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A La Busqueda de Un Marco Teologico de La Mision

Este documento discute la necesidad de situar la misión de la Iglesia en un marco teológico amplio que aborde los nuevos retos. Argumenta que la misión debe entenderse en el contexto del plan salvífico de Dios como Trinidad, y que Jesús y la Iglesia son enviados para llevar a cabo esta misión universal. También explora cómo el concepto de misión ha evolucionado para incluir tanto la evangelización de otros países como el trabajo misionero dentro de las propias comunidades cristianas.
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A La Busqueda de Un Marco Teologico de La Mision

Este documento discute la necesidad de situar la misión de la Iglesia en un marco teológico amplio que aborde los nuevos retos. Argumenta que la misión debe entenderse en el contexto del plan salvífico de Dios como Trinidad, y que Jesús y la Iglesia son enviados para llevar a cabo esta misión universal. También explora cómo el concepto de misión ha evolucionado para incluir tanto la evangelización de otros países como el trabajo misionero dentro de las propias comunidades cristianas.
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“A LA BÚSQUEDA DE UN MARCO TEOLÓGICO DE

LA MISIÓN”
José Manuel Madruga Salvador,
Director de la revista “Misiones Extranjeras” , Madrid

INTRODUCCIÓN.-

Al asomarnos al mundo de la misión nos encontramos de entrada con un déficit de reflexión que
ha venido acompañando el abundante y fecundo aporte misionero de la Iglesia. No obstante, es
cierto que la reflexión misionera anterior al Vaticano II y elaborada, sobre todo, en el seno de las
escuelas clásicas de misionología, ofreció una base teológica a una praxis misionera concreta que
se desarrolló en una época determinada histórica y dentro de una mentalidad determinada.
Sin embargo, hoy nos encontramos ante el hecho de que las circunstancias históricas han
cambiado, la misma mentalidad eclesial y teología han ido evolucionando y consecuentemente
ciertos planteamientos han quedado ya desfasados. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que
estamos asistiendo a un cambio de paradigma misionero. Los cambios que se están viviendo en el
mundo exigen nuevos estilos de misión y, por lo tanto, la misión debe ser pensada desde otras
claves, otros horizontes.
Los cambios generados por la globalización, la multiculturalidad, los movimientos migratorios,
las nuevas fronteras religiosas, deben ser acompañados por una reflexión que nos capacite para ser
testigos vivientes capaces de proclamar y anunciar el Evangelio de la Vida en situaciones de
frontera, en ámbitos y areópagos nuevos, rastreando las huellas de Dios, trabajando en comunión
y en diálogo con todas aquellas personas que se mueven en la perspectiva y en el horizonte del
Reino.

Estos cambios y estas nuevas situaciones misioneras nos llevan necesariamente a recentrar la
misión y situarla en un marco teológico amplio que nos permita abordar con garantía los nuevos
retos y desafíos que se están dando en el universo de la misión.

1º.- LA EXIGENCIA DE SITUAR LA MISIÓN EN UN MARCO TEOLÓGICO


AMPLIO.
1.1.- La misión entendida en el seno del plan salvífico del Dios Trinidad.
La Misión tiene que ser entendida y realizada en el seno del plan salvífico del Dios Trinidad. El
dinamismo y energía de la vida trinitaria da origen a la creación entera en su pluralidad de formas
y expresiones (pueblos, razas, culturas. ..); Todas las criaturas, y de manera especial los hombres
y mujeres, llevan la impronta de la Trinidad, por eso están llamados a la relación y la
comunicación.
Las imágenes bíblicas del Paraíso y del Sábado expresan esa relación de armonía, felicidad y
plenitud a la cual todas las personas están llamadas a gozar de la Creación en el hogar del Padre
como un banquete, fiesta permanente preparada para toda la familia humana.
A pesar de que Dios lo hizo todo bueno y que la humanidad salió unida en su designio, la
experiencia histórica contradice este proyecto de Dios, por eso surgen las preguntas: por qué sufre

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el hombre, cuál es el origen de la violencia, la incomprensión y enfrentamiento entre los pueblos
(cf. Gn. 1 -11 )...
Desde este punto de vista se adquiere desde la raíz una perspectiva universal: en una dimensión
cuantitativa, geográfica, de extensión (toda la creación y toda la humanidad); en una dimensión
cualitativa, de intensidad, referente a la integridad de la creación y de la vida.

1.2.- Los mediadores y responsables de la misión.


Establecido este horizonte y esta exigencia, queda claro que la misión, que no puede ser otra que
la Misión del Dios-Trinidad, siempre antecede, precede y hace surgir la vocación, la llamada para
que ese plan se haga realidad. Toda elección constituye a hombres y mujeres como mediadores, a
los que encarga una tarea, una misión, que les hace responsables de esta universalidad.
Ello se puede percibir con entera claridad en dos casos prototípicos: a nivel individual, Abraham,
que está llamado, y es enviado, para ser padre de una "muchedumbre de pueblos" y comunicarles
la bendición de Dios, a nivel colectivo, Israel, que es llamado como pueblo, para ser testigo del
plan de Dios ante todos los hombres.
En ambos casos se implica, para el ejercicio de la misión/elección, la visión universal, y a la vez
la salida, el éxodo, y consiguientemente la itinerancia en lo desconocido, en lo inexplorado. De
este modo se evitará una comprensión unilateral de la llamada como particularismo,
etnocentrismo, manipulación o monopolización de Dios y de sus bienes salvíficos. La
universalidad que se asume como tarea y responsabilidad por parte de los mediadores apunta por
ello a la reconciliación, a la restauración del hombre, a la integridad de la creación y a la dignidad
de todos y cada una de las personas y de los pueblos en un camino de fraternidad.

1.3.- Jesús, el enviado del Padre.


Jesús aparece como el enviado/llamado por antonomasia, porque en él no hay distinción entre su
conciencia de identidad y su conciencia de misión. En virtud de la encarnación, desde su situación
concreta, Jesús asume plenamente la universalidad en el doble sentido indicado: su objetivo es re-
convocar a su pueblo para que recupere su vocación originaria;
El anuncio del Reino de Dios, como jubileo y buena noticia, intenta recuperar el sentido de lo
genuino y de la amplitud de perspectiva del Dios Creador: genera un dinamismo que supera todas
las barreras; vive las divisiones creadas por los hombres desde la experiencia de los más débiles,
marginados y necesitados, para que se restablezca la plena dignidad de todas las criaturas.
También vive la itinerancia de la salida y del éxodo no sólo desde la kénosis de Dios sino desde
un movimiento continuo que le lleva a recorrer permanentemente los caminos, a ir pasando a la
otra orilla, a ir adentrándose en las experiencias negativas de los hombres y de la historia para
redimirla. Se debe señalar siempre la acción del Espíritu que le unge para la misión y le comunica
el gozo del envío. Desde estos presupuestos su muerte es la actitud positiva de la pro-existencia,
de entregar la vida a favor de todos, sin exclusiones (incluso de los que le persiguieron) desde las
situaciones más radicales de desgracia o de irredención.

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1.4.- La Pascua, acontecimiento convocador y a la vez convocante.
La Pascua es la universalización del envío del Hijo y del Espíritu. El Dios trinitario ratifica su
confianza en la persona, pues la resurrección no tiene lugar contra nadie, sino a favor de todos.
Jesús, como expresión de la nueva humanidad, es la realización y manifestación de lo que
significaba el Reino de Dios o el plan originario del Dios Creador.
La Pascua es un evento convocador de una comunidad que se reúne que es a la vez
intrínsecamente convocante: las apariciones del Resucitado implican la constitución de los
destinatarios como apóstoles, y por ello como enviados a la comunidad que se reúne para celebrar
lo nuevo acontecido e invita, por su mera presencia, a la participación en su celebración; por ello
su existencia toda es comunicación, transmisión, testimonio, apertura y acogida desde la alegría
de lo que celebran.
El Jesús resucitado, en cuanto que es el hombre nuevo, realiza lo que es el Reino: la recuperación
del proyecto originario de Dios como reconciliación del hombre consigo mismo, con los demás,
con la humanidad, con la Creación entera y con Dios, la liberación de las estructuras de pecado
que amenazan desde dentro el Plan de Dios; desvelando y llevando a su consumación las huellas
de la Trinidad presentes en las actividades de los hombres y en sus experiencias religiosas. Así
anticipa ya en nuestra historia la recapitulación de todas las cosas y el encuentro de todos los
hombres en la casa del Padre. En consecuencia todo seguidor de Jesús, movido por el Espíritu debe
servir a la realización del Reino descubierto a la luz de la Pascua.

1.5.- La Iglesia nace como enviada en Pentecostés.


La Iglesia explicita su apostolicidad y su fuerza convocante mediante la salida o la presentación
pública en Pentecostés, es decir, por la acción del Espíritu. A través de los "diversos Pentecostés"
la Iglesia va pasando a los otros, cruzando diversas orillas y rebasando fronteras progresivas: sale
del cenáculo ante los judíos de la diáspora [como acto de anti-Babel], posteriormente a los
samaritanos, prosélitos, temerosos de Dios, paganos. ..
De este modo la Iglesia se va haciendo católica en la práctica en la medida en que va pasando a
los otros y naciendo de entre los otros, en las diversas culturas/etnias/lenguas. Es la vía de la
reconciliación entre los pueblos. Esa perspectiva es irrenunciable a la Iglesia y a cada comunidad
eclesial, que por ello es siempre pentecostal: cada carisma de los diversos bautizados debe ser
puesto al servicio de la comunidad eclesial (para edificar la iglesia) siempre de cara a la
evangelización, a la misión; así cada iglesia o comunidad eclesial se siente a la vez enviada a su
propio contexto pero con la libertad suficiente para poner su mirada en un dinamismo que va más
allá de sus propias fronteras.[1]

2º.- ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MISIÓN AD GENTES? EVOLUCIÓN DE LA


REALIDAD Y DEL CONCEPTO.
El concepto de misión ha sufrido en las últimas décadas una progresiva transformación. El
profesor M. Deneken analiza el fenómeno en un estudio reciente. Aduce como prueba el modo en
que es utilizado el término por los sacerdotes a la hora de hablar el domingo en que se celebra el
DOMUND: “De una predicación que insistía sobre el impulso misionero hacia otros países se ha
pasado a una predicación que divisa la misión en el interior mismo de las comunidades
cristianas”[2]. Sin posibilidad ya de hacer demasiadas distinciones entre una misión ad extra y una

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misión ad intra, muchas son las dificultades con las que hoy se encuentra la Iglesia ante esta tarea
irrenunciable de manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos.
La Iglesia del siglo XXI tiene ante sí el gran desafío de la indiferencia religiosa y de la increencia,
actitudes que se encargan de difundir una cultura impregnada de secularismo, para la cual cuentan
poco las barreras geográficas. Este “neopaganismo” que idolatra los bienes materiales, los
beneficios de la técnica y los frutos del poder, contagia del mismo modo al mundo Occidental y a
las grandes metrópolis de África, América y Asia.
Pero la Iglesia no pude dejar de buscar en medio de esta situación puntos de anclaje para el
anuncio del Evangelio. Sabe que sólo la Buena Noticia de un Dios-Amor puede saciar la sed de
plenitud y de eternidad que el mismo Dios ha puesto en el corazón del ser humano.

2.1.- ¿Qué entendemos por misión ad gentes?


La expresión ad gentes significa literalmente “a las gentes”, a los pueblos, a aquellos que están
más allá de nuestras fronteras. Unida a la palabra misión hace referencia a la actividad misionera
de la Iglesia que tiene como destinatarios a “aquellos pueblos, grupos humanos, contextos
socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades
cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe y anunciarla a otros grupos”
(RMi 33). La misión ad gentes no conoce fronteras, no conoce confines geográficos, ni culturales,
ni lingüísticos, ni religiosos. Hoy nos podemos encontrar con grupos humanos en situación de
misión ad gentes en países tradicionalmente cristianos. También nos encontramos asimismo con
mundos y fenómenos nuevos, con áreas culturales o areópagos modernos en situación de misión
ad gentes. Se trata de un concepto acuñado a partir de la RedemptorisMissio y que reemplaza al
termino clásico “misiones” o “actividad misionera”.
A lo largo de los siglos la misión ad gentes ha ido adoptando modos y figuras diversas. Durante
los primeros tiempos de la vida de la Iglesia se vivió espontáneamente el dinamismo de la
expansión evangélica. Más tarde se comenzó a hablar de “iluminación de los gentiles”, “procurar
la salvación a todas las gentes”, “propagación de la fe”, “conversión de los gentiles”, “predicación
apostólica”. A partir de la época moderna se habló de “misiones” para referirse a los lugares,
lejanos y muchas veces exóticos, en los que se creaban cristiandades nuevas entre los paganos. Es
la época de las “misiones extranjeras”.
En el siglo XX fue cambiando la concepción de las “misiones extranjeras”: las misiones se
convirtieron en iglesias nuevas, el paganismo y la necesidad de conversión dejaron de medirse ya
exclusivamente por criterios geográficos, la salvación comenzó a entenderse de modo más amplio
porque la irredención de la humanidad adquiría rostros muy diversos. Pero además se fue
generando una ambivalencia muy grande en la misma concepción de la misión. Por un lado la
terminología misionera comenzó a utilizarse para designar actividades referidas al entorno
inmediato: “parroquia misionera”, “catequesis misionera” con el desdibujamiento de la salida
hacia los otros (los alejados); por otro lado la acción misionera recibía tal inflación de contenidos
que parecía incluir toda la actividad de la Iglesia, es decir que todo en la Iglesia era misión.
Esta concepción que se iba extendiendo, más en términos teóricos que prácticos, comenzó a
actuar como un freno para la misión en cuanto envío y salida hacia los otros. Si la misión la
tenemos aquí, se decía ¿qué necesidad hay de salir?. Ahora bien, si todo es misión ¿no habrá que
concluir que nada es misión, que no existe una acción misionera en sentido propio específico?.

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Sin duda alguna que la evolución del concepto de misión encerraba valores positivos para la
acción misionera, pero no es menos cierto que la fluidez y ambivalencia del mismo reclamaba un
esfuerzo suplementario de profundización que tendría que emprender el Vaticano II.

2.2.- La clarificación del Vaticano II


El decreto Ad Gentes expuso los principios doctrinales de la actividad misionera a partir del
designio salvífico del Dios Trinidad. La misión es iniciativa del amor de Dios. Si Dios es amor (1
Jn 4,8.16) no puede ser “soledad cerrada”. Decir que “Dios es amor” es decir que “Dios es
relación”. Las misiones son las acciones por las cuales la Iglesia va cumpliendo lo que ya ha
iniciado la Trinidad misma, son prolongación de la misión del Hijo y del Espíritu. En
consecuencia, la Iglesia es misionera por naturaleza y está al servicio de la Misión de Dios.
Durante siglos se habló de las misiones para referirse a la acción de los misioneros en tierras
lejanas. La actividad misionera parecía una tarea añadida a la vida de la Iglesia, tarea de unos
pocos, que se encontraban a distancia. Era una situación que producía malestar en los misioneros
que se preguntaban ¿qué tenía que ver su trabajo con la misión global de la Iglesia?. Se sentía la
necesidad de reconducir las misiones a la misión única de la Iglesia y la misión al ser de la Iglesia.
Esta es una tarea que hizo el Concilio Vaticano II.
El esfuerzo de clarificación del Concilio Vaticano II no se vio correspondido con un auge en el
impulso misionero, más bien, como diría Juan Pablo II, “La misión ad gentes parece que se va
parando, no ciertamente en sintonía con las indicaciones del Concilio y del Magisterio
posterior”(RMi 2). De ahí que ofreciera su encíclica misionera con el objetivo de ratificar la
validez permanente del mandato misionero y de interpelar a la Iglesia de cara a la nueva etapa
histórica que se estaba iniciando.

2.3.- Un nuevo esfuerzo de la Redemptoris Missio


La encíclica comienza por tomar en cuenta las objeciones y dificultades que aletean en la
conciencia eclesial, debilitando la obligación misionera. Y, frente a ello, ofrece alternativas o
correctivos. Uno de ellos es la reivindicación de la identidad de la misión ad gentes. Desde el
principio, el Papa recuerda que el mundo del futuro está siendo configurado por una cultura que
no posee el fermento del Evangelio; e igualmente señala que el número de los que aún no conocen
a Cristo aumenta constantemente, ya que casi se ha duplicado desde el final del Concilio (RMi 1
y 3). Además reafirma la unidad de la misión. Toda distinción posterior no nacerá por razones
intrínsecas de la misión, sino por las circunstancias en que se realiza (RMi 31 y 33) y hay
circunstancias que obligan a hablar de una acción específica que se denomina misión ad gentes.
Se reconoce, también, que se ha producido un trastocamiento tal de las situaciones que se hace
difícil aplicar los conceptos y términos antiguos. La realidad es tan compleja y fluida que resulta
difícil elaborar una clasificación precisa, y es comprensible la reticencia a utilizar el vocabulario
misionero.
Aún así, desde el punto de vista de la evangelización, podemos distinguir la acción
pastoral (realizada en las comunidades cristianas de fe sólida), la nueva evangelización (dirigida
a los bautizados que han perdido el sentido de la fe o de la pertenencia a la Iglesia), y la actividad
misionera específica o misión ad gentes (entre pueblos y grupos humanos, contextos socio-
culturales donde Cristo y su evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas
suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros

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grupos”) (RMi 33). En forma gráfica podemos decir que la acción pastoral se dirige a los ya
cristianos; la nueva evangelización se orienta a los que ya no son cristianos y la misión ad
gentes se desarrolla entre los que todavía no son cristianos.
Podemos decir que se da una misión o una tarea evangelizadora de la Iglesia, que da unidad a
toda la acción eclesial porque vive de la voluntad salvífica de Dios. Pero esta misión única se
diversifica en actividades distintas, según los destinatarios, las circunstancias, las situaciones o el
modo de presencia de la Iglesia. En esta diversificación identificamos a la misión ad gentes que
posee unas notas esenciales (universalidad, envío y salida, percepción de la evolución de las
situaciones) y unos pasos sucesivos (anuncio, testimonio, conversión, plantación de Iglesia,
catequesis, inculturación) que deben ser vividos dentro de la concepción amplia y enriquecida de
misión que se ha ido elaborando en los últimos decenios.
La misión ad gentes es junto con la nueva evangelización y la pastoral, las tres vertientes en que
se expresa la acción evangelizadora de la Iglesia. Sin embargo, no se pueden poner todas las
situaciones al mismo nivel, ni tampoco se pueden igualar situaciones de por sí muy distintas.
Afirmar que toda la iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes. Ésta
conserva todo su valor y tiene ante sí una tarea inmensa que de ningún modo está en vías de
extinción. Dada la prioridad y la radicalidad de la misión ad gentes no sólo no puede ser
considerada como algo añadido o posterior en la vida de la iglesia, sino que debe interpelar a las
comunidades eclesiales para que todas estén en estado de misión.

3º.- LOS MODELOS DE MISIÓN A LO LARGO DE LA HISTORIA.


La Historia de la Iglesia es la historia de su expansión misionera. No se puede entender la Iglesia
ni su historia, sin su compromiso permanente de rebasar las fronteras y pasar a los otros. La Iglesia
nace como enviada, nace como misionera y desde sus inicios vive de modo claro su vocación
misionera, aunque de modos distintos, pero siempre con la convicción de que tiene que superar
fronteras para echar raíces en los diversos pueblos.
A lo largo de la historia nos encontramos con distintos modelos de misión, detrás de los cuales
hay una concepción teológica, una eclesiología y una praxis determinada. Son modelos que,
aunque se han dado a lo largo de la historia pueden también coexistir en un mismo momento
histórico. Sus perfiles son fluidos y no excluyentes y nos permiten contemplarlos como criterios
desde los cuales se pueden valorar los comportamientos actuales y las opciones de futuro.
Detrás de cada modelo podemos descubrir la peculiar relación entre la figura de Iglesia y el tipo
de misión realizada: según haya sido la autoconciencia eclesial y la relación de la Iglesia con las
circunstancias históricas, así habrá sido el modo de realizar la misión universal. En sentido
contrario también podemos decir que el tipo de misión ha ido modulando la figura de la Iglesia.
Esta dialéctica, constante a lo largo de la historia de la Iglesia, debe ser tenida en cuenta en tiempos
de cambios como los que estamos viviendo de cara a la configuración de un nuevo paradigma
misionero.
Modelo pascual-pentecostal.- Es el que hace referencia al dinamismo misionero peculiar de los
momentos iniciales de la Iglesia, centrada en los acontecimientos de Pascua y Pentecostés. Sus
protagonistas son los discípulos, testigos de la resurrección de Jesús y las primeras comunidades.
Dos son las características que permiten identificar la estrecha relación entre Iglesia y misión:
· La experiencia de la alegría celebrada y compartida que se comunicaba de modo espontáneo y
natural a partir de la novedad salvífica experimentada. Como eran comunidades muy reducidas en

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número, que vivían en contraste con un entorno no cristiano, la experiencia eclesial y la experiencia
misionera se encontraban en íntima vinculación.
· La alegría compartida en lo concreto se traducía de modo natural en la búsqueda de una
presencia entre los pueblos. Pentecostés y la acción del Espíritu significó la salida del cenáculo
para encontrarse en el centro de una diversidad de pueblos.

Modelo martirial.- Es un modelo que se adopta ante un mundo y un entorno que no sólo es
pagano, sino que se hace hostil, y que se traduce en una enemistad indiferente o en una persecución
violenta. Es la reacción lógica de quien rechaza el evangelio o de quien considera intolerable la
novedad y la interpelación cristiana.
En estas circunstancias, la misión requiere el heroísmo de quien está dispuesto a arriesgar la
propia vida, hasta el testimonio de la sangre. Conocemos cómo la presencia cristiana se fue
abriendo camino entre dificultades enormes y cómo aún hoy encontramos iglesias martiriales y
testigos que legitiman con su vida el anuncio del Evangelio. El martirio no siempre fue visto como
testimonio convincente, pero significa en cualquier caso una alternativa a una sociedad incapaz de
generar mártires. Para los cristianos, en boca de Tertuliano, era la semilla de nuevos cristianos, la
garantía por tanto de una evangelización creíble.

La misión como cristianización.- Es un modelo de misión que se manifiesta en el momento en


el que los cristianos, insertados en las estructuras del Imperio, fueron estableciendo una fuerte
presencia eclesial hasta llegar a la confesionalidad del Estado.
Hay sin embargo un momento en el que se manifiesta con mayor fuerza y rotundidad y que
coincide con la entrada en crisis del Imperio por la irrupción de nuevos pueblos no cristianos y
alejados de la civilización romana y por la convulsión que se produce en las estructuras y en la
cultura.
La Iglesia respondió acogiendo a los nuevos pueblos, facilitando su encuentro con la cultura
antigua. De este esfuerzo surgió la cristiandad medieval, como síntesis de la tradición greco-
romana, de la novedad de los pueblos bárbaros y de la contribución cristiana. La evangelización
se realizó, sobre todo, desde arriba, a partir del bautismo de los jefes, y por ello con una
catequización deficiente. Aún así ayudó al encuentro de pueblos, sin el cual el destino de Europa
y del mundo hubiera sido muy distinto. En aquella encrucijada histórica, la evangelización (aún
con sus ambigüedades) fue creadora de historia y de futuro en cuanto supo situarse en las auténticas
“fronteras de la historia” de aquella encrucijada.

La misión realizada.- La cristiandad medieval, en base al éxito histórico anterior, vivió con la
conciencia de haber llegado hasta los confines del orbe. Se pensaba que la llamada a la conversión
había sido dirigida a todos los pueblos y que la misión había conseguido sus objetivos históricos.
Los pueblos no cristianos quedaban en la periferia, más allá de las propias fronteras. No faltaron
intentos de acercamiento y de encuentro, incluso fueron enviados personajes muy determinados a
pueblos lejanos como los tártaros y los mongoles. Pero estas iniciativas no determinaron la
conciencia eclesial, apoyada en estructuras sólidas y firmes. La misión quedó limitada a gestos
esporádicos y no se convirtió en categoría estructurante de la Iglesia. Se puede decir que se
remansó en esta época el espíritu misionero.

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Modelo “contra gentes”.- La apertura de nuevos horizontes geográficos (costas africanas,
descubrimiento de América, etc..) en los inicios de la época moderna, creó otra encrucijada
histórica. La Iglesia intentó el anuncio del evangelio, el bautismo de multitudes, la fundación de
nuevas iglesias. Podemos decir que de este modo fue también creadora de cultura y de civilización,
sin que por ello se dejen sin denunciar las limitaciones e insuficiencias inevitables en toda
institución y proyecto histórico. Esta inmensa empresa histórica estuvo dominada por una visión
negativa hacia los otros, que eran considerados inferiores desde el punto de vista cultural e
igualmente inferiores desde el punto de vista de la gracia y de la salvación. Por eso sus
“diferencias” debían ser integradas en la unidad del mundo occidental y de la cristiandad latina.
Aún así no podemos obviar la gama de métodos utilizados como vías de encuentro con pueblos
muy distintos y heterogéneos. A partir de aquella encrucijada histórica se crearon multitud de
misiones que acabaron siendo iglesias locales.

Modelo “ad gentes”.- No todos los protagonistas adoptaron una visión tan marcadamente
negativa. En gran parte de los misioneros dominó la voluntad de ir al encuentro de los otros. Hubo
también gestos innumerables e insuperables de heroísmo y generosidad. Aún dentro de la
concepción teológica de la época y de la misión en sí misma, el aliento más genuino del Evangelio
llevó a los misioneros a entender la propia vida como servicio a la misión, como servicio a los
otros. Es el período conocido como el de las “misiones extranjeras”. Es cierto que el conjunto de
la iglesia occidental, radicada todavía en las estructuras de la cristiandad, contemplaba la misión
desde categorías geográficas, sin que ello dinamizara su modo de afrontar las nuevas realidades
sociales y culturales que se estaban gestando en Europa.

Modelo histórico-salvífico.- El modelo anterior se prolongó durante varios siglos, configurando


una mentalidad que aún pervive en el imaginario colectivo de gran parte del pueblo cristiano. Las
nuevas circunstancias sociales, culturales y eclesiales exigirán una nueva figura de la Iglesia y por
ello un nuevo estilo de misión. Ambos factores avanzarán a la par y se potenciarán recíprocamente.
En este modelo hay una doble línea que merece especial mención: por un lado, las misiones son
repatriadas en la misión única de la Iglesia, superando una diferencia peligrosa y empobrecedora;
por otro lado, la idea de salvación se iría también ampliando y profundizando, hasta incluir las
realidades históricas, cósmicas, socio-económicas. Este doble aspecto dinamizador hará saltar los
marcos conceptuales de la misionología y de la praxis misionera. Una lectura amplia y dinámica
de la historia de la salvación ofrecía los presupuestos para una visión armónica e integradora de
las dimensiones más novedosas (lo que no tendrá lugar sin los extremismos y unilateralidades
propias de toda época de transición).

Modelo holístico.- Ante la intensidad y la amplitud de los cambios que se producen en el proceso
histórico reciente y en la nueva situación de la Iglesia se avanza en la búsqueda de un modelo
holístico que logre una visión global de la misión que evite las opciones sesgadas y reduccionistas.
Una mirada a la historia nos permite descubrir las particularidades e insuficiencias de todas las
realizaciones históricas, y por ello ofrece criterios y claves para responder de modo adecuado a las
necesidades y desafíos del momento presente.

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Modelo “inter-gentes”.- Es un modelo que se abre camino y que tiene un fuerte acento asiático,
pero no por ello extraño al fenómeno de la multiculturalidad y al mundo multirreligioso en el que
hoy nos movemos. Los obispos asiáticos plantean que el entorno asiático, con su rica diversidad y
pluralismo de religiones, culturas y cosmovisiones filosóficas requiere un acercamiento
claramente asiático al tema de la proclamación del Evangelio que sea sensible a tal diversidad y
pluralismo. La mejor manera de llevar adelante la misión cristiana en Asia es a través de un diálogo
a tres bandas con la miríada de tradiciones religiosas, las culturas asiáticas y las ingentes masas de
pobres y marginados de Asia. Este modelo de misión aborda el pluralismo religioso a partir del
acercamiento dialogal y la no confrontación.

4º.- LAS TENSIONES DEL CAMBIO DE PARADIGMA


Detrás de cada modelo de misión hay una teología de la misión. La reflexión misionera ofreció
una base teológica a la praxis misionera que se fue desarrollando en unas épocas determinadas y
dentro de una mentalidad limitada. Su grandeza consistió en responder, de alguna forma, a las
necesidades del momento y en percibir la importancia que tenía la actividad misionera para la
Iglesia. Su debilidad radicó en su provisionalidad, en la dependencia de la época en que surgió.
Hoy las circunstancias históricas han cambiado, la mentalidad eclesial y teológica ha ido
evolucionando y consecuentemente, en el campo de la misión, ciertos planteamientos están ya
desfasados, de ahí que hablemos de un cambio de paradigma misionero que está exigiendo y
reclamando un nuevo estilo de misión. Por eso la misión tiene que ser pensada desde otros
horizontes. Cuatro son los ejes en torno a los cuales se va articulando el nuevo paradigma
misionero[3]:

· La centralidad de la misión.- Si antes se hablaba de misiones, ahora se va a hablar de una


misión única a escala mundial. Ya se ha dicho que uno de los frutos del Concilio Vaticano II fue
la reconducción o repatriación de las misiones a la misión única de la Iglesia. La actividad
misionera es una expresión de la naturaleza íntima de la Iglesia, al servicio de la Missio Dei. Las
misiones son los modos de concretizarse la misión única y global de la Iglesia. Las diferencias en
cuanto a la actividad dentro de la misión única de la Iglesia, nacen no de razones intrínsecas a la
misión misma, sino de las diversas circunstancias en las que ésta se desarrolla.

· La ampliación de los sujetos sociales.- Si antes la responsabilidad misionera recaía en la


jerarquía y en el clero, ahora se va a destacar la responsabilidad de todos los bautizados y, sobre todo,
de cada una de las comunidades eclesiales y de las iglesias particulares. El proyecto de configuración
de las misiones había quedado reducido a la acción de unos pocos (sociedades misioneras, institutos
misioneros). La centralidad de la misión va a generar una inflexión en la responsabilidad. Comienza
a despertarse la inquietud misionera y las posibilidades de incorporarse al trabajo misionero dentro
del mundo de los laicos y nuevos sujetos eclesiales se van a incorporar a la actividad misionera de la
Iglesia bajo diversas formas de compromiso.

· Los desplazamientos soteriológicos.- Si antes la misión apuntaba preferentemente a la salvación


eterna que había que aportar a los no cristianos, ahora se irán incluyendo en la salvación las realidades
de este mundo, la justicia y los derechos humanos. A través de la historia, la salvación ha sido objeto

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de conceptualizaciones diversas. Los tiempos esplendorosos de la expansión misionera de la Iglesia
nos hablan de una salvación concebida en clave individualista, espiritual y escatológica. La
superación de esta concepción teológica ha provocado la crisis mayor de la misionología clásica. De
un lado al reconocer que los no cristianos podían obtener ese tipo de salvación, aún sin bautizarse. De
otro, porque había que enriquecer la idea de salvación incorporando la experiencia histórica, real y
concreta de los hombres. Se hace necesario ampliar el concepto de salvación para que englobe todas
las dimensiones del hombre. Si se ha criticado la actividad misionera del pasado es porque para los
destinatarios no había sido realmente experiencia de salvación sino ocasión para la dependencia y el
sometimiento.

· La apertura pneumatológica.- Si antes la actividad misionera se fundamentaba sobre todo en el


mandato de Jesucristo, ahora se irá dando más importancia y teniendo más en cuenta la acción del
Espíritu, con las consecuencias que ello implica. Hasta ahora al Espíritu Santo le habíamos dado la
función de legitimar la acción de las instancias mediadoras y de santificar a los misioneros. En el
nuevo paradigma hay como una exigencia de reubicación del Espíritu Santo. Debe ser considerado
como agente clave y protagonista de toda la vida de la Iglesia, también de su actividad misionera.
Esto llevará a una mayor flexibilidad de las estructuras eclesiales para que la comunidad cristiana se
sienta en estado de misión y para que cada cristiano encuentre el carisma que lo compromete en la
acción misionera. Esto sólo será posible por la acción del Espíritu. La llamada que la Iglesia oye desde
fuera de sí misma, desde el mundo sufriente y dolorido, desde los otros que viven en tradiciones
religiosas diversas, está movida por el Espíritu, que es el que, a la vez, la empuja a salir de sus muros
y a reencontrarse en lo diverso y en lo diferente.

5º.- LA ARTICULACIÓN DEL NUEVO PARADIGMA


La articulación de un nuevo paradigma de la misión en torno a estos cuatro ejes está configurando
y consolidando una concepción de la misión que pretende salir al paso de toda sombra de
reduccionismo y de estrechamiento de horizontes. Por ello intenta poner de relieve la amplitud
universal del campo de la misión, la integridad de las dimensiones de la salvación, la totalidad de los
sujetos que han de asumir su responsabilidad en la acción misionera. Pero además, dada la índole
global de la misión, se plantea como cuestión prioritaria, al menos por parte del Magisterio, el
reconocer el carácter específico de la misión ad gentes, en cuanto dimensión prioritaria en la dinámica
eclesial.
Muchas son las dimensiones de la misión, que habiendo emergido en décadas anteriores son, sin
embargo, ahora, cuando muestran toda su magnitud y alcance. Nos referimos a cuatro de ellas que no
pueden verse como opuestas o excluyentes, sino que más bien deben ser vistas en relación entre sí,
pues es la complementariedad e interpenetración de todas ellas lo que constituye la novedad de la
situación. Son dimensiones que están configurando el futuro de la misión y que a los misioneros y
misioneras les generan a menudo dudas e inquietudes atrapados, a veces sin querer y sin ser
conscientes de ello, en modelos de misión que no tienen nada que ver con la realidad cambiante.

· La misión como comunión entre Iglesias.- La segunda mitad del siglo XX ha representado para
la Iglesia católica la clausura de una época eurocéntrica (occidental, latina, monocultural) y la
emergencia y afirmación de una Iglesia mundial y por ello pluricéntrica y multicultural. Esta Iglesia
mundial no debe ser considerada como un todo homogéneo y uniforme, sino como una auténtica

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experiencia de catolicidad, conseguida por el hecho de que la Iglesia mundial se realiza
verdaderamente en la pluralidad de las iglesias locales. Esto conlleva unas consecuencias notables
para el ejercicio de la misión. La misión del futuro se vivirá en y como comunión entre iglesias. Con
esto no estoy diciendo que la misión se reduzca a la comunión intereclesial (hermanamientos) donde
las iglesias occidentales siguen disponiendo de grandes recursos económicos para compartir. El
paradigma de la misión ad gentes posee una especificad que va mucho más allá.
La misión tiene que tomar en cuenta la madurez de las iglesias en todos los continentes. El hecho
de que las misiones se hayan convertido en iglesias particulares ha conducido a la Iglesia a una etapa
nueva de su historia. La Iglesia debe ir teniendo en cuenta la madurez de las iglesias en todos los
continentes. Para que estas iglesias en comunión asuman su tarea misionera ante todos los pueblos,
hace falta que la Iglesia católica saque las consecuencias, teóricas y prácticas, de su nueva figura
como comunión de Iglesias. La teología valora muy positivamente la existencia de iglesias
particulares que estén realmente inculturadas y que vivan en comunión con las otras iglesias. Ello no
debe romper la unidad de la Iglesia Católica que vive en todas ellas.
Quiere esto decir que la misión ya no puede ser unidireccional sino que ha de ser un camino de ida
y vuelta, como experiencia de reciprocidad. El misionero, por tanto, es un servidor y un testigo de la
comunión entre las iglesias. Tendrá que acudir en ayuda de las necesidades de su iglesia de destino y
a la vez ha de ser vínculo de comunicación de bienes a favor de sus iglesias de procedencia. Esta
visión de la Iglesia permite nuevas posibilidades misioneras: acogida de las riquezas ajenas, el
misionero-a como hombre-mujer de comunión, solicitud por las iglesias, visión universal de la
evangelización. A esta perspectiva deben adecuarse los grandes organismos de la Iglesia a nivel
internacional, nacional y local.

La misión en contexto.- La contextualización es otro de los términos que se ha ido imponiendo


para expresar otra de las características de la misión del futuro. La misión sólo podrá abrirse camino
de modo creíble y duradero, si se contextualiza. Han surgido con fuerza las teologías contextualizadas
y se reclama una misión en contexto.
Para mayor precisión, se hace necesario delimitar el significado del contexto, tanto desde el punto
de vista conceptual como teológico. El contexto se debe distinguir de la inculturación, respecto a la
cual significa un paso adelante: la inculturación dice referencia a la cultura tradicional de un pueblo,
en la cual debe insertarse y encarnarse toda comunidad eclesial. El contexto, por el contrario, hace
referencia a la situación del presente y a los factores que determinan la evolución y los cambios que
ha de experimentar esa situación.
El contexto designa los factores o elementos que actúan sobre una sociedad determinada y que
provocan una transformación en sus condiciones sociales. Los cambios tecnológicos, las nuevas ideas
políticas, los procesos de modernización, las costumbres y los usos importados, la repercusión del
encuentro con una civilización distinta, la implantación de proyectos empresariales
desacostumbrados...son factores que no dejan indiferente al alma y a la sensibilidad de cualquier
pueblo destinatario de la evangelización, y que por ello deben ser tenidos en cuenta por los métodos
misioneros y por las opciones eclesiales. El contexto es un modo concreto de leer y de interpretar los
signos de los tiempos, dándoles contenido concreto y espesor histórico. No puede valer por tanto una
teología genérica de valor abstractamente universal ni unos métodos válidos en cualquier país. El
marco de referencia y la clave hermenéutica debe ser el contexto concreto, pues desde él debe ser
anunciada y recibida la revelación de Dios en Jesucristo.

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Esta nueva perspectiva plantea desafíos inmensos para el quehacer teológico y reajustes de gran
transcendencia para el ejercicio misionero, dado que el contexto plantea cuestiones para las que no
hay respuestas fáciles. Incluso las viejas respuestas pueden resultar extrañas para las nuevas
sensibilidades. Ello suscita exigencias nuevas para realizar la unidad y vertebrar la comunión, pues
tanto las teologías como las respuestas concretas se multiplican y diversifican. Se hace necesario
integrar en una catolicidad que ha de ensayar conjugaciones flexibles entre la unidad y la
multiplicidad las diferencias que son fuente de enriquecimiento. Y aunque siempre ha habido
diferencias en el ámbito de la Iglesia, de la teología y de la praxis misión, se hace necesaria una
educación que evite que la valoración de las diferencias se convierta en un sincretismo que pervierta
la fe eclesial.
La nueva situación da por ello un ámbito nuevo y más amplio de protagonismo a las iglesias locales
en el ejercicio de discernimiento de la contextualización que no ha de ser tarea prioritaria de los
venidos de fuera. Los misioneros podrán acompañar, animar, equilibrar, pero nunca sustituir ni
reemplazar a los verdaderos protagonistas.

La misión desde la pobreza y el reverso de la historia.- El desplazamiento de la salvación que se


venía produciendo se concreta de modo más directo y convencido en la lucha por la justicia, en la
búsqueda de la liberación, en la oposición contra la pobreza. La atención al contexto obliga a destacar
la situación de pobreza e injusticia como elemento metodológico irrenunciable por toda teología que
pretenda ser significativa y enraizada en comunidades eclesiales concretas.
Los desplazamientos soteriológicos que experimentó la misionología respondían a la necesidad de
dar contenido concreto al anuncio cristiano de la salvación aportada por Jesucristo. Estas exigencias
han transformado la autoconciencia eclesial, el quehacer teológico y la praxis de la misión. La misión
de la Iglesia no puede dejar de lado toda la problemática que se esconde bajo conceptos como
liberación, promoción humana, denuncia profética, lucha por la justicia y la paz, erradicación de la
pobreza, derechos humanos. La interpelación que brota desde estas expresiones se dirige a toda la
Iglesia. Este desafío debe ser escuchado y afrontado por todas las iglesias. La lucha contra la pobreza,
el compromiso por la liberación, la defensa de la justicia y de la paz son y serán en el futuro, rasgos
fundamentales del nuevo rostro de la misión.
De esta forma se intenta superar una concepción de la misión acusada, a veces, de espiritualista o
asistencialista porque no afrontaba las causas y no iban a las raíces que provocaban la desgracia y la
desventura de los hombres. Era necesario releer la historia y los métodos de la misión a la luz del
mensaje evangélico, del magisterio de la Iglesia y de la reflexión teológica. La Evangelii
Nuntiandi acepta como obvio y evidente que la evangelización es un proceso complejo y dinámico
del que no puede quedar aislada la preocupación por la pobreza y que toda praxis misionera debe
comprender la realidad desde el reverso de la historia, desde los más desfavorecidos. Por otra parte
pasan al centro de la reflexión misionera la categoría Reino de Dios y la Teología de la Creación.

El anuncio en el diálogo interreligioso.- También esta coordenada de la actual figura de la misión


vive en íntima relación con las demás: las iglesias que viven en un contexto de pluralismo religioso
reclaman la necesidad de una actitud dialogante con los otros grupos religiosos de su entorno, la
misma situación mundial hace ver la necesidad de una actitud de diálogo entre todas las religiones a
fin de que se conviertan en factores de paz y encuentro entre los pueblos. Al nuevo cambio de
mentalidad ha contribuido el desarrollo en la sensibilidad contemporánea de actitudes como la
tolerancia y la libertad religiosa; en sintonía con esta opción, el fundamentalismo y el integrismo eran

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condenados y rechazados como fanatismos que no respetan la convivencia entre los hombres y los
pueblos.
Este cambio de mentalidad ha provocado una relectura y reapropiación de la historia y un reajuste
de la praxis misionera. En este campo fundamentalmente la teología ha ido avanzando sobre una
doble línea: el optimismo salvífico y la valoración de las otras religiones. En un primer momento la
teología fue asumiendo como doctrina común y como consenso doctrinal una actitud optimista de
cara a la posibilidad de salvación de los miembros de otras religiones. La voluntad salvífica universal
de Dios y la lógica del comportamiento de Jesús alimentaban la espera y la esperanza en las
posibilidades de salvación (más allá de las explicaciones teológicas que fueran elaborando). En torno
a los años sesenta esta readaptación de los principios teológicos provocó notables resistencias y hasta
frustraciones en muchos ambientes misioneros (ya que socavaba las motivaciones de muchos
esfuerzos e iniciativas), pero paulatinamente se fue asentando la nueva perspectiva en la conciencia
eclesial y en los ambientes misioneros.
En un segundo momento la misionología ha debido ir afrontando el más delicado tema del sentido
de las religiones en el designio salvífico de Dios (o incluso la cuestión de su capacidad salvífica). El
tema era por tanto discernir si los no cristianos se salvan simplemente en sus religiones o gracias
a sus religiones. Se trata realmente de un tema nuevo en la historia de la Iglesia, que ha experimentado
una notable agudización en los tiempos recientes y que se convertirá sin duda en uno de los temas
cruciales del futuro.
El debate acerca del valor de las religiones conduce en último término al papel mediador de
Jesucristo y al carácter singular y universal de su misión salvífica. Sobre todo en virtud de la polémica
suscitada por la teología pluralista de las religiones, Jesús podía quedar reducido a ser uno más entre
los grandes personajes religiosos de la historia de la humanidad y por ello quedar cuestionada la
doctrina de la encarnación. La teología cristiana ha ido conjugando un reconocimiento progresivo del
valor de las religiones y la posibilidad de mediaciones participadas sin que por ello quede en peligro
la verdad cristológica establecida en los concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia.
La misionología ha debido ir conjugando a la vez la exacta relación entre diálogo y anuncio, entre
el respeto a la diferencia de los otros y la oferta de conversión que brota del acto evangelizador. No
se puede decir que el diálogo reemplace al anuncio, y que por ello éste pertenezca a una metodología
del pasado. Diálogo y anuncio van íntimamente ligados, pero no son intercambiables. Son momentos
internos de una misma realidad, la evangelización. Esta quedaría desnaturalizada si careciera de uno
u otro. Tampoco pueden relacionarse de modo cronológico, como si el anuncio representara un
estadio posterior al diálogo. La relación es más íntima: el diálogo no es tal por parte de un cristiano si
éste no pronuncia el nombre de su salvador, pero a su vez la pronunciación del nombre de Cristo no
puede ser auténticamente cristiano si no se realiza en el encuentro dialogal con el otro.

6º.- EL TRASTOCAMIENTO DE SITUACIONES Y DE CONCEPTOS.


Es evidente que el Concilio Vaticano II, con su revisión radical del concepto de misión, originó
también un cambio radical en la actividad misionera de la Iglesia. Es cierto que hemos descubierto la
Misión de Dios, pero tendríamos que preguntarnos si la misión de la Iglesia, nuestra misión, está
siempre al servicio de la Misión de Dios, si participa de ella pues muchas veces puede quedar
encerrada y circunscrita a nuestras propias preocupaciones. Cuando nos interesa más nuestra misión
que la de Dios somos reacios a los cambios y nos da miedo pensar en nuevos métodos, nuevas ideas,
nuevas posibilidades.

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La misión de la Iglesia tiene que comprenderse desde la Misión de Dios y como servidora de la
Misión de Dios y del ministerio trinitario, de ahí que tenga que estar atenta a las nuevas encrucijadas
de la historia para saber leer y escrutar los signos de los tiempos. De manera especial tendrá que estar
muy atenta a los cambios que incidan, de alguna manera, en su praxis. Señalamos, al respecto, algunos
de los cambios más significativos y que atañen más directamente al mundo misionero.

1. Cambios en la geografía religiosa.- Durante mucho tiempo, los cristianos hemos vivido con una
imagen fuertemente marcada por la geografía. Esa imagen ha cambiado en el sentido de que el centro
de gravedad de la Iglesia ya no está en el Norte, sino en el Sur ya que el 75 % de los cristianos viven
en Asia, África y América. El aumento de católicos se ha dado, sobre todo en África, durante el siglo
XX. No así en Asia, cuna de las grandes religiones de la tierra y a pesar de que la presencia de la
Iglesia es más antigua que en África. Tampoco en América Latina hay cambios de este tipo, pero sí
hay cambios al interior de la misma Iglesia, debido a la fuerte incidencia de las sectas y a la
consiguiente sangría y pérdida de efectivos. De esta forma la misión ad gentes, en su consideración
geográfica, va perdiendo relevancia.
2. Cambios en los Institutos misioneros.- La mayoría de éstos fueron fundados en el siglo XIX y
XX y todos están viviendo cambios profundos debidos en parte a la disminución radical de sus
miembros, (su elevada edad y la escasez de vocaciones del norte), pero sobre todo, por el aumento de
las vocaciones procedentes de las tierras del sur, aunque la ayuda financiera siga llegando de
occidente. Estos cambios llevan implícitos que la manera de llevar adelante y entender la misión por
parte de estos misioneros procedentes del sur no puede ser la misma y por tanto ciertos presupuestos,
como el estilo de vida y de comunidad, la forma de realizar la misma misión, están cambiando.
3. Cambios en la visión del mundo.- Las comunicaciones y el transporte son dos hechos que han
cambiado rápidamente la concepción del mundo. La mundialización o globalización es una realidad
que está influenciado todo. La ambivalencia de la globalización provoca un gran desencanto entre los
defensores de los débiles, de los marginados, de los excluidos, de los que están quedando en las
cunetas de las grandes autopistas del desarrollo; pero por otra parte hay que reconocer que también
hace posibles nuevas comunicaciones, relaciones y abre nuevas posibilidades, siempre que, como
decía Juan Pablo II, la globalización sea solidaria, sin marginación. Es un reto al que la Iglesia puede
responder desde su vocación universal con la defensa del bien común y de la dignidad de la persona.

7º.- NECESIDAD DE RECONFIGURAR LA IGLESIA A LA LUZ DE LA MISIÓN


Si a estos cambios, que apenas son un reflejo de las muchas mutaciones que se están produciendo,
añadimos las exigencias y los desafíos de la misión, la consiguiente renovación de la misionología y
de la teología, nos encontramos con un proceso de reconfiguración de la misma imagen de la Iglesia.
La relevancia de las iglesias locales, la atención al contexto, la defensa de la justicia y la hermenéutica
desde los pobres, la actitud de diálogo se convierte en rasgos identificadores de un nuevo modelo de
Iglesia y de misión, dado que existe una estrecha relación entre la praxis misionera y la figura eclesial.
Es este un nuevo modelo de misión que se va abriendo camino en medio de muchas dificultades,
resistencias e inercias. No podemos obviar que los diferentes modelos de misión que se han ido dando
a lo largo de la Historia de la Iglesia, de alguna forma perviven en el tiempo a través de algunos de
sus elementos que aún están presentes en base a mutaciones y transformaciones sucesivas. Aún así se
puede hablar de tendencias y referentes que apuntan en una dirección determinada y que nos permiten

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configurar algunos rasgos de este nuevo modelo de misión que se está abriendo camino y que
reconfigura a la misma Iglesia. Enumeramos algunos de ellos.

· De una iglesia colonial a una iglesia fraterna.- El modelo de misión que ha inspirado el
movimiento misionero hasta ahora ha sido el eclesiocéntrico. Casi todas las iglesias del sur fueron
evangelizadas por la iglesia europea. Una iglesia, por cierto, con un fuerte sentimiento de superioridad
cultural, con una fe ciega en la victoria del progreso y aliada con el colonialismo. No es que los
misioneros fueran portavoces del colonizador, pero sí copiaron el método colonial a la hora de
cristianizar territorios, civilizar poblaciones (educación y sanidad) y organizar estructuras eclesiales,
empleando conceptos como expansión y conquista, lo cual llevó a muchos a identificar el evangelio
con la cultura occidental. Hoy y, sobre todo, a partir del Vaticano II, está naciendo un nuevo modelo
misionero a la luz de la teología trinitaria que centra la praxis misionera en la Misión de Dios. Es un
modelo de misión donde los sujetos de la misión son los mismos cristianos y las comunidades locales
que se sienten llamados a anunciar con su vida la Buena Nueva del Evangelio. Los cambios no son
más fuertes y radicales, en parte por la dependencia económica que siguen teniendo las iglesias del
sur de las iglesias del norte. Estas iglesias pobres se ven obligadas a mantener estructuras heredadas
con el peligro de crear un modelo de iglesia alejada de un pueblo cada vez más empobrecido.
Pero la novedad más enriquecedora está en el personal misionero que comienza a surgir en las
iglesias del sur. Cada día son más los misioneros y misioneras de las iglesias del sur que están
dispuestos a salir de su tierra y entrar en otras culturas para ser testigos de la Buena Nueva del
Evangelio. Entramos así en una praxis fraterna entre iglesias, novedosa y enriquecedora. Siempre
queda la duda de si en Occidente tendremos la humildad suficiente y la capacidad de acoger y
escuchar la Buena Nueva del Evangelio que nos llega por estos nuevos hermanos. Tendremos que
evitar la tentación de asimilarlos a nosotros y sí abrirnos a la riqueza proveniente de las vivencias y
experiencias religiosas que ellos nos traen.

· De una iglesia clerical a una iglesia laical.- La práctica misionera ya hemos dicho que ha estado
marcada fuertemente por una teología eclesiocéntrica en la que el sacerdote era central: todo partía
de él y en él concluía. La teología conciliar del Pueblo de Dios ha provocado una nueva praxis
misionera en la que se habla de nuevos ministerios y no de servicios auxiliares. Las estructuras
heredadas de la Iglesia occidental tenían dos defectos: un personal muy clerical y unas parroquias
demasiado extensas. El surgimiento y consolidación de las comunidades de base ayuda a desarrollar
los ministerios laicales y a crear comunidades más pequeñas. Las iglesias del sur son ricas en
ministerios surgidos en función de las necesidades que las comunidades van sintiendo en el
seguimiento de Jesús y en la construcción de su Reino.

· De una iglesia rural a una iglesia urbana.- Es cierto que el mundo rural sigue ocupando un lugar
importante en los países del sur, pero los tiempos están cambiando. El proceso de urbanización es
imparable y éste es un fenómeno muy nuevo para la Iglesia que se despierta lentamente a esta realidad.
La ciudad sigue siendo para muchas mentalidades misioneras un lugar de perdición, pero en unos
años, dos de cada tres católicos vivirán en ella. Muchas diócesis y misioneros siguen con viejas
estructuras ligadas al mundo rural cuando la gente y, sobre todo, los jóvenes se han asentado en los
alrededores de las grandes ciudades o megalópolis. Es penoso constatar que a medida que nos
adentramos en los barrios marginados de las grandes ciudades, la presencia eclesial disminuye porque
no llegamos o cuando llegamos, llegamos tarde.

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El futuro de la Iglesia se juega en estos espacios donde no sólo hay que ser capaces de estar presente,
sino que también hay que ser eficaces. Es urgente que la Iglesia y los misioneros demos el paso del
campo a la ciudad, de una pastoral rural a otra marcada por la diversidad compleja de la urbe. Es
urgente que los misioneros acompañemos a las personas que entran mejor o peor en ese proceso de
urbanización, para que aprendan los nuevos modos de vida y las adaptaciones sociales, culturales y
religiosas impuestas por la vida urbana. Acompañar el nacimiento de una sociedad civil urbana, sin
olvidar a los que quedan en el mundo rural que tarde o temprano acabarán en la ciudad, es un desafío
y un reto para la praxis misionera. Es cierto que el proceso de urbanización ha pillado a la Iglesia
misionera con el paso cambiado.
Se hace urgente y necesario para los agentes misioneros el plantearse una nueva estrategia, partiendo
de una noción más positiva de la ciudad. En este sentido es necesaria una pastoral más diferenciada
porque el creyente de la ciudad vive su fe más a la intemperie y está obligado a profundizar su fe y a
vivirla de una manera más personal.

· De una iglesia catecumenal a una iglesia adulta.- Los procesos catecumenales han tenido y
siguen teniendo mucha importancia en el trabajo misionero. Sin embargo seguimos teniendo una gran
reto en el sentido de que no sabemos qué hacer para que los cristianos que han dejado de ser
catecúmenos se conviertan en adultos en la fe y puedan así responder a los problemas que la vida les
plantea. Muchos cristianos del sur han vivido desorientados entre los valores antiguos y los
evangélicos y en la actualidad viven con dificultad la dialéctica entre los valores evangélicos y los
valores de la nueva sociedad. Es cierto que en los Sínodos se ha hablado de la necesidad de inculturar
la fe y esta tarea no se reduce tan sólo a introducir los tambores o las danzas en la liturgia sino que
tiene que renovar toda la vida cristiana, desde el nacimiento hasta la muerte. Esto sólo será posible a
partir de una formación seria y profunda. Hay que dedicar recursos económicos a la formación que
siempre es un proceso. Tal vez necesitemos invertir menos en ladrillos y cemento y mucho más en
implementar procesos de formación personalizada.

· De una iglesia asistencial a una iglesia solidaria.- Hoy todos aceptan como obvio y evidente que
la evangelización es un proceso complejo y dinámico del que no puede quedar aislada la preocupación
por la pobreza. Los mismos documentos del Magisterio nos han hecho ver la profunda vinculación
entre evangelización y promoción de la liberación de los pueblos. La misma cooperación para el
desarrollo ha evolucionado mucho en los últimos años. La misma praxis misionera ha ido pasando
del modelo asistencial al modelo desarrollista. Pero es necesario ir aún más lejos en la línea de la
solidaridad teniendo en cuenta una serie de principios que nos hagan capaces de lograr “un desarrollo
de todo el hombre y de todos los hombres” (Pablo VI).
Los misioneros hemos reducido a veces la solidaridad a resultados muy concretos, visibles y
rápidos. Sin embargo las comunidades empobrecidas desean una liberación más integral, que implica
un proceso lento y a veces decepcionante, con resultados humanos inciertos y que no se corresponden
con nuestros esquemas culturales y que nos resultan incómodos. Una nueva praxis de la solidaridad
ha de tener en cuenta el universo cultural en el que se mueven las personas y las comunidades. Pero
además hay que estar atentos al nacimiento de sus propias organizaciones, conocerlas y entrar en una
dinámica de verdadera solidaridad que no suponga dominio, sino la puesta en práctica de un estilo de
ser, más que un dar y tener. Esto exige que hagamos análisis de la realidad porque tantas veces hemos
sido esclavos de nuestra cultura que nos ha incapacitado y no nos ha permitido ver el mundo con los
ojos de los pueblos del sur. Los nuevos misioneros deben analizar las situaciones aceptando el reto

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de tener que cambiar de opciones: en vez de invertir tanto en construcciones, pagar a un abogado para
que acompañe a los marginados; en lugar de hacer pozos, desarrollar métodos de reforestación.
Si el desarrollo solidario supone que la sociedad civil surja y participe en la vida del país, este ideal
hay que ponerlo en práctica confiando en la capacidad de los beneficiarios que han de decidir sobre
lo que les concierne. Las instituciones misioneras y sus ONGs, por poseer los medios, pueden ejercer
una dirección sicológica, aunque sea con buena intención. Hay que formar a las personas para que
sean autónomas en sus opciones y sepan gestionar. Si no hay confianza, temerán perder los medios y
harán lo que se les diga con tal de no perder las fuentes de financiamiento pero, en el fondo, no habrá
ni desarrollo ni solidaridad.

· De una iglesia dogmática a una iglesia del diálogo y del encuentro.- “La relación de la iglesia
con las demás religiones está guiada por un doble respeto: respeto por el hombre en su búsqueda de
respuestas a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre”
(RMi 29). Por tanto es decisiva la actitud que tengamos ante la presencia y acción del Espíritu Santo
en los corazones, las culturas, las otras religiones, la sociedad.
“La acción universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que despliega
en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En efecto, es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando
vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en
todos los hombres y pueblos guiando a la iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el
diálogo. Toda clase de presencia del Espíritu ha de ser acogida con estima y gratitud” (RMi 29).
Si de verdad creemos que el Espíritu habla y actúa también en los otros, habrá que ponerse en actitud
de dialogar, escuchar y aprender. El lenguaje del diálogo huye de imponer, pero no de testimoniar y
compartir. A la vez que escucha de dónde saca el otro la fuerza y el sentido para su vida, el cristiano
está siempre dispuesto a dar también él razón de su esperanza. Este estilo dialogante, de encuentro
promueve el entendimiento mutuo, la armonía y la colaboración tan necesarias en el mundo de hoy.
Además es un camino obligado para afrontar los fundamentalismos y los conflictos que nos
amenazan. El diálogo diario de vida será para todos una oportunidad normal y fecunda de anunciar a
Cristo y proclamar la fe. Querer imponer a todos que Cristo es el centro del mundo y de la historia,
puede situarnos en una marginalidad muy cercana al fundamentalismo, mientras que si llevamos el
estilo evangélico a la vida de los que están “fuera de la Iglesia”, quizá Cristo pueda convertirse para
ellos en el centro.
La actividad misionera tiene que seguir estos senderos de encuentro, de diálogo, peregrinando junto
a sus hermanos y saliendo al encuentro de ellos. No está siendo fácil el dialogar; para conseguirlo,
aparte de quererlo y desearlo, hay que tener conciencia clara de la identidad y se necesita una
formación adecuada.

8º.- LOS DESAFÍOS DE LA NUEVA UNIVERSALIDAD


La misión es siempre una invitación a salir al encuentro de grupos humanos, de situaciones humanas
necesitadas de evangelización mediante el testimonio, la presencia y el servicio fraterno. Pero hoy día
los sectores a los cuales hay que salir se han acercado a nosotros, de ahí que tengamos que realizar un
discernimiento permanente para establecer cuáles son las orillas, las fronteras, los confines que deben
ser superados o alcanzados, e igualmente cuáles son las vías de salida o de éxodo más urgentes y más
significativas.

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Hoy se convierte en urgencia la toma de conciencia por parte de toda iglesia local de la nueva
universalidad que está comenzando a vivir la humanidad entera y de la nueva estructura del
fenómeno religioso. Sólo así las iglesias podrán percibir los nuevos areópagos, realidades sociales y
culturales que se constituyen en una “nueva” frontera de la misión ad gentes, lo cual exige por parte
de las comunidades eclesiales el situarse en estado de misión.
La misión ad gentes se enfrenta hoy a multitud de retos y de desafíos y entre ellos cobra una
relevancia extraordinaria el fenómeno de la globalización, que se convierte en un espacio de rango
auténticamente misionero y necesitado de evangelización. Junto al fenómenos de la globalización y
sus consecuencias hay que tener en cuenta la nueva reestructuración del mapa religioso de la
humanidad y la progresiva descristianización de los países europeos.
La Iglesia, si quiere ser fiel a su identidad, tiene que vivir en estado permanente de éxodo, de salida,
en movimiento, en estado permanente de misión, donde la encarnación, la cercanía, la misericordia,
la profunda solidaridad a favor de la justicia y de la paz deben ser señas de identidad de toda
comunidad eclesial que quiera recorrer los caminos de la misión.
Las exigencias de la misión ad gentes deben interpelar con mucha más frecuencia la vida y el actuar
de todo el pueblo de Dios, responsable directo de la actividad misionera (Cf. RMi 2). De ahí que
nuestras comunidades tienen que hacer más presente en sus celebraciones la preocupación por la
misión, tomar conciencia de las situaciones de carencia e injusticia existentes en el mundo, avanzar
por caminos de solidaridad universal, potenciar el anhelo de fraternidad universal como horizonte del
proyecto del Reino, al que la misión ad gentes viene contribuyendo desde el inicio de la Iglesia de
manera paradigmática. Esta dimensión misionera tiene que tomar cuerpo en la vida consagrada e
impregnar todo su ser y actuar. Lo misionero no puede seguir siendo un añadido, un elemento
coyuntural si queremos dinamizar nuestras comunidades y si tenemos la preocupación de una
Iglesia con futuro al servicio de la Misión de Dios.

[1] Cfr. Marco Teológico de la Misión elaborado en el FORO de la revista Misiones Extranjeras
[2] M. DENEKEN, “La misión comme nouvelle évangélisation”, Revue de Sciencies
Religieuses 80 (2006) 217-231; cita en pág. 219. Aunque esta transformación se ha hecho
perceptible en las últimas décadas, se dejaba entrever ya en el difundido libro de H, GODIN – Y.
DANIEL, La France, pays de misión?, París 1943.
[3] Cfr. Madruga Salvador, José Manuel. La misión hoy, una mirada desde Javier. Imágenes de la

Fe, nº 405, septiembre, 2006.

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