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Ser Territorio. Geografia y Anarquismo - Ebook - PDF

Este documento presenta una introducción al libro "Ser territorio. La geografía y el anarquismo". Explica que el modelo de modernidad supuso la ruptura del ser humano con la naturaleza y su dominio técnico, lo que ha creado una crisis de identidad. También señala que el territorio pierde su significado simbólico a medida que la vida se reduce a lo monetizable, y solo comunidades originarias mantienen una relación simbiótica con la naturaleza. Finalmente, indica que el espacio urbano se ha
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Ser Territorio. Geografia y Anarquismo - Ebook - PDF

Este documento presenta una introducción al libro "Ser territorio. La geografía y el anarquismo". Explica que el modelo de modernidad supuso la ruptura del ser humano con la naturaleza y su dominio técnico, lo que ha creado una crisis de identidad. También señala que el territorio pierde su significado simbólico a medida que la vida se reduce a lo monetizable, y solo comunidades originarias mantienen una relación simbiótica con la naturaleza. Finalmente, indica que el espacio urbano se ha
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Patricia Lobo (Coord.

SER TERRITORIO
La geografía y el anarquismo

La Neurosis o Las Barricadas Ed.


Ser terriorio.
La geografía y el anarquismo
Patricia Lobo (Coord.)
La Neurosis o Las Barricadas Ed.
Madrid
2019

ISBN 978-84-941614-9-0
Depósito Legal M-2686-2019

Se recomienda encarecidamente la reproduc-


ción o copia de cualquier parte o la totalidad
de este libro que tienes entre tus manos, siem-
pre que sea sin fines comerciales.
Índice

A modo de introducción ................................................................................ 9


Impresiones de un paisaje anarquista, por Myrna Breitbart ..................... 19
Pierre Joseph Proudhon ............................................................................. 24
Mutualismo ........................................................................................... 24
Autogestión obrera .............................................................................. 25
Federaciones funcionales ...................................................................... 26
Federación geográfica ........................................................................... 27
Piot Kropotkin ............................................................................................. 28
Ayuda mutua ........................................................................................ 28
Trabajo social ........................................................................................ 29
Trabajo integrado ................................................................................. 29
Descentralización económica ............................................................... 31
Autosuficiencia regional ...................................................................... 32
Asociaciones territoriales y comunas sociales .................................... 32
Los principios de localización bajo la anarquía ......................................... 33
El rendimiento anarquista ................................................................... 34
Utilización de la tierra a una macroescala .......................................... 35
Criterios de localización anarquista .................................................... 36
Circulación ............................................................................................ 37
Utilización agrícola de la tierra ........................................................... 38
Una economía microespacial ................................................................ 38
Conclusión ................................................................................................... 39
Bibliografía ................................................................................................... 41

5
En los orígenes de la geografía crítica. Espacialidades
y relaciones de dominio en la obra de los geógrafos
anarquistas Reclus, Kropotkin y Mechnikov, por Federico
Ferretti y Philippe Pelletier ......................................................................... 43
Introducción ................................................................................................. 45
Los geógrafos anarquistas contra el socialdarwinismo,
por el apoyo mutuo y la mesología .......................................................... 46
Los geógrafos anarquistas contra el malthusianismo ............................... 49
Concentración del capital y dispersión industrial ..................................... 54
La teoría anarquista del desarrollo desigual .............................................. 57
Territorio, principio federativo y crítica de las fronteras naturales ........ 61
La geografía de los anarquistas y la cuestión de las nacionalidades ........ 66
Bibliografía ................................................................................................... 71
Para una lectura espacialmente situada del anarquismo en el
contexto de la desterritorialización, por Pablo Mansilla ................... 75
Los anarquistas y el pensamiento geográfico ............................................ 80
La desterritorialización y la emergencia de
reterritorializar las prácticas del anarquismo ......................................... 88
Territorios anarquistas, ampliando las posibilidades del concepto ......... 91
Conclusiones ................................................................................................ 94
La naturaleza dominante de los espacios económicos hete-
rodoxos en los tiempos de la crisis neoliberal: hacia un
futuro «postneoliberal» anarquista, por Richard J. White y
Colin C. Williams ........................................................................................ 99
Introducción ................................................................................................ 101
La economía anarquista y la generalización de los espacios
económicos heterodoxos en la sociedad occidental contemporánea .... 105
La naturaleza y significado del anarquismo .............................................. 105
Tipologías Económicas ................................................................................ 113
La persistencia internacional de las
prácticas laborales desmercantilizadas ..................................................... 114

6
Evaluación de la persistencia intranacional
de las prácticas laborales desmercantilizadas ......................................... 119
Hacia un futuro postneoliberal anarquista ............................................... 120
Posibilitar que surjan y prosperen los espacios criptoeconómicos ........... 121
Liberando la educación .............................................................................. 122
Obstáculos a la participación en prácticas no mercantilizadas ............... 124
Una última reflexión .................................................................................. 126
Referencias ................................................................................................. 128
Bibliografía .................................................................................................. 135
Anarquía, geografía y deslocalización, por Jeff Ferrel ........................... 143
La deslocalización y sus descontentos ........................................................ 155
Precariedad, des-organización y deslocalización ..................................... 160
Deslocalización, espacio y anarquía: una especulación ............................. 167
Bibliografía .................................................................................................. 177
Lo que debe ser la geografía, por Piotr Kropotkin .................................. 185
La evolución de las ciudades, por Élisée Reclus ....................................... 215

7
A MODO DE INTRODUCCIÓN
La Neurosis o Las Barricadas Ed.
E
l ser humano está hecho de espacio y de tiempo. Si redujése-
mos la vida humana a su mínima expresión, diríamos que el ser
humano es un aquí y un ahora. Para ser más precisos, debiéra-
mos decir que es un transcurrir en un espacio concreto.
Si lleváramos a cabo una sencilla arqueología contemporánea de
la relación del ser humano con su entorno, deberíamos partir de una
idea bastante evidente: el modelo hegemónico de Modernidad supuso
la ruptura definitiva del ser humano con la naturaleza y encumbró una
forma de racionalidad que convertía, de forma casi exclusiva, el medio
natural en una herramienta. Así, el dominio técnico del entorno supuso
una carrera alocada para su aniquilación y, al mismo tiempo, la conver-
sión progresiva en una realidad inequívocamente artificial. La interac-
ción en tiempos pasados suponía una relación de ida y vuelta entre el
ser humano y el espacio que habitaba y explotaba. La total dominación
técnica del espacio ha supuesto una de las grandes crisis de la identidad
moderna por cuanto el ser humano ya no es ser natural tal y como esto
se podía concebir en todas sus variantes histórico-culturales durante
miles de años, sino que tiene que pensarse a sí mismo como producto de
una relación con la naturaleza artificial creada por sí mismo.

11
Por todo esto, el territorio vive una profunda agonía como sím-
bolo. La pretendida reducción de la vida a elementos exclusivamente
monetarizables supone la eliminación progresiva de los vínculos no
estrictamente materiales. Las comunidades que actualmente las cien-
cias sociales denominan pueblos originarios, y que están en proceso de
aculturación por las imposiciones del capitalismo global, son los únicos
que realmente se sienten parte de la tierra. Allí caben, aunque cada vez
con un espacio menor, los ritos funcionalmente relevantes para cons-
truir una relación más o menos simbiótica con la naturaleza. En el resto
del mundo, la naturaleza es hidrocarburos, agroindustria, espacios de
externalización1 de residuos contaminantes, resorts y turismo de sol o
montaña en sus diferentes formas y variedades, etc. De esta forma, el
territorio desaparece para dejar paso a un cada vez más homogéneo
espacio sin significado simbólico que va teniendo una relevancia cada
vez menor en el sistema de valores explícito de las personas. Por eso, el
espacio urbano se ha vuelto totalitario a través de la forma de la mega-
lópolis y no baraja ninguna otra posibilidad que no sea el exterminio
del mundo rural. La megalópolis se sostiene sobre las premisas más
valoradas por las sociedades del capitalismo avanzado. Para muestra,
un botón: una estructura de complejidad extrema donde la vida más
que vivida es administrada. Es comprensible que allí donde las per-
sonas somos solo números, la estandarización de la vida no resulte un
problema sino que, al contrario, resulte un objetivo más que deseable.
En esta megalópolis, el territorio solo es comprensible como mer-
cancía y como escaparate.
 1. La hipertecnificación ha posibilitado la ruptura de las relaciones de responsabilidad
ecológica gracias a la externalización de las consecuencias de la destrucción. Si cada
español/a consumiese al año un teléfono móvil, resultaría un problema ecológico
para zonas como Agbogbloshie (Acra, Ghana) donde se puede encontrar un inmenso
cementerio electrónico. Allí es donde se pagarían las consecuencias ecológicas del
consumismo capitalista del «mundo avanzado».

12
Ha sido estudiada de forma pormenorizada la faceta del territorio
como mercancía. La explotación agrícola de carácter privado imponía
inevitablemente la condición mercantil de la tierra desde tiempos remo-
tos. Por otro lado, el territorio como espacio de tránsito de mercancías
cobra una relevancia extraordinaria desde las primeras fases del capi-
talismo. No podía ser de otra manera: el tiempo es oro, es decir, mer-
cancía. El reloj sistematiza la contabilidad de tiempo que abre infinidad
de posibilidades a la búsqueda de reducción del tiempo consumido en
la acción productora. Así el dualismo espacio-tiempo debe ser reducido
a su mínima expresión. Por eso la acción del capitalismo implica una
obsesión por la velocidad (que ha terminado por convertirse en una
enfermiza obsesión por la inmediatez) entendida como una lucha por la
aceleración de la circulación de la mercancía de la forma más eficiente
posible. Reducir costes. De ahí que la línea recta (y, por supuesto,
radicalmente horizontal) se convierta en otra obsesión. Destruir-alisar
montañas, destruir-atravesar bosques, etc., con la finalidad de construir
ferrocarriles y autovías que posibiliten esa fluidez. El mismo acto de
destrucción y construcción se ha conviertido de esta manera en mer-
cancía, por cuanto las infraestructuras se convierten en el negocio de la
eficiencia espacio-temporal.
Por un lado, el territorio-circulación es el mundo de las infraes-
tructuras que ha generado los negocios más suculentos de la España
de las últimas décadas. Detrás de las grandes constructoras (ACS,
Ferrovial, FCC, Sacyr, Acciona...) encontramos buena parte de las
más grandes fortunas forjadas gracias a un entusiasta desarrollismo2
 2. Los nombres de buena parte de los dirigentes de estas constructoras están manchados
por la corrupción. En España los vínculos entre constructoras y dirigentes políticos son
estrechos. De hecho, es una práctica habitual el usar las adjudicaciones de grandes
obras públicas para financiar irregularmente partidos políticos o directamente para
enriquecer a los políticos de un grupo parlamentario u otro. Eso sí, la corrupción no es

13
con protagonistas como Villar Mir, Del Pino, Florentino Pérez, el clan
Entrecanales, etc. Por otro lado, el territorio-vivienda alcanza cuotas de
mercantilización que resultan escandalosas por cuanto fructifican a su
alrededor inversores grandes (fondos de inversiones), medianos (ren-
tistas) y pequeños (aspirantes a rentistas), además de profesionales del
negocio inmobiliario, que generan una inmensa red especulativa que
encarece (y a menudo imposibilita) el acceso a la vivienda a las clases
sociales más empobrecidas.
No debemos olvidar, además, que la megalópolis se concibe a sí
misma como un océano de cristal. Pero la megaurbe no es un territorio
de transparencia igualitaria. Todo lo contrario; es escaparate y panóp-
tico3 al mismo tiempo. La sociedad contemporánea, en su dimensión tec-
nológica de productora de cantidades aparentemente infinitas de imá-
genes, provoca la reducción de la vida a apariencia. Lo bello es bueno
ya no es una premisa neoplátonica, sino el fundamento de la industria
de la publicidad y más ampliamente de la industria de la cultura de
la comunicación de masas. De ahí que también sea el valor central de
millones de personas de nuestro mundo globalizado. La megaurbe tiene
un corazón de centro comercial. Y ese centro comercial es un inmenso
escaparate. Y cada escaparate es una oda a una juventud dinámica,
despreocupada, atractiva, individualista, tecnológica y superficialmente
feliz. Y nuestra vida es un eterno deseo de ser un digno habitante de
esos escaparates. Las redes sociales se alimentan básicamente de ese
deseo y así es como nuestra vida poco a poco parece convertirse en
un parámetro válido. Algunas de estas compañías, por mucho que respeten la legalidad,
no hacen sino un constante daño social.
 3. El panóptico era un modelo de arquitectura carcelaria propuesta por el pensador
Jeremy Bentham cuyo objetivo era permitir a su guardián observar desde una torre
central a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales, alrededor de dicha
torre, sin que estos puedan saber si son observados.

14
un escaparate virtual. Allí es donde debemos trabajar de forma ardua
por ser individuos, con el objetivo imposible de diferenciarnos en la
megaurbe de la masa espectadora de sí misma.
En estas macrociudades la transparencia asimétrica viene dada
por el sometimiento al panóptico comercial y securitario. El panóptico
securitario se refiere a la industria de la seguridad ciudadana que aca-
rrea, entre otras cosas, una desmedida presencia de cámaras de video-
vigilancia para saciar la cultura del miedo, generada por la industria
mediática, tan beneficiosa para fortalecer la soledad y el desarraigo de
nuestras ciudades. El panóptico comercial también tiene posibilidades
securitarias, pues nuestra vida virtual en nuestros teléfonos móviles,
en nuestros ordenadores y tabletas supone una fuente ingente de infor-
mación en manos empresariales y gubernamentales. Estos aparatos son
nuestros escaparates voluntarios e involuntarios que posibilitan una
mayor eficiencia en múltiples aspectos para la administración ajena de
nuestra vida.
Las arterias que bombean la sangre que alimenta el corazón de
la megaurbe son estas carreteras que someten la vida de la ciudad a
la tiranía del automóvil. El automóvil es la representación de lo que
el capitalismo considera libertad. Ir cuando quieras a donde quieras.
Casualmente todo el mundo quiere ir al mismo sitio, por eso las arte-
rias viven en permanente congestión automovilística. Nuestra pobre
metáfora, el automóvil como sangre de esas grandes arterias que son las
autovías, podría tener un posible correlato en la televisión como nues-
tro cerebro. Las carreteras organizan el espacio público de la megaurbe,
la televisión, como todas sabemos, organiza la disposición del espacio
privado, que es el domicilio. El comedor o el salón de las casas occiden-
tales son el espacio principal de toda familia de orden, y todos sus sofás
y demás mobiliario dependen del lugar que ocupe la televisión. Bien es

15
cierto que las posibilidades de la vida contemporánea han individuali-
zado el disfrute del entretenimiento televisivo, por lo que la alienación
colectiva que todos hemos vivido en familia durante varias décadas ha
tendido a privatizarse en los últimos años en el sentido de que se con-
vierte en un disfrute de la alienación individual en habitaciones separa-
das, siempre que esto sea posible, con canales y contenidos diferentes,
personalizados.
El automóvil tiene tal relevancia en la sociedad contemporánea
que no se sabe si las personas tienen automóviles o si los automóviles
tienen personas. Eso es algo difícil de discernir. Lo que está claro es
que, independientemente de lo que hayamos respondido a la cuestión
anterior, mucha gente genera mayor apego por su automóvil que por
su familia.
El automóvil es una herramienta imprescindible en el espacio
moderno. Es la base de la movilidad espacial individual. Salimos de
nuestro pequeño hogar, un cubículo rectangular; montamos en el ascen-
sor, un cubículo rectangular; bajamos a nuestra plaza de garaje, un cubí-
culo rectangular; subimos a nuestro coche, un cubículo rectangular que
los diseñadores llevan décadas tratando de disimular con propuestas
de lo más atractivas; y partimos a nuestro trabajo, una oficina o un
establecimiento con forma de cubículo rectangular. De esta manera,
podemos evitarnos respirar el aire putrefacto de nuestras ciudades y,
además, nos podemos ahorrar el tener que ver la cara de leve amargura,
pero sin exagerar, que suele formar parte de las personas usuarias del
transporte público, un cubículo cuadrado mucho más grande por su
carácter colectivo.
Todo lo que acabamos de señalar no son nada más que unos
apuntes sueltos de algunas de las ideas que el anarquismo contempo-
ráneo ha esbozado sobre las relaciones de poder en el territorio que

16
habitamos y, sobre todo, desolamos. Y que apenas son una ínfima parte
del libro que tienes entre tus manos. En este sentido, queremos recal-
car que esta obra no es una publicación homogénea, sino que viene a
recoger un conjunto bastante diverso de artículos de varias publicacio-
nes relacionadas con el estudio del espacio, eso que suele denominarse
geografía. Estos artículos recogen el pensamiento de pensadores clásicos
como Reclus o Kropotkin, pero la mayoría han sido escritos desde la
década de 1980 hasta la actualidad, como, por ejemplo, los elaborados
por Myrna Breitbart o Pablo Mansilla. Unos textos reflexionan sobre
la geografía libertaria de finales del siglo XIX y principios del siglo XX,
otros directamente realizan propuestas de lucha en la actualidad; los
hay del ámbito libertario meridional y otros del ámbito anglosajón (y
puede no ser importante, pero se nota en los análisis y en las propues-
tas). Y por qué no decirlo, unos son más afines a quienes escribimos
estas líneas, y otros lo son menos. Todo el conjunto, pese a su hetero-
geneidad, o precisamente gracias a ella, es una interesante panorámica
del pensamiento geográfico libertario. Se ha hecho esperar este libro en
el que hemos trabajado mucho tiempo y en el que han colaborado mul-
titud de personas con traducciones y aportaciones diversas. A todas
ellas, agradecerles su desinteresado esfuerzo, sin el cual esta obra nunca
hubiera llegado a buen puerto. Un esfuerzo que muestra que las pala-
bras apoyo mutuo no son únicamente un conjunto de letras maravillo-
sas.

17
IMPRESIONES DE UN PAISAJE ANARQUISTA
Myrna Breitbart
(1988)
L
a palabra anarquía procede de las palabras griegas an y arkhê,
que quieren decir sin autoridad o gobierno —condición de un
pueblo que vive sin una autoridad constituida (Malatesta, 1974:
11)—. Los anarquistas sostienen que un orden político basado en la
autoridad permite la utilización del poder para mantener los privile-
gios de unos pocos (Malatesta, 1974: 15-18). Los funcionarios afirman,
meten a la fuerza en moldes la rica diversidad de la vida social, man-
teniendo así el status quo «sólidamente sujeto a estereotipos» (Roc-
ker, 1973: 14-16). Los anarquistas pretenden superar un sistema que
necesita utilizar unas estructuras autoritarias para acabar con la liber-
tad y el desarrollo individuales. En lugar de una maquinaria política
burocrática, pretenden una federación de comunidades libres e iguales
unidas por intereses económicos y sociales comunes. En lugar del capi-
talismo, desean una asociación libre de las fuerzas productivas basadas
en el trabajo cooperativo, cuyo objetivo sería la satisfacción de todas
las necesidades de cada miembro de la sociedad (Rocker, 1973: 7). El
ideal del anarcocomunismo, que es la versión del anarquismo que aquí
analizamos, es la integración de la libertad individual y la responsabi-
lidad social. Los anarquistas creen que estos objetivos aparentemente

21
contradictorios pueden lograrse simultáneamente si se disuelven las ins-
tituciones autoritarias (Novak, 1966: 9-10).
Tal vez lo que más distinga a los anarquistas sea su intento por
poner en práctica sus ideas. Así hay una historia considerable de pro-
paganda y organización anarcosindicalista que propone un sistema de
sindicatos descentralizados asociados por industrias y por localidades.
Esas asociaciones deberían iniciar el proceso revolucionario a través
de la huelga general. También establecerían las bases económicas para
el desarrollo de una organización social posrevolucionaria (Woodcock,
1966: 38). Y habrá que recordar que el anarcosindicalismo fue una
poderosa fuerza política en los primeros años del siglo XX y que sigue
siendo hoy en día una fuerza importante en constante movimiento en
la lucha por el control obrero.
Ideas tan revolucionarias han tenido claramente unas fuertes con-
secuencias en la organización de una economía del espacio; de hecho,
su ejecución exige la creación de un paisaje totalmente nuevo. Los usos
del espacio urbano y rural se desarrollan bajo las condiciones materiales
y las relaciones sociales que configuran el conjunto de la sociedad. Los
paisajes caracterizados por la aglomeración geográfica de la actividad
económica y política reflejan la concentración de poder y la supresión
de la individualidad que se da bajo el orden capitalista. En esos paisajes,
los individuos se confunden en estructuras y se vuelven impotentes
para influir en las esferas divididas de sus vidas. Los paisajes anarquis-
tas reflejan unas prioridades bien distintas. Una fe en la libertad indivi-
dual, combinada con un sentido de la responsabilidad de los efectos de
las acciones de uno sobre los demás, representa una de esas ideas. Otra
es una fe en la necesidad de coordinar pensamiento y acción —medios y
fines—. Los anarquistas no ofrecen teorías patentadas para el cambio.
Subrayan que el trabajo y las formas de vida descentralizadas no pue-

22
den imponerse desde arriba, ni derivarse de un proceso revolucionario
que esté organizado de forma jerárquica o centralizada. La libertad no
es un principio filosófico abstracto. La acción directa sobre la gente en
sus propias comunidades de trabajo y de vida es necesaria para crear los
medios para, y los ingredientes de, un cambio revolucionario.
Estas ideas, y la forma en que están expresadas, responden a sen-
timientos y a formas de acercarse a la gente que son imposibles de
captar en cualquier resumen escrito del pensamiento político y eco-
nómico anarquista. Los anarquistas no se autolimitan únicamente a
una discusión sobre nuevas formas de cubrir las necesidades materiales
básicas del pueblo. Empiezan a sugerir métodos para vivir la vida de
una forma humana, desarrollando una visión que tiene poco en común
con las formas de vida actuales, pero que, no obstante, está construida
sobre unas tendencias observadas en la vida en los tiempos actuales y
pasados (Kropotkin, 1927: 168, 1904). Puede obtenerse alguna luz sobre
su visión hablando con anarquistas, o leyendo sobre ellos y observando
cómo se reflejan sus ideales en los patrones de sus vidas cotidianas. Otra
forma de captar el humor anarquista es a través del arte. Los pintores
impresionistas y neoimpresionistas de los siglos XIX y XX trataron de
reproducir en sus obras los valores anarquistas. Así, mirar la vida tal
como la interpretaron Pissaro, Seurat, Signat, el primer Picasso, Van
Gogh o Gaugin significa empezar a experimentar el sentido de anima-
ción, espontaneidad y variedad que caracterizarían la vida en un paisaje
anarquista (Egbert, 1970: 45). La técnica de fuertes pinceladas dadas
de forma aislada hasta construir una escena completa corre paralela
con el énfasis individual pero con el todo comunal de los anarcocomu-
nistas (Egbert, 1970: 240, Cogniat, 1967: 47). Los neoimpresionistas
desarrollaron ese estilo pictórico para que se adaptara a sus particulares
valores sociales (Cogniat, 1967: 47-48). Esa fusión de ideales y práctica

23
es el equivalente artístico de la creencia anarquista de que la liberación
del pensamiento solo podrá lograrse simultáneamente a la liberación en
la organización social y económica.
Esa experiencia artística puede complementar una comprensión
de los aspectos más técnicos de las alternativas anarquistas tal como
son desarrollados en el pensamiento y en los escritos de los propios
anarquistas. Este artículo introductorio analizará algunas de las impli-
caciones espaciales de dos anarcocomunistas, Proudhon y Kropotkin
—dejando para un futuro el tratamiento de los últimos anarcosindi-
calistas, los anarquistas modernos y algunos ejemplos de la realización
actual del pensamiento anarquista—.
PIERRE JOSEPH PROUDHON
Mutualismo
Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) creía que todo gobierno tendía
hacia la centralización y la subyugación de individuos y de grupos:
Ser gobernado significa ser vigilado, inspeccionado, [...] dirigido,
legislado, [...] evaluado, censurado [...] todo ello por criaturas
que no tienen ni el derecho ni la sabiduría para hacerlo [...]. Ser
gobernado significa que a cada movimiento de tramitación uno
es anotado, registrado, [...] tasado, estampado, valorado, gravado,
[...] reformado, ordenado [...]. Gobierno significa estar sujeto a
tributar, ser educado [...] presionado, desorientado [...] todo ello
en nombre de la utilidad pública y del bien común. Después, al
primer síntoma de resistencia [...] uno es reprimido, multado, [...]
perseguido [...] juzgado, sentenciado y, para colmo de desgracias,
ridiculizado, mofado [...] y deshonrado. Esto es el gobierno; esta es
su justicia y su moralidad [...]. ¡Oh, personalidad humana! ¿Cómo
puede ser que te hayas encogido bajo semejante sujección durante
sesenta siglos? (Proudhon citado por Guerin, 1970: 15-16).

24
Todo Estado hace leyes, ejerce la autoridad e incorpora así a «grupos
naturales» de personas en «unidades antinaturales». Para Proudhon, no
hay otra alternativa más que la de eliminar el uso arbitrario del poder
y sustituirlo por una forma de organización más sensata.
Las formas de organización humana más importantes, según
Proudhon, eran de carácter económico. Consideraba el trabajo y el
intercambio de bienes y servicios como el verdadero núcleo de la exis-
tencia individual y colectiva (Hoffman, 1972: 170-71, 175, 296, 299).
La comunidad no se desarrolla a partir de unas estructuras políticas,
sino a partir de vínculos sociales y económicos que la gente establece
voluntariamente para los fines de la producción y del intercambio.
Proudhon proponía como sustitutivo viable del gobierno una nueva
forma de organización económica que sirviera a los intereses sociales
comunes. Las comunidades se convertirían en asociaciones económicas
y establecerían entre unas y otras unos acuerdos recíprocos para la pro-
visión y el intercambio de las mercancías y los servicios esenciales: el
mutualismo. Entonces se desarrollarían unas nuevas formas de orga-
nización social que serían grupos menores con necesidades e intereses
semejantes, federados en grupos mayores para lograr los objetivos de
formas más complejas de producción asociada y de intercambio mutuo
(Hoffman, 1972: 300, 288-90).
Autogestión obrera

P roudhon insistía en el derecho que tenían los individuos a disfrutar


de la totalidad del valor resultante de su propio trabajo. También
creía que las mayores recompensas del trabajo eran de orden no mate-
rial y dependían en gran medida de la relación entre los trabajadores y
sus trabajos y sus productos. El trabajo era creativo si fluía libremente
de las ideas de los trabajadores. Por tanto, el control obrero era necesa-

25
rio desde los niveles más altos de la producción, para asegurar una par-
ticipación en los beneficios tangibles y en los intangibles (o educativos)
derivados del trabajo. La asignación de las tareas laborales, la coordina-
ción de las funciones y la distribución de la producción debían estar en
manos de trabajadores elegidos como representantes, pero siempre con
la estipulación de que estas tareas no implicarían una compensación
especial y de que se ejercerían durante poco tiempo. Proudhon es así
el primero en plantear realmente la idea de la autogestión obrera y en
desarrollar un modelo práctico para su realización.
Según Proudhon, las empresas no deberían ser mayores de lo
preciso para la «eficacia mediante la división del trabajo»; y cada tra-
bajador, a ser posible, debería encargarse del trabajo más adaptado a
sus capacidades y a sus preferencias (Hoffman 1972: 295). Además, la
remuneración sería proporcional al número de horas trabajadas, aun-
que Proudhon, con el tiempo, revisó esta idea mostrándose partidario
de una remuneración basada en la responsabilidad, el grado de cualifi-
cación, la duración y la intensidad (Hoffman, 1972: 298-99).4
Federaciones funcionales

E l intercambio entre una asociación de trabajadores y otra había de


producirse a través de contratos modificables basados en la can-
tidad de trabajo invertido en el bien o servicio objeto de comercio.
El intercambio a amplia escala se produciría mediante alguna forma
de banco del pueblo o asamblea regional que aceptaría los vales de
trabajo de los individuos y les ofrecería créditos libres de interés. Para
facilitar este intercambio de productos y de ideas, Proudhon sugirió la
necesidad de una federación funcional de las «comunidades de intere-
ses» similares. Por un lado, los consejos obreros se federarían de forma

 4. Sobre este punto fue criticado por Kropotkin y por los posteriores anarcocomunistas.

26
vertical para abarcar toda la industria. Por otro lado, se formarían
asociaciones de trabajadores con ocupaciones parecidas pero dentro de
industrias y regiones diferentes con el objetivo de intercambiar nuevas
ideas y talentos. Puesto que los servicios públicos solían ser nacionales
en escala, estaba claro que no podrían ser dirigidos solo por asociacio-
nes de trabajadores. La idea de Proudhon consistía en que el ferrocarril,
la construcción y los suministros de agua estuvieran planificados y reali-
zados por asociaciones de trabajadores, y por consejos municipales y de
distritos (Guerin, 1970: 62).
Federación geográfica

C omo complemento a esas federaciones basadas en una función eco-


nómica, habría una federación geográfica de regiones. La primera
unidad geográfica sería la llamada comunidad natural formada por gru-
pos de individuos que buscaran satisfacer necesidades locales comunes
y dotarse de los servicios locales necesarios. La unidad básica sería el
consejo comunal. Después las unidades locales se federarían desde la
comunidad hasta el cantón, a los niveles regional y nacional, con elec-
ciones para contar con las personas encargadas de administrar cosas
como la moneda y las medidas de intercambio. Según Proudhon, cada
gobierno local, al tiempo que mantendría su absoluta soberanía, se fede-
raría con otros gobiernos para la necesaria planificación conjunta. Esta
asociación no constituiría ninguna forma de autoridad permanente; y
las unidades locales solo actuarían a través de acuerdos mutuos que
podrían cambiar según las necesidades y las capacidades regionales
(Hoffman, 1972: 288).
La confederación tendría menos funciones y menos poder a
medida que las unidades se incrementaran en tamaño y en enverga-
dura. Más aún, cada actividad en común implicaría la combinación úni-

27
camente de las comunidades y de la superficie mínimas requeridas para
realizar la tarea (Hoffman, 1972: 295).
El esquema de Proudhon era aplicable a sociedades de cualquier
tamaño y su clave consistía en que no se estructuraría en torno a nin-
guna institución central. Se establecerían unas redes para sustituir a las
pirámides políticas o económicas existentes; las asociaciones mutualis-
tas evolucionarían y cambiarían según cambiaran las necesidades y los
deseos de la gente.
PIOTR KROPOTKIN

P iotr Kropotkin (1842-1921), geógrafo y revolucionario ruso, fue


el líder teórico del movimiento anarquista desde 1870 hasta su
muerte (Avrich, 1972: 1). Kropotkin publicó prolijamente, expandió
las doctrinas sociales anarquistas de Proudhon y desarrolló formas más
explícitas de descentralización económica y social. También adoptó
muchas de las primeras ideas de Bakunin. A partir del momento en
que Kropotkin tomó la antorcha del anarquismo, este pareció arder
«con una llama más suave» (Avrich, 1972: 15-16).
Ayuda mutua

E l punto central de las ideas de Kropotkin era su teoría de la ayuda


mutua. Según esta teoría (y contrariamente a la escuela darwi-
niana), en la sociedad los mejores dotados no eran los más competiti-
vos. Parecía que se lograban mayores niveles de progreso económico
y social por parte de los individuos más expertos en la cooperación y
en el mutuo apoyo. Kropotkin argumentaba esta idea con la evidencia
derivada de sus estudios de comunidades animales, tribales, medievales
y contemporáneas (Kropotkin, 1904). Kropotkin creía que el capita-
lismo iba en contra de la corriente cooperativa observable en la his-
toria de la humanidad, y quería volver a un sistema que reflejara una

28
cooperación humana —un desarrollo que haría superfluo el gobierno
desde arriba—. Partiendo de esta ética social básica, intentó formular
un programa científico para el cambio económico y político (Briggs,
1942: 31).
Trabajo social

K ropotkin creía que todo trabajo era social porque los trabajadores
eran tan interdependientes que era imposible medir la contribu-
ción de cada uno de ellos (Guerin, 1970: 49-50). Cada invento, cada
instrumento de producción era el resultado de inventos previos. Por
consiguiente, cada persona, como heredera en la misma medida del
pasado, era digna de reclamar en igual medida los bienes de la sociedad.
Por eso, Kropotkin abogaba por la total abolición del sistema salarial
y su sustitución por unas recompensas iguales para todo el mundo. A
diferencia de Marx, Proudhon y Bakunin, Kropotkin consideraba todo
sistema de recompensas basado en una capacidad individual para pro-
ducir sencillamente como otra forma de esclavitud salarial.5 Kropotkin
sustituyó el principio de los salarios por el principio de las necesida-
des. Los bienes disponibles en abundancia se consumirían sin límites
impuestos, en tanto que los productos escasos serían distribuidos por
igual (o según las necesidades). Kropotkin aplicó este mismo principio
a la vivienda (Kropotkin [ed. Schatz]: 214, 218-219).
Trabajo integrado

K ropotkin urgió la integración del trabajo manual y el intelectual en


lugar de la división del trabajo y la superespecialización del capita-
lismo que tendían a destruir el espíritu humano. Una división como esa
significaba la pérdida del interés intelectual por parte del trabajador y,
como consecuencia, la pérdida de una gran fuente de inspiración crea-
 5. Marx pretendía a la larga una abolición total del sistema de salarios, pero esto lo
reservaba para la fase «superior» de la sociedad comunista (Marx 1938).

29
dora (Kropotkin, 1898: 363-409). Como una alternativa, Kropotkin
proponía el trabajo integrado, consistente en que la gente repartiera
su trabajo entre el campo y el taller (lo que era imposible mientras los
dueños de la producción siguieran apropiándose del excedente). Para
lograr esos fines, resaltaba la necesidad de un proceso educativo libre
que intensificara las habilidades manuales y mentales y recalcara la
idea de aprender haciendo y viendo.
Kropotkin preveía una sociedad caracterizada por las asocia-
ciones libres en la que los medios de producción y los propios pro-
ductos serían compartidos. Para Kropotkin, los obstáculos para una
forma de producción como esa no eran de tipo climático o tecnoló-
gico, sino más bien las instituciones políticas y económicas existentes
(Kropotkin, 1898: 354-56). Las empresas más pequeñas, propiedad de
los trabajadores, podrían sustituir a las corporaciones y las ciudades
serían sustituidas por metrópolis. La tecnología a gran escala se había
desarrollado solo para servir a los intereses del capital, y los rendi-
mientos eran estrechamente determinados según ese objetivo. Las
empresas mayores organizaban el mercado, simplificaban la compra y
venta de las materias primas y de los productos acabados, y acumu-
laban beneficios y maquinaria bajo un solo techo, estimulando así el
monopolio. Pero semejante forma de organización no era necesaria-
mente justificable por el rendimiento técnico conseguido (Kropotkin,
1898: 353-54). En opinión de Kropotkin, muchas industrias —como la
textil, la carpintera, la imprenta— funcionaban mejor a unos niveles
de actividad más reducidos. Las desventajas en la compra y en la venta
podían superarse mediante asociaciones de empresas independientes.
Entonces sería posible mantener el rendimiento y el progreso en los
aspectos técnicos de la industria manteniendo al mismo tiempo la cone-

30
xión del trabajador con el producto y con las mejoras en las condiciones
laborales (Kropotkin, 1898: 333-34).
Descentralización económica

L a integración de la actividad económica a escala local era esen-


cial, según Kropotkin. Las especializaciones de la industria y las
unidades gigantescas constituían un riesgo bajo unas condiciones que
exigían flexibilidad y facilidad de adaptación (Senex, 1966: 348-349).
Otros factores que favorecían la descentralización económica incluían
la posibilidad de una aplicación más sistemática del saber científico en
la explotación de los recursos, la posible utilización de nuevas fuentes
de energía y nuevos medios de rápida comunicación (Senex, 1966: 349).
Las industrias, al estar en estrecho contacto unas con otras, proporcio-
narían un medio que ofrecería mayores posibilidades para la innova-
ción. Las fábricas y las tierras proveerían primordialmente a sus propias
poblaciones, con lo cual también estarían mejor armonizadas y adapta-
das a las cambiantes necesidades locales y regionales. Kropotkin no abo-
gaba por una vuelta a una economía solamente artesanal y agrícola, ni
tampoco compartía las visiones pastoriles de Tolstoi y Gandhi (Avrich,
1972: 5). Era la auténtica complejidad de la vida social lo que exigía
la descentralización. Tampoco se oponía al empleo de las máquinas,
porque la mecanización podía liberar de gran parte del trabajo penoso
y acelerar el logro de trabajos con sentido para todo el mundo (Avrich,
1972: 5).
Kropotkin ni siquiera se molestó en describir cada detalle de un
futuro socioeconómico. Como otros tantos anarquistas, rehusó forzar
la evolución natural de la sociedad dentro de un molde preconcebido
(Avrich, 1972:2). Kropotkin, no obstante, desarrolló los rudimentos de
un espacio económico objetivo para conceder el pleno desarrollo de lo
individual dentro de una comunidad estructurada.

31
Autosuficiencia regional

K ropotkin era partidario de la autosuficiencia regional para evitar la


dependencia regional. Las regiones geográficas no debían especia-
lizarse en la producción de un solo producto, y el uso de la tierra debía
ser mixto, agrícola e industrial. Sobre este tema, Kropotkin se anticipó
a las obras posteriores de Ebenezer Howard, Patrick Geddes, Lewis
Mumford y Paul y Percival Goodman.6
El regionalismo de Kropotkin no implicaba un aislamiento econó-
mico y cultural ni una vuelta al ámbito reducido de la ciudad medieval.
Kropotkin pensaba que unas federaciones de trabajadores y de áreas
podían realizar tareas necesarias de una forma más interesada y res-
ponsable que unas organizaciones de masas. La región se convertiría en
una célula integrada preparada para dedicarse a un intercambio equi-
tativo de información, ideas y productos con otras regiones. Las áreas
ricas en determinados recursos los intercambiarían libremente con otras
áreas menos similarmente dotadas. La aplicación potencial de esas ideas
estaba ilustrada con la referencia a ejemplos históricos y contemporá-
neos de formas de intercambio descentralizadas (Kropotkin, 1904: 181).
Asociaciones territoriales y comunas sociales

U n paisaje a lo Kropotkin sería absolutamente diferente a las divisio-


nes territoriales políticas y administrativas impuestas que hoy nos
son familiares. En un paisaje kropotkiniano se podría esperar encontrar
trabajadores responsables en sus consejos de fábricas, asociaciones con
los consejos locales responsables de los servicios y la provisión de las
necesidades humanas básicas. Los representantes de los consejos locales
probablemente se reunirían para formar consejos regionales y asam-
bleas nacionales. La toma de decisiones, la recogida de datos sobre la
 6. Todos esos escritores se refieren a la obra de Kropotkin cuando tratan de la
descentralización (ver Mumford, 1961: 270, 334 y 514-15).

32
disponibilidad y la necesidad de provisiones diversas se haría al nivel
más bajo de la federación. Solo las funciones básicas de administración
y coordinación se dejarían para los niveles más altos.
Sin embargo, Kropotkin no consideraba las comunas como unas
asociaciones meramente territoriales. Como Proudhon, preveía la nece-
sidad de unas comunas sociales: una serie de vínculos extraterritoriales
formados por asociaciones de gentes con intereses comunes que no esta-
ban geográficamente limitados. Kropotkin sentía que la sociedad podía
estar compuesta por una multitud de asociaciones federadas para todos
aquellos objetivos que exigieran la federación:
Federaciones comerciales para la producción de todo tipo [...]
comunas para el consumo, que se hagan cargo de la provisión de
viviendas, de fábricas de gas, de alimentos [...], federaciones de
comunas entre sí y federaciones de comunas con organizaciones
comerciales; y por último, grupos más amplios que abarquen todo
el país, o varios países [...] que colaboren para satisfacer necesida-
des que, como las económicas, las intelectuales, las artísticas y las
morales, no se dan solo en un territorio dado (Kropotkin citado
por Egbert, 1970: 221).
Así pues, las ideas de Kropotkin proponen formas de organización que
darían al individualismo y al comunalismo la oportunidad de comple-
mentarse mutuamente. Las federaciones descentralizadas, creadas para
el apoyo mutuo en la producción y distribución, darían satisfacción a las
necesidades básicas en cuanto a alimentación, abrigo y abastecimiento.
LOS PRINCIPIOS DE LOCALIZACIÓN BAJO LA ANARQUÍA

L
a tradicional teoría de la localización, basada en los supuestos de
la economía política clásica, no es más que una justificación para
los patrones de la actividad económica existente, que benefician
a unos mientras perjudican a otros. Como señaló Kropotkin, los intere-

33
ses en cuanto a ganancias por parte de los empresarios son el único cri-
terio para juzgar el acierto de las decisiones en cuanto a localización. En
la teoría capitalista, estas se conocen como principios de localización.7
Los anarquistas ven la sociedad y la economía desde una pers-
pectiva muy diferente. Las necesidades de consumo de los individuos
y los medios con los que los individuos satisfacen esas necesidades se
discuten antes de la producción, el intercambio y la localización.
Bajo la anarquía, algunos conceptos económicos tradicionales no
existen, o existen bajo una forma muy diferente. Por ejemplo, el con-
cepto de beneficio como el valor excedente expropiado de la fuerza de
trabajo de otros está totalmente ausente. Este concepto es sustituido
por los excedentes en la producción después de cubrir las necesidades
de una región concreta. Esos excedentes se distribuyen entonces den-
tro de la comuna o se intercambian libremente por bienes y servicios
de otras regiones. Esto contrasta tanto con el capitalismo como con
el socialismo denominado descentralizado.8 Bajo la anarquía, la tutela
sustituye a la propiedad y las asociaciones de trabajadores a los dueños
de la producción.
El rendimiento anarquista

L a economía política anarquista sacrifica formas tradicionales de


rendimiento económico en la producción en pro de objetivos socia-
les alternativos, como la equidad, la necesidad, y la provisión de un tra-
bajo útil y creativo para los individuos. Anarquistas como Kropotkin
 7. Kropotkin somete a una crítica similar a los economistas políticos tradicionales en
The Conquest of Bread (Kropotkin, 1972: 197).
 8. Los criterios de localización bajo un socialismo descentralizado son tratados en un
ensayo introductorio de Stephen Feldman, «Towards a Comparative System Theory
of Location Analysis: The Historical Equilibrium of Workers' Self-Management»,
escrito inédito presentado en junio de 1975 en la Conferencia sobre el Control Obrero,
Comell University, Ithaca, Nueva York.

34
investigan nuevos rendimientos potenciales y nuevas aplicaciones de
la tecnología no derivados de los dictados del crecimiento económico
capitalista. Esos nuevos rendimientos implican unas combinaciones
diferentes de las actividades económicas y unos métodos de producción
variados. Por ejemplo, bajo los supuestos capitalistas, el rendimiento
en la producción solo puede resultar de la centralización bajo el mismo
techo de trabajadores que realizan pequeños trabajos. El concepto de
Kropotkin del trabajo asociado con los trabajadores en diferentes edi-
ficios, pero con las compras y las ventas coordinadas daría como resul-
tado una forma distinta de rendimiento: un rendimiento cooperativo.
Además, se obtendrían ventajas adicionales derivadas del hecho de que
los trabajadores podrían adquirir práctica en varias áreas de la produc-
ción y organizar sus propios ritmos de trabajo. Así, al tener unas pre-
paraciones más universales, los trabajadores podrían cambiar de lugar
de trabajo más fácilmente o pasar de una rama laboral a otra según las
necesidades sociales o los deseos individuales. La empresa productiva
anarquista estaría entregada a la satisfacción de las necesidades no solo
del trabajador sino también de la comunidad, pero también recibiría
la respuesta local respecto a factores de la oferta y la demanda. Por
lo tanto, pondrían nuevos rendimientos a medida que disminuyera la
distancia entre el lugar de producción y el de consumo. El objetivo no
es producir el máximo posible, sino producir lo necesario de la forma
más satisfactoria. El tiempo libre obtenido por una nueva aplicación de
la tecnología a la producción podrían dedicarlo los trabajadores al ocio
o a actividades creativas o artísticas.
Utilización de la tierra a una macroescala

E n los escritos de los anarcocomunistas pueden encontrarse algunas


ideas respecto a la economía macroespacial. La más evidente es la
gradual desaparición de una dicotomía entre las utilizaciones de las tie-

35
rras rurales y las urbanas. Con la ejecución de los modos de produc-
ción anarquistas, las regiones serían cada vez más autosuficientes en la
provisión del máximo de productos posible. Habría menos distinción
entre áreas de extracción de recursos, áreas de manufacturación y áreas
de consumo de recursos. Con el tiempo, cabría esperar que amplias
zonas urbanas se redujeran en tamaño y que crecieran las ciudades más
pequeñas —produciéndose así un espaciamiento más igual de zonas
urbanas de tamaños más similares—. Más aún, a medida que dismi-
nuye la distinción entre tierra puramente urbana y tierra puramente
agrícola, y a medida que las necesidades se convierten en el criterio que
rige la organización de la producción y del consumo, podemos también
esperar el consiguiente descenso en el nivel de las desigualdades socioe-
conómicas entre regiones. Esto puede tener el eventual efecto a largo
plazo de estabilizar a las poblaciones en el espacio y de reducir la posi-
bilidad de que se produzcan continuas corrientes migratorias masivas.
La economía espacial de regiones anarquistas se caracterizaría
por un incremento simultáneo en la concentración de algunas funciones
económicas y en la dispersión de otras. Algunas unidades industriales
se consolidarían para acabar con los productores más pequeños y más
ineficaces. Sin embargo, como las líneas maestras anarquistas no consi-
deran como el summum el lograr el máximo incremento en los ingresos
del trabajador o de la comuna, no deben producirse superconcentra-
ciones. Industrias que una vez se ausentaron de los distritos rurales
empezarían a aparecer en ellos, dispersadas de centros urbanos que en
otro tiempo se extendieron.
Criterios de localización anarquista

E l criterio principal para la localización bajo la anarquía lo consti-


tuyen las necesidades sentidas por la gente que vive en un medio
(milieu) concreto. Estas necesidades se contrastan después con los

36
recursos y las técnicas disponibles en ese medio o que pueden conse-
guirse mediante el intercambio con otras áreas. Las decisiones respecto
a la producción se toman confrontando las necesidades con los recursos.
Las comunidades sustituyen expresiones alternativas de los usos poten-
ciales de su propio trabajo por ocupaciones más necesarias y llenas de
sentido que los indicadores precio y coste del capitalismo.
Circulación

C ada uno de estos cambios iría acompañado de un incremento en la


circulación de información, de productos y de trabajo dentro de
las regiones. A largo plazo, hay que esperar que decrezca la circulación
entre regiones de los productos necesarios. No obstante, continuará el
intercambio de artículos cuya producción sea abundante en unas áreas
y escasa en otras. La información sobre las existencias y las necesidades
se obtendría de las dos federaciones, la de áreas y la de productores
(consumidores), de las que hemos tratado más arriba. Las jerarquías
centralizadas, enfocadas hoy solo hacia unas pocas grandes ciudades,
podrían entonces ser sustituidas por redes de gentes conectadas unas
con otras más que con algún punto central en el espacio.
A medida que crecieran los vínculos verticales dentro de las regio-
nes anarquistas, cabría también esperar que los puntos de distribución
de bienes y servicios estuvieran más próximos a los de consumo. Los
productos destinados a satisfacer necesidades locales permanecerían
en un área, mientras que los excedentes podrían enviarse a puntos de
distribución localizados en algún almacén de transporte céntrico, para
el intercambio con otra área. Desde el punto de vista de la demanda,
la localización no estaría determinada absolutamente por las necesida-
des de consumo locales, sino que también tendría en consideración la
demanda de una zona más amplia. Los costes de transporte aún refle-

37
jarían la distancia, pero el intercambio regional podría ajustar hacia
arriba o hacia abajo esos costes según la necesidad y la importancia
otorgada a las mercancías objeto de comercio.
Utilización agrícola de la tierra

L a utilización de la tierra agrícola bajo la anarquía vendría determi-


nada, por un lado, por su idoneidad para unas utilizaciones con-
cretas y, por el otro, por las necesidades locales o regionales. La tierra
se utilizaría no solo con el objetivo de que rindiera la máxima renta
posible, sino también para que ofreciera la máxima utilidad social. La
noción de Von Thünen de incrementar la intensidad del cultivo más
cerca de los centros de población se mantendría bajo el anarcocomu-
nismo, no por los factores relacionados con un proceso de oferta econó-
mica competitiva, sino más bien, como sugiere Kropotkin, porque los
lugares urbanos empezarían a alimentar a sus propias poblaciones y a
desarrollar nuevos rendimientos técnicos y situaciones laborales más
satisfactorias, combinando el trabajo en el campo con el trabajo en el
taller. Esto requeriría el cultivo intensivo de la tierra, incluso dentro de
los límites de las ciudades.
Una economía microespacial

L a microorganización de la actividad económica según las directri-


ces anarquistas también crearía un paisaje completamente distinto
al actual. A medida que se extendieran las diversas oportunidades de
empleo y de ingresos, el gradiente de densidad monocéntrico, ahora
característico de los lugares urbanos, se aplanaría. Más aún, mediante
un esfuerzo consciente para mezclar las utilizaciones urbanas de la
tierra, se disolverían los círculos o sectores de utilización homogénea.
El lugar de trabajo y el de residencia se acercarían y ello permitiría
una mayor integración de espacio de vivienda, de trabajo y de recreo.

38
También es verosímil esperar la mezcla de la utilización de la tierra en
el espacio vertical, combinando algunos barrios residenciales con otros
laborales.9
Por último, en lo que se refiere a los servicios, puede esperarse
que en un paisaje anarquista se produzcan algunos intercambios entre
el rendimiento, en términos de tamaño y centralización, y la facilidad de
acceso al pueblo necesitado. No obstante, los dos criterios pueden ser
compatibles a menudo: por ejemplo, cuando las diversas necesidades de
tipo sanitario son mejor atendidas por clínicas dispersas más pequeñas
que por una única ayuda central.
CONCLUSIÓN

L as impresiones de un paisaje anarcocomunista, derivadas del examen


de los escritos de Proudhon y Kropotkin, sugieren la posibilidad de
formas muy diversas de utilización de la tierra. Los principios que deter-
minan esas formas son completamente distintos de los seguidos por los
economistas clásicos. No hay leyes de producción o modelos aplicados
de localización que dicten la utilización de la tierra. Las mejores utiliza-
ciones del espacio bajo la anarquía son aquellas que sirven a las nece-
sidades y capacidades del pueblo en un medio concreto. Las decisiones
concretas sobre localización relacionadas con esas necesidades y capaci-
dades se toman a nivel local, y son mantenidas y ejecutadas a través de
una federación cambiante de unidades territoriales y funcionales.
Los principios anarcocomunistas sugieren la necesidad de con-
siderar el consumo, la producción y el intercambio como un todo al
 9. Puede hallarse un ejemplo contemporáneo de esa mezcla vertical del espacio en el
área Adams-Morgan de Washington D.C. Bajo la influencia del anarquista Karl Hess,
los sótanos de los edificios se utilizaban para la producción de pescado (alimento), las
plantas centrales como viviendas y los terrados como jardines. Karl Hess, conferencia en
Clark University, feb. 1975. Ver también Morris, 1975.

39
determinar la utilización del suelo. El valor de la misma actividad varía,
por tanto, y cambia en el espacio según la satisfacción que aporta a las
necesidades reales de los habitantes de cada área. Estas ideas prelimina-
res constituyen los rudimentos de una teoría de localización del pueblo.
Pueden ser consideradas como el preludio de la construcción de paisajes
basados en principios que beneficien a todo el mundo que viva en ellos.

40
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42
EN LOS ORÍGENES DE LA GEOGRAFÍA CRÍTICA
Espacialidades y relaciones de dominio en la obra de los
geógrafos anarquistas Reclus, Kropotkin y Mechnikov
Federico Ferretti y Philippe Pelletier
(2014)
Introducción

E
l problema de la dominación está en el corazón de la reflexión y
del proyecto anarquistas, que se basan en su antónimo: la liber-
tad. La crítica anarquista de la dominación y su resolución pasan
por una concepción de la libertad vista no como permisividad, anomia
o dejar hacer individual, sino como un componente a la vez personal
y social. «La libertad del otro extiende la mía hasta el infinito» pro-
clama Bakunin (1873), tras Proudhon, para el que «la libertad de cada
uno, encontrándose con la de los demás, no es una limitación sino una
ayuda, el hombre más libre es el que tiene más relación con sus semejan-
tes» (1858). La libertad, con la cuestión de sus límites, de su extensión,
en su traducción concreta no solo en relación social, sino también en
relación especial, reenvía lógicamente a la geografía (recursos, finitud,
organización del territorio). No es sorprendente, por tanto, que tras
la primera oleada de pioneros, más preocupados por la economía, la
sociología o la politología (Godwin, Déjacque, Proudhon, Bakunin...),
la segunda oleada de teóricos anarquistas, cuando el movimiento adopta
ese nombre (Enckell, 2009: 39-44), lleve en su seno a geógrafos (Pelle-
tier, 2012). No solo los más conocidos, como Élisée Reclus (1830-1905) y

45
Piotr Kropotkin (1842-1921), sino también Lev Mechnikov (1838-1888),
Mijaíl Dragomanov (1841-1895) o Charles Perron (1837-1909). Estos
geógrafos, que firman los textos con su nombre, trabajan coordinados
y en red, poniendo sus conocimientos y reflexiones al servicio de todos
(Ferreti, 2011).
El análisis original que hacen los geógrafos anarquistas de las
relaciones espaciales de dominación que se instauran a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX —de las que, por no extendernos, citare-
mos solo algunos ejemplos— se enfrenta a dos nuevas teorías: el darwi-
nismo y el marxismo, que conmocionan más al tiempo que al espacio.
Porque una cuestiona la idea de la Creación, teorizando sobre la evolu-
ción, y la otra postula una sucesión de modos de producción así como
una teleología histórica.
Los geógrafos anarquistas contra el socialdarwinismo, por el
apoyo mutuo y la mesología

E
l darwinismo afecta también a la Geografía en cuanto a la dife-
renciación espacial de la evolución en función del medio (Stod-
dart, 1966: 683-698). Pero los geógrafos anarquistas no se con-
centran en ese aspecto. Se interesan más en rebatir el socialdarwinismo
que justifica la desigualdad entre los individuos y los pueblos de la
especie humana, y en desarrollar el apoyo mutuo como factor comple-
mentario de «la lucha por la existencia». Esta teoría del apoyo mutuo
es considerada pertinente y legítima por muchos investigadores hasta
nuestros días: Georges Romanes, el ejecutor testamentario de Darwin,
W. C. Allee, Ashley Montagu, Imanishi Kinji, Stephen Jay Gould...
(Angaut, 2009).
Su elaboración revela igualmente una de las estructuraciones
más claras entre el trabajo científico de los geógrafos anarquistas y su
concepción política. Kropotkin es conocido como su inventor, pero los

46
archivos demuestran que la teoría del apoyo mutuo es fruto de una
elaboración común, compartida con Reclus y Mechnikov durante los
años en que trabajaron juntos en las orillas del lago Leman.
Mechnikov anticipa en 1886 la idea de apoyo mutuo (1886: 415).
Reclus pasa el manuscrito a Kropotkin para que este pueda trabajar
sobre ello durante su estancia en la cárcel de Clairvaux (1882-1886)
(Ferreti, 2011: 216-222). Mechnikov trata de dar una interpretación
solidaria del darwinismo planteando, como motor de la evolución, la
cooperación más que la competición. «La ciencia natural nos enseña
que la asociación es la ley de toda existencia. Lo que llamamos sociedad
en lenguaje corriente es solo un caso más de la ley general» (Mechni-
kov, 1886: 415).
Más tarde, prosigue su análisis afirmando que el nivel más alto
de la evolución social será una sociedad en la que la cooperación no será
impuesta, sino libremente aceptada y practicada a todos los niveles de
la vida social: es decir, la anarquía. «El progreso sociológico está por
tanto en razón inversa a la coerción, a la restricción o a la autoridad, y
en relación directa con el papel de la voluntad, la libertad, la anarquía;
Proudhon lo había demostrado» (Mechnikov, 1889: 415).
Durante sus años de viajes y de estudios en Siberia (1862-1867),
Kropotkin observó sobre el terreno diversas formas de solidaridad y
cooperación entre comunidades de vegetales, de animales y de huma-
nos, así como entre individuos de especies diferentes. Para él, el anar-
quismo se sitúa en el seno del evolucionismo y de las ciencias positivas,
cuya principal baza es poner fuera de juego a todos los sistemas religio-
sos y metafísicos.
El socialdarwinismo fue ferozmente adoptado y propagado por el
sabio alemán Ernst Haeckel (1834-1919), creador de la ecología (1866).
Esa es una de las razones por las que Reclus no adopta la ecología,

47
ni el término ni su contenido (al igual que Mechnikov o Kropotkin)
(Pelletier, 2012). Prefiere la mesología, que se inserta en lo que él llama
la geografía social.
Medio es además una de las nociones clave de la geografía reclu-
siana. Es un término antiguo en Francia, pues ya lo encontramos en
Pascal o en Diderot en su dimensión física («espacio material a través del
cual pasa un cuerpo en movimiento»), pero el positivismo lo popularizó
en un sentido nuevo. Auguste Comte, en efecto, esboza al principio de
su reflexión una mesología o estudio teórico del medio, al que vuelve en
su Sistema de política positiva (1851-54).
Louis-Adolphe Bertillon (1821-1883), socialista proudhoniano,
médico, antropólogo y demógrafo, retoma esta idea bajo el ángulo de
la etología humana (o adaptación de la especie humana a los medios).
Reclus, lector también de Comte, expone la mesología de Bertillon en
las primeras páginas de El hombre y la Tierra (1905), ampliándola. Por-
que, según él, hay que combinar el tiempo largo (como se diría en nues-
tros días) y el tiempo corto, en todos los niveles.
Así, «la historia de la humanidad en su conjunto y en sus partes
no puede explicarse sino por la adición de medios con intereses com-
puestos durante la sucesión de los siglos; pero para comprender bien la
evolución que ha tenido lugar, hay que apreciar también en qué medida
han evolucionado los propios medios, debido a la transformación gene-
ral, modificando, en consecuencia, su acción» (Reclus, 1905: 119). Reclus
emplea los ejemplos de las heladas que avanzan y retroceden, de los ríos
más o menos dominados, los finisterres que pueden transformarse en
punto de partida, o las llanuras forestales que se hacen más ricas cuando
se desbrozan.
El «medio general se descompone en elementos innumerables»,
entre los que Reclus distingue el medio-espacio o medio por excelen-

48
cia, «perteneciente a la naturaleza exterior» (concepto transmitido por
Bakunin), o incluso ambiente o medio estático primitivo. Se añade a
ello el medio dinámico, combinación compleja de fenómenos activos,
en los que la «marcha de las sociedades» está compuesta de «empujones
progresivos o regresivos» (noción empleada por Proudhon a partir de
Vico). En suma, se trata de «fuerzas primeras o segundas, puramente
geográficas o ya históricas, que varían según los pueblos y los siglos»
(Reclus, 1905: 117). La dinámica reclusiana está muy cercana a lo que
Proudhon llama el movimiento, una noción central en su obra, aunque
ha resultado insuficientemente explorada por los analistas.
Es esta dinámica del medio-espacio y del medio-tiempo la que
constituye la civilización, como insiste en ello Reclus: el conjunto de
las «necesidades de la existencia» acciona y reacciona «sobre el modo de
pensar y de sentir», «creando así, para una gran parte, lo que llamamos
civilización, estado incesantemente cambiante con nuevas adquisicio-
nes, mezcladas con supervivencias más o menos tenaces. Además, el
género de vida, combinado con el medio, se complica» (1905: 116). Es
incluso, más exactamente, la «media civilización porque no beneficia a
todos» (Reclus, 1907: 533).
Una de las aplicaciones geográficas de la teoría del apoyo mutuo
concierne a las ciudades. Según los geógrafos anarquistas, el municipio
de la Edad Media es una de las expresiones históricas más importantes
de este principio aplicado a las sociedades humanas. Este fenómeno
reviste una gran importancia en Reclus, porque la ciudad es un objeto
geográfico de primer orden tanto en la Nueva Geografía Universal
como en El hombre y la Tierra, hasta el punto de que Reclus es con-
siderado como uno de los precursores de la geografía urbana en una
época en que este campo disciplinar no existía (Robic, 2003: 107-138).
Si Reclus denuncia los problemas higiénicos y sociales de la ciudad con-

49
temporánea, no cae sin embargo en la urbanofobia que caracteriza a
algunos autores de su época, porque él ve la ciudad como indispensable
centro de los saberes, y también de las revueltas (Pelletier, 2007). El
ejemplo de todo ello es la Comuna de París.
Los geógrafos anarquistas contra el malthusianismo

P ara Reclus, Kropotkin o Mechnikov, la ocupación del medio no está


en función del número de hombres, sino de la calidad de su aloja-
miento. Son, por tanto, lógicamente hostiles a cualquier posición estric-
tamente malthusiana. Siguiendo a Godwin, Proudhon y Bakunin, así
como a Marx y Engels, consideran además que el malthusianismo es un
falso pretexto utilizado por la clase dirigente para evitar compartir igua-
litariamente las riquezas. Como escribe Kropotkin (1910: 143), «podemos
decir que la teoría de Malthus, revistiendo de una forma pseudocientí-
fica los secretos deseos de las clases poseedoras, se ha convertido en el
fundamento de todo un sistema de filosofía práctica».
Para Lev Mechnikov,
la ley de Malthus, que estima que el número de competidores
supera siempre a los medios de subsistencia, es verdadera para los
animales, y podemos lógicamente ver que no lo es para las socieda-
des humanas. Porque los animales, mucho más prolíficos que los
hombres, consumen solo el alimento que encuentran en la natu-
raleza, mientras que las tribus humanas más pequeñas —que se
benefician de ser una organización social— producen generalmente
una gran parte de lo que consumen. La esclavitud, aparecida en el
grado más bajo de la evolución social, nos da pruebas suficientes de
que, incluso en esas condiciones indignantes, los hombres organiza-
dos como sociedad producen más alimento del que es estrictamente
necesario para todos (Mechnikov, 1886: 431).
En un largo pasaje de La evolución, la revolución y el ideal anárquico
(1880, 1887), Élisée Reclus desarrolla una severa requisitoria contra

50
Malthus y su terrible ley. Considera que «la tierra es lo suficiente-
mente vasta para acogernos a todos en su seno, es lo suficientemente
rica para poder vivir a gusto». Después estigmatiza «todo el arte actual
del reparto, tal y como se basa en el capricho individual y en la compe-
tencia desenfrenada de los especuladores».
El argumento de Reclus se basa doblemente en una preocupación
moral y social (la alegría de tener hijos, la hipocresía y la mezquin-
dad de los ricos), y en una demostración científica (es materialmente
posible, por tanto socialmente realizable). Dos artículos publicados a
mediados de los años ochenta del siglo XIX en La Révolté (revista
dirigida por Jean Grave y apoyada por Reclus y Kropotkin), que se
convirtieron enseguida en folletos (1884: 20, 1885: 26 y 1887: 45-49),
trataban de demostrar sobre bases científicas que el crecimiento de
los recursos planetarios mediante la utilización de las nuevas técnicas
agrícolas y la racionalización del sistema de producción y de consumo,
seguiría permitiendo crecer a la población del planeta. Resumiendo:
el problema no está en la cantidad limitada de los recursos, sino en su
distribución inicua.
Con la ayuda de su secretario, Henri Sensine (1854-1937), Reclus
lleva a cabo un cálculo sobre las superficies, las tierras y las riquezas, y
en El hombre y la Tierra expondrá sus razonamientos con gran rigor.
Diversos estadísticos han aventurado la evaluación del número de
hombres que podrían alimentarse en nuestro globo planetario. Esa
cifra depende en primer lugar del género de vida que se le supone
a un habitante medio, porque una población cazadora de unos 500
millones podía vivir con estrecheces en un planeta en el que viven
hoy el triple de hombres. Por otra parte, si se trata de basarse en
la alimentación media del europeo, ¡cuántos puntos sujetos a con-
troversia suscita un estudio de este tipo! La productividad de los
diferentes suelos depende de factores todavía muy poco conocidos,

51
la ración necesaria varía todavía mucho, si seguimos a los autores
especialistas, por lo que no habrá que sorprenderse de la divergen-
cia de los resultados (1907: 331).
Dicho de otro modo, Reclus desconfía de las medias estadísticas y de
las situaciones consideradas como intermedias. Hay que razonar en fun-
ción de los hábitos alimentarios y de las posibilidades que se ofrecen.
Luego, la edafología y la agronomía han hecho progresos (que no deben
ocultar el exceso de abonos químicos), como también los ha hecho la
dietética. En función de esas variaciones posibles, Reclus evoca cál-
culos concretos. Así, el de Alexandr Ivánovich Voeikov (1842-1916),
fundador de la climatología en Rusia, que reflexiona sobre la adapta-
ción óptima de los cultivos a los climas, estima «que una población de
dieciséis mil millones de hombres en la franja ecuatorial comprendida
entre los 15 grados Norte y los 15 grados Sur, no tendría nada de raro»
(Reclus, 1907: 331-332).
Enumerando un cierto número de espacios posibles (cuenca del
Indo, llanura oriental de México, valles fluviales de Colombia o de
Brasil...), Reclus (1907: 332) piensa que «se encontrarían sin dificultad
territorios diez o veinte veces más grandes que los 22 500 kilómetros
cuadrados necesarios para asegurar su subsistencia a la humanidad
entera que, proporcionalmente, podría alcanzar sin peligro los quince,
veinte o treinta mil millones de individuos».
Ese razonamiento le permite concluir:
Queremos extender la solidaridad a todos los hombres, sabiendo
de manera positiva, gracias a la geografía y a la estadística, que los
recursos de la Tierra son ampliamente suficientes para que todo el
mundo pueda comer. Esa pretendida ley, según la cual los hombres
deben comerse entre ellos, no está justificada por la observación.
En nombre de la ciencia podemos decir al sabio Malthus que se

52
ha equivocado. Nuestro trabajo de cada día multiplica los panes y
todos estaremos saciados (Reclus, 1884).
Desarrolla también este asunto en un largo pasaje de El hombre y la
Tierra sobre el poblamiento (Reclus, 1907).
Sin duda, Élisée Reclus no ha imaginado concretamente las
consecuencias de la formidable explosión demográfica del siglo XX.
Sin embargo, ha calculado la cifra posible, y sus premisas políticas o
científicas siguen siendo válidas. Prevé incluso una fuerte extensión
urbana, destacando ya que los medios más densos del globo no son for-
zosamente los más pobres (Europa renana, Asia de los monzones, altas
llanuras africanas), incluso para las regiones rurales. Reclus (1907, 332)
da la cifra de una isla agrícola china poblada por 1475 habitantes por
kilómetro cuadrado.
Argumenta su razonamiento en un artículo publicado en 1889
en el Bulletin de la Société Neuchâteloise de Géographie, que había
contribuido a fundar en 1885 con Mechnikov (Ferreti, 2011: 111-116).
El mapa que comenta, y que encarga dibujar a Perron, representa un
círculo teórico que contiene a toda la humanidad reunida en una asam-
blea fraternal como en un ágora griego (cuatro personas de pie por
metro cuadrado), y superpuesto a la ciudad de París (Reclus, 1889:
122-124). Simboliza así la idea de la unidad humana y de la finitud
del mundo, subrayando la desigualdad a la vez espacial pero también
socioeconómica del reparto humano. En función de las condiciones del
medio y de una utilización más racional de este, la geografía permite
confirmar que el ideal de justicia socioespacial es posible. Si se consi-
dera que el planeta aloja alrededor de mil quinientos millones de seres
humanos en su época, y al menos siete mil millones en la actualidad,
se puede considerar que son los geógrafos anarquistas los que tienen
razón. El problema no viene de un error de las técnicas o de la ciencia,

53
sino de una mala utilización de estas por el capitalismo y de un des-
pilfarro del que no se excluye una pérdida del sentido moral y cívico.
Para Reclus, «no existen ya las buenas tierras de antaño: todas han
sido creadas por el hombre, cuyo poder creador lejos de disminuir se
ha acrecentado en enormes proporciones». Uno de los grandes errores,
según Kropotkin (1910: 144), que ha hecho de él su caballo de batalla
teórico y societario, reside en el hecho de que la economía política no
puede pasar por alto la hipótesis según la cual las cosas necesarias para
la vida no pueden ser producidas en cantidades limitadas e insuficien-
tes», y deplora que «casi todas las teorías socialistas acepten igualmente
ese postulado».
Sin embargo, a partir de ejemplos concretos sacados de todo el
mundo, Kropotkin muestra ampliamente en su libro cuáles son «los
recientes progresos de la agricultura y la horticultura» aplicables casi
por todas partes si existe voluntad y organización, es decir, otro reparto
y apropiación de las tierras, otra concepción y gestión del trabajo. Dicho
de otro modo, según él «sabemos al fin que, contrariamente a la teoría
del pontífice de la ciencia burguesa (Malthus), el hombre acrecienta su
fuerza de producción más rápidamente de lo que se multiplica» (Kro-
potkin, 1890).
Aunque esto ha sido ignorado y olvidado, se puede decir que los
geógrafos anarquistas se cuentan entre los que han sentado las bases de
la «geografía de la población».
Concentración del capital y dispersión industrial

C ontrariamente a la profecía del esquema histórico marxista, la con-


centración del capital, que se ha llevado efectivamente a escala
planetaria con el dominio de grandes firmas transnacionales, no se tra-
duce, sin embargo, en una desaparición de la pequeña industria o el

54
pequeño comercio, ni en la desaparición absoluta del campesinado, ni
en un retroceso de las clases medias.
Menos de cincuenta años antes de la publicación del Manifiesto
comunista (1848) o de la Crítica de la economía política (1859), Élisée
Reclus destaca sin dificultad que la pequeña industria y la pequeña
agricultura no han desaparecido, mientras que se intensifica a escala
mundial la división socioespacial del trabajo, por tomar una termino-
logía actual. Critica explícitamente a Marx a este respecto. Sin duda,
constata que «la industria, como las demás formas de riqueza, se con-
centra gradualmente en un número de manos cada vez más pequeño»
en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos (Reclus, 1907: 336). Pero
añade que «sin embargo, la pequeña industria no está muerta, tampoco
el pequeño comercio» (Reclus, 1907: 337).
Casi en el mismo momento, Kropotkin expone una constata-
ción similar, denunciando «las frases estereotipadas, declarando que
la pequeña industria está en decadencia y que cuanto antes desapa-
rezca, mejor será porque dejará sitio a la concentración capitalista que,
según el credo demócrata-socialista, acarreará pronto su propia ruina»
(Kropotkin, 1910: 304). Para Kropotkin, «la base de esta creencia se
encuentra en uno de los últimos capítulos de El Capital de Marx (el
penúltimo), en el que su autor habla de la concentración del capital y
ve la fatalidad de una ley natural». Recuerda que «hacia 1848 todos los
socialistas, o casi, compartían esta idea». Y concede crédito a Marx en
cuanto a un cambio posible de teoría si hubiera podido ver la evolución
de las cosas, porque habría «advertido muy probablemente la extrema
lentitud con la que se lleva a cabo la desaparición de la pequeña indus-
tria», permitida por «las facilidades del transporte (...), la demanda cada
vez mayor y más variada, y el buen precio actual de la fuerza de trabajo
tomada en pequeña cantidad» (Kropotkin, 1910: 304).

55
Existe, así, una industria «diseminada que responde a unas nece-
sidades y no teme la concentración de capital, que desdeña» (Reclus,
1907: 337). Por otra parte, Reclus señala con qué habilidad los «gran-
des industriales» se manejan para «evitar las fronteras» (1907: 362). Un
siglo antes de la glosa sobre los países emergentes y otros nuevos países
industrializados asiáticos, anuncia la dinámica espacial de la expansión
del capitalismo:
El periodo histórico en el que va a entrar la humanidad, por la
unión definitiva de Asia oriental al mundo europeo, está lleno de
acontecimientos. Del mismo modo que la superficie del agua, por
el efecto de la gravedad, trata de nivelarse, también las condicio-
nes tienden a igualarse en los mercados de trabajo. Considerado
como simple poseedor de sus brazos, el hombre es en sí mismo
una mercancía, igual, ni más ni menos, que los productos de su
trabajo. Las industrias de todos los países, entrenadas cada vez
más en la lucha por la competencia vital, quieren producir barato
comprando al precio más bajo la materia prima y los brazos que la
transforman. Pero ¿dónde encontrarán las poderosas manufactu-
ras, como las de Nueva Inglaterra, a los trabajadores a la vez más
hábiles y más sobrios, es decir, menos costosos, que en el Extremo
Oriente? (Reclus, 1894: 15).
La distancia entre las fortunas se hace mayor, «pero la clase intermedia
no se ha atrofiado. La burguesía —la pequeña y la gran burguesía— no
ha desaparecido. Todo lo contrario» (Reclus, 1907: 337). Lógicamente,
Reclus (1907: 337) concluye: «Esperando la elaboración de una teoría
que tenga en cuenta esos hechos, hay que afirmar que esos fenómenos
son más complejos de lo que se hubiera podido creer en 1840, e incluso
en 1870». No se puede, por tanto, sino constatar la lucidez de Élisée
Reclus en cuanto a la evolución del capital, y a la traducción ideológica
que ello implica en la evolución misma del análisis socialista.

56
Élisée Reclus ofrece, no obstante, algunos elementos de explica-
ción en sus obras, en los que percibe las características geográficas de lo
que se llama en nuestros días globalización. Así, anuncia que «el esce-
nario se amplía, pues abarca ahora al conjunto de tierras y mares, pero
las fuerzas que están en liza en cada Estado particular son las mismas
que combaten por toda la Tierra» (1907: 287).
Dicho de otro modo, la lógica de la construcción del capital en
cada país se aplica a partir de ahora a todo el planeta. Pesa sobre los
productores y sobre los consumidores:
En cada país, el capital trata de dominar a los trabajadores; incluso,
en el mayor mercado del mundo, el capital, desmesuradamente
aumentado, ignorando todas las antiguas fronteras, trata de abrir
para su beneficio la masa de los productores, y de asegurarse a
todos los consumidores del globo, tanto a los salvajes y bárbaros
como a los civilizados (Reclus, 1907: 287).
La teoría anarquista del desarrollo desigual

É lisée Reclus (1907: 12) toca a la vez la dinámica del capital, como
hace Marx, pero también el papel de los Estados, una combinación
siempre actual que los partidarios del liberalismo y también los de la
socialdemocracia o del tercermundismo tratan de edulcorar. Esboza un
análisis del desarrollo desigual: incluso utiliza la expresión en el prefacio
de El hombre y la Tierra, subrayando que «la lucha de la competencia
vital» que pone en marcha las «industrias de todos los países» lleva a
una voluntad de producir barato comprando a los precios más bajos la
materia prima y los brazos que la transformarán.
Este proceso provoca no solo el flujo de mano de obra en los
países industrializados, sino también una difusión de la industria allá
donde se encuentre esa mano de obra, de ahí la competencia terrible
entre países y clases obreras. Según él, «no es necesario que los emi-

57
grantes chinos encuentren un puesto en las manufacturas de Europa
y de América para que hagan bajar las remuneraciones de los obreros
blancos: basta con que se funden industrias similares a las del mundo
europeo, las de las lanas y los algodones por ejemplo, en todo el Extremo
Oriente, y que los productos chinos o japoneses se vendan en Europa
incluso a mejor precio que los productos locales» (Reclus, 1907: 13).
Es tentador insistir en el carácter destacable de este análisis,
escrito muy al principio del siglo XX, premonitorio del plan no solo
económico (la búsqueda de los menores costes salariales, la competencia
económica, el tipo de ramos de la industria afectados...), sino también
geográfico (los países de Asia oriental como nuevos países industrializa-
dos). Pero el razonamiento reclusiano no se detiene ahí.
En efecto, paralelamente al escalonamiento de las opresiones que
se observan en cada país, y que permiten mantener una dominación
general o colonial, Élisée Reclus reflexiona igualmente sobre la nueva
jerarquía que se dibuja entre las diferentes naciones y potencias. No
puede, desde luego, imaginar la aparición de la Unión Soviética, y sus
consecuencias geopolíticas con la instauración de un nuevo desorden
mundial en el marco de una guerra llamada fría, en realidad muy caliente
en algunas partes del mundo (Corea, Indochina, Etiopía, Angola...).
Pero prevé el debilitamiento de Inglaterra, esa «nación iniciadora de la
gran industria [que] se ha dejado hundir por la rutina y ha sido superada
ahora por sus rivales», la preponderancia del Nuevo Mundo, especial-
mente Estados Unidos, incluida en América del Sur, porque «las repú-
blicas iberoamericanas (...) no pueden impedir que, por la fuerza de las
cosas, los Estados Unidos ganen constantemente en preponderancia»
(Reclus, 1907: 80-81). Anuncia también el auge de Japón o de China.
La presión colonial o imperialista de las grandes potencias sobre
los países repercute invariablemente en los pueblos, y en el interior de

58
los países, enmascarando así las verdaderas responsabilidades o causas
en la cascada de dominaciones: «No es una plaga comparable a la de
una nación oprimida que hace caer la opresión como un furor de ven-
ganza sobre los pueblos a los que somete a su vez. La tiranía y el aplas-
tamiento se escalonan, se jerarquizan» (Reclus, 1905: 281). El Estado,
político-militar, dicta las nuevas órdenes: «La superioridad pertenece
al que, en un momento dado, disponga de una nueva aplicación naval,
submarina, aérea y flotante» (Reclus, 1907: 13). Llevada a cabo por un
anarquista, la evocación de ese factor no resulta sorprendente. Y vemos
también esa anticipación extraordinaria en el papel actual que juegan
la flota submarina y la flota aérea en un mismo plano de relevancia que
las fuerzas denominadas convencionales.
Hacia la época de los escritos de Reclus, Piotr Kropotkin muestra
una capacidad de análisis superior al describir la difusión espacial de la
industria, incluso su desmembramiento hasta en el campo, que evoca en
los últimos capítulos de La conquista del pan (1892). Diez años después
de la primera versión inglesa (1898) de su libro Campos, fábricas y talle-
res, precisará en la edición francesa (1910) que «revisando el capítulo de
las pequeñas industrias, he podido constatar que su desarrollo, al lado
de las grandes industrias centralizadas, no se ha ralentizado en abso-
luto. Al contrario, la distribución de la fuerza a domicilio le ha dado un
nuevo impulso» (Kropotkin, 1910: 10). Aporta un factor tecnológico, la
difusión de la energía no humana, que se añade a las condiciones clási-
cas de explotación de la fuerza de trabajo.
Paralelamente a ese factor técnico, Kropotkin (1910: 9) añade
la competencia internacional que empuja a pesar de todo a cada país
a «liberarse de la explotación por otras naciones, más avanzadas en su
desarrollo técnico». Dicho de otro modo, analiza la división interna-
cional del trabajo, socioespacial. Propone una combinación de varias

59
dinámicas espaciales en la difusión de la industria: la economía de la
energía necesaria, la innovación tecnológica, la competición de las gran-
des firmas, la dinámica nacional propia del capitalismo de Estado, pero
también la recomposición de la división del trabajo donde el exceso
encuentra sus límites en una nueva síntesis (agricultura-industria,
manual-intelectual...), así como en las iniciativas del pueblo («los sindi-
catos de cultivadores, las cooperativas de producción», etc.).
Kropotkin se muestra profético en su prefiguración del capita-
lismo flexible, pero su desarrollo resulta a veces curioso porque nos
preguntamos si se conforma con observar esa posible evolución, o bien
se congratula de ella. En efecto, en su concepción, todo lo que está des-
centralizado se opone al Leviatán estatista y, por tanto, se aproxima a
la anarquía, incluso en la economía capitalista actual. Podemos ver en
ello una fuerte tendencia a un evolucionismo positivo, optimista dirán
sus detractores o incluso las críticas procedentes de anarquistas.
La división socioespacial del trabajo está vinculada no solo a la
economía, sino también a la sociología, porque se corresponde con la
división de la sociedad en clases. El anarquismo y, posteriormente, el
anarcosindicalismo no han dado jamás una definición restrictiva del
proletariado. Lejos de limitarlo únicamente a los obreros de la indus-
tria, tienen también en cuenta a los empleados, los técnicos, los ense-
ñantes, los campesinos sin tierras, los aparceros y los granjeros.
Según Proudhon, el proletario es «el que busca trabajo», y opone
siempre al trabajador y al capitalista. Marx y Engels no hicieron sino
retomar esta oposición, sistematizándola, por ejemplo, en el Manifiesto
comunista (1848). Pero, a diferencia del marxismo, el anarquismo no
considera que esos dos grandes bloques, burguesía y proletariado, sean
homogéneos y, por tanto, sus intereses no son mecánicamente comunes.
Ese fue uno de los debates teóricos y políticos del Congreso Anarquista

60
Internacional de Amsterdam en 1907. Errico Malatesta (1855-1932) res-
ponde así a Pierre Monatte (1881-1960) a propósito de la cuestión: «El
error fundamental de todos los sindicalistas revolucionarios proviene
de una concepción demasiado simplista de la lucha de clases. Es la con-
cepción según la cual los intereses económicos (...) de la clase obrera
serían solidarios» (Miéville y Antonioli, 1997). La competencia gene-
ralizada, ley fundamental del capitalismo, se opone, en efecto, a esa
situación. Las corporaciones o grupos profesionales pueden entrar en
conflictos de intereses, y duramente.
En el plano sociológico, el anarquismo tiene en cuenta la existen-
cia de una nueva clase media en el seno del capitalismo, y el papel de los
socialistas o del movimiento sindicalista en el auge de esta clase. La evo-
lución del capitalismo ve, en efecto, la emergencia de una clase media
que se disocia subjetivamente de la clase obrera, y que ocupa un puesto
cada vez más importante. Es lo que Proudhon previó muy pronto, al
contrario que Marx, pues en 1852, poco después de la publicación del
Manifiesto comunista, da al término clase media (en singular) una base
conceptual que será retomada por Max Weber o Jean Jaurès, por ejem-
plo, pero que también tiene una evidente dimensión política (Wey,
1989: 17-23).
Territorio, principio federativo y crítica de las fronteras
naturales

L a propuesta federalista de los geógrafos anarquistas, que se traduce


en su rechazo de las fronteras y su crítica al principio de nacio-
nalidad, no se basa en una abstracción teórica ni está guiada por un
vago sentimiento humanista de fraternidad universal. Está basada en
una constatación empírica, en una observación claramente geográ-
fica. Como indica Georges Navet (2004: 159-189), la forma federativa

61
supone sociedades ya presentes y constituidas, «en las que no hay necesi-
dad de elaborar la génesis ideal a partir de individuos como hizo Hobbes,
por ejemplo». Así, Bakunin (1865) subraya que «la división de un país
en regiones, provincias, distritos y municipios o departamentos como en
Francia, dependerá naturalmente de la disposición de los hábitos histó-
ricos, de las necesidades actuales y de la naturaleza particular de cada
país».
Preocupado por no ceder a una forma de conservadurismo que
heredarían naturalmente esos organismos, Bakunin (1865) añade:
No puede haber aquí más que dos principios comunes y obliga-
torios para cada país que quiera organizar seriamente su libertad.
El primero: toda organización debe proceder de abajo a arriba, del
municipio a la unidad central del país, al Estado, por medio de la
federación. El segundo: debe haber entre el municipio y el Estado al
menos un intermediario autónomo, el departamento, la región o la
provincia. Sin eso, el municipio, atrapado en la acepción restringida
de este término, será siempre demasiado débil para resistir a la pre-
sión uniforme y despóticamente centralizadora del Estado.
Kropotkin no aborda la cuestión de la apropiación territorial bajo el
ángulo socialdarwiniano de una lucha por el espacio. Para él, el territorio
es un elemento fundamental de la creación de municipios para, a la vez,
su constitución, su gestión y su protección (defensa). Incluso aunque
no desarrolle su argumento de otro modo —no evoca, por ejemplo, los
obstáculos físicos u otros de la delimitación— trata de demostrar que la
fuerza de ese territorio descansa en la existencia de una propiedad común
del suelo y de una gestión colectiva (de ese suelo, de la recolección, de los
trabajos correspondientes, de las decisiones generales).
Escribe así:
El municipio urbano de los bárbaros se ha desarrollado de la tribu
salvaje; y un nuevo ciclo, más largo que el anterior, de costumbres,

62
hábitos e instituciones sociales, muchos de los cuales aún permane-
cen entre nosotros, se ha formado desde entonces, tomando como
base el principio de la posesión en común de un territorio deter-
minado y su defensa en común, bajo la jurisdicción de los pueblos
que pertenecían a una misma rama o se les suponía. Y cuando las
nuevas necesidades llevaran a los hombres a dar un nuevo paso
adelante, lo harían constituyendo las ciudades, que representaban
una doble red de unidades territoriales (municipios urbanos) com-
binadas con los gremios, formados estos por ejercer en común un
arte o industria cualquiera, o bien para el socorro y la defensa
mutuos (Kropotkin, 1902: 320).
Uno de los principales ejes de la argumentación consiste en insistir en
el hecho de que encontremos este principio en todo momento y lugar,
ya se trate de un proceso histórico inherente a la sociedad humana
y perdure más o menos a pesar de las vicisitudes históricas o geográ-
ficas (los diferentes medios que evoca: llanuras, montañas, desiertos,
taigas...). Entre esas vicisitudes que conducen al desmembramiento o
a la regresión del municipio se encuentran, como sabemos, analizados
por Kropotkin y otros, la emergencia de una aristocracia guerrera y reli-
giosa, la transformación de una burguesía mercantil en una burguesía
industrial todavía más rapaz, todo ello bajo la protección del Estado, no
solo autoridad política sino también poder de centralización. «El Estado
centralizador» o la «centralización del Estado» son fórmulas que acuden
con regularidad a la pluma de Kropotkin, hasta el punto de que ambos
términos aparecen como pleonasmos.
La combinación del municipio y el gremio o, dicho de otro modo,
de política y economía, no es más que uno de los principios funda-
mentales del anarquismo, tanto de análisis histórico como de proyecto
social, sea cual sea otro nombre que se le pueda dar al gremio (sindicato,
consejo, agrupación de productores-consumidores...). Ya fue esbozado

63
por William Godwin (1756-1836), al que Kropotkin calificó de «primer
teórico anarquista».
El corolario de esta concepción del territorio y de la federación
es, entre los geógrafos anarquistas, la crítica de la teoría de las «fronte-
ras naturales», a la que se refirió ya Proudhon. En contra de sus pro-
motores, Proudhon demuestra que un curso de agua no constituye una
barrera sino un vínculo para todos los que habitan en su cuenca. Para
Italia, evoca regularmente cómo la Historia ha marcado de modo dife-
rente a cada región y a cada ciudad del país. Subraya que la unidad
lingüística de los grandes Estados es un dato artificial y tardío, y que
está lejos de ser sistemático. Cita la Confederación Helvética o Bélgica.
Según él,
los límites de los Estados son una creación de la política, no una
previsión de la naturaleza; son... lo que pueden. En todos los casos
(...), la delimitación entre dos Estados implica, por una y otra
parte, el consentimiento de poblaciones limítrofes, a menos que
lo decida de otro modo un interés superior al de los dos Estados
(Proudhon, 1864).
Élisée Reclus remacha el clavo contra la teoría de las fronteras natu-
rales. Pone al servicio de su razonamiento todo su conocimiento de
la geografía, que le permite confrontar la ideología con la realidad del
terreno y las sociedades. El conjunto de su obra bulle de explicaciones
en cuanto a lo absurdo de las fronteras, incluidas aquellas denominadas
naturales porque «dejando al margen el caso de las islas, los límites
planteados entre las naciones son obra del hombre» (Reclus, 1907: 308).
Aborda la cuestión de las fronteras naturales, y les dirige una feroz
requisitoria en El hombre y la Tierra. Su razonamiento es tan preciso,
tan perspicaz y tan actual todavía que merece ser citado con un poco
más de minuciosidad:

64
Las patrias que cada hombre de Estado tiene como deber exaltar
por encima de otras naciones, no dan lugar sino a razonamientos
falsos y a complicaciones funestas. Y en primer lugar, lo que los
diplomáticos repiten constantemente acerca de las fronteras natu-
rales, que separan los Estados en virtud de una especie de predes-
tinación geográfica, está desprovisto de razón. No hay fronteras
naturales, en el sentido que le dan los patriotas (...). Sin duda, hay
grados en lo absurdo, y tal frontera, como esa línea discontinua
que han trazado los plenipotenciarios, tras discusiones, protocolos
y rectificaciones, entre Francia y Bélgica, con una longitud de casi
trescientos kilómetros a vuelo de pájaro, es una fantasía hilarante
para el contrabandista, aunque muy molesta para el viajero apaci-
ble; pero las líneas de reparto político llevadas a las cumbres alpi-
nas y las crestas de los Pirineos no son menos arbitrarias y no res-
petan más las afinidades naturales. Sin duda, el límite franco-belga
separa a Flandes de Flandes, a Henao del Henao y a las Ardenas
de las Ardenas; pero la línea de demarcación señalada de piedra en
piedra sobre los grandes Alpes ¿no corta en dos unos territorios
en los que los habitantes hablan la misma lengua y practican las
mismas costumbres, habiendo formado parte antaño de la misma
confederación? ¿No ha rechazado violentamente, de un lado hacia
Italia, de otro hacia Francia, los escarts de Briançon, unidos ante-
riormente en república? Y en los Pirineos ¿no desune la frontera a
vascos y vascos, aragoneses y aragoneses, catalanes y catalanes? En
todas partes, y muy a su pesar, los pastores y leñadores respetan
esa línea ficticia que les puede costar, por parte de los Estados
soberanos, amenazas, multas y cárcel (Reclus, 1907).
Según él,
todas esas fronteras no son sino líneas artificiales impuestas por la
violencia, la guerra, la astucia de reyes, sancionadas por la cobardía
de los pueblos (...). En cuanto a las fronteras llamadas naturales,

65
las que descansan en el relieve del suelo, las comprendemos si no
hay más remedio: pero incluso ellas carecen, como las anteriores,
del derecho a crear obstáculos entre las poblaciones, y no tienen
derecho a servir de base para la organización de la sociedad. No
hay frontera natural; ni el Océano separa ya a los países (Reclus,
1868).
La geografía de los anarquistas y la cuestión de las
nacionalidades

C oherentes consigo mismos, los anarquistas que se oponen a la


teoría de las fronteras naturales critican también el nacionalismo
que se deduce, o que se articula en ellas. Cuestionan la presuposición
naturalista que está en su base. Cuando califica la teoría de las fron-
teras naturales como «principio turbio», Proudhon (1863) le añade el
principio de las nacionalidades, que está «en el fondo indeterminable».
Según él, no hay pertenencia natural a una nacionalidad determinada,
idea que resulta abstracta, producida más por la política que por la
naturaleza. Recusa, pues, el principio de la concepción natural de la
nacionalidad, tal como se formalizará, especialmente, en Alemania.
Sin embargo, no se adhiere al principio de la nacionalidad electiva desa-
rrollado en Francia, por ejemplo. Para ser coherente con esto, habría
que consultar a todas las poblaciones de una región, con el fin de saber
a qué Estado querrían pertenecer. Esta solución no le disgustaría y,
efectivamente, en muchos casos, ha subrayado que el territorio de
un Estado debe depender del consentimiento de sus habitantes, inde-
pendientemente de cualquier configuración geográfica o etnográfica.
«Pero, profundizando en el problema, siente los graves abusos que
podrían surgir de ese principio de libre disposición», como indica Geor-
ges Goriely (1967: 151-168).

66
En efecto, contrariamente a Rousseau, que postula un contrato
social de finalidad unitaria y lo más racional posible, Proudhon estima
que la voluntad y, por tanto, la libertad no son producto de una racio-
nalidad plena, que son siempre plurales, por tanto potencialmente anta-
gónicos. Siempre de antemano están en tensión con las demás, pero
también consigo mismas. Deben transigir a todos los niveles de perte-
nencia y de necesidades.
A partir de ahí, y contrariamente a Montesquieu o a Tocquevi-
lle, el poder debe ser distribuido al máximo, y sin ser dominado por el
sufragio universal, no porque conceda un peso equivalente a todos los
ciudadanos, sino porque pretendería dar un fundamento único a una
voluntad única. Por eso una región no puede de una vez por todas, al
albur de una pasión, comprometer su destino estatista. Como conse-
cuencia de ello, el territorio del individuo es todo: «Ya no hay nacio-
nalidad, ni patria en el sentido político de la palabra, no hay más que
lugares de nacimiento. El hombre, de cualquier raza y color que sea, es
realmente indígena del universo. El derecho de ciudadanía lo ha adqui-
rido en todas partes» (Proudhon, 1861). Indígena del universo, bello
hallazgo que resume la idea geográfica anarquista.
Élisée Reclus desarrolla una concepción amplia del término
nación, asimilada a un agrupamiento humano. Además de los conflictos
entre naciones fuertes y naciones débiles, le preocupan las manipulacio-
nes, que se podrían calificar anacrónicamente de geopolíticas:
Para justificar la existencia de fronteras, cuyo absurdo salta a los
ojos, se emplea el argumento de las nacionalidades, como si los
agrupamientos políticos tuvieran todos una constitución normal y
hubiera una superposición real entre el territorio delimitado y el
conjunto de la población consciente de su vida colectiva (Reclus,
1907: 318).

67
Reclus (1907: 318) añade también una definición del hecho natural, que
atempera resolviendo toda tentación fundamentada por la constatación
geográfica de la movilidad de los pueblos y los individuos.
Sin duda, cada individuo tiene derecho a agruparse, a asociarse
con otros siguiendo sus afinidades, entre las que la comunidad
de costumbres, de lenguaje, de historia es la primera de todas en
importancia, pero esta misma libertad de agrupamiento individual
implica la movilidad de la frontera: ¿cuán poco en realidad está
de acuerdo el deseo franco de los habitantes con las convenciones
oficiales?
En la continuación de su carta dirigida a Henry Seymour, Reclus (1885)
añade:
No reconocemos tampoco lo que se denomina patria y que, en su
acepción habitual, representa la solidaridad con los crímenes de
nuestros ancestros contra otros países, así como iniquidades de las
que nuestros gobernantes respectivos son responsables. Para fun-
dar una sociedad nueva, primero hay que renegar de toda acción
sangrienta.
El trabajo científico y el trabajo político de los geógrafos anarquistas,
separados formalmente, evolucionan de forma paralela. Un buen ejem-
plo nos lo da la revista internacionalista Le Travailleur, que tiene el
mismo consejo de redacción que la Nouvelle Géographie Universelle.
Este periódico, publicado entre 1877 y 1878 en Ginebra, en la imprenta
de los exiliados rusos Robotnik, fue dirigido por Reclus y Perron, y sus
colaboradores fueron Mechnikov, Dragomanov y Lefrançais. Aborda
cuestiones de actualidad que encuentran eco puntual en la Nouvelle
Géographie Universelle, en la que los estudios de Mechnikov sobre
Japón sugieren, por primera vez en los medios geográficos anarquistas,

68
la idea del redimensionamiento de Europa frente al escenario emer-
gente del Pacífico.
Pero, en esa época, se trata sobre todo de la cuestión de la Europa
oriental y la Península balcánica, que focaliza la atención de los medios
progresistas europeos. Los artículos de Dragomanov, fuente de infor-
mación para la Nouvelle Géographie Universelle, muestran cómo los
geógrafos anarquistas volvieron a trabajar el concepto proudhoniano
de federalismo para aplicarlo a los retos del fin de los imperios de
Europa del Este, percibido por entonces como algo cercano. La pro-
puesta federalista está ligada explícitamente a la geografía de algunas
de sus regiones de Europa del Este, así como a una naturalización
implícita de su mosaico étnico. Aunque eso no sea considerado una ley
rígida, las regiones naturales formadas por las cuencas hidrográficas y
las cadenas montañosas son consideradas como influyentes en la forma-
ción de las nacionalidades, y se cuenta con su revuelta para aplastar a
la vieja Europa. Según Dragomanov (1877: 14), considerado hoy como
uno de los padres espirituales de la independencia ucraniana encargada
de borrar su visión claramente socialista y libertaria,
nuestro cosmopolitismo no se dedicará a la tarea imposible de des-
truir las nacionalidades, lo que, en la práctica, solo conduciría al
sometimiento de las nacionalidades conquistadas por las naciona-
lidades conquistadoras, y a la constitución de clases privilegiadas
y clases sometidas. Al contrario, mediante el levantamiento de las
masas populares es como nuestro cosmopolitismo atraerá hacia sí a
las nacionalidades diversas —producto de la naturaleza— en una
federación internacional libre e igualitaria basada en la autonomía
del individuo y en la federación de municipios libres.
El sentimiento de que el estallido de la cuestión nacional favorecería
el desencadenamiento de la cuestión social estaba bastante extendido

69
entre los anarquistas y los socialistas en general, pero no hay que olvi-
dar la crítica reclusiana de las fronteras, a la vez estatistas y adminis-
trativas, «trazadas a menudo al azar o precisamente con la intención de
contrariar las afinidades nacionales» (Reclus, 1880: 437). En la Nouve-
lle Géographie Universelle, Rusia es vista como el país en el se da la
reacción más encarnizada contra los revolucionarios más audaces: «En
Rusia se encuentran las formas de poder absoluto más antiguas: es tam-
bién donde los avanzados se lanzan con mayor audacia a las teorías de
reconstitución social y política» (Reclus, 1880, 892). Las naciones bal-
cánicas, sometidas a los imperios otomano y austriaco, son igualmente
consideradas como futuros protagonistas de «la libre federación de los
pueblos del Danubio», premisas del ideal yugoslavo (Reclus, 1878: 268).
Se comprende, por tanto, por qué el Bulletin de la Fédération Juras-
siene se congratula de la aparición de la Nouvelle Géographie Univer-
selle, en la que oficialmente no se debe hablar de política, como una
expresión del
sentimiento de internacionalidad, de cosmopolitismo que, cono-
cido en siglos anteriores solo por las inteligencias más elevadas,
se ha hecho hoy predominante entre el proletariado de los dos
mundos, y el estudio bien comprendido de la geografía contribuye
a fortalecerlo (...), un libro de vulgarización científica que podrá
rendir grandes servicios a la instrucción popular. Así, todas las
sociedades obreras que posean una biblioteca deberán imponerse
el ligero sacrificio de un gasto semanal de 50 céntimos con el fin de
procurarse esta obra (Guillaume, 1875: 4).

70
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73
PARA UNA LECTURA ESPACIALMENTE SITUADA
DEL ANARQUISMO EN EL CONTEXTO DE LA
DESTERRITORIALIZACIÓN
Pablo Mansilla
(2013)
C
uando reflexionamos sobre el espacio geográfico, comúnmente
nuestra imaginación se traslada a aquellas clases de la escuela,
en las que la profesora nos enseñaba una geografía que se esme-
raba en explicar la dimensión territorial del Estado-Nación, destacando
para ello las regiones político-administrativas en las que se dividía el
territorio nacional, las características geomorfológicas y climáticas de
un lugar. Este extenso compendio de datos no tenía mayor significan-
cia, ni conexión con las prácticas de quienes habitábamos en regiones
alejadas de las grandes aglomeraciones urbanas.
Detrás de esta cortina de humo levantada por el Estado y el sis-
tema educacional (Lacoste, 1976), existe una clara intención de imponer
un discurso hegemónico, que define las formas en las cuales la sociedad
debe vincularse con el territorio. Cualquier otra forma de organización
territorial alternativa o previa a la territorialidad que impone el Estado
resulta improcedente y, por lo tanto, debe ser intervenida.
Durante las últimas décadas se ha venido ampliando considerable-
mente la discusión al interior del pensamiento geográfico, respecto de la
condición espacial de la sociedad, por medio del concepto de territorio,
como una categoría de análisis, que permite observar cómo el espacio

77
geográfico es resultado y, a la vez, condición de los procesos de apro-
piación material y simbólica por parte de los actores que confluyen en
un lugar (Haesbaert y Porto-Goncalvez, 2006). Esta relación espacial
entre actores comúnmente se encuentra sujeta a conflicto, tensionada
por el poder debido a que la racionalidad que se encuentra detrás de
sus acciones impulsa formas antagónicas de apropiación, siendo posible
leer a través de ellas diversas estrategias y tácticas de poder (Raffestin,
1993). En este contexto, el presente ensayo busca abrir una discusión
sobre la condición territorial del anarquismo, para lo cual se plantean
tres provocaciones al lector que parecen centrales para aproximarnos
a tal objetivo:
La primera provocación es que la autoridad y el poder de subor-
dinar se despliegan por medio del control del espacio y del tiempo,
tanto en su dimensión física como simbólica. Por lo tanto, la idea de
autoridad ejercida por el Estado, y por las diferentes formas de agencia-
miento que adquiere el poder, son implementadas mediante una estra-
tegia espacial que permite mantener el control sobre los sujetos y sus
cuerpos, así como de los recursos que se encuentran en ellos (Raffestin,
1993; Foucault, 1988).
La segunda provocación es que el anarquismo, tanto en su aná-
lisis como elaboración de propuestas alternativas, ha sido predominan-
temente una teoría de carácter espacio-temporal. Ideas tales como la
autonomía, la descentralización, el federalismo libertario, la abolición
de la propiedad privada, encierran una profunda propuesta de un pro-
yecto transformador de carácter territorial. Este hallazgo nos llama la
atención, sin embargo, abre la emergencia de repensar las coordenadas
del anarquismo con base en las transformaciones territoriales que ha
experimentado el mundo durante las últimas décadas. Estas aluden a
un creciente proceso de desterritorialización, que surge a partir de las

78
reformas político económicas y de las innovaciones técnicas que han
influido sobre las formas tradicionales en las cuales se constituía la rela-
ción espacio-temporal de la humanidad.
En tercer lugar, el pensamiento geográfico nos invita a situar
las ideas en términos espaciales y temporales, por lo tanto, debemos
cuestionarnos el modo en que las propuestas del anarquismo, que
ha surgido en el contexto de la modernidad eurocéntrica, se sitúan a
nivel latinoamericano. Cuando analizamos la realidad latinoamericana,
encontramos una serie de prácticas territoriales desplegadas por las
comunidades urbanas, rurales y campesinas, que si bien no adscriben
al anarquismo, dan cuenta de la práctica libertaria como realidad onto-
lógica.
Estas tres provocaciones invitan a pensar el territorio lejos de ser
una categoría fija, se encuentra en constante proceso de producción en
el devenir de la historia. De esta forma, el anarquismo requiere abrir
de manera urgente una discusión respecto al lugar que ocupa el territo-
rio en sus discursos, tácticas y estrategias para la deconstrucción de la
estructura en la que se sostiene del poder del sistema actual.
En este contexto es necesario retomar la discusión espacio-
temporal del anarquismo, y particularmente la dimensión territorial,
que surge a partir de las prácticas grupales e individuales de la sociedad.
El ensayo expone primero la proximidad entre el anarquismo y
el pensamiento geográfico, posteriormente se expone por qué es impor-
tante para el anarquismo en términos territoriales, en la tercera sección
se mencionan brevemente algunos de los principales procesos de trans-
formación territorial que han ocurrido en el marco de la desterritoria-
lización, finalmente se describen brevemente algunas de las propuestas
que desde el anarquismo se han desarrollado para la construcción de
una propuesta territorial anarquista.

79
Los Anarquistas y el pensamiento geográfico

L a discusión sobre espacio geográfico se ha ampliado considerable-


mente durante las últimas décadas. En este transcurso se identifica
el traspaso de una idea de espacio absoluto, de carácter físico-material,
que sirve de soporte de las prácticas sociales, a la concepción del espacio
social, que surge como producto histórico y a la vez como condición de
las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales y ambientales.
El primero en resaltar explícitamente el espacio como produc-
ción histórica de la sociedad, fue el geógrafo anarquista Élisée Reclus
(1903), quien formuló las bases de la geografía social en su libro El
hombre y la tierra, texto que inicia con la ya famosa reflexión: «La
Geografía es la Historia en el espacio, lo mismo que la Historia es la
Geografía en el tiempo». Élisée Reclus busca dar a conocer cómo el
ritmo de la historia, con sus quiebres y continuidades, se encuentra
plasmada en el espacio, tal como él mismo lo declara al inicio de su
obra: «La observación de la tierra nos explica los acontecimientos de
la historia, y esta nos hace volver a su vez hacia un estudio más pro-
fundo del planeta, hacia una solidaridad más consciente de nuestro
individuo, tan pequeño y tan grande a la vez, con el inmenso universo»
(Reclus, 1903: 1). Al mismo tiempo, Reclus destaca la importancia de
la naturaleza y las relaciones que el ser humano establece con ella. Sin
caer en el determinismo, describe el modo en que «el ser humano es
la naturaleza formando conciencia de sí misma», de esta forma, Reclus
resalta su motivación principal al concentrar su reflexión en el campo
de la geografía:
Trazaba yo el plan de un nuevo libro en que se expondrían las
condiciones del suelo, del clima, de todo el ambiente en que se han
cumplido los acontecimientos de la historia, donde se mostrase la
concordancia de los hombres y de la tierra, donde todas las mane-

80
ras de obrar de los pueblos se explicasen, de causa a efecto, por su
armonía con la evolución del planeta (Reclus, 1903: 1).
Para Élisée Reclus, la geografía social se fundamenta sobre tres ejes
de análisis: «la lucha de clases, la búsqueda del equilibrio y el arbitraje
soberano del individuo son los tres órdenes de hechos que nos revela el
estudio de la geografía social y que, en el caos de las cosas, se muestran
bastante constantes para que pueda dárseles el nombre de leyes». Al
referirse a la lucha de clases, el autor destaca que, a escala mundial, el
desarrollo desigual de las sociedades ha tendido a la formación de clases
y castas. La imposición de esta estructura social jerárquica ha moti-
vado el constante enfrentamiento. El segundo aspecto al que Reclus
se refiere como la «búsqueda de equilibrio», se desprende a partir de
la lucha de clases. Para él, el desequilibrio que surge a partir de la
desigualdad social, da paso al conflicto y a la resistencia de los grupos
subalternizados contra el poder: «la violación de la justicia clama siem-
pre venganza», el sistema autoritario se encuentra sujeto a oposición,
lo cual puede significar la derrota y la extinción de los grupos subalter-
nizados, o por el contrario, alcanzar una victoria que implique romper
con las formas en las que se establece el poder. Finalmente, Reclus, se
refiere al arbitraje del individuo, idea con la cual busca dar cuenta de
la necesidad de construir procesos libertarios que surjan a escala de
individuos, según el autor
la sociedad libre no puede establecerse sino por la libertad absoluta
suministrada en su desarrollo completo a cada hombre, primera
célula fundamental, que se agrega enseguida y se asocia como le
place a las otras células de la cambiante humanidad. En proporción
directa de esa libertad y de ese desarrollo inicial del individuo, las
sociedades ganan en valor y nobleza: del hombre nace la voluntad
creadora que construye y reconstruye el mundo (Reclus, 1903: 3).

81
Sin embargo, la geografía social propuesta por Reclus no tan solo plan-
tea la construcción de un marco teórico-epistemológico para el análisis
de la condición espacial de la sociedad, sino que se propone movilizar
sus formulaciones, categorías de análisis y resultados como herramien-
tas que aporten a la transformación social y a la eliminación de los
problemas que afectan a la sociedad (Hiernaux, 2003). De este modo,
la geografía social propuesta rompe con la posición pasiva y contem-
plativa del científico, y propone ante todo disponer de una geografía
transformadora de la realidad social.
Del mismo modo, para Piotr Kropotkin, la geografía debe ser
ante todo un instrumento científico, que permita, por ejemplo, en el
campo de la educación
Interesar a los niños en los principales fenómenos de la natura-
leza, despertarles el deseo y aclararlos. Enseñar desde nuestra más
tierna infancia que todos somos hermanos, sea cual sea nuestra
nacionalidad. En una época como la nuestra, de guerra de auto-
presunción nacional, la geografía debe ser un medio para disipar
esos prejuicios y para crear otros sentimientos más dignos de la
humanidad. [...] Tiene que imponer en las mentes de estos niños la
idea de que todas las nacionalidades son estimables; de que cuales
fueran las guerras que hubieran hecho, solo un egoísmo miope
estaba en el fondo de ellas. [...] Tercero, la misión de acabar con los
prejuicios sobre los cuales nos erigimos con respecto a las llamadas
‘razas inferiores’ (Kropotkin, 1989: 62).
A pesar de que de forma general se reconoce en Reclus y Kropotkin
el inicio de la discusión social en la geografía, por una amplia gama
de autores que desarrollaron durante la década de 1970 la renovación
crítica del pensamiento geográfico (las geografías radicales), el rescate
de las obras de estos dos anarquistas por parte de los geógrafos no
ha pasado más allá de un saludo leve, sin necesariamente profundizar

82
ni dar continuidad a sus ideas (Hiernaux, 2003). Un claro ejemplo se
encuentra en uno de los principales geógrafos críticos latinoamericanos,
Milton Santos (2006),10 quien indica que «Es cierto que Élisée Reclus,
había escrito, hace un siglo, que la geografía es la historia en el espacio,
y la historia la geografía en el tiempo, sin embargo esa frase milenaria-
mente repetida, jamás pretendió el desarrollo de un método de guía».
Otros autores, en una interpretación apresurada, han acusado a
los autores de estar vinculados al determinismo darwiniano o el evolu-
cionismo, cuando por el contrario existe en sus escritos una profunda
crítica al determinismo social que se está generando al interior del pen-
samiento científico de la época. Tal como lo destacan Ferretti y Pelletier
(2013: 7), los geógrafos anarquistas «se preocuparon más en contestar al
darwinismo social, que justificaría la desigualdad entre los individuos
y los pueblos de la especie humana, y en desarrollar la cooperación al
interior y exterior de la especie como factor de la evolución, frecuente-
mente más importante que la competición en la lucha por la existencia».
Sin duda no deja de ser interesante que el anarquismo se haya
posicionado fuertemente como un saber de carácter espacial, asunto cla-
ramente destacado cuando se reconoce la relevancia de sus principales
intelectuales en el campo de la discusión geográfica, así como también
por el intenso debate que estos desarrollaron sobre la naturaleza y su
vinculación con el ser humano. La pregunta que se abre de inmediato,
es ¿por qué estos autores ven en el pensamiento geográfico una llave
para la compresión y transformación del mundo desde el anarquismo?,
asimismo, ¿por qué hoy los anarquistas deberían volver a pensar la
dimensión espacial del anarquismo?
 10. Para algunos entendida también como anarquismo primitivo, denominación con la
que personalmente no concuerdo, ya que retrata de cierta forma una linealidad en la
construcción de las sociedades y de sus ideas, creando una subordinación temporal y
evolutiva.

83
¿Por qué los anarquistas deben revisitar el territorio? ¡El territo-
rio es el lugar donde se funda el poder! Los anarquistas se han opuesto
a la autoridad y a las formas de poder sobre las cuales se instaura la
dominación y subalternización del otro, reconociendo al Estado como
institucionalización y centralización del poder de una clase hegemónica
que intenta acumular y defender la propiedad privada, tal como lo
menciona Cappelletti (2010: 14): «Se le puede definir [al Estado], como
la organización jerárquica y coactiva de la sociedad. Supone siempre
una división permanente y rígida entre gobernantes y gobernados. Esta
división que se relaciona obviamente con la división de clases implica el
nacimiento de la propiedad privada». En efecto, para el caso de Amé-
rica Latina, la conformación de todos los Estados Naciones, con excep-
ción de Haití, fue motivado por los intereses de una clase oligarca que
buscaba mantener el control de los recursos naturales y de la propiedad
de la tierra para su beneficio.
Un claro ejemplo de la vinculación entre espacio geográfico, terri-
torio y Estado se encuentra cuando analizamos el modo en que diversos
gobiernos dictatoriales de América Latina asumieron como directriz
principal de acción el pensamiento geopolítico unido a la doctrina de
la seguridad nacional, que venía siendo ampliamente discutida al inte-
rior de las academias militares desde inicio del siglo XIX, tal como lo
expresa Chiavenato (1981), la «geopolítica es el arma del fascismo». En
la perspectiva geopolítica del Estado prevalece una mirada organicista,
que analiza al Estado como un ser vivo que depende del territorio para
su subsistencia. Es a través de él que toma cuerpo. Cada vez que el
Estado crece, requiere expandir su territorio. Para el general alemán
Haushofer «la geopolítica es la conciencia geográfica del Estado. Ella
proporciona la materia prima con la que el hombre del Estado, de espí-
ritu creador, obtiene su obra de arte»; del mismo modo para Napoleón

84
Bonaparte, «la política de un Estado está en su geografía». De ahí la cer-
cana vinculación entre la idea de soberanía nacional y la reafirmación
territorial y fronteriza que los Estados llevan a cabo.
Sin embargo, tal como lo ha expresado Foucault, el Estado no es
la única forma de institucionalización del poder, existen diversas formas
de gobierno.
Las formas y las situaciones especificadas de gobierno de los
hombres por otros en una sociedad dada son múltiples: ellas están
superimpuestas, se cruzan, imponen sus propios límites, algunas
veces se cancelan entre ellas, otras veces se refuerzan entre sí. Es
cierto que las formas o situación específica del ejercicio del poder
(incluso aunque este es una de las formas más importantes), en
un cierto sentido todas las demás formas de relaciones de poder,
deben referirse a él. Esto no es porque las demás deriven de él, sino
porque las demás relaciones de poder han quedado cada vez más
bajo su control (Foucault, 1988: 17).
El anarquismo ha venido debatiendo al respecto a lo largo de su desa-
rrollo. La evidencia de ello es posible encontrarla en las formulaciones
anarcofeministas que denunciaban las formas de subalternización del
género, la oposición férrea a las ideas de superioridad racial impuestas
por el darwinismo social, la práctica del anarcoindigenismo, la discusión
sobre la sociedad adultocéntrica y la invisibilización de los niños. Cada
una de estas formas de gobierno, se encuentran fundamentadas sobre el
control territorial de las prácticas de los sujetos. Tal como lo menciona
Foucault cuando analiza la institución educativa, el poder se expresa en
la disposición de su espacio, las regulaciones meticulosas que
gobiernan su vida interna, las diferentes actividades que se orga-
nizan ahí, las diversas personas que viven o se encuentran, cada
una con su función, su carácter bien definido, todas estas cosas

85
constituyen un entramado de capacidad, comunicación, de poder
(Foucault, 1988: 19).
Al respecto de esta idea, son bastante clarificadoras las palabras de
Raffestin, quien dialoga teóricamente con Foucault, definiendo que
El territorio se forma a partir del espacio, es el resultado de una
acción conducida por un actor sintagmático (actor que realiza un
programa) en cualquier nivel. Al apropiarse de un espacio, con-
creta o abstractamente (por ejemplo por la representación), el
actor territorializa el espacio (Raffestin, 1993: 143).
Tal como lo menciona, el territorio surge a partir de la apropiación
material o simbólica de un espacio, por lo tanto comprende la imple-
mentación de una estrategia de poder que permita gobernar y subor-
dinar a los otros frente a la visión que se desea imponer. El carácter
simbólico, en la definición de Raffestin, llama la atención, pues alerta
sobre el modo en que los signos y símbolos, con los cuales nos encon-
tramos a diario, tienden a condicionar nuestras prácticas sociales. El
control físico, según Raffestin, se ejerce por medio del control de áreas
definiendo límites y fronteras, y también mediante el control de los
flujos que transgreden los territorios, mediante la accesibilidad, por
ejemplo, implementando diversas estrategias para intentar controlar
los flujos de migrantes ilegales que buscan entrar dentro del territorio
nacional de un país. En este mismo sentido, el Comité Invisible, hace
referencia al control espacial en el contexto de la sociedad de seguridad,
donde la policía y la represión destruyen el territorio para abrir paso a
la empresa capitalista desterritorializando a las clases populares y confi-
nándolos a espacios controlados:
El territorio actual es el producto de varios siglos de operaciones
policiales. Se ha expulsado a la gente fuera de sus campos, después
de las calles, después fuera de sus barrios y finalmente fuera de los

86
patios de sus edificios, con la loca esperanza de contener cualquier
vida entre las cuatro pringosas paredes de la privacidad (Comité
Invisible, 2007: 48).
Sin embargo, es necesario destacar, que el territorio no surge tan solo
como resultado de la subordinación ejercida mediante las estrategias de
poder. Las formas de apropiación se encuentran constantemente sujetas
al conflicto y a la lucha política por parte de los grupos sociales que han
sido subalternizados, los cuales mediante la disputa por el territorio,
intentan proponer otros horizontes de uso y significación del espacio
contradictorios con el modelo de discurso hegemónico promueve. El
territorio tiene la capacidad de ser resignificado a partir de las múltiples
formas en las que la sociedad subvierte el orden impuesto territorial,
construyendo proyectos autónomos de organización socioespacial.
No es necesario ir demasiado lejos para encontrar estas territo-
rialidades alternativas. Si observamos en detalle al interior de nuestras
ciudades y en las zonas rurales, encontramos múltiples territorialidades
que surgen a partir de las prácticas libertarias de la sociedad, en las
cuales la propiedad es colectiva, donde se desenvuelven procesos auto-
gestionados y se practica el apoyo mutuo, todos ellos hoy constituyen
espacios de autonomía, donde la autoridad ha sido destruida y donde se
alcanza, al menos en un fragmento espacio-temporal, la libertad. Existe
de esta forma, una necesidad apremiante, de poder identificar cómo se
componen tales estrategias espaciales antiautoritarias y autónomas a
nivel latinoamericano.
El territorio, por lo tanto, se debate en una serie de significacio-
nes antagónicas, que van desde la apropiación física, política, jurídica
y militar del Estado y sus instituciones, su apropiación económica por
parte del capitalismo, quien lo valoriza como un recurso, y la signifi-
cación que le dan las comunidades a partir de apropiaciones sociales y

87
culturales. Estas diversas formas de apropiación del territorio, repre-
sentan racionalidades diametralmente opuestas entre sí, abriendo cons-
tantemente las posibilidades de conflicto y lucha por la superposición
de una sobre otra.
Un proyecto realmente transformador de la realidad social, que
implique romper con las formas jerárquicas en las que se establece
la autoridad, que elimine las formas de dominación y subalternidad,
que tenga por objetivo alcanzar la libertad individual y de la comu-
nidad, requerirá necesariamente el repensar la dimensión espacial de
tal proyecto, tanto en las propuestas de organización territorial, como
en las resignificación simbólica que las prácticas autoritarias durante
siglos le han asignado al territorio. Tal proyecto requiere que podamos
comprender cómo las estrategias de poder actúan en el territorio en el
actual periodo, siendo la desterritorialización una de las acciones inte-
resantes en las cuales es necesario profundizar.
La desterritorialización y la emergencia de reterritorializar las
prácticas del anarquismo

C omo se ha destacado anteriormente los territorios no representan


objetos estáticos, por el contrario, son el resultado de diversas
formas de apropiación y producción que van mudando en el devenir
del tiempo. Si aceptamos la idea propuesta por este ensayo en que el
anarquismo debe ser leído en clave espacial, entonces debemos intentar
aproximarnos a algunas de las principales transformaciones a las que los
territorios se ven expuestos.
La desterritorialización es uno de los procesos más importantes
que se desprende a partir del desarrollo de la globalización capitalista.
Mediante su análisis se intenta reconocer el modo en que la
sociedad ha tendido a romper los anclajes espaciales sobre los cuales
se fundaban gran parte de sus actividades, dando paso a una sociedad

88
cada vez más móvil y estructurada en redes. Estas transformaciones,
cuestionan el pensamiento geográfico tradicional, que tendía a pensar
el territorio como un área fija y bien delimitada. Tal como lo menciona
Saquet, nos enfrentamos frente a una crisis de la representación topo-
lógica del espacio:
El territorio es entendido (comúnmente), como enraizamiento,
localización, área con fronteras, Estado-Nación, punto de referen-
cia, y la desterritorialización como flujo, ruptura de las fronteras,
relaciones, deslocalización, movimiento (Saquet, 2010: 132).
La desterritorialización comprende un amplio proceso, que abarca dife-
rentes dimensiones de la realidad. Tal como lo menciona Haesbaert,
existe una multiplicidad de abordajes e interpretaciones posibles,
dependiendo del lugar donde se encuentre posicionado el investigador:
Para algunos, la problemática que se coloca es la movilidad cre-
ciente del capital y de las empresas, la desterritorialización (en
esta perspectiva), sería un fenómeno por sobre todo de natura-
leza económica; para otros el gran tema es la permeabilidad de las
fronteras nacionales, la desterritorialización seria así un proceso
primordialmente de naturaleza política; en fin, para los más cultu-
ralistas, la desterritorialización estaría ligada, por encima de todo,
a la diseminación de una hibridización de culturas, disolviendo los
enlaces entre un determinado territorio y una identidad cultural
que le sería correspondiente (Haesbaert, 2004: 172).
La globalización capitalista, posee un carácter profundamente desterri-
torializador de las relaciones políticas, económicas, culturales y ambien-
tales, las que hoy tienden a rescalarse y reterritorializarse en una com-
pleja trama de redes esparcidas a lo largo del mundo. Este proceso,
ha sido acompañado particularmente por el avance de las tecnologías
asociadas al transporte y a las comunicaciones, que han permitido una

89
compresión del tiempo-espacio y un aceleramiento de los flujos, que
proporcionan instantaneidad y ubicuidad en cualquier lugar del planeta
a los grupos sociales que logran insertarse dentro esta red. Asimismo,
las reformas político económicas de carácter neoliberal implementadas
en diversos países del mundo, han terminado por reestructurar las fun-
ciones del Estado-Nación y el modo en que se plantea su territorialidad,
la cual hoy es cada vez más difusa.
El capitalismo, en su proyecto de desarrollo desenfrenado hacia
una acumulación sin límites, ha compuesto múltiples estrategias espa-
ciales para ejercer el dominio y el control de los recursos naturales y
humanos. La efectividad del proyecto capitalista se ha fundamentado
sobre la acumulación por despojo, es decir, por medio de la desposesión
de los medios de producción y del territorio de las comunidades. Y ha
sido implementado mediante estrategias territoriales, como la descom-
posición del espacio en fragmentos de propiedad privada.
Podemos argumentar que el proceso de desterritorialización de
la sociedad, se inicia de forma paralela al proyecto de la modernidad,
que al estar fundado en la idea de desarrollo y progreso humano, ha
pretendido, mediante el desarrollo de las ciencias y de las técnicas,
superar las limitaciones naturales que el ser humano posee. En esta
perspectiva el espacio geográfico entendido como naturaleza representa
la prisión original del ser humano de la cual es necesario liberarse. El
proyecto de la modernidad cooptado por el capitalismo, con su amplio
desarrollo técnico y científico, ha demostrado cada vez más el fracaso
de una humanidad, que en su afán de superación, ha avanzado hacia el
progreso, entendido como acumulación material y crecimiento econó-
mico, fundamentando sus acciones sobre un modelo extractivista que
opera por medio de la desposesión de los recursos naturales y culturales
de las comunidades, y que los obliga a asumir las externalidades. En

90
el contexto de este debate, existe la posibilidad de generar un juicio
crítico también al pensamiento anarquista clásico, que se ha fundado
en la modernidad, lo cual queda claramente expresado en la noción de
progreso, en la promulgación del cientificismo como herramienta para
la libertad y, por lo tanto, ligado al pensamiento eurocéntrico y colo-
nial. Aspectos que necesariamente deben ser discutidos y repensados,
situando sus ideas en el contexto histórico y espacial en el que nos
encontramos a nivel latinoamericano.
Es importante destacar que, a pesar de las profundas transforma-
ciones que los territorios experimentan en la actualidad, la desterrito-
rialización no representa la muerte del espacio y de las vinculaciones del
ser humano con ella. Por el contrario, la desterritorialización supone al
mismo tiempo la reterritorialización en nuevas formas espaciales, que
vienen a complejizar las formas en las cuales podemos leer las relaciones
de poder expresadas territorialmente (Haesbaert, 2004).
Frente a la desterritorialización y la reterritorialiazación del
mundo contemporáneo, el anarquismo debe explorar cómo estos cam-
bios territoriales llaman a repensar las formas en las que es posible
construir una propuesta de carácter territorial. En este sentido, algunos
de los aspectos importantes a considerar, son la estructuración de redes
territoriales de apoyo mutuo que conectan las resistencias locales, así
como también, el modo en que son pensadas múltiples escalas de orga-
nización política (Mansilla, 2011).
Territorios anarquistas, ampliando las posibilidades del concepto

T al como lo menciona Cappelletti, «los anarquistas aspiran a una


sociedad no dividida entre gobernantes y gobernados, a una socie-
dad sin autoridad fija y predeterminada, a una sociedad donde el poder
no sea trascendente al saber y a la capacidad moral e intelectual de
cada individuo» (Cappelletti 2010: 14). Tal proyecto, requiere de un

91
esfuerzo intelectual que nos permita pensar territorialidades alternati-
vas al ordenamiento territorial hegemónico por medio del cual gobier-
nan las instituciones de poder.
En este sentido, diversos autores se han enfocado al rescate de
la propuesta territorial del anarquismo. Myrna Breitbart (1989) ha
destacado los principios de localización bajo la anarquía, mientras que
Richard Peet (1989) ha profundizado sobre la idea de descentraliza-
ción en la propuesta territorial del anarquismo, al mismo tiempo, en
el ámbito urbano, Colin Ward, ha explorado la ciudad anárquica y
Murray Bookchin (2006), la idea del municipalismo libertario.
Asimismo, durante los últimos años vienen desarrollándose una
serie de propuestas interesantes como la creación de territorios y la
multiplicación de zonas de opacidad por el Comité Invisible. Tal como
ellos comentan
la cuestión del territorio no se plantea para el Estado como para
nosotros. No se trata de poseerle. De lo que se trata es densifi-
car localmente las comunas, las circulaciones y las solidaridades
hasta el punto de que el territorio se vuelva ilegible, opaco a cual-
quier autoridad. El territorio no es un asunto a ocupar sino de ser
(Comité Invisible, 2007: 48).
Otro aporte interesante, ha sido desarrollado por Hakim Bey, quien
ha propuesto la construcción de Zonas Temporalmente Autónomas, la
cual es descrita por el autor como la búsqueda de
espacios —geográficos, sociales, culturales, imaginarios— con
fuerza potencial para florecer como zonas autónomas, y buscamos
tiempos en los que estos espacios se encuentren relativamente
abiertos, bien por desinterés del Estado en ellos, bien porque hayan
pasado desapercibidos a los cartógrafos, o por la razón que sea.

92
Redimensionar el territorio para un proyecto emancipatorio requiere
deconstruir la idea de territorio tal como ha sido apropiada hasta ahora
como un dominio del Estado. Repensar la idea de territorio requiere,
por lo menos, que podamos desnaturalizar y descolonizar la mirada
hacia la cual se nos ha conducido en el discurso estatal, que evoca el
territorio, la región y los paisajes como formas espaciales que permiten
delimitaciones sobre las cuales se sustenta su poder físico y simbólico.
Asimismo, requiere reconocer como otras formas de institucionaliza-
ción de poder operan a través del control territorial.
Desnaturalizar la mirada requiere que cuestionemos las formas
de representación y significación que se nos ha impuesto por parte
del pensamiento hegemónico y que hemos asumido como dogmas sin
mayor cuestionamiento. Descolonizar el pensamiento demanda desha-
cernos de las representaciones coloniales fundadas en el pensamiento
eurocéntrico y/o norteamericano, buscar en nuestros espacios y en su
memoria los saberes propios que surgen desde lo local. Esto significa
construir un conocimiento situado.
Es por esto que, más allá de constituir un modelo único para una
propuesta territorial anarquista, es posible proponer la construcción
de múltiples experiencias situadas espacio-temporalmente, acordes a
los contextos en los cuales estamos insertos. Lejos de la representación
espacial única, hegemónica, cerrada, existe la posibilidad de plantear
que existen tantas formas de representaciones del espacio y del tiempo,
como personas en el mundo hay. Los discursos no son únicos, ni cerra-
dos, los conceptos no son neutros, sino por el contrario, estos surgen a
partir de su apropiación y significación por parte de los grupos sociales
hacen de ellos. En este sentido, es posible plantear también el desarrollo
de una epistemología geográfica anarquista que nos permita criticar los
conceptos fijos con los cuales abordamos la realidad, para redimensio-

93
nar el significado de las palabras, deconstruyendo toda posibilidad de
discurso hegemónico y autoritario que coarte las posibilidades de un
proyecto emancipatorio que implique alcanzar la libertad plena de la
sociedad.
Ante tal horizonte, el anarquismo, a lo largo de su historia, ha
fundamentado gran parte de su apreciación teórica, sin embargo, existe
en la práctica misma de las comunidades una realidad ontológica que
nos relata el modo en que se desenvuelve una realidad libertaria.
Conclusiones

L as ideas hasta aquí expuestas permiten afirmar la pregunta que se


realizaba al inicio: hoy es fundamental repensar el anarquismo en
clave territorial. El territorio es resultado y a la vez condición de pro-
cesos políticos impulsados por actores que despliegan múltiples estra-
tegias de poder, por lo tanto, mediante su análisis es posible develar el
modo en que las prácticas autoritarias se han acumulado en él a lo largo
del tiempo. Explorar esta dimensión nos enfrenta a un gran desafío en
el contexto de un mundo desterritoralizado por el progreso geotecno-
lógico del capitalismo, y que ha tendido reterritorializarse en nuevas y
múltiples formas de poder.
Frente a este desafío, es posible argumentar algunos aspectos que
pueden ser interesantes para repensar el anarquismo en términos terri-
toriales.
Primero, cuando revisitamos los autores clásicos que vincularon
el anarquismo y el pensamiento geográfico, debemos tomar algunas pre-
cauciones al leer sus obras, debemos explorar en ellas las categorías epis-
temológicas centrales que forman parte de su pensamiento, y a partir
de las cuales podemos poner en práctica el análisis de la realidad social
y territorial actual.

94
Segundo, no solo es necesario volver a leer a los clásicos, sino
que situarlos y situarnos espacio-temporalmente, en nuestro caso en la
experiencia de América Latina, para renovar nuestras lecturas. En este
sentido, es necesario no solo rescatar la tradición del pensamiento geo-
gráfico anarquista, sino ir mucho más allá de las ideas que estos autores
nos han legado. Esto será posible solo en la medida en que nos lancemos
a la búsqueda de las formas ontológicas en las cuales el anarquismo se
ha desplegado en América latina, como una práctica socioespacial, en
las zonas rurales por pueblos originarios y por campesinos, así como
también en las zonas urbanas por los proyectos que intentan generar
espacios autónomos. Desde aquellos lugares, podremos nutrir las expe-
riencias y encontrar posibilidades de actualización de las categorías de
análisis espacial del anarquismo, con conceptos vivos, que hoy forman
parte de las luchas de los movimientos sociales, como autonomía, terri-
torio y libertad.
El llamado es nuevamente a explorar en el cotidiano de los luga-
res en los que vivimos, observar y analizar el modo en que existen prác-
ticas libertarias y espacios de autonomía, para a partir de esta realidad
ontológica construir las bases para un nuevo anarquismo.

95
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97
LA NATURALEZA DOMINANTE DE LOS ESPACIOS
ECONÓMICOS HETERODOXOS EN LOS TIEMPOS DE LA
CRISIS NEOLIBERAL
Hacia un Futuro «Postneoliberal» Anarquista
Richard J. White y Colin C. Williams
(2012)

Es evidente que las instituciones económicas cuyo control de la produc-


ción y del intercambio está lejos de dar a la sociedad la prosperidad que
supuestamente han de garantizar, consiguen precisamente el resultado
contrario. En lugar de orden, dan lugar al caos; en lugar de prosperidad,
pobreza e inseguridad; en lugar de conciliar intereses, traen guerra; una
guerra perpetua del explotador contra el trabajador y de explotadores
y trabajadores entre ellos mismos. Cansada de estas guerras, cansada de
las miserias que causan, la sociedad se apresura en la búsqueda de una
nueva organización (Piotr Kropotkin, 2002 [1880]: 36).

Una sociedad anarquista, una sociedad que se organiza a sí misma sin


autoridad, existe siempre, como una semilla bajo la nieve (Colin Ward,
1982: 14).
Introducción

U
na vez más nos encontramos siendo testigos de otra crisis del
liberalismo (Castree, 2010; Hart, 2010; Wade, 2010). Una
crisis que, como mínimo, apunta a que «el proyecto del libre
mercado está contra las cuerdas» (Peck, Theodore y Brenner, 2010: 94)
y, quizás incluso, a que «el sistema capitalista global se aproxima a un
apocalíptico punto cero» (Žižek, 2011: x). A pesar de ello, la tesis de
la mercantilización, la cual afirma que «el mercado se va haciendo más
poderoso, expansivo, hegemónico y totalizador según va penetrando
más profundamente en todos y cada uno de los rincones de la vida
económica» (Williams, 2005: 1), continúa ejerciendo una poderosa y
popular influencia en el pensamiento y práctica económicos dominantes
(Cahill, 1989; Shiva, 2005).
El argumento central de este trabajo es que para avanzar con
determinación hacia un futuro (anarquista) postneoliberal, es necesario
criticar radicalmente la fe ciega otorgada al modelo económico neolibe-
ral. Como observó Fournier (2008: 534), «liberarse de la economía es
cuestión tanto de descolonizar la imaginación como de adoptar nuevas
prácticas». Las estrategias para el cambio económico, para tener éxito,

101
deben dirigirse simultáneamente tanto a la práctica económica como a
la imaginación económica. Poner el foco en una, pero no en la otra, sería
irracional dada su relación complementaria. Así lo argumentan Hardt
y Negri (2001: 386-387):
El absurdo carácter natural del capitalismo es una pura y simple
mistificación y debemos desengañarnos de ello de inmediato. La
ilusión sobre el carácter natural del capitalismo y la radicalidad de
los límites mantienen, en realidad, una relación de complementa-
riedad. Su complicidad se expresa en una agotadora impotencia.
Para comprobarlo, este estudio se identifica estrechamente con el
conjunto de trabajos de geografía económica y campos afines, que
poniendo su atención en el espacio, el lugar y la diferencia, rechaza la
tendencia al formalismo y a la homogeneidad, inherentes a la economía
ortodoxa, y ha comenzado a teorizar sobre la prolífica naturaleza de la
vida económica (Leyshon, 2005: 860). Durante los últimos 20 años, esta
revisión ha conseguido una influencia significativa tanto en geografía
como en otros enfoques radicales de lo económico mediante la concep-
tualización, la recogida de datos y la comprensión de los ricos, comple-
jos, múltiples y heterogéneos panoramas económicos de la sociedad
contemporánea (Burns, Williams y Windebank, 2004; Leyshon, Lee y
Williams, 2003; Samers, 2005; Williams, 2005, 2007, 2011). Una de las
iniciativas más admirables para descentrar el capitalismo y desarrollar
proyectos transformadores de desarrollo no capitalista ha sido el trabajo
de Gibson-Graham (1996, 2006a, 2006b). A ello hay que añadir: la
realización de campañas complementarias ecofeministas para reconocer
el valor del trabajo no pagado (por ejemplo, Benston, 1969; England,
1996; Katz y Monk, 1993; McDowell, 1983; McMahaon, 1996);
desentrañar la naturaleza del intercambio económico para replantear
la naturaleza social de la economía (por ejemplo Crang, 1996; Crewe

102
y Gregson, 1998; White, 2009); los esfuerzos para poner de relieve
los espacios de consumo no tradicionales ignorados, como comercios
minoristas alternativos (Crewe, Gregson y Brooks, 2003); mercadillos
(Soiffer y Hermann, 1987) y rastrillos caseros (Gregson y Crewe, 2002,
2003), tiendas de beneficencia (Williams y Paddock, 2003); y monedas
locales (Cahn 2000; Lee 1996; North 1996). Este compromiso radical
para replantear los enfoques ortodoxos neoliberales de lo económico
ha desembocado en la identificación y representación de múltiples y
heterogéneas vías de conceptualización, representación, significación y
materialización económicas. Ello, a su vez, se ha traducido en panora-
mas económicos contemporáneos emergentes mucho más enriquecedo-
res, en los que el modo de producción capitalista se ve como altamente
desigual e incompleto.
Este trabajo, además, al abordar críticamente la tesis de la mer-
cantilización, revela las representaciones engañosas de la economía
por parte de las interpretaciones económicas ortodoxas (neoliberales).
Basándose en la evidencia empírica de una selección de economías occi-
dentales (las centrales de la mercantilización), trae a primer plano una
serie de prácticas de nuestros panoramas económicos contemporáneos
dinámicas, creativas, heterodoxas y desmercantilizadas. Fundamental-
mente, sostiene que muchas de estas prácticas están orientadas ideoló-
gicamente a visiones de base anarquista del trabajo y de la organización
y analiza las implicaciones de este reconocimiento del pensamiento y
práctica anarquistas. Con ello, su intención es reconsiderar posibilida-
des futuras de trabajo y organización.
En un momento en el que la praxis anarquista está una vez más
aumentando su importancia como movilizador sociopolítico, tanto en
la academia como fuera de ella, este trabajo plantea que muchas prác-
ticas económicas desmercantilizadas que ocupan roles dominantes en

103
la producción, el intercambio y el consumo, son las mismas formas de
relaciones económicas no capitalistas propuestas desde hace tiempo
por las perspectivas anarquistas clásicas del trabajo y la organización.
Una de las implicaciones importantes para el anarquismo es mostrar
que las visiones postneoliberales basadas en el pensamiento y praxis
anarquistas están lejos de ser utópicas; de hecho, están profundamente
enraizadas en la sociedad contemporánea. La meta del anarquismo de
construir una utopía concreta e integrar las posibilidades futuras en
la praxis actual es crucial, y fue sin duda central en la obra de Piotr
Kropotkin, uno de los anarquistas más destacables e influyentes del
pasado siglo.
«En cuanto al método seguido por el pensador anarquista», escri-
bía Kropotkin en 1887, «es completamente diferente al seguido por
los utopistas... Estudia la sociedad humana tal cual es ahora y era
en el pasado... Intenta descubrir sus tendencias, pasadas y presen-
tes, sus necesidades crecientes, intelectuales y económicas, y, según
su ideal, simplemente apunta en qué dirección evoluciona» (Clea-
ver 1994: 120).
La sección inicial del estudio se centrará en el conjunto de literatura
económica crítica que ha tratado de establecer el mapa de los límites
del capitalismo y promover una lectura heterodoxa de lo económico.
Continuará con un análisis de cómo la conclusión clave resultante de
dicha lectura crítica de la economía está en consonancia con las pers-
pectivas de inspiración anarquista del compromiso humano, el trabajo
y la organización. Tras ello, se proporcionará evidencia empírica de la
pluralidad de prácticas económicas reales en las sociedades occidenta-
les. Lo cual se logrará tanto en lo que se refiere al ámbito internacio-
nal (usando estudios de distribución del tiempo) como al intranacional
(mediante una encuesta sobre prácticas de trabajo doméstico llevada

104
a cabo en una selección de poblaciones británicas) con el fin de com-
probar a escala humana la omnipresencia actual de la diversidad y la
diferencia en los hábitos de subsistencia para abrir el futuro a una alter-
nativa a la hegemonía neoliberal. Tras evaluar las razones de la genera-
lización de estos espacios económicos desmercantilizados en el mundo
occidental contemporáneo, surgirán algunas propuestas provisionales
de prácticas económicas y de imaginación económica sobre cómo desa-
rrollar un futuro anarquista del trabajo y la organización. Cabe des-
tacar que dichas propuestas participan tanto de las prácticas como de
la imaginación económicas. La esperanza es que esto promueva seguir
debatiendo sobre (y la búsqueda de) la mejor manera de colaborar en la
construcción visible de un futuro anarquista desmercantilizado basado
en el mutualismo, el pluralismo y formas autónomas de organización y
representación.
La economía anarquista y la generalización de los espacios
económicos heterodoxos en la sociedad occidental
contemporánea

La naturaleza y significado del anarquismo

A pesar de su peculiar, larga y notable historia, el anarquismo ha


sido víctima de una maliciosa caracterización y distorsión en los
círculos populares (ver Amster et al., 2009). Emma Goldman (1979:
48), por ejemplo, consideraba que había dos objeciones básicas (y equi-
vocadas) al anarquismo:
Primera, el Anarquismo es impracticable, aunque sea un ideal her-
moso. Segunda, el Anarquismo es sinónimo de violencia y destruc-
ción; por lo tanto ha de ser rechazado por vil y peligroso. Tanto
el hombre inteligente como la masa ignorante juzgan no por el
conocimiento riguroso sobre el tema, sino por rumores y falsas
interpretaciones.

105
Sin embargo, interpretar la verdadera naturaleza y significado del anar-
quismo es tan complicado como lo es definir e identificar una versión
auténtica del marxismo. Castoriadis planteaba que «hablar de marxismo
se ha convertido en una de las tareas más difíciles imaginables... ¿De
qué marxismo, de hecho, deberíamos estar hablando?». Con el objeto
de conseguir un progreso constructivo, el recurso a las naturalezas y sig-
nificados (plurales) del anarquismo, habrá que interpretarlo en primer
lugar como el compromiso con las raíces históricas del anarquismo clá-
sico y la comprensión del amplio contexto en el que adquirió relevancia.
El surgimiento del anarquismo clásico se sitúa durante finales
del siglo XIX y principios del siglo XX. Considerado en este contexto,
el ascenso de las ideas y pensamiento anarquistas sería visto como la
respuesta directa al crecimiento y expansión febril del Estado moderno
y del capitalismo industrial (Goodway, 1989). Cabe señalar que la inci-
piente contribución y el papel del anarquismo a menudo se ha enmar-
cado con una mención crítica a su relación con el marxismo (ver Gué-
rin, 1989). Por ejemplo, Carter (1989: 177) planteaba que:
Desde mediados del siglo XIX, el anarquismo y el marxismo han
rivalizado sin descanso por las mentes de la izquierda. La mayor
fortaleza de la teoría anarquista ha correspondido con la más obvia
debilidad del marxismo, especialmente la predicción (acertada en
el caso del anarquismo y desafortunada en el caso del marxismo)
sobre la naturaleza de la sociedad postcapitalista puesta en marcha
por un partido revolucionario al tomar el control del Estado.
A muchos niveles, el germen de la(s) naturaleza(s) controvertidas del
anarquismo y el marxismo, se pueden encontrar tras las difíciles rela-
ciones que tuvieron lugar entre Pierrre-Joseph Proudhon (el primero
en invocar la palabra an-arquía), Mijail Bakunin y Karl Marx. Como
Kenafick (1990: 10) observó:

106
Bakunin tuvo muchas discusiones con Marx... y aunque muy impre-
sionado por la real genialidad, erudición y celo revolucionario del
pensador alemán, le repelían su arrogancia, egotismo y celos. Pero
en el periodo de los primeros años de la década de 1840, sus dife-
rencias todavía no habían madurado y, sin duda, Bakunin aprendió
bastante de la doctrina del materialismo histórico de Marx, ele-
mento muy importante en la obra de ambos pensadores socialistas.
Lo ocurrido en el Congreso Internacional de la Haya de 1872 a menudo
se cita como el momento decisivo en la enconada escisión que ha ins-
pirado las, a menudo, (amargas) relaciones entre el anarquismo y el
marxismo, ya que fue allí que:
El encuentro... fue preparado por los marxistas de una manera que
se hizo posteriormente muy habitual en las tácticas comunistas.
Las también habituales tácticas de la difamación fueron aplicadas
por Marx, para su eterno descrédito, y Bakunin y su más estrecho
amigo y colaborador, James Guillaume, fueron expulsados de la
Internacional (Kenafick, 1990: 14).
El posterior impulso y desarrollo del pensamiento anarquista al pensa-
miento y acción, es en muchos sentidos un testimonio de su atractivo
proteo y plural. Tal y como afirma Marshall (1993: 3):
Sería engañoso ofrecer una definición única de anarquismo, ya que
por su propia naturaleza es antidogmático. No ofrece un cuerpo
determinado de doctrina basado en una única visión del mundo.
Es una filosofía compleja y sutil que abraza muchas y diferentes
corrientes de pensamiento y estrategia. En realidad, el anarquismo
es como un río con muchas corrientes y remolinos, constantemente
cambiando y refrescado por nuevos oleajes, pero moviéndose siem-
pre hacia el amplío océano de la libertad.
McKay (2008:18) hace otra observación crucial al sostener que el anar-
quismo es:

107
Una teoría socioeconómica y política, pero no una ideología. La
diferencia es muy importante. Básicamente, una teoría significa
que tienes ideas; una ideología implica que las ideas te tienen a
ti. El anarquismo es un conjunto de ideas, pero estas son flexibles
y en un estado de evolución y flujo constante, y abiertas a ser
modificadas a la luz de nuevos datos. Al cambiar y desarrollarse la
sociedad, el anarquismo cambia.
Es importante que cualquier comprensión sobre el anarquismo no
ponga demasiado énfasis en la creencia (general) de que el anarquismo
es simplemente antigobierno. Al recurrir a sus raíces etimológicas para
obtener una definición, el desajuste es aquí evidente:
Lo que nos preocupa, en términos de definición, es un grupo de
obras que a su vez representa un cúmulo de doctrinas y actitudes
cuyo principal rasgo de unión es la creencia de que el gobierno es
perjudicial e innecesario. Hay una doble raíz griega implicada: la
palabra archon, que significa gobernante, y el prefijo an, que indica
sin; por tanto, anarquía significa el estado de estar sin gobernante.
Por derivación, el anarquismo es la doctrina que defiende que el
gobierno es la fuente de la mayoría de nuestros problemas sociales
y que hay formas alternativas y viables de organización volunta-
ria. Y, siguiendo con las definiciones, anarquista sería el hombre
(sic) que pretende crear una sociedad sin gobierno (Woodcock,
1986: 11).
Un conocimiento más matizado y crítico del anarquismo reconocería
adecuadamente que el pensamiento anarquista se ha movilizado no solo
en torno a la oposición al Estado y al capitalismo, sino en oposición a
toda forma de autoridad y, en consecuencia, a toda forma de domi-
nación. Este planteamiento aparece bien recogido aquí por Goodway
(1989: 2):

108
Los anarquistas han identificado tradicionalmente los principales
problemas sociales, económicos y políticos como integrados por el
capitalismo, la desigualdad (incluida la dominación de los hombres
sobre las mujeres), la represión sexual, el militarismo, la guerra,
la autoridad y el Estado. Se han opuesto al parlamentarismo, es
decir, a la democracia liberal o burguesa, y a la participación en ins-
tituciones representativas, como vías para rectificar dichas lacras.
Solo a través del reconocimiento de tales diversidad e intersecciones crí-
ticas se puede comenzar a apreciar la riqueza y diversidad de los movi-
mientos considerados anarquistas, incluyendo el anarcocomunismo, el
anarquismo individualista, el anarquismo colectivista, el anarcosindi-
calismo, el anarquismo pacifista y el anarquismo cristiano. Tal y como
plantea Goodway (1989: 2), esto contribuye a explicar «el surgimiento
de variedades más recientes de propaganda anarquista, (como) el anar-
quismo verde o el anarcofeminismo. Al igual que aquellos que creen
que la liberación animal es un factor de la liberación humana, ellos
defienden que la única ideología coherente con sus objetivos es el anar-
quismo».
Sin embargo, y a pesar de las muchas ventajas de mantener un
enfoque inclusivo del anarquismo, ello ha tenido imprevistas e indesea-
das consecuencias. Por ejemplo, al incluir cualquier forma de antiauto-
ritarismo como manifiestamente anarquista, lo que ha llevado a la apro-
piación indebida del ideal anarquista, como es evidente en los debates
en torno a noción oximorónica de anarcocapitalismo, entre otros (ver
McKay, 2008: sección F). Los intentos de abordar cualquier interpreta-
ción extremadamente inclusiva han de tener cuidado de no ir demasiado
lejos. Esa es la acusación desarrollada contra Walt y Schmidt (2009),
quienes al plantear que el anarquismo de lucha de clases (sindicalismo)
es la única expresión coherente del anarquismo, como consecuencia,

109
excluían a figuras luminarias como Godwin, Stirner, Proudhon, Tucker
y Tolstoi de la tradición anarquista.
Para comprender mejor la naturaleza del anarquismo, ha de
hacerse un esfuerzo por determinar también aquello que apoya y no
solo a lo que se opone. Goodway (1989: 2-3), por ejemplo, afirma que:
Lo que los anarquistas defienden es el igualitarismo, la coope-
ración (apoyo mutuo), el control por los trabajadores (autoges-
tión), el individualismo, la libertad y la descentralización completa
(organización de abajo a arriba). Como medios, proponen la acción
directa (espontaneidad) y la democracia directa (donde sea posi-
ble, ya que son ultrademocráticos, apoyando la delegación frente
a la representación).
Centrándose en la economía anarquista, Cahill (1989: 244) sostiene
que «la economía del anarquismo debe ser (1) descentralizada, (2) igua-
litaria, (3) autogestionada y emancipadora, (4) basada en necesidades
locales y (5) apoyada por otras unidades autónomas de forma no jerár-
quica».
Finalmente, McKay (2008: 21) pone acertadamente la atención
en el hecho de que el anarquismo es y siempre ha sido:
Algo más que un simple método de análisis o una perspectiva de
una sociedad mejor. Además, se ha basado en la lucha, la lucha de
los oprimidos por su libertad. En otras palabras, provee de medios
para construir un nuevo sistema basado en las necesidades de las
personas, no en el poder, y que antepone el planeta al lucro.
Asimismo, Bookchin (1989: 274) considera que «en sus mejores momen-
tos, el anarquismo fue siempre un movimiento popular, además de un
conjunto de ideas y perspectivas».
En definitiva, al abordar la naturaleza y significado del anar-
quismo, es imperativo no reducir el anarquismo

110
Al simple uso de la palabra anarquismo, sino que debería más
bien destacar y plantear las relaciones sociales basadas en la coo-
peración, la autodeterminación y la negación de roles jerárquicos.
Desde esa perspectiva, se puede encontrar una tradición de pensa-
miento y organización sociales y políticos que, aunque no levante
una bandera negra en el aire, es muy útil para expandir el ámbito
de las posibilidades humanas en una dirección liberadora (Shukai-
tis 2009: 170).
Si bien es difícil conseguir definiciones completas, podemos estar
seguros de que muchos de los logros que surgen del enfoque de las
economías heterogéneas tienen mucho que ofrecer a las críticas de
orientación anarquista de la economía y la sociedad. Ello incluye la
defensa del abandono del discurso económico capitalocéntrico (Gibson-
Graham, 2006a), de ligeras a profundas lecturas del intercambio econó-
mico (White y Williams, 2010; Zelizer, 1997), haciendo hincapié en
la cooperación voluntaria y el mutualismo (Burns, Williams y Winde-
bank, 2004; Williams y Windebank, 2001), y comprometiéndose con las
geografías económicas complejas presentes en lo local (White, 2009).
Por otro lado, el deseo de explorar prácticas económicas alternativas
no capitalistas en la sociedad contemporánea tiene un importante
precedente en el anarquismo y es, sin duda, evidente en todo el amplio
conjunto de la obra de Piotr Kropotkin. Como observa Cleaver (1994:
122):
La obra de Kropotkin fascina no porque nos dé fórmulas para el
futuro, sino porque nos muestra cómo descubrir tendencias en el
presente que nos proveen de salidas alternativas de la actual crisis
y del sistema capitalista. Al haberse desarrollado dicho sistema
con el paso de los años desde sus escritos, algunas de las alter-
nativas encontradas por él han sido absorbidas y han dejado de
suponer posibles vías de avance. Otras han sobrevivido. Otras,

111
inevitablemente, han aparecido. Nuestro problema es reconocer-
las, evaluarlas y, allí donde lo encontremos adecuado, apoyar su
desarrollo.
Ward (1982: 5), igualmente, afirma que:
Muchos años intentando ser un propagandista anarquista me han
convencido de que nos ganamos a nuestros conciudadanos para las
ideas anarquistas, precisamente basándonos en la experiencia com-
partida de redes de relaciones informales, temporales y autoorgani-
zadas, más que por el rechazo de la sociedad actual en su conjunto
y a favor de una sociedad futura en la que un tipo diferente de
humanidad vivirá en perfecta armonía.
El estudio se centrará ahora en sacar a la luz estas redes de relaciones
informales y autoorganizadas a lo largo del panorama económico con-
temporáneo.
Antes de ello, es necesario precisar algo. La base central de la
evidencia, a continuación, tiene su foco en las economías occidentales,
el así llamado corazón de nuestro mundo mercantilizado. Al analizarlo
desde una perspectiva económica global, este foco geográfico resulta
obviamente parcial e incompleto. Sin embargo, tal foco desafía la opi-
nión general sobre la trayectoria natural e inevitable del desarrollo eco-
nómico. La premisa popular imagina que los panoramas económicos
de las economías avanzadas están altamente mercantilizados, y que los
espacios desmercantilizados importantes se encuentran principalmente
en economías subdesarrolladas o en transición del mundo mayoritario.
Esto es, sin duda, evidente en los enfoques políticos del desarrollo eco-
nómico global. Por ejemplo la Organización Internacional del Trabajo
(OIT, 2008, 2010) bajo el programa de trabajo digno ha incluido una
exhaustiva investigación sobre el sector informal en América Latina
(OIT, 2002a), América Central (OIT, 2002b) y otros países no occi-

112
dentales para ayudar a activar una transición económica a la normaliza-
ción (OIT, 2007). Sin embargo, el foco sobre las economías occidentales
ilustra cómo los espacios desmercantilizados se encuentran todavía en
el núcleo (más que en los márgenes) incluso de las economías avanzadas
y mercantilizadas. La conclusión clara es que los espacios desmercan-
tilizados no pueden ser caracterizados como «el simple vestigio de un
pasado en desaparición [o como] transitorio o provisional» (Latouche,
1993: 49), situado en la considerada periferia o márgenes del panorama
económico global, sino que persiste en el mismo corazón de nuestro
mundo mercantilizado.
Tipologías Económicas

D ada la riqueza y complejidad del intercambio económico en la


sociedad, parte del cual ha sido captado memorablemente en el
modelo de economía iceberg de Gibson-Graham (2006b: 70), cualquier
intento de conceptualizar la(s) relación(es) entre los diferentes tipos
de espacios económicos será inevitablemente burdo en su desempeño.11
Reconocido esto, las representaciones económicas se han hecho cada
vez más matizadas con la esperanza de recoger la diversidad de la prác-
tica económica vital. Uno de los más prometedores es el uso del enfo-
que de la organización social total del trabajo (TSOL, por sus siglas en
inglés), diseñado para recoger la multiplicidad de prácticas laborales
existentes en un espectro horizontal, que va de las prácticas de trabajo
formales a las informales, combinadas con un espectro vertical que se
desplaza de las prácticas completamente monetizadas a las completa-
mente no monetizadas (ver Williams, 2011). Esta representación de

 11. Un aspecto relacionado es el importante vacío en la literatura económica heterodoxa


concerniente a la falta de intervención de un anarquismo postestructuralista. Este
sería otra tarea potencialmente motivadora y valiosa, y que ya ha empezado a tener
influencia en otros ámbitos.

113
diferentes (pero interconectadas) esferas del trabajo (ver la Figura 1)12
ha tenido gran influencia.
En una lectura ortodoxa (neoliberal) del desarrollo económico,
la premisa es que el mundo se está mercantilizando progresivamente
(Polanyi, 1944; Scott, 2001) y el trabajo está cada vez más concentrado
en empleos formales asalariados en el sector privado. La tesis es que esta
esfera se expande a costa del resto de esferas. Sin embargo, cuando se
busca la evidencia que corrobore esta gran narrativa de la mercantiliza-
ción, el «resultado más preocupante y perturbador... es que apenas se
pone de manifiesto ninguna prueba por sus partidarios, ni para demos-
trar que está teniendo lugar un proceso de mercantilización ni al mostrar
la amplitud, rapidez o disparidad de su difusión» (Williams 2005: 23).
En su lugar, lo que se ha encontrado es lo contrario (ver Tablas 1 y 2).
La persistencia internacional de las prácticas laborales
desmercantilizadas

A nivel internacional, los resultados generados por los estudios sobre


distribución del tiempo han sido particularmente influyentes (Ger-
shuny, 2000). Como indica la Tabla 1, en el marco de veinte países, se
emplea una media del 43,6 % de la jornada laboral en trabajo domés-
tico no pagado (por ejemplo, trabajo sin contraprestación), lo que pone
seriamente en cuestión el alcance de la mercantilización en las economías
occidentales llamadas avanzadas.
No existen evidencias de que haya habido una transición definida
en el tiempo hacia el trabajo mercantilizado ni siquiera hacia transaccio-
nes económicas (ver Tabla 2). En realidad, el trabajo asalariado, conside-
rado como porcentaje del tiempo total de trabajo en estos veinte países,
está decreciendo con el tiempo.
 12. (N. del Ed.) Las figuras y las tablas de datos mencionadas a continuación se pueden
encontrar en las pp. 128-134.

114
Evaluación de la persistencia intranacional de las prácticas laborales
desmercantilizadas

P ara evaluar la persistencia intranacional de las prácticas laborales


desmercantilizadas, se han obtenido datos a partir de 861 entrevis-
tas personales realizadas a lo largo de una serie de localidades inglesas
urbanas y rurales, pobres y ricas (ver Williams, 2011). El término caren-
cia, tal y como se entiende aquí, está basado en una serie índices (que
incluyen niveles de ingresos, empleo, salud, educación, capacitación,
vivienda, crimen y medio ambiente) usados por el gobierno británico
para elaborar su Índice de Pobreza para clasificar los distritos de Ingla-
terra en relación unos con otros. Aunque no hay una definición están-
dar de vecindario, se considera generalmente como una escala adecuada
para ayudar a centrar la atención en aquellas zonas en que destaca la
comparativa pobreza/prosperidad. Estudiando los datos generados por
el Índice de Pobreza Múltiple del gobierno británico (ODPM, 2000),
se utilizó una muestra de variación máxima para seleccionar localidades
entre las clasificadas más alto y más bajo en términos de pobreza múlti-
ple (ver Tabla 3). Las localidades rurales estudiadas, por ejemplo Gime-
thorpe, St. Blazey y Wigton, tienen mayor proporción de hogares con
bajos ingresos, de desempleo y menores niveles de rendimiento escolar
que Fulbourn y Chalford.
Las entrevistas realizadas en estas localidades eran semiestruc-
turadas. Tras recopilar los necesarios datos sociodemográficos básicos
(edad, género, renta familiar, estatus de empleo, vida laboral), la entre-
vista se centraba en el tipo de trabajo que un hogar exige para realizar
hasta cuarenta y cuatro tareas domésticas.13 Sobre cada tarea, el entre-
 13. Las tareas incluían aspectos del mantenimiento doméstico (pintura exterior,
pintura interior, empapelado, enyesado, reparar una ventana rota y reparación de
electrodomésticos), reformas en la casa (poner dobles ventanas, fontanería, electricidad,
aislamiento, instalación de calefacción central y carpintería), tareas domésticas (tareas

115
vistado era preguntado si se había llevado a cabo, en ese caso quién la
había realizado (y por qué), y si se realizaba pagando o no (y por qué).
Posteriormente, sobre las mismas tareas se preguntaba al entrevistado
si ellos (u otros miembros de su hogar) las habían realizado para otros
hogares y, en ese caso, bajo qué premisas.
La conclusión es que los niveles de participación del trabajo
monetizado no son elevados (ver Tabla 4). En la práctica real, menos de
una quinta parte de los encuestados en localidades marginadas habían
participado en empleos formales pagados durante los doce meses ante-
riores. En las localidades ricas, esta cifra era mayor, pero aún situada
por debajo del 50 % de los encuestados. Es más, cuando estos resulta-
dos se combinan con el trabajo sin contraprestación y los intercambios
comunitarios informales no monetizados, lo que surge es una realidad
económica en la que el trabajo formal en el sector privado es marginal y
solo es significativo para una pequeña minoría de la población.
Al centrarnos en las prácticas laborales empleadas en los hogares
para completar las tareas investigadas, la Tabla 5 de nuevo sugiere solo
una penetración superficial e irregular del mercado laboral formal. Por
tanto, en dichas localidades inglesas solo ha tenido lugar una mercanti-
lización limitada. En realidad, únicamente el 16 % de las tareas llevadas
a cabo hicieron uso del mercado laboral formal.
Los resultados indican también una permeabilidad irregular del
mercado laboral formal y la existencia de culturas de trabajo opuestas
rutinarias, limpieza exterior de ventanas, limpieza general, limpieza interior de ventanas,
hacer la compra, lavar ropa y sábanas, planchar, cocinar, fregar los platos, peluquería,
administración de la casa), crear y reparar bienes (confeccionar ropa, arreglar ropa,
tejer, hacer o reparar muebles, hacer o reparar equipo de jardinería, confeccionar
cortinas), mantenimiento del coche (lavado, reparación y mantenimiento del coche),
jardinería (cuidado de plantas de interior, parterres exteriores, plantas de exterior,
cortar el césped) y cuidados (cuidar niños de día, cuidar niños de noche, actividades
educativas, cuidado de mascotas).

116
entre la población. Por ejemplo, la población con más bajos ingresos
está menos monetizada que la de más altos ingresos. Las prácticas labo-
rales en los hogares de poblaciones con más altos ingresos son menos
dependientes del intercambio comunitario entre relaciones sociales cer-
canas (monetizadas y no monetizadas). La autoayuda (la autosuficien-
cia) es todavía muy predominante y muy poco trabajo se ve provisto
en el ámbito del mercado.
Cuando se toman en consideración las variopintas prácticas labo-
rales junto a la evidencia generada por las encuestas sobre empleo del
tiempo, la argumentación empírica de la tesis de la mercantilización es
débil.
Esta interpretación —que la tesis de la mercantilización es un
mito popular— debería servir de inspiración a aquellos que anticipan y
abogan por un futuro económico postneoliberal. Las implicaciones son
considerables y transformadoras. Parafraseando a Community Collec-
tive (2001: 3-4):
Si ya no entendemos el capitalismo como necesariamente expan-
sivo y naturalmente dominante, conservaremos el espacio ima-
ginativo para las alternativas y el fundamento para adoptarlas.
Al reconceptualizar la economía de manera diferente, podemos
adoptar una economía diferente. Más específicamente, desnatu-
ralizando el dominio capitalista, representamos formas de econo-
mía no capitalistas (incluyendo las que podamos valorar y desear)
como existentes y emergentes, y como posibles de desarrollar.
Si este debate fomenta algo, será reevaluar las lecturas tradicionales de
la economía desde una perspectiva anarquista. El panorama económico
en el mundo occidental debería interpretarse más correctamente como
un panorama en gran medida no capitalista compuesto de una plurali-
dad económica, en el que las relaciones están a menudo integradas en

117
prácticas no mercantilizadas como el apoyo mutuo, la reciprocidad, la
cooperación y la inclusión.
Esto suscita una pregunta importante: «¿Por qué son tan omni-
presentes los espacios no mercantilizados?». Y esta es la cuestión que
las lecturas anarquistas (clásicas) sobre la naturaleza de los humanos y
su relación con otros están particularmente bien desarrolladas para con-
testar. El escaso volumen de investigación que ha explorado explícita-
mente esta cuestión menciona varias razones clave para su persistencia.
Por ejemplo, Williams y Windebank (2001), cree que las principales
motivaciones para el desarrollo de prácticas no mercantilizadas son la
necesidad económica, facilidad, preferencia y comodidad.
Al comparar los vecindarios de Sheffield y Southampton con las
rentas más altas y más bajas en un estudio británico, Burns, Williams y
Windebank (2004: capítulo 3) concluyeron que la necesidad económica
era la razón primordial por la que los vecindarios urbanos con rentas
más bajas participaban en dicha forma de actividad, citada por el 44 %
de los encuestados. En el caso de los hogares con las rentas más altas
suponía solo el 10 % de las tareas no mercantillizadas, siendo otras razo-
nes no económicas como facilidad, preferencia y comodidad las situadas
en primer plano. El 37 % de los vecindarios de renta más alta y el 18 %
de los vecindarios de renta más baja utilizaban prácticas desmercantili-
zadas por ser estas más fáciles que contactar y emplear trabajo formal
del sector privado.
Por otra parte, las familias preferían utilizar prácticas desmer-
cantilizadas porque las tareas serían realizadas con mayor calidad y/o
serían más personalizadas que si recurrieran al trabajo mercantilizado.
Esta preferencia estaba muy unida al hecho de preferir las prácticas
desmercantilizadas por suponer una experiencia más agradable (la jus-
tificación para el 32 % de las tareas no mercantilizadas en vecindarios

118
ricos y el 14 % en vecindarios pobres) (Burns, Williams y Windebank,
2004: 57-58). Participar en proyectos de bricolaje (como decoración u
otras tareas de mejora de la casa) era algo particularmente valorado y
gratificante. Por supuesto este sencillo placer de llevar a cabo tareas no
rutinarias, en oposición al trabajo formal, ha sido señalado en numero-
sos escritos anarquistas. Así Ward (1982: 95) apuntaba:
(Un hombre o una mujer) disfruta yendo a casa a cavar en el jardín
porque está libre de capataces, directores y jefes. Está libre de la
monotonía y la esclavitud de hacer lo mismo cada día, y tiene el
control de todo el trabajo de principio a fin. Es libre de decidir
por sí mismo cómo y cuándo llevarlo a cabo. Es responsable ante sí
mismo y ante nadie más. Trabaja porque quiere y no porque debe.
Va a su ritmo. Él es su propio amo.
El espíritu de este argumento también ha sido reflejado por Berkmann
(1986 [1929]: 336):
La necesidad de actividad es uno de los deseos más básicos del hom-
bre. Observa a un niño y mira lo fuerte que es su instinto de acción,
de movimiento, de hacer algo. Fuerte y continuo. Lo mismo ocurre
con el hombre saludable. Su energía y vitalidad exigen expresarse.
Permitidle realizar un trabajo de su elección, aquello que le gusta,
y su dedicación no conocerá ni fatiga ni vagancia. Esto se puede
observar en la fábrica cuando tiene la suerte de disponer de un
jardín o un pedazo de tierra para cultivar flores o verduras.
Ante este conjunto de pruebas, ¿qué se puede impulsar de manera
significativa y constructiva para ayudar a informar las discusiones y el
debate interesados en aprovechar un futuro postneoliberal anarquista?
Hacia un futuro postneoliberal Anarquista

¿Y si nuestro futuro recayera, en realidad, no en un puñado de


tecnócratas apretando botones para apoyarnos al resto de

119
nosotros, si no en una multitud de pequeñas actividades realizadas por
individuos o grupos, cada uno a su ritmo? ¿Y si la única recuperación
económica plausible consistiera en gente recogiéndose a sí misma de los
deshechos industriales, o rechazando su hueco en el sistema microtec-
nológico, y construyendo su propio lugar en el mundo de necesidades
normales y su propia satisfacción? ¿No tendría eso algo que ver con el
anarquismo? (Ward, 1982: 13).
El análisis arriba descrito ha reafirmado la centralidad de los
espacios desmercantilizados en una época de crisis económica neolibe-
ral. Muchas formas alternativas de cooperación social y maneras de
ser no solo perduran en el mundo contemporáneo, sino que ocupan un
lugar central en muchas prácticas de subsistencia de familias y comuni-
dades. Además, muchas de estas prácticas son capacitadoras y desea-
bles, ya que son utilizadas por elección y no por necesidad económica.
Cabe esperar que esto alentará las perspectivas de base anarquista de
futuros postneoliberales a imponerse con seguridad desde el interior
de estos panoramas económicos vigentes, y ayudará a establecer un
puente firme entre el mundo contemporáneo y el mundo futuro (post-
neoliberal). Esta conexión entre «lo que es» y «lo que podría ser» es de
gran importancia por muchas razones, pero especialmente porque: «El
problema de trascender el capitalismo es la búsqueda del futuro en el
presente, la identificación de actividades ya existentes que encarnan
nuevas formas alternativas de cooperación social y maneras de ser»
(Cleaver, 1994: 129).
Esto nos lleva a una importante consideración: «¿Cómo sería vivir
en un mundo dominado cada vez más por las economías doméstica y
sumergida, y menos por la economía formal?» (Ward, 1982: 13). ¿Qué
posibles nuevos o alternativos espacios criptoeconómico-anarquistas
podrían surgir de modos diferentes de compromiso, intercambio y par-

120
ticipación? Tomando esta pregunta como punto de partida, nos pone-
mos manos a la obra.
Posibilitar que surjan y prosperen los espacios criptoeconómicos

A l buscar desvelar la pluralidad económica, este estudio ha comen-


zado a socavar gravemente la tesis de la mercantilización. Exis-
ten amplias extensiones de espacios desmercantilizados de producción,
intercambio y consumo, tanto en comunidades con rentas altas como
con rentas bajas. Esto abre vías económicas alternativas para caminar
con determinación hacia una sociedad postcapitalista.
Resulta crucial, sin embargo, que los intentos de esbozar qué
espacios criptoeconómicos son posibles, o deseables, eviten consciente-
mente la tentación de imponer, innecesariamente, una interpretación
demasiado limitada, única o la mejor, de cómo debería ser el futuro
económico. En realidad, los enfoques plurales, diversos y heterodoxos
del futuro deberían ser alentados y adoptados sin dudarlo. Tal y como
Baldelli (1972: 82) afirma:
En una sociedad anarquista habría libertad real, libertad como
poder, pero solo en asociación con otros, y no sobre o contra ellos.
Solo hay un camino para dejar sin poder a un individuo contra la
sociedad, y es una pluralidad de sociedades dentro de la sociedad
y una pluralidad de poderes dentro o como complemento a cada
sociedad. Esta doble pluralidad debería facilitar un amplio espacio
a cada individuo para elegir entre una considerable variedad de
destinos posibles.
Con este fin, y enmarcado claramente en la tradición anarquista, nos
gustaría indicar un doble enfoque complementario que permitirá surgir
y prosperar espacios criptoeconómicos. El primero hace referencia al
papel de la educación y el segundo se centra en las barreras sociales y
estructurales a la participación en prácticas desmercantilizadas.

121
Liberando la educación

D esde la polémica de William Godwin (1986 [1793]) sobre los males


de la educación nacional hasta hoy, los anarquistas y otros pensa-
dores disidentes, de entre los cuales podríamos destacar a Freire (1972)
y a Illich (1971), han dedicado mucha atención al rol de las escuelas
(controladas por el Estado) y la educación. Tal y como Ward (1982:
79) afirma: «La función de la educación, en última instancia, es perpe-
tuar la sociedad: es la función social. La sociedad garantiza su futuro
criando a sus niños a su propia imagen». En un nivel básico, fomentar
el reconocimiento y desarrollo de espacios criptoeconómicos depende
de la habilidad de la sociedad contemporánea de liberarse a sí misma de
la camisa de fuerza actual del pensamiento y del discurso económicos
neoliberales, y en su lugar buscar la inspiración que le posibilite prever
múltiples posibilidades para un futuro postneoliberal. La educación, se
convierte así —como siempre— en una clave fundamental, no solo
para inspirar un mayor pensamiento crítico y compromiso, sino para
colaborar con la economía heterodoxa, pero también introduciendo
esta en marcos políticos más amplios. Sin duda, la educación, tanto la
obligatoria como la superior, debe prestar gran consideración a cómo
incorporar mejor estos más amplios marcos políticos y económicos de
referencia e interpretación.
Sostenemos fuertemente que el elemento central de la geografía
debe, a todos los niveles, volver a sus raíces anarquistas una vez más,
dedicar recursos no solo a desmitificar la tradición anarquista, pero
también, cuando sea pertinente y posible, comprometerse directamente
con los (nuevos) retos y críticas que el anarquismo ensalza como una
ideología política y social. Los estudios anarquistas deben procurar ser,
en palabras de Shukaitis (2009: 169), «algo más que el estudio del anar-
quismo y los anarquistas por anarquistas, que va tejiendo una red de

122
autorreferencialidad y recordando las hazañas e ideas de machos barbu-
dos europeos del s. XIX».
Pepper (1988: 339-340) sugiere dos caminos para introducir el
tema del anarquismo en las clases de Geografía:
Primero, se podría informar a los alumnos de algunos de los prin-
cipios que subyacen a varias formas del anarquismo (por ejemplo:
descentralización, autosuficiencia, antiespecialización, antiurbano/
prorural, igualitarismo).
De hecho, la crisis, tanto de la economía como del Estado neolibera-
les, exige que se asuma la necesidad de radicalizar y de repensar los
enfoques en dichos ámbitos, y que se critiquen, expongan y rechacen
firmemente la moda actual del «aquí no ha pasado nada» o la petición
oximorónica del capitalismo sostenible. Como Pepper (1988: 350) sos-
tiene, para conseguir que los niños consideren críticamente el pano-
rama contemporáneo (económico, social, político) debería:
Destetar a los estudiantes del ahistoricismo, es decir, de la preocu-
pante tendencia a ver el futuro como inevitable —es decir, ultra-
condicionado por el presente— y solo imaginable en términos de
extrapolación de hipótesis actuales (sobre gigantismo, capitalismo,
determinismo tecnológico, etc.).
Es importante señalar, respecto a la economía, que la base de pruebas
presentada aquí —elaborada constructivamente sobre intervenciones
e interpretaciones críticas de otros economistas disidentes/heterodo-
xos— sirve como otro excelente punto de debate y desviación del
dogma económico neoliberal tradicional.
Obstáculos a la participación en prácticas no mercantilizadas

A demás de influir en los corazones y las mentes mediante la inter-


vención pedagógica como estrategia para garantizar el surgi-

123
miento y desarrollo espacios criptoeconómicos, se ha de poner también
mucha atención en abordar las barreras estructurales y sociales a la
participación en prácticas laborales desmercantilizadas.
Para construir un mundo postcapitalista, se requiere una mayor
concienciación sobre las barreras estructurales y sociales que dificul-
tan una mayor participación en prácticas no mercantilizadas. En líneas
generales, y basándose de nuevo en una previa investigación en Reino
Unido (Burns, Williams y Windebank, 2004; White, 2009; Williams
y Windebank, 2001), la naturaleza de dichos obstáculos es irregular y
no solo refleja (una combinación de) las carencias de dinero, tiempo,
habilidades y de redes sociales de un hogar, sino también varios tabúes
sociales como «ser una carga para otros», «falsas esperanzas», «estar
aprovechándose de uno» y «ser incapaz de decir no a los demás». Es
necesario, por tanto, un mayor conocimiento a través de la investiga-
ción empírica sobre cómo los individuos pueden existir mejor fuera de
la economía monetaria capitalista. Para afrontar con éxito las barreras
en el nivel doméstico y de comunidades es deseable un acercamiento
sutil y creciente para su comprensión.
Sin duda, debe ponerse en marcha una aproximación holística,
delicada y reflexiva, comprometida en encontrar las intersecciones críti-
cas que operan en la sociedad. La mirada anarquista debería seguir cen-
trándose en los centros de producción y reproducción a escala humana
(Sale, 1980), incluyendo los principales espacios de la educación, la
vivienda, el empleo y la familia en particular. Respecto a la familia,
cualquier intervención podría adquirir formas nuevas e impredecibles.
Como Ward (1982: 129) dice:
La vida familiar, basada en la comunidad original, ha desapare-
cido. Una nueva familia, basada en la comunidad de aspiraciones,
tomará su lugar. En esta familia, las personas estarán obligadas a

124
conocerse mutuamente, ayudarse mutuamente y a darse la una a
la otra apoyo moral en todas las ocasiones.
También es importante poner lo local, la comunidad y el individuo, en
el corazón del cambio, un punto señalado por Norberg-Hodge (1992:
181) en su estudio de la sociedad ladakhi:
El tejido de la sociedad industrial está en amplia medida determi-
nado por la interacción de ciencia, tecnología y un paradigma eco-
nómico reduccionista, interacción que lleva a una cada vez mayor
centralización y especialización. Desde la Revolución industrial, la
perspectiva del individuo se ha visto limitada, mientras crecían
los centros económicos y políticos. He acabado por convencerme
de que es necesario descentralizar nuestras estructuras políticas
y económicas y ampliar nuestra aproximación al conocimiento, si
queremos encontrar nuestro camino hacia una sociedad más equi-
librada y sana. En Ladakh, he visto cómo las estructuras de escala
humana nutren lazos íntimos con la tierra y una democracia activa
y participativa, a la vez que dan apoyo a comunidades fuertes y
vitales, a familias saludables, y un mayor equilibrio entre hombre
y mujer. Estas estructuras, a su vez, proporcionan la seguridad
necesaria para el bienestar individual y, paradójicamente, el senti-
miento de libertad.
Una última reflexión
El anarquista ve la cuestión del cambio como algo inmediato, no algo que
ha de ser pospuesto hasta que se afronten de manera efectiva, pero amoral,
las problemas prácticos urgentes (Cahill, 1989: 235).

Q ue estos numerosos obstáculos aparentemente arraigados pueden


ser superados gracias a la acción directa —de gente normal que
se hace responsable de cambiar su propia situación— puede ser com-
probado en diversos niveles y en muchos lugares. Ciertamente, se ha
constatado un gran número de evidencias del crecimiento de buenas

125
prácticas (de base anarquista) gracias al trabajo desarrollado por geó-
grafos (radicales), especialmente aquellos centrados en la participación
en comunidades autónomas (por ejemplo Pickerill y Chatterton, 2006).
No hay ninguna duda de que aún quedan por explorar, o por conocer
adecuadamente, nuevas y emocionantes estrategias de resistencia, y no
solo del mundo occidental. Este fue un aspecto sobre el que reflexionó a
fondo Chatterton (2010: 898), mientras trabajaba con la municipalidad
autónoma zapatista de Morelia:
Comencé a pensar en las luchas y personas inspiradoras que había
conocido en el Reino Unido los años anteriores. Gente arrancando
cultivos modificados genéticamente, ocupando almacenes para
organizar fiestas o bases militares para desmantelar cazas de com-
bate, bloqueando la construcción de carreteras o celebrando fiestas
en medio de autopistas. Un ejército silencioso de gente organi-
zando clases de idiomas gratis para migrantes o actos solidarios
contra la subida de impuestos, desarrollando software de código
abierto, hacklabs y medios de comunicación alternativos. Bajo
las brillantes e inspiradoras luces de la lucha zapatista, yo había
comenzado a olvidar toda la gente que continúa la resistencia al
neoliberalismo, al punto muerto del fundamentalismo del mercado
de consumo y al paternalista peso muerto de la democracia repre-
sentativa, en un sinfín de incontables formas; a menudo, poniendo
en peligro su propia libertad luchando por una sociedad mejor y
más igualitaria en la que todos tengan voz sobre cómo construirla.
Los académicos y activistas críticos, por igual, deberían poner todo su
corazón e inspiración para que podamos conocer espacios y métodos
libres (anarquistas) de organización social y económica desarrollados y
redesarrollados continuamente en el mundo contemporáneo. Por ello,
parecería lógico que cualquier enfoque que parezca buscar futuros eco-
nómicos postneoliberales debería intentar, donde sea posible, ubicar

126
prácticas desmercantilizadas en estos nuevos mundos. Como Burns,
Williams y Windebank (2004: 28) observan: «La autoayuda comuni-
taria no debería ser vista como una disparatada filosofía radical. En
gran medida, es lo que ya hacemos ahora». Y aquí es donde reside
el problema para los anarquistas, ya que deben comenzar a construir
el mundo que como anarquistas querrían, pero han de hacerlo en el
mundo tal y como es en la realidad» (Cahill, 1989: 243).
Aparte de las perspectivas anarquistas, es también importante
reflexionar y considerar qué estrategias y tácticas usar para promover
con éxito una praxis de inspiración anarquista. Este podría suponer el
mayor reto. Como Goldman (1979: 48) destacaba: «al ser el innova-
dor más revolucionario e inflexible, el anarquismo debe afrontar las
necesidades con la combinación de ignorancia y malicia del mundo que
pretende reconstruir». Un avance significativo sería una más amplia
reintegración de un revitalizado y reactivado anarquismo en el marco
de la teoría y praxis contemporánea de la geografía humana y econó-
mica. Resulta decepcionante reflexionar sobre el hecho de que, durante
la mayoría del s. XX, el compromiso directo con las ideas y la práctica
anarquistas en geografía ha sido desatendido, o ignorado, en favor de
otras geografías radicales (críticas, marxistas y feministas, por ejem-
plo). Como Blunt y Willis (2000: 2) señalan: «Las ideas anarquistas
han inspirado un enorme cambio en la disciplina, pero hasta ahora, solo
han generado el esbozo de una tradición de conocimiento geográfico
y queda mucho margen para seguir trabajando». Si este estudio con-
tribuye de alguna manera a una vuelta a la geografía anarquista, abre
nuevas oportunidades y posibilidades para liberar nuestra imaginación
económica, ayuda a sugerir vías para ir más allá de los métodos autori-
tarios de organización social, y a avanzar hacia un futuro postneolibe-
ral, entonces habrá conseguido su propósito.

127
Referencias
Figura 1
Tipología de prácticas laborales
Monetizado
Trabajo remunerado formal en sector privado
Trabajo remunerado formal en sector público/tercer sector
Empleo informal
Intercambios comunitarios monetizados
Trabajo familiar monetizado
Formal Informal

Trabajo no remunerado formal en sector privado


Trabajo no remunerado formal en sector público/tercer sector
Trabajo no oficial / no monetizado en una organización
Intercambios individuales no monetizados
Trabajo sin contraprestación

No monetizado

128
Tabla 1
Distribución del tiempo de trabajo las economías occidentales

Trabajo Trabajo sin con- Tiempo dedicado al


remunerado traprestación trabajo sin contra-
País (minutos al (minutos al día) prestación en % del
día) total de trabajo
Canadá 293 204 41,0
Dinamarca 283 155 35,3
Francia 297 246 45,3
Holanda 265 209 44,1
Noruega 265 232 46,7
Reino Unido 282 206 42,2
EE. UU. 304 231 43,2
Finlandia 268 216 44,6
20 países 297 230 43,6

Fuente: extraído de Gershuny (2000: Tabla 7.1)

129
Tabla 2
Trabajo no remunerado y remunerado en % del total de tiempo de
trabajo en 20 países, de 1960 a la actualidad

1960-1973 1974-1984 1985-2000

País Minu- Minu- Minu- Minu- Minu- Minu-


tos/día tos/día tos/día tos/día tos/día tos/día
% del % del % del
trabajo trabajo trabajo
total total total
Trabajo 309 56,6 285 57,3 293 55,4
remune-
rado
Trabajo 237 43,4 212 42,7 235 44,6
de sub-
sistencia

546 100,00 497 100,00 528 100,00

Fuente: extraído de Gershuny (2000: Tabla 7.1)

130
Tabla 3
Localidades británicas estudiadas

Tipo de localidad Zona Número de


entrevistas
Rural rica Fulbourn, Cambridgeshire 70

Rural rica Chalford, Gloucestershire 70

Rural pobre Grimethorpe, South Yorkshire 70

Rural pobre Wigston, Cumbria 70


Rural pobre St Blazey, Cornwall 70
Zona residencial rica Fulwood, Sheffield 50

Zona residencial rica Basset/Chilworth, Southamp- 61


ton

Urbana pobre Manor, Sheffield 100


Urbana pobre Pitsmoor, Sheffield 100
Urbana pobre St. Mary’s, Southampton 100
Urbana pobre Hightown, Southampton 100

131
Tabla 4
Cuotas de participación en prácticas laborales diferentes

% Entrevistados participaron Urbana Urbana Rural Rural


en los últimos 12 meses en: pobre rica pobre rica
Trabajo monetizado
Trabajo remunerado formal en 16 48 19 49
sector privado
Trabajo remunerado formal en 20 27 18 25
sector público/tercer sector
Empleo informal 5 7 6 8
Intercambio comunitario mone- 60 21 63 30
tizado
Trabajo familiar monetizado 3 6 2 4
Trabajo no monetizado
Trabajo no remunerado formal 1 2 1 2
en sector privado
Trabajo no remunerado formal 19 28 21 30
en sector público/tercer sector
Trabajo no oficial / no moneti- 2 0 2 1
zado en una organización
Intercambios individuales no 52 70 54 73
monetizados
Trabajo sin contraprestación 99 100 100 100

Fuente: Encuesta de Colin Williams en localidades inglesas.

132
Tabla 5
Tipo de prácticas laborales utilizadas para realizar 44 tareas domésti-
cas por tipo de localidad

% Tareas realizadas utili- Urbana Urbana Rural Rural Todas


zando: pobre rica pobre rica las
zonas
Trabajo monetizado
Trabajo remunerado formal en 12 15 18 22 16
sector privado
Trabajo remunerado formal en 2 2 2 2 2
sector público/tercer sector
Empleo informal 2 8 <1 4 2
Intercambio comunitario 3 1 4 1 3
monetizado
Trabajo familiar monetizado 1 <1 1 1 1
Trabajo no monetizado
Trabajo no remunerado formal <1 0 <1 <1 <1
en sector privado
Trabajo no remunerado formal <1 0 <1 0 <1
en sector público/tercer sector
Trabajo no oficial / no moneti- <1 0 <1 0 0
zado en una organización
Intercambios individuales no 4 2 8 7 6
monetizados
Trabajo sin contraprestación 76 72 67 63 70
Total 100 100 100 100 100
X2 102,89 29,87 89,76 28,88 -

133
Nota: X2 > 12 838 en todos los casos, llevándonos a rechazar H0 en un
intervalo de confianza del 99,5 % ya que no hay variaciones espaciales
en las fuentes de trabajo usadas para completar los 44 servicios domés-
ticos.
Fuente: Encuesta de Colin Williams en localidades inglesas.

134
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141
ANARQUÍA, GEOGRAFÍA Y DESLOCALIZACIÓN
Jeff Ferrel
(2012)
L
os espacios abiertos de la vida social contemporánea están siendo,
parece, asfixiados. Cada vez más, las autoridades urbanas de los
Estados Unidos, Europa y más allá consideran necesario priva-
tizar el espacio público. Transferir aceras y parques a promotores, y
crear, con el pretexto de la autenticidad y regeneración urbanas, nue-
vos tipos de espacios de consumo que reconstruyen franjas enteras de la
ciudad existente como exclusivos paraísos consumistas en la propia calle
(Amster, 2008; Ferrell, 2001; MacLeod, 2002; Mitchell, 2003; Shepard
y Smithsimon, 2011; Zukin, 1997, 2010). Mientras tanto, las autori-
dades legales y políticas argumentan que, en aras de la seguridad, la
civilización y el comercio, tanto los espacios privados como los públicos
deben estar sujetos a formas de vigilancia y control cada vez más elabo-
radas. Incontables CCTV (circuitos cerrados de televisión) y cámaras
de seguridad rastrean las rutas de los peatones, el flujo de automóviles
y los hábitos de consumo o descanso de los urbanitas, cuadriculando de
esta forma la vida social dentro de líneas entrecruzadas de observación
panóptica. En Gran Bretaña, las autoridades emplean leyes contra el
comportamiento antisocial, órdenes de dispersión y toques de queda
para expulsar a los indeseables del desarrollo consumista.

145
A lo largo y ancho de los Estados Unidos, las autoridades legales
y políticas aplican los principios de la Prevención del Crimen Mediante
el Diseño Ambiental (CPTED por su siglas en inglés) junto a estra-
tegias locales específicas en un esfuerzo de consolidar el control social
dentro del entorno espacial. Bancos incómodos en los parques para evi-
tar que la gente se siente durante demasiado tiempo o duerma, arbustos
espinosos plantados para bloquear el acceso público, muros bajos jalo-
nados de estructuras antiskaters, entradas y ventanas diseñadas para
maximizar la vigilancia. Estos y otros rasgos se acumulan dentro de un
entorno espacial atravesado por la ideología contemporánea de conten-
ción y exclusión.
De esta forma, los «vacíos y lagunas» que Peter Marin (en McDo-
nogh, 1993: 14) defiende como esenciales para tolerar la vida urbana
están conectados, los espacio vitales de la ciudad se ahogan y cierran,
sus poblaciones marginales quedan borradas de la vida pública (Beckett
y Herbert, 2009). Donde De Certeau (1984: 96, 105) veía y celebraba
una «valiosa indeterminación», una «proliferante ilegitimidad» entre el
movimiento colectivo de los ciudadanos —una geografía poética del
espacio libre— ahora parece más una marcha forzada de la vida coti-
diana, un intercambio programado de personas, lugares y productos.
Haciéndonos eco de la noción de De Certeau (1984: 93) de que los
caminantes urbanos «siguen, para lo bueno y para lo malo, un texto
urbano que ellos mismos escriben sin tener la posibilidad de leerlo»,
Massey (2006: 40, 46) ha argumentado también que «tanto espacio
como paisaje podrían ser imaginados como simultaneidades provisio-
nalmente entrelazadas de historias en marcha, inconclusas». La proli-
feración contemporánea de espacios urbanos privatizados, cámaras de
vigilancia y control espacial sugiere un intento continuo de negar estas
mismas dinámicas, para hacer el texto de la vida urbana tanto visible

146
como legible, para escribir las historias del espacio urbano desde el prin-
cipio hasta el final. En este sentido, los fundamentos de una crítica anar-
quista de tales medidas —esto es, una crítica del poder y la dominación
en cualquier forma que pueda adoptar— son ya evidentes. Desde un
punto de vista anarquista, estos desarrollos socavan la viabilidad de
la vida urbana aplicando controles aún más restrictivos en el entorno
espacial y conteniendo la impredecibilidad y el desorden esenciales para
un urbanismo nuevo y democrático (Ferrell, 2001). Encontrando en las
leyes un «rasgo distintivo de ser inmóviles, una tendencia a cristalizar
que debería ser modificada y desarrollada día a día», Kropotkin (1975:
30-31) proclamó en 1886 que «en lugar de la cobarde frase Obedece la
ley, nuestro grito es Rebelión contra las leyes». El forzado inmovilismo
de la disposición espacial contemporánea sugiere, si no una revolución
anarquista, al menos entonces una crítica anarquista paralela.
Un análisis anarquista más preciso de estos acontecimientos
requiere bastante mayor complejidad. Para empezar, este cierre con-
temporáneo del espacio público abierto puede atribuirse a la economía
política y cultural de la ciudad moderna tardía. Con la desaparición, en
muchas ciudades americanas y europeas, de la producción industrial
urbana y la exportación global de la producción hacia países en vías
de desarrollo, aquellas dependen cada vez más de economías basadas
en los servicios, el entretenimiento y el consumo. Investigadores como
Markuses y Schrock (2009: 345, 353) acusan a este «desarrollo urbano
dirigido por el consumo» de no ser nada más que «una forma superior
de oferta basada en el consumo que ayuda a atraer trabajadores cuali-
ficados, directivos, empresarios y jubilados», y enfatizando que «econo-
mistas y geógrafos han subrayado recientemente la importancia de las
preferencias en el estilo de vida de los trabajadores cualificados como
un factor importante del desarrollo económico». Confirmando esta

147
trayectoria económica, si bien con menos entusiasmo, David Harvey
(2008: 3) concluye que «la calidad de la vida urbana se ha convertido
en una mercancía, como la ciudad en sí misma, en un mundo donde el
consumo, el turismo y las industrias basadas en el conocimiento y la
cultura se han convertido en aspectos fundamentales de la economía
política urbana». Parafraseando a Marx, las ciudades construidas por
primera vez sobre la tragedia del trabajo industrial son reconstruidas
bajo la farsa de la imagen y la marca. En California, el Cannary Row14
de Monterrey, ofrece ahora tiendas de temática Steinbeck y un acuario
de importancia mundial; en Ft. Worth (Texas) los sangrientos corrales
y mataderos ya solo fabrican recuerdos horteras de botas de cowboy
y ganado. En semejantes mundos, la autenticidad urbana, así como la
calidad de vida, emerge como un producto de lujo (Zukin, 2010). Más
concretamente, donde una vez las ciudades tomaron forma alrededor
de los intereses de los capitalistas industriales, las ciudades modernas
actuales están siendo remodeladas por promotores que reconfiguran el
relativamente abierto espacio urbano en zonas cuidadosamente inte-
gradas de alto consumo. Y para proteger estas zonas privatizadas de
aquellos que puedan transgredirlas o transgredir su significado deseado
respecto a las preferencias en el estilo de vida y la autenticidad urbana
—para proteger, esto es, el producto basado en la imagen que es la
calidad de vida urbana— la vigilancia, a su vez, se centra tanto en
la percepción como en las poblaciones. Una autoridad económica de
los EE. UU. argumenta durante una campaña de revitalización urbana
que la mendicidad es un problema precisamente porque «es parte de
una cuestión de imagen para la ciudad» (Ferrell, 2001: 45; ver Amster,
2008). Un jurista norteamericano está de acuerdo, asegurando que «el
más serio de los problemas intrínsecos de la mendicidad es su devas-
 14. (NdT) Paseo marítimo de esta ciudad norteamericana.

148
tador efecto en la imagen de la ciudad» (Mitchell, 2003: 201). Como
Aspen (2008: 13) concluye en relación a la reciente transformación de
la decadente ciudad británica industrial en una ciudad corporativa de
ostentación: «Parece no haber lugar en el nuevo Leeds para aquellos
que perturban los ritmos de una sociedad orientada al consumo».
Este control de los mendigos, las personas sin hogar y otros
grupos no deseados se apoya a su vez en el creciente modelo actual
moderno de vigilancia policial basada en el riesgo. Desarrollado y sos-
tenido por grandes compañías de seguros —y, en el caso de programas
como Neighborhood Watch,15 incluso fundadas por ellas (O’Malley
2010: 26-27)— este modelo hace hincapié en un enfoque racionalizado,
actuarial, de la prevención del crimen mediante la vigilancia sistemática
y la recogida de información con el fin de hacer predicciones y la orga-
nización de intervenciones preventivas basadas en estas» (O’Malley
2010: 31). Según la lógica de este modelo, «la lógica de seguridad militar
y neoliberal», como Shutakis (2009: 157) la llama, las cámaras de vigi-
lancia y los espacios públicos estrechamente controlados sirven para
prevenir el crimen en el presente y proporcionan los tipos de informa-
ción computable sobre la gente y sus movimientos que puede ser usada
para reducir el crimen en el futuro. Por la misma lógica, lo no regulado
y lo impredecible, los vacíos y lagunas, y la valiosa indeterminación de
la ciudad se alzan, no como un distintivo de la vitalidad urbana, sino
como invitaciones abiertas a la criminalidad y el desmantelamiento del
control del crimen. Para criminólogos conservadores como Wilson y
Kelling (1982) la presencia de mendigos sin hogar o las pintadas públi-
cas de grafiteros son así definidas únicamente como signos de desorden
social —la metáfora de las ventanas rotas— que sirven para desalen-
tar a los ciudadanos y provocar formas de criminalidad más violentas.
 15. (NdT) Patrullas de vigilancia vecinales.

149
Lo que algunos pueden ver como marcas de un urbanismo anarquista
democrático —espacio público abierto, ocupación desregulada del
mismo e interacción dentro de él, movimiento sin restricciones a través
de él—, una nueva generación de políticos y funcionarios policiales lo
ve como componentes inaceptables de riesgo urbano. Un orden público
basado en el riesgo y una economía urbana basada en el consumo se
unen en torno a una consecuencia central: intolerancia hacia un espacio
urbano abierto y hacia aquellos que podrían ocuparlo o atravesarlo de
forma inapropiada.
De manera significativa, diversos grupos y movimientos sociales
están igualmente decididos a mantener la disposición espacial urbana
abierta y devolver la vida a estos espacios, a estos huecos y lagunas,
que han sido cerrados. Mientras orbitan alrededor de diversas cues-
tiones políticas y sociales, tales grupos ven el espacio público abierto
como esencial para una sociedad democrática, esto es, como el foro pri-
mario en el que los procesos de democracia directa y culturas colecti-
vas pueden ser inventados y negociados (Springer, 2011). «La relación
conceptual desde la que parto es intentar preservar los espacios que
están históricamente dedicados al público», dice el activista e investi-
gador anarquista Randall Amster, «porque estoy convencido de que
sin espacios públicos, cualquier tipo de conversación sobre democra-
cia básicamente se va al traste» (en Ferrell, 2001: 52). De la misma
forma, conceptualizan el espacio público como un logro cultural conti-
nuo y como un importante lugar público de controvertido simbolismo
y progreso cultural (Amin, 2008). Igual que en las preocupaciones
por temas de sostenibilidad ambiental y justicia social, grupos como
Critical Mass y Reclaim the Streets se involucran en ciertos temas de
espacio público —construcción de carreteras, dominación automovilís-
tica, exclusión espacial de los sin techo, privatización urbana— en el

150
marco más amplio de la justicia espacial. Chriss Carlsson, uno de los
fundadores de Critical Mass, un movimiento anarquista inspirado en
la filosofía «Toma la calle» a favor del uso de la bicicleta, argumenta por
ejemplo que el abandono colectivo del automóvil para abrazar el uso
de los servicios de bicicletas públicas no es solo un acto de democratiza-
ción espacial sino «un acto de deserción de toda una red de actividades
degradantes y explotadoras, comportamientos que empobrecen la expe-
riencia humana y degradan la misma ecología planetaria» (Carlsson,
2002: 82; ver Carlsson y Manning, 2010). Luchando contra el cierre
y la contención del espacio social hay, entonces, una gran cantidad de
grupos y movimientos que valoran el tipo de democracia directa, coti-
diana, que puede florecer en tales espacios empleando el activismo DIY
(Do It Yourself o Hazlo tú mismo), la acción directa y otras estrategias
anarquistas tanto para liberar este espacio como para reanimarlo con
esta actividad democrática.
Durante la última década, yo mismo y otros hemos documentado
con cierto detalle la ideología y estrategia marcadamente anarquistas de
estos grupos y movimientos, en la forma, por ejemplo, en que utilizan
estructuras sociales no jerárquicas para «des-organizar» paseos colecti-
vos en bicicleta instantáneamente, bloqueos de carreteras, carnavales
callejeros y sentadas en las aceras, eventos públicos efímeros que tie-
nen la intención de desentrañar los controles legales y espaciales de la
vida en la ciudad (Amster, 2008; Carlsson, 2002; Ferrell, 2001; McKay,
1998; Shantz, 2011; Shepard y Smithsimon, 2011). Estas son, en realidad,
confrontaciones clásicas entre orden y autoridad por un lado y políticas
anarquistas por el otro, confrontaciones que han definido muchos con-
flictos espaciales contemporáneos y que continúan haciéndolo. Como
ya se ha visto, las autoridades económicas y políticas se esfuerzan cada
vez más en mantener el espacio público bajo una estrecha vigilancia

151
y control con el interés de gestionar el riesgo y el consumo moderno
actual, y trabajan para conseguir una previsibilidad ordenada en tales
espacios; los activistas antiautoritarios, a su vez, luchan para mantener
tal espacio abierto a las relaciones espaciales fluidas para preservar los
derechos espaciales de los sin techo y otros grupos marginados y para
crear espacios para la espontaneidad y el desorden urbano creativo.
La noción de «des-organizar» y «des-organización» ejemplifica
esta orientación anarquista. Como dice Kropotkin, estos grupos ven la
inmovilidad de la ley y la regulación como represoras de la libertad y el
progreso humanos, incluso si las leyes y regulaciones son suyas. Como
resultado, enfatizan la des-organización, que es suficiente coordinación
para impulsar el activismo social hacia delante pero no tanto como para
convertirse en un fin en sí mismo.
En este sentido, buscan no solo reintroducir la indetermina-
ción y la incertidumbre en los espacios de la vida urbana sino hacerlo
mediante fórmulas que son, ellas mismas, indeterminadas e inciertas.
Chris Carlsson ha señalado, por ejemplo, su placer al escuchar a parti-
cipantes de Critical Mass explicar el significado esencial de sus paseos,
especialmente cuando sus explicaciones difieren de las propias y de las
de otros; el anónimo autor punk/anarquista de Evasion, una crónica
de la okupación y la vida en la calle, ha escrito asimismo que «siempre
he esperado secretamente que nada vaya según lo planeado. De esta
forma no estaba limitado por mi propia imaginación. De esta forma
cualquier cosa podía, y de hecho lo hacía, pasar» (en Ferrell, 2001: 107;
Anónimo, 2003: 12). Más significativamente, Reclaim the Streets, que
se describe a sí misma como «una red de acción directa que busca el
redescubrimiento y liberación de las calles de la ciudad», se sintió obli-
gada en un momento dado a emitir un comunicado de prensa, «Sobre la
desorganización», en respuesta a los intentos de los medios de referirse

152
a los líderes de Reclaim the streets. Reclaim the streets, anunciaron, «es
un grupo público no jerárquico, sin líderes y organizado abiertamente.
No hay planes individuales o cerebros dirigiendo sus acciones y actos.
Las actividades de RTS son el resultado de los esfuerzos voluntarios,
no remunerados y cooperativos de numerosas personas autónomas
intentando trabajar juntos en igualdad». Un acto público reciente, aña-
dieron, se organizó de esta manera «en parte previamente, en parte
espontáneamente en el mismo día» (Reclaim the Streets, 2000). Como
los situacionistas, uno de los precursores de Reclaim the Street dijo en
1963: «Nosotros organizaremos la detonación. La libre explosión debe
escapar de nosotros y de cualquier otro control para siempre».
Aquí un aparentemente sencillo dualismo —grupos activistas
enfrentándose a las autoridades legales y económicas por el control
del espacio urbano— puede ser visto como el refugio de una dinámica
más sutil. En la medida en que estos grupos fundamentan su activismo
espacial en tradiciones anarquistas, su objetivo no es tanto retomar el
control del espacio urbano como destruir la dominación espacial y el
control mismo en aras de la espontaneidad y la eclosión. Recordando el
viejo grito anarquista, el objetivo no es tomar el poder sino destruirlo;
como Ward (1973: 38-39) dice, la creencia es en el potencial revoluciona-
rio de los grupos sin líderes para desentrañar, no reemplazar, las tramas
cotidianas de poder y control. En este contexto, una dualidad rápida-
mente esbozada entre el control espacial y la resistencia a él también
omite de nuestra observación y análisis una trayectoria complementaria
y toda una serie de grupos y situaciones llevadas a cabo por ella. Esta
trayectoria, me parece a mí, puede profundizar nuestra comprensión
del espacio urbano contemporáneo y los conflictos sobre él y nuestro
conocimiento de las interacciones entre anarquismo y autoridad en el
ámbito espacial. Podemos referirnos a esta trayectoria como deslocali-

153
zación y a aquellos atrapados en ella como deslocalizados, y podemos
anticipar dos paradojas centrales en este sentido. La primera tiene que
ver con la forma en la que las economías contemporáneas y los avances
legales promueven el mismo tipo de deslocalización que los controles
espaciales contemporáneos buscan contener. La segunda tiene que ver
con la forma en que el activista y los grupos marginados adoptan en
ocasiones la deslocalización por sus posibilidades des-organizativas.
La deslocalización y sus descontentos

L as fuerzas sociales contemporáneas que arrojan a la gente y las pobla-


ciones a la deriva, que las desplazan y las abandonan sin una orien-
tación espacial firme o destino impregnan los desarrollos económicos y
políticos contemporáneos. De manera más amplia, estas fuerzas incluyen
la expulsión política generalizada por parte de regímenes gubernamen-
tales represivos, la migración masiva forzada por la marginación eco-
nómica o política y la creación de poblaciones crecientes de refugiados
como consecuencia de las guerras civiles e internacionales. En un marco
más doméstico, la continua destrucción de vivienda social como parte
de los planes urbanos de reurbanización, la criminalidad corporativa de
la reciente crisis de las hipotecas y ejecuciones hipotecarias y la prolife-
ración de mini jobs (trabajos a tiempo parcial con bajos salarios) con-
fluyen para impedir a millones de personas tener seguridad en asuntos
como una casa o refugio. Moviéndose de un alojamiento temporal a
otro, durmiendo en coches, frecuentando albergues para los sin techo o
deambulando por las calles cuando esos albergues están cerrados, hace
que lo referente a su hogar o su trabajo tenga poca estabilidad espacial.
Tampoco está este desplazamiento limitado a una región o país.
Mientras centroamericanos empobrecidos buscan una manera de atra-
vesar México en vagones hacia Estados Unidos y punkis itinerantes
montan en trenes de mercancías de ciudad a ciudad, los migrantes rura-

154
les inundan las ciudades de llegada (Saunders, 2011) a las afueras de
Río de Janeiro y Bombay y africanos en busca de un trabajo o asilo
político atestan desvencijados botes para cruzar el Mediterráneo hacia
las ciudades del sur de Europa. Mientras tanto, en esa misma Europa
del sur, una nueva generación de nativos encuentra que hoy, incluso
con carreras superiores, están perdidos entre empleos sin futuro y el
desempleo, como les ocurre a los jóvenes en Japón, obligados a enlazar
trabajos irregulares en medio de unas expectativas laborales en colapso,
o los trabajadores norteamericanos, que descubren que la actual recu-
peración económica se basa fundamentalmente en trabajo temporal e
inestable. Comentando el alcance de esta deslocalización contemporá-
nea, Bauman (2002: 343) señala que los refugiados son «quizás, el grupo
de población que más rápidamente crece en todo el mundo» hoy, y
Saunders (2010: 1) estima que la migración campo-ciudad a lo ancho
de todo el mundo afecta en la actualidad a «dos o tres mil millones de
humanos, tal vez un tercio de la población mundial».
Estas constelaciones contemporáneas de deslocalización despla-
zada en medio de la depredación de la crisis moderna actual, están todo
menos seguras, al captar la atención de las cámaras de seguridad, inva-
dir espacios recién privatizados y acampar en parques con toque de
queda y plazas públicas clausuradas, quizás no con la misma intencio-
nalidad transgresiva que los activistas libertarios de la justicia espacial
pero con el mismo impulso desesperado a pesar de ello. Acampar en
las alcantarillas bajo las calles de Las Vegas, dormir al raso alrededor
de la londinense catedral de Westminster, entrar y salir de túneles de
defensa antiaérea abandonados bajo Pekín, están todo menos seguras
de reintroducir los conceptos de De Certeau de indeterminación e ile-
gitimidad en los espacios de la vida urbana, y así transgredir, tanto
espacial como normativamente, los cada vez más estrictos límites del

155
orden social contemporáneo (Butler, 2011; Lichtblau, 2009; Wong,
2011). Como consecuencia, parecen verse envueltas, cada vez más,
en los conflictos contemporáneos sobre el espacio público y la justicia
social y convertirse en un foco de preocupación para los interesados en
la seguridad espacial. Escribiendo sobre las dinámicas de la modernidad
líquida, y más particularmente sobre el incremento de aquellos que
imaginan que están siendo acosados por extraños, Zygmunt Bauman
(2000: 93, subrayado en el original) ha señalado que, como opuesta a
otras formas históricas de paranoia, «lo verdaderamente novedoso es
que son los acosadores (junto con vagabundos y maleantes, personajes
extraños al lugar por el que se mueven) quienes cargan con la culpa
ahora...». Sin embargo, Bauman continúa señalando que esta paranoia
reside no solo en la mente, sino en las políticas espaciales de la sociedad
contemporánea, en el hecho de que «fondos públicos son destinados
en cantidades crecientes año tras año con el propósito de localizar y
perseguir a estos acosadores, merodeadores o cualquier otra versión
de ese miedo moderno, el mobile vulgus, personas inferiores en movi-
miento, dejándose caer por lugares donde únicamente el tipo correcto
de persona debería tener el derecho de estar...». Para los funcionarios
públicos, los promotores privados y los ciudadanos acomodados con
inversiones en el espacio público regulado, los deslocalizados de todo
tipo constituyen un objetivo preparado para la paranoia y el pánico
moral. Como se señaló arriba, no son solo los deslocalizados sin techo
los acusados de crear problemas de imagen en las economías urbanas
contemporáneas; es que son, en palabras de un representante econó-
mico de Seattle, salvajes, y en el lenguaje de dos autoridades econó-
micas de Phoenix/Tempe, «en todo tipo de substancia... todo tipo de
extremo» y «espeluznante... carnicería humana» (en Beckett y Herbert,
2009: 181; Ferrell, 2001: 49, 54).

156
Irónicamente, todos los individuos citados están directamente
relacionados con la promoción de la moda contemporánea hacia «un
desarrollo urbano dirigido al consumo». Una forma de desarrollo eco-
nómico que engendra las mismas formas de deslocalizados que ellos
condenan. Invocando los fantasmas de aquellos desplazados por la pro-
funda reconfiguración del París del siglo XIX de Haussmann y por el
brutal modernismo que Robert Moses aplicó al Nueva York del siglo
XX, David Harvey (2008: 28, 34) enfatiza que este tipo de desarrollo
urbano contemporáneo se basa igualmente en «la apropiación de las
tierras valiosas de poblaciones con bajos ingresos que pueden haber
vivido ahí durante años». Para Harvey, esta desposesión constituye
un tipo de imperialismo espacial y una derogación del derecho a la
ciudad y así es, ciertamente. Complementando esto están las continuas
consecuencias espaciales para aquellos desposeídos o, dicho sin rodeos,
las probabilidades de que muchos de ellos sean abandonados y dejados
a la deriva en formas en que nunca antes lo fueron. Observando los
barrios residenciales de lujo donde una vez hubo un histórico barrio
de clase obrera, vemos la evidencia física de una ciudad revanchista
(Smith, 1997); más difíciles de ver, más alejados del foco, están los
barrios de antiguos residentes, muchos ahora dispersos a lo largo de la
ciudad, mudándose quizás de un domicilio temporal a otro. Ese hotel
boutique colocado frente al desplome del SRO16 se sigue prestando a
observación. Los que una vez fueron residentes de SRO, no. Como
Trush (en Beckett y Herbert 2009: 27) dice del pronunciado declive de
las viviendas SRO en Seattle debido a las promociones de lujo: «Según
 16. Forma de alojamiento a medio camino entre el hotel permanente y el apartamento
compartido, esta forma de alojamiento asequible fue muy popular en Estados Unidos
hasta los años sesenta ya que reconvertía antiguos edificios y ofrecía un lugar en el que
vivir a personas con bajos recursos. Desaparecieron paulatinamente forzados por una
presión inmobiliaria que buscaba unos usos más lucrativos para esos edificios.

157
las SRO cierran, la gente que permanece en el centro tiende a ser más
pobre, hastiada, más a menudo sin hogar y desempleada y con menos
posibilidades de ser blanca».
Así como el desarrollo del consumismo moderno actual pro-
mueve la deslocalización, también lo hace el modelo de vigilancia
basada en el riesgo que lo acompaña. Los programas CPTED17 que
se comprometen a reducir el crimen mediante el desarrollo del control
social dentro del entorno espacial —y así desincentivar la presencia
de población flotante, por ejemplo, mediante la instalación de bancos
públicos incómodos o baños públicos cerrados— pueden tener éxito
en expulsar tales poblaciones de parques y plazas, pero haciéndolo
socavan las frágiles comunidades espaciales que surgen ahí, y vuelve
a poner a estas poblaciones de nuevo en movimiento en busca de las
mínimas comodidades (Ferrell, 2001). Del mismo modo, la prolifera-
ción de zonas exclusivas y órdenes de expulsión en Nueva York, Los
Ángeles, Seattle, Portland y otras ciudades estadounidenses es tal que
individuos sin hogar son a menudo forzados al movimiento perpetuo
entre ellas; como un residente sintecho de Seattle denunciaba: «No,
sabes, yo no entiendo estas zonas... están por todas partes. Intentan
decirte que no puedes pasear, no puedes estar... ¿Pero adónde puedo
ir? No tengo hogar, no tengo lugar a donde ir. Están por todas par-
tes» (en Beckett y Herbert, 2009: 130). De forma similar, el énfasis de
la justicia criminal contemporánea en el modelo de vigilancia de las
ventanas rotas y la prevención del crimen deriva en planteamientos
como el producido en Santa Ana, California, donde de acuerdo con
un memorándum oficial, la política ahora es que «los vagabundos no
son bienvenidos en la ciudad de Santa Ana... el objetivo de este pro-
grama es expulsar a todos los vagabundos y su parafernalia... mediante
 17. Prevención del Crimen Mediante el Diseño Ambiental.

158
la continua eliminación de los lugares que frecuentan en la ciudad»
(en Mitchell, 2003: 197). Iniciativas como Los Angeles Safer Cities
Initiative18 institucionalizan este enfoque aún más. Estos sistemas de
vigilancia e intervención desplazan oficiales de policía que se mueven
entre las zonas de Skid Row con población sintecho arraigada, «des-
trozando los asentamientos de los sintecho, entregando citaciones, y
llevando a cabo arrestos por violaciones de la ley» (Berk y McDonald,
2010: 813, 817) con el propósito de dispersarla. Como Culhane (2010:
853) señala, tales iniciativas no están diseñadas para abordar la raíz de
los problemas de mendicidad sino solo el (supuesto) problema de la
concentración espacial entre los sintecho, iniciativas complementadas
también por medidas como la «dispersión de las instalaciones para los
sintecho» y los servicios de asistencia por toda la ciudad. Vitale (2010:
868, 870) argumenta que, debido a las agresivas multas y los arrestos,
tales iniciativas solo servirán para atrapar aún más a aquellas personas
blanco de la mendicidad; a esto podemos añadir que tales iniciativas
también fuerzan al sintecho a formas de vida aún más desarraigadas.
De forma interesante, Vitale también se pregunta si «el objetivo prin-
cipal de la SCI [es] realmente reducir el crimen y la mendicidad o más
bien eliminar por la fuerza a un gran número de gente pobre de Skid
Row con la esperanza de una subsecuente gentrificación del área... Un
gran esfuerzo para gentrificar Skid Row ha estado en marcha durante
años...».19
Si uno de los sentidos de la deslocalización es ser llevada a cabo
por fuerzas fuera de nuestro control, estas son entonces las fuerzas hoy:
la predadora economía política del capitalismo global y las excluyentes
 18. Iniciativa de Los Ángeles para unas ciudades más seguras.
 19. Ward (2000: 49-57) apunta de igual manera la contradicción mediante la cual a los
viajeros ingleses se les instruye para establecerse en un lugar y después negar a otros
el derecho de hacerlo.

159
economías de consumo; la revanchista política espacial de los ambientes
urbanos y las estrategias de vigilancia que la apoyan y la privatización
y privación del espacio urbano como resultado. En todo esto, los efectos
iatrogénicos20 de la ley y la economía —las «ironías del control social»
(Marx, 1981) por las cuales el doctor puede ser el causante de la enfer-
medad— son evidentes. Los controles espaciales dirigidos a contener
el espacio urbano, protegerlo del temido goteo de poblaciones transi-
torias, solo ayudan a hacer dichas poblaciones más efímeras aún; dicho
llanamente, el cierre del espacio urbano a los deslocalizados agrava la
deslocalización urbana. Del mismo modo, la reconstrucción de las eco-
nomías urbanas en torno a un sentido dirigido y un consumo ostentoso
echa por la borda el mismo tipo de ciudadanos cuya presencia peripa-
tética amenaza aquellos patrones preferentes de significado y consumo.
Y hablando de ironías y contradicciones, hay una más: varios de los
grupos y movimientos sociales que combaten estas fuerzas —esa lucha
por el espacio público abierto y las economías urbanas alternativas—
en ocasiones engendran deslocalización ellas mismas, y la exploran por
su potencial subversivo.
Precariedad, Des-organización y Deslocalización

C omo ya se ha señalado, un diverso número de grupos en lucha por


el espacio urbano abierto inspirado en orientaciones anarquistas y
antiautoritarias está desarrollando una política de acción directa y dis-
rupción creativa. Enfrentándose en Arizona a un plan para privatizar
las aceras públicas y criminalizar la presencia pública de los mendigos,
por ejemplo, Randall Amster y el proyecto S.I.T., movimiento que él
ayudo a (des)organizar a partir de las tradiciones de «acción directa
anarquista, la IWW; el movimiento por los derechos civiles; las filoso-
fías de Gandhi y King; la resistencia pasiva; la desobediencia civil y el
 20. Secundarios.

160
creciente WTO, movimiento antiglobalización contra el Banco Mun-
dial» para escenificar sentadas y crear «algún tipo de espacio para la
espontaneidad» y la resistencia (en Ferrell, 2001: 51-52; ver Amster,
2008). Durante el último par de décadas, activistas de Reclaim the
Streets en Estados Unidos y Europa han bloqueado por igual el tráfico
urbano, celebrado fiestas callejeras ilegales y, por otra parte, puesto en
marcha «festivales efímeros de resistencia», todo mientras retoman y
reinventan el «Festival de los Oprimidos» de la Comuna de París de
1871, las intervenciones situacionistas del París de 1968 y otros momen-
tos de la historia del antiautoritarismo (Jordan, 1998: 139). Durante la
Convención Nacional Demócrata de 1996 en Chicago, precedida ella
misma del arresto de mendigos y la destrucción de vivienda social, el
grupo anarquista Active Resistance (AR) quiso «destacar la impor-
tancia de las dimensiones espaciales del conflicto y la territorialidad de
la lucha social» ignorando las áreas de protesta designadas y llevando
a cabo un Festival de los Oprimidos ilegal en las calles que rodeaban
la convención (Shantz, 2011: 70). En Nueva York, los Bike Lane Libe-
ration Clowns21 intentan «construir puentes entre el simple placer de
pedalear y las posibilidades del activismo medioambiental en el espacio
público» para, de forma lúdica, multar a los conductores aparcados en
los carriles bici (Shepard y Smithsimon, 2011: 188). Y en Nueva York,
Madrid y otras ciudades a lo largo del mundo, Jordan Seiler y miembros
de Public Ad Campaign socavan la mercantilización del espacio público
eliminando de forma ilícita la publicidad corporativa de las áreas públi-
cas y reemplazándola por arte independiente, luchando así para «ayu-
dar a las comunidades a retomar el control de los espacios que ocupan»
(www.publicadcampaign.com). En este sentido, estos y otros grupos
trabajan para erradicar los indicadores convencionales que definen y
 21. Payasos por la Liberación del Carril Bici.

161
delimitan el espacio urbano —marcos legales, líneas policiales, tráfico
automotriz, publicidad corporativa— y establecer a su vez encuentros
espontáneos en los lugares públicos.
Dos grupos en particular adoptan las posibilidades progresistas
de la deslocalización, la desorientación y, más explícitamente, la dis-
rupción: la primera directamente en el ámbito del espacio público, la
segunda en el campo más amplio de la economía cultural y política.
Critical Mass, el movimiento ciclista anarquista cuyos participantes
ahora pedalean por ciudades de todo el mundo, reniega de los modelos
tradicionales de liderazgo y organización en favor del tipo de dinámicas
descentralizadas y (des)organizadas que operan a través de la acción
directa, el hazlo-tú-mismo y la libre asociación entre los ciclistas. Este
enfoque define la preparación de un paseo colectivo, donde los parti-
cipantes son animados a crear y distribuir sus propias octavillas para
promocionarlo. Define también el paseo en sí mismo. La ruta que toma-
rán está abierta a discusión, o se permite que vaya surgiendo sobre la
marcha; si se concreta un mapa, es considerado provisional, o designado
para dirigirse «a donde nos lleve» (en Ferrell, 2001: 106). Durante el
transcurso de estos paseos, «indefinidos, sin líderes y democráticamente
abiertos a todos», como Shepard y Smithsimon (2011: 171) los descri-
ben, el flujo colectivo de bicicletas transgrede la rigidez de las leyes
de tráfico. Cuando los ciclistas se acercan a un cruce, unos pocos lo
interrumpirán para taponarlo temporalmente —y bloquearlo frente al
cruce de vehículos mientras el pelotón lo atraviesa, haya o no señales
de STOP o los semáforos estén en verde o rojo— y después regresan
al grupo; en el siguiente cruce, otros participantes se ocuparán volun-
tariamente del bloqueo (Ferrell, 2011a). A diferencia de otras formas
de tráfico urbano —acelerado, hiperregulado, ansioso—, los recorridos
de Critical Mass están pensados para dejarse llevar a través del espacio

162
urbano como comunidades orgánicas, en movimiento. En su movediza
incertidumbre están, por el contrario, destinados a encarnar la (des)
organización que los produjo y a demostrar que tal acción directa fluida
puede efectivamente reemplazar la vigilancia usual del espacio público.
Como Graeber (2007: 378) argumenta, los activistas anarquistas
embarcados en la acción directa han comprendido «las movilizaciones
de masas no solo como oportunidades de denunciar la ilegítima, antide-
mocrática naturaleza de las instituciones existentes, sino como formas
de hacer eso de una manera que demostrasen ellas mismas por qué
tales instituciones eran innecesarias, dando un ejemplo vivo de genuina
democracia directa».
Los participantes de Critical Mass señalan que este enfoque no
es una forma de protesta, sino más bien un alegre y festivo acto de
promulgación de una comunidad espacial alternativa que reclama el
espacio público (Ferrell, 2001: 105-121). De forma poco sorprendente,
esta liberación directa, colectiva del espacio urbano al tráfico automo-
vilístico y la ley de tráfico ha conducido a incontables encuentros con
los funcionarios municipales y la policía, innumerables arrestos y cierto
número de incidentes violentos con motoristas, incluyendo un reciente
caso en Brasil en el que un enfadado conductor aceleró contra una mar-
cha de Critical Mass, hiriendo a unos treinta ciclistas (Domit y Good-
man, 2011: A5). Entre estos, dos casos en particular ilustran las formas
en las que la incierta deriva de Critical Mass desafía los controles espa-
ciales convencionales. En 1997, durante una marcha de Critical Mass
en San Francisco en la que participaban miles de ciclistas, el alcalde
de San Francisco, Willie Brown, y su administración quisieron contro-
lar las marchas mediante la negociación de rutas designadas y escoltas
policiales, pero no pudieron encontrar líderes de Critical Mass con los
que negociar. Como resultado, se ordenó a la policía de San Francisco

163
detener la siguiente marcha de Critical Mass y arrestar a los participan-
tes y, aunque muchos fueron detenidos, la mayoría simplemente se dis-
persó y escapó por rutas improvisadas. «No era posible para el alcalde
gestionar lo que pasaría con Critical Mass», dijo Jennifer Granick, la
abogada de alguno de los arrestados. «¿Cómo iba él a parar la marcha?
No había ninguna forma. No hay líderes... y ¿qué iban a hacer, arres-
tarlos a todos? Había demasiada gente para arrestarlos a todos... Y
creo que los ciclistas se dan cuenta de eso» (en Ferrell, 2001: 108-109).
Unos años más tarde en Nueva York, parecía que iban a arrestar a todo
el mundo, y por razones similares. Tras numerosos arrestos de ciclis-
tas de Critical Mass durante la Convención Nacional Republicana, el
departamento de policía de Nueva York solicitó (sin éxito) que Critical
Mass obtuviese permiso para sus marchas repartiendo octavillas en las
que afirmaban que era «peligroso e ilegal ir en bicicleta en procesión»
sin un permiso (en Shepard y Smithsimon, 2011: 174).
Un segundo grupo progresista especialmente acostumbrado a
las políticas colectivas de deslocalización y disrupción es el emergente
movimiento precario del sur de Europa. Generalmente vistos como
chainworkers22 (www.chainworkers.org) o integrantes del nuevo
precariado. Aquellos comprometidos con este movimiento sostienen
que la economía global de la ciudad capitalista actual los deja con poco
menos que carreras malogradas, trabajos a tiempo parcial, impredeci-
bles horarios flexibles en los trabajos que encuentran, conformando de
esta forma una vida definida por perspectivas precarias y constante
incertidumbre. Es más, con la «penetración de modelos de empleo atípi-
cos del sector servicios con bajos salarios» en las ocupaciones creativas
de clase media, un precariado interclasista puede ahora abarcar las divi-
 22. Literalmente trabajadores en cadena. Término empleado para referirse a los obreros
sector industrial.

164
siones de clase convencionales y así estar emergiendo como «el sucesor
postfordista del proletariado» (Ross, 2008: 34-35). Como Braverman
(1974) ha documentado, la degradación del trabajo en el siglo XX ha
sido el resultado de la sistemática pérdida de cualificación del trabajo
físico y la imposición de modelos tayloristas de control científico de la
eficiencia; tal es el objeto de los cálculos y regulaciones, sin las míni-
mas compensaciones de seguridad fordista y bienestar social que acom-
pañaron aquellos procesos anteriores (De Angelis y Harvie, 2009).
Como resultado, una nueva generación se enfrenta a un presente y
futuro desvinculado del contrato social: un presente y un futuro sin
los anclajes convencionales de la educación, el trabajo y la identidad.
De esta forma, la economía cultural consumista de la ciudad capitalista
contemporánea no solo disgrega a los residentes urbanos empobreci-
dos y cierra los espacios públicos; también produce un joven y ambu-
lante ejército de trabajadores del sector servicios con bajos salarios que
oscila entre trabajos a tiempo parcial, viviendas temporales, horarios
laborales ilegales, y se hace pocas ilusiones de permanencia espacial o
social (Seligson, 2011).
Desarrollando una crítica de la precariedad económica y sus
orígenes históricos, los asociados con el movimiento han comenzado
también a explorar sus posibilidades culturales y políticas. Christina
Morini (en Galetto et al., 2007: 106), por ejemplo, argumenta que
mientras la precariedad sugiere lo negativo de la inestabilidad,
Está al mismo tiempo también conectada con la idea de (re)plan-
tearse, de convertirse, de futuro, de posibilidad, conceptos que
juntos contribuyen a crear la idea de un sujeto nómada sin raíces
fijas... Este sujeto precario no tiene puntos fijos y no los quiere.
Él/Ella está siempre forzado a buscar nuevos sentidos de orien-
tación, para construir nuevas narrativas y no dar ninguna por
supuesta.

165
Las nuevas narrativas del precariado exploran de hecho tanto formas
alternativas de ser y vivir colectivamente como el potencial de rever-
tir esa precariedad en aquellos que se ven afectados por las decisiones
políticas y económicas. Muchas de estas alternativas van más allá de los
sindicatos y partidos políticos tradicionales y hacia formas de activismo
cultural que usan «ampliamente herramientas visuales e imágenes» y
recurren al «teatro, cine, música y las artimañas para lograr el cambio
político» (Gill y Pratt, 2008: 10), como se desarrolla aquí, «un enten-
dimiento de que la producción cultural no es adjunta o complementa-
ria al trabajo real de la producción capitalista sino cada vez más... es
el trabajo el que es un componente esencial de ella» (Shukaitis, 2009:
170, subrayado en el original). Miembros del movimiento italiano de
chainworkers, por ejemplo, han creado a San Precario —el transgresor
santo patrón de los trabajadores desfavorecidos y santo compañero de
Santa Graziella de la Critical Mass de Milán— y han desfilado con él
por todo tipo de espacios comerciales que emplean tales trabajadores.
En consecuencia, han usado sus habilidades digitales para promocionar
a la diseñadora de moda imaginaria Serpica Naro (un anagrama de San
Precario), y la usaron para infiltrarse en la Milan Fashion Week de
2005. Durante el transcurso de la misma, «fue anunciado que Serpica
Naro no existía, [y] la broma fue revelada a los medios, que debida-
mente informaron de toda la historia, poniendo el foco en el trabajo
precarizado que hay tras el brillo de la Milan Fashion Week» (Tari y
Vanni, 2005; ver Shukaitis, 2009: 172-174).23
Tanto para los ciclistas de Critical Mass como para los integran-
tes del nuevo precariado, la deslocalización no es pues simplemente la
 23. El reciente movimiento español Yomango —un juego de palabras entre una cadena
de tiendas española y el término coloquial para robar— abrazó igualmente el hurto al
comercio como un acto de desobediencia civil y supervivencia entre la incertidumbre
de los trabajos parciales y los salarios mínimos de esta industria.

166
consecuencia de las estructuras económica y política; es también la base
de lo que podemos llamar una cultura de la deslocalización anarquista
y de nuevos estilos de activismo espacial y resistencia cultural a estas
estructuras. Estos nuevos estilos son tan fluidos, ambivalentes y (des)
organizados como lo son las vidas de los que los crean. Pasan por los
espacios, las situaciones y las categorías sociales tan fácilmente como
lo hacen los jóvenes cuyas vidas reflejan y se aprovechan de las habili-
dades que emplean de un trabajo a otro, cuando pueden, eso sí, tener
un trabajo. Entretanto, tales enfoques se enfrentan a los espacios de la
ley y el comercio aunque no directamente, sino de refilón, subversiva
y alegremente —así como los deslocalizados mismos se mueven por
el espacio urbano—. Por ello, estos enfoques también señalan formas
alternativas de conocer el mundo, de moverse a través de él y de vivir
colectivamente en él, formas que reflejan, al menos, posibilidades anar-
quistas.
Deslocalización, espacio y anarquía: una especulación

C ierto número de investigadores preocupados por las dinámicas


precarias de la vida ocupacional y social han argumentado que tal
precariedad no es una aberración; más bien, fue el periodo del fordismo,
con sus controles regulatorios, relativa estabilidad y estado de bienes-
tar, la excepción dentro de la larga y caótica historia del capitalismo
(Fantone, 2007; Neilson y Rossiter, 2008; Shukaitis, 2009: 165-166, 179-
180). Desde esta perspectiva, el síndrome de trabajadores itinerantes,
oportunidades laborales inestables y movilidad forzada no es simple-
mente un síntoma del capitalismo actual o la modernidad actual sino
más bien un regreso al tipo de incertidumbre predatoria endémica que
fue interrumpida, breve y parcialmente, por décadas de fordismo en los
Estados Unidos y Europa. Ampliando este punto de vista, puede argu-

167
mentarse que la misma modernidad, mientras produce en ocasiones
estabilidad burocrática y regímenes de poder duraderos, ha producido
sistemáticamente profundas y continuas deslocalizaciones y con ello un
continuo flujo de migrantes, refugiados y nómadas. Llevando este aná-
lisis aún más lejos, podemos preguntarnos si la naturaleza de la existen-
cia humana no es ella misma profundamente precaria, sitiada en algún
nivel fundamental por el deseo y el desarraigo de las ansias de viajar.
Ciertamente hay abundantes, y a veces contradictorias, evidencias para
todos estos puntos de vista: de pequeños grupos nómadas a oleadas glo-
bales de inmigrantes, desde los desplazados tras la depresión de 1929,
por la sequía en el periodo conocido como Dustbowl y los viajes por
carretera de la Generación Beat en los Estados Unidos a las poblaciones
perdidas trasladadas a los campos de desplazados tras la Segunda Gue-
rra Mundial en Europa. En cualquier caso, ya sea nuestro foco analítico
económico, histórico o existencial, parece que las políticas espaciales de
deslocalización existen antes y más allá de cualquier situación o grupo.
Bajo este prisma, el proyecto desarrollado por los ciclistas de Criti-
cal Mass y los activistas de la precariedad puede ser también ampliado:
explorar las posibilidades de la deslocalización como una experiencia
colectiva y una acción política colectiva. Dicho de otra manera, pode-
mos considerar cómo las modas contemporáneas ya vistas —el cre-
ciente cierre y control del espacio urbano, las dinámicas por las cuales
las nuevas economías urbanas y la vigilancia espacial que las protege
generan deslocalización y los usos de la deslocalización por parte de gru-
pos anarquistas enfrentados a las economías emergentes y las estructu-
ras espaciales— pueden entrelazarse mientras continúan apareciendo.
Shukaitis (2009: 166-168) señala que, entre los grupos progresistas en
la Italia de los 70, la frase precario bello —hermosa precariedad— era
empleada regularmente para denotar oposición y rechazo al demasiado

168
estable mundo de la producción industrial en serie. Ahora, argumenta,
una inversión y transformación ha tenido lugar, a través de la cual el
capitalismo impone ampliamente la precariedad y la flexibilidad como
las condiciones para nuevas formas de trabajo degradado. Partiendo del
trabajo de los ciclistas de Critical Mass, los activistas del precariado
y otros, pienso en qué aspectos de esta precariedad contemporánea e
impuesta puede rehacerse o al menos impregnarse del precario bello y
de algunas formas nuevas de política crítica o progresista. Si más y más
gente se ve forzada a la deriva por las fuerzas económicas y espaciales
emergentes, ¿podemos tener también la esperanza de una deriva bella?
Dejadme ser claro desde el comienzo: la experiencia de la desloca-
lización está para muchos, quizás la mayoría —los refugiados políticos,
los migrantes emprobrecidos, las familias sin hogar— indudablemente
cargada no con posibilidades políticas, sino con dolor e ira y un senti-
miento de pérdida irreparable. En tales casos, la alienación frente al
hogar, la carrera profesional o la historia cultural produce un cierto
grado de desempoderamiento existencial y dolor emocional que define
la deslocalización como cualquier cosa menos una hermosa aventura.
Más aún, los deslocalizados en circunstancias precarias son divididos
en función del capital social, los privilegios o la intencionalidad: una
familia pobre desplazada por el desarrollo urbano o una mujer sintecho
desalojada bruscamente por un oficial de la policía de Los Ángeles son
deslocalizados de forma diferente a como lo hace un ciclista de Critical
Mass o un artista itinerante (ver Cresswell, 1997). Entre todos estos
grupos, también está presente el problema del estado actual contra el
estado deseado. Como Saunders (2011) ha mostrado, muchos migran-
tes rurales deslocalizados hacia zonas urbanas —o como comúnmente
sucede, deslocalizados de acá para allá repetidamente entre las poblacio-
nes rurales y las áreas urbanas— lo hacen con la firme esperanza de un

169
asentamiento eventual y permanente en la ciudad. Estas observaciones
finales, por lo tanto, no son un catálogo completo de las dimensiones
empíricas de la deslocalización ni una celebración de la deslocalización
como tal, sino más bien una especulación sobre las complejas políticas
de este fenómeno.
Dentro de esta complejidad, hay ciertas coincidencias. «La mayo-
ría de trabajos inseguros y la mayoría siguen siendo todavía llevados a
cabo sobre todo por mujeres» (Galetto et al., 2007: 106), por ejemplo, y
«jóvenes, mujeres e inmigrantes están desproporcionadamente represen-
tadas en... el precariado» (Ross, 2008: 41; ver Aubenas, 2011). Es más,
estas coincidencias a menudo se cruzan con grupos o situaciones espacia-
les particulares, como en el reciente bloqueo callejero ilegal por parte de
los conductores de taxi australianos, muchos de los cuales eran también
estudiantes universitarios internacionales con visados restringidos. «Se
plantea entonces la cuestión», escribe Neilson y Rossitor (2008: 66),
de «si el bloqueo es una cuestión de los taxistas, de los migrantes o de
los estudiantes. Sugerimos que una razón del éxito de la protesta... fue
el hecho de que [se dieron] las tres al mismo tiempo». Ampliando este
punto de vista, Ross (2008) y otros se preguntan si una causa común
puede ser encontrada entre la relativamente clase alta de trabajadores
creativos y los trabajadores de clase más baja del sector servicios, incluso
con la precariedad compartida de sus trabajos y vidas. Puede que no, en
muchos casos; aun así, como en el episodio de Serpico Naro, creatividad
y desplazamiento pueden a veces juntarse para formar poderosas alian-
zas entre diferencias de ocupación o estatus. Un manifiesto del preca-
riado sugiere algo de esto, y refleja también la profunda incertidumbre
que ahora une las vidas de mucha gente joven desde Europa y los Esta-
dos Unidos hasta el Norte de África y Oriente Medio: «Todos somos
migrantes buscando una vida mejor» (Tari y Vanni, 2005).

170
Entre los migrantes modernos actuales, una geografía social y
cultural de la deslocalización puede incluir a los hobos, vagabundos
y nómadas que atraviesan Norteamérica, Europa y más allá (Daniels,
2008; Grant, 2003); a los gitanos itinerantes que se mueven a través
de y en contra de las fronteras gubernamentales (Shubin, 2011; Ward,
2000); a los refugiados económicos y políticos moviéndose de un país
a otro en busca de trabajo, seguridad o renovación política; a los
trabajadores migrantes, cotidianamente victimizados por el Estado
y las autoridades económicas, pero también cargados del potencial
para «evadir el escrutinio del Estado y la disciplina capitalista» (Ross,
2008: 37); a aquellos que actúan al margen del trabajo tradicional
recolectando basura u objetos (Ferrell, 2006), o «trabajando a destajo,
desde casa, por cuenta propia» (Gill y Pratt, 2008: 3); a las trabajadoras
del sexo y prostitutas migrantes que quedan deslocalizadas tanto de
sus comunidades de origen como de sus actuales comunidades de
residencia (O’Neill, 2001; Oude Breuil, 2009) y a muchos ignorados
cuyas vidas cotidianas están definidas por la incertidumbre espacial
y ontológica. En toda esta heterogeneidad de personas y enfoques,
varias dinámicas sugerirían al menos el potencial de afinidades de la
experiencia. La primera es la gran probabilidad de que tales grupos
continuarán infringiendo las cada vez más rígidas fronteras espaciales
y legales mientras vagan por las ciudades, los países y sus ocupaciones
laborales. Como ya se ha visto, esta transgresión legal-espacial está
casi asegurada, no solo por el mismo movimiento de los deslocalizados,
sino por la reconfiguración contemporánea del espacio público como
una serie de cierres, barreras y obstáculos concebidos para criminalizar
el libre movimiento. Por esto, la experiencia de la deslocalización
incluiría, en muchos casos, las experiencias consecutivas de exclusión
y alienación. En estos casos el deslocalizado existe como un continuo

171
extraño fuera de las fronteras de su país de origen, el mercado de
trabajo convencional, el espacio designado, o la ciudadanía legal. En la
medida en que esta deslocalización continúa, las exclusiones acumuladas
refuerzan así la identidad del deslocalizado como un extraño al margen
en numerosas ocasiones. Aquí están el dolor, la pérdida y la alienación
de la deslocalización, el vacío del desplazamiento también, pero aquí
está también el ímpetu de vivir y aprender fuera de las fronteras
marcadas por el orden social. Infractor habitual por ley o por elección,
el deslocalizado puede adquirir —o puede verse forzado a adquirir—
un sentido de él mismo y de la sociedad que no está al alcance de los
sedentarios. «Por otra parte, quiere decir que cuando señalas uno de
los lados, los invades desde todos esos lugares que quedan del otro
lado» dice un sintecho urbano detenido en una zona bajo prohibición.
«¡Es lo mismo en todas partes! ¡No puedes ir al Sorry’s, no puedes
ir al Feathers, no puedes ir al Rainier Beach, no puedes ir al Bank of
America, no puedes ir al sitio ese de Moore, no puedes ir al Safeway,
no puedes ir a ninguna parte!» (Beckett y Herbert, 2009: 131).
Richard Grant (2003: 263) resume sus años vagabundeando por
los Estados Unidos con vaqueros de rodeo itinerantes, indigentes en
trenes de mercancías y neohippies ambulantes de forma igualmente
didáctica: «Tienen la quintaesencia de la actitud nómada hacia la socie-
dad sedentaria», concluye:
No pagan impuestos, no votan y no se sienten vinculados al con-
trato social. Y gracias a las leyes contra el vagabundeo, contra la
mendicidad, las leyes contra pernoctar en los parques, las leyes
contra el autostop y montar en trenes de mercancías —las leyes,
en fin, que hacen ilegal ser pobre y nómada— están atrapados en
un conflicto con el Estado sedentario y su poder coercitivo.

172
La noción de Grant de una actitud nómada apunta hacia una segunda
dinámica, esta perceptual: la dinámica por la cual la deslocalización
puede crear afinidades de percepción y conocimiento alternativas en
aquellos atrapados en ella. Los geógrafos se han dado cuenta de esta
tendencia, tanto en sus propios estudios de movilidad y actitud espa-
ciales (Prince, 1973), como en su invocación del flaneur o paseante
(Keith, 1997). Tanto para los geógrafos culturales como para los inves-
tigadores literarios, el paseante adopta un modelo característico de ciu-
dadanía urbana, no solo por el continuo e incierto movimiento de este
a lo largo de la ciudad, sino por las particulares formas de conocimiento
que tal movimiento produce. Como un ocioso y errante urbanita, el
paseante construye un entendimiento holístico, comparativo de los
espacios de la ciudad, que tiene el potencial de socavar las percep-
ciones más asentadas de los sedentarios. Keith (1997: 145) argumenta
que, «espacialmente, el orden de las cosas nunca es mejor revelado
que a través de esta disrupción, las sorprendentes yuxtaposiciones del
paseo callejero...». De Certeau (1984: 10) está de acuerdo: «El largo
poema de caminar manipula las organizaciones espaciales, no importa
lo panópticas que puedan ser», dice. «Crea sombras y ambigüedades
dentro de ellas».
Quizás la posibilidad más provocativa a este respecto es la prác-
tica situacionista de la dérive, una deriva fluida a través del espacio
urbano, un «rápido pasaje por entornos variados», con la intención de
«estudiar un terreno o desorientarse emocionalmente a uno mismo»
(Debord, 1958). Graeber (2009: 258, ver 526-528; 2007: 394) señala
que «el legado situacionista es probablemente la influencia teórica
individual más importante en el anarquismo contemporáneo en Amé-
rica», y por supuesto la noción situacionista de crear una «revolución
de la vida cotidiana» a partir de momentos que alteran e invierten

173
las estructuras dominantes puede verse en las políticas de intervención
espacial de Critical Mass, Reclaim the Streets, Project S.I.T., y otros
grupos anarquistas (Ferrell, 2001). Clave para este tipo de políticas
espontáneas y subversivas es la dérive, como Vaneigem (2001 [1967]:
195) escribió, la naturaleza de la dérive es tal que «perdiéndome, me
encuentro; olvidándome de que existo, me doy cuenta de mí mismo...
El viajero que está siempre pensando en la longitud de la carretera
que tiene ante él se cansa más fácilmente que su compañero que deja
volar su imaginación y va con ella». Aquí vemos una relación directa e
intencionada de políticas anarquistas, deslocalización y espacio, con la
esperanza de que la deslocalización a través de las estructuras espacia-
les puede crear el tipo de experiencias críticas, comparadas, necesarias
para la liberación individual y social. Significativamente, los activistas
del precariado han comenzado a relacionar estas políticas de la dérive
con las vidas de aquellos para quienes la deslocalización no ha sido una
elección sino una imposición. Buscando señalar la sobrerrepresentación
de la mujer en el trabajo precario, el colectivo feminista Precarias a la
Deriva ha empleado la dérive para «transitar por los circuitos y espacios
de trabajo feminizado que constituyen sus vidas diarias». Deslocaliza-
das a través de los espacios feminizados de trabajadoras domésticas,
teleoperadoras, empleadas de hostelería y otros, las integrantes de Pre-
carias a la Deriva han sido capaces de «encontrar puntos de coinci-
dencia y alianza», y de «encontrar formas de convertir la movilidad y
la incertidumbre en puntos de intervención estratégicos» mediante la
desfamiliarización con entornos dados por supuestos, encuentros colec-
tivos, talleres y otras técnicas igualmente contagiosas (Shukaitis, 2009:
152-156; ver Makeworlds, 2003).24
 24. Con su noción del nómada y el nomadismo, Deleuze y Guattari proponen asimismo
que «la vida del nómada está en el intermezzo», esto es, que el conocimiento del mundo

174
Todo esto implica que la deslocalización produce a menudo un
tipo de exterioridad crítica, relativa, mediante la cual los deslocalizados
son capaces de —o son forzados a— ver más allá de la realidad de
cualquier situación. Aquí quizás el dolor y la posibilidad de la des-
localización están relacionados. La angustia del migrante de un viaje
global que no acaba nunca, la atrocidad de las personas sintecho atra-
padas entre interminables órdenes de exclusión urbanas, las cambiantes
perspectivas derivadas del largo poema de caminar de la dérive o el
paseante, cada uno profundamente diferente y, sin embargo, cada uno
construido desde la experiencia recurrente del desplazamiento radical.
En cada caso, la experiencia de la deslocalización parece producir una
intencionalidad creciente y, con ella, un sentido de sí misma como sepa-
rado de alguna forma del sedentario orden social. Ya sea esta alienación
espacial y normativa impuesta por las estructuras contemporáneas o
adoptada por sus posibilidades liberadoras, parece al menos crear el
potencial para una crítica progresista del estado actual de las cosas.
Dada la compleja experiencia de la deslocalización, esta crítica parece
abrazar algo del ojo crítico del sociólogo de las estructuras sociales, el
ojo atento del antropólogo para la comparación y el ojo de cartógrafo
del geógrafo para los espacios de poder (Ferrell, 2011b). Más allá, la
recurrente, radical exterioridad de la deslocalización parecería promo-
ver el tipo de epistemología anarquista que Feyerabend (1975) detalló:
una epistemología consciente de las dimensiones del poder y la autori-
dad integradas en una comprensión y percepciones que de otra manera
probablemente se darían por supuestas. Una vez más, para el trabaja-
dor temporal desesperado o la persona expulsada de la calle, tales ideas
pueden ser sobrepasadas por la simple tarea de sobrevivir en un espacio
del nómada se vuelve fluido, incontenible y comparativo entre y más allá de lugares
particulares.

175
bajo regímenes espaciales, legales y económicos cada vez más excluyen-
tes. Para ellos, cierto espíritu de deriva bella autoimpuesta puede o no
surgir entre las injusticias de la deslocalización contemporánea.
Si las muchas trayectorias contemporáneas que generan deslocali-
zación continúan, ciertamente tendremos la oportunidad de descubrirlo.
Como sucede con Precarias a la Deriva, Critical Mass y otros, la clave
para descubrir el progresivo potencial de la deslocalización puede estar
en el potencial paralelo para crear culturas y comunidades compartidas
de la deslocalización. El trabajo de Precarias a la Deriva sugiere que los
deslocalizados pueden estar particularmente bien ubicados —o desu-
bicados— para descubrir los espacios de otros desplazados. Si es así,
quizás la omnipresencia de la deslocalización contemporánea conducirá
a nuevas formas de comunidades, inciertas, inestables, anárquicas por
naturaleza y aun así provisionalmente conectadas por las experiencias
y percepciones comunes de la deslocalización. Quizás la deslocalización
se convertirá en una forma preferente de desorganización, una forma
que por sus propias dinámicas garantiza alianzas flexibles y líneas de
desarrollo de la acción directa. Tal vez, en términos de anarquismo
clásico, la deslocalización conlleva el potencial para nuevas dinámicas
de ayuda mutua y formas fluidas de autoayuda colectiva (Kropotkin,
1902). Frente a las trayectorias contemporáneas, quizás la cuestión no
sería si nos deslocalizaremos sino únicamente si lo haremos juntos o
separados.

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181
LO QUE DEBE SER LA GEOGRAFÍA
Piotr Kropotkin
(1885)
E
ra fácil predecir que el gran resurgimiento de la ciencia natural
al que tuvo la dicha de asistir durante treinta años nuestra gene-
ración, así como la nueva dirección dada a la literatura científica
por una falange de hombres eminentes que se atrevieron a ofrecer los
resultados de las investigaciones científicas más complicadas en una
forma accesible al lector medio, produciría un resurgimiento parecido
de la geografía. Esta ciencia, que recoge las leyes descubiertas por sus
ciencias hermanas, y muestra su acción mutua y sus consecuencias con
respecto a las superficies del globo, no podía permanecer al margen
del movimiento científico general; y ahora vemos que se despierta un
interés por la geografía que recuerda mucho el interés general que esta
provocó en la generación anterior durante la primera mitad de este
siglo. Nosotros no hemos tenido un viajero y filósofo de tanto talento
como Humboldt: pero los recientes viajes al Ártico y las exploracio-
nes de las profundidades marinas, y todavía más, el rápido progreso
obtenido en la biología, la climatología, la antropología y la etnología
comparada, han dado a los trabajos geográficos un atractivo tan grande
y un significado tan profundo que los propios métodos de descripción
de la esfera terrestre han experimentado recientemente una profunda

185
modificación. El mismo alto nivel de razonamiento científico y de gene-
ralizaciones filosóficas al que Humboldt y Ritter nos habían acostum-
brado, vuelve a aparecer en la literatura geográfica. No nos sorprende,
en ese sentido, que tanto la descripción de viajes como la geografía en
general se esté convirtiendo otra vez en la clase de lectura más popular.
Era absolutamente normal, asimismo, que el resurgir de la afición
por la geografía dirigiera la atención del público hacia el estudio de la
geografía en las escuelas. Se investigó, y se descubrió con asombro que
nos habíamos arreglado para hacer en nuestras escuelas de esta ciencia
—la más atractiva y sugestiva para la gente de todas las edades— uno
de los temas más áridos y más ininteligibles. Nada interesa tanto a los
niños como los viajes, y nada es más aburrido y menos atractivo en
la mayoría de las escuelas que lo que allí se bautiza como Geografía.
Es cierto que lo mismo podría decirse, casi con las mismas palabras
y con escasas excepciones, respecto a la física y la química, la botá-
nica y la geología, la historia y las matemáticas. Una profunda reforma
de la enseñanza de todas las ciencias es tan absolutamente necesaria
como una reforma de la educación geográfica. Pero mientras la opinión
pública ha permanecido más bien sorda respecto a la reforma general
de nuestra educación científica —pese a haberla preconizado los hom-
bres más eminentes de nuestro siglo— parece haber comprendido de
una vez la necesidad de reformar la enseñanza geográfica: la agitación
iniciada recientemente por la Sociedad Geográfica, el informe anterior-
mente citado de su Comisario Especial, su exhibición, han encontrado
en la prensa una simpatía general. Nuestro siglo mercantilista parece
haber comprendido mejor la necesidad de una reforma tan pronto como
los intereses llamados prácticos de colonización y de guerra se colocaron
en primer plano. Bien, pasemos; pues, a tratar de la reforma de la edu-
cación de la geografía. Una primera discusión mostrará necesariamente

186
que nada serio puede lograrse en este sentido a menos que emprenda-
mos la correspondiente, pero mucho más amplia, reforma general de
todo nuestro sistema educativo.
Sin duda alguna, raramente puede existir otra ciencia que pueda
hacerse tan atractiva para el niño como la geografía, ni un instrumento
tan poderoso para el desarrollo general de la mente, para familiarizar
al escolar con el auténtico método de razonamiento científico, y para
despertar la afición hacia todas las ciencias naturales. Los niños no son
grandes admiradores de la propia naturaleza en tanto esta no tiene
nada que ver con el hombre. El sentimiento artístico que desempeña
un papel tan importante en los placeres intelectuales de un naturalista
todavía es muy débil en el niño. Las armonías de la naturaleza, la belleza
de sus formas, o las admirables adaptaciones de los organismos, la satis-
facción espiritual que produce el estudio de las leyes físicas —todo
esto puede venir más tarde pero no en la primera infancia—. El niño
busca en todas partes al hombre, sus luchas contra los obstáculos, su
actividad. Los minerales y las plantas le dejan frío; pasa por un período
en que predomina la imaginación. Quiere dramas humanos y, por
tanto, historias de caza y de pesca, de viajes marinos, de luchas contra
peligros, de costumbres y conductas, de tradiciones y migraciones que
son, obviamente, una de las mejores formas de desarrollar en un niño
el deseo de estudiar la naturaleza. Algunos pedagogos modernos han
intentado matar la imaginación en el niño. Los mejores comprenderán
que el razonamiento científico es un precioso auxiliar de la imaginación.
Comprenderán que Tyndall intentara en una ocasión impresionar a
sus oyentes: a saber, que ningún razonamiento científico profundo es
posible sin la ayuda de un poder imaginativo muy desarrollado; y uti-
lizarán la imaginación del niño, no para atiborrarla con supersticiones,
sino para despertar el amor hacia los estudios científicos. La descripción

187
de la tierra y sus habitantes será, sin duda, uno de los medios mejores
para lograr ese objetivo. Historias de hombres luchando contra fuer-
zas naturales hostiles: ¿puede escogerse algo mejor para inspirar a un
niño el deseo de profundizar en el secreto de esas fuerzas? Uno puede
inspirar muy fácilmente a un niño la pasión del coleccionismo y que
transformen sus habitaciones en tiendas de curiosidades, pero a una
edad temprana no es fácil inspirarles el deseo de profundizar en las
leyes de la naturaleza; mientras que nada es más fácil que despertar los
poderes de comparación de una mente joven contándole historias de
países lejanos, de sus plantas y animales, de su escenario y fenómenos,
en cuanto plantas y animales, torbellinos y tronadas, erupciones volcá-
nicas y tempestades estén conectados con el hombre. Esta es la tarea del
geógrafo en la primera infancia: por intermedio del hombre, interesar al
niño en los principales fenómenos de la naturaleza, despertarle el deseo
de conocerlos y aclararlos.
La geografía debe rendir, además, otro servicio mucho más impor-
tante. Debe enseñarnos, desde nuestra más tierna infancia, que todos
somos hermanos, sea cual sea nuestra nacionalidad. En una época como
la nuestra, de guerras, de autopresunción nacional, de celos y odios
nacionales hábilmente alimentados por gente que persigue sus propios
intereses de clase, egoístas o personales, la geografía debe ser —en
la medida en que la escuela pueda hacer algo para contrarrestar las
influencias hostiles— un medio para disipar esos prejuicios y para crear
otros sentimientos más dignos de la humanidad. Debe mostrar que cada
nacionalidad aporta su precioso ladrillo para el desarrollo general de la
comunidad, y que solo unas pequeñas partes de cada nación están inte-
resadas en mantener los odios y los celos nacionales. Hay que admitir
que, al margen de otras causas que alimentan las envidias nacionales,
las diferentes nacionalidades no se conocen suficientemente entre sí.

188
Las curiosas preguntas sobre su país que se le hacen a todo extranjero;
los absurdos prejuicios con respecto a una u otra que se extienden de
un extremo a otro de un continente —más aún, en las dos orillas de
un río— prueban ampliamente que incluso entre aquellos a quienes
describimos como pueblo educado la geografía solo es conocida por su
nombre. Las pequeñas diferencias que observamos en las costumbres y
comportamientos de las diferentes nacionalidades, así como las diferen-
cias entre los caracteres nacionales que pueden verse sobre todo entre
las clases medias, nos hacen olvidar el inmenso parecido existente entre
las clases trabajadoras de todas las nacionalidades —parecido que se
vuelve más impresionante con un mayor conocimiento—. Es tarea de
la geografía aportarnos esta verdad, en toda su luz, en medio de todas
las mentiras acumuladas por la ignorancia, la presunción y el egoísmo.
Tiene que imponer en las mentes de los niños la idea de que todas
las nacionalidades son estimables; de que cuales fueren las guerras que
hubieran hecho, solo un egoísmo miope estaba en el fondo de todas
ellas. Debe mostrar que el desarrollo de cada nacionalidad fue conse-
cuencia de varias grandes leyes naturales, impuestas por los caracteres
físicos y étnicos de la región que habitara; que los esfuerzos hechos
por otras nacionalidades para frenar su desarrollo natural habían sido
meros errores; que las fronteras políticas son reliquias de un bárbaro
pasado; y que el trato entre los distintos países, sus relaciones y su
influencia mutua, están sometidos a unas leyes tan poco dependientes
de la voluntad de separar a los hombres como las leyes que rigen el
movimiento de los planetas.
Esta segunda tarea es todavía mayor; pero existe una tercera,
quizá todavía mayor: la de acabar con los prejuicios sobre los que nos
erigimos con respecto a las llamadas razas inferiores —y esto precisa-
mente en una época en que todo hace prever que pronto entraremos

189
en un contacto con ellos de forma mucho más íntima que nunca—.
Cuando un estadista francés proclamaba recientemente que la misión
de los europeos es la de civilizar a las razas inferiores con los medios a
los que había recurrido para civilizar a algunas de ellas —esto es, con
las bayonetas y las masacres de Bacleh—, no hacía más que elevar a la
categoría de teoría los hechos vergonzosos que protagonizan cada día
los europeos. ¿Y cómo podrían actuar de otra forma si desde su más
tierna infancia se les enseña a despreciar a los salvajes, a considerar
«las verdaderas virtudes de los paganos como un crimen disfrazado»,
y a mirar hacia las razas inferiores como un mero fastidio en el globo
—fastidio que solo hay que soportar en la medida en que él saque
dinero—? Uno de los mayores servicios rendidos últimamente por la
etnografía ha sido el de demostrar que esos salvajes han comprendido
cómo desarrollar altamente en sus sociedades los mismos sentimientos
humanos sociables que los europeos están tan orgullosos de profesar,
pero que practican tan raramente; que las bárbaras costumbres de las
que nos burlamos con suma facilidad, o que escuchamos con disgusto,
o son resultados de una necesidad muy fuerte (una madre esquimal
mata a su hijo recién nacido para poder alimentar a los otros, a los que
cuida y atiende mejor de lo que lo hacen millones de nuestras madres
europeas), o son formas de vida en las que nosotros, los orgullosos euro-
peos, todavía estamos viviendo después de haberlas modificado ligera-
mente; y que las supersticiones que encontramos tan divertidas cuando
las observamos entre los salvajes están tan vivas entre nosotros como
entre ellos, solo que con nombres cambiados. Hasta ahora los europeos
han «civilizado a los salvajes» con whisky, tabaco y el secuestro; les
han inoculado nuestros propios vicios; los han esclavizado. Pero está
llegando el momento en que consideraremos que tenemos que darles
algo mejor: esto es, el conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, las

190
formas de utilizarlas, y las formas superiores de vida social. Todo esto,
y muchas otras cosas, debe enseñarlas la geografía si intenta realmente
convertirse en un medio de educación.
La enseñanza de la geografía debe pues perseguir un triple obje-
tivo: despertar en nuestros niños la afición por todas las ciencias natu-
rales; enseñarles que todos los hombres son hermanos, sea cual sea su
nacionalidad; y enseñarles a respetar a las razas inferiores. Así enten-
dida, la reforma de la educación geográfica es inmensa: es nada menos
que una reforma de todo el sistema de enseñanza seguido en nuestras
escuelas.
Esto implica, en primer lugar, una reforma total de la enseñanza
de todas las ciencias exactas. Estas, en vez de las lenguas muertas, han
de ser la base de la educación impartida en nuestras escuelas. Ya hemos
pagado durante demasiado tiempo nuestro tributo al sistema educativo
escolástico medieval. Es hora de iniciar una nueva era de educación
científica. Es evidente, además, que mientras nuestros niños ocupen las
tres cuartas partes de su horario escolar estudiando latín y griego no les
quedará tiempo para realizar un estudio serio de las ciencias naturales.
Un sistema mixto sería, sin duda, alguna un fracaso. Las exigencias de
una educación científica son tan amplias que un estudio serio solo de las
ciencias exactas absorbería todo el tiempo del escolar, para no hablar de
las necesidades de la educación técnica, mejor dicho, de la educación de
un futuro cercano —la llamada educación integral—. Si se adoptara un
sistema bastardo, que combinara la educación clásica con la científica,
nuestros chicos y chicas recibirían una educación mucho peor que la
que están recibiendo ahora en los colegios clásicos.
No obstante, sin entrar en el debate sin fin entre dos sistemas
educativos, hay que hacer dos observaciones directamente relaciona-
das con la educación geográfica. Todo el mundo conoce hoy los dos

191
argumentos clave de los defensores de los estudios clásicos y, sin duda
alguna, ningún naturalista los subestima.
Se nos dice, primero, que el estudio de las lenguas muertas es
un poderoso instrumento para llevar al alumno a la autorreflexión, la
autointerrogación, el autorrazonamiento, y que el estudio de las cien-
cias naturales no proporciona un medio semejante de educación; y en
segundo lugar, se alega que el estudio de la antigüedad griega y romana
enseña un carácter humanitario que no pueden darlo solo las ciencias
naturales.
La primera de estas dos objeciones ya ha recibido respuesta de
los naturalistas, no solo sobre el papel sino en la escuela. Están ya refor-
mando sus métodos de enseñanza de forma que las ciencias naturales se
conviertan en el más poderoso instrumento para el autoestudio. Desde
luego, si damos a un alumno la obra de Euclides —que es un resumen
de un conocimiento dolorosamente elaborado, del que se ha eliminado
toda la obra de investigación preliminar— es lo mismo que si diéramos
a nuestros niños una traducción de Cicerón y les pidiéramos que se
la aprendieran de memoria, sin inducirles a descubrir por sí mismos
el significado de cada frase por separado. Pero ya hay otra geometría;
aquella mediante la cual el señor Tyndall interesó una vez a sus alum-
nos; aquella que ya se usa en parte en Alemania y en otras partes: la
geometría que consiste en plantear solo problemas graduales y que lle-
van al alumno a descubrir las demostraciones de todos los teoremas, en
vez de tratar de aprender de memoria las demostraciones descubiertas
por otra gente distinta a él. Yo he probado este método varias veces y
he obtenido resultados totalmente inesperados, tanto por la seriedad
del conocimiento como por la rapidez en la enseñanza, especialmente
si tenía la suerte de encontrar a un muchacho o muchacha que nunca
había aprendido geometría según el método mnemotécnico usual. La

192
rapidez en la enseñanza en el método de problemas es algo realmente
asombroso si no se ha presionado al alumno al principio; si se ha tenido
paciencia para esperar hasta que ha descubierto por sí mismo la solu-
ción de unos pocos problemas más sencillos (obviamente cada teorema
puede ser tratado como un problema), uno ve cómo domina el resto
de la geometría (en el plano y en el espacio) en muy pocos meses, y
resuelve los problemas más complicados relativos a los círculos y las
tangentes con una facilidad que le hace a uno lamentar haber sido ense-
ñado de otra forma. Lo que se ha hecho con la geometría ya se está
haciendo con todas las ciencias naturales. No está lejos el día en que,
tanto en física como en química, en botánica como en zoología, el esco-
lar ya no aprenderá más de memoria, sino que se le inducirá a descubrir
por sí mismo las leyes físicas y las funciones de los órganos, como ya
descubre las relaciones existentes entre los lados de un triángulo y la
perpendicular trazada desde uno de sus vértices hasta la base.
Hasta el momento —en esas etapas preliminares— no están
seguramente por detrás del estudio de las lenguas en cuanto a medio (le
acostumbrar a los niños a autorrazonar y autointerrogarse. Pero en lo
que van infinitamente por delante es en abrir ante nuestras juventudes
un inmenso campo de nuevas investigaciones, de nuevas indagaciones.
Aunque sea limitado el conocimiento adquirido en ciencias naturales
—con tal de que este sea un conocimiento serio los jóvenes, en cada
etapa de su desarrollo, pueden hacer nuevas investigaciones, recoger
nuevos datos, descubrir o preparar materiales para el descubrimiento
de nuevos hechos valiosos. El profesor Partsch, en Breslau, ya ha reali-
zado una tarea muy valiosa con sus estudiantes, que sin duda es digna
de ser publicada. Pero eso mismo puede hacerse en cualquier parte,
incluso en los países mejor estudiados, incluso con alumnos mucho
menos adelantados que los del profesor Partsch.

193
En cuanto al súbito progreso que hace un muchacho o muchacha
en su desarrollo intelectual tan pronto como ha hecho su primera inves-
tigación independiente: ¿quién no lo ha observado en alguien, o en sí
mismo? El razonamiento profundiza con una rapidez sorprendente; se
vuelve más amplio y más seguro —y al mismo tiempo más cauteloso—.
Yo nunca olvidaré el caso de un joven de veinte años que había hecho,
martillo y barómetro en mano, su primera investigación geológica inde-
pendiente. Su hermano mayor, que seguía muy de cerca su desarrollo,
al ver que su intelecto rápidamente emprendía un nuevo esfuerzo, no
pudo dejar de exclamar un día: «¡Qué rápidamente está creciendo tu
inteligencia, incluso en pocos meses! ¡Debes haber estudiado mucho el
resumen alemán de la Lógica de Mill que te regalé!». Sí, lo había hecho;
pero en el campo, en medio de la complicada estratificación de las rocas.
La segunda de las objeciones planteadas más arriba permanece, en
cambio, intacta. El carácter humanitario del estudio de la antigüedad;
su influencia estimulante sobre el desarrollo de los sentimientos huma-
nitarios y de la afición artística (siendo esta última un medio poderoso
para el desarrollo de los primeros); su importancia en hacer que los
escolares razonen sobre las sociedades y las relaciones humanas —todo
esto, se nos dice, no lo proporcionan las ciencias naturales—. Desde
luego, ni la física ni la mineralogía tratan estos factores importantes del
desarrollo humano. Pero ciertamente no hay un solo naturalista que
pida la exclusión de la escuela de todas las ciencias relacionadas con el
hombre en beneficio de aquellas relacionadas con el resto de materia
orgánica e inorgánica. Por el contrario, pediría que se concediera una
parte mucho más importante que la que ha tenido hasta ahora al estu-
dio de la historia y la literatura de todas las nacionalidades. Pediría la
ampliación de la ciencia natural al hombre y a las sociedades humanas.
Reclamaría un lugar razonable en la educación para la descripción com-

194
parativa de todos los habitantes humanos de la tierra. En una educa-
ción como esa, la geografía tendría su lugar correcto. Manteniéndose
como ciencia natural, asumiría, junto con la historia (tanto la historia
del arte como la de las instituciones políticas), la inmensa tarea de pre-
ocuparse por el lado humanitario de nuestra educación —en la medida
en que la escuela es capaz de desarrollarlo—.
No más, desde luego; porque los sentimientos humanitarios
no pueden desarrollarse a partir de libros si toda la vida exterior a la
escuela actúa en una dirección opuesta. Para ser reales y para conver-
tirse en cualidades activas, los sentimientos humanitarios deben surgir
de la práctica diaria del niño. El papel estricto de la educación en este
sentido es muy limitado. Aunque limitado, nadie rechazaría impru-
dentemente incluso esa modesta ayuda. Tenemos tanto que lograr en
cuanto se refiere a elevar el desarrollo moral de la mayoría hasta el
alto nivel alcanzado por unos pocos, que no puede desdeñarse medio
alguno, y ciertamente no negaremos la importancia del elemento mítico
de nuestra educación para acercarnos a ese objetivo. Pero entonces,
¿por qué limitar este elemento a las historias griegas y romanas? ¿No
tenemos historias para contar y volver a contar de nuestra propia vida
—historias de autodedicación, de amor por la humanidad, no inventa-
das sino reales, no distantes sino al alcance de la mano, que podemos
ver cada día a nuestro alrededor? Y si está demostrado que el folklore
queda más grabado en la memoria infantil que las historias de nuestra
vida cotidiana, ¿por qué se nos obliga a limitarnos a las tradiciones
griegas y romanas? Como medio educativo ni un mito griego —casi
siempre demasiado sensuales— puede reemplazar a los delicadamente
artísticos, castos y altamente humanitarios mitos y canciones de, por
ejemplo, los lituanos o los finlandeses; mientras en el folklore de turco-
mongoles, indios, rusos y germanos —en resumen, de todas las nacio-

195
nalidades— encontramos historias tan artísticas, tan vigorosas, tan
claramente humanas, que no podemos contemplar sin lamentar cómo
nuestros niños se alimentan de tradiciones griegas y romanas, en vez
de familiarizarles con las características ocultas en el folklore de otras
nacionalidades. En realidad, la etnografía correctamente entendida difí-
cilmente podría compararse con nada, como instrumento para desarro-
llar en niños y jóvenes el amor por la humanidad en su conjunto, los
sentimientos de sociabilidad y de solidaridad con cada criatura humana,
así como la autoentrega, el valor y la perseverancia —en una palabra,
todos los mejores aspectos de la naturaleza humana—. En mi opinión,
disipa la última objeción que puede producirse para abogar por una
educación basada en el estudio de las antigüedades griega y latina.
Introduce en la educación de las ciencias naturales el elemento huma-
nitario necesario.
Si se diera un significado como ese a la geografía, esta compren-
dería, tanto en las escuelas primarias como en las universidades, cuatro
grandes ramas del conocimiento, suficientemente amplias para consti-
tuir en el nivel más alto de la enseñanza cuatro especialidades distintas,
o incluso más, pero todas íntimamente conectadas entre sí. Tres de esas
ramas —orogénesis, climatología y zoo y fitogeografía— corresponde-
rían, hablando en líneas generales, a lo que se decribe ahora como Geo-
grafía Física; mientras que la cuarta, que incluiría algunas partes de la
etnología, correspondería a lo que se enseña parcialmente ahora bajo la
denominación de Geografía Política; pero se diferirían tanto de lo que
hoy se enseña bajo esas dos denominaciones, tanto en lo que se refiere
a sus contenidos como en lo que se refiere a sus métodos, que pronto
esos nombres serían sustituidos por otros más adecuados.
A la geografía se le ha negado a menudo el auténtico derecho
a ser considerada como una ciencia separada, y el informe del señor J.

196
S. Keltie cita algunas objeciones apuntadas al respecto. No obstante,
incluso aquellos que formulan esas objeciones sin duda reconocerán que
existe una rama separada del conocimiento —esa que la mentalidad sis-
temática francesa describe como física del globo y que, pese a cultivar
una variedad de temas íntimamente relacionados con otras ciencias,
debe ser cultivada y enseñada de forma separada para beneficio tanto
propio como de las otras ciencias hermanas—. Su intención es clara:
revelar las leyes que rigen el desarrollo del globo. Y no es una mera
ciencia descriptiva —no una mera grafía, como ha afirmado un geólogo
bien conocido—, sino una logía; porque descubre las leyes de una cierta
clase de fenómenos después de haberlos descrito y sistematizado.
La geografía debe ser, en primer lugar, un estudio de las leyes
a que están sometidas las modificaciones de la superficie terrestre:
las leyes —porque esas leyes existen, por imperfecto que sea nuestro
actual conocimiento de ellas— que determinan el crecimiento y la des-
aparición de los continentes; sus configuraciones presentes y pasadas;
las direcciones de los distintos levantamientos de la corteza terrestre
—todos ellos sometidos a algunas leyes telúricas, como la distribución
de los planetas y de los sistemas solares están sometidos a leyes cós-
micas. Citaremos un ejemplo de entre cientos: si pensamos en los dos
grandes continentes, Asia y América del Norte, en la parte que en su
estructura juegan las colosales mesetas, la antigüedad de esas mesetas,
las series de eras durante las cuales se mantuvieron como continentes, y
la dirección de sus ejes y las estrechas extremidades que apuntan hacia
una región cercana al estrecho de Behring; si además consideramos el
paralelismo en las cadenas montañosas y la perseverancia con que las
dos direcciones principales de levantamiento (la noroeste y la nordeste)
se repiten en Europa y en Asia a lo largo de una serie de eras geológicas;
si observamos la configuración actual de los continentes con sus extre-

197
midades en punta hacia el Polo Sur; tenemos que admitir que algunas
leyes telúricas han presidido la formación de las principales protuberan-
cias y trenzados de la corteza terrestre. Esas leyes todavía no han sido
descubiertas: la propia orografía de los cuatro grandes continentes se
halla en un estado embrionario; pero ya percibimos una cierta armonía
en las grandes líneas estructurales de la tierra, y ya podemos hacer con-
jeturas sobre sus causas. Este amplio tema tiene que ver, desde luego,
con esa parte de la geología que ha recibido recientemente el nombre
de geología dinámica. Pero orografía y geología dinámica no se confun-
den: la orogenia sigue siendo una rama separada, demasiado distinta
de la geología dinámica como para no tratarla separadamente. Incluso
podemos afirmar, sin herir ni a geógrafos ni a geólogos, que el atraso en
que está la orogenia se debe precisamente al hecho de que los geógrafos
confían demasiado en los geólogos para que se ocupen de ella, y a que
no ha sido suficientemente estudiada por un tipo diferenciado de espe-
cialistas —por geógrafos completamente familiarizados con la geolo-
gía—, mientras que el atraso de la propia geología dinámica (el estado
inestable del período cuaternario da suficiente derecho para hacer esta
afirmación) se debe al hecho de que el número de geólogos que sean al
mismo tiempo geógrafos nunca ha sido muy grande, y a que demasiados
geólogos descuidaron esa rama dejándola para los geógrafos. Por tanto,
los geógrafos han tenido que asumir todo el trabajo, proporcionando a
la geología datos que esta podía necesitar.
En segundo lugar, la geografía tiene que estudiar las consecuen-
cias sobre el clima de la distribución de continentes y océanos, de altitu-
des y depresiones, de cortaduras y grandes masas de agua. Mientras la
meteorología descubre, con ayuda de la física, las leyes de las corrientes
oceánicas y aéreas, esta parte de la geografía que podría describirse
como climatología tiene que determinar la influencia sobre el clima de

198
las causas topográficas locales. En sus partes generales, la meteorología
ha logrado últimamente un inmenso progreso; pero el estudio de los
climas locales y de una variedad de causas topográficas secundarias,
geográficas y topográficas que influyen en el clima —la climatología
propiamente dicha—aún está por hacer. Esta rama requiere también
sus propios especialistas, esto es, meteorólogos geógrafos, y la obra rea-
lizada hace unos años por los señores Buchan, Mohn, Hahn, Woyeikoff
y muchos otros, en esta dirección, muestra muy bien lo que aún queda
por hacer.
Una tercera rama inmensa, que también requiere sus propios
especialistas, es la de la zoo y fitogeografía. Mientras la botánica y
la zoología eran consideradas como ciencias meramente descriptivas,
podían tocar accidentalmente el tema de la distribución de plantas y
animales sobre la superficie terrestre. Pero se han abierto nuevos cam-
pos de investigación. El origen de las especies seguiría sin explicar si no
se tuvieran en cuenta las condiciones geográficas de su distribución. Las
adaptaciones de las especies al medio en que viven; sus modificaciones;
su interdependencia; su lenta desaparición y la aparición de otras nue-
vas: el estudio de todos estos fenómenos topa a diario con obstáculos
insuperables precisamente porque el tema no ha sido tratado desde un
punto de vista lo suficientemente geográfico. Wallace, Hooker, Gries-
bach, Peschel, y tantos otros, han señalado las líneas a seguir en esta
rama. Pero para ello de nuevo hemos de contar con una combinación
especial de capacidades, que se den en hombres que reúnan un amplio
conocimiento geográfico así como botánico y zoológico. Lejos de dudar
acerca de la necesidad de una ciencia especial que estudie las leyes del
desarrollo del globo y la distribución de la vida orgánica en su super-
ficie, nosotros nos vemos inducidos a reconocer que hay lugar para
tres ciencias separadas, con unos objetivos específicos, pero que han de

199
seguir más íntimamente relacionadas entre sí que con cualquier otra
ciencia. La física del globo debe ser —y será— elevada a la categoría
de ciencia.
Y queda ahora la cuarta gran rama del conocimiento geográfico,
aquella que aborda las distintas familias humanas existentes sobre la
superficie de la tierra. La distribución de las familias humanas; sus
características distintivas y las modificaciones experimentadas por esas
características en climas diversos; la distribución geográfica de raza,
creencias, costumbres y formas de propiedad, y su estrecha dependen-
cia de las condiciones geográficas; la adaptación del hombre a la natu-
raleza que le rodea y la mutua dependencia entre ambos; las corrientes
migratorias, en la medida en que dependen de causas geológicas; las
aspiraciones y sueños de las distintas razas, en la medida en que son
influidas por los fenómenos de la naturaleza; las leyes de distribución de
los poblamientos humanos en cada país, que se manifiestan en la persis-
tencia de poblamientos en los mismos lugares desde la Edad de Piedra
hasta nuestros días; el surgimiento de las ciudades y las condiciones de
su desarrollo; la subdivisión geográfica de territorios en cuencas fabri-
les naturales, que no resisten los obstáculos planteados por las fronte-
ras políticas: todo esto constituye una amplia serie de problemas que
recientemente han crecido ante nosotros. Si consultamos las obras de
nuestros mejores etnólogos, si recordamos las pruebas de Riehl y Buc-
kle, así como las de varios de nuestros mejores geógrafos; si tomamos en
cuenta los datos reunidos y los indicios dispersos en la literatura etno-
gráfica, histórica y geográfica, para la solución de esos problemas, sin
duda alguna no dudaremos en admitir que hay ahí un gran lugar para
una ciencia separada muy importante, y no solamente para una grafía
sino para una logía. Desde luego, también aquí el geógrafo recogerá sus
datos acudiendo a muchas ciencias afines. Recurrirá a la antropología,

200
la historia, la filología. Nacerán muchas especialidades, algunas de ellas
íntimamente relacionadas con la historia, y otras con las ciencias físicas;
pero la auténtica obligación de la geografía es la de cubrir de una vez
todo ese amplio campo y combinar en un cuadro vivo todos los elemen-
tos aislados de ese conocimiento: representarlo como un conjunto armo-
nioso, cuyas partes son consecuencia de unos pocos principios generales
y están unidas entre sí por sus mutuas relaciones.
En cuanto a la parte técnica de la enseñanza a impartir en Geo-
grafía —los métodos pedagógicos de, y los instrumentos para, enseñar
geografía— me limitaré a hacer unas pocas observaciones. Por bajo que
sea el nivel de la educación geográfica en la mayoría de nuestras escue-
las, hay maestros e instituciones aisladas que ya han elaborado exce-
lentes métodos de enseñanza e instrumentos altamente perfeccionados
para utilizarlos en la escuela. Solo hay que hacer una selección de los
mejores, y la mejor forma de hacerlo es la elegida por la Sociedad Geo-
gráfica: una exhibición de los instrumentos geográficos y un congreso de
maestros que estén relacionados con ellos. La pedagogía moderna es ya
una forma excelente de elaborar los métodos más fáciles de enseñanza,
y si se inspira en los altos objetivos de la educación geográfica antes
citados, no fracasará en descubrir los mejores medios para lograr esos
objetivos. En la pedagogía actual —tenemos que reconocerlo— existe
una tendencia a preocuparse demasiado minuciosamente por la mente
del niño, hasta el extremo de frenar el pensamiento independiente y
restringir la originalidad; y existe también una tendencia a dulcificar
demasiado el aprendizaje, de modo tal que deshabitúan a la mente del
esfuerzo intelectual, en vez de irla acostumbrando gradualmente a esos
esfuerzos. Ambas tendencias existen; pero han de ser consideradas más
bien como una reacción frente a los métodos usados anteriormente,
y no hay duda de que serán pasajeras. ¡Más libertad para el desarro-

201
llo intelectual del niño! ¡Más espacio para el trabajo independiente,
sin más ayuda por parte del maestro que la estrictamente necesaria!
Menos libros de texto y más libros de viajes; más descripciones de paí-
ses escritas en todos los idiomas por nuestros mejores autores, pasados
y presentes, en manos de nuestros escolares: estos puntos clave no han
de perderse nunca de vista.
Es obvio que la geografía, como otras ciencias, debe enseñarse en
una serie de cursos concéntricos, y que en cada uno de ellos debe insis-
tirse en aquellas secciones más comprensibles a las diferentes edades.
Subdividir la Geografía en Conocimiento del Medio para los primeros
años y la Geografía propiamente dicha para los últimos ni es deseable
ni posible. Una de las primeras preguntas que un niño hace a su madre
es: «¿A dónde va el sol cuando se pone?», y tan pronto como haya
leído dos descripciones de viajes, a países polares y tropicales, inevita-
blemente preguntará: «¿Por qué en Groenlandia no crecen palmeras?».
Nos vemos así inducidos a proporcionar nociones de cosmografía y
geografía física desde la más tierna infancia. Por supuesto que no pode-
mos explicar a un niño lo que es un océano sin mostrarle una charca o
un lago muy próximo; ni lo que es un golfo si no le hacemos ver una
ensenada en las orillas de un río. Solo a través de las desigualdades
menores que la tierra presenta a nuestro alrededor podemos dar a los
niños una idea de montañas y mesetas, picos y glaciares; y solo sobre el
mapa de su propio pueblo o ciudad podrá el niño llegar a comprender
los jeroglíficos convencionales de nuestros mapas. Pero la lectura favo-
rita de un niño siempre será un libro de viajes lejanos, o la historia de
un Robinson Crusoe. La cala de una charca, los rápidos de un arroyo
solo despertarán el interés en la imaginación infantil cuando esta pueda
imaginar en la cala un amplio golfo, con barcos, y anclas, y hombres
desembarcando en una costa desconocida; y en los rápidos del arroyo,

202
los rápidos de un fjarden canadiense con el demacrado Dr. Richardson
lanzándose por el fjarden para amarrar una maroma en la otra orilla.
Las cosas que están al alcance de la mano a menudo son más
incomprensibles para el niño que aquellas que están lejos. El tráfico
por nuestros ríos y redes ferroviarias, el desarrollo de nuestras propias
fábricas y de nuestro comercio marítimo son, sin posible comparación,
menos comprensibles y menos atractivos a una determinada edad que
las partidas de caza y las costumbres de familias primitivas distantes.
Cuando recuerdo mi juventud, descubro que lo que me hizo geógrafo y
me indujo a alistarme a los dieciocho años en un regimiento de cosacos
del Amur, en vez de en las guardias montadas, no fue la impresión
causada por las excelentes lecciones de nuestro excelente profesor de
geografía rusa, cuyo libro de texto solo ahora aprecio totalmente, sino
mucho más la obra principal de Defoe, en mis primeros años, y después
—ante todo, sobre todo— el primer volumen del Cosmos de Hum-
boldt, su Cuadros de la Naturaleza, y las fascinantes monografías de
Karl Ritter sobre el árbol del té, el camello, etc.
Otra observación que ha de quedar impresa en las mentes de
todos los que hacen esquemas para la reforma de la educación geográ-
fica es que no es posible proporcionar una sólida instrucción en geogra-
fía en tanto la instrucción dada en matemáticas y en física siga siendo
la que es hoy en la mayoría de nuestras escuelas. ¿Qué utilidad tiene
impartir unas brillantes lecciones sobre climatología avanzada si los
alumnos nunca han tenido una idea concreta de superficies y ángulos de
incidencia, si nunca han hecho ellos mismos superficies ni han trazado
líneas que coincidan según ángulos distintos? ¿Podemos hacer enten-
der a nuestros oyentes el movimiento de masas de aire, de corrientes
y mangas de viento, si no están completamente familiarizados con las
leyes principales de la mecánica? Actuar así significaría sencillamente

203
impartir ese tipo de instrucción que desgraciadamente se imparte con
demasiada rapidez: el conocimiento de meras palabras y términos téc-
nicos, sin ningún conocimiento serio por debajo de ellos. La instruc-
ción que se imparta en ciencias exactas ha de ser mucho más amplia y
mucho más profunda que actualmente. Y también debe hacerse más
concreta. ¿Podemos esperar que nuestros alumnos sean oyentes cons-
cientes cuando les hablemos de la distribución de plantas y animales en
la superficie terrestre, de los poblamientos humanos, etc., si nunca se
les ha acostumbrado a hacer por sí mismos una completa descripción
geográfica de alguna región limitada, a hacer su mapa, a describir su
estructura geológica, a mostrar la distribución de plantas y animales en
esa superficie, a explicar por qué los habitantes de los pueblos se han
establecido allí y no más arriba del valle, y por encima de todo, a com-
parar su propia descripción con otras iguales hechas referidas a otras
regiones de otros países? Por excelentes que sean los mapas en relieve
de continentes que pongamos en las manos de nuestros alumnos, nunca
les habituaremos a tener una comprensión concreta ni haremos que les
gusten los mapas si ellos nunca han hecho mapas, es decir, si no hemos
puesto una brújula en sus manos, les hemos llevado al campo y les
hemos dicho: «Aquí hay un paisaje; en tu brújula y en tu camino tienes
todo lo que necesitas para hacer tu mapa; ve y hazlo». ¿Es preciso decir
el placer que representa para un muchacho de quince años caminar solo
por los bosques, por los caminos, y por las orillas de los ríos, y dibujar a
todos ellos —bosques, caminos y ríos— en su hoja de papel; ¿o hay que
decir cuán fácilmente se obtienen esos resultados (lo sé por mi propia
experiencia escolar) si el conocimiento geométrico se ha hecho concreto
aplicándolo a mediciones en el campo?
Hay que citar aquí otra característica que conviene introducir en
nuestras escuelas. Me refiero al intercambio entre escuelas de corres-

204
pondencia sobre temas geográficos y de sus colecciones de ciencias natu-
rales. Esta característica, ya introducida en varias escuelas de Estados
Unidos por la Agassiz Association no será nunca excesivamente ponde-
rada. No basta con coleccionar muestras de piedras, plantas y animales,
de sus propias regiones limitadas. Cada escuela rural debe tener colec-
ciones de todas partes: no solo de todas las partes de su propio país, sino
de Australia y Java, de Siberia y la República Argentina. No puede
comprarlas, pero sí puede tenerlas, a cambio de sus propias colecciones
procedentes de escuelas esparcidas por toda la superficie del globo.
Esta es la idea principal que presidió la creación de la Agassiz
Association, una asociación de escuelas que ya tiene siete mil miembros
y seiscientos capítulos o secciones. Los niños de esa asociación están
acostumbrados a estudiar las ciencias naturales en el campo, en medio
de la propia naturaleza; pero no se guardan sus tesoros para ellos. Escri-
ben a otras ramas de la Asociación; intercambian con ellas sus observa-
ciones, sus ideas, sus ejemplares de minerales, plantas y animales. Escri-
ben sobre el paisaje de Canadá a amigos de Texas. Sus amigos suizos
(porque algo similar existe también en Suiza) les envían la edelweiss de
los Alpes, y sus amigos ingleses les explican cosas acerca de la geología
de Inglaterra. ¿Tendré que añadir que a medida que la existencia de la
Asociación se va conociendo, especialistas, profesores y naturalistas afi-
cionados se apresuran a ofrecer sus servicios a sus jóvenes amigos para
dar conferencias, para clasificar sus ejemplares, o para hacer escaladas
con ellos en excursiones geológicas y botánicas? No hace falta decir
que hay muchísima buena voluntad entre los que tienen conocimientos
sobre algo; solo hace falta el espíritu de iniciativa para utilizar sus servi-
cios. ¿Es preciso insistir sobre los beneficios de la Agassiz Association,
o demostrar que ha de ampliarse? La grandeza de la idea de establecer
una conexión viva entre escuelas de todo el mundo es demasiado evi-

205
dente. Todo el mundo sabe que basta con tener un amigo en un país
extranjero —ya sea en Moscú o en Java— para empezar a interesarse
por ese país. Un párrafo en el periódico titulado «Moscú» o «Java»
atraerá, a partir de ese momento, nuestra atención. Más aún si uno
mantiene unas vivas relaciones con su amigo, si ambos llevan a cabo el
mismo trabajo y se comunican uno a otro los resultados de sus investi-
gaciones. Todavía más, haced que los niños ingleses intercambien con-
tinuamente correspondencia, colecciones e ideas con los niños rusos,
y podéis estar seguros de que, después de algún tiempo, ni ingleses ni
rusos empuñarán tan rápidamente las armas para arreglar sus malen-
tendidos. La Agassiz Association tiene un brillante futuro; asociacio-
nes similares se extenderán sin duda alguna por todo el mundo.
Pero esto no es todo. Incluso aunque toda nuestra educación
estuviera basada en las ciencias naturales, los resultados que se obten-
drían todavía serían pobres si se descuidara el desarrollo intelectual
general de nuestros niños. El objetivo último de todos nuestros esfuer-
zos en el campo de la educación debe ser precisamente este «desarro-
llo general del intelecto»; y a pesar de ello, es en lo último en que se
piensa. Podemos ver, por ejemplo, en Suiza, palacios reales que alber-
gan escuelas; allí podemos encontrar las más escogidas exhibiciones de
instrumentos pedagógicos; los niños están muy adelantados en dibujo;
conocen perfectamente las fechas históricas; señalan sin vacilar cual-
quier ciudad importante en un mapa; clasifican fácilmente por especies
muchas flores; conocen de memoria algunas máximas de Jean Jacques
Rousseau, y repiten algunas críticas de las teorías de Lassalle; y al
mismo tiempo están totalmente carentes de desarrollo general; a este
respecto, la gran masa está por debajo de muchos alumnos de los más
atrasados de las escuelas del viejo sistema.

206
Es tan poca la atención que se presta al desarrollo general del esco-
lar que incluso no estoy seguro de ser correctamente entendido en lo
que digo, y creo que es mejor que cite un ejemplo. Vaya, por ejemplo, a
París, Ginebra o Berna; entre en un café, o en una cervecería donde haya
estudiantes que acostumbren a reunirse, y únase a su conversación. ¿De
qué temas tratan? Sobre mujeres, sobre perros, sobre alguna peculiari-
dad de algún profesor, quizá sobre remo; o en París, sobre algún hecho
político del día, intercambiando algunas pocas frases de los principales
periódicos. Y ahora vaya a una habitación de estudiantes en el Vassili
Ostrov en San Petersburgo, o al famoso Sivtseffs Ravine en Moscú. El
escenario habrá cambiado, y todavía más los temas de conversación. Los
asuntos allí tratados serán, en primer lugar, la Weltanschauung —la
filosofía del universo— angustiosamente elaborada por cada estudiante
por separado y por todos juntos. Un estudiante ruso puede carecer
de botas para ir a la universidad, pero debe tener su propia Weltans-
chauung. Kant, Comte y Spencer les son absolutamente familiares, y
mientras van consumiendo innumerables tazas de té, o más bien de agua
de té, discuten minuciosamente sobre la importancia relativa de esos sis-
temas filosóficos. La Anschauungen —ideología— económica y política
puede ser distinta en Vassili Ostrov y en el Sivtseffs Ravine, pero en
uno y otro se hablará y se criticará enérgicamente a Rodbertus, Marx,
Mill y Tchernyshevski. Esté seguro de que la Moral evolucionista de
Spencer ya es una obra absolutamente familiar en Sivtseffs Ravine, y de
que allí se considera como una vergüenza no estar informado sobre ella.
Este ejemplo muestra lo que yo quiero decir cuando hablo de desarrollo
general: la capacidad y el gusto por razonar sobre temas que están muy
por encima de las bajezas de nuestra vida cotidiana; el desarrollo más
amplio de la mente; la capacidad para percibir las causas de los fenóme-
nos, para razonar sobre ellas.

207
¿Por qué esa diferencia? ¿Se enseña mejor en las escuelas rusas?
¡Desde luego que no! Las palabras de Pushkin: «Todos nosotros hemos
aprendido no demasiado y de cualquier modo» son tan ciertas res-
pecto a los estudiantes del Vassili Ostrov como a los del Boulevard
St. Michel y a los del Lago Leman. Pero Rusia está en una fase de su
vida en la que se da mucha importancia al desarrollo general del joven.
Un estudiante de la universidad o de las últimas clases de un instituto
que redujera sus lecturas a los libros de texto sería despreciado por sus
compañeros y no sería respetado en la sociedad. A consecuencia de
una fase peculiar del despertar intelectual por la que ahora estamos
pasando, la vida fuera de la escuela impone esta condición. Estamos
siendo inducidos a revisar todas las formas de nuestra vida anterior,
y como todos los fenómenos sociales están íntimamente relacionados
entre sí, esto no podemos hacerlo gin contemplarlos a todos desde una
perspectiva más elevada. La escuela, a su vez, ha respondido a esta
necesidad creando un tipo especial de maestro: el maestro de literatura
rusa. La utchitel slovesnosti es un tipo de escuela rusa absolutamente
peculiar y sumamente simpática. Casi todos los escritores rusos están
en deuda con ella por el impulso dado a su desarrollo intelectual. Pro-
porciona a los escolares lo que ninguno de los otros maestros puede dar
en sus clases especiales: resume el conocimiento adquirido; pasa por él
una mirada filosófica; hace razonar a los alumnos sobre temas que no se
enseñan en la escuela. Así por ejemplo, cuando trate el folklore ruso no
empleará todo el tiempo en analizar la forma de la poesía popular, sino
que hará una incursión en el terreno de la estética en general; hablará
de la poesía épica en conjunto, de su significado y de la influencia de
la poesía griega sobre el desarrollo intelectual general de toda Europa;
citará las teorías de Draper y Merlin, L'enchanteur de Quinet; hablará
acerca de la ética del folklore ruso y la ética en general, de su desarrollo

208
a lo largo de los siglos: y así sucesivamente, sin ceñirse a un programa
oficial, y hablando siempre de acuerdo con su propia inspiración, con
sus propias aficiones. Y así en cada ocasión a lo largo de su curso. Uno
comprende fácilmente qué influencia sobre los jóvenes puede ejercer un
profesor sincero e inspirado cuando habla de temas como estos, y qué
impulso se da al pensamiento a través de esas lecturas sobre la filoso-
fía del desarrollo intelectual de la humanidad, que se dan relacionadas
con la literatura rusa. No importa que muchos puntos de la lectura no
puedan ser comprendidos en su totalidad por muchachos de catorce a
dieciséis años. Así tal vez su encanto es mayor; y hay que haber visto a
una clase de movidos muchachos mirando absortos los labios de su pro-
fesor, cuya voz inspirada era la única en oírse en medio de un absoluto
silencio, para comprender la influencia moral e intelectual que ejercen
hombres así.
En cuanto a la necesidad de esas lecturas para el desarrollo inte-
lectual de los jóvenes, esta es evidente. En cada período del desarrollo
del joven alguien debe ayudarle a recopilar los conocimientos adquiri-
dos, mostrarle la relación existente entre todas las diversas clases de
fenómenos que se estudian por separado, abrir horizontes más amplios
ante sus ojos y habituarle a las generalizaciones científicas.
Pero el profesor de literatura forzosamente se ocupa solo de un
tipo de instrucción filosófica —el mundo psicológico—; mientras que
las mismas generalizaciones, la misma visión filosófica debe darse con
respecto a todas las ciencias naturales. Las ciencias naturales deben
tener su propio maestro de ceremonias, que muestre también las rela-
ciones que existen entre todos los fenómenos del mundo físico, y que
desarrolle ante los ojos de su auditorio la belleza y la armonía del cos-
mos. La filosofía de la naturaleza será, sin duda, algún día considerada
como una parte necesaria de la educación; pero en el estado actual de

209
nuestras escuelas, ¿quién podría emprender esa tarea mejor que el pro-
fesor de Geografía? No en vano el Cosmos fue escrito por un geógrafo.
Mientras describe el globo —ese pequeño punto perdido en un espacio
inconmensurable—, mientras muestra la variedad de los agentes mecá-
nicos, físicos y químicos que modifican su superficie, poniendo en mar-
cha océanos aéreos y acuosos, haciendo surgir continentes y cavando
abismos; mientras habla de la hermosa variedad de formas orgánicas,
de su cooperación y de sus luchas, de sus admirables adaptaciones;
mientras describe al hombre y sus relaciones con la naturaleza: ¿quién
podría, mejor que él, llevar al espíritu joven a exclamar con el poeta?:
Du hast mir nicht umsonst
Dein Angesicht im Feuer zugewendet,
Gabst mir die herrliche Natur zum
Königreich,
Kraft sie zu fühlen, zu genießen.
Nicht Kalt staunenden Besuch erlaubst
du nur, Vergonnest mir in ihre tiefe
Brust, Wie in den Busen eines Freunds,
zu schauen.25
¿Dónde encontrar maestros para llevar a cabo esta inmensa tarea edu-
cativa? Esta es, se nos dice, la principal dificultad presente en todos
los intentos de reforma escolar. ¿Dónde encontrar, en realidad, unos
cientos de miles de Pestalozzis y de Frobeis, que pudieran dar una
instrucción realmente sólida a nuestros niños? Ciertamente no en las
filas de aquellos maestros pobremente dotados a quienes condenamos
a enseñar durante toda su vida, desde su juventud hasta la tumba; a
 25. Tú no has hecho que volviera en vano mi rostro hacia el fuego. Me has dado
a la magnífica naturaleza por reino, y fuerza para sentirla y disfrutarla. No solo me
concedes una visita fría y pasiva. Me permites mirar en su hondo pecho como en el
pecho de un amigo (Fausto, de J. W. Goethe).

210
quienes enviamos a un pueblo, en el que se ven privados de todo inter-
cambio intelectual con gente educada, y donde pronto se acostumbran
a considerar su trabajo como una maldición. Ciertamente no en las
filas de quienes ven en la enseñanza una profesión remunerada y nada
más. Solo unos caracteres excepcionales pueden seguir siendo buenos
profesores a lo largo de su vida, hasta una edad avanzada. Esos valiosos
hombres y mujeres deben además constituir, por así decirlo, los herma-
nos mayores del ejército educativo, cuyas filas e hileras deben llenarse
con voluntarios guiados en su tarea por aquellos que han consagrado
toda su vida a la noble tarea de la pedagogía. Hombres y mujeres jóve-
nes que consagran unos años de su vida a la enseñanza —no porque
vean en ella una profesión, sino por sentirse inspirados por el deseo de
ayudar a sus amigos más jóvenes en su desarrollo intelectual—; per-
sonas de una edad más avanzada dispuestos a dedicar un número de
horas a enseñar los temas que más les gusten: así será probablemente
el ejército de profesores en un sistema educativo mejor organizado. En
cualquier caso, no es convirtiendo la enseñanza en una profesión asala-
riada como obtendremos una buena educación para nuestros hijos, ni
mantendremos en nuestros pedagogos la frescura y la apertura mental
necesarias para ir al paso de las necesidades en continuo crecimiento
de la ciencia. El maestro será un auténtico maestro solo cuando esté
inspirado por un auténtico amor tanto por los niños como por el tema
que enseñe, y esa inspiración no puede mantenerse durante años si la
enseñanza es una mera profesión. Personas que lleguen a consagrar sus
facultades a la enseñanza y que sean totalmente capaces para ello no
faltan incluso en nuestra sociedad actual. Entendamos solamente cómo
hay que descubrirles, interesarles en la educación y aunar sus esfuerzos;
y en sus manos, con la ayuda de la gente más experimentada, nuestras
escuelas pronto se convertirán en algo completamente distinto a lo que

211
son ahora. Serán lugares donde la joven generación asimilará el saber
y la experiencia de los mayores, y estos a su vez tomarán de los más
jóvenes nueva energía para desarrollar una tarea en común en beneficio
de la humanidad.

212
LA EVOLUCIÓN DE LAS CIUDADES
Élisée Reclus
(1895)
A
l observar nuestras inmensas ciudades expandirse cada día y
casi cada hora, engullir año tras año nuevas colonias de inmi-
grantes y extender sus tentáculos, como pulpos gigantes, sobre
el espacio que las rodea; se siente una especie de estremecimiento, como
si se presenciaran los síntomas de alguna extraña enfermedad social.
Se podría utilizar una parábola bíblica en contra de estas prodigiosas
aglomeraciones humanas, como aquella en la que Isaías profetizaba
sobre Tiro, «llena de sabiduría y perfecta en belleza», o sobre Babilonia,
«la hija de la mañana». Sin embargo, es fácil demostrar que este creci-
miento monstruoso de la ciudad —resultado complejo de una multipli-
cidad de causas— no es pura patología. Si por un lado constituye en
algunos de sus episodios un hecho extraordinario para el moralista; es
por otro lado, en su desarrollo normal, un indicador de evolución sana
y regular. Donde las ciudades crecen, la humanidad progresa; allí donde
se deterioran, la propia civilización está en peligro. Es importante por lo
tanto diferenciar claramente las causas que han determinado el origen
y el crecimiento de las ciudades de las que han ocasionado su deterioro
y desaparición; así como de aquellas que ahora las están trasformando
poco a poco para casarlas, por así decirlo, con su entorno.

215
Incluso en el principio de los tiempos, cuando las tribus primi-
tivas todavía vagaban por bosques y sabanas, la sociedad en ciernes
se esforzaba por producir el germen de las futuras ciudades; se adivi-
naban ya en el tronco del árbol los brotes que estarían destinados a
convertirse en ramas poderosas. No es en las sociedades civilizadas,
sino en pleno apogeo del barbarismo primitivo donde tenemos que bus-
car la fuerza creativa que posibilitó la aparición de los centros de vida
humana, aquellos que serían los precursores de la ciudad y la metrópoli.
Para empezar, el hombre es sociable. En ningún lugar encontra-
remos un pueblo cuyo ideal de vida sea el completo aislamiento. El
anhelo de la soledad absoluta es una aberración únicamente posible
en un estado avanzado de civilización, propia de faquires y anacoretas
angustiados por delirios religiosos o derrotados por los sufrimientos de
la vida. Y aun así, estos personajes siguen dependiendo de la sociedad
que los rodea, que les trae el pan de cada día a cambio de sus oraciones
o bendiciones. Si realmente estuvieran absortos en un éxtasis perfecto,
exhalarían su último suspiro en ese mismo momento, y si estuvieran
realmente desesperados, se escabullirían para morir como el animal
herido que se esconde en la oscuridad del bosque.
Pero el hombre sano de la sociedad salvaje —cazador, pescador,
o pastor— adora encontrarse entre sus compañeros. La necesidad qui-
zás le obligue a menudo a hacer guardia en solitario para cazar, a seguir
un banco de peces en un estrecho bote golpeado por las olas o a ale-
jarse del campamento en busca de nuevos pastos para sus rebaños. Pero
tan pronto como pueda reunirse con sus compañeros con una buena
reserva de provisiones, se apresura a volver al campamento, el núcleo
de lo que en el futuro será la ciudad.
Salvo en las regiones donde la población era extremadamente
escasa y se dispersaba a lo largo de distancias inmensas, era habitual

216
que varias tribus tuvieran un punto de encuentro común, por lo gene-
ral en algún lugar elegido por su fácil accesibilidad a través de las vías
de comunicación naturales: ríos, desfiladeros o pasos de montaña. Es
aquí donde tenían lugar sus fiestas, sus parlamentos, el intercambio
de las mercancías que a algunos les faltaban y otros les sobraban. Los
pieles rojas, que en el siglo pasado todavía poblaban las extensiones de
bosque y las praderas del Mississippi, preferían para sus citas alguna
península que dominara la confluencia de varios ríos —como la franja
triangular de tierra que separa el Monongahela y el Allegheny—; o
colinas desnudas que dominaran un paisaje amplio e ininterrumpido,
desde las cuales pudieran divisar a sus compañeros atravesando la lla-
nura, remando en el río o cruzando el lago, como, por ejemplo, la gran
isla de Manitú, entre el lago Míchigan y el Lago Hurón. En las regio-
nes ricas en caza, pesca, ganado y tierras cultivables, la agrupación se
estrecha proporcionalmente a la abundancia de los medios de vida. Los
lugares en los que se emplazarían las futuras ciudades ya estaban indica-
dos por estos puntos de encuentro entre varios centros de producción.
¡Cuántas ciudades modernas han surgido de esta manera en lugares
que han sido centros de atracción desde la más remota antigüedad!
El intercambio de mercancías que se llevaba a cabo a estos luga-
res de encuentro se convirtió en un incentivo adicional, más allá de la
necesidad instintiva de vida social, para la formación de nuevos núcleos
de población entre las sociedades primitivas. Además, estos inicios de
comercio venían generalmente acompañados de cierta industria inci-
piente: un yacimiento de sílex para tallar y pulir armas y otras herra-
mientas, una capa de arcilla o loza para hacer hacer vasijas o pipas
de barro cocido, una veta de metal que podría ser fundida o forjada
para hacer baratijas, un montón de bellas conchas adecuadas para hacer
adornos o dinero. Todos ellos son alicientes que atraen al ser humano

217
a estos lugares que, si al mismo tiempo, son adecuados como centros de
suministro de alimentos, combinan todos los requisitos necesarios para
la construcción de una ciudad.
Pero la vida del ser humano no está influida únicamente por sus
propios intereses. El miedo a lo desconocido, el terror de lo misterioso,
se ocupan de fijar los núcleos de población en la cercanía de lugares
contemplados con temor supersticioso. El propio terror atrae. Vapores
ascendiendo de grietas en el suelo, como si del horno donde los dioses
están forjando sus rayos se tratara; ecos extraños reverberando entre
las montañas como voces de genios burlones; un bloque de hierro que
cae del cielo; o una misteriosa niebla que toma forma humana y pendu-
lea en el aire. Tan pronto como uno de estos fenómenos marca un lugar,
la religión lo consagra, se levantan templos sobre él, los fieles se reúnen
alrededor y tenemos el origen de una Meca o una Jerusalén.
El odio humano también colabora en la fundación de ciudades,
incluso en nuestros días. Una de las constantes preocupaciones de nues-
tros antepasados fue protegerse contra agresiones externas. Hay vastas
regiones de Asia y África donde cada pueblo está rodeado por su para-
peto y su empalizada; e incluso en el sur de nuestra Europa, todas las
agrupaciones de viviendas situadas en las proximidades del mar tienen
sus murallas, su torre de reloj y su iglesia fortificada o guardada; y a la
menor alarma la gente del campo se refugiaba dentro de sus murallas.
Todas las ventajas del terreno se utilizaron para hacer del lugar de habi-
tación un lugar también de refugio. Un islote ofrece un emplazamiento
excelente para una ciudad marítima o lacustre, desde la que divisar
inmediatamente a los enemigos, y en la que recibir a los amigos en el
puerto, custodiado por un grupo de cabañas que miran al mar. Rocas
escarpadas con flancos verticales desde las que poder lanzar bloques de
piedra que rodaran sobre los atacantes constituyen una especie de for-

218
taleza natural que era muy apreciada. Debido a esto, los zuñi, los moqui
y otros habitantes de los acantilados se asentaron en sus altas terrazas
desde las que dominaban el espacio como águilas.
Así pues, el hombre primitivo se preocupó de elegir el lugar; y
el hombre civilizado fundó y construyó la ciudad. En los albores de la
historia escrita, entre los caldeos y los egipcios, las ciudades habían exis-
tido desde hacía ya mucho tiempo en las orillas del Eúfrates y el Nilo,
y sus habitantes se podían contar por decenas y cientos de miles. El
cultivo de estos valles fluviales requería una inmensa cantidad de mano
de obra organizada: el drenaje de pantanos, el desvío de los cauces de
los ríos, la construcción de terraplenes y canales para el riego... Para
llevar a cabo estas obras fue necesaria la construcción de ciudades en
las inmediaciones del cauce de los ríos, sobre una plataforma artificial
de tierra apisonada levantada muy por encima del nivel de inundación.
Es cierto que en aquellos tiempos lejanos, los soberanos que tenían a
su disposición innumerables esclavos ya comenzaban a seleccionar los
sitios de sus palacios a su antojo; pero por muy grande que fuera su
poder, no pudieron hacer más que dejarse llevar por el movimiento
natural iniciado por los propios habitantes. Fueron los campesinos, des-
pués de todo, los que fundaron las ciudades; las mismas que más tarde
con tanta frecuencia se volverían contra sus olvidados creadores.
La época griega ilustra a la perfección este fenómeno normal y
espontáneo del nacimiento de las ciudades. Atenas, Megara o Sición
brotaron al pie de sus colinas como flores a la sombra de los olivos.
Todo el país —la cuna de la civilización— estaba contenido en un
espacio limitado. Desde lo alto de su acrópolis se podía seguir con la
vista los límites del dominio colectivo: primero a lo largo de la línea
de la costa, trazada por la cresta blanca de las olas; después a través de
las lejanas colinas azuladas, pasando por barrancos y quebradas hasta

219
las crestas de las rocas brillantes. El hijo de esta tierra podía nombrar
cada arroyuelo, cada grupo de árboles, cada pequeña casa. Conocía a
todas las familias que se cobijaban bajo aquellos techos de paja, cada
lugar memorable por las hazañas de un héroe nacional, o por los rayos
lanzados por alguno de sus dioses. El campesino, por su parte, conside-
raba la ciudad como suya. Conocía los caminos trillados que se había
convertido en calles, las amplias plazas y carreteras que aún llevaban
los nombres de los árboles que solían crecer allí; podía recordar cómo
había jugado alrededor de las fuentes que ahora reflejaban las estatuas
de las ninfas. Sobre la cumbre de la colina protectora se levantaba el
templo de la deidad esculpida a la que invocaban en horas de peligro, y
todos se refugiaban detrás de sus murallas cuando el enemigo atacaba
los campos. En ninguna otra parte engendró cualquier otra tierra un
patriotismo de tal intensidad: la vida de cada uno tan ligada a la prospe-
ridad de todos. El organismo político estaba tan nítidamente definido,
y era tan simple, tan único e indivisible, como el del propio individuo.
Mucho más compleja era sin embargo la ciudad de la Edad
Media, que vivía de sus industrias y su comercio exterior, y que a
menudo estaba rodeada tan solo por un cinturón de pequeños jardines.
Veía a su alrededor la inquietante proximidad de las fortalezas de los
señores feudales, amigos o enemigos, estrechando las casuchas misera-
bles de los aldeanos a sus pies, como un águila posando las garras sobre
su presa. En esta sociedad medieval, el antagonismo entre el campo
y la ciudad surgió como resultado de las conquistas. Reducidos a la
mera servidumbre bajo el mando del barón, los campesinos —un bien
inmueble ligado a la tierra, en el insultante lenguaje de la ley— fueron
lanzados contra las ciudades en contra de su voluntad como si de armas
se trataran. Fueran labradores o soldados, eran empujados a oponerse
al municipio y a su creciente clase industrial.

220
De todas las regiones europeas, Sicilia es la única en la que la
prístina armonía entre campo y ciudad ha sobrevivido casi intacta. El
campo está habitado solo por el día, durante la jornada laboral. No hay
pueblos. Los agricultores y los ganaderos regresan a las ciudades con
sus rebaños; campesinos por el día, que se convierten en ciudadanos por
la noche. No hay visión más conmovedora que la de estas procesiones
de trabajadores regresando a las ciudades mientras el sol se esconde
detrás de las montañas y proyecta la sombra inmensa de la tierra hacia
el Este. Los grupos desiguales se suceden a intervalos por el camino
ascendente —ya que, para ser más seguras, las ciudades se situaban casi
siempre sobre la cima de alguna colina, donde sus blancas paredes para
podían ser vistas en diez leguas a la redonda—. Las familias y amigos
se reúnen para el ascenso, y los niños y los perros corren con algarabía
de un grupo a otro. El ganado se detiene de vez en cuando para pastar
al borde del camino. Las muchachas se sientan a horcajadas sobre los
animales de labranza, mientras los muchachos les ayudan a pasar los
lugares difíciles; y cantan y ríen, y a veces cuchichean entre ellos.
Pero no solo en Sicilia —la Sicilia de Teócrito— se pueden
encontrar estos entrañables grupos por la tarde. A lo largo de la costa
mediterránea, Asia Menor y Andalucía las costumbres de antaño se
han mantenido parcialmente, o al menos han dejado huella. Todas las
pequeñas ciudades fortificadas que pueblan las costas de Italia y la Pro-
venza pertenecen al mismo tipo de república en miniatura; son el lugar
de encuentro por la noche de los labradores de los campos vecinos.
Si la Tierra fuera perfectamente uniforme en la forma de su
relieve y las cualidades de su suelo, las ciudades se habrían colocado con
regularidad casi geométrica. La atracción mutua, el instinto social y las
ventajas del comercio habrían determinado que su nacimiento se pro-
dujera a distancias prácticamente iguales. En una planicie sin obstáculos

221
naturales, sin ríos o puertos situados favorablemente, y sin divisiones
políticas del territorio en distintos estados, la ciudad principal se habría
colocado en el mismísimo centro de la región. Las grandes ciudades se
habrían distribuido de manera equidistante alrededor de ella, rítmica-
mente separadas entre sí, y cada una contaría con su sistema planetario
de pueblos más pequeños, que mantendrían entre ellos una distancia
equivalente a un día de marcha a pie, ya que, al principio, el número
de millas que un viajero podía recorrer de media entre el amanecer y el
anochecer era, en condiciones normales, la distancia habitual entre un
pueblo y el siguiente. La domesticación de los animales y, más tarde, la
invención de la rueda, modificó estas unidades de medida primitivas. El
paso del caballo, y luego la vuelta completa de rueda, se convirtieron
en la unidad de cálculo para determinar la distancia entre las regiones
urbanas habitadas. En China, en las cercanías del Ganges, en las llanu-
ras del Po, en el centro de Rusia e incluso en la propia Francia se puede
discernir por debajo del aparente desorden un autentico orden de dis-
tribución regulado tiempo atrás claramente por el paso del viajero.
Un pequeño folleto publicado en 1850 aproximadamente por un
hombre ingenioso e inventor llamado Gobert que vivió como refugiado
en Londres, llamó la atención sobre la asombrosa regularidad de la dis-
tribución de las grandes ciudades francesas antes de que la minería y
otras actividades industriales importunaran el equilibrio natural de la
población. Así, alrededor de París y de manera radial hacia las fron-
teras del país, existe un anillo de ciudades grandes pero subordinadas
a ella (Lille, Burdeos, Lyon). Siendo la distancia de París al Medite-
rráneo aproximadamente el doble del radio de este anillo, otra ciudad
importante debía aparecer en el extremo de esta línea, y Marsella, la
antigua colonia fenicia y griega, tuvo así un desarrollo magnífico. Entre
París y estos centros secundarios, surgieron, a distancias prácticamente

222
iguales, un número de ciudades pequeñas, pero de importancia todavía
considerable, separadas unas de otras la distancia de una doble jornada,
es decir, 80 millas (Orleans, Tours, Angulema). Finalmente, a mitad de
camino entre estos centros de tercera categoría, a la distancia de una
jornada, se desarrollaron ciudades modestas como Étampes, Amboise,
Chatêllerault, Ruffec, Libourne. De esta manera el viajero, en su camino
a través de Francia, podía encontrar de manera alternativa un lugar
donde detenerse, y un lugar donde descansar, por así decirlo. Siendo el
primero adecuado para el viajero a pie, y el segundo, para el cochero y
los caballos. En prácticamente todas las carreteras importantes el ritmo
de las ciudades sigue el mismo esquema; una suerte de cadencia natural
que regula el avance de hombres, caballos y carruajes.
Las irregularidades de esta red de estaciones se explican por las
características de cada región: sus subidas y bajadas, el flujo de los ríos,
los mil puntos de inflexión geográfica. En primer lugar, la naturaleza
del suelo influía a los hombres a la hora de hacer la elección de la ubica-
ción de su morada. Donde la hierba no crece, la ciudad tampoco puede
crecer. Le da la espalda a las tierras estériles, de grava dura y arcillas
pesadas, y se expande primero por las zonas fértiles de fácil cultivo: los
suelos aluviales de las zonas pantanosas, por ejemplo, bastante fértiles a
su manera, no son siempre fácilmente accesibles y para sacarles partido
es necesaria una organización de las tareas solo posible en un estado
muy avanzado de civilización.
Una vez más, las irregularidades del terreno, así como la pobreza
del suelo, repelen a la población e impiden, o al menos retrasan, el creci-
miento de las ciudades. Los precipicios, los glaciares, la nieve, los vientos
helados, expulsan a los hombres, por así decirlo, de los valles entre mon-
tañas escarpadas; y la tendencia natural de las ciudades es a agruparse a
la salida de estas regiones prohibidas, en el primer lugar favorable que

223
se presenta a la entrada de las mismas. Hay una ciudad a la orilla de
cada torrente cuando este llega a su curso bajo, justo donde su cauce se
ensancha y se bifurca en multitud de ramas. De la misma manera, en
cada confluencia de dos, tres o cuatro valles, surge una ciudad impor-
tante —tan importante como agua llevan las ramas del río junto al que
se asienta—. Tomemos como referencia la geografía de los Pirineos y
de los Alpes. ¿Podría algún lugar ser más adecuado que el de Zaragoza,
situada en el curso medio del Ebro donde este confluye con el Gállego
y el Huerva? Al igual que la ciudad de Toulouse, la metrópolis del sur
de Francia, que se encuentra en un punto que incluso un niño habría
sugerido de antemano como lugar idóneo, allí donde el río se convierte
en navegable más abajo de la confluencia del Garona, el Ariège y el Ers.
En los extremos opuestos de Suiza, Basilea y Ginebra se sitúan sobre las
grandes travesía utilizadas en las antiguas migraciones de los pueblos.
Y en la vertiente sur de los Alpes, cada valle sin excepción cuenta con
una ciudad que guarda sus puertas. Grandes ciudades, como Milán y
muchas otras, marcan puntos principales de convergencia. Y todo el
alto valle del Po, que constituye las tres cuartas partes de un círculo
inmenso, tiene como centro natural la ciudad de Turín.
Pero los ríos no son solo la arteria central de los valles; repre-
sentan, en esencia, el movimiento y la vida. La vida llama a la vida; y
al hombre, con su eterno espíritu errante, continuamente atraído por
el horizonte lejano; le encanta asentarse al lado de la corriente que
arrastra a la vez sus barcos y sus pensamientos. Sin embargo, no elegirá
indiferentemente cualquiera de los lados de la corriente, sin hacer dis-
tinción entre el lado exterior e interior de la curva, entre la corriente
rápida y la lenta. Prueba aquí y allá hasta que encuentra un sitio de su
agrado. Elige preferentemente los puntos de convergencia o ramifica-
ción, allí donde puede sacar ventaja de tres o cuatro vías navegables,

224
en vez que conformarse solo con dos direcciones: río arriba y río abajo.
O se asienta en un punto de parada obligatoria —rápidos, cascadas,
desfiladeros rocosos—, donde los barcos echan el ancla y transbordan
las mercancías; o donde el río se estrecha y es más fácil cruzar de un lado
a otro. Por último, el punto vital de cada cuenca fluvial es la desem-
bocadura, donde la marea creciente controla y se resiste a la corriente
descendente, y donde los barcos empujados por las aguas del río se
encuentran con los navíos de ultramar que llegan con la marea. Este
punto de encuentro de las aguas en el sistema hidrográfico puede com-
pararse con el punto en que el sistema de vegetación superior de un
árbol se encuentra con las raíces que se extienden en las profundidades.
Las desviaciones de la costa también afectan a la distribución de
las ciudades. Las costas arenosas y rectas prácticamente ininterrumpi-
das, inaccesibles a los navíos de gran calado excepto en días excepcio-
nales de calma chicha, son evitadas tanto por marineros como por las
poblaciones del interior. Por ello, en las 136 millas de costa en línea recta
desde la desembocadura del Gironda hasta la del Adour no hay ni una
sola ciudad, con la única excepción de Arcachón, un balneario situado a
espaldas del mar detrás de las dunas de Cap Ferré. De la misma manera,
la imponente serie de barreras costeras que flanquean las Carolinas a
lo largo de su costa atlántica, solo da acceso, a lo largo de toda la dis-
tancia entre Norfolk y Wilmington, a unos pocos puertos pequeños de
navegación difícil y peligrosa. En otras regiones costeras, islas e islotes,
rocas, promontorios, innumerables penínsulas, acantilados con sus mil
puntas y grietas, impiden igualmente la aparición de ciudades, a pesar
de todas las ventajas de las aguas profundas y resguardadas. La vio-
lencia de las costas demasiado tempestuosas hace que no se asienten
allí más que grupos muy pequeños de personas. Las ubicaciones más
favorables son aquellas que cuentan con un clima templado y una costa

225
accesible tanto por tierra como por mar; a barcos y vehículos terrestres
por igual.
Todas las demás características del terreno, ya sean físicas, geo-
gráficas o climáticas, contribuyen por igual al nacimiento y el creci-
miento de las ciudades. Cada ventaja aumenta el atractivo, cada incon-
veniente se lo resta. Dado un mismo ambiente y un mismo estado de
evolución histórica, el tamaño de las ciudades se mide exactamente por
la suma de los privilegios de su entorno natural. Una ciudad africana y
una europea, en un entorno natural similar, serán muy diferentes una
de la otra debido a que su evolución histórica es totalmente diferente;
y sin embargo, habrá cierto paralelismo entre sus destinos. Por un fenó-
meno análogo al de la atracción entre los planetas, dos centros urbanos
vecinos ejercen una influencia mutua uno sobre el otro, e impulsan el
desarrollo del otro complementando sus ventajas —como en el caso de
Manchester, la ciudad industrial, y Liverpool, la ciudad comercial—; o
se perjudican el uno al otro compitiendo cuando sus atractivos son del
mismo tipo. Así, la ciudad de Libourne, situada junto al río Dordoña a
poca distancia de Burdeos, pero justo al otro lado de la lengua de tierra
que separa el Dordoña del Garona, podría tener hoy en día la misma
capacidad comercial y naval que tiene Burdeos; pero su proximidad a
esta ha sido su perdición. Por así decirlo, ha sido engullida por su rival;
ha perdido la importancia marítima casi en su totalidad; y es poco más
que un lugar de descanso para los viajeros.
Hay otro aspecto importante que debe ser tenido en cuenta: la
forma en la que la fuerza geográfica, como la de la electricidad, puede
ser transportada a distancia, actuar en un punto alejado de su centro,
e incluso alumbrar, por así decirlo, una ciudad secundaria en una ubi-
cación más favorable que la primera. Podemos tomar como ejemplo
el puerto de Alejandría, que a pesar de su distancia al Nilo, es sin

226
embargo el emporio de toda la cuenca del Nilo; al igual que Venecia
es el puerto de toda la llanura de Padua, y Marsella el del valle del
Ródano.
Además de las ventajas del suelo y del clima hay que considerar
la riqueza del subsuelo, que a veces ejerce una influencia decisiva en la
posición de las ciudades. Una ciudad puede aparecer de repente en un
lugar claramente desfavorable, pero en el que, sin embargo, el terreno
es rico en canteras de piedra, arcillas cerámicas o mármol, sustancias
químicas, metales o combustibles fósiles. De esta manera, ciudades
como Potosí, Cerro do Pasco o Virginia City han surgido en regiones
donde, salvo por la presencia de minas de plata, ninguna ciudad hubiera
sido nunca fundada. Merthyr Tydfil, Ceuzot, Essen o Scranton son
producto de los yacimientos de carbón. Todas las fuerzas naturales que
no habían sido utilizadas hasta la fecha, están dando lugar a nuevas
ciudades precisamente en los lugares que antes eran desechados; bien
a los pies de una catarata, como Ottawa, o bien en zonas de alta mon-
taña cerca de saltos de agua naturales que posibilitan la producción de
electricidad, como ocurre en muchos valles suizos. Cada avance del ser
humano genera nuevos puntos de vitalidad, de la misma manera que
cada nuevo órgano genera para sí mismo nuevos centros nerviosos.
A medida que el dominio de la civilización se expande y estos
factores ejercen su influencia sobre áreas más extensas, las ciudades,
al pertenecer a un organismo mayor, pueden sumar atractivos de un
tipo más general a aquellos que provocaron su nacimiento, que pueden
asegurarla un papel histórico de primera categoría. Así Roma, que ya
ocupaba una posición central respecto a la región cercada por las coli-
nas volcánicas latinas, se encontró enseguida en el centro del óvalo que
forman los Apeninos; y más tarde, tras la conquista de Italia, ocupó
el punto medio de la península delimitada por los Alpes, y señaló de

227
manera prácticamente exacta la parada intermedia entre los dos extre-
mos del Mediterráneo: la desembocadura del Nilo, y el estrecho de
Gibraltar. París, tan exquisitamente situada cerca de una triple con-
fluencia de aguas, en el centro de una cuenca fluvial, y casi en medio de
una serie de formaciones geológicas concéntricas, cada una con sus pro-
ductos especiales; tiene además la gran ventaja de encontrarse en la con-
vergencia de dos vías históricas: el camino de España por Bayona y Bur-
deos, y el camino de Italia por Lyon, Marsella y la Corniche. Al mismo
tiempo encarna e individualiza toda la potencia de Francia respecto a
sus vecinos occidentales: Inglaterra, Países Bajos y norte de Alemania.
No siendo más, al principio, que un simple enclave pesquero entre dos
ramas estrechas del Sena, las oportunidades de París se limitaban a sus
redes, sus barcas y la fértil llanura que se extiende desde el Monte de los
Mártires hasta el de Santa Genoveva. Más tarde, la confluencia de ríos
y arroyos —el Sena, el Marne, el Ourcq y el Bièvre, además del Oise—
le otorgó estatus de mercado. Las formaciones geológicas desarrolladas
en torno a lo que fue el fondo de un mar antiguo le fueron dando poco
a poco una importancia económica, y el camino histórico entre el Medi-
terráneo y el océano la convirtió en el núcleo de su tráfico.
Poco se necesita explicar sobre las ventajas naturales de Londres,
el principal centro de navegación marítima del Támesis. ¿No tiene el
privilegio de ser la más central de todas las ciudades del mundo, la más
accesible desde todas las partes del globo?
En su interesante trabajo en La posición geográfica de las capita-
les de Europa, J. G. Kohl (1874) describe cómo Berlín —que durante
mucho tiempo fue solamente un pueblo, sin otro mérito que el de ofre-
cer a los nativos una manera fácil de cruzar entre los pantanos y una
base sólida en un islote del río Spree—, acabó siendo en el desarrollo
histórico de la región, la parada intermedia entre el Oder y el Elba en

228
una vía navegable entre lagos y canales; y el punto donde todas las vías
importantes diagonales del país se encuentran y se cruzan de manera
natural, desde Leipzig hasta Stettin, desde Breslau hasta Hamburgo.
Tiempo atrás, el Oder, en el punto que ahora ocupa Frankfurt, no
giraba bruscamente hacia la derecha para desembocar en el Báltico, sino
que continuaba su curso en dirección noreste para morir en el mar del
Norte. Este inmenso río, de más de seiscientas millas de largo, pasaba
justo por el punto donde ahora se encuentra Berlín, que se sitúa prác-
ticamente en el medio de su antiguo valle. El Spree, con sus charcas y
pantanos, no es sino el vestigio de aquel poderoso curso de agua. La
capital alemana, que domina el curso de los dos ríos, domina también
los dos mares, de Memel a Embden; y es esta ubicación, más que cual-
quier otra centralización artificial, la que la hace atractiva. Además,
como todas las grandes ciudades del mundo moderno, ha multiplicado
por diez sus ventajas naturales gracias a la convergencia de las líneas de
ferrocarril, que atraen el comercio del resto de países y del suyo propio,
a sus almacenes y mercados.
Pero el desarrollo de las capitales, después de todo, es en gran
medida artificial. Los favores administrativos que se les conceden, y la
multitud de cortesanos, funcionarios y políticos, así como todos los inte-
resados que les presionan, le dan un carácter demasiado singular como
para poder estudiarlo como tipo. Es menos arriesgado razonar sobre la
vida de las ciudades cuyas oscilaciones se deben únicamente a razones
geográficas e históricas. No hay estudio más fructífero para el historia-
dor que el de una ciudad cuyos anales y el propio aspecto de la misma le
permiten verificar in situ los cambios históricos que han tenido lugar de
acuerdo con una cierta regla rítmica.
En estas condiciones, se puede ver la escena desarrollarse ante los
ojos. La cabaña del pescador; la cabaña del jardinero al lado de esta; a

229
continuación unas cuantas granjas salpican la campiña, una rueda de
molino que gira en el riachuelo; más adelante, una torre de vigilancia en
la colina. Al otro lado del río, donde la proa de la balsa acaba de rozar
la orilla, alguien está construyendo una nueva cabaña; una posada, una
pequeña tienda al lado de la casa del barquero, invita al que está de
paso y al posible comprador. A continuación, una explanada en la que
se sitúa el mercado, que destaca sobre todo lo demás. Un sendero, gol-
peado por los pies de hombres y animales, serpentea desde el mercado
hasta el río. Un camino sinuoso trepa por la colina. Las carreteras del
futuro se adivinan en la hierba pisada del campo, y las casas se adueñan
de los margenes verdes de los caminos allí donde estos se cruzan. El
pequeño oratorio se convierte en iglesia, el andamiaje inacabado de la
torre de vigilancia da paso a la fortaleza, al cuartel o al palacio; la aldea
se convierte en pueblo, el pueblo en ciudad. La mejor manera de visitar
uno de estos conjuntos urbanos con una larga vida histórica, es exami-
narlo en el orden de crecimiento, empezando por el lugar —general-
mente consagrado por alguna leyenda— que le dio origen, para acabar
con las últimas mejoras en sus fábricas y almacenes. Cada ciudad tiene
su carácter, su vida, su complexión propia. Una es alegre y animada,
otra está impregnada de melancolía. Generación tras generación deja en
herencia su carácter. Hay ciudades que te hielan la sangre al entrar con
su hostilidad pétrea, hay otras en las que uno se siente despreocupado
y optimista como al ver a un amigo.
También hay contrastes en los modos de crecimiento de las dife-
rentes ciudades. Hay ciudades que proyectan sus suburbios como ten-
táculos a lo largo de los caminos de la región, siguiendo la dirección y la
importancia de su comercio por tierra. Otras, si se asientan junto a un
río, se extienden a lo largo de la orilla cerca de los lugares de amarre y
embarque. Es sorprendente la marcada diferencia que existe a menudo

230
entre las dos orillas del río de una misma ciudad, aunque en principio
parezca que tienen las mismas condiciones para atraer a la población.
Este fenómeno tiene su explicación en las corrientes del río. El plano
de Burdeos sugiere inmediatamente que el centro de la zona habitada
debía haber estado en la margen derecha del río, en el lugar que ocupa
un pequeño barrio llamado La Bastida. Pero el Garona describe en este
punto una curva pronunciada, y lanza sus aguas contra los muelles de
la margen izquierda. El comercio se produce necesariamente en la orilla
en la que el flujo del río es más rápido, y la población se establece por
tanto junto a las aguas profundas de la margen izquierda, evitando las
orillas enlodadas de la margen derecha.
A menudo se ha sugerido que las ciudades que tienen una ten-
dencia constante a crecer hacia el oeste. Este hecho —que es cierto
en muchos casos— es fácilmente explicable, al menos en los países de
Europa occidental y algunos otros de clima similar, ya que el lado oeste
es el que está expuesto a las corrientes de aire más limpio. Los habitan-
tes de los barrios occidentales están menos expuestos a las enfermeda-
des que aquellos del otro extremo de la ciudad, a los que el aire les llega
cargado de impurezas debido a su paso por innumerables chimeneas,
bocas de alcantarillado y similares, y con el aliento de miles o millones
de seres humanos. Además, no debemos olvidar que el rico, el ocioso,
el artista, que tienen tiempo libre para disfrutar de la naturaleza, están
mucho más predispuestos a apreciar la belleza del atardecer que la del
amanecer. Consciente o inconscientemente siguen el movimiento del
sol de este a oeste, y prefieren verlo desaparecer al final del día en el
resplandor de las nubes de la tarde. Pero también hay muchas excepcio-
nes a este crecimiento en la dirección del sol. La forma y el relieve del
suelo, el encanto del paisaje, la dirección de las corrientes de agua o la

231
atracción de las industrias locales y el comercio pueden empujar a los
hombres hacia cualquier punto del horizonte.
Debido a su propio desarrollo, la ciudad, como cualquier otro
organismo, tiende a morir. Víctima del paso del tiempo como todo lo
demás, envejece mientras otras ciudades nuevas surgen a su alrededor,
impacientes por vivir su turno. Por la fuerza de la costumbre, o más
bien por la voluntad de sus habitantes, y por la atracción que cualquier
centro ejerce sobre su entorno, trata de continuar con su vida. Pero
—sin tener en cuenta los accidentes fatales que afectan a las ciudades
igual que a los hombres— no hay grupo humano que pueda incesan-
temente reparar sus desperfectos y rejuvenecer sin invertir cada vez
más y más esfuerzo; y a veces las fuerzas se agotan. La ciudad debe
ensanchar sus calles y plazas, reconstruir sus muros, y reemplazar sus
viejos y ahora inservibles edificios con construcciones que respondan a
las necesidades de los nuevos tiempos. Mientras las ciudades america-
nas nacían bien organizadas y perfectamente adaptadas a su entorno,
París —vieja, molesta, llena de suciedad— debía llevar a cabo un cos-
toso proceso de rehabilitación que, en la lucha por la supervivencia, la
colocaba en gran desventaja respecto a ciudades jóvenes como Nueva
York y Chicago. Por las mismas razones, las ciudades del Éufrates y del
Nilo fueron reemplazadas: Babilonia por Nínive, Menfis por El Cairo.
Cada una de estas ciudades —que, gracias a las ventajas de su emplaza-
miento, mantenían su importancia histórica— fue forzada a abandonar
su antigua ubicación y desplazar su centro, con el objetivo de escapar de
su propia basura y de la peste que emanaba de sus montones de dese-
chos. Por norma general, el lugar abandonado por una ciudad que se ha
desplazado está destinado a convertirse en un cementerio.
Otras causas de decadencia, más graves que las anteriores ya que
resultan del devenir natural de la historia, han acabado con muchas ciu-

232
dades en su día famosas. Circunstancias análogas a las de su nacimiento
han producido su destrucción inevitable. De esta manera, la sustitución
de un camino o travesía importante por un medio de transporte nove-
doso puede borrar de un plumazo una ciudad que en su día fue creada
para las necesidades de transporte. Alejandría echo a perder Pelusio,
Cartagena de las Indias Occidentales mandó a Puerto Bello de vuelta
a la soledad de su bosque. Las demandas de comercio y la supresión de
la piratería han cambiado el emplazamiento de prácticamente todas las
ciudades construidas en las costas rocosas del Mediterráneo. Antes se
asentaban en colinas escarpadas y estaban guardadas por gruesos muros
para defenderse de los señores de la guerra y los corsarios. Ahora han
salido de sus fortalezas y se desparraman a lo largo de la costa. En todas
partes la explanada ha sustituido a la ciudadela, la Acrópolis se ha
trasladado al Pireo.
En nuestras sociedades, donde las instituciones políticas han
estado influidas a menudo por voluntades individuales; se han fundado
por capricho de los soberanos ciudades en un lugares en los que nunca
hubieran surgido de manera espontánea. Ubicadas en un sitio ilógico,
estas ciudades han precisado de un enorme esfuerzo para desarrollarse.
Madrid y San Petersburgo, por ejemplo, cuyas primitivas cabañas y
caseríos nunca hubieran evolucionado hasta convertirse en las populo-
sas ciudades que son hoy en día sino hubiera sido por Felipe II y Pedro
I respectivamente, fueron construidas a un alto precio. Pero, aunque
le deban su creación al despotismo, es al trabajo duro de los hombres
al que le deben las cualidades que las han permitido sobrevivir como
si hubieran tenido un origen natural. Debido al relieve natural del
terreno nunca hubieran estado destinadas a convertirse en grandes cen-
tros de población; y, sin embargo, lo son ahora gracias a la convergencia
de vías de comunicación artificiales —carreteras, vías de ferrocarril,

233
canales— y al intercambio cultural. Porque la geografía no es una cosa
inmutable, se hace y se rehace cada día, es modificada a cada hora por
la intervención del hombre.
Pero hoy en día no hay césares fundando ciudades a capricho.
Los constructores de la ciudad de nuestros días son los grandes capita-
listas, los especuladores, los presidentes de las sociedades financieras.
Ahora brotan ciudades en unos pocos meses, ocupando grandes
superficies, magnificamente trazadas y amuebladas con todos los acce-
sorios de la vida moderna; en las que no faltan ni siquiera escuelas o
museos. Si el emplazamiento está bien elegido, estas nuevas creaciones se
integran pronto en la vida de las naciones. Y Creuzot, Crewe, Barrow-
in-Furness, Denver, La Plata, tienen todas ellas un puesto entre los más
reconocidos centros de población. Pero si el emplazamiento es malo,
estas nuevas ciudades mueren cuando mueren los intereses especiales
que las hicieron nacer. Cheyenne City, cuando dejó de ser la última
estación de la vía del ferrocaril, envió, por así decirlo, sus perspectivas
de desarrollo a la siguiente estación; y Carson City desapareció con las
exhaustas minas de plata, única razón por la que se había poblado aquel
espantoso desierto.
Pero si los caprichos del capital a veces intentan fundar ciuda-
des a las que el interés general condena a perecer, también destruyen
muchos pequeños centros de población que solo aspiran a vivir. ¿No
observamos en las afueras del mismísimo París como el gran banquero
y el propietario de las tierras añaden año tras año otros doscientos o
trescientos acres a su propiedad, sustituyendo sistemáticamente tierras
de cultivo por plantaciones, y destruyendo pueblos enteros que reem-
plazan con casetas de guardia a una oportuna distancia entre sí?
Entre las ciudades de origen total o parcialmente artificial que
no responden a ninguna necesidad de la sociedad industrial, deben ser

234
mencionadas aquellas ciudades que existen solo con fines militares;
sobre todo, aquellas que han sido construidas en nuestros días por los
grandes estados centralizados. Esto no sucedía en los tiempos en los que
la ciudad podía contener a una nación entera, cuando era absolutamente
necesario por razones defensivas construir murallas siguiendo el con-
torno exterior de la ciudad, construir torres de vigilancia en las esqui-
nas, y erigir al lado del templo, en la cima de la colina protectora, una
ciudadela donde todo el pueblo pudiera refugiarse en caso de peligro.
Y si la ciudad estaba separada de su puerto por una franja intermedia
de tierra —como Atenas, Megara o Corinto— el camino que los unía
debía estar protegida por muros a uno y otro lado. Todas las fortalezas
quedaban explicadas por la naturaleza de las cosas y ocupaban un lugar
lógico y pintoresco en el paisaje. Pero en estos días de extrema división
de competencias, en los que el poder militar se ha vuelto prácticamente
independiente de la nación y ningún ciudadano se atrevería a aconsejar
o inmiscuirse en materia de estrategia, la mayoría de las ciudades fortifi-
cadas tienen una forma poco natural, sin ningún tipo de relación con las
ondulaciones del terreno. Cortan el paisaje con un perfil ofensivo para
la vista. Los antiguos ingenieros italianos al menos intentaban otorgar
un contorno simétrico a sus fortificaciones, dándoles forma de cruz, o
de estrella del honor, con sus rayos, sus joyas, sus esmaltes; las paredes
blancas de sus bastiones contrastando con regularidad la calma y placi-
dez del campo abierto. Pero las fortalezas modernas no ambicionan ser
bellas, este pensamiento no se cruza en ningún momento por la cabeza
del estratega. Un mero vistazo a la planta de estas fortificaciones revela
su monstruosa fealdad, su total falta de armonía con el entorno. En
vez de aprovechar el relieve natural de la región, y extender sus brazos
libremente en el campo circundante, sitúan como amontonadas, como
criaturas con las orejas cortadas y los miembros amputados. ¡Observad

235
la melancólica forma que la ciencia militar ha dado a Lille, Metz, o
Estrasburgo! Incluso París, con toda la belleza de sus edificios, la gracia
de sus paseos y el encanto de su gente se ha echado a perder debido a
su fortificación. Liberada de ese incomodo óvalo de líneas quebradas, la
ciudad se hubiera expandido de manera estética y natural, adoptando
una forma simple y elegante sugerida por la naturaleza y la vida misma.
Otra de las causas de la fealdad de las ciudades modernas es la
invasión de las grandes industrias. En casi todos las ciudades existen-
tes hay uno o más suburbios plagados de chimeneas apestosas, en los
que inmensos edificios bordean las calles ennegrecidas con paredes des-
nudas y ciegas, o perforadas con repugnante simetría por incontables
ventanas. La tierra tiembla bajo los gemidos de la maquinaria y el peso
de carros, carretas y trenes de mercancías. ¡Cuántos pueblos hay, sobre
todo en América, donde el aire es prácticamente irrespirable, y donde
todo lo que alcanza la vista —el suelo, las paredes, el cielo— parece
rezumar barro y hollín! ¿Quién puede recordar sin un sentimiento de
repugnancia una colonia minera como aquella sinuosa e interminable de
Scranton, cuyos setenta mil habitantes no tienen más que unos pocos
acres de césped sucio y vegetación ennegrecida para limpiar sus pulmo-
nes? Y la enorme ciudad de Pittsburgh, con su corona semicircular de
suburbios humeantes, ¿cómo es posible imaginarlo bajo una atmósfera
aún más sucia que la que ahora tiene, a pesar de que sus habitantes
aseguren que ha ganado tanto en limpieza como en luminosidad desde
la introducción del gas natural en sus hornos? Otras ciudades, a pesar
de no ser tan sucias como estas, son apenas menos espantosas, debido
al hecho de que las compañías ferroviarias han tomado posesión de
las calles, plazas y avenidas, y envían sus locomotoras resoplando y
silbando por las calzadas, apartando gente a derecha e izquierda a su
paso. Algunos de los lugares más encantadores de la tierra han sido así

236
profanados. En Búfalo, por ejemplo, el peatón se esfuerza en vano en
seguir la orilla del río Niágara a través de una maraña de raíles, loda-
zales y canales viscosos, montones de grava y estercoleros, y todas las
demás impurezas generadas por la ciudad.
Otro ejemplo de especulación salvaje es aquella que sacrifica la
belleza de las calles repartiendo el terreno en lotes en los que los promo-
tores construyen distritos enteros, diseñados de antemano por arquitec-
tos que ni siquiera han visitado el lugar, ni mucho menos se han tomado
la molestia de preguntar a los futuros habitantes. Levantan aquí una
iglesia gótica para los episcopalianos, allí una construcción normanda
para los presbiterianos, un poco más allá una especie de panteón para
los baptistas; proyectan las calles, plazas y manzanas variando grotes-
camente los diseños geométricos de los espacios intermedios y el estilo
de las casas, mientras reservan religiosamente las mejores esquinas para
las licorerías. El absurdo resultado de esta mezcla heterogénea se agrava
en la mayoría de las ciudades por la intervención del arte oficial, que
insiste en tipos arquitectónicos que siguen modelos preestablecidos.
Pero incluso si el promotor y el mecenas tuvieran un gusto refi-
nado, las ciudades seguirían presentando un doloroso contraste entre
lujo y miseria, entre el suntuoso e insolente esplendor de algunos
barrios, y la sórdida pobreza de otros, donde los muros bajos y torcidos
ocultan patios que rezuman humedad y familias hambrientas cobija-
das bajo ruinosas chabolas de madera o piedra. Incluso en las ciudades
donde las autoridades tratan de ocultarla tras un velo, la miseria toda-
vía se muestra al exterior, y la muerte se cobra numerosas víctimas
gracias a ella. ¿Cuál de nuestras ciudades no tiene su Whitechapel o su
Mile End Road? Aunque se muestren bonitas e imponentes a la vista,
cada una tiene su secreto o sus aparentes vicios, una enfermedad cró-
nica que acabará con ellas; a menos que se restablezca una circulación

237
libre y pura por todo el organismo. Observándolo desde este punto de
vista, habría que englobar la cuestión de los edificios públicos dentro
de la propia cuestión social. Llegará un día en el que todos los hombres,
sin excepción, respiren aire fresco en abundancia, disfruten de la luz y el
brillo del sol, la frescura de la sombra y el aroma de las rosas, y puedan
alimentar a sus hijos sin temor a quedarse sin pan para mañana. Al
menos aquellos que no han reservado sus ideales para el futuro y que
reflexionan un poco sobre la vida actual de los hombres, deberían consi-
derar intolerable cualquier sociedad que no contemple la liberación de
la humanidad de la hambruna.
Por lo demás, los que gobiernan las ciudades se rigen en su mayo-
ría —muchas veces en contra de su voluntad— por la idea de que
la ciudad es un organismo colectivo, del que hay que conservar cada
célula en perfecto estado de salud. La responsabilidad más importante
de los ayuntamientos es la sanidad. La historia les advierte de que las
enfermedades no respetan a nadie, y que es peligroso dejar que la peste
se cebe en los tugurios pobres que están situados al lado de sus palacios.
En algunos lugares se llega hasta a demoler en su totalidad los barrios
infectados, sin considerar que las familias que son expulsadas de ellos
no pueden hacer más que reconstruir sus casas un poco más allá, quizás
llevándose con ellos la infección a zonas que estaban libres de la enfer-
medad. Pero incluso allí donde estos sumideros de enfermedades son
ignorados, todo el mundo está de acuerdo en la importancia de hacer
un saneamiento general a fondo: la limpieza de las calles, la apertura
de parques y espacios verdes sombreados por altos árboles, la retirada
inmediata de la basura y el suministro de agua limpia y abundante a
cada distrito y a cada casa. En este terreno, se está llevando a cabo una
competición pacífica entre las ciudades de las naciones más avanzadas,
y cada una de ellas está realizando sus propios experimentos para mejo-

238
rar la higiene y la calidad de vida. La fórmula definitiva, sin embargo,
no ha sido encontrada todavía; ya que no se puede conseguir que un
organismo urbano continúe con su aprovisionamiento y su circulación
sanguínea y nerviosa, recupere fuerzas y expulse sus desechos mediante
un proceso inmediato. Pero al menos, muchas ciudades han mejorado
tanto que la calidad de vida en ellas está por encima de la media de
todos esos pueblos en los que sus habitantes respiran cada día el hedor
del estiércol y que viven en la más absoluta ignorancia de las más ele-
mentales normas de higiene.
La conciencia de una vida urbana colectiva se manifiesta de
nuevo en los esfuerzos artísticos de los ayuntamientos. Como la anti-
gua Atenas, o como Florencia y las demás ciudades libres de la Edad
Media, cada una de nuestras ciudades quiere embellecerse a sí misma.
Ni en el pueblo más humilde falta un campanario, una columna, una
fuente escultórica. Desgraciadamente este arte, diseñado en su mayo-
ría por profesores reconocidos bajo la supervisión de un comité, tiene
poco valor. Y cuanto más ignorante es, más pretencioso resulta. El arte
auténtico debe encontrar su propio camino. Estos caballeros de los
consejos municipales son como el general romano Lucio Mumio, que
estaba muy dispuesto a dar órdenes a sus soldados para que pintaran
las obras de arte que habían destruido. Confundieron la simetría con la
belleza, y pensaron que las reproducciones idénticas iban a darles a sus
ciudades un Partenón o una San Marcos.
E incluso aunque se pudieran recrear esas obras tal y como les
pidieron a los arquitectos que las copiaron, hubiera sido no obstante
un ultraje a la naturaleza, ya que ningún edificio está completo sin la
atmósfera de tiempo y espacio que lo vio nacer. Cada ciudad tiene su
propia vida, sus rasgos característicos, su forma. ¡Con qué veneración
debería aproximarse a ella el constructor! Es como una ofensa perso-

239
nal llevarse la individualidad de una ciudad y sepultarla bajo edificios
convencionales y monumentos contradictorios fuera de toda relación
con su carácter actual e historia. Sabemos que en Edimburgo, la encan-
tadora capital escocesa, manos piadosas están trabajando en una direc-
ción diferente; actuando en sus pintorescas pero sucias calles y trans-
formándolas gradualmente, casa a casa: devuelven a cada habitante su
casa tal y como estaba, pero transformada en un lugar más hermoso,
que deja pasar el aire y la luz; y agrupan a los amigos ofreciéndoles
espacios de reunión para la relación social y el disfrute del arte. Poco
a poco, una calle entera, sin perder su carácter original, solo que sin la
suciedad y los olores, aparece limpia y nueva, como una flor brotando
en primavera sin nada que la estorbe.
Así, bien por su destrucción, bien por su restauración, las ciu-
dades se renuevan eternamente; y este proceso, indudablemente, se
ve acelerado por la presión que ejercen sus habitantes. Cuando los
hombres modifican su ideal de vida, necesariamente han de cambiar
en función de él esa realidad más amplia que constituye el lugar donde
habitan. La ciudad refleja el espíritu de la sociedad que la crea. Si la
paz y la buena voluntad reinaran entre los hombres, no hay duda de
que la disposición y el aspecto de las ciudades respondería a las nuevas
necesidades derivadas de la reconciliación. En primer lugar, las partes
totalmente sórdidas e insalubres de las ciudades se borrarían de la faz
de la tierra, o se convertirían en grupos de casas colocadas a placer
entre los arboles, agradables a la vista, llenas de luz y bien ventiladas.
Los barrios más pudientes, esplendidos en apariencia, pero a menudo
tan inoportunos como malsanos, serían transformados de manera simi-
lar. La hostilidad o exclusividad que les da el espíritu de la propiedad
individual a las viviendas desaparecerá, y los jardines no se ocultarán
más detrás de inhóspitos muros; el césped y los parterres que rodean a

240
las casas se trasladarán a los paseos sombreados públicos del exterior,
como ocurre ya en algunas ciudades inglesas y americanas. El predo-
minio de lo común, frente a la estrictamente cerrada y celosamente
guardada privacidad, unirá a más de una vivienda privada en un grupo
orgánico de escuelas o falansterios, que también contará con grandes
espacios abiertos que permitan la ventilación y mejoren la apariencia
del conjunto.
Obviamente, las ciudades cuyo crecimiento es ya muy rápido,
crecerán aún más rápido, o más bien se diluirán gradualmente en el
entorno lejano; y a lo largo y ancho de las regiones habrá casas dispersas
que, a pesar de la distancia, pertenecerán realmente a la ciudad. Lon-
dres, siendo compacta en sus distritos centrales, es una gran ejemplo de
este fenómeno, y su población urbana se dispersa a lo largo y ancho de
los cientos de hectáreas de campos y bosques que la rodean, llegando
incluso hasta la costa. Cientos de miles de personas que tienen su nego-
cio en la ciudad y que, en lo que a su trabajo se refiere, son ciudadanos
activos, pasan sus horas de reposo y vida doméstica bajo la sombra de
altos árboles, junto a un arroyo, o cerca del sonido de las olas al romper.
El corazón de Londres, bien llamada the City, es poco más que un mer-
cado de valores por el día, que se vacía por la noche. Los centros activos
del gobierno y la legislación, de la ciencia y el arte se agrupan alrededor
de su gran foco de energía, aumentando año a año, y expulsando a la
población residente a las afueras. En París se da la misma situación, ya
que su núcleo central, con sus cuarteles, sus tribunales, y sus prisiones
presenta un aspecto más militar y estratégico que residencial.
El desarrollo normal de las grandes ciudades de acuerdo con nues-
tro ideal moderno consiste pues, en combinar las ventajas del campo y
la ciudad: el aire, el paisaje y la deliciosa soledad del primero, unidos
a las facilidades de transporte y los servicios subterráneos de gas, luz

241
y agua que ofrece la otra. La que antes fue la parte más poblada de la
ciudad es ahora precisamente la más deshabitada, porque se ha con-
vertido en propiedad colectiva, o al menos, en un centro público de
vida intermitente. Demasiado útil para el conjunto de ciudadanos como
para ser monopolizado por familias privadas, el centro de la ciudad se
convierte en patrimonio de todos. Ocurre igual y por las mismas razo-
nes en los núcleos de población subordinados; y la comunidad reclama,
además, el uso de los espacios abiertos de la ciudad para actos públicos
y celebraciones al aire libre. Cada ciudad debe tener su ágora, donde
todos a los que les une una misma pasión puedan reunirse. Hyde Park
es un espacio que cumple con estas características, y que con un poco
de esfuerzo podría albergar un millón de personas.
Existen otras razones por las que la ciudad tiende a hacerse
menos densa y a descongestionar ligeramente sus distritos centrales.
Muchas instituciones originalmente situadas en el centro de la ciudad
se están trasladando al campo. Escuelas, colegios universitarios, hospi-
tales, hospicios o conventos, están fuera de lugar en la ciudad. Solo los
colegios de distrito deberían mantenerse dentro de sus límites, siempre
que estén rodeados de jardines; así como los hospitales indispensables
para casos de accidente o enfermedad repentina. Los establecimientos
trasladados siguen siendo parte de la ciudad; solo se alejan desde el
punto de vista espacial, pero sin perder la relación vital que les une a
ella. Son fragmentos de la ciudad ubicados en el campo. El único obs-
táculo para la expansión infinita de las ciudades y su completa fusión
con el campo es el precio de los medios de transporte, no la distancia,
ya que, en menos tiempo del que se tarda en andar de un extremo de
la ciudad al otro se podría alcanzar en tren la soledad de los campos
o del mar a una distancia de sesenta o setenta millas. Esto constituye

242
una limitación del uso del ferrocarril para los más pobres, que se está
solucionando gracias a los avances sociales.
Así, este modelo antiguo de ciudad cercada por murallas y
rodeada de fosos, esta cada vez más cerca de su desaparición. Mientras
el hombre del campo se hace más ciudadano en pensamiento y modo
de vida cada día, el hombre de ciudad vuelve la vista al campo y aspira
a ser un campesino. Debido a su crecimiento, las ciudades modernas
pierden su aislamiento y tienden a fusionarse con otras ciudades y a
recuperar la relación original que tenían con el entorno que las hizo
aparecer. El ser humano ha duplicado las facilidades de acceso a los
placeres de la ciudad, a sus intereses y conocimientos, a sus oportuni-
dades para estudiar y practicar las artes; y con ellas, a la libertad que
reside en la libertad de la naturaleza y que se despliega en el campo de
su vasto horizonte.

243
Ser
territorio. La
geografía y el anarquis-
mo se terminó de imprimir
en marzo de 2019 en Vallekas,
en los talleres de Imprentas De
Diego. Impreso sobre papel
offset de 90 gramos con ti-
pos Goudy Bookletter
de 11 puntos.

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