Obra Pictórica de Goya
Obra Pictórica de Goya
fig1
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nobleza española: el conde de Floridablanca (1783), Carlos III (fig.3) (1786-88) y los duques de
Osuna (fig.4) (1788) son sólo algunos ejemplos. Sus cuadros son el mejor reflejo de la sociedad
alegre y despreocupada de la Corte española de los últimos años del siglo XVIII.
fig.3 fig.4
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fig.6 fig7
fig.8 fig.9
Goya junto al texto, El sueño de la razón produce monstruos (fig.6). Como hombre ilustrado
mantiene viva toda la esperanza en la razón, aunque es consciente de los peligros que se derivan
de su fragilidad. Su pintura, cada vez más personal, alcanza la madurez sobre todo en una
magnífica galería de retratos que son, a un tiempo, representación y valoración del personaje.
Desde el despreciado Godoy(fig.7) (1801) hasta el hermosísimo y tierno de la Duquesa de
Chinchón (fig.8) (1800), pasando por Moratín (1799), la Duquesa de Alba (1795 y 1797),
Jovellanos (fig.9) (1798) y la Familia de Carlos IV (fig.10) (1800). También pinta en estos años
los dos cuadros de las Majas (fig.11) (1800- 1803).
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fig.10
fig11
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fig.12
En 1814 Goya decide poner esta pintura al servicio de la causa nacional y ejecuta los dos cuadros
más emblemáticos de la guerra contra los franceses: La carga de los mamelucos (fig.18) y los
Fusilamientos del 3 de mayo (fig.19). En ellos no sólo se representan dos escenas concretas de la
lucha desde la perspectiva del lado español, también se preludian nuevas formas de entender la
pintura: fuerte y evidente carga política, exaltación dramática de la lucha por la independencia, la
Historia como vivencia directa y amarga. Delacroix, Géricault, Courbet y Picasso, sabrán sacar
las conclusiones oportunas.
Tercera etapa: Pinturas Negras y exilio (1819-1828) En 1819, cansado y decepcionado, Goya
compra una finca en las proximidades de Madrid, la Quinta del Sordo, y se refugia en ella huyendo
de una sociedad que desprecia. En sus paredes llevaría a cabo, entre 1819 y 1823, un
impresionante conjunto pictórico: las pinturas negras. Libre de cualquier condicionante, para sí
mismo, Goya da rienda suelta a sus monstruos: violencia, brujería, degradación… El conjunto es
un gran alegato en contra de la Humanidad, la Historia, la Razón… Estamos ante el anticlasicismo
y el Saturno devorando a su hijo fig.13 (1820-22) constituye la interpretación más
violentamente negativa que pueda imaginarse del mundo clásico reivindicado desde
Winckelmann. Se trata de una serie de catorce obras murales pintadas con la técnica de óleo al
secco (sobre paredes recubiertas de yeso) concebidas como decoración de los muros de su casa,
aunque más tarde fueron trasladados a lienzo a partir de 1874, y actualmente se conservan en el
Museo del Prado de Madrid. La serie, a cuyos óleos Goya no puso título, fue catalogada en 1828
por un amigo de Goya, Antonio de Brugada, y se compone de los siguientes lienzos: Átropos o
Las Parcas, Dos viejos o Un viejo y un fraile, Dos viejos comiendo sopa, Duelo a garrotazos
(fig13) o La riña, El aquelarre (fig.14) , Hombres leyendo, Judith y Holofernes, La romería de
San Isidro (fig.15), Dos mujeres y un hombre, Peregrinación a la fuente de San Isidro o Procesión
del Santo Oficio , Perro semihundido (o más simplemente El perro), Saturno devorando a un hijo
(fig.16) , Una manola: doña Leocadia Zorrilla y Visión fantástica o Asmodea. La única unidad
constatable entre estos óleos son las constantes de estilo:
fig.13
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fig14
fig.15
fig.16 fig.17
La composición de estos cuadros es muy novedosa. Las figuras suelen aparecer descentradas,
siendo un caso extremo Cabezas en un paisaje, donde cinco cabezas se arraciman en la esquina
inferior derecha del cuadro, apareciendo como cortadas o a punto de salirse del encuadre. Tal
desequilibrio es una muestra de la mayor modernidad compositiva.
Muchas de las escenas de las pinturas negras son nocturnas, muestran la ausencia de la luz, el
día que muere. Se aprecia en La romería de San Isidro, en el Aquelarre, en la Peregrinación del
Santo Oficio (una tarde ya vencida hacia el ocaso), y se destaca el negro como fondo en relación
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con esta muerte de la luz. Todo ello genera una sensación de pesimismo, de visión tremenda, de
enigma y espacio irreal.
Las facciones de los personajes presentan actitudes reflexivas o extáticas. A este segundo estado
responden las figuras con los ojos muy abiertos, con la pupila rodeada de blanco, y las fauces
abiertas en rostros caricaturizados, animales, grotescos. Se muestra lo feo, lo terrible; ya no es la
belleza el objeto del arte, sino el pathos y una cierta consciencia de mostrar todos los aspectos de
la vida humana sin descar tar los más desagradables. No en vano Bozal habla de una capilla sixtina
laica donde la salvación y la belleza han sido sustituidas por la lucidez y la conciencia de la
soledad, la vejez y la muerte.
La gama cromática se reduce a ocres, dorados, tierras, grises y negros; con solo algún blanco
restallante en ropas para dar contraste y azul en los cielos y en algunas pinceladas sueltas de
paisaje, donde concurre también algún verde, siempre con escasa presencia. Todos estos rasgos
son un exponente de las características que el siglo XX ha considerado como precursoras del
expresionismo pictórico. La casa de Goya, junto con las pinturas murales, pasaron a ser propiedad
de su nieto Mariano Goya en 1823, año en que Goya se la cede, al parecer para preservar la
propiedad de posibles represalias tras la restauración de la monarquía absoluta y la represión de
liberales por Fernando VII.
El final de la carrera de Goya vino marcado por sus desencuentros con el régimen de fernandino
en una suerte de exilio interior, hasta que en 1824 Goya solicita permiso para instalarse en
Burdeos. Allí, cuando menos podía esperarse, fuera del asfixiante ambiente de la España de
Fernando VII, el pintor recupera la luz, el color y la esperanza. Pinta La lechera de
Burdeos(fig.17), retrata a otros exiliados españoles y escribe en uno de sus últimos dibujos ¡Aún
aprendo!
fig.18
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fig.19