Las Novelas Ejemplares en El Sistema Narrativo de Cervantes 971261
Las Novelas Ejemplares en El Sistema Narrativo de Cervantes 971261
La abrumadora notoriedad literaria de Don Quijote ha opacado en cierta manera las Novelas
Ejemplares, universo paralelo en que se aprecia la compleja, densa, multifacética, riqueza
narrativa de Cervantes, concebida en el tiempo casi simultáneamente. Cervantes no fue un
diletante que tocó la flauta, inesperadamente, con Don Quijote. Muy al contrario, Cervantes fue
un escritor profesional dedicado intensamente al ejercicio literario de géneros diversos, la novela
por encima de los otros, que subyugó por la originalidad del Quijote como criatura sui géneris de
tardío detractor de las novelas de caballería, pero buscó en la novela corta, poesía, entremeses,
otras variantes de cultivo literario. Una de las afortunadas variantes del quehacer creativo son
las “Novelas Ejemplares”.
“La Gitanilla, la Ilustre Fregona, las Dos Doncellas, el Amante Liberal, el Celoso Extremeño y la
Española Inglesa” son resultado del empleo del recurso griego de la anagnórisis, esto es la
revelación a veces tardía y en ocasiones fatal de la identidad (Edipo) o el reconocimiento de una
persona por otra como se insinúa desde el inicio de la novela “La Gitanilla” cuando los habitúes
de la posada ponen los ojos en Preciosa por la belleza, por sus maneras y dichos que rompen el
estándar de las gitanas comunes y corrientes. Cervantes expone con crudeza las características
morales de los gitanos como contraste a la Gitanilla Preciosa: “Parece que los gitanos y gitanas
solamente nacieron en el mundo para ser ladrones, nacen de padres ladrones, críanse con
ladrones, estudian para ladrones y finalmente salen con ser ladrones corrientes y molientes a
todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se
quitan sino con la muerte. Una, pues, de esta nación, gitana vieja que podía ser jubilada en la
ciencia de Caco, crió una muchacha con nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y
a quien enseñó todas sus gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa
la más única bailaora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera
hallarse, no entre los gitanos sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama.
Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que a otras gentes están
sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos; y lo que es más, que la
crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de
gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada”. El contraste de vileza y virtud, desde las
primeras frases, muestra la existencia de algo intrigante y desconocido en el retrato de Preciosa.
Bailarina y cantante de coplas y romances, Preciosa atrae la admiración de galanes tanto por su
desenvoltura artística cuanto por su belleza y garbo. La gitana vieja, que fungía como abuela,
conoce y oculta el origen biológico de Preciosa, para especular mercantilmente con ambigüedad
premeditada y recabar ganancias. Conoce el secreto, pero lo oculta a la misma Preciosa, que
acepta la condición impuesta por la abuela putativa. Las coplas y romances que entona Preciosa
transparentan la vena poética de Cervantes en ésta y otras novelas en las que enlaza su afición a
los cantares populares, tal como hiciera Lope de Vega con las comedias.
LA GITANILLA
Volviendo a La Gitanilla” diremos que los versos no constituyen alarde artificioso para
entremezclarlos con la corriente narrativa. Son la clave para llevar a Preciosa a la casa del teniente
donde la conoce doña Clara, su mujer, que, con ternura barroca, describe a Preciosa como “niña
de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbuncos, y niña del cielo”, en arrebato
gongorino. El romance, obra de un admirador desconocido, aproxima la anagnórisis de Preciosa,
frustrada por no recibir las monedas prometidas en casa del teniente. Al volver a Madrid
acompañada de las mozas labradoras unidas para atajar asaltos si los hubiere, en el camino
tropiezan con un mancebo aderezado de costosa vestimenta y daga y espada, que pidió platicar
con la gitana vieja. Se presenta como hijo de un funcionario que pretende puesto en la Corte.
Pero la razón de la plática es su admiración por Preciosa, gitana pobre y humildemente nacida,
pero a la que no “desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas
enamoradas”. Preciosa plantea sus condiciones al pretendiente para demostrar que obras son
amores, y no meras palabras. El teniente y la consorte prometen recompensarla mas no pasan
de halagos. El funcionario habla de llevarla a la corte para que la oiga y conozca el rey. Con
sorprendente madurez corta el hilo de los sofismas palaciegos, aclarando: “Querránme para
truhana – respondió Preciosa – y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para
discreta, aún llevarme hían, pero en algunos palacios más medran los truhanes que los discretos.
Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quisiese”. Ahí surge
el escepticismo de Cervantes sobre el engañoso boato palaciego. No fue inquilino de palacios y
lo restriega al lector.
El elogio de la vida rural de los gitanos constituye tácito reproche a la ponzoña de la vida urbana,
coincidiendo con el discurso de Marcela en el Quijote sobre su residencia en la pureza ecológica
del bosque cual barrera protectora de las acechanzas de los frívolos galanteos de las ciudades.
Preciosa ajusta la filosofía del anciano gitano a su sentido de la vida como mujer libre, pero casta
y discreta, humilde y poderosa de las convicciones éticas de la gitanería. Advierte al buen Andrés
del imperativo de acatar no sólo la legislación de la tribu sino de su voluntad de unirse a él si en
los dos años de convivencia su conducta se adecúa a las prescripciones instituidas por ella misma.
Sin embargo, los discursos románticos son turbados por la presencia de un extraño que simula
estar perdido en las cercanías del aduar y sufre las embestidas de los perros. Andrés lo hace curar
de sus heridas, pero descubre las intenciones reales del paje, autor de los romances entregados
a Preciosa, como pretexto para estar cerca de la gitanilla, ya preocupada y fatigada de los ardides
de los galanes empeñados en seguirle los pasos, ora ingresando al mundo de los gitanos como
Andrés, ora repartiendo dinero a raudales entre los codiciosos miembros de la tribu. El quid del
asunto era seguir discretamente a Preciosa por donde fuese, Sevilla o Toledo, Valladolid o
Madrid. Ganar su corazón era el desafío: Andrés conviviendo con los gitanos y seguir sus reglas;
Clemente escribiendo versos sobre su belleza y exaltando sus cualidades. Otro de los desafíos es
la versificación rimada. Acontecen pequeños percances alrededor de los pretendientes de
Preciosa. La hija de la dueña de un mesón resulta seducida por la gallardía de Andrés y se arrebata
para que la tome por esposa. Al responder que ha dado su palabra a los gitanos para casarse con
Preciosa después de un lapso de dos años, la mesonera, despechada por las razones de Andrés,
urde la intriga de denunciarle por la pérdida supuesta de valiosas joyas de su casa y así impedir
que le siga los pasos a la gitanilla por doquiera. Andrés no puede librarse de la mala fama de los
gitanos como ladrones y embusteros. La despechada grita a todo pulmón que le han robado
valiosas alhajas que por años guardaba la familia, alhajas que sus secuaces habían plantado entre
la ropa de Andrés. El alcalde del pueblo de Murcia, pariente de la denunciante, descubre las joyas
plantadas. Andrés es detenido entre el descontento de los gitanos que conocen que Andrés no
tiene las manos ligeras de la cofradía. En esta circunstancia de premeditación y alevosía estalla
la reacción de Preciosa, dando fe de la honestidad de su galán, encarcelado por las bajas pasiones
de la truhana. Un soldado lanzó una retahíla de vejámenes presentando al embelesado Andrés,
que en mala hora fingió ser gitano y arrastrar así la leyenda negra. El altisonante abofetea en
público al discreto mancebo, herido en su honra, que acometió con espada al maldiciente
soldado y de estocada puntual le mandó a la tumba. Un alud de espanto y tristeza se abate sobre
Preciosa al tomar conciencia de que era inevitable la separación del paciente novio. “¡Señor!
misericordia, misericordia¡ Si mi esposo muere, yo estoy muerta. El no tiene culpa, y si la tiene,
déseme a mi la pena” implora, desconsolada, la gitanilla.
La situación, de pronto, desemboca, repentinamente, en un giro de tuerca, con el anticlímax
narrativo de la anagnórisis urdido por Cervantes. La gitana vieja, aplastada por el fatal incidente
que perturba seriamente el juicio de Preciosa, revela al corregidor y su esposa la identidad de la
muchacha. Muestra documentos ajados por el tiempo que guardaba en un cofrecillo. Ahí estaban
las pruebas de que Preciosa era Constanza de Azevedo y de Meneses, niña de noble alcurnia que
ella robó y crio como si fuera la abuela. La corregidora cayó desmayada al verificar que la gitanilla
era la hija que creyó perdida para siempre. La revelación alcanzó al mancebo al aclararse que no
era un gitano sino don Juan de Cárcamo, hijo de don Francisco de Cárcamo, del hábito de
Santiago. Recuperada quedó la ecuanimidad de los progenitores de la pareja que viró
vertiginosamente del inminente dolor al esplendor de la máxima felicidad. La mesonera confesó
que hilvanó el robo para desfogar el rencor. Concluye el talentoso narrador de “La gitanilla” que
con el alborozo del matrimonio de Juan y Constanza “se enterró la venganza y resucitó la
clemencia”.
LA ILUSTRE FREGONA
La peripecia del pícaro que duerme a la intemperie donde le coja la noche y transita a pie por los
senderos rurales y experimenta una errática trashumancia constituye el telón de fondo social en
“La ilustre fregona”, acompasado otra vez con el juego de las identidades. “No todo es como
parece” es la premisa mayor del narrador en estas obras como en el Quijote, fundamentando las
diferencias radicales entre la percepción externa de personas y cosas y la intimidad de
sentimientos y la realidad que el ojo no percibe. Preciosa tiene la apariencia de una gitanilla,
pero, en verdad, su origen es de cuna nobiliaria. Diego de Carriazo, retoño criado entre finos
pañales, por amor a la libertad de la aventura individual, asumió a lo externo el ropaje y la línea
de comportamiento de un pícaro. “Trece años, o poco más, tendría Carriazo cuando, llevado de
una inclinación picaresca, sin forzarle a ello algún mal tratamiento de sus padres le hiciesen, sólo
por gusto y antojo, se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, y se fue por
ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en la mitad de las incomodidades y
miserias que trae consigo, no echaba menos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a
pie le cansaba, ni el frío le ofendía, ni el calor le enfadaba. Para él todos los tiempos del año le
eran dulce y templada primavera; tan bien dormía en parvas como en colchones; con tanto gusto
se soterraba en un pajar de un mesón como si se acostara entre dos sábanas de Holanda.
Finalmente él salió tan bien con el asumpto de pícaro, que pudiera leer cátedra en la facultad al
famoso de Alfarache”. La descripción de Cervantes de la condición de vida del mancebo
disfrazado de pícaro, y, asimismo, la alusión al personaje Guzmán de Alfarache de la novela
picaresca presentan a Cervantes, por un lado, como un sociólogo avant la lettre, conocedor de
los desbalances de la sociedad española del siglo XVII, y, por otro lado, como lector atento de la
narrativa picaresca de su época, puesta de manifiesto, también, en “Rinconete y Cortadillo”.
Al igual que en el capítulo de Marcela de “Don Quijote”, se advierte en “La ilustre fregona” que
ciertos jóvenes urbanos de la sociedad del siglo XVII se sintieron tentados a experimentar los
acaecimientos de la existencia pastoril, para bien o para mal de su destino. La pintura realista de
los pícaros, reales o fingidos, trasunta su conocimiento directo de los estratos diferentes de la
estructura social de España, polarizada entre pobres y opulentos, aventureros y sedentarios,
pícaros y honestos. Así transmite con elocuente énfasis en este pasaje de “La ilustre fregona” :
“¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de
Zocodover y de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de
la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre pícaro! bajad el
toldo, amainad el brío, no os llamaréis pícaros sino habéis cursado dos cursos en la academia de
la pesca de los atunes. ¡Allí, allí, que está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está
la suciedad limpia, la gordura rolliza, el hambre prompta, la hartura abundante, sin disfraz el
vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada
paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la
poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe acá se juega, y por todo se hurta.
Allí campea la libertad y luce el trabajo, allí van o envían muchos padres principales a buscar sus
hijos y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte”.
En pocas palabras, mientras unos españoles del siglo XVI o XVII se jugaban la vida en las Indias o
en los tercios de Flandes, otros se ganaban la vida como falsos ciegos, cojos impostores,
limosneros apócrifos. Cervantes pudo quizás mencionar a picaros trocados en validos
enriquecidos como Álvaro de Luna; ministros consejeros de los Habsburgos hurtadores de
recursos de España; judíos conversos como los Pedrarias Dávila de Segovia que escalan en la
sociedad monárquica a la sombra del poder político; eclesiásticos aprovechados del dinero de las
indulgencias. En fin, Cervantes describe el corrupto retablo del dualismo de los pícaros que
inventan discapacidades físicas para medrar engañando a los incautos compasivos, pero lo
mismo pudo involucrar a los funcionarios de la burocracia colonial elevados a magnates con el
oro de Indias dentro del remoquete quevedesco de “Poderoso caballero es don Dinero”. Gitanos,
pícaros, burócratas, unos robando, otros engañando, otros despojando a los indígenas de los
tesoros de los reinos americanos, todos participan en el festín de las bodas de Camacho, la zona
oscura de la España de los Austria.
Aunque “La ilustre fregona” es el personaje central de la novela, no escapa a la mirada crítica la
visión de la pululante picaresca que recurre al trompe l´oeil para el embuste parasitario. Sin
embargo, se despliega la sorpresa de los mancebos de buena casa que se disfrazan de pícaros
para gozar la libertad de la aventura. Diego de Carrizo regresa al seno de la familia que lo festeja
como el hijo pródigo de vuelta al redil. Pero le ha picado el gusanillo de la aventura. Convence a
su amigo Tomás de Avendaño de trasvestirse como un pobre vagabundo para disfrutar otra vez
las puertas de la libertad heterodoxa, ocultando su identidad. En el tráfago de los caminos
conocen la leyenda de una bella mozuela de la posada del Sevillano, la ilustre fregona, que
muchos anhelas, pero pocos o ninguno goza de sus favores, porque ella “es dura como un mármol
y zahareña como villana de Sayago y áspera como una ortiga, pero tiene un cara de pascua y un
rostro de buen año; en una mejilla tiene el sol y en la otra la luna; la una es hecha de rosas y la
otra de claveles”. Desmenuzan los mancebos el proyecto de estudios en Salamanca avalado por
el dinero de sus padres. Venden las mulas, engañan al ayo con una carta en la que confiesan que
cambiarán Bruselas por la universidad de Salamanca y a España ´por Flandes. Se hospedan en la
posada donde trabaja la hermosa fregona que encandila a frustrados admiradores. Avendaño
echa por la ventana el proyecto de sus padres y emprende el desafío de los amoríos de la
seductora fregona, que, en realidad, posee otra identidad que ella ignora. En puridad de verdad,
los personajes tienen dos identidades, una volcada hacia afuera, otra sumergida en la entretela
del auténtico origen, confirmando que “nada es lo que parece”, en el sistema narrativo de Miguel
de Cervantes y Saavedra.
Finalmente se despeja el caos de las situaciones al aclararse que Costanza es la hija de una
peregrina de noble alcurnia que la dejó bajo el cuidado del dueño del mesón. El corregidor
reconoce a Costanza como la hija que creyó perdida al desaparecer del mundo la infortunada
madre que la parió y entregó al mesonero. Se repite la anagnórisis multiplicada: la ilustre fregona
es señora nacida en cuna de oro; Carriazo y Avendaño no son los mesoneros humildemente
ataviados para engañar a la gente y estar cerca de Costanza, sino mancebos de encajes y
holandas. Como dice el estribillo, la vida es bona como la chacona.
LA ESPAÑOLA INGLESA
El sitio de Cádiz por la escuadra inglesa es el punto de partida de esta novela centrada en el rapto
virtual de una niña española por Clotaldo, caballero inglés que la llevó a Londres para que su
esposa la criara y educara en la excelencia de las buenas costumbres y así amortiguar la
desobediencia del bando emitido por el Conde de Leste ordenando la devolución inmediata de
quien, con el devenir del tiempo, se convirtió en la española inglesa. Los ingleses no solamente
saquearon el puerto, incendiando bienes inmuebles, conventos y bibliotecas, sino que, además,
secuestraron niños con el manto encubridor del puritanismo religioso. Sin embargo, el narrador
no concibió la novela en tono de protesta por los desmanes materiales de la marinería británica,
sino que envolvió el relato en las consecuencias del cisma antipapista del anglicanismo fundado
por Enrique VIII y fortalecido por su hija la reina Isabel. La búsqueda de una dialéctica de unidad
entre españoles y británicos fue instrumentada por Felipe II al desposarse con una inglesa para
cicatrizar heridas, sin conseguirlo. De alguna manera Cervantes perseveró en la estrategia
unitaria de Felipe II, presentando el amor de Ricaredo, hijo de Clotaldo, con la hija adoptiva Isabel,
como un nuevo intento de unión o fusión de las monarquías de ambas naciones. La reina Isabel
invitó a la bella española inglesa para conocerla en compañía de sus tutores. Pero al enterarse
de los planes matrimoniales decidió separar la pareja, enviando a Ricaredo como capitán de una
nave corsa a la vez que destinaba a Isabel como doncella de la corte.
Sostiene Georg Lukács que la novela histórica nació a principios del siglo XIX, aproximadamente,
en la época de la caída de Napoleón. (El Waverley de Walter Scott se publicó en 1814) (1) Lukács
Georg, “La Novela Histórica”, 1966. Era, México. Pero “La española inglesa” de Miguel de
Cervantes es una novela histórica de principios del siglo XVII que Luckács no tomó en cuenta. “La
española inglesa” se inserta en la veracidad del cuadro histórico del régimen de Isabel de
Inglaterra. El romance, truncado al principio, de Isabel la española y de Ricaredo el inglés en el
seno de la familia católica de Clotaldo responde a la inventiva de Cervantes, pero el escenario
histórico, tanto inglés como hispano, es genuino, con las libertades consiguientes del narrador.
La estrategia diplomática de Felipe II buscó el acercamiento con Inglaterra para contrarrestar las
controversias bélicas con Francia, procedentes de las pugnas de Carlos V y Francisco I. Felipe II,
como sabemos, se casó con María Tudor, antes la prometida temporal de su padre; pero se
disolvió el matrimonio por la incompatibilidad de caracteres de Felipe y María Tudor, una unión
forzada, además, por intereses diplomáticos. Curiosamente, relata Antonio Pérez, secretario de
Felipe II, “el matrimonio se contrajo por poderes con el conde de Egmont, que, cumpliendo con
el protocolo, compartió el lecho esa noche con la novia en presencia de la Corte; por supuesto,
ella vestida, y él, cubierto con armadura hasta los dientes”(2) Gala Antonio, El pedestal de las
estatuas. Se deduce que Cervantes pretendió, metafóricamente, restaurar la concertación
diplomática de España e Inglaterra, frustrada por el fracaso del matrimonio de Felipe y María
Tudor y por la ruptura con el catolicismo romano llevada a cabo por Enrique VIII. El autor modificó
el rol histórico de Isabel de Tudor al presentarla como una especie de hada madrina favorable al
enlace de la española Isabel con el británico Ricaredo, con la condición del alistamiento de éste
en la marina de guerra de los corsarios al servicio de la corona y el ingreso a la corte de la bella
española arrancada del hogar por el católico secreto Clotaldo. Ricaredo prometió regresar al cabo
de dos años para desposar a Isabel. El proyecto matrimonial tropezó con el intento de asesinato
de Ricaredo cuando dormía en un poblado italiano por los secuaces de su enemigo mortal, el
Conde Arnesto. El criado del caballero inglés huyó por la ventana, creyendo que el amo había
muerto al oír los disparos, difundiendo la noticia por todas partes. Abrumada por la dolorosa
decepción, Isabel decidió ingresar a un convento como monja al enterarse de la desaparición del
novio, desaparición alargada por el cautiverio a manos de piratas turcos que, tras capturar la
goleta en la cual viajaba, lo encerraron en una prisión en Argel para extorsionar con un rescate
Todos los detalles de las peripecias de Ricaredo que se presenta cuando se disipa la tristeza de
Isabel, de vuelta al hogar de sus padres españoles, estando en trance de entrar al monasterio de
Santa Paula para entregarse al servicio divino, son narrados con maestría en esta novela histórica,
que abre, también, el pórtico de la novela inglesa de costumbres del siglo XVIII. Como precursor
de la novela histórica, Cervantes cumplió a cabalidad la reflexión de Lukács en el sentido de que
“poco importa, pues, en la novela histórica la relación de los grandes acontecimientos históricos;
se trata de resucitar poéticamente a los seres humanos que figuraron en esos acontecimientos.
Lo importante es procurar la vivencia de los móviles sociales e individuales por los que los
hombres pensaron, sintieron y actuaron precisamente del modo que ocurrió en la realidad
histórica”, ob. cit. El amor de un inglés y una española inventado por Cervantes venció a los
estragos de la Guerra de los Treinta años, la destrucción de la Armada Invencible por el mar
borrascoso del canal de la Mancha y la constitución de la iglesia anglicana. “Esta novela nos
podría enseñar – dice Cervantes – cuánto puede la virtud, y cuánto la hermosura, pues son
bastante juntas, y cada una de ellas de por sí, a enamorar aún hasta los mismos enemigos y de
cómo sabe el cielo sacar, de las mayores adversidades nuestras, nuestros mayores provechos”.
EL AMANTE LIBERAL
El acoplamiento de autobiografía e historia decide la especificidad de esta novela en la que se
imbrican los recuerdos de Miguel de Cervantes como cautivo de los turcos y la pérdida de Nicosia
en el rejuego de las disputas de cristianos y mahometanos por el control de las islas del
Mediterráneo. Las controversias bélicas son verídicas y están aliñadas con los diálogos del cautivo
cristiano Ricardo con el turco Mahamut en las húmedas paredes del presidio, en los que
reconstruyen su amor intenso con la hermosa Leonisa, causa de batallas y tormentas
sentimentales. En el curso de los acontecimientos, ella desaparece aparentemente por el
naufragio de la galeota que la tenía como pasajera, dándosele como muerta, pero pudo flotar
viva y llegar a la orilla gracias a unos toneles que en medio de la tormenta le dio el turco Isuz.
Leonisa, fiera y astuta como si el nombre fuera de hembra de león, reaparece como mujer esclava
de religión cristiana vendida en un mercado turco, amante de bajaes, situación que muestra la
entraña de mujer curtida y casquivana, para poder sobrevivir en medio de las relaciones humanas
de musulmanes y cristianos.
EL CELOSO EXTREMEÑO
La panoplia de caracteres femeninos varía con la historia de la mujer joven, muy joven, vendida
como esposa por padres pobres y ambiciosos a un carcamán que levantó fortuna en las Indias. El
Nuevo Mundo – utopía inalcanzable a Miguel de Cervantes por el dogma de la limpieza de sangre
– fue en los siglos XVI y XVII “refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los
alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores (a quien llaman ciertos
los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio
particular de pocos”. Ancha puerta de entrada de aventureros de diversa calaña, salvo a los judíos
conversos, se cierra cuando aparecen sujetos de la insidiosa estirpe del hidalgo Filipo de
Carrizales, quien partió en alas de la aventura desde el puerto de Cádiz a los 48 años de edad y
regresó del Perú, veinte años después, convertido en un indiano de postín. A esta información
sociológica de la realidad española agregó Cervantes la fantasía(o el realismo) del fracaso de los
perdularios avejentados cuando a su regreso a España desposan (compran) mujer moza,
pensando que “los frescos racimos de la carne” podrían ser la dádiva del destino a sus desvelos
laboriosos en el imperio del oro y la plata. Pero lo que no pudo comprar Carrizales fue la
discordancia entre la ancianidad y la juventud en asunto de amores. Para amortiguar sus
desventajas se transformó en un ogro celoso de inconmensurable magnitud. Construyó una
maquinaria de seguridad, de llaves y vasallos humanos, de alcobas herméticas y ventanas
infranqueables, destinada a impedir lo que no logró en la Edad Media el fracaso realista del
cinturón de castidad. Convertida en una cautiva a los catorce años de edad, Leonora aceptó la
inviolabilidad del serrallo, con eunucos negros africanos, doñas y criadas, y todo lo demás, hasta
que surgió la tentación en la forma de un galán disfrazado de mendigo. Se desmoronó la fofa
seguridad alrededor de Leonora a los acordes de una guitarra preparada para conquistarla, que
abrió todas las puertas, rompió las cerraduras, despejó las cortinas de los cuartos escondidos, y
convirtió en cómplices a todos los empleados contratados. El fantástico engaño del vejete lo
ridiculizó como a los reyes griegos lanzados a la conquista de Troya. Una copla de Cervantes dicta
la lección contundente de los celos: “Quien tiene costumbre de ser amorosa/ como mariposa/ se
irá tras su lumbre/ aunque muchedumbre / de guardas le pongan/ y aunque más propongan/ de
hacer lo que hacéis etc.”.
La novelística inglesa del siglo XVIII se nutre de intrigas de mujeres astutas y ligeras de cascos,
hijos de nobles venidos a menos que ascienden a las cortes y a la milicia, modificando el destino
mediante la audacia y las simulaciones de identidad, en Daniel Defoe (1661- 1731), Henry
Fielding, (1707- 1754), Lawrence Sterne (1713- 1768), Samuel Richardson (1689- 1761), Oliverio
Goldsmith (1728- 1774), Liam Thackeray (1811- ). Cervantes es el precursor de la novelística
inglesa del dieciocho, en un proceso parecido de asimilación de técnicas narrativas que también
puede constatarse con la obra de Antonio de Guevara. Molly Flanders, Tom Jones y Barry Lyndon
personifican esta tendencia narrativa que imbrica aventurerismo, arribismo, relajamiento de
costumbres, sátira moral. Todo narrado “canendo y ridendo refero veras”.
La novela dialogada de “Las dos doncellas” engañadas por el mismo seductor arrastra como
técnica narrativa el clásico precedente de Dionisio de Samosata y los antecedentes españoles de
“La lozana andaluza” (1528), “La Celestina” (1502- 1514), “Cárcel de Amor” (1465 – 1492).
Sumamente denso, pesado, confuso, y confesional, el diálogo de las burladas doncellas carece
del simbolismo moral de “Cárcel de Amor” de Diego de San Pedro, el obvio esquematismo teatral
de “La Celestina” de Fernando de Rojas y el desenfadado mundo de picardía prostibularia romana
de “La lozana andaluza” de Francisco Delicado. Teodosia y Leocadia lucen vestidos masculinos
tanto para ocultar su identidad real cuanto para aparentar que no son débiles para castigar al
causante de su ruina moral. En esa dirección discurren ampulosamente sobre su origen; lo hacen
con amenidad pero con discreción, como una especie de desahogo de sus decepciones. Hay un
hermano, también disfrazado, que escucha con indignación y tristeza los discursos de las mujeres
víctimas del precursor del burlador de Sevilla. El recurso narrativo de la novela dialogada
constituye otra expresión del experimentalismo literario de las Novelas Ejemplares. Los diálogos
son ricos en detalles y relatan episodios de acción como la reyerta entre los tripulantes de las
galeras y la gente de la ciudad que los juzgaba pendencieros y reñidos con la conducta de las
personas respetuosas. Acontece un vuelco de fortuna sobre los desmanes sentimentales de
Marco Antonio. Golpeado y herido en el tumulto de la riña, las doncellas apoyan a Marco Antonio
en su desgracia y en vez de recriminaciones escucha tiernos discursos. Confundido al principio
por la ropa masculina de Teodosia y Leocadia, Marco Antonio contempla estupefacto la adversa
situación en que está colocado. ¿A cuál de ellas elegirá en ese trance? Teodosia le confiesa su
devoción y lo acorrala con sus mimos para que se decida por ella. Tercia en la encrucijada el
hermano de Teodosia, don Rafael mostrándole su amor repentino y promesa de pretender a
Leocadia como esposa, viéndola descolocada por el trance de Marco Antonio. Leocadia, con
entereza, acepta a don Rafael diciendo: “Ea, pues, así lo ha ordenado el cielo y no es en mi mano
ni en la de viviente alguno oponerse a lo que él determinado tiene, hágase lo que él quiere y vos
queréis, señor mío”.
“La mujer ser de dos fazes e cuchillo de dos tajos non ay dubda en ello, por quanto de cada día
veemos que uno dize por la boca, otro tiene al coracon. E non es ombre al mundo por mucha
amistad, familiaridad, conoscencia, privanca, que con la mujer tenga que jamás pueda sus
secretos saber, nin que fiel nin lealmente con el que usare la mujer fable. Toda vía se guarde,
toda ora se teme; toda vía al rencón de su coracon guarda e retiene algund secreto que non
descubre por no ser serñoreada, nin que otra toda su voluntad e coracon sepa”. Cervantes vio en
toda mujer la Dulcinea del Toboso, y reservó sus cuitas personales, al decir de sus biógrafos.
La tendencia autobiográfica se vuelca en este coloquio en el que los perros recuerdan los trajines
de su vida de guardianes del hospital de la Resurrección. ¿Por qué motivos Cervantes escogió la
apariencia de dos perros para verter sus juicios? ¿Siguió antecedentes orientales como “Calila y
Dimna”? De antiguo, los perros son símbolos de reflexiones juiciosas, la amistad y la fidelidad –
reconoce el narrador – sin llegar al fondo del problema. Cipión cuestiona su rol aduciendo que
nunca se había oído hablar ningún elefante, perro, caballos o mona. Berganza insiste en
desenredar el hilo de recuerdos y cavilaciones a través de su apariencia canina. Recuerda, por
ejemplo, que llegó al mundo en Sevilla en un lugar cercano al Matadero, lugar predilecto de los
perros por el cúmulo de las vísceras que les regalan como sustento. En verdad, “El Coloquio de
los perros” es un tour de force del novelista para revisar la existencia cotidiana y anecdótica de
la baja calaña de los jiferos que, según el narrador, “con la misma facilidad matan a un hombre
que a una vaca; por quítame allá esa paja, a dos por tres, meten un cuchillo de cachas amarillas
por la barriga de una persona, como si acocotasen un toro”. (Los jiferos eran los oficiales que
descuartizaban las reses. Se usaba el nombre, también, para designar los cuchillos filosos del
descuartizamiento). Acaso Cervantes se refugió en el anonimato de los perros para denunciar los
homicidios de bandas de malandrines sevillanos, que mataban seres humanos, abriéndolos como
si fueran vacas). Ahí el relato entra a la cueva de la intriga. Berganza huye del alcance de su amo
Nicolás el Romo, al entregarle a una hermosa desconocida la cesta de carne que él debió poner
en las manos de su furioso patrón, que, en venganza, quiso asestarle una puñalada. Berganza
puso pies en polvorosa, transformándose en guardián de rebaños de ganado, a la inmune
intemperie de los campos. La historia de Berganza resume las leyendas griegas de Circe, Medea
y Eritos, lo mismo que Las Mil y una Noche, informándonos del conocimiento de fuentes antiguas
de apólogos orientales, cuentos de brujas, celestinas curtidas en el oficio de sortilegios y brebajes
mágicos. Un Cosmos bulle en el magín del gran creador entre mataderos siniestros, cuevas donde
se esconde, fuera del tiempo de los relojes de arena, la humanidad momificada, imperecedera,
de caballeros y damas embrujadas. La literatura narrativa española armoniza temas reales y
fantásticos en Don Juan Manuel, algunas novelas picarescas. Cervantes se inscribe en esa
tradición. La diferencia es de enfoque narrativo.
LA SEÑORA CORNELIA
Dos hidalgos españoles llegan a Bolonia, ciudad italiana, con fines de curiosidad y estudio, pero
de pronto se ven envueltos en lances de capa y espada, pugnas armadas de bandos, raptos de
niños, mujeres acosadas, nobles que parecen villanos, y otros ingredientes del género de novelas
de aventuras que testifican las incursiones de Cervantes en una temática novedosa en el siglo
XVII, ampliamente desarrollada en Francia e Inglaterra, en épocas posteriores. “La señora
Cornelia” es un punto aparte en la producción novelística de Cervantes. Es ejemplo del
profesionalismo de un escritor del siglo XVII que producía para las masas de lectores antes que
treparse a un pedestal académico. Los acontecimientos se suceden unos tras otros,
tumultuosamente, para captar el interés del lector que acepta la oscuridad temporal de las
situaciones a la espera de los desenlaces que expliquen las confusiones. Un mecanismo de intriga
que se convirtió en un cliché en las novelas de aventuras de Walter Scott y Alejandro Dumas. Al
final de la novela sabremos por qué doña Cornelia de Bentibolli, una dama de abolengo, entregó
su hijo por error a un desconocido que pasaba circunstancialmente por la casa. Por qué los
personajes ocultan su identidad; qué temen que los obliga a disfrazarse. Don Juan de Gamboa y
Don Antonio Insunza son herederos de la estirpe de las novelas de caballería del Amadís de Gaula,
y el Tirant lo Blanc, que aprobó el Quijote en el inventario de las obras. Don Alfonso de Este,
duque de Ferrara, personaje verídico de las casas grandes de Florencia, desvirtúa las confusiones
y ratifica la paternidad de la hija con la suntuosa boda con Doña Cornelia. Escrita con una prosa
adobada con clasicismo castellano, esta novela corta reivindica sus valores por lo que significa
como pionera de un género muy cultivado por generaciones de novelistas franceses y británicos.
En sí misma, como dechado literario, no vale gran cosa.
LA FUERZA DE LA SANGRE
La tendencia al melodrama se ratifica en este relato sobre los abusos de jovenzuelos contra la
honra deshilachada de mujeres españolas atacadas al azar. Sobreponiéndose a la ofensa,
Leocadia, la víctima, pronuncia un discurso sorprendente al violador Rodolfo, encareciéndole
borrara de su memoria el infame incidente y no pretendiera buscarla, conocer su identidad ya
que ella lo tomaría como una pesadilla antes que repudiable realidad. Los padres de Leocadia,
testigos del arrebato de su hija, asumen sus razones. Nada harían por perseguir al desatinado
mozuelo, arrastrado por “ímpetu lascivo”. Con el apoyo de sus padres, Rodolfo emprendió viaje
fuera de España, en Roma, Nápoles, con dos camaradas de juergas, para saciar en otras mujeres
el erotismo desordenado, desconociendo las secuelas de la deshonra de Leocadia, que se refugió
en una oscura aldea para dar a luz el fruto de su infortunio, Luisito, el hijo que se transforma en
el eje del cambio de fortuna. Un accidente fortuito lleva a Luisito a la casona de los padres de
Rodolfo, que advirtieron el parecido físico, empeñándose en conocer a su madre Leocadia.
Menudean lágrimas, regocijos, reconciliaciones, el regreso de Rodolfo y la aceptación de la culpa
de su juventud atropellada. No escasean los ingredientes de este gazpacho cervantino que, al
paladearlo ahora, no disfraza su sabor rancio.
EL LICENCIADO VIDRIERA
No sabemos la fecha de la escritura de esta novela corta para establecer cuánto la separa de las
otras en la concepción narrativa de Miguel de Cervantes. Cualquiera que fuera el lapso de la
cronología novelística, la historia del hombre que se creyó de vidrio posee las cualidades
universales de la diferencia de la esencia y la apariencia. La imaginación de Cervantes voló en alas
de una fantasía posible en la creación del singular personaje que, desde su paupérrima condición
social de las riberas del Tormes, pasó por la universidad de Salamanca y emprender viajes por
Italia para graduarse como una especie de enciclopedia ambulatoria. Dijo alguna vez Jorge Luis
Borges que los escritores memorables crean sus precursores. El licenciado Vidriera es Funes el
Memorioso y éste aquél. Existe una visible interrelación entre el estudiante salmantino y el
gaucho argentino, que Borges aprovechó. Tullido por el maleficio de una vil morisca, que le dio a
comer un membrillo por encargo de la despechada dama que pretendió tenerlo como ilustrado
consorte, Tomás Rodaja fue el enigmático personaje que respondía todas las preguntas, como
una esfinge benévola. Al conocimiento alcanzado en las aulas salmantinas durante ocho años,
gracias a sus benefactores, anexa Tomás la experiencia de vida alcanzada en Italia, en Nápoles,
Milán, Palermo, Lombardía, Florencia, Génova. Como un sensualizado gourmet, alaba los
manjares de la mesa italiana y las diversas calidades del vino: “allí conocieron la suavidad del
Treviano, el valor del Montefrascón, la fuerza del Asperino, la generosidad de los dos griegos
Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora
Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza
del Romanesco”. Sin duda, Cervantes degustó los productos de las viñas italianas en las giras que
Vidriera llevó a cabo, visitando ruinas, puentes, templos, cual un cicerone enciclopédico.
Mientras discurría largos discursos sobre las ciudades nimbadas por el Renacimiento, Vidriera no
permitía que nadie se le acercara y le tocara alguna parte del cuerpo, temiendo destrozos. Se
convirtió en un fenómeno de circo o de retablo callejero, respondiendo preguntas de variada
índole: truhanes, mozos de mula, jueces, letrados, alguaciles, escribanos, párrocos. Se burla de
los alardes de los cristianos viejos, y de los repetidores mecanizados de citas del antiguo y el
nuevo evangelio, filtrándosele su condición de converso.
Apiadado de la anomalía de la mente, un religioso de la orden de San Jerónimo se hizo cargo de
la situación de Vidriera con la experiencia de curar locos. Pero la cordura lo marchitó. Pocos le
consultaron por entonces. A partir de la curación dejó de ser el licenciado Vidriera para asumir la
nueva identidad del licenciado Rueda. Fue un abogado más, sin el atractivo de otrora.
Decepcionado del cambio pronuncia el discurso del fracaso: “¡Oh Corte, que alargas las
esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas
abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos
vergonzosos”. Partió a Flandes a buscar suerte como soldado, donde murió en defensa de la
corona.
¿Qué lecciones amargas se desprende del licenciado Vidriera? Dándole vueltas a la libre
interpretación podría decirse que es una alegoría metafórica que exalta la locura y deprime la
cordura, como en el caso de Don Quijote, caballero andante por los caminos de la sinrazón, pero
desvalorizado como el pobre hidalgo Alfonso Quijano el Bueno.
RINCONETE Y CORTADILLO
Cervantes descorrió el cortinaje del submundo de los pícaros – materia prima de la novela
picaresca- a través de la incursión de dos ladroncillos a la busca de aventuras entre los caminos
de Castilla y Andalucía. Su meta es conseguir el sustento birlándole las talegas a los incautos, de
sacristanes a tahúres, sastres y buleros. Rinconete y Cortadillo abreviaron los nombres de Rincón
y Cortado sugeridos por Manipodio, el gran chambelán de la cofradía de todos los pícaros a la
redonda. “Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de
rostro, cecijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos. Venía en camisa, y por la abertura
de delante descurbía un bosque; tanto era el vello que tenía en el pecho. Traía cubierta una capa
de bayeta casi hasta los pies, en los cuales traía unos zapatos enchancletados, cubríanle las
piernas unos zaragüelles de lienzo, anchos y largos hasta los tobillos; el sombrero era de los de
la hampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravésabale un tahalí por espalda y pechos a
do colgaba una espada ancha y corta, a modo de las del perrillo; las manos eran cortas, pelosas
y los dedos cortos, y las uñas hembras y remachadas; las piernas no se le parecían, pero los pies
eran descomunales de anchos y juanetudos. En efeto, él representaba el más rústico y disforme
bárbaro del mundo. Bajó con él la guía de los dos, y, trabándoles las manos, los presentó ante
Manipodio”.
La novela pastoril española e italiana fue un subproducto derivado de la antigua novela griega y
bizantina creada durante la fusión del imperio romano de occidente y el imperio romano de
oriente. Constantino el Grande conquistó la provincia griega de Bizantion, que llevó el nombre
latino de Bizancio, hasta que se convirtió en Constantinopla. De la ósmosis grecolatina
sobrevivieron estructuras culturales perdurables de la mitología griega. “Las etiópicas”, las
aventuras de “Leukippé y de Kleitofón” y el poema narrativo de “Kallimachos y Chrisorroé”
constituyen la destilación del cruce de culturas en el que se yerguen personajes extraídos de
antiguas fábulas en escenarios bucólicos de estilizada poesía. “Las etiópicas” de Heliodoros fue
una novela griega, traducida en Francia, en 1647, en la que un idilio tortuoso debido a la masacre
de bandidos egipcios a los pasajeros de una nave, imantó al italiano Torcuato Tasso. Largo y
embrollado relato de los amores de Charikleia y Teagenes en los que se mezclan el idilio de una
pareja bordeada de aventuras y guerras, flotillas de barcos, arqueros y honderos, en las orillas
cenagosas y las corrientes oscuras del Nilo, fronterizos del realismo fantástico. En la confusa
mezcolanza de batallas y ritos, monstruos y hechiceras de Egipto y Etiopía, sobrevive la castidad
de Charikleia y el valor de Teagenes hasta que se produce el ansiado enlace en medio de la
apoteosis de los dioses. La novela bizantina es el amor salpimentado de fantasías tóxicas,
precedente de la novela pastoril inflamada de amores platónicos, pero seca de maravillas.
“Leukippé y Kleitofón”, escrita, según parece, en el siglo V por Aquiles Tatitus, sacerdote
nombrado obispo en la vejez, tiene como eje central el amor de esta pareja que transcurre entre
Fenicia, Egipto, y otras regiones afrorientales, en un azaroso ambiente de piratas, naufragios,
choques de bandoleros, que representan desafíos que el idilio está condenado a enfrentar. La
hiperfantástica novela recoge fábulas orientales de insólitos diálogos entre mosquitos y leones,
ruiseñores y golondrinas, canibalismo, muerte y resurrección, elementos que reaparecen en las
aventuras de Kallimacos y Chrisorroé, presentes en manuscritos de dudosa antigüedad y
originalidad. Editadas en 1965, por Juan B.Bergua, se atribuye estas novelas bizantinas como las
fuentes grecolatinas que alimentan la novela pastoril. Menéndez Pelayo registra al paso – es
importante advertirlo – las mencionadas novelas bizantinas. “El Quijote y la cultura literaria de
Cervantes” en “Estudios de crítica histórica y literaria”. Buenos Aires. 1944. Más bien atribuye a
Boccacio el enlace de las novelas pastoriles italianas “Ninfale Fiesolano y el “Ninfale d´Ametto o
Comedia delle ninfe Fiorentine”: “Una y otra están enteramente penetradas por el espíritu de la
antigüedad clásica, y abundan en imitaciones directas y deliberadas de los poetas y aún de los
prosistas latinos, pero no recibieron en ningún grado la influencia de los bucólicos griegos, que
Boccacio no conocía ni hubiera podido leer en su lengua, puesto que el conocimiento que alcanzó
del griego fue muy incompleto y tardío”, Orígenes de la Novela. La Novela Pastoril. Tomo II.
Espasa Calpe Argentina. Véase “Menéndez Playo y sus estudios sobre las novelas griegas y latinas,
antes y en sus “Orígenes de la novela” de Carlos García Gual. Ponencia en el Encuentro Nacional
Centenario de Marcelino Menéndez Pelayo de Santander. 2006. “La novela griega: proyección de
un género en la narrativa española” de Ana L. Baquero Escudero. Universidad de Murcia. “La
novela griega antigua” de María Cruz Herrero. Akal Clásica. 1987. “La novela bizantina de la Edad
de Oro” de Javier González Rovira, Gredos. 1996.”La Novela Bizantina en España” de Emilio
Carilla. Revista Filológica de España. 1966. “El Quijote y la cultura literaria de Cervantes” de M.
Menéndez Pelayo. “Estudios de crítica histórica y literaria”. Buenos Aires. 1944. “Deslindes
cervantinos” de Juan Bautista Avalle- Arce. Madrid. “Elementos bizantinos en tres Novelas
Ejemplares” de María José García del Campo. Asociación cervantina.
A partir de Meléndez Pelayo, los críticos españoles aceptan que la novela pastoril española
desciende de la “Diana” de Jorge Montemayor y la “Diana enamorada” de Gaspar Gil Polo. “La
Galatea” de Miguel de Cervantes, obra de juventud, aproximadamente publicada en 1583,
recibió la influencia de Montemayor, Polo, y la “Arcadia” del italiano Sannázaro, influencia que
envuelve la atmósfera poética de las églogas de Garcilaso. Debe mencionarse “Las Pastorales” de
Longo o Longus, escrita en época indeterminada como la identidad del autor, según unos, de
origen de la isla de Lesbos, otros aseguran fue un esclavo de un romano que al liberarlo le dio su
nombre. Dentro del modelo de novela bucólico pastoril está “Dafni y Chloe”, usada musicalmente
por el músico francés Ravel de la escuela impresionista. Véase “La novela griega” de Juan B.
Bergua, editor de Clásicos Bergua. Por su lado, Valbuena Pratt estima que “La Galatea”, como
novela, es una obra mediana, lánguida y de poco interés de acción; sin el modelo de escenario
típico y estilo entonado de época, de las obras de Montemayor y Gil Polo. Pero el interés no
radica en la misma trama pastoril, sino en ensayos de idioma, en las ideas platónicas del amor,
en el constante artificio ideal que descubre el alma renacentista de Cervantes”. “Historia de la
literatura española”. Tomo III. Siglo XVII.
“Los trabajos de Persiles y Sigismunda” poco tiene de la ambientación poética de “La Galatea”.
Más bien en sus capítulos se aglomera la herencia de la atosigante convulsión narrativa de las
novelas griegas y bizantinas, especialmente “Las etiópicas”. Hay críticos que insinúan que es
superior a Don Quijote, opinión realmente repulsiva, así lo haya pensado Cervantes en la
declinación de los años, poco antes de su muerte. Desde el inicio “Los trabajos...”
indudablemente aturden al lector – no al estoico crítico literario obligado a leerlas- por la
desordenada, caótica sucesión de episodios del mancebo cristiano cautivo por unos piratas de
baja estofa llamados “bárbaros”. Liberado del presidio, el mancebo es arrojado a una
embarcación endeble de leños mal ajustados. A partir de este hecho surgen episodios
atropellados, verbigratia, el de Auristela, mujer de supuesto linaje, capturada y vendida como
esclava. Adquirida en subasta por Arnaldo, hijo heredero del trono de Dinamarca, embelesado
por su belleza y origen la toma como esposa. Aparece un tal Periandro, héroe repentino que
promete rescatar a la irredenta Auristela de los bárbaros traficantes de personas.
Resulta una proeza de agobio y pereza continuar leyendo – o analizando- este rapto de mujeres
que desde “La Odisea”, la novela griega, la novela bizantina, la novela romana, posee
menoscabada originalidad, alentando el escepticismo del viejo Herodoto sobre supuestos
secuestros de mujeres. Véase “La novela griega”, traducción, noticias preliminares y notas de
Juan B. Bergua, “La Novela Bizantina en España” de Emilio Carilla. Revista de Filología de
España.1966; “La Novela Bizantina de la Edad de Oro” de Javier González Rovira. Gredos. 1996.
“Deslindes cervantinos” de Juan Bautista Avalle- Arce. Madrid. 1951. “Elementos bizantinos en
tres Novelas Ejemplares” de María José García del Campo. Asociación cervantina.
Ante la inocuidad de la novela editada póstumamente por la viuda de Cervantes, quizás podría
teorizarse si utilizó en las Novelas Ejemplares y en “Don Quijote” la intensidad narrativa de la
exuberante novelística greco-bizantina y la novela pastoral tediosamente contemplativa, estéril
de aventuras, derivada de la primera etapa creativa de Bocacio en “La Galatea” y “Los trabajos
de Persiles y Sigismunda”. Cervantes, sin duda, conoció la narrativa italiana bucólica de Bocacio,
la Arcadia de Sannázaro, extractando el modelo lírico afín a su temperamento poético. Si hincó
colmillos en el relajamiento de frailes obesos desde su óptica crítica de converso Cervantes no
descendió a puerilidades de contra el clero. Es admisible que Cervantes llegara a conocer en el
viaje a Italia las obras de la primera etapa de Bocacio, a saber, “La caza de Diana”, poema erótico
de 18 cantos; “El Filocolo”, novela extensa de los enamorados Florio y Biancifiore, con rasgos de
novela bizantina; “El Filostrato” sobre los amores clásicos de Troilo y Crésida,, tomados del
Roman de Troya, de fuentes medievales, material aprovechado por Chaucer; “La Teseida”,
poema épico del héroe griego Teseo y de los jóvenes tebanos Palemón y Arcita, enfrentados por
el amor de Emilia, hermana de la reina de las amazonas; “Ninfale d´Ameto”, comedia de las ninfas
florentinas, “Comedia delle Ninfe”, en la que la poesía y la prosa se combinan en el escenario
bucólico de bosques mitológicos donde residen pastores románticos; “Amorosa visión”,
“Amorosa Visione”, escrita presumiblemente en 1342, poema alegórico de 50 cantos sobre el
sueño de una mujer que guía a un poeta entre las tinieblas, como Virgilio a Dante; “Elegía de
Madonna Fiammetta”, novela psicológica que esconde el drama real de Boccacio por una amada
imposible, como Garcilaso y tantos otros; “El Corbacho” de título similar al del Arcipreste de
Talavera, obra de la fluye el despecho de Bocacio. El lugar común de pastores apasionados en
parajes eglógicos empezó en Italia en el siglo XIV, influyendo en la obra primera de un fervoroso
discípulo de Petrarca, con quien sostuvo larga amistad y correspondencia. Ver Branca Vittore.
“Bocacio y su época”. Nota introductiva y notas de Luis Pancorbo. Alianza Editorial. Madrid. 1975.
Esta etapa de Bocacio influyó en la novela pastoril de Montemayor, Gil Polo y Cervantes.
Investigando fuentes más próximas a la novela pastoril del siglo XVI no erraremos si nos
remitimos a la poesía de Garcilaso, en la que aparecen los pastores altamente estilizados Salicio
y Nemoroso, paciendo rebaños de ovejas en las riberas del Tajo. Contrariados debido a que la
pastora que ambos aman prefiere a un tercer pretendiente, Salicio y Nemoroso personificaron la
decepción amorosa poetizada por Garcilaso, el famoso vate nacido en Toledo en 1501, como
sabemos. Biógrafos puntuales de la vida del diplomático al servicio de Carlos V que, como
guerrero, perdió la vida en un trance bélico, aseveran que Salicio es el alter ego poético de
Garcilaso y Nemoroso el alter ego del poeta portugués Sa de Miranda. Aconteció que ambos
estaban enamorados de la hermosa portuguesa Isabel Freyre, casada con un caballero portugués;
ella llegó a España en la comitiva de la reina Isabel de Portugal, para desposarse con el emperador
Carlos V. Casado con Elena de Zúñiga, Garcilaso dedicó 38 inmortales sonetos al amor en la
penumbra de Isabel Freyre. El soneto XXIII del célebre introductor del endecasílabo del soneto
petrarquista a las letras hispanas ponderó la hermosura de la Freyle : “En tanto que de rosa y
azucena/ se muestra la color en vuestro gesto/ y que vuestro mirar ardiente, honesto/ enciende
al corazón y lo refrena;/ y en tanto que el cabello que en la vena/ del oro se escogió con vuelo
presto/ por el hermoso cuello blanco, enhiesto/ el viento mueve, esparce y desordena/ coged de
vuestra alegre primavera/ el dulce fruto, antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa
cumbre/ marchitará la rosa el viento helado/ todo lo mudará la edad ligera/ por no hacer
mudanza en su costumbre”.
El connatural instinto narrativo de los seres humanos se transparenta en los signos pictóricos
rayados en las cavernas; en mitos cosmológicos, religiosos, astronómicos; en las fábulas
milenarias de las principales civilizaciones asirio- babilónicas, egipcias, minoicas, griegas,
romanas,, judías, islámicas, cristianas, incaicas, aztecas, mayas, buriladas en ladrillos, papiros,
tumbas, ánforas, recipientes cerámicos, tejidos de algodón, cordeles, lienzos, tapices; en relatos
históricos griegos como la “Ciropedia” de Xenofante y “Las guerras del Peloponeso” de Tucídides.
El hombre fabula sobre sus dioses, sobre fenómenos de la naturaleza que lo rodean, sobre
batallas, sobre sistemas de pensamiento. Quiere saber quién es él y quién es el “otro” de las
vecindades o de las regiones más remotas, en una espesa trama de búsqueda de hechos reales y
ficciones.
En esta perspectiva de rastreo y exploración cultural, la novela griega responde a los primeros
intentos de la civilización occidental greco-romana de organizar una respuesta literaria a los
mitos, fábulas, relatos históricos que sustentan su origen, sentimientos, quimeras, esperanzas.
“La Odisea” y “La Iliada”, como poemas épicos, constituyen el sedimento constructivo de la
llamada novela griega, anterior al uso italiano y francés de la novela medieval y renacentista
como género literario autónomo expresado en prosa. Es por ello que para llegar a las obras de
Cervantes publicadas a partir del siglo XVII y valorizar las fuentes que lo antecedieron no resulta
arbitrario investigar la novelas griega, la novela bizantina, la novela romana, la novela italiana
renacentista para ponderar las continuidades temáticas, el encadenamiento de las estructuras
narrativas, la ascendencia de los personajes, no para subestimar la originalidad sino para situarlo
en las principales corrientes de la literatura universal que conducen a las Novelas Ejemplares, la
Galatea y Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
“Podría esbozarse una morfología de la tradición literaria; pero aún para esto le falta a la sciencia
infima de la historia literaria el instrumental de conceptos de este tipo; son como troncos, bastos,
gruesos, y sin pulir… la tradición puede transmitirse sistemática y literalmente, como en la
escuela medieval. La recepción, por su parte, puede ser imitadora, como en los siglos VIII y IX, o
bien productiva, como en el xi y el XII; puede tropezar con la oposición malhumorada (Florebat
olim…), con la rebelión abierta, con la apatía; pero suele ocurrir también un consciente retorno
a los legados distantes, y para ellos suelen saltarse siglos enteros” preceptúa Ernst Robert Curtius.
Literatura Europea y Edad Media Latina. FCE.
La lingüística estructural desarrollada por Roman Jackson suministra a la teoría literaria los
conceptos de sincronía y diacronía que podrían auxiliarla en una laboriosa investigación sobre
constantes temáticas y verbales a partir de la novela griega y la novela bizantina. Véase Jacobson
Roman, “Arte verbal, signo verbal, tiempo verbal”. FCE. “En una comunidad lingüística, es
inconcebible que las modificaciones se realicen de un día para otro, de golpe. El principio y el
final de cada cambio siempre se reconocen como tales durante un período de coexistencia en la
comunidad. Sin embargo, el punto de partida y el punto final pueden estar distribuidos de
maneras diferentes. La forma más antigua puede ser característica de una generación más vieja
y la nueva de una más joven o bien ambas pueden pertenecer desde el principio a dos estilos
distintos del lenguaje, subcódigos distintos de un mismo código común, en cuyo caso todos los
miembros de la comunidad tienen competencia para percibir y elegir entre las variantes. En otras
palabras, repito que la coexistencia y la modificación no sólo no se excluyen, sino que están
indisolublemente ligadas entre si”, Jacobson.
En la etapa dilatada de absorción lingüística del griego al latín y de éste a la Romania, el castellano
del Siglo de Oro español adquirió en las estructuras narrativas de Cervantes caracteres
distintivos. Dichos caracteres atravesaron el alambique verbal y estilístico que destila en el siglo
XIII con Boccacio y Sannázaro, quienes decantaron la continuidad instituida en las Novelas
Ejemplares del siglo XVII. Cervantes se jactó de ser el pionero de la novela corta escrita en
castellano, pero al remarcar el espacio lingüístico del castellano volcado a la novela corta asumió
tácitamente el precedente de la novella italiana nutrida por la griega, bizantina y romana. Las
Novelas Ejemplares constituyen el subcódigo diferente del código de la comunidad narrativa.
Cervantes repitió el código general del idilio de la pareja, añadiendo el subcódigo de “La gitanilla”,
“La ilustre fregona”, “La española inglesa”, “Las dos doncellas”, “El amante liberal”, “La fuerza de
la sangre”, “La señora Cornelia”. Otra de las variantes significativas de las Novelas Ejemplares es
la revelación de la identidad, ya de doncellas robadas, ya de amantes disfrazados, ya de
caballeros confundidos como villanos, variantes de anagnórisis del drama griego clásico. Las
Novelas Ejemplares trajeron a tierra los enigmas de Don Quijote, cuya misión aparencial fue el
desvelamiento de los héroes apócrifos de las novelas de caballería, dentro de la filosofía general
de su sistema narrativo subterráneo descriptivo de la felicidad ajena de los personajes de las
Novelas Ejemplares y el oxímoron de la narrativa de su vida real de cristiano converso.