Collage de virtudes
Después de enseñar a los estudiantes las definiciones de las tres virtudes teologales,
dales muchas revistas viejas para que busquen. Pídeles a los alumnos que corten
ejemplos de las revistas de personas aplicando las virtudes teologales en sus vidas.
Luego, pide a los alumnos pegar estas fotos en una cartulina y escribir las diferentes
virtudes debajo de ellas. Esto puede convertirse en una decoración del salón de clases
y un recordatorio para utilizar las virtudes teologales como una guía en la vida
cotidiana.
Juego de roles
Una de las mejores maneras de enseñar a los estudiantes cómo vivir las virtudes
teologales es hacer que representen una variedad de escenas en las que las virtudes
teologales entren en juego. Divide la clase en grupos y pídele a cada grupo realizar una
obra de teatro. Al final de cada presentación, pide a los otros estudiantes identificar la
virtud esta siendo retratada. Esto ayudará a los estudiantes no sólo a aprender a
identificar las virtudes, sino también a cómo aplicarlas en su vida diaria.
Catequesis con Cuentos - Las virtudes teologales
Les comparto este cuentito que nos puede ayudar como instrumento en la catequesis.
No es tan fácil hacerles comprender a los catequizandos el valor de las virtudes
teologales y como éstas van sosteniendo nuestro peregrinar en el mundo. Perderlas
sería empobrecernos terriblemente, pero conservarlas sin tenerlas en cuenta, sin
hacerlas crecer llevándolas a actos concretos, es también un desperdicio. Creo que la
historia nos da todas las pautas para ver como esta riqueza que recibimos en el
bautismo se hace patente en las circunstancias más cotidianas.
TRES PIEDRAS PRECIOSAS
Cuentan los cuentos que, el primer árabe que se aventuró a cruzar el desierto, se
encontró junto a una cueva con un anciano de aspecto venerable quien le preguntó:
- Joven, ¿A dónde vas?
- Quiero cruzar el desierto, hombre de Dios...
El anciano quedó pensativo un momento, y luego añadió:
- Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta tres cosas: Toma estas piedras.
Este topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto; esta esmeralda es la
esperanza, verde como las hojas de las palmeras; y este rubí, es la caridad, rojo como el
sol de poniente. Anda siempre hacia el sur y encontrarás el Oasis de Náscara, donde
vivirás feliz. Pero no lo olvides: Por nada pierdas ninguna de las piedras, de lo contrario,
no llegarás a tu destino.
El joven se puso en camino, y recorrió primero ágilmente y conforme fue pasando el
tiempo más penosamente kilómetro tras kilómetro a través de las dunas amarillentas
del desierto, montado sobre su camello.
Un día le asaltó una duda:
- ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el Oasis que me prometió, y el
desierto no tuviera realmente fin?
Ya iba a volverse, cuando notó que "algo" se le había caído sobre la arena... Era el
topacio. El joven se bajó para cogerlo y pensó:
- No, no. Tengo que confiar en la promesa del anciano. Seguiré mi Camino.
Pasaron muchos días. El sol, el viento, el frío de la noche, y la falta de víveres le iban
agotando. Sus fuerzas desfallecían y ni una palmera ni una fuente se veían por el
horizonte sin fin... Ya iba a dejarse caer del camello para aguardar la muerte bajo su
sombra, cuando notó que se le caía algo al suelo... Era la esmeralda. El joven se bajo a
recogerla y se dijo:
- Tengo que ser fuerte... tal vez, un poco más allá, estará el Oasis. Si no sigo, moriré sin
remedio. Mientras tenga un soplo de vida continuaré mi viaje.
Siguió el joven su camino, cuando encontró un pequeño charco de agua junto a una
palmera. Ya iba a lanzarse sobre aquel diminuto "oasis" cuando vio los ojos de su
camello suplicantes y tiernos, como los de un hombre pordiosero, solicitando el agua.
Pensó, entonces, que debería tener piedad de su animal desfallecido... él aún podía
resistir un poco más, y el camello lo había llevado hasta allí... entonces, dejó que la
bestia bebiera aquellos pocos sorbos.
¡Cuál no sería su asombro cuando el camello cayó muerto a sus pies! El agua estaba
corrompida, y su animal se envenenó... En el suelo, notó el joven que brillaba el rubí,
que se le había caído, y lo recogió, dando gracias al Cielo por haber recompensado su
generosidad, y evitado su muerte.
Sintió ánimos renovados, y después de un corto trayecto, alzó la mirada y vio a lo lejos
unas palmeras: ¡Era el oasis de Náscara! Al llegar, encontró junto a una limpia fuente, a
un anciano que le sonrió alegremente y le dijo:
- Has llegado a tu destino puesto que has conservado las tres piedras preciosas: La fe, la
esperanza y la caridad. ¡Ay de ti si hubieras perdido alguna!, ¡hubieras perecido sin
remedio!
El anciano, después de ofrecerle agua fresca y dátiles, se despidió de aquel joven
diciéndole:
- Guarda siempre, a lo largo de tu vida, muy cerca de tu corazón, el topacio, la
esmeralda y el rubí. Sólo así llegarás a cualquiera que sean tus metas... ¡Nunca los
pierdas!