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Mbokolo La Herencia Africana

Este documento resume la historia de la esclavitud africana desde el siglo IX hasta el XIX. Millones de africanos fueron esclavizados y exportados a través de rutas terrestres y marítimas hacia los países musulmanes y luego hacia las Américas para construir las colonias europeas. Aunque al principio los europeos tomaron africanos por la fuerza, eventualmente establecieron un sistema regular de trata de esclavos con la participación de los estados africanos, quienes se vieron atrapados entre la necesidad de ar

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Mbokolo La Herencia Africana

Este documento resume la historia de la esclavitud africana desde el siglo IX hasta el XIX. Millones de africanos fueron esclavizados y exportados a través de rutas terrestres y marítimas hacia los países musulmanes y luego hacia las Américas para construir las colonias europeas. Aunque al principio los europeos tomaron africanos por la fuerza, eventualmente establecieron un sistema regular de trata de esclavos con la participación de los estados africanos, quienes se vieron atrapados entre la necesidad de ar

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1

LA HERENCIA AFRICANA DE LA ESCLAVITUD *


Elikia M’Bokolo **
Traducción: Luciana Contarino Sparta

Hace ciento cincuenta años, Víctor Schoelcher, subsecretario de Estado en


la Marina y en las colonias, firmó el decreto de emancipación de los esclavos. La
libertad obtenida finalmente fue más el resultado de la resistencia de los negros
avasallados que de una súbita generosidad de los negreros. Y las sociedades
africanas asoladas por la trata de esclavos resultaron marcadas por esta tremenda
sangría.

Aunque habituado al espectáculo de los crímenes que jalonan la historia de la


humanidad, el historiador no puede evitar sentir una mezcla de espanto, de indignación
y de disgusto al revolver los documentos relativos a la esclavitud de los africanos.
¿Cómo pudo ser posible? ¿Y por tanto tiempo, y en tal escala? En ningún otro lugar en
el mundo se puede encontrar una tragedia de tal amplitud.
A través de todas las rutas posibles –el Sahara, el Mar Rojo, el océano Indico, el
Atlántico-, el continente negro fue sustraído de su capital humano. Alrededor de diez
siglos (del IX al XIX) de servidumbre en provecho de los países musulmanes. Más de
cuatro siglos (desde fines del siglo XV al XIX) de comercio regular para construir las
Américas y para la prosperidad de los estados cristianos de Europa. Agreguemos a ello
las cifras que, a pesar de haber sido muy controvertidas, dan vértigo. Cuatro millones de
esclavos exportados por el Mar Rojo, cuatro millones más por los puertos swahili del
océano Indico, unos nueve millones por las caravanas transaharianas y once a veinte
millones, según los autores, a través del océano Atlántico 1 .
No es por azar que, entre todos estos tráficos, es “la trata”, o sea, la trata europea
y transatlántica, la que concentra la mayor atención y suscita la mayor parte de los
debates. Y no es solamente porque sea, hasta el momento, la mejor documentada. Es
además la que se vincula, de manera exclusiva, con el avasallamiento de los africanos
únicamente, mientras que los países musulmanes han reducido a la servidumbre blancos
y negros en forma indiferente. Es la que mejor puede dar cuenta de la situación actual
de Africa, en la medida en que ha dado origen a la duradera fragilidad del continente, su
colonización por el imperialismo europeo del siglo XIX, el racismo y el desprecio que
todavía persiguen a los africanos.
Por lo tanto, más allá de las discusiones recurrentes que dividen a los
especialistas, las cuestiones fundamentales que trae consigo la reducción a la esclavitud
de los africanos no han variado sustancialmente luego que, a partir del siglo XVIII, el
debate fue hecho público tanto a través de las ideas de los abolicionistas en los estados
esclavistas del norte como de las reivindicaciones de los pensadores negros y la lucha
continua de los propios esclavos. ¿Por qué los africanos y no otros? ¿A quién imputar,
precisamente, la responsabilidad de la trata? ¿Sólo a los europeos o también a los
*
“L’héritage africain de l’esclavage”, en Afriques en renaissance, Manière de voir 51, mayo-junio 2000,
pp. 80-84
**
Director de estudios, Ecole des hautes études en sciences sociales (EHESS), París.
1
Ralph Austen, African Economic History, James Currey, Londres, 1987, p. 275; Elikia M’Bokolo,
Afrique noire. Histoire et civilisations, tomo I, Hatier-Aupelf, París, 1995, p. 264; Joseph E. Inikori (bajo
la dirección de) Forced Migration. The Impact of the Export Slave Trade on African Societies,
Hutchinson, Londres, 1982; Philip D. Curtin, The Atlantic Slave Trade. A Census, The University of
Wisconsin Press, Madison, 1969.
2

africanos? ¿Africa sufrió verdaderamente la trata o constituye tan sólo un fenómeno


marginal, que no habría afectado más que a algunas sociedades costeras?
Debemos remontarnos a los orígenes, porque echan luz sobre los persistentes
mecanismos mediante los cuales el continente fue arrojado y luego mantenido en este
ciclo infernal. No es seguro que, en el comienzo, la trata europea haya sido una
derivación de la trata árabe. Esta última ha sido vista durante mucho tiempo como el
complemento de un comercio mucho más fructífero, el del oro del Sudán y los
productos preciosos, raros y curiosos, mientras que, a pesar de algunas exportaciones de
mercaderías (oro, marfil, madera...), fue el comercio de hombres el que movilizó toda la
energía de los europeos hacia las costas de Africa. Además, la trata árabe estaba
orientada principalmente hacia la satisfacción de las necesidades domésticas; por el
contrario, tras el éxito de las plantaciones esclavistas creadas en las islas situadas a lo
largo del continente (Santo Tomé, Príncipe, islas de Cabo Verde), los africanos
exportados hacia el Nuevo Mundo proveyeron la fuerza de trabajo de las plantaciones
coloniales, y más raramente la de las minas, cuyos productos –oro, plata y, sobre todo,
azúcar, cacao, algodón, tabaco, café- alimentaron largamente el negocio internacional.
La esclavitud productiva de los africanos puesta a prueba en Irak fue un desastre
y provocó gigantescas revueltas, la más importante de las cuales duró muchos años
(desde el 869 hasta el 883) y significó la agonía de la explotación masiva de la mano de
obra negra dentro del mundo árabe 2 . Deberá esperarse hasta el siglo XIX para ver
reaparecer, en un país musulmán, la esclavitud productiva en las plantaciones de
Zanzíbar, cuyos productos (clavo de olor, nuez de coco) se dirigían, en parte, a los
mercados occidentales 3 . Los dos sistemas esclavistas tenían, sin embargo, la misma
justificación de lo injustificable: el racismo, explícito en mayor o menor medida, y
extraído igualmente del discurso religioso. En los dos casos, nos encontramos en efecto
con la misma interpretación equivocada del Génesis, según la cual los negros de Africa,
supuestos descendientes de Cam, serían malditos y condenados a convertirse en
esclavos.
Los europeos debieron esforzarse para poner en marcha el comercio de “madera
de ébano”. Al comienzo, se trató sólo de rapto: las fuertes imágenes de Racines, de Alex
Hailey 4 , han sido confirmadas por la Chronique de Guinée escrita a mediados del siglo
XV por el portugués Gomes Eanes de Zurara. Pero la explotación de las minas y de las
plantaciones exigía sin cesar mayor cantidad de brazos: fue necesario organizar un
verdadero sistema para asegurar el aprovisionamiento regular. Los españoles instituyen
a comienzos del siglo XVI las “licencias” (a partir de 1513) y los asientos (“contratos”,
a partir de 1528), que transfieren a particulares el monopolio de Estado de la
importación de negros.
Las grandes compañías de trata se constituyeron en la segunda mitad del siglo
XVII, paralelamente a la redistribución entre las naciones europeas de las Américas y
del mundo que el Tratado de Tordesillas (1494) y varios textos pontificios había
reservado sólo a españoles y portugueses. Franceses, británicos y holandeses,
portugueses y españoles, aunque también daneses, suecos y de Brandeburgo: toda
Europa participa, multiplicando las compañías monopólicas y los fuertes, factorías y
colonias que se desgranan desde Senegal hasta Mozambique. Sólo faltan a la cita la

2
Alexandre Popovic, La Révolte des esclaves en Iraq au IIIe siècle, Geuthner, Paris, 1976.
3
Absul Sheriff, Slaves, Spices and Ivory. Integration of an African Commercial Empire into the World
Economy., James Currey, Londres, 1988.
4
Alex Hailey, Racines, Lattès, Paris, 1993.
3

lejana Rusia y los países balcánicos, que sin embargo reciben sus pequeños contingentes
de esclavos por intermedio del Imperio Otomano.
En Africa, las razzias y los raptos organizados por los europeos ceden paso
rápidamente a un comercio regular. Las sociedades africanas entran en el sistema
negrero como forma de defensa, sin dejar por ello, una vez dentro del sistema, de buscar
el máximo de ventajas. Entre otros ejemplos, pueden recordarse las protestas del rey del
Congo, Nzinga Mvemba, “convertido” al cristianismo desde 1491, quien considera al
soberano de Portugal como su “hermano” y, después de subir al poder en 1506, no
comprende que los portugueses, sus “hermanos”, se permiten llevar adelante razzias en
sus posesiones y de someter a la gente del Congo a la esclavitud. Pero será en vano:
este adversario de la trata se dejará convencer poco a poco de la utilidad y de la
necesidad de este comercio. En efecto, los fusiles ocupan un lugar prioritario entre las
mercaderías propuestas a cambio de hombres. Y sólo los estados equipados con estos
fusiles, o sea, que participan en la trata, pueden al mismo tiempo oponerse a los ataques
eventuales de sus vecinos y desarrollar políticas expansionistas.
Se puede decir que los estados africanos se dejaron caer en la trampa de los
negreros europeos. El comercio o la muerte: en el corazón de todos los estados costeros
o cercanos a las zonas de trata se erige la contradicción entre la razón de Estado, que
dispone no desperdiciar ninguna de las fuentes necesarias para la seguridad y la riqueza,
y las cartas fundamentales de los reinos que imponen a los soberanos la obligación de
preservar la vida, la prosperidad y los derechos de sus súbditos. De aquí la voluntad, por
parte de los estados que participan en la trata, de contenerla dentro de límites estrictos.
Cuando en 1670 los franceses le solicitaron autorización para erigir una factoría, el rey
Tezifon d’Allada dio una respuesta en la que se aprecia su lucidez: “Ustedes van a
construir una casa en la cual colocarán primero dos pequeños cañones, al año
siguiente colocarán cuatro y en poco tiempo vuestra factoría se convertirá en un fuerte
que los convertirá en el dueño de mis estados y los hará capaces de imponerme leyes” 5 .
Desde Saint Louis de Senegal hasta la desembocadura del río Congo, la mayor parte de
las sociedades y los estados locales triunfarán dentro de esta política mediante el
ambiguo medio de la colaboración, la sospecha y el control.
Por el contrario, en algunas partes de Guinea, en Angola y en Mozambique, los
europeos se implicarán directamente en las redes guerreras y en los mercados africanos,
con la complicidad de aliados locales negros y mestizos, nacidos a la sombra de estos
aventureros blancos, de reputación poco envidiable, inclusive en estos tiempos de gran
crueldad; así es que se describe a los lançados portugueses (los que osaron “lanzarse” al
interior de estos territorios) como “la semilla del infierno”, “todo lo que hay de malo”,
“asesinos, corruptos, ladrones”. Con el tiempo, este grupo de intermediarios se va a
consolidar al punto de constituir, en mucho puntos de la costa, esta clase de “príncipes
mercaderes” en la que va a reposar la trata.
¿Sus beneficios? Los cargamentos de los navíos negreros, escrupulosamente
compatibles con la buena lógica mercantil, nos dan una idea perfecta: fusiles, barriles de
pólvora, aguardiente, telas, cristalería, quincallería, por los cuales se intercambiaron
africanos. Intercambio desigual, por supuesto. A quienes se muestren sorprendidos por
tal inequidad, les haremos observar que la misma lógica continúa aplicándose delante de
nuestros ojos y que nuestro siglo no mejoró las cosas, dado que han ido empresarios de

5
Akinjogbin, Dahomey and it Neghbours, 1708-1818, Cambridge University Press, Cambridge, 1967, p.
26.
4

los países del norte a convencer a los jefes de Estado africanos que debían importar
“elefantes blancos” a cambio de mediocres beneficios personales.
Se ve por lo tanto que el arsenal ideológico desplegado por los negreros para
justificar la trata no corresponde a la realidad ni a la dinámica del terreno africano. A los
africanos, como a cualquier pueblo, no les gustaba la esclavitud ni el sistema que
generó y sostuvo. Aun conociendo bien las revueltas de esclavos negros a lo largo de la
travesía del Atlántico y en los países de recepción, estamos lejos de poder imaginar la
amplitud y la diversidad de las formas de resistencia en la propia Africa. Resistencia a la
trata al igual que a la esclavitud interna, producida o agravada por el comercio negrero.
Una fuente que ha sido ignorada por mucho tiempo, la Lista Lloyds, arroja una
luz desconocida sobre el rechazo de este comercio dentro de las sociedades costeras
africanas. Los siniestros producidos en las naves aseguradas por esta célebre firma de
Londres a partir de su fundación en 1689 muestran que, en un significativo número de
casos conocidos (más del 17%), el siniestro ha sido producto de una insurrección, una
revuelta o las acciones de pillaje en Africa. Los autores de estos actos de rebelión eran
los esclavos, aunque también la gente de la costa. Todo sucede como si estuviéramos
frente a dos lógicas: la de los estados instalados de buen grado o de mal grado dentro
del sistema negrero; la de las poblaciones libres, amenazadas permanentemente con ser
reducidas a la servidumbre, que manifiestan su solidaridad con la gente reducida a la
esclavitud.
En lo que hace a la esclavitud interna, todo parece indicar que resultó ampliada y
reducida al mismo tiempo y en forma paralela al crecimiento de la trata, trayendo
consigo múltiples modalidades de resistencia: fuga; rebelión abierta; recurso a la
religión, cuyos ejemplos se encuentran tanto en tierras islámicas como en los países de
la cristiandad. Así, en el valle del río Senegal, la tentación de ciertos soberanos de
reducir a la servidumbre y vender a sus propios súbditos provocó, desde fines del siglo
XVII, la “guerra de los morabitos” o movimiento toubenan (de tuub, convertirse al
Islam). Su promotor, Nasir al-Din, proclamó precisamente que “Dios no permite a los
reyes de ningún modo el pillaje, la matanza o la captura de su pueblo, que, por el
contrario, le ha sido concedido para mantenerlo y resguardarlo de sus enemigos; los
pueblos no han sido de ningún modo hechos para los reyes, sino los reyes para los
pueblos”.
Más hacia el sur, en lo que es hoy el territorio de Angola, el pueblo congo utilizó
al cristianismo de la misma forma, tanto contra los misioneros, comprometidos con la
trata, como contra los poderes locales. A comienzos del siglo XVIII, una profetisa de
unos veinte años, Kimpa Vita (conocida también como doña Beatriz), lanzó una
proclama contraria a los argumentos racistas de los negreros y comenzó a difundir un
mensaje igualitario según la cual “en el cielo, no hay blancos ni negros” y “Jesucristo
y otros santos son originarios del Congo, de la raza negra”. Sabemos que este recurso
a lo religioso no ha cesado de acompañar hasta nuestros días en muchas regiones de
Africa las reivindicaciones a favor de la libertad y la igualdad. Tales hechos muestran
que, lejos de ser un fenómeno marginal, la trata se inscribe en el centro de la historia
moderna del Africa y que la resistencia a la trata ha inducido actitudes y prácticas que se
observan aún en la actualidad.
En consecuencia, resulta necesario desconfiar de las impresiones heredadas de la
propaganda abolicionista que mantienen ciertas formas de conmemorar la abolición de
la esclavitud. El deseo de libertad y la propia libertad no llegaron a los africanos del
exterior, de los filósofos iluministas, de los agitadores abolicionistas o del
5

humanitarismo republicano; surgieron del propio impulso de las sociedades africanas.


Por otra parte, desde fines del siglo XVIII, en los países costeros del Golfo de Guinea,
fue posible encontrar comerciantes mayoritariamente enriquecidos por la trata que
tomaron distancia de este tráfico y enviaron a sus hijos a Gran Bretaña para que se
formaran en las ciencias y oficios útiles para el desarrollo del comercio. Es por ello que
las sociedades africanas a lo largo del siglo XIX no tuvieron problema de responder
positivamente a las nuevas demandas de Europa industrial, convertida al “comercio
legítimo” de los productos de la tierra y en adelante hostil a la trata, convertida en
“tráfico ilícito” y “comercio vergonzoso”.
Sin embargo, esta Africa era totalmente diferente de aquélla que los europeos
habían encontrado a fines del siglo XV. Como ha tratado de mostrarlo el historiador
trinidense Walter Rodney, como consecuencia de la trata, Africa había sido sumergida
en un camino peligroso y se encontraba absolutamente subdesarrollada 6 . En tales
circunstancias, el racismo originado en el período negrero encontró la ocasión de
renovarse. En efecto, el discurso de los europeos sobre Africa llevaba ahora al
“arcaísmo”, al “atraso”, al “salvajismo” del continente. Cargado de juicios de valor,
en lo sucesivo pondría a Occidente como modelo. No se atribuían los trastornos y la
regresión de Africa a los procesos históricos reales, en los cuales Europa había jugado
un papel, sino a la “naturaleza” innata de los africanos. El colonialismo y el
imperialismo nacientes podían así disfrazarse con los atuendos del humanitarismo y de
los pretendidos “deberes” de las “civilizaciones superiores” y de las “razas
superiores”. Los estados que habían sido negreros no hablaban más que de liberar al
Africa de los “árabes” esclavistas y de los potentados negros, también esclavistas.
Una vez que la torta africana fue repartida, las potencias coloniales, con el
pretexto de no cambiar bruscamente el curso de las cosas y de respetar las costumbres
“indígenas”, se cuidaron de abolir efectivamente las estructuras esclavistas que habían
encontrado. La esclavitud persistió por lo tanto en el interior del sistema colonial, como
lo mostraron las encuestas realizadas por iniciativa de la Sociedad de las Naciones
(SDN) entre las dos guerras mundiales 7 . Para empeorar las cosas, a los efectos de hacer
funcionar la maquinaria económica, crearon una nueva esclavitud, bajo la forma de
trabajo forzado: “Sin importar el nombre con el que pretendamos enmascararlo, el
trabajo forzado es de hecho y legalmente la esclavitud restablecida y estimulada” 8 .
Más aún, continuando con el caso francés, fue en el interior de Africa donde nació el
deseo de libertad. ¿No es acaso a los africanos elegidos, Félix Houphouët-Boigny y
Léopold Sédar Senghor a la cabeza, que se debe la abolición del trabajo forzado en
1946, recién en 1946?

6
Walter Rodney, How Europe Underdeveloped Africa, Bogle-L’Ouverture, Londres, 1972.
7
Claude Meillassoux, L’Esclavage en Afrique précoloniale, François Maspero, París, 1975.
8
Carta de los diputados franceses al ministro de las colonias, 22 de febrero de 1946.

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