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El Bien y El Mal Como Realidades Del Hombre

El documento habla sobre el bien y el mal como realidades humanas. Define el bien como aquello hacia lo que las cosas están dirigidas o el fin, como un deber ser, y como un valor. Explica que existen tres tipos de mal: físico, moral y metafísico. El mal físico incluye daño corporal o frustración de deseos. El mal moral es la desviación de la voluntad de las reglas morales. El mal metafísico es lo nocivo o perjudicial que hay que evitar.

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El Bien y El Mal Como Realidades Del Hombre

El documento habla sobre el bien y el mal como realidades humanas. Define el bien como aquello hacia lo que las cosas están dirigidas o el fin, como un deber ser, y como un valor. Explica que existen tres tipos de mal: físico, moral y metafísico. El mal físico incluye daño corporal o frustración de deseos. El mal moral es la desviación de la voluntad de las reglas morales. El mal metafísico es lo nocivo o perjudicial que hay que evitar.

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LI CENCIA TURA EN

C OMERCI O
I NTE RNACIONAL

ETICA PRO FESION AL

I
Licenciatura en Informática

UNIDAD 05. EL BIEN Y EL MAL COMO REALIDADES DEL


HOMBRE
OBJETIVOS PARTICULARES
El alumno entenderá la existencia del bien y del mal como realidades humanas.

TEMAS Y SUBTEMAS:
5.1. El bien y la realización humana
5.2. El mal y la frustración humana
5.3. Las raíces del mal
5.4. La culpa y la frustración

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Introducción

Pero, cómo hemos de valorar nuestros actos humanos como buenos o malos sin
definir qué es el bien y qué es el mal. El hombre individual confía en su propia percepción
para decidir el grado de responsabilidad de sus actos y en su propia conciencia para juzgar
el carácter bueno o malo, la bondad o la maldad de dichos actos tal y como han sido
realizados por el mismo en circunstancias concretas.

Qué es el bien Éticas


y qué es el materiales
mal

¿?
Cómo reconocer en Éticas
cada caso dónde formales
está el bien y dónde
el mal

Éticas
Proponen un fin último:
materiales
∞ Dios
∞ la utilidad
∞ el placer…

El contenido moral Los actos buenos o positivos nos conducen al FIN


depende del fin que se persigue.

Los actos malos o negativos nos apartan del FIN


∞ Preceptos
∞ Valores
∞ Normas morales previas, ajenas y superiores a nosotros.

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No proponen un fin último


Éticas
No establecen preceptos,
costumbres o normas morales
formales
ajenas y superiores a nosotros.

Carecen de contenido moral

Nosotros establecemos nuestra Nadie nos señala


conducta desde nosotros mismos qué debemos hacer
a partir de: y qué no debemos hacer.

∞ nuestros sentimientos
∞ nuestra conciencia Nosotros decidimos.
∞ nuestra voluntad

No hay en este mundo un tribunal de apelación más alto que el testimonio de la


conciencia. Pero la moralidad subjetiva sola es insuficiente. Por consiguiente nuestro
siguiente esfuerzo de reflexión ha de ser para encontrar si existe una moralidad objetiva con
la que el juicio de conciencia deberá estar de acuerdo e indagar en qué consiste esta
moralidad.

5.1. EL BIEN Y LA REALIZACIÓN HUMANA

¿Qué es el bien? ¿Cómo definimos la bondad? ¿Cómo lo reconoceremos cuando se


nos presenta? Podemos empezar definiéndolo desde el enfoque clásico.
-El bien como fin: Es aquello hacia lo cual todas las cosas están dirigidas. El fin
es aquello por lo cual una cosa es hecha. Todo bien es un fin y todo fin es un bien.
Un medio es bueno en la medida en que conduce a su fin. Toda la conducta humana
es para un fin y ese fin es un bien, de acuerdo con el principio de finalidad: “todo
agente actúa con miras a un fin”. Puesto que ningún agente puede producir
un efecto indeterminado, algo a de mover al agente a actuar más bien que
no hacerlo, a producir este efecto más bien que aquel otro, y lo que elimina
esta indeterminación es el fin. Un agente libre determina su propio fin.

-El bien como deber ser: Esto es, el bien simplemente de la integridad moral, el
bien de la vida buena, de la orientación apropiada de la conducta libre hacia el fin
debido. El bien verdadero es realmente bueno, en tanto que el bien aparente sólo
parece ser tal. El bien útil conduce a algo que es bueno. El bien agradable satisface
el apetito determinado. El bien apropiado perfecciona al individuo entero como tal.
Aunque todo ser es ontológicamente bueno no todo ser es siempre moralmente
bueno. El bien moral es siempre el bien verdadero y el bien apropiado. En cuanto
deber ser, el bien moral no se ve como optativo, sino como necesario. Esta
necesidad es de una clase única, llamada necesidad moral, no es un haber,

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sino un deber, que se exige moralmente, dejándonos libres de rechazarlo, aunque


paradójicamente no nos esté permitido hacerlo.

-El bien como valor: en cuanto valor, el bien expone su significado más
profundo. Valor o mérito es un término utilizado para todo aquello que nos atrae en
alguna forma. Existen por lo menos valores subjetivos, porque formulamos juicios
de valor y tenemos diferencias. Los valores son bipolares, heterogéneos e
idealizados, pero exigen, con todo, realización. Algunos valores serán simplemente
subjetivos, pero otros son objetivos. No podemos ser totalmente arbitrarios a su
respecto. En cuanto ideales, los valores existen en la mente, pero están formados
con todo, por la facultad abstractiva de la mente a partir de datos de la experiencia.

Los valores morales son aquellos que hacen bueno a un individuo simplemente
como hombre. Pueden existir únicamente en un ser libre y en actos voluntarios; son
universales puesto que pertenecen al hombre como hombre; se justifican a sí
mismos y son independientes de otros valores. Tienen precedencia sobre cualquier
otro valor e implican obligación. Es imposible no formar una escala de valores en la
que haya algún valor superior o bien supremo. En semejante escala, el valor moral
ocupa el más alto grado. La vida ideal humana vivida idealmente es el ideal moral.

Puede describirse al mal, en sentido extenso, como la suma total de la oposición


existente, contra los deseos y necesidades individuales, que la experiencia muestra en el
universo, de donde surgen, entre los seres humanos los sufrimientos que abundan en la
vida. De esta manera, el mal desde el punto de vista del bien humano, es lo que no ha de
existir. A pesar de eso, no hay parte de la vida humana en la que no se sienta su presencia y
la discrepancia entre lo que es y lo que ha de ser, siempre se ha requerido explicar la
consideración que el género humano ha intentado dar a él y a su entorno. Para este
propósito, es necesario definir la precisa naturaleza del principio que imparte el carácter de
mal a tan gran variedad de circunstancias y determinar, hasta donde pueda ser posible, el
origen del cual surge.

Con respecto a la naturaleza del mal, debe observarse que es de tres tipos: físico, moral, y
metafísico.
El mal físico comprende todo aquello que causa daño al hombre, lesión corporal,
frustración de sus deseos naturales, impedimento del pleno desarrollo de sus
poderes, sea en el orden de la naturaleza, directamente, o a través de las variadas
condiciones sociales, bajo las que la humanidad existe naturalmente. Males físicos
directamente debidos a la naturaleza son: la enfermedad, un accidente, la muerte.
La pobreza, la opresión y algunas formas de enfermedad son casos de mal, que
surgen de la imperfecta organización social. El padecimiento mental, como la
ansiedad, la desilusión, el remordimiento y la limitación de la inteligencia, que
impiden a los seres humanos alcanzar la total comprensión de su medio ambiente,

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son formas congénitas de mal y cada una varía en carácter y grado, según la propia
inclinación natural y las circunstancias sociales.
El mal moral se entiende como la desviación de la voluntad humana de las reglas
del orden moral y la acción que resulta de esa desviación. Tal acción, cuando
proceda exclusivamente de la ignorancia, no será clasificada como mal moral, que
esta restringido propiamente a los actos de la voluntad, hacia los fines que la
conciencia rechaza. Como comportamiento, la acción perversa de la voluntad de la
que depende el mal moral, es más que una mera negación de la acción correcta;
implica cuando se realiza, el elemento positivo de opción. Pero el carácter
moralmente malo de la acción equivocada, no está constituido por el elemento de
opción, sino por el rechazo de aquello que demanda la correcta razón.
El mal metafísico, por otra parte, se suele definir como lo nocivo, lo perjudicial, lo
que no sólo no es valioso, sino que además hay que evitar. Según esto, el valor nos
podría servir como criterio para decidir qué es bueno y qué malo.

Sin embargo, si es difícil encontrar una definición precisa y completa del bien o del
mal, tendremos que analizar las cuestiones con las que nos enfrentamos para adoptar
vivencialmente una postura frente a ellos. Llega un momento en que resulta
imprescindible la solución a las cuestiones morales. No sólo por curiosidad, sino por
necesidad vital, cada persona juzga inaplazable la respuesta satisfactoria a preguntas
como las siguientes:

a) ¿Cómo se puede distinguir objetivamente lo bueno y lo malo? Es


decir, ¿qué diferencia objetiva existe entre un acto bueno y otro que se dice
malo? O, acaso, ¿no hay diferencia objetiva, y todo depende de las persona que
juzgan conforma a costumbres, educación, conveniencias o imposiciones? La
solución de este problema es capital en la vida de cada uno.

b) ¿Cuál es el criterio correcto para juzgar el bien y el mal? Podríamos


señalar desde luego algunos de ellos, que de hecho se utilizan en la vida diaria,
para hacer notar enseguida la utilidad que presentan y la insuficiencia de que
adolecen ante ciertos casos prácticos. Por ejemplo: actuar conforme a la
conciencia, o bien de acuerdo con la propia utilidad o la intuición del
momento. Para algunos basta actuar conforme a las leyes.

c) ¿Basta la buena intención para actuar bien? Hay infinidad de personas


que así piensan. “Hagas lo que hagas –aconsejan a los demás-, lo importante es
lo que hagas con buena intención”. Sobre valorizan la buena intención. Claro
está que este grupo de personas ya piensa con mayor sentido moral que aquellas
otras que todo lo hacían consistir en la adecuación a la ley. Por lo pronto,
han notado que la

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moralidad tiene mucho que ver con el interior de la persona, con sus intenciones
o finalidades, con el secreto de sus propósitos. Pero han sobre valorizado este
aspecto interno y han descuidado el aspecto externo del acto que materialmente
se está ejecutando. En torno a este problema es como surge aquella famosa tesis
de Maquiavelo que decía: “El fin justifica los medios”. Es una verdadera lástima
que hayan personas que así piensen todavía. ¿Cómo podremos refutar tesis tan
falsas como la anterior?

d) ¿Las normas morales son fijas o cambian con el tiempo? No hay


normas efectivamente universales; cada caso es distinto al otro y, por lo tanto,
no admite la misma regla de solución. El relativismo moral ha sido socorrido en
estos tiempos. Algunos llegan hasta el amoralismo, que en la práctica se realiza
como una completa indiferencia hacia toda norma moral. El existencialismo es
la bandera que han adoptado éstos para apoyarse en su vida amoral. Es bueno,
entonces que, estudiemos este asunto para juzgar si tienen razón los que
pretenden desligarse de la moral y de sus normas invariables.

e) ¿Hay algunas leyes que efectivamente sean obligatorias en


conciencia? En nuestro interior percibimos la obligación, el deber que nos
impulsa en determinada dirección. Pero entonces surge el problema: ¿tiene un
fundamento dicho sentimiento de obligación? ¿No es, más bien, producto de la
presión social o de la educación que nos han inculcado nuestros padres? ¿No es
un rebajamiento del hombre a decidirse ha actuar influido por una obligación
que se impone desde el exterior? ¿No es acaso mucho más valiosa la conducta
del hombre autónomo que no se somete a otros, sino sólo a sus propias
decisiones?

5.2. EL MAL Y LA FRUSTRACIÓN HUMANA

El hecho de que el hombre tiene que realizarse a sí mismo junto con los demás en el
mundo choca continuamente con otro hecho no menos evidente: la experiencia de la
frustración, del sufrimiento, del fracaso, del mal. Tanto para cada una de las personas como
para la historia humana en general, la existencia es un sendero en donde las victorias
parciales están diseminadas en medio de un número incalculable de intentos frustrados o
fracasados. Aun cuando la situación sea hoy mucho mejor para algunas personas, no puede
decirse que los límites seculares del hombre hayan desaparecido o hayan quedado borrados.
Parece como si su frontera no hubiera hecho otra cosa más que desplazarse un poco en el
tiempo y en el espacio. El hambre, el sufrimiento, la incomprensión, la guerra, los
derechos pisoteados, las injusticias contra los inocentes, la carrera desbocada tras ideales
inalcanzables, la fatiga ingrata, las enfermedades, Auschwitz e Hiroshima, Biafra y
Bengala... van trazando profundos surcos en nuestra época lo mismo que en las anteriores.
El fracaso y el mal forman indudablemente parte de la existencia humana.

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El mal como problema humano


Todas las ideologías, las antropologías y las religiones, en medidas que son
indudablemente muy diversas, se enfrentan con el problema del fracaso y del mal.
Son numerosas las etiquetas para indicar la profundidad y la extensión del mal. No hay
nadie que niegue el problema mismo. Los marxistas estudian la realidad del fracaso y del
mal bajo el título de alienación, de explotación, de lucha, de lucha de clase, etc. Sartre y
Camus hablan del carácter absurdo de la existencia. Los creyentes prefieren hablar de
fracaso, de mal, de diablo, etc. Un discurso serio y comprometido sobre la condición
humana tendrá que encontrarse necesariamente de una forma explícita con la dimensión del
fracaso y del mal.

Los términos del problema


Los términos empleados necesitan una breve explicación. Fracaso es cualquier
intento de asumir un valor que se hunde y acaba de hecho en la nada. Se habla de mal, en
general, siempre que se realiza la experiencia de situaciones que parecen estar en contraste
con las justas exigencias del hombre o que frustran los ideales que él intenta realizar en la
historia. Toda experiencia de mal presunto o verdadero es vivida luego existencialmente
como sufrimiento o dolor. El sufrimiento es el modo específico con que el hombre
vive la frustración y el fracaso de sus propias empresas, o bien el mal de las situaciones
en que se encuentra metido sin poder salir de ellas. El sufrimiento puede ser de naturaleza
fisiológica y en tal caso se habla generalmente de dolor (que tiene también un significado
psicológico). La mayor parte de las veces el sufrimiento es psicológico o moral, o sea,
conscientemente presente de alguna manera y debido al hecho de que el hombre se da
cuenta de algo que le falta o de que va mal. Más aún, el mismo sufrir es una forma de
conocimiento existencial de algo que va mal o de algo que le falta al hombre. Las
causas del sufrimiento pueden estar en las relaciones con los demás, en las situaciones
materiales del mundo, en los defectos corporales, en las enfermedades, en los dolores
físicos que impiden obrar humanamente, trabajar, participar en la vida de los demás, etc.
Al hablar del mal conviene distinguir adecuadamente entre el mal impersonal, que
incluye todas las situaciones no compatibles con la realización del hombre, y el mal
personal, que brota de una opción libre de los seres humanos. Este último es llamado
generalmente mal moral y reviste una especial importancia en la clarificación filosófica del
problema del mal.

El puesto del fracaso en la existencia humana


Signo del hombre y de la trascendencia
El sufrimiento que acompaña al fracaso y al mal desempeña una función
fundamental en la existencia. Esto añade en particular a las formas de sufrimiento que
brotan de la opresión de cualquier tipo y de la imposibilidad de realizar el amor y las
aspiraciones humanas en la dimensión del tiempo.
Antes de ser un signo de la trascendencia, el sufrimiento es un signo del hombre y
de su humanidad. De una forma negativa (la <<dialéctica negativa>> por excelencia) el
sufrimiento acusa y denuncia todas las formas de totalidad que

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reducen al hombre a la categoría de medio. Denuncian la voluntad de poder, las falsas


perspectivas de salvación puramente histórica, política, económica. Los inmensos
sufrimientos de los pobres y de los inocentes desenmascaran el carácter antihumano que
domina en las relaciones sociales: la guerra, el colonialismo, la explotación de los obreros,
la contaminación, etc. En una palabra, el sufrimiento critica, concreta y existencialmente,
de una forma negativa, todo tipo de explotación del hombre, toda falsa cerrazón en el
ámbito de sistemas o de teorías totalitarias, toda autosuficiencia que encierra al hombre
dentro de sí mismo. Contribuye así enormemente a formular juicios universalmente
válidos sobre el ser y sobre el destino del hombre.
El recuerdo (memoria) de los sufrimientos del hombre inocente constituye por eso
mismo un valor permanente de humanidad. Invita a encontrar la comunión con los demás
que sufren y enseña hasta que punto son frágiles y están expuestos los valores
fundamentales como el amor y la libertad.
Así es como el sufrimiento se convierte también en signo de la trascendencia. En la
denuncia negativa de toda cerrazón y de toda falsa suficiencia, se revela y se vislumbra el
problema de la trascendencia: el hombre es algo más que todo esto. El sentido de su
existencia está más allá de las realizaciones históricas. El sufrimiento, como ya se subrayó
al comienzo de este libro, es la experiencia que con mayor urgencia suscita un interrogante
sobre el misterio último del hombre.
El hombre que sufre no se plantea indudablemente el problema de la trascendencia,
de Dios y de la religión, como un paliativo de la ignorancia y de insuficiencia humana. Lo
que sucede más bien es que la experiencia de los límites y de los sufrimientos que lo
acompañan obligan al hombre, o por lo menos lo invitan, a reflexionar sobre las
dimensiones trascendentes de todos los valores positivos que hay en él: la libertad, el
orden, la esperanza, el amor, la comunión, etc.

5.3. LAS RAÍCES DEL MAL

Intentos de explicación del mal [Extracto]

Explicación marxista del mal en M. Verret


No cabe duda de que la respuesta al problema del mal no es idéntica en todas las
formas del marxismo. Para no crear confusiones y no repetir lo que ya se dijo sobre el
marxismo en los capítulos anteriores, nos limitaremos a la interpretación propuesta por M.
Verret, que nos permitirá ilustrar la tendencia naturalista y determinista en la interpretación
del mal.
M. Verret empieza rechazando de la forma más radical todo recurso a lo
trascendente (metafísico o religioso). Plantear el problema del mal en la escena de lo
absoluto significa consagrarlo, justificarlo, declararlo insoluble e intocable, y por
consiguiente privarse de la posibilidad de comprometerse a fondo en la lucha contra el mal.
Por el contrario, es preciso enfrentarse con el problema a nivel histórico, que es el único
donde podrá ser comprendido y superado.

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El marxismo, según M. Verret, posee una explicación exhaustiva del problema, que
incluye además su superación práctica e histórica. La clave hay que buscada en la teoría
general del movimiento dialéctico de la materia. El mal a nivel humano no es más que una
forma particular de la negación y contradicción que caracterizan a la dialéctica. El
movimiento evolutivo de la materia, hasta sus más altas expresiones en la historia humana,
no puede existir como movimiento más que creando la negación y la contradicción, o sea,
el mal. Por eso el mal está universalmente presente en la naturaleza como el motor mismo
de la materia en su ascensión a niveles más perfectos; es el “espíritu” de la materia.
Con esto queda dicho igualmente que en la naturaleza cualquier forma de mal es
funcional. M. Verret recuerda la afirmación de Marx, según el cual la naturaleza no
engendra nunca problemas sin esbozar al mismo tiempo su solución. Por eso hay que decir
que el mal, aunque surja inevitablemente en la evolución dialéctica, no tiene nunca una
dimensión absoluta y permanente. Todo mal es provisional y relativo. Si lo engendra la
naturaleza, también la naturaleza engendra las fuerzas que son capaces de superado.
Por consiguiente, el mal a nivel humano no goza de ninguna situación privilegiada.
Está dominado, en su explicación y en su superación, por la misma ley que gobierna todos
los factores infrahumanos.
En pocas palabras, el mal es el camino necesario para la ascesis de la humanidad
hacia su libertad:
Los sufrimientos infinitos de las masas oprimidas en el pasado no tenían más
justificación que la necesidad del desarrollo histórico, en la medida en que estaba
determinado por unos sistemas de producción que implicaban la explotación del
hombre por el hombre. Este desarrollo se llevaba a cabo, según la expresión de Marx,
“como un proceso de historia natural”, ni más ni menos justificable que la transformación
de la corteza terrestre.
En este momento, según M. Verret, la humanidad histórica vislumbra la aurora de
una victoria progresiva sobre el mal, incluso sobre aquellas formas de mal que hasta ahora
parecían insuperables. Por tanto lo importante es ponerse a actuar, comprometidos a fondo
y unidos en la lucha contra el mal. El mismo pro- letariado, que es la expresión más grande
del mal producido por la historia, es el factor que más está contribuyendo a su superación.
M. Verret insiste además en el hecho de que el marxismo resuelve el mal atendiendo
a las causas que lo han engendrado, esto es, a las causas económicas y a las estructuras
sociales. La religión quería combatir el mal cambiando al hombre. El marxismo cambia al
hombre cambiando las estructuras y de esta manera elimina el mal. Los hechos demuestran
el acierto de esta solución práctica.
Pero se interpretaría falsamente el pensamiento de M. Verret si se pensara en una
sociedad futura sin fracasos ni males. Verret está convencido de que no puede creerse en el
sueño mítico de un paraíso en la tierra. La abolición de la propiedad privada, de las clases
sociales y de todos los privilegios alienantes no eliminará todo el mal de la sociedad y de la
historia. Al mal capitalista sucederán otras formas de mal. Pero se tratará de un mal
“humanizado”, esto es, de formas de conflicto y de contraste que se irán superando a
medida que vayan surgiendo:
Será oportuno tener presente que la explicación del mal en el ámbito de la

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doctrina marxista se presenta como solución exhaustiva sólo y exclusivamente porque el


problema personal del mal ha quedado marginado y porque la persona misma, con su
libertad y su responsabilidad inalienables, se ha visto reducida en amplia medida a la suma
de sus relaciones sociales. Pues bien, sin negar la suma importancia de las contradicciones
sociales, hay que preguntarse si el problema del fracaso y del mal no será también —y
esencialmente— un problema personal: el contraste insuperable entre lo que tiene que
realizar cada persona para responder a la llamada de su existencia y que de ninguna manera
logra realizar. Un sistema en el que la libertad y la responsabilidad personales se ven tan
ofuscadas, ¿podrá aparecer como una respuesta adecuada al problema del mal? Si la
persona es esencialmente más que sus relaciones históricas y su función en el devenir de la
historia y de la humanidad, ¿será posible considerar todas las formas de mal como
situaciones provisionales y relativas, que se imponen necesariamente en la historia y que
son también superadas por la historia? De todas formas se comprueba en la actualidad
que el marxismo, en la medida en que va descubriendo el valor inalienable de la persona,
juzga insuficiente la mera respuesta social e histórica al problema del mal.
Esto no quita que haya que reconocer en el marxismo una gran sensibilidad por las
dimensiones sociales y económicas del mal, así como también una gran fe en las
posibilidades humanas capaces de superar muchas situaciones negativas.

5.4. LA CULPA Y LA FRUSTRACIÓN

Carácter precario de toda respuesta puramente intelectual


La reflexión filosófica sobre la presencia de fracasos y de males en la existencia, por
muy crítica y profunda que sea, no logra aclarar por completo el problema. No hay por
ahora respuestas exhaustivas. Tampoco la impotencia de la razón parece que sea una
situación provisional, que pueda ser superada por el progreso. A pesar de esto, la filosofía
ofrece una aportación importante concretando más críticamente los términos del problema
y circunscribiendo mejor su misterio inaferrable.

a) Una interpretación más realista del hombre


De todas formas hay un fondo de verdad en la observación de Leibniz y de los
evolucionistas cuando insisten en la necesidad de ver la experiencia de fracaso y de mal en
el conjunto de la existencia. En efecto, la existencia concreta del hombre en el mundo
contiene constitutivamente la posibilidad de muchos fracasos, sufrimientos y males.
Solamente la huida al mundo de los sueños y de las fantasías nos puede hacer perder de
vista esta realidad.
Por tanto, hay que negarse a plantear el problema del mal en el marco de una
interpretación mecanicista del hombre y del mundo. El hombre no es un conjunto de
piezas mecánicas que puedan ser sustituidas arbitrariamente por otras piezas. Todo en
el hombre está unido y es interdependiente entre sí. Los fracasos y los males no se
resuelven con piezas de recambio, porque en último análisis el hombre no es un producto
del hombre.

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El realismo se refiere en primer término a la estructura corpórea y terrestre del


hombre. La estructura biológica del cuerpo es sumamente compleja y vulnerable.
Pertenecen inseparablemente a ella las enfermedades, las deformaciones, los fallos de
funcionamiento, las perturbaciones, la muerte... Un hombre que no estuviera expuesto a
todo esto no sería el hombre tal como nosotros lo conocemos. También el mundo de la
naturaleza es lo que es: un mundo concreto con lluvias y sequías, con polos y ecuador, con
cataclismos y fuerzas incontrolables. El hombre corpóreo está necesariamente sometido a
estos fenómenos naturales. Desde que la tierra es tierra del hombre ha presentado siempre
estas condiciones y las presentará de algún modo mientras haya hombres en ella.
La estructura temporal de la existencia es también una fuente de muchos aspectos
negativos. El tener que realizar la existencia a través del tiempo obliga al hombre a hacer
previsiones y proyectos, exponiéndose por tanto necesariamente a ilusiones y desilusiones.
Pero un hombre que no pueda ya esperar nada, que no tenga nada que proyectar, que no
corra ningún riesgo ni se exponga a ningún fracaso, ¿puede decirse un hombre auténtico y
real? Para remediar esta debilidad, habría que destruir al hombre, la grandeza de su amor y
de su fidelidad, su creatividad que vence a las fuerzas contrarias de la naturaleza y de la
historia. Sería en el fondo negar toda la cultura, que depende de la posibilidad de proyectar
y de cambiar el mundo.
La coexistencia con los demás es también una fuente de muchos fracasos y de
muchas experiencias negativas. Pero el hombre que se aislase de los demás destruiría ipso
facto su propia existencia, ya que no puede ser hombre sin los demás. La participación en
los gozos y en los dolores, en las ansias y las esperanzas, es lo que constituye la trama
inseparable de nuestra existencia.
La coexistencia tiene sobre todo como consecuencia la multiplicidad de los puntos
de vista respecto a todos los problemas de la vida. La división del bien, que de allí se sigue,
opone muchas veces a los hombres entre sí. ¡Cuántos pueblos se han combatido con
aspereza, convencidos cada uno de su parte de que estaban combatiendo una batalla justa!
La atomización y la multiplicidad de los puntos de vista y de las interpretaciones del bien
seguirán siendo una fuente permanente de sufrimientos, de conflictos y de fracasos. Sin
duda que es posible una mayor unificación, pero la estructura misma de la multiplicidad no
puede superarse en la humanidad.
El encuentro de muchas libertades en el mundo hace también posible el abuso de la
libertad. Es posible no escuchar o rechazar la llamada del otro. Es posible negar al otro,
suprimirlo, tratarlo como si fuera una cosa, cometer injusticias contra los inocentes,
destruir lo que otros han ido construyendo fatigosamente... Estos aspectos negativos no
parece que puedan separarse de las dimensiones positivas de la libertad. La libertad que
rechaza es en el fondo la misma que está en disposición de hacer progresar a la civilización
humana hacia aquellas expresiones elevadas que aseguran a un gran número de hombres la
posibilidad de vivir en condiciones más humanas.
A la condición del hombre real y concreto pertenece también el conjunto de la
cultura y de las estructuras. El hecho de que todo hombre tenga que partir necesariamente
de cierta cultura y de determinadas estructuras para llegar a ser

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hombre adulto y libre tiene como consecuencia el que ese hombre esté también inserto
concretamente en un mundo en el que la injusticia y la opresión existen bajo formas muy
diversas. Dado que tenemos que vivir en esas estructuras, nos vemos continuamente
expuestos a comprobar con nuestras acciones particulares las injusticias y los abusos de
libertad que están expresados en las estructuras y en los principios que gobiernan el obrar
del hombre en el mundo. No se trata aquí solamente de la imperfección de un mundo
evolutivo, sino de una estructura que condiciona por todas partes la liberación del hombre.
Continuamente esa estructura lleva de nuevo a explosiones de antihumanismo que no son ni
mucho menos imperfecciones evolutivas: la esclavitud, el racismo, el colonialismo, el
exterminio de millones de judíos, las guerras sangrientas, la contaminación y el
envenenamiento, etc. La estructura de la civilización humana parece estar amargado por
una especie de rechazo frente a la llamada el otro. Mientras que el mundo es
constitutivamente una llamada de reconocimiento y de promoción del otro, surge al mismo
tiempo la tentación de no reconocerlo o de no reconocerlo a fondo y totalmente.
Ciertamente que es posible crear unas estructuras en las que todo esto quede reducido en su
nocividad. Pero no existen todavía estructuras en las que esto no se encuentre presente.
Todo lo que llevamos dicho parece pertenecer a la condición concreta y realista del
hombre. Difícilmente pueden ponerse entre paréntesis estos aspectos del fracaso y del mal.
Toda la lucha contra el mal y el fracaso se desarrolla en el fondo dentro de esta estructura.
Hay muchas cosas que pueden mejorarse. Las estructuras pueden mejorarse. La educación
puede avanzar en la preparación de un hombre mejor. Las fronteras del dominio sobre las
fuerzas de la naturaleza se desplazan constantemente y permiten respetar y reconocer al
hombre cada vez más. Pero esto se consigue únicamente a costa de una lucha permanente
contra los factores del mal que están presentes en la existencia.

b) Insuficiencia de las explicaciones racionales


El límite insuperable de las explicaciones racionales y de las perspectivas técnicas
para resolver el problema del mal consiste en el hecho de que lo examinan – y lo examinan
necesariamente –a la luz de una totalidad (impersonal), distinta según las perspectivas
racionales: orden metafísico del universo, materia evolutiva y dialéctica, técnica en vías de
afirmación, totalidad estética, etc. Para Leibniz, por ejemplo, el mal es aparente, ya que
todo es bueno en la totalidad del orden abstracto. Para Hegel y para el marxismo los males
y la conciencia desgraciada son etapas obligadas en la realización de un orden histórico:
espíritu universal, sociedad nueva, historia auténtica... Para una visión estetizante del
universo los males y los sufrimientos sirven para dar mayor relieve al bien presente, a las
victorias, a las virtudes, etc.
Pues bien, ver el problema del mal sólo y únicamente sobre la pantalla de lo
universal (racional, técnico, histórico, económico, etcétera) equivale a falsificarlo
esencialmente. El misterio del mal esté también en el hecho de que cada uno de los
hombres, en su irrepetible unicidad, queda trabado y bloqueado en su propia realización.
Existe un misterio personal del mal, porque cada hombre, aunque pertenece realmente a
diversas formas de totalidad, no puede reducirse a ninguna totalidad. Su destino –o su
llamada -, a pesar de la relación esencial con los

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demás, es también esencialmente personal, esto es, inalienable e inconfundible con las
soluciones que se refieren a la totalidad. El carácter trágico del mal se deriva en muchos
aspectos de la distancia insalvable entre lo que es <<bueno>> en el marco de la totalidad y
lo que constituye el camino de realización de cada persona.
Recurriendo a un ejemplo muy sencillo, es exacta la afirmación de que una
invalidez fisiológica o psicológica resulta inteligible en el conjunto del mundo biológico, y
conforme con la bondad del universo biológico. Pero con esto no se responde de ninguna
forma al drama personal e inalienable de aquel hombre que en aquella situación tiene que
realizar su propia existencia. ¿Por qué esa persona y no otra? ¿Por qué yo?
También puede decirse que en el desarrollo de una sociedad más justa el
empobrecimiento de las masas obreras y los conflictos sociales eran etapas obligatorias
para destruir el ídolo del capitalismo alienante. Pero con esto no se responde al drama de
muchas familias que viven en el hambre y la miseria, sin instrucción y sin perspectivas. Los
sufrimientos, señala justamente E. Borne, pueden servir como medios y como caminos para
el advenimiento de la totalidad, pero no para los hombres que sufren.
La ciencia, la técnica, las teorías evolucionistas, la explicación marxista de los
conflictos sociales, las visiones metafísicas más dinámicas que ven la creación como una
obra en acto y no ya realizada en el pasado..., todo eso me puede ayudar muchísimo para
situar muchos aspectos del mal y remediarlos en la existencia concreta. Pero no puede
pretender eliminar intelectualmente el problema del mal, a no ser negando el lugar
inconfundible y único de las personas, reduciéndolos a todos a puros individuos, esto es, a
sujeto (o números funcionales) intercambiables entre sí en la realización de la totalidad.
Por otra parte, la imposibilidad de resolver racionalmente y de superar técnicamente
los males humanos no es un hecho aislado: la esfera del bien y del amor no puede ser
racionalizada, o por lo menos no puede serlo total ni plenamente. El compromiso humano
en el bien y el reconocimiento del otro incluye siempre una dimensión de fe, una confianza
fundamental de que es posible hacerlo y realizarlo, una esperanza que no hunde sus raíces
en los conocimientos técnicos ni en lo que puede preverse desde el punto de vista científico.
El problema de fondo consiste en saber si precisamente esta esperanza, tantas veces
frustrada y fracasada, no incluirá en sí una fuerza tan grande que logre finalmente abrir
perspectivas de salvación para el significado fundamental de la existencia. Será el problema
que luego recogeremos al hablar de la inmortalidad personal.
El carácter no plenamente racionalizable del mal fue advertido desde los comienzos
de la humanidad. P. Ricoeur, en un estudio interesante, ha estudiado los mitos y los
símbolos del mal. Hoy sabemos que el lenguaje simbólico y mitológico expresa y significa
precisamente las dimensiones fundamentales no realizables de la existencia. El símbolo
primario del mal es la mancha que requiere una purificación. No se trata de una
contaminación material, sino de un símbolo que indica a través de una imagen material la
realidad inaferrable del mal. La humanidad ha necesitado mucho tiempo para distinguir
con mayor claridad entre la verdadera culpa moral y la contaminación material con el
mal. Gradualmente el

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Licenciatura en Informática

lenguaje se va purificando. Se introduce la distinción clara entre mal moral y males físicos
o psicológicos, aunque afirmando la conexión entre ambas cosas. También el mal moral se
designa a través de un conjunto de símbolos: vanidad, error, ruptura, etc. El pecado es visto
como una realidad objetiva no plenamente dominada por el hombre. El hombre vive en un
mundo dominado por el pecado, lo cual se expresa en las múltiples formas de esclavitud y
de alienación. El mal de la culpa exige también una justificación ofrecida desde fuera, más
en concreto una justificación que viene de Dios.
Los mitos entre los diversos pueblos insertan estos símbolos en narraciones
primitivas que sitúan el mal en el origen del hombre, para subrayar su presencia
fundamental y permanente. Un lugar privilegiado, según Ricoeur, es el que corresponde al
mito de Adán.
El análisis de estos símbolos y mitos, que por desgracia no podamos hacer aquí,
ilustra de todas formas la permanencia de una experiencia humana que ve en el mal y en
el fracaso los límites del hombre, así como también una indicación hacia el problema de la
trascendencia. Es lo que Jaspers ha traducido como cifra de la trascendencia.

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