábamos
en la entrevía al salir de la escuela. La vía marcaba
los límites del poblado en el sur y la estación se
hallaba a espaldas de la casa paterna, a cuadra y
media de distancia.
La naturaleza es arrojada cuando muestra su
vitalidad. Una tarde anónima y soleada todos los
escolares fuimos acarreados en masa a la estación,
para saludar al Presidente de la República, quien
hacía un viaje en ferrocarril. Agitamos banderolas
diminutas durante los escasos minutos que se detuvo
el convoy. Acaso más memorable, es que hubo una época
en la que una locomotora mítica –conocida como La
venada-, tirando de tres o cuatro coches, bajaba y
subía en la ruta Querétaro – Irapuato y viceversa. Los
11
viejos contaban recuerdos gratos de aquella corrida
que mi generación no alcanzó. Antonio Machado captó
esa emoción sencilla, universal, en este verso:
Yo, para todo viaje
-siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera-
voy ligero de equipaje.
La vida retomaba su curso cada vez, mas nada se
comparaba con la sensación de contemplar el
deslizamiento de aquel descomunal artefacto y la
conciencia de su insólito tránsito sobre llanuras,
serranías, páramos o atolladeros. Esa emoción la
replicaba la gratísima sacudida que nos envolvía
cuando el silbido primero, y el tremor después, de
esas máquinas, irrumpía en nuestras habitaciones, en
la oscuridad de la madrugada, estremeciendo a la
población.
Al comenzar los sesentas invadió el poblado una
multitud de jóvenes y no tan jóvenes que transformaron
y removieron la gravedad y quietud de la comunidad,
además de la economía de todos allí: las compañías
constructoras que tendieron el tramo Querétaro –
Irapuato, de la autopista México –Guadalajara.
12
El paso de los años trocó aquel andén en plataforma
para abordar otros medios y andar así nuevas tierras
y conocer nuevas gentes.
LA / SMA, agosto de 2020
13
Lecturas del Bajío
Tiene un poder considerable sobre nuestra vida la
casualidad, emerge al paso más de lo que se pueda
creer. Cierto es que si la hemos de aprovechar, hay
que reconocerla. Acaso a ratos se torna un modo, una
vía para acatar o entender ciertos sucesos. De esa
manera se podría explicar el hecho de que meses atrás,
en el lapso de unos cuantos días, se acumularon en
nuestra bandeja de lecturas varios textos –
destacadamente dos ensayos cortos y un libro de
ochocientas páginas- referidos al desarrollo
histórico y socioeconómico de El Bajío mexicano.
Percatarse de que no cesa, sino que por el
contrario va en aumento el interés por el estudio e
investigación de un volumen creciente de asuntos
históricos, económicos, sociales y otros sobre la
región, es alentador. Toca a cada generación evaluar
y, en no pocos casos, renovar el acervo acumulado. El
patrimonio se enriquece así con nuevos elementos.
Alguna revisión inédita, una monografía actualizada,
un dato novedoso, una nueva perspectiva o el
escrutinio de una disciplina moderna.
14
El Bajío –lo han señalado varios especialistas-
denota no sólo una zona geográfica del país sino
también un espacio histórico, económico y cultural,
que abarca parte de Aguascalientes, Jalisco, San Luis
Potosí, Querétaro y Guanajuato.
Para quien proviene de la Ciudad de México con
rumbo al norte, la fisonomía del paisaje abajeño se
hace presente al remontar el terreno agraz en el
declive de San Juan del Río. Al trasponer esa ciudad
se ingresa al territorio soleado y fértil de la
comarca, la cual se exhibe, se abre generosa y fecunda
en el descenso inequívoco de la autopista a la ciudad
de Querétaro.
El historiador guanajuatense Antonio Pompa y
Pompa ha descrito la comarca destacando algunos rasgos
característicos, tales como: el clima semiárido, la
fertilidad de la tierra, la prevalencia de la cultura
agrícola y el temple de la población, gente a la que
considera una simbiosis de lo mexicano.
En un ameno y nítido ensayo (El Bajío, en Ernesto
de la Torre Villar, Lecturas Históricas Mexicanas,
UNAM, 1994), Pompa expone la composición
geomorfológica del área, su visión de El Bajío como
unidad ecológica, como unidad histórica, así como el
concepto y significado de la frontera que bordea la
órbita abajeña.
15
Otra valiosa lectura –tuvieron lugar en el orden
que aquí se comentan- fue el trabajo del historiador
David Charles Wrigt-Carr (La prehistoria e historia
temprana de los pueblos originarios de El Bajío.
Universidad de Guanajuato/Pearson Education, 2014.
Versión preliminar, electrónica), quien realiza un
preciso análisis histórico de los grupos indígenas del
centro norte del país y las características que fueron
perfilando –al paso del tiempo- la región de El Bajío.
Wrigt-Carr es asimismo el autor de La conquista del
Bajío y los orígenes de San Miguel Allende, un librito
que se ha convertido en culto, entre los aficionados.
En fecha más cercana del trabajo y juicios de
Pompa y Pompa y las aportaciones de Wrigt-Carr, el
historiador estadounidense John Tutino se ha internado
en consideraciones, estudios y criterios más radicales
sobre la realidad de la comarca y su evolución
histórica, y en un extenso e intenso libro cuya
lectura no debe omitirse (Creando un nuevo mundo. Los
orígenes del capitalismo en el Bajío y la Norteamérica
española. FCE, México, 2016), narra cómo el desarrollo
de El Bajío no sólo influyó en el desenvolvimiento de
la región, sino que el impacto desatado por la
explotación de la plata de las minas mexicanas incidió
en “la configuración del comercio internacional, la
globalización temprana y el origen de la dinámica
capitalista”.
16
Es categórica la opinión de Tutino sobre la veloz
y ascendente evolución de la región, en el marco del
sistema capitalista “...en 1810 el Bajío generó una
insurgencia de las masas que asaltó el Imperio español
y se convirtió en una revolución social que ayudó a
crear México, transformar América del Norte y dar un
nuevo rumbo al capitalismo mundial.” Hace hincapié en
la plata de El Bajío como la clave del desarrollo de
la Norteamérica española y del capitalismo mundial.
II
El Bajío constituye una comarca dotada de no pocos
recursos minerales, agrícolas, industriales,
culturales, así como de una población laboriosa e
imaginativa. En las postrimerías de la etapa colonial
Guanajuato –estado que se ubica en el corazón del
Bajío- administraba un pujante desarrollo económico
basado en la minería, los textiles y la agricultura.
Por mucho tiempo fue considerado –no sin razón- el
granero de la nación y desde la época virreinal es
uno de los principales productores de plata del mundo.
Pero igual, la población abajeña ha dado
testimonio de su flexibilidad y capacidad de
adaptación en años recientes, con el establecimiento
de un floreciente cinturón de empresas industriales,
17
nacionales y extranjeras, desde los suburbios de
Querétaro hasta León y más allá.
Espacio flexible de las culturas chichimeca y
otomí, sobre todo, el carácter de la población quedó
decantado desde temprana hora. Hay que destacar
también el hecho de que durante la época colonial El
Bajío representó un espacio vitalísimo, sustentado en
las actividades económicas arriba señaladas.
En la memoria colectiva habitan grandes sombras
tutelares, de hombres y mujeres que han poblado y
enriquecido la vida de Guanajuato en cada tramo de la
historia. Autores y publicaciones que se ocupan del
estudio de los acontecimientos políticos, económicos
y sociales en el estado, no escasean. Revelan lo que
todo mundo sabe: que allí se conspira y se forja la
independencia del país; que varias de sus
inteligencias y caracteres más brillantes anticipan o
participan al frente de la Reforma; y que la
Revolución tornó en símbolo la derrota de las tropas
villistas en los campos de Guanajuato. Y fue también,
en uno de esos momentos exaltados de la historia,
semillero de la Guerra cristera.
No abundan en sus anales los gobernantes
ilustres, destacados por su visión y liderazgo, pero
a cambio ha procreado a no pocos héroes y artistas
reconocidos en el país y en el exterior.
18
Forma también -El Bajío- el espacio que limita y
vincula el norte y el sur del país, nutriéndose de las
dos culturas. La del México de la meseta central por
una parte, y por la otra la del sureste mexicano, que
se extiende hasta el largo cintillo geográfico de
Mesoamérica. Otros libros y estudios se van acumulando
sobre el escritorio, de cuya lectura ya daremos
cuenta.
Naturalmente, El Bajío ha desarrollado, como
otras regiones del país, un modo de ser, cuya
existencia forma parte de la nación y constituye un
afluente vasto de la extensa cultura mexicana. Ese
carácter se forjó a través de una serie de hábitos y
actitudes que trascienden su apariencia local
tornándose universales.
Cuanto más de su tiempo y de su nación es un
individuo, más lo es de los tiempos y de las naciones
todas.
San Miguel de Allende, septiembre de 2022
19
El tren y el tiempo
La de los ferrocarriles ha sido una de las invenciones
más dichosas de la humanidad. La aparición del
ferrocarril causó un impacto inmenso a nivel mundial
y una vez reconocido el portento y su significado, se
tornó febril su construcción en varios países. Como
fecha de nacimiento se ha generalizado la del trayecto
realizado por la locomotora de vapor que corrió de
Liverpool a Manchester, en abril de 1830. A Inglaterra
le siguieron Francia, Alemania, Canadá y otras
naciones. En España –cuenta Azorín-, el primer
ferrocarril corrió de Barcelona a Mataró en 1848. El
escritor alicantino se tornó aficionado: “Nada más
cómodo que viajar en tren”, anota en su libro
Castilla.
Su historia puede remontarse a la invención de
la rueda. Miles de años requirió su evolución, hasta
ser impulsada por vapor en esas abrumadoras máquinas
cuyos bufidos entusiasmaban al Duque Job. Al vapor,
años después, le sucedió el diésel, combustible que
van relegando ahora la electricidad y otras energías
naturales insospechadas. Con la complicidad y el apoyo
de la tecnología, la epopeya del tren sigue su marcha.
Tirada la procesión de vagones por una de esas
remolonas locomotoras diésel, hace unos años, hicimos
20
el trayecto Trieste – Viena, en doce largas horas en
un coche semivacío. Años más tarde, en una azarosa
combinación realizamos el trayecto París - Burdeos -
Santiago de Compostela y viceversa, mezclando rutas y
locomotoras, en caravanas de coches amplios y cómodos
y furgones multifacéticos, uncidos a esas máquinas
ágiles y poderosas, que incluían pasaje y carga. En la
actualidad casi en todas partes las locomotoras diesel
han sustituido –o falta poco- a las de vapor.
La catadura de todas las horas y los días parece la
misma. La evocación de los trenes va con nosotros
asociada a una invasión de melancolía. El tiempo no
pasa en vano. Una novedad arribó con la creación de
ferrocarriles más modernos, que a su vez desplazarán
a los de diesel: los trenes de alta velocidad (TAV).
Impulsados por electricidad alcanzan más de
cuatrocientos kilómetros por hora. Nuestra
experiencia ha transitado las rutas París – Ginebra;
París – Londres; París –Bruselas; Seúl – Pusán; Tokio
– Osaka y viceversa.
La de los trenes como industria de servicio de
transporte público no ha sido cultivada en México a
plenitud. Algunos intentos se ensayaron durante el
porfiriato y más intensamente -por otros motivos-
durante los fragores de la Revolución. Los
21
ferrocarriles y la Revolución son indisolubles,
escuché decir hace poco en la radio a un reconocido
historiador. “El águila y la serpiente” –la formidable
obra de Martín Luis Guzmán- es también un libro de
viajes y aventuras, nos recuerda una relectura de José
Emilio Pacheco. Caminos y vías son tan indispensables
para la unidad de una nación, como arterias y venas
lo son para el cuerpo humano.
El número de naciones que impulsan ese transporte
como instrumento principal de la movilidad de la
población, va en aumento. ¿Por qué en México no se ha
previsto –construido ya, estamos en retraso- líneas
de trenes de alta velocidad de la CDMX a las capitales
circunvecinas: Querétaro, Pachuca, Puebla, Toluca y
Cuernavaca, para comenzar? Resulta más costoso y
demandante la construcción y mantenimiento de
carreteras y la compra de camiones pesados, que el
desarrollo de los ferrocarriles. Estos beneficiarían
a: la población local a lo largo del trayecto, a los
usuarios, al tráfico de autos, al medio ambiente, a
la economía nacional y a la creación de empleo e
infraestructura.
Ni qué decir si se construyera una red de vías y
corridas a los puntos vitales de las rutas extremas
del país: Tijuana, Ciudad Juárez, Tampico, Veracruz,
Guadalajara, Manzanillo, Acapulco, Salina Cruz,
22
Tapachula y Mérida... El ferrocarril no ha muerto –
predijo José Emilio Pacheco hace cuarenta años- y en
vez de ser nostalgia es esperanza.
Hay naciones cuya movilidad es inconcebible sin
los ferrocarriles –de vapor o diesel- como India.
Otras rápidas, eficientes y relajadas, con rutas
adornadas con los colores y la variedad del paisaje,
como Holanda. La sensación de que el tiempo es
infinito no nos daba cuartel, una temporada cuando
viajábamos en los trenes de este país.
La noción del desarrollo es independiente del tiempo
que consumen en perfeccionarse los objetos que lo
simbolizan. La literatura abunda en tramas de trenes.
En El águila y la serpiente, unida a la tersa prosa
narrativa de Martín Luis Guzmán, se halla una crónica
del protagonismo que tuvieron los ferrocarriles
durante los años de la Revolución. Los Hermanos
Casasola fotografiaron aquellos trenes, los
ferrocarriles en que se hizo la Revolución. Más de un
siglo ha transcurrido y una sensación de nostalgia
flota todavía en la multitud de corridos que tienen
como motivo a los ferrocarriles.
El cine también ha sido pródigo en la factura de
películas cuyo protagonista o actor destacado es el
tren. ¿Quién no recuerda el documental de los hermanos
23
Lumiére (La llegada de un tren a la estación de la
Ciotat, 1895)? El tren (Arthur Penn, 1964); El
expreso de Von Ryan (Mark Robbson, 1965); Erase una
vez en el oeste (Sergio Leone, 1968); Asesinato en el
Expreso de Oriente (Sidney Lumet, 1974); y El tren del
escape (Andrei Konchalowsky, 1985), por citar algunas.
La sensación que provoca viajar en distintos
medios tiene marcadas preferencias y rechazos. Hay
quien se estremece con pavor reverencial por viajar
en avión. Otros temen al mar y prefieren quedarse en
tierra. Mas casi nadie rehúsa el tren o el autobús.
La razón se ubica en el terreno de las creencias. Una
amiga lo explica así: “Al viajar en tren o en autobús
nunca nos despegamos de la tierra... Volar en avión
es anormal”.
Como fuere, el imperativo del viaje nos induce a
montar en cualquiera de esos aparatos. Cada viajero
elige el medio propio. El progreso tecnológico no ha
acabado aún.
Viajar puede ser otra forma de felicidad. “Estos
viajes que me sacuden la pereza, aprovechan tanto a
mi salud como a los estudios”, puedo repetir con
Séneca. Pero igual, mi afición a los griegos me hace
tener presente que en todo viaje –mi primera opción
es el tren- hay el riesgo de un tramo de mal camino,
24
o de que el exceso de velocidad distorsione la
contemplación del paisaje o nos provoque mareo.
SMA, agosto de 2021
25
Vista de San Miguel
La contemplación del firmamento impresiona al viajero
que procede del sur. Ha atisbado un cielo que parece
susurrarle palabras de acogida apenas ingresa a la
autopista estatal; y no bien languidece esa emoción
cuando capta su vista la serranía tupida y recatada,
un tropel de montes menudos y apacibles, de crestas
inofensivas, que cubren sus lomos con enmohecidos
tapices vegetales. A la distancia algunos semejan
plácidas bestias antediluvianas.
Luego la cadena montañosa se repliega a tramos.
Se recoge para dar espacio a estrechos valles y
cuencas que se despliegan arrobados en el entusiasmo
de sus cultivos. La mano del hombre ha ordenado la
simetría del variado labrantío. Una fragancia vaporosa
aletea entre los apuestos plantíos de lavanda. Y al
otro lado del valle, bajo la misma atmósfera, se
alinean en las faldas de las colinas, viñedos
reverdecidos por la estación de lluvias.
El contacto inicial con las inmediaciones del
poblado se advierte en las esmeradas señalizaciones
del tránsito vehicular. San Miguel es una ciudad chica
y los suburbios similares a los de otras partes:
arbitrarios, caóticos, irregulares; acaso, menos
26
inclementes, menos agresivos que los de ciudades
industriales. Sin prisa conducen los conductores,
ceden el paso, se atienen a las indicaciones del
semáforo y respetan los comandos direccionales.
El visitante desemboca a poco en la glorieta o
redondel donde, ya envuelto en la corriente vehicular,
otras diferencias empiezan a revelarse. ¿Ejemplos? Los
vehículos se detienen por completo para dar paso a los
peatones y éstos cruzan sólo por las vías asignadas.
En esta ruta proveniente de la Ciudad de México, se
arriba a la glorieta que gira alrededor de la estatua
del general insurgente -Ignacio Allende-, que da
nombre a la ciudad. Sin semáforo que lo regule, el
tránsito fluye en orden y sin tropiezo. Casi sin
excepción se cumple el ordenamiento de otorgar el paso
a los vehículos que provienen por el flanco izquierdo.
Girar a occidente encamina al serpenteo de la
pendiente conocida como El caracol, a mitad de cuyo
camino se ubica un pequeño mirador. Desde allí la
visión panorámica de la ciudad es grandiosa. Exhibe
el atractivo de la pequeña urbe tendida abajo, y del
valle que la rodea. Este, extendido en la llanura,
flanqueado por las aguas de la presa y sin obstáculos
artificiales de por medio, permite divisar la lejanía
inagotable.
27
Una estatua del Pípila preside la glorieta al
acabar la pendiente. Allí, doblar a la derecha
encamina al centro y continuar de frente lleva a la
terminal de autobuses y a la estación del ferrocarril,
o a la carretera a Dolores Hidalgo. Sea el rumbo que
fuere, los transeúntes marchan despacio, lo mismo que
el flujo vehicular. Parte de éste enfila hacia los
costados, perdiéndose en las callejuelas inmediatas;
el remanente continúa hasta la bifurcación que conduce
al centro de la ciudad.
Es semiárido el clima de San Miguel. Cierto
calorcillo prevalece durante el día y el fresco domina
por las noches. No pocos locales y visitantes, ellas
y ellos, se afanan por atajar la resolana con gorros
y sombreros.
La ciudad está hecha para andar a pie. Sólo la
molicie, la ligereza de hábitos induce a acercarse al
centro en automóvil. Las calles de piedra –angostas y
abrumadas de luz- se ordenan jubilosas entre una
arquitectura colonial compacta y colorida. La cordura
dispuso que la hermosa Plaza Principal y sus contornos
inmediatos sean del todo peatonales. La Plaza acoge a
la Parroquia de San Miguel Arcángel –erguida
altivamente en su cantera rosada-, el palacio del
Antiguo Ayuntamiento y los benevolentes portales.
28
San Miguel no alcanza los 200 mil habitantes, ni
aun sumando a la población flotante, de la que siempre
está nutrida. Más del diez por ciento son extranjeros
asentados en la ciudad, aseguran, por lo que no es
infrecuente escuchar otros idiomas, aunque predomina
el inglés de estadounidenses y canadienses. Ese
porcentaje da una fisonomía peculiar a la ciudad e
influye en su carácter.
Fundada en 1542 con el nombre de San Miguel
Arcángel, cambió con el tiempo por el de San Miguel
el Grande primero y posteriormente Allende, en honor
del caudillo insurgente. La ciudad también fue cuna
de otro de los más ilustres mexicanos: Ignacio
Ramírez, el Nigromante.
Cada ciudad crea su propio perfil. Funde para
ello los dones de la naturaleza y los de la invención
humana. La belleza arquitectónica de San Miguel es
admirable en cada rincón. Mas sólo la curiosidad y una
estancia de varios días da acceso al filón de tesoros
furtivos, de patios e interiores insólitos, de
espacios sorprendentes que resguardan tras de sí
portones silenciosos de casas y mansiones. San Miguel
pertenece a la categoría bienaventurada de ciudades
mágicas, esas que todo lo atesoran, pero no ofrecen
de balde.
29
Asunto central allí es la industria turística.
La población local, habituada a la invasión foránea,
es amable y comedida. Posee una calidad de vida
distinta y superior al promedio del país. Los cuidados
de la ciudad la motivan: el orden, la limpieza, la
belleza colorida de la arquitectura, la tranquilidad
inquieta que gobierna y convida a recorrerla.
Visitantes y turistas consumen el ocio en las
terrazas, como llaman a esos espacios adaptados -sobre
todo en techos y azoteas- en bares o cafés. La
narración de los espacios para gastronautas, sin
embargo, es materia vasta y no se puede abordar con
ligereza en este recuento; da material para una golosa
crónica individual.
El alumbrado público ilumina el fresco del
anochecer y acompaña a la ortodoxia en el sueño. Los
afanes humanos reposan indolentes cuando el silbido
del tren rasga el silencio de la madrugada; un
privilegio cotidiano que comparten noctámbulos y
madrugadores. Empieza luego a transformarse el cielo,
sin prisa ni reposo, hasta la consumación del
esplendor del alba.
30
Nubes maravillosas
Agua, aire, tierra, fuego... En la concepción vital
de los primeros filósofos griegos los elementos de la
naturaleza constituían el origen de la vida. Energías
arquetípicas, esos elementos representaban para
aquellos sabios el principio de todas las cosas, bien
que los desvelara la búsqueda de un principio rector,
de una causa motora del todo. Algún tiempo debió
transcurrir antes de que la especulación filosófica
se desligara de la observación científica que ejercían
también aquellos varones.
¿Y las nubes? Producto de la actividad de
elementos primigenios, fruto de la acción química del
agua y del sol, las nubes no son otra cosa sino gotas
de agua suspendidas en la atmósfera, que en
seguimiento a un proceso natural se transformarán en
lluvia, granizo o nieve. La ciencia actual ha
acumulado una masa considerable de sus observaciones
y estudios, igual que ha desarrollado una ordenada
clasificación de sus distintos caracteres y
propiedades.
Pero el estudio y acercamiento a las nubes no es
materia exclusiva de la ciencia y la naturaleza. Hemos
descubierto un caudal de clubes y asociaciones de
“Observadores de las nubes”, de contingentes humanos
31
que se agrupan y ocupan de su sola contemplación. La
afición de esas organizaciones no es menor, al punto
de que en la WEB se puede hallar una “Guía para el
observador de nubes”. Provienen de todos los
hemisferios las agrupaciones dedicadas a esa actividad
no siendo escasos su fervor ni sus recursos, pues les
da material para organizar congresos internacionales.
Y yo sospecho que los aficionados solitarios
también formamos legión. Mientras reposaba de sus
achaques de salud en Cuernavaca, Genaro Estrada confía
a Alfonso Reyes que sólo lo ocupaba “un poco de
lectura, otro poco de escritura y catalogación de
nubes”. Jaime Torres Bodet también debió ser un fan,
a juzgar por su “Canción de las voces serenas”:
Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.
En cualquier caso nuestra lealtad no se ha
interrumpido desde la infancia. Por el regocijo y los
efectos que detonaba en nuestra fantasía, la
contemplación de las nubes ha ocupado buena parte de
nuestro ocio. Constituye un pasatiempo practicado
durante la vida entera, a ratos de manera
32
inconsciente. Una emoción de quietud nos envuelve
desde que se nos reveló la significación de aquella
práctica, con la efusión que existe en el fondo de
todo reconocimiento.
Un sinfín de horas en las que permanecíamos
tendidos de espalda en el campo –abanicados por el
aire alcanforado de los árboles- o en la azotea de la
casa paterna, con las manos entrelazadas bajo la nuca
y con arrobamiento casi religioso. Horas inacabables
observando las formas fantásticas e irreales que
modelaban tal o cual ladera nebulosa, el juego
caprichoso de aquellas madejas de hilo vaporoso que
progresivamente, en la imaginación, nos impulsaban a
montar en las montañas de algodón arrebujado.
La luz de El Bajío mexicano siempre en nuestros
ojos. ¿Cuándo tuvimos conciencia de ello? Una tarde
bañada de luz, en la juventud, mientras observábamos
amotinarse a la distancia un regimiento de nubes
oscuras, rasgadas repentinamente por un rayo. Se nos
reveló nítidamente la emoción entonces, frente a aquel
destello luminoso que nos arrebató en cuerpo y alma.
La afición y la práctica de su observación nos han
acompañado constantemente, bien que obligaciones y
deberes, trabajo, la familia y otros afanes han
impuesto prioridades.
33
Años más tarde, desde las alturas de un Boeing
747, la experiencia infantil fue coronada con la
visión de las nubes observadas desde arriba. El
asombro supremo nos sorprendió en cielo africano. Una
serenidad conmovedora nos arropó al contemplar
aquellos tumultos gaseosos bajo mil y una formas e
inmóviles en apariencia. Luego las hemos contemplado
en distintos cielos, pero las de aquella ruta –la
trayectoria del Nilo más o menos-, sobrevolada varias
veces, guardan una carga extraordinaria.
Bien que sólo en tensión vivimos plenamente, los
hartazgos de felicidad son peligrosos. Mas el prudente
no se considera indigno de ningún don de la fortuna.
Así, cada vez que el firmamento nos halaga con un
tropel nuboso, encomendamos nuestro espíritu,
liberamos el cuerpo y, anulando el tiempo, susurramos
con Baudelaire la emoción de su extranjero
extraordinario: ¡Las nubes... ah, las nubes que
pasan... las nubes maravillosas!
CDMX, agosto de 2018
34
Lunario elemental
¿Quién no mantiene una relación personal, íntima y
callada, con los astros? Cada uno, a su manera, la
atesora y la cultiva. El sol, la luna, las estrellas,
todo ente que puebla el firmamento ha dado pretexto
al ser humano -desde tiempos ancestrales- para
encaminar su fe y confiarle sus temores y lealtades,
de mostrar sus ilusiones y fracasos, sus intuiciones
y creencias y, en fin, para confiarle sus ansias y
cuidados.
La vida tiene misteriosos contrapesos y
desquites. Una dichosa sensación nos arrebata cuando
descubrimos a los seres dotados de la gracia para
conversar con las estrellas.
Acaso por la vecindad y cercanía, por su
ubicación allí nomás arribita de nosotros, la luna ha
sido y es objeto de las formas más variadas de alabanza
entre los pueblos. Figura en todas las mitologías como
una divinidad -masculina o femenina- y es venerada
como el símbolo de luz en la espesura de la noche.
Los grupos humanos de todas partes la han
festejado y cada comunidad la bautizó con nombre
propio: hebreos, carios, frigios, indios, fenicios y
otros pueblos de Asia Menor, igual que romanos,
escandinavos, incas, mayas, aztecas... Los antiguos
35
mexicanos la asociaban con varias deidades y con un
caudal de elementos y fenómenos naturales.
Desde temprano fue adorada por los griegos y
loada por sus poetas. Abundan los mitos y leyendas
sobre su potestad y su embeleso. ¿No cayó a un pozo
el filósofo Tales por ir mirando las estrellas? La
llamaron Selene o Mené y su paternidad fue atribuida
a los titanes Hiperión y Tea. Igual que los griegos,
los poetas latinos la veneraron indistintamente como
Luna o Febe.
En el Noreste de Asia la significación, el
respeto e intimidad en el trato con la luna son
permanentes y comunes. La cortejan como a algo más que
una realidad poética. El calendario chino –al que se
atienen también otras naciones vecinas- es regido por
el movimiento lunar. El volumen de fábulas y leyendas
con ese astro como protagonista o deidad es
inagotable.
¿Y quién, por más ajeno o alejado que se ufane,
no ha forjado o guarda en la mente o en la fantasía –
bien que parezca una extravagancia- su propia imagen
o concepción de esa estrella? “A mí, por ejemplo -nos
refiere un amigo médico, con metáfora un tanto
caprichosa-, me da la impresión de ser un queso
redondo y gigantesco en cuyo interior un oso sentado
36
medita en cómo salir del cautiverio en que se
encuentra”.
Montada en el espacio sideral va descubriendo
cada noche sus facetas: cuando se llena, cuando
adelgaza, cuando ilumina a medias, cuando se encierra
en ella misma. Su influjo magnético sobre determinados
cuerpos es real, pero no lo son todos esos designios
esotéricos que le atribuyen la superstición y la
hechicería.
Astro discreto y silencioso que nos alumbra y
reconforta cada noche, su cara es iluminada por el sol
desde las partes del globo que ya no son tocadas por
sus rayos. Satélite de la tierra, su constitución se
compone de elementos como silicio, oxígeno, aluminio,
calcio, hierro, magnesio, titanio, sodio, potasio y
algunos más.
Con la imaginación poderosa de Julio Verne el
hombre viajó a la luna el siglo diecinueve. Se
sucedieron desde entonces un sinfín de tentativas y
viajes –reales e imaginarios- en pos de su conquista,
hasta que la hazaña real, el alunizaje, fue consumado
en julio de 1969 –medio siglo ha transcurrido ya- por
un equipo de astronautas de Estados Unidos.
37
Transmisora de paz y de quietud, un halo sentimental
la envuelve. Acaso porque está asociada con la noche
y a la noche pertenecen los misterios y las cosas del
amor. Con plegarias, los enamorados se acogen a su
advocación y abrigo y la Luna de miel encamina el
sendero de los recién casados. Entre nosotros, la
población la elogia mediante un caudal de vistosas
ceremonias y tributos, tales como algunos sentidísimos
boleros. Luz de luna, Luna de octubre, Celos de luna
son tres ejemplos que asoman al recuerdo mientras
redactamos este texto y colman el ejemplo de su
arraigo popular.
Es inevitable anotar que es invocada por
creadores y artistas de todos los oficios y
procedencias; que magnos compositores se inspiran en
ella y le ofrendan algunas de sus más hondas
creaciones; igual que ocurre con el historial de las
artes plásticas, cuya puerta eludimos tocar porque
tornaría esta nota inacabable.
Pero es ineludible una cita con la literatura,
son demasiados los autores que la han agasajado. Para
los poetas -en todos los rumbos y tendencias- la luna
ha constituido una referencia poética, desde el
despertar de la humanidad. Uno entre ellos, en los
albores del siglo pasado y desde Buenos Aires, proveyó
a la vasta literatura en español de un poemario
38
vanguardista y precursor, celebratorio de la luna y
sus contornos.
Con Lunario sentimental (1909) Leopoldo Lugones
ensayó mil y una posibilidades metafóricas inspiradas
en la luna. Fue un extraordinario gimnasta verbal,
anota Enrique Anderson Imbert (Historia de la
literatura hispanoamericana). Abonó el patrimonio de
nuestra lengua y nuestras letras. Confiado, agradecido
y juguetón, el enorme poeta irrumpe así en la leyenda
con su Himno a la luna:
Luna, quiero cantarte,
¡Oh ilustre anciana de las mitologías!
Con todas las fuerzas de mi arte.
Y canta a la Luna maligna, a la Luna ciudadana,
a la Luna bohemia, a la Luna crepuscular, a la Luna
de los amores...
Al discurrir sobre nuestro individualismo,
Borges señala -Otras inquisiciones- que en el primer
siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes
declaraban que la luna de Atenas era mejor que la luna
de Corinto.
Asumido el argumento individualista nada nos
impide seguir adelante y declarar nuestra intención,
que anhela una hazaña más modesta y recatada. Aspira
a cortejar a la luna que se despliega refulgente cada
39
noche en las serranías de Guanajuato, un sitio nada
cerca geográficamente a Atenas o a Corinto.
Allí, agotados los contornos de la tarde y al
abrigo del silencio ensombrecido de las horas, nos
apartamos a invocarla. Nos acercamos quietamente,
despojados ya de apremios terrenales. Hay que
sobreponerse a la emoción, a fin de no perder el tono
medio, ante el temor de que alguna deidad en el cielo
se despierte.
CDMX, mayo-junio de 2019
40
Una pálida sombra
A veces aparecen en la memoria sonidos, ritmos o
tonadas que nos escoltan con persistencia. Aun contra
nuestra voluntad. Van liadas a la mente y a nuestras
sensaciones con obstinación, como reliquias de
experiencias amadas que en algún momento fueron.
¿Pertenecen a lo que la psicología llama asociación
de imágenes? Un día en la vida, La casa del sol
naciente; Alto, más alto; Juntos esta noche; No hay
leche hoy; La señora Robinson; Enciende mi fuego; Como
piedra rodante y muchas otras, son rolas ligadas a
vivencias y recuerdos arraigados.
El rock resonó en el planeta y vivió su apogeo
en la década de los sesenta, el siglo pasado. A los
nacidos en la posguerra nos acompañó de la mano.
Crecimos y nos formamos con esa música que conmovió a
la sociedad entera y revolucionó todo o casi todo. Se
trataba de una invención, de un nuevo género artístico
ruidoso e iconoclasta, a la vez que de una irreverente
manifestación cultural montada en el flujo de la
música culta pero colmada de elementos propios y de
mezclas, resonancias y acordes de la popular.
Abanderaba el rock el carácter libertario de la
juventud de todas partes y de todos los estratos
sociales. No es retórico decir que no importaban
41
lengua, raza o religión. Significaba también una forma
de reconocimiento, una suerte de credencial que
amparaba una sensibilidad renovada y envolvía una
visión fresca de la sociedad, renuente al
Establishment.
El entorno de anhelos y emociones en que se vivía
estaba abierto a un caudal de novedades. Escuchábamos
rock en los entretiempos de los debates de la Guerra
de Vietnam y de la Filosofía existencialista. Aunque
los aficionados sumáramos millones, aquella música
alcanzaba para todos y era compartida sin recelo.
Representaba un lazo de unión, de comunión entre los
jóvenes. Cada quien se acogía y amparaba en un grupo
favorito, igual que abrazaba sus piezas preferidas.
La segunda mitad de los sesentas fue
especialmente pródiga. Cada semana surgían novedades
que se disputaban los primeros sitios en las listas
de popularidad, en estaciones radiales de todas
partes. En la Ciudad de México competían varias
radioemisoras por atraer a los jóvenes a su
programación enteramente dedicada al rock y a la
música pop. A Radio Exitos, La pantera de la juventud
y Radio capital, las recordamos con afecto. Radio
Universal inició actividades algún tiempo después. Las
ondas alcanzaban la provincia con menor intensidad que
al Valle de México. Las captábamos no sin
42
contratiempos y veleidades de la sintonía. Pero no
cedíamos ante esas adversidades.
Luego de colmar rincones y espacios en todos los
rumbos se esparció transformado en distintas
corrientes, cada una con multitud de aficionados. De
la constancia reciente, recabada aquí y allá,
colegimos que el rock sobrevive –todavía- y se expresa
donde puede. En las cosas del espíritu siempre es lo
que una vez ha sido, dice Alfonso Reyes.
Juan Humberto era arriesgado, jugaba al todo o nada.
Lo que planeaba o hacía era en dimensiones
pantagruélicas, sin excepción. Entonces creíamos que
llegaría a puestos altos e importantes en las esferas
del poder político. Por lo pronto su planilla –de la
que yo formaba parte- había arrasado en las elecciones
de la “Sociedad de alumnos” del Instituto Celayense,
donde cursábamos bachillerato.
Aquella tarde de otoño del 70 también lo fue. La
convocatoria para celebrar el triunfo reunió a lo más
visible y activo del estudiantado. La fiesta tuvo
lugar en casa de los padres de Juan Humberto, un
inmueble maduro con un patio amplio y acogedor, en el
centro de la ciudad. No reparé en cómo fluyó el
alcohol, pero sí en el baile, que se tornó peculiar y
lo mejor de la noche. Resultó asombroso, casi
43
demencial, que sólo una pieza sonara en el tocadiscos
durante todo el evento. Una y otra vez. Treinta o
cuarenta veces. Nadie lo lamentó, al contrario,
parecían felices los que bailaban y los que no. Estos
conversaban en corrillos con vasos de plástico en la
mano o debutaban fumando bajo la escalera, en un ala
del patio.
Era y es una obra de arte, una joya del más
refinado rock de aquella época, la pieza que sonó
incansablemente. Una tonada cautivadora, de música
novedosa de jóvenes para jóvenes, inspirada en J. S.
Bach en opinión de algunos. Lanzada al mercado el 8
de junio de 1967, se anunciaba y se conoció en la
radio en México como Una pálida sombra o Cada vez más
pálida, del grupo inglés Procol Harum. Se impuso
abrumadoramente en la preferencia de los jóvenes
apenas circuló.
Hoy, más de medio siglo después, la pieza
mantiene su vigor y su frescura. Es una obra de culto
que sigue conmoviendo a quien la escucha, como el
primer día. Aun en los legos, la pieza remueve
sensaciones profundas. Todo en ella confluye en la
tranquila y melancólica sonoridad del conjunto. El
órgano encabeza al grupo y la melodía, a la que se
acoplan con armonía e intensidad en su naturaleza, la
batería, el bajo y la guitarra. El tono áspero de la
44
voz de Gary Brooker entra y sale al compás de la guía
prodigiosa y sutil del órgano, comandado por Mathew
Fisher.
En el prólogo a uno de los cuadernillos de
Material de Lectura que edita la UNAM (No. 48, La
Poesía en el Rock), Rafael Vargas juzgaba con razón,
hace décadas, que se cometería una traición si se
traducían las canciones de rock. De haber ocurrido eso
con Una pálida sombra la traición se habría
magnificado, pues se trata de un texto nada fácil de
captar por entero aun en su propio idioma. Un texto
complejo escrito por Keith Reid, letrista del
conjunto. Y por si no bastara, la pieza es creación
de un grupo cuyo nombre también da lugar a debate:
Procol Harum.
Obra portentosa, lírica y cargada de melancolía,
quién sabe cuánto más sobreviva. La propaganda anuncia
que se han vendido muchos –se habla de ochenta-
millones de copias, volumen que ninguna otra pieza de
rock ha alcanzado. Por lo que no deja de ser una ironía
que un grupo con tal calidad y tan dueño de su oficio
sea recordado por sólo esa canción.
Mas, como toda creación humana, está sometida a
los designios del tiempo y de la veleidosa memoria
colectiva. Por lo pronto, ha ocurrido con ella algo
similar a lo que sucedió con Agustín Lara, a decir de
45
José Emilio Pacheco: “Lara pasó de moda pero escribió
tan bien que ya es un clásico”.
CDMX, noviembre de 2019
46
Tercera dosis
El martes 21 de diciembre amanece helado y umbrío.
Acaso para recordarnos que ese día comienza la
estación del frío y la inminencia de un nuevo año:
otra ventana abierta al futuro. Casi al tiempo en que
se rompe el alba, una abrumadora masa de niebla se
desplaza con rapidez y sin estrépito sobre San Miguel
y los alrededores, tornando invisible todo espacio.
La tupida capa vaporosa nos trae a la memoria la
película de John Carpenter: la imagen de la invasión
nebulosa a la ciudad. Del mismo modo nos envuelve a
nosotros una tela tenue, húmeda y delicada. La
afrontamos sin ningún prurito, casi con placer. El
viejo labrador parece entenderlo así también y
continuamos nuestra marcha.
El día anterior las autoridades municipales lo
anunciaron. La Jornada Nacional de Vacunación toca a
la puerta. La dosis –la tercera- de refuerzo contra
el Coronavirus se aplicará a la población adulta en
las instalaciones del COMUDE, a partir de las ocho de
la mañana. Con todos los avances, la ciencia no ha
logrado abatir del todo –sólo la ha atajado- la
epidemia.
También la víspera, nos alcanzó la noticia del
contagio de una amiga, en la Ciudad de México, a pesar
47
de todos los cuidados. Esa noticia coincidió con el
anuncio de la OMS alertando sobre la conveniencia de
desalentar celebraciones decembrinas visto el
carácter letal de la variante Omicrón.
Previsión y cálculo nos deciden a acercarnos
hacia las diez y media. La carga de tráfico sobre las
vías de entrada y salida de y hacia Querétaro nos
alertan. Es excesiva para el día y la hora. Pero
arribamos sin contratiempo, cuando los rayos del sol
han ahuyentado toda bruma. La luminosidad nos revela
la longitud de una fila que con certeza rebasa un
kilómetro. Varios agentes en uniforme controlan el
tránsito vehicular con eficacia. Aparcamos la
camioneta sin dificultad y nos dirigimos a la cola.
Allí, entremezclados, la fila acoge a todos los
estratos sociales, bien que constituye mayoría la
clase humilde. Compartiendo el mismo infortunio, la
amenaza de una calamidad nos congrega. El furor de la
peste era desconocido por las generaciones del
presente.
Me adelanté unos pasos para preguntar a una joven
en uniforme, detalles sobre el proceso. También me
informó que las personas con alguna afección o
enfermedad podían ingresar en otra fila y la apuntó
con el dedo, era mínima. Mientras marchaba me topé con
una pareja de colegas y amigos, como a mitad de la
48
fila y conversamos unos momentos. La formación
avanzaba con rapidez.
Adentro las instalaciones eran vastas y
funcionales. La organización, bien planeada y
eficiente. Levantaban el registro en mesas amplias –
unas veinte- distribuidas en lo que debía ser una
cancha de basquetbol. Allí requerían el pre-registro
y verificaban fechas de vacunación previa, edad y
número de teléfono.
Luego nos encaminaban a un salón contiguo,
igualmente enorme y de techo alto. La sorpresa mayor
allá fue descubrir a un buen número de “Voluntarios”
–eso indicaban sus gafetes en el pecho- gringos,
apoyando la labor de las autoridades municipales.
Ellos nos inducían a sentar en grupos de unas treinta
personas, donde una vez ocupados todos los espacios,
la enfermera que nos aplicaría la vacuna, expuso ante
los congregados, información y procedimientos ante y
post vacunatorios.
Más tarde, en un momento, nos invadió una como
revelación. Con regocijo, Esther y yo descubrimos que
a nuestra derecha conversaba una pareja de franceses
y a nuestra izquierda tres ancianas susurraban en
otomí.
Uno a uno fuimos llamados a recibir la inyección.
Una vez vacunados y conforme a indicaciones previas,
49
nos dirigían a un nuevo espacio, donde había que
aguardar minutos, ante una eventual reacción. A la
entrada de ese salón, otro voluntario ofrecía a los
vacunados una botellita de agua y una tableta de
granola. A poco arribó la pareja amiga y tras una
breve charla concluimos la jornada.
El proceso había transcurrido en una atmósfera
tranquila y ordenada. Y salimos a un lago de luz.
El noticiero de la tarde informó que en
Inglaterra se temían en los días por venir hasta cien
mil contagios diarios. Y en San Miguel se esperaba una
madrugada fría en extremo. Ni con prudencia los
hombres eluden su destino. Así que en previsión,
pusimos a mano, también, guantes y bufanda. Sigue
entero el temor. Sigue entera la esperanza.
San Miguel Allende, diciembre de 2021
50
Gustav Klimt visita San Miguel
Crónica y memoria
El más reconocido pintor austriaco, Gustav Klimt,
visita San Miguel. La muestra de su obra ha viajado
hasta el corazón del Bajío mexicano, y se exhibe al
público en el Patio central de La Casa de Europa en
México (CEM), desde el 12 de mayo. La CEM está ubicada
en el centro de San Miguel de Allende, esa antigua
población guanajuatense que ofrece, como otras
ciudades abajeñas, momentos profundos y fugaces en que
ostenta su espíritu generoso y abierto.
La Casa de Europa y la Embajada de Austria en
México pulsaron voluntades y recursos para trasladar
esta muestra de arte austriaco, desde el Palacio del
Belvedere en el Tercer Distrito vienés, hasta la
aridez colorida de San Miguel. La muestra se integra
por un conjunto de fotografías e imágenes de las obras
del artista, que exhiben la riqueza de sus formas y
colores.
La presentación de Klimt forma parte de una
muestra mayor, titulada “Austriacos en San Miguel”,
que incluye también una exposición biográfica del
compositor Joseph Haydn; una exposición histórica
digital de la Viena de fin de siglo; la presentación
51
de varios cortometrajes; así como un concierto -
homenaje a María Abel (QEPD), ex presidente de la CEM.
Medidas sanitarias mediante, la inauguración del
evento congregó una entusiasta participación, que
resistió estoicamente el calor tenaz que también
estuvo presente. La exposición estará abierta al
público hasta el 2 de junio, lapso suficiente para
acoger la visita tanto de los sanmiguelenses como de
los interesados de pueblos comarcanos.
El autor de la presente crónica –miembro del
Consejo Directivo de la CEM- hizo una breve semblanza
del pintor austriaco, la cual figura como capítulo
final de esta nota.
La Casa de Europa en México
No es improbable que Gustav Klimt expresara
satisfacción por compartir las muestras de su obra –
lo mismo que la de otras expresiones artísticas de
Austria- expuestas en el espacio cultural de La Casa
de Europa, en El Bajío mexicano.
La Casa de Europa en México
(www.casaeuropamexico.mx) es un ente constituido por
un pequeño grupo de personalidades -mexicanos y
europeos- afectos al arte y la cultura, radicados en
San Miguel de Allende, congregados en torno a una
52
Fundación establecida hace una década y cuya labor es,
sobre todo, la promoción cultural, educativa,
ambiental y otros sectores, tanto de México en Europa
como de Europa en México. La presente muestra es un
ejemplo del trabajo que realiza.
Imperio y cultura
Desde su formación en la edad Media, Austria -el
Imperio del Este- ha mantenido una presencia constante
en la historia europea. Su historia parece mayor que
las dimensiones del país. Durante siglos constituyó
uno de los sistemas más estables e incluyentes en el
centro del continente, hasta su abolición al comenzar
el siglo veinte. La Casa de los Habsburgo gobernó
Austria de 1278 a 1918 y encabezó el Sacro Imperio
Romano por largo tiempo también.
En el siglo dieciocho el Imperio abarcaba lo que
actualmente es territorio de doce naciones e incluía
hablantes de las lenguas hoy conocidas como: croata,
checo, flamenco, francés, alemán, húngaro, italiano,
ladino, polaco, rumano, serbio, eslovaco, esloveno,
ucrano y yiddish. Esa diversidad se extendía también
a las prácticas religiosas que comprendían, además del
lugar privilegiado del catolicismo, a cristianos
ortodoxos, católicos griegos, judíos, unionistas,
calvinistas, luteranos, armenios cristianos...
53
En 1848 ascendió al trono Francisco José I –
hermano mayor de Maximiliano, Emperador de México-,
quien gobernó hasta 1916. En 1867 se estableció la
doble monarquía, imperial y real: Emperador de Austria
y Rey de Hungría. Pero igual, se convirtió en
monarquía parlamentaria también en 1867, con el
triunfo de los liberales.
Durante las últimas dos décadas del siglo
diecinueve y la primera del veinte, el Imperio tuvo
una vitalidad abrumadora lo mismo que una intensa
transformación mediante el arte y la cultura. Su
influencia cultural llegó a muchas partes del planeta.
Entre nosotros inspiró a Juventino Rosas, el
compositor de Sobre las olas, una pieza que se hombrea
con los valses de Johan Srauss.
La Austria moderna, actual, fue enderezada al
carácter y conducción del Emperador Francisco José.
El Emperador era un hombre reflexivo, disciplinado y
adicto al trabajo. Su grandeza de ánimo calaba en la
población, quien tenía por él un profundo afecto. Les
atraía su imagen bonachona, sobre todo en su vejez.
Al morir en 1916, había gobernado 68 años.
Las grandes potencias predecían –la habían
procurado- la inminencia de la guerra. Francisco
Fernando, sobrino y sucesor designado fue asesinado
con su esposa Sofie en Sarajevo, el 28 de junio de
54
1914, hecho que desencadenó la Primera Guerra Mundial.
En 11 de noviembre de 1918, el emperador Carlos I,
sucesor de Francisco Fernando, dio fin a seis siglos
de Imperio de los Habsburgo, anunciando su retiro de
los asuntos de estado.
Durante la formación de la Austria presente, la
cultura tradicional de la aristocracia austriaca,
profundamente católica, era sensual, plástica, muy
alejada del puritanismo de la burguesía. La
asimilación social era difícil pero se podía alcanzar
por una vía: la cultura. El arte se había convertido
casi en religión.
La palabra cultura es una seña de identidad de
Austria, equivale –digamos- a un recurso natural
extendido y sólido. La torna un país donde las marcas
comerciales o publicitarias no se aquilatan por la
eficiencia o la productividad, sino por los paisajes
y la música, la cultura y el arte.
La Viena que vio morir a Francisco José bailaba
vals, paseaba por las calles diseñadas por Otto
Wagner, estudiaba y debatía las teorías de Sigmund
Freud, escuchaba las invenciones musicales de Mahler
y Schoenberg, leía por las mañanas la sátira
periodística de Karl Kraus y admiraba la pintura de
Klimt.
55
El dolor inconfeso de los austriacos al acabar
el Imperio se convirtió en sustancia de la literatura,
señala José María Pérez Gay en su libro El imperio
perdido. De distintos modos, todos los escritores
austriacos de la época acabaron escribiendo lo que
representa, en el fondo, la nostalgia por el Imperio
perdido.
La literatura es la más fácil de las artes pero
es también la que hace resbalar con mayor facilidad.
Es el mayor aval moral de una sociedad en lo colectivo
y la zona más acogedora de la existencia en lo
individual. Es otra forma de la felicidad.
“Esta patria desconocida, en la cual se vive con
una cuenta en números rojos –ha escrito Claudio
Magris-, es Austria, pero también es la vida, amable
y –en el borde de la nada- feliz”.
Viena en el fin de siglo
Si los límites cronológicos son imprecisos, el cambio
de siglo representa una referencia inconfundible.
Hacia 1900, la humanidad transitaba tiempos inéditos
como resultado de la revolución industrial y el
vertiginoso avance de las ciencias. Igual, una intensa
actividad cultural se desarrollaba en varias ciudades
adelantadas.
56
Si un ferviente movimiento artístico tenía lugar
en París, Londres y Berlín, otras naciones también
mostraban sus empeños. Rumania descubría para asombro
de todos, el arte escultórico de Constantin Brancusi
y la obra musical de George Enescu. El influjo
creativo se extendía hasta el otro lado del Atlántico,
donde el Modernismo hispanoamericano renovaba la
literatura de la lengua española.
Viena vivía momentos exultantes. Centro del
Imperio Austro- Húngaro, guiaba los destinos de una
porción no pequeña de Europa. En tanto que residencia
imperial y asiento de la capital del Imperio, Viena
era no sólo multinacional sino internacionalmente
importante. El emperador gobernaba con sabiduría y
tolerancia –durante tres generaciones ya- a una
docena de naciones y etnias, en un territorio que se
comunicaba en otras tantas lenguas y abarcaba el bulto
mayor de la Mitteleurop, la Europa Central y sus
confines.
Transformada en sede del saber y del conocimiento,
Viena transitaba por una de las etapas más luminosas
de su historia. No había territorio del arte, la
ciencia y la cultura en que no se ubicara a la
vanguardia: psicología, música, urbanismo,
arquitectura, economía, artes visuales, diseño,
filosofía, literatura, etcétera.
57
Gustav Klimt fue coetáneo de esa época radiante.
El arranque del desarrollo urbano de Viena, la
transformación del anacronismo en que se hallaba la
ciudad y el embellecimiento de la misma, fue promovido
por los liberales que alcanzaron el poder en 1860,
encabezados por Otto Wagner, Adolf Loos y Josef
Hofman.
Un grupo de artistas plásticos congregados
alrededor de Otto Wagner y varios arquitectos
inspirados se abrieron a las innovaciones europeas y
al Art Nouveau y confluyeron en el levantamiento de
la Ringstrasse, el elegante bulevar que circunda el
centro de Viena.
Ese mismo grupo disolvió en 1897 la Kunstlerhaus
–la Cooperativa de Bellas Artes de Viena- y ante el
rompimiento, varios de ellos crearon un nuevo
agrupamiento, llamado Secesión, que fue encabezado por
Klimt. La nueva formación declaró su independencia de
las artes decorativas tradicionales y rechazó la
orientación que prevalecía en la Kunstlerhaus.
Publicaron su propia revista y construyeron un
edificio propio para exhibir su trabajo y el de otros.
El edificio sigue en pie, fue restaurado en 1986 y
representa un modelo superior del Jugendstil.
A la ciudad, colmada de corrientes artísticas e
intelectuales, se agregó en mayo de 1903, el Wiener
58
Werkstätte –el Taller vienés- de Josef Hoffmann,
Koloman Moser y Fritz Waendoper, con el propósito de
diseñar muebles y otros objetos y espacios, así como
para decorar casas, negocios, comercios, locales... A
los tres diseñadores se unieron Klimt y Oskar
Kokoschka.
Al mismo tiempo, en el campo de las ciencias se
debatían las novedosas teorías de Sigmund Freud. Sus
estudios dieron un vuelco a arraigadas ideas y
conceptos de la sociedad y sacudieron la vida de miles
de personas. Las teorías del psicoanálisis y del
pansexualismo transformaron una concepción vital. La
interpretación de los sueños, nuevas ideas sobre la
personalidad y el inconsciente y otros conceptos,
impactaron hondamente la conducta y el pensamiento en
Occidente.
En el área musical la Viena finisecular cerraba
algunas corrientes y abría otras nuevas. Gustav
Mahler, Johann Strauss, Arnold Schoenberg y otros
compositores transformaban elementos esenciales de la
música y se empeñaban a fondo hasta alcanzar una
novedosa tonalidad.
Arthur Schnitzler, Hugo von Hofmannsthal, Karl
Kraus, Robert Musil y otros escritores hacían lo
propio en literatura. Karl Kraus depuraba a la
59
sociedad vienesa con sus sátiras; Schnitzler
introducía el monólogo interior en las letras de
lengua alemana; Hofmannsthal hacía un llamado a la
universalidad y la reconciliación; y Robert Musil
redactaba una de las mayores novelas de la literatura
universal.
Cuatro años después de que iniciara la Primera
Guerra Mundial, el Imperio de los Habsburgo fue
abolido. Ese año -1918- también murió Gustav Klimt.
La profusión e intensidad que alcanzó la
literatura creada unos años más tarde se concentró,
sin proponérselo o no, en lamentar aquella época
venturosa: la del Imperio irremisiblemente perdido.
Klimt: su arte y su tiempo
La época durante la cual emergió la obra de Gustav
Klimt ha sido una de las más estimulantes de la
historia de Austria. Igual fue una de las etapas más
resplandecientes de las postrimerías del Imperio.
Gustav Klimt nació en Viena, en 1862, siendo el
mayor de una familia de siete hermanos. A los catorce
años ingresó a la Escuela de Artes y Oficios de Viena,
donde adquirió una acabada virtud técnica y una amplia
erudición en el diseño y en historia del arte.
60
De esa escuela emergió para realizar un trabajo
insustituible en los muros y techos del Museo de
Historia del Arte y del Burgtheater. En éste
inmortalizó en su pintura a no pocos patrones del
Teatro, lo que le valió reconocimiento y prestigio
inmediatos. La calidad de su arte quedó establecida
muy pronto.
La Cooperativa de Bellas Artes de Viena -la
Wiener Kunstlerhaus- fue disuelta en 1897. Varios de
sus miembros crearon un nuevo agrupamiento al que
llamaron Secesión y fue encabezado por Gustav Klimt.
A esta nueva formación la unía no un estilo de trabajo
sino la búsqueda de libertad para crear. El grupo era
proclive a las innovaciones y contribuyó con Otto
Wagner en la urbanización y embellecimiento de Viena.
Si en varias poderosas capitales europeas y
otras, se desarrollaba un intenso movimiento cultural,
la acción de los Secesionistas austriacos desató un
oleaje que alcanzó no sólo a la región sino a Europa
toda.
Cuando se agotaron los contratos públicos Klimt
se dedicó a pintar para la alta sociedad, sobre todo
retratos de mujeres. Con los retratos creció su
abstracción y simbolismo, a decir de los estudiosos.
De las más de 250 obras de Klimt, 80 son retratos de
61
mujeres. Hizo también más de cuatro mil dibujos de
mujeres, en todas las posiciones amorosas.
Las murmuraciones lo acusaban de haber mantenido
relaciones con una cantidad de modelos, clientas y
amistades. Pero igual, debates ríspidos levantaron
también sus murales “Filosofía” y “Medicina” de la
Universidad de Viena, entre el profesorado en el
primer caso, y en el segundo la controversia llegó
hasta el Consejo Imperial.
Hay un testimonio confiable que contradice los
cargos. Una de las hermanas del pintor aseguraba que
Klimt llevó una vida asaz convencional, viviendo en
un departamento con su madre y dos hermanas, con una
rutina sólida. Y en una nota personal, el mismo pintor
habría escrito: “Estoy convencido de que no soy
particularmente interesante como persona... si
alguien quiere saber de mí –como artista, la única
capacidad en la que valgo- debe atender a mi
pintura...
Críticos e historiadores coinciden en que su arte
pertenece a las corrientes expresionista y simbolista,
antes de adoptar su propio estilo “dorado”, y cuando
ya su notoriedad como artista se hallaba establecida.
Bien poco se ha estudiado su afición al estudio del
arte japonés.
62
El magisterio de la obra de Klimt ha pasado a
constituir una referencia natural para todo estudioso
o amante del arte, e indispensable y obligada para
cada aspirante al ejercicio de las artes plásticas.
El lenguaje de las formas y los colores de Klimt es
luminoso y armónico. Su pintura, como el amanecer,
enciende la vida y sus ansias más recónditas. Más que
un estilo, Klimt parece un arquetipo.
Además de retratos, Klimt pintó paisajes,
árboles, varios murales, frisos y motivos clásicos:
Atenea, Teseo, Danae... Pintó en un Spa de Karlsbad,
en el Burgtheater, en la Universidad de Viena, en el
Museo de Historia del Arte y en otros sitios.
Participó en varias exposiciones internacionales:
la Novena Bienal de Venecia en 1910; la Exhibición
Internacional de Arte en Roma, en 1911; exhibiciones
en Budapest, Múnich y Manheim, en 1913; con Egon
Schiele y Oskar Kokoschka en Berlín en 1916. En 1917
fue electo Miembro Honorario de la Academia de Bellas
Arte en Múnich y Viena.
Sin duda, el tránsito terrenal del pintor fue
privilegiado. Murió en 1918, el mismo año que el
Imperio austriaco desapareció.
Epílogo
63
Una temporada fuimos vecinos de Klimt. El Palacio
Belvedere, el cual alberga la obra mayor del pintor y
su memoria, se encuentra en la Prinz Eugenstrasse 27,
a unos metros de Theresianumgasse, la calle donde
residimos durante nuestra estancia –más de cuatro
años- en Viena. Así que lo visitamos a menudo. Quién
sabe si el pintor nos reconoció alguna vez,
confundidos entre la multitud cotidiana de turistas.
San Miguel de Allende, mayo de 2022
64
II
65
Mora y Alamán: dos visiones
Linaje
Descendencia de criollos acaudalados y establecidos
en una de las zonas más prósperas de la Nueva España,
el Doctor Mora y Lucas Alamán fueron iguales en
linaje, fueron contemporáneos y casi de la misma edad.
Nacieron a pocos kilómetros de distancia uno de otro,
en el estado de Guanajuato. Ambos de poderosa
inteligencia, ostentaron títulos de oficios y
profesiones múltiples, gracias a sus diversas
habilidades. Entendían de economía, de historia, de
sociología, de política y de los resortes del poder y
fueron diplomáticos los dos durante una época.
Si esas semejanzas eran notables, su visión
política era opuesta por completo. Mas diré con
Vicente Riva Palacio que “La historia no cuenta todo
esto así, pero a mí me halaga más la tradición”.
Siglo revuelto el diecinueve mexicano. Mora y
Alamán representan los polos, los extremos en el
ideario del México que surgía a la independencia. En
el primer tercio del siglo –el siglo de las
nacionalidades- los escritos de Mora y Alamán lideran
y encarnan las posiciones y los afanes de liberales y
conservadores, que al paso del tiempo se
66
radicalizarían y sobreviven hasta nuestros días. La
leve Atenas y la intensa Esparta continúan partiendo
el corazón de los hombres.
La conciencia histórica y el análisis y
valoración de la realidad nacional –con vistas a la
solución de sus problemas- constituían el tono
distintivo de las letras en los primeros años de vida
independiente de México, ha señalado José Luis
Martínez. Y fue ese el terreno en el que labraron los
dos ilustres guanajuatenses.
Con un par de excepciones, los historiadores,
biógrafos y otros autores consultados para esta nota
poco o nada nos cuentan -como hace Plutarco en sus
Vidas- sobre las actitudes y hábitos personales, del
semblante y carácter de los varones a quienes nos
referimos.
El doctor Mora
El doctor José María Luis Mora nació en Chamacuero
(hoy Comonfort), Guanajuato el 12 de octubre de 1794
y murió en París en 1850. Fue enfermizo en su niñez,
mas recibió una educación privilegiada, que la
afluencia de su familia sorteaba sin dificultad.
Estudió en la Escuela Real de Querétaro, luego en el
Colegio de San Pedro y San Pablo y en San Ildefonso.
67
Hombre privilegiado, obtuvo un doctorado en
teología, se ordenó sacerdote y años más tarde se
recibió de abogado. Se desempeñó, entonces, como
sacerdote, político, historiador, diplomático,
escritor e ideólogo del liberalismo. Se le considera
el exponente más importante y radical de esa doctrina
en el México de aquella etapa.
Abolir los privilegios del clero y la milicia
fueron propósitos centrales de su ideario y de sus
afanes personales. Tenía aversión a los militares por
sus manías y apetitos y pugnaba por la acabar con sus
privilegios. Además de la milicia desconfiaba del
clero. Fue impulsor incansable de la amortización de
los bienes eclesiásticos. Una de sus mayores luchas
la libró contra el monopolio que el clero ejercía
sobre la educación pública. Fue, así, precursor de la
enseñanza laica.
Con Valentín Gómez Farías y Lorenzo de Zavala,
entre otros, el doctor Mora perteneció a la primera
generación liberal. Su carrera de escritor la inicia
en 1821. Saltó a la palestra promoviendo ideas
liberales en publicaciones periódicas: primero en el
Semanario Político y Literario de México; después en
el Observador de la República Mexicana; y más tarde
en El Indicador de la Federación Mexicana.
68
Se había formado en la lectura de los clásicos y
la escolástica. Sus textos fueron, sobre todo,
comentarios y opiniones de economía política y de
enseñanzas evangélicas. Todo el ideario de Mora tiene
una sustentación económica, observa Agustín Yañez.
Un estudioso de su obra asegura que Mora escribía
correctamente, pero no cuidaba la estética. Otro de
sus biógrafos señala que Mora era mejor analista que
historiador. Como fuere, es indiscutible que fue una
de las personalidades más ilustres y representativas
de la primera generación del México independiente.
En las desavenencias civiles de la post
independencia, Mora se inclinó por los yorkinos (la
masonería yorkina), pero nunca perdió de vista algo
más importante: la libertad individual. Una de las
enseñanzas que le dejó la Revolución francesa,
aseguraba, fue que el primer paso que se da contra la
seguridad individual, es el precursor indefectible de
la ruina de la nación y del gobierno.
El federalismo fue otra de sus más arraigadas
creencias. Apoyó al gobierno de Santa Anna vía el
Vicepresidente Gómez Farías en 1833. Se decía que él
era la eminencia gris de Gómez Farías. Político
irreductible, dirigió el movimiento liberal y fue su
más certero e inteligente expositor, no obstante que
69
haya sido un revolucionario de tono académico, en
opinión de otro de sus biógrafos
En 1823 estableció el primer curso de economía
política en México.
Gran orador y escritor político, fue autor de una
multitud de leyes, decretos y circulares, en cualquier
cantidad de asuntos. En París publicó México y sus
revoluciones,-obra que no debe faltar en toda
biblioteca de asuntos mexicanos, señala un estudioso
de su obra- en dos tomos, en 1836 y sus Obras sueltas,
en tres volúmenes en 1937. Escribió historia, economía
y sociología en una de las prosas más elegantes de
toda la historia de nuestras letras, asegura José Luis
Martínez.
A la caída de Santa Anna, Mora inició un
autoexilio en Europa, cuya naturaleza no se ha
esclarecido por completo. Allá pasó grandes penurias
económicas. Padeció estrecheces y se quebrantó su
salud. Vivía de hacer trabajos menores. En sus últimos
días “llevó con dolor su soledad”.
Gómez Farías, de nuevo Vicepresidente (en 1847),
lo designó Ministro Plenipotenciario en Londres,
adonde arribó el 20 de marzo de aquel año. Trabajó
mucho en la diplomacia del momento: La guerra del 47.
Inglaterra no se portó mal con México, creía Mora,
quien en todo momento defendió la integridad de
70
México. Sirvió al país con enorme eficacia y
honestidad.
Fue vasta su obra escrita, pero prevalecen sobre
todo México y sus revoluciones y Obras sueltas. México
y sus revoluciones, contiene el análisis sociológico
más certero sobre el México de su época, coinciden
varias autoridades en la materia.
Admiraba a Morelos, a quien juzgaba un hombre
extraordinario y dudaba de la posibilidad de la Unión
que Bolívar promovía para los pueblos
latinoamericanos. Con todo y ser la cabeza del grupo
liberal, consideraba que las convulsiones públicas
sólo por excepción son un medio de progreso.
En su semblanza de Mora, Arturo Arnaiz y Freg
señala que: “Con un optimismo muy a la moda europea
de 1830, creyó en el progreso”. ¿Y por qué no iba a
creer? El liberalismo, como doctrina y programa
político puede situarse en la Inglaterra
revolucionaria del siglo diecisiete y las aspiraciones
o propuestas liberales son lugar común: libertades
individuales, tolerancia religiosa, estado de derecho
y garantía de derechos políticos.
El Doctor Mora murió el 14 de julio de 1850 en
París, adonde había viajado a fin de combatir la
tuberculosis que lo agobiaba.
71
Don Lucas Alamán
Historiador, estadista, político, empresario,
naturalista, diplomático, es el panorama de oficios y
actividades en que transitaba Lucas Alamán. Dejaba en
claro que los hombres no pertenecemos a una sola
especie.
Nació el 18 de octubre de 1792, en la ciudad de
Guanajuato, en el seno de una familia acaudalada y
como tal, tuvo una educación esmerada. Estudió en el
Seminario Real de Minería de la Nueva España. Luego
del Real Seminario viajó a Europa. Residió en España
y visitó París, Londres, Italia, Suiza, Holanda,
Alemania y Bélgica. Hizo algunos estudios en las
universidades de Gottinga y París, en ciencias
naturales y química.
Alamán poseía una amplísima cultura y dominaba
el francés, el inglés, el italiano y el latín, además
de conocer el griego y el alemán. Igual que Mora,
vivió varios años en Europa.
Sus escritos fundamentales son las Disertaciones
y la Historia de México. En el prólogo de la Historia
afirma: La utilidad de la historia consiste, no
precisamente en el conocimiento de los hechos, sino
72
en penetrar el influjo que estos han tenido los unos
sobre los otros.
En política Alamán representa al líder de las
ideas conservadoras y monárquicas. Su capacidad lo
convirtió en el cerebro de los conservadores. Fue
electo diputado a las Cortes de Cádiz, en 1821. Era
Miembro del Partido Conservador y el más insigne
intelectual del conservadurismo mexicano.
Al volver al México ya independiente se convirtió
en un político influyente. Creó el Banco del Avío y
las Fábricas de Hilos y tejidos de El Bajío. Creó el
Archivo General de la Nación, fue presidente del
Ayuntamiento de la Ciudad de México y Ministro de
Fomento, donde impulsó la industrialización e
instrumentó el Banco del Avío.
Aristócrata consecuente, se oponía a los cambios
y pugnaba por el orden y el respeto a la propiedad.
Rechazaba la forma republicana de gobierno para
favorecer la monarquía como organización política. Fue
acusado de la autoría intelectual de la muerte de
Vicente Guerrero.
Figura brillante del conservadurismo
decimonónico, fue uno de los Cancilleres más
destacados que ha tenido México, tanto por su
conocimiento del mundo, como por su manejo de las
relaciones internacionales y su capacidad de
73
negociación. Como canciller de México –lo fue en
cuatro ocasiones- siempre consideró a Estados Unidos
un vecino peligroso. Desconfiaba de ese país y cuidaba
los flancos del nuestro. Con América Latina buscaba
que se mantuviera la unidad y la paz y anhelaba el
liderazgo en la región. Impulsó la formación de un
“frente común iberoamericano”.
Elaboró muchos artículos, estudios e informes
oficiales, pero escribió dos obras fundamentales:
Disertaciones sobre la historia de la República
Mexicana –en tres volúmenes- y la Historia de (la
independencia de) Méjico, en cinco volúmenes. Hay
quien asegura que la suya es la mejor historia de la
independencia de nuestro país.
Fue el forjador del reconocimiento de México por
Estados Unidos y por varios países europeos. Se opuso
a la colonización de Texas y se afanó por fijar los
límites México – Estados Unidos. El nuestro fue el
primer país cuya independencia reconoció España, en
buena medida gracias a la firmeza de Alamán.
Nunca cedió su interés y actividades en la
promoción del desarrollo industrial del país.
Murió en la Ciudad de México el 2 de junio de 1853.
Es uno de los políticos más inteligentes y
honestos –igual que Mora- que ha procreado México.
74
Perspectiva
Mora y Alamán habían muerto en 1857 cuando se promulgó
la constitución reformista. Ellos habían sido líderes
de los partidos que disputaban el progreso y el
retroceso. La historia de la cultura mexicana del
siglo diecinueve sólo puede entenderse por los choques
entre liberales y conservadores y el triunfo de
aquéllos.
Alamán habitaba en las nubes de la aristocracia,
por lo que no obstante todas sus cualidades, la
historia lo ha relegado. Su posición monárquica y su
apoyo a la dictadura de Santa Anna lo señalaban. El
historiador Jorge Gurría Lacroix escribe que “Su casta
era la que constituía la Nueva España, las demás eran
la nada. Desconocía la dolorosa miseria de las clases
pobres del país, sus necesidades y virtudes”.
Del doctor Mora, Arturo Arnaiz y Freg escribió:
“Como ocurre con muchos profesores que caen en la
política, fue un revolucionario de tono académico...
Soberbio y altanero, confió más en la fuerza del
raciocinio que en la de la emoción”.
Mora y Alamán figuran en el catálogo de los
“Escritores en la Diplomacia Mexicana” que editó la
Secretaría de Relaciones Exteriores –Tomo III- en
75
2002. Con todo, más que literatos, Mora y Alamán son
historiadores y escritores políticos, señala José Luis
Martínez.
Fueron, en breve, hombres de valía excepcional
bien que de ideario y visión diferentes. Y cada ser
humano encierra la forma entera de la condición
humana.
CDMX, junio de 2021
76
Dones de la Reforma
I Dones de la Reforma
La historia de México ha sido violenta y cruel. ¿La
violencia? El libro rojo de Manuel Payno y Vicente
Rivapalacio la documentan desde la fundación de
nuestro país. En la actualidad, los medios
informativos la reportan diariamente y paso a paso.
Mayor que nunca antes, el número de víctimas que
genera alcanza cifras de dos dígitos cada día.
Durante el siglo diecinueve México padeció todas
las desazones y vaivenes que un país en formación
puede arrostrar: luchas civiles, invasiones del
exterior, dictaduras, golpes de estado, ensayos
imperiales, qué no. Con todo, mantuvo momentos -
escasos y breves- en los que florecieron páginas
luminosas en la evolución del país, impulsadas por la
acción de varios de sus mujeres y hombres más
brillantes.
Cercanos a nuestros anhelos, dos entre ellos
cumplen el presente año dos siglos de haber nacido,
uno en San Miguel de Allende, Guanajuato y el otro en
la Ciudad de México. Ambos formaron parte del grupo
de los Liberales. Bien que el término liberal ha
evolucionado al paso de los años, siempre ha estado
77
vinculado con el concepto de libertad. Fueron los
Liberales quienes pugnaron por valores y derechos
fundamentales de la nación que –a siglo y medio de
distancia- aún padecen por incumplimiento o siguen
dolorosamente ausentes.
¿Qué procuraban los Liberales? La igualdad, el
laicismo y el progreso. Defendían la democracia
representativa, el federalismo, la separación de
poderes, la independencia de la iglesia y el Estado.
Luchaban por la defensa de las libertades individuales
en todos los ámbitos: desde el laboral y comercial
hasta el educativo y periodístico, así como el
progreso de la ciencia y de la sociedad a través de
instituciones como el municipio y la escuela,
establece Liliana Weinberg (Ignacio Ramírez, La
palabra de la Reforma en la República de las letras.
FLM/ UNAM/ FCE, 2009)
La élite de aquel conjunto extraordinario de
personajes estaba formada por los “dieciocho letrados
y doce soldados”, a los que canonizó don Luis González
en su relato sobre la “República restaurada” (Historia
General de México, Tomo III, El Colegio de México,
1977).
Eran, la mayoría, abogados, políticos y
literatos. Mas, si bien la literatura constituyó un
elemento de primer orden en su vida y obra, lo cierto
78
es que en general eran magníficos versificadores pero
no grandes poetas. Su prosa, en cambio, se cuenta
entre lo más selecto de la literatura mexicana del
siglo diecinueve.
La prensa fue el conducto principal mediante el
cual se expresaban. Desde la Guerra del 48
proliferaron los periódicos, sobre todo en la década
de los sesentas. El Renacimiento, El Monitor
Republicano, El Siglo XIX fueron los medios más
recurrentes de los Liberales.
Fue a través de la Constitución de 1857 como los
Liberales infundieron muchos de sus ideales y
aspiraciones. Mediante la educación impusieron los
propósitos más hondos de la Reforma, llevando su
convicción hasta decretar la enseñanza libre, cuando
Ignacio Ramírez se desempeñaba como Ministro de
Justicia e Instrucción Pública.
Eran partidarios del sistema federal, impulsores
de la igualdad, el laicismo y el progreso; buscaban
dotar a México del sentido de patria. Los liberales -
escribió Carlos Monsiváis- conceden al Estado la
formación de los mexicanos: la enseñanza e imponen a
la nación un proyecto histórico y muy a medias un
modelo de sociedad.
79
II Ignacio Ramírez (1818-1879)
Del gran héroe liberal casi todo se ha dicho; las más
veces con reconocimiento y elogio. Es uno de los
mexicanos más brillantes que ha procreado el país y
forma parte -asegura un juicio histórico- de los tres
artífices de la Reforma: José María Luis Mora,
Valentín Gómez Farías e Ignacio Ramírez.
No deja de ser una contradicción que se apodara
el Nigromante, a él que era un iluminado, un hombre
al que guiaban las luces de la razón, formado en el
Colegio de San Gregorio y en el Colegio de Abogados
de la Universidad Pontificia Nacional, además de ser
miembro de la Academia de Letrán. Fue amigo y
colaborador de Guillermo Prieto en varios proyectos;
con él y Manuel Payno fundó el periódico Don
Simplicio.
Jurista eminente y polemista agudo, no hubo
asunto ni tema político que no tratara en su búsqueda
por la emancipación, la libertad y el desarrollo del
país. Orador y escritor dotado, recorría el territorio
nacional proclamando el ideario liberal. En campaña
permanente por impulsar los cambios que la nación
demandaba, iba por todas partes dando discursos y
conferencias y publicando artículos, decisivos para
la Reforma. Más que un ordenado autor literario, fue
uno de los grandes propagadores de la Reforma.
80
Electo Diputado Constituyente por Sinaloa en
1957, destacó en la Cámara por su arrolladora
elocuencia. Aunque sólo fuesen periodos breves, sus
opiniones lo hicieron padecer cárcel varias ocasiones.
Y no se ha destacado bastante que fue un radical
promotor de la igualdad de género. En 1861 fue
nombrado Ministro de Justicia e Instrucción Pública
del gabinete juarista y en 1868, ya distanciado de
Juárez, fue nombrado Ministro de la Suprema Corte de
Justicia, cargo que mantuvo hasta su muerte, en 1879.
Los hombres de su época lo admiraban sin
entenderlo, escribió Alfonso Reyes. No es imposible
que así haya sido si un escritor tan escrupuloso y
fértil como fue Reyes hace un breve y encendido elogio
“por este hombre fogoso y desigual... verdadero enigma
para la crítica”, pero ni abunda ni escribe más sobre
él. Por su parte, Octavio Paz lo ubica como: “Quizás
la figura más saliente de este grupo –los Liberales-
de hombres extraordinarios”.
No es improbable que quien mejor lo ha juzgado
literariamente sea José Luis Martínez, al señalar con
acierto que el héroe de la Reforma“... tenía una
personalidad política más definida y acentuada que su
personalidad literaria”... que “La parte principal de
sus escritos son discursos, estudios sobre materias
políticas, cívicas, económicas y sociales”... y que
81
“El drama intelectual de Ignacio Ramírez fue su
dispersión, querer hacerlo todo”.
De su conducta y temple frente al poder –un
fenómeno que embruja, enreda y marea a los
latinoamericanos con naturalidad y sin excepción- dos
episodios lo muestran con nitidez. Uno es su oposición
a la reelección de Benito Juárez y otro su conocida
reconvención al Presidente Porfirio Díaz: “Usted es
casi omnipotente como lo son en México todos los
triunfadores. Puede quitar sus grados a todos los
generales y dárselos a otros sujetos que no hayan
peleado nunca; puede abolir la Federación, unir la
Iglesia y el Estado, nombrar diputados a los sujetos
que le plazca, restituir los fueros, imponer el
sistema monocamarista o el bicamarista y hasta acabar
con las cámaras.
Pero hay cosas que no están en su mano y yo deploro
que no estén, porque me duele que sea limitado el
poder de los generales triunfadores; por ejemplo,
hacer que dos y dos sean nueve, cambiar el curso de
las estaciones e improvisar sabios, aunque sean tan
modestos como los que aquí tenemos”.
De haber vivido en la actualidad, acaso nada
hubiese resentido más este hombre todo enjundia, todo
inteligencia, todo honradez, como contemplar los
niveles que ha alcanzado la corrupción en el país.
82
Naturalmente, este hombre ecuménico, espíritu y motor
de la Reforma, de probidad irreprochable, murió con
menos de lo que proporciona la dorada medianía.
III Guillermo Prieto (1818-1897)
Su admiración y cariño por Ramírez era sagrado. “Para
hablar de Ramírez –escribió- necesito purificar mis
labios, sacudir de mi sandalia el polvo de la Musa
Callejera, y levantar mi espíritu a las alturas en que
se conservan vivos los esplendores de Dios, los astros
y los genios”.
Prieto fue poeta, periodista, orador ferviente,
político genuino, diputado constituyente, más de una
docena de veces miembro del congreso y Ministro de
Hacienda varias veces también. Menos fogoso, pero no
menos radical y convencido que su amigo el Nigromante,
Guillermo Prieto representa al héroe épico de la
Reforma. Como casi ninguna otra, asegura Carlos
Monsiváis, la trayectoria de Prieto expresa el valor,
el talento, el entusiasmo, la indignación patriótica
y la generosidad.
La invasión de Estados Unidos a México en 1847
lo resolvió a entrar de lleno en la política. Fue un
gran patriota y protagonista de grandes
transformaciones del país, sin que él hiciera alardes.
83
Uno de tantos episodios anecdóticos que propició la
audacia de Prieto fue la salvación de ser pasado por
armas con un grupo de –unos ochenta- Liberales
encabezados por Juárez, en el que el carácter y la
palabra de Prieto privaron sobre la soldadesca. Lo
relata el mismo Prieto y a la historia ha pasado,
convertida en leyenda, con una de las frases claves
de su arenga: “Los valientes no asesinan”.
Con los hermanos José María y Juan Lacunza y
Manuel Tossiat fundó la Academia de Letrán, una de las
sociedades literarias más importantes del siglo
diecinueve mexicano, a la que pertenecieron también
Andrés Quintana Roo, José Joaquín Pesado, Manuel
Carpio, Ignacio Rodríguez Galván, Ignacio Ramírez,
José María Lafragua y Manuel Eduardo de Gorostiza,
entre otros.
Hombre versado en un caudal de artes y
disciplinas escribió sobre un sinfín de materias. Así,
cuenta Juan de Dios Peza que Prieto es también autor
de unas autorizadas “Lecciones de economía política”.
A su vez, José Luis Martínez señala que Prieto es el
costumbrista y el romancero de las gestas nacionales
y, como el Nigromante, desbordaba sus convicciones en
El Siglo XXI y el Monitor Republicano, los diarios
proclives a los Liberales.
84
Para Prieto también fue prioridad la acción
política y sus escritos giraban en torno a la
propaganda reformista. No obstante ello, algunas de
sus obras rebasaron esa zona, como lo demuestran sus
libros de viajes. Pero lo que sobrevive de él en
literatura por sobre todo, es su monumental Memoria
de mis tiempos, libro en el que relata “las costumbres
de la época”. Cierto es que es ésa una de sus
características notables, pero son múltiples sus
significaciones. Uno de los episodios que mayor
deleite produce es la lectura del capítulo relativo a
la dieta alimentaria de cada día, tanto para las
clases pudientes como para las menesterosas.
Prieto atendía en toda persona a sus cualidades
y virtudes. Veneraba a Quintana Roo y a Morelos.
Generoso y humilde, relata con simpatía su
conocimiento de Lucas Alamán, su adversario en
política. Conocer lo que opinaban de él sus amigos y
contemporáneos es admirar su grandeza de ánimo, su
buen humor y su simpatía. Ramírez lo describe como un
hombre festivo, ingenioso y audaz. Sin ser
condescendiente, era amable y gentil con todos. Al
frecuentarlo, nosotros nos hemos creado la impresión
de que por temperamento, Prieto era un líder natural.
85
A su entierro acudió todo el gabinete, incluyendo
a Don Porfirio. Los oradores en la ocasión fueron Juan
de Dios Peza y Juan A. Mateos.
IV Legado
Si el grupo liberal lo constituía un volumen no escaso
de personajes -brillantes y resueltos todos-, Prieto
y Ramírez sobresalían por sus méritos y atributos
personales. Sus contribuciones a la causa liberal no
pocas veces trocaron en la ruta que tomó la historia
patria. Si la Reforma creó el perfil de la nación,
ellos la dibujaron con sus ideales.
Herederos de la Ilustración, mantuvieron siempre
la puerta abierta a la calle, al pulso de los
acontecimientos cotidianos, participando de todos los
aspectos de la vida. Los dos fueron hombres de acción
y polígrafos naturales. Su asiduidad a publicar en la
prensa diaria provenía de su convencimiento del poder
de la frase escrita. Pero acaso reconocían que la
inteligencia no debe aspirar al poder supremo, que no
es ese su fin.
Si entre lo más selecto de la civilización
destaca el espectáculo de una vida plena, estos dos
Liberales la bordearon. A dos siglos de su nacimiento
86
nosotros también –uno entre miles- les ofrecemos un
modesto homenaje.
LA / CDMX, febrero de 2018
87
Saeta
Chesterton discurre que cada pueblo tiene un modo de
celebrar mediante la estatuaria. “Ahí tenemos –dice-
el estilo monumental francés, que consiste en erigir
estatuas muy pomposas y muy bien hechas. Existe el
monumental estilo alemán, que consiste en erigir
estatuas muy pomposas y muy mal hechas. Y hay también
el monumental método inglés, el gran estilo inglés
sobre las estatuas, que consiste en no erigirlas de
plano”.
La epopeya se remonta a varios siglos. Luego de
aprender de lo hecho por Egipto y Asiria el escultor
griego quería saber cómo iba, él, a representar un
cuerpo particular, señala E. H. Gombrich en su
monumental Historia del arte. El arte griego tuvo
siempre el sello del intelecto que lo creó y cuando
los artistas cristianos comenzaron a representar a
Jesucristo y a los apóstoles, continuaron la tradición
de aquél.
Son dos, grosso modo, los géneros en los que
realiza su trabajo el escultor moderno: la escultura
ornamental y la estatuaria. Esta se ha tornado
patrimonio común dado su carácter cívico o religioso
sobre todo. Así, en el extremo norte de Manhattan, en
Nueva York, se yergue majestuosa una figura familiar
88
a los ojos de cualquiera, siendo a la vez un símbolo
sagrado de Estados Unidos: la majestuosa Estatua de
la libertad. Fue un regalo de Francia a aquel país y
es asimismo una muestra ejemplar de la estatuaria
histórica.
Igualmente veneradas y monumentales, aunque
menos expuestas que aquélla, al otro lado del globo
se encuentran las gigantescas de Kim Il Sung, el
histórico dirigente norcoreano, y la de Mao Tse Tung,
el “gran timonel” chino, que le compiten en tamaño y
en fervor cívico.
Pero el caudal verdaderamente formidable es el
que se ha levantado con motivos religiosos en
Birmania, China, Japón y en otras naciones del
Pacífico asiático. Incontables réplicas del Buda con
expresiones y en posturas diferentes, imponentes por
sus dimensiones colosales y por su intención. El Buda
de pie, sentado o recostado... el Buda forjado en
piedra, en bronce, en madera, en otros materiales...
el Buda sereno, sonriente, serio, compungido... La más
reconocida entre ellas es la de Tian Tian o Buda
gigante, ubicada en Hong Kong.
El cristianismo mantiene un registro propio.
Frente a una de las bahías más hermosas del planeta y
él mismo uno de los monumentos más conmovedores a la
visión humana se alza el Cristo del Corcovado, en Río
89
de Janeiro, Brasil. Con una altitud de treinta metros
y montado en un pedestal de ocho, la figura del Cristo
redentor se eleva majestuoso desde el ángulo por el
que se le observe. Con los brazos extendidos parece
abrazar a la ciudad, acogiendo amorosamente el
perímetro gentil de la bahía. Inaugurada en 1931,
representa uno de los grandes atractivos de Brasil y
se cuenta entre las siete maravillas del mundo. Su
autor fue el francés Paul Landowsky, aunque el rostro
es obra del escultor rumano Georghe Leonida.
Hasta hace poco correspondía a los polacos el
honor de contar con la más alta del mundo. Inmensa y
blanca, fue inaugurada en 2010 en la ciudad de
Swiebodzin, al noroeste del país. Se le refiere como
La estatua de Cristo Rey y cuenta con el fervor de
continuos visitantes. Asciende a treinta y seis metros
sobre una colina de dieciséis, alcanzando así
cincuenta y dos. La altura es el gran atributo que la
adorna, pero está visto que no todo lo que se eleva
llega al cielo. Mientras se escribía esta nota, en la
India anunciaron la inauguración de una más elevada
que la polaca, de ciento ochenta y dos metros. Se
trata de una de carácter histórico: la efigie de
Sardar Patel, uno de los padres de la independencia
de aquella populosa nación.
90
Otras levantadas en el continente americano que
sobresalen por su elevación y tamaño y de intención
religiosa, son –la lista no es exhaustiva- el Cristo
de la Concordia en Cochabamba, Bolivia; el Cristo Rey
de Cali, Colombia; y el Cristo de la montaña en El
Bajío mexicano.
El Bajío va, escribió el historiador Antonio Pompa y
Pompa, “desde la llamada Puerta de Tierra adentro de
San Juan del Río hasta la ciudad de León y luego en
intrusión suroeste que sigue hasta Lagos de
Moreno...”. Allí, en el centro del territorio abajeño
se alza la estatua del Cristo de la montaña.
Pero El Bajío –lo sabemos- denota no sólo un
territorio en el centro del país, sino también un
espacio histórico, económico y cultural que abarca
parte de Aguascalientes, Jalisco, Querétaro, San Luis
Potosí y Guanajuato.
Sobre su lomo ariscado, sostiene la estatua el
Cerro del Cubilete. Pertenece a la jurisdicción del
municipio de Silao, a unos veinte kilómetros de la
ciudad, en el estado de Guanajuato. La altura del
Cerro es de 2,579 metros sobre el nivel del mar, por
lo que el Cristo puede apreciarse a gran distancia.
La magnificación de la fama del “Cristo rey” en la
91
cultura popular proviene de la propaganda de José
Alfredo Jiménez en su canción: “Camino de Guanajuato”.
La estatua mide veinte metros, es de bronce y su
creador fue Fidias Elizondo. El escultor regiomontano
-tocayo del escultor griego- se formó en La Academia
de San Carlos y luego en Francia, donde participó en
la defensa de París durante la Primera Guerra Mundial.
Fue expuesta en 1944, pero el lugar de su ubicación
contaba con antecedentes opacos. Un monumento anterior
se había erigido allí en los años veinte, a iniciativa
del clero local y con el apoyo de varias fuentes. Se
trataba de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús,
inaugurada el 11 de febrero de 1923.
Las más veces resulta necedad detenerse a valorar
ciertas bifurcaciones del destino, pero en ocasiones
es inevitable. Así, El Bajío es, también, tierra de
Cristeros, los combatientes del catolicismo mexicano
que lucharon contra el gobierno emanado de la
Revolución, el siglo pasado. Cuando el conflicto
armado -la Guerra cristera- se hallaba en su apogeo,
en enero de 1928, bajo la presidencia de Plutarco
Elías Calles, el monumento fue dinamitado.
No escasean los visitantes que continúan
escalando la cima día con día. Mas el tiempo no es el
mismo de antes. Arriba imperan ya el chating, las
fotos, los selfis y otros escarceos... La bruma sigue
92
su marcha, extraviada en la contumacia de las horas
amotinadas.
CDMX, diciembre de 2018
93
Sobre las olas
Como en tantas biografías de numerosos autores de la
antigüedad, poco se sabe con certeza de la existencia
de Juventino Rosas. Muy contados datos de su vida se
conocen a pesar de la cercanía del México de la segunda
mitad del siglo XIX. Mas no sólo eso comparte con
aquéllos pues, sobre todas las cosas, su obra toca
virtudes de los griegos, quienes entre todos los
valores destacaban la belleza. La humanidad posee
pocas cualidades más altas.
A más de un siglo de su muerte, su obra se
mantiene viva y reluciente. El Álbum musical de
Juventino Rosas, publicado por el Gobierno del Estado
de Guanajuato en 1994, en recordación del primer
centenario de su fallecimiento, contiene parte de su
creación... “aproximadamente la tercera parte de su
producción”. Se trata de treinta y dos obras, lo cual
indica que Juventino debió crear alrededor de un
centenar de piezas: valses, romanzas, danzas,
danzones, mazurcas, polcas, marchas, chotises...
La música popular mexicana del siglo XX fue
formidable. Aunque no pertenece al género popular,
entre la música mexicana quizá ninguna obra es tan
conocida en el mundo entero como Sobre las olas, el
mejor vals vienés, como decía José Emilio Pacheco. Su
94
enorme difusión no impide que muchos ignoren que se
trata de un vals de autor mexicano, pues es conocido
en todas las lenguas y países: Uber den Wellen, Sur
les vagues, Over the weaves...
Entre la República liberal y el Porfiriato vivió su
corta vida el artista que la creó. Nació Juventino
cuando se establecía la República liberal, fresca aún
la memoria del Imperio de Maximiliano de Austria, el
25 de enero de 1868, en Santa Cruz de Galeana,
Guanajuato, una fértil población agrícola en el
corazón de El Bajío, cercana a Celaya. La pequeña
ciudad lleva hoy el nombre de su hijo más dilecto.
Los padres de Juventino fueron Jesús Rosas y
Paula Cadenas. De origen humilde, su padre militó en
las filas republicanas, siendo músico de oficio. Fue
su padre quien le enseñó a tocar el arpa y el violín,
y pronto sorprendía Juventino a los oyentes con su
virtuosismo.
Agotado y empobrecido el país con las sucesivas
guerras y levantamientos, la familia se marchó a la
ciudad de México en 1880, cuando Juventino contaba con
doce años. Allá, la familia formó un grupo musical
ambulante, en el que el padre tocaba el arpa,
Juventino el violín, su hermano Manuel la guitarra y
su hermano (o hermana) Patrocinio, cantaba.
95
La familia vivió con pobreza y dificultades en
el barrio de Peralvillo, donde Juventino trabajaba
como campanero y cantaba en una iglesia de la zona.
Los Rosas habrían pasado luego a formar parte de dos
orquestas de baile: la de Los hermanos Elvira y la de
Los hermanos Aguirre.
En 1885 ingresó al Conservatorio Nacional de
Música, con el apoyo y aliento del doctor Manuel M.
Espejel –un admirador de su talento. Allí empezó a
estudiar solfeo y teoría musical; habría contado allí
también, entre sus maestros, a un discípulo de Verdi.
De las enseñanzas y de su paso por el Conservatorio
se construyó una técnica sólida. El resto lo
produjeron su sensibilidad y su vocación, y cumpliendo
la primera ley del creador: crear.
Deambuló más adelante en varias orquestas de
pueblo y así fue a parar a Cuautepec, en el Estado de
México, donde al parecer enseñó música y fue maestro
de escuela.
Hacia los veinte años Juventino compuso el vals
que le daría inmortalidad. Difieren las versiones
sobre el lugar que lo inspiró y las circunstancias de
su composición, igual que del nombre original. Pero
ninguna duda hay de su autoría y de su inspiración:
una mujer que amaba, Mariana o Dolores. ¿Sólo la
pasión es fecunda?
96
Pronto el vals se hizo famoso y como si hiciera
falta, para confirmar su capacidad compuso Juventino
el vals Carmen, dedicado a Carmen Romero Rubio, esposa
de Porfirio Díaz, el cual alcanzó tanta fama entonces
como Sobre las olas. La Casa Editora Wagner y Lieven
imprimió la obra de Juventino entre los años 1888 a
1892.
Hay testimonios de que Guillermo Prieto, Manuel
Gutiérrez Nájera y Juan de Dios Peza frecuentaban los
círculos sociales donde Juventino tocaba en los
noventa del siglo antepasado, y Amado Nervo lo elogia
sin reparo. Hacia 1890 alcanzó el cénit de su gloria
y más adelante, al parecer una decepción amorosa lo
hizo volver al alcohol, flaqueza contra la que ya
había batallado anteriormente. Habría llevado una vida
pobre y no muy ordenada, dejándose arrastrar por la
bohemia.
Como tantos otros guanajuatenses –una tradición
que no se detiene a pesar del tiempo- Juventino se
encaminó hacia el Norte, y de paso tal vez se detuvo
a tocar en Monterrey y Saltillo. Hace falta una
investigación seria de los meses que Juventino
recorrió tierras estadounidenses, pero se sabe de
firme que participó en la Exposición Internacional de
Chicago, la cual tuvo lugar del 1 de mayo al 30 de
97
octubre de 1893. Allí fue ovacionado y obtuvo varios
premios; luego se presentó en otras ciudades de aquel
país hasta que zarpó de Tampa, Florida con destino a
La Habana, adonde arribó el 15 de enero de 1894.
Al frente de la orquesta de una Compañía Italo-
Mexicana, Juventino hizo una gira exitosa en La Habana
y luego en varias ciudades de la isla: Matanzas, Santa
Clara, Cienfuegos, Santiago... El 30 de junio preveía
embarcar a Nueva York y de allí continuar su viaje a
Europa, pero lo retuvo una enfermedad.
Con todos los cuidados médicos disponibles, el 9
de julio de 1894 murió Juventino a causa de una
mielitis –inflamación de la médula espinal-, en el
poblado de Batanabó, cuando sólo contaba con
veintiséis años. Sus restos fueron trasladados de Cuba
en 1909 y la urna fue depositada en el Panteón Civil.
En 1939 fue trasladada a la Rotonda de los hombres
ilustres.
Con sólo escuchar su nombre, asociamos la imagen del
vals con Viena, sobre todo a la era del Imperio de
Francisco José, quien reinó contra viento y marea de
1848 a 1916, y cuya caída abrió las puertas a la Europa
parlamentaria y democrática del siglo XX.
98
Más allá de las definiciones, casi todos podemos
identificar el ritmo del vals, una música suave,
sencilla y honda, que todos acogemos con gozo... La
voz “vals” proviene del alemán walzer, wälzen: girar,
rodar. Es un elegante baile musical a ritmo lento,
originario del Tirol hacia el siglo XII, aunque fue
hasta el XVIII cuando adquirió notoriedad. En los
orígenes tenía un movimiento asaz lento, pero se fue
transformando en una danza de ritmo más vivo y rápido.
¿Qué mejor sitio para su desenvolvimiento y
consolidación que el entorno majestuoso y romántico
de la Viena de los Habsburgo? La imagen del Emperador
Francisco José quedaría incompleta sin la compañía y
el ensueño que envolvió al imperio, del hado
cautivador y romántico que se creó alrededor de la
Viena decimonónica. Por cierto que alrededor de la
emperatriz Elizabeth, Sissi, el cine del siglo XX
divulgó una imagen que no correspondía al carácter de
la esposa de Francisco José, pues no obstante
pertenecer a la nobleza por derecho propio, no
compartía las rigideces del ceremonial palaciego.
Era la Viena del fin-de siécle que construyó el
formidable impulso que dio al mundo la generación de
preguerra mundial en los más variados campos de la
cultura, el arte, la música, la ciencia, la economía;
la etapa que formó a los espíritus de Sigmund Freud,
99
Arthur Schintzler, Hugo von Hofmansthal, Otto Wagner,
Gustav Klimt, Arnold Schoenberg, Oskar Kokoschka,
Adolf Loos, Karl Kraus, etcétera.
Varios compositores inmensos como Tchaikovski y
Chopin compusieron valses famosos, pero es Johann
Strauss, el compositor vienés, con quien ese género
alcanzó su máxima expresión. Strauss colmó el universo
por el que se conoce el vals hasta la fecha: Emperador,
Sangre vienesa, Cuento de los Bosques de Viena, Vida
de artista, Voces de primavera, Danubio azul, son
obras suyas. A Strauss se le llamó el rey del vals.
Contemporáneo de Strauss y Franz von Suppé,
Juventino se hallaba muy alejado geográficamente de
los paisajes que inspiraban a aquéllos. Además, en el
México hondo se fermentaban las fuerzas que
desembocarían en la explosiva revolución social de
1910. La corta vida de Juventino no tuvo demasiadas
opciones entre la pobreza y la paz porfirianas. Salvo
que el tiempo del artista es distinto al tiempo del
calendario.
El Danubio, los bosques, las montañas, la nieve,
el frío que caracterizan a Austria poco se asemejan a
los valles semiáridos de El Bajío, donde transcurrió
la infancia de Juventino. Si la música revela la
grandeza del silencio, como quería Unamuno, la
inspiración de Juventino se resolvía en contrapunto
100
con el silencio y los aires del altiplano en una
creación de arte mayor. La obra del joven
guanajuatense fue resultado nada más que de su
poderosa sensibilidad y de su ingenio.
El currículum escolar mexicano no parece muy
interesado en las artes musicales en la actualidad.
Aunque ni solfeo ni teoría musical, en nuestra
adolescencia recibimos en secundaria clase de música.
Pero fue mi hermana mayor quien me aficionó a los
valses de Strauss, sin sospechar que años más adelante
la fortuna me llevaría a una estancia en Viena como
diplomático, por poco más de cuatro años.
Entre los gozos de aquella estancia insiste la
memoria en una tarde de otoño de 1984. Vestidos
impecablemente, las damas de vestido largo y blanco y
los varones de riguroso smoking negro, e invitados no
recordamos bien si por las autoridades de la ciudad o
la Cancillería austriaca, acudimos al baile de gala
anual de la Neue Hofburg, el palacio de invierno de
los emperadores, transformado ya en Centro de
Conferencias. Toda la velada consistió en no otra cosa
que en bailar vals, comprobando que bailarlo
efectivamente consiste en girar sobre todo, ritmando
los compases con deslizamientos uniformes y
101
agilísimos. No desentonaron entre las austriacas, las
notas del compositor guanajuatense.
En su libro Exodo y las flores del camino, Amado
Nervo se conduele de las vicisitudes que le tocó
encarar al maestro guanajuatense, al tiempo que
asombrado narra cómo, ya en su tiempo, en su propia
época –al turnarse los siglos XIX y XX- escuchaba el
famoso vals en un buque a su paso por las costas
irlandesas, en tabernas y cafés de París, en una sala
de conciertos en Zurich, las más veces con
desconocimiento del verdadero autor.
Más penosa aún debió ser la pobreza que asoló al
iluminado Juventino, cuyo ingenio e inspiración le
hubiese ofrecido mejores posibilidades de vida en
naciones menos inequitativas. Vocación constante y
fervientemente desarrollada la de Juventino, a juzgar
por las contrariedades que a cada rato debieron
desviarlo o distraerlo.
Pero no hay que verlo todo por lo trágico. El
hombre no perdió su anhelo ni su combustión
espiritual, y fue a la postre un artista que se situó
por arriba del medio. Juventino vive en la memoria de
los hombres y de los siglos. En Youtube se puede
hallar, entre muchas, la interpretación de una
orquesta militar rusa con enorme sentimiento, con la
102
misma pasión que le infunden las bandas de viento de
Guanajuato.
Mediante la teoría musical sabemos que la música
sólo puede expresar sentimientos y estados de ánimo.
Pero Pablo Neruda halló una virtud adicional. En su
librito Comiendo en Hungría, escribe: “Sobre las olas,
este vals que hace cosquillas en el recuerdo”.
Caracas, Venezuela, septiembre de 2014
103
Camino de Guanajuato
Hay en las manifestaciones culturales de los pueblos
dos tendencias diversas e igualmente poderosas que
contribuyen a su propio desarrollo: la docta y la
popular, y ninguna de las dos vive sin la otra. En
todos los sectores de ambas expresiones, la cultura
mexicana es vasta y rica; lo es tanto en su vertiente
clásica como en la popular, y no la movamos. Hay
ciertos puntos sobre los cuales la vida no necesita
rectificación.
La música popular mexicana del siglo veinte fue
–sigue siendo- formidable. Antes de mediar el siglo
pasado y durante varias décadas casi no hubo país en
el mundo, en el cual no fuese escuchada y tarareada.
Piezas como Bésame mucho, Perfidia, Quizá, quizá,
quizá... y varias más se adelantaron a los tiempos
actuales, fueron precursoras de la llamada
globalización en ese terreno.
Durante una etapa, en las postrimerías del siglo
pasado, los hados nos trasladaron a buena parte de los
países asiáticos del Pacífico, en donde con
satisfacción íbamos hallando que en restaurantes y
hoteles casi siempre contaban con piano o algún grupo
musical, en cuyos repertorios nunca faltaba la
inclusión de varias piezas mexicanas. En Osaka y Kuala
104
Lumpur, en Bali o Singapur, en Hong Kong y Manila se
sigue escuchando reiteradamente: Bésame mucho;
Quizás, quizás, quizás; Cielito lindo; El reloj; Esta
tarde vi llover... Y en Centro y Sudamérica, las
“rancheras” gozan de enorme arraigo.
Guanajuato no ha carecido de plumas ni de espadas,
lo mismo que de músicos o compositores: Enrique
Diemecke, Héctor Quintanar, Ramón Montes de Oca,
Juventino Rosas, entre los clásicos; María Greever,
Jorge Negrete, Jesús Elizarrarás, Joaquín Pardavé,
Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, entre los
populares.
José Alfredo Jiménez, gran poeta popular, compuso
centenares de canciones, las más de ellas de gran
hondura filosófica y poética. Tanto así que, por esos
afanes regionalistas, al responder que proveníamos de
Guanajuato, que nuestro origen se hallaba en esa
provincia, era común escuchar, como réplica: ¡Ah,
donde la vida no vale nada!
El compositor, nacido en Dolores Hidalgo en 1926
-cuando empezaba a asentarse la efervescencia
revolucionaria-, creó canciones de gran popularidad
sin contar siquiera, aseguran algunas fuentes, con
educación musical. Joven aún se trasladó a la Ciudad
de México, donde se ocupó en varios oficios hasta que
105
la emergente industria radiofónica le dio oportunidad
de mostrar su capacidad. Forjadas con la inspiración
espontánea del coplero nato y la habilidad del
orfebre, sus variadas canciones abordan unos cuantos
temas, profundos y recurrentes. El más socorrido es
el de la pena amorosa, desde luego, que con
naturalidad desahogaba entre mariachis y tequila.
Hay también un tema menos reiterado, aunque más
universal, referido a su visión de la vida. Camino de
Guanajuato representa un homenaje amoroso al Estado
del que provenía, pero constituye sobre todo una
reflexión filosófica y una manifestación escéptica
sobre la vida:
“No vale nada la vida/la vida no vale nada/comienza
siempre llorando/y así llorando se acaba/por eso es
que en este mundo /la vida no vale nada. // Bonito
León, Guanajuato,/su feria con su jugada/ahí se
apuesta la vida/y se respeta al que gana/allá en mi
León Guanajuato/la vida no vale nada.//El cristo de
tu montaña/el Cerro del Cubilete/consuelo de los que
sufren/adoración de la gente/el Cristo de tu
montaña/del Cerro del Cubilete.// Camino de
Guanajuato/que pasas por tanto pueblo/no pases por
Salamanca/que ahí me hiere el recuerdo/vete rodeando
veredas/no pases porque me muero. // Camino de Santa
Rosa/las Sierra de Guanajuato/ahí nomás tras lomita/se
106
ve Dolores Hidalgo/yo ahí me quedo paisano/allí es mi
pueblo adorado.”
Amado Nervo ha escrito con razón, que “Las ideas, como
las cosas, no son autóctonas, primeras; todo nace de
todo”. Pero las afinidades intelectuales o afectivas
nos marcan el sendero de las influencias. Por ello,
no es imposible que José Alfredo se haya topado y
aprendido de un poeta coterráneo suyo, popular en el
país entero, no sólo el concepto más importante de la
primera estrofa de la canción –una de las más
conocidas de su repertorio-, sino el tono mismo.
Antonio Plaza, poeta romántico del siglo
diecinueve, natural de Apaseo el Grande, había muerto
sólo unas cuatro décadas antes del nacimiento de José
Alfredo. Pero sus poemas -hasta la fecha- se siguen
repitiendo y declamando con fervor en algunas partes,
sobre todo en contertulios y cantinas, a las que era
aficionado José Alfredo. El encendido escepticismo de
la poesía de Plaza es una plegaria desencantada de la
vida.
...Es la existencia una ilusión mentida:
la vida es nada, porque nada vale,
y todo acaba al acabar la vida...
escribe Plaza en uno de sus poemas.
107
En la primera estrofa José Alfredo engarza el
concepto en una suerte de obertura, como el coplero
natural que fue. La estrofa entera es, sin agitaciones,
una manifestación descreída de la existencia: la vida
no vale nada. De su dominio de la versificación y de
los demás principios poéticos ha escrito hace poco
Juan Domingo Argüelles, en este mismo Suplemento.
Sólo después de esa declaración, una reflexión
escéptica y resignada, se adentra propiamente al
Camino de Guanajuato. Antes todavía, en la siguiente
estrofa aborda el asunto: “Allí –en León, Guanajuato-
se apuesta la vida y se respeta al que gana”. Pero a
partir de ese punto se dedica a alabar con ternura y
nostalgia dos o tres sitios y un par de ciudades más,
de un estado con cuarenta y seis municipios.
La Enciclopedia de México le dedica una entrada
generosa pero no muy extensa. El abanico de sus
intérpretes es incontable y va desde Jorge Negrete y
Pedro Infante, hasta Luis Miguel, pasando por Plácido
Domingo, María Dolores Pradera, Chabela Vargas, Julio
Iglesias y Joaquín Sabina y muchos otros.
No cumplía aún cincuenta años José Alfredo cuando
murió –el 23 de noviembre de 1973- en la Ciudad de
México. Su fama desbordaba ya las fronteras del país.
Todas sus canciones poseen el sello inconfundible de
su creador, el sello de una sensibilidad forjada entre
108
las sierras y los valles semiáridos del Bajío, donde
transcurrió su infancia. Cosas de la vida, su obra le
ha valido la gratitud y el recuerdo constante de
sucesivas generaciones, y no sólo de guanajuatenses.
CDMX, agosto de 2016
109
La superficie del maíz
Cereales y cultura
Egipto, Mesopotamia, India, China, Grecia, Roma,
Francia, México y otros pueblos antiguos consumieron
cereales en primer lugar y luego lo demás. Ocurre que
las grandes civilizaciones crecieron y se
desarrollaron sustentadas en el cultivo de cereales.
“Convengamos con los deterministas en que el pan es
el eje en torno al cual se estructura y gira toda una
cultura”, señala el historiador y diplomático
venezolano Germán Carrera Damas. Pues en efecto, la
población de cada cultura comparte, sobre todo, los
mismos hábitos alimenticios. El nombre “cereal”
proviene de Ceres, la diosa griega de las cosechas y
refiere a los granos que, transformados en harina,
constituyen la base alimentaria de la humanidad. Tres
mayores culturas alimenticias sustentan a la población
mundial: la del trigo, la del arroz y la del maíz. La
lista no es exhaustiva, no se agota allí. Avena,
cebada, centeno, sorgo, mijo y otros forman parte de
la extensa familia. Aquellas tres son sólo las más
vastas. La más antigua es la del trigo, cuyo cultivo
se remonta a varios siglos antes de Cristo. Fueron los
egipcios quienes primero comieron pan. Gracias a los
avances tecnológicos hoy es posible encontrar
cualquier producto en cualquier parte. No cabe, por
110
lo tanto, una delimitación tajante, menos aún en un
asunto tan amplio como el de los alimentos. Con todo,
es una realidad que la cultura del trigo prevalece
especialmente en Europa, donde apareció con los
primeros atisbos de la historia de Occidente,
extendida en las márgenes del Mediterráneo y en esa
como prolongación o umbral que es el Mar Negro. Pan,
queso, aceite de oliva y vino, constituyen los
fundamentos del platillo común en la región, que los
griegos expandieron a y desde su orbe. Por su
importancia y magnitud al sentar sus reales en los
territorios conquistados Roma se aseguraba en
primerísimo lugar de los suministros de trigo.
En la actualidad cada país europeo produce su
propio pan, principalmente de trigo. La del arroz
predomina en Asia, en donde otros cereales –mijo,
sorgo, centeno- le disputaron la primacía por siglos.
Al parecer el arroz no se convirtió en la especie de
pan que significaría para un occidental, sino hasta
la época de la dinastía Han (206 AC - 220 DC). Mas, a
diferencia de Occidente, los cereales (el arroz, el
mijo, el sorgo, incluso el trigo) son en China la base
de la alimentación y los vegetales y la carne
representan el acompañamiento. La del maíz impera en
América, pero como en toda materia tiene su más y su
menos. Es así porque en regiones no pequeñas de África
la alimentación básica es el maíz, cocinado y
111
preparado de muy distinta manera al nuestro. Ugali le
llaman en África del Este. Y la polenta, la harina de
grano turco, o sea de maíz, llegó a Venecia procedente
de Bizancio, a través de los Balcanes y el
Mediterráneo. La polenta del valle del Po, la pasta y
la pizza forman la trilogía económica de la comida
italiana. La polenta –que en Rumania llaman mamaliga-
se consume en todos los Balcanes. El maíz y su consumo
son anteriores a las nacionalidades. Como el arroz en
Asia y el trigo en Europa, el maíz es el hilo de
vinculación del hemisferio americano, el elemento que
eslabona a todo el continente cuando de alimentos y
de pertenencia se trata. Equivale a un símbolo de
identidad. Del Río Bravo –y cada vez más arriba- hasta
las pampas sudamericanas, de uno u otro modo, todos
comemos maíz.
El pan americano
En México el maíz es emblema de la nacionalidad, el
lazo mayor de comunión física y espiritual. Es nuestro
alimento por antonomasia, nuestro soñado pan de cada
día, cuyos orígenes se pierden entre las brumas del
pasado. El conocimiento de las variaciones de los
tamales y la tortilla mexicanos se extiende, con
distinto nombre y graduación, densidad e intensidad,
hasta muy hondo en Sudamérica. Lo consumen en el sur
del continente pero en buena parte del territorio de
112
Estados Unidos es ya popular. Igual ocurre con los
derivados de los antojitos, en sus modalidades propias
como la arepa, la pupusa, el Tamale Pie. Reconocido
por todos el tamal, una definición afortunada y
precisa de la tortilla mexicana la escribió un
trasterrado español que se adentró en nuestra cultura
y nuestros sabores, José Moreno Villa: “La tortilla
mexicana –anota en su Nueva cornucopia mexicana- no
tiene nada que ver con las tortillas francesa o
española... Es un disco de maíz que se lamina y
sutiliza a palmetazos maestros... Se cuecen y se ponen
calientitas en la mesa, entre servilletas... Son de
muy distintos diámetros, espesores y hasta formas”.
El maíz se halla en la base de casi toda creación en
la cocina mexicana, y desde luego en los llamados
antojitos: enchiladas, gorditas, sopes, tlacoyos,
tostadas, huaraches y sobre todo de los tacos, en su
inacabable variedad. Por cierto que los antojitos no
deben catalogarse como Fastfood, parte de la comida
rápida. Hay categorías. No lo son los tamales o las
enchiladas, los tacos al pastor y de canasta con tan
laboriosas preparaciones y la magnitud de su disfrute.
Se sitúan mejor en las sabias jerarquías de la
Slowfood, la comida lenta. ¿Y en esa concatenación de
formas y sabores dónde colocar al budín azteca, los
chilaquiles o el pozole, platillos abastados por sí
mismos?
113
Por los caminos del sur
La hallaca “Es la variante venezolana del tamal
mexicano que los españoles esparcieron por toda
América, hasta Perú, Argentina y Chile”, escribió
Ángel Rosenblat –el erudito filólogo venezolano-, y
expone su etimología: tamal-li: bollos de maíz
aztecas. La hallaca es plato de cualquier época –anotó
también Rosenblat-, pero se considera ritual desde
Noche Buena a Reyes... Navidades sin hallacas son
inconcebibles en Venezuela, escribió. Nuestra hallaca
es una variedad del tamal, preparación culinaria que
indiscutiblemente se originó en Mesoamérica, observa
por su parte el historiador y gastronauta venezolano
José Rafael Lovera, y apunta que fue llevada hasta las
Filipinas por los conquistadores. Tamal, hallaca,
bollo, huminta, pastel de maíz, nacatamal,
envueltos... son algunos nombres con que se conocen
las variaciones del tamal, las que gozan asimismo de
gran riqueza en sus formas, envolturas y rellenos. El
Salvador y Honduras se disputan el origen de la
pupusa, pero la disfrutan de manera similar. Como la
gordita mexicana, se abre por el medio y se rellena
de muy distintas 4 sustancias. Es el mismo caso de la
arepa, que se consume en Venezuela y Colombia, y cuyos
rellenos son vastos y variados. Como la baguete o la
hogaza, como el arroz oriental, las arepas, las
pupusas y las tortillas son consumibles a cualquier
114
hora. Hacen las veces del pan, del pan de cada día.
No es materia de esta nota el perfil socioeconómico
del maíz, salvo recordar que se trata de una industria
mundial multimillonaria. Además del que consumen
directamente como alimento los humanos y los animales,
el maíz produce aceite de cocina, se bate en atole,
se convierte en palomitas o rosetas, en glucosa y la
mazorca tierna y hervida constituye el dulce elote o
una sopa de sabor incomparable.
Maíz y literatura
La literatura de nuestra región y nuestra lengua no
escasea en mitos y leyendas sobre la prodigiosa planta
y su fruto. El Popol Vuh –libro sagrado de los mayas-
narra la creación de los primeros hombres de maíz y
Miguel Ángel Asturias construye una obra rica, extraña
y compleja con su libro Hombres de maíz. Patria: tu
superficie es el maíz... Canta complacido Ramón López
Velarde, en un poema conocido por todos los mexicanos.
Y desde las profundidades de Mesoamérica, Rubén Darío
le canta gozosamente: ¡Qué alegre y fresca la
mañanita! Me agarra el aire por la nariz: los perros
ladran, un chico grita y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.
CDMX, agosto de 2019
115
Paisaje abajeño
Pocos sucesos humanos conmueven tan hondamente como
la visión de un paisaje. Su carácter importa menos que
su revelación; puede ser tanto urbano como silvestre.
La naturaleza exhibe en éste la cara sin maquillaje,
abierta en su esplendor cotidiano, y en aquél la
muestra con la huella de la mano y del trabajo del
hombre. ¿Es posible contemplar un paisaje nocturno,
un paisaje desnudo de luz? Lo podemos vislumbrar, con
asombro, en el encanto de su destello que se arropa
en la oscuridad.
Durante nuestra existencia casi todos
conservamos en la memoria la imagen de uno o varios
paisajes. La montaña, el mar, el bosque, la selva, el
campo, un río, la llanura y similares constituyen
usualmente la sustancia de esa visión. Pero igual una
avenida, un callejón, un jardín, una plaza, un
monumento pueden erigirse en pretexto y motivo de un
paisaje urbano.
Ese cuadro se manifiesta comúnmente como objeto
de consuelo y confort, pues se trata de una
reminiscencia grata. Acontece con frecuencia –
escribió Pérez Galdós- que los hechos muy remotos,
116
correspondientes a nuestra infancia, permanecen
grabados en la imaginación con mayor fijeza que los
presenciados en la edad madura, y cuando predominan
sobre todo las facultades de la razón.
El paisaje literario es asunto de época reciente.
Nació con el romanticismo, asegura Azorín, y la
paternidad del sentimiento amoroso por el paisaje
pertenece a Rousseau. El gusto –añade el escritor
levantino-, la afición por la naturaleza en la
literatura corresponde a la época moderna y la
inaugura Juan Jacobo, iniciador y engendrador de
tantas cosas.
Azorín es entusiasta cultivador del género,
también. Su afición por el paisaje –físico y
literario- llegó al punto de tornar al escritor en
autoridad. El contenido de varios libros suyos es el
paisaje: Los pueblos, España, Castilla, El paisaje de
España visto por los españoles, Lecturas españolas...
No es redundancia precisar que el estilo del
escritor constituye una diferencia central. Hablamos
de arte a fin de cuentas. No se imita a Azorín con
facilidad. Azorín no describe sino que recrea,
remueve, infunde vida a los elementos que componen el
paisaje, su naturaleza física y espiritual. Sus textos
conmueven inevitablemente al lector. Conmover es
atribución obligada de la literatura.
117
¿Qué elementos componen el paisaje? No hemos de
extraviarnos en las reconditeces de la filología si
es posible atenernos a la certeza de que son dos los
factores inevitables: las cualidades de la visión y
la longitud del espacio. Precisa siempre, María
Moliner define paisaje como ensancharse, extenderse,
en una primera acepción y como extensión de campo que
se ve desde un sitio, en la segunda.
II
El Bajío es región abastada. Abundante en montes,
lomas y cordilleras, lo es igualmente en valles y
llanuras. Esos factores prevalecen singularmente en
Guanajuato, centro de la comarca. Como si el tumulto
montañoso constituyese un sello distintivo, una seña
particular de esa provincia. Con todo, cada comunidad,
cada población abajeña conserva rasgos propios, que a
menudo se funden y confunden con las características
generales del territorio.
Galicia, escribió Rosalía de Castro, es siempre
un jardín donde se respiran aromas puros, frescura y
poesía... En Apaseo el Grande la naturaleza dominante
es el Cerro de Jocoqui y las extensas planicies que
lo rodean. El macizo imponente se eleva a 2560 metros
de altura, al norte de la cabecera municipal. La
visión del paisaje es monumental en la cima, hacia
118
cualquiera de los puntos cardinales que se contemple.
Un rapto interior puede envolver a quien alcanza la
cumbre. El aire dispersa su pureza allí y el suelo
parece liberar un aroma a tierra agradecida.
Luego de la primera -casi fugaz- impresión, el
semblante que revela la naturaleza del valle es de
sobriedad. Es ésa la esencia poderosa que captan la
vista y la sensibilidad del montañista, apenas rescata
éste el compás de la respiración. Al panorama
relumbrante lo envuelve una atmósfera etérea, una
atmósfera que aclara y purifica.
El paisaje sitúa la imagen en algún lugar, sin
encerrarla, como en la arquitectura. La imagen del
paisaje que prevalece en nuestra memoria –y ha
peregrinado a todas partes con nosotros- conserva unos
cuantos rasgos esenciales y se forma sobre todo de
luz, de sol, de extensos valles y cultivos, de
llanuras desdobladas, confinadas en lontananza por
colinas y serranías semiáridas, entreveradas sin
concierto.
Desde la cresta del Jocoqui la vista humana, en
un día claro, alcanza a vislumbrar a kilómetros de
distancia. El azul del firmamento es transparente y
pacífico. El valle que se despliega hacia el noreste
desde la falda del cerro es inacabable y plano. Todo
es luz y resplandor. Salvo una seña perentoria: el
119
levantamiento en las laderas de cada vez más
construcciones de concreto.
Arriba y abajo el terreno es reseco y de
tonalidad ocre, adusta. Durante la extendida estación
de la sequía se impone el tono pardo de la tierra
escarpada y los pastos escasos. Luego, una alfombra
verde uniforma el suelo en cada milímetro durante el
periodo estival y lluvioso, que se hace presente
durante algunas semanas.
El Bajío conforma un territorio considerable en
el que la superficie parece más bien monocromática.
Las condiciones climáticas abonan ese cariz monótono
que –tampoco exageremos- cala, pero no engendra
extremos ni desatinos. La explosión colorida de la
naturaleza y los tonos festivos de otras partes del
territorio nacional son huraños, ajenos a esta
comarca.
No se repliega demasiado el terreno para dar paso
a la tierra cultivable. Guanajuato ocupa una categoría
reconocida como zona agrícola, desde siempre. En
alguna época tuvo el apodo de granero de la república
y aún debe rondar de cerca esa primacía. Cosas de la
vida, con todo y ser un dominio agrícola, la red
hidrológica es más bien escasa.
III
120
Una visión recurrente es la fiesta que significaban
los paseos familiares y escolares al inmenso manantial
que bañaba y suplía de agua pura y transparente a
buena parte del municipio, así como su inexplicable y
dolorosísimo agotamiento de un día a otro. Se ubicaba
a pocos kilómetros de la cabecera municipal y su
nombre no podía ser más indicativo: El Nacimiento.
Voces y rumores sollozantes achacaban la tragedia de
su repentina extenuación al terremoto de 1957 de la
Ciudad de México. No recuerdo otra explicación, a
decir verdad.
Cada subregión, comunidad o municipio abajeño
mantiene apego y preferencia por determinados
cultivos. Los forasteros que visitan Apaseo resienten
el intenso aroma de los productos que –principalmente-
allí se cosechan.
Las estaciones apenas se reconocen. Acaso como
consecuencia del cambio climático sólo dos
sobreviven. En la primera los mantos acuíferos se
reponen, la tierra arable se regocija y un tapiz
esmeralda engalana el terreno sin exceso ni júbilo
ruidoso durante unas semanas, hasta ser sustituido de
nuevo por el cariz monótono, pardo, reseco.
Es discreta la intensidad de los amaneceres.
Durante minutos morosos, silenciosos destellos
ambarinos envuelven y bañan lo que tocan. El
121
resplandor del sol naciente alienta entonces afanes e
intenciones. Luego, durante la jornada, los va
aflojando suavemente y se mantiene así, temperado,
hasta que el anuncio del crepúsculo lo releva.
San Miguel de Allende, octubre de 2021
122
III
123
Magna excelencia
Magna excelencia de una ciudad pequeña...
Tibulo
Es la ilusión la que impulsa la marcha de los pueblos.
A pesar de su nombre excesivo, Apaseo el Grande ha
sido una población pequeña desde su fundación. Acaso
sabemos lo que somos pero no lo que podemos ser. En
perspectiva y a la luz de sus tradiciones y carácter,
no obstante, bien podría ser emblemático de las
comunidades de El Bajío.
Mas las ciudades, como las personas, cada una es
única e irrepetible. Cada pueblo, cada ciudad posee
un propio carácter, una forma de vida y un semblante
específico.
“Un país no se conoce bien –escribió Martín Luis
Guzmán- sino a través de sus pueblos pequeños; por su
campo, por su montaña; por las regiones suyas que
conservan puro el hálito propio”.
Tampoco su historia es mayor. La ciudad alienta
una atmósfera saludable, que estimula y sostiene su
temple. No ha carecido en siglos de curiosidad por las
cosas del espíritu, igual que no ha ignorado las
fatalidades y los contratiempos. Ante las calamidades
ha prevalecido el sentido común y en los afanes
124
cotidianos el término medio. Los nativos cuyos hados
dispusieron que debíamos andar y recorrer tierras y
naciones, porfiamos en la tranquila sabiduría del
poeta griego de Alejandría:
No encontrarás otro país ni otras playas,
llevarás por doquier a cuestas tu ciudad.
Todo golpe de la fortuna es una incógnita. En
Apaseo nació y debió vivir una etapa de su vida Antonio
Plaza. Aquella época de certeza la conmemora el
poblado con el modestísimo bautizo del mercado
municipal y de una calle, con su nombre.
Apaseo fue establecido con todos los requisitos
y demandas de ley. La historia establece 1531 -o 1534,
asegura alguno- como el año de su fundación. Fue,
entonces, el segundo municipio constituido en el
estado y por lo tanto más antiguo que muchas ciudades
vecinas. Andehe, Apatzeo, Atlayahualco son algunos
nombres que ha resistido a través del tiempo.
Es una ciudad laboriosa y sobria, con un alto
volumen de emigrantes –Los mojados les llamamos por
décadas- y siete u ocho personalidades en su haber,
personajes cuyos afanes trascendieron los confines del
municipio: Antonio Plaza, doña María Guadalupe Pavón
(madre de Morelos), Jesús Cabrera Muñoz Ledo, Héctor
Mendoza, Gerardo Galarza y alguno más.
125
Varios municipios guanajuatenses –Dolores
Hidalgo, San Miguel Allende, la ciudad de Guanajuato-
poseen no pocos monumentos y reliquias históricas,
palacios, casas y otros monumentos erigidos en los
siglos dieciséis a dieciocho y diecinueve, que
constituyen actualmente el corazón urbano de esas
poblaciones. En Apaseo sobreviven más de una docena
de enormes casas coloniales comparables en tamaño y
diseño con las citadas arriba, pero hay un palacio que
reúne y rebasa todas las dimensiones de arquitectura,
historia y belleza. Se trata de la Casa de Herrera o
la Casa grande, popularmente llamada La casa de los
perros.
La entrada de Apaseo en la Enciclopedia de México
se reduce a sólo un párrafo de dieciocho líneas, la
mitad de los cuales se refieren a La casa de los
perros.
El municipio cuenta en cambio con varias
haciendas monumentales, dispersas en el territorio,
tales como: La Labor, Mayorazgo, El Vicario, El Tunal,
Obrajuelo, Castillo, La Norita y otras, pendientes de
estudio, revaloración y rescate artístico e histórico.
En años recientes Apaseo ha acogido a varios
miles de forasteros que optaron por establecerse allí,
incrementando la población significativamente, así
como su urbanización. La estación, Guerrero, El
126
gallito, Los cuervos, La preciosa sangre, La mora, La
pastorcita, El centro, Los charcos, La era, El puente
colorado, La villita, La calzada, El molino, los
barrios del poblado hace décadas, conformados algunas
veces de sólo dos que tres cuadras, constituyen
actualmente el centro urbano, la parte antigua de la
ciudad, al haber sido cercados por la urbanización
erigida por los inmigrantes.
El clima -más bien reseco- es agradable, con el
deleite que producen las ciudades que no extreman el
frío o el calor. El Cerro de Jocoqui, manso e
inquebrantable, y el más elevado de la región, domina
desde su altura la inmensa planicie que la mirada no
alcanza a captar, en una visión que provoca dicha y
serenidad. Allá, en la cima, es perceptible el vigor
del valle.
Apaseo, ubicado entre Querétaro y Celaya, acude
a esos vecinos para su avituallamiento mayor y otros
menesteres, incluyendo universidades, hospitales y
otros bienes no disponibles localmente. No sería
ocioso un estudio de los nexos históricos y de las
relaciones que ha mantenido Apaseo con el municipio
de Querétaro. Parecen ser mayores de lo que pueda
imaginarse.
127
El agua de riego escasea y no sólo porque el
terreno disponible para los cultivos es vasto. Intenso
drama causó el agotamiento hace más de medio siglo del
enorme manantial –el Nacimiento- que proveía de agua
a buena parte de la población y la agricultura.
Las actividades agrícolas son y han sido la
ocupación principal. Además de cultivos tradicionales
–maíz, frijol, trigo, alfalfa, jitomate- caracteriza
al poblado la especialidad en dos productos de alta
significación y delicadeza: ajos y chiles.
No es improbable que Guanajuato continúe siendo
granero del país. Lo siga siendo o no, Apaseo es
productor y contribuyente notable en materia
alimentaria, papel que no le ha arrebatado el
cuantioso desarrollo industrial que se ha asentado
allí en lustros recientes, compuesto por una faja
admirable de empresas nacionales y extranjeras que se
extiende en la longitud del municipio, en paralelo a
la autopista Querétaro – Irapuato.
La agricultura y la cocina van de la mano en sus
dones seculares. Como consecuencia de la actividad
agropecuaria, la cocina local es riquísima y variada,
bien que el volumen de la población y cierta incuria
no han dado para alojar restaurantes u hoteles con
toda formalidad.
128
El carácter rural de la población dio lugar
también a la formación de uno de los grandes grupos
de la charrería mexicana, que mantienen con orgullo
sobre todo dos apellidos: los Muñoz Ledo y los
Oliveros.
De la infancia sobrevive el convencimiento de que
las torres de las iglesias equivalen a clavos o
armellas gigantescos, a los castillos de una
construcción, a los cimientos que fijan en el suelo a
poblados y ciudades. A menudo nos aletea la certeza
de que la vida de la ciudad gira en torno a las
festividades religiosas y que el poblado pertenece a
la categoría de los que “todas las primaveras anda
pidiendo escaleras para subir a la cruz”.
Acudir a las fiestas patronales es la mejor vía
para conocer el espíritu de la ciudad. Ellas controlan
el calendario. De la faena diaria en la escuela o en
el campo, la fábrica o el taller, las celebraciones
marcan el rompimiento de la rutina amodorrada. Como
si todas las horas de todos los días fuesen lo mismo.
El repicar de campanas y el persistente olor a
incienso –garantizadas descargas de melancolía- son,
también, fenómenos ligados al tiempo interminable.
CDMX, septiembre de 2020
129
El quinto sabor
La geografía y sus productos
Con el descubrimiento de América –o Encuentro de dos
mundos-, Europa conoció una legión de productos
alimenticios que luego se desparramaron hacia otros
rumbos del planeta. Si la aportación del maíz, la
papa, el tomate, el chocolate y otros productos
tuvieron un gran impacto en la economía mundial, igual
o mayor lo tuvieron desde el punto de vista culinario
y gastronómico. Los jitomates y los chiles
transformaron el sabor de la comida del sureste chino
y los espaguetis tomaron cuerpo al ayuntar el tomate
mexicano y el tallarín oriental. La papa –de origen
peruano-, preparada de mil maneras se convirtió en
alimento básico de varios pueblos europeos.
Hasta años recientes los hábitos alimentarios de
cada pueblo o región eran determinados, sobre todo,
por los productos naturales de cada lugar. Así
continuará seguramente, aunque cada vez en menor
medida porque en la actualidad ya se tiene acceso, en
cualquier parte y estación a todo tipo de mercancías
perecederas y otros bienes e ingredientes. En París
se hallan fresquísimos aguacates de México en toda
época, papayas del Brasil en el invierno de Estocolmo,
130
melones en Tokio todos los meses, uvas chilenas y
kiwis neozelandeses en México de modo permanente.
La cocina de México ocupa un sitio sobresaliente
entre las mejores de la gastronomía mundial. Hay que
cultivarla, compartirla y gozarla a plenitud. Y no
olvidar que su elaboración ha sido resultado de un
proceso secular, de curiosidad empeñosa, de trabajo
constante, de una dosis de suerte así como de una
combinación de ingredientes de aquí y de allá.
Igual, es común leer o escuchar que la cocina
mexicana no se concibe sin el chile, el vegetal que
enarbola la cartilla de identidad de la cocina
mexicana.
Sabores fuertes
Se ha dicho que las naciones que consumen sabores
fuertes, como las especias o el chile, poseen un
carácter filosófico. Puede que sí, puede que no. A lo
mejor nada hay de científico y es un mero decir. Como
fuere, el emblema de la cocina mexicana es para
Alfonso Reyes: “Ese plato gigantesco por la intención,
enorme por la trascendencia digestiva, abultado hasta
en el nombre: el mole de guajolote”. Y Néstor Luján,
en su monumental Historia de la gastronomía, llama al
curry “ese polvo explosivo y angustioso”.
131
Chile, tomate, jitomate, aguacate, chocolate y
otra serie de productos que México dio al mundo,
observa José N. Iturriaga, son nombres de lengua
náhuatl; y todos los chiles son originarios de
América, especialmente de México, de donde pasaron al
mundo: China, India, Hungría, Ceylán...
Que hay más de doscientas variedades de chile,
aseguran los especialistas. Originarios de una región
productora por antonomasia, nosotros podemos dar fe
de unas veinte variedades y de otras tantas
descubiertas durante recorridos por algunas regiones
del país.
Son vastas y flexibles las posibilidades del
chile como base de las salsas mexicanas. Cada variedad
es motivo de una salsa distinta, y para cada guiso,
carne, legumbre o grano, se cuenta con una especie
distinta.
Es considerable la diferencia entre una salsa de
chile pasilla –un chile con posibilidades gustativas
intensas, de textura exquisita- y otra de chile de
árbol, o una de chile cascabel, de chile ancho o
jalapeño, etcétera. La salsa 3 que sobre todo
identifica a la cocina mexicana, el mole, es elaborada
con varios tipos de chile mezclados con una tanda de
especias, además de chocolate.
132
Como toda cima coquinaria, el mole recibe
tributos permanentes. Anales del mole de guajolote,
se llama el delicioso librito en el que Rafael
Heliodoro Valle hace un homenaje sabio y amoroso a ese
platillo monumental.
La salsa del mole, más o menos espesa, escolta
con fruición y diligencia muchos otros platillos a los
que la imaginación y el ejercicio –como un Trial and
Error obligado- quieran agregarlo. ¿Ha degustado el
lector unos huevos rancheros o revueltos, con mole?
¿Una torta de mole con frijoles? ¿Un fideo seco con
mole?
Variedades del chile
Son numerosos los platillos cuya base es el mismísimo
chile. Las enchiladas –del tipo que se prefiera- son
una exquisita creación a base, sobre todo, de varios
ingredientes autóctonos liderados por el chile y cuya
fama ha rebasado los límites de nuestras fronteras.
Las potosinas tienen gran popularidad, pero en
Guanajuato, por años, las Enchiladas con pollo fueron
el platillo central de la cena navideña y en un sinfín
de mercados de la entidad se ofrecen, tan actuales,
como “especialidad de la casa”.
133
Platillo de extenso reconocimiento y apreciado
por expertos y conocedores es el de los refinados
Chiles en nogada, tan vistosos y ecuánimes. Pocos
platillos revelan mejor que ése porque se asegura que
la comida entra por los ojos. Otro platillo central a
base de chile, es el de los Chiles rellenos, los cuales
disponen de decisivas variantes. Los clásicos,
capeados con huevo y rellenos de queso fresco, bañados
en salsa de jitomate, son material para pintores y
fotógrafos así como una delicia al paladar; pero
igual, compiten con chiles secos rellenos de frijoles
o picadillo o lo que el cocinero experimentado
invente.
No es menor la cantidad de platillos mexicanos
que no demandan mezcla o combinación o compañía del
chile, hay que anotarlo. Igual, el hecho de que no
todos los mexicanos lo consumen y, por supuesto,
atender el mandamiento de que su consumo debe
dosificarse con los paladares no habituados a él. Todo
ello, por lo demás, no desmiente la certeza que anota
el historiador y gastronauta venezolano José Rafael
Lovera (Gastronáuticas, Ensayos sobre temas
gastronómicos, Fundación Bigott, Segunda edición,
Caracas, 2006): “Es el periodo de la infancia cuando
las impresiones se fijan con mayor fuerza hasta el
punto de que el adulto se encuentra ya con un patrón
134
gustativo que determina si no definitiva, si
considerablemente su dieta”.
El quinto sabor
México no es la única nación consumidora de
chile. En Tailandia, Indonesia y Malasia lo comen
regularmente, así como en la región de Sechuán, en
China, en tanto que japoneses y coreanos acompañan su
ramen y su champon y otros platillos con picante. En
el sur de Filipinas, en Mindanao, también consumen
chile a diferencia de Manila, donde la comida es más
bien edulcorada. Hungría tiene fama de sus pimientos
y los italianos la opción del pepperocino.
La hindú es otra vasta cocina –poco conocida
todavía- en la que el chile es parte central de no
pocos platillos. A veces sus condimentos parecen
sustitutos o sucedáneos del picante mismo. El curry
indio es hermano o primo hermano del mole y los adobos.
Los moles y los pipianes pertenecen al mismo cuadro
genealógico en que el ají o el chile ponen su
definición, señala Rafael Heliodoro Valle.
Y en su acreditado libro Food in Chinese Culture
(Yale University Press, Nueva York, 1977), K. C. Chang
anota su magno descubrimiento: que son cinco y no
cuatro, los sabores básicos: amargo, agrio o ácido,
135
dulce, salado y picante. Al agregar el chile a la
estrecha lista ensanchó el universo de las
posibilidades gustativas y enriqueció a la humanidad.
CDMX, junio de 2019
136
Las Vacas de Apaseo
Entre la naturaleza y el género humano ocurren
prodigios que se imponen con sólo aparecer. En estos
días de enclaustramiento cuarentenario nos hemos
asomado nuevamente a un rincón de la vasta e
ineludible literatura gastronómica, acaso como
pretexto para aferrarnos a la existencia. ¿Qué mejor
justificación?
Persiste el asombro sobre cómo y cuándo nuestros
ancestros se afanaron en el desarrollo de los
cereales. De firme sólo sabemos un par de cosas, como
el hecho de que su cultivo marchó a la par del
desarrollo de las civilizaciones y de que la población
que comparte una cultura comparte también los mismos
hábitos alimenticios.
La gastronomía es una de las expresiones más
creativas de los pueblos; un componente fastuoso e
insustituible de toda cultura. Que la comida no es
sólo una fuente de placer sino también un dominio del
saber, fue una convicción arraigada de Grimod de la
Reyniére.
El arsenal gastronómico de El Bajío es extenso y
rico, como lo es la variedad y opulencia de sus
cultivos agrícolas, que se hallan en la base de su
137
exquisita cocina. Un aspecto poco atendido en la
gastronomía es –hemos escuchado a varios autores- el
relativo a la sensualidad de la alimentación. Su
estudio debería atraer más la atención e interés de
antropólogos, sociólogos, economistas, historiadores
y científicos, arrebatándolo a la inclemente industria
publicitaria.
Un hecho lamentable es que el nombre de “Los
Apaseos” –dos añejos municipios del sureste
guanajuatense- ha sido referido y expuesto una
multitud de veces en los medios de información a nivel
nacional en tiempos recientes, ligado a las infamias
de la criminalidad y la violencia que agobian al país.
Mas el espíritu del pueblo florece en sus
creaciones, que no son pocas.
Apaseo el Grande, una población antigua de disposición
pacífica y laboriosa por naturaleza, ha sazonado
varios platillos y artículos propios del buen comer
desde hace décadas. Tales como un estupendo Cabrito
al pastor; Carnitas que aventajan en deleite a muchas
de la comarca; el pan de La Rinconada y otras
panaderías; el Helado de zapote negro en La Sirena y
otras delicias gastronómicas. La fama de esos
artículos atrae una clientela nada despreciable de
poblaciones comarcanas.
138
Si el reconocimiento como productor de chile y
ajo lo ostenta el municipio desde tiempo inmemorial,
en años recientes su reputación como elaborador de
quesos se ensancha día con día, y ya sabe usted, lector
amable, que a la elaboración del queso confluyen
varios factores: clima, pastos, ganado, hábitos...
En el caudal de delicias locales hay un
bocadillo, una golosina o refrigerio, como se le
quiera llamar, consistente en una empanada de buen
tamaño, a la que su creador le dio el inverosímil
nombre de Vaca y cuya explicación y tesoro es su
relleno. Radica en una combinación de ingredientes
que, cocinados con paciencia y la sazón de su
inventor, dieron como resultado esa empanada de sabor
envolvente.
El guiso se compone de chicharrón de cerdo en
salsa de tomate (el verde, de hoja), papa, cebolla,
chile verde y un puñado de cilantro. La masa que lo
envuelve tiene la textura de la empanada gallega, de
donde inferimos que el proceso del amasado debe ser
similar al del popular “bolillo”.
El origen de la empanada se remonta a milenios y
se asegura que griegos y persas de la antigüedad ya
la preparaban. Actualmente muchos pueblos cuentan con
una versión propia. Quien hizo al hombre con necesidad
139
de comer, no consentirá en que perezca de hambre,
escribió Fray Luis de Granada.
Si todo arte crea su mercado, las Vacas de Apaseo
conquistaron el suyo a pulso. Y como los años no pasan
en vano, la competencia se multiplicó. Las Vacas son
ahora producto de varios comercializadores, entre
quienes se ha distorsionado –la sazón, los
ingredientes- la constante calidad de la original.
Una tradición aseguraba, hasta hace unos años,
que en nuestros pueblos el pan se vende en las plazas
públicas en grandes canastos. En Apaseo nadie ignora
el nombre del creador –varias décadas atrás- de las
Vacas, Vicente Lara, quien heredó a sus descendientes
el arte, la industria y el mercado. En seguimiento a
la tradición, ellos continúan ofreciéndolas en grandes
canastos en La Plaza principal o en el Jardín
municipal, y su propia casa hace las veces de expendio
alterno de esa empanada exquisita.
San Miguel de Allende, julio del 2020
140
La Rinconada
El hálito existencial yace en variados sostenes. Como
las personas, cada ciudad posee también sus propios
gestos particulares, sus señas de identidad. Una de
ellas, La casa de los perros, aporta el mayor
monumento arquitectónico de Apaseo. Francisco Antonio
Fernández de Herrera la construyó –aseguran los
historiadores- a finales del siglo dieciocho y ha
pertenecido a distintas propietarios a través del
tiempo. Se ubica en el centro mismo del poblado.
Al lado de ese palacio y formando un ángulo
preciso en la esquina nororiental, se encuentra “La
rinconada”. Su establecimiento allí se remonta a
varias décadas atrás. También ella ha mudado de
propietario. Mas en seguimiento de una tradición
arraigada, La rinconada mantiene la gracia de no sólo
elaborar el más reconocible pan de los alrededores
sino de continuar produciendo algunas piezas de su
invención, únicas. No es infrecuente ver automóviles
foráneos aparcados frente a la panadería, gente que
conduce desde poblados vecinos a abastecerse de las
delicias que allí elaboran.
En la base de la cultura y en el nacimiento de
las civilizaciones se encuentra el desarrollo de la
gastronomía. Su evolución representa una de las
141
mayores hazañas de la humanidad. El pan es alimento
básico y consumirlo es tanto una necesidad biológica
como un sustento espiritual. Las comunidades
evolucionadas se afanaron en el cultivo de los
cereales y su desenvolvimiento marchó en paralelo con
el progreso de las sociedades.
Tres son –grosso modo- las mayores culturas
coquinarias del mundo. El fundamento alimenticio de
las tres es el cereal, transformado en pan. Los
pueblos del Lejano oriente consumen arroz; los de
América, maíz y los europeos, trigo. Hay otros
cereales con los que también se elabora pan: avena,
centeno, cebada y alguno más. El trigo es el más
popular y se va adaptando en muchas partes. María
Moliner define el pan con precisión y nitidez: “Comida
hecha con harina, generalmente de trigo, amasada con
agua y levadura y cocida al horno después de
fermentada, en piezas de distintas formas y tamaños”.
¿Una ventaja práctica de la modernidad? Nos
permite abastecernos de cualquier producto, en todas
partes. La existencia se ensancha, gana con el
conocimiento de sabores remotos. La aversión a la
cocina dispone mal para comprender la naturaleza
humana, nos enseñó un historiador venezolano.
142
El pan es uno de los productos de mayor consumo en el
mundo, la quintaesencia de la alimentación universal.
En varias culturas “pan” es sinónimo del alimento
mismo. La historia de su elaboración -del pan sagrado
y eterno- se pierde en la penumbra de los siglos. Sus
orígenes se remontarían hasta hace unos ocho mil años,
siendo Egipto quien posee el honor de haberlo creado.
Actualmente, cada comunidad lo elabora a su manera.
Ninguna entre las artes aventaja en antigüedad a
la cocina. La tortilla de maíz tiene su propia
historia y es el “pan” original de los mexicanos. El
otro pan, el de harina de trigo y su elaboración,
arribó a México con la conquista española. En corto
tiempo los nativos aprendieron a cultivar, moler y
hornear el trigo. Al mediar el siglo diecinueve los
hornos mexicanos recibieron la influencia
extraordinaria, sobre todo, de la repostería francesa
y algún delicioso barrunto de la vienesa. Al ingenio
mexicano le cabe el mérito de haber recreado recetas
de otros pueblos así como de inventar sus propias
variedades.
A pan de quince días, hambre de tres semanas,
prescribió el Arcipreste de Hita. En dos categorías
extremas –y arbitrarias- podemos catalogar al pan
mexicano: el pan dulce y el pan de agua. A la segunda
categoría pertenecen el bolillo y la telera, siendo
143
éstos el verdadero sustento popular. En México,
durante muchos años ya, su elaboración es subsidiada
por el gobierno... El pan es el símbolo de toda
prosperidad material.
Salvador Novo, aficionado a estas materias,
escribió hace cosa de un siglo, que la telera y el
bolillo son artículos “aristocráticos, totales e
individualistas”.
Es en la categoría del llamado “pan dulce” donde
impera la imaginación y la mano del artífice mexicano.
Su origen español muy pronto se transformó en una
creación a medio camino entre la repostería francesa
y el bolillo. La experiencia fue depurando luego, al
transformar y refinar su elaboración, los hábitos y
sabores.
Conchas, polvorones, campechanas, coronitas,
chorreadas, novias, magdalenas, etcétera, son
variedades que se encuentran en toda panadería y en
La rinconada no faltan, por supuesto. Al alcance de
cualquier interesado se hallan éstas y otras piezas.
Pero La rinconada ha creado unas cuantas que no
se elaboran en otra parte y representan los sabores
más originales de esa panadería: turcos, estribos,
franceses, sobre todo.
144
Al llegar a una nueva ciudad, André Gide -cuenta
Azorín- visitaba sin falta: los cementerios, los
tribunales y los mercados. En seguimiento a nuestra
inevitable movilidad laboral nosotros, antes de
conocer el apotegma de Gide, habíamos establecido ya
un principió imperativo, asomándonos a la iglesia
mayor del lugar, a la universidad local y a sus
mercados. Esos lugares por donde anda la vida.
LA – CDMX, septiembre de 2020
145
Las posadas
De El Bajío proviene una de las más gratas evocaciones
-la época de Navidad y del Año nuevo-, así como la
vertiginosa emoción de la etapa que las precedía: Las
posadas. Las celebraciones abarcaban –todavía- casi
todo el mes, iniciándose con motivo de las
festividades de la Inmaculada Concepción, el 8 de
diciembre. Aparecían primero y se instalaban a un
costado del jardín principal las Atracciones Arroyo,
los juegos mecánicos que comprendían el carrusel de
caballitos, la ola, la rueda de la fortuna y las sillas
voladoras. Al paso de los años se agregaron otras
diversiones.
En otros puntos de la plaza y de los portales se
instalaban puestos de entretenimiento, rifas, juegos,
la lotería. Se apostaban al comenzar el mes y no
levantaban sus arreos sino hasta trascurridas las
festividades de la Virgen de Guadalupe, las que tienen
lugar en el barrio de La villita, en los suburbios del
pueblo, prolongándose hasta mediados de diciembre.
Enseguida daban comienzo Las posadas, esa fiesta
religiosa en la que se funden la devoción y el
esparcimiento.
Es una de las más agradables tradiciones
heredadas del México colonial, que no ha cedido a los
146
zarpazos ni a las rudezas de la historia. La Marquesa
Calderón de la Barca las cita en sus Cartas y Guillermo
Prieto, en Memorias de mis tiempos, se refiere a las
fiestas decembrinas sin describirlas “porque
llenarían tomos enteros”.
En memoria del peregrinaje de María Y José a su
salida de Nazaret, ya sabemos, Las posadas son
festividades populares de carácter pío que se celebran
en México y Centroamérica, del 16 al 24 de diciembre.
La tradición señala, según Wikipedia, que en 1578,
fray Diego de Soria obtuvo del Papa Sixto V la bula
que autorizaba la celebración en el Virreinato de la
Nueva España de unas misas llamadas de aguinaldo, que
se realizarían en los atrios de las iglesias.
Junto con las misas se representaban escenas de
la Navidad y luego de las mismas se realizaban
festejos con luces de bengala, cohetes, piñatas y
villancicos. Más adelante, la celebración, aunque no
dejó de tener lugar en las iglesias, pasó a tomar más
fuerza en los barrios y en casas particulares, y la
música religiosa fue sustituida por el canto popular,
igual que éste ha sido reemplazado en la actualidad
por la fiesta y el baile.
El caso es que en Apaseo se organizaban a partir
del curato de la iglesia principal para todos los
niños y niñas que quisieran participar, y consistían
147
en la procesión por calles diferentes, donde con
devoto bullicio se rezaba el rosario y en el turno de
cada misterio se cantaba con vigor el Ora pro nobis.
Durante la procesión había que portar velas y encender
varitas luminosas.
Al final de la procesión, del rosario y la
entonación de villancicos, recibía cada uno de los
participantes un aguinaldo, consistente en una bolsita
de papel de estraza conteniendo cacahuates, una
mandarina, colasiones, una caña de azúcar y alguna
otra cosa.
Nadie, por más terrible, difícil o atormentada
que haya sido la niñez, puede no conservar en la
memoria algunos recuerdos deliciosos, momentos de
armonía y dicha imborrables. Las mandarinas permanecen
en el recuerdo como una fruta infaltable de aquellos
días, igual que los cacahuates.
En la adolescencia acudíamos a las que se
organizaban dentro del curato de la Parroquia. Allí,
al rosario y la petición de la posada se añadía una
celebración gozosa y entretenida: la partición de las
piñatas, igual que otros juegos sanos y vitales. ¿No
es la acción la gran fiesta del ser humano?
Y por humilde que fuese, en cada hogar se tendía
un Nacimiento, la representación del pesebre en el que
nació Jesucristo, adornado con cualquier variedad de
148
motivos y elementos. Se le escenifica con figuras de
personas, animales y paisajes. La invención del
Nacimiento de las navidades mexicanas –que se practica
también en España y casi en toda Hispanoamérica y se
llama en otros países pesebre o belén- se atribuye a
San Francisco de Asís y se remonta al año 1223.
Se tiende el 16 de diciembre y se levanta en
distintas fechas, en enero, con la llegada de los
Santos Reyes, o con la Candelaria, el 2 de febrero.
En vez del Nacimiento ha ganado terreno el
levantamiento del Árbol de Navidad, que no es una
extranjerización, sino la celebración cristiana de la
misma Navidad por los protestantes.
No cabe una incursión en los dominios de la Cena
de Navidad en este texto, pues demandaría un espacio
considerable; excepto anotar que, sea cual fuere la
justificación o el pretexto, convoca usualmente a
reunión familiar, lo que no es poco. Las costumbres
evolucionan y la gente atribuye hoy exagerada
importancia a los Regalos de Navidad, bien que el uso
es antiguo.
Las posadas anunciaban, además, el camino a otros
ceremoniales. Las horas y los días marchan sin pausa
ni reposo, sin dar respiro al tiempo ni a la especie
humana. Son nuestros hábitos los que mutan y se
acomodan a nuevas circunstancias y necesidades. Y por
149
más conciencia que tengamos de los designios de la
fatalidad, conservamos siempre un margen de
expectativa. ¿No es la felicidad, también, un
ejercicio de la voluntad?
Quien más quien menos, casi todos albergamos una
esperanza. “La esperanza, asustada, se refugia en los
niños / y en los tontos / y en nosotros, los que
todavía, por la gracia del verbo, somos desgraciados”,
escribió Jaime Sabines. Siendo la fragilidad parte
inseparable de la condición humana, la esperanza no
sólo significa una apuesta en los afanes cotidianos,
sino también una fuente de la felicidad, un gran
consuelo aunque no sea más que como desahogo.
Dialéctica de nuestro ser, meditar está en
nuestro destino, imaginar el porvenir es parte de la
condición humana. Aunque el tiempo es circular y sólo
una forma de parcelar el espacio, siempre esperamos
un mañana mejor. “Los hombres mantienen, aunque sea
sólo por coraje y desafío, una fe innata en que deben
llegar, siempre, tiempos mejores”, nos confía Onetti.
Así como la intuición y las fábulas forman parte
del mismo tejido sordo e indiscernible, la imaginación
y la fe se adelantan al porvenir. El Año nuevo
representaba –todavía- la ventana abierta a un futuro
que está allá adelante, siempre por venir.
150
Caracas - octubre de 2014
151
Buganvilia
¿La fragancia de la rosa mudaría si se llamase astro,
bestia, nave o cordillera? El nombre, escribe Fray
Luis de León, es aquello mismo que se nombra, no en
el sentido real y verdadero que ello tiene, sino en
el ser que da nuestra boca y entendimiento.
La palabra es acaso el único producto realmente
humano, el único sentido en el que el hombre crea de
veras, desde que a nuestros primeros padres les fue
otorgado el privilegio de nombrar seres, personas y
cosas. Vino luego Babel y la lengua del hombre se
multiplicó. La condenación divina a la arrogancia
humana dio origen a la dispersión y a la diversidad
de voces.
Así, son cosa de cada día los acarreos y las
influencias lingüísticas, sorprendentes casi siempre.
Algunas poseen explicaciones maravillosas, otras
carecen de historia, las más arrastran cuentos
curiosos o extravagantes, y nuevas palabras y
neologismos son forjados a diario.
Plantas, animales, minerales, todas las cosas en
fin, han sido bautizadas caprichosa o
circunstancialmente a través de los siglos. En los 37
tomos de su Historia natural, Plinio recopila
152
importantes conocimientos de botánica y zoología, de
mineralogía, medicina y otras materias, y da nombre a
un volumen no menor de cosas u objetos y, como él,
otros hicieron lo mismo en civilizaciones diferentes.
Babel jugó su papel enriqueciendo los sonidos,
el ritmo y el lenguaje. Por eso hallamos, aun en una
misma lengua, que los objetos y las cosas tienen no
sinónimos, sino nombres distintos, siendo la misma
cosa.
La buganvilia posee tantos nombres como
variedades. En México, Chile y Perú se llama
buganvilia; en Venezuela, Colombia y el Caribe
hispanohablante se le llama trinitaria; veranera en
casi toda Centroamérica y Colombia; y, me aseguran,
Santa Rita en Argentina, Paraguay y Uruguay. En Kenia,
donde reverberan, se le llama buganvilia, lo mismo que
en Corea. ¿Quién la llevó a aquellos continentes?
La hermosísima planta -de colores intensos-, es
originaria de Brasil. Su tranquila belleza engalana
su entorno. Quién sabe si el paraíso la conoció en su
estado virginal. En la actualidad se ufana de
mostrarse en variados colores, de los que conocemos
cuatro por lo menos: uno, blanco como el algodón;
otro, ámbar como el primer sol de la mañana; rosado
en el tono del rosa mexicano el tercero, y el más
agraciado por inusual y por su intensidad, el morado.
153
¿Su etimología? El nombre lo debe al Conde Louis
Antoine de Bouganville (1729-1811), explorador y
navegante francés que realizó la primera
circunnavegación francesa y fue quien llevó la planta
a Europa, desde Brasil.
Generosa, crece en cualquier terreno con clima
cálido y se mantiene verde durante los días lluviosos,
o muda y pierde sus hojas en el periodo de sequía. La
ciudad de Cuernavaca contaba con varios apodos, entre
ellos el de ciudad de las buganvilias, pero abunda en
muchas partes.
Ante su visión, ante la contemplación de su
follaje verde y morado, empotrado en un muro, uno
puede suspenderse del ruido y regocijarse en una
serenidad que resiste al tiempo. Desde la infancia en
El Bajío, cuando descubrimos el embrujo de las
palabras, cuántos seres y cosas entraron en nuestros
afectos sólo por su nombre.
Caracas, 2015
154
Exvoto
Para los antiguos griegos la idea de la educación
representaba el sentido de todo esfuerzo humano. Ese
ideal se propagó y fue adoptado por las sociedades de
muchas naciones al paso de los siglos. Beneficiarios
de ese legado milenario, los apasenses de mi
generación y las inmediatas guardamos una deuda de
gratitud con el grupo de personalidades que impulsaron
el desarrollo de la educación en esa población al
mediar los sesentas –sobre todo- del siglo pasado, una
época notable en la evolución del país.
La generación de mi época y una previa a ella,
constituyeron las primeras que, como grupo, les fue
posible cursar la secundaria completa, en Apaseo
mismo. Gracias a ello, en virtud de ese paso enorme,
muchos adolescentes de entonces vieron abrirse
opciones para continuar más adelante estudios
superiores.
El primer grupo, un grado adelante, se convirtió
en la primera generación graduada de la secundaria
varonil. En la división por género que prevalecía en
la ciudad, la secundaria femenil nunca quedó a la
zaga.
De la simiente que fue la Secundaria Beatriz de
Tapia, primero, y Carlos Navarro después el grupo de
155
mi generación –la segunda que allí se graduó- acabó
el tercer grado en la que era mejor conocida como la
Escuela de Los Hermanos -un grupo de religiosos de la
orden Operarios de la Sagrada Familia, entregados
devotamente a su labor- y que hasta entonces sólo
había operado una escuela de nivel primario.
Siguieron otras generaciones. Poco más de medio
siglo ha transcurrido. En la actualidad -signo de los
tiempos y del desarrollo socio-económico del país-
Apaseo cuenta con varios planteles de secundaria y con
al menos dos de bachillerato. El bachillerato, mi
generación lo estudió -la mayoría- en Celaya, bien en
la Escuela Preparatoria, oficial, o en el Instituto
Celayense, privado. Algunos lo hicieron en la
geográficamente cercana Universidad Autónoma de
Querétaro.
Acaso la anécdota más reveladora de la educación que
recibieron los adolescentes apasenses de aquella
etapa, la planteó don Julio Scherer García, el
legendario director del periódico Excélsior y la
revista Proceso, cuando preguntó una tarde a Gerardo
Galarza, su alumno destacado durante muchos años,
tanto en la UNAM como en la mesa de redacción del
semanario:
156
-¿Pues quiénes eran sus maestros en ese pueblo,
don Gerardo?
El carácter de la comunidad se imprime en sus
miembros individuales y es, en el hombre, fuente de
toda acción y toda conducta, escribió Werner Jaeger.
Apaseo tiene mucho que agradecer al selecto
conjunto de hombres y mujeres que motivados por sus
mejores atributos personales entregaban su tiempo y
su trabajo a los grupos que constituíamos su alumnado.
Jerónimo Cabrera Muñoz Ledo, Enrique Oliveros, Isaías
Lemus, Germán de la Cruz, Florencio Cabrera Coello,
Carlos Navarro, Consuelo Cano, Coleta Estrella, Judy
Oliveros, Luz María Ramírez, José Luis Colín, Jaime
Rábago, Nano y Mary Oliveros, el Padre Félix Yáñez,
el profesor Jesús Plaza, los licenciados Francisco
Ibarra y Gustavo Ochoa, Rodolfo Reynoso y Humberto
Ramírez pertenecen a esta lista incompleta de aquel
extraordinario cuerpo académico.
Hubo entre ellos varios cuya circunstancia,
vocación y otras cualidades resumían –en reflejo, sin
duda, de toda la nación- al educador, al maestro por
antonomasia. El desarrollo social depende de la
conciencia de los valores que rigen la vida de la
colectividad. ¡Cuánto les debemos todos y la población
en general!
157
Algunos ex alumnos de aquella secundaria más de
una vez habrán evocado las enseñanzas, la figura o las
palabras de Jerónimo Cabrera al momento de decidir
sobre un asunto, frente a un dilema, o cuando
flaqueaba la voluntad para tomar una decisión, cumplir
un deber o compromiso. Cuando la vida mostraba que no
va en línea recta y hay que acogerse a “querer creer”,
que es como Miguel de Unamuno define la fe.
O –cuando no sonreía- la voz metálica de Enrique
Oliveros, quien ponía a un lado sus labores agrícolas
de cada día para acudir al salón de clases a enseñar
español. Su anecdotario, sus citas y su buen humor
provenían o las alimentaba –lo descubrimos años más
tarde- en sus lecturas de Quevedo y otros autores del
Siglo de Oro.
O la filosofía cotidiana que emergía de Isaías
Lemus, quien no sólo dialogaba con los estudiantes con
sencillez sino que su universalidad le alcanzaba –
como a los hombres del Renacimiento- lo mismo para
enseñar física, dibujo o historia de la filosofía.
Isaías Lemus extendió luego su labor educativa hasta
Celaya, donde estableció el –hoy legendario, nos
informan- Instituto Celayense.
Podríamos seguir describiendo los méritos y
cualidades de todos ellos. Pero basten los ejemplos
señalados para hacer extensivo un reconocimiento a
158
todos. Sin excepción, fueron hombres y mujeres que más
allá de los límites de su especialidad, ilustraban a
los jóvenes estudiantes sobre la virtud, el deber y
la responsabilidad; enseñaban a medir las cosas por
su condición humana.
LA / SMA, junio de 2021
159
La casa de los perros
¿Qué se entiende por barroco? Aunque referida a
literatura, una definición o explicación conveniente
a nuestro propósito (la etimología es una historia
en sí misma) la aporta Gilbert Highet en su libro La
tradición clásica (Tomo segundo, Cap. XV): Barroco,
dice, significa “belleza comprimida pero a punto de
romper sus barreras”.
La casa de los perros, La casa grande, La casa
de Herrera. Se le conoce de varios modos. Es el
monumento mayor y una obra de arquitectura única en
Apaseo el Grande, una de las comunidades más antiguas
del estado de Guanajuato y vecina de la ciudad de
Querétaro. Quizás no es difícil rastrear al
constructor y a sus sucesivos moradores, pero los
estudiosos, los historiadores –como Efraín Castro
Morales- aseguran con certeza que “el propietario,
constructor y morador de la casa fue Francisco Antonio
Fernández de Herrera y Merino de Arévalo”, rico
hacendado y empresario.
El palacio, que eso es en rigor, se ubica al
norte de la Plaza Hidalgo, en el centro mismo del
poblado, frente al portal Allende. Un bellísimo libro
–La magia del barroco en Apaseo- recoge con propiedad
y delicadeza, la historia y las imágenes del inmueble.
160
Fue editado en 1999 por la empresa CYDSA, con textos
de Lydia Sada de González y Efraín Castro Morales y
fue prologado por Guillermo Tovar y de Teresa.
La construcción tuvo lugar entre 1780 y 1789, con
el apoyo –establece la leyenda, para no herir a la
historia- de un mítico maestro albañil llamado
Cornelio y ha pertenecido a distintos propietarios
desde entonces. Actualmente, aseguran, pertenece a una
corporación regiomontana.
En otro tiempo la casona pertenecía a una familia
Chaboya –cronistas actuales escriben Chavolla-,
procedente de Guadalajara, quienes la habrían
adquirido en 1941. Existía entonces una especie de
determinación por mantener cerrado el portón, para
todo efecto. Nadie ajeno a ella, entraba a la casa.
El hijo menor del propietario jugaba fútbol con
nosotros algunas veces, pero ni eso garantizaba el
acceso. Con todo, era inocultable que el enorme patio
era espacio para tender y secar al sol la cosecha de
ajos, sobre todo.
Tierra toda fértil y abundante la del Bajío,
exclama el historiador Efraín Castro, en el texto que
sobre La casa preparó para el libro que venimos
citando. Como otros historiadores, Castro señala
también la existencia de una frontera en territorio
abajeño, pero él no la ubica hacia el sur, sino en la
161
dirección opuesta, “entre los fértiles valles de la
meseta central y las tierras baldías del norte”.
La vida de una ciudad pequeña tiene su propio ritmo,
recostado en la monotonía. En alguna época los muros
de la casa se convertían en escenario, se
transformaban en telón de fondo. Altas y monumentales,
las excelsas paredes de La casa dominan el espacio de
la plaza. Allí, inmutables, han servido como pantalla
de una sucesión de actividades sociales y culturales.
En La plaza se presentaban orquestas, artistas y
cantantes, grupos musicales y de teatro, como Los
cómicos de la legua –procedentes de la vecina
Querétaro- o las estudiantinas de San Luis Potosí,
Querétaro y Guanajuato, tan populares en una época.
Colmadas las celebraciones cívicas o religiosas,
la plaza acogía la instalación de juegos y aparatos
mecánicos –Atracciones Arroyo- más otras diversiones,
para entretenimiento y recreo de la población, que
enriquecían el provincianismo.
La Plaza Hidalgo –un espacio plano, como
continuación horizontal de la casona- ha padecido
también épocas menos elegantes. Durante años sirvió
como asentamiento del tianguis que cada fin de semana
allí se establecía, el cual gozó seguramente de mayor
vigor en el pasado si nos atenemos a la historia,
162
conforme a la cual a partir del siglo diecisiete El
Bajío se había transformado en centro agrícola y
ganadero importante para la economía virreinal.
No es improbable que algún día se convierta en
museo La casa de los perros. Con los ojos vueltos en
la infancia, la memoria ilumina el influjo –a ratos
más fluido que el de su propio estado- que la ciudad
de Querétaro ha tenido sobre Apaseo el Grande. Es la
visión del pasado la que impulsa la construcción del
porvenir. Pero es con esperanza –escribió Unamuno-,
mejor que con recuerdos, como se entra en la
eternidad.
CDMX, 18 de octubre del 2020
163