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Copia de Simone Weil

Este documento resume las ideas centrales de Simone Weil sobre Dios expresadas en su obra "A la espera de Dios" (1942). Weil describe a Dios como nuestro Padre eterno e infinitamente fuera de nuestro alcance, al que sólo podemos dirigir nuestra mirada. Discute conceptos como el nombre de Dios, el Espíritu Santo, la voluntad divina, el pan de Cristo y la necesidad de desear lo que Dios desea a pesar del mal en el mundo.

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Copia de Simone Weil

Este documento resume las ideas centrales de Simone Weil sobre Dios expresadas en su obra "A la espera de Dios" (1942). Weil describe a Dios como nuestro Padre eterno e infinitamente fuera de nuestro alcance, al que sólo podemos dirigir nuestra mirada. Discute conceptos como el nombre de Dios, el Espíritu Santo, la voluntad divina, el pan de Cristo y la necesidad de desear lo que Dios desea a pesar del mal en el mundo.

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SIMONE WEIL

«A la espera de Dios» (1942)


«Es nuestro Padre; nada real hay en
nosotros que no proceda de él. Somos
suyos. Nos ama puesto que se ama y
nosotros le pertenecemos. Pero es el
Padre que está en los cielos, no en otra
parte; si creemos tener un padre en
este mundo, no es él sino un falso
Dios. No podemos dar un sólo paso
hacia él; no se camina verticalmente.
Podemos sólo dirigir hacia él nuestra
mirada. No hay que buscarle, basta con
cambiar la orientación de la mirada; a
él es a quien corresponde buscarnos.
Hay que sentirse felices de saber que
está in nitamente fuera de nuestro
alcance. Tenemos as ́ı la certeza de
que el mal que hay en nosotros, aun
cuando invada nuestro ser, no mancha
de ningún modo la pureza, la felicidad y
la perfección divinas».
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NOMBRE
• «Solo Dios tiene el poder de nombrarse a sí
mismo. Su nombre no puede ser pronunciado
por labios humanos. Su nombre es una
palabra, el Verbo. El nombre de un ser
cualquiera es un elemento mediador entre el
espíritu humano y ese ser, la única vía por la
cual el espíritu humano puede aprehender
algo de él cuando está ausente. Dios está
ausente; está en los cielos. Su nombre es la
única posibilidad para el hombre de acceder a
él. Así pues, es el Mediador. El hombre tiene
acceso a ese nombre, aunque sea
trascendente. Brilla en la belleza y el orden
del mundo y en la luz interior del alma
humana. Ese nombre es la santidad misma;
no hay santidad fuera de él; no necesita,
pues, que se le santi que. Al pedir su
santi cación, pedimos lo que es eternamente
con una plenitud de realidad a la que no está
en nuestro poder a adir o sustraer ni tan
siquiera una parte in nitamente pequeña».
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AGUA
«Se trata ahora de algo que debe venir, que
no está presente. El reino de Dios es el
Espíritu Santo llenando por completo toda el
alma de las criaturas inteligentes. El Espíritu
sopla donde quiere; sólo podemos llamarle.
No hay ni que pensar en llamarle de manera
particular para uno mismo, para unos o para
otros, ni siquiera para todos, sino llamarle
pura y simplemente; que pensar en él sea
una llamada y un grito. Así como cuando se
está en el límite de la sed, muriendo de sed,
uno ya no se representa el acto de beber en
relación a sí mismo, ni siquiera al acto de
beber en general, sino tan sólo el agua en sí;
pero esta imagen del agua es como un grito
de todo el ser».
TIEMPO
«No estamos absoluta e infaliblemente seguros de la
voluntad de Dios más que con respecto al pasado.
Todos los acontecimientos que se han producido,
cualesquiera que sean, son conformes a la voluntad del
Padre todopoderoso. Esto viene determinado por la
noción de omnipotencia. También el porvenir, cualquiera
que deba ser, una vez realizado, se habría realizado
conforme a la voluntad de Dios. No podemos añadir ni
quitar nada a esa conformidad. Así tras un impulso de
deseo hacia lo imposible, de nuevo, en esta fase,
pedimos lo que es. Pero no ya una realidad eterna como
es la santidad del Verbo; aquí el objeto de nuestra
petición es lo que se produce en el tiempo. Pero
pedimos la conformidad infalible y eterna de lo que se
produce en el tiempo con la voluntad divina. Tras haber
arrancado el deseo al tiempo como primera petición
para aplicarlo a lo eterno y haberlo por tanto
transformado, retomamos ese deseo, convertido en
cierto modo en eterno, para aplicarlo de nuevo al
tiempo.»
DESEO
«Esta asociación de nuestro deseo a la voluntad
todopoderosa de Dios debe extenderse a las cosas
espirituales. Nuestros ascensos y desfallecimientos
espirituales y los de los seres a los que amamos
tienen relación con el otro mundo, pero son también
acontecimientos que tienen lugar en este mundo y en
el tiempo. Por esta razón, son detalles en el inmenso
mar de los acontecimientos, arrastrados con todo ese
mar según la voluntad de Dios. Puesto que nuestros
desfallecimientos pasados se han producido,
debemos desear que se hayan producido. Y debemos
extender el deseo al porvenir para el d ́ıa en que se
haga presente. Es una corrección necesaria a la
petición de que venga el reino de Dios. Debemos
abandonar todos los deseos por el de la vida eterna,
pero debemos desear la vida eterna con
renunciamiento. No hay que apegarse ni siquiera al
desapego. El apego a la salvación es todavía más
peligroso que los otros. Hay que pensar en la vida
eterna como se piensa en el agua cuando se está a
punto de morir de sed y, al mismo tiempo, desear para
sí y para los seres queridos la privación eterna de esa
agua antes que ser colmados con ella en contra de la
voluntad de Dios, si tal cosa fuese concebible.»
VOLUNTAD
«Cristo es nuestro pan. No podemos pedirlo sino
para el momento presente. Pues siempre está ahí, en
la puerta de nuestra alma; quiere entrar pero no
fuerza el consentimiento; si se lo damos, entra; si no,
se va de inmediato. No podemos comprometer hoy
nuestra voluntad de mañana, no podemos hacer hoy
un pacto con ́el para que mañana se encuentre en
nosotros a pesar nuestro. El consentimiento a su
presencia es lo mismo que su presencia; es un acto y
no puede ser sino actual. No nos ha sido dada una
voluntad susceptible de aplicarse al porvenir. Todo lo
que en nuestra voluntad no es e caz es imaginario.
La parte de la voluntad que es e caz lo es de forma
inmediata; su e cacia no es distinta de ella misma. La
parte e caz de la voluntad no es el esfuerzo que se
proyecta hacia el porvenir, sino el consentimiento, el
sí del matrimonio. Un sí pronunciado en y para el
instante presente, pero pronunciado como palabra
eterna, pues es el consentimiento a la unión de
Cristo con la parte eterna de nuestra alma.»
fi
fi
fi
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EL MAL
«La palabra Padre ha comenzado la plegaria, la
palabra mal la termina. Hay que ir de la con anza
al temor. Sólo la con anza da la fuerza su ciente
para que el temor no sea causa de caída. Tras
haber contemplado el nombre, el reino y la
voluntad de Dios, tras haber recibido el pan
sobrenatural y haber sido puri cados del mal, el
alma está dispuesta para la verdadera humildad
que corona todas las virtudes. La humildad
consiste en saber que en este mundo toda el alma,
no sólo lo que se llama el yo, sino también su parte
sobrenatural, que es Dios presente en ella, está
sometida al tiempo y a las vicisitudes del cambio.
Hay que aceptar enteramente la posibilidad de que
todo lo que es natural sea destruido. Pero hay que
aceptar y rechazar a la vez la posibilidad de que la
parte sobrenatural del alma desaparezca.
Aceptarlo como un hecho que no se produciría si
no fuera conforme a la voluntad de Dios;
rechazarlo como algo horrible que es. Hay que
tener miedo de ello, pero un miedo que sea la
culminación de la con anza»
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