0% encontró este documento útil (0 votos)
34 vistas4 páginas

Amor A Sí Mismo y Amor A Los Demás

El documento presenta una descripción detallada de Jesucristo. Se describe a Jesucristo como un hombre de 30 años sin domicilio fijo que trabajó como carpintero pero que se dedicó a "hacer el bien". Fue acusado de herejía y condenado a muerte, pero sus seguidores creen que resucitó al tercer día. El documento enfatiza que Jesucristo amaba incondicionalmente a todos, especialmente a los más vulnerables, y que su mensaje central era amar a los demás.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
34 vistas4 páginas

Amor A Sí Mismo y Amor A Los Demás

El documento presenta una descripción detallada de Jesucristo. Se describe a Jesucristo como un hombre de 30 años sin domicilio fijo que trabajó como carpintero pero que se dedicó a "hacer el bien". Fue acusado de herejía y condenado a muerte, pero sus seguidores creen que resucitó al tercer día. El documento enfatiza que Jesucristo amaba incondicionalmente a todos, especialmente a los más vulnerables, y que su mensaje central era amar a los demás.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 4

¿Qué traigo en mi corazón?

¿Qué ocupa mayor lugar?

¿Qué alegrías y tristezas lleva

mi corazón?

¿Qué sueña mi corazón?

¿Qué le preocupa?

¿Qué heridas tiene?


Un personaje llamado Jesús...

Esta es su ficha (aunque no sirve para encontrarlo). Su nombre es Jesús de Nazareth, pero su nombre de guerra es Jesucristo. Tiene treinta
años y al parecer no tiene domicilio, ni le preocupa demasiado. Trabajó como carpintero, pero la gente dice que se dedica a “hacer el bien”.
Nada se sabe de su físico, pero parece que el dato carece de importancia. El suele decir que por los frutos se conoce la identidad de la
persona. Su preocupación máxima son las personas, su alegría son ellos, como también su debilidad y su razón para vivir y para morir, el
amor. No le queda tiempo para ningún hobby.

Para el pueblo se trata de un hombre completamente libre. Los jefes le echan en cara que no guardar la ley ni el sábado. Solamente
reconoce una ley: la del amor. Un hombre comprometido que repite con insistencia que hay que cambiar muchas cosas.

Es consecuente y va hasta el final: amar hasta dar la vida. Es un hombre cuestionado, perseguido y discutido: no convence a todos. Le
acusan de glotón y borracho, de revolucionario y de demagogo de las masas, agitador y peligroso. Deciden matarlo. A pesar de que el pueblo
está con él, le condenan y es ejecutado. Pero al tercer día resucita. Dicen que su victoria es la de los hombres, que con él pasamos de la
muerte a la vida.

Su delito: ser el gran maestro del amor. Ama piadosamente, especialmente a los más desgraciados: pecadores, pobres y enfermos...Ama
durante toda la vida hasta el extremo, hasta la consecuencia y locura de morir por los que ama. Su amor no excluye a nadie. Para los que lo
sigan trae una ley nueva: la del amor. Ley que no es invitación, sino mandato irreversible.

Su estilo: es una persona de un equilibrio admirable; combina admirablemente energía y suavidad, prudencia y sencillez. Solo una vez se
enfadó. Tiene ideas muy claras sobre la justicia. Su concepción de la violencia es nueva y original: violentarse uno a sí mismo, es el camino
para violentar a los demás y cambiar las cosas. Insiste en que todas las vidas tienen la misma meta: servir. Y repite, hasta ponerse pesado,
que no ha venido a ser servido sino a servir, y dice además – palabra de honor – que el secreto de la felicidad está en el servicio. Tiene una
gran pasión: perdonar.

Su persona: es terriblemente humano, hasta en los detalles más elementales y corrientes: come, bebe, se cansa, habla, cura, reza, se
compadece...aparentemente en nada se diferencia de los demás.

Su secreto: es hombre y Dios. Dios con nosotros. Jesucristo es el amor de Dios que llega hasta los hombres. Dios ya no es un solitario. Dios
es amor. Dios es familia, forma un nosotros. Por eso el hombre llega a Dios únicamente por el amor, formando comunidad. Cuando más
amamos, más “nosotros” formamos y más entramos en el nosotros de Dios.

Su llamada: para seguirlo hay que aceptar el escándalo de frases tan revolucionarias como: “ámense los unos a los otros” y “perdona a tus
enemigos”. Hay que comprometerse sin regateos, codo a codo con los demás hombres, porque el Señor se encuentra en esa andadura
esperanzada de la vida. “De la vida que se da, no de la que se retiene egoístamente para sí mismo”.

A su mensaje podemos darle una respuesta. Esa respuesta debe ser personal y su búsqueda tenaz. Solo entonces podremos creer de
verdad, totalmente. Entonces Cristo dejará de ser una extraordinaria figura histórica.

En grupos preguntas para reflexionar sobre la lectura:

¿Qué nos llama la atención del texto?

¿Quién es Jesucristo para mí?

¿Qué puesto ocupa en mi vida?

¿Qué sentido da a mi existencia su persona y su mensaje?


Amor a sí mismo y amor a los demás

Es un hecho que no podemos amar a los demás, si no nos amamos a nosotros mismos. El mandamiento del Señor es que amemos al prójimo
como nos amamos a nosotros mismos. Una versión psicológica de este mandamiento podría ser la siguiente: "Ámate a ti mismo y podrás amar a
tu prójimo". El Jesús que yo conozco nos insiste en que dejemos nuestras balanzas, en que dejemos de medir lo que entra y lo que sale, en que
hagamos del amor la regla y el motivo de nuestra vida. "Ámense los unos a los otros, como yo los he amado". Más aún, Jesús nos asegura: "Si
hacen ustedes esto, serán muy felices" (Evangelio de san Juan 13, 17). Sin embargo, es crucial comprobar que nuestra actitud hacia nosotros
mismos regula nuestra capacidad activa de amar a los demás. Lo difícil es que sólo en la medida en que nos amemos a nosotros mismos,
podremos amar verdaderamente a los demás e incluso a Dios.

Si nuestra actitud hacia nosotros mismos es mutilante, nuestra capacidad para amar se disminuye proporcionalmente. Tener una pobre imagen
de uno mismo es algo tan doloroso como una sangrienta guerra civil dentro de uno mismo. Esa pobre imagen magnetiza toda nuestra atención
hacia nosotros mismos y nos permite muy poca libertad para salir hacia los demás. Cuando tenemos un dolor, aunque sea algo tan sencillo (!)
como un dolor de muelas, nuestra disponibilidad hacia los demás se reduce. Si nuestra actitud hacia nosotros mismos nos deja con un dolor
como de vacío, no tendremos ni fuerza n¡ deseos de salir hacia los demás. En cambio, a medida que nuestra actitud hacia nosotros mismos se
hace más positiva y resistente, nuestro dolor se reduce en esa medida, y entonces somos más libres para descubrir las necesidades de las
personas que nos rodean y para responder a ellas. Brevemente: mientras mejor sea la imagen de uno mismo, mayor será la capacidad para amar.
Y al contrario, mientras más grande sea la distracción que tengamos por el dolor, tanto más pequeña será nuestra capacidad para ocuparnos de
los demás y para amarlos.

Voy a ilustrar esta verdad con un recuerdo de mi pasado. Una brillante mañana de septiembre, en una escuela para muchachos, empezó mi
carrera como maestro. Los maestros novatos habíamos recibido instrucciones para que fuéramos tan eficientes como los negociantes: hábiles,
claros, simpáticos, inspiradores... Nos advirtieron que no empezáramos a sonreír sino hasta Navidad. En otra forma, los bribones adolescentes se
nos subirían a las barbas. Y recuerdo esa mañana de septiembre..., cuando sentía fuertes mareos y la vaga esperanza de recordar mi nombre...
Todo aquel primer año de enseñanza, que fue un verdadero bautismo de fuego para mí, la única pregunta que me importaba era ésta: "¿Qué tal
lo estaré haciendo?”... Mi interés por enseñar bien y mantener la disciplina se centraban en mi deseo de triunfar como maestro. Estaba tan
preocupado en captar y responder a las necesidades de mi propia inseguridad, que mi capacidad para comprender las necesidades de mis
alumnos y para responder a ellas estaba reducida al mínimo.
Pero gradualmente me fui dando cuenta de que en realidad yo era un maestro competente (¡modestia aparte!). A medida que ganaba confianza
en mí mismo, mis ansiedades internas sobre mi éxito personal y el temor a fracasar fueron disminuyendo. Así, mi capacidad para atender a las
necesidades e intereses de los alumnos fue creciendo proporcionalmente. Sentí entonces que, de la pregunta centrada en mí mismo: "¿Cómo lo
estaré haciendo?”, me desplazaba hacia la pregunta más amorosa: “¿Cómo les está yendo a ustedes, mis alumnos?”.

Exactamente lo mismo pasa con nuestra actitud hacia nosotros mismos. Si enfocamos principalmente nuestras limitaciones, si recordamos
vívidamente nuestros fracasos y vemos en nosotros únicamente los valores dudosos, entonces nos preocuparemos sólo de nosotros mismos.
Siempre nos estaremos preocupando nerviosamente: "¿Cómo lo estoy haciendo?”... La ansiedad interna, el sentimiento de inferioridad, el temor
de fracasar, nos dejarán muy poca libertad y disponibilidad para descubrir las necesidades de los demás y responder a ellas. Pero, a medida que
en forma lenta y segura vayamos tomando una actitud más saludable hacia nosotros mismos, lograremos aumentar nuestra capacidad para
ocuparnos de aquellos a quienes Jesús nos pidió que amemos.

https://evangelizando.co/pjcweb/Tematica_retiros.htm

Temas para jóvenes

https://reflexionesparaelalmaryp.blogspot.com/2018/12/el-don-de-la-vida.html?m=1

También podría gustarte