Tema 6. La Temporalidad Humana.
Tema 6. La Temporalidad Humana.
1.- INTRODUCCIÓN
Así pues, podemos definir el tiempo como la magnitud física con la que medimos
la duración o separación de acontecimientos sujetos a cambio. Es la magnitud que
permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un presente y un
futuro.
3.1 El presente
San Agustín de Hipona (SS. V-IV a.C.) estudió qué es el tiempo, y lo describió
utilizando un juego de palabras que puede sernos muy útil en estas reflexiones. Decía que
el pasado es “lo que ya no es”; el futuro es “lo que todavía no es”; y el presente es “ese
instante casi inexistente entre el pasado y el futuro”. Lo único que es, es pues esa
fracción de segundo, que se revuelve escurridiza convirtiéndose en pasado cuando
intentamos atraparla: ese instante tan fugaz como lo que se tarda en decir “ya”.
No parece, pues, correcto decir que el pasado y el futuro no son nada pues
ambos viven de alguna forma en nuestra alma: el pasado como recuerdo; y el futuro
como expectativa. Por ello San Agustín señala que “tampoco se puede decir con exactitud que
sean tres los tiempos: pasado, presente y futuro. Habría que decir con más propiedad que hay tres
tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas
futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el alma, pero no veo que existan fuera de ella. El
presente de las cosas idas es la memoria. El de las cosas presentes es la percepción o la visión. Y el
presente de las cosas futuras la espera”.
Como consecuencia, podemos señalar que somos en el presente deudores de
nuestro pasado. Lo que hayamos hecho, tiene su peso y condiciona nuestra existencia;
las decisiones tomadas son, en parte, las que nos han llevado hasta donde estamos.
4- EL FLUJO DE LA EXISTENCIA
Epicuro (SS. IV-III a.C.) ya nos había invitado a disfrutar de cada momento fugaz
de la vida. Si fuéramos dioses y viviéramos instalados en la segura eternidad, no
podríamos entender ese permanente estar de paso de los acontecimientos. Cada uno de
los instantes de nuestra existencia es, por contra, único e irrepetible, y cada momento
vivido no volverá a suceder jamás, lo que lo convierte en algo genuino y …, digno de ser
vivido.
Imaginemos, dice Nietzsche (S. XIX) que este preciso momento que estamos
viviendo ahora, se repitiera una y otra vez hasta el infinito. Es el famoso mito del eterno
retorno. Imaginémonos, en las condiciones de nuestra actual vida, “conviviendo” con
nosotros mismos y, por qué no decirlo “aguantándonos” … por toda la eternidad … ¿no
es acaso esta una imagen que produce cansancio sólo de pensarla? Consolémonos,
parecen decir los antiguos, pues nuestra existencia, fugaz por naturaleza, no permite este
estado, y cada rato disfrutado, cada sufrimiento padecido, puede que sea similar a otros,
pero nunca será “el mismo”. Es la diferencia que hay entre escuchar una canción ya
grabada en nuestro equipo, transida de la rutinaria decepción de poder escucharla cuantas
veces queramos, frente a la convulsión inesperada de la canción de radio que nos encanta,
y que se escapará en cuanto al locutor de turno se le ocurra cualquier comentario. Así
son, en realidad, cada uno de los acontecimientos de nuestra vida.
Sin embargo, esto no puede hacernos olvidar que existe también un tiempo
independiente de toda convención humana.
Nuestra percepción del tiempo no solo depende de la constante cadencia del tic-tac
del reloj; también influyen, y mucho, los acontecimientos que vivimos en ese periodo. Por
eso, Bergson (SS. XIX-XX) distinguió entre “tiempo” y “duración”. Una cosa es el
tiempo de la ciencia, el que miden los cronómetros, a la que llamó sin más tiempo; y otra
el tiempo del alma, el tiempo interior, al que llamó duración.
¿En qué medida cambia nuestra percepción del tiempo? Los neurólogos nos
explican que, cuando una experiencia se repite con frecuencia, las neuronas que
interpretan la información funcionan con menos actividad. Por el contrario,nuestro
sistema nervioso se activa en mayor medida cuando hay más novedad en lo que se está
viviendo. Percibimos el tiempo en nuestra vida en la medida en que hay cambios
en ella: cuando nos pasan muchas cosas, parece que el día ha tenido más momentos.
Todo esto nos lleva a una conclusión inevitable: el tiempo percibido depende de los
acontecimientos vividos. Obsérvese que utilizamos aquí dos vocablos: “acontecimientos” y
“vividos”. Lo primero hace referencia a lo exterior; lo segundo a lo interior. Las cosas (no
las cosas “en bruto”, sino “las cosas-que-me-pasan-a-mí”) tienen un componente
personalísimo, lo que significa que en cualquier etapa de la vida es posible intensificar y
por tanto prolongar los tramos de tiempo que se viven.
5.2.2.- El tiempo somos nosotros
Hemos dicho que Ser sí mismo no es ser un yo en sentido estático sino correr
hacia un futuro. La existencia como temporalidad es un extenderse entre el nacer y el
morir. Lo que se sitúa entre estos dos hechos es el acontecer. La historicidad es
entonces para el dasein (ser-ahí) el corazón mismo de su ser. Esto significa que, el hombre
tiene que luchar por realizar lo mejor posible su propio proyecto. En palabras de
Heidegger, el cuidado de uno mismo no se acaba nunca pues tenemos el sello de lo
inacabado.
Pero esto también significa que el acontecer nos dirige hacia hacia la muerte. En
palabras de Heidegger, el ser humano es un ser-para-la-muerte; y ser uno mismo es
correr hacia la propia disolución. La existencia es como un círculo insoluble: mientras
existe no se completa y cuando se completa se pierde. No se puede vivir la experiencia de
ser completo hasta que no se llega a la muerte y entonces se pierde toda experiencia. La
muerte es el término de la vida, su más “segura posibilidad”, su proyecto más fiable. La
angustia se presenta así como un elemento constitutivo de lo humano. La clave para
entender nuestra inevitable esencia, para aceptar la angustia como forma de ser propia
que nos corresponde. Cuando el ser-ahí ha aceptado la propia negatividad y caducidad,
entonces ha alcanzado una forma de plenitud, que no es huida ni desesperación sino una
heroica y desnuda fidelidad a sí mismo. Ahora bien, ¿qué ocurre tras la muerte?