Budismo Conceptos losó cos
Las nueve conciencias
La enseñanza budista sobre las nueve
conciencias brinda una base para que
comprendamos cabalmente quiénes somos,
cuál es nuestra verdadera identidad.
Asimismo, ayuda a explicar de qué manera el
budismo ve la continuidad eterna de nuestra
vida, más allá de los ciclos del nacimiento y de
la muerte. Tal perspectiva sobre los seres
humanos es el fruto de miles de años de
intensa investigación introspectiva sobre la
naturaleza de la conciencia. Históricamente,
se basa en los esfuerzos para experimentar y
explicar la esencia de la iluminación que
Shakyamuni manifestó bajo el árbol bodhi,
hace unos dos mil quinientos años.
Se puede considerar las nueve conciencias
como nueve niveles de conciencia que
constantemente actúan para crear nuestra
vida. La palabra sánscrita vijnāna, que se
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traduce como 'conciencia', incluye un amplio
espectro de actividades, entre ellas, las
sensaciones, la cognición y el pensamiento
consciente.
Las primeras cinco conciencias son los
sentidos de la vista, el oído, el olfato, el
gusto y el tacto.
La sexta es la función que integra y
procesa los diversos datos sensoriales para
formar una imagen o un pensamiento
completos, identi cando lo que cada uno de
los cinco sentidos nos está comunicando. Es
básicamente con esas seis funciones de la
vida que desarrollamos nuestras actividades
diarias.
En el nivel inmediatamente inferior, se
encuentra la séptima conciencia. A
diferencia de las capas de conciencia que
están dirigidas hacia el mundo exterior, la
séptima se orienta hacia nuestra vida
interior y es totalmente independiente de
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los datos que proporcionan los sentidos.
La séptima conciencia es la base de nuestra
noción de identidad individual; el apego a un
yo distinto y separado de los demás tiene su
base en esta conciencia, como así también,
nuestro sentido del bien y del mal.
Debajo de la séptima conciencia, el budismo
elucida un nivel más profundo, la octava
conciencia o conciencia ālaya, también
llamada el "depósito imperecedero de la
conciencia". Es allí donde reside la energía
de nuestro karma. Mientras que las primeras
siete conciencias desaparecen con la muerte,
la octava persiste a través de los ciclos de la
vida activa y en la latencia de la muerte. Se la
puede concebir como la corriente de la
vida que sostiene las actividades de las
otras conciencias. Podría a rmarse que lo
que relatan personas que estuvieron en
estado de muerte clínica y luego revivieron es
lo que ocurre en la línea divisoria entre la
séptima y la octava conciencia.
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Comprender los niveles de conciencia y la
interacción entre ellos nos brinda una valiosa
percepción sobre la naturaleza de la vida y del
yo, y, asimismo, nos permite vislumbrar la
resolución de los problemas fundamentales
que confronta la humanidad.
De acuerdo con las enseñanzas del budismo,
en lo que concierne al yo, existen ilusiones
engañosas profundamente arraigadas en la
séptima conciencia. Tales ilusiones surgen
de la relación entre el séptimo y el octavo nivel
de la conciencia, y se mani estan como el
egotismo fundamental.
Las enseñanzas budistas de nen que el
séptimo nivel de conciencia emerge de la
octava conciencia: este nivel siempre se
centra en la octava conciencia del individuo, al
que percibe como algo jo, único y aislado de
todo lo demás. En realidad, la octava
conciencia está en estado de ujo constante.
En ese nivel, nuestras respectivas vidas
interaccionan y ejercen una profunda
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in uencia unas sobre otras. La percepción de
un yo jo y aislado, generada por la séptima
conciencia, es por lo tanto falsa.
La séptima conciencia es también el nivel
donde reside el miedo a la muerte. Al no
poder percibir la verdadera naturaleza de la
octava conciencia como un ujo permanente
de energía vital, la séptima concibe que,
llegado el momento de la muerte, la octava
conciencia se extinguirá para siempre. El
miedo a la muerte, por ende, tiene sus raíces
en las profundas capas del inconsciente.
La ilusión engañosa de que la octava
conciencia es el verdadero yo también se
denomina "ignorancia fundamental", que
no permite percibir la interconexión de todos
los seres. Es ese sentido del yo como algo
separado y aislado de los demás lo que da
lugar a la discriminación, la arrogancia
destructiva y la codicia desenfrenada. Los
estragos que provoca la humanidad en el
entorno natural es otro claro ejemplo de ello.
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Un río kármico
El budismo plantea que nuestros
pensamientos, palabras y acciones graban
invariablemente una impresión en las
profundas capas de la octava conciencia. Es
lo que denomina "karma". Por lo tanto, la
octava conciencia recibe a veces el nombre de
"depósito del karma", es decir, el lugar donde
se almacenan las semillas kármicas. Esas
semillas, o energía latente, pueden ser
positivas o negativas; la octava conciencia
permanece neutral e igualmente receptiva de
todo lo que se graba como impresión en el
karma. La energía se mani esta cuando las
condiciones son propicias. Las causas
positivas latentes pueden tornarse mani estas
tanto en la forma de efectos bene ciosos en la
propia vida como en funciones sicológicas
positivas, por ejemplo, la con anza, la no
violencia, el autocontrol, la misericordia y la
sabiduría. Las causas negativas latentes se
presentan a veces como diversas formas de
ilusión engañosa y comportamiento
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destructivo, y pueden ser motivo de
sufrimiento para nosotros y para los demás.
Si bien la imagen de un depósito puede
resultar útil, la de un impetuoso torrente de
energía kármica puede acercarse más a la
realidad. Esa energía está en constante
movimiento y les da forma a nuestra vida y
experiencias. Los pensamientos y acciones
resultantes que generamos ingresan entonces
en ese torrente kármico. La calidad del ujo
kármico es lo que hace de cada uno de
nosotros un ser diferente, un yo único. Ese
torrente de energía está en constante cambio,
pero, tal como sucede con un río, mantiene su
identidad y consistencia, incluso a través de
sucesivos ciclos de vida y de muerte. Es ese
aspecto de uidez, esa falta de jación, lo que
abre la posibilidad de transformar el contenido
de la octava conciencia. Por esa razón, el
karma, bien entendido, es diferente de un
destino inalterable o inevitable.
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Se trata, por lo tanto, de cómo incrementamos
el balance del karma positivo. Esa es la base
de diversas formas dentro de la práctica
budista que buscan imprimir causas positivas
en la vida. Sin embargo, cuando uno queda
atrapado en un ciclo de causas y efectos
negativos, es difícil no grabar nuevas causas
negativas; es entonces cuando debemos
considerar el nivel más fundamental de la
conciencia, el noveno, o conciencia Amala.
Dicha conciencia se puede de nir como la
vida del cosmos; se la denomina también
la "conciencia fundamentalmente pura".
Absolutamente libre de la contaminación del
karma, esta conciencia representa nuestro
yo verdadero y “eterno”. El gran poder de la
novena conciencia, que emana desde lo más
profundo, transforma incluso el karma
negativo más profundamente arraigado en la
octava conciencia.
Dado que la octava conciencia trasciende los
límites del individuo se fusiona con la energía
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latente de su familia, con su grupo étnico y
también, con el de los animales y las plantas,
un cambio positivo en esa energía kármica se
convierte en el engranaje para el cambio en la
vida de los demás.