Como se expresa en los fundamentos de este
Congreso, el suicidio constituye un problema de
salud pública. También es la expresión extrema de
un conflicto subjetivo. El suicidio logrado nos deja
con todas las palabras, él ha rehuido a ellas, y las
explicaciones quedan a cargo de quienes le
sobreviven.
Por una parte entonces, el enigma sin resolver del
por qué tal decisión. Por otro lado el interrogante
de si se podría haber evitado.
Ambas preguntas tienen necesidad de ser
desplegadas en el nivel particular del caso, como en
el nivel comunitario de políticas: sanitarias,
educativas, políticas públicas en general.
Hace unos años atrás, en un trabajo que presenté
en las Jornadas Lacanoamericanas de Psicoanálisis
en Salvador de Bahia(1997), fundamentaba la
imprescindible presencia del psicoanálisis en la
acción Inter.-disciplinar de la APS. Decía en aquel
entonces que es desde la teoría, y desde la practica
misma de esta disciplina de lo inconsciente que, por
una parte, se pueden leer los resortes de la vida
colectiva humana, y encontrar las nociones que
orienten el quehacer en el ámbito colectivo,
respetando las singularidades y previniendo los
devastadores efectos de masificación. También
señalaba que el lugar del analista en lo cotidiano de
la APS no solo pasaba por sostener la ética de la
escucha, sino también tomar la palabra. Y aquí
estamos.
El Psicoanálisis en su experiencia originaria, procede
por vía di levare. Así como el escultor descubre la
estatua que ya está allí en el bloque, el analista
pesquisa la estructura subjetiva en el despliegue
discursivo que se ofrece a su escucha, favoreciendo
que advenga la verdad del sujeto.
Solo retroactivamente dirá de la causa. ¿ Cómo
entonces anticiparse, cómo predecir y prevenir los
riesgos que se presentan cotidianamente en la
clínica?
La posición del analista no es ingenua. Su saber-
hacer se asienta en una sólida y rigurosa formación
(el consabido trípode freudiano: su propio análisis,
el aprendizaje sistemático de la teoría, el análisis de
control).
En 1910, en un Simposio sobre el Suicidio, Freud se
preguntaba cómo es posible que llegue a ser
superado en la situación de suicidio (lograda o no)
el poderosísimo instinto de vida, y si esto era
“posible por el simple efecto de la libido defraudada
o si existe también una renuncia del yo a su
conservación, emanada de motivos puramente
yoicos”.
Cinco años después, en Duelo y Melancolía, Freud
expone el estado de indagación psicoanalítica con
claras referencias a estas preguntas.
En este trabajo, compara el estado clínico de la
melancolía con el afecto del duelo.
En ambos de lo que se trata es de la pérdida de
objeto amado. En uno como en otro encontramos
que 1)cesa el interés por el mundo exterior, 2)se
pierde la capacidad de amar, 3) se produce una
inhibición de todas las funciones (Ej.: insomnio,
rechazar alimentarse).
El afecto de duelo es de carácter transitorio, y es de
esperar que estas “disfunciones” tiendan a
atenuarse y desaparecer, conforme avance el
trabajo de duelo.
Pero en la melancolía específicamente verificamos:
1) perturbación del amor propio (reproches y
acusaciones dirigidas a la propia persona), pudiendo
llegar a la espera delirante de castigo;
2)empobrecimiento del yo; 3)referencias del sujeto
a quitarse la vida expresadas sin pudor.
Ninguna de estas tres condiciones se verifican en el
duelo, en el cual el objeto perdido es conocido,
mientras que en la melancolía la pérdida de objeto
amado, de naturaleza más ideal, es sustraída a la
conciencia.
Se sucede en la melancolía un conflicto entre el yo y
la instancia crítica del yo.
Tres, entonces, son las premisas de la Melancolía:
perdida de objeto, ambivalencia, regresión de la
libido al yo (“por una identificación con el objeto la
sombra del objeto cayó sobre el yo”).
Tenemos entonces la importancia del diagnostico
en transferencia, que permita despejar lo más
tempranamente posible de qué tipo de
presentación se trata (acting-out ofrecido a la
interpretación, o pasaje al acto?), y cual será la
dirección de la cura, tareas éstas propias de un
analista entrenado, que se sumará a un equipo de
trabajo, aportando sus opiniones y escuchando los
impasses de tal interacción; contribuyendo con un
trabajo puesto en común a disminuir en todo lo
posible el riesgo (vale remarcar, sin garantías) y el
sufrimiento del paciente o consultante.
Cuando expreso una labor Inter.-disciplinar, afirmo
que otros operadores (asistente social, psiquiatra,
enfermero, etc.) estarán presentes, favoreciendo
articular con la familia, cuando ésta esté, y/o
generando una red de contención cotidiana del
sufriente en consulta (amigos, vecinos, etc.).
Entiéndase que este esbozo de Inter.-vención,
Inter.-disciplinar, es válida tanto para el ámbito
público cuanto para el ámbito privado, con sus
peculiaridades. Es necesaria la aclaración, ya que es
habitual pensar en la Salud Pública como ámbito de
lo estatal solamente (en tanto que en rigor el
Estado es responsable y quien debe – o debiera –
regular, pero no el único actor) y orientado, se
piensa generalmente, a sectores desprotegidos,
pobres. Pero como suelo enunciar, si se piensa
desde la pobreza, se piensa pobremente. Entiendo
que todo dispositivo, asistencial o preventivo, en el
ámbito de que se trate (público o privado) y del
área que sea (salud, educación, seguridad, etc,) ha
de plantearse con posibilidades de aplicación, en
estos términos, universal.
En el Malestar en La Cultura, Freud se interroga
sobre las condiciones de vida de los seres humanos.
La vida se presenta con pesares, para los cuales se
ofrecen a los humanos tres tipos de lenitivos
(paliativos para superar esos pesares): distracciones
poderosas que tornan pequeña nuestra miseria
(desde el cultivo del jardín a la dedicación a la
ciencia, etc.); satisfacciones sustitutivas que
reducen el pesar (el arte); narcóticos que modifican
el quimismo de los órganos insensibilizándonos (“A
quien tenga pesares no le falten licores”).
Si bien los hombres aspiran a la felicidad, tres son
las fuentes de sufrimiento que deben enfrentar:
provenientes del propio cuerpo, del rigor de la
naturaleza, de las acciones de otros seres humanos.
Eros y Ananke (amor y necesidad) son los padres de
la Cultura. Señala Freud que ésta cumple con dos
fines: regir las relaciones de los hombres entre si, y
protegernos contra la Naturaleza.
Pero esta misma Cultura que permite que convivan
mayor número de seres humanos, impone una serie
de restricciones al individuo. Se produce entonces
un conflicto entre el amor y la cultura.
Así como en el plano singular, el reforzamiento del
yo, en conflictos como veíamos recién, de neta
factura narcisista, es empujar al suicidio (en tanto el
“consejo” puede reforzar la instancia crítica del yo,
que por si solo ya lo martiriza), en la lógica de lo
colectivo, es ineficaz dirigir las acciones a eliminar
un malestar, que lo es de estructura. ¿Cuál
entonces la dirección a seguir?.
Mencionaba hace un rato un Simposio sobre
Suicidio de 1910, donde la intervención de Freud
apunta en particular sobre una importante misión
de la educación, lo hace en estos términos: “La
escuela secundaria, empero, ha de cumplir algo más
de abstenerse simplemente de impulsar a los
jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de
vivir y ofrecerles apoyo y asidero en un período de
su vida en el cual las condiciones de su desarrollo
los obligan a soltar sus vínculos con el hogar
paterno y con la familia. Me parece indudable que
la educación secundaria no cumple tal misión y que
en múltiples sentidos queda muy a la zaga de
constituir un sucedáneo para la familia y despertar
el interés por la existencia en el gran mundo”.
Por ser tan vasto el ámbito de intervención, me
centraré en la educación, y en particular el nivel
medio, que abarca el período de la pubertad. Este
momento de la constitución subjetiva, es universal y
una bisagra en el desarrollo del parletre. Momento
de reafirmación de los procesos iniciados en el
período instituyente de la subjetividad (la niñez), y
quizás la última oportunidad de una intervención
que permita rectificar rumbos.
Hoy, en nuestra Argentina, (según investigación del
Grupo Equis, de Artemio López) más de 1.500.000
adolescentes se encuentran fuera de la escolaridad
y sin ninguna ocupación. Esta pre-ocupación ha sido
manifestada aún en el Parlamento Nacional, sin
arribarse a una sanción de ninguna política
específica.
Quizás sea el sector de nuestra población en mayor
riesgo. Acosado por la crisis que transitamos, que
no muestra horizontes ni objetivos de vida, y
transitando sus propias crisis subjetivas, en variadas
formas, todas ellas siempre necesitadas de un
mayor respaldo, tanto familiar, como (y
fundamentalmente) social.
Lejos de ser sujetos de cuidados y atención especial,
son objetos de crítica, cuestionamiento, y blanco de
las más variadas publicidades (tanto orientadas al
consumo como las supuestamente “preventivas”).
Tal vez no sea tarde aún para revisar qué estamos
haciendo, qué dejamos de hacer, e impedir que esta
generación sea empujada a suicidios individuales, o
exterminio colectivo.