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Bleichmar - llopresti,+PONENCIA - 251 - Almagro,+María+Florencia - 23

Este documento discute la necesidad de revisar los fundamentos de la psicopatología para evitar la despatologización y la medicalización excesiva. Argumenta que el diagnóstico es importante dentro del psicoanálisis cuando se basa en un análisis metapsicológico y no se usa para imponer etiquetas o normalizar. Propone explorar críticamente los conceptos freudianos y posfreudianos a través de la práctica y el contexto histórico para renovar la teoría sin perder la esen

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Este documento discute la necesidad de revisar los fundamentos de la psicopatología para evitar la despatologización y la medicalización excesiva. Argumenta que el diagnóstico es importante dentro del psicoanálisis cuando se basa en un análisis metapsicológico y no se usa para imponer etiquetas o normalizar. Propone explorar críticamente los conceptos freudianos y posfreudianos a través de la práctica y el contexto histórico para renovar la teoría sin perder la esen

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ISSN 1853-0354 www.revistas.unc.edu.ar/index.

php/aifp

Año 2020, Vol. 5, N°6, 206-224

No Hay Despatologización Sin Revisión De Los


Fundamentos De La Psicopatología
Almagro, María Florencia.1
1
Universidad Nacional De La Plata. Facultad De Psicología. Cátedra Psicología Clínica De Niños Y
Adolescentes. La Plata, Argentina.

Palabras claves Resumen


PSICOPATOLOGÍA El objetivo de este trabajo se orienta a reflexionar sobre algunas de las dimensiones que
atraviesan a la práctica psicoanalítica, específicamente en relación a los modos del
FUNDAMENTOS PSICOANALÍTICOS diagnóstico y al ordenamiento de la psicopatología. Dar cuenta de la complejidad que
circunscribe el diagnóstico en términos metapsicológicos y, de este modo, establecer
DIAGNÓSTICO
una suerte de distingo con relación a los discursos ideológicos sobre la patología, la
salud, la normalidad y las prácticas, dado que esta temática se localiza en un punto de
entrecruzamiento de discursos donde se pueden identificar representaciones que no
son psicoanalíticas en sentido metapsicológico, sino enunciados ideológicos que en
Información de Contacto
muchos casos llegan a abolir la necesidad de establecer un diagnóstico, presuponiendo
que este reproduce las lógicas imperantes en la producción de subjetividad en una
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sociedad y que por tanto legitima las modalidades de normalización que el imaginario
social impone. Por el contrario, este trabajo se propone recuperar la fecundidad del
diagnóstico entendido como una operatoria al interior de la propia práctica
psicoanalítica, que posibilita despejar las incidencias ideológicas siempre y cuando parta
del procesamiento metapsicológico de los fenómenos psicopatológicos. Se intentará
mostrar de qué manera el diagnóstico constituye en gran medida la única posibilidad
para una orientación de la cura. Desde una lectura problemática, crítica e histórica de la
obra freudiana y de algunos autores posfreudianos se pretende producir un trabajo del
Psicoanálisis. En términos metodológicos proponemos las siguientes herramientas
epistemológicas con las cuales realizar este trabajo de revisión de los fundamentos: 1)
poner a prueba la coherencia argumentativa de las teorías, 2) corroborarlas con la
práctica, 3) explorar el contexto de producción de los conceptos, 4) dar cuenta de los
problemas no resueltos de la práctica que motivan la articulación de respuestas
conceptuales.

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1. Introducción

Muchas consideraciones se han ido planteando en los últimos años respecto a la tendencia
a la patologización del padecimiento humano, principalmente la denuncia -que claramente
compartimos-, a la tendencia a la biologización y medicalización con la que se pretende interpretar
y abordar las diversas formas de presentación del sufrimiento en niños, niñas, adolescentes y
adultos. Problemática insoslayable de la cuestión del diagnóstico.

Indudablemente el diagnóstico es un instrumento que está atravesado por líneas de


poder, y allí donde deviene una forma de reificación por parte de los profesionales, puede
convertirse en una operatoria de poder que luego termina esterilizando las vías de desarrollo de la
práctica.

Por tal motivo, consideramos imprescindible avanzar en la revisión epistemológica y


ontológica de las disciplinas, teorías y saberes que intervienen en el campo de la Salud Mental de
manera de poder estar a la altura de los cambios culturales y sociales que inciden en las
problemáticas humanas que pretendemos modificar. Vigilancia epistemológica con la que se
deberían regular los riesgos de "colonización" que la construcción de todo conocimiento puede
atravesar por parte del proyecto elaborado por el campo social y sus ideologías dominantes en
cada momento histórico (Bachelard, 2000; Aulagnier, 1980).

El objetivo de este trabajo se orienta a reflexionar sobre algunas de las dimensiones que
atraviesan a la práctica psicoanalítica, específicamente en relación a los modos del diagnóstico y al
ordenamiento de la psicopatología. Dar cuenta de la complejidad que circunscribe el diagnóstico
en términos metapsicológicos y, de este modo, establecer una suerte de distingo con relación a los
discursos ideológicos sobre la patología, la salud, la normalidad y las prácticas, dado que esta
temática se localiza en un punto de entrecruzamiento de discursos donde se pueden identificar
representaciones que no son psicoanalíticas en sentido metapsicológico, sino enunciados
ideológicos que en muchos casos llegan a abolir la necesidad de establecer un diagnóstico,
presuponiendo que este reproduce las lógicas imperantes en la producción de subjetividad en una
sociedad y que por tanto legitima las modalidades de normalización que el imaginario social
impone. Planteo sostenido en gran medida desde una crítica foucaultiana, legítima cuando se
analizan los efectos políticos de las prácticas, pero que termina proponiendo que no habría que
diagnosticar para no legitimar el discurso ideológico que normaliza o anormaliza a determinados
sujetos. O a la inversa, dado que el diagnóstico tiene este carácter, todo diagnóstico es siempre la
imposición de un rótulo, la instrumentación de un etiquetamiento, o un encorsetamiento del
funcionamiento psíquico.

Por el contrario, este trabajo se propone recuperar la fecundidad del diagnóstico


entendido como una operatoria al interior de la propia práctica psicoanalítica, que posibilita
despejar las incidencias ideológicas siempre y cuando parta del procesamiento metapsicológico de

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los fenómenos psicopatológicos. Se intentará mostrar de qué manera el diagnóstico constituye en


gran medida la única posibilidad para una orientación de la cura; en resumen, desideologizar al
diagnóstico para reinscribirlo al interior de las coordenadas de la metapsicología. Lo cual no
implica que no consideremos necesario debatir los discursos ideológicos sobre los diagnósticos,
sino no confundir ese debate con la anulación de la existencia del hecho psicopatológico en sí.

En este sentido, ha sido un eje central del legado de psicoanalistas como Jean Laplanche y
Silvia Bleichmar -sobre los que se apuntalará este escrito- la enseñanza respecto a que no hay
forma de poner a trabajar de manera rigurosa las problemáticas psicoanalíticas si no es revisando
los fundamentos, identificando los impasses y las contradicciones de los edificios teóricos al punto
de testear los grados de coherencia de los enunciados conceptuales, pero siempre en correlación
con la puesta a prueba con la práctica en sus alcances transformadores del objeto sobre el que se
pretende operar. Retornar sobre los fundamentos para renovarlos y poder repercutir en la
práctica. De este modo es una propuesta que no sólo tiene incidencias en la clínica, sino también
de una raigambre ética crucial.

Una lectura problemática, crítica e histórica de la obra freudiana y de todos los autores
posfreudianos. posibilita un verdadero trabajo del Psicoanálisis. El Psicoanálisis es una teoría en
tensión, abierta a revisión y volcada a una tarea de pensar cada momento histórico, pero no para
degradarse en un relativismo empobrecedor sino para rescatar la vigencia de los grandes núcleos
de verdad que conserva el descubrimiento freudiano.

En términos metodológicos proponemos las siguientes herramientas epistemológicas con


las cuales realizar este trabajo de revisión de los fundamentos: 1) poner a prueba la coherencia
argumentativa de las teorías, 2) corroborarlas con la práctica, 3) explorar el contexto de
producción de los conceptos, 4) dar cuenta de los problemas no resueltos de la práctica que
motivan la articulación de respuestas conceptuales. Cuestiones centrales a tener en cuenta si se
decide abandonar el uso de ciertas categorías y/o reemplazarlas por otras nociones, sin
contemplar los fenómenos que quedan sin explicación.

El propósito de este trabajo es, por tanto, dejar sentadas algunas coordenadas históricas y
epistemológicas que permitan visualizar y problematizar el estado de situación en el que se
encuentra la psicopatología psicoanalítica, en pos de generar la apertura de un ordenamiento más
fecundo.

2. El campo de la psicopatología: tensiones y controversias

Deviene una exigencia de todo modelo teórico-clínico apoyarse sobre el horizonte de


problemas de su tiempo. El abordaje de las problemáticas de la subjetividad contemporánea no
resulta fecundo si se lo desliga de las condiciones sociales, políticas, económicas y tecnológicas
propias de nuestro momento histórico. Sin embargo, estas necesarias variables de análisis resultan
insuficientes, o pueden llevar a explicaciones sociologicistas, si no se las articula con los aspectos

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invariables de la constitución del psiquismo, universales que se definen desde el campo específico
del psicoanálisis (Bleichmar, 2009).

Como lo plantea S. Bleichmar (2007), la psicopatología constituye un ordenamiento de las


formas con las cuales el psiquismo se hace cargo del sufrimiento psíquico. Las psicopatologías son
dominancias respecto a los modos con los cuales se estructuran en los sujetos las formas de
dominio del sufrimiento psíquico. Idea presente ya desde los comienzos en Freud (1896) al afirmar
que la psiconeurosis es defensiva, es decir que el funcionamiento psíquico se produce en pos de
organizar una defensa.

Otro punto clave a señalar alude a que todo ordenamiento de la psicopatología produce
un recorte del campo, y de este modo ofrece al mismo tiempo un modelo de su organización. Si
nos centramos en los

comienzos del Psicoanálisis, se pueden relevar los diferentes momentos en los que Freud
fue definiendo reordenamientos psicopatológicos y cómo fue arribando a ello.

El primer propósito fue diferenciar las parálisis motrices orgánicas de las parálisis
histéricas, basándose en la distinción entre una causalidad ligada a una lesión orgánica, de
aquellas otras ligadas a un orden representacional y de cantidad de afecto no tramitado que
determinaban el síntoma histérico (Freud, 1993). Distinción clave en pos de no interpretar un
síntoma neurológico desde el punto de vista psicoanalítico, es decir, de dilucidar cuáles eran las
patologías a las cuales se podía aplicar el método. Su concepción dualista lo llevaba a desestimar la
idea groddeckiana de que el síntoma neurológico fuera producto de una fantasía.

Entre 1894-1897, Freud estableció la diferencia entre las neurosis actuales y las
psiconeurosis de defensa, cuyo sentido era delimitar cuáles podían ser trabajadas con un tipo de
modelo clínico y cuáles no. Mientras las neurosis actuales tenían una causación mecánica, las
psiconeurosis remitían a patologías cuya etiología estaba biológicamente instruida, no en el
sentido de que la biología instruye, sino a que la memoria se constituye a través de engramas
mnémicos que tienen lugar en los sistemas de neuronas (Freud, 1950), lo que hoy formularíamos
como lo relativo a los modos de inscripción de lo histórico. Nuevamente el motivo de esta
clasificación consistió en evaluar la adecuación del método. Si la psiconeurosis era una neurosis de
defensa en donde ha habido una fijación al traumatismo, el develamiento de esos contenidos
representacionales y cargas libidinales era a lo que debía apuntar el método analítico.

Otro hito de reordenamiento psicopatológico lo encontramos en 1914 con Introducción


del narcisismo, en donde Freud distingue, dentro de las psiconeurosis de defensa, entre neurosis
narcisísticas y neurosis de transferencia. Nuevamente el interés es clínico, interno al psicoanálisis.
Las neurosis narcisísticas, dice Freud, no son analizables porque son incapaces de transferir,
mientras que las neurosis de transferencia sí lo son. Desde los parámetros internos del paradigma
se define el cuadro, es decir, la neurosis de transferencia es impensable para una teoría que no

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considere que hay un modo de funcionamiento psíquico que se caracteriza por desplazamientos,
modos de organizaciones libidinales entre otros ejes. La introducción de la noción de narcisismo y
de transferencia reconfiguran el campo y la organización de la psicopatología.

A partir del 24, con el texto Neurosis y psicosis, las neurosis narcisísticas se dividen en
neurosis narcisísticas propiamente dichas y psicosis caracterizada por el conflicto entre el yo y la
realidad.

Se vislumbran posteriormente intentos gnoseográficos parciales, por ejemplo la idea de la


escisión del yo en el proceso defensivo (Freud, 1940), donde se clasifica a la perversión definida por
la escisión con carácter renegatorio. A partir de lo cual Lacan (1984) más tarde trabaja sobre los
tres mecanismos de defensa: represión (Verdrangung), renegación (Verleunung) y el
repudio/forclusión (Verwervung), como parámetro ordenador de las estructuras psicopatológicas,
modelo en el que encontraremos virtudes y limitaciones.

A partir de este breve recorrido por la obra de partida intentamos mostrar que para Freud
la cuestión diagnóstica indagada siempre ha estado al servicio de evaluar las condiciones de
analizabilidad del sujeto, es decir de aplicación del método en función del objeto tal como se lo va
modelizando metapsicológicamente.

2.1. Los modos actuales de percepción de la patología mental.

Se evidencia en la clínica psicoanalítica cómo han ido variando las formas con las cuales se
presentan las consultas en la actualidad, y lo que esto implica respecto a las posibilidades de
analizabilidad. Gran parte de los indicadores psicopatológicos que se presentan no son todos ellos
fenómenos que puedan ser inicialmente absorbibles por el método analítico en sentido estricto.
Se observan problemáticas cuyos psiquismos presentan dificultades para organizar síntomas
simbólicamente logrados, con la capacidad estabilizadora de la economía libidinal que el síntoma
produce. Por el contrario, predominan formas de desregulación del funcionamiento psíquico;
desorganización de los procesos simbólicos o del pensamiento; compulsiones bajo la forma de las
múltiples modalidades del consumo; actuaciones que no tienen el carácter típico de los acting
histéricos, sino que en muchos casos impresionan como pasajes al acto, pasajes a la motilidad con
procesos simultáneos de desimbolización. Sufrimientos que reflejan la sensación del sujeto de
quedar inerme frente a ciertas circunstancias que lo superan, muchas veces donde las defensas
habituales han dejado de operar.

Estos cambios en la subjetividad de la época actual ha suscitado el debate respecto a si se


trata de nuevas patologías o de nuevos modos de presentación sintomática de los desequilibrios
de la economía libidinal de las clásicas estructuras psicopatológicas.

Partimos de la concepción del psiquismo propuesta por S. Bleichmar (1994), entendido


como un aparato abierto al embate de lo real por traumatismo, porque abre la posibilidad de

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pensar que el trabajo clínico se perfila indudablemente de manera diferente cuando estamos
frente a un psiquismo cuyas defensas son insuficientes o están desmanteladas para enfrentar
ciertas circunstancias. Y esto hace por tanto que la delimitación del estatuto metapsicológico de
los fenómenos clínicos sea fundamental a los fines de poder definir el prescriptivo, es decir qué es
lo que debemos hacer, qué tipo de intervención es la apropiada; siendo que en numerosas
oportunidades estamos frente a fenómenos que son rebeldes a la interpretación, es decir, su
estatuto no admite la interpretación como modalidad analítica de abordaje clásico.

J. Laplanche (1990) plantea que en el campo de la teorética es posible identificar dos


planos: el descriptivo (el modelo de la constitución del psiquismo y de sus formas de sufrimiento) y
el prescriptivo (la estrategia clínica, la electividad de las intervenciones que se juegan después en
la práctica). De este modo refiere que para que un prescriptivo, es decir, una intervención tenga
eficacia, es preciso que se den ciertas condiciones del descriptivo, es decir, del tipo de fenómeno
sobre el cual se pretenda operar.
En esta misma dirección profundiza S. Bleichmar (1986, 1993) introduciendo la diferencia
entre síntoma y trastorno, con la finalidad de mostrar sus diferentes estatutos metapsicológicos y
por tanto los abordajes diferenciales. El síntoma es una formación que da cuenta del conflicto
intersistémico, intrapsíquico, formación de compromiso, subrogado efecto de "una rehusada
satisfacción pulsional", donde un sistema goza a expensas del sufrimiento del otro. Los síntomas
no son efecto de la represión, sino del retorno de lo reprimido por sustitución y desplazamiento.
Por el contrario, los trastornos aluden a emergencias patológicas que se producen en tiempos
anteriores a la diferenciación entre los sistemas psíquicos, a la instalación de la represión
originaria -trastornos del sueño, del pensamiento, del aprendizaje, del lenguaje, de la marcha,
psicosomáticas-. No atravesadas por el juego entre el deseo y la defensa, no remiten a fantasmas
específicos, es decir, que no son abordables mediante el acceso a su contenido inconciente por
libre asociación sino por múltiples intervenciones tendientes a un reordenamiento psíquico.

De este modo, no sólo se amplían las herramientas técnicas, sino también los márgenes de
la analizabilidad, incluyendo dentro del tratamiento una serie de fenómenos que inicialmente no
serían analizables en sentido estricto en la medida en que no exigen la interpretación, pero sí son
tratables analíticamente a partir de la posibilidad de elegir entre otro conjunto de intervenciones.
2.2. Influencia del DSM y sus consecuencias

Dos dimensiones han atravesado el campo de la psicopatología desde hace varios años:
por un lado el modo con el cual el DSM ha impregnado con sus definiciones y sus esquemas
clasificatorios el cercamiento de la patología mental. Y por otro lado, la acumulación de
ordenamientos propuestos por las distintas Escuelas psicoanalíticas, con nociones que responden
a distintos marcos teóricos, motivo por el cual no se las puede homologar en sus concepciones de
base. Como mostraremos a continuación, la problemática de las categorías utilizadas no supone
sólo una cuestión de nominación, sino que subyacen profundas divergencias epistémicas,
ideológicas y éticas que inciden en la práctica clínica.

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Los términos con los que se pretende cercar la psicopatología no son inocuos, remiten a
categorías que suponen un recorte de la realidad a partir de modelos con los cuales se piensan los
modos con los que está compuesta y determinada esa realidad. Con esto aludimos a que el uso
expandido de las categorías bipolar, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de espectro autista,
trastorno generalizado del desarrollo, trastorno de hiperactividad con déficit de atención, trastorno
de la alimentación, entre muchas otras, no apunta a dar cuenta de nuevas patologías producto de
la época, sino que intenta definir una etiología de orden neurobiológico y una dilución de las
estructuras productoras de síntomas en el interior de descripciones carentes de toda
determinación psicogenética, a partir de las cuales se prescriben operatorias cortas basadas en
terapias cognitivo-conductual y/o medicación.

Para explorar esta cuestión resulta interesante recuperar una crítica formulada desde
dentro mismo del campo disciplinar de la Psiquiatría, dado que dicha comunidad científica no
presenta un enfoque homogéneo al respecto.

Uno de los autores que ha investigado críticamente la pérdida de la dimensión


antropológica de la tarea de los profesionales de la salud, especialmente en el campo de la
Medicina, ha sido el médico psiquiatra Juan Carlos Stagnaro (2004, 2006). Según sus
consideraciones, la influencia y el poder de la tecnología en las últimas décadas ha empobrecido la
perspectiva humanística de la labor médica. La elaboración de los diagnósticos y las terapéuticas
ha sido reducida a cifras estadísticas y criterios mecanicistas biológicos de normalidad y salud.
Desde su perspectiva señala la existencia de una lucha política al interior de la ciencia, en la que
juegan factores internos y externos que no solamente responden a razones de tipo
epistemológico, sino también a cuestiones ideológicas, económicas y corporativas, que
determinan en cada época el paradigma científico que hegemoniza el período. Identifica en ese
sentido la caída del Estado Benefactor, la mercantilización de los Servicios Médicos y la crisis del
Hospital Público, la precariedad del empleo profesional, el nuevo perfil de los usuarios (ex
pacientes), los intereses de las industrias farmacéutica y de aparatología, influyendo en la
conformación de la currícula de la formación de grado y postgrado y en el ejercicio profesional.
Estado de situación desde el que aventura la afirmación de que el paradigma médico se encuentra
en crisis.

Por otro lado, para este autor, desde el punto de vista epistemológico interno, la
Psiquiatría muestra una carencia de consenso en la comunidad de especialistas respecto del
paradigma psiquiátrico contemporáneo, observándose relaciones cada vez más arbitrarias entre
los gestos técnicos y la capacidad de formalizarlos teóricamente en forma consensuada.

El paradigma dominante hasta los años´70, el de las Grandes


Estructuras Psicopatológicas, surgido de la influencia de las Gestaltehorie, la
lingüística estructural y la neurología globalista y expresado en las corrientes
fenomenológicas (...) en el psicoanálisis y en el órganodinamismo de Henri Ey,

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ha sufrido una desagregación tal, que bien podemos catalogar nuestra


situación actual como de crisis paradigmática, en el sentido en que emplea este
término Thomas Kuhn (2004, p.4).

Hasta ese momento el paradigma dominante era el de las grandes estructuras


psicopatológicas, y el campo de la nosología psiquiátrica estaba, en último término, dividido entre
las neurosis y las psicosis, y todas las formas que provienen de la psiquiatría clásica -psicosis
maníaco depresiva, esquizofrenia, delirios crónicos varios- no eran más que variedades de la
psicosis o variedades de la neurosis. Algo así como la exteriorizacion objetivable de las estructuras
subyacentes que era lo esencial.

La irrupción de los psicofármacos y la progresiva aparición de nuevos constructos clínicos -


toxicomanías, trastornos alimentarios, etc.- entre otros factores, cuestionó la dicotomía
estructural anterior y generó el surgimiento de otras categorías en torno a las cuales se pretende
conformar una nueva propuesta paradigmática, desde la cual se concibe que "la mente es la
expresión orgánica de la actividad del cerebro, por lo que se espera, algún día, alcanzar una
comprensión completa de todas las enfermedades mentales" (Stagnaro, 2004). Estructura de
pensamiento de fuerte cuño neopositivista y reduccionista biológico que se asienta en el siguiente
trípode conceptual:

• Identificación objetiva de los trastornos (síndromes) mentales por vía de una


descripción "a-teórica" (DSM IV)

• Progresiva correlación bi-unívoca entre cada síndrome así descrito y una eventual
fisiopatología cerebral.

• Terapéutica de dicha alteración fisiológica propuesta mediante tratamiento


farmacológico combinado con psicoterapias cognitivas y cognitivo-conductuales.

Siguiendo el planteo de Stagnaro, estos pilares conceptuales no tienden, en su desarrollo,


hacia una mayor coherencia interna, sino que, por el contrario, acumulan anomalías y nuevas
incógnitas de investigación que, por muy fructíferas que prometan ser, sólo constituyen una
probabilidad de nuevos saberes positivos aún por conquistar, y no conocimientos asentados como
para operar con ellos como verdades instrumentales sólidas. Las clasificaciones criteriológicas
tropiezan con la enorme dificultad de dividir en forma categorial conductas que se resisten a ello.
(...) severas dificultades como para que se le adjudique el estatuto de nuevo paradigma dominante
en la Psiquiatría (Stagnaro, 2004)

Se ha confundido al DSM con un manual cuando no constituye más que una propuesta de
clasificación, un gran cuadro sinóptico presentado bajo la forma de libro. Explícitamente, los
autores del DSM han intentado, con el concepto de a-teoricismo, describir exclusivamente y en
forma objetiva los síntomas que observaban. Pero resulta imposible epistemológicamente

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nombrar y describir sin hacer referencia a una teoría; las palabras vehiculizan tomas de posición
filosóficas y científicas. De hecho, el DSM no es una nosografía a-teórica, tal como lo indican las
referencias que se tomaron para su formulación, se refleja una nosografía multi-teórica, ecléctica
(Stagnaro, 2009).

Podríamos preguntarnos, dice Stagnaro, si el fármaco no viene justamente a responder a


lo que plantea Bercherie, en Los Fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber
psiquiátrico, cuando dice que, de alguna manera, la psiquiatría clásica fracasa, o entra en impasse,
porque no puede resolver el tema de la tensión entre la clínica y la etiología. Nosotros podríamos
agregar asimismo que muchas veces el aferramiento a estas categorías y el recurso a la
medicación se pone al servicio de calmar la angustia que produce a los profesionales el encuentro
con el sufrimiento psíquico del otro y el horror ante el vacío de saber.

Cabe señalar el efecto performativo que tienen estas prácticas. En el DSM, por ejemplo, no
aparecen términos como vínculo, relación interpersonal, el término neurosis fue expresamente
eliminado; están anulados todos los significantes que puedan expresar una temporalidad
biográfica del sujeto. Y esto va despojando de subjetividad al diagnóstico, que en su pretensión
objetiva pierde la dimensión de la persona humana, la cosifica (Stagnaro, 2009)

Indudablemente todo esto también interpela fuertemente al psicoanálisis. Siendo la teoría


conjetural de lo psíquico más completa y potente con la que cuenta la cultura occidental en este
momento, sin embargo, como lo advirtió S. Bleichmar (2005), corre riesgo de implosionar por sus
propias contradicciones internas, no tanto por el avance de las neurociencias o de las terapias
alternativas.

Las categorías se ordenan en conceptos y determinan un campo de pertenencia y al


mismo tiempo un campo de acción. Cada categoría diagnóstica define el tipo de intervención que
corresponde. Por ejemplo, hablar de trastornos de la alimentación, dentro de la cual se clasifica a
la anorexia y la bulimia, supone despojar a la psicopatología de los determinantes
representacionales y libidinales en la causalidad de estos sufrimientos, conduciendo por tanto
también a abordajes inadecuados. Reducir la alimentación a su carácter nutricio, supone eliminar
la función de la oralidad y la problemática del deseo, además de elidir la articulación del síntoma a
la estructura de base a la que responde. Es sabido que no es lo mismo una anorexia en una
estructura psicótica determinada por ansiedades psicóticas o por un fantasma de
envenenamiento, que una anorexia histérica relacionada con trastornos del narcisismo que
conducen a la necesidad de contrainvestir masivamente la pulsión oral. Es indispensable
considerar que la producción de subjetividad actual impone la delgadez como modelo de ideal
femenino, sin embargo sigue vigente el conflicto entre el yo ideal y el deseo oral, entre la oralidad
y el yo, entre el narcisismo y el deseo inconciente.

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Otro ejemplo lo encontramos en la nominación de trastornos de la adicción, ¿hasta qué


punto este ordenamiento descriptivo puede considerarse una patología en sí misma? El trastorno
de adicción lo podemos encontrar en pacientes depresivos, en sujetos psicóticos, hasta responder
a cuestiones culturales, como la adicción a la marihuana forma parte de nuestra cultura. Lo central
es por tanto indagar la forma que asume, en qué estructura se inserta esa adicción.

En el mismo sentido, no es lo mismo hablar de bipolar que de maníaco depresivo. Lo


maníaco depresivo responde a una forma de expresión de las representaciones y los afectos, y
está dando cuenta que un ser humano oscila entre la euforia y la depresión como una forma de
manejar sistemas de sentido, conjuntos representacionales; mientras que lo bipolar es un retorno
de los modos biologistas en el interior de la psicopatología.

Luego de este sucinto recorrido, nos proponemos resaltar la vigencia de la determinación


representacional del sufrimiento psíquico, el hecho de que la proveniencia de la materialidad
representacional no es del campo de la delegación de lo somático en lo psíquico, no se reduce a la
biología ni a lo corporal, sino que se instala a partir de la intervención erógena que produce el otro
sobre la cría humana en su indefensión (Laplanche, 1987, 1989). Mundo representacional que no
va a estar al servicio de la resolución de las tensiones de necesidad desde el punto de vista
biológico, sino de la regulación de la economía psíquica.

La determinación del sufrimiento psíquico está constituida por constelaciones de


representaciones, átomos de representación que no necesariamente son del orden de la
subjetividad, representaciones que operan como cosas, y que tienen que ver con la construcción
de sentido, determinando vivencias que deben ser apropiadas por el sujeto de manera significante
para poder transformarse en una experiencia.

Es síntesis, la biología no puede explicar nunca el modo con el que se constituye el sistema
de representaciones ni tampoco el modo en el que se organiza el sufrimiento humano que se abre
siempre no en correlato sino en oposición a la determinación biológica; aunque no se puede
desconocer que para algunas entidades, como en el caso de ciertos autismos, cada vez se plantea
más claramente la existencia de ciertos determinantes biológicos, sin embargo no significa que
esos determinantes sean la variable que va a determinar la emergencia del cuadro sino sólo la
condición de posibilidad de que se instaure.

2.3. Al interior del psicoanálisis: psicopatología despareja y difusa

En función del modo con el que funciona el psicoanálisis, como ciencia en crisis que no
puede organizar paradigmas unificados, se ha ido acumulando un conjunto de cercamientos de los
fenómenos que se caracteriza porque cada Escuela ha seguido avanzando en su denominación de
los modos de resolución del sufrimiento psíquico. Siendo esto más complejo aún dentro de la
psicopatología infantil, no sólo debido a la dificultad para enfrentar los procesos cambiantes que
se despliegan a lo largo de la constitución psíquica del niño, sino también por las diversas

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posiciones metapsicológicas que guardan los analistas respecto a los ordenadores con los cuales
se la pretende cercar.

Descubrimientos sumatorios que responden a distintos modelos teóricos. Sólo por tomar
algunos ejemplos, se puede ver que coexisten los trastornos narcisistas descriptos por H. Kohut
(1989), con las neurosis de transferencia que definió Freud, con la psicosis simbiótica caracterizada
por M. Mahler (1977), con el concepto de barreras autistas de F. Tustin (1997), con la distinción
entre neurosis, psicosis y perversión propuesta por Lacan (1984). Categorías que no aluden a
distintas denominaciones de los mismos cuadros, en la medida en que el cuadro implica no
solamente un modo de concebir su determinación sino también todo un nexo conceptual que lo
define como tal; es decir, no pueden entenderse las formas de las psicosis desde el modelo de
Mahler si no se lo articula con la noción de simbiosis originaria. Del mismo modo, las estructuras
lacanianas se organizan en torno al eje de la circulación del falo y el significante del Nombre del
padre.

En el campo psicoanalítico se pueden visualizar dos tendencias dominantes de explicación


psicopatológica. Una concepción evolutiva, con un determinismo endogenista como el presente no
sólo en la Ego Psychology, sino en Freud mismo, en un texto como Tres Ensayos de teoría sexual,
en donde las fases de la libido se suceden unas a otras como en una suerte de preformado. A
partir del concepto de fijación y del concepto de estadio o fase libidinal, la patología es planteada
como la detención en un estadio; derivando de ello una teoría pendular de la cura que orienta el
trabajo hacia el punto de partida en el cual quedó detenido algo para ponerlo en marcha
nuevamente. Perspectiva hoy insostenible, de la que se deduce que la patología es algo del orden
de lo endógeno disparado, es decir que esa persona, en cualquier circunstancia y bajo cualquier
determinación, podría producir esa patología, y no algo que se construye a partir de la relación del
psiquismo con lo que le llega del exterior.

Si bien esta teoría de la fijación a los estadios impregnó a buena parte del psicoanálisis,
coexistió en sus contradicciones con otras teorías como el kleinismo, que si bien usó el concepto
de fase, lo hizo desde una tendencia más estructuralista, no evolutiva. Las posiciones
esquizoparanoide y depresiva fueron planteadas como posiciones que se pueden alternar, a las
que el sujeto puede volver, pero desde una perspectiva estructural, donde se articula un tipo de
relación de objeto, un tipo de defensa, un tipo de ansiedad, una dominancia del funcionamiento
libidinal, un tipo de fantasma que implica básicamente un modo de funcionamiento psíquico más
integrativo o menos integrativo.

La otra tendencia explicativa de la psicopatología la constituyó la concepción


estructuralista, representada en el modelo de Lacan con las tres entidades -psicosis, perversión y
neurosis-, definidas a partir del eje centrado en torno a la circulación del falo y el significante del
Nombre del padre. Ordenamiento que tuvo la virtud de plantear dominancias estructurales, pero
que acarreó el problema de anular la historia y homogeneizar la estructura alrededor de un solo

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elemento. Desde esta escuela se han planteado estructuras homogéneas, definidas por la
operancia de un sólo mecanismo de defensa, excluyentes de un modo absoluto unas de otras. Por
el contrario, la clínica demuestra que las presentaciones psicopatológicas exceden esa pretensión
taxonómica de armar entidades tan claras y distintas. En el mismo sentido, no permite recoger
todo el conjunto de particularidades que específicamente ofrece la clínica y obliga a un
movimiento de forzamiento de inclusión de los particulares en un universal que no los contiene
necesariamente.

Si bien la noción de estructura sigue cobrando valor para pensar al sujeto psíquico, el
paradigma desde el cual el psicoanálisis introdujo la noción de estructura ha devenido un
obstáculo epistemológico. El estructuralismo es un modelo que tuvo dominancia epistemológica
durante la segunda mitad del siglo XX en todas las disciplinas humanas (Lingüística, Antropología,
Psicoanálisis, Psicología, Semiótica); con la pretensión de leer las estructuras -sean estas míticas,
psíquicas, sociales, psicopatológicas, lingüísticas- desde un modelo universalista, transhistórico,
ahistórico, formalista y transubjetivo.
Dentro del psicoanálisis se ha planteado del mismo modo la estructura como un a priori,
una estructura sin génesis. En ese sentido lo propio de este modelo psicoanalítico es resolver las
anomalías a partir de la producción de hipótesis ad-hoc para evitar la caída del estado de ciencia
normal, siguiendo la perspectiva de Tomas Kuhn. Categorías como psicosis ordinaria, al igual que
la idea de los inclasificables (Tendlarz, 2007), vienen a intentar acomodar aquello que el modelo
no logra resolver: ¿cómo es posible que se presente una psicosis sin ninguno de los requisitos que
definen a ese cuadro? Si se define la estructura a partir de la forclusión del significante primordial
y por tanto se entiende al delirio como una forma de restitución a posteriori, ¿cómo es posible que
haya psicosis en las cuales esos mismos elementos no estén presentes? En lugar de llevar a una
revisión de la noción de estructura, se incluye una hipótesis paralela que opera por sumatoria y de
este modo se atenta contra la propia vitalidad de la teoría. Tratando de mantener la teoría se le
está haciendo perder cierto orden de cientificidad, dado que, como lo ha demostrado Popper,
toda teoría se sostiene siempre que soporte la falsación.
En este tipo de encrucijadas psicoanalíticas es donde S. Bleichmar (2005) plantea la idea
de "sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre", y para ello habría que remover el
obstáculo epistemológico producido por el estructuralismo, sin desmantelar la noción de
estructura.
3. Dominancia estructural. Heterogeneidad de las corrientes psíquicas

Cierto desprecio por la fenomenología del síntoma se puede observar al momento de


explorar las características de la psicopatología que tenemos a disposición en la actualidad. La
superposición de clasificaciones de la semiología psiquiátrica clásica con ordenamientos "intra
corpus" mediante los cuales las diversas escuelas psicoanalíticas han extendido, en un intento
organizador de la clínica, sus diversas perspectivas teóricas, plantea la necesariedad de revisar los
alcances de la teoría de las neurosis. Nociones como "patologías del pseudoself", los "trastornos

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narcisistas de la personalidad", los "pacientes psicosomáticos", "partes psicóticas de la


personalidad", "barreras autistas en pacientes neuróticos", "borderline", "psicosis histérica", son
algunas de las denominaciones con las cuales se sostienen diagnósticos para entidades que en
épocas de Freud se encuadraban perfectamente en el terreno de la neurosis.

Con el objetivo de poner a trabajar la tendencia dominante de diversas perspectivas que


tienden a anteponer "la estructura psíquica" al diagnóstico sintomal, es que S. Bleichmar (1986) se
adentra en el estudio de la represión originaria, mecanismo central fundante de la tópica psíquica,
es decir de la diferencia inter-sistémica en tanto condición de posibilidad del conflicto
intrapsíquico y de las formaciones de compromiso -síntomas, sueños, actos fallidos, olvidos-.

Al resituar el concepto de represión originaria y el lugar de esta en la constitución del


aparato psíquico, lo despoja del carácter mítico que asumía en la teoría freudiana y lo hace circular
bajo una racionalidad nueva. Concebida como un mecanismo real, cercable históricamente en los
tiempos lógicos de constitución del psiquismo, abre una nueva perspectiva para entender la
heterogeneidad de la materialidad psíquica y los modos de simbolización que conforman al
aparato psíquico.
Bleichmar explica que opta por el concepto de represión originaria en lugar de primaria
para plantear que no es algo que remita a los primeros tiempos de la vida, aunque se produzca allí,
sino porque “da origen a”, es un mecanismo real que funda el sistema Icc en diferenciación con el
sistema Precc-Cc. Opción teórica que sustenta en la práctica, en la posibilidad no sólo de fundarse
sino también de recomponerse aún en pacientes que ya no son niños, de rearticularse las
relaciones entre los sistemas psíquicos en muchos casos en los que no se ha instaurado o que ha
caído a causa de estallidos graves.

Si la teoría de la represión es la piedra angular sobre la que reposa en psicoanálisis la


teoría de la neurosis, esto se debe a que está en correlación con el concepto de inconciente, y por
ende, de sujeto escindido, es decir de sujeto en conflicto. De estas premisas es que Freud (1926),
en Inhibición, síntoma y angustia, define al síntoma como "un signo y un sustituto de una
inlograda satisfacción pulsional, un resultado del proceso de la represión" (p. 87), una emergencia
psicopatológica de carácter simbólico.

En resumen, los articuladores conceptuales que permiten definir la noción de neurosis han
sido planteados por Freud: represión, conflicto y el síntoma como una solución psíquica, una
resultante del trabajo espontáneo de recomposición y de reequilibramiento intersistémico, sin
intencionalidad alguna, no dirigido a nadie; premisas freudianas que es crucial seguir sosteniendo.
Sin embargo, no todos los fenómenos psicopatológicos responden a este estatuto
metapsicológico.
En este sentido, la autora considera que no pueden ser considerados síntomas en sentido
estricto todas las manifestaciones patológicas o disruptivas mediante las cuales los seres humanos
manifiestan una tensión sufriente. Denomina trastornos a "aquellas emergencias patológicas que

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se producían en tiempos anteriores a las diferenciaciones entre los sistemas, a la instalación de la


represión originaria" (Bleichmar, 1993a, p. 259).

Trastornos del pensamiento, del aprendizaje, del lenguaje, de la


marcha, que no son efecto de inhibiciones secundarias a un síntoma, no
pueden ser concebidos, salvo en sentido extenso, como "sintomatología";
metapsicológicamente deberemos considerarlos de un orden distinto, no
atravesados por el juego entre el deseo y la defensa, no remitiendo a
fantasmas específicos, en fin, no siendo pasibles de ser resueltos mediante el
acceso a su contenido inconciente por libre asociación sino por múltiples
intervenciones tendientes a un ordenamiento psíquico. (Bleichmar, 1993a, p.
259)

A partir de su premisa teórica que sostiene que el inconciente no es un existente desde los
orígenes, sino efecto de una fundación operada por la represión originaria, una de sus
preocupaciones ha sido diferenciar entre la constitución del inconciente y las inscripciones sobre
las cuales la represión se establece. Es en esta dirección que relata el trabajo con los padres de un
bebé de cinco semanas de vida que presenta un trastorno precoz del sueño.

Se trataría, en realidad, de formular, para los primeros tiempos de la


vida -tiempos en los cuales ya las inscripciones sexualizantes que dan origen a
la pulsión se han instaurado, pero cuya fijación al inconciente aún no se ha
producido porque la represión no opera-, siguiendo los modelos freudianos de
las formas de circulación de la economía libidinal, un Más acá del principio del
placer. (Bleichmar, 1993a, p. 20)

Recuperando el concepto de economía libidinal reubica la cuestión de las pulsiones


sexuales desligadas que funcionan según el principio de energía libre, cuya meta es la pura
descarga aunque nunca alcanzable totalmente dado que la pulsión es inevacuable; elementos
desligados que una vez constituido el yo son hostiles a esta instancia y tienden a desestabilizarlo.
"Los destinos de pulsión son destinos del aparato psíquico. La pulsión tiende a la resolución de su
meta; son los diques que a ello se oponen los que van generando las transformaciones que operan
en la constitución psíquica" (Bleichmar, 1993a, p. 268).

Entre el proceso primario y libre y el proceso secundario y ligado existen, según esta
autora, formas intermedias y pasajes posibles. La introducción de un "más acá del principio del
placer" tiende a cercar estas modalidades intermedias de la economía libidinal. De este modo
concluye que de lo que se trata en este cachorro humano es de una compulsión de repetición que
intenta una evacuación de la energía, ya que los sistemas de ligazón no se han constituido aún. En
la misma dirección plantea:

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Un niño que tiene alteradas las relaciones témporo-espaciales, que


posee una rigidización motriz que dificulta el manejo del lápiz para la escritura -
no padeciendo, por otra parte, ningún tipo de lesión orgánica-, no tiene "un
síntoma para el aprendizaje", sino un trastorno en la constitución de su aparato
psíquico que se relaciona con una perturbación en la instalación de la tópica
psíquica, la cual da origen a las relaciones témporo-espaciales que el yo
instaura (...) Del mismo modo, ¿pueden ser realmente considerados "síntomas"
una enuresis o una encopresis primaria desde el punto de vista psicoanalítico?
El hecho de que un sistema (el inconciente) goce a expensas del sufrimiento de
otro sistema (el preconciente, el yo) es la regla de la formación de síntomas.
(Bleichmar, 1993a, pp. 259-260)

De estas consideraciones metapsicológicas, la autora también deja abierta la posibilidad


de que ciertas inscripciones, efecto de traumatismos severos, no logren el estatuto de
"inconcientes" y queden libradas a una circulación amenazante por la tópica psíquica cuya
estabilidad ponen en riesgo, dando lugar a trastornos, en razón de que por su imposibilidad de
entrar en formaciones de compromiso, transaccionales, no permiten la formación de síntomas en
sentido estricto (Bleichmar, 1993a).

Es indudable que la categoría de trastorno pueda extenderse a


múltiples formaciones psicopatológicas que no se reducen a aquellas de la
primera infancia. Emergencias psicosomáticas, modos de contrainvestimiento
compulsivo (...), formas de emergencia de angustia masiva que no logran una
resimbolización que les permitiera fobizarse, no pueden, en sentido estricto,
ser concebidas como síntomas. (Bleichmar, 1993b, p. 489)

El hecho de que la represión opere de manera individual, tal como lo formulara Freud, da
lugar a considerar que no todas las representaciones tendrán necesariamente el mismo destino al
interior del psiquismo; por lo cual toda la psicopatología freudiana de la neurosis se basa en la idea
de diferentes corrientes de la vida psíquica. Como señalábamos anteriormente, ha sido el
estructuralismo el que introduce la idea de la dominancia del modo defensivo y en función de ello,
la organización de una homogeneidad estructural.
Ahora bien, en el marco de la polémica en torno al determinismo estructuralista en los
años 90, S. Bleichmar acuña la noción de dominancia estructural, dado que la idea de un
determinismo a ultranza, tornaba absolutamente paralizante la posibilidad de instrumentar un
proceso de transformación clínico.
Trabajar desde este modelo implica varias cosas: En primer lugar, cada vez que se plantea
un diagnóstico en términos de estructura se lo realiza en base al modo de funcionamiento que
gobierna globalmente a la estructura, pero no excluye la posibilidad de que otras corrientes de la
vida anímica puedan no ser homogéneas a esa dominancia estructural. Esto abre la posibilidad de
encontrar dentro de unas neurosis fenómenos psicopatológicos no neuróticos en sentido estricto;

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por lo cual se torna fundamental poder advertir el nivel de prescriptivo que corresponde respecto
de esos fenómenos. Pensar en términos de dominancia estructural implica por un lado pensar en
una dimensión metapsicológica, cómo uno piensa el psiquismo, su constitución y su modo de
funcionamiento; pero también supone una dimensión clínica porque determina las formas de
intervención del prescriptivo. Como lo fundamentó Freud desde los orígenes, el método debe
estar siempre subordinado al objeto.

En segundo lugar, tiene que ver con reconocer que existe heterogeneidad de los niveles de
simbolización, es decir que no toda materialidad psíquica se encuentra articulada en los mismos
términos o pertenece al mismo régimen de organización representacional. Hablar de dominancia
de la estructura alude al modo con el cual se articulan los conjuntos de representaciones en
relación a formas de organización predominantes, pero implica también que pueden coexistir
distintas corrientes psíquicas en un mismo sujeto, pero en un estrato más secundario. Por lo cual
es sumamente importante no anudar previamente la aparición del "síntoma" a la estructura sino
explorar qué lugar ocupa dentro de la dominancia estructural.

4. Consideraciones finales
Despejar las anomalías del paradigma psicoanalítico poniendo a trabajar sus fundamentos
creemos que es la vía más fecunda para contrarrestar la tendencia a la patologización pregnante
en el campo de la salud mental. La cura no se produce por añadidura, sino que está en el eje
mismo de la práctica psicoanalítica. Pretender aliviar el sufrimiento de una amplia gama de sujetos
cuya compleja humanidad se ve amenazada por los modos de descomposición que el contexto
socio-económico impone, coloca al psicoanálisis en un lugar central, pero no por ello sin riesgos,
como el de agotarse en un circuito de formulaciones carentes de respuesta, de enunciados vacuos
que circulan sin sostenerse más que en una realidad discursiva que no enraíza en lo histórico-
vivencial.

Concebir un psiquismo abierto a lo real y sometido al après-coup (Laplanche, 1989;


Bleichmar,1994) conlleva poder analizar el impacto de lo real traumático y sus desenlaces en el
sujeto psíquico. Sin embargo, resulta central concebir la idea de que entre aquello que ingresa del
exterior y aquello que aparece como producción psíquica hay un procesamiento tal que le da su
especificidad y singularidad a las formas con las que los seres humanos organizan su relación con
los sufrimientos que experimentan.

La psicopatología no es el resultado del embate del inconciente, sino de la relación que


existe entre los modos con los cuales se definen las representaciones ideativas del yo respecto al
inconciente y respecto a su relación con lo real, y los modos con los que se plantean la
incorporación de valores del superyó. En la medida en que la sociedad produce constantemente
destinos pulsionales diferentes, es inevitable que la psicopatología se modifique. De manera que
el sentido de trabajar este campo, es generar mejores condiciones para pensar nuestra clínica.

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Desde el modelo que proponemos, la estructura es el resultado de un proceso de génesis,


y de una génesis no mítica, sino histórica y real; determinada por una pluricausalidad, sólo
componible a posteriori. Esto abre todo un campo de intervenciones posibles que amplía de un
modo extraordinario al propio psicoanálisis y a las herramientas que tenemos como intervención.
No se puede empezar una operatoria de trabajo psicoanalítico si no se define el campo de
pertenencia del fenómeno que se pretende abordar. La definición del método para abarcar
entidades neuróticas y no neuróticas, requiere de un modelo que permita conceptualizar los
momentos estructurales con los que nos encontramos, y a partir de allí, evaluar si lo adecuado es
el método de la interpretación o el método de la construcción o el método del reordenamiento de
las representaciones o el método de la resubjetivación. Esto dependerá, por supuesto, no del
diagnóstico en el sentido de etiquetamiento sino de la comprensión metapsicológica que lleva a
los dominios estructurales y sus heterogeneidades simbólicas.

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