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Paradigmas Pedagogia

Este documento analiza el paradigma pedagógico "normalizador" que dominó la educación en Argentina a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Este paradigma se basó en las ideas positivistas de la época que buscaban homogeneizar e inculcar valores burgueses a través de la escuela. Se veía al maestro como un agente para disciplinar a los estudiantes y reproducir el orden social establecido, en lugar de desarrollar su pensamiento crítico. Este enfoque excluyente ignoraba la diversidad social y cultural de la época

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Paradigmas Pedagogia

Este documento analiza el paradigma pedagógico "normalizador" que dominó la educación en Argentina a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Este paradigma se basó en las ideas positivistas de la época que buscaban homogeneizar e inculcar valores burgueses a través de la escuela. Se veía al maestro como un agente para disciplinar a los estudiantes y reproducir el orden social establecido, en lugar de desarrollar su pensamiento crítico. Este enfoque excluyente ignoraba la diversidad social y cultural de la época

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PARADIGMA NORMALIZADOR :

pensamos por unos momentos en las escenas que pueblan la cotidianeidad de la institución educativa, es posible
que podamos observar una serie de códigos, rituales, procedimientos característicos que remiten inmediatamente a
su análisis a partir del concepto de representación social. Cada uno de los actores del hecho educativo, en este caso
los docentes, constituyen un punto de llegada de un largo camino trazado a partir de sus experiencias
institucionales, contextualizadas en el marco de determinadas tradiciones, asimiladas analógicamente al concepto
de representación social. Dichas tradiciones interesan en la medida que permiten el análisis de la práctica educativa
en la perspectiva de los universos simbólicos hegemónicos que nutren los modelos de la formación profesional del
docente. En las investigaciones actuales, se concibe a las tradiciones en la formación docente como estructuraciones
del pensamiento conceptual y práctico, que formalizan un modo de concebir a la práctica educativa.

Así es como se observa lo relativamente impermeable y resistente que resulta el discurso pedagógico en la
legitimación de la práctica educativa, co-existiendo en el mismo ideas a tono con los tiempos actuales con
concepciones tradicionales de fuerte gravitación a la hora de confirmar el marco referencial desde donde se apoya la
labor educativa. Las luchas que signaron el campo pedagógico a lo largo del siglo XX, desde la mirada de los
sectores más progresistas en su intento de poner al día a la práctica educativa, no han demostrado hasta la
fecha, tener la suficiente fuerza para vencer el amurallamiento conservador, forjado por las tradiciones. Es posible
identificar algunos factores, rastreando en la historia de las tradiciones de la formación docente, que faciliten el
análisis de esta particularidad del universo escolar.
Una de los pilares que imprimen la colocación del nuevo paradigma cultural del universo capitalista, lo constituye
el positivismo como corriente epistemológica que domina y configura el universo simbólico de las nuevas
sociedades que se transforman al compás de la consigna «Orden y Progreso».

Era necesario en consecuencia, sustituir un viejo sistema de valores y creencias cimentados en tradiciones


caducas, obstaculizantes a la instauración del proyecto social y político liberal del paradigma moderno. Pero en el
marco contradictorio de los mandatos de la clase dominante, la oligarquía que si bien coincide parcialmente con el
proyecto sarmientino, su objetivo de máxima es subordinar cualquier proyecto sociopolítico a la esfera de sus
particulares intereses.

Una vez aniquilados los elementos «subversivos» contrarios a la civilización del Orden y el Progreso con la
culminante campaña de exterminio del indio y el sometimiento del gauchaje, las expectativas puestas en la
inmigración europea pronto se ven frustradas al comprobar que el perfil cultural de los nuevos invitados dista del
nivel esperado. En efecto, el grueso de los inmigrantes europeos provienen de los estratos sociales más pobres, con
el consecuente capital cultural diferente al imaginado por la clase dirigente de nuestro país.
La tradición normalizadora determina el trazado del paradigma pedagógico fundante. Dicho paradigma abreva de
varias de las más importantes vertientes multidisciplinarias de la época. El sujeto, al desarrollar su experiencia
educativa en un marco institucionalizado, va organizando su existencia en torno a la adquisición de su condición de
ciudadano, agente social adscrito a determinados derechos y obligaciones. La segunda fuente, abona al paradigma
pedagógico normalizador en cuanto aportar una identidad cultural de base científica.

En sintonía con los baluartes de la burguesía como clase dominante triunfadora, el positivismo representó el
paradigma más cabal desde el cual se sistematiza una forma de conocer, organizar y difundir los saberes que
conforman la cultura socialmente relevante, por un lado, la escuela adquiere el estatus de espacio institucional
privilegiado, «natural», donde el indómito infante pasaría buena parte de su existencia sometiéndose a la noble y
magna tarea de su disciplinamiento social, mediante el cual sería devuelto a la sociedad, convertido en
ciudadano. Por el otro lado, para alcanzar los objetivos que se proponía mediante la acción educadora, era necesario
dotar a la misma de un método basado en las premisas que la ciencia como modo privilegiado del desarrollo
cultural y social del hombre, ya había establecido.
Las ideas preponderantes de la época en dichas disciplinas, aportan los elementos decisivos para conferirle a la
pedagogía fundante, su misión de disciplinadora social. Lo que se pretende es el control total del
sujeto, presuponiéndolo como biológicamente determinado y factible de ser sometido a un método universal que lo
instara a aprender, más allá de su voluntad. No es casual que además de las funciones docentes definidas en el aula
escolar, en tanto alfabetizador y disciplinador de los futuros ciudadanos, al maestro se le encomiende llevar
adelante, en el marco de la comunidad de inserción de la institución, campañas de salud y acciones de asistencia
social. Estas últimas muy ligadas a las problemáticas de control social.

Así, la escuela asume la misión fundamental para el nuevo orden social, de clasificar a los sujetos según sus
capacidades innatas. La construcción del nuevo sujeto social a través de la acción educadora del aparato
escolar, exigía a los individuos determinadas condiciones y aptitudes que la escuela, bajo el paraguas del discurso
médico hegemónico, asume la misión de evaluar y diagnosticar. Ello se encuadra una vez más, en la perspectiva de
mantener una elevada eficiencia del control social de un modelo educativo que se muestra desde un principio como
altamente represivo. Las desigualdades y diferencias sociales, culturales y hasta étnicas nunca terminaron siendo
reconocidas por el sistema escolar como una de las madres fundamentales del origen de las problemáticas que
minan las posibilidades del éxito.
Por supuesto que ni los intereses ni las ideas del alumno son tenidas en cuenta. En consecuencia, el proyecto
sociopolítico de la época, perfila al maestro como un agente socializador de suma importancia para la difusión de
los elementos esenciales, en tanto universo simbólico a ser asimilado por un colectivo sumamente heterogéneo, que
les garantizaría su efectiva incorporación como ciudadanos. El maestro, en este escenario, fue asimilado a un papel
de «civilizador», a una suerte de garante del proyecto de modernización social pero fundamentalmente, sin
saberlo, a facilitar la reproducción y perpetuación del proyecto impulsado por la oligarquía como clase social
dominante.
En consecuencia, el propósito central de la acción llevada acabo por el maestro se orientó desde un principio más
hacia el disciplinamiento moral de las masas, conjugando para ello un discurso ideológico común que borrara todo
rastro de la heterogeneidad propio de una sociedad que se integra a partir de individuos que provienen de diversos
entornos socio-culturales, que a la educación centrada en la estimulación y desarrollo del conocimiento y las
habilidades intelectuales. Esta idea, de llevar la voz de la civilización a todo el territorio, determinó la aparición de
otra impronta en el imaginario docente, reforzadora de la idea del «sagrado papel evangelizador» aludido, la del
maestro sacrificado, patriota, entregado a la noble causa de la construcción de la nueva nación.

En dicho análisis se plantea que la escolarización masiva, en la mayoría de los países occidentales, respondió a las
políticas de estado de los gobiernos, siempre en el contexto de las necesidades que ellos se plantearon para plasmar
su particular proyecto político. Recurriendo una vez más a los análisis de Davini y Puigross , la docencia se
constituyó en principio como una ocupación femenina dado el valor asociado al carácter tutelar que adquiere desde
un principio, en consonancia con el discurso pedagógico moralizador.
El «segundo hogar» no es más que una usina de inculcación de ideología, en consonancia con el proyecto de
homogeneización cultural, que se caracteriza por su escasa solidez argumental pero dotada de una gran carga
afectiva que le confiere eficacia en su impacto en los noveles educandos. El paradigma resultante, baja una
pedagogía prescriptiva, no solo determinando lo que cada educando debe ser sino también como debe ser un
verdadero maestro. Así, el maestro se ve como un mero instrumentador de saberes básicos, mayormente
fragmentados y descontextualizados, con cierto dominio de limitadas técnicas didácticas para el gobierno del aula
pero fundamentalmente carente de conocimientos epistemológicos sólidos de los diferentes paradigmas
pedagógicos y didácticos. La tradición normalizadora, en tanto generadora de improntas modeladoras necesarias
para el disciplinamiento social, formó al maestro bajo un enfoque socializador poco permeable a las diferencias.

De ahí que la escuela haya sido un espacio institucional poco proclive a la integración de la hetoregeinedad social y
diversidad cultural de los educandos. Las hipótesis acerca de las aptitudes de sus alumnos, responden a estas
improntas que han configurado modelos de socialización destinados a la clasificación de los individuos, según ya se
explicó. Así, esta visión negadora de la diversidad y pluralidad de valores, saberes e intereses propios de una
sociedad real forjó la impronta en el maestro de una visión social irreal. En efecto, la homogeneidad social y
cultural como tal no existe, por más que se intente mediante acciones sistematizadas moldear a los sujetos en una
matriz.

Es la misma problemática que hoy observamos en el paradigma económico dominante y su lubrificante cultural
denominado pensamiento único.
La tendencia a «modelizar» la realidad y a manejarse con estereotipos tiene su correlato en la concepción del
docente como responsable de ser el ejemplo o modelo, impulsado a acciones de entrega personal. Coherente con el
mismo y como correlato de su origen histórico en la constitución del «Estado docente», esta tradición ha marcado el
disciplinamiento de maestros y profesores respecto de las normas prescriptivas emanadas del aparato estatal. La
doble desvalorización que la tarea docente sufre, ya por parte de una sociedad que ora viene desmitificando los
sacralizados saberes escolares, ora nutriéndose de conocimientos de otras fuentes como los medios masivos de
comunicación, ora evaluando que la escuela no aporta lo mínimo indispensable para insertarse en un mundo de
creciente complejización cultural, ya por parte del propio estado con políticas reformistas improvisadas, ambiguas y
contradictorias, además de reforzar la pauperización salarial, crean una situación de alto riesgo para la
profesión, minando las posibilidades para plantear estrategias innovadoras, destinadas a impulsar cambios
profundos en la práctica educativa.

Para finalizar, veamos en el siguiente cuadro, el resumen del modelo pedagógico concomitante al
paradigma normalizador en la formación docente:

NÚCLEO CONCEPTUAL:

“Pretende la formación social de todos los individuos, a través de la acción educadora del Estado

Nacional”

BASE FILOSÓFICA:

Positivismo: aplicación de bases científicas a la configuración de los métodos didácticos.

Iluminismo: saberes rigurosamente clasificados en disciplinas.

BASE HISTÓRICO-SOCIAL:

Liberalismo: asignación a la escuela como agente privilegiado de la socialización. La educación


como

política de estado para el disciplinamiento social que exige el nuevo paradigma económico.

BASE PSICOLÓGICA:

No se plantea un marco teórico en especial pero más adelante, la perspectiva conductista (las teorías

conexionistas) contribuirá a aportar el soporte psicopedagógico al modelo.

MODELO DIDÁCTICO:

Para qué enseñar: Proporcionar las informaciones fundamentales de la cultura vigente. Obsesión

por los contenidos

Qué enseñar: Síntesis del saber disciplinar. Predominio de las "informaciones" de carácter

conceptual.
Cómo enseñar: Metodología basada en la transmisión del profesor. Actividades centradas en la

exposición del profesor, con apoyo en el libro de texto y ejercicios de repaso. El papel del alumno

consiste en escuchar atentamente, "estudiar" y reproducir en los exámenes los contenidos

transmitidos. El papel del profesor consiste en explicar los temas y mantener el orden en la clase.

Rel. Alumno-docente: la autoridad absoluta del docente en relación al alumno. No se tienen en

cuenta ni los intereses ni las ideas de los alumnos: “la tábula rasa”

Evaluación: Centrada en "recordar" los contenidos transmitidos. Atiende, sobre todo al producto.

PARADIGMA TECNOLOGICO:

Imbuidas en el atraso crónico, las sociedades como la de Argentina, abrazan con fervor una fórmula, de horizontes
prometeicos, para alcanzar el grado de desarrollo de los países centrales. Es así, que la condición de subdesarrollo
podía ser superada, y avanzar en consecuencia hacia la posición que ostentaban las naciones
industrializadas, introduciendo profundas reformas en el marco de la escolarización formal. La fórmula, por
supuesto, la van a brindar las naciones «top» del mundo industrial, quienes guiarían a los países atrasados hacia la
ventura del desarrollo. La tesis de cambio que sustenta la médula del paradigma desarrollista es que las naciones
subdesarrolladas mantienen configuraciones sociales y culturales fuertemente atadas a tradiciones contrarias al
modelo progresista del mundo moderno.

La innovación tecnológica es el pilar esencial para la modernización de la sociedades atrasadas, por ello el


progresismo técnico es condición sine quanon para que cualquier nación subdesarrollada salir de dicha
condición. Así, se contrapone lo «tradicional» frente a lo «moderno», lo esencial es justamente pasar desde uno
hacia otro si quiere alcanzar un nivel de pleno desarrollo social como es el que gozan los países centrales. La
escuela, bajo el gobierno del paradigma pedagógico tradicional y especialmente en el tema que se está tratando, la
formación docente, bajo el paraguas normalizador es evaluada como atrasada para cumplir con los «nuevos
mandatos asignados desde el Olimpo por los dioses de la modernidad». La actual organización institucional de la
escuela y de los diferentes estratos del sistema educativo son en gran medida, producto de este modelo, sustentado
en preceptos eminentemente técnicos.

En el plano específicamente didáctico, surge el modelo tecnológico que pasa a reemplazar al modelo


tradicional. Así, en el esquema del modelo de la caja negra, el aprendizaje es concebido en términos de «entradas»
y «salidas», lo que facilita elaborar dispositivos didácticos rigurosamente planificados. Asimismo, la formación
profesional de los docentes de los otros niveles de la enseñanza, pasó a la órbita del nivel terciario. La lógica que
animó a dicha política de formación se enmarca en los términos definidos por la máxima de este paradigma, es
decir, el «eficientismo profesional del docente».

Los conocidos elementos que aun hoy tienen vigencia en buena parte de las prácticas docentes como ser la
importancia de la planificación como uno de los requisitos fundamentales para desempeñar una verdadera labor
profesional en la enseñanza, la evaluación centrada en el rendimiento académico, la utilización de recursos
tecnológicos en el aula como forma de modernización didáctica, la proliferación de técnicas de dinámicas grupales
como recurso renovador y por ende transformador de las prácticas docentes, aportaron los ladrillos para la
construcción del nuevo edificio pedagógico.
Tal como ocurre con la actual reforma educativa, el paradigma tecnológico se impuso ante los diversos
actores del sistema educativo como el salvador de todos los problemas que mantenían a la educación en
un estado de anquilosamiento, dado los claros síntomas de agotamiento del paradigma normalizador.

Cada uno de estos mitos o improntas calaron profundamente en el imbricado entretejido institucional del
sistema educativo. Esto facilitó el ahondamiento de la fragmentación discursiva de la
docencia, empujando a las prácticas concretas cada más hacia una visión simplificada del hecho
educativo. Los productos que estos mitos han dejado como legado y que llegan hasta el día de hoy con
renovadas energías desde la discursiva oficial, vale destacar la preeminencia de conceptos como
racionalización, eficiencia profesional del docente, calidad del producto, planificación, el docente como
técnico, la capacitación docente orientada a cuestiones netamente de aggiornamiento técnico, etc..

El otro de los legados esta relacionado con la irrupción definitiva de la psicología en el ámbito escolar. Si bien la
historia de los equipos de orientación escolar se remontaba a principios de los años ´50, es de la mano de esta
tradición donde van encontrar una fuerte legitimación, produciéndose la expansión a numerosos ámbitos
institucionales, principalmente en la enseñanza primaria. Por supuesto que esto es en términos generales, que
siempre hubo personas abocadas a poder desentrañar la trama que se ocultaba detrás cada «fracaso
escolar», evitando en la medida de sus posibilidades, victimizar al educando por su supuesta falta de aptitudes.

FALTA EL CUADRO.

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