Derecho Procesal de Familia. Editado
Derecho Procesal de Familia. Editado
GOZAÍNI
Introducción
Cuando se indica por vez primera, Colección Fallos de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación Argentina, tomo (volumen de la colección) y folio (número de página), en lo
sucesivo queda como nota: Fallos: 323:233 (siendo el primer número el tomo y el
siguiente la página donde se encuentra.
Tardó mucho tiempo el mundo en darle a cada uno lo que era suyo. Proclama que
era propia en el derecho romano y que tanto Gaius como Modestino le dieron vida eterna
al explicarlo en sus “institutas”. De a poco y muy lentamente se fueron aislando los
vínculos de la dependencia para ir hacia las autonomías personales. Nadie tenía derechos
propios sino derivados de aquellas situaciones donde la injusticia fuera evidente. El
reclamo por lo justo fue un permiso, y la representación quedó en manos de aquellos que
sabían de leyes y razones.
El siglo XIII encontraba en “Las Partidas” esta idea afirmando que […]
“de mejor condición es el varón que la mujer en muchas cosas, y en muchas maneras”
[…], inclusive, para determinar en un parto de mellizos cuál habría nacido primero, pues
“Nacen a las vegadas dos criaturas de una vez del viente de alguna muger e contece que
es dubta qual dellas nace primero; e dezimos, que si el uno es varon, e el otro fembra,
que devemos entender que el varon salio primero, pues que non se puede averiguar el
contrario”.
De este modo simple sucede el llamado reflexivo que había hecho la Declaración
de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño reclamando una protección especial; lo
mismo continuó con la Declaración de los Derechos del Niño adoptada por la Asamblea
1
Cfr. Sánchez Vicente, María Pilar, La condición juridica de la mujer a través de las Partidas, tesis
doctoral, Oviedo (España), 1985.
General de la ONU, el 20 de noviembre de 1959, (reconocida asimismo en la Declaración
Universal de Derechos Humanos de 1948), que proclamó la necesidad de actuar
enfatizando el interés superior subyacente; al igual que estaba en el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos (en particular, en los artículos 23 y 24), y en el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (especialmente, en el
artículo 10). El pensamiento global fue que el niño sería tal hasta los dieciocho (18) años,
y que recién allí tendría capacidad procesal suficiente para poder representarse a sí
mismo, al lograr madurez suficiente y tener la posibilidad concreta de asumir deberes,
cargas y obligaciones emergentes del litigio judicial.
5. En esta obra queremos tratar esa evolución que transita hasta llegar a encontrar
ciertas garantías mínimas que se formulan como principios.
Osvaldo A. Gozaíni
CAPÍTULO I
HISTORIA DE LA DESIGUALDAD
1.1 En tiempos remotos los derechos se pensaron para los hombres que ejercían
dominio y poder, porque la justicia como sistema de resolución de conflictos entre
personas se alojaba en cuestiones de convivencia o de intereses. El hombre, como
portador del poder hegemónico, perseguía que sus provechos y utilidades, quedaran
protegidos con sus acciones en lugar de razonar sobre derechos.
Los demás integrantes de la sociedad, como los menores de edad y las mujeres,
tuvieron una función social de trabajo y asistencia al hombre, que lejos de ser tratados
con la igualdad, eran sujetos con derechos diluidos o subordinados.
2
La Declaración de Ginebra se basa en el trabajo del médico polaco Janusz Korczak, quien se preocupó
por las situaciones ocurridas en la primera guerra mundial que dejó entre sus víctimas a miles de niños.
En el año 1947 se creó el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (conocido como UNICEF) al
cual se le concedió el estatus de organización internacional permanente en 1953. Durante sus inicios, la
UNICEF se centró particularmente en ayudar a las jóvenes víctimas de la Segunda Guerra Mundial,
principalmente a los niños europeos. Sin embargo, en 1953 su mandato alcanzó una dimensión
internacional y comenzó a auxiliar a niños en países en vías de desarrollo. La Organización luego
estableció una serie de programas para que los niños tuvieran acceso a una educación, buena salud, agua
potable y alimentos.
Menores (Reglas de Beijing, 1985), las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las
Medidas No Privativas de la Libertad (Reglas de Tokio, 1990) y las Directrices de las
Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil (Directrices de Riad,
1990).
En este mismo círculo de protección del niño figuran, también, el Convenio 138
y la Recomendación 146 de la Organización Internacional del Trabajo y el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
1.2 En 1959 se vuelve a insistir sobre la noción que afirma que la humanidad le
debe al niño lo mejor que puede darle y ofrecerle. Producto fue la aprobación de una
nueva declaración conteniendo diez (10) principios esenciales:
3
Corte IDH. OC-17/2002 de 28 de agosto de 2002 solicitada por la Comisión IDH, para esclarecer la
“Condición Jurídica y Derechos Humanos del Niño”.
9) El derecho a la protección contra cualquier forma de abandono, crueldad y
explotación.
Artículo 1°: Para los efectos de la presente Convención, se entiende por niño todo ser
humano menor de dieciocho años de edad, salvo que, en virtud de la ley que le sea
aplicable, haya alcanzado antes la mayoría de edad.
La Convención sobre los derechos del niño trajo otra innovación en el artículo 9.2
que estableció el derecho a ser oído en los procesos donde se estuvieran disputando
intereses del menor […]
1. Los Estados Partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio
propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al
4
A los fines de explicar el sentido procesal que tienen estos comentarios, unificamos por cuestiones de
redacción el concepto de menor con el de niño, niña, menores y adolescentes; a sabiendas que la
tendencia es sustituir al “menor” por el “niño”, que es el verdadero sujeto de derechos, para sustraerlo
de su condición de objeto, resabio de una concepción que solo tiende a legislar acerca de la incapacidad
que rige respecto de los menores de veintiún (21) años y soslaya otras consideraciones igualmente
importantes que se refieren a aspectos de la personalidad con miras a su desarrollo desde un concepto
exhaustivo y de mayor alcance (Cfr. Beloff, Mary A., “No hay menores en la calle”, en Revista No hay
Derecho, N° 6, Buenos Aires, 1992.
niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y
madurez del niño.
2. Con tal fin, se dará en particular al niño oportunidad de ser escuchado, en todo
procedimiento judicial o administrativo que afecte al niño, ya sea directamente o por
medio de un representante o de un órgano apropiado, en consonancia con las normas de
procedimiento de la ley nacional.
Recuérdese que el artículo 2° dispuso que la Convención sobre los Derechos del
Niño fuera de aplicación obligatoria en las condiciones de su vigencia, en todo acto,
decisión o medida administrativa, judicial o de cualquier naturaleza que se adopte
respecto de las personas hasta los dieciocho (18) años de edad.
Y en orden a cuanto interesa remarcar, el párrafo final acentuó que las niñas, niños
o adolescentes tienen derecho a ser oídos y atendidos cualquiera sea la forma en que se
manifiesten, en todos los ámbitos.
2.1 Así como a los menores de edad se les fue acordando autonomía para actuar
con su propia voluntad, y en consonancia con la madurez que pudieran acreditar; también
a las mujeres se les fueron dando, paulatinamente, mejores estándares de vida e
independencia.
«Esta revolución solo tendrá efecto cuando todas las mujeres sean totalmente conscientes
de su deplorable condición, y de los derechos que han perdido en la sociedad». La
Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana repasa los diecisiete (17)
artículos de los derechos del hombre punto por punto, y se ha descrito como una parodia
del documento original.
Este documento fue vital para comparar situaciones de notoria injusticia. Por
ejemplo, la mujer era igualada con el hombre en los deberes y obligaciones fiscales; en
el castigo o represión por delitos cometidos; en las obligaciones de respeto a la autoridad;
pero, en cambio, no se le acordaron derechos a la educación; estaba oprimida sexualmente
y considerada un verdadero objeto del hogar; no tenían posibilidad alguna de
oportunidades personales, entre muchas más inequidades.
El examen por separado era una práctica por la que una mujer casada que quisiera
vender alguna de sus propiedades debía ser examinada por un magistrado sin la presencia
de su marido, y en la que se le preguntaba si estaba recibiendo presiones de su esposo
para que firmara el documento.
2.3 No es este el lugar para hacer la historia evolutiva y progresiva de los derechos
de la mujer, porque debiéramos observar muchos frenos y contrapesos socio económicos
que las privaron de derechos más prontos. Por eso, una de las primeras voces conjuntas
se elevó desde la “Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer” que, en el año
1947, poco después de ser creada las Naciones Unidas, provovcaron con su influencia
que las mujeres tuvieran una dependencia en la organización (más tarde se convertiría en
la División para el Adelanto de la Mujer, dependiente de la Secretaría de las Naciones
Unidas).
La tarea fue ardua y constante; desde entonces hasta el año 1962 la Comisión se
centró en establecer normas y formular convenciones internacionales que proponían
cambiar las leyes discriminatorias y aumentaran la sensibilización mundial sobre las
cuestiones de la mujer (a ellas se debe la oposición que en la Declaración Universal
figurase la referencia a los hombres con sinónimo de derechos de la humanidad).
Así llegamos, en afán de sintesis, y para concretar los principios que después
articularemos, a la “Convención sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer” (1979), con su protocolo facultativo de 1999, de gran
incidencia en la temática a explorar.
Desde otra perspectiva, significa generar una justicia de rostro más humano que,
bajo el manto de la justicia de protección, y sin perder en tiempo alguno la imparcialidad,
quiere un activismo judicial atento a las diferencias para centrar el nivel adecuado de
atención. Con estas acciones positivas todos deben actuar en favor de la igualdad, aunque
es posible que se encuentren numerosas manifestaciones de igualar a los iguales
manteniendo la desigualdad entre los desiguales.
3.2 A finales del siglo XVIII, producto del pensamiento ilustrado, la igualdad será
-junto con la libertad y la fraternidad- el estandarte de la Revolución francesa y estará
puesta como principio en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789. Aquí se anuncia que la libertad es innata al ser humano, porque todos nacen libres
e iguales, sin que puedan prevalecer privilegios o discriminaciones. Se trata de una
igualdad pura y simple, que en el mundo jurídico refiere a una igualdad concreta ante la
ley.
Pero al mismo tiempo es una igualdad declamada que no concilia con la realidad
mundana cuya vigencia plena se pone en dudas. Un claro ejemplo de cuanto se afirma es
el derecho de niños y mujeres; de enfermos y ancianos; de pobres y desventajados, donde
la equivalencia legal no concilia con la igualación real.
Por eso es que muchos afirman que la igualdad es una garantía que exige más que
palabras, porque de así mantenerse, vuelca su naturaleza en el terreno de los principios,
quedando a expensas de la interpretación y de la voluntad política.
3.3 La garantía de igualdad es una prédica que tiene objetivos concretos. Que no
se establezcan excepciones o privilegios que excluyan a unos de lo que se concede a otros
en idénticas circunstancias, mas no impide que la legislación contemple en forma
diferente situaciones que considere distintas, cuando la discriminación no es arbitraria, ni
responde a un propósito de hostilidad contra determinados individuos o clase de personas,
ni encierra un indebido favor o privilegio, personal o de grupo.
Este patrón de conducta es el que debemos tratar en este libro, toda vez que el
derecho procesal considera al principio de igualdad dentro de un concepto comparativo
de oportunidades por el cual, las partes que litigan, deben tener las mismas posibilidades
de ser oído, de actuar y controlar al otro, de recurrir y de tantos actos más que se dan para
ambos como si fuesen iguales por acreditar la condición de parte
Las directivas que emanan del Convenio 156 de la OIT y de los tratados internacionales
sobre derechos humanos consagran innegablemente la igualdad de derechos de hombres
y mujeres frente a las responsabilidades familiares; más aún, imponen a los Estados
nacionales la obligación de adoptar medidas adecuadas que permitan erradicar el
perimido patrón socio cultural que pone exclusivamente a cargo de las mujeres las tareas
domésticas y la crianza de los hijos, por lo cual es evidente que para cumplir con tal
cometido el Estado debe facilitar, incentivar y apoyar la participación de los hombres en
esas tareas y una imprescindible medida de facilitación y apoyo al efecto es la de
protegerlos de la discriminación laboral de la que puedan ser objeto a la hora de asumir,
en pie de igualdad con las mujeres, los compromisos propios del ámbito doméstico y
también lo es la de promover servicios comunitarios que les permitan desempeñar un
empleo sin conflicto entre sus responsabilidades familiares y profesionales (Voto de los
jueces Maqueda y Lorenzetti)5.
3.4 No obstante, no es la igualdad el punto de partida, sino, antes bien, una garantía
inequívoca que se debe sumar a un cuadro preliminar de derechos, aquellos que hoy son
prioritarios en las decisiones judiciales, como resultan los temas de violencia familiar; las
cuestiones de género que progresivamente se van aislando como categorías transversales;
la necesidad de participar con perspectivas diversas en las decisiones que afecten a las
mujeres, cualquiera fuese su percepción sobre la identidad sexual; y así hasta llegar a la
“Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” (1993) todas ellas
dando lugar a tratados y convenciones especializadas, de las que surgen algunos
principios esenciales como:
Los romanos tenían varias acepciones de la palabra familia: 1º) Reunión de personas bajo
la potestad de un jefe, llamado pater-familias. Aquí la familia aparecía compuesta por el
5
Colección Fallos de la CS, 344 p. 3011 (en adelante citadao como Fallos: 344:3011).
padre (el jefe), la madre, los hijos y los esclavos. La autoridad se reservaba al jefe y éste
podía inclusive vender o matar a su hijo. También esto se dio en Grecia. Se ha visto en la
familia, así, un factor político; 2º) Personas unidas por el vínculo civil de la agnación,
que podía ser descendencia paterna o la adopción; 3) Igualmente, designaba la cognatio
o parentesco natural entre las personas que descendían unas de otras o de un autor común.
Incluía la affinitas o afinidad; 4º) O de manera restringida, significaba el domus, o
personas bajo un mismo techo; 5º) Y, además, llamábase familia al patrimonio de un
romano. Este sentido comprende un factor económico6.
Una visión restrictiva caracteriza a la familia a partir del matrimonio formal, con
las relaciones paterno filiales donde tiene prioridad centrar el núcleo de protección en la
pareja y sus hijos. Matrimonio, filiación y parentesco estructuran los componentes de la
familia. Sin embargo, las relaciones humanas han generado nuevos vínculos y ampliado
la prole con hijos llegados de matrimonios anteriores, dando lugar a la familia
ensamblada; claro está que, de aceptarse la disolución del vínculo legal, o la separación
de parejas articuladas que tuvieron hijos propios, para constituir cualquiera de ellos una
nueva relación con persona del mismo sexo o de otro (vínculo solemne), la protección no
cambia, pues en todos los casos, habrá “familia”.
A los fines de verificar, en consecuencia, cuáles son las familias que se deben
tutelar con los nuevos principios, reviste especial interés cobijar el concepto de familia
con una mirada abarcadora de las nuevas integraciones que hacen al respeto completo de
los derechos humanos y sus diversidades.
6
Parra Benítez, Jorge, Manual de Derecho Civil. Personas v Familia. Bogotá: Temis. 1990 (2ª edición),
p. 30.
7
Beloff, Mary, Convención Americana sobre Derechos Humanos comentada, comentario al artículo
17. Christian Steiner – Patricia Uribe (coordinadores), Kondar Adenauer – Suprema Corte de los
Estados Unidos Mexicanos; Bogotá, 2014, p. 389.
4.2 Esta perspectiva es la que tiene la Corte IDH, destacando dos casos testigos
de esa puesta de atención singular. Por un lado en el caso Atala Riffo vs. Chile, donde se
trataba de la union de personas del mismo sexo, el tribunal sostuvo que […]
Y en el caso Forneron vs. Argentina, donde no había relación formal previa, sino
el derecho de un padre biológico a conocer y tomar contacto con su hija, destacó que el
disfrute mutuo de la convivencia entre padres e hijos constituye un elemento fundamental
en la vida de familia. Dejó de lado así el modelo estereotipado de familia en relación con
el rol y funciones de los padres dentro de ella, para acordar que estas ideas preconcebidas
reposan sobre el rol de un hombre y una mujer en cuanto a determinadas funciones o
procesos reproductivos, respecto a la maternidad y paternidad, y precisó que nada indica
que las familias monoparentales no puedan brindar cuidado, sustento y cariño a los niños9.
8
Corte IDH, Caso Atala Riffo y niñas vs. Chile. Sentencia de 24 de febrero de 2012 (Fondo,
Reparaciones y Costas), Serie C Nº 239, párrafo 142. Aquí se cita la Opinión Consultiva OC-17/02,
nota 122, párrs. 69 y 70. Ver asimismo: T.E.D.H., Caso Keegan vs. Irlanda, (No. 16969/90), Sentencia
de 26 de mayo de 1994, párr. 44, y Caso Kroon y otros vs. Países Bajos, (No. 18535/91), Sentencia de
27 de octubre de 1994, párr. 30.
9
Corte IDH, Caso Fornerón e hija vs. Argentina. Sentencia de 27 de abril de 2012 (Fondo, Reparaciones
y Costas); Serie C Nº 242, párrafo 94. Cfr. Beloff, comentario al artículo 17 CADH, cit., p. 391.
Cuando existieran diversos conceptos de familia dentro de un Estado, ‘nuclear’ y
‘extendida’, debería precisarse la existencia de esos diversos conceptos de familia, con
indicación del grado de protección de una y otra. En vista de la existencia de diversos
tipos de familia, como las de parejas que no han contraído matrimonio y sus hijos y las
familias monoparentales, los Estados Partes deberían también indicar en qué medida la
legislación y las prácticas nacionales reconocen y protegen a esos tipos de familia y a sus
miembros. Sin perjuicio de ello, el artículo 17 de la CADH debiera interpretarse con un
criterio amplio que incluya a todas las personas que componen la familia, tal como se
entienda ésta en la sociedad del Estado Parte de que se trate10.
10
Cfr. Beloff, ob. cit., p. 394.
CAPÍTULO II
1. Tratados y Convenciones
Estos son avances importantes que van alineando la igualdad de la mujer en los
derechos al bienestar, a la educación, al trabajo, y, en general a que tenga servicios
sociales de apoyo necesarios para permitir que los padres combinen las obligaciones para
con la familia con las responsabilidades del trabajo y la participación en la vida pública,
especialmente mediante el fomento de la creación y desarrollo de una red de servicios
destinados al cuidado de los niños.
La manda del art. 12.1 es clara: “Los Estados Partes adoptarán todas las medidas
apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la esfera de la atención
médica a fin de asegurar, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres, el acceso
a servicios de atención médica, inclusive los que se refieren a la planificación de la
familia”. Lo mismo se resguarda con la protección económica, y los problemas especiales
que tiene la mujer rural, destacando el importante papel que desempeña en la
supervivencia económica de su familia, incluido su trabajo en los sectores no monetarios
de la economía.
1.4 La Convención sobre los derechos del niño, reconoce la dignidad intrínseca
que significa respetar estos derechos, que se deben aplicar en forma igualitaria e
inalienable a todos los miembros de la familia humana. Se ratifica que la familia es un
grupo fundamental de la sociedad, y el medio natural para el crecimiento y el bienestar
de todos sus miembros, y en particular de los niños. Ellos han de recibir la protección y
asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de la
comunidad.
Artículo 10 1. De conformidad con la obligación que incumbe a los Estados Partes a tenor
de lo dispuesto en el párrafo 1º del artículo 9, toda solicitud hecha por un niño o por sus
padres para entrar en un Estado Parte o para salir de él a los efectos de la reunión de la
familia será atendida por los Estados Partes de manera positiva, humanitaria y expeditiva.
Los Estados Partes garantizarán, además, que la presentación de tal petición no traerá
consecuencias desfavorables para los peticionarios ni para sus familiares.
1.5 Tan amplio es el espectro alcanzado para los derechos de la familia, que están
también en la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos
o Degradantes, que considera necesario fomentar la visita familiar al preso o detenido
como un fin de evitar que se manifiesten con la omisión, algunas de las consecuencias
que la convención quiere prevenir.
4. Los Estados Partes deben tomar medidas apropiadas para asegurar la igualdad de
derechos y la adecuada equivalencia de responsabilidades de los cónyuges en cuanto al
matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del mismo. En caso de
disolución, se adoptarán disposiciones que aseguren la protección necesaria de los hijos,
sobre la base única del interés y conveniencia de ellos.
5. La ley debe reconocer iguales derechos tanto a los hijos nacidos fuera de matrimonio
como a los nacidos dentro del mismo.
El marco acota los derechos a constituir una familia a partir del matrimonio libre
y consentido, sin discriminaciones de tipo alguno, y dando equivalencia de
responsabilidades a cada cónyuge o integrante de la pareja, debiendo ellos y el Estado
Parte, asegurar que en caso de disolución, los hijos queden protegidos sobre la base única
del interés y conveniencia de ellos.
2.2 Sin embargo, es una idea que los demás cuerpos normativos ampliaron, y que
la propia Corte IDH al nominar las declaraciones, tratados y convenciones que forman
parte del Corpus Iuris Interamericano, admiten que sobre ellos se pueda hacer control de
convencionalidad, dando lugar así al reconocimiento de varios tipos de familias, que no
solo quedan constituidas por la unión convivencial, o por el cuidado y desarrollo de los
niños pequeños (agrupados en el concepto de familia nuclear, o de familias ampliadas),
dando lugar a nuevas modalidades que se han de respetar con las mismas garantías y
derechos.
Esa diversidad significa que, para que exista una familia, la prole no es un
elemento imprescindible, sino eventual aunque intrínseco, donde los allegados directos e
indirectos, tengan o no relación parental, amplían notoriamente el tamaño de la familia,
las funciones que cumple cada uno en esa integración, y las responsabilidades que entre
ellos se genera.
En el caso Familia Pacheco Tineo vs. Estado Plurinacional de Bolivia el tribunal
internacional aclaró este alcance global, al decir que […]
El corpus iuris debe servir para definir el contenido y los alcances de las obligaciones
que ha asumido el Estado cuando se analizan los derechos de las niñas y los niños. Al
respecto, los niños y las niñas son titulares de los derechos establecidos en la Convención
Americana, además de contar con las medidas especiales de protección contempladas en
su artículo 19, las cuales deben ser definidas según las circunstancias particulares de cada
caso concreto. La adopción de medidas especiales para la protección del niño corresponde
tanto al Estado como a la familia, la comunidad y la sociedad a la que aquél pertenece11.
El problema fue que los padres habían sido expulsados por el Estado Peruano que
los acusó por terrorismo, requiriendo los afectados que Bolivia los recibiera en condición
de refugiados, calidad que no le fue conferida a los hijos, alegando que eran derechos
personalísimos.
La situacion procesal fue bien dirimida por la Corte IDH que dividió en dos las
etapas a resolver. Por un lado, cuando el solicitante de la condición de refugiado es una
niña o un niño, los principios contenidos en la Convención sobre Derechos del Niño
deben orientar tanto los aspectos sustantivos como procedimentales de la determinación
de la solicitud. Así, cuando son solicitantes, los niños, niñas o adolescentes, deben gozar
de garantías procedimentales específicas y probatorias para garantizar que justas
decisiones sean tomadas en la determinación de sus solicitudes para la condición de
refugiado, lo cual requiere de un desarrollo e integración de procedimientos apropiados
y seguros para los menores y un ambiente que les genere confianza en todas las etapas
del proceso de asilo.
Sin embargo, esas no son las situaciones que se resuelven, porqué de cuanto se
trata es de ver si la familia puede quedar aislada (desintegrada) a causa de una
interpretación legal.
11
Caso Familia Pacheco Tineo vs. Estado Plurinacional de Bolivia. Sentencia de 25 de noviembre de
2013 (Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas); Serie C Nº 272, párrafo 217.
niño (artículos 12 y 22), disponen que exista en el derecho interno una protección especial
que asegure con igualdad los derechos reconocidos, dando cuenta así que, en todo
procedimiento se debe oír al interesado, darle protagonismo efectivo para la defensa de
los intereses particulares, y para que puedan influir con su pensamiento en la decisión a
tomar.
La familia a la que toda niña y niño tiene derecho es, principalmente, a su familia
biológica, incluyendo a los familiares más cercanos, la cual debe brindar la protección a
la niña y al niño y, a su vez, debe ser objeto primordial de medidas de protección por
parte del Estado. No obstante, la Corte recuerda que no existe un modelo único de familia.
Por ello, la definición de familia no debe restringirse por la noción tradicional de una
pareja y sus hijos, pues también pueden ser titulares del derecho a la vida familiar otros
parientes, como los tíos, primos y abuelos, para enumerar sólo algunos miembros posibles
de la familia extensa, siempre que tengan lazos cercanos personales. Además, en muchas
familias las personas a cargo de la atención, el cuidado y el desarrollo de una niña o niño
en forma legal o habitual no son los padres biológicos.
Más aún, en el contexto migratorio, los “lazos familiares” pueden haberse constituido
entre personas que no necesariamente sean jurídicamente parientes, máxime cuando, en
lo que respecta a niñas y niños, no han contado o convivido con sus padres en tales
procesos. Es por ello que el Estado tiene la obligación de determinar en cada caso la
12
Corte IDH. Caso Familia Pacheco Tineo vs. Estado Plurinacional de Bolivia, cit., párrafo 219.
constitución del núcleo familiar de la niña o del niño. Por consiguiente, en el desarrollo
de la presente consulta en el marco de la situación de las personas migrantes, la Corte
utilizará en un sentido amplio el término progenitores de la niña o del niño empleado en
la consulta formulada a la Corte, comprendiendo en él a quienes efectivamente
constituyen parte de la familia de la niña o del niño y, por lo tanto, son titulares de la
protección a la familia acordada en los artículos 17 de la Convención y VI de la
Declaración Americana.
En igual sentido, el Comité de los Derechos del Niño ha sostenido que “el término familia
debe interpretarse en un sentido amplio que incluya a los padres biológicos, adoptivos o
de acogida o, en su caso, a los miembros de la familia ampliada o la comunidad, según
establezca la costumbre local”, de conformidad con el artículo 5 de la Convención sobre
los Derechos del Niño, y que las previsiones del artículo 9 relativo a la separación de las
niñas y los niños de los progenitores, es aplicable a cualquier persona que tenga el
derecho de custodia, los tutores legales o habituales, los padres adoptivos y las personas
con las que el niño tenga una relación personal estrecha13.
Los Estados partes de los tratados sobre derechos humanos como es el caso de la CADH,
asumen la obligación internacional de “respetar los derechos y libertades reconocidos en
ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción,
sin discriminación alguna”. Estas obligaciones de respeto y garantía de los derechos
reconocidos en la CADH, se complementa con la obligación internacional específica de
cada Estado, de adoptar las disposiciones necesarias en su derecho interno, para que tales
derechos sean efectivos. En este sentido, de conformidad con la CADH, si en el ejercicio
de esos derechos no estuviere ya garantizado por disposiciones legislativas o de otro
13
Corte IDH. OC-21/14, de 19 de agosto de 2014.
carácter, los Estados partes “se comprometen a adoptar, con arreglo a sus procedimientos
constitucionales y a las disposiciones de esta Convención, las medidas legislativas o de
otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos tales derechos y libertades”.
Estas medidas necesarias para asegurar los derechos convencionales, pueden ser por
tanto de diversa naturaleza, ya sean constitucionales, legislativas, reglamentarias,
administrativas, electorales, judiciales o de cualquier otra, dependiendo del reparto
competencial contenido en las constituciones de cada Estado. Se trata por tanto de una
obligación de resultado, es decir, de “hacer efectivos tales derechos”, que debe emprender
el Estado de buena fe en el marco de sus compromisos internacionales (14).
Con esta perspectiva, la familia se debe proteger con los fundamentos del derecho
internacional, aceptando que el derecho interno se aplica cuando hay un mejor estándar
de protección.
3.2 El problema radica en que las Constituciones, y las leyes internas consagran
la guía del principio de supremacía constitucional, de cuanto se deriva que los jueces
deben resolver caso por caso; interpretar en cada uno la teoría del mejor rendimiento a
los preceptos constitucionales, y en cuestiones no reguladas, regirse por los derechos
implícitos y de cuanto surge del conjunto de derechos fundamentales que se incorporan
cual si fuesen un bloque de constitucionalidad. En consecuencia, entre el control
constitucional local y el control de convencionalidad se puede encontrar un conflicto de
jerarquías y de opiniones eventualmente contrarias.
Es consciente que los jueces y tribunales internos están sujetos al imperio de la ley y, por
ello, están obligados a aplicar las disposiciones vigentes en el ordenamiento jurídico. Pero
cuando un Estado ha ratificado un tratado internacional como la Convención Americana,
sus jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a ella, lo que les
obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la Convención no se vean
mermadas por la aplicación de leyes contrarias a su objeto y fin, y que desde un inicio
14
Ayala Corao, Carlos, Del diálogo jurisprudencial al control de convencionalidad, Biblioteca Porrúa
de Derecho Procesal Constitucional n° 72, Porrúa, México, 2013, ps. 104 y ss.
carecen de efectos jurídicos. En otras palabras, el Poder Judicial debe ejercer una especie
de “control de convencionalidad” entre las normas jurídicas internas que aplican en los
casos concretos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En esta tarea, el
Poder Judicial debe tener en cuenta no solamente el tratado, sino también la interpretación
que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última de la Convención
Americana15.
3.3 La doctrina que emana del control de convencionalidad se debe diferenciar del
control de constitucionalidad, porque si bien es cierto en un primer momento la Corte
IDH sostiene que su actuación es una “especie” de fiscalización sobre el principio de
supremacía, después debió cambiar lo afirmado en la medida que entre una y otra forma
de control, hay diferencias de métodos y sistemas, tanto como los hay en orden a los
derechos que se tutelan.
Una asimetría manifiesta aparece con la mención del destinatario, toda vez que el
control de constitucionalidad es función judicial, mientras que el control de
convencionalidad se dirige a todos los niveles del poder.
Asimismo, se da una nueva controversia cuando se verifican los efectos que tiene
sostener que dicho control de interpretación lo deben hacer todos los jueces, conflicto que
se produce en los Estados que tienen asimetrías en el respeto por las competencias
constitucionales. ¿Qué pasa con el poder de intervención en cuestiones de
convencionalidad donde la contradicción entre una norma local y otra proveniente de la
CADH permitiría declarar la inconvencionalidad?
15
Corte IDH, Caso Almonacid Arellano y otros vs. Chile. Ssentencia de 26 de septiembre de 2006
(Excepciones preliminares, fondo, reparaciones y costas), Serie C N° 154, párr. 124; Corte IDH, Caso
Gelman vs. Uruguay Supervisión de cumplimiento de sentencia; considerando 66.
3.4 Es evidente así, que la oscilación o alternancia en seguir la interpretación de
la CADH por los órganos encargados por el Sistema para cumplir esa misión, pone en
juego la eficacia de la protección general a los derechos humanos.
De lo que se trata es de que haya conformidad entre los actos internos y los
compromisos internacionales contraídos por el Estado, que generan para estos
determinados deberes y reconocen a los individuos ciertos derechos
Por otro lado, en la opinión consultiva OC-21/14 sobre los derechos y garantías de niñas
y niños en el contexto de la migración y/o en necesidad de protección internacional, la
Corte IDH precisó que los diversos órganos del Estado deben realizar el control de
convencionalidad sobre la base de lo que ella señale “en ejercicio de su competencia no
contenciosa o consultiva, la que innegablemente comparte con su competencia
contenciosa el propósito del sistema interamericano de derechos humanos, cual es, ‘la
protección de los derechos fundamentales de los seres humanos’”.
4.1 Lo expuesto en los párrafos anteriores se verifica con total claridad cuando se
confrontan modelos constitucionales y legales que regulan la protección de la familia.
Argentina es un país federal, que tiene veintitrés (23) provincias y un estado autónomo
de similar naturaleza que se conoce como Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde
reside la Capital Federal. Cada provincia tiene su propia Constitución, y leyes propias.
Solo rigen para todos, el Código Penal y el Código Civil y Comercial, conservando cada
provincia el derecho a tener sus propias leyes procesales. Por eso, en una o varias de ellas,
puede la familia quedar regulado por: a) normas constitucionales; b) leyes propias; c)
códigos del niño; d) códigos procesales, sin perjuicio de otras leyes especiales.
4.2 Pongamos un ejemplo práctico para entender las razones de esta comparación.
Un mismo caso se resuelve en forma diferente en Argentina respecto a Panamá. Si un
menor de edad (supongamos 16 años) quisiera hacerse un pearcing (perforación) o un
tatuaje, en Argentina bastaria con no poner en riesgo su vida para hacerlo sin autorización
de los padres; en Panamá, y otros países latinoamericanos, se autoriza a partir de los
dieciocho (18) años sin ningún permiso requerido.
16
Cfr. Manual autoformativo para la aplicación del control de convencionalidad dirigido a operadores
de Justicia. Instituto Interamericano de Derechos Humanos, San José de Costa Rica, 2015, ps. 56 y ss.
menor, genera daños no previstos, en Argentina el niño puede demandar por sí mismo
(art. 26 del Código Civil y Comercial); en Panamá, deberían hacerlo los padres.
Para interpretar las obligaciones del Estado en relación con los menores, además de las
disposiciones de la Convención Americana, la Comisión considera importante acudir, por
referencia, a otros instrumentos internacionales que contienen normas más específicas
con respecto a la protección de la niñez, entre las cuales cabría citar la Convención sobre
los Derechos del Niño, y las diversas Declaraciones de las Naciones Unidas sobre el
tema. Esta integración del sistema regional con el sistema universal de los derechos
humanos, a los efectos de interpretar la Convención, encuentra su fundamento en el
artículo 29 de la Convención Americana y en la práctica reiterada de la Corte y de la
Comisión en esta materia17.
La Corte ha subrayado que el corpus juris sirve para fijar el contenido y los alcances del
artículo 19 de la Convención Americana y es el resultado de la evolución del derecho
internacional de los derechos humanos en materia de niñez que tiene como eje el
reconocimiento de los niños como sujetos de derechos. Tanto la Convención Americana
como la Convención sobre los Derechos del Niño forman parte de un muy
comprensivo corpus juris internacional de protección de los niños que debe servir a esta
Corte para fijar el contenido y los alcances de la disposición general definida en el artículo
19 de la Convención Americana18.
17
CIDH, Informe Nº 41/99, Caso 11.491, Admisibilidad y Fondo, Menores detenidos, Honduras, 10 de
marzo de 1999, párr. 72.
18
Corte IDH. Condición Jurídica y Derechos Humanos del Niño. Opinión Consultiva OC-17/02 de 28
de agosto de 2002. Serie A Nº 17, párrs. 37 y 53; y Caso de los “Niños de la Calle” (Villagrán Morales
y otros) vs. Guatemala. Sentencia de 19 de noviembre de 1999 (Fondo), Serie C Nº 63, párr. 194
entre otras, la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, las Reglas Mínimas de
las Naciones Unidas para la Administración de Justicia de Menores o “Reglas de Beijing”,
las Reglas de las Naciones Unidas sobre las Medidas No Privativas de la Libertad o
“Reglas de Tokio”, las Reglas para la protección de menores privados de la libertad o
“Reglas de La Habana”, o también, las Directrices de las Naciones Unidas para la
Prevención de la Delincuencia Juvenil o “Directrices de Riad”, además de los
instrumentos internacionales sobre derechos humanos de alcance general.
4.4 Esta transformación del marco normativo no supone alterar la soberanía legal
de cada Estado, sino de poner en primer plano uno o varios estándares que surgen de la
interpretación conforme.
19
Portalis, cit. por Bertrand-Mirkovic, Aude, "La femme dans le code civil de 1804", en Chabot, Jean
L. et autres (eds.), Le code civil et les droits de l'homme, Paris, ed. L'Harmattan, 2005, p. 187
20
Kemelmajer de Carlucci, Aida, Las nuevas realidades familiares en el Código Civil y Comercial
argentino de 2014, Revista Jurídica La Ley del 8 de octubre de 2014, ps. 1 y ss..
derecho interno, siempre que ellas puedan aplicarse sin distorsionar la Constitución local,
y aun cuando lo hiciera, queda sobre puesto el deber de armonización interna con el
control de convencionalidad.
Esta faceta nueva tiene explicaciones teóricas, como las que hemos formulado
antes de ahora, al decir que […]
Los derechos humanos se vinculan íntimamente con los derechos constitucionales y con
el derecho procesal. En efecto, tanto los derechos constitucionales clásicamente
dispuestos en dos órdenes bien repartidos entre los que pertenecen a la sociedad como
“garantías”, y los que hacen a la estructura política del Estado; como los derechos
procesales, orientados a dar efectiva tutela o protección a los derechos en crisis,
encontraron en los derechos humanos un espejo donde podían reflejar simetrías. Cuando
las figuras se mostraban diferentes, algo estaba fallando. O el orden interno consagraba
bajo la figura de la supremacía constitucional, derechos y garantías que consideraba
justos, pero en realidad estaban alejados del espíritu superior que ponderan los derechos
igualmente captables “para todos”; o bien, en su caso, el proceso constituía una
representación esquiva con los requerimientos de un nuevo orden social21.
21
Gozaíni, Osvaldo A., El derecho procesal constitucional y los derechos humanos. Vínculos y
autonomías, Instituto de Investigaciones Jurídicas (UNAM), México, 1995, ps. 18 y ss.
22
Corte IDH. Excepciones al Agotamiento de los Recursos Internos (arts. 46.1, 46.2.a y 46.2.b, CADH).
Opinión Consultiva OC-11/90 de 10 de agosto de 1990. Serie A, N° 11, párr. 34.
Como todo parámetro es un indicador que orienta hacia el mejor camino, sin que
ello signifique obligar a una lectura totalmente espejada en el modelo. Sin embargo, fácil
es concluir que, si la predilección es por el uso del derecho interno, lo que vale es el
resultado que produce. En este sentido, si el derecho sufre reducciones, carece de validez
y no puede producir efectos jurídicos. Sin embargo, un Estado puede desarrollar una
interpretación de los derechos humanos, originados en una fuente del derecho
internacional, utilizando para ello su derecho interno, si el resultado de tal interpretación
conduce a una opción mejor.
El principio pro homine es una expresión del artículo 29, inciso b) de la CADH, de
acuerdo con el cual ninguna disposición convencional puede ser interpretada en el sentido
de: “limitar el goce y ejercicio de cualquier derecho o libertad que pueda estar reconocido
de acuerdo con las leyes de cualquiera de los Estados partes, o de acuerdo con otra
convención en que sea parte uno de dichos Estados”. Resulta así que las normas
establecidas en las convenciones de derechos humanos suponen estándares mínimos,
susceptibles de ser ampliados por otras convenciones o bien por la legislación interna.
Aquí el principio tiene dos facetas que no se contradicen. Permite actuar con
activismo ampliando la gama de derechos protegidos, o proclamar algunas restricciones
cuando se trata de limitar o suspender el ejercicio del estándar (v.gr.: en caso de
suspensión o emergencia el sujeto no pierde la posibilidad de tener acceso a dos procesos
constitucionales básicos: amparo y habeas corpus).
Indivisibles son como todos los derechos humanos. Es una característica implícita
en la concepción integral de los derechos, en los que no opera ninguna forma de jerarquía
ni sus violaciones o consecuencias pueden tratarse aisladamente de otras en las que no se
haya actuado en forma directa. Si la integridad se rompe, se afecta la persona como un
todo y no solo una parte de ella.
La indivisibilidad significa que todos los derechos humanos están unidos por un
mismo cuerpo de principios y que todos están situados a un mismo nivel. No hay derechos
humanos más importantes que otros. A su vez, la interdependencia significa que todas las
garantías están conectadas. No puede afectarse un derecho sin afligir otros.
A este respecto, conviene recordar que la Corte señaló en la Opinión Consultiva acerca del
Derecho a la Información sobre la Asistencia Consular en el Marco de las Garantías del
Debido Proceso Legal cuando abordó esta materia desde una perspectiva general, que […]
para alcanzar sus objetivos, el proceso debe reconocer y resolver los factores de desigualdad
real de quienes son llevados ante la justicia. Es así como se atiende el principio de igualdad
ante la ley y los tribunales y a la correlativa prohibición de discriminación. La presencia de
condiciones de desigualdad real obliga a adoptar medidas de compensación que contribuyan
a reducir o eliminar los obstáculos y deficiencias que impidan o reduzcan la defensa eficaz
de los propios intereses. Si no existieran esos medios de compensación, ampliamente
reconocidos en diversas vertientes del procedimiento, difícilmente se podría decir que
quienes se encuentran en condiciones de desventaja disfrutan de un verdadero acceso a la
justicia y se benefician de un debido proceso legal en condiciones de igualdad con quienes
no afrontan esas desventajas.
Es cierto que marcan un camino, pero en éste se encuentran muchos senderos que,
sin variar el punto de llegada, pueden elegir vías alternativas dando cierta flexibilidad al
principio demarcado.
6.2 Como hemos visto, el derecho internacional de los derechos humanos pone en
la familia el centro de vida social, pero no adjetiva más que con la prédica. Se deja en la
ley interna la tutela concreta, haciendo abstracción de los hechos, sistematizando las
acciones y aportando una guía de reglas, principios y valores. A las Constituciones se las
observa como el faro que ilumina el camino, al tiempo que crea el sentido de los deberes.
Por eso tienen más elasticidad y admiten creaciones flexibles donde la supremacía de los
intereses admiten adaptaciones al tiempo y las circunstancias, aunque se sepa de ante
mano que ello será para situaciones de excepción.
De este modo, los códigos procesales limitan absolutamente el rol del juez en el
proceso, elevando por encima de todos los demás principios, al dispositivo según el cual,
el proceso es cosa de partes y sólo éstas tienen interés en el desarrollo y solución del
conflicto. Son los litigantes quienes deben respetar las consignas del procedimiento que,
para ser debido, debía estar emplazado entre partes, en igualdad de condiciones y trato,
reconociendo en el juez el equilibrio de la balanza en esa lucha entre fuerzas opuestas.
Con la aparición de los derechos humanos, el derecho a tener jueces, a ser oído, y
a tener un proceso con todas las garantías, fomentó una evolución notable que, en materia
de familia, fue dando un color especial a principios y presupuestos que se comenzaron a
diferenciar de aquellos contemplados por la teoría del proceso.
a) Acceso a la justicia
a) Dispositivo
b) Oralidad e inmediación
c) Secreto y privacidad
d) Oficiosidad en la dirección, impulso e iniciativa probatoria
e) Buena fe en y con el proceso
f) Derecho a la verdad
g) Colaboración con variaciones en la carga probatoria
h) Plazo razonable
CAPÍTULO III
1. Principios generales
Desde las leyes aparecieron las primeras consignas que antes eran “poco más que
un arte de secretarios”23; ellas afinaron los presupuestos para cumplir con las formas del
procedimiento y sirvieron de fuentes para las reformas procesales que se suscitaron a
fines del siglo XIX y en el curso del siguiente. Por aquella época, en pleno auge del
constitucionalismo, los principios se trasladaron a las Normas Fundamentales.
23
Calamandrei, Piero, Instituciones de Derecho Procesal Civil, Volumen I, trad. Santiago Sentís
Melendo, Ejea, Buenos Aires, 1986, p. 85.
El positivismo que caracterizó toda esta etapa impuso la necesidad del juicio
previo a la condena (nulla poena sine iuditio), el derecho a ser oído (defensa en juicio),
la presunción de inocencia, la inviolabilidad del domicilio y los papeles privados, etc.
Existe una impronta voluntarista del legislador que quiere imprimir su sello en todas las
cualidades que modela para los actos jurídicos, por eso, era común a fines del siglo XVIII
oír que la ley debía ser única, pública y sencilla, precisa y clara, abstracta y general,
garante de la libertad y, sobre todo, expresión de la voluntad esclarecida del príncipe o de
la soberana del pueblo que constituye el instrumento de la razón ilustrada para alcanzar
la justicia y la felicidad de las sociedades24.
1.3 Poco tiempo después, alguna de esas normas dispuestas se entronizaron en las
Constituciones. Es la época de la constitucionalización que promueve un espacio de
derechos y garantías que se consideran inalterables e inmodificables.
Paulatinamente, dice Prieto Sanchís, […] “aquella armonía en apariencia perfecta entre
razón y voluntad, entre ciencia y política, con que se inauguraba la experiencia legislativa
del Estado liberal fue basculando a favor del segundo de los elementos anunciados. Desde
luego, se seguirá postulando el respeto a la ley, pero ya no se apela tanto a la racionalidad
de su contenido cuanto a la autoridad de su origen , el poder político estatal o el espíritu
popular, que en todo caso se resiste a cualquier intento de comprensión científica”26.
24
Cfr. Prieto Sanchís, Luís, Ley, Principios, Derechos, Cuadernos “Bartolomé de las Casas” (Instituto
de Derechos Humanos. Universidad Carlos III de Madrid), Dykinson, Madrid, 1998, p. 15.
25
Voltaire (Francois Marie Arouet), Pensamientos sobre la Administración Pública, en “Opúsculos
satíricos y filosóficos”, Alfaguara, Madrid, 1978, p. 194.
26
Prieto Sanchís, ob. cit., p. 17.
Las leyes y los códigos que se ocuparon de algunos principios procesales sirvieron
de fuente para que las Constituciones siguieran sus preceptos y los fijara definitivamente
en la letra de sus textos, esta vez dándoles la condición de “garantías”. Otros principios
llegaron de algunas reglas, tal como sucedió con el ritual del derecho romano27 que tanto
influyó en el diseño de los procedimientos.
Vale decir, la ley queda como producto del poder constituyente y de la iniciativa
de la administración política. Se transforma en reglamentaria de la orientación que
señalan las constituciones.
El Estado constitucional suple al Estado de derecho, o como dice Alexy, […] “en el
constitucionalismo contemporáneo hay más principios que reglas; más ponderación que
subsunción; más jueces que legislador; y más Constitución que Ley”28 29.
27
La regla, usada preferentemente por los postglosadores, se expresaba en forma de brocárdico, y era
básica para el uso de la retórica. No es solo un destilado de conocimiento antiguo, sino que se transforma
en una verdadera norma aplicable para resolver casos en los que la ratio es similar (Lorenzetti, ob. cit.,
p. 143).
28
Alexy, Robert, El concepto y la validez del Derecho, trad. de J. M. Seña, Gedisa, Barcelona, 1994, p.
160.
29
Apunta Prieto Sanchís que, más principios (constitucionales) que reglas (legales) no significa que la
solución de los conflictos jurídicos pueda ser encomendada en exclusiva a las directivas que emanan de
los genéricos principios fundamentales, sino que éstos han de ser tomados en consideración u que han
de serlo, en primer lugar, para someter a juicio previo la propia validez de las leyes relevantes en el
caso. Más ponderación que subsunción tampoco significa que ésta deje de ser operativa, sino que en
todo caso la aplicación de principios se acomoda a un esquema particular que llamamos ponderación
La interpretación le dio protagonismo a la actuación de los jueces, y en orden a
los principios procesales significó facilitar cierta permeabilidad que eludió la rigidez de
sus preceptos.
1.5 No pasó mucho tiempo para que el juicio de ponderación construyera nuevas
“reglas” (v.gr.: el debate litigioso en base a la lealtad, probidad y buena fe de las partes),
las que regresaron el circuito a las leyes que las establecieron, y a las garantías que se
fijaron.
Los principios surgen de las leyes, es cierto, lo cual significa que sirven o deben
servir para delinear los presupuestos políticos de un ordenamiento procesal; a su vez, las
leyes son producto de su tiempo, por lo que no pueden permanecer invariables evitando
la modernización o la justa transformación. Por su parte, las reglas son cerradas e
inmodificables porque indican como se juega a tal cosa, mientras que los principios son
abiertos porque dependen de muchos imponderables (v.gr.: principio de congruencia).
Como punto de partida debemos estudiar si las “garantías” son inmutables; si los
“principios” son invariables, y si las “reglas” admiten alteraciones.
donde dos criterios en conflicto (v.gr., la libertad de expresión y el derecho al honor…) no se anulan ni
excluyen con carácter general, sino que han de buscar su peso relativo en cada caso mediante un juicio
de razonabilidad o de balance entre argumentos y razones. Más jueces que legislador no representa un
llamamiento a prescindir de la tarea legislativa, que sigue siendo fundamental, sino una invitación al
control de la misma por parte de quienes únicamente pueden hacerlo, que son los jueces. Y finalmente,
como se comprenderá, más Constitución que ley no significa que la primera convierta en superflua a la
segunda, sino sólo que esta última carece de autonomía porque siempre habrá de rendir cuentas ante la
instancia superior de la Constitución” (ob. cit., ps. 35/36).
En el marco de la evolución señalada, el tiempo del positivismo a ultranza evitó
cualquier apartamiento de las normas; con la constitucionalización se privilegió el rigor
de los principios, pero se permitió la interpretación en el caso concreto, dando lugar al
juicio de ponderación30.
El juez pasó a ser el legislador del caso concreto, y su actividad dio lugar a una
jurisprudencia creadora que impactó en las instituciones del proceso. El principio de
preclusión, por ejemplo, quedó revertido para ser resuelto con justicia a pesar del rigor de
su emplazamiento formal31; lo mismo sucedió con la aplicación concreta de otros
principios como el de perentoriedad de los plazos, donde también se sigue la línea de
30
El triunfo de la ponderación sobre la subsunción conduce a la preeminencia del juez. Primero, porque
en sentido estricto la ponderación es algo que puede hacer el juez pero no el legislador: la ley contempla
casos genéricos y no casos concretos, pudiendo establecer reglas favorables a uno u otro de los
principios en eventual conflicto, pero sin desvirtuar a priori ninguno, pues ello equivaldría a la violación
de la Constitución; de manera que el legislador podrá orientar la ponderación del juez, pero, aunque
quiera, por su propia posición carece de facultades para sustituirle en esa labor, determinando la decisión
que proceda a la vista del juego conjunto de los preceptos constitucionales y de las circunstancias del
caso (dado que precisamente no puede tener esa “visión”) (cfr. Prieto Sanchís, ob. cit., p. 41).
31
La Corte nacional argentina debía resolver en el llamado “Caso Colalillo” si, a la fecha del accidente,
la demandada carecía o no del registro habilitante correspondiente, a cuyo fin se había ofrecido como
prueba las constancias del acta policial labrada en la ocasión del accidente, de las que surgía que en el
momento del hecho el conductor “carecía de registro”. El accionante, a su vez, solicitó que se librara
oficio al Intendente municipal de la ciudad de Buenos Aires a fin de que informara si en los registros
de la municipalidad, Dirección General de tránsito de la misma, figuraba extendida la habilitación para
la conducción de vehículos automóviles a nombre de la persona que realmente conducía el vehículo del
actor en el momento del accidente. Reiterado el oficio por falta de contestación del primero, la Dirección
de Tránsito manifestó que había demorado la contestación treinta y siete días con motivo de la búsqueda
realizada en los registros respectivos y que no le era posible informar porque “los padrones y ficheros
de conductores habilitados se llevan por el número de la respectiva licencia y no por el nombre y
apellido de sus titulares”.
La sentencia de primera instancia, haciendo mérito fundamental de que el accionante no había probado
que el conductor tenía registro habilitante en el momento del accidente, desestimó la demanda. Fallo
que la Alzada confirmó.
Al llegar por recurso extraordinario al Alto Tribunal de la nación se dijo: […] “Que el caso presenta
ciertamente características singulares. Y es propia de tales situaciones la obligación de los jueces de
ponderar con mayor rigor la aplicación de los principios jurídicos pertinentes, a fin de no incurrir con
daño para la justicia, en una aplicación sólo mecánica de esos principios” […] “El proceso civil no
puede ser conducido en términos estrictamente formales. No se trata ciertamente del cumplimiento de
ritos caprichosos, sino del desarrollo de procedimientos destinados al establecimiento de la verdad
jurídica objetiva, que es su norte. Que concordantemente con ello la ley procesal vigente dispone que
los jueces tendrán, en cualquier estado del juicio, la facultad de disponer las medidas necesarias para
esclarecer los hechos debatidos. Y tal facultad no puede ser renunciada, en circunstancias en que su
eficacia para la determinación de la verdad sea indudable. En caso contrario la sentencia no sería
aplicación de la ley a los hechos del caso, sino precisamente la frustración ritual de la aplicación de la
ley a los hechos del caso, sino precisamente la frustración ritual de la aplicación del derecho” […] “Que
en el caso de autos, la sentencia que rechaza la demanda omite toda consideración del documento oficial
agregado a fs. 66, por razón de la oportunidad de su incorporación al juicio. Y aún cuando la solución
del pleito puede depender de la existencia y autenticidad de la licencia en cuestión, el fallo se limita a
comprobar la extemporaneidad de su presentación”.
excepción que señalamos; o cuando se interpreta el principio de eventualidad en orden a
la conducta procesal desenvuelta32.
Ahora bien, esa maleabilidad de los instrumentos ¿le permite al juez alterar las
garantías? ¿puede afectar los principios? En su caso ¿podrá cambiar las reglas del juego?.
32
Aun cuando cupiera algún reproche en orden al deber de lealtad, probidad y buena fe, por estimarse
abusivo el concreto ejercicio de la facultad procesal de negar los hechos afirmados en la demanda (en
el caso, se negó que el actor hubiera ascendido al colectivo y obtenido el boleto), tales desconocimientos
quedan obviamente sometidos a la prueba que se produzca. Siendo ello así, atento el principio de
eventualidad no puede entenderse que a raíz de esas negaciones fuera improbable la excepción de
prescripción, identificando el precepto aplicable según la calificación jurídica correspondiente a los
hechos invocados en la demanda (CNCiv., Sala C, 08/10/1991, “Pérez Filimón y otra c. Dadona,
Donato y otro”, DJ, 1992-1-1077). Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Temeridad y malicia en el proceso,
Rubinzal Culzoni, Buenos Aires / Santa Fe, 2002.
33
Díaz, Clemente A., Instituciones de derecho procesal, parte general, cit., p. 213.
En pocas palabras, las garantías son las piezas necesarias para que exista el debido
proceso; si desaparecen o menguan, no hay debido proceso. Por ende, se trata de partes
indispensables de un conjunto; cada una es indispensable para que éste exista y subsista34.
34
Ver el meditado voto de Sergio García Ramírez en la O/C 16/1999 de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, sobre “El Derecho a la Información sobre la Asistencia Consular en el Marco de
las Garantías del Debido Proceso Legal”.
35
Sostiene Couture que la enumeración de los principios que rigen el proceso no puede realizarse de
forma taxativa, porque los principios procesales surgen naturalmente de la ordenación, muchas veces
impensada e imprevisible, de las disposiciones de la ley. Pero la repetición obstinada de una solución
puede brindar al intérprete la posibilidad de extraer de ella un principio. En otras oportunidades, es el
propio legislador el que cree necesario exponer los principios que dominan la estructura de su obra, para
facilitar al intérprete la ordenación adecuada de las soluciones (Couture, Eduardo J., Estudios de
Derecho Procesal Civil, tomo I, Depalma, Buenos Aires, 1979, p. 312).
36
Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Introducción al derecho procesal constitucional, Rubinzal Culzoni,
Buenos Aires / Santa Fe, 2006, p. 256.
2.4 Finalmente, las reglas. Estas trabajan con los sistemas procesales y se adaptan
al modelo o diseño pensado para los procedimientos. Si queda establecida la expresión
escrita en lugar de la oralidad, habrá que cumplir con ella por el principio de legalidad
formal; si impera un orden secuencial para el aporte de los hechos en la causa, el
ofrecimiento de prueba, la producción de la misma, también se deben respetar esas
consignas, sencillamente porque esas son las pautas del trámite.
El quid de las reglas está en asumir si ellas se pueden acordar por las partes (como
en el procedimiento arbitral), o solamente provenir de las normas que las establezcan.
Pero, como dice Díaz, […] “el problema podría invertirse en tanto se establezca que
cualquiera sea su origen las formas procesales deben ser un medio para conseguir la
certeza del derecho; y este predicado impone: fijeza de las formas que tiendan a hacerlas
claras e indiscutibles, sin implicar rigidez formalística; adaptabilidad de las formas, para
conseguir las finalidades propuestas; simplicidad de las formas para evitar el fárrago y la
confusión; y finalmente, rigor formal, en un sentido teleológico-trascendente, para
sancionar el incumplimiento de aquellas cuya violación lesione fundamentalmente el
principio de la audiencia: audiatur et altera pars”37.
3.1 Cuando una garantía deja de aplicarse en el proceso judicial, existe un vicio
que lo nulifica por inconstitucionalidad del acto. Si la transgresión es de algún principio,
la nulidad es la consecuencia, pudiendo agregar una multa como sanción (v.gr.: temeridad
y malicia en el proceso); mientras que el incumplimiento de las reglas provoca solamente
anulación a instancia de parte interesada.
En todas ellas hay un punto de reunión que está en el tiempo de resolver. Allí la
interpretación del vicio se debe colegir en su plenitud, midiendo el perjuicio al debido
proceso.
37
Díaz, Instituciones de derecho procesal, parte general, cit., p. 225.
38
Gozaíni, Osvaldo A., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, tomo I, La Ley, Buenos
Aires, 2006 (2ª ed.), comentarios al art. 172 (ps. 515 y ss.).
Por eso, la iniciativa para declarar la nulidad de los actos procesales no sólo puede
partir de la parte perjudicada, sino también del propio órgano jurisdiccional, salvo que el
vicio esté expresa o tácitamente consentido por los interesados, pues la facultad de
declarar de oficio la nulidad encuentra una valla insuperable en el principio de
convalidación.
4. Diferencias en la interpretación
4.1 La trascendencia, a los fines del vicio que define la nulidad (procesal o
constitucional), es diferente entre las garantías, los principios y las reglas. Hay una
distancia considerable en la calidad de los valores a tutelar que, en los hechos, impacta
en términos metodológicos y estructurales39.
39
En el análisis de la cuestión se pueden adoptar varias corrientes. Una de ellas la denomina Alexy
como “teoría de los principios”. Para el profesor alemán (Universidad de Kiel) la tesis básica consiste
en entender a los derechos fundamentales como principios o mandatos de optimización, que ordenan la
realización de su contenido en la mayor medida posible, en relación con las posibilidades jurídicas y
fácticas. Esta comprensión de los derechos fundamentales implica además la idea de que no existen
derechos absolutos, de que en la vida social es imprescindible cohonestar las exigencias que se derivan
de unos y otros, y que las intervenciones estatales en los mismos son una consecuencia legítima de la
democracia y son válidas mientras respeten el principio de proporcionalidad. De este modo la tesis de
Alexy también tiene profundas implicancias en el ámbito de la interpretación jurídica, pues realza la
función del principio de proporcionalidad, y sobre todo de su tercer subprincipio, la ponderación,
mecanismo que comienza a ocupar un sitio de privilegio en la metodología jurídica, junto a la
subsunción (Introducción de Carlos Bernal Pulido a la obra de Robert Alexy, Tres escritos sobre los
derechos fundamentales y la teoría de los principios, Universidad Externado de Colombia (Serie de
teoría jurídica y filosofía de derecho), nº 28, Bogotá, 2003, p. 15).
“La distinción entre reglas y principios adquiere todo su interés cuando se compara su
distinto modo de entrar en conflicto. La diferencia estribaría en lo siguiente: los principios
<<
poseen una característica que está ausente en las normas, que es su peso>> o
<<
importancia>> y, por ello, cuando dos principios se interfieren o entran en conflicto,
ambos siguen siendo válidos, por más que en el caso concreto se conceda preferencia a
uno de ellos: lo que no ocurre con las reglas, donde no se puede decir que una norma sea
más importante que otra dentro del sistema”40.
La diferencia estructural aparece cuando entre ellas interfieren, pues una garantía
predispone y condiciona; un principio orienta el presupuesto que se quiere preferir, y las
reglas señalan el camino para llegar a esos objetivos.
4.2 Con una visión distinta, el paralelo se puede trazar como lo explica
Zagrebelsky: […]
“Las normas legislativas son prevalentemente reglas, mientras que las normas
constitucionales sobre derechos y sobre la justicia son prevalentemente principios”43.
Veamos como ejemplo, el caso de la garantía procesal que indica los contenidos
del debido proceso. En su dimensión se debe resolver que se quiere obtener con la prueba,
y en la actividad que deben tener quienes se encuentran litigando.
40
Prieto Sanchís, ob. cit., p. 57.
41
Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, Ariel, Barcelona, 1984, p. 78
42
Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentales, trad. de Ernesto Garzón, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1993, p. 89.
43
Zagrebelsky, Gustavo, El derecho dúctil, Trotta, Madrid, 2002 (4ª ed.), p. 109 y ss.
Desde tiempos inmemoriales se debate acerca de cuál es el objeto que tiene la
producción probatoria: ¿buscar la verdad? ¿confirmar una versión? ¿determinar los
hechos y aplicarle el derecho?, en fin, cada argumento tiene fundamentos muy sólidos
que pueden quedar desvinculados del tema que aquí se propone; pero que sirven para
demostrar los principios eventualmente aplicables.
Por su parte las reglas procesales conspiran constantemente con estos objetivos.
Si vemos lo que sucede con la regla de aportación de hechos (enclavado en el principio
de preclusión y oportunidad); en el legalismo formal (presentaciones fuera de término);
en las solemnidades propias del acto (v.gr.: forma de practicar la prueba de absolución de
posiciones; interrogatorio de testigos; puntos de pericia, etc.), todas ellas prefieren el
cumplimiento del rito antes que la realidad conseguida.
Sin embargo, a veces la misma garantía acepta lecturas contrapuestas. Que el juez
sea independiente es una obviedad manifiesta, pero ¿a qué independencia referimos? Que
la justicia sea el resultado de una valoración objetiva que se traduzca en una sentencia
debidamente fundada, tiene igual connotación, no obstante los pesares por decisiones
absurdas, arbitrarias o excesivamente discrecionales. Que la presunción de inocencia sea
un estado que evite la indefensión, es también una seguridad para el justiciable, pero
¿puede ella extenderse como garantía a los procesos no punitivos?
44
Es muy amplia la bibliografía que aborda los problemas de la igualdad en el proceso. Quizás el punto
central consista en determinar los rasgos que representa una razón para el tratamiento igual o desigual;
rasgos que han de ser al mismo tiempo el criterio de la clasificación normativa, esto es, de la condición
de aplicación, y el fundamento de la consecuencia jurídica (Cfr. Calsamiglia, A., Sobre el principio de
igualdad, en El fundamento de los derechos humanos, de Muguerza J. y otros, Debate, Madrid, 1989,
p. 89.
programa de tipo preventivo; una teoría constitucional que no refiere a ningún hecho en
particular, sino a un objetivo a conseguir.
Podemos afirmar así, que los frentes que tiene la independencia judicial son
diversos y complejos y que no se ocupan solamente de la actividad dentro de un
procedimiento. El compromiso con la realidad pone en debate la necesidad de aflorar
nuevas conquistas en la tarea de hacer justicia, porque ello lo demanda el desarrollo
social; y también, porque no, para consagrar un diseño del debido proceso donde el juez
no esté aislado ni inerte45.
En todo caso, la independencia judicial persigue que quien debe actuar como
tercero imparcial no esté vinculado a alguna de las partes en el conflicto; y que pueda
resolver con justicia sin comprometer la objetividad.
5.4 Las demás “garantías del proceso” exponen iguales desequilibrios. La defensa
en juicio se pone a prueba en instituciones novedosas como la tutela de urgencia. El
derecho al juez natural hoy se conforma con la actuación imparcial del órgano preferido.
45
Gozaíni, Osvaldo A., Derecho Procesal Constitucional - Debido Proceso, Rubinzal Culzoni, Buenos
Aires / Santa Fe, 2004, p. 145
A la sentencia fundada en ley le basta la motivación suficiente, y en definitiva, todo hace
ver que en las garantías se alojan valores que constituyen límites a la versatilidad.
46
La Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina sostiene que la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, y, en su caso, la de la Corte Europea de Derechos Humanos,
constituye una pauta muy valiosa para interpretar las disposiciones de la Convención Americana de
Derechos Humanos (disidencia parcial de los doctores Fayt y Petracchi) (CS, 23/11/1995, “Viaña,
Roberto”, La Ley, 1997-E, 1004 [39.764-S]). Al haber ingresado la República Argentina al sistema
interamericano de protección de los derechos humanos, y más aun a partir de la modificación de la
Constitución Nacional en 1994 -Convención Americana sobre Derechos Humanos y art. 75, inc. 22
Constitución Nacional-, la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos constituye
una imprescindible pauta de interpretación, cuya significación, así como la de las directivas de la
Comisión Interamericana, ha sido reconocida reiteradamente por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación (voto del doctor Petracchi) (CS, 21/08/2003, “Videla, Jorge R.”, La Ley, 2003-F, 87).
47
Muchos autores, cuestionan la idea de una decisión correcta porque la consideran racionalista, ya que
nunca se podrá prescindir de ciertas posiciones previas que tienen los jueces basados en sus propias
convicciones. Esta crítica es adecuada desde el punto de vista filosófico, sociológico y aun económico,
pero si se mira el problema desde la perspectiva del destinatario de las normas, resulta necesario
establecer un mínimo de criterios de corrección que limiten la interpretación jurídica meramente
subjetiva o hermética. Ello es esencial para que los ciudadanos tengan una percepción clara de que las
decisiones se basan en la igualdad y en el Estado de Derecho.
Agrupados representan una estructura deontológica pues señalan un “deber ser”,
y tienden a mejorar las instituciones y el funcionamiento pleno del proceso jurisdiccional.
Algunos dirán que es un riesgo muy grande el que se corre, dejando en manos de
la interpretación judicial la plenitud práctica de los principios; sin embargo podría
señalarse que hay prohibiciones expresas (la indefensión total de la parte) enmarcadas
como un derecho fundamental propio del debido proceso, esté o no constitucionalizado
internamente. Existen pautas necesarias que actúan con márgenes de acción (v.gr.: el
principio de congruencia) controlables; y solemnidades o formas que son disponibles para
el juez y las partes con cierta discrecionalidad (v.gr.: objeto; plazos, etc.)50.
48
Opinión que no es compartida por toda la doctrina. El denominado “garantismo”, sostiene en la
palabra de Benabentos que […] “En el mejor desarrollo del proceso civil está interesado el Estado es
algo obvio, y lo es tanto que no ha sido negado por nadie, pero desde esta obviedad no puede llegarse
en el razonamiento posterior a la conclusión de negar la plena aplicación del principio dispositivo en el
proceso civil, pues ello implicaría negar la misma existencia de la naturaleza privada de los derechos
subjetivos materiales en juego” (Benabentos, Omar A., Teoría General Unitaria del Derecho Procesal,
Juris, Rosa-rio, 2001, p. 78). Sobre esta argumentación se agrega que los jueces inspirados en la
publicización en realidad esconden un autoritarismo manifiesto que se hace mucho más evidente en los
procesos penales.
49
En este sentido, Gozaíni, Osvaldo Alfredo, El alcance de la cosa juzgada en los procesos colectivos,
en La Ley, 2005-F, 626); De Los Santos, Mabel A., Algunas pautas para la regulación normativa de
los procesos colectivos, ponencia presentada al XXIII Congreso Nacional de Derecho Procesal,
Mendoza, 2005 (J.A. 2005-IV, 1269). Pellegrini Grinover se refiere a una nueva dimensión del impulso
oficial en esta arena, señalando que aún cuando se bregue por el aumento de los poderes del juez en el
marco del proceso individual, la suma de los poderes atribuidos al juez del proceso colectivo es incon-
mensurablemente mayor. Entre tales poderes destaca la posibilidad de flexibilizar la técnica procesal,
como por ejemplo, en la interpretación del objeto pretendido y de la causa de la pretensión. Asimismo,
al referirse al principio de instrumentalidad de las formas señala que La técnica procesal debe ser vista
siempre al servicio de los fines de la jurisdicción y ser flexibilizada de modo de servir a la solución del
litigio (conf. Pellegrini Grinover, Ada, Derecho Procesal Colectivo, traducción del portugués de
Copani, Juan C., aun sin editar). También destacando expresamente la necesidad de repensar el
principio de congruencia con motivo de los nuevos desafíos planteados frente al conflicto colectivo,
Hitters, Juan Carlos, Alcance de la cosa juzgada en los procesos colectivos, ponencia presentada al
XXIII Congreso Nacional de Derecho Procesal, Mendoza, 2005. Por todos, Verbic, Francisco, Procesos
Colectivos, Astrea, Buenos Aires, 2007.
50
Recordaba Véscovi que […] “Las partes pueden, además, disponer, no solo de los actos procesales,
sino del propio proceso, esto es, de los derechos (sustanciales) planteados a través del mismo; ya sea el
actor desistiendo de su pretensión; el demandado allanándose a la misma, realizando una transacción,
en la cual ambos se hacen concesiones recíprocas o, también, pueden abandonar el proceso sin
7. La adaptación de las reglas, a las garantías y principios
7.1 Hay dos formas de mirar el funcionamiento de las reglas procesales. Una, que
atiende lo estricto y condicionado que emana de ellas, que impide apartarse de lo
determinado por el ordenamiento. Y otra de carácter valorativo que exige observar la
aplicación práctica de la regla para advertir si ella es justa o puramente formal.
Frente a tal criterio se alza la opinión de quienes argumentan que las formas no
convierten a los programas de acción en algo inquebrantable y definitivo que sirvan para
fomentar un parasistema deformante y desnaturalizador del objetivo primordial que es
lograr la eficacia de las instituciones51.
proseguirlo, lo que, pasado un tiempo, produce su caducidad (perención)…” (Véscovi, Enrique, Manual
de derecho procesal, Idea, Montevideo, p. 64.
51
Cfr. Berizonce, Roberto Omar, El proceso civil: Modelo teórico y realidad, en “Derecho Procesal”,
trabajos presentados en el III Congreso Internacional de Derecho Procesal, Lima, 2005, ps. 257 y ss.
del derecho, teniendo en consideración las circunstancias del caso, fácilmente se colige
la posibilidad de su interpretación.
7.3 La versatilidad se puede mostrar con algunos ejemplos. La regla que establece
el derecho de defensa en juicio, permitiría que un litigante use todas las posibilidades que
el código le permita para ejercer legítimamente tal facultad; sin embargo, la actividad
puede resultar abusiva y violentar el principio de moralidad (regla moral en el proceso)52;
también puede ocurrir que una regla sostenga los tiempos del proceso, y que ellos mismos
conspiren con la celeridad y rapidez que pide una garantía (v.gr.: art. 8 Convención
Americana sobre Derechos Humanos respecto al plazo razonable), o con la economía que
requiere un principio; o bien, que se establezca la identificación de litigantes allí donde
el alcance de la cosa juzgada es difuso (v.gr: procesos colectivos).
Es evidente así que hay reglas inalterables, otras que permiten movilidad y algunas
más que necesitan interpretarse para que consigan su eficacia práctica. Con tino se dice
que no hay estándares que sirvan para orientar sobre la preferencia de una regla por sobre
los principios, o viceversa; pero que existen dos orientaciones cardinales que son de
irrestricta vigencia: la igualdad de las partes y la imparcialidad del juzgador53.
Con mayor apertura dice Taruffo que, en la aplicación de principios, el juez tiene un papel
protagónico o creativo que puede ser formador de reglas, de ahí la imperiosa necesidad
52
En nuestra obra “Temeridad y malicia” destacamos algunos ejemplos de ello: 1.- La defensa sostenida
en motivos inocuos o de manifiesta ilegitimidad, conforma un abuso de la jurisdicción toda vez que a
lo único que tiende es a postergar una decisión consabida; 2.- Quien reitera un planteo de recusación
con causa contra el Juez actuante, insistiendo en que existe la causal invocada y que fuera anteriormente
resuelta en forma adversa por la Alzada, demuestra una conducta obstruccionista que persigue un fin
meramente dilatorio, tanto más cuanto se la deduce antojadizamente y con deleznables fundamentos,
que importan una falta contra la autoridad y dignidad del magistrado; razón por la cual, la recusación
debe ser desestimada y calificada de maliciosa; 3.- Cuando la memoria de agravios es técnicamente
inatendible y revela superficialidad y ligereza; 4.- O bien, cuando existe abandono del proceso
evidenciado en la desidia para efectuar las pruebas ofrecidas, indicio de íntima admisión sobre la
insostenibilidad fáctica de la construcción argumental fundamento de la demanda, y a la desatención de
la incomparecencia a la citación personal del juzgador, ocasiones en las cuales los resortes morales de
delicadeza y de pudor hubieran impuesto admitir soluciones simplificadas y expeditivas del conflicto
carente de andamiento, vía procesal económica que de esa manera fue obstruida; 5.- Si el demandado
reconoce la existencia tanto del vínculo jurídico que lo unía al actor como de la deuda, pretendiendo
luego, sin ningún apoyo probatorio que ésta fue saldada. En este aspecto, la malicia estriba en la
utilización arbitraria de los actos procesales en su conjunto y en el empleo de facultades que la ley
otorga a las partes en contraposición con los fines del proceso, obstruyendo su curso y en violación de
los deberes de lealtad, probidad y mala fe.
53
Alvarado Velloso, Adolfo, La imparcialidad judicial y la función del juez en el proceso civil, en
“Proceso Civil. Hacia una nueva justicia civil”, AAVV, coordinada por De la Oliva Santos, Andrés y
Palomo Vélez, Diego Iván, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2007, p. 286
de justificación, pues el ejercicio de ese poder “solo es aceptable si el juez proporciona
una justificación racional de las decisiones adoptadas”54.
En uno y otro caso, aparecen limitaciones propias del camino que se quiere
adoptar. Cuando la garantía es concreta (v.gr.: imparcialidad del juzgador) no es posible
encontrar alternancias en las reglas que lo aplican (v.gr.: causales de excusación)55; si la
trama diseña un ritual determinado, el juez puede alterar ese camino56; y si los principios
trabajan sobre presupuestos lógicos pensados para un modelo determinado, la adaptación
con las exigencias del caso es una potencialidad57.
54
Taruffo, Michelle, La giutificazione delle decisión fondate su standards, en “L´Analisi del
racionamiento giuridico”, dir. Comanducci, P. – Guastini, R., Giappichelli, Torino, 1989, p. 314.
55
Como ha sostenido la Corte Nacional, con la recusación se intenta preservar la imparcialidad
necesaria de los tribunales de justicia, pero a su vez, se intenta evitar que el instituto se transforme en
un medio espurio para apartar a los jueces del conocimiento de la causa que por la norma legal le ha
sido atribuido (CSJ Argentina, 30/04/1996, La Ley, 1998-A, 711). Las partes no pueden crear motivos
de excusación. De lo contrario, se corre el riesgo de que quien pretenda separar al juez natural del
conocimiento del juicio y no lo consiga por medio de la recusación con causa, por no darse ninguno de
los supuestos previstos por el art. 17 del Código Procesal lo obtenga en forma elíptica por la excusación
que él mismo pudiera provocar (Cfr. Gozaìni, Código Procesal Civil y Comercial de la Nacion
comentado, tomo II, cit., p. 366. Sentencia en La Ley 1996-C, 790).
56
En esta línea, afirmamos en nuestro “Derecho Procesal Constitucional - Debido Proceso” (ob. cit.,p
88 y ss.), que la tarea consiste en dar una pauta de conducta cuando la solución del conflicto necesita
eludir alguna regla o pauta del proceso; sea formal (v.gr: un plazo), o sustancial (v.gr.: dar patrones de
cumplimiento en un contrato), y hasta constitucional (v.gr.: extender los alcances de la cosa juzgada a
quienes no han sido partes). La justicia suele presentarse como “de acompañamiento”, donde la razón
de a crisis permite eludir reglas estrictas para alcanzar una solución justa y proyectada al clamor social.
Por ejemplo, se ha dicho que, por debajo de lo que las leyes parecen decir literalmente, es lícito indagar
lo que quieren decir jurídicamente y si bien no cabe prescindir de las palabras de la ley, tampoco hay
que atenerse rigurosamente a ellas cuando una interpretación sistemática así lo requiera, dado que la
misión judicial no se agota con la remisión a su letra, ya que los jueces, en cuanto servidores del derecho
y para la realización de la justicia, no pueden prescindir de la ratio legis y del espíritu de la norma (del
dictamen del Procurador General) (CSJ Argentina, 02/08/1983, “Abal Medina, Juan M.”, ED, 107-165
- Fallos, 305:973).
Lo que se quiere transmitir es que, la primera fuente de inteligencia de la ley es su letra, pero la misión
judicial no se agota con ello, ya que los jueces, en cuanto servidores del derecho para la realización de
la justicia, no pueden prescindir de la intención del legislador y del espíritu de las normas, todo esto, a
su vez, de manera que las conclusiones armonicen con el ordenamiento jurídico restante y con los
principios y garantías de la Constitución Nacional (CSJ Argentina, 19/10/1995, “Dessy, Gustavo G.”,
La Ley, 1996-C, 316, con nota de Isidoro H. Goldenberg - DJ, 1996-2-97). Criterio que se reitera hasta
llegar a concluir que ningún juez puede prescindir de la intención del legislador y del espíritu de la
norma, todo de manera que las conclusiones armonicen con el ordenamiento jurídico restante y con los
principios y garantías de la Constitución Nacional (CSJ Argentina, 27/04/1983, “Perón, Juan D., suc.”,
La Ley, 1983-C, 139).
57
La polaridad es ideológica. Por ejemplo, dice Alvarado Velloso que […] “el mejor intento de hacer
justicia en un caso concreto no puede vulnerar el método mismo de la discusión. De así hacerlo y, a raíz
de ello, un juzgador privilegiare la obtención de la meta por sobre la legitimidad del método, estaría
dando razón postrera a Maquiavelo: el fin justifica los medios” (Alvarado Velloso, Adolfo, La impar-
cialidad judicial y la función del juez en el proceso civil, en “Proceso Civil. Hacia una nueva justicia
civil”, AAVV, coordinada por De la Oliva Santos, Andrés y Palomo Vélez, Diego Iván, Jurídica de
Chile, Santiago, 2007, p. 286).
En esta línea de opciones, dice Falcón que los llamados principios derivados de la
legislación procesal, que constituyen sistemas de organización del procedimiento, en
general no aparecen puros sino combinados. Una cuestión interesante es que los
principios derivados pueden tener más de una variante. Muchos de estos sistemas están
fundados en principios o líneas jurídicas que el legislador pretende imponer, ya sea
porque se funde en ideas principistas o prácticas58.
También Eisner al explicar los principios dice (refiriéndose a dichos sistemas) que ellos
se manifiestan en múltiples formas, que pueden adoptarse para regular el mecanismo
procesal, con el cual se piensa dar a cada uno lo suyo, y son o pueden ser diversas las
orientaciones a que obedecen. Las orientaciones explican los sistemas procesales y,
dentro de esos sistemas, cuáles son las pautas directrices; una vez establecidos se conocen
los principios formativos o rectores del proceso. Estos principios formativos o monitores,
inspiran las soluciones de los códigos y están obsti-nadamente reflejados en cada una de
sus normas59.
Pero esa vinculación aun no es tan explícita en el derecho procesal civil, provo-
cando la discusión que debe resolver si la variación de las reglas conspira con el debido
proceso, o si justamente, para consolidar el debido proceso, es necesario actuar sin el
formalismo ritual60.
58
Falcón, Enrique Manuel, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, Tomo I, Astrea, Buenos
Aires, 2006, ps. 106 y ss.
59
Eisner, Isidoro, Planteos Procesales, La Ley, Buenos Aires, 1984, ps. 47 y ss.
60
No queremos olvidar que las reflexiones provienen de larga data y de los mejores cultores de nuestra
ciencia. Por el caso, el siempre vigente Couture ha dicho […] “El proceso debe ser un proceso idóneo
para el ejercicio de los derechos: lo suficientemente ágil como para no agotar por desaliento al actor y
lo suficientemente seguro como para no angustiar por restricción al demandado. El proceso, que es en
sí mismo sólo un medio de realización de la justicia, viene así a constituirse en un derecho de rango
similar a la justicia misma […]. El juez servil al Poder Ejecutivo no es el que quiere la Constitución; el
juez demagogo no es el juez idóneo que aquélla promete; el juez cuyos fallos son desobedecidos por
los órganos encargados de cumplirlos es todo lo contrario de un juez; el juez sin responsabilidad por
sus errores y culpas no ofrece el mínimo de seguridad que la Constitución anuncia…”(Couture, Eduardo
J., Estudios de Derecho Procesal Civil, Tomo I, Lexis Nexis (4ª ed.), Buenos Aires, 2003, ps. 21/22).
8. Los principios nuevos
8.1 El tramo final de la interpretación sobre los principios procesales tiene otra
hipótesis de trabajo: ¿el proceso judicial es una garantía; un principio (debido proceso),
o una regla (el procedimiento propiamente dicho)?
Es, asimismo, una garantía en el sentido del que hablaba Calamandrei, cuando
indicaba cada una de las garantías que ofrece la actividad jurisdiccional (v.gr.:
observancia de la ley; reintegrar el derecho transgredido; ofrecer certidumbre y seguridad
jurídica; restituir la vigencia del derecho afectado; constituir un estado jurídico; actuar
preventivamente, etc.)61; y los requisitos básicos que consagra el debido proceso.
61
Calamandrei, Instituciones de Derecho Procesal Civil, cit., ps. 141 y ss.
Estas dos facetas se reproducen en la explicación acerca del concepto. Es decir,
se pone de relieve la importancia que tiene la actuación jurisdiccional. Son los jueces
quienes deben preservar las garantías del proceso, y aplicar el principio de razonabilidad
en cada una de las decisiones que adopte.
Con la aparición de los derechos humanos, el derecho al proceso exigió que fuera
con todas las garantías, generando una evolución notable en el concepto. De ser un
proceso legal basado en reglas y principios se pasó al proceso constitucional, con el
agregado de principios y presupuestos que conciliaban en el argumento que, sin garan-
tías procesales efectivas y certeras, no había posibilidad alguna para desarrollar los
derechos fundamentales.
8.3 En los últimos tiempos aparece una nueva corriente que, sin alterar estas
conclusiones, promueve la protección constitucional de los derechos fundamentales de
naturaleza procesal62. No se trata de radicar toda la protección en el “debido proceso”,
sino en un proceso rápido y expedito; o exigiendo un recurso sencillo y rápido, o
cualquier otro recurso efectivo (art. 25, Convención Americana sobre Derechos
Humanos); o un procedimiento preferente y sumario (art. 53.2 Constitución española);
entre otras expresiones de similar o idéntico sentido63.
62
Natarén Nandayapa, Carlos F., La tutela de los derechos fundamentales de naturaleza procesal,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Serie Doctrina Jurídica, nº 358, México, 2006. Carocca
Pérez, Alex, Garantía Constitucional de la defensa procesal, Bosch, Barcelona, 1997. Fiaren Guillén,
Víctor, El procedimiento preferente y sumario y el recurso de amparo, Revista de la Administración
Pública (RAP) nº 89 (1989), entre muchos más.
63
Hay que diferenciar las “garantías judiciales” que porta, por ejemplo, el art. 8 del Pacto de San José
de Costa Rica, de la necesidad de consagrar un recurso especial para la defensa genérica de los derechos
del hombre. En efecto, el artículo 8 no contiene un recurso judicial propiamente dicho, sino el conjunto
de requisitos que deben observarse en las instancias procesales para que pueda hablarse de verdaderas
y propias garantías judiciales según la Convención. Este artículo 8 reconoce el llamado “debido proceso
legal”, que abarca las condiciones que deben cumplirse para asegurar la adecuada defensa de aquellos
cuyos derechos u obligaciones están bajo consideración judicial. La Corte Interamericana ha observado
que la expresión “garantías judiciales”, strictu sensu, se refiere a los medios procesales que “sirven para
proteger, asegurar o hacer valer la titularidad o ejercicio de un derecho […], vale decir, los medios
idóneos para que los derechos y libertades sean efectivos en toda circunstancia.” No obstante, el uso de
la expresión “garantías judiciales” como título del artículo 8 de la Convención Americana ha favorecido
el uso de este término para referirse genéricamente a los distintos requisitos enumerados en dicho
artículo.
El objeto de la hora es resguardar la protección procesal efectiva; el derecho al
amparo; el también denominado “derecho a la jurisdicción”, o el más usado y conocido
como derecho a la tutela judicial efectiva desde el cual, el debido proceso comienza a
integrarse en cada etapa del procedimiento, con exigencias singulares. Por ejemplo,
acceso irrestricto, asistencia legal de confianza e idónea, derecho a ser oído y a probar
con libertad las afirmaciones, solidaridad y compromiso de las partes en la búsqueda de
la verdad, sentencia razonada, derecho a los recursos, a la ejecución de la sentencia o
prestación judicial útil y efectiva, etc.
64
Explica Aragón Reyes que el art. 53.2 de la Constitución española, acota la defensa a los derechos
fundamentales vulnerados por actos de cualquiera de los poderes públicos (o de los particulares) o por
normas con rango inferior a la ley. Sin embargo, la confluencia entre las jurisdicciones constitucional y
ordinaria es total, teniendo, además, la jurisdicción ordinaria un ámbito material más amplio incluso
que el propio Tribunal Constitucional. El recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional no es, pues,
el único, sino sólo el último, remedio de las vulneraciones producidas respectos de los derechos
fundamentales a que se refiere el art. 53.2 CE. Aquí el Tribunal Constitucional y la jurisdicción ordinaria
realizan la misma función, es decir, la actividad jurisdiccional es idéntica y, por ello, cuando en una
Sentencia de amparo se anula una Sentencia judicial es porque ésta última no hizo, debiendo hacerlo,
lo mismo que hace en su Sentencia el Tribunal Constitucional: proteger el derecho. No hay, pues, como
se ha venido diciendo, dos jurisdicciones separadas, una que juzga de la “constitucionalidad” y otra de
la “legalidad”, sino dos jurisdicciones estrechamente relacionadas. Por lo demás, ya el propio Tribunal
Constitucional, desde fecha muy temprana, lo había constatado (como no podía ser de otra manera):
“La distinción entre la jurisdicción constitucional y la ordinaria no puede ser establecida, como a veces
se hace, refiriendo la primera al «plano de la constitucionalidad» y la jurisdicción ordinaria al de la
«simple legalidad», pues la unidad del ordenamiento y la supremacía de la Constitución no toleran la
consideración de ambos planos como si fueran mundos distintos e incomunicables. Ni la jurisdicción
ordinaria puede, al interpretar y aplicar la Ley, olvidar la existencia de la Constitución, ni puede
prescindir la jurisdicción constitucional del análisis crítico de la aplicación que la jurisdicción ordinaria
hace de la Ley cuando tal análisis es necesario para determinar si se ha vulnerado o no alguno de los
derechos fundamentales o libertades públicas cuya salvaguardia le esté encomendada” (STC 50/1984,
FJ3), e incluso, debe añadirse, cuando tal análisis sea necesario para determinar si se ha vulnerado
cualquier otra prescripción constitucional (Aragón Reyes, Manuel, Relaciones Tribunal Constitucional
– Tribunal Supremo, ….).
65
Explica Natarén Nandayapa, siguiendo la línea precursora de Hans Kelsen que integró a los derechos
procesales dentro del grupo de los derechos subjetivos exigibles al ser un reflejo de obligaciones
jurídicas, que […] los derechos fundamentales de naturaleza procesal son derechos subjetivos públicos
que se tienen frente a los órganos jurisdiccionales y que, en consecuencia, configuran un conjunto de
facultades de los ciudadanos frente a los jueces y tribunales. Además, los derechos procesales tienen
una clarísima dimensión objetiva, que hace de ellos unos derechos sensibles diferentes del resto de los
Esta evolución impacta notablemente en el derecho de familia, y respecto al
proceso judicial para solucionar conflictos dentro de ella, los principios procesales
debieron cambiar.
derechos fundamentales (ob. cit., p. 10) […] En efecto, dado que estos derechos se configuran como
facultades que tienen como sujetos pasivos a los tribunales, sólo éstos pueden ser responsables de su
violación; nos encontramos así con que los órganos jurisdiccionales competentes para reparar estas
vulneraciones de derechos siempre revisarán actos de otros órganos jurisdiccionales, razón por la cual
la protección de estos derechos se identifica con el sistema de recursos procesales –lato sensu-, con una
especial incidencia sobre los recursos extraordinarios (p. 12).
CAPÍTULO IV
1. Obligaciones principales
En desarrollo del objeto se contempla como deber del Estado proveer a las familias y a
sus integrantes, herramientas para potenciar sus recursos afectivos, económicos,
culturales, de solidaridad y criterios de autoridad democrática, de manera que los
programas de atención a la familia y a sus miembros prioricen su unidad y la activación
de recursos para que funcione como el instrumento protector por excelencia de sus
integrantes (art. 1 inciso 3º, Ley 1309 del año 2009 reformada en el año 2017) .
Las modernas constituciones han promovido que las garantías fueran codificadas,
dando lugar a numerosos reglamentos de familia cuyos principios rectores promueven la
protección; la responsabilidad compartida de padres y madres hacia su descendencia; la
igualdad de derechos y responsabilidades; el interés superior de la niñez y la adolescencia;
la solidaridad afectiva y material entre los miembros de la familia. Todos estos valores,
junto con los afectivos, hacen referencia a procurar la unidad y fortalecimiento de la
familia, precisamente porque es importante para la sociedad que ella goce de paz y
estabilidad66.
66
Perez Barrios, Fátima Regina, La protección a la familia a través del cumplimiento de los derechos
y deberes familiares, Revista de Derecho nº 29, Nicaragua, 2015, p. 34.
unidad – persona, sino la familia quien posee una legitimación social que se concreta y
materializa con los derechos que la amparan.
A partir de ello, el derecho al matrimonio no es una exigencia del que quiere ese
estado y cumple los reglamentos para alcanzarlo. Si hubiera obstrucciones o
prohibiciones estos impedimentos eliminarían la voluntad de casarse. Lo actual es ir
contra ese principio tradicional del consentimiento matrimonial destinado a constituir una
familia; se tiende a no seguir el curso de las aguas que exigen cumplir reglamentaciones
administrativas que han quedado superadas por los nuevos entornos que facilitan la
construcción de tipos de familias. Este es un derecho, y su formación no se puede prohibir.
La innovación nos sube al tren de regular y proteger las relaciones que surgen de
la constitución de una familia. Esta es una realidad social que engloba más que el vínculo
parental, y amplía los integrantes sin exigir que haya relaciones de sangre, o de similar
tenor.
1.3 La unión convivencial puede ser una nueva denominación para el antes
llamado matrimonio. Es un cambio nominativo, pero no de esencia ni contenido. El amor
de los contrayentes da lugar a la relación, y la procreación posible deja de anidar en las
reaciones entre personas de diferente sexo, aceptando que los hijos puedan llegar con
otras formas generativas (v.gr.: vientre subrogado; fertilización in vitro; adopción de
niños por parejas del mismo sexo, y aun de quienes no se identifican sexualmente o de
admitir la familia monogámica).
En primer lugar, se regulan diferentes formas de vivir como ser, las parejas no se casan
que en el nuevo Código se denominan "uniones convivenciales" así ya en el propio
término se destaca el elemento central de este tipo de relaciones afectiva: la convivencia.
Veamos, en la actualidad, diferentes leyes especiales regulan estas uniones de manera
parcial (por ej., derecho a pensión, a continuar la locación urbana, a tomar medidas en los
casos de violencia familiar etc.); estas leyes implican que el legislador reconoce este tipo
de uniones familiares. Regularlas de modo general, no es fácil en la Argentina, desde que
esta realidad social responde a diversas características (en algunos casos, opción
libremente asumida; en otras, un integrante de la pareja vulnerable, en situación de notoria
desigualdad frente al otro). En cualquier caso, la ley debe ser una herramienta que,
fundado en el principio de solidaridad, respete la autonomía y, al mismo tiempo, proteja
a los más vulnerables para acercarse, de este modo, a la igualdad real […]. Desde ya, no
es lo mismo casarse que formar una unión convivencial. ¿Cuáles son las diferencias?
Varias y sustanciales. El matrimonio genera una gran cantidad de efectos jurídicos que
no operan en las uniones convivenciales, entre otras, las siguientes: a) el cónyuge es
heredero legitimario, o sea, la ley obliga a que un porcentaje de la herencia se le reconozca
al cónyuge supérstite; el conviviente no es heredero; la única manera de que reciba en la
herencia es hacer un testamento y designarlo beneficiario; aun así, hay que respetar el
derecho de los otros herederos forzosos, por ej., los hijos; b) el matrimonio genera un
régimen de bienes, de comunidad o de separación de bienes; las uniones convivenciales
exigen un pacto expreso que regule la situación de los bienes que se adquieren durante la
unión; c) producido el divorcio, en supuestos excepcionales (por ej., se trata de un
cónyuge enfermo o en estado de necesidad o vulnerabilidad) el ex cónyuge tiene derecho
a solicitar una cuota alimentaria; este derecho no existe en la unión convivencial, ni
siquiera en forma excepcional. No hay herencia, ni régimen de bienes, ni alimentos
después de la ruptura, son efectos jurídicos de gran relevancia para observar67.
Con este encuadre, se puede hablar de una legitimación por representación, donde
el ensamble del que pide con el derecho que tiene, se sustituye por el derecho e interés de
la familia -como sujeto de derechos-. Una especie de bien común tutelado, y generalidad
de la afectación sufrida por el impacto.
3. Normativa internacional
67
Herrera, Marisa, Principales cambios en las relaciones de familia en el nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación, Saij, Buenos Aires, 2014. SAIJ: DACF140723.
68
Perez Contreras, María de Monserrat, El entorno familiar y los derechos de las niñas, los niños y los
adolescentes: una aproximación, Boletín Mexicano de Derecho Comparado Volumen 46 nº 138,
México, 2013, ps. 151-1168.
1) Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin
restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y a fundar una
familia; y disfrutarían de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el
matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2). Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá
contraerse el matrimonio.
Por tanto, la pregunta a responder es: ¿el escenario obliga a codificar, o son
suficientes los tratados y convenciones incorporados al derecho interno?
4.2 Una vez más es necesario recurrir al vínculo entre la Constitución y el proceso
para ver si ambos solamente se relacionan y articulan, o dicho programa de acción que
está en las normas fundamentales, para ponerse en práctica necesita organizar el
mecanismo jurisdiccional (o político) y las herramientas que a tal fin serán aplicadas.
Es este aspecto donde las garantías comienzan a ser presentadas en las Cartas
Superiores, y dinamizadas por la actividad de jueces y tribunales. En ambos casos, el rol
de la interpretación es básico y esencial, entendiendo esa función como una parcela de
estudio del derecho procesal constitucional69.
Pero la interpretación constitucional sucede después del modelo tradicional aplicado para
la interpretación de las leyes que diseñó Kelsen al fomentar los tribunales
constitucionales. El magnífico resumen de García Belaunde puede ser extractado a
grandes líneas, de modo que siguiendo sus reflexiones, hay que tener en cuenta que […]
“durante mucho tiempo sólo se utilizó un tipo de interpretación para todas las ramas del
derecho, y en forma tardía, sobre todo a mediados del siglo XX, se puso en evidencia la
necesidad de la interpretación constitucional como tarea específica (…). Esto se acentúa
en el caso de leyes especiales que regulan determinados procesos constitucionales (…).
Otro aspecto a considerar es cuáles son los órganos que interpretan y cómo lo hacen, de
acuerdo a su conformación, competencias y formas o maneras de reclutamiento de sus
miembros”70.
69
Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Tratado de Derecho Procesal Constitucional Latinoamericano, Tomo I,
La Ley, Buenos Aires, 2014, ps. 167 y ss.
70
García Belaunde, Domingo, La interpretación constitucional en Latinoamérica, en “Constitución de
la Nación Argentina” (Sabsay, Daniel –Director- Manili, Pablo L. –coordinador-), Tomo I, Hammurabi,
Buenos Aires, 2010, p. 104.
4.3 El tema de la interpretación jurídica fue objeto de distintos niveles de enfoque
(filosofía; teoría del derecho; derecho constitucional; derecho privado, etc.) y con un
altísimo grado de exponentes (Savigny; Betti; Cossio; Carnelutti; García Maynez;
Recasens Siches entre muchos más), pero asentado en el derecho constitucional fue
cobrando interés preferente y expuesto como uno de los centros neuronales de la ciencia.
Jueces del sistema difuso, o tribunales constitucionales han conseguido desde las
sentencias constitucionales conformar un cuadro de resultados que no ensamblan en la
teoría general del proceso ni en las facultades constitucionales regladas por la
organización suprema de un Estado.
Han sido leyes las que esclarecieron alcances, pero fue más el activismo judicial
desenvuelto en valores, principios y relaciones con los derechos humanos, los que
formaron un nido propio que solo tomó del derecho constitucional la fuente donde
abrevar, y del derecho procesal la técnica de laboreo; pero sus contenidos es
independiente y forma parte del derecho procesal constitucional, que en nuestro parecer
es la ciencia que aloja al nuevo derecho procesal de familia..
4.4 Para conseguir que el trabajo del derecho internacional de los derechos
humanos sea fructífero, la interpretación judicial es una tarea destinada preferentemente
a la tutela efectiva. Con ella se pretende poner en claro los dichos de una norma que va a
insertarse en la realidad. Significa desentrañar el contenido que el texto tiene con relación
a esa realidad71. En la búsqueda de una intelección correcta, pueden seguirse distintos
caminos. Uno de ellos conduce a la denominada interpretación auténtica, que responde
al verdadero concepto de la interpretación, porque proviene del mismo sujeto que emite
la disposición; en otro se puede derivar la lectura a terceros que prestaran su opinión
71
Couture, Eduardo J., Estudios de derecho procesal civil, Tomo III, Depalma, Buenos Aires, 1979, p.
15.
particular sobre el alcance que puede asignarse. De este tipo son la interpretación judicial
y la doctrinaria.
A su vez, cada una de estas posibilidades tiene un sistema que se aplica de formas
distintas. Puede analizar el espíritu de las normas (fin querido); deducirlo del sentido
gramatical; o derivando sus conceptos de la lógica empleada en cada uno de los
elementos, pudiendo entonces corresponder a los antecedentes que le dieron origen
(interpretación histórica) o a la comparación con otras similares para concluir
consecuencias semejantes (interpretación sistemática) que correspondan a la unidad del
orden jurídico.
Divididas las cuestiones, analicemos lo que ocurre cuando el juez interpreta una
norma procesal. Es en este campo donde el intérprete realiza una función eventualmente
técnica pero sin rigideces en la aplicación de las normas en juego. En efecto, precisamente
es en el área de la interpretación donde se debe insistir acerca del rol funcional de la
jurisdicción, propiciando una lectura abierta de las normas, sin privarles el sentido que
llevan. Una orientación a la justicia antes que a la aplicación simplificada.
No ha de extrañar, por consiguiente, que el menoscabo de la verdad jurídica
objetiva quede patentizado si el tribunal de grado deja de resolver sobre el mérito en razón
de la insuficiencia de las constancias de la causa, circunstancia que, reunida con otras
conclusiones jurisprudenciales, construyen una verdadera obra de interpretación que
persigue evitar equívocos del juez al motivar sus pronunciamientos.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina tiene dicho que […]: "por encima
de lo que las leyes parecen decir literalmente, es propio de la interpretación indagar lo
que ellas dicen jurídicamente, es decir, la conexión con las demás normas que integran el
ordenamiento general del país. En esta indagación no debe prescindir, por cierto, de las
palabras de la ley, pero tampoco atenerse rigurosamente a ellas cuando la interpretación
razonable y sistemática así lo requiere"72.
Como agudamente lo destaca Puig Brutau […]: "puede tener más fuerza creadora el valor
persuasivo que se desprende de los fundamentos de unas decisiones justas que el
autoritarismo abstracto de una disposición legal cuya razón de ser se haya olvidado"73.
72
Fallos: 241:227; 244:129; 263:230, entre otros.
73
Puig Brutau, José‚ Introducción al derecho civil, Bosch, Barcelona, 1981, p. 257
4.7 El uso de la interpretación en el sistema constitucional que diseña el control
difuso trabaja, necesariamente, con el control recursivo donde resulta imperioso mantener
en el Superior Tribunal de Justicia del Estado la última palabra, desde que solo ella puede
ser el fiel y último intérprete de la Constitución. En cambio, en sitios donde existen
tribunales constitucionales, el conflicto suele plantearse entre la validez y eficacia de la
interpretación que hace el juez ordinario, respecto a la potestad central que tiene el
tribunal concentrado.
En este camino aparece un sendero antes sin trazar. Se trata de los derechos
humanos que, construidos fuera de la tradición normativa que crea la norma con el dogma
de la soberanía de los Estados, emite ahora tratados, convenciones, declaraciones, y sobre
todo, principios que orientan la inteligencia que se debe aplicar en estos preceptos.
74
Corte IDH, 9 de diciembre de 1994, “Opinión Consultiva 14/94”, Revista Jurídica La Ley (Argentina),
1999-C, 272.
respetar los derechos y deberes habidos por la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, y garantizar su pleno ejercicio, acatando en situaciones de conflicto interno,
la jurisprudencia interpretativa que emite la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
a) Que la jurisdicción local aplique el sistema del precedente obligatorio, de manera que
habiendo emitido pronunciamiento un Tribunal Supremo, los órganos inferiores deberán
seguir la inteligencia acordada.
b) Que cada juez sea soberano en la causa y sentencie conforme su leal saber y entender
(v.gr.: jurisdicción difusa incontrolada).
1.1 Un sector de la doctrina clásica, dice que son principios procesales los
presupuestos políticos que determinan la existencia funcional de un ordenamiento
procesal cualquiera75. Este criterio fue aceptado por la mayoría de los cultores de la
ciencia y, en definitiva, incorporaron la afirmación. Por ejemplo, Palacio sostiene que “se
denominan principios procesales a las directivas u orientaciones generales en que se funda
cada ordenamiento jurídico procesal”76.
Con estos parámetros, en lugar de referir a principios, razonaron sobre la base del
método adoptado por un Estado cualquiera para desarrollar sus procedimientos.
75
Díaz, Clemente A., Instituciones de Derecho Procesal, Parte General, Tomo I (Introducción),
Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1968, p. 212.
76
Palacio, Lino E., Derecho Procesal Civil, Tomo I, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1979 (2ª ed. 1ª
reimpresión), p. 250.
77
El mismo Palacio dijo que los principios procesales, en la medida en que se extraen de un determinado
contexto normativo, expresan valoraciones de la respectiva comunidad, y deben interpretarse por lo
tanto, en un sentido armónico con las necesidades propias del tiempo y del lugar en que han de aplicarse.
En su mayor parte, los principios procesales no revisten carácter absoluto. Difícilmente, en efecto, la
ley que adopta un determinado principio no prevé, respecto de ciertas situaciones, la necesidad de hacer
prevalecer, en mayor o menor medida, un principio distinto y aún opuesto. El principio dispositivo, por
ejemplo, es susceptible de funcionar junto con las facultades concedidas a los jueces en materia de
iniciativa probatoria, siempre que el ejercicio de tales facultades no ocasione agravio al derecho de
defensa ni comprometa la igualdad de las partes (ob. cit., p. 251).
78
Alsina, Hugo, Tratado teórico práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial, Tomo I, Ediar,
Buenos Aires, 1957, p. 448.
1.2 De algún modo, esta duplicidad en la orientación estaba ya en los orígenes del
derecho procesal científico, cuando Chiovenda argumentó que la finalidad del proceso
era la actuación de la voluntad de la ley, pretendiendo señalar que lo verdaderamente
importante era conseguir que el Estado aplicara el derecho objetivo sin importar los
condicionamientos formales79.
Aunque frente a este criterio aparecía una concepción diferente, que veía en el
proceso una lucha entre partes, donde el Estado sólo intervenía con sus jueces para evitar
que las reglas del debate fueran cambiadas en beneficio de uno de los contradictores,
vulnerando así los principios de bilateralidad, contradicción, carga de la prueba, alcance
y efectos de la cosa juzgada, etc.
79
Chiovenda, Giuseppe, Instituciones de Derecho Procesal Civil, Tomo I, Cárdenas, 1989, p. 51.
Agregando: “Ni siquiera la circunstancia de que el Juez civil proceda únicamente a instancia de parte,
puede conducir a un criterio distinto. Pues no hay que confundir la naturaleza de una función con el
interés de su desenvolvimiento en el caso concreto. El primer interesado en pedir la actuación de la ley
es el particular; pero esto no impide que lo que él solicita sea la actuación de la ley…”.
80
Montero Aroca sostiene que, “frente a la idea de que las partes son dueñas del proceso, a lo largo del
siglo XX se ha ido desarrollando como idea opuesta, la que suele conocerse como publicización del
proceso civil. Aunque esa publicización se ha articulado con matices diferentes, como es natural que
fuera, todos ellos tienen una misma raíz que atiende al aumento de los poderes del Estado dentro de la
sociedad, por lo que se trata siempre de una cierta base autoritaria, por lo menos si entendemos la palabra
autoritario en sentido general, en el que equivale a aumento, exageración, desarrollo anómalo,
deformación de la autoridad. Autoritario o autoritarismo son siempre formas exageradas, deformadas
de la autoridad, y por ello persona con autoridad es algo muy distinto de persona autoritaria …[…]”
(Montero Aroca, Juan, El proceso civil llamado “social” como instrumento de “justicia” autoritaria,
en Revista Iberoamericana de Derecho Procesal, 2004, nº 6, ps. 15/50. También en Proceso civil e
ideología, Tirant lo Blanch, Valencia, 2006, ps. 144/5).
2. Principios y presupuestos. Reglas y garantías
2.1 Para nosotros deben diferenciarse los principios, las reglas y las garantías. En
efecto, el desarrollo del proceso de familia permite observar un conjunto de principios y
presupuestos que estructuran las denominadas reglas adjetivas del procedimiento,
comúnmente adoptadas con los diseños del código procesal civil y comercial. Es el ritual,
propiamente dicho. El reflejo de cómo se hace un proceso a partir de la orientación que
fundamenta cada sistema jurídico procesal.
Es una cuestión técnica pero también dogmática, porque aun siendo cierto que no
impiden introducir en ellas algunas ideas políticas81, admiten el establecimiento de
imposiciones que no se deben perder bajo ninguna circunstancia.
2.2 Como dijimos en capítulos previos, los principios no son reglas técnicas, sino
imperativos que guían el procedimiento de jueces y abogados. Por eso, también se pueden
presentar como garantías procesales. Dicho en otros términos, constituyen los resguardos
y reaseguros que tiene el justiciable para confiar en el sistema al que recurre necesitado
de protección jurisdiccional.
81
V.gr.: La entrada al proceso se puede o no restringir desde la legitimación en el proceso, la cual se
puede analizar con la admisión de la demanda o al resolver las excepciones, pero siempre en un tiempo
anterior al juicio propiamente dicho; o bien, relegando la cuestión para cuando se dicte sentencia
definitiva, permitiendo así el derecho al proceso en términos cabales.
No obstante, la doctrina es bastante versátil para ubicar en la categoría de
principios a reglas del procedimiento (por ejemplo, cuando se pone dentro del primero a
la oralidad y la escritura); o bien para adoptar como principios a auténticas garantías
constitucionales, como la independencia judicial y el derecho de defensa en juicio.
2.3 Las reglas, por su parte, se convierten en el sistema previsto para ordenar el
debate dialéctico entre las partes. Dentro de ellos existen agrupamientos diferentes, como
son las pautas para la producción probatoria en el juicio escrito, o la actuación de ellas en
el litigio que se sustancia con oralidad. También las disposiciones que se establecen para
la introducción de los hechos en el proceso, o para impugnar las sentencias.
En líneas generales, son los reglamentos señalados para el lugar, tiempo y forma
de los actos procesales. Por ello son de esta categoría, la eventualidad (distribución de los
tiempos del proceso, es decir, que consiste en pedir de las partes que todos los actos de
postulación, ataque y defensa, respondan a las etapas preclusivas del proceso)82; la
economía procesal (que significa establecer o no la gratuidad del proceso; y también
disponer la secuencia del procedimiento, la acumulación de actuaciones, y la periodicidad
u oportunidad de los actos); el derecho a los recursos (con la discusión abierta si desde
una regla se puede violar un estándar del debido proceso constitucional); y en definitiva,
todas las demás cuestiones que significan dar criterios para el desarrollo del trámite
contencioso y voluntario.
2.4 Finalmente, aparecen las garantías. Vale decir, los derechos constitucionales
o fundamentales que siempre deben estar presentes para que se pueda litigar en el marco
de un proceso debido. Éste sería el género, mientras que las reglas y los principios serían
proyecciones que no pueden opacar la luz que aquél establece. Menos aún dejarlas de
lado, y sería nulo (inconstitucional) cualquier procedimiento que no aplicara a pie
juntillas las garantías establecidas.
82
Gozaíni, Osvaldo A., Tratado de Derecho Procesal Civil, Tomo I, Jusbaires, Buenos Aires, 2020, p.
360.
presente que este postulado resulta útil, únicamente, en los procesos controvertidos.
También, la independencia e imparcialidad judicial; la igualdad de las partes; el derecho
a ser oído; la razonabilidad judicial; entre otras.
3. Los presupuestos
3.1 El primero que se refirió a los “presupuestos procesales” fue el jurista alemán
Oskar Von Bülow83, que ya había desarrollado su tesis sobre el fenómeno de la relación
jurídica procesal procurando explicar la validez y significado del encuentro de partes en
un conflicto judicial.
83
Von Bülow pertenece a la llamada Edad de Oro del procesalismo alemán, época caracterizada por la
fundamentación científica de las nociones básicas del Derecho procesal. Nació en Breslavia en 1837.
Estudia en Berlín y Heidelberg, y en esta famosa ciudad universitaria comienza su carrera docente que
continúa en Giessen, Tubinga y Leipzig. En 1892, aquejado de una penosa enfermedad, abandona la
enseñanza y se retira a Heidelberg, donde murió el 19 de noviembre de 1907.
El mérito de Bülow radica en la interpretación que hizo de los requisitos para entablar un proceso válido
entre partes, diferencia que lo posiciona, para algunos, en el privilegiado lugar de ser “creador de la
ciencia procesal”. Fue discípulo de Vangerow y profundo conocedor del Derecho romano, comienza su
elaboración doctrinal con publicaciones del tipo de De praeiudicialibus formulis (1859) y De
praeiudicialibus exceptionibus (1863), que posteriormente desarrolla con maestría en Lehre von den
Prozesseinreden und die Prozessvoraussetzungen (1868), donde estudia el problema de las excepciones
y de los presupuestos procesales y aboga por la eliminación total en el sistema procesal civil de aquéllas,
a las que califica de «pomposo ornato del más caprichoso latín canónico».
A partir de entonces trata de poner de relieve la naturaleza pública del derecho procesal. Considera que
el proceso es una relación jurídica trilateral que, fundada en la demanda judicial, tiende a la obtención
de una sentencia justa. Existe, dice, un derecho de las partes respecto al juez y un deber del juez respecto
a las partes de dictar sentencia, como resultado del proceso cuyo acatamiento deviene obligatorio. Niega
la existencia de un derecho a la tutela judicial anterior a la demanda. La función del juez, afirma en
Gesetz und Richteramt (1885), es más legislativa que interpretativa. El campo de acción del juez es tan
creador como el del legislador. En el proceso se produce Derecho objetivo. Como ha dicho Chiovenda,
fue «un pensador lleno de dudas, más inclinado a la crítica sutil y cáustica que a las enunciaciones
seguras y definitivas».
3.2 Por otro lado aparecen las excepciones y defensas que se pueden oponer contra
el progreso de la demanda. Algunas se dirigen a cuestionar la “posibilidad jurídica”, y
otras atacan, directamente, las razones de fondo o materiales. Las primeras son
excepciones, las otras se llaman defensas.
Tanta potestad judicial no fue comprendida en ese tiempo, y por eso fueron las
críticas certeras de Kisch, Rosenberg o del propio Goldschmidt, años después. En la
doctrina italiana se pretendió morigerar el impacto de una teoría tan avanzada,
estableciendo una suerte de clasificación de los presupuestos; se propusieron entonces:
“Presupuestos del conocimiento del mérito”, “extremos exigidos para decidir el fondo de
la cuestión”, o ”condiciones para la sentencia de mérito”.
3.3 En definitiva, los presupuestos son requisitos de validez intrínseca que refieren
a requerimientos internos de los actos procesales. Por eso, la legitimación procesal se
instala en la antesala del proceso; la competencia atiende la regularidad de la instancia;
el derecho de defensa en juicio conforma la estructura garantista que se protege; y los
recaudos constitucionales para una sentencia válida cierran el circuito.
En cambio, los principios, las reglas y las garantías se relacionan con otros
aspectos, que se simplifican en lo siguiente:
Por ejemplo, la garantía de defensa y el derecho a ser oído no puede ser vulnerado;
sin embargo, hay alteraciones que dan testimonio de cuantas veces se afecta; así ocurre,
con el establecimiento formal del defensor público (que no es el “abogado de confianza”
que exigen las convenciones internacionales) creyendo que así se otorga el derecho de
defensa; la simple formalidad de cumplir con el derecho a la contradicción se ejecuta
dando oportunidad de oír aunque en los hechos sea imposible hacerlo (v.gr.:
notificaciones mal practicadas; también al permitir emplazamientos que no son tales;
notificación por edictos; etc.); o bien, la sentencia motivada suficientemente se tiene
fundada con remisión a precedentes que, a veces, siquiera están relacionados
adecuadamente.
4.1 Del encuadre anterior surge una primera lectura. Los principios procesales
disciplinan como ha de ser el debate (iniciado por la parte; dirigido por el juez; con formas
legalmente establecidas; conductas honestas y de buena fe, etc.); las reglas conforman la
regulación adjetiva con modalidades y efectos que pueden ser distintos de acuerdo con la
naturaleza del conflicto, o de la finalidad inmediata que las partes persigan, o bien, por
los intereses cuya tutela se pretende85; mientras que las garantías se ocupan de los
presupuestos incanjeables y permanentes que la litis debe tener para salvaguardar el
debido proceso.
84
Los interrogantes que se ponen como afirmaciones no significan que el autor comparta lo que se
supone implícito.
85
Gozaíni, Osvaldo A., Derecho Procesal Civil, tomo I (Teoría General del Derecho Procesal), volumen
1 (Jurisdicción, acción y proceso), Ediar, Buenos Aires, 1992, p. 260.
4.2 Ahora bien, cada uno de ellos no puede desatender la finalidad implícita del
proceso: él mismo es una garantía86, y como tal debe comportarse en su paradigma. Pero,
al mismo tiempo, es una herramienta que actúa como instrumento de protección de
derechos sustanciales, que de acuerdo con las pretensiones y/o peticiones que se
proponga, tienen modismos diferentes para obrar.
86
Los primeros estudios de derecho procesal fueron siempre dirigidos a explicar el procedimiento. Esto
es, la técnica como se desarrolla un instrumento que servía para aplicar los derechos subjetivos. Esta
herramienta originaba el derecho a tener jueces y a peticionar ante ellos dando lugar a un sistema que
debía resolver las pretensiones que las partes en conflicto planteaban. Pero con la aparición de los
derechos humanos, el derecho a tener jueces, a ser oído, y a tener un proceso con todas las garantías,
fomentó una evolución notable en el concepto.
De ser un proceso legal se pasó a estimar un proceso constitucional, con el agregado de principios y
presupuestos que conciliaban en el argumento de que sin garantías procesales efectivas y certeras, no
había posibilidad alguna para desarrollar los derechos fundamentales. A partir de esta concepción, el
proceso como herramienta al servicio de los derechos sustanciales pierde consistencia: no se le asigna
un fin por sí mismo, sino para realizar el derecho que viene a consolidar (cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo,
Elementos de Derecho Procesal Civil, Ediar, Buenos Aires, 2005, p. 115)
No debe creerse -dice Gelsi Bidart- que por ser el proceso un instrumento que se construye para una
finalidad que le es extrínseca, él mismo (la garantía) no tenga una propia finalidad. Ello así, en la medida
que un mismo fin puede lograrse por diferentes caminos o medios, lo cual pone de relieve que el fin no
integra la consistencia del medio, aunque ésta debe ser adecuada para alcanzarlo. Por ende, cada medio
ha de utilizarse según su propio modo de ser, respetándolo y cambiándolo para que mejor llegue al fin
perseguido. Cabe modificar el medio siempre que se mantengan sus aspectos fundamentales, pero no
cambiando alguno de éstos, de tal manera que se pierda la manera de ser o consistir del instrumento. Si
ello se hace, estamos ante un medio diferente, mejor o peor, pero no ante el mismo (Gelsi Bidart, Adolfo,
De Derechos, deberes y garantías del hombre, Fondo de Cultura Universitaria, Montevideo, 1987, p.
45).
Con ello no decimos que el proceso abandone el rol que permite ejercer los derechos materiales; ni que
haya perdido su condición de modelo técnico; se trata simplemente de advertir que su fisonomía debe
resultar permeable a las exigencias del tiempo en que ocurre, de forma tal que no sea un mero
procedimiento, sino una garantía esencial para los derechos humanos.
4.3 En cambio, el proceso expuesto en su desarrollo, debe atender las familias o
grupos de intereses a los que destina su esquema para aplicar el derecho correspondiente;
de este modo, la diversidad podrá sugerir formas y criterios diferentes de actuar en los
principios (v.gr.: la neutralidad absoluta del juez puede sufrir alteraciones actuando en la
justicia familiar); lo mismo cuando se trata de aplicar reglas (v.gr.: la carga de la prueba
en los procesos referidos no es igual a la que se aplica en los procesos comunes); o bien
al reglamentar las garantías (v.gr.: la cosa juzgada en los juicios de conocimiento es
diferente de acuerdo con las posibilidades de cognición que el juez tenga en cada uno).
En este sentido, la garantía que el proceso ofrece por sí sólo, es suficiente para
tener que afianzar el derecho de acceso a la justicia; a ser oído dentro de un plazo
razonable; a tener todas las garantías de alegación, réplica y prueba, y a obtener una
decisión razonable y fundada.
4.4 Por su parte, los procedimientos tienen, al igual que el proceso, principios y
reglas (las garantías se resguardan desde el proceso) que estructuran una forma para
desarrollar las actuaciones procesales. Cada uno de ellos no significa, propiamente, una
cuestión reglamentaria cuyos defectos ocasionan la invalidez de los actos, porque puede
ocurrir que, encontrándose previsto el trámite oral, la actuación se ejercite por medio de
escritos; o que habiendo una secuencia lógica para la concreción de ciertos actos, ellos se
cumplen con un orden diferente sin alterar las reglas del contradictorio.
5. La ideología en el proceso
5.1 Antes de explicar cada uno de los nuevos principios del derecho de familia, es
necesario insistir en una posibilidad de actuación inversa a la que desarrolla un principio,
pues de acuerdo con la idea que afirma que los principios procesales son“presupuestos
políticos” de carácter funcional., admite que ellos se interpreten ideológicamente.
“Una ley o un código, sea cual fuere la materia que regula, es siempre expresión de la
concepción ideológica propia de la sociedad en que se hace y de la sostenida por los
responsables políticos que lo hacen. Nada extraño podría tener que una ley promulgada
en la Alemania nazi y que regulara el proceso civil respondiera en su esencia a la
concepción política propia del lugar, del momento y de sus autores, lo mismo que un
código procesal de la Rusia soviética asumiría la esencia de la concepción comunista de
las relaciones entre lo público y lo privado. En sentido contrario, un código como el
alemán de 1877 no podía dejar de tener una base liberal, dentro del nacionalismo y del
centralismo del Imperio, y por ello, aún después de todas las reformas sufridas a lo largo
de casi un siglo, no podía mantenerse en la ex República Democrática Alemana… […]
Cualquier persona razonable y con experiencia no llegaría ni siquiera a cuestionarse que
un código promulgado en Italia y en 1940 tiene que tener una base ideológica fascista y
87
Cipriani, Franco, Batallas por la Justicia Civil, Cultural Cuzco, Lima, 2003, p. 52.
que el mismo no puede estar elaborado sobre la idea liberal y garantista de la tutela de los
derechos de los ciudadanos, sino sobre la preponderancia de lo público sobre los intereses
de los súbditos. Siempre esa persona podría llegar a cuestionarse el grado de autoritarismo
que se alcanza en el código, pero no la base autoritaria del mismo”88.
5.2 Esta mirada histórica refleja la época con las ideas, lo que es correcto con
dicho emplazamiento; sin embargo, aunque la impronta quede impresa con el mote que
se pretende estigmatizar (código autoritario), lo cierto es que la dirección formal del
proceso paso a manos del juez sin que ello fuera suficiente para convertirlo,
definitivamente, en un dictador de las reglas.
Obsérvese, por ejemplo, que cuando Estados Unidos recibe la influencia inglesa
en sus instituciones, en materia procesal significó asumir un sistema extraño pero valioso
al mismo tiempo, como explican Hazard y Taruffo.
En efecto, “el origen y fundamento del proceso civil americano se hallaban, en un sistema
tan extraño como valioso. El proceso de common law era extraño, en la medida en que
había evolucionado para hacer frente a los problemas de la justicia civil en la Inglaterra
feudal y post-feudal, pero después se había implantado en América, es decir, en un país
en trance de construcción que nunca había conocido el feudalismo. Y este proceso
también se consideraba valioso, porque su conservación era una de las justificaciones
para derrocar el régimen colonial inglés. Este dualismo puede explicar cómo el proceso
civil americano ha conservado muchos elementos procesales ingleses pre-modernos,
dándoles la consideración de derechos constitucionales”89.
88
Montero Aroca, El proceso civil llamado “social” como instrumento de “justicia” autoritaria, en
Revista Iberoamericana de Derecho Procesal, 2004, nº 6, ps. 15/50. También en Proceso civil e
ideología, cit., ps. 134/5.
89
Hazard, Jr., Geoffrey C. – Taruffo, Michele, La justicia civil en los Estados Unidos, traducción de
Fernando Gascón Inchausti, Thomson – Aranzadi, Navarra, 2006, p. 25.
5.3 Hoy día, se han ampliado notablemente los deberes de la jurisdicción y, en su
consecuencia, los límites de la llamada tutela judicial efectiva no se sostienen únicamente
en el respeto por el derecho de defensa en juicio. Precisamente, esta lectura de vanguardia
conspira contra el modelo clásico de la estructura procesal y abre brechas que resisten el
ímpetu de estas realidades que emergen del reclamo social antes que de una ilusión teórica
sin fundamentos.
Por ello, el modelo tradicional que discutió si el proceso era solo cosa entre partes
donde el juez asistía al debate para luego definir con su sentencia el derecho aplicable a
uno u otro; y la renovación que trajo la llamada publicización que le asignó al tribunal
mayores poderes y deberes, obligándolo a dirigir el conflicto para encontrar la verdad real
antes que la confirmación de una u otra de las versiones de las partes; entre ambos
modelos existen aproximaciones y diferencias que conviene informar para que a nadie lo
tome por sorpresa esta supuesta afectación a la Constitución Nacional y sus principios.
EL PRINCIPIO DISPOSITIVO
1. Nociones generales
1.1 Hace mucho tiempo atrás, David Lascano dijo que el principio dispositivo o
“derecho de disposición”, tenía un valor importante en todos los países civilizados, pero
como su interpretación no era uniforme, resultaba preciso aclarar su concepto y
determinar sus alcances para ver hasta dónde se podía conciliar con la “publicización”
del proceso que, por entonces, era otro principio que hacía camino y pugnaba por
imponerse90.
90
Lascano, David, El principio dispositivo en el proceso moderno, Revista de Derecho Procesal
(dirigida por Hugo Alsina), 1951-2, 1 y ss., Ediar, Buenos Aires.
91
Chiovenda, Giuseppe, Instituciones de Derecho Procesal Civil, Tomo 3, Cárdenas, México, p. 60.
El problema fue que no siempre el principio dispositivo quedó circunscrito en los
límites previstos, porque a veces se lo replegó al principio de “aportación de parte” (que
se relaciona con los hechos alegados y la carga de la prueba sobre ellos), y en otras quedó
alterado con las interferencias que generó sobre la congruencia procesal y el alcance
subjetivo de la cosa juzgada.
1.3 Así se llegó a plantear si “lo dispositivo” era una regla pensada para las partes;
o si estaba destinada a organizar la intervención del Estado en los asuntos que fueran de
su interés. En uno y otro caso, el principio de congruencia quedaba inmerso en las
posibilidades de cada cual (o se reducía al marco de las peticiones; o se ampliaba a otras
situaciones amparadas en la extensión de dar a cada uno lo suyo haciendo justicia).
92
Díaz, ob. cit., p. 339.
93
Montero Aroca, Juan, Proceso Civil e Ideología, Tirant lo Blanch, Valencia, 2006, p. 134.
ciudadano, el cual decide, atendiendo a razones de oportunidad, el acudir o no al proceso
para impetrar la tutela por el Estado de su derecho94.
94
Montero Aroca, Proceso Civil e Ideología, cit., p. 141. También, en esta línea, dice Cipriani, que el
gran mérito de Klein fue aquel de individualizar el aspecto sociológico–económico del instituto del
proceso (...). La disciplina del proceso austriaco fue la primera entre aquellas relativas a los
ordenamientos procesales modernos en basarse efectivamente en el hecho de que el proceso es un
fenómeno social de masas y que debe ser reglamentado como un instituto de bienestar. Queriendo
examinar de cerca el pensamiento y el proceso de Klein debe decirse que éstos están basados en dos
grandes postulados que refleja el pensamiento de Sprung: a) las controversias entre los particulares son
"males sociales" (soziale Übel) relacionados con pérdida de tiempo, dispendio de dinero,
indisponibilidad infructuosa de bienes patrimoniales, fomento del odio y de ira entre las partes litigantes
y de otras pasiones fatales para la convivencia de la sociedad; b) el proceso, en la medida en que bloquea
los bienes en espera de la decisión, incide en la economía nacional, en cuanto que toda causa altera la
pacífica colaboración, rompe ordenados nexos económicos, bloquea valores y los distrae de la ordinaria
circulación. La sociedad tiene, de todos modos, un gran interés en sanar lo más rápidamente posible
tales heridas sobre su propio cuerpo. De estos postulados el gran procesalista y guardasellos austriaco
extraía con toda coherencia algunos corolarios: el interés del legislador a que aquellos "males sociales"
que son los procesos tengan una definición rápida, poco costosa y simple, posiblemente en una única
audiencia; la necesidad de que el legislador no admita que el poder de conducir el proceso sea dejado
en las manos de las partes privadas; y la exigencia, en fin, de que el proceso sea oral y que el Estado, a
través del juez, asuma desde el principio la responsabilidad del funcionamiento del proceso y que vele
por una individualización rápida de la verdad, exenta de complicaciones. Compendiando el pensamiento
de Klein, dice Baur (Potere giudiziale e formalismo del diritto processuale, en Rivista Trimestrale di
diritto e procedura civile 1965, pág. 1689): «el proceso será racional y conforme al concepto moderno
de Estado sólo si la defensa del derecho consistirá efectivamente en la concesión de la asistencia del
Estado, no sólo con la sentencia, sino desde la primera fase del proceso» (Cipriani, Franco, En el
centenario del Reglamento de Klein (El proceso civil entre libertad y autoridad), Bari, Italia, Publicado
en la Rivista di diritto processuale, 1995, ps. 968/1004).
(cuestiones de legitimación y personalidad) sino ver los efectos que producía el primer
movimiento realizado ante los jueces: la acción.
La estricta utilización del nemo iudex sine actore, con referencia a quien puede
promover una demanda; y el ne procedat iudex ex officio, respecto a la prohibición
judicial para hacerlo, dejaron asentado que jamás podía ser el juez quien abriera la defensa
de un interés particular; con ello se echaron bases para la teoría de la legitimación
procesal.
2.2 Desde esta visión, el único que tiene posibilidades de ampliar el marco de
conocimiento es el demandado, estableciendo en la relación jurídica procesal el ne eat
iudex ultra petita partium. No puede el juez resolver en forma distinta a lo que se le pide
(principio de congruencia).
95
De nuestra parte, hemos insistido fervientemente en que estas modificaciones son trascendentes para
implementar la noción de debido proceso, pero teniendo muy presente, que el fenómeno Europeo no se
puede traer a América y aplicarlo sin variación o ajuste alguno. Esta diferencia es muy notable en la
actividad jurisdiccional, pues mientras un juez Europeo solo resuelve controversias en el marco de un
litigio entre partes (donde aplicará los principios del proceso, del procedimiento con sus reglas, además
de las garantías constitucionales pertinentes), solo será esta su función, pues el conflicto constitucional
no le pertenece, tampoco la controversia administrativa, menos aún el conflicto regional, sencillamente,
porque la división jurisdiccional en Europa es estricta e implementa claramente en el juez ordinario una
sola obligación: aplicar la ley. En cambio, el juez americano, y sobre todo, el de Latinoamérica, reúne
en su función todas esas competencias (al llegar a su despacho tiene el amparo constitucional, la
impugnación de un proceso licitatorio, la revisión judicial del acto administrativo, y siempre aplica un
mismo código y alguna que otra ley reglamentaria que no afecta el sistema de enjuiciamiento). Por eso,
hay que tener muy en cuenta que cuando se debate sobre los principios y las garantías, el tema de la
“confianza” en los jueces es más que un discurso de apoyo ideológico; es una idiosincrasia de nuestros
pueblos que no quiere dejar en organismos no jurisdiccionales el control de constitucionalidad; y porque
ello es así, el aumento de los poderes del juez es algo natural que debe equilibrarse con las garantías del
debido proceso para evitar cualquier atisbo autoritario o arbitrario (Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Derecho
Procesal Constitucional - Debido Proceso, Rubinzal, Buenos Aires / Santa Fe, 2004, ps. 13 y ss.).
96
"El fenómeno de la publicización se ha basado -entiende Benabentos- en una gravísima confusión
entre las facultades materiales y las facultades procesales de dirección del proceso. Una cosa es
aumentar los poderes del juez respecto del proceso mismo (en su regularidad formal, en el control de
los presupuestos procesales, en el impulso, por ejemplo) y otra, aumentarlas con relación al contenido
del proceso y de modo que pueda llegarse a influir en el contenido de la sentencia" (Benabentos, Omar
Abel, Teoría General Unitaria del Derecho Procesal, Juris, Rosario, 2001).
En alguna medida, el garantismo no cuestiona la dirección procesal que se manifiesta en acciones
propias del impulso procesal, el control de la conducta de las partes, las facultades disciplinarias, el
control de la admisión formal y sustancial de la demanda, la regularidad de los presupuestos procesales,
entre otras facultades generadas por la publicización. En cambio, se opone rotundamente a que el juez
magistrado europeo se le dio la tarea central de resolver controversias sin poder extender
su actividad a otras funciones propias del juez americano, como era y es, el control de la
constitucionalidad de las leyes97.
2.4 Esta no es una diferencia baladí, sobre todo si tenemos en cuenta que en
América hemos resuelto adoptar la línea procedimental de los códigos europeos,
particularmente las viejas leyes de enjuiciamiento civil española (con su impronta del
juez del principio de legalidad) y, en materia constitucional, optamos por confiar en los
jueces (no en Tribunales especiales) para concretar la fiscalización del principio de
supremacía constitucional.
Esta característica se tornó mas clara después del impacto y repercusión que tuvo
la justicia constitucional en Europa, pero no impide advertir la función que ejerció el juez
en los procedimientos. Antes que neutral era un espectador del litigio; un mero árbitro
que aplicaba las reglas del juego. En cambio, la dirección del proceso comulgó una
aspiración por una justicia más efectiva; más cercana con los hechos reales que debían
suscitarse y con mayor injerencia en el control de los presupuestos procesales.
2.5 No se nos escapa que esta lectura puede ser correcta para los conflictos
constitucionales, pero en las controversias privadas son los hechos los que señalan el
poder de conducción de los jueces. En éstos, una vez más, el principio dispositivo
estableció que sólo las partes podían enunciar las circunstancias a resolver, sin que
pudiera el juez agregar hechos no invocados, alegados ni mencionados.
Con ello el rol del juez pasó a ser de director del proceso. Característica que
potencia sus poderes de iniciativa y dirección. Respecto a la instrucción se confirma el
papel activo que le toca asumir en el proceso, confiriéndole una amplia potestad para
controlar los presupuestos de admisión de la demanda; así como desarrollar el curso de
la instancia desde el impulso con sus propias decisiones.
98
Barbosa Moreira refiere a un “neoprivatismo” en el proceso civil (Proceso Civil e Ideología, Montero
Aroca <coordinador>, cit., ps. 199 y ss.).
99
Quizás sea Clemente Díaz quien, con prudencia y agudeza, muestra las proyecciones que tiene el
principio dispositivo sobre las actuaciones procesales. Es evidente que tomar el principio acotado a la
sola característica de promover la acción, significa tener al proceso como un contrato entre partes,
porque precisamente la voluntad individual es la que se considera. Por ello, decía, el problema consiste
en determinar la extensión y los límites de los poderes y facultades del juez y de las partes. En este
sentido, el postulado del poder de iniciativa no interesa tanto el primer acto de puesta en marcha del
aparato jurisdiccional como sí la implicancia que ello tiene para fijar la extensión y la amplitud de la
tutela jurídica (la llamada fijación del thema decidendum, y su correlato en la posibilidad de establecer
el conocimiento del tribunal de primera y segunda instancia <<tantum appellattum quantum
devolutum>>). A su vez, concluye Díaz, el postulado de la conducción del proceso implica que el juez
solo actúa por rogación; y también, desde lo dispositivo queda determinado quienes son partes y cuáles
los hechos a juzgar; radicando en el postulado de la investigación una variación imprudente que trae el
tipo inquisitorio al proceso civil (cfr. ob. cit., ps. 342 y ss.).
3. Las dudas del principio dispositivo
3.1 Se ha planteado que el uso de estas facultades provoca cierto conflicto con la
imparcialidad, porque si el juez conduce el proceso, y con los poderes que la dirección le
otorga, adopta resoluciones que pueden influir en el resultado final de la causa, es
evidente –se afirma- que afecta la igualdad de trato y consideración de las partes.
Alvarado Velloso insiste que el desequilibrio transforma al juez en parte, porque aun sin
quererlo, genera acciones que confunden el rol director convirtiéndolo en protagonista
indeseado en un conflicto que es sólo de dos100.
Sin embargo, pese a la aparente verdad de tal afirmación, ello sería cierto si el juicio
solamente fuera producto de versiones contrapuestas donde el juez no tendría más que
una función puramente formal reducida a dictar sentencia, aplicando la ley y convencido
por quien ha utilizado mejor el derecho de defenderse (la famosa alocución de Savigny,
según la cual el derecho es el arma que inviste al guerrero, de manera que si es una
herramienta, el que mejor la usa gana en la lucha, aunque no tenga razón)101.
100
Cfr. Alvarado Velloso, Adolfo, La imparcialidad judicial y el sistema inquisitivo de juzgamiento,
ponencia presentada en el XXVI Congreso Colombiano de Derecho Procesal (Bogotá, 2005); también
en Proceso Civil e Ideología, Montero Aroca <coordinador>, cit., ps. 217 y ss.).
101
El abandono de la regla procesal que tiene al proceso como una lucha, o un duelo, para usar la
expresión de Barbosa Moreira, está explicada con suma claridad por el eximio profesor carioca (ex
presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal). El espíritu de competición ya no es propio
del litigio, porque no es la justicia una teoría deportiva ni se puede resolver sobre la belicosidad de los
ánimos (Barbosa Moreira, José Carlos, Duelo e processo, en Revista Iberoamericana de Derecho
Procesal, Año 2 nº 3 [2003], p. 25).
El interrogante parte de una realidad: el procedimiento se divide entre versiones,
donde las partes aportan su propia lectura, demandando del juez una singular
interpretación sobre los efectos que piden y reclaman, como derivados de esa subsunción
de hechos en el derecho. Así las cosas, la cuestión pareciera centrar en las potestades
judiciales que se tienen para interpretar los hechos que las partes alegan sin poder
ampliarse el cuadro de circunstancias a otros que, por aplicación de principios y
presupuestos preadquiridos, quedarían fuera del ámbito litigioso.
3.3 Sin embargo, esta afirmación ratifica la línea que ve en el proceso una lucha
entre partes donde el deber jurisdiccional es aplicar la ley (iuris – dictio), estableciendo
un vencedor y un derrotado. Prácticamente, volver a esta consigna que, en pocas líneas
reproduce la máxima: dadme los hechos que aplicaré el derecho (narra mihi factum, dabo
tibi ius), es un contrasentido con el avance hacia un proceso público, en el que las
potestades judiciales no pueden quedar postergadas por las alegaciones interesadas de las
partes.
Si esta perspectiva la aplicamos al proceso de familia, quedará sin verse que hay
otro camino que se relaciona con la función constitucional del juez. Donde podemos estar
de acuerdo es que, el principio dispositivo, es más que el poder de iniciar el proceso,
porque instala el quid de resolver los hechos que originan el conflicto y quienes son los
legitimados para aportarlos a la causa.
4.1 Nosotros, no queremos centrar las dudas en una cuestión de principios; sino
analizarla desde la misión constitucional que tiene el juez en el proceso. Vale decir,
analizar el problema desde las garantías.
Los europeos continentales clásicos sostenían que la función del juez era aplicar
la ley sin mirar a quien; debía resolver las controversias humanas y nunca entrometerse
en cuestiones de inconstitucionalidad presunta de las leyes, o de ejercicios arbitrarios del
poder de gobierno, porque no eran ellas actividades que pudiera concretar. Si lo hacía,
invadía el campo del Tribunal Constitucional; si controlaba la legalidad de la conducta
administrativa, se inmiscuía en una jurisdicción especialmente reglamentada para esa
tarea.
4.2 Por su parte, los americanos no hemos aceptado esta idea afincada en la
limitación de la actividad de la magistratura, sencillamente porque nuestro esquema para
el control de constitucionalidad es jurisdiccional, en el sentido de poner en manos de los
jueces la fiscalización del principio de supremacía de la Norma Fundamental. Y ello lo
puede hacer no solo en los procesos constitucionales específicos, sino además, en
cualquier procedimiento donde la crisis constitucional sea manifiesta, por ejemplo, los
conflictos familiares.
Es lógico así que “nuestros jueces” tengan una dimensión de funciones aumentada
a la que sirven los magisterios del viejo continente, y es plausible que no se recorten esas
potestades por cuestiones puramente técnicas, desde que no puede ser el proceso entre
partes una contienda donde puedan quedar socavados, justamente, la misión
constitucional que vienen dados a cumplir.
La reducción del problema ideológico al poder de dirección formal, por más que
se focalice como violación del principio de bilateralidad y contradicción, no tiene asidero
ni lógica.
Además, la diferencia entre interpretar y aplicar la ley no es tan rotunda como para
convertir al juez en legislador, porqué -siguiendo a Chiovenda-, “como juez actúa la ley
102
Chiovenda, José, Principios de Derecho Procesal Civil, Tomo I, traducción de José Santais y
Santaló, Reus, Madrid, 1977, p. 95.
103
Ibídem, p. 99.
según la interpretación que su cultura le sugiere, y precisamente la tendencia más
autorizada en el método de adaptación histórica quiere que la función del Juez esté
preparada para cualquier hipótesis nueva de la ciencia jurídica”104.
4.3 Una parte de la doctrina ha dicho que esta es una expansión del principio
dispositivo, solo que, para hablar de una extensión del principio tenemos que observar
dos situaciones. Una, centrada en la posibilidad de alterar la regla de iniciación del
proceso; y otra, para ver si el juez puede trabajar sobre hechos que no llegan de las
alegaciones de las partes.
En todo caso, las respuestas deben ser prudentes porque, el principio dispositivo
difícilmente pueda modificar la llegada al proceso de causas que no sean iniciadas por el
interés particular de quien las motiva (aun cuando sea el juez quien tome conocimiento
del entuerto, no sería él quien pudiera promover la causa)105; y el alcance de la sentencia,
sea por el objeto o por los sujetos, puede afectar otras garantías, como la defensa en juicio
(tercero alcanzado por la sentencia); la irrazonabilidad (pronunciamiento que falla
cuestiones no propuestas); o, la cosa juzgada (con sus límites precisos).
104
Ibídem, p. 104.
105
Ya Calamandrei dijo que una jurisdicción ejercida de oficio repugnaría, por una razón psicológica
antes que jurídica, al concepto que modernamente nos hemos formado de la función del juez, el cual,
para conservarse imparcial, debe esperar ser llamado y limitarse a hacer justicia a quien la pide; de
suerte que, si nos dijeran que un magistrado, sin ser solicitado por nadie, se ha puesto en viaje para ir
en busca de entuertos a enderezar, nos sentiríamos llevados a considerarlo, más bien que como un héroe
de la justicia, como un monomaníaco peligroso del tipo de Don Quijote o del legendario zapatero de
Mesina. Mientras la justicia sea administrada por hombres, la omnipotencia del Estado no podrá destruir
la necesidad lógica y psicológica (especialmente imperiosa en la fase de cognición) de confiar a los
diversos órganos aquellas dos actividades complementarias pero bien distintas, hasta el extremo de no
poder ser confundidas sin reducir la justicia a un pueril soliloquio, que son respectivamente, la función
de preguntar y la de responder, la de proponer un problema y la de resolverlo, la de denunciar un entuerto
y la de repararlo (Cfr. cita de Lascano, ob. cit., p. 3).
4.4 Al estudiar el principio dispositivo, David Lascano aclaró que […]
106
Lascano, ob. cit., p. 10.
107
Agregó Lascano que, para llegar a esta conclusión era preciso determinar si tales poderes invaden o
no la esfera de los derechos privados, o si por el contrario, se mantienen en terreno propio. Sosteniendo
que, la cuestión se resuelve determinando el grado de relación en que se encuentran esas facultades con
respecto a la litis y al proceso. Si inciden o influyen sobre el “fondo del asunto”, indudablemente que
afectan el derecho de los litigantes, porque el conflicto de intereses, atañe a ellos solamente; si, por el
contrario, no se dirigen al material del juicio sino que se refieren al procedimiento, no salen de la órbita
en que deben ejercer su función, porque, como órgano de la jurisdicción, debe tener lugar prominente
en la conducción y vigilancia del proceso (ob. cit., p. 12).
hallamos ante un interés de aquella clase y, sobre todo, si no es posible que en materias
de orden exclusivamente civil aparezca también aquél interés que el Estado trata de
salvaguardar. ¿Cómo hacer compatibles estos casos con la subsistencia de la regla nemo
iudex sine actore que deja a la iniciativa extrajurisdiccional el planteamiento de
cuestiones cuya solución preocupa al Estado?”108.
Con mayor énfasis Cipriani hace responsable a Franz Klein del aumento de los poderes
del juez y llega a sostener que nunca nadie ha pensado, ni piensa, que las partes deban
dirigir el proceso, tanto es así que –afirma- “ […] con nuestro viejo código, la dirección
correspondía al juez y no ciertamente a las partes110. Pero, parece evidente que, una cosa
108
Guasp, Jaime, Juez y Hechos en el proceso civil, Bosch, Barcelona, 1943. Recopilado en Estudios
jurídicos, edición al cuidado de Aragoneses Pedro, Cívitas, Madrid, 1996, ps. 2797.
109
Trabajo presentado por el autor al XVIII Congreso Panamericano de Derecho Procesal, Arequipa
(Perú), octubre de 2005.
110.
Ver, en efecto, Diana, Le funzioni del presidente nel processo civile, Milán 1911, I, p. 13 y ss. Es
cierto que aquí se confunde la dirección con el impulso de las partes. Por ejemplo, Hazard y Taruffo,
La giustizia civile negli Stati Uniti, Bologna, 1993, pp. 101 y 105, al relevar que el juez americano
es dar al juez los poderes estrictamente necesarios, y no por ello poco vastos111, para
dirigir el proceso y otra muy distinta es establecer que el juez pueda hacer todo aquello
que considere oportuno112 o, peor aún, que en el proceso civil no se pueda mover un dedo
sin el permiso del juez113 […] “Y, en efecto, confirmando el equívoco que se encuentra
en la base del pensamiento de Klein y de sus secuaces, puede observarse que es al menos
forzado sostener que el juez, en los ordenamientos liberales, sea un «rey madero»(*) o,
como también se ha llegado a decir, una «marioneta», un «títere»114, una «grabadora
automática»115, un sujeto -en suma- que dicta sentencia sin siquiera saber por qué lo hace,
«como un autómata que, activado por el peso de la moneda que cae, emite un dulce o un
boleto de entrada»116. El juez, siendo aquél a quien le corresponde juzgar, es la persona
más importante y más temida del proceso, aquél frente al cual las partes -y sobre todo los
abogados- se han siempre inclinado y siempre se inclinarán, por lo que no se ve cómo se
normalmente «se limita a responder los argumentos de las partes», afirman que el juez, en los países del
common law, sería sólo un árbitro en posición neutral y esencialmente pasiva y tendría un papel de
segundo plano en la conducción del proceso. No creo que sea así: también en esos países el proceso está
dirigido por el juez; es el impulso del proceso lo que queda en manos de las partes.
111
. Cfr., Raselli, Il potere discrezionale del giudice, II Padova 1935, p. 190, el cual, con el viejo código,
llegó a notar que nuestro juez, contrariamente a lo que se sostenía, tenía una miríada de poderes
directivos discrecionales.
112
. Se piense, por ejemplo, en el art. 118 del C.P.C., en virtud del cual el juez puede ordenar la
inspección corporal de un tercero. Vale decir, por si eventualmente no quedare claro, que en un proceso
civil entre Ticio y Caio, ¡el juez puede ordenar la inspección corporal de Sempronio! La norma, por
suerte y naturalmente, no se ha usado nunca, pero nos hace estremecer. Pese a ello, hay quienes la
consideran insuficiente pues si el tercero rehusare ser inspeccionado, sólo puede ser condenado a una
multa no superior a las diez mil liras (Cappelletti, Mauro, Libertà individuale e giustizia sociale nel
processo civile italiano, (1972), en Giustizia e società, Milán 1972, p. 34, que escribía cuando la multa
no podía superar las ocho mil liras, pero que no considera que en 1940 el techo de la multa fue fijado
en dos mil liras, que en esa época era un patrimonio).
113.
Para dar sólo un ejemplo, los arts. 169 C.P.C. y 77 de las Disposiciones de Actuación, quieren que
las partes, para retirar el propio expediente de la secretaría [cancelleria], deban pedir permiso (con papel
timbrado) al juez. En esta línea, se sostiene que nuestro código, lejos de ser antiliberal y autoritario,
estaría inspirado en una concepción privatista del derecho y del proceso civil (así, Cappelletti, Libertà
individuale, cit., p. 33 y ss), más precisamente en la ideología liberal que gusta a los abogados (así,
Denti, Processo civile e giustizia sociale, Milán, 1971, p. 19).
(*)
«Re travicello» en el original, haciendo referencia a una conocida poesía satírica de Giuseppe Giusti
(1809-1850), poeta del «risorgimento» italiano. La poesía hace referencia a un madero enviado por
Júpiter para reinar en un estanque de ranas, que por ser de madera, era ciertamente inofensivo, inactivo
y tolerante con sus «súbditos» (las ranas): obvia metáfora del soberano moderado (T).
114.
Así, Sprung, Le basi, cit. p. 31.
115
Andrioli, Il nuovíssimo progetto di riforma del processo civile, en Diritto e giurisprudenza 1947, p.
24.
116
Chiovenda, Le riforme, cit., p. 385. De «autómata» habla también Segni, La riforma del processo
civile e le sue direttive, (1924), en Scriti giuridici, I, Torino, 1965, p. 309.
pueda seriamente compararlo con los fantoches117 y con las maquinillas automáticas118.
Por otro lado, el que, el juez civil pueda (y deba) juzgar sólo a instancia de parte es otro
–civilizadísmo e insuprimible- discurso119 120.
En tal sentido simplifica Montero Aroca al concluir que, “en la actualidad y en la mayor
parte de las regulaciones positivas se ha atribuido al juez la dirección formal del proceso.
El juez se ha convertido en todos los ordenamientos civiles en quien dirige el proceso,
bien entendido que esa dirección se refiere a las que antes hemos llamado facultades
procesales, bien en lo atinente al control de la falta de los presupuestos procesales de los
que depende, si no la existencia del proceso, sí la validez del mismo, bien en lo que
atiende a hacerlo avanzar de una fase a otra en la dirección que conduce a la sentencia.
En este sentido no hay oposición a que el juez controle los presupuestos procesales, en
cuanto de la concurrencia de los mismos depende la validez del proceso y la posibilidad
de que se dicte sentencia sobre el fondo del asunto, o a que al tribunal se le atribuya el
impulso procesal, entendido éste como posibilidad de que, una vez iniciado el proceso
por el actor, el procedimiento como cauce formal de la serie de actos se desarrolle por los
pasos previstos en la norma; más aún, nada se opondría a que sea también el juez, siempre
con las partes, el que controle la realización de los actos conforme al principio de
legalidad”.
<<
“Lo anterior no significa que el juez gestione>> el proceso, por lo menos si la palabra
gestionar se entiende como sinónima de administrar una empresa, una iniciativa o una
117
En efecto, en el sentido de que en los Estados Unidos (donde, según la concepción analizada en el
texto, los jueces serían marionetas) los abogados saben bien que los jueces «no son muñecos», ver,
Roberg de Laurentis, La difesa del povero in America, Milán 1957, p. 43.
118
De hecho, en el sentido de que ya Gnaeus Flavius advirtiera que los jueces no son maquinillas
automáticas, Calamandrei, Il processo como giuoco, (1950), en Opere giuridiche, cit., I, p. 539.
119
Es significativo que el mismo Cappelletti, que años atrás había dicho estar complacido de que en los
países comunistas hubieran «dejado de lado el principio de la demanda» (Ver, Ideologie nel diritto
processuale, cit., p. 18), haya ahora cambiado de opinión (Ver, Dimensione della giustizia, cit., p. 162).
120
Cipriani, Franco, En el centenario del Reglamento de Klein, Bari, 1995, passim
actividad influyendo de modo determinante en su desarrollo. Se trata sólo de ejercer unas
facultades de dirección formal, sin influir en el que pueda ser el resultado del proceso”121.
5.1 Centremos, de ahora en más, el eje central de la polémica entre estas ideologías
que observan al juez como un auténtico interesado en la gestión eficaz del proceso. Que
persigue trabajar sobre verdades antes que actuar con ficciones, teniendo para ello
poderes suficientes para inquirir y resolver en consecuencia; enfrentado al que asiste al
litigio conduciéndolo de manera formal, porque solo del interés de las partes depende el
impulso y la confirmación de las alegaciones que llevan a la certeza judicial.
Para ello hemos de compartir con Pico I Junoy que la ideología social emergente
en el siglo XX, lleva consigo en Europa y América latina, el fenómeno de la
“socialización” del proceso civil (sin darle a la palabra connotaciones políticas, aunque
pueda ser ideológica) que, con el objetivo de incorporar a los clásicos principios del
liberalismo determinadas exigencias del Estado Social de Derecho, pone de manifiesto la
distinción entre objeto del proceso y proceso como instrumento idóneo para alcanzar la
efectiva tutela, por parte del Estado, de los intereses litigiosos122.
121
Montero Aroca, Proceso civil e Ideología, cit., p. 308.
122
Pico i Junoy, Joan, La iniciativa probatoria del juez civil y sus límites, Revista Peruana de Derecho
Procesal, nº 2, marzo, 1998, p. 17. También en El Juez y la prueba, Bosch, Barcelona, 2007, ps. 99 y
ss.
123
En este sentido compartimos con Montero Aroca que […] “tradicionalmente dentro del principio
dispositivo se han venido confundiendo dos principios distintos, aunque complementarios: el principio
dispositivo en sentido estricto, esto es, la disponibilidad que las partes tienen sobre el interés privado y
la conveniencia o no de acudir al órgano jurisdiccional pretendiendo su satisfacción y, en segundo lugar,
Con el primero se conecta el “principio de oportunidad” que suele establecer
diferencias entre la naturaleza de los intereses que se llevan a juicio. Mientras los intereses
públicos deben actuarse de oficio por el principio de necesidad; los intereses privados son
de exclusiva pertenencia del titular a quien se le atribuye el derecho subjetivo y la
voluntad para actuar.
Ubicados en las diferencias veremos que hay un llamado a realizar con acciones
positivas la tutela judicial efectiva, que comprende el acceso a la justicia, en primer lugar,
siguiendo por el desplazamiento de lo dispositivo por la oficiosidad, que decide en
cuestiones de economía y celeridad procesal, tal como recomiendan las 100 reglas de
Brasilia sobre acceso a la justicia en condiciones de vulnerabilidad.
el principio de aportación de parte, por el que las partes tienen también el monopolio de aportar al
proceso los elementos de hecho y los medios de prueba (Los principios políticos de la nueva Ley de
Enjuiciamiento Civil española, Tirant lo Blanch, Valencia, 2001, p. 63).
Por otro lado, no se debe olvidar que los principios del proceso familiar convocan
a la interdisciplina, y no abandona el camino de la autocomposición o las vías alternas
para solucionar los conflictos.
6.1 La fórmula romana que impide al juez promover de oficio una causa judicial
(ne procedat iudex ex officio) consecuencia natural de la regla por la cual no hay juicio
sin actor (nemo iudex sine actore), son preceptos muy poco discutidos.
Sólo por mencionar alguna de las tantas legislaciones que tienen esta guía, la nueva Ley
de Enjuiciamiento Civil española dice en su exposición de motivos que, […] “sigue
inspirándose en el principio de la justicia rogada o principio dispositivo, del que se
extraen todas sus razonables consecuencias, con la vista puesta, no solo en que, como
regla, los procesos civiles persiguen la tutela de derechos e intereses legítimos de
determinados sujetos jurídicos, a los que corresponde la iniciativa procesal y la
configuración del objeto del proceso, sino en que las cargas procesales atribuidas a estos
sujetos y su lógica diligencia para obtener la tutela judicial que piden, pueden y deben
configurar razonablemente el trabajo del órgano jurisdiccional, en beneficio de todos”.
Una consecuencia previsible del principio dispositivo es que la persona que pide
debe señalar, precisamente, qué quiere (pretensión) y qué espera de la jurisdicción
(sentencia favorable), argumentando con pruebas y razones los fundamentos que tiene la
demanda.
Claro resulta que el reclamo tiene dos caras: la pretensión de divorcio que es
improponible; y la denuncia implícita que puede o no ser derivada por el juez hacia el
correspondiente carril de actuación.
6.3 ¿Podrá el magistrado actuar de oficio en este tipo de intereses? En los procesos
constitucionales americanos (no es igual en Europa que tramitan ante jurisdicciones
especiales como son los Tribunales Constitucionales) la iniciativa de oficio siquiera
podría ponerse en duda, si razonamos como Couture al decir:
Bidart Campos fue pionero en esta senda aperturista que hoy renovamos. Decía el maestro
que, “una cosa es decidir en la sentencia que quien en su pretensión sustancial alegó un
124
Couture, Eduardo J., El “debido proceso” como tutela de los derechos humanos, La Ley (Argentina),
tomo 72 p. 808, sec. Doctrina, Buenos Aires, 1953.
derecho suyo no tiene la titularidad de ese derecho; o que quien fue señalado como
demandado carece de relación jurídica que lo grave con un débito frente al actor; o que
debe darse prioridad a un derecho que en la escala axiológica es superior al invocado por
el actor; y otra cosa, harto distinta –y en principio disvaliosa- es resolver el rechazo de la
pretensión so pretexto de que quien la articuló no ostenta legitimación (si es que tal
denegatoria se escuda superficialmente en alguno de aquellos slogans ya citados: carencia
de interés concreto, propio, inmediato, y diferente al de cualquier otro sujeto). […]
Estamos aludiendo directamente a los casos en que, sin tipificarse un claro derecho
subjetivo o un interés legítimo, el justiciable ha fundado su pretensión en un interés
difuso, o colectivo, o compartido con otros, o igual al de otros o, acaso, usando
terminología del actual artículo 43 de la Constitución, un derecho de incidencia colectiva
en general”125.
La renovación de las leyes que regulan las relaciones de consumo admite llamar
a la litis a quienes la sentencia puede alcanzar, ya sea para constituirlo en parte o fiscal
de la ley (caso del Ministerio Público) o para controlar el régimen de ejecución y
cumplimiento de la condena (v.gr.: intervención de las asociaciones de protección de los
derechos de usuarios y consumidores).
El derecho de familia está ampliamente imbuido por el orden público, y de ahí que
también pueda hablarse de un punto de tensión en cuanto al derecho consagrado en el
artículo 19 de la Constitución Nacional (del cual se deriva la autodeterminación,
privacidad e intimidad familiar), y los casos en los que se torna necesaria la injerencia e
intervención estatal en aquella intimidad familiar, en virtud de la imperatividad y
obligatoriedad de las normas jurídicas que caracterizan a la institución referida, máxime
cuando exista transgresión o peligro de quebrantamiento de los derechos de personas en
situación de vulnerabilidad, como es el caso de los niños o adolescentes, al igual que
sucede con las víctimas de violencia familiar, doméstica o de género. Sin embargo, dicha
125
Bidart Campos, Germán J. El acceso a la justicia. El proceso y la legitimación, en “La legitimación”,
libro homenaje al profesor Doctor Lino Enrique Palacio, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1996, p. 19.
tensión debe ser superada mediante una comprometida, prudente y especializada
intervención jurisdiccional que tienda en tiempo y forma a establecer lo que mejor se
traduzca para la satisfacción en cada caso sometido a decisión, del interés superior del
niño y al mismo tiempo, de la protección integral de la familia y de las personas en
condición de vulnerabilidad126.
Los tribunales familiares cumplen una función jurisdiccional diferente a la del juez
ordinario. Se rigen por normas de organización y procedimiento especiales que regulan
las vías atendiendo a la naturaleza de la cuestión y proveyendo además al cumplimiento
de una función docente que le es inherente y no escapa a la propiamente jurisdiccional
sino que la complementa. La misión de los jueces de familia ha de se de ser pacificar el
enfrentamiento, clarificar las posiciones de las partes y ordenar conductas a partir de la
fijación de ciertos puntos. La legislación debe ser adecuada para el mejor cumplimiento
de sus fines y a ese efecto poner atención en el respeto de sus caracteres específicos. Para
que existan tribunales especializados, es imperativo preservar la exclusividad de su
competencia, la extrapatrimonialidad y a la especial idoneidad de los operadores127.
Sin embargo, la materia familiar puede ser vista con una perspectiva distinta a la
bilateralidad pura y a la contenciosidad estricta. Además, hay un sujeto (los menores de
edad) que están interesados directamente en el caso, pues son ellos los alcanzados por la
cosa juzgada, más allá del deber judicial de oírlos, hacerlos protagonistas y considerar
126
López Cardoso, Gonzalo A. – Vázquez, Oscar Orlando, “Actuación oficiosa del juzgado. Breve
análisis de la cuestión del desplazamiento y morigeración del principio dispisitivo en los procesos de
familia”, en Fundejus.org.
127
Ferreyra de, de la Rúa Angelina - Bertoldi de Fourcade María Virginia, Régimen procesal del Fuero
de Familia, Depalma Buenos Aires 1999, p. 16 y ss.
sus opiniones en la decisión definitiva. Supongamos, siguiendo el caso, que el hijo del
matrimonio desavenido dijera que él no quiere quedar bajo la responsabilidad de uno u
otro padre, sino de la abuela con quien vive y tiene su centro de vida.
7.2 Cuando afirmamos que los caminos a tomar pueden ser distintos, sucede al
confrontar los modelos legislativos que se pueden ilustrar con las tendencias encontradas.
En este orden se mantienen los que esperan que se formalice la litis contestatio
para darle inmediata intervención al mediador o conciliador para que junto con las partes
y demás sujetos interesados, procuren alcanzar una solución pacifica que podrá no quedar
encorsetada por el principio de congruencia.
128
Masciotra, Mario, Principios generales en los procesos de familia, El Derecho, ediciones del 17 y
18 de noviembre de 2020, SAIJ: DACF200248.
Tambien conservan la disponibilidad del derecho de acción y el aporte de los
hechos de la causa, las leyes que alojan en el interesado el derecho de alegar y probar,
aun cuando desde que la controversia queda establecida, el juez o tribunal asuma el
impulso, la dirección, el deber de presencia ineudible en las etapas probatorias, y demás
acciones propias de la particularidad del sistema.
Esta especie de audiencia para fijar los hechos litigiosos o establecer bases de
acuerdo, es la idea que se consagró en algunas legislaciones argentinas (provincia de
Buenos Aires) que establecen una etapa previa antes de concretar la demanda. La idea
que se formula tiende a no desvirtuar el vital objetivo de pacificar los conflictos
familiares.
En resumen, a veces con el mal en ciernes, otras con el mismo recién en sus comienzos,
muchas con la escisión irreversible pero con la posibilidad de evitar males mayores, la
tarea del Poder Judicial debidamente dotado con personal de nivel científico y en actuar
interdisciplinario, antes de llevar las cosas a la situación extrema de la demanda, resulta
de indudable valor y eficacia, pudiendo satisfacer plenamente la faz terapéutica no solo
mediante el diagnóstico, sino implementando las soluciones factibles materializándolas,
o bien sentando las pautas a seguir a través de comportamientos o tratamientos futuros de
los componentes129.
7.4 En estos modelos queda claro que el principio dispositivo no puede funcionar
con la rigidez que significa su tratamiento en la teoría general del proceso. Aquí significa
que lo dispositivo tiene dos facetas: 1) lo disponible de las partes (iniciar el proceso;
indicar a los sujetos demandados; ofrecer la prueba; fijar el alcance y contenido de la
pretensión; limitar los efectos de la cosa juzgada); 2) lo indisponible para el juez (no
puede el juez traer al proceso hechos no afirmados; sentenciar según lo alegado y probado
por las partes; poner dudas sobre la iniciativa probatoria).
129
Exposición de motivos de la ley 11.453 de la provincia de Buenos Aires (Argentina)
CAPÍTULO VI
EL PRINCIPIO DE ORALIDAD
1.1 El sistema oral o escrito para los procedimientos se puede resumir en ventajas
e inconvenientes que muestren en la confrontación, beneficios y perjuicios para quien
elija un trámite conforme. No obstante, la sencillez no es tal cuando se escarba en los
orígenes del modelo, porque con ella comienza una cuestión de política procesal que
excede largamente la simplificación de las reglas.
“El ideal de nuestro tiempo sería que ninguna litis se perdiese por razones de forma. Más
profundo y más grave aparece el contraste entre la dirección del pensamiento científico
moderno, enemigo por naturaleza de todo prejuicio, de todo convencionalismo, de todo
vínculo en la investigación de la verdad, y los límites de toda clase, positivos y negativos,
que se ponen al pensamiento del juez en la investigación de la verdadera situación de
hecho en las causas. De un lado, el juez no puede servirse por lo general más que de los
130
Chiovenda, Giuseppe, Ensayos de derecho procesal civil, volumen 2, Ejea, Buenos Aires, 1949, ps.
123 y ss.
131
Ibídem, p. 143.
medios de prueba que las partes presentan y proponen; algunos medios le están prohibidos
enteramente, como el examen testimonial, fuera de ciertos límites; y, de todos modos, no
puede hacer uso de ellos sino de acuerdo con determinadas reglas. ¿Qué más? En los
juicios más graves no le es dado ni siquiera conocer personalmente a los litigantes, las
afirmaciones de los cuales debe juzgar; por otro lado, él está obligado a considerar como
verdaderos los hechos confesados, y a juzgar conforme al juramento prestado. La prueba
legal tiene siempre un puesto importante en nuestro proceso civil; y el juez, aunque
cumpla una función de Estado, es siempre el más pasivo de los funcionarios de Estado”132.
Queda impreso con este razonamiento una clara y rotunda afirmación: un proceso
de formas desnaturaliza el debate entre las partes, en cuyo caso las soluciones deben partir
no desde el derecho procesal, sino desde las leyes, porque, en definitiva –se interroga-
¿no es éste un problema entero de la relación entre el Estado y el ciudadano, trasladado
al campo del proceso civil? ¿No es el eterno conflicto entre la libertad individual y los
poderes públicos?
1.2 Para Chiovenda, los errores que advertía en toda esta legislación eran: excluían
completamente la publicidad y la oralidad y toda inmediata relación entre el juez y los
litigantes; el sistema quedaba dominado por el poder dispositivo de las partes; los estadios
procesales se sostenían en la contestación, la réplica, la dúplica, la tríplica, la cuadruplica,
debiendo el demandado, sin embargo, producir todas sus excepciones al mismo tiempo,
sin poder el actor deducir en la réplica nuevas circunstancias y pruebas. Se conservó
también la sentencia probatoria del derecho germánico, aunque el pleito quedaba dividido
en dos partes: una destinada a las afirmaciones, que terminaba con la sentencia ordenando
la prueba; y otra destinada exclusivamente a las pruebas que terminaba con la sentencia
definitiva.
132
Ibídem, p. 167.
133
A principios del siglo XX el ascendiente de la Ordenanza procesal austriaca era muy grande, y
generaba resistencias en quienes mantenían con el peso de su autoridad científica los esquemas rituales
del código sardo de 1865 que había sido adoptado como ley nacional al realizarse la unidad italiana.
Tanto Mattirolo y aún más Mortara (1855-1936), eran hirientes con Chiovenda; el primero porque veía
que el fulgor de su estrella se apagaba con el recién llegado, el segundo, porque siendo apenas mayor,
1.3 En efecto, la oralidad podía ser un sistema para el desarrollo de las
actuaciones, pero también permitía un control activo sobre el desempeño de las partes,
concentraba los actos y reducía la contradicción al mínimo imprescindible, desde que
todas las alegaciones debían formularse al mismo tiempo. De este modo, las partes
conservaban el poder dispositivo respecto del material (aporte de los hechos), siendo el
juez quien asumía el control y la dirección del proceso, antes en manos de los litigantes.
2. Evolución de la oralidad
sentía que pese a lograr ser reconocido con más lustre que su maestro (Mattirolo) no conseguía doblegar
al “joven impetuoso y poco reflexivo” (cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Los protagonistas del derecho
procesal. Desde Chiovenda a nuestros días, Rubinzal Culzoni, Buenos Aires / Santa Fe, 2006, p. 33).
134
Chiovenda, José, Principios de derecho procesal civil, traducción de la 3ª ed. Emiliana por José
Casais y Santaló, Tomo I, Reus, Madrid, 1977, p. 96.
135
Díaz, Clemente A., Instituciones de derecho procesal, Tomo I, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1968,
p. 314.
Schönke explicó que […]
“El objetivo de un procedimiento con oralidad plena es muy difícil de alcanzar, pero de
considerable importancia. Ha sido puesta de relieve también en el Decreto de aceleración
e inmediación en el procedimiento, en donde se dice: el debate oral es la médula del
procedimiento. Sólo de un debate oral regido por la inmediación y en el que reine la
actividad, puede y debe el juez sacar su convicción […]. El requisito de la substanciación
oral significa que no puede resolverse sin debate oral a una petición unilateral de la parte
ni sin súplica ni debate de ambas partes. Además, sólo puede ser tenido en cuenta en la
resolución lo alegado por las partes ante el Tribunal en el acto de la vista. No obstante, es
admisible en el debate remitirse a escritos en cuanto no se oponga ninguna de las partes
y el Tribunal lo estima pertinente. Concluido el último debate oral, no hay ya posibilidad
en principio para escritos preparatorios. Otra cosa sucede si las partes han solicitado una
resolución sin vista oral bajo reserva de que por ambas se puedan todavía, dentro de un
determinado plazo, presentar escritos. Por lo demás, no pueden ser utilizados como
fundamento de la sentencia, escritos que se hayan presentado después de concluir el
último debate oral […]. Del principio de la oralidad se sigue también el que la sentencia
solamente pueda ser dictada por los jueces que han asistido al debate”136.
136
Schönke, Adolfo, Derecho Procesal Civil, Bosch, Barcelona, 1950, p. 42.
137
Cappelletti dice que todos los códigos del siglo XX, desde el húngaro de 1911 (obra de Alejandro
Plósz), al noruego de 1927, el polaco de 1933, el yugoslavo de 1929, hasta llegar al código federal suizo
de 1947 y el sueco de 1948, así como las leyes de países socialistas de Europa, se han basado en el
criterio de la relación inmediata y oral del juez con las partes y los otros sujetos del proceso (Cappelletti,
Mauro, El proceso civil en el derecho comparado, Ejea, Buenos Aires, 1963, p. 54).
138
Leible, Stefan, Proceso Civil Alemán, Dike – Konrad Adenauer Stiftung, Medellín, 1999, p. 141.
“Ya se sabía todo esto. Que el código de 1940 realiza una forma de oralidad sin
inmediación y sin concentración, y por esto mismo, limitada y de reducido rendimiento,
no es absolutamente novedad. Es igualmente conocido que el sistema adoptado por el
código fue resultado de un compromiso entre exigencias ideales y concretas posibilidades
técnicas. Lo optimum habría consistido en la instrucción confiada al mismo órgano
decisor, al colegio; mas la escasez del personal judicial no permitía realizarlo. Y puesto
que, por otra parte, no había encontrado favor la idea del juez único, emergente en los
proyectos Solmi, se tomó por una vía intermedia”139.
En definitiva, lo que sucedió fue que no logró la oralidad una fórmula pura, en el
sentido de desenvolver todas las actuaciones en forma verbal y ante el juez de la causa.
Hubo preeminencia de lo escrito, o un predominio de la oralidad, recibiendo cada forma
la influencia del otro.
3.1 La influencia del modelo de Klein, con las adaptaciones que introdujo
Chiovenda, y las modificaciones habidas en los ordenamientos procesales de cada país,
pergeñó un cambio filosófico en la forma de mirar el desempeño procesal.
Dice Cappelletti que la idea es muy simple, “significa que el proceso civil, aun siendo un
instrumento dirigido a la tutela de los derechos (normalmente) privados, representa, sin
embargo, al mismo tiempo, una función pública del Estado. Tratándose de una función
pública –al igual que las funciones legislativas y administrativas- hay que considerar que
el Estado mismo, y no solamente las partes privadas, está interesado en un ordenado,
rápido, orgánico, imparcial ejercicio de aquella función; que esta interesada, en suma, en
realizar e imponer el mejor posible modo de llevar a cabo aquella función”141.
La consecuencia práctica más evidente de esta idea es la siguiente: que las partes
privadas, aun siendo libres de disponer de los derechos sustanciales deducidos en juicio,
139
Allorio, Enrico, Problemas de derecho procesal, Tomo I, Ejea, Buenos Aires, 1963, p. 339.
140
Guasp, Jaime, Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Civil, Aguilar, Madrid, 1943, p. 689.
141
Cappelletti, El proceso civil en el derecho comparado, cit., p. 56.
o sea, del objeto del proceso, no son libres, sin embargo (o, por lo menos, no son
completamente libres) de disponer a su gusto también del proceso mismo, o sea del
instrumento procesal. En otras palabras, las mismas no son libres de determinar a su gusto
el modo como el proceso debe desenvolverse.
3.3 El planteo de las pretensiones en debate oral no se logró instalar con la eficacia
que el modelo tuvo en vista; por eso, la etapa proposicional escrita fue predilecta, dejando
lo verbal actuado para la etapa de deliberación probatoria.
Por eso, también, el enfrentamiento entre oralidad y escritura diseña una polémica
real en torno a derivaciones de sus postulados, más que a la pureza y eficacia que
persiguen con sus idealizaciones. En consecuencia, la crisis asienta en los problemas de
la inmediación, la concentración y la publicidad, entre otros aspectos; pero el punto
neurálgico radica en desentrañar la verdadera naturaleza de uno y otro principio.
3.4 A estos fines puede constatarse que no existen, como anticipamos, procesos
totalmente escritos u orales, sino, más bien, procedimientos que mezclan ambos
generando un predominio manifiesto de alguno de ellos. En general la instancia de
apertura (demanda) es escrita, como también lo son el responde, las excepciones y
defensas. Sin embargo esta característica no es suficiente ni otorga ventajas prácticas para
elucidar la conveniencia de optar por un medio para expresar la voluntad.
"El principio de la inmediatividad que ofrece particular interés en lo que se refiere a los
actos de prueba se muestra más importante en cuanto a su aplicación en un proceso de
tipo oral que de tipo escrito, no en el sentido de que en este último no sea posible o
conveniente, sino en el que en aquel resulta indispensable para que las ventajas de la
oralidad no queden malogradas; esto explica el que, aunque por razones diversas, también
142
Guasp, Comentarios..., tomo I, cit., p. 690.
haya perdido el principio de la inmediatividad el carácter indiscutible que antes tenía ex
iure condendo; la división que hoy parece afirmarse entre instrucción y fallo del proceso
confiada cada uno a órganos jurisdiccionales independientes, demuestra en efecto, la
crisis del principio"143.
3.6 Seguidamente, el rumbo lo ilumina la secuencia con que se producen los actos,
de modo tal que la prueba concita sucesivas actuaciones; o se reúne en un acto de
concentración procesal, o se emite de viva voz ante la autoridad encargada de recibirla.
De este modo, es dable comprobar en los actos preclusivos la presencia del sistema
escrito, tanto como ocurre en la concentración procesal que se expresa mediante actos
exclusivamente redactados previamente, o que se levantan en actas circunstanciadas del
relato que otros aportan (oralidad actuada). La oralidad estará presente cuando el acceso
a la prueba sea inmediata y el tribunal la perciba sin necesidad de memorizarla por escrito.
Bien dice Fairén Guillén que "la oralidad produce la necesidad de evacuar todo el material
de la instrucción en una o varias sesiones ante el tribunal lo más próximas posibles, es
decir promueve la concentración del material y del procedimiento, hecho posible también
gracias a la facultad de interrogación y esclarecimiento de los jueces derivada del
principio oficial"144.
143
Guasp, Comentarios..., tomo I, cit., p. 691.
144
Fairén Fuillén, Víctor, La elaboración de una doctrina general de los principios del procedimiento,
Revista de Derecho Procesal, 1949-I, p. 185. Ediar, Buenos Aires.
“la escritura se consideraba casi como un escudo del juez contra las tentaciones y los
peligros de la parcialidad. La misma era, en realidad, la barrera, el diafragma que separaba
al juez del proceso y de aquellos que del proceso son los verdaderos protagonistas
privados: sobre todo, las partes y los testigos”145.
145
Cappelletti, ob. cit., p. 49.
146
Palacio, Lino E., Derecho Procesal Civil, tomo I, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1979, p. 270
a) Fija documentalmente la expresión y voluntad de las partes, permitiendo
conocer en todo tiempo las manifestaciones de ellas, constatando la evolución del
pensamiento y la seriedad de su compromiso hacia la verdad y razón de sus conductas.
d) El procedimiento escrito abarata el costo del proceso, aún cuando sea opinable
este criterio.
5. Ventajas de la oralidad
"el lugar que corresponde a la oralidad está en la prueba; cuando no hay prueba la oralidad
no es necesaria y ni siquiera conveniente, a menos que se trate de cuestiones simples,
fáciles de considerar y resolver de inmediato. La ventaja primordial de la expresión verbal
radica precisamente en que constituye un medio que conduce a una más exacta expresión
de la realidad de los hechos. Eso es lo que en definitiva destacan los autores de todas las
épocas -desde Bentham a Chiovenda-, que han hecho el elogio apasionado del
procedimiento oral. La mayor facilidad con que se ha incorporado la oralidad en el
procedimiento penal de casi todos los países, se debe en gran parte, a que en lo criminal,
el objeto materia del proceso es el delito, vale decir, un hecho material susceptible de
probarse. El asunto de derecho, la cuestión legal, constituye algo accesorio, que no llega
a absorber el debate sino la excepción. Son los hechos y las complicaciones de los mismos
los que atraen la atención y el interés de las partes, el juez y el público, ansiosos todos de
llegar al descubrimiento de la verdad; y como el descubrimiento de la verdad es la razón
de ser y objetivo primordial de la instrucción, se explica que se utilice el medio m s idóneo
para conseguirlo"147.
147
Lascano, David, Proyecto de código de procedimiento civil y comercial, La Ley, 1935, La Plata,
1957.
la verdad. Todos los signos percibidos se pierden en la escritura muda y faltan al juez los
argumentos más claros y ciertos"148.
a) Si existe una crisis en la práctica del juicio oral es producto de las necesidades
que el sistema requiere. Son inversiones de infraestructura y en recursos humanos que
suelen postergarse, convirtiendo la necesidad de aplicación pura, en estructuras judiciales
que comparten la actividad judicial en procesos escritos y orales que pocas veces pueden
convivir en armonía.
148
Chiovenda, Principios…, tomo II, cit., p. 132.
de alguna manera, el juicio oral desplaza la evaluación meditada y serena, con la rapidez
que exige la inmediatividad. Ambos aspectos fueron anotados señalándose que "el
problema de la oralidad-escritura no tiene solución absoluta [...] porque no sólo depende
de factores técnicos procesales, sino también de otros, como son la idiosincrasia y la
educación social, política y jurídica de los individuos y los pueblos"149.
Un reexamen del modelo impone considerar los desatinos que han generalizado
su desventura. Globalmente la crítica sospecha sobre la verdadera celeridad que ofrece
porque, la realidad muestra que los procesos orales son aún más lentos que los escritos.
149
. Fairén Guillén, ob. cit., p. 423.
6.1 La oralidad presentada como principio político demuestra la necesidad de
tener al juez presente y activo desde las primeras actuaciones procesales. Además de
controlar en la recepción que se cumpla con el principio de legalidad formal, le
corresponde verificar en este tiempo, los presupuestos procesales con el fin de evitar
eventuales nulidades posteriores.
Estos deberes funcionales fueron los que trataron de impedir que la delegación en
otros funcionarios, eludiera el contacto directo con las partes y con el expediente, pero
ninguna de estas actividades se debe confundir con el significado de la oralidad en el
proceso de familia.
Puede haber una explicación simple a partir de oponer al proceso escrito con el
trámite oral, pero sería errado pensar que hay oralidad cuando los actos se realizan de
viva voz, en audiencias, y sin piezas redactadas, porqué normalmente, la oralidad pura no
existe, al tener que trabajar sobre hechos conocidos y afirmados que suelen quedar
reflejados en los escritos constitutivos del proceso. Por eso, la escritura no está desterrada,
desde que se localiza en la etapa de postulación y se continúa en las actas que sintetizan
los actos realizados.
6.3 Es cierto que una parte de la doctrina propone que esta presencialidad sea
obligatoria, únicamente, en la etapa probatoria, dando especial predicamento a la
audiencia preliminar a la apertura del juicio a prueba. Estas son exigencias que proyectan
desde este acto, la idea que haya identidad física enre quien recibe y valora la prueba,
para lograr el razonamiento adecuado al principio de la apreciación en conciencia de la
producción probatoria.
Por eso, la oralidad es una técnica unida a la inmediación, que sistematiza el
procedimiento por audiencias, que se instruye en formatos que pueden ser diferentes a los
tradicionales. Por ejemplo, la celebración en los estrados del tribunal a veces es
impracticable e inconveniente; las declaraciones se pueden tomar con medios
tecnológicos apropiados y controlados; lo mismo que el uso de la Cámara Gesell, entre
otros.
CAPÍTULO VIII
EL PRINCIPIO DE INMEDIACIÓN
Eisner sostiene que es un principio porque se trata, precisamente, de una pauta o criterio
orientador que procura conformar las normas procesales y de organización judicial de
modo tal que obtenga las finalidades que persigue151. En cambio, Palacio dice que es un
principio cuando se referencia a los procesos orales, porque en ellos el contacto personal
y directo del juez o tribunal con todo el material del proceso, es una exigencia que excluye
cualquier medio indirecto de conocimiento judicial. Pero en el proceso escrito, no opera
como principio salvo que se lo interprete con importantes limitaciones, que al fin de
cuentas, observa que la inmediación sólo radica en imponer la presencia del juez en la
ejecución de la prueba que se deba recibir en audiencias152.
1.2 Sin dejar lugar a dudas, Clemente Díaz afirma que es una regla o máxima,
que postula la comunicación personal del juez con las partes y el contacto directo de aquél
150
Eisner, Isidoro, El principio de inmediación, Depalma, Buenos Aires, 1963, p. 33.
151
Eisner, ob. cit., p. 33.
152
Palacio, Lino Enrique, Manual de Derecho Procesal Civil, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1965, p.
139.
con los actos de adquisición de las pruebas, como instrumento para llegar a una íntima
compenetración de los intereses en juego a través del proceso y de su objeto litigioso153.
Por ello admite que la regla se aplica a los procesos orales como a los escritos siempre
que estén reunidas las siguientes características:
c) La identidad física entre el juez que tuvo contacto con las partes y el que dictará
la sentencia154.
2.1 Al juez se lo puede adoptar como una pieza o engranaje del proceso que actúa
al tiempo de resolver; o asignándole un rol activo que dirija el procedimiento conforme
sus convicciones. Al primero suele llamarse “juez espectador”, al restante “juez director”,
como lo dijimos antes de ahora.
Esto no fue un problema en la historia del proceso, sino hasta el siglo XX. En el
derecho romano la relación entre juez y partes era próxima y constante; las actuaciones
se cumplían en todas sus etapas (acciones de la ley, período formulario y sistema
extraordinario) ante el magistrado, modificándose la costumbre con la influencia de la
iglesia, que transforma al proceso en romano – canónico, permitiendo la delegación hacia
instructores que recibían la prueba.
153
Díaz, Clemente A., Instituciones de derecho procesal, Tomo I (Introducción), Abeledo Perrot,
Buenos Aires, 1968, p. 380.
154
Díaz, ob. cit., p. 382.
intereses. El trámite es oral y público, completamente ocupado de ritos y solemnidades,
muchos de ellos de carácter religioso como fueron las “Ordalías”155.
2.2 La Europa continental de los siglos siguientes abandonó la idea del juez
presente, descansando la tarea de examinar a testigos y partes en informantes a quienes
se delegaba esa labor.
Es cierto –dice Eisner- “que bajo el régimen de esta ley la oralidad se llevó a sus formas
más exageradas, al punto de no atribuirse valor a ninguna manifestación o petición de las
partes si no era objeto de una alegación verbal ante el mismo tribunal, y sólo ésta era
155
La invitación a comparecer ante el tribunal, formulada por la parte demandante ante testigos, se
llamaba mannitio y era el acto inicial del proceso que, como dice Brunner, era esencialmente público y
oral y descansaba por entero en el principio acusatorio, de manera que estaban abandonadas a las partes
la iniciación y la continuación del proceso; apareciendo así como su cúspide lógica los contratos
procesales entre los litigantes. La autoridad del tribunal era muy limitada y en parte venía a quedar
sustituida por la coacción jurídica del formalismo (cfr. Historia del Derecho Germánico, Labor,
Barcelona, 1936, p. 24).
tenida en cuenta, aunque además se registrara por escrito en el protocolo. Pero de todos
modos de allí partió el principio saludable que luego, y en formas más razonables o
atemperadas, se consagró en otras leyes procesales de la época”156.
2.3 Con la Ordenanza austríaca que enseguida hacemos referencia, comienza una
etapa nueva en los grandes períodos de formación de modelos procesales. Inicia el
llamado “proceso social” que abandona el modelo liberal caracterizado, para todos, por
el Código Procesal Civil Napoleónico de 1806157.
Este modelo revirtió el sistema escrito dando paso a la oralidad, cuestión que por
aquél tiempo no fue solamente una variación en las reglas, sino una verdadera decisión
de política judicial. Es cierto que, el modelo de la justicia civil social no supuso una
abolición total del modelo liberal, porque en realidad lo complementa en función de
perseguir una mayor concentración de los actos en vías de auspiciar la mayor celeridad
156
Eisner, ob. cit., p. 56.
157
. Gimeno Sendra, Vicente, Observaciones al proyecto de ley de enjuiciamiento civil española desde
el derecho procesal europeo, Universidad de educación a distancia, Publicaciones – Debate, nº 2, donde
dice que dicho código francés estaba informado por los principios de oralidad absoluta, inmediación,
celeridad (a través de la concentración y supresión de instancias) y valoración mixta (tasada y libre) de
la prueba, que acabó, a lo largo del siglo XIX, instaurándose en la mayoría de los países europeos (así,
por ejemplo, las Ordenanzas de Hannover).
procesal. También lo es que la mudanza de roles del tribunal, antes pasivo, aventuró una
polémica que aún persiste.
158
Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Temeridad y malicia en el proceso, Rubinzal Culzoni, Buenos Aires /
Santa Fe, 2002, ps. 113 y ss.
159
Cappelletti, Mauro, La oralidad y las pruebas en el proceso civil, Ejea, Buenos Aires, 1972, p. 81.
160
Chiovenda, Giuseppe, Ensayos de derecho procesal civil, volumen 2, Ejea, Buenos Aires, 1949, p.
177. En este trabajo Chiovenda expone claramente su pensamiento sobre el peso de la oralidad en el
proceso y dice […] “No es menos importante el lado social de la cuestión. Con abreviar la litis, con dar
En 1906 había pronunciado una conferencia en Nápoles que él mismo reconoce
fue el punto de partida hacia un proceso sobre la base de la oralidad, de la inmediación y
de la concentración […]:
“La justicia en el proceso no comienza con la decisión; con el inicio mismo de la causa
se abre un amplio campo a la justicia distributiva. Tampoco las normas judiciales
contemplan solamente a los litigantes del caso concreto; las mismas deben proveer de
modo que refuercen la confianza de los ciudadanos en la acción del Estado; no sólo como
juez sino como poder. Obsérvese todavía: con la idea de que la administración de justicia
sea una función de la soberanía, se viene formando lentamente la convicción de que el
juez como órgano del Estado no deba asistir pasivamente a la litis, para pronunciar al
final una sentencia, como la máquina automática que accionada por el peso de la moneda
que cae emite una golosina o un boleto de entrada; sino que debe participar en la litis
como fuerza viva y activa. En otros términos, el Estado está interesado, no en el objeto
de la litis, sino en el modo como éste se desarrolla. Y este simple principio contiene en sí
una entera revolución en el campo de los conceptos procesales” (161).
2.5 La oralidad se instaló en las reformas posteriores del continente europeo, pero
no impacta en Latinoamérica porque en estas tierras el modelo fue la ley de
enjuiciamiento civil española. No obstante, si entendemos como una proyección de la
oralidad el sistema que propicia, es indudable que culmina consagrando el principio de
inmediación.
a la oralidad la mayor parte en los juicios, con hacer al juez más vivamente partícipe de la relación
procesal y más inmediato su contacto con las partes en causa, se aproxima la justicia a las clases menos
pudientes mucho más que con preparar organismos de defensa del pobre, destinados a funcionar en
modo inadecuado a su noble fin.
161
Chiovenda, Ensayos, volumen 2, cit., p. 162.
una circunstancia. Excede la concepción de la oralidad, la simple utilización de la
expresión verbal, para constituirse en un modo y forma estructurada de llevar adelante el
proceso que tiene un funcionalismo propio, tal cual ocurre con un sistema, por eso
apuntalamos que la oralidad debe comprenderse en su concepción amplia de sistema
procesal162.
La inmediación es una necesidad que opera más allá de la regla. No se puede creer
que ella sea cumplida con la presencia formal sin actividad directora; como tampoco es
negociable la dirección autoritaria que sobrecoja los demás principios y obstruya las
garantías.
162
Villalba Bernie, Pablo D., Proceso Civil. Actualidad y futuro, Bijupa, Asunción del Paraguay, 2008,
p. 120.
163
Goldschmidt, James, Derecho Procesal Civil, Labor, Madrid, 1936, p. 87.
el acto como potestativo, o sancionatorio con nulidades que nunca se decretan porque
ellas dependen del interés de las partes.
3.2 El problema aparece con las potestades que tiene el tribunal para desarrollar
el proceso manteniendo, en toda la instancia, los principios que venimos comentando. La
autoridad se refleja en distintas decisiones; desde la última e imprescindible para
fortalecer la confianza en la institución, que es la ejecución por la fuerza cuando el
mandato judicial no se cumple; hasta otras menores, como son las medidas correctivas
por la inconducta procesal.
En sus orígenes el proceso civil se formó e implementó como una cuestión entre
litigantes. Fue una lucha, y como en toda lucha, solo había ganadores y perdedores.
Conserva, entre otros, este mensaje el tema de las costas procesales. Pero con Chiovenda
y su firme impulso por la oralidad, comprendió que la función del juez no podía quedar
tan inerte. No era un espectador de lujo en la controversia, sino un activo director que
podía exigir de las partes algo más que el desempeño técnico.
3.3 Finalmente las críticas: la presencia del juez es un requisito esencial del acto
procesal y sin embargo el juez pocas veces está. ¿Constituye una causa de mal
desempeño?:
4.1 Para nosotros, la inmediación no es un deber del juez que reside únicamente
en él como principal gestor del conflicto, sino que se amplía a todo el equipo
mutidisciplinario que interviene como apoyo al tiempo de resolver.
Como con estas presencias se vuelve efectivo el derecho a ser oído, la garantía se
fortalece al permitir que sean todos quienes escuchen los que reciban elementos de
valoración y consejo, cada uno dentro de sus áreas competenciales.
Más adelante veremos que en las actuaciones cuyo objeto atañe a menores, la
inmediación del juez se puede delegar en aquellos que hagan la investigación ambiental,
verifiquen el lugar donde éstos viven efectivamente, y lograr así la eficiencia de la
actividad tutelar a tono y relacionada con la mayor inmediación.
4.2 Esta es la base por la cual, cuando se trata de actuaciones cuyo objeto atañe a
niños y adolescentes se debe otorgar primacía al lugar donde se encuentran residiendo,
ya que la eficiencia de la actividad tutelar torna aconsejable una mayor inmediación del
juez de la causa con la situación de los mismo, solución que es la que mejor se compadece
con la finalidad tuitiva de la "Convención sobre los Derechos del Niño" (art. 3), que
dispone atender el superior interés en todas las medidas a tomar concernientes a ellos.
Sin que lo resuelto implique un anticipo sobre la suerte que deben correr las pretensiones
de las partes, resulta necesario priorizar el resguardo del principio de inmediatez, en
procura de una eficaz tutela de los derechos de la niña y ponderando que no es posible
esclarecer aquí la concurrencia de impedimentos al contacto y la supervisión de la madre
o de restricciones infundadas en el ejercicio de su derecho de defensa, en función de la
distancia, cabe concluir que los tribunales de Formosa (provincia de Argentina) están en
mejores condiciones para alcanzar la protección integral de los derechos de la menor
puesto que sus jueces poseen, dentro de su propio ámbito territorial, acceso directo a ella;
solución que guarda coherencia con la directiva del artículo 706 del Código Civil y
Comercial de la Nación, en cuanto consagra la necesidad de valorar el mejor interés de la
menor de edad involucrada, así como el respeto de la tutela judicial efectiva y
la inmediación, como principios generales que deben gobernar los procesos de familia164
Corresponde que el juzgado de familia con asiento en la provincia del Chubut (provincia
de Argentina) intervenga en la demanda de alimentos instaurada contra el abuelo paterno
de los menores en tanto en esa jurisdicción las jóvenes se encuentran viviendo en forma
estable, temperamento que resulta compatible con el artículo 716 del Código Civil y
Comercial -que asigna el conocimiento de los procesos referidos a alimentos de niños,
niñas y adolescentes, al juez del foro en el cual se ubica su centro de vida- y con las
directivas del artículo 706 -en cuanto consagra el respeto de la tutela judicial efectiva y
de la inmediación-166.
164
Fallos: 344:2384.
165
Fallos: 342:1031.
166
Fallos: 339:1751.
CAPÍTULO IX
SECRETO Y PRIVACIDAD
1. El principio de publicidad
1.1 Cuando el proceso abandona el concepto de lucha entre partes para convertirse
en una cosa pública dirigida por el juez manteniendo la igualdad entre las partes, fue
usada una voz que se popularizó como principio: la publicidad de los actos procesales era
necesaria para que fuera evidente el ejercicio por ambos litigantes del derecho de defensa.
167
Cappelletti, Mauro, La responsabilidad social de los Jueces, Platense, La Plata, 1987, p. 99.
al expediente (pueden solicitarlo partes e interesados, o solo quienes acrediten
intervención en él), en las formas de cumplir ciertas notificaciones (copias en sobre
cerrado por la índole secreta del conflicto), entre otros.
En caso de que las actuaciones sean ofrecidas como prueba ante otro juzgado, se
debe ordenar su remisión si la finalidad de la petición lo justifica y se garantiza la reserva.
Sobre el particular la Convención sobre los Derechos del Niño, prescribe en su art. 16:
“1. Ningún niño será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida privada, su
familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra y a su
reputación. 2. El niño tiene derecho a la protección de la ley contra esas injerencias o
ataques”.
También la ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y
Adolescentes (Argentina) consagra el derecho a la vida privada e intimidad familiar en
su art. 10: “las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a la vida privada e intimidad de
y en la vida familiar. Estos derechos no pueden ser objeto de injerencias arbitrarias o
ilegales”.
2.2 Con otra perspectiva, son proyecciones del derecho a la protección judicial
que origina en el juez o tribunal un deber asociado a la tutela jurisdiccional, esta vez
comprometido con evitar injerencias arbitrarias o inapropiadas con la intimidad del
proceso judicial y la propia humanidad de un expediente que testimonia un conflicto
personal que no debe trascender más que para los interesados directos.
En materia procesal civil patrimonial, el principio de publicidad puede quedar
limitado por disposiciones adoptadas de oficio, tales como ordenar que las audiencias se
realicen a puertas cerradas con el fin de impedir que pudiera quedar afectada la moral, el
orden público, la seguridad o el derecho a la intimidad; también, cuando las notificaciones
contengan datos reservados que se deben custodiar por la privacidad intrínseca, aportando
disposiciones de seguridad en la comunicación; al igual que otras actuaciones que
pudieran alcanzar al público, en cuyo caso, para mantener el decoro y el secreto se ha de
obstaculizar el acceso, o puesta en confidencia la exposición.
El Reglamento para la Justicia Nacional de Argentina, vigente desde el año 1952, acuerda
que en materia de revisación de expediente, en su art. 63, permite la consulta, en general,
a cualquier profesional aunque no intervenga en el juicio, e incluso a los periodistas;
impone, en el art. 64, excepciones a dicha facultad y contempla en calidad de expedientes
reservados cuando se refieran a cuestiones de derecho de familia (divorcio, filiación,
nulidad de matrimonio, pérdida de patria potestad, tenencia de hijos, alimentos, insania,
etc.), así como aquéllos cuya reserva se ordene especialmente. En lo que respecta al
ámbito de la Justicia familiar está dispuesto que sólo podrá darse información a las partes
y a los profesionales intervinientes.
Los datos personales son básicos en este tiempo de clara invasión informática de
la era digital; y la intimidad personal sufre igualmente el impacto de un mundo
globalizado por las redes sociales que en segundos destruye la confidencialidad.
2.4 Entre reserva y acceso limitado hay una relación que se debe interpretar. Lo
primero es poner el expediente judicial fuera del alcance de quienes no sean partes o
interesados directos; mientras que limitar es impedir que quienes requieran conocer las
actuaciones lo hagan. La reserva es una orden dispositiva del tribunal; la limitación, un
principio que excede lo funcionalmente resuelto.
Sin embargo, esta noción garantista de “lo público”, y aun aceptando que es una
justicia de rostro más humano que puede convivir con sus intrincados reglamentos y
lenguaje inapropiado para el común de la gente, tiene una exigencia hacia la intimidad,
que desde un derecho sustancial a evitar la intromisión sobre la privacidad, o el uso
indecente de la información apropiada por la invasión arbitraria, se vuelca como garantía
168
Gomez Loeches, Luis, El acceso a la documentacion de las actuaciones judiciales, Universidad
Alacla de Henares, Madrid, 2003, p.12
169
Gomez Loeches, ob. cit., p. 13.
a preservar. Esa intimidad del expediente judicial aloja un derecho exigible por las partes
y un deber jurisdiccional para actuar de oficio en pos de ordenar este derecho a la
privacidad.
3.2 La naturaleza del objeto a tutelar tiene un vícnulo muy estrecho con los valores
a preservar, a sabiendas que en materia familiar hay privacidad pura y casos que toman
estado público y el interés periodístico desbarata las intenciones del secreto. Es aquí
donde encuentra base y fundamento el acceso limitado al expediente y la orden de
reservar las actuaciones para que su análisis solo puedan hacerlo las partes.
En estas situaciones, juegan los valores de los principios del proceso de familia.
Son orientaciones evidentes de una intencion plausible, al mismo tiempo que introducen
un dilema ético que puede provocar debates entre la intimidad de los sujetos procesales,
la obligación de reserva y confidencialidad del juzgado, y el derecho a la información.
3.3 Resulta un juego de sutilezas, es verdad, pero que lo sea no admite cambiar el
sentido de proteger la intimidad del caso. Derecho que aparece recién a fines del siglo
XX cuando en algunos códigos y muy pocas normas fundamentales, declaran tutelar todo
aquello que forma parte del dominio privado e íntimo de las personas, como la vida
170
Fallos: 312:1580.
privada, el domicilio, la correspondencia, el honor, la reputación, etc. En cualquier caso,
la intimidad es más fácil de describir que de definir.
EL PRINCIPIO DE OFICIOSIDAD
1. Problemas de interpretación
Más acertado parece comprender a la oficiosidad dentro de los principios que debe
custodiar el juez de familia como autoridad principal, acordando para ello que la función
en el proceso es social y colaborativa, derivando el deber de utilizar todas las garantías
que establecen pactos, tratados y convenciones, además de las que correspondan al
derecho interno, sin que sea menester el requerimiento o la invocación por las partes, o
que habiéndolo sido, su aplicación pueda disponerla sin elecciones alternativas o
dirimentes, sino con su propia interpretación conforme.
171
Sosa, María Mercedes, El rol del juez en los procesos de familia, passim
La naturaleza de los derechos en juego en las acciones del estado de familia, y en
especial la circunstancia de que el interés general esté vinculado con su resultado, hacen
que los procesos en que ellas se deducen queden sujetos a características especiales que,
en alguna medida, los diferencian de las demás, aún cuando dichas características no sean
propias exclusivamente de ellos, sino que puedan ser compartidas por otros.
2.1 Para establecer la legalidad formal como un principio del proceso, es necesario
superar la observación según la cual cualquier solemnidad o ritualismo para expresar
ideas o sentimientos conspira con la finalidad del acto. La polémica no es nueva si
tenemos en cuenta que reitera la disputa que viene desde el derecho romano en todas sus
etapas172, polemizando el formalismo de las actuaciones procesales y la informalidad
absoluta.
172
Sostiene Cuenca que, en ningún pueblo de la antigüedad fue tan profundo el culto de la forma como
en Roma. De todos los elementos formales, la palabra tuvo un influjo poderoso; los romanos atribuyeron
a las palabras el poder de llevar las semillas de un lugar a otro; en las Doce Tablas se incluyeron
sanciones contra aquéllos que por arte de magia dañaban las cosechas y Plinio hace extensos
comentarios sobre el poder místico de las palabras. La claridad, sencillez y precisión de las formas
aseguraron, en el derecho antiguo, el cumplimiento estricto de las leyes … […]. En el sistema
formulario, el sistema es formalista, pero no sacramental. Esto quiere decir que las partes deben valerse
de los modelos previamente redactados por el Pretor, para definir sus controversias, pero ellos no tienen
que hacer recitaciones textuales, cuya más leve variación o equivocación, como en la actio legis,
implicaba la pérdida del litigio…[…]. Tiempo después, el ordo iudiciorium del sistema formulario fue
superado con la extraordinaria cognitio que termino desalojando en el año 342 el mecanismo anterior,
aboliéndolo por considerar que era más propenso al juego de las palabras, a la argucia, al triunfo del
más hábil o del más sabio, que a la investigación de la verdad (Cuenca, Humberto, Proceso Civil
Romano, Ejea, Buenos Aires, 1957, ps. 39, 53 y 121).
El principio de legalidad de las formas aporta algunas soluciones, pero en realidad,
no hay entre los extremos tanta distancia, porque el informalismo, en la práctica no ha
sido nunca aplicado de un modo integral173; y a su vez, la legalidad adjetiva, aunque
establece pautas solemnes, arbitra algún margen optativo que acuerda a las partes la
facultad de regular aspectos parciales del proceso174.
El informalismo, en los hechos, nunca es tal, porque la sola referencia a las formas
ocupa, además del aspecto exterior del acto, el lugar donde se emite y el tiempo en que
se lo incorpora. En tal sentido, resulta impropio hablar de libertad de las formas, porque
en los hechos ellas existen. Lo correcto sería referir a un proceso sin reglas pre ordenadas,
por el cual tanto las partes como el juez tienen suficiente libertad para realizar los actos
pertinentes en el lugar, tiempo y modo que ellos consideren adecuados en su formulación
externa.
Ha señalado Chiovenda que, “un rápido vistazo a la historia es suficiente para dar la idea
de la complejidad de las formas judiciales. El primer acto del Estado en el ejercicio de la
función judicial es la intervención en la lucha privada. El fundamento de la pretensión del
actor se encuentra siempre en su conciencia individual; pero el Estado comienza
imponiendo un determinado camino a seguir en la actuación de la pretensión, y el
cometido del juez se limita a constatar la regularidad de la vía seguida. Este tránsito de la
defensa privada a la defensa regulada se revela todavía en las formas procesales conocidas
de nosotros: la parte preponderante que todavía se concede a la ejecución inmediata y en
las formas residuales de la lucha efectiva”175.
173
Calamandrei, Piero, Instituciones de Derecho Procesal Civil, Volumen I, trad. Santiago Sentís
Melendo. Ejea, Buenos Ares, 1986, p. 379.
174
Palacio, Lino E., Derecho Procesal Civil, Tomo I, Abeledo Perrot (2ª ed.), Buenos Aires, 1979, p.
319.
175
Chiovenda, Giuseppe, Ensayos de Derecho Procesal Civil, Volumen II, trad. Santiago Sentís
Melendo, Ejea, 1949, p. 130.
cuando se disciplina la manifestación de los actos del procedimiento, se torna evidente el
llamado a la certidumbre que radica en el principio de la seguridad jurídica; y desde allí,
rápidamente se llega al derecho de defensa en juicio.
2.3 Existen tres modalidades para resolver la creación de normas formales para el
procedimiento. La primera es de origen legal: el principio de legalidad de las formas, por
el cual es el legislador quien dispone los ritos y ceremoniales que deben cumplirse en las
actuaciones procesales. El límite de las formas lo impone el derecho establecido, que
como toda norma jurídica, debe interpretarse no por su letra, sino por la inteligencia que
surja de la lectura de las cláusulas, armonizándola con los demás preceptos del orden
legal, sin desnaturalizar su esencia, ni transformándola incompatible con las mismas
situaciones que vino a tutelar.
176
Se comprende, por consiguiente -dice Satta-, que cuando se habla de formalismo no se quiere
menoscabar en modo alguno la forma del derecho; una vez más, el formalismo no se puede entender
como una inconcebible y absurda crítica a las formas jurídicas. No habría necesidad de decirlo, pero los
equívocos son siempre posibles: el formalismo no debe confundirse con la legalidad y el principio de
legalidad que está absolutamente fuera de cuestión, y mucho menos la crítica del formalismo se puede
desarrollar bajo el signo de la vaga aspiración a una justicia sustancial, en rebelión abierta o lavada a la
voluntad de la ley. Estas cosas pueden tener valor de iure condendo, esto es, no tienen para el jurista
ningún valor actual (Satta, Salvatore, Soliloquios y Coloquios de un jurista, trad. Santiago Sentís
Melendo, Ejea, Buenos Aires, 1971, p. 52).
177
Informa Clemente Díaz, tomando datos de Bonnier (Eléments de procédure civile, París, 1853, p. 7),
que durante la Revolución Francesa, la Constitución de 1793 (art. 94) estableció que los árbitros
públicos juzgarían en proceso oral sin forma de procedimiento, y la ley 3 Brumario del año II, no
solamente suprimió la orden de los abogados, sino que estableció que los tribunales existentes juzgarían
en proceso verbal sin formas procesales; la reacción sobrevino por una ley 18 Fructidor del año VIII,
se crean principios sino reglas acordadas por las partes con libertad; también, pueden
adoptarse los procedimientos de órganos preestablecidos (v.gr: arbitraje; mediación;
conciliación extrajudicial, etc.).
Ahora bien, este mecanismo provoca alguna inseguridad jurídica, lo cual altera la
finalidad prevista en el principio de regulación de solemnidades que, justamente, procura
afianzar la seguridad y el orden del procedimiento. Para reglamentar su aplicación
práctica, suele utilizarse una pauta jurisprudencial que ha generado el llamado principio
de instrumentalidad o elasticidad de las formas, que sostenido en las reglas para
sancionar las nulidades del proceso, establece una escala axiológica al vicio derivado de
la actuación que no respeta una pauta formal determinada179. A mayor gravedad: nulidad
absoluta, a menor intensidad: anulaciones eventuales que pueden quedar confirmadas.
que restableció la Ordenanza de 1667 y reglamentaciones posteriores (Díaz Clemente A., Instituciones
de Derecho Procesal Civil, Tomo I [Parte General], Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1968, p. 223 nota
30).
178
Cfr. Berizonce, Roberto O., La nulidad en el proceso, Platense, La Plata, 1967, p. 48.
179
Clemente Díaz sostuvo que éste era un sistema poco convincente. “Dejar las formas al arbitrio de las
partes es un mal; dejar las formas al arbitrio judicial es un mal peor, no porque el juez podría tentarse,
sino porque la inercia judicial haría que se establecieran formas tipos, de carácter invariable; con ello,
el juez habría desalojado al legislador. El peligro reside en la falta de certeza de las formas, ya que
potencialmente existiría la posibilidad de formas distintas para el tratamiento de un mismo caso (ob.
cit., p. 224 nota 37).
Un camino orientativo llega de las “Reglas de Brasilia”, las que si bien dedicadas
al acceso a la justicia a personas en situación de vulnerabilidad, dan un marco referencial
al principio de especial protección.
2.4 De algún modo, es una vuelta al principio de elasticidad que permite que las
adaptaciones se regulen en tres órdenes distintos. O por voluntad de las partes mediante
acuerdos procesales no prohibidos, que lleva al camino del proceso convencional; por la
autoridad del juez en el proceso que lo resuelve como providencia instructoria; o por el
acto legislativo singular que regula una situación jurídica determinada.
Con esta base, en un proceso de familia se pueden acordar algunas formas del
procedimiento, pero no todas. Esta afirmación se adopta por el poder jurisdiccional que
tiene el Estado para observar que el predominio de las partes únicamente se mantiene con
las formas disponibles, que igualmente, deben ser aprobadas por el tribunal. En
consecuencia, a las partes no le es posible modificar ni alterar las reglas del juego, o el
método de debate, o los principios de la litis.
2.5 Así como las partes tienen restringido el principio de libertad para consensuar
formas de las actuaciones o del procedimiento; no sucede lo mismo con los poderes del
juez, quien encuentra más flexibilidad para disponer variaciones en las reglas u ordenar
el procedimiento.
El régimen general para los juicios familiares tiene elasticidad en las formas, con
ciertos límites establecidos para resguardar el derecho de defensa, la rapidez y prontitud
de los trámites, y la vigencia igualada en la aplicación de garantías del debido proceso
formal. La consigna es mantener la igualdad de las partes en el proceso.
3. El impulso procesal
3.1 El impulso procesal a cargo del juez o tribunal es el aspecto más difundido del
principio de oficiosidad. El avance supone estar siempre atentos a que la regularidad de
la instancia no sufra demoras o dilaciones innecesarias, sea que ellas provengan de las
partes, o de la propia jurisdicción, dejando ver así que se trata de un deber del oficio.
“Se sostiene que un proceso que permitiera reservar las causas que las partes no quieren
tratar, al menos por el momento, en la medida en la cual aseguraría a las partes (no sólo
el derecho de llegar a la sentencia cuando más lo prefieran, sino también) el derecho de
mantener, si bien no al infinito, por lo menos un cierto tiempo las causas en surplace,
representaría una «inmundicia»: «del poder que tienen las partes de disponer la relación
sustancial no deriva como lógica consecuencia el poder de arrastrar los litigios ante el
juez y de estorbar las salas judiciales por un tiempo más largo que aquel que el juez
considera suficiente para hacer justicia; (...) nadie fuerza al particular a subir al barco de
la justicia; si aquél decide al embarcarse, sólo a él concierne fijar el inicio y la meta de su
viaje: pero, una vez emprendida la navegación, el timón debe ser asignado
exclusivamente al juez». Como ya se habrá comprendido, aquí nos situamos ante el
encuentro frontal entre dos ideologías. Los garantistas encuentran lógico que las partes,
siendo libres de disponer de la relación sustancial, gocen de una cierta libertad en el
proceso, y agregan que, desde el momento en que los recursos disponibles son limitados,
debemos agradecerle al cielo que, sobre cien causas, sesenta no lleguen a sentencia. Los
publicistas, por el contrario, sostienen que, durante el proceso, la libertad de disponer de
la relación sustancial es en realidad sólo una concesión180 y, por lo tanto, aquella no
implica disponer de los tiempos del proceso, que sería en realidad una «inmundicia»: a
su parecer, quien sube al barco de la justicia...”181.
3.3 Cabe reconocer que cuando el impulso y la continuidad del proceso se deja en
manos del juez, se abren polémicas con el alcance de ese deber, y con los efectos que
produce el eventual incumplimiento. Repite una historia del pasado, que en materia de
familia no se igual al haber cambiado los parámetros a considerar.
180.
Calamandrei, Istituzioni,I, cit., p. 239, según el cual el legislador de 1940, al disciplinar el proceso
civil, habría podido regularse al igual que al disciplinar el C.P.P. y prever «el absoluto imperio del
impulso oficial».
181
Cipriani, En el centenario del Reglamento de Klein, ob. cit., passim.
En consecuencia, y recapitulando, el juez puede adecuar el régimen procedimental
de las actuaciones (actos individuales) procurando la mayor agilidad y eficacia, siempre
que al resolver la producción no altere el principio de igualdad entre las partes. También
tiene potestades suficientes para que la realización de actos generales, se implemente con
las formas que indique y a los hechos que expresamente determine, con el límite del
respeto por el derecho de defensa de las partes; teniendo presente que el objeto es
esclarecer la verdad y la defensa de los intereses superiores que se expresen en el juicio.
4.1 El principio de economía procesal es una facultad del juez que se encuentra
entre los poderes instructorios de la oficiosidad. Una vez aplicados se ordenan como
reglas del procedimiento. Se pueden resolver en la etapa del acceso a la justicia, en cuyo
supuesto es relevante el tema de la economía de gastos de necesaria inversión para
hacerse oír; o podrá ser el tiempo para las actuaciones con el objeto de lograr rapidez y
celeridad en el camino hacia la sentencia; no se descartan ramificaciones del principio
necesarias para implementar uno u otro objetivo, como sería acentuar la rigidez con otras
reglas como la preclusión, la concentración de actos procesales, la adquisición o el propio
impulso procesal ya referido.
Este aspecto de la economía de inversión trae a cuento uno de los problemas más
relevantes de los procesos de familia, los que, partiendo del principio de gratuidad, tienen
en las separaciones patrimoniales controversias manifiestas, las que se razonan con
asimetrías, según se diga que ellas son posibles de exigencias fiscales, o que se prohíba
el pago de tasas o impuestos de justicia cuando se ejercita el derecho a ser oídos.
4.2 La razón de esta polémica la presenta Chiovenda que asocia la cuestión con el
principio del impulso oficial, basándose en la idea de que el Estado está interesado en la
rápida definición de los litigios una vez que surgen; y que, por esto, los órganos a cargo
del trámite deben tomar la iniciativa de la pronta solución de los mismos
“El principio opuesto parte de la idea de que el proceso civil es cosa de las partes, y de
que éstas tienen derecho a disponer del tiempo de su tramitación y, a la vez, la carga de
hacerse diligentes para llevarlo adelante”182.
182
Chiovenda, José, Principios de derecho procesal civil, Tomo II, Reus, Madrid, 1977, p. 237.
183
Guasp, Jaime, Derecho Procesal Civil, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1961 (2° ed.), p. 26.
e) La elasticidad de las formas y tipos procesales, que permita adecuar el sistema
y modalidad del debate conforme a las necesidades de la litis que se ventila.
Unos y otros, no han cambiado el “nomen juris” de la regla, la que nos resulta
confusa y proclive a malos o dispares entendimientos. Dicho esto, en el sentido de
observar que el problema de la onerosidad de la justicia no es una cuestión que deba ser
resuelta por el principio; como sí es menester profundizar los temas de la simplificación
del trámite, para hacerlo más rápido, útil y efectivo, a tono con las exigencias actuales del
debido proceso, y específicamente, con la garantía del plazo razonable.
184
Eisner, Isidoro, Planteos Procesales, La Ley, Buenos Aires, 1984, ps. 119/120. Cfr. del mismo autor
La Ley, 146-879 y ss.
185
Palacio, Lino E., Derecho Procesal Civil, Tomo I, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1979 (2ª ed. 1ª
reimpresión), p. 285.
pago de aranceles se impone como una condición para el progreso de la causa (v.gr.: la
integración del anticipo de gastos fijados para la realización de la pericia; el depósito
previo a la admisión del recurso de queja; etc.), en cuyo caso, el principio reconoce
antecedentes en el derecho romano, y dentro de él, con el instituto de las costas.
186
Destaca Cappelletti que, “la solución judicial de los conflictos es muy onerosa en la mayoría de los
países. Porque si bien los gobiernos pagan los servicios y el mantenimiento de la administración de
justicia; los litigantes deben cargar con la mayor parte de los gastos, incluido los honorarios
profesionales. La magnitud del costo es notable en el derecho norteamericano, que no obliga a la parte
perdedora a abonar los honorarios del abogado vencedor. Pero también la onerosidad constituye un
obstáculo en los países donde se imponen las costas al vencido. Allí, a menos que el futuro litigante
tenga la seguridad de ganar el juicio, lo cual es improbable por la incertidumbre misma del resultado,
debe afrontar el riesgo de la litigiosidad de la misma manera que en los Estados Unidos”.
“La condena en costas, en los países que la imponen al vencido, es aproximadamente dos veces mayor
porque aquél debe pagar también los honorarios de su abogado. Además, en algunos países, como
sucede en Gran Bretaña, el actor no puede, frecuentemente, calcular el riesgo por las costas, en caso de
perder el pleito, porque los honorarios profesionales varían mucho. Finalmente, en otros países, algunas
veces los demandantes deben dar caución antes de iniciar un juicio”.
“Por esos motivos, cabe preguntar si las legislaciones que le imponen las costas al vencido no oponen
obstáculos tan grandes como los del derecho norteamericano. Cualquiera sea el monto, está claro que
los altos costos, a pagar por una o ambas partes, constituyen uno de los peores obstáculos para el ‘acceso
a la justicia” (Cappelletti, Mauro -Garth, Bryant, El acceso a la justicia, Colegio de Abogados de La
Plata, 1983, ps. 25/6.)
no debe transformar el proceso en un artículo suntuario, al alcance solamente de las
personas pecuniariamente pudientes”187.
187
Díaz, ob. cit., p. 245.
188
Hazard, Jr., Geoffrey - Taruffo, Michele, La Justicia Civil en los Estados Unidos, trad. de Fernando
Gascón Inchausti, Thomson – Aranzadi, Navarra, 2006, p. 112.
189
Cfr., Guasp, ob. cit., p. 1168.
190
Germán J. Bidart Campos, ¿Hay que pagarle al Estado para que administre justicia? (Repensando
la tasa de justicia), Columna de opinión del diario La Ley del 13 de marzo de 2003.
En los hechos ésta es la realidad: el Estado debe prestar la actividad jurisdiccional,
porque al asumir de los hombres el poder de resolución de conflicto, que desplazó de
aquellos la posibilidad de autotutela (justicia por mano propia), también se obligó a
concretar una labor de justicia en cada caso concreto.
“Los Estados tienen, como parte de sus obligaciones generales, un deber positivo de
garantía con respecto a los individuos sometidos a su jurisdicción. Ello supone tomar
todas las medidas necesarias para remover los obstáculos que puedan existir para que los
individuos puedan disfrutar de los derechos que la Convención reconoce. Por
consiguiente, la tolerancia del Estado a circunstancias o condiciones que impidan a los
individuos acceder a los recursos internos adecuados para proteger sus derechos,
constituye una violación del artículo 1.1 de la Convención […]192.
En el párrafo 62 dice […] “Por una parte, existen normas internas en la Argentina que
ordenan liquidar y pagar por concepto de tasa de justicia y de honorarios de abogados y
191
Conclusiones de las XV Jornadas Latinoamericanas de Derecho Tributario, celebradas en Caracas
(Venezuela) en el año 1991.
192
Caso Hilaire, Constantine y Benjamin y otros, supra nota 5, párr. 151; Excepciones al agotamiento
de los recursos internos (arts. 46.1, 46.2.a y 46.2.b Convención Americana sobre Derechos Humanos).
Opinión Consultiva OC-11/90 del 10 de agosto de 1990. Serie A No. 11, párr. 34.
peritos sumas exorbitantes, que van mucho más allá de los límites que corresponderían al
cubrimiento razonable de los costos y costas generados por la administración de justicia
y a la equitativa remuneración de un trabajo profesional calificado. Por otra parte, también
existen disposiciones que facultan a los jueces para reducir el cálculo de la tasa y de los
honorarios aludidos a límites que los hagan razonables y equitativos”.
“Es, asimismo, del conocimiento de este Tribunal, que la Suprema Corte de Justicia de
Argentina ha invocado la posibilidad de hacer prevalecer en las causas judiciales de orden
interno las disposiciones de los tratados internacionales, lo cual ha llevado a que en
diversos procesos los jueces hayan aplicado directamente la Convención Americana,
modificando, en lo pertinente, los alcances del orden normativo nacional193. Así las cosas,
este Tribunal no encuentra fundamento para considerar que el Estado ha incumplido el
artículo 2 de la Convención porque su orden jurídico, considerado en su integridad, no
lleva necesariamente a impedir el acceso a la justicia”.
“En todo caso sería aconsejable que el Estado suprimiera de su ordenamiento jurídico las
disposiciones que pudiesen dar lugar, de una u otra manera, a la imposición de tasas de
justicia y al cálculo de honorarios que, por ser desmedidas y excesivos, impidieran el
cabal acceso a la justicia. Y a su vez adopte el conjunto de medidas tendientes para que
la tasa de justicia y el cobro de honorarios no se transformen en obstáculos para hacer
efectivo los derechos a las garantías judiciales y a la protección judicial consagrados en
la Convención Americana”.
193
Ekmedjian, Miguel Angel c/ Sofovich, Gerardo y otros, Corte Suprema de Justicia de la Nación
Argentina, Caso Nº. E.64.XXIII, Sentencia del 7 de julio de 1992.
194
La Ley 23.898 de Argentina, define a la obligación tributaria como tasa retributiva de servicios y no
como impuesto.
jueces, la tasa de justicia encontrará explicaciones contradictorias con el fenómeno que
propende a la libertad de postulaciones ante la justicia y al acceso sin restricciones.
La doctrina suele dividir la regla en dos campos. Por un lado, transitan los cánones
para el desenvolvimiento de las actuaciones, ordenando el régimen hasta llegar a la
sentencia; y por otro se presenta la cuestión de política procesal consistente en disponer
quien o quienes son los obligados a cumplir con el mandato de la economía y aceleración
de los tiempos del litigio.
Una regla muy utilizada es la que proviene de la eventualidad, que solo funciona
en los modelos de procedimiento por etapas regidas por el principio de preclusión. Por
eso, quedan al margen aquellos mecanismos sustanciados con el régimen de “unidad de
vista”, llamado también de “indivisibilidad”, donde los distintos actos que integran el
proceso no se hallan sujetos a un orden consecutivo riguroso, de manera tal que las partes
pueden, hasta el momento en que el tribunal declara el asunto en condiciones de ser
fallado, formular peticiones, oponer defensas y proponer elementos probatorios que no
se hicieron valer en un período anterior195.
El modelo romano – canónico que rige el modelo para el debate familiar, contiene
un orden dispuesto para el trámite que resuelve con el principio de eventualidad una
prohibición expresa: todas las alegaciones que sean propias de las etapas por las que
atraviesa la controversia se deben presentar en forma simultánea y no sucesiva, de manera
que, en el supuesto de rechazarse una de ellas, pueda obtenerse un pronunciamiento
favorable sobre la otra u otras, que quedan planteadas in omnem eventum196.
195
Parra Quijano, Jairo, Derecho Procesal Civil, Tomo I (Parte General), Temis, Bogotá, 1992, p. 9.
196
Palacio, ob. cit., p. 287.
a la pretensión; el recurso de nulidad por defectos de la sentencia queda comprendido en
el de apelación; la reserva de la cuestión federal se practica en los escritos postulatorios;
etc.
En los procesos por audiencias, como se propone para los juicios de familia, se
observa la efectividad del uso, al punto que, desde antiguo, Alsina decía […]:
“El concepto de concentración expresa el hecho de que toda la actividad procesal, o por
lo menos la recepción de la prueba, se realice en una o en pocas audiencias próximas, a
fin de que el juez pueda adquirir una visión de conjunto y se encuentre en condiciones de
dictar enseguida su sentencia; desde este punto de vista, la concentración es un
complemento de la inmediación, porque supone la presencia en la audiencia de las partes,
el juez, los testigos, peritos, etc.”197.
197
Alsina, Hugo, Tratado teórico práctico de derecho procesal civil y comercial, Tomo I, Ediar, Buenos
Aires, 1957, p. 461.
5.3 Finalmente, ronda otro principio implícito en la oficiosidad, cual es que el
proceso sea rápido, simple, sencillo, eficaz y comprensible por sus destinatarios.
De este modo el principio de celeridad se concreta con reglas especiales, que como
en los casos anteriores, dependerá su eficacia del instrumento donde se la quiera aplicar.
Por ejemplo, si el impulso de la causa es de oficio, el avance rápido y consistente es un
deber jurisdiccional; en cambio, si la regla es la caducidad por abandono o negligencia,
el desinterés de las partes no puede ser causa para la eternización de los juicios.
Para ello sería suficiente el artículo procesal a través del instituto de la pérdida de
jurisdicción y la sanción por mal desempeño; pero el principio de celeridad se apoya en
la garantía del plazo razonable, y persigue desde sus reglas consolidar el principio de
rapidez con eficacia.
198
Cfr. Gimeno Sendra, José Vicente, Constitución y Proceso, Tecnos, Madrid, 1988, p. 141.
6. El principio de preclusión
6.2 La sentencia, para adquirir firmeza, necesita que el tiempo para consentir esté
cumplido. Son, por tanto, sentencias firmes, aquellas contra las cuales no cabe recurso
alguno, ordinario ni extraordinario, ya por su naturaleza, ya por haber sido consentidas
por las partes. En el régimen procesal el principio se vincula con la regla del impulso
procesal. Como una derivación de ambos llegan la caducidad y la negligencia como
presupuestos de control a la celeridad del proceso.
Así, tiene de común con la cosa juzgada que impide una nueva discusión; por ejemplo, la
cuestión decidida en una sentencia interlocutoria, cuando no es impugnada, queda
preclusa y no puede ser renovada en el mismo proceso. Pero, en cambio, tienen una
diferencia fundamental: en tanto que la cosa juzgada produce efecto fuera del proceso, la
preclusión sólo produce efecto dentro del proceso y para ese proceso; la cosa juzgada
supone entonces un proceso terminado, mientras la preclusión supone un proceso en
marcha. Por eso es un error afirmar que las sentencias interlocutorias producen cosa
juzgada, cuando sólo tiene efecto preclusivo”199.
199
Alsina, ob. cit., ps. 456/7.
7. El principio de saneamiento
El tratamiento de asuntos familiares donde hay intereses superiores como los del
niño, exigen obrar con la mayor economía procesal, habida cuenta, por lo demás que,
dada la instrumentalidad de las formas, es correlato de sistemas procesales familiar una
cierta flexibilidad para que el juez se adapte a las circunstancias del caso a fin de lograr
la tutela rápida, justa y eficaz de los derechos esgrimidos por los litigantes.
8. La caducidad de la instancia
8.1 Anticipamos que, el impulso en manos del juez o de las partes, o de ambos
compartiendo la obligación, significa penalizar la inercia de quien corresponda. En los
sistemas procesales suele tener variaciones de encuadre, pero en el modelo que se propone
para los juicios de familia, puede ser un instituto inaplicable.
8.3 El impulso tiene que resolver la naturaleza del deber jurisdiccional: o es inerte
y espera que el proceso avance por la actividad que las partes celebren conforme lo
dispongan; o él mismo resuelve la instancia siguiendo los pasos que ordene el
procedimiento. Si éste último es el camino, y así lo es en los procesos de familia, se vuelve
notorio que es inaplicable el instituto de la caducidad de la instancia.
En materia familiar, por ejemplo, teniendo presente el fin tuitivo de las normas
legales aplicables y el interés superior que se reclama tutelar, el abandono voluntario o
renuncia de la instancia debe subordinarse a una presunción de veracidad y certeza que
lleve al convencimiento del magistrado que la conducta omisiva del litigante implica un
desistimiento tácito del mismo, obstaculizando la marcha regular de la causa impidiendo
al tribunal avocarse a su definición normal. Este desinterés sólo resulta palpable, con
escaso o nulo margen de duda, ante el incumplimiento de la intimación que a dichos fines
debe realizarse. En tales condiciones, es decir, tras el requerimiento previo, sólo podría
decretarse la caducidad de la instancia si existen estos presupuestos notorios de abandono.
200
Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., “Síntesis jurisprudencial" en Caducidad de la Instancia (obra dirigida por
Isidoro Eisner), Depalma, Buenos Aires, 1991, p. 221.
Recordemos que la inactividad no es solo aquella que supone omisión negligente
de cumplir actos procesales de impulso y desarrollo de la causa judicial donde ha
planteado un interés a tutelar; sino también, las acciones inoficiosas o carentes de
idoneidad para avanzar el procedimiento.
CAPÍTULO XI
EL PRINCIPIO DE CONGRUENCIA
1. Oficiosidad y congruencia
En la teoría general se sostiene que el juez no puede actuar fuera del marco de lo
pedido por las partes. La aplicación práctica del principio significa que le está prohibido
resolver sobre cuestiones no propuestas. Tampoco puede dar una solución distinta o
diferente a la que se planteó entre el objeto de la demanda y la resistencia; ni tiene la
posibilidad de ampliar la condena superando la expectativa que se expuso en los escritos
postulatorios.
1.2 También la congruencia puede quedar afectada si los hechos que se reciben
en el proceso son ampliados o replanteados, y con ello se permite modificar o transformar
la demanda. Si bien es cierto, en la mayoría de los ordenamientos procesales rige la regla
de preclusión, por el cual, todo tiene su tiempo y ocasión para quedar en el proceso;
también lo es que en un sistema que no sea rigurosamente preclusivo, existe la posibilidad
de deducir nuevas pretensiones.
Ahora bien, en los capítulos que preceden hemos advertido que tanto el principio
dispositivo, como el de preclusión; el impulso procesal; y muchos otros que forman parte
del elenco de la teoría general del proceso, en materia familiar revierten y exigen
adaptaciones a un nuevo modelo de jurisdicción tuitiva.
Por lo general el tercero pierde esa calidad procesal cuando se presenta y adhiere
posiciones con uno de los sujetos del proceso, convirtiéndose en una parte del
litisconsorcio.
2.2 Si nos guiamos por los principios procesales aplicables a todo tipo de
procesos, la demanda se dirige contra quienes el actor menciona en el escrito constitutivo
y persigue alcanzar y comprometer con sus pretensiones. Por su parte, el demandado
resiste a la pretensión, es decir, no tiene una demanda propiamente dicha contra el actor;
sólo se defiende.
2.3 Además del supuesto de terceros alcanzados por la sentencia, hay otros donde
siquiera toman intervención en el litigio ni son emplazados a constituirse en parte.
Supongamos que el menor que alega en el proceso entre sus padres, que quiere quedarse
con sus tíos para que sean ellos quienes adquieran la responsabilidad parental ¿Puede la
sentencia alcanzarlos sin mella a la garantía del derecho de defensa?
Para explicar este probable desajuste algunos afirman que, la actuación judicial es
preventiva y, a pesar de estar fuera del marco de la congruencia objetiva (pretensión
material) y subjetiva (partes del proceso), no afecta la garantía señalada pues se ha
modificado el eje normativo de atención. Se da preferencia al interés superior del niño y
la sentencia que lo dispone cumple con un mandato superior al de una regla procesal.
Otros argumentan que este modelo sale del patrón de la sentencia dirimente, que
juega con el efecto de la sentencia sobre lo pedido por las partes, que supone al mismo
tiempo, no alterar las reglas de la bilateralidad y contradicción para lograr así una solución
justa. Mientras ab initio se castigó al autor del ilícito, actualmente se atiende la situación
de la víctima. De este modo, el derecho a la sentencia favorable que antes era solo para
las “justas partes”, ahora se abre al abanico de posibilidades y convierte la decisión en
una sentencia tuitiva y ajustada a derecho.
Probablemente desde la teoría pura tal decisión esquive principios procesales muy
arraigados; e inclusive, se podrá afirmar que altera la función judicial al provocar una
decisión que se parece demasiado a un acto administrativo. No obstante, cómo negar que
con ella se esta dando una solución diferente a la tradicional.
2.4 Hay aún más supuestos donde la congruencia no se afecta más allá de condenar
a sujetos que no han sido partes en el proceso.
Uno de ellos radica en darle al proceso de familia una integración dentro de los
procesos constitucionales, que permiten extender la cosa juzgada a terceros; supuesto
lógico que solo enunciamos para no confundirlos con la extensión que queremos señalar
para el proceso civil201.
201
El Código Modelo Tipo para acciones colectivas, aprobado en 1998 por el Instituto Iberoamericano
de Derecho procesal, dispone: Art. 33.- Cosa juzgada: En los procesos colectivos de que trata este
Código, la sentencia hará cosa juzgada erga omnes, excepto cuando la pretensión fuere rechazada por
insuficiencia de pruebas, caso en el cual cualquier legitimado podrá intentar otra acción, con idéntico
fundamento, si se valiere de nueva prueba.
Par. 1º. Asimismo, en la hipótesis de rechazo basado en las pruebas producidas, cualquier legitimado
podrá intentar otra acción, con idéntico fundamento, en el plazo de 2 (dos) años contados desde el
conocimiento de nueva prueba superveniente, que no hubiera podido ser producida en el proceso,
siempre que ella sea idónea, por sí sola, para modificar el resultado del proceso.
Par. 2º - Tratándose de intereses o derechos individuales homogéneos, en caso de rechazo de la
pretensión, los interesados podrán deducir la acción de indemnización a título individual.
Par. 3º. Los efectos de la cosa juzgada en los procesos de tutela de intereses o derechos difusos, no
perjudicarán las acciones de indemnización por daños personalmente sufridos, propuestas
individualmente o en la forma prevista en este Código, pero si hubiera sido declarado procedente el
pedido, tales efectos beneficiarán a las víctimas y a sus sucesores quienes podrán solicitar la liquidación
y la ejecución en los términos de los artículos 22 a 24.
Par. 4º. Lo dispuesto en el parágrafo anterior, es aplicable a la sentencia penal condenatoria.
Similar encuadre ocurre con los denominados procesos sociales, en los cuales el
juez o tribunal deben trabajar sobre un concepto diferente. Nos referimos a la función
social que se reclama de los jueces. De hecho son múltiples las manifestaciones que dan
muestras suficientes de la adaptación permanente de las sentencias a la realidad donde se
inserta, morigerando con ellas el rigor técnico de algunos principios procesales.
2.5 Es que, por debajo de lo que las leyes parecen decir literalmente, es lícito
indagar lo que quieren decir jurídicamente y si bien no cabe prescindir de las palabras de
la ley, tampoco hay que atenerse rigurosamente a ellas cuando una interpretación
sistemática así lo requiera, dado que la misión judicial no se agota con la remisión a su
letra, ya que los jueces, en cuanto servidores del derecho y para la realización de la
justicia, no pueden prescindir de la ratio legis y del espíritu de la norma202.
Esta es una primera lectura en un asunto común. Interpretar la ley es una potestad
del juez que no se puede controvertir ni limitar, y el sentimiento de hacer justicia se
vincula directamente con este poder. Desde esta posibilidad abierta, se continúa con la
potestad de modificar cláusulas inconvenientes con disposiciones de la justicia
internacional o del propio control de convencionalidad.
Finalmente, la función ha de estar atenta a toda alteración que esté en sus manos
corregir, y en este campo, la familia es un derecho a proteger, y dentro de ella, los
intereses superiores admiten cambiar los principios comunes de la teoría general del
proceso.
Par. 5º. La competencia territorial del órgano juzgador no implicará una limitación para la cosa juzgada
erga omnes.
202
CSJ Argentina, “Abal Medina, Juan M.”, 2 de agosto de 1983, Fallos: 305:973.
3. Ampliaciones de la congruencia en la pretensión
No se trata, claro está, de alterar la pretensión sin que la parte interesada resuelva
el cambio o la reversión, sino de impulsar la transformación del objeto pedido cuando de
las propias contingencias de la causa se advierte la eficacia de propiciar soluciones
alternativas.
203
Afirma Oteiza que el juez llamado a decidir el conflicto puede enfrentarse a la necesidad de indagar
sobre lo realmente pedido, lo cual no significa que haga suya la petición o la desarrolle a su gusto. En
una contienda referida a derechos privados la decisión debe guardar correspondencia con el pedido de
reconocimiento de esos derechos, lo cual no soluciona el problema de la falta de claridad en el lenguaje
utilizado en el proceso. Cierta flexibilidad otorgada al juez a la hora de meritar el alcance de lo pedido
y su correspondencia con el eje del debate no supone una injerencia del Estado en la esfera de la
autodeterminación, sino la capacidad de moderar las formas empleadas para discutir con mayor libertad
en el campo favorable a la fiel expresión de las posiciones de las partes (Oteiza, Eduardo D., El juez
ante la tensión entre libertad e igualdad, en Revista de Derecho Procesal (número extraordinario en
homenaje a J. Ramiro Podetti), Rubinzal, Buenos Aires / Santa Fe, 2004, p. 226).
sustracción a las partes del verdadero debate contradictorio produciéndose un fallo
extraño a las respectivas pretensiones de las partes, de forma que la decisión judicial, se
haya pronunciado sobre temas o materias no debatidas oportunamente en el proceso y
respecto de las cuales, en consecuencia, las partes no tuvieran oportunidad de ejercitar
adecuadamente su derecho de defensa, formulando o exponiendo las alegaciones y
argumentos que tuvieran por conveniente en apoyo de sus respectivas posiciones
procesales204.
204
Cfr. Revista Internauta de Práctica Jurídica Núm. 3 (septiembre- diciembre, 1999), “La congruencia
como requisito de la sentencia en la jurisprudencia constitucional del año 1998”, Sergio González
Malabia, Universidad de Valencia.
205
Herrrera – Caramelo – Picasso, Código Civil y Comercial anotado, tomo II, cit., p. 549.
CAPÍTULO XII
1. Introducción
Es más, hasta podría afirmarse que recién se instala la discusión sobre la necesidad
de obrar con lealtad y probidad, cuando se advierten los desatinos de la conducta de las
partes, y las exageradas posibilidades de exceso que les facilitaba el principio dispositivo,
interpretado sin otro límite que el "interés de los litigantes".
1.2 Ahora bien, la cuestión sobre el alcance que tiene este deber de comportarse a
tono con un principio general del derecho, necesita de adecuaciones al medio donde se
desarrolla y exige. Porque si el proceso civil se colige como un problema entre partes
donde un tercero actúa solamente para decir el derecho que a cada uno le corresponde, y
en el que tras el devenir del conflicto resulta un ganador y un derrotado; con este
206
Gozaíni, Osvaldo A., Temeridad y malicia en el proceso, Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2002, ps.
78 y ss.
emplazamiento, el principio de buena fe sería nada más que una regla del juego. En
cambio, si el proceso se mide por su eficacia y trascendencia, no habrá que analizar
únicamente la victoria de uno o el sinsabor de otro, porque la sociedad toda estará
interesada en ese resultado, y la buena fe entre partes será un principio ético a cumplir;
pero deducir de ello que el principio de moralidad (por ahora, como sinónimo de la buena
fe en el proceso) alcance al ejercicio de derecho de defensa puede ocasionar disfunciones;
en cuyo caso es mejor interpretar que la regla pervive para evitar situaciones de abuso
(con el proceso o en el proceso).
No hay que perder de vista en ambas situaciones, que el proceso es antes que un
método de debate, una garantía fundamental del hombre que, encolumna tras las
condiciones del debido proceso, un conjunto de reglas y principios que acondicionan la
seguridad del derecho.
Tal como dice Ramos Méndez […], "es el mecanismo de tutela que se ofrece al
ciudadano, a cambio de su renuncia a la autodefensa. La forma de tutela civilizada pasa
por el sistema procesal, que en la mayor parte de los casos aparece como de uso
obligatorio. Desde este punto de vista, hay que ser sumamente cautos en poner trabas al
uso libre del sistema, sin cortapisas que lo hagan impracticable"207.
1.3 Esta claro así, que establecer en los procedimientos un sistema punitivo es un
contrasentido con el mismo mecanismo de funcionamiento del proceso. Obsérvese, por
ejemplo, cómo se presentan los hechos (donde muchas veces la verdad queda sorteada
por la alegación de versiones), se ofrece y desarrolla la prueba (confirmando versiones o
demostrando verdades alegadas, pero reacia a buscar la certeza absoluta), y se concreta
la sentencia (donde el juez está obligado a respetar el principio de congruencia y resolver
secundum allegata et probata).
En pocas palabras, ¿cómo se puede exigir a las partes una conducta monacal,
cuando la técnica procesal es un juego de ficciones?.
207
Ramos Méndez, Francisco, ¿Abuso de derecho en el proceso?, en "Abuso dos direitos processuais",
obra coordinada por José Carlos Barbosa Moreira, editorial Forense, Río de Janeiro, 2000, ps. 234 y ss..
jurídica positiva, sino de encontrar un rigor conceptual que dibuje los rasgos definitorios,
que entrelace los parentescos que se definan y que, en suma, evite el desprolijo entender
la buena fe, el abuso del derecho o el fraude a la ley, como figuras de una misma entidad.
1.4 De otro modo, existen riesgos que no siempre se quieren correr. El primero es
convertir al proceso en lo que no es, porque si se aplican reglas de cortesía y honestidad
exigible a las partes, habría que cambiar sortilegios ambivalentes como establece la
escritura, que convierte las afirmaciones volcadas en el papel en lo único que se puede
atender, porque de otro modo, "no está en el mundo". Así las cosas, mientras las partes
luchan entre sí con lealtad, probidad y buena fe, en concreto lo hacen en un juego sofista
donde la realidad es distante y la confianza de la gente prácticamente nula.
Mientras otros, como Ramos Méndez en el mismo simposio, dijo que […]
"En el proceso, que encarna la lucha por el derecho, se reflejan las mismas tensiones que
en el resto de la sociedad. Lo razonable es asumirlas. Los verdaderos protagonistas del
litigio son los ciudadanos, no los Tribunales. Dejémoslos desahogarse a sus anchas. No
estrechemos innecesariamente el marco de las garantías procesales"209.
208
Oteiza, Eduardo D., Abuso de los derechos procesales en América Latina, en "Abuso dos direitos
processuais", obra coordinada por José Carlos Barbosa Moreira, editorial Forense, Río de Janeiro, 2000,
p. 88.
209
Ramos Méndez, ob. cit., p. 236.
La ambivalencia es manifiesta: en un extremo se posiciona como regla del debido
proceso; y en otro como un deber de conducta formal sin demasiadas exigencias.
Llevado al proceso civil, estas tendencias muestran que la conducta de las partes
puede leerse también en dos sentidos. Por un lado habrá que custodiar el desempeño en
base a una regla de conducta inspirada por la buena fe, que supone esperar que los
litigantes se desempeñen con lealtad y probidad. Este aspecto no tiene presupuestos ni
condiciones, porque es un principio amplio que, en el terreno procesal, podríamos
denominar como principio de moralidad.
210
De los Mozos, José Luis, El principio de la buena fe, Bosch, Barcelona, 1965, ps. 18 y ss..
2.2 Este dualismo se refleja en los códigos latinoamericanos y se expande como
tendencia dominante, donde el principio de moralidad del proceso establece un deber
genérico que obliga a los sujetos procesales a cumplir con las reglas de conducta
derivadas del principio de buena fe; y sancionando las acciones abusivas de esa regla,
tornando así la creación de un nuevo principio procesal que sería la prohibición de ejercer
abuso procesal.
Esta lógica de las relaciones jurídicas provoca el natural encuentro de los hombres
en el tráfico, en la convivencia diaria y en toda la variedad que produce la comunicación
humana. Es natural pensar que estas vinculaciones se ligan bajo el principio de la buena
fe - creencia, es decir, que el desenvolvimiento cotidiano se entrelaza por las mutuas
conciencias de actuar conforme a derecho.
2.3 Por eso las nociones tienen coloraciones que se deben precisar, debiendo en
consecuencia destacar cinco significados corrientes, pero con singularidades al ser
aplicados en su propia circunstancia:
Por su parte la jurisprudencia también afirma, como una de las derivaciones del
principio cardinal de buena fe, que existe un derecho a la veracidad ajena; al
comportamiento leal y coherente de los otros, sean éstos los particulares o el Estado.
2.5 Al derecho procesal civil no le corresponde calificar la “bona fides”, pues éste
contesta a un concepto de filosofía jurídica que se conjuga con otras ciencias como la del
derecho y la historia. Hemos anticipado que la alternativa de considerar la buena fe-
creencia y la buena fe-lealtad supone crear pautas que faciliten al juez interpretar la
conducta en el proceso; al mismo tiempo que entrega a las partes un conjunto de reglas
que se sostienen en el principio de buena fe procesal.
Pero en todos los casos, no será la buena fe tomada desde sus bases genéricas la
que dará orientación a los temperamentos a adoptar en el proceso de familia, porque éste
tiene un principio propio que es el de moralidad y consecuencias concretas cuando
alguien (letrados y partes) se apartan de las reglas de conducta establecidas.
211
Silveira, Alipio La buena fe en el proceso civil, en Revista de Derecho Procesal, año V nº II, editorial
Ediar, Buenos Aires, 1947, p. 98.
212
Couture, Eduardo J., Estudios de derecho procesal civil, tomo III, editorial Depalma, Buenos Aires,
1979, p. 166.
3. La buena fe y la honestidad de la conducta
Por eso, para reconocer valor a la buena fe - creencia como fuente de derechos es
necesario que exista un fundamento real y serio para la formación de tal credulidad,
debiéndose constatar el valor de los factores externos que provocaron la apariencia del
derecho.
Explica Condorelli que […] por esta senda se pretendía evitar la temeridad, que suponía
obrar con inconsideración y aturdimiento, después concebido como malicia. Al poco
tiempo fue interpretada como calumnia o temeridad la forma más frecuente de su
apariencia: la alegación de hechos falsos y la reclamación de créditos infundados, en el
más amplio sentido de los dos conceptos. Como falsedades se consideraban, verbigracia,
la relación incompleta de los hechos, es decir, la supresión de circunstancias relevantes,
el recurso a documentos falsos; la pretensión de derechos no existentes; la formulación
de demandas injustificadas; el exceso sobre el crédito fundado ("plus petitio")213.
Por otra parte, el proceso es una relación publicística de tres personas: las partes
y el juez, hecho que denota otro matiz distintivo. La consecuencia normal y habitual de
toda irregularidad jurídica es la nulidad y la sanción por responsabilidad emergente.
213
Condorelli, Epifanio José Luis, Del abuso y la mala fe dentro del proceso, editorial Abeledo Perrot,
Buenos Aires, 1986, p. 12 y ss.
2.5 La mala fe también es una noción compleja. Para advertirla en el litigio, es
menester atender su componente subjetivo, consistente en la intención o conciencia de
perjudicar o engañar, y su elemento objetivo, es decir, la imprescindible manifestación
externa de esa conciencia dolosa.
Ambas relaciones coinciden con el concepto ético social que comprende la buena
fe. El elemento ético sería la mala intención o conciencia de la propia sinrazón; y el valor
social, la actuación de la parte demostrada en sus propios actos.
Por eso, la intención no es causa bastante para sancionar, aunque debe recordarse
que "la conducta observada por las partes durante la sustanciación del proceso podrá
constituir un elemento de convicción corroborante de las pruebas para juzgar la
procedencia de las respectivas pretensiones" (art, 163 inciso 5º párrafo agregado por la
Ley 22.434, al Código adjetivo de la Nación Argentina).
4. La conducta temeraria
Temeraria es la conducta de quien sabe o debe saber que no tiene motivos para
litigar y, no obstante, lo hace. La malicia, en cambio, se configura por el empleo arbitrario
del proceso o de actos procesales, utilizando las facultades que la ley otorga a las partes
en contraposición a los fines de la jurisdicción, obstruyendo o desplazando el curso del
proceso.
Obviamente, dice Silveira, dicha actitud contiene un elemento objetivo que sirve de base
a la conciencia individual, pero que es variable con las exigencias sociales y mutable de
acuerdo a la relación jurídica que se entabla. Si recordamos -agrega- que la buena fe en
el derecho es una integración compleja de elementos ético-sociales, advertiremos que, en
el proceso, el primer elemento atañe a la buena intención que acompaña la conducta leal,
honesta; en tanto el segundo, se compone de elementos accesorios que dependen de
política y técnica jurídica214.
214
Silveira, ob. cit., p. 89.
4.3 Para comprender suficientemente como actúa la buena fe - lealtad es necesario
apuntar la diferencia que existe cuando se interpreta la buena fe - creencia. Mientras en
ésta la consideración es subjetiva y expande sus resultados al campo de lo material y
procesal; en el análisis objetivo el punto de partida es distinto porque la buena fe, como
principio, queda desplazado por otra regla procesal que es el principio de moralidad.
El principio general de la buena fe, cuando se aplica al litigio, tiene un matiz que
lo diferencia, sobre todo, en el aspecto vinculado a la confianza. Quizás, precisamente,
porque el proceso surge como una etapa patológica de la relación humana, y su término
de enlace, puntualmente es el contrario: la desconfianza.
Desde este punto de vista (naturaleza y fin del principio), la lealtad puede asumirse
como una regla de costumbre que no tiene sanción jurídica fuera del proceso, pero sí una
grave reprimenda ética, relevante, de desestima y reprobación de la mayoría de los
miembros de la colectividad, respeto de quienes no observan tales reglas.
5.3 Las manifestaciones de deslealtad son muchas y operan desde el fraude hasta
el simple equívoco (error inintencional). Por lo general, la deslealtad se apareja con la
mentira procesal, aunque se pueda mentir para un fin bueno sin llamar desleal sino a quien
miente en perjuicio ajeno. Como en el deber de probidad, la violación a la lealtad puede
originar consecuencias penales (fraude procesal, desobediencia procesal fraudulenta,
estafa procesal, etc.).
2) Responsabilidad civil del litigante malicioso cuyo acto ilícito se proyecta más allá del
proceso mismo;
215
Couture, Eduardo J., Estudios de Derecho Procesal Civil, tomo III, editorial Depalma, Buenos Aires,
1979, p. 356.
Como no se trata de quebrar el criterio de bilateralidad y contradicción
permanente, los poderes del juez reclaman del mismo una ponderación con equilibrio y
equidad, procurando no afectar el derecho de defensa en juicio.
6. La probidad en la conducta
Esta claro que la conducta ímproba no puede ni permite al juez sancionarlo como
falta ética, porque esa es una tarea de la corporación y sus tribunales propios. La actuación
del tribunal opera en el campo de los poderes disciplinarios.
6.2 Ya se dijo que, la buena fe - lealtad es un tema objetivo que se analiza sobre
los hechos y las omisiones que las partes realizan en el proceso. Sin embargo, no es fácil
colegir cuándo y en qué oportunidades se puede aplicar la regla; en primer lugar porque
en el ejercicio del derecho de defensa cada parte ensaya su propia estrategia, y como para
ello no existe la imposición concreta de ayudar al juez a encontrar la verdad, sino antes
bien, más allá de toda injerencia de un proceder culposo o doloso- cuando se desvía del
fin que le asigna el ordenamiento, siempre y cuando dicha desviación haya causado un
"daño procesal" de persuadirlo sobre la razón de las respectivas afirmaciones, es obvio
que la colaboración tiene un tinte más formal que estandarizar una conducta modelo.
216
Lega, Carlos, Deontología de la profesión de abogado, editorial Cívitas, Madrid, 1976, p. 8.
Ahora bien, en este juego dialéctico que supone el litigio, hay preceptos que se
vinculan con formalidades y solemnidades que impiden auspiciar o tolerar actuaciones
que no se adapten a ellas.
Este principio de legalidad transita también por otro camino que es la forma de
expresión. Habitualmente no se puede transferir al proceso la voluntad real y decirla tal
como se quisiera (para evitar improperios, denuestos o insultos); en realidad, afirmaba
Guasp, la verdadera voluntad dicha en el proceso es la que se declara, como se debe217.
6.3 En cuanto al nexo con los principios de lealtad y probidad, va de suyo que
aparejan una doble intención: respetuosidad hacia la parte y hacia el órgano
jurisdiccional.
217
Guasp, Jaime, Derecho Procesal Civil, tomo I actualizado por Pedro Aragoneses, editorial Cívitas,
Madrid, 1998, p. 344.
respeto en sentido estricto que se debe tanto al tribunal como a todos los intervinientes en
el proceso.
En este sentido, la calidad del acto cumplido sólo puede controlarse y sancionarse
dentro y en ocasión del proceso, pues la potestad disciplinaria del Juez no puede enervar
la natural jurisdicción que ejercen las entidades profesionales.
En síntesis, los términos empleados en los escritos judiciales que, aun sin llegar a
ser injuriosos, indecorosos u ofensivos, menoscaban el nivel de la controversia jurídica,
además de ser francamente innecesarios desde que nada agregan a la eficacia como se
puede sostener una postura frente a la cuestión surgida, autorizan al Tribunal a aplicar las
medidas que les compete en ejercicio de la policía procesal que cumplen.
La doctrina de los propios actos constituye un principio general del derecho que
se puede explanar sin problemas en los procesos de familia. Como tal, los jueces deberán
aplicarlo en cada oportunidad que consideren reunidos sus elementos estructurales,
partiendo de que es inadmisible que un litigante pretenda fundamentar su acción,
aportando hechos y convicciones de derecho que contradigan sus acciones precedentes;
es decir, que asuma una actitud que lo venga a colocar en oposición con su anterior
conducta.
De esta pauta surge que un litigante va contra sus propios actos cuando intenta
formular una pretensión, dentro de una determinada situación litigiosa, que no es
compatible con su obrar primero.
b) De ser así, ¿es un problema procesal?, o ¿debe resolverse con las normas de
fondo?
8.1 Una proyección interesante del principio de buena fe - lealtad, que podemos
presentar, también, como deber de actuar en el proceso con probidad y honestidad, radica
en el problema de aplicar la regla a las afirmaciones expuestas en los escritos postulatorios
del proceso; porque la verdad absoluta es una finalidad no consagrada, al quedar
desplazada de algún modo, con el principio de actuar con lealtad y probidad en el marco
de la buena fe entre las partes.
En sus orígenes, cuando el proceso tuvo determinaciones vinculadas con lo
sagrado y sacramental, la mentira fue castigada; pero el tiempo y la evolución de las ideas
obligó a los ordenamientos que reglaron el principio de certeza (como veracidad) bajo un
aspecto punitivo, a tener que modificar las obligaciones de las partes.
El cambio más notable sucede cuando el sentido político del proceso se desplaza
de manos privadas (principio dispositivo contemplado y aplicado a ultranza) al poder
público, de manera que el centro de gravitación de las partes hacia el juez, modificó
seriamente la función evitando que tuviera una actividad esencialmente represiva.
8.2 La transformación del juez en director del proceso, instructor y efectivo enlace
de justicia con la realidad, llevó a castigar las actuaciones contrarias con el principio de
buena fe - lealtad con sanciones específicas. En síntesis, el cambio señaló claramente que
el problema no asentaba en el deber de decir verdad sino en la mentira a sabiendas y en
el comportamiento malicioso.
Al respecto decía Carnelutti […]: “La moderna concepción del proceso civil elimina todo
obstáculo contra el reconocimiento de la obligación: puesto que el proceso se sigue en
interés público y por esto tiende a un resultado de justicia; por lo que la parte sirve al
proceso y no el proceso a la parte, no existe la más remota razón para sustraer la acción
de la parte a aquellos preceptos que el interés público reclama; el llamado principio
dispositivo es una directriz de conveniencia y nada más, de manera que, según la
conveniencia, puede ser limitado; la parte no se contrapone en absoluto al testigo en el
sentido de no ser también ella un instrumento del proceso, por lo que en principio no hay
razón alguna para que se pueda imponer al testigo, y no a la parte, la obligación de decir
verdad. En cambio, desde el punto de vista de la conveniencia, la cuestión es muy
delicada; en efecto, si es verdad que también la parte, lo mismo que el testigo, es un
instrumento del proceso, es, sin embargo, un instrumento que opera de un modo
enteramente diverso; las ventajas que el proceso obtiene de ellas dependen, sobre todo,
de su iniciativa y, por lo tanto, de su libertad; cualquier límite señalado a ésta compromete
su rendimiento; además, la acción de la parte se desarrolla por medio de la contradicción,
que es una forma de lucha, no se puede, sino de un modo relativo, desterrar la fuerza y la
astucia; en suma, cuanto más se atan las manos a las partes, tanto más, junto con el peligro
del engaño o de la mentira, se desvanece también el beneficio de su acción. Esto quiere
decir que la solución del problema debe ser una solución de proporción […]. El derecho
positivo italiano adopta una solución de este tipo siguiendo una directriz general que se
manifiesta aun fuera de los límites del proceso; tal directriz se funda en la distinción entre
engaño y mentira, a la que se adapta ya el derecho contractual. El engaño es mentira
agravada por la realización de actos encaminados a determinar su credibilidad y, por lo
tanto, a crear las pruebas idóneas para hacer admitir su verdad; lo que los romanos, a
propósito del dolo, llamaban la “machinatio” y, los franceses, a propósito de la estafa, la
“mise en scène” 218
8.3 Ha sido evidente que el principio de publicización del proceso consiguió poner
frenos a ciertos arrebatos que conspiraban contra el orden ético del proceso. De todas
maneras, es riesgoso confundir la ética del comportamiento con el principio de moralidad,
pues ambos coinciden en un imperativo de conducta (leal, recta y honesta), pero la
primera escapa a la vigilia judicial en tanto se ampara en una exigencia del fuero íntimo:
la moral y el derecho se debaten en componentes de volición que sólo se controlan cuando
se encuentra el acto externo de provocación a la buena fe.
218
Carnelutti, Francesco, Sistema de derecho procesal civil, traducción de Niceto Alcalá Zamora y
Castillo y Santiago Sentís Melendo, editorial Uteha Argentina, Buenos Aires, 1944, ps. 239 y ss.
219
Carnelutti, ob. cit. ut supra, p. 266.
8.4 En nuestro parecer, no existe un deber de veracidad en el derecho, cuanto más
se puede exigir certeza. Mientras que para la presentación de los hechos priva el criterio
de la verdad.
Creemos que el abogado debe servir en primer lugar a sus principios éticos y a los
que conforman una serie de postulados elementales de la conducta profesional.
Para Bellavista parece cierto confirmar que el abogado, si bien destinado a tutelar los
intereses de su cliente, no debe ocultar al Juez lo necesario para una justa composición de
la litis, aun cuando con este proceder no satisfaga los designios desleales de su
patrocinado. Pero esta afirmación sería estimada para un abogado que asista a una parte
civil, pues el defensor de un encartado en una causa penal juega con otros intereses, en
donde la duda de la justicia se privilegia para obtener una decisión favorable (in dubio
pro reo)220.
9. El abuso procesal
9.1 La teoría del abuso del derecho es de raigambre sustancial, de manera que
nace y se desarrolla en el derecho privado. Fue Josserand quien elaboró una amplia
cobertura para el principio según el cual "cada derecho tiene su razón de ser y no pueden
los particulares cambiarla a su antojo en otra diferente"221.
220
Bellavista, B., Lealtá e probitá del difensore e del accusatore privato nel processo penale, en
Estudios en homenaje a Antolisei, tomo I, editorial Giuffré, Milán, 1965, p. 67.
221
Josserand, Louis, El espíritu de los derechos y su relatividad, traducción de Eligio Sánchez Larios,
editorial José M. Cajica (h.), México, 1946.
La tesis propuesta se ha expandido a otras disciplinas llegando al proceso donde
se afinca y apoya en el principio de moralidad. De este modo, la regla general que
pretende evitar el ejercicio abusivo del derecho, se consagra en los procedimientos y
busca particularidades que lo definan.
Hemos dicho que este es un principio procesal que tiene implicancias diferentes a
la responsabilidad civil. Por tanto el abuso de las vías procesales debe encontrar un
fundamento especial y diferente de la responsabilidad civil, entendiendo que la primera
es una responsabilidad subjetiva cuyo fundamento lo encuentra en la violación del
principio que impone la obligación de actuar con lealtad y probidad en el proceso, y que
antes se encontraba como principio general implícitamente establecido en el código civil.
El hecho de trastrocar la buena fe, entendida como regla moral del proceso, no le
otorga singularidad pues sus principios son generales y lo que interesa advertir son sus
consecuencias. Por ello el problema no apunta al proceso en sí mismo sino al curso de
actos procesales regulares, válidos y eficaces que conformen el debido proceso y cuya
virtualidad se pretende alterar con el uso abusivo que de ellos se hace. Abuso que consiste
en utilizar una facultad procesal con un destino distinto al previsto constitucionalmente.
El abuso de por sí, significa elevarse a un propósito desmedido, exceso éste que
puede ser culpable o doloso o simplemente actuado con imprudencia, de manera que la
actitud subjetiva del autor ha de constituir una de las notas singulares para definir el
instituto, adunada con la elección del medio para llevarlo a cabo.
Sostiene Gelsi Bidart que no es sólo el fin perseguido lo que importa, aunque esto siga
teniendo importancia fundamental y aunque, generalmente, en el abuso, suele haber otra
finalidad, también procurada incluso aparentemente como principal y, por tanto,
desplazado en cierto modo el fin fundamental establecido por la ley. En rigor no puede
222
Gozaíni, Osvaldo A., La conducta en el proceso, editorial Platense, La Plata, 1988, p. 197.
prescindirse del fin cuando se habla del medio: aquél funciona como causa final de éste;
no se realiza el medio sino en vista de la finalidad que con él se persigue (y, a veces, se
consigue: resultado)223.
b) La elección del proceso como medio de actuar dicha actitud, de manera que se
pretende desviar el fin normal de la jurisdicción. Constituyendo así una forma de abuso
con el proceso.
Una vez que se reconocen los perfiles que distinguen al instituto del abuso del
derecho aplicado en el derecho procesal, es preciso advertir el contexto donde habrán de
aplicarse esos fundamentos.
223
Gelsi Bidart, Adolfo, Abuso del proceso, ponencia presentada en el XI Congreso Nacional de
Derecho Procesal, La Plata, 1981, s/p indicada.
CAPÍTULO XIII
LA INICIATIVA PROBATORIA DEL JUEZ
1.2 No vamos a referirnos estrictamente al poder probatorio del juez, sino a señalar
si la iniciativa puede alterar el principio de legalidad de las formas, teniendo en cuenta
para ello, únicamente el efecto sobre lo puramente procedimental o formal.
La primera lectura puede ser gramatical. De este modo, se colige cuánto puede
hacer el juez de acuerdo con las disposiciones procesales aplicables. Desde aquí se
evidencia que en la etapa probatoria, dispuesta en un proceso por audiencias (oral) los
poderes de dirección se acentúan, porque se adquieren varias potestades.
c) Establecer cuáles serán los medios de prueba adecuados para la finalidad que
cada una persiga;
1.3 Por su parte, cada uno de los medios de prueba tienen una solemnidad especial
que domina el campo del ofrecimiento y que ritualiza, por demás, la producción o
actuación de la misma. Cuando se trata de prueba de confesión, la tendencia actual es
suprimirla como medio de prueba, sustituyendo la absolución por la declaración libre
entre partes.
Una situación similar sucede con el pedido de explicaciones a los litigantes que
se suscita tras la declaración testimonial; o la prueba de testigos que es una clara muestra
del poder instructorio judicial, si se observa que el interrogatorio debe calificarse por el
juez y que el desarrollo de la audiencia, tanto en su contenido como en sus alcances, está
supeditado a la regularidad que el tribunal ordene224.
224
Aunque no es una extensión del principio de legalidad, el poder de investigación sobre la verdad se
aumenta considerablemente cuando se estudia el derecho a la verdad. Así sucede con la potestad
disponer de oficio la declaración en el carácter de testigos, de personas mencionadas por las partes en
los escritos de constitución del proceso o cuando, según resultare de otras pruebas producidas, tuvieren
conocimiento de hechos que puedan gravitar en la decisión de la causa. Asimismo, podrá ordenar que
sean examinados nuevamente los ya interrogados, para aclarar sus declaraciones o proceder al careo.
Aquí la distinción efectuada entre proceso público y proceso privado cobra una significativa
trascendencia porque faculta la injerencia del órgano en la continuidad y celeridad del proceso cuando
se ventila una cuestión que importa atraer el interés público. Por ejemplo, en los procesos penales y
laborales, se privilegia la actividad oficiosa por la naturaleza de la cuestión, desplazando el impulso de
los actos hacia el tribunal. En cambio, cuando no existen esas consideraciones sociales, el monopolio
de la rapidez en la marcha del juicio reposa en la voluntad exclusiva que las partes dispongan. La
iniciativa probatoria no desnaturaliza el principio dispositivo, sino que coexiste con él. En materia
probatoria referimos al principio respecto al poder de disposición de los elementos de convicción, sin
interesar la relación jurídica procesal. El producto que se obtiene de esta evolución, no es político sino
de técnica procesal porque facilita alcanzar los resultados axiológicos del proceso sin someterse a los
designios interesados de las partes.
2. La prueba en los procesos de familia
2.1 El punto de mayor interés para este capítulo asienta en saber si el poder del
juez de familia alcanza para que la verdad de los hehos se revele con la iniciativa
probatoria del tribunal.
Es un encuadre rígido que establece los hechos con un criterio de posesión, donde
cada parte debe verificar, confirmar o demostrar (según los criterios de política procesal
que se establezcan para la prueba) los hechos que manifiesta como suyos. Cada uno tiene
su versión, su propia lectura y una singular interpretación sobre los efectos que piden y
reclaman al juez como derivados de esa subsunción de hechos en el derecho.
Apuntaba Alcalá Zamora en la obra de Goldschmidt que […] “la finalidad de la prueba
en la Ley de Enjuiciamiento Civil española es lograr la convicción de las partes y no la
del juez; se restringe en gran medida las facultades del juzgador sobre la misma, hasta el
punto de que la misión que le asigna con frecuencia es la de decidir, cuando las partes no
se pongan de acuerdo, acerca del recibimiento a prueba”225.
De igual alcance es la conclusión que propone Guasp, cuando sostiene que el fenómeno
particular que entabla la relación entre los hechos y la prueba demuestra el entronque del
sistema procesal con las prácticas medievales226.
225
Cfr. Goldschmidt, ob. cit., p. 263.
226
Guasp, Jaime, juez y hechos en el proceso civil, Bosch, Barcelona, 1943; reproducido en Estudios
jurídicos, edición al cuidado de Pedro Aragoneses, Cívitas, Madrid, 1996, ps. 279 y ss.
En resumen, el principio dispositivo afirmaría la soberanía de las partes sobre los
hechos, y las potestades judiciales se implementarían, únicamente, para que el juez
resuelva el derecho aplicable. Sin embargo, esta relación convierte al proceso es una lucha
entre partes donde el deber jurisdiccional es aplicar la ley (iuris – dictio), estableciendo
un vencedor y un derrotado. Prácticamente, volver a esta consigna que, en pocas líneas
reproduce la máxima: dadme los hechos que aplicaré el derecho (narra mihi factum, dabo
tibi ius), es un contrasentido con el avance hacia un proceso público, en el que las
potestades judiciales no pueden quedar postergadas por las alegaciones interesadas de las
partes227.
2.3 No se trata, claro está, de sostener que el objeto probatorio no sean los hechos
controvertidos; sino de afirmar que éstos hechos pueden seleccionarse por el juez para
acotarlos a los que interesan para alcanzar la verdad y poder dictar una sentencia útil y
efectiva. Por eso, el principio dispositivo que prescribe la inactividad del tribunal se aplica
solamente al material de hecho y es, por tanto, de la mayor importancia rehusar incluir en
este apartado figuras que lógicamente no encajan en él.
Han sido muchos los esfuerzos de la doctrina para ahuyentar tradicionales errores
de interpretación que observan en la potestad jurisdiccional debidamente aplicada, un
caso evidente de autoritarismo judicial. Pareciera, con ello, no comprenderse que hay
227
“No cabe duda –dice Guasp- que en último término el complejo material de decisión reunido en un
proceso es reductible, en cuanto a los elementos que lo componen, a uno de los grupos fundamentales
apuntados: es decir, que en esencia está formado por hechos y normas de derecho objetivo. Pero sería
erróneo creer que este esquema no contiene sino dos tipos invariables y de fácil identificación y
aislamiento. Tal error (el de creer que no existen sino normas jurídicas puras y hechos puros) es,
además, uno de los que han ejercido más nefasto influjo no sólo en la doctrina jurídica sino en la misma
evolución jurisprudencial” […] “Ya parece excesivamente simplista reducir el mecanismo racional de
los principales actos procesales a un silogismo integrado tan sólo por dos premisas y la comparación
únicamente puede admitirse a condición de que se haga inmediatamente la salvedad de que cada una de
estas premisas pueda estar a su vez integrada por otras figuras lógicas análogas. La <<cuestión de
hecho>> comprende a su vez dos problemas: el de si la ley basándose en una categoría de hechos
garantiza un determinado bien; y el de si un hecho determinado, considerado abstractamente, entra en
la categoría prevista por la ley. La <<cuestión de hecho>> consiste en declarar si existen las
circunstancias sobre cuya base el juez debe, conforme a la ley, considerar existentes ciertos hechos
concretos...” (ob. cit., “Estudios...”, p. 284).
cuestiones que no necesitan estar alegadas y controvertidas para poder apreciarse por
máximas de experiencia, o por reglas derivadas de usos y costumbres, o ejecutables de
acuerdo con tradiciones sociales.
3. El derecho a la verdad
3.1 El conflicto entre la verdad y la prueba es un debate abierto desde los orígenes
de la ciencia. El interrogante persigue esclarecer cuál es el objeto que tiene la producción
probatoria: ¿buscar la verdad? ¿confirmar una versión? ¿determinar los hechos y aplicarle
el derecho?, en fin, cada argumento tiene fundamentos muy sólidos.
228
“Lo que hemos de hacer, por tanto, es centrar el estudio sobre cada uno de estos elementos y ver a
cual de ellos cabe aplicar el nombre de <<hecho>>, tomando esta noción en su sentido general –no
estrictamente jurídico- pero depurada de todas las imprecisiones que el mismo sentido general le
atribuye. En tal sentido, resulta de sumo interés recoger la distinción de Danz entre hecho y afirmación
jurídica. No hay que olvidar que Danz se propone en su estudio afirmar conclusiones relacionadas con
nuestra tesis (Guasp) y emplea conceptos que nosotros también estamos en la precisión de utilizar”.
“Partiendo de esta idea, la definición que de hecho pudiera darse habría de aludir por modo forzoso al
concepto de acatamiento, o de lo que no solamente es existente sino que existe en realidad”, pero esto
sería equivocado. “Si quisiéramos hallar la esencia íntima de la realidad en que el hecho consiste,
tendríamos acaso que buscarla en la idea de que el hecho es un acaecimiento que tiene dimensiones
concretas en el tiempo y en el espacio. La realidad espacio – temporal es una de las notas esenciales del
concepto. Una ulterior afirmación de ésta para dejar depurada plenamente la noción, obligaría a tales
disgresiones, propias más bien de la Filosofía o de la Teoría General del Derecho...” (Guasp, ob. cit.,
“Estudios...”, p. 294).
En realidad, la necesidad de saber si la verdad es un fin para el proceso, resulta
necesario e ineludible, porque la afirmación lleva a obligaciones consecuentes, tanto de
las partes como del juez que interviene; mientras que relativizar dicha finalidad con
explicaciones tangenciales, supone afincar el objeto en otra dimensión, más técnica o
apegada a principios más formales, en los que la verdad se desplaza por la necesidad de
resultados.
Podrán ser únicamente las partes, quienes tienen el deber o la carga de afirmar
(alegar) y probar los hechos expuestos; y en su caso, analizar si las circunstancias que se
exponen están perentoriamente expuestas a ser reveladas con toda realidad, sea o no
favorable, a quien las relata; o en su caso, verificar si se pueden denunciar únicamente los
hechos que benefician una determinada posición jurídica.
3.2 Cuando se sostiene que los hechos deben ser expuestos con la verdad, no se
quiere decir más de lo que ello significa. Ahora, si la versión que se entrega es completa
o sucinta, dependerá de la estrategia forense; pero como sea, se tendrá que resolver si la
técnica dispuesta concilia con los principios de lealtad y buena fe en el proceso, porque
algunos doctrinarios son proclives a sostener que se viola el debido proceso cuando los
hechos no son presentados en toda su dimensión y autenticidad.
Esto es, que la verdad sea una realidad a probar; o que se use a la verdad como
excusa o justificación de un convencimiento particular logrado tras la persuasión de las
partes.
229
Sostiene Ferrer Beltrán que, si bien es cierto que la noción de verdad jurídica (o judicial o formal)
se introduce en la teoría procesal como una respuesta al problema de la falibilidad del juez en el
conocimiento de los hechos ocurridos, también lo es que la asunción posterior de la verdad jurídica
como única finalidad de la determinación judicial de los hechos y, por otro lado, la tesis de la
constitutividad de la decisión del juez en la determinación de la verdad judicial, convierte a esa decisión
es incontrolable racionalmente (Ferrer Beltrán, Jordi, Prueba y verdad en el derecho, Marcial Pons,
Madrid, 2002, p. 22).
d) La valoración de la prueba ¿tiene reglas y principios que se acomoden a las
nuevas consignas del debido proceso?
230
Calamandrei fue un acérrimo sostenedor de esta idea según la cual se tiene por verdadero aquello
que tiene apariencia de serlo, y que probablemente haya sucedido, mientras la actividad desenvuelta por
las partes consiga demostrar tales hipótesis (Calamandrei, Piero, Estudios sobre el proceso civil,
traducción de Santiago Sentís Melendo, Bibliográfica Argentina, 1945, ps. 107 y ss.).
231
La distinción entre verdad formal y verdad material –agrega Taruffo- es inaceptable por varias
razones que la doctrina menos superficial ha puesto en evidencia desde hace tiempo. En especial, parece
insostenible la idea de una verdad judicial que sea completamente distinta y autónoma de la verdad tout
court por el solo hecho de que es determinada en el proceso y por medio de las pruebas; la existencia
de reglas jurídicas y de límites de distinta naturaleza sirve, como máximo, para excluir la posibilidad
de obtener verdades absolutas, pero no es suficiente para diferenciar totalmente la verdad que se
establece en el proceso de aquella de la que se habla fuera del mismo. Por otra parte, precisamente la
tendencia a reducir la regulación jurídica de la prueba y, en especial, a eliminarla respecto de la
valoración que termina directamente con la determinación de los hechos, implica claramente la
imposibilidad de individualizar una verdad procesal distinta e independiente de la verdad extraprocesal
(ob. cit., p. 45).
3.5 Desde otra perspectiva, la verdad material se puede reflejar como uno de los
objetivos esenciales de cualquier proceso, porque la determinación de los hechos debe ser
real, al ser jurídicamente intolerable que se debata un proceso entre ficciones. Mientras
que la verdad formal reducida a los hechos probados en la causa, sostiene una
justificación de la sentencia que solamente se apoya en la convicción adquirida por la
habilidad o la persuasión lograda con los medios y la actividad probatoria.
Con tal vara de medición, podemos razonar una primera lectura para fundamentar
el principio que le permita al juez tener iniciativa probatoria. El proceso civil no puede
ser conducido en términos estrictamente formales, pues no se trata de cumplir ritos
caprichosos, sino desarrollos de procedimientos destinados al esclarecimiento de la
verdad que es su norte.
En cambio, quienes consideran que la verdad tiene otro destino, persisten con su
confusión al sostener que el proceso trabaja sobre versiones que, por la sistemática, se
han de confirmar o descartar. Otros, aun afirmando la necesidad de laborar con verdades
como un fin tuitivo de la justicia, aceptan que ella tiene explicaciones poco científicas,
para culminar en sentencias que se justifican por la certidumbre alcanzada233.
232
En el lenguaje común –dice Carnelutti-, prueba se usa como comprobación de la verdad de una
proposición; solo se habla de prueba a propósito de alguna cosa que ha sido afirmada y cuya exactitud
se trata de comprobar; no pertenece a la prueba el procedimiento mediante el cual se descubre una
verdad no afirmada sino, por el contrario, aquel mediante el cual se demuestra o se halla una verdad
afirmada [...] En rigor, pues, la prueba debe diferenciarse del procedimiento empleado para la
verificación de la proposición (afirmada) [...] En este sentido, justo es reconocer que el objeto de la
prueba no son los hechos sino las afirmaciones, las cuales no se conocen pero se comprueban, mientras
que aquellos no se comprueban, sino que se conocen...Por eso, hay una obligación primera para el juez:
la obligación de no poner en la sentencia hechos discutidos que no hayan sido fijados mediante alguno
de los procesos queridos por la ley (Carnelutti, La prueba civil, cit., p. 23).
233
. Debe observarse –dice Taruffo- que la verdad de los hechos puede considerarse como una condición
necesaria de justicia bajo cualquier definición jurídica de la justicia de la decisión. Además, no es
siquiera incompatible con la teoría según la cual el proceso sirve únicamente para resolver conflictos:
si no se acepta como válida cualquier solución del conflicto, y se piensa, en cambio, que debe ser
resuelto sobre la base de algún criterio de justicia, entonces se presenta de nuevo la necesidad de
reconocer que la determinación verdadera de los hechos es necesaria de cualquier solución justa de un
conflicto. Desde este punto de vista se puede decir que el principio de verdad de los hechos no identifica
una ideología específica del proceso y, en cambio, representa una suerte de dato constante que resurge
en todas las ideologías que conciben algún tipo de decisión justa como finalidad del proceso (Taruffo,
La prueba de los hechos, cit., p. 65).
3.7 Sin embargo, no es ésta última nuestra opinión. Vamos a reconocer que el
planteo dialéctico se presenta sinuoso al tolerar que los hechos se presenten como
versiones adaptadas de la realidad anunciada; también podemos admitir que hay
principios inocultables que sostienen tradicionalmente la legalidad del sistema (aporte de
los hechos por las partes; congruencia del juez con ellos al tiempo de valorar y pronunciar
sentencia; imparcialidad del juzgador; control de la prueba por ambas partes; etc.); del
mismo modo, se asiente que la persecución de la verdad absoluta tiene límites mensurados
con principios propios de la llamada prueba legal (v.gr.: las presunciones iuris et de iure;
imposibilidad de practicar ciertas pruebas en determinados procesos; etc.); y también se
consiente que, a veces, la actividad probatoria tiene plenas dificultades para asumir
iguales condiciones generales: por ejemplo, en el proceso penal es el fiscal quien debe
investigar y probar porque el procesado tiene un argumento de resistencia suficiente con
la presunción de inocencia; mientras que en los procesos sociales (v.gr.: cuestiones de
estado, familia, laborales, etc.) podría comulgarse con la idea fuerza de un deber de
colaboración de todos los operadores jurídicos en lograr la resolución justa sobre la base
de hechos probados que sean auténtico reflejo de lo ocurrido en el conflicto.
234
En el fondo del planteo no deja de ser cierta la advertencia que formula Ferrer Beltrán, cuando dice
que la distinción entre “ser verdadero” y “ser tenido por verdadero”, permite dar cuenta de los problemas
que llevaron a la distinción entre verdad material y verdad formal, sin presentar los inconvenientes que
suscita esta última y, especialmente, sin multiplicar las nociones de verdad. Además, se pone el acento
en que no se trata de que “existan” distintas verdades, sino más bien de la diferencia entre la verdad de
una proposición, que no es dependiente de ningún sujeto que la exprese, y la actitud mental de un sujeto,
en este caso, el juez respecto de la verdad de la proposición (ob. cit., p. 17).
3.8 Verdadero punto nervioso constituye la veracidad en el proceso dado que, si
es deber de las partes obrar con la verdad en cada postura o afirmación procesal,
solamente ese proceder significaría actuar de buena fe; a contrario sensu, todo
ocultamiento o toda mendacidad importaría una afrenta al principio de la conducta recta
y honesta, y con ello, una violación al principio de moralidad235.
3.9 Si la sola mención del deber de decir verdad no basta para lograr el objetivo,
puede discurrirse que se piensa más en la sanción que en lo preventivo, con lo cual la
política procesal de moralidad se enfrenta con el corte inquisitivo que se consigue con las
penas. Sin embargo, parece razonable pensar que la deducción es muy estricta, sobre todo
si la relacionamos con la consagración del deber de veracidad sin encontrarse
expresamente dispuesto. Veamos por qué.
235
Según Furno, las cuestiones principales de este tema son dos: la primera se refiere a la “verdad”; la
segunda al “deber”. Decir la verdad. Bien. Pero ¿qué verdad?. Establecer un deber. Bien. Pero ¿qué
deber? Ambas cuestiones se han presentado en la mente de numerosos escritores, y la rica literatura que
sobre el tema se ha formado, rápida y recientemente, ofrece tal cosecha de observaciones que produce
múltiples facetas (ob. cit., p,.56).
Casi todos los ordenamientos procesales que reglaron el principio de certeza
(como veracidad) bajo un aspecto punitivo, se encontraron con que, a partir del
advenimiento de una nueva perspectiva en el derecho procesal, que desplazaba el centro
de gravitación de las partes hacia el juez se modificaba seriamente la función de éste si
se le conservaban los principios represivos.
Si ahora el juez era director, instructor y efectivo enlace de justicia con la realidad,
aquellos desvíos operados en el devenir procedimental sólo podrían desarrollarse
actuando temeraria o maliciosamente, es decir, obrando con artería, dolo, artificio,
engaño, etc. En síntesis: el problema estaba en la mentira y no en el deber de veracidad.
236
Al respecto decía Carnelutti: “La moderna concepción del proceso civil elimina todo obstáculo
contra el reconocimiento de la obligación: puesto que el proceso se sigue en interés público y por esto
tiende a un resultado de justicia; por lo que la parte sirve al proceso y no el proceso a la parte, no existe
la más remota razón para sustraer la acción de la parte a aquellos preceptos que el interés público
reclama; el llamado principio dispositivo es una directriz de conveniencia y nada más, de manera que,
según la conveniencia, puede ser limitado; la parte no se contrapone en absoluto al testigo en el sentido
de no ser también ella un instrumento del proceso, por lo que en principio no hay razón alguna para que
se pueda imponer al testigo, y no a la parte, la obligación de decir verdad. En cambio, desde el punto
de vista de la conveniencia, la cuestión es muy delicada; en efecto, si es verdad que también la parte, lo
mismo que el testigo, es un instrumento del proceso, es, sin embargo, un instrumento que opera de un
modo enteramente diverso; las ventajas que el proceso obtiene de ellas dependen, sobre todo, de su
iniciativa y, por lo tanto, de su libertad; cualquier límite señalado a ésta compromete su rendimiento;
además, la acción de la parte se desarrolla por medio de la contradicción, que es una forma de lucha, no
se puede, sino de un modo relativo, desterrar la fuerza y la astucia; en suma, cuanto más se atan las
manos a las partes, tanto más, junto con el peligro del engaño o de la mentira, se desvanece también el
beneficio de su acción. Esto quiere decir que la solución del problema debe ser una solución de
proporción...”.
“El derecho positivo italiano adopta una solución de este tipo siguiendo una directriz general que se
manifiesta aun fuera de los límites del proceso; tal directriz se funda en la distinción entre engaño y
mentira, a la que se adapta ya el derecho contractual. El engaño es mentira agravada por la realización
de actos encaminados a determinar su credibilidad y, por lo tanto, a crear las pruebas idóneas para hacer
admitir su verdad; lo que los romanos, a propósito del dolo, llamaban la “machinatio” y, los franceses,
a propósito de la estafa, la “mise en scène” Sistema de derecho procesal civil, traducción de Niceto
Alcalá Zamora y Castillo y Santiago Sentís Melendo, Uteha Argentina, Buenos Aires, 1944, ps. 126 y
ss.).
Ideas que reitera en su famoso estudio “Contra el proceso fraudulento”, donde destacó que “bajo este
aspecto, para el buen fin del proceso es necesaria la igualdad de las partes, incluso desde el punto de
vista de la fuerza o de la bellaquería; de ahí que a veces a un litigante galeote, en interés mismo de la
justicia, mejor que un clérigo, se le contrapone un marinero” (Carnelutti, Estudios de derecho procesal
civil, tomo II, ps. 68 y ss.).
El material que nutre el proceso se compone de hechos y de derecho sobre los que
las partes afirman sus respectivas postulaciones237. La extensión a todos los hechos
importa aceptar que deban relatarse hasta los más mínimos o inverosímiles, pues, en
definitiva, le corresponderá al juez decidir la importancia o trascendencia que tiene el
suceso para decidir la causa.
237
Con relación a los primeros -dice Peyrano-, subsiste la polémica para determinar si, en oportunidad
de invocarse las circunstancias fácticas, éstas deben complementar una acabada descripción del suceso,
sin quitar ni recortar motivos que empeoren o dificulten la situación del exponente. Grossmann participa
de la opinión por la cual debe sancionarse la ocultación de hechos cuyo conocimiento resulta
indispensable para la claridad y dilucidación de la litis. A su criterio, el silencio debe considerarse como
contrario a la verdad; tanto él como la declaración incompleta, o ambigua, agravan el deber en
comentario. Esta veracidad –agrega- “se exige no solamente con respecto a los hechos controvertidos,
sino igualmente a los hechos indiscutidos que el juez debe aceptar, en general, sin previo examen
alguno”, estableciendo solo una restricción: “La exigencia de la veracidad, con inclusión de los hechos
no discutidos, deja intacto el derecho del litigante de abstenerse de la impugnación de las alegaciones
hechas por la parte contraria, sea que fueran verídicos o no. La parte no es obligada a declarar,
pudiéndose hacer condenar en rebeldía, si lo prefiere a la intervención activa en el juicio” (El proceso
civil, cit., p. 79).
238
Grossmann interpreta que, no obstante la limitación a la veracidad de los hechos en ciertas normas
nacionales, el deber de veracidad comprende toda la declaración procesal, sea que concierna a los
hechos, a los argumentos jurídicos o a la rendición de la prueba (ob. cit., p. 71). Peyrano, entre los
autores argentinos, coincide con estas apreciaciones, reservando en la alegación del derecho la
preeminencia del principio iura novit curia.
Con el derecho, la condición difiere según las invocadas sean normas procesales
o materiales. Es decir, que se amparen en la pretensión procesal o en la situación material.
En la primera, el interesado puede invocar el camino de fundamentación, aunque sea
provocado o voluntario el error, pues al juez le corresponde decidir el trámite a desarrollar
y las pruebas a producir.
La primera obligación asumida por los Estados Partes, en los términos del citado
artículo, es la de "respetar los derechos y libertades" reconocidos en la Convención. El
ejercicio de la función pública tiene unos límites que derivan de que los derechos
humanos son atributos inherentes a la dignidad humana y, en consecuencia, superiores al
poder del Estado.
1. Introducción
En efecto […]:
1.2 Para cumplir esta obligación convencional, el Estado tiene que disponer de
todos los medios legales disponibles, y poner a cargo del esclarecimiento a funcionarios
independientes y ausentes de toda sospecha de interés particular.
En los procesos de familia, en cambio, los poderes del juez en materia probatoria,
se ponderan especialmente al punto de convertirse en un principio propio dentro de la
oficiosidad.
Los poderes probatorios oficiosos deben ejercerse con una cuidadosa aplicación del
principio de contradicción, adecuada fundamentación de las resoluciones vinculadas al
ejercicio discrecional de las potestades conferidas a los magistrados; deben admitir la
impugnación fundada de la decisión adoptada, como asimismo garantizar el
cumplimiento del principio de igualdad, otorgando a las partes el pleno, amplio y total
ejercicio del derecho a ofrecer todas las medidas probatorias que avalen su derecho, la
práctica de contrapruebas y el poder participar activamente de su producción. El respeto
de tales principios impedirá cualquier connotación arbitraria de la iniciativa probatoria
del juez. La efectiva y concreta responsabilidad de los magistrados se logra confiriendo
un mayor control de su actividad jurisdiccional por parte de los sujetos procesales, pues
la participación activa de las partes -en realidad, de los abogados, que revisten el carácter
de apoderados o patrocinantes- equilibrará los poderes y deberes de los jueces y
239
Corte IDH. Caso Baldeón García vs. Perú, sentencia de 6 de abril de 2006 (Fondo, Reparaciones y
Costas), Serie C, N° 147, párrs. 92 y 93.
constituirá la garantía más idónea para impedir el ejercicio arbitrario e ilimitado de
aquellos240.
Es verdad que los Estados tienen el deber de brindar la protección necesaria para
que los derechos de las personas se encuentren suficientemente garantidos. De modo tal
que el déficit acusa y torna responsable a quien deja de cumplir con la garantía, o lo hace
de modo insuficiente.
240
Masciotra, Principios generales en los procesos de familia, cit., p, 11. También, del mismo autor,
ver: Poderes-deberes del juez en el proceso civil, Astrea, Buenos Aires, 2014, p. 418.
241
Corte IDH. Casos Velásquez Rodríguez vs. Honduras, sentencia de 29 de julio de 1988; Godínez
Cruz vs. Honduras, sentencia de 20 de enero de 1989, y Fairén Garbi y Solís Corrales vs. Honduras,
sentencia de 15 de marzo de 1989, párrs. 134, 140 y 136, respectivamente.
1.4 La desigualdad que se manifiesta es de pura lógica, porque el procedimiento
internacional solo tiene de parecido con el punitivo el principio del contradictorio, que
respeta la discordancia, siendo el derecho de defensa uno de los fundamentos del artículo
44 del Reglamento, en lo que atañe a la oportunidad para el ofrecimiento de la prueba,
con el fin de que haya igualdad entre las partes242.
Según la práctica del tribunal, al inicio de cada etapa procesal las partes deben señalar qué
pruebas ofrecerán en la primera oportunidad que se les concede para pronunciarse por escrito.
Además, en ejercicio de las potestades discrecionales contempladas en el artículo 45 de su
Reglamento, la Corte o su Presidente podrán solicitar a las partes elementos probatorios
adicionales como prueba para mejor resolver, sin que ello se traduzca en una nueva
oportunidad para ampliar o complementar los alegatos, salvo que el Tribunal lo permita
expresamente243.
242
Cfr. Caso Caesar, sentencia de 11 de marzo de 2005, Serie C, N° 123, párr. 41; Caso de las Hermanas
Serrano Cruz, sentencia de 1º de marzo de 2005, Serie C, N° 120, párr. 31; y Caso Caso Lori Berenson
Mejía, sentencia de 25 de noviembre de 2004, Serie C, N° 119, párr. 62.
243
Cfr. Caso de las Hermanas Serrano Cruz, párr. 32; Caso Lori Berenson Mejía, párr. 63; y Caso
Molina Theissen. Reparaciones, sentencia de 3 de julio de 2004 (art. 63.1 Convención Americana sobre
Derechos Humanos), Serie C, N° 108, párr. 22.
ante ellos sobre los hechos pertinentes, de acuerdo con las reglas de la lógica y con base
en la experiencia244.
Estas notorias disparidades son las que se deben considerar, pues para impulsar
que sea un estándar el activismo probatorio del juez, es necesario analizar, como lo
hicimos con relación al derecho a la verdad, la posibilidad de no violar otras garantías.
2. Principio de colaboración
2.1 La naturaleza jurídica del proceso de familia trabaja con derechos humanos
individuales y colectivos, logrando el género “familia” una sustantividad que antes no
tuvo. Esto traza una importante diferencia con el resto de los procedimientos que se
sustancian.
Ahora bien, es preciso advertir que tras los denominados “tecnicismos”, a los que algunos
observadores restan importancia e incluso atribuyen resultados adversos a la seguridad y
a la justicia, se hallan verdaderos derechos humanos que deben ser respetados. Por
ejemplo, cuando el procedimiento penal cumplido afrenta el debido proceso, priva de
soporte jurídico a la sentencia y obliga al Estado a llevar adelante, si así lo resuelve, un
enjuiciamiento en el que se observen todas las garantías para arribar a la conclusión que
244
Cfr. Caso Caesar, párr. 42; Caso de las Hermanas Serrano Cruz, párr. 33; Caso Lori Berenson Mejía,
párr. 63; Caso Fermín Ramírez vs. Guatemala, sentencia de 20 de junio de 2005 (Fondo, Reparaciones
y Costas), Serie C, N° 126, párr. 47.
245
Gozaíni, Osvaldo A., El debido proceso. Estándares de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, tomo 2, Rubinzal Culzoni, Buenos Aires / Santa Fe, 2017, p. 109.
derive de los hechos aducidos por quien acusa, las pruebas presentadas por las partes o
atraídas por el tribunal y el debate en torno a aquellos –no acerca de otros hechos– con
sustento en estas. No hay, pues, riesgo de impunidad, sino exigencia de justicia conforme
a las previsiones de la Convención Americana, que el Estado ha ratificado246.
246
Corte IDH. Voto razonado del juez Sergio García Ramírez en la sentencia del caso Fermín Ramírez
vs. Guatemala, sentencia de 18 de junio de 2005.
247
Corte IDH, Caso Neira Alegría y Otros. Sentencia de 19 de enero de 1995 (Fondo). Serie C, Nº 20,
párr. 65.
248
Gozaíni, El debido proceso. Estándares de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, tomo 2,
cit., ps. 114 y ss.
entendido que no hay carga probatoria en este tiempo, la idea de confirmar y verificar
resulta más acertada con los fines del estándar.
Con esta inteligencia, los paralelos que se quieran encontrar con las bases del
derecho probatorio, son innecesarias e inoficiosas, porque estamos en presencia de un
nuevo principio, el de colaboración, que no significa desplazar la prueba, en la medida
que si queda en otros la obligación de verificar podría ser tan peligroso como no
investigar. El ocultamiento de pruebas es un riesgo posible, de allí que en el proceso de
familia no sea propio referir a una investigación, sino al descubrimiento de la verdad.
2.3 Ahora bien, lo que se debe esperar en el tránsito de superar esta etapa y
conseguir la admisión, es la colaboración de todos los sujetos del caso.
Es claro, entonces, que la etapa probatoria difiere del derecho interno, y que el
objetivo de alcanzar la verdad podría, en principio, estar diluida como deber de contenido
para todo proceso. Afirmación ésta que varía en los procesos familiares, donde todos
quieren y tienen derecho a saber qué pasó y como se puede mejor resolver, con modelos
más próximos a la gente.
La decisión de la cámara que no hizo lugar a la indemnización especial por despido por
causa de matrimonio en razón de que el trabajador no había probado que el distracto se
produjera por esa causa, se exhibe prescindente de los principios y directivas
constitucionales e internacionales que, sin desmedro de propender al especial resguardo
de la mujer, privilegian también la protección del matrimonio y de la vida familiar (arts.
14 bis de la Constitución Nacional y 11.2 y 17 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, 23 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 3 y 16 de
la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la
Mujer y 10 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales)249.
3. Principio de libertad
El proceso es un medio para realizar la justicia y ésta no puede ser sacrificada en aras de
meras formalidades, sin que por ello se afecte la seguridad jurídica y el equilibrio procesal
entre las partes. Por referirse a violaciones a derechos humanos y acoger, en
consecuencia, el principio de verdad histórica, el proceso ante este tribunal internacional
tiene un carácter menos formalista que el seguido ante las autoridades internas250.
249
Fallos: 343:1037.
250
Corte IDH. Caso Lori Berenson Mejía. Sentencia de 25 de noviembre de 2004. Serie C, N° 119, párr.
62.
La Corte IDH no se ha referido expresamente a este principio, pero se ocupa del
mismo cuando sostiene que […]
3.3 Por eso llega el principio de colaboración como un instituto capaz para darle
a la etapa probatoria del proceso de familia un procedimiento adecuado con la tutela
judicial efectiva.
251
Corte IDH. Caso Bulacio vs. Argentina, sentencia de 18 de septiembre de 2003 (Fondo, Reparaciones
y Costas), Serie C, N° 100, párr. 68.
Adviértase que, de ser mantenido el principio dispositivo clásico (por el cual el
juez llega únicamente al conocimiento de los hechos y las pruebas ofrecidas por las partes,
y es a ellas a quienes les corresponde el impulso procesal) la potestad judicial quedaría
notablemente reducida; y si a ello se suman las limitaciones que en materia de prueba
existen con el reducto de los hechos conducentes y controvertidos como objeto de la
prueba, pareciera no tener cabida alguna el principio propuesto.
Con todo ello, el principio de libertad establece una regla que reafirma la amplitud
probatoria en los procesos de familia. Es decir, que las partes en un proceso de esa
naturaleza, además de tener la libertad de probar cualquier hecho, también podrán ofrecer
y producir toda prueba que crean necesaria para probar las mismas circunstancias.
Inclusive, aquellas que formalmente no son las reguladas por ley, pero que tienen
potencialidad positiva para el descubrimiento.
Figurémonos -dice Arturo Bianchi- […] “el caso en el que una parte ofrece cuatro medios
de pruebas para probar el mismo hecho y el juez le rechaza tres de ellos por superfluos
antes de que el cuarto admitido sea producido. Cuando ese cuarto es producido y la prueba
que de él resulta se adquirió para el proceso y su resultado no arrojó la conclusión que la
oferente buscaba o necesitaba, este se quedó en absoluta orfandad probatoria solo porque
el juez, al momento de expedirse respecto de la prueba en la audiencia preliminar,
consideró que las otras tres oportunamente ofrecidas y dirigidas a probar el mismo hecho,
resultaban sobreabundantes. Pues bien, esa limitación ya no podrá ser admitida en los
tribunales de familia de nuestro país, quedando eventualmente en poder de las partes la
posibilidad de desistir de aquella prueba que a su criterio resultare superflua y con la
reserva de que el juez, eventualmente, pueda ordenar alguna medida para mejor proveer”.
“Opino incluso que, si bien ahora previsto expresamente para los procesos de familia,
este principio de amplitud de prueba es una garantía para el justiciable que debería ser
instrumentada en todo tipo de proceso, para la plena satisfacción de la tutela judicial
efectiva”252.
4. Principio de flexibilidad
4.1 Esta es una variante del principio de legalidad formal que bien podría quedar
inmerso dentro de lo antes explicado. No obstante, en materia probatoria tiene más
argumentos de aplicación específica en los procesos de familia.
4.2 Ahora bien, en un litigio familiar anidan otros aspectos a revelar que, de usar
los medios de prueba con el ajuste del rito, podrían quedar inaprovechados. Un testigo
excluido sabe más que el que conoce por referencia o información indirecta; un perito
puede informar más allá de los puntos que se le requieren; un sujeto con intereses directos
puede ser testigo; y así, cada medio de prueba toma una flexibilidad natural que pone la
colaboración no ya como un deber de las partes, sino como una ayuda hacia la búsqueda
de la verdad.
252
Bianchi, Arturo, Los principios de oficiosidad y de colaboración probatoria dinámica en los
procesos de familia, ps. 103 y ss. En “Innovaciones del Código Civil y Comercial de la Nación y nuevos
institutos procesales”, editorial Ediar, Buenos Aires, 2018 (AA.VV. – Osvaldo A. Gozaíni [Director]).
que no es el apto para probar lo que se intenta acreditar, deberá existir flexibilidad en su
admisión253.
4.3 En suma, en los procesos de familia anidan tres principios que trabajan en
armonía: la libertad de ofrecimiento y producción de medios probatorios; la amplitud que
se debe asignar a cada uno para conseguir el objetivo de saber la verdad; y la flexibilidad
como mecanismo articulador de estas finalidades.
5. Carga de la prueba
5.1 Como se observa de los principios y del mismo desarrollo del procedimiento,
el mecanismo probatorio funciona de manera diferente al que tienen los procesos
ordinarios, lo que no debe llevar a sorpresas pues cuando están en juego derechos tan
relevantes como son los de la familia, la construcción teórica no puede ni debe ser
paralela.
253
Bianchi, ob. cit., p. 105.
Lo afirmado ha de ser confirmado, pero en materia familiar la misión no es dar
satisfacciones individuales, aunque las peticiones lo sean. Hay un conglomerado de
hechos y personas que están detrás de la víctima que obliga a tomarlos en cuenta y, en
definitiva, a extraer de estas nuevas reglas y principios, el derecho esencial a saber qué
pasó y con toda la verdad que se pueda verificar.
Similar encuadre puede tener un eventual caso de violencia familiar sin denuncia
donde los progenitores debaten sobre la responsabilidad parental ¿podría el equipo
multidisciplinario no referir este hecho por estar fuera de la materia a probar?
5.4 Estas son las variables de los principios tradicionales que, usando el mismo
calificativo (dispositivo, oficiosidad, etc.) trabajan de manera diferente, y bajo el
principio general de proteger a la familia.
Además, como la actividad probatoria exige resultados, dejar que el esfuerzo sea
llevado por uno solo, no es equilibrar la balanza porque ésta tiene con el onus probandi
un contrapeso considerable. En consecuencia, el conocimiento judicial tiene que trabajar
sobre hechos afirmados que sean veraces; con ellos se podrá llegar a la certidumbre
necesaria para resolver el conflicto, más allá de toda duda razonable.
CAPÍTULO XV
EL PLAZO RAZONABLE
1. Nociones generales
En verdad esto es propio cada vez que se realizan tares de interpretación. Las
opiniones tienen sentidos y objetivos, como sensaciones e influencias que afectan los
criterios a seguir. Por ejemplo, para un sector de la ciencia procesal el proceso no tiene
necesidad de tiempos porque la satisfacción de los litigantes no proviene de la rapidez
que tenga el sistema donde ventilar las controversias. En consecuencia, son las partes
quienes disponen de los tiempos del proceso, porque solo a ellas les interesa la
oportunidad para que el Juez resuelva con carácter definitivo.
1.2 En esta línea, el voto razonado de Sergio García Ramírez en el caso “de las
Masacres de Ituango” (29 de Junio de 2006), es claro al admitir que el plazo razonable
es un concepto indispensable y arraigado en las condiciones del debido proceso. Es cierto
que no es una fórmula matemática universal y constante que se confronta con las
condiciones de tiempo en las que se encuentra el inculpado sujeto a proceso.
“En fin de cuentas, la razonabilidad del plazo para proveer justicia debe analizarse con
referencia al fin que se procura alcanzar y a la mejor manera de obtenerlo, considerando
los diversos extremos que implica la administración de justicia en todos los aspectos que
debe abarcar a fin de alcanzar la plenitud posible y deseable: declaración, previo
esclarecimiento de los hechos; disposición de reparaciones adecuadas en función de las
violaciones cometidas y cumplimiento de las decisiones adoptadas, a este fin, por los
órganos competentes”.
254
Sostiene Cançado Trindade que, toda la jurisprudencia internacional en materia de derechos humanos
ha desarrollado, de forma convergente, a lo largo de las últimas décadas, una interpretación dinámica o
evolutiva de los tratados de protección de los derechos del ser humano. Esto no hubiera sido posible si
la ciencia jurídica contemporánea no se hubiera liberado de las amarras del positivismo jurídico. Este
último, en su hermetismo, se mostraba indiferente a otras áreas del conocimiento humano, y, de cierto
1.3 Ahora bien, si el plazo razonable se instala como auténtica garantía, y proyecta
desde allí deberes y obligaciones con derechos de reparación cuando la demora sucede,
será necesario confrontar de qué manera se ocupan las instituciones del proceso de familia
en la reglamentación del tiempo en el proceso.
Por ello -dice Riba Trepat- si decimos que un proceso constituye una sucesión de actos a
través de los que se verifica la interacción entre la acción y la jurisdicción; la duración de
un juicio no es otra cosa que la duración del conjunto de sus actuaciones, y, en
modo, también al tiempo existencial, de los seres humanos: para el positivismo jurídico, aprisionado en
sus propios formalismos e indiferente a la búsqueda de la realización del Derecho, el tiempo se reducía
a un factor externo (los plazos, con sus consecuencias jurídicas) en el marco del cual había que aplicarse
la ley, el derecho positivo (Voto concurrente en la Opinión Consultiva 16/99 del 1 de octubre de 1999
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos).
La corriente positivista-voluntarista, con su obsesión con la autonomía de la voluntad de los Estados, al
buscar cristalizar las normas de ésta emanadas en un determinado momento histórico, llegó al extremo
de concebir el derecho (Positivo) independientemente del tiempo: de ahí su manifiesta incapacidad de
acompañar los constantes cambios de las estructuras sociales (en los planos tanto interno como
internacional), por no haber previsto los nuevos supuestos de hecho, no pudiendo, por lo tanto, dar
respuesta a ellos; de ahí su incapacidad de explicar la formación histórica de las reglas consuetudinarias
del derecho internacional. La propia emergencia y consolidación del corpus juris del Derecho
Internacional de los Derechos Humanos se debe a la reacción de la conciencia jurídica universal ante
los recurrentes abusos cometidos contra los seres humanos, frecuentemente convalidados por la ley
positiva: con esto, el Derecho vino al encuentro del ser humano, destinatario último de sus normas de
protección.
En el plano del derecho procesal el mismo fenómeno ocurre con la evolución en el tiempo del propio
concepto de debido proceso legal. El aporte del Derecho Internacional de los Derechos Humanos es
aquí innegable, como lo revela la rica jurisprudencia de la Corte y Comisión Europea de Derechos
Humanos bajo el artículo 6.(1) de la Convención Europea de Derechos Humanos.
consecuencia, la razonabilidad temporal del proceso se construye también mediante el
establecimiento de plazos razonables255.
La unión de ambos frentes se da con los sujetos del proceso, que en materia penal
asume una connotación diferente por el derecho a la libertad y el derecho a la verdad y
justicia que la víctima reclama. El proceso civil patrimonial cree en la disponibilidad de
las partes para seguir en la relacipn jurídica procesal comoi si fuera el proceso un contrato
o un ciasi contrato, donde la negociación tiene primacía; los procesos sociales trabajan
con la urgencia implícita, donde es diferente el tiempo para resolver el valor
indemnizatoria de la reparación por un accidente laboral, respecto a otro donde se debe
satisfacer rápidamente el despido mal dispuesto (arbitrario).
255
Riba Trepat, Cristina, La eficacia temporal del proceso. El juicio sin dilaciones indebidas. Bosch,
Barcelona, 1997, ps. 256 y ss.
En lo familiar, lo específico es dar respuestas oportunas, que van de la mano con
la naturaleza del conflicto. Por eso, suele haber tiempos máximos para resolver una
adopción; urgencias propias en casos de abandono de niños o violencia familiar, y en
general, todo tiene tiempos más demandantes que los que necesita la justicia dirimente.
2.2 Lo cierto es que las reglas del procedimiento le imponen a todos los sujetos
un mecanismo de actuación que, comparadas con el tiempo aplicado para alcanzar
conclusiones necesarias para dictar la sentencia, pueden ser auténticas frustraciones de la
garantía que se quiere implementar.
Si, por ejemplo, una variable para reconocer cuando hay violación del plazo
razonable, se mide con la satisfacción oportuna de los legítimos intereses, será evidente
la confrontación entre uno y otro sujeto. La tensión entre libertad y seguridad aparece de
inmediato, y en este orden el diseño de los procedimientos tiene mucho que ver.
Veamos entonces, esta primera etapa del estudio, para observar de qué manera ha
propiciado el derecho procesal de familia resolver la continuidad del trámite y la rapidez
dispuesta, sin que el principio lleve a creer que la sentencia supone la línea de llegada
para un conflicto donde lo importante es llegar antes que otro. En realidad la pretensión
es que la última decisión se obtenga en un tiempo acorde con la mutua satisfacción de los
intereses contrapuestos.
256
Suele decirse -dice Cipriani- que el gran mérito de Klein fue aquel de individualizar el aspecto
sociológico–económico del instituto del proceso (...). La disciplina del proceso austríaco fue la primera
entre aquellas relativas a los ordenamientos procesales modernos en basarse efectivamente en el hecho
de que el proceso es un fenómeno social de masas y que debe ser reglamentado como un instituto de
bienestar. Queriendo examinar de cerca el pensamiento y el proceso de Klein debe decirse que éstos
están basados en dos grandes postulados que refleja el pensamiento de Sprung: a) las controversias entre
los particulares son "males sociales" (soziale Übel) relacionados con pérdida de tiempo, dispendio de
dinero, indisponibilidad infructuosa de bienes patrimoniales, fomento del odio y de ira entre las partes
litigantes y de otras pasiones fatales para la convivencia de la sociedad; b) el proceso, en la medida en
que bloquea los bienes en espera de la decisión, incide en la economía nacional, en cuanto que toda
causa altera la pacífica colaboración, rompe ordenados nexos económicos, bloquea valores y los distrae
de la ordinaria circulación. La sociedad tiene, de todos modos, un gran interés en sanar lo más
rápidamente posible tales heridas sobre su propio cuerpo. De estos postulados el gran procesalista y
guardasellos austríaco extraía con toda coherencia algunos corolarios: el interés del legislador a que
aquellos "males sociales" que son los procesos tengan una definición rápida, poco costosa y simple,
posiblemente en una única audiencia; la necesidad de que el legislador no admita que el poder de
conducir el proceso sea dejado en las manos de las partes privadas; y la exigencia, en fin, de que el
proceso sea oral y que el Estado, a través del juez, asuma desde el principio la responsabilidad del
funcionamiento del proceso y que vele por una individualización rápida de la verdad, exenta de
complicaciones. Compendiando el pensamiento de Klein, dice Baur (Potere giudiziale e formalismo del
diritto processuale, en Rivista Trimestrale di diritto e procedura civile 1965, pág. 1689): «el proceso
será racional y conforme al concepto moderno de Estado sólo si la defensa del derecho consistirá
efectivamente en la concesión de la asistencia del Estado, no sólo con la sentencia, sino desde la primera
fase del proceso» (Cipriani, ob. cit., ps. 66 y ss.).
Por tanto, la economía de esfuerzos (primer aspecto del principio) acierta para
definir algunas condiciones, mientras que la celeridad será una consecuencia del empeño
propuesto para dar eficacia al proceso. A su vez, esa celeridad se apoya en otras pautas
previstas para diseñar un trámite determinado, sin perjuicio de las que se dirigen a quienes
litigan ante la jurisdicción.
2.4 Con otra visión, se señala que la función social del proceso consiste en la
satisfacción de pretensiones, desplazando el prius de la resolución justa de los conflictos
intersubjetivos.
Por ello, ninguna regla puede resolver el problema de la celeridad sino se adecua a la
realidad que lo trasciende, para comprender que cuanto más presupuestos se pongan para
la rapidez procesal más lentas serán las respuestas del sistema, porque como ha dicho el
Comité de Ministros del Consejo de Europa: para preservar las garantías de todos los
justiciables, contenidas en las reglas tradicionales del procedimiento, y la cualidad de la
justicia exigida en una sociedad democrática, convendría que el procedimiento civil
fuera más simple, más flexible y más breve […]257.
3.1 Los plazos procesales se estudian desde ópticas distintas, permitiendo alcanzar
conclusiones igualmente diferentes conforme el ángulo de observación analizado.
257
En el plano del derecho internacional -donde se pasó a estudiar los distintos aspectos del derecho
intertemporal- del mismo modo, se tornó evidente la relación entre el contenido y la eficacia de sus
normas y las transformaciones sociales ocasionadas en los nuevos tiempos. Un locus classicus al
respecto reside en un célebre obiter dictum de la Corte Internacional de Justicia, en su Opinión
Consultiva sobre Namibia de 1971, en que afirmó que el sistema de los mandatos (territorios bajo
mandato), y en particular los conceptos incorporados en el artículo 22 del Pacto de la Sociedad de
Naciones, "no eran estáticos sino por definición evolutivos". Y acrecentó que su interpretación de la
materia no podría dejar de tomar en cuenta las transformaciones ocurridas a lo largo de los cincuenta
años siguientes, y la considerable evolución del corpus juris gentium en el tiempo: "un instrumento
internacional debe ser interpretado y aplicado en el marco del sistema jurídico vigente en el momento
de la interpretación" (Voto concurrente del Dr. Cançado Trindade, en Opinión Consultiva 16/99 del 1
de octubre de 1999).
Una de estas variables consiste en dividir los plazos en propios e impropios. Los
primeros, se dirigen al interesado que plantea pretensiones ante la jurisdicción, a quien se
lo somete a exigencias de tiempo, espacio y forma que se amparan bajo el principio de
legalidad instrumental.
Los llamados plazos impropios son aquéllos destinados al órgano judicial que
interviene resolviendo la controversia. Estos tiempos no tienen control de las partes, ni
determinan consecuencias graves (como sí ocurre con los plazos propios) porque la mayor
sanción que reciben son disciplinarias o económicas.
De este modo, los períodos que transita la actuación judicial se convierten en una
herramienta propia del doble discurso que tiene el principio de celeridad procesal.
Mientras al abogado se lo sanciona con la pérdida del derecho o la caducidad de la
instancia, al juez simplemente se lo amonesta.
Explica Ramos Méndez que es útil distinguir entre los plazos impropios, que por regla
organizan la actividad jurisdiccional (plazos para notificaciones, señalamientos, dictar las
resoluciones, etc.), de los plazos propios, que regulan la actividad de las partes en el
proceso. La inobservancia de los primeros genera tan solo responsabilidad disciplinaria:
Dicho evento será corregido disciplinariamente según la gravedad del caso, sin perjuicio
del derecho de la parte agraviada para reclamar la indemnización de perjuicios y demás
responsabilidades que procedan258.
258
Ramos Méndez, Francisco, El Sistema Procesal Español, editorial Bosch, Barcelona, 200, p. 283.
Por este motivo es que el impulso del proceso le corresponde a cada uno, y el
director que fiscaliza su cumplimiento es el juez, usando el principio de oficiosidad.
259
Magníficamente resume Riba Trepat que, el plazo, por sí mismo, no presenta elementos suficientes
como para sustentar una clasificación más allá de consideraciones superficiales, pues lo verdaderamente
significativo es la respuesta del ordenamiento jurídico ante la verificación de una actuación procesal
que carece de regularidad temporal. Otra cosa es que, por ser los actos de parte predominantemente
potestativos, sea la ineficacia la consecuencia propia de la inobservancia de los plazos que les afectan,
de modo que la responsabilidad subjetiva recae fundamentalmente sobre el órgano jurisdiccional, que
es quien tiene que cumplir con la obligación de resolver, y de hacerlo en el tiempo que marca la ley (ob.
cit., p. 258).
c) La Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de
Costa Rica), con el mismo sentido y preocupación dispone en el art. 8º (garantías
judiciales) que: 1)Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y
dentro de un plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e
imparcial, establecido con anterioridad a la ley, en la sustanciación de cualquier
acusación penal formulado contra ella, o para la determinación de sus derechos y
obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter...
4.2 Vinculando normas con derecho judicial no pueden descartarse las opiniones
consultivas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pues ellas han dejado
bien establecido que la garantía del recurso sencillo y eficaz que todo Estado debe tener
para la protección efectiva de los derechos fundamentales, no basta con encontrarlo
prescrito en una ley formal o en la misma Constitución, sino que sea auténticamente
posible.
El resultado de un proceso, sea para otorgar una satisfacción jurídica a las partes,
o para cumplimentar el deber jurisdiccional de resolver los conflictos intersubjetivos,
debe ser pronunciado en un lapso de tiempo compatible con la naturaleza del objeto
litigioso y de las circunstancias que rodean al caso; en caso contrario, la tutela judicial
sería ilusoria, haciendo cierto el aforismo que dice "injusta la sentencia que juzga cuando
ya no debe juzgar".
La rapidez prevista como destino tiene en cuenta las características del objeto a
resolver; la presencia de partes múltiples; las dificultades de encontrar el juez competente
o la jurisdicción territorial que deba intervenir; la complejidad del asunto; entre muchas
otras variables que obligan a dar pautas, antes que condiciones de tiempo preciso.
No es posible establecer una regla temporal como se ha establecido en el proceso
penal con el criterio de orientación del plazo de dos años sin resolver la situación procesal
del individuo detenido. Ello así, porque la razonabilidad de un plazo se debe compulsar
en su contexto específico, sin más limitación que el sentido común260.
Sin embargo, la violación al plazo razonable que debe tener el proceso judicial,
origina un deber de resarcimiento hacia la parte perjudicada por la rémora
jurisdiccional261.
260
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos sigue al Tribunal Europeo de Derechos
Humanos cuando expresa que, hasta que recaiga sentencia condenatoria, el acusado debe ser
considerado inocente y la finalidad del precepto que otorga derecho a un proceso sin dilaciones
indebidas es, fundamentalmente, que se conceda la libertad provisional desde que la continuación de la
detención deja de ser razonable. Por ello, esta razonabilidad de la medida, o de un plazo, debe apreciarse
en su circunstancia, toda vez que no existen criterios generales de validez universal.
Según Albanese, la interpretación de la Comisión se refiere al alcance del art. 7 de la Convención
Americana y la afirmación del derecho a la libertad. El principio de legalidad que establece la necesidad
de que el Estado proceda al enjuiciamiento penal de todos los delitos, no justifica que se dedique un
período de tiempo ilimitado a la resolución de un asunto de índole criminal. De otro modo, se asumiría
de manera implícita que el Estado siempre enjuicia a los culpables y que, por lo tanto, es irrelevante el
tiempo que se utilice para probar la culpabilidad (Albanese, Susana, Garantías Judiciales, Ediar,
Buenos Aires, 2000, p. 145).
261
Pico I Junoy dice que debe diferenciarse la tutela judicial efectiva que promete el art. 24.1 de la
Constitución española, respecto del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, aunque entre ellas
existe una relación instrumental innegable. Así el Tribunal Constitucional ha destacado que la carta
fundamental (de España) no sólo ha integrado el tiempo como exigencia objetiva de la justicia, sino que
además, ha reconocido como garantía individual el derecho fundamental a un proceso sin dilaciones
indebidas, autónomo respecto al derecho a la tutela judicial efectiva, aunque ello no significa negar la
5.4 La sencillez y la eficacia completan el cuadro del modelo a instrumentar para
un proceso que se adapta a la rapidez exigida al comienzo. El modelo a desarrollar podrá
ser oral o escrito, pero tiene que resultar entendido por quien debe acudir al proceso. La
simplicidad de las formas y la comprensión del método empleado para el debate es el
problema acuciante en la actualidad, por el cual se observa en los trámites y
procedimientos más ficciones que realidades.
Procedimiento sencillo también puede ser aquél que resume las actuaciones
procesales en etapas bien delimitadas en sus posibilidades de tiempo y actuación efectiva.
Sin embargo, conspira contra la sencillez el fatalismo de las formas que han acostumbrado
al litigante a obrar de una determinada manera, sin analizar cuanto tiene el acto de
necesario y fundamentado.
conexión entre ambos derechos (sentencia del 1º de diciembre de 1994) (Pico I Junoy, Joan, Las
garantías constitucionales del proceso, Bosch, Barcelona, 1997, ps. 118 y ss.)
CAPÍTULO XVI
1. La formación profesional
En los casos complejos se implica un abordaje sistémico del conflicto; hacia afuera -para
las partes- el juez se comporta como director o gestor de un proceso tendiente a que se
produzca un cambio y el conflicto se desarticule, y hacia adentro -con el equipo
interdisciplinario-, el juez proporciona un objeto común de análisis -el conflict-—, con
evaluación de las aristas que presenta desde cada disciplina.
Las incumbencias profesionales son así puestas en juego para presentar una realidad más
profunda que la que se plantea solo desde el aspecto jurídico, y en base a esos datos -
aportados por la psicología, la psiquiatría, la medicina, el trabajo social, la sociología, la
antropología-, resolverá el juez especializado. Deberá tomar en consideración que, como
en todo conflicto, las partes afectadas son siempre más de dos y en el derecho de familia
es posible que se involucren, directa o tangencialmente, los derechos de las personas
vulnerables263.
1.2 Es notorio el cambio y el impacto sobre reglas y principios del proceso; todas
tienen una profunda influencia en el quehacer profesional. Algunas provienen de la
interpretación universal, pero otras residen en conflictos normales de cuestiones
procesales, como la competencia, la calidad de parte, el principio de autoridad en el
proceso, la conducta de los profesionales, y tantas más que la simple acumulación de
experiencia no basta ni es suficiente para mantener al tribunal integrado como se
encuentra, sin que sus miembros tengan una capacitación específica.
262
Herrera, Marisa – Caramelo, Gustavo – Picasso, Sebastián, Código Civil y Comercial de la Nación
comentado, Tomo II, editorial Infojus, Ciudad autónoma de Buenos Aires, 2015 (1ª edición), p. 548.-
263
Herrera – Caramelo – Picasso, ob cit., p. 548.
aparece el “centro de vida” que modifica el sentido vigente del último domicilio (criterio
territorial).
2. La capacitación especializada
2.1 Los problemas derivados de las crisis familiares, tanto de las comunes y
tradicionales, como de las que surgen en los nuevos modelos de familia, no pueden ser
resueltos por profesionales (jueces y abogados) cuyos conocimientos no estén a la altura
de las renovaciones dadas en el derecho familiar.
264
Sentencia del Superior Tribunal de Justicia de la provincia argentina de Río Negro, de fecha 13 de
noviembre de 2019. Cfr. SAIJ: FA19050128
tienen las curriculas de posgrados (diplomados, maestrías, actualizaciónes, etc.), vale
decir que se debiera acreditar la especialización con un título académico.
Una tercera posición se instala con aquellos que formulan la acreditación experta
con un examen de contenidos celebrado ante un tribunal mixto integrado por jueces,
abogados, académicos y representantes de las agremiaciones que correspondan.
2.3 Cualquiera sea la respuesta a las iniciativas, se torna evidente que no se puede
silenciar por mucho tiempo más la necesidad de tener un fuero especializado, concursos
de jueces que acrediten idoneidad profesional y capacitación adquirida, donde las
máximas de experiencia sean una distinción, más no un privilegio para la corporación
judicial.
3. El deber de capacitarse
265
Lluch, Xavier Abel, Hacia la imparable especialización del fuero de familia, Confilegal, Noviembre
de 2021 (síntesis del coloquio celebrado los días 3, 4 y 5 de noviembre en la escuela judicial de
Barcelona en conmemoración de los 25 años de la creación del Consejo General del Poder Judicial).
Passim.
266
Sentencia del Superior Tribunal de Justicia de la provincia argentina de Río Negro, de fecha 13 de
noviembre de 2019. Cfr. SAIJ: FA19050128
Hoy, bajo el principio respetable de la libertad de enseñar, se promuveve la
sintetización de contenidos; la inclusión de protagonistas que cobran relevancias de
identidad vulnerando la igualdad clásica del proceso; los vulnerables se han vuelto una
especie de privilegiados por la protección judicial, y hay jueces que creen que solo se
puede llegar a cumplir con el deber de proteger, alterando el principio de imparcialidad.
Pues bien, estos desatinos no se aprenden con el oficio ni con el sacrificio, son
especializaciones de un arte que debe obligar a la capacitación continua y aplicada.
Para ello, puede ocurrir que haya diferencias entre universidades públicas y
privadas. Las primeras, signadas por su forma de gobierno, obtienen autonomía en la
planificación del plan de estudios; su dimensión y tamaño les permite resolver por sí
mismas, aun cuando admiten una política central en cuestiones generales. Las decisiones
tienen igual autonomía sin perjuicio de las ratificaciones que estatutariamente deben
provenir de los Consejos Superiores de la Universidad. En síntesis, las Facultades de
Derecho estatales resuelven en su claustro el estilo y el programa a cumplir.
Todo esto se dice por si algún desorientado cree que estamos promoviendo que
sean las universidades las que diseñen la política de formación y capacitación
especializada de los abogados (también los magistrados) de familia.
Esto le corresponde al que diseña y crea la ley; o al Poder Ejecutivo que tiene la
iniciativa legislativa y la promueve desde sus ministerios específicos (en el caso, Justicia).
Esto significa que el objetivo se fija en los problemas del positivismo jurídico,
excluyendo aquellas reglas y presupuestos que no sean derivados de los principios
generales del derecho. Cuanto representa que la enseñanza del derecho con propósitos
prácticos excluirá de su campo las reglas de derecho positivo que no sean aquellas en
vigencia en el Estado nacional en cuestión; las reglas no nacionales no le interesarán.
Con este encuadre, el aprendizaje de la acción sobre los hechos que suceden en
la familia, donde las leyes se aplican sobre presupuestos generales poco adaptados con
las reglas procesales de la teoría general, demuestran que se debe orientar una
capacitación profesionalizante de contenidos prácticos.
Este es el equilibrio que pretendemos fomentar desde estas líneas que damos por
terminadas. En el capítulo final se podrá verificar la fundamentación de cada uno de los
principios cuando se afrontan casos de familia y minoridad.
CAPÍTULO XVII
1. Introducción
1.1 Como no hay mejor teoría que aquella que se puede realizar en la práctica,
este capítulo de cierre, ciertamente algo extenso, pero necesario a los fines que nos
proponemos evidenciar, tiene como objetivo mostrar como trabajaría cada uno de los
principios expuestos en un caso donde intervienen progenitores, familiares y menores de
edad.
1.2 Para ello recurriremos a algunos pasajes de la obra escrita, que sin
reproducción fiel, será el recuerdo donde aumentar los motivos para razonar y
comprender el sentido que tienen los principios procesales del proceso de familia.
Todo niño tiene derecho a las medidas de protección que su condición de menor requieren
por parte de su familia, de la sociedad y del Estado.
Estas medidas tuitivas deben ser definidas según las circunstancias singulares que
se atraviesen, y se ordenan en tres dimensiones de obligados activos para su
diligenciamiento. La familia como centro universal de la educación y desarrollo del niño;
la sociedad en cuanto factor notable y trascendente para ampliar la socialización y cultura;
y el Estado como garante del cumplimiento efectivo.
2.3 Trasciende en este aspecto la Opinión Consultiva requerida a la Corte IDH por
la Comisión, que dio lugar al documento OC-17/2002 de 28 de agosto de 2002 que en
cuanto interesa destacar sostiene […]
55. Se puede concluir, que en razón de las condiciones en las que se encuentran los niños,
el trato diferente que se otorga a los mayores y a los menores de edad no es per se
discriminatorio, en el sentido proscrito por la Convención. Por el contrario, sirve al
propósito de permitir el cabal ejercicio de los derechos reconocidos al niño. Se entiende
que, en virtud de los artículos 1.1 y 24 de la Convención, los Estados no pueden establecer
diferenciaciones que carezcan de una justificación objetiva y razonable y no tengan como
objeto único, en definitiva, el ejercicio de los derechos establecidos en aquélla.
[…]
62. La adopción de medidas especiales para la protección del niño corresponde tanto al
Estado como a la familia, la comunidad y la sociedad a la que aquél pertenece. Sobre este
punto, el artículo 16 del Protocolo de San Salvador manifiesta que [t]odo niño sea cual
fuere su filiación tiene derecho a las medidas de protección que su condición de menor
requieren por parte de su familia, de la sociedad y del Estado. Todo niño tiene el derecho
de crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres; salvo circunstancias
excepcionales, reconocidas judicialmente, el niño de corta edad no debe ser separado de
su madre. Todo niño tiene derecho a la educación gratuita y obligatoria, al menos en su
fase elemental, y a continuar su formación en niveles más elevados del sistema educativo.
[…]
78. La eficaz y oportuna protección de los intereses del niño y la familia debe brindarse
con la intervención de instituciones debidamente calificadas para ello, que dispongan de
personal adecuado, instalaciones suficientes, medios idóneos y experiencia probada en
este género de tareas. En fin, no basta con que se trate de organismos jurisdiccionales o
administrativos; es preciso que éstos cuenten con todos los elementos necesarios para
salvaguardar el interés superior del niño.
[…]
96. Es evidente que las condiciones en las que participa un niño en un proceso no son las
mismas en que lo hace un adulto. Si se sostuviera otra cosa se desconocería la realidad y
se omitiría la adopción de medidas especiales para la protección de los niños, con grave
perjuicio para estos mismos. Por lo tanto, es indispensable reconocer y respetar las
diferencias de trato que corresponden a diferencias de situación, entre quienes participan
en un procedimiento.
97. A este respecto, conviene recordar que la Corte señaló en la Opinión Consultiva
acerca del Derecho a la Información sobre la Asistencia Consular en el Marco de las
Garantías del Debido Proceso Legal cuando abordó esta materia desde una perspectiva
general, que [p]ara alcanzar sus objetivos, el proceso debe reconocer y resolver los
factores de desigualdad real de quienes son llevados ante la justicia. Es así como se
atiende el principio de igualdad ante la ley y los tribunales y a la correlativa prohibición
de discriminación. La presencia de condiciones de desigualdad real obliga a adoptar
medidas de compensación que contribuyan a reducir o eliminar los obstáculos y
deficiencias que impidan o reduzcan la defensa eficaz de los propios intereses. Si no
existieran esos medios de compensación, ampliamente reconocidos en diversas vertientes
del procedimiento, difícilmente se podría decir que quienes se encuentran en condiciones
de desventaja disfrutan de un verdadero acceso a la justicia y se benefician de un debido
proceso legal en condiciones de igualdad con quienes no afrontan esas desventajas (supra
47).
98. En definitiva, si bien los derechos procesales y sus correlativas garantías son
aplicables a todas las personas, en el caso de los niños el ejercicio de aquéllos supone,
por las condiciones especiales en las que se encuentran los menores, la adopción de ciertas
medidas específicas con el propósito de que gocen efectivamente de dichos derechos y
garantías.
3. Intervención y participación
3.1 Para nosotros el impacto que trae en la teoría general del proceso el espectro
amplio de los derechos del niño que se deban actuar en el proceso tiene incidencias
notables que, de no ser razonadas e interpretadas adecuadamente, pueden provocar
desigualdades en el uso y aplicación de los principios y reglas generados.
El concepto de participación pone de relieve que incluir a los niños no debe ser solamente
un acto momentáneo, sino el punto de partida para un intenso intercambio de pareceres
entre niños y adultos sobre la elaboración de políticas, programas y medidas en todos los
contextos pertinentes de la vida de los niños […]. El artículo 12 de la Convención
establece el derecho de cada niño de expresar su opinión libremente en todos los asuntos
que lo afectan y el subsiguiente derecho de que esas opiniones se tengan debidamente en
cuenta, en función de la edad y madurez del niño. Recae así sobre los Estados partes la
clara obligación jurídica de reconocer ese derecho y garantizar su observancia
escuchando las opiniones del niño y teniéndolas debidamente en cuenta. Tal obligación
supone que los Estados partes, con respecto a su respectivo sistema judicial, deben
garantizar directamente ese derecho o adoptar o revisar leyes para que el niño pueda
disfrutarlo plenamente267.
Por eso, tanta importancia como invitar al niño a que se exprese, tiene el de
asegurar de que lo haga con suficiente información y asesoramiento sobre las
consecuencias que contrae, a cuyo fin hay que tener presente que la Convención sobre los
Derechos del Niño establece dos ámbitos de protección: a) de los derechos de los niños,
niñas y adolescentes en general, y b) el de los niños que han cometido un delito. En este
último campo, los menores no sólo deben recibir las mismas garantías que los adultos,
sino, además, una protección diferenciada.
La cuestión excede la dogmática para confrontar la realidad del mandato legal que
se muestra todavía incierto y dubitativo en la práctica profesional. Algunas veces se
afirma que […]
La escucha a los niños debe tener sus límites. Así el deber judicial de oírlos se lo puede
tener por debidamente satisfecho cuando ya fue escuchado en una determinada instancia
del proceso; lo que equivale a decir –en principio- no se verifica el compromiso judicial
de audición ante la Alzada en los supuestos en que en primera instancia se cumplió
acabadamente con dicho recaudo268.
267
Comité de Derechos del niño, Observación General N° 12, CRC/C/GC/12, párr. 15.
268
Mizrahi, Mauricio Luis, Intervención del niño en el proceso. El abogado del niño, La Ley, 2011-E,
1195.
La respuesta sería correcta si la evolución dispuesta en los derechos del menor
fuera pretender que siempre se oyeran sus pareceres, cuando sus intereses familiares,
económicos o de otro tipo pudieran quedar afectados. Pero aun siendo exacto, entendemos
que el derecho a ser oído no es una gracia o permiso para responder a los caprichos de un
menor sin capacidades desarrolladas, ni para condicionar la actitud judicial que interprete
ese derecho como un deber de respuesta positivo. En nuestro parecer el derecho a ser oído
consagra el derecho al efectivo acceso a la justicia, que trasciende el principio impuesto
para que las niñas, niños y adolescentes deban ser oídos y que su opinión sea tenida en
cuenta.
a) A ser oído ante la autoridad competente cada vez que así lo solicite la niña,
niño o adolescente;
Del enclave surge que el sistema permite el “derecho a ser partes”, y a contar con
una representación legal independiente de la que los padres, tutores o curadores (en su
caso) puedan asignarle.
3.3 De allí que el derecho a intervenir se vuelca en el de participar, cambiando el
derecho a ser oído como simple manifestación del derecho, e hipotéticamente, dejando
sin sentido el efecto del mero llamado a estar y manifestarse, donde el ser escuchado no
influye en las pretensiones, ni afecta el principio dispositivo y de congruencia (de modo
que el proceso continuaría siendo bilateral, contradictorio, basado en la confirmación de
versiones y con una sentencia válida únicamente para quienes sean justas partes del
litigio).
El Comité del Niño hace hincapié en que el artículo 12 no impone ningún límite de edad al
derecho del niño a expresar su opinión y desaconseja a los Estados partes que introduzcan
por ley o en la práctica límites de edad que restrinjan el derecho del niño a ser escuchado en
todos los asuntos que lo afectan. A ese respecto, subraya lo siguiente:
En primer lugar, en sus recomendaciones subrayó que el concepto del niño como portador de
derechos está "firmemente asentado en la vida diaria del niño" desde las primeras etapas.
Hay estudios que demuestran que el niño es capaz de formarse opiniones desde muy
temprana edad, incluso cuando todavía no puede expresarlas verbalmente. Por consiguiente,
la plena aplicación del artículo 12 exige el reconocimiento y respeto de las formas no verbales
de comunicación, como el juego, la expresión corporal y facial y el dibujo y la pintura,
mediante las cuales los niños muy pequeños demuestran capacidad de comprender, elegir y
tener preferencias.
En tercer lugar, los Estados partes también tienen la obligación de garantizar la observancia
de este derecho para los niños que experimenten dificultades para hacer oír su opinión. Por
ejemplo, los niños con discapacidades deben tener disponibles y poder utilizar los modos de
comunicación que necesiten para facilitar la expresión de sus opiniones. También debe
hacerse un esfuerzo por reconocer el derecho a la expresión de opiniones para los niños
pertenecientes a minorías, niños indígenas y migrantes y otros niños que no hablen el idioma
mayoritario.
Por último, los Estados partes deben ser conscientes de las posibles consecuencias negativas
de una práctica desconsiderada de este derecho, especialmente en casos en que los niños sean
muy pequeños o en que el niño haya sido víctima de delitos penales, abusos sexuales,
violencia u otras formas de maltrato. Los Estados partes deben adoptar todas las medidas
necesarias para garantizar que se ejerza el derecho a ser escuchado asegurando la plena
protección del niño (269).
La base para todos los menores sin diferencia de edad es el derecho a participar
en las decisiones sobre su persona, lo que significa que cuenta con la garantía de ser oído.
Pero la comprensión de los actos que vaya a cumplimentar tienen que ampararse
con el conocimiento efectivo y razonado de los efectos que puedan producir; por eso la
capacidad progresiva hace a la comprensión y no al derecho a ser tenido como parte en
sentido procesal.
28. Es necesario tener "debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad
y madurez del niño". Estos términos hacen referencia a la capacidad del niño, que debe ser
evaluada para tener debidamente en cuenta sus opiniones o para comunicar al niño la
influencia que han tenido esas opiniones en el resultado del proceso. El artículo 12 estipula
que no basta con escuchar al niño; las opiniones del niño tienen que tomarse en consideración
seriamente a partir de que el niño sea capaz de formarse un juicio propio.
269
Comité de Derechos del niño, Observación General N° 12, CRC/C/GC/12, párr. 21.
29. Al exigir que se tengan debidamente en cuenta las opiniones, en función de su edad y
madurez, el artículo 12 deja claro que la edad en sí misma no puede determinar la
trascendencia de las opiniones del niño. Los niveles de comprensión de los niños no van
ligados de manera uniforme a su edad biológica. Se ha demostrado en estudios que la
información, la experiencia, el entorno, las expectativas sociales y culturales y el nivel de
apoyo contribuyen al desarrollo de la capacidad del niño para formarse una opinión. Por ese
motivo, las opiniones del niño tienen que evaluarse mediante un examen caso por caso.
3.5 La aptitud para obrar en un proceso tiene como referencia a otro sujeto, que
es con quien se va a constituir la relación jurídica procesal, la que de todos modos, tiene
antecedentes en los hechos que la preceden. El problema aparece cuando el interés
expuesto en la demanda no se postula por quien ha sido el titular de la relación jurídica
sustancial, tal como sucede en los casos de representación, cesión de derechos, sucesión,
etc., posiciones que generan alguna confusión, pero que, a los fines de este estudio, sigue
observando al proceso como una cuestión entre dos.
35. Una vez el niño haya decidido ser escuchado, deberá decidir cómo se lo escuchará:
"directamente o por medio de un representante o de un órgano apropiado". El Comité
270
Comité de Derechos del niño, Observación General N° 12, CRC/C/GC/12, párrafos indicados.
recomienda que, siempre que sea posible, se brinde al niño la oportunidad de ser
escuchado directamente en todo procedimiento.
36. El representante puede ser uno de los progenitores o ambos, un abogado u otra persona
(por ejemplo, un trabajador social). Sin embargo, hay que recalcar que en muchos casos
(civiles, penales o administrativos) hay riesgo de conflicto de intereses entre el niño y su
representante más obvio (progenitor/es). Si el acto de escuchar al niño se realiza a través
de un representante, es de suma importancia que el representante transmita correctamente
las opiniones del niño al responsable de adoptar decisiones. El método elegido deberá ser
determinado por el niño (o la autoridad competente en caso necesario) conforme a su
situación particular. Los representantes deberán conocer y comprender suficientemente
los distintos aspectos del proceso de adopción de decisiones y tener experiencia en el
trabajo con niños.
37. El representante deberá ser consciente de que representa exclusivamente los intereses
del niño y no los intereses de otras personas (progenitor/es), instituciones u órganos (por
ejemplo, internado, administración o sociedad). Deberán elaborarse códigos de conducta
destinados a los representantes que sean designados para representar las opiniones del
niño271.
3.7 No parece posible desarmar la estructura garantista del proceso (la máxima
garantía para que los derechos se ejecuten y respeten) con declamaciones de poca realidad
271
Comité de Derechos del niño, Observación General N° 12, CRC/C/GC/12, párrafos indicados.
práctica. Dicho esto en el sentido de considerar que la niña, el niño o el adolescente tienen
derecho a ser atendidos sin precisar criterios de edad cuando se vinculan con el ámbito
estatal, familiar, comunitario, social, escolar, científico, cultural, deportivo y recreativo.
Ese derecho incluye la posibilidad de participar y expresar libremente su sentir en los
asuntos que les conciernan y en aquellos que tengan interés; y que sus opiniones sean
tenidas en cuenta conforme a su madurez y desarrollo..
Esta atención especial que se recibe es importante para la garantía que se acuerda,
pero no convierte en parte procesal al menor que se expresa.
Los menores son un sector vulnerable, y a ellos se les afianza el derecho a ser
escuchados. El interrogante remanido es si este derecho a expresarse, a intervenir y pedir
protección especial a los intereses que requiere, significa darle condición de parte.
Mientras algunos entienden que la regla siempre será la del menor representado
por sus padres, pero acordando al niño el derecho a ser oído directamente; otros propician
una autonomía mayor, que depende de la edad que se tenga, y de la madurez suficiente
que se exponga.
4.2 Otro sector advierte que la autonomía y capacidad progresiva de los niños y
adolescentes refiere a la ampliación de la capacidad de goce sin alcanzar al ejercicio. La
dirección y orientación apropiada para el mejor desarrollo de los derechos exige que sea
la familia quien explique el alcance del derecho a participar, y en su defecto, la función
jurisdiccional debe cumplir ese rol. Una vez que el niño consiga formarse indudablemente
un juicio propio, podrá expresarse en el proceso y tomar intervención activa.
Con esta mirada las cuestiones se fraccionan entre los problemas de autonomía
individual para el disfrute de derechos que no necesitan para expresarse de un orden
cronológico; respecto de la toma de posición en un proceso donde la calidad de parte solo
la adquiere por medio de la representación legal.
4.3 En tercería aparecen quienes proponen que sean los jueces y no la ley quien
resuelva las diferencias entre “participar”, “intervenir” o constituirse en “parte”.
“La aplicación de los referidos derechos y garantías no se limita por la ley a aquellos
procesos en los que las niñas, niños y adolescentes sean o vayan a ser partes procesales,
sino que aprehende a todos los que los <afecten>, fórmula de una inocultable amplitud
que la prudencia de nuestros jueces tendrá que delimitar, pues una interpretación
desmesurada podría llevar a sostener que en todo juicio promovido por o contra una
persona que tuviese un hijo, niño en los términos de la Convención (ser humano
concebido de hasta 18 años, art. 1, Convención), éste podría invocarlos y participar
activamente en el mismo, así, v.gr. en el juicio de desalojo seguido contra su padre a
objeto de que éste fuese condenado a restituir al locador el local en el cual aquél explota
un comercio, so color que la resolución del contrato podría importar la merma o ya la
supresión de los ingresos familiares e implicar con ello, una pérdida de los recursos
destinados para su subsistencia, alimentación, esparcimiento, educación, vivienda o
cuidados médicos, situación que en sentido vulgar sin duda que lo <afectaría>" (272).
Lo que esta fuera de discusión es que el menor puede tomar intervención por sí
mismo cuando existan derechos particulares que estén afectados. La representación de
los padres pasa a segundo plano, y obliga en consecuencia, a ver este tema en particular
cuando se trata de elegir al abogado de confianza, a cuyo fin, se considera que la
designación es un acto de naturaleza personalísimo que carece de contenido patrimonial.
4.4 Tanto la Convención de los Derechos del Niño como las leyes locales se han
preocupado por fortalecer los vínculos del niño con la familia, desde la cual se proyecta
una vida plena con capacidades progresivas. Los conflictos que pueda sufrir el menor
puede representarlos por sí mismo con las limitaciones que mantiene cada sistema
procesal y con la prudencia de aplicación que debe obrar el juez de la causa. El piso de
marcha es la defensa en juicio, efectiva y permanente, y al mismo tiempo, sensata y
reflexiva.
272
Kielmanovich, Jorge L., Reflexiones procesales sobre la ley 26.061 (de Protección Integral de los
Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes,) La Ley, 2005-F, 987.
Dicho esto en el sentido de no contribuir desde la representación y el patrocinio
con el exacerbamiento de pasiones que, en definitiva, tendrán al menor como única
víctima del desatino. El justo medio es la confianza en los jueces.
Sin embargo, éstas son decisiones comprometidas con un destino propio, pero con
efectos secundarios que podrían llevar a cuestiones judiciales. ¿Qué sucedería si un
adolescente resuelve tatuar su cuerpo sin el consentimiento de los padres? ¿Es un
tratamiento invasivo? Si lo es, necesitará el consentimiento de los progenitores; y en caso
de divergencia, el eventual perjuicio requerirá la opinión médica respecto de las
consecuencias de haber realizado dicho acto.
Artículo 678 – Oposición al juicio. Si uno o ambos progenitores se oponen a que el hijo
adolescente inicie una acción civil contra un tercero, el juez puede autorizarlo a intervenir
en el proceso con la debida asistencia letrada, previa audiencia del oponente y del
Ministerio Público.
Artículo 679 – Juicio contra los progenitores. El hijo menor de edad puede reclamar a
sus progenitores por sus propios intereses sin autorización judicial, si cuenta con la edad
y grado de madurez suficiente y asistencia letrada.
273
Save the Children, 2006.
274
No son solamente las normas enunciadas las que permiten independizar de los padres la actuación
procesal […]. El art. 109: Tutela especial. Corresponde la designación judicial de tutores especiales en
los siguientes casos: a) cuando existe conflicto de intereses entre los representados y sus representantes;
si el representado es un adolescente puede actuar por sí, con asistencia letrada, en cuyo caso el juez
puede decidir que no es necesaria la designación del tutor especial […]. Art. 661: Legitimación. El
progenitor que falte a la prestación de alimentos puede ser demandado por: a) el otro progenitor en
representación del hijo; b) el hijo con grado de madurez suficiente con asistencia letrada; c)
subsidiariamente, cualquiera de los parientes o el Ministerio Público.
ejerce pueda designar el letrado patrocinante y participar del proceso independiente de la
voluntad de sus padres.
En la práctica sucedería que el menor de edad que insinuara por cualquier medio
la intención de demandar, debería sumar a los presupuestos procesales tradicionales los
que corresponden a demostrar:
c) la representación letrada.
5.4 Ante ello el juez afronta un aprieto importante. Los presupuestos de entrada al
proceso sostienen que los menores de edad comparecen con la representación de los
padres; pero cuando se trata de cuestiones vinculadas con el cuerpo y la salud, la voluntad
libremente expresada por el niño y con discernimiento suficiente encuentra una aptitud
diferente.
Si el menor tiene más de dieciséis (16) años, es tratado como adulto, y en tal caso,
el problema de legitimación confronta con el presupuesto que exige mayoría de edad para
ser parte en sentido procesal.
Ahora bien, para poder solucionar el trance es recomendable actuar con las reglas
de interpretación que tiene el control de convencionalidad y de constitucionalidad, donde
lo primero será verificar que regulan los tratados y convenciones internacionales
específicos, después analizar la inteligencia aplicada en ellos por la jurisprudencia de la
Corte IDH; continuar con los fallos de los superiores tribunales nacionales, y armonizar
con suficiente margen de apreciación, el resultado efectivo que conduce este
procedimiento en orden a fomentar la protección efectiva de los derechos del menor.
En el caso “Rosendo Cantú vs. México” se ofrece una guía de las medidas especiales que
debieron prestarse: i) suministrar la información e implementar los procedimientos
adecuados adaptándolos a sus necesidades particulares, garantizando que cuenten con
asistencia letrada y de otra índole en todo momento, de acuerdo con sus necesidades; ii)
asegurar especialmente en casos en los cuales niños o niñas hayan sido víctimas de delitos
como abusos sexuales u otras formas de maltrato, su derecho a ser escuchados se ejerza
garantizando su plena protección, vigilando que el personal esté capacitado para
atenderlos y que las salas de entrevistas representen un entorno seguro y no intimidatorio,
hostil, insensible o inadecuado, y iii) procurar que los niños y niñas no sean interrogados
en más ocasiones que las necesarias para evitar, en la medida de lo posible, la
revictimización o un impacto traumático en el niño276.
275
Corte IDH. Caso González y otras (“Campo Algodonero”) vs. México. Sentencia de 16 de noviembre
de 2009 (Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas).
276
Corte IDH. Caso Rosendo Cantú y otra vs. México. Sentencia de 31 de agosto de 2010 (Excepción
Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas).
niños de gozar de la oportunidad de ser escuchados en todo procedimiento judicial o
administrativo que los afecte, y su derecho a que los Estados logren que el niño que intente
obtener el estatuto de refugiado, o que sea considerado refugiado de conformidad con el
derecho y los procedimientos internacionales o internos aplicables, reciba la protección y
asistencia necesaria para salvaguardar sus derechos277.
a) el principio de no discriminación;
Pero cuidado, no todos poseen capacidad: carecen de ésta, en gran medida, los
niños. Los incapaces se hallan sujetos a la autoridad parental, o en su defecto, a la tutela
o representación. Pero todos son sujetos de derechos, titulares de derechos inalienables e
inherentes a la persona humana.
277
Corte IDH. Caso Familia Pacheco Tineo vs. Bolivia. Sentencia de 25 de noviembre de 2013
(Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas). En el mismo sentido Caso Bulacio vs.
Argentina. Sentencia de 18 de septiembre de 2003 (Fondo, Reparaciones y Costas), párr. 133; Caso
Molina Theissen vs. Guatemala. Sentencia 3 de julio de 2004 (Reparaciones y Costas), párr. 67; Caso
de la “Masacre de Mapiripán” vs. Colombia. Sentencia de 15 de septiembre de 200525, parr. 152; Caso
de las Masacres de Ituango vs. Colombia. Sentencia de 1 de julio de 2006, párr. 244; Caso Servellón
García y otros vs. Honduras. Sentencia de 21 de septiembre de 2006, párr. 113; Caso Familia Barrios
vs. Venezuela. Sentencia de 24 de noviembre de 2011, parr. 55; Caso Fornerón e hija vs. Argentina.
Sentencia de 27 de abril de 2012 (Fondo, Reparaciones y Costas), párr. 45; Caso Masacres de El Mozote
y lugares aledaños vs. El Salvador. Sentencia de 25 de octubre de 2012 (Fondo, Reparaciones y Costas),
párr. 150; Caso Mendoza y otros vs. Argentina. Sentencia de 14 de mayo de 2013 (Excepciones
Preliminares, Fondo y Reparaciones), párr. 141; Caso Familia Pacheco Tineo vs. Bolivia. Sentencia de
25 de noviembre de 2013 (Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas), párr. 217.
En suma, tomando en cuenta la normativa internacional y el criterio sustentado
por la Corte IDH en otros casos, se entiende por “niño” a toda persona que no ha cumplido
dieciocho (18) años de edad278.
Cuando haya dudas sobre la edad, el Estado, a través de sus autoridades competentes en
la materia, debe realizar de oficio las acciones pertinentes para acreditar fehaciente la
minoría de edad, a través de una evaluación con criterios científicos, teniendo en cuenta
la apariencia física (características somáticas y morfológicas) y la madurez psicológica,
realizada de forma segura, respetuosa y con consideraciones de género e impactos
diferenciados. En caso que no sea posible llegar a una determinación certera de la edad,
se debe otorgar “al individuo el beneficio de la duda, de manera que, en la hipótesis de
que se trate de un menor, se le trate como tal”279.
5.6 Por otra parte, la Corte IDH reitera que los niños y las niñas ejercen sus
derechos de manera progresiva a medida que desarrollan un mayor nivel de autonomía
personal. En consecuencia, el aplicador del derecho, sea en el ámbito administrativo o en
el judicial, deberá tomar en consideración las condiciones específicas del menor de edad
y su interés superior para acordar la participación de éste, según corresponda, en la
determinación de sus derechos. En esta ponderación se procurará el mayor acceso del
menor de edad, en la medida de lo posible, al examen de su propio caso.
278
Cfr. Caso Bulacio vs. Argentina. Sentencia de 18 de septiembre de 2003 (Fondo, Reparaciones y
Costas), párr. 133.
279
Comité de Derechos del Niño. Observación General Nº 6.
Ahora bien, la Corte IDH considera que es preciso evaluar no sólo el requerimiento de
medidas especiales en los términos expuestos anteriormente, sino también ponderar
factores personales, como por ejemplo el hecho de pertenecer a un grupo étnico
minoritario, ser una persona con discapacidad o vivir con el VIH/SIDA, así como las
características particulares de la situación en la que se halla la niña o el niño, tales como
ser víctima de trata, encontrarse separado o no acompañado, para determinar la necesidad
de medidas positivas adicionales y específicas. Por consiguiente, en aplicación del
principio del efecto útil y de las necesidades de protección en casos de personas y grupos
en situación de vulnerabilidad, el tribunal también pondrá especial énfasis en aquellas
condiciones y circunstancias en que las niñas y los niños en el contexto de la migración
pueden encontrarse en una situación de vulnerabilidad adicional que conlleve un riesgo
agravado de vulneración de sus derechos, a fin de que los Estados adopten medidas para
prevenir y revertir este tipo de situaciones en forma prioritaria así como para asegurar que
todas las niñas y los niños, sin excepciones, puedan gozar y ejercer plenamente sus
derechos en condiciones de igualdad280.
Todo conduce a separar la actuación del menor expresada con actos positivos que
se incorporan al proceso como información calificada, de carácter autónomo –no
probatorio–, de aquella que persiga constituirlo en parte con las consecuencias que ello
contrae.
Esto significa que el juez debe informar la actividad de todas las personas que intervienen
en el proceso, quienes han de ejercer sus respectivas encomiendas tomando en
consideración tanto la naturaleza misma de éstas, en general, como el interés superior del
niño ante la familia, la sociedad y el propio Estado, en particular. No basta con disponer
protecciones y garantías judiciales si los operadores del proceso carecen de capacitación
suficiente sobre lo que supone el interés superior del niño y, consecuentemente, sobre la
protección efectiva de sus derechos281.
Conviene insistir, entonces que si bien los niños cuentan con los mismos derechos
humanos que los adultos durante los procesos, la forma en que ejercen tales derechos
varía en función de su nivel de desarrollo. Por lo tanto, es indispensable reconocer y
280
Corte IDH. Caso Veliz Franco y otros vs. Guatemala. Sentencia de 19 de mayo de 2014 (Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas).
281
Párrafo 79 de la OC – 17/2002.
respetar las diferencias de trato que corresponden a desiguales situaciones entre quienes
participan en un proceso. Lo anterior corresponde al principio de trato diferenciado que,
aplicado en el ámbito penal, implica que distinguir entre niños y adultos, tanto por lo que
respecta a “su desarrollo físico y psicológico, como por sus necesidades emocionales y
educativas”, supone desarrollar un sistema separado de justicia penal juvenil (282).
De todos modos, es un derecho a ser oído sin convertirlo en parte. En todo caso,
la participación activa depende de comprobar si el niño está en condiciones de formarse
un juicio propio de manera razonable e independiente, que signifique para el encargado
de adoptar decisiones sobre sus intereses, una opinión trascendente por el sujeto de que
proviene.
5.7 En definitiva, si bien los derechos procesales y sus correlativas garantías son
aplicables a todas las personas, en el caso de los niños el ejercicio de aquéllos supone,
por las condiciones especiales en las que ellos se encuentran, la adopción de ciertas
medidas específicas con el propósito de que gocen efectivamente de dichos derechos y
garantías.
282
Corte IDH. Caso Mendoza y otros vs. Argentina. Sentencia de 14 de mayo de 2013 (Excepciones
Preliminares, Fondo y Reparaciones).
Sin embargo, también implica la aplicación de los derechos y principios jurídicos
especiales que protegen los derechos de los niños imputados de un delito o ya condenados
por el mismo.
Por otro lado, la regla 5.1 de las Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la
administración de la justicia de menores (Reglas de Beijing) establece que “[e]l sistema
de justicia de menores hará hincapié en el bienestar de éstos y garantizará que cualquier
respuesta a los menores delincuentes será en todo momento proporcionada a las
circunstancias del delincuente y del delito”. Como ya se señaló […], una consecuencia
evidente de la pertinencia de atender en forma diferenciada, especializada y proporcional
las cuestiones referentes a los niños, y particularmente, las relacionadas con la conducta
ilícita, es el establecimiento de órganos jurisdiccionales especializados para el
conocimiento de conductas penalmente típicas atribuidas a aquéllos. Sobre esta
importante materia se proyecta lo que antes se dijo a propósito de la edad requerida para
que una persona sea considerada como niño conforme al criterio predominante en el plano
internacional. Consecuentemente, los menores de 18 años a quienes se atribuya la
comisión de conductas previstas como delictuosas por la ley penal, en caso de que no sea
posible evitar la intervención judicial, deberán quedar sujetos, para los fines del
conocimiento respectivo y la adopción de las medidas pertinentes, sólo a órganos
jurisdiccionales específicos distintos de los correspondientes a los mayores de edad (283).
283
Caso Mendoza y otros vs. Argentina. Sentencia de 14 de mayo de 2013 (Excepciones Preliminares,
Fondo y Reparaciones), párr. 147.
284
Caso Familia Pacheco Tineo vs. Bolivia. Sentencia de 25 de noviembre de 2013 (Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas), párr. 224.