Supuestos acerca de la conciencia
en astrología
Alejandro Lodi
Sin duda, es muy complejo abordar el tema de la conciencia y su posible
desarrollo. De hecho, al hablar de «conciencia» no siempre se entiende lo
mismo y muchas veces este término se utiliza para referir a nociones opuestas
y contrarias. Por eso, nuestro punto de partida será definir qué entenderemos
aquí por «conciencia».
Consideraremos a la conciencia como una actividad. Esta actividad se orienta
hacia una percepción más profunda y sutil (no material) y abarcativa (universal,
no individual) de la experiencia vital. No se trata de una actividad voluntaria,
sino que la experiencia individual parece ser guiada por ella. No es una
actividad interna del individuo, sino vincular y de interacción con el destino. La
conciencia no es una herramienta que tiene el sujeto individual para "ser mejor"
o lograr la satisfacción de sus deseos y anhelos (aunque tampoco va
necesariamente en contra de ellos), sino que parece manifestar el propósito de
abrir la percepción de que «persona» y «destino» forman una misma entidad,
una unidad que busca reencontrarse luego de haberse vivido disociada.
Aplicar esta noción de «conciencia» a la lectura astrológica no es tarea sencilla.
Pero, avanzado ya el siglo XXI ¿podría demorarse? Como astrólogos, desde
hace más de dos siglos convivimos con la evidencia de que en nuestro Sistema
Solar existen tres planetas más allá de los límites de Saturno. En ese lapso la
conciencia humana ha desarrollado cambios notables, inéditos a lo largo de su
historia. Pero, entre todos ellos hay uno de consecuencias ineludibles para
nuestra labor y que resulta de una clave sincronicidad con la aparición de los
planetas transpersonales: el "descubrimiento" del inconsciente.
Tal avance en el estudio del misterio de la psique humana (primero con Freud,
luego con Jung y más adelante con las distintas líneas psicológicas
bioenergéticas y transpersonales) ha provocado que ciertos conocimientos
hasta ese momento esotéricos, herméticos u ocultos, salieran a la luz y formen
parte del saber del humano común y corriente. Entre ellos los que refieren
acerca del «yo» y la noción de «individuo».
Cada vez más lejos de certezas absolutas y verdades cerradas, las
investigaciones y revelaciones sobre el inconsciente humano han revelado el
alto condicionamiento de las acciones conscientes. Así, la concepción de la
naturaleza del ser humano individual, su capacidad de autonomía para
controlar su propia conducta y para modelar su destino a voluntad, ha sido
irreversiblemente alterada.
Pero este desarrollo del conocimiento humano también permitió que la
tradición mística y la investigación científica se encontraran en la coincidente
percepción de:
1) Cierta dinámica del desarrollo de la conciencia.
2) Que esa dinámica resulta de inclusión y vínculo.
3) Lo inauténtico del yo como plena expresión del ser.
Esto sería lo mismo que afirmar que lo que profundamente somos no resulta
una identidad fija, que ese profundo ser, en verdad, se expresa en la relación
con los otros y con el destino, y que en absoluto coincide con la imagen que
tenemos de nosotros mismos.
Los supuestos habituales
No obstante, es cierto que lo habitual es tender a considerar que somos
individuos separados, tanto del resto de los humanos como de la corriente
general de la vida y el destino. Y como éste hay otros supuestos subyacentes a
nuestra conciencia ordinaria que están presentes en la mirada cotidiana.
Suponemos también que somos siempre iguales a nosotros mismos, que
permanecemos idénticos a la definición de nuestras identificaciones más
tempranas. Desde este supuesto se entiende la evolución como "personal", es
decir como el agregado de nuevas cualidades, suma que redunda en una
personalidad "cada vez mejor". Se genera así la aspiración de grandeza, de ser
más grandes como personas individuales, y desarrollar el talento de evitar
aquello que no deseamos y lograr lo que sí deseamos, lograr nuestros sueños y
evitar nuestras pesadillas.
Desde estos supuestos, el objetivo tácito de esta noción de evolución es el
control individual y personal del destino: asegurarse que sólo ocurra lo que ese
centro de identidad individual definió como "bueno" para sí y saber cómo
sortear aquello que aparece como "malo". Si lo no deseado ocurre es porque no
se ha sabido conjurarlo, o ha habido una falla o error en tal operación de control
por defecto de madurez emocional o inteligencia. Y si no pudiera evitarse lo
temido, el supuesto es que se debiera ser capaz de tener al menos alguna
herramienta que ayude a determinar, con toda la precisión posible, cuándo va a
darse la fatalidad (esto es, controlar al menos que no nos sorprenda).
Por cierto, en gran medida tal individualidad exclusiva y el control sobre el
medio ambiente inmediato para satisfacer necesidades de supervivencia es
posible y real en el plano de la realidad material, en cómo se experimenta la
vida desde las percepciones sensoriales biológicas y emocionales más
primarias. Sin embargo, todos estos supuestos comienzan a revelarse como
claramente ilusorios cuando la conciencia se adentra en dimensiones más
sutiles de la experiencia vital, dimensiones tan reales como las de la existencia
física.
Otros supuestos
Ahora bien, existen también otros supuestos desde los cuales podemos
sostener una percepción de nuestra realidad muy diferente a la que parece
activarse automáticamente en lo cotidiano.
Más allá del anhelo de la sensación de identidad de mantenerse igual a sí
misma e inamovible, la actividad de la conciencia no se revela como un estado
fijo, sino que implica un proceso dinámico. No parece resultar una construcción
estable y previsible, sino un flujo siempre cambiante e incierto que, no obstante,
va delineando un sentido en su devenir. Desde la psicología transpersonal, se
sostiene que ese flujo se despliega en tres niveles:
1) de la no-consciencia (no registro adentro-afuera)
2) a la conciencia separativa (división yo-mundo)
3) a la conciencia de totalidad (unidad conciencia-universo o identidad-destino).
Otra forma de decir lo mismo sería definir un proceso que emerge de la
indiferenciación primaria hacia la identificación fragmentaria, y de ésta a la
conciencia de unidad. Y también podríamos referir, desde el diseño elaborado
por Ken Wilber, a las dimensiones pre-personal, personal y transpersonal.
Por otra parte, la evolución implica integración, no acumulación de cualidades.
Representa una auténtica comprensión, esto es la capacidad para incluir y
reconocer como propio del ser aquello que hasta ahora se veía como exterior y
ajeno. Esta tarea no puede ser llevada a cabo en el plano de nuestras
identificaciones personales cotidianas y habituales ("lo que creo ser"), sino que
requiere el desafío de una transformación espiritual, un salto cualitativo de
conciencia hacia niveles transpersonales. Este salto implica discernir con
conciencia que aquello que se vivía como destino (externo y separado de lo que
soy), en verdad, es contenido de la estructura del ser.
Queda así de manifiesto que quien evoluciona es la conciencia, no el yo. Más
aún, para que exista una auténtica integración debe producirse una
transformación del yo. El proceso de desarrollo no es conducido (mucho
menos controlado) por el yo, el ego o aquellas características de nuestra
personalidad con las que nos identificamos y que creemos nuestra genuina
condición individual. El proceso es guiado por la conciencia en interacción con
el destino, por nuestros anhelos o deseos conscientes vinculándose con las
manifestaciones inconscientes de la vida que nos atraviesa y sus propósitos.
En esa interacción y en ese vínculo no hay división adentro-afuera, ni interior-
exterior, ni propio-ajeno, sino que ese despliegue se revela como un continuo
flujo, un único devenir, en el que cualquier definición fragmentaria (yo, el otro,
los objetos, los deseos, etc.) es sólo a efectos de describir la realidad de un
modo que sea funcional a nuestra percepción sensorial.
Por cierto, esas divisiones son constitutivas del yo o ego personal. Por eso,
cualquier percepción consciente de integración necesariamente exige el cese
del control del yo, el fin de la vigencia del dominio del "fragmento que cree ser
el todo" (ego) sobre la realidad.
La evolución de la conciencia no puede representar una tarea para el yo
individual, ni un logro del yo individual que, en tanto "fragmento", es capaz de
conquistar (mediante voluntad, talento o esfuerzo espiritual) "el todo"
demostrando méritos individuales y singulares.
La evolución de la conciencia es la revelación del alma, una naturaleza más
profunda que permanece velada o apenas intuida mientras predomine la
estructura del ego en el centro de la conciencia. Así, tal revelación se plasma en
un proceso que parece ser autónomo a la personalidad individual y que guarda
relación con la manifestación de profundos contenidos del inconsciente.
En definitiva, no se trata de que "el yo vaya logrando ser cada vez más
consciente", sino quela conciencia se va revelando al yo transformándolo. Por
supuesto que, de inmediato, la estructura de identidad personal hará una
interpretación de esa percepción, le dará nombre y forma definida y
comunicable (para sí mismo y para los demás). Sin embargo, la conciencia
siempre estará indicando que es "algo más", que es "otra cosa" y que, en
verdad, no se encuentra plenamente contenida en aquella descripción racional
que ha hecho el ego individual.
Siempre que dividimos entre lo que somos y lo que nos pasa, o entre lo que
deseamos y el destino que lo frustra, estamos resistiendo un potencial de
integración que esas situaciones aparentemente exteriores nos ofrecen.
Visto el despliegue en su totalidad, es cierto que la forma de despertar a la
conciencia parece ser emerger de la indiferenciación oceánica primaria (los
estados prenatales o tempranos) comprometiéndose en la construcción de un
yo personal, de una sensación de identidad separada que permita funcionar en
el mundo social. Pero luego, el compromiso con el desarrollo de esa conciencia
exigirá trascender ese yo mismo que antes había resultado necesario
conformar. La dinámica de la conciencia incita y provoca ir más allá de esa
sensación de separatividad individual que, habiendo sido funcional y necesaria
en un momento del proceso, se torna obstáculo para el despliegue hacia la
experiencia transpersonal.
Finalmente, es preciso estar atentos a que este modo de interpretar la
evolución no sugiere que se trate de un proceso lineal o de niveles que se
manifiestan en secuencia, sino que las diferentes dimensiones están presentes
y potencialmente activas a lo largo de todo el desarrollo. La lógica del
movimiento resulta circular o en espiral, antes que lineal o secuencial. Es decir,
a cada momento -el vínculo con los otros y la relación con las circunstancias de
la vida- van proponiendo el desafío de hacer prevalecer conscientemente
alguna de esas dimensiones de percepción. No existen estados definitivos, ni
ascensos asegurados, sino que el proceso parece ser de una incierta
creatividad que habilita progresiones o regresiones en cada salto del camino.
(Fragmento de la nota para el seminario "El despliegue de la conciencia en la
interpretación de la carta natal" presentado en el 11° Congreso Encuentro entre
Astrólogos, organizado por GeA en Buenos Aires, junio de 2007)