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Terapia de Grupo Psicoanalítica en Cárcel de Mujeres Posibilidades y Desafíos-2

Este documento describe la implementación de terapia grupal psicoanalítica en una cárcel de mujeres en Chile. Se revisan los aspectos metodológicos, administrativos y técnicos de la selección de pacientes, formación de grupos y desarrollo de las sesiones. A partir de esta experiencia, se reflexiona sobre las limitaciones y contribuciones de aplicar la terapia psicoanalítica en un contexto carcelario no ideal.
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Terapia de Grupo Psicoanalítica en Cárcel de Mujeres Posibilidades y Desafíos-2

Este documento describe la implementación de terapia grupal psicoanalítica en una cárcel de mujeres en Chile. Se revisan los aspectos metodológicos, administrativos y técnicos de la selección de pacientes, formación de grupos y desarrollo de las sesiones. A partir de esta experiencia, se reflexiona sobre las limitaciones y contribuciones de aplicar la terapia psicoanalítica en un contexto carcelario no ideal.
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TERAPIA DE GRUPO PSICOANALÍTICA EN CÁRCEL DE MUJERES:

POSIBILIDADES Y DESAFÍOS.

Claudia Araya, Paula Riquelme, Rodrigo C. Rojas, Estera Torrens & Andrea Valenzuela.

Pontificia Universidad Católica de Chile

La correspondencia relativa a este trabajo debe ser enviada a Claudia Araya Silva, Escuela de
Psicología, Pontificia Universidad Católica de Chile, Vicuña Mackenna 4860 Macul, Santiago,
Chile. E-mail: [email protected].
Los autores agradecen a Daniel Briones y María Jesús Fontecilla, quienes formaron parte del equipo

durante el año 2007 y a los profesionales del Área Técnica del CPFS que colaboraron en la

implementación de este proyecto.

  1  
TERAPIA DE GRUPO PSICOANALÍTICA EN CÁRCEL DE MUJERES:

POSIBILIDADES Y DESAFÍOS.

Resumen

En este artículo se describe y analiza la implementación de psicoterapia de grupo de orientación

psicoanalítica en la cárcel de mujeres de Santiago de Chile. Se revisan los aspectos metodológicos,

administrativos y técnicos de la selección de las pacientes, la conformación de los grupos y el

desarrollo de los mismos. A partir de esta experiencia, se reflexiona sobre las limitaciones y

contribuciones de la teoría de la técnica psicoanalítica, aplicada en un contexto alejado de las

condiciones ideales para su realización.

Abstract

This article describes and analyses the implementation of psychoanalytic-oriented group

psychotherapy at Women Prison in Santiago of Chile. It revises methodological, administrative and

technical aspects about patient selection, composition and development of groups. From this

experience, it may think about limitations and contributions of theory of psychoanalytic technique,

which is put in practice in a non-ideal setting.

Palabras claves: Terapia de grupo, cárcel, psicoanálisis, mujeres en prisión.

Keywords: Group therapy, prison, psychoanalysis, women offenders.

  2  
Diversos autores han caracterizado las dificultades que enfrentan los psicólogos que trabajan al

interior de instituciones penitenciarias para realizar su labor, describiendo la precariedad del

encuadre, en términos de la neutralidad, la confidencialidad y la regularidad de las sesiones

(Huffman, 2006); la falta de criterios institucionales y de instancias de intercambio (reunión clínica,

supervisión) que respalden u orienten la labor de los profesionales (Barrera, Marín & Dalez, 2004);

y las contradicciones que el sistema carcelario impone al quehacer clínico, situándolo en una

posición ambigua entre el rol profesional (tratamiento) y el rol institucional (“juez de segunda

instancia”) (Diamond, Wang & Holzer, 2001; Gibilisco, 2007; Retamal, 2000).

A la vez, estos estudios muestran que si bien existe variedad en el tipo de intervenciones

realizadas por los psicólogos, descontando las labores de evaluación (para efectos de clasificación

de la población penal o el otorgamiento de beneficios intrapenitenciarios1), predominan las

atenciones individuales a internos en momentos de crisis y los talleres socioeducativos (consumo de

sustancias, sexualidad, conciencia de delito). Ambos tipos de intervenciones comparten las

propiedades de realizarse durante breves periodos de tiempo, teniendo como foco el individuo y

como objetivo estimular el desarrollo de habilidades adaptativas. En el caso de los talleres, si bien

suelen realizarse de manera grupal, el individuo continúa siendo la unidad de trabajo, no el grupo ni

sus dinámicas. Los aislados casos de experiencias terapéuticas de carácter grupal, en general, están

orientadas por un modelo cognitivo-conductual que estimula el desarrollo de habilidades personales

y también consideran al individuo como centro de la intervención (Morgan, Kromer & Mills, 2006).

En este artículo se expone una experiencia de intervención terapéutica implementada en el

Centro Penitenciario Femenino de Santiago durante los años 2007 y 2008, realizada desde un

abordaje grupal y una perspectiva psicoanalítica. Ambas aproximaciones clínicas resultaron

novedosas para la institución, las internas-pacientes y los terapeutas, quienes pudieron constatar las

exigencias que se imponen al dispositivo grupal al ser implementado en una institución con

                                                                                                                         
1
Se entiende por beneficios intrapenitenciarios a los permisos de salida que “forman parte de las actividades de
reinserción social y confieren a quienes se los otorga gradualmente, mayores espacios de libertad”. (Decreto Supremo
518, de 03 de abril de 1998, en Espinoza & Viano, 2008).

  3  
características tan singulares. A través de la exposición de las características de la vida intramuros

de las mujeres y las repercusiones en su salud mental y del procedimiento de trabajo grupal con sus

principales resultados se muestran las posibilidades y desafíos que implica desarrollar un modelo de

atención con estas características al interior de una institución carcelaria.

I. ANTECEDENTES

Características psicosociales de las mujeres en prisión en Chile

Según registros de Gendarmería de Chile (2005, 2007), cerca de 2000 mujeres se encuentran

recluidas actualmente, en régimen de total privación de libertad. De ellas, 1200 se encuentran en el

Centro Penitenciario Femenino de Santiago (en adelante, CPFS).

En general, las mujeres recluidas presentan historias previas caracterizadas por pobreza, bajo

nivel de instrucción formal, violencia, debilitamiento de redes sociales, desempleo, entre otros

elementos de vulnerabilidad, que anteceden a las conductas delictivas (Vázconez, 2006). Las

mujeres parecen “marginadas por su historia de marginación”, lo que convierte a la reclusión en una

reedición de la exclusión, por tanto, una experiencia revictimizante y retraumatizante (Azaola,

1996, Romero, 2003).

En las mujeres recluidas en el CPFS es frecuente encontrar estas condiciones de marginación en

sus historias previas: la mayoría de ellas proviene de sectores asociados a condiciones

socioeconómicas bajas o de la periferia de Santiago; el 60% posee una instrucción formal básica o

no ha tenido instrucción formal; más del 90% no cuenta con capacitación laboral, desempeñándose

antes de la reclusión como obreras no especializadas, dueñas de casa, asesoras del hogar, en el

comercio ambulante informal o ejerciendo la prostitución. En caso de trabajar, la mayoría de las

mujeres mantenía períodos de estabilidad laboral inferiores a un año, sin embargo, la mayoría de las

mujeres (60%) eran y continúan siendo responsables de su grupo familiar. Estas condiciones

representan el contexto de los delitos más comunes de las mujeres detenidas: microtráfico de

  4  
sustancias, robos y hurtos. Las mujeres, heterogéneas en relación a la edad de cometer el delito, en

general son “primerizas” (70%) y registran un bajo o mediano grado de compromiso delictual, es

decir, no presentan características de personalidad que cabrían de calificarse como psicopáticas o

antisociales (Walters, 2001), sino que el delito posee un sentido instrumental, asociado a la

responsabilidad de mantener su hogar (Azaola, 1996; Gibbs, 2001). El 70% de estas mujeres no

posee antecedentes ni detenciones en su infancia ni adolescencia, y quienes si la tienen son, en su

mayoría, por abandono del hogar, lo cual parece explicarse por pertenecer a familias con

antecedentes de violencia, la que suele mantenerse en sus relaciones de pareja (MINJU, SERNAM;

& UNICRIM, 1997).

Mujer, prisión y salud mental

Diversos autores han descrito que la experiencia de reclusión y sus consecuencias suelen ser

más duras para las mujeres, a causa de factores socioculturales y características de las instituciones

carcelarias, en las que prima una concepción androcéntrica (Antony, 2004) en la arquitectura, las

prácticas (régimen de disciplina y castigos orientados desde la lógica de la “resistencia física”) y las

lógicas presentes en él (dominación-sumisión, valoración de la agresividad, control emocional)

La reclusión significa una experiencia estigmatizadora y dolorosa para la mujer, a causa del

conflicto con los roles de género tradicionalmente asignados, que suponen condiciones afectivas

específicas para desempeñarlos: comprensión, altruismo, capacidad de contención emocional,

manejo de la agresividad. Cuando este estereotipo se rompe, la mujer se transforma para la sociedad

en una mala mujer, una mala madre, o una mala pareja (Azaola, 1996), a diferencia de lo que

sucede con los hombres, a quienes la reclusión parece reafirmar la imagen de masculinidad

socialmente construida (Gallegos & Metiffogo, 2001). Estando la mayoría de las mujeres a cargo

de sus hogares, el destino de los hijos es otro motivo de preocupación, inquietud o sufrimiento

(Birmingham, Coulson & Mulle, 2006; Sepúlveda, López, & Guaimaro, 2001). A esto se suma el

  5  
hecho de que, en general, las mujeres son menos visitadas por sus parejas que los hombres

(Gallegos & Mettifogo, 2001).

Los diferentes momentos de la reclusión implican diferentes exigencias para las mujeres. El

inicio de la condena exige la adaptación al régimen penitenciario y el aprendizaje de los códigos de

interacción con las demás internas y con los funcionarios. El final de la condena, en cambio,

involucra preocupaciones y expectativas respecto a la salida en libertad y la continuidad de sus

vidas extramuros. Este momento implica el término de la regulación que impone el sistema

carcelario y el imperativo de rehacer un proyecto de vida propio, retomando relaciones afectivas,

buscando una ocupación, y generando las condiciones necesarias para evitar la reincidencia.

Durante la reclusión, el aburrimiento es característico en la vivencia de las mujeres. La rutina

del sistema carcelario, que limita externamente tiempos, espacios y acciones, aparece como el

motivo principal de este estado. Para las mujeres la privación de la libertad genera sentimientos de

pérdida de control sobre sus propias vidas, sus necesidades y deseos. A esto se suma que las

mujeres que aspiran a conseguir beneficios penitenciarios (salidas dominicales, rebaja de condena)

deben cumplir con estándares de buena conducta, adaptándose a un “deber ser” que disminuye aún

más la sensación de espontaneidad y determinación de sus acciones (Méndez, 1996).

Como describen Castro et al. (2004), la convivencia que se establece entre las mujeres suele ser

otro ámbito conflictivo durante la reclusión. Los vínculos establecidos entre las mujeres internas

están caracterizados por la desconfianza que surge al “estar entre extrañas”, lo que produce un

estado de alerta y atención constante respecto de las propias conductas como de las miradas y

palabras de las demás. En el caso de establecerse relaciones de mayor involucramiento con alguna

otra interna, se intenta mantener cierta distancia como una estrategia defensiva frente a la

expectativa que, en algún momento, pueda sobrevenir una traición. Esta estrategia defensiva limita

la posibilidad de generar vínculos de mayor grado de intimidad y confianza entre las mujeres (Ross

& Pfäfflin, 2007) y aumenta la sensación de soledad en prisión.

  6  
La envidia es otro elemento temido en las relaciones entre las compañeras, la que se manifiesta

como una actitud destructiva frente a los logros de alguna de ellas, por ejemplo, boicotear a alguna

mujer que accede a beneficios “arruinando su felicidad haciéndola meterse en peleas o

acusándola de haber hecho algo malo”.

Un código que regula las relaciones establecidas entre las internas es que en todo momento se

debe mostrar fortaleza para sobrevivir en dicho contexto (Kenemore & Roldan, 2006). La fragilidad

es un aspecto que no puede ser expuesto públicamente, por lo todo afecto que pueda ser

interpretado como signo de debilidad es reprimido. Además de representar una táctica de protección

externa (Méndez, 1996), el bloqueo de los afectos a través de dinámicas psíquicas como la negación

o la disociación se instala como una estrategia defensiva frente a las intensas emociones de tristeza,

angustia, vergüenza y culpa que sobrevienen durante la reclusión. Aún más, el propio dolor es

reprimido para no afectar a otros significativos: “no queremos que nuestras familias sufran más de

lo que ya sufren por saber que estamos acá”. Sin embargo, tras esta actitud defensiva hacia las

relaciones, se oculta una profunda necesidad de expresar el propio dolor y contar con alguien que

brinde contención y apoyo (Castro et al, 2004).

Intervenciones en salud mental en el sistema penitenciario chileno

El silencio autoimpuesto sobre sí mismas y sobre sus historias, la desconfianza que impide

relaciones estables y duraderas dentro de la cárcel, la pérdida de referentes identitarios, y las

diversas exigencias de la vida en reclusión repercuten negativamente en la salud mental de las

mujeres en prisión.

Actualmente, el sistema penitenciario chileno no ofrece a las mujeres programas y servicios de

atención en salud mental suficientes, tanto en términos de calidad como de cobertura, observándose

una invisibilización de la salud mental como una necesidad y un derecho de las mujeres recluidas.

Parece no reconocerse el impacto de las problemáticas de salud mental en las historias de las

mujeres y su desarrollo actual en prisión (Quaker United Nation Office, 2005): tras autoagresiones,

  7  
conductas disruptivas, o una emocionalidad lábil se encuentran cuadros depresivos, ansiosos y

trastornos del vínculo, a consecuencia de maltratos infantiles, violencia de pareja y al impacto

actual de la reclusión. La presencia de sintomatología clínica y la demanda de atención por parte de

las mismas mujeres hacia los profesionales del CPFS evidencian la real necesidad de atención en

salud mental que presentan muchas mujeres de dicho centro. Lamentablemente, los recursos

profesionales con los que cuenta la institución no parecen ser suficientes para cubrir la magnitud de

esta demanda (Barrera, Marín & Dalez, 2004).

Por otra parte, las lógicas del sistema penitenciario orientadas hacia el orden y el control de la

población penal promueven prácticas de atención en salud mental precarias (Skipworth, 2005).

Mayormente, la atención está orientada hacia la remisión sintomática y el manejo de situaciones de

crisis, por lo que muchas veces al volver a la vida cotidiana en prisión las mujeres enfrentan nuevas

descompensaciones o deterioros clínicos (Human Right Watch, 2003). Asimismo, a pesar de los

esfuerzos realizados por parte del Estado y organismos no gubernamentales, las estrategias

implementadas para la rehabilitación y posterior reinserción social de las mujeres (capacitación

laboral, prevención de drogas, intervenciones familiares) resultan insuficientes, lo cual aumenta las

dificultades para integrarse nuevamente en la sociedad.

En este contexto, el proyecto Grupos Terapéuticos intentó generar una alternativa de atención

psicológica para las mujeres del CPFS y a un modelo de trabajo que permitiera, a través de su

evaluación y análisis, generar reflexión sobre la manera de intervenir psicoterapéuticamente en este

tipo de instituciones.

II. GRUPOS TERAPÉUTICOS EN EL CENTRO PENITENCIARIO FEMENINO DE

SANTIAGO

El proyecto Grupos Terapéuticos con mujeres del Centro Penitenciario Femenino de Santiago

constituyó un proyecto piloto, generado por un grupo de psicólogos egresados y alumnos de la

Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile (EPUC). Fue implementado

  8  
durante los años 2007 y 2008 en el CPFS, y contó con la colaboración con el Área Técnica del

Centro Penitenciario Femenino de Santiago y el patrocinio de Escuela de Psicología de la Pontificia

Universidad Católica de Chile –que permitió la incorporación al equipo de una supervisora clínica-,

del Servicio Nacional de la Mujer y la División de Defensa Social del Ministerio de Justicia.

Objetivos

El objetivo del proyecto fue implementar y evaluar un modelo de atención psicoterapéutico

grupal con mujeres internas en el CPFS. Los objetivos psicoterapéuticos de la intervención,

establecidos con el fin de poder guiar y evaluar los procesos clínicos, se describen en la siguiente

tabla (ver tabla 1).

Tabla 1: Objetivos psicoterapéuticos

(Insertar aquí tabla 1)

Negociaciones y acuerdos

Antes de la implementación de los Grupos, el equipo mantuvo reuniones con los psicólogos del

Área Técnica del CPFS con el objetivo de generar las condiciones necesarias para implementar los

Grupos Terapéuticos.

En primer lugar, se negociaron los criterios de inclusión de las pacientes en la intervención y la

metodología del proceso de selección. En segundo lugar, las garantías para las mujeres participaran

en el proceso, que resultaron novedosas en relación a las prácticas comunes de las intervenciones

realizadas en la institución. El equipo de psicólogos hizo especial énfasis en el carácter voluntario

de la participación. Al tratarse de una intervención clínica, el equipo buscó mantener la

voluntariedad de la participación en el proceso, acordando con el equipo del Área Técnica que las

pacientes podía abandonar el grupo cuando ella lo estimará conveniente, sin ninguna repercusión en

las ‘fichas’ de antecedentes penitenciarios.

  9  
También se explicitó la necesidad de desmarcarse de las actividades que realizan en general las

mujeres del centro- su participación en talleres de diversos tipos y también actividades laborales, de

capacitación y educativas - enmarcados en la lógica de beneficios intrapenitenciarios, tratando de

limitar el sentido instrumental que podría tener para las mujeres la participación el los Grupos: se

trataba de situar los Grupos como una instancia de tratamiento psicológico.

Una vez realizadas estas negociaciones, las condiciones del proceso de selección y de los

grupos terapéuticos, así como las garantías ofrecidas a quienes voluntariamente decidieran

participar. Éstas fueron explicitadas a las mujeres durante la primera entrevista clínica que los

integrantes del equipo tuvieron con cada una de ellas, a través de la lectura y firma de un

consentimiento informado.

Selección de las participantes

El proceso de selección de las pacientes consideró dos etapas: reuniones entre el equipo y

psicólogos del Área Técnica para la derivación de mujeres a entrevistas clínicas, y entrevistas

clínicas realizadas por el equipo a las pacientes seleccionadas.

Se optó por que las pacientes fueran derivadas por el equipo de psicólogos del Área Técnica, en

tanto son profesionales que trabajaban cotidianamente con las mujeres o acceden a información de

ellas a través de Consejos Técnicos e instancias de evaluación. En reuniones entre los psicólogos

del equipo y del Área Técnica se analizó cada una de las propuestas de derivación, según los

criterios de indicación/contraindicación acordados previamente. Tras estas reuniones, primer filtro

de selección, los psicólogos del equipo realizaron entrevistas de recepción con cada una de las

pacientes derivadas, con una duración entre dos y cuatro sesiones. En las entrevistas de recepción se

indagó en la demanda de atención psicológica de cada paciente y se les informó de las condiciones

del dispositivo de atención psicoterapéutica al que accedían.

La indicación de las pacientes para psicoterapia de grupo se evaluó en función de los siguientes

criterios: 1) percepción de sufrimiento psíquico; 2) búsqueda de conocimiento de sí mismo; 3)

  10  
capacidad de recibir ayuda; 4) capacidad para vincularse con otros. Asimismo, se sostuvieron como

criterios de contraindicación para psicoterapia grupal: 1) psicopatía, trastorno de personalidad

antisocial; 2) crisis, experiencias traumáticas recientes; 3) psicosis.

Cuando las pacientes eran contraindicadas para los Grupos fuero derivadas a otras alternativas

de atención al interior del CPFS: talleres ocupacionales, talleres psicoeducativos o atención

psicológica con alguno de los profesionales del Área Técnica, lo cual fue negociado previamente

con los psicólogos del Área Técnica.

Conformación de los Grupos

El proceso de conformación de los grupos terapéuticos requirió de la definición de criterios de

agrupabilidad, en relación a características de las mujeres, características del grupo y factores

institucionales (secciones a las que pertenecen las mujeres, horarios de visita, estudio, trabajos y

otros talleres a los que asisten). Estos criterios se definieron paralelamente al transcurso de las

entrevistas iníciales, en las reuniones clínicas del equipo y las supervisiones realizadas (ver tabla 2).

Tabla 2: Criterios de agrupabilidad

(Insertar aquí Tabla 2)

El agrupamiento de las mujeres resultó un proceso particularmente complejo. Constituir grupos

terapéuticos dentro de contexto institucional y con una población cautiva significó trabajar con

pacientes que, mayoritariamente, ya se conocían: pertenecían a una misma sección, interactuaban en

talleres u otras ocupaciones o habían establecido relaciones previas- de amistad, de pareja, laboral,

religiosa o tenido algún tipo de conflicto-. Aún así, se optó por constituir los Grupos con primacía

de criterios clínicos buscando un equilibrio entre homogeniedad y heterogeneidad de las pacientes

(ver la tabla 2). Dicha heterogeneidad - referida a la diversidad de las características de las

pacientes: edad, motivo de consulta, diagnóstico clínico, etc. - resulta relevante a la hora de realizar

el trabajo clínico grupal, pues permite que se constituya un grupo con suficiente plasticidad donde

se despliegan diferentes maneras de ser y dinámicas relacionales entre las integrantes. Por otro lado,

  11  
es necesario que las pacientes tengan interlocutoras con las que tengan algún rasgo en común dentro

del grupo, de lo contrario se corre el riesgo que una integrante quede aislada del grupo y,

probablemente, sea depositaría de aspectos conflictivos de las otras integrantes, lo que pone en

riesgo tanto al grupo como a la paciente “distinta” (Bleger & Pasik, 1997).

Aspectos operativos de los Grupos

Durante los años 2007 y 2008, se implementaron cuatro grupos, dos el año 2007 y dos el año

2008 integrados entre 7 y 11 mujeres. Los grupos tuvieron una duración de 15 sesiones -durante

alrededor de 5 meses- y una frecuencia semanal. La duración de la sesión se planificó de 2 horas,

pero la duración efectiva de las sesiones fue de 1:30-1:45, debido a los reiterados atrasos de las

pacientes. Estos atrasos estaban sujetos a los problemas que tienen las mujeres para desplazarse en

forma libre dentro de la cárcel, por lo que se dependía de las gendarmes y otras instancias

administrativas.

Participantes

Durante los dos años, 53 mujeres del CPFS fueron recibidas en entrevistas de recepción por el

equipo, de las cuales 36 iniciaron procesos terapéuticos en los 4 grupos implementados. Entre ellas,

19 mujeres (53%) tenían entre 21 y 30 años de edad; 12 (33%) entre 31 y 40; y 5 mujeres (14%)

tenían entre 41 y 47 años. 34 mujeres eran chilenas, y 2 extranjeras, de nacionalidad peruana y

sudafricana. Las mujeres provenían de las distintas secciones del CPFS que acogen a población

penal común: Patio 1, COD, Proceso, Pabellón. No participaron mujeres provenientes de secciones

de imputadas o de máxima seguridad. Un 25% de las mujeres habían cumplido condenas de

presidio anteriormente, mientras que en un 75% de los casos se trataba de personas que por primera

vez estaban en un recinto penitenciario. En relación a los causas por los que las mujeres cumplían

condena, se trata de delitos calificados como de bajo o mediano compromiso delictual: microtráfico

de drogas, robo y hurto. La mayoría de las mujeres (83%) tenía una ocupación en el CPFS: asistía a

  12  
la escuela para completar sus estudios, trabajaba en talleres remunerados, realizaba un servicio de

apoyo al personal de gendarmería en su sección (“oficio”) o desarrollaba alguna actividad

independiente (artesanías).

En cuánto a antecedentes de salud mental de las mujeres participantes, se puede consignar que

22 mujeres (62%) no habían recibido atención psicológica previa durante la reclusión, mientras 14

mujeres (38%) sí habían recibido algún tipo de atención psicológica especializada: algunas sesiones

de apoyo en momentos de crisis, procesos psicoterapéuticos o, en un caso particular, internación

psiquiátrica en el Hospital Penal. Los motivos de consulta que presentaron las mujeres al momento

de las entrevistas de recepción estaban asociados mayoritariamente a intereses de desarrollo

personal (33%) y sintomatología actual (31%), en general, de naturaleza ansiosa y/o depresiva. Otro

motivo de consulta de las mujeres fue la necesidad de desahogarse y poder comunicarse con otras

personas en una instancia que ofreciera las garantías para poder hacerlo (14%). En el caso de 3

mujeres (8%), el equipo les ofreció la posibilidad de continuar el tratamiento de un año a otro.

Finalmente, un 14% mujeres que recibieron indicación para participar en los grupos presentaban

motivos de consulta difusos.

Desarrollo de los Grupos Terapéuticos

De los 4 grupos implementados, 3 finalizaron sus procesos terapéuticos. Uno de los grupos no

logró consolidarse y fue suspendido tras 5 sesiones con baja asistencia, a causa de motivos clínicos

(falencias en la selección y agrupamiento de las mujeres) y operativos (obligaciones laborales,

enfermedades, castigos y dificultades de las mujeres para acudir a sesión). Los tres grupos restantes

finalizaron sus procesos de acuerdo al setting propuesto, con una adherencia al tratamiento que

osciló entre un 63% y un 71%. En el primer grupo, 6 de 9 mujeres que iniciaron proceso lo

finalizaron (66%); en el segundo grupo, 7 de 11 mujeres (63%); y en el tercero, 5 de 7 (71%). La

asistencia promedio a las sesiones fue de un 74%.

  13  
Las mujeres que no finalizaron procesos grupales fueron derivadas a otras instancias de atención

por profesionales del Área Técnica del CPFS.

III. ANÁLISIS

Realizar una terapia grupal de orientación analítica en una cárcel de mujeres, implicó enfrentar

una serie de desafíos en varios ámbitos de la intervención: en primer lugar, la tensión surgida entre

la técnica tradicional de terapia de grupo psicoanalítica y las variables del contexto en el que se

realizaba la intervención, así como las características particulares de la población con la que se

trabajaba; en segundo lugar, enfrentar una serie de trabas, dificultades y exigencias propias del

contexto institucional carcelario y; en tercer lugar, manejar la tensión en relación al lugar que se

ocupaba como equipo de psicólogos externos frente a la institución y a las pacientes, convirtiendo al

lugar del terapeuta –atribuciones en relación a su quehacer- como un punto clave de la intervención,

dentro y fuera de sesión.

El lugar del terapeuta presentó desafíos al establecer la modalidad de intervención y llevarla a

cabo: se trabajaba con una población con la que se suele intervenir en grupo, pero desde una lógica

directiva, por lo que las pacientes ya tenían cierta expectativa frente a la situación grupal y al rol del

psicólogo. Por otro lado, la confidencialidad fue vista con desconfianza por las pacientes y el hecho

de trabajar con una población bastante heterogénea tuvo impacto en las dinámicas grupales,

estableciéndose bandos e intensificando la utilización del mecanismo de disociación, que llamó

particularmente la atención en estas pacientes. No obstante estas dificultades, entre los resultados de

la intervención también hubo logros que permiten reflexionar sobre las contribuciones de este

dispositivo, sus posibilidades y sobre quienes podrían favorecerse con este tipo de intervención.

En relación a la técnica: configuración de los grupos y encuadre

Los grupos se configuraron bajo los criterios de agrupamiento preciamente mencionados (ver

Tabla 2), existiendo una tensión entre la homogeneidad de las pacientes y el hecho de que éstas se

  14  
conocieran; justamente cierta homogeneidad tenía que ver con las secciones a las que pertenecían,

por lo que tendía a pasar que las mujeres que eran más similares en ciertos aspectos pertenecían a la

misma sección. Por otro lado era difícil agrupar en base a criterios meramente clínicos, pues se

cruzaba también aspectos de la institución- horarios de visita, trabajos, escuela y otros talleres- así

como también el evitar que estuvieran juntas mujeres que tenían ya algún tipo de lazo- amistad,

pareja, iglesia- o mujeres que hubieran tenido algún conflictos- riñas o quiebres de relaciones

previas-.

El encuadre de los grupos, fue definido en un principio bajo la consigna inicial utilizada para

los grupos de orientación analítica, referidos al carácter confidencial de lo hablado en el grupo, al

respeto que hay que tener ante las opiniones, pensamiento y emociones del otro, al cuidado del

grupo como un todo, a la importancia de la asistencia y la puntualidad para el funcionamiento del

grupo, es decir, los factores que permiten realizar el trabajo grupal (Bleger & Pasik, 1997).

Por las características del recinto carcelario, resultaba imposible que las pacientes no

interactuaran fuera de sesión, pero se recalcó lo importante que era mantener la confidencialidad

respecto a lo que pasara en el Grupo, evitando aludir a experiencias de otras compañeras ni

señalando información que las hiciera identificables.

Este encuadre inicial tuvo que ser precisado y detallado a lo largo del proceso terapéutico a raíz

situaciones particulares que no fueron previstas por el equipo. De esta manera, a las normas ya

descritas (confidencialidad, respeto, asistencia y puntualidad) se sumaron otras que especificaron

las condiciones de funcionamiento de las sesiones (ver tabla 3).

Tabla 3: Encuadre Detallado

(Insertar aquí Tabla 3)

El lugar del terapeuta

a) Ante la Institución

Como se dijo anteriormente, el lugar en que se situó el equipo y, por tanto, los terapeutas,

implicó desafíos dentro y fuera de la situación grupal. La instalación del equipo como un grupo

  15  
externo, que venía de “la calle” y que no era parte del sistema, pero que mantenía una relación de

colaboración con éste, significó relacionarse con los profesionales del Área Técnica, las gendarmes

y las internas–pacientes desde una posición ambigua. Se trataba de conocer las prácticas formales e

informales de la institución; las formas de organización, las jerarquías y el lenguaje utilizado,

formal -referido al ámbito administrativo- e informal –los códigos de las internas: el “coa”,

manteniendo la distancia para no contaminarse con ciertas prácticas de la institución,

principalmente ligadas a la violencia que el sistema ejerce sobre las internas y a la que existe en la

convivencia diaria de las mujeres – gritos, insultos, amenazas, golpes, peleas, intentos de suicidio,

muertes-. Mantener esta distancia permitía mantener un lugar distinto y un sentido reflexivo para

realizar la intervención, pero con suficiente conocimiento del funcionamiento de la cárcel para

operar en ésta de otra forma dentro de las reglas.

Los grupos desafían la lógica de control absoluto, panóptica (Foucault, 1976), en la que se

inscribe la institución carcelaria, generan desconfianza y desconcierto, surge la pregunta sobre qué

es lo que pasa ahí y de qué se habla. En reacción a esta dinámica, las reglas tácitas de la institución,

como el control de las gendarmes se hace notar durante las sesiones. Las funcionarias2 entran a la

sala preguntando si han llegado las pacientes, lo hacen un forma brusca, golpean la puerta, hablan

fuerte y hacen comentarios respecto a las pacientes que no asisten. Todo esto interrumpe el proceso,

muchas veces lo hacen cuando la sesión ya ha comenzado, rompiendo los límites del espacio

terapéutico y posicionando a los terapeutas en una encrucijada: tolerar las interrupciones,

sometiéndose ante las gendarmes o hacer frente a esta situación, desautorizando el poder de las

funcionarias y estableciendo un a alianza implícita con las pacientes: el lugar del terapeuta se

disloca en el contexto institucional.

Por otro lado, el peso de lo institucional también se manifiesta dentro de la situación grupal: la

lógica de la institución penitenciaria insta ciertos modos de funcionamiento (alerta, desconfianza) y

cierta subjetividad (control sobre las emociones y sobre lo pensable), que entran en tensión con la

                                                                                                                         
2
Nombre que se les da a las gendarmes en los centros penitenciarios.

  16  
lógica del trabajo clínico. Como lo señala una mujer “las rejas también están dentro de nuestras

cabezas”.

Hubo bastantes decisiones tomadas por el equipo para abordar estas tensiones y dar a las

internas el lugar de pacientes. Uno de estas decisiones fue dar a las pacientes la posibilidad de elegir

el participar en los grupos sin estar vinculado a la lógica de beneficios intrapenitenciarios. El equipo

procuró asegurar con los profesionales del Área Técnica la libertad de darles a las pacientes de

elegir participar o no del grupo, y poder retirarse cuando lo quisieran- tal y como lo hace un

paciente en un contexto de atención “tradicional”. Con estos movimientos se trataba de restituir a

las mujeres la posibilidad de ser agentes de sus decisiones, en un sistema- como el carcelario- en

que la mayoría de sus decisiones son tomadas por otros.

Otra medida fue el generar una modalidad en que las pacientes asistieran a sesión sin que las

gendarmes las tuvieran que ir a buscar a sus secciones, ya que muchas veces no las llamaban o, al

contrario, las obligaban a asistir. Para esto, se elaboró una especie de pasaporte que permitía a las

mujeres salir de la sección libremente –sin restricciones por parte las gendarmes y de acuerdo a su

voluntad- para asistir al Grupo en el horario correspondiente. Esta iniciativa fue introducida durante

el segundo año de intervención, convenida con las pacientes, el Área Técnica, y a través de ésta,

con Gendarmería. Resultó difícil para las gendarmes acostumbrarse a que las internes fueran

quienes decidieran participar de una actividad, y también para algunas pacientes a utilizar un

mecanismo que les brindaba cierto grado de libertad dentro de la cárcel. Sin embargo, el pasaporte

sí tuvo éxito con algunas de las pacientes que lo cuidaban y utilizaban, asumiendo su

responsabilidad en la asistencia al grupo, afirmando la posibilidad de generar cambios al interior de

la lógica del control que impera en la institución, instalando un cierto espacio de libertad,

responsabilidad y decisión para las mujeres.

b) Con las pacientes

La lógica de los beneficios intrapenitenciarios es otra de las formas en que se expresaba la

lógica de la institución y como las llamadas buenas conductas son premiadas por el sistema.

  17  
Desmarcarse de esta lógica también fue parte del trabajo del equipo. El buen comportamiento y la

evaluación eran parte del material clínico de la sesión: quejas ante el sistema, frustración y rabia

cuando no se les otorgaban los beneficios, o felicidad ante la otorgación de beneficios, eran

contenidos que las pacientes traían al grupo contantemente.

El desconcierto de las pacientes ante un dispositivo en que se podía ser libre instalaba pronto la

expectativa, el temor e incluso la demanda de ser evaluadas: no se concebía que los Grupos no

entregaran beneficios o que los terapeutas no cumplieran funciones de evaluación. Para las mujeres

había algo incomprensible de esta forma de trabajo que iba en contra de las lógicas de intervención

a las que estaban acostumbradas. Esto generó, en el inicio de los grupos, grandes resistencias ante el

dispositivo. “¿No nos van a preguntar?” fue una interrogante recurrente las primeras sesiones3.

Había también por parte de las paciente un desconcierto ante que los terapeutas no las

evaluaran “¿pero al final ustedes harán una evaluación de cada una?”. La pregunta era entonces:

si este “taller” no era evaluado y, por ende, no servía para los beneficios, entonces, “¿para qué

sirve?”. Por otro lado, las pacientes intentaban tener pistas sobre algún criterio adecuado para

comportarse, un modelo a seguir, qué definiera lo correcto y lo incorrecto. Las pacientes pedían ser

tratadas como internas, estaban acostumbradas a ese trato, ser ellas mismas resultaba angustiante, la

cárcel aplastaba su identidad y su historia, les daba un modelo de cómo se debía ser, quedando lo

previo a la reclusión, lo malo, disociado de su relato. Preguntarse respecto a sí misma conflictuaba

la “solución” a la que habían llegado por la vía de la disociación.

En este mismo sentido las pacientes demandaban que se les enseñara“quiero que me enseñen,

que me digan lo que me falta (…) por qué cometí el error de robar y de llegar acá.” El dejar esta

pregunta abierta, sin dar una respuesta, llamaba a las pacientes a implicarse en su respuesta.

La lógica de tratamiento –no de control ni evaluación ni pedagógica- ubicó paulatinamente a

los terapeutas del equipo en una línea distinta a la de los psicólogos del Área Técnica. En un

                                                                                                                         
3
Claro está que esto suele pasar en los grupos como lo ha descrito W. Bion (1974) en relación al supuesto de
dependencia, como uno de los supuestos que impide el pensar y trabajar en grupo.

  18  
comienzo, provenir de la calle es visto por las mujeres con desconfianza. Fue común que durante

las primeras sesiones de los grupos emergieran relatos sobre situaciones violentas que se viven en la

cárcel –peleas, suicidios- con toda su crudeza, en los que se observa una búsqueda de probar si los

terapeutas son capaces de tolerar la realidad que ellas viven; “esto es cana”, y su capacidad de

compresión; “ustedes no saben lo que es estar acá”.

Posteriormente, el lugar que los terapeutas representaban para las pacientes se transformo en

una novedad y en un enigma: un lugar de escucha, que no exige un modo de ser y no indica una

forma correcta de actuar desconcierta a las pacientes. Si no son quienes evalúan ni quiénes dan

beneficios, entonces ¿qué quieren y qué hacen? Se despierta el interés de las pacientes en los

terapeutas, cada vez preguntan más acerca de sus vidas, se fijan en cómo intervienen: “usted hace

puras preguntas”, señala una paciente. Las pacientes poco a poco van sintiendo más confianza, no

solo con los terapeutas si no también con el grupo. La transferencia, que en el caso del grupo no

sólo se establece con los terapeutas4, comienza a ponerse en juego. Aparecen confesiones: historias

de violencia intrafamiliar en las que son víctimas y a veces victimarías, del abandono de los hijos,

del abandono en su propia infancia y algunas cuentan por qué están en la cárcel, cuál fue su delito.

Todas estas confesiones desafían la escucha, y el mantener la neutralidad, sin juzgarlas por sus

actos, para no quedar del lado del juez, pero sí poder marcar ciertas cosas que hagan responsables a

las pacientes de sus actos, para no quedar tampoco del cómplice. Se vuelve delicado cuestionar, por

ejemplo, la violencia que se ejerce al robar a alguien, es ahí donde el dispositivo grupal ayuda, pues

son las propias mujeres quienes se confrontan entre sí.

Dificultades

a) El grupo de “conocidas- cautivas”

                                                                                                                         
4
Anzieu (en Rodriguez, J., 2004) distingue tres tipos de transferencia: la transferencia lateral entre los miembros del
grupo; la transferencia central, hacia el coordinador del grupo y; la transferencia objetal, hacia el grupo.

  19  
La confidencialidad fue una temática importante en los Grupos, al estar conformados por

pacientes que se conocían y estaban obligadas a convivir todos los días, muchas veces con un grado

de agresión constante. Poder confiar en otras internas fue un tema al inicio de todos los grupos

implementados. La confidencialidad que los integrantes debían mantener sobre lo que se hablaba en

sesión era cuestionada, más que respecto a los terapeutas, respecto a las compañeras del Grupo: “Es

que yo no sé si puedo confiar en las otras internas”.

Los terapeutas optaron por sostener esta pregunta, pues no había forma de tener una certeza

respecto al respeto de la confidencialidad. Las pacientes contaban en las primeras entrevistas lo

habitual que resulta que las internas utilicen lo que saben de otra como una forma de agresión. Se

trabajó entonces esta desconfianza como material, particularmente durante las primeras sesiones. El

trabajar esta temática hizo que la pregunta por la confidencialidad derivara también en una

pregunta por la confianza, dentro, pero también fuera del grupo; cuánto confiar, cómo confiar,

cuánto de la desconfianza protege y sirve en un ambiente adverso, pero también cuando puede ser

beneficioso bajar el escudo y no transformar la protección en una armadura que aleja radicalmente

de los otros.

Si bien las pacientes partieron más bien temerosas o desconfiadas, el trabajar este tema como un

material permitió pensarlo en sesión. El riesgo corrido por los terapeutas y las pacientes tuvo

buenos resultados: la confidencialidad fue respetada, y hacia la mitad de los grupos se generó mayor

confianza entre las mujeres.

b) La disociación

En los Grupos realizados, resultó particularmente llamativa la manifestación de la disociación,

tanto en el discurso individual de las pacientes, como en el discurso y dinámica grupal.

Muchas de las pacientes hablaban de su vida marcada con un antes y un después, un quiebre, la

cárcel era un hito ante el que no se podía volver a tras. Parecía un discurso aprendido- que daba la

sensación de ser vacio y repetido como una forma de autoconvencimiento- respecto a no volver a

delinquir. Discurso que era implantado dentro de la cárcel, pero tras el cuál su historia quedaba

  20  
oculta, como si ya no fuesen las que habían sido. Esto tenía como consecuencia un discurso donde

el reconocimiento del delito era un mandato, en el cual las pacientes no estaban implicadas

subjetivamente. Por otro lado todo sus aspectos agresivos, violentos y “malos” quedaban

disociados, así la negación de la propia agresividad conducía actuarla, tanto en el grupo como en su

vida diaria.

La dinámica recurrente de los Grupos era dividirse. Dentro de los grupos se generaban bandos,

las gilas y las choras, que respondían a una sociabilidad distinta, a códigos diferentes y a una

relación con la institución diferente. Estos bando se repetían dentro de los grupos, y se sumaban a

otras divisiones: las evangélicas y quienes no profesaban la religión, las jóvenes y las viejas, las

madres y quienes no lo eran, entre otras. Una división de especial importancia clínica se producía

entre las pacientes comprometidas con el grupo, que respetaban el encuadre y se involucraban con

el proceso grupal, y las que faltaban, descuidaban al grupo y parecían más indolentes ante el

proceso. Esto generaba a veces dos grupos en uno, estancando el proceso grupal y dificultando las

maniobras que podían hacer los terapeutas. El extremo de esta dificultad fue que en uno de los

grupos implementados las diferencias entre las pacientes hicieron insostenible el grupo más allá de

las primeras sesiones. En este caso, se comprobó la relevancia del proceso de agrupamiento, factor

crítico al trabajar en un contexto como éste.

Frente a la división de los grupos, en general se optó mantener la alianza con el grupo que

estaba involucrado en el proceso grupal, pensando en cuidar la matriz grupal. Pero quedó la

sensación de muchas veces estar entrapados en esta disociación- y en algún punto no haberla

logrado trabajar a fondo- .

Puede hipotetizarse que la disociación es un mecanismo necesario5 y arraigado en el sistema

penitenciario, que impacta la subjetividad de quienes son parte de él: las internas (en términos de

adaptación-resistencia), las funcionarias (cuidar-castigar), los profesionales del Área Técnica

                                                                                                                         
5
Lo pensamos como necesario, en tanto permite el funcionar y tolerar este sistema. Esta disociación podría entenderse
dentro de la lógica que establece Bleger al comprender la lógica de los grupo e instituciones y el concepto de sociedad
sincrética (Bleger, 1989)

  21  
(lealtad hacia la institución- hacia los pacientes), y también al equipo de trabajo, en la relación

establecida con la institución, con los colegas del Área Técnica y con las pacientes.

IV. DISCUSIÓN

Realizar trabajo psicoterapéutico en una institución penitenciaria requiere abordar el complejo

entrecruzamiento que se produce entre el funcionamiento del sistema carcelario y ejercicio de la

clínica, su setting y la técnica. Neutralidad y complicidad, responsabilidad y castigo, verdad

psicológica y verdad jurídica, asociación libre y privación de libertad, entre otras, son nociones que

pueden resultar confusas, paradojales o contrapuestas. No obstante, es en la intersección de éstas

dos lógicas –carcelaria y psicoterapéutica- donde se establece el campo del trabajo clínico e,

inevitablemente, donde se encuentra inmersa la persona del terapeuta.

Entre la imposibilidad y la desesperanza

Una vez superada la sorpresa y el entusiasmo del inicio de los terapeutas por estar realizando

una intervención contracultura en el contexto carcelario, las frases con que las reclusas los

interpelaban cobraron sentido: “ustedes no saben nada de lo que es vivir aquí dentro”. Se hizo más

difícil anteponer el entusiasmo de la intervención como protector ante experiencias duras, tales

como, ser revisado-tocado, entregar los celulares, hacer las sesiones en un sala con una pesada

puerta de fierro que las gendarmes abrían de golpe con sus lumas, trayendo las reclusas-pacientes.

Todo lo anterior, dejaba una huella en los terapeutas de vulnerabilidad, de no control y acercaba su

experiencia al sentir de las reclusas. Además de poner en evidencia la paradoja de la ausencia de

ley en un recinto “inventado” y regido por ella. Las puertas, las guardias recuerdan que hay un

orden, pero impuesto “desde fuera”. Esta presencia es la que evidencia que aquí se está en otro

mundo, donde la ley se sitúa de manera diferente a la habitual “ustedes no saben lo que es estar

acá… esto es cana”. Cuando una de las psicólogas supervisa su temor a posibles agresiones entre

las participantes del grupo, es posible entender el impacto que tuvo en ella la escena que vio al

  22  
ingresar a la cárcel. Las gendarmes arrastran a tirones a unas reclusas, que se insultan y amenazan.

En esa escena se concretiza el hecho de que entre estas paredes las reglas de la convivencia no están

acotadas, aunque sea en la forma, por la buena educación, el respeto al prójimo o la compasión.

Aquí se hace obvio lo que no queremos saber, la ley del más fuerte es la que prima la mayor parte

del tiempo. Esto interpela directamente a los terapeutas, quienes deben sobreponerse al temor, la

desesperanza y sobre todo abstenerse de comenzar a educar y marcar pautas de comportamiento.

Pero, si no les muestran su culpa corren el riesgo de quedar como testigos obsecuentes de relatos

que describen transgresiones y delitos. Este escenario los obliga a preguntarse de qué lado

quedarán situados.

Ni superyo, ni cómplice

Sentarse en círculo, a puertas cerradas con un grupo de mujeres “sin ley” es sin lugar a dudas

una acción temeraria. Al escuchar sus relatos, no parece haber ausencia de culpa, más bien hay

“saltos” entre los actos y sus causas. Están a-historizados. Da la impresión que no se implican, lo

que está ausente es la responsabilidad. Cuando se refieren a sus delitos, hablan desde el

reconocimiento de haber hecho “algo”, con un lenguaje y un modo que recuerda a los niños

recitando la tarea, hay algo ajeno más bien propio del discurso de los distintos agentes de la Justicia

con los cuáles han tenido contacto y de quienes ya saben lo que deben decirles. Pero es la

dimensión inconsciente, propia del psicoanálisis, la ausente. Es a esa la que los terapeutas optaron

por invocar. ¿Cómo escuchar los delitos sin juzgar? ¿Cómo entender las historias que las han

llevado a delinquir sin hacerse cómplice? Cuándo una mujer describe como es nacer en una familia

de delincuentes u otra describe cómo delinquía los terapeutas mantuvieron su posición de

escuchadores que buscaban comprender las sutilezas de los hechos, sus recovecos y escapar de lo

obvio, de las categorías y del imperativo de arrepentimiento que estás mujeres debían sentir. El no

deseo de los terapeutas fue dando paso a que las mujeres pudieran contar sus historias, esta vez, sin

saber que se esperaba de ellas. “En el otro taller –refiriéndose a un taller realizado por un

  23  
profesional del equipo técnico de la cárcel- jamás hablaríamos las cosas que hablamos acá, allá

sabemos de qué tenemos que hablar y de que no”. Poco a poco, de manera sorprendente al ser

escuchadas sin expectativas, ellas fueron encontrando la compasión, la empatía, ya no por un

mandato externo, sino, porque al ser escuchadas sin restricciones, surgió lo que suponemos más

temido, en medios donde la fuerza del más fuerte impera: la fragilidad de los otros y, por ende, la

propia. Es aquí donde el dispositivo grupal muestra su fuerza. Al contarse sus historias, fueron

apareciendo las comunalidades y también sus particularidades. De hecho, este es uno de los aportes

y desafíos de la terapia de grupo. Para Recalcati (2007), “El reto que se abre al psicoanalista es el de

cómo realizar una torsión de esta homogeneidad aparente para poner de manifiesto su reverso: la

particularidad irreductible de la subjetividad” (p. 100). Las mujeres de los grupos se movilizaron

desde la desconfianza, que aumentaba las diferencias, a empezar a reconocerse entre otras que

tenían aspectos en común, para finalmente ver sus particularidades. En el aquí y ahora, empezaron a

conmoverse, asustarse y atacarse. Pero, esta vez en un dispositivo que ofrecía la posibilidad de la

transformación.

Las malas visten de negro y las buenas de blanco.

Al formarse los grupos es decir, con el surgimiento de la mentalidad e identidad grupal y la

instalación de la transferencia, surgió la posibilidad del trabajo psicoterapéutico. Es importante

señalar que el grupo no se inició al reunir a las mujeres y sus terapeutas en una sala, tal y como

señala Bion en sus enseñanzas y es ratificado por Foulkes (1981), Anzieu (1981), entre otros, el

grupo requiere de un tiempo para conformarse como tal, e incluso puede llegar a no conformarse.

Una vez dadas las condiciones ante señaladas, las relaciones interpersonales al interior del

grupo comenzaron a cobrar mayor relevancia y se puso en evidencia, en todos los grupos, la

disociación como uno de los principales mecanismos de defensa. Surgieron los discursos donde la

“maldad” estaba fuera de las mujeres, completamente erradicada y, por tanto, ya no se podía pensar

sobre ella. La situación más paradigmática sucedió con un grupo de evangélicas que cerraban las

  24  
preguntas que se hacía el grupo con respuestas desde la fe. Para ellas el motivo por el cual se estaba

en la cárcel era la desobediencia a Dios, ante esta respuesta no cabía nada más, y su actual

obediencia las hacia distintas, dejando atrás lo pasado y tomando la buena senda. Para Freud (en

Tendlarz, 2008) el criminal siente culpa, pero bajo la forma de un juez externo. Estas mujeres sin

ley o sin una instancia crítica propia, una conciencia que las declare culpable, encontraron en la ley

de Dios la condena, el perdón, pero también el no lugar a la dimensión humana de la ira, envidia y

apetitos sexuales. Por lo tanto, la solución se volvía una fragilidad. Como es bien sabido nos son los

deseos de robar o asesinar los que nos ponen en riesgo, sino el desconocerlos. Esta etapa marcó una

fase crucial en los grupos, algunas mujeres se atrevieron a pensar acerca de su propia subjetividad,

de sus no certezas, ambivalencias y deseos contradictorios. Pudieron revisar sus deseos de tener

buena conducta para alcanzar los apetecidos beneficios y al mismo tiempo, reconocer lo violento

que les resultaba someterse a las autoridades y convertirse en una “gila”. Es del gris, ni tan malas y

tan buenas, de donde fueron surgiendo sus particularidades y las de los otros. Es en la fase final,

dónde surge la culpa, pero esta vez más cercana a la sorpresa, al descubrimiento del otro y de su

sufrimiento. En las últimas sesiones las pacientes recuerdan el delito, hablan respecto al contexto en

que fue cometido, y a las personas que involucró, se confrontan entre sí en relación a la violencia

presente en los distintos delitos que cometieron. Refieren a las experiencias de los juicios, a los

testimonios de sus victimas, a las caras de las personas que les robaron, a cómo se sienten respecto a

ellos y a como ellas sentirían en su lugar.    

A modo de conclusión final, se puede asegurar que la técnica grupal y de orientación

psicoanalítica es inaplicable para parte de la población penal de mujeres, pero es una herramienta

muy poderosa para enfrentar la dificultad de construir una moral propia en mujeres que han vivido

sin ley, a las cuáles el sistema social les ofrece tomar una prestada, que por definición resulta

insuficiente. Parece que en algunas mujeres fue posible de reemplazar esta “ortopedia” superyoica

por un resituarse propio y singular frente al tema del otro, la empatía y los propios deseos. Cuando

el terapeuta se apoya en la teoría de la técnica psicoanalítica, puede escamotear la tentación o

  25  
demanda institucional de ocupar el lugar de la cátedra que cierra con un discurso científico-

moralista la posibilidad de la elaboración y reparación de las reclusas.

Es la técnica psicoanalítica con su porfía en la fuerza de la palabra, su insistencia en la escucha,

más que en el discurso del terapeuta, la que les permite a las mujeres sin ley, comenzar a transitar

por el camino doloroso del aprendizaje y enfrentar la frustración de que este camino implica

esfuerzo, dolor y contacto con la realidad.

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  29  
Tabla 1: Objetivos Psicoterapéuticos

 Identificar e integrar elementos de la propia historia de vida.

 Establecer relaciones entre experiencias vitales, síntomas, afectos, motivaciones y

conductas.

 Reconocer la responsabilidad subjetiva de sus opciones y las consecuencias personales,

familiares y sociales de éstas.

 Reconocer y elaborar el impacto psicológico de la experiencia de estar recluida.

 Fortalecer recursos psicológicos de las mujeres para afrontar la reclusión.

Tabla 2: Criterios de Agrupabilidad

o Criterios técnicos

• Homogeneidad v/s heterogeneidad

o Características de las mujeres

• Motivo de consulta

• Temática (VIF, drogas, depresión, duelo, maternidad)

• Momento de reclusión (inicio, medio, fin)

• Momento del ciclo vital

• Estructura de personalidad

• Recursos psicológicos

o Factores institucionales

• Secciones

• Horarios de visitas y ocupaciones de las mujeres (talleres laborales, escuela)

  30  
Tabla 3: Encuadre Detallado

- Permanecer dentro de la sala durante toda la sesión (no retirarse antes ni salir entremedio del

desarrollo de la sesión).

- Resguardar para la continuidad del grupo:

* Definir un mínimo de asistentes para realizar la sesión (3 personas)

* Definir un mínimo de inasistencias generalizadas para suspender el grupo (3 sesiones)

  31  

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