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La Hija Del Rey Pirata

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DiSEÑADOR
nombre: Silvia

EDITOR
nombre: Irene, Laura
«He besado a muchos hombres, A Alosa, hija del temido Rey Pirata, no hay TRICIA LEVENSELLER
piratas y gente de tierra. quien la pare. Su padre le ha encargado es una autora estadounidense CORRECTOR
Normalmente, suele ocurrir justo una importante misión: debe recuperar un dedicada a la escritura de novelas nombre:

antes de robarles algo, antiguo mapa que es la clave para encontrar de fantasía orientadas al público ESPECIFICACIONES
o simplemente porque me aburro. un tesoro legendario. Para ello, deberá joven adulto. Estudió Literatura título: La hija del rey pirata
En estos momentos no estoy segura dejarse atrapar por sus enemigos y ocultar Inglesa y Edición y vive en Utah,
de tener una excusa. De hecho, todas sus habilidades. Solo hay un obstáculo donde se dedica a escribir a tiempo encuadernación: Rústica con solapas

seguramente hay múltiples razones que la separa de su objetivo: Raiden, su completo. Cuando no lee o escribe,
medidas tripa: 14,5 x 22,5 mm

medidas frontal cubierta: 147 x 225


por las cuales no debería estar captor y un pirata con muy mala reputación. le gusta resolver rompecabezas, jugar medidas contra cubierta: 147 x 225
besándolo. Pero ahora mismo Alosa está convencida de que no es un rival a Overwatch y ver sus programas medidas solapas: 95 mm
no se me ocurre ninguna.» a su altura hasta que descubre que es mucho favoritos de la tele mientras come ancho lomo definitivo : 16 mm
más astuto de lo que aparenta y, para su palomitas con mantequilla. ACABADOS
desgracia, también sumamente atractivo. Nº de TINTAS: 4/0

TINTAS DIRECTAS:

Pronto la tensión entre ellos alcanzará LAMINADO:

PLASTIFICADO:
niveles inesperados creando una tormenta
brillo mate
perfecta en la que ninguno querrá hundirse. uvi brillo uvi mate

relieve

Porque cuando dos piratas falso relieve

se encuentran, solo hay una salida purpurina:

posible: uno de los dos


ha de naufragar.
estampación:

troquel

OBSERVACIONES:
PVP 17,95 € 10317150

planetadelibrosjuvenil.com
@crossbookslibros Diseño de cubierta e ilustración: Micaela Alcaino Fecha:
T-0010317150-IMPRENTA-La hija del Rey Pirata.indd 3 10/3/23 9:57
Crossbooks 2023
[email protected]
www.planetadelibros.com
Editado por Editorial Planeta, S. A.

Título original: Daughter of the Pirate King


© del texto: Tricia Levenseller, 2017
Publicado de acuerdo con Feiwel and Friends, un sello de Macmillan
Publishing Group, LLC.
© de la traducción: Laura Navas, 2023
© Editorial Planeta, S. A., 2023
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona

Primera edición: abril de 2023


ISBN: 978-84-08-26844-4
Depósito legal: B. 5306-2023
Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como


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Capítulo 1

Odio tener que vestirme como un hombre.


La camisa de algodón es demasiado ancha, los pantalones,
demasiado grandes y las botas, demasiado incómodas. Llevo
el pelo recogido en un moño alto y protegido por un pequeño
gorro marinero. A mi izquierda tengo la espada bien atada a
la cintura; y a mi derecha, la pistola lista para ser disparada.
La ropa es engorrosa, ya que sobra tela por todos lados,
¡y ya ni hablemos del olor! Cualquiera diría que lo único que
hacen los hombres es revolcarse todo el día entre tripas de
peces muertos mientras se limpian sus propios excrementos
con las mangas. Aunque quizás no debería quejarme tanto.
Toda precaución es poca cuando te están invadiendo los
piratas. Nos superan en número. Tenemos menos armas. Sie-
te de mis hombres yacen muertos y dos más se lanzaron por
la borda en cuanto vieron la bandera negra del Nómada Noc-
turna en el horizonte.
Desertores. La escoria más cobarde. Se merecen todo lo
malo que les ocurra. Que se cansen y se ahoguen o que la
fauna marina se cobre sus vidas. Rugidos de acero surcan el
aire. El barco se sacude con la explosión de los cañones... no
podremos aguantar mucho más.

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—Dos bajas más, capitana —dice Mandsy, mi primera
oficial provisional, que me avisa de lo que ve a través de la
escotilla.
—Debería estar allí arriba, atravesando costillas con
acero —digo—, y no aquí escondida como un cachorro
asustado.
—Un poco de paciencia —me recuerda—. Tienes que es-
tarte quieta si quieres que sobrevivamos a esto.
—¿Que sobrevivamos? —pregunto ofendida.
—Déjame reformularlo... Si quieres que venzamos, no
deberías andar por ahí haciendo truquitos impresionantes
con la espada.
—Pero si pudiera matar a unos cuantos... —digo para
mis adentros.
—Ya sabes que no podemos correr ese riesgo —señala, y
añade de forma abrupta—: Han subido más hombres al bar-
co. Creo que vienen hacia aquí.
Por fin.
—Ordena que se rindan.
—Sí, mi capitana. —Sube el resto de la escalera que con-
duce a la cubierta.
—¡Y que no te maten! —le susurro.
Asiente y sale por la escotilla.
«Que no te maten», repito de nuevo en mi cabeza. Mandsy
es una de las únicas tres personas de este barco en las que
confío. Es una buena chica, muy inteligente, optimista y la voz
de la razón, cosa que he necesitado desesperadamente duran-
te nuestro viaje. Se ofreció voluntaria para venir con otras dos
chicas de mi tripulación real. No tendría que haber dejado que
me acompañaran, pero necesitaba su ayuda para mantener a
estos hombres inútiles a raya. Todo habría sido más fácil du-
rante estas últimas semanas si hubiera podido contar con mi
tripulación en esta aventura.

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—¡Bajad las armas!
Casi no puedo distinguir su grito entre los sonidos de
lucha, pero de pronto las cosas se calman. Los sables caen al
suelo de madera casi al instante. Seguro que los hombres que
están ahora bajo mi mando ya esperaban la orden. Quizás
incluso suplicaban por que la diera. Si no les hubiese ordena-
do que se rindieran, quizás lo habrían decidido igualmente
ellos mismos. Definitivamente, esta no es la tripulación más
valiente que pueda existir.
Subo la escalera y espero justo bajo cubierta, donde no
me ven. Me toca interpretar el papel del grumete inofensivo.
Si estos hombres supieran quién soy en realidad...
—Mirad bajo cubierta, aseguraos de que no hay nadie
escondido. —Es uno de los piratas. Desde donde estoy ocul-
ta no lo veo, pero, si está dando órdenes, debe de ser el pri-
mer oficial o el capitán.
Me pongo tensa, aunque sé exactamente lo que viene
ahora.
La puerta de la escotilla se abre y aparece una cara repug-
nante: tiene la barba desaliñada y fétida, los dientes amari-
llos y la nariz rota. Unos brazos sebosos me agarran brusca-
mente, me sacan a empujones de la escalera y me arrojan a la
cubierta.
Es un milagro que siga llevando puesto el gorro.
—¡Ponlos en fila!
Me quedo quieta mientras el pirata feo me quita las ar-
mas, y luego, de un golpe seco en la espalda, me obliga a
arrodillarme junto al resto de mis hombres. Me relajo al ver a
Mandsy en la fila al lado de Sorinda y Zimah, que tampoco
están heridas. Eso es bueno, mis chicas están a salvo. ¡Al dia-
blo con el resto de la tripulación!
Me tomo un momento para observar al pirata que vocife-
ra las órdenes. Es un hombre joven, puede que ni llegue a los

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veinte, qué extraño... Los jóvenes no suelen ser los que dan
este tipo de órdenes, especialmente en tripulaciones como
esta. Le brillan los ojos por la victoria de la batalla, su actitud
y rostro muestran gran seguridad. Desde donde estoy, pare-
ce que me saca una cabeza y que su pelo es moreno oscuro,
igual que el pelaje de una foca. Tiene un rostro bastante agra-
dable de mirar, pero eso no tiene ninguna importancia para
mí teniendo en cuenta la tripulación a la que pertenece. Se
fija en que Mandsy está en la fila. Se le ha caído el gorro y
tanto su larga melena morena como su hermosa cara han
quedado al descubierto. Él le guiña el ojo.
Básicamente, diría que es un maldito arrogante.
Mi tripulación y yo permanecemos en silencio, a la espe-
ra de ver lo que los piratas nos tienen preparado. A nuestro
alrededor se alzan las nubes de humo de los cañonazos. Hay
escombros esparcidos por todo el barco. El olor a pólvora se
filtra en el aire arañándome el fondo de la garganta.
Se oyen pasos a medida que un hombre atraviesa la pasa-
rela que conecta los dos barcos. Está mirando hacia abajo,
por lo que no se ve nada más que un gorro negro con una
pluma blanca a un lado.
—Capitán —dice el mismo pirata que antes gritaba las
órdenes—, tienes delante de ti a todos los hombres del barco.
—Bien, Riden, pero esperemos que no todos sean hombres.
Varios piratas sueltan una risita y algunos de mis hom-
bres miran nerviosos hacia mí.
¡Serán estúpidos!, me están delatando a la primera de
cambio.
—Por ahora he visto a tres muchachas, pero ninguna es
pelirroja.
El capitán asiente.
—¡Prestadme atención! —grita levantando la cabeza para
que lo veamos por primera vez.

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No es mucho mayor que el arrogante de su primer ofi-
cial. Me fijo con detalle en las caras de todos los piratas, mu-
chos ni siquiera logran que les salgan pelos en la barba. Esta
tripulación pirata es increíblemente joven. Había oído que la
Nómada Nocturna ya no estaba bajo el mando del pirata lord
Jeskor, y que había sido reemplazado por un joven capitán,
pero no me esperaba que toda la tripulación fuera tan joven.
—Todos habéis escuchado las historias de Jeskor el Casca-
cráneos —continúa el joven capitán—. Yo soy su hijo, Draxen,
y veréis que mi reputación acabará siendo muchísimo peor.
No puedo evitarlo, me echo a reír. ¿Acaso piensa que
puede ganarse una cierta reputación solo por andar contán-
dole a todo el mundo el miedo que da?
—Kearan —dice el capitán haciéndole un gesto al hom-
bre que tengo detrás.
Kearan me golpea con la empuñadura de la espada en la
punta de la coronilla. El impacto no es suficiente como para
dejarme inconsciente, pero sí lo bastante como para que due-
la como mil demonios.
«Ya basta», pienso. Las advertencias de Mandsy ya están
demasiado lejos de mi mente. Ya está bien de estar en el sue-
lo arrodillada como una sirvienta. Apoyo las manos contra la
cubierta de madera, extiendo las piernas hacia atrás y engan-
cho los pies tras los talones del horrible pirata que está allí de
pie. Doy un fuerte tirón hacia delante y Kearan acaba cayén-
dose de espaldas. Me levanto rápido, me doy la vuelta y le
quito la espada y la pistola antes de que pueda volver a po-
nerse de pie. Apunto con esta última a la cara de Draxen.
—Sal del barco y llévate a tus hombres.
Detrás de mí, escucho cómo Kearan está haciendo un es-
fuerzo por levantarse. Lanzo el codo hacia atrás hasta dar
con su enorme barriga. Suena un fuerte ruido cuando cae
derrumbado al suelo de nuevo.

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No se oye ni una mosca. Todo el mundo percibe el clic de
mi pistola al cargarse.
—Marchaos ya.
El capitán intenta echar un vistazo bajo mi gorro. Podría
eludir su mirada, pero eso significaría quitarle los ojos de
encima.
De pronto, un disparo me arranca la pistola de la mano. El
arma aterriza en cubierta deslizándose fuera de mi vista.
Miro a la derecha para ver como su primer oficial, Riden,
enfunda de nuevo su pistola. Se le dibuja una sonrisa arrogan-
te en la cara. Aunque me gustaría arrancársela de un espadazo,
tengo que reconocer que ha sido un tiro impresionante.
Pero eso no evita que me sienta furiosa. Desenfundo mi
espada y avanzo hacia el primer oficial.
—Podrías haberme arrancado la mano.
—Solo si así lo hubiera querido.
De repente, dos hombres me agarran por detrás, uno de
cada brazo.
—Creo que hablas demasiado como para ser un mero
grumete al que aún no le ha titubeado la voz —afirma el ca-
pitán—. Quitadle el gorro.
Uno de mis captores me quita el gorro de la cabeza y se
me desliza el pelo hasta la mitad de la espalda.
—Princesa Alosa —dice Draxen—, aquí estás, eres un
poco más joven de lo que me esperaba.
Mira quién fue a hablar. Quizás estoy a tres años de los
veinte, pero me jugaría el brazo bueno a que le ganaría en
cualquier reto de ingenio o habilidad.
—Me preocupaba que tuviéramos que destrozar todo el
barco hasta encontrarte —continúa—. Ahora te vendrás con
nosotros.
—Creo, capitán, que pronto entenderás que no me gusta
que me digan lo que tengo que hacer.

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Draxen resopla, apoya las manos en el cinturón y se gira
hacia la Nómada Nocturna. No obstante, el primer oficial nun-
ca me pierde de vista, como si estuviera anticipándose a una
reacción violenta. A ver, por supuesto que voy a reaccionar
de forma violenta, pero ¿por qué tiene que esperárselo ya?
Le clavo el talón en el pie al pirata que me está sujetando
a la derecha. Lanza un gruñido y me suelta el brazo. Luego
clavo el lateral de la mano que tengo libre en la garganta del
otro pirata. Empieza a emitir sonidos de asfixia y se lleva las
manos al cuello.
Draxen se gira para comprobar qué es tal alboroto. Mien-
tras tanto, Riden me apunta con otra pistola con esa sonrisa
aún dibujada en su rostro. Las pistolas de un solo disparo
son difíciles de recargar por la pólvora y la bola de hierro,
por eso la mayor parte de los hombres lleva al menos dos.
—Tengo algunas condiciones, capitán —digo.
—¿Condiciones? —pregunta incrédulo.
—Negociaremos las condiciones de mi rendición. Prime-
ro me darás tu palabra de que liberarás a mi tripulación sana
y salva.
Draxen retira la mano del cinturón y se agacha para co-
ger una de sus pistolas. Tan pronto como la recoge del suelo,
apunta al primero de mis hombres que está en la fila y dispa-
ra. El pirata que tiene detrás se aparta de un salto mientras el
cuerpo de mi hombre cae desplomado hacia atrás.
—No me pongas a prueba —ordena Draxen—. Te monta-
rás en mi barco. Ahora.
Está decidido a probar su reputación, pero si cree que
puede intimidarme, se equivoca.
Recojo mi espada de nuevo y le atravieso la garganta al
pirata que aún se estaba recuperando de mi estrangulamiento.
Los ojos de Riden se dilatan, mientras que los de Draxen
se entrecierran. Este desenfunda otra pistola de su cintura y

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dispara hacia el segundo hombre de la fila, que cae igual que
el primero.
Le clavo la espada al pirata más cercano. Lanza un grito
antes de caer, primero sobre sus rodillas y, después, se des-
ploma en cubierta. Ahora mis botas están pegajosas de san-
gre y he dejado varias huellas rojas en el suelo.
—¡Parad! —grita Riden. Se acerca de un paso y me apun-
ta al pecho con su pistola. No me sorprende que se le haya
borrado la sonrisa.
—Si me quisierais ver muerta, ya me habríais matado
—digo—, pero, ya que me queréis viva, aceptaréis mis con-
diciones.
En cuestión de segundos, desarmo a Kearan, el pirata que
me sujetaba antes, y lo obligo a arrodillarse. Con una mano lo
agarro del pelo y le estiro la cabeza hacia atrás mientras con la
otra sostengo firmemente mi espada contra su cuello. No hace
ni un ruido, su vida está en mis manos. Impresionante, sobre
todo teniendo en cuenta que me ha visto matar a dos de sus
compañeros. Sabe que su muerte no me generaría ningún
tipo de culpabilidad.
Draxen está frente a un tercer miembro de mi tripulación,
sujetando otra pistola.
Se trata de Mandsy.
No dejo que mi cara refleje el miedo que tengo. Tiene que
pensar que me es indiferente. Esto funcionará.
—Para ser alguien que me ha pedido que su tripulación
esté sana y salva, parece que no tienes límites a la hora de ver
cómo los mato uno a uno —dice Draxen.
—Por cada hombre que pierda, tú también perderás a uno.
Si tu intención es matarlos a todos en cuanto me vaya conti-
go, no importa si pierdo a unos cuantos mientras negocio la
seguridad del resto. Tu intención era llevarme prisionera, ca-
pitán, pero si quieres que embarque por voluntad propia,

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serás lo suficientemente listo como para escuchar mi oferta.
¿O quieres que veamos a cuántos de tus hombres mato mien-
tras me intentas obligar a subir?
Riden se acerca a su capitán y le susurra algo. Draxen
aprieta el arma empuñada. Noto cómo mi corazón se acele-
ra. «A Mandsy no, a Mandsy no. Es una de las mías, no la
puedo dejar morir.»
—Establece tus términos, princesa. —Prácticamente es-
cupe mi título—. Y que sea rapidito.
—Liberarás a mi tripulación intacta. Yo embarcaré en tu
navegación sin oponer resistencia, pero traeréis también mis
pertenencias.
—¿Tus pertenencias?
—Sí, mi armario y objetos personales.
Se vuelve hacia Riden.
—Quiere su ropa —afirma incrédulo.
—Soy una princesa y se me tratará como tal.
El capitán mira a su alrededor, parece estar a punto de
dispararme, pero Riden interviene.
—¿Qué más nos da, capitán, que quiera arreglarse para
nosotros cada día? Por lo que a mí respecta, no me quejaré.
Se escuchan unas tímidas risitas de la tripulación.
—Muy bien —dice Draxen finalmente—. ¿Eso es todo, su
alteza?
—Sí.
—Pues ya estás arrastrando tu consentido trasero al bar-
co, y vosotros —señala a dos fortachones del fondo—, llevad
sus pertenencias a la nave y embarcad también a su tripula-
ción en los botes de remos. Yo me encargo de hundir este
barco. Si remáis rápido, llegaréis al puerto más cercano en
dos días y medio. Sugiero que lo hagáis antes de morir de
sed. Una vez alcancéis la orilla, llevaréis mi nota de rescate al
Rey Pirata y le informaréis de que tengo a su hija.

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Los hombres de los respectivos bandos se apresuran en se-
guir las órdenes. El capitán avanza y se lleva la mano a la espa-
da. Yo renuncio a regañadientes. Kearan, el pirata al que he esta-
do amenazando, se levanta del suelo y se escabulle lo más lejos
posible de mí. Ni siquiera tengo tiempo como para reírme de su
reacción porque Draxen me profiere un puñetazo en la mejilla.
Todo mi cuerpo se tambalea por la fuerza del golpe. Me
clavo los dientes en la mejilla y empiezo a sangrar por la boca.
Escupo la sangre en la cubierta.
—Vamos a aclarar algo, Alosa. Tú eres mi prisionera.
Aunque parece que has aprendido un par de cosas por haber
crecido como la hija del Rey Pirata, hay una realidad inne-
gable: vas a ser la única mujer dentro de un barco lleno de
degolladores, ladrones y hombres perversos que llevan ya un
tiempo sin tocar puerto. ¿Sabes lo que eso significa?
De nuevo, escupo para quitarme el sabor a sangre de la
boca.
—Significa que hace mucho que tus hombres no van a un
prostíbulo.
Draxen sonríe.
—Si alguna vez intentas volver a dejarme en ridículo de-
lante de mis hombres, quizás me dé por no cerrar tu celda
con llave por la noche para que cualquiera pueda entrar, y yo
me quedaré dormido mientras te escucho gritar.
—Estás loco si piensas que me vas a oír gritar alguna vez.
Y más te vale rezar por no quedarte nunca dormido mientras
mi celda esté abierta.
Me sonríe diabólicamente y me doy cuenta de que tiene
un diente de oro. Por debajo del gorro le sobresalen unos
pequeños rizos negros. Tiene la piel oscura por el sol. El abri-
go le va un poco grande, como si le hubiera pertenecido a
otra persona antes que a él, ¿puede que incluso se lo robara
al cadáver de su padre?

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—¡Riden! —grita Draxen—. Encárgate de la chica, métela
en el calabozo y ocúpate de ella.
«¿Cómo que ocúpate de ella?»
—Será un placer —dice Riden mientras se me acerca. Me
agarra del brazo firmemente, tanto que casi hasta duele; es
un contraste drástico teniendo en cuenta su aspecto frágil.
¿Los dos hombres a los que he matado serían sus amigos?
Me arrastra hacia el otro barco. Empiezo a andar y veo cómo
mi tripulación se aleja en los botes. Reman a un ritmo cons-
tante para evitar no cansarse demasiado rápido. Mandsy, So-
rinda y Zimah se asegurarán de cambiar las posiciones regu-
larmente para que cada hombre pueda turnarse a descansar.
Son chicas inteligentes.
De todas formas, estos hombres no sirven para nada. Mi
padre escogió a cada uno de ellos: algunos le deben dinero, a
otros los pillaron robando del tesoro, hay quienes no siguie-
ron las órdenes como debían y algunos de ellos no tienen
otra culpa que la de ser un estorbo. Sea como sea, mi padre
congregó a todos en una tripulación y yo solo me traje a tres
de las chicas de mi barco para que me ayudaran a mantener-
los a raya.
A fin de cuentas, padre sospechaba que la mayor parte de
los hombres serían asesinados una vez que Draxen me cap-
turara. Por suerte para ellos, fui capaz de salvar la mayor
parte de sus miserables vidas. Espero que padre no se enfade
demasiado, pero eso ahora mismo no importa. La cuestión es
que ahora estoy a bordo de la Nómada Nocturna.
Por supuesto, tenía que intentar aparentar que mi captu-
ra no había sido tan fácil, tenía un papel que interpretar.
Draxen y su tripulación no pueden descubrir lo que estoy
tramando.
No pueden saber que me han enviado con la misión de
robar en su barco.

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