Resúmenes Bloque II Cultura Grecolatina
Resúmenes Bloque II Cultura Grecolatina
Curso 2018/2019
Nuestra comprensión del Mundo Antiguo está condicionada por circunstancias que han
influido históricamente en la imagen que se ha ido forjando de la Roma Clásica. Esta imagen
depende de la información que se ha conservado del legado clásico, pero también de los
métodos y criterios de interpretación y valoración de la información conservada. Esta manera
de mirar a Roma ha experimentado cambios a lo largo de la historia.
Respecto a los testimonios de la Antigüedad, hasta nosotros solo ha llegado una parte, a través
de restos arqueológicos e históricos y testimonios textuales, aunque siguen aflorando nuevos
testimonios.
Cuando volvemos nuestra atención hacia el Mundo Antiguo, por un lado, se impone el
reconocimiento de que Roma es pasado, pero de otro lado no es fácil sustraerse a la impresión
de que parte de los rasgos que caracterizan nuestra civilización son fruto de la existencia de
una tradición que se gestó en Roma.
a) La cultura de raigambre latina emergente en Irlanda e Inglaterra en los siglos VII y VIII,
donde se aprecia interés por los textos clásicos latinos, propagándose al continente
este nuevo impulso.
b) El renacimiento carolingio, que arranca entre finales del siglo VIII y comienzos del IX en
la corte de Carlo Magno. Perdura hasta el siglo X como un proyecto educativo. Entre
sus logros se encuentran la constitución de bibliotecas, la creación literaria y erudición,
la copia de clásicos y la adopción de la escritura minúscula carolina.
c) En el siglo XII se produjo el desplazamiento de la actividad intelectual de los
monasterios a las escuelas seculares y a las catedrales, favoreciéndose el acceso a la
lectura de un público más amplio e introduciendo en la educación a autores clásicos.
d) Durante los siglos XII y XIII alcanza su mayor desarrollo la escolástica, que promovió
una estrecha relación entre filosofía y teología, relegando a un papel secundario la
tradición clásica pagana.
LA COMPRENSIÓN DE ROMA DEL RENACIMIENTO AL MUNDO MODERNO
a) La visión involutiva, que adopta el modelo clásico como canon de referencia y que
atiende exclusivamente a la recuperación del patrimonio antiguo.
b) La visión evolutiva, que entiende la historia como un proceso de cambio en el cual es
posible una progresión cultural, pero que arranca del mundo clásico.
En los siglos XVII y XVIII, la concepción del Mundo Clásico como un paradigma de referencia
dejó paso a una actitud diferente, en la cual prevalecía el estudio positivo e historicista del
Mundo Antiguo.
El Romanticismo volvió a conceder a la historia un interés prioritario. Contribuyó a desarrollar
el sentido histórico e impulsó el rastreo de fuentes. Para la visión romántica, la cultura latina
estaría influida por la griega, hasta el punto de carecer de originalidad. Estas ideas tuvieron
una influencia muy considerable en toda una línea de estudios posteriores.
El siglo XIX contribuyó a asentar la conciencia del sentido histórico, que supone admitir la
distancia respecto al objeto de estudio. De esta forma se gesta una visión más científica de la
Antigüedad, que intenta establecer pautas más objetivas y críticas y tiene como principal
consecuencia el desarrollo de disciplinas como la filología. Estas disciplinas han permitido en el
siglo XX un avance de aspectos de la Roma Clásica:
a) Frente a las otras lenguas itálicas, sobre las que terminará imponiéndose.
b) Frente al griego, hablado desde fecha muy antigua en la Magna Grecia y en Roma.
c) Frente a las lenguas de los bárbaros. El latín es una herramienta de aculturación en los
territorios conquistados, ya que aunque las lenguas indígenas no se persiguen, el latín
se implantaba en la administración y en la educación y terminaba por imponerse.
POTENCIACIÓN DE LA LENGUA COMO VEHÍCULO DE COMUNICACIÓN
El latín nace como una lengua rural, como un medio de comunicación pragmático y con
recursos precarios para la expresión del pensamiento complejo. A lo largo de los tres últimos
siglos de la República y durante la época clásica y la postclásica, la evolución del latín estuvo
impulsada por la exigencia de moldear una lengua que fuera capaz de responder a las
necesidades de una cultura en plena tensión creativa. Este proceso tuvo lugar gracias a
contribuciones anónimas, colectivas e individuales de escritores o personalidades.
Algunos de los factores que propiciaron su afianzamiento como lengua de cultura son:
El mundo latino arranca de un origen rural, que evolucionará hacia la creación de un espacio
urbano, que desembocará en Roma como marco de referencia de la cultura latina.
La cultura latina es el resultado de la tensión entre dos elementos que confluyen en la ciudad:
Otro factor que promovió el auge de la ciudad fue la conciencia defensiva frente a cualquier
ataque exterior. Gracias a ello Roma fue capaz de asegurar su supremacía.
El Campo de Marte fue el centro del entrenamiento militar y atlético, y lugar de celebración de
los comicios centuriados. Con el tiempo llegó a albergar diversos edificios públicos.
La ciudad llega a ser la herramienta más eficaz para afianzar el asentamiento sobre nuevos
territorios, promoviendo la urbanización de las zonas conquistadas y un sistema de
organización de la comunidad inspirado en el de Roma. En este proceso, parecen producirse
dos fuerzas:
1. Por un lado, una especie de fuerza centrífuga, que lleva a proyectar los esquemas de
Roma a los territorios conquistados. Paralelamente a este proceso de urbanización se
da el de la colonización del territorio conquistado.
2. De otra parte, un movimiento centrípeto, de reforzamiento de la propia Roma como
núcleo sobre el que convergen las energías del Imperio y como núcleo de población
donde afluyen extranjeros y se condensa la creación cultural.
La expansión de Roma culmina con la concesión de la ciudadanía romana a todos los
ciudadanos libres del Imperio en el 212 d.C. Esta ampliación parece un intento de reforzar la
cohesión del Imperio, en el que convivían las tradiciones locales con la cultura romana.
La expansión que alcanzó el Imperio romano mantuvo su referente en Roma hasta el siglo III
d.C. Con la conversión al cristianismo y la división del Imperio se fue produciendo un declive
progresivo de Roma.
El paso de la vida rural a la vida urbana, el desarrollo de la escritura y el contacto con otros
pueblos van a conducir a la creación de vida intelectual. Algunos de los pueblos itálicos que
causaron influjo en Roma fueron:
Se documentan, en torno al siglo III a.C., los orígenes de la literatura latina, es decir, de una
escritura en la que se empieza a hacer patente una función estética y reflexiva del lenguaje, si
bien en la mayoría de los casos ligada a una utilización pragmática del discurso. Estos orígenes
son itálicos, pero parece haber incidido la influencia griega.
a) Por una parte, hubo una reacción conservadora, tradicionalista y de exaltación romana
frente a la cultura griega. Su ideal era un regreso a la sencillez primitiva del campesino
y la recuperación de la historia de Roma para reafirmar su identidad.
b) De otra parte, una corriente abierta a la apertura cultural a Grecia.
Desde mediados del siglo II a.C. la penetración de la cultura griega va imponiéndose y el griego
se hace una lengua accesible.
A finales de la República y durante el siglo I a.C. la cultura latina alcanza uno de sus momentos
más relevantes. En este proceso influye la asimilación plena de la influencia griega.
El desarrollo de la prosa latina se manifiesta después de la poesía, sobre todo a partir del siglo
II a.C. gracias a Catón, que pone de manifiesto unas pautas retóricas derivadas de la práctica
oratoria y de la finalidad persuasiva del discurso. Este pensamiento retórico parece no tener
influencia griega y se articula sobre el principio de que la elaboración formal del lenguaje se
supedita al contenido del discurso.
Sin embargo, la forma del discurso había sido objeto en los siglos V y IV a.C. de codificación por
parte de la Retórica griega. Esta doctrina retórica griega empezó a divulgarse en Roma en el
siglo II a.C. como una herramienta para la creación de discursos persuasivos. Sobre los
manuales helenísticos se elaboran los primeros tratados latinos.
Cicerón intenta recoger la base de la retórica griega, no solo para aplicarlas en sus discursos, ni
para difundir entre los romanos las técnicas más adecuadas para la oratoria, sino para basar la
formación del buen ciudadano y del gobernante ideal en la formación retórica. Para ello no se
limitó a reproducir la doctrina helenística, sino que se propuso superarla integrando los
elementos formales con el contenido de lo que se dice.
La filosofía griega no es objeto de un mero trasplante de las doctrinas al mundo romano, sino
que su penetración en Roma está supeditada a los intereses que afloran en el horizonte
intelectual romano. Así, el carácter teórico, especulativo y metafísico de la filosofía griega se
desplaza hacia una reflexión sobre la acción, la moral y la filosofía política.
La implantación del epicureísmo culmina en el siglo I a.C. con el esfuerzo de Lucrecio por
trasladar el conjunto de la doctrina en un poema didáctico en lengua latina. Sin embargo, el
epicúreo fue contestado por enfrentarse a la moral tradicional romana, exaltando el placer y
negando la existencia de los dioses.
La moral tradicional se mostrará muy receptiva al estoicismo, que coincidía con algunos de sus
postulados, como que el fundamento de la moral es la conformidad con la naturaleza del
hombre, del mundo material y divino y de la ciudadanía. La tarea que debe encarar el hombre
es entender ese orden y conformarse con él.
El estoicismo griego insistió en las virtudes de la contemplación y del conocimiento teórico. Sin
embargo, el estoicismo medio le dio un giro doctrinal. Este giro fue propugnado por Panecio
(siglo II d.C.) y supone la subordinación de la razón teórica a la práctica. Desplazó la atención
del ideal antiguo de la capacidad del hombre sabio de no verse afectado por el entorno, hacia
el papel que desempeñan los bienes externos para alcanzar la felicidad si se usan rectamente.
La idea dominante de Panecio es que el hombre debe vivir conforme a su naturaleza. Esa
naturaleza es la posibilidad que el hombre tiene de convertir los instintos en actividades
superiores, racionales y universales. Admite la introducción de una duda moderada en todo.
Estos planteamientos ejercieron una gran influencia en las doctrinas morales de los romanos.
En época imperial la conformidad del hombre con la naturaleza se limita a la esfera privada y
no a la social, cuya armonía ya no procedería de los ciudadanos, sino de la imposición imperial.
La doctrina estoica no se restringió al ámbito intelectual, sino que llegó a convertirse en la
expresión de la vida moral romana. Fue incorporada al ideal de Octavio Augusto de
restauración de la tradición nacional en los comienzos del Imperio.
LA RECEPCIÓN DE LA ACADEMIA
La imagen de Roma, lejos de reducirse a una visión tópica, se asienta sobre una concepción
evolutiva de la historia, que se debate entre la creencia en una visión progresiva de Roma, que
conduce a la supremacía de la Urbe sobre el mundo, y una imagen de retroceso, que parece
atenazar la supervivencia de Roma. Esta progresión tiene formulaciones diferentes.
Como herencia de doctrinas griegas, la tradición latina cultiva una concepción evolutiva de la
historia que arrancaría de la Edad de Oro, donde la naturaleza ofrecía al hombre una plácida
existencia sin esfuerzo, hacia etapas cada vez más degeneradas. Varrón dice que tras la etapa
originaria habría venido una segunda etapa, la vida pastoril, y una tercera, la de cultivo del
campo. Algunas profecías anunciaban un retorno a la Edad de Oro.
En la segunda mitad del siglo I a.C., entre finales de la República y comienzos de la época
augústea, la convulsión político-social lleva a muchos intelectuales a reflexionar sobre las
causas de la decadencia que a su juicio sufre Roma. Domina la idea de que hubo un pasado
esplendoroso, basado en la moral tradicional, en la entrega a la comunidad, en la vida rural y
en la capacidad militar, cualidades que se degradaron con el bienestar y la pujanza económica.
Esta conciencia de la decadencia es utilizada por Octavio Augusto para llevar a cabo su
programa de regeneración nacional sobre la base de la recuperación de la moral tradicional.
Muchos escritores se involucran en el ideal augústeo. Otros se verán obligados a secundar las
posiciones de los emperadores para no ser víctimas de la censura o bien son objeto de
censura, obligados al exilio o asesinados.
Los planteamientos ideológicos de los emperadores romanos hasta el Bajo Imperio estuvieron
basados en una concepción autocrática y piramidal de la autoridad, con la consiguiente
tendencia a la concentración del poder legislativo y administrativo del estado.
La concentración del poder político, judicial y religioso dentro de una zona delimitada de la
ciudad influyó en la fisonomía de Roma.
La expansión de la vida pública llevó a Julio César a proyectar la creación de un nuevo Foro: un
recinto rectangular, rodeado de pórticos por tres lados, mientras el cuarto estaba ocupado por
un templo elevado a Venus. De esta forma se preparaban las condiciones para la legitimación
de la familia Julia al frente del poder en Roma. Augusto se propuso construir otro foro que
respaldara su proyecto de refundación nacional y honrara su propia gloria. Además, hizo
construir un palacio sobre el Palatino, tres acueductos y dividió la ciudad en cuatro regiones.
En época imperial hubo otros proyectos destinados a crear nuevos Foros.
El incendio del 64 d.C. ofreció la posibilidad de cambiar el aspecto de la ciudad. Nerón pudo
poner límite a la altura de las casas particulares y proscribir el uso de materiales combustibles.
A lo largo del siglo I d.C., los emperadores consiguieron ocupar todo el Palatino con la
residencia imperial.
Nuestro conocimiento de la historia del pueblo romano se debe a dos fuentes. Por una parte,
los textos historiográficos de autores romanos y griegos y, por otra, los estudios científicos, de
arqueología y de historia, que la ciencia moderna ha dedicado a este campo.
La historiografía griega en ese momento estaba ya asentada en una tradición literaria de siglos.
Sin embargo, la romana era incipiente. De hecho, los primeros en escribir historia, que lo
hicieron en una forma literaria rígida que narraba los acontecimientos año a año y a los que se
llamó analistas, redactaron sus obras en lengua griega.
El primero en escribir su obra histórica en latín, Los orígenes, fue Catón (234-149 a.C.). Su
prosa parece traslucir cierta preocupación por el estilo, aunque sin abandonar todavía la
simplicidad expresiva de la tradición analística. Fue el primero en ocuparse de la historia de
otros pueblos latinos y en presentar la conquista romana como una gesta colectiva.
A partir del siglo I a.C., otros autores importantes son Salustio, que escribió dos monografías, y
Tito Livio, que escribe una historia de Roma desde su fundación. Otros autores, como Plutarco
o Tácito, son piezas claves para la transmisión de datos como el carácter de los personajes, los
motivos de sus actos, la inclinación política de los propios autores... Sus textos nos permiten
indagar en la forma de pensar y ser de una sociedad según uno de sus miembros. Además,
toda la literatura es reflejo de la época en que se escribió y de las circunstancias sociales e
históricas que envolvieron a sus autores.
Respecto a la historia de Roma han existido dos posturas: la escuela tradicional y la escuela
crítica. Hasta el siglo XVIII la tendencia era la de depender de las fuentes literarias antiguas.
Pero a partir de esta fecha, con la escuela crítica empieza a plantearse el problema de la
historicidad de los textos clásicos. La arqueología comienza a ser un elemento fundamental
para la corroboración de los datos; se emplea el método comparativo para estudiar la Roma
primitiva observando a otros pueblos; y se utilizan otras ciencias, como la geografía.
LOS ORÍGENES: EL ESTABLECIMIENTO DE ROMA
INSERTAR AQUÍ: HISTORIA DE RÓMULO Y REMO SOBRE EL ORIGEN DE ROMA (TEMA 7). Esta
narración pertenece al mundo de la leyenda, pero deja traslucir uno de los factores que influyó
en la formación de Roma: la mezcla de pueblos para ser fuertes frente a enemigos comunes.
La ciencia histórica moderna demuestra que las raíces de Roma se remontan a dos culturas
que convivieron en el Lacio desde el siglo IX a.C.: la villanoviana, del norte y dedicada a la
actividad agraria, que practicaba la incineración y los enterramientos en urnas; y la apenínica,
del sur, con una economía basada en el pastoreo y que enterraba a sus muertos.
El lugar en el que fue fundada Roma es una de las claves de su éxito. Los primitivos
asentamientos se forman en las colinas que rodean un valle situado a poca distancia del mar y
al pie del río Tíber. El lugar es estratégicamente defensivo. Desde el neolítico los valles del
Lacio estaban habitados y ya en el siglo VIII a.C. existían aldeas en las colinas de Roma.
En esta época primitiva, no era una zona salubre. El valle se inundaba con las lluvias,
convirtiéndose en un pantano, y tenían dificultades para conseguir agua potable. Hasta el siglo
III a.C. no comenzaron a excavar pozos para obtener agua potable. La desecación del valle se
realizó sobre el año 600 a.C. A partir de entonces, la actividad urbana se trasladó al valle.
LA MONARQUÍA PRIMITIVA
Rómulo reinó junto al sabino Tito Tacio gracias al pacto que unió a las dos tribus después del
rapto de las mujeres sabinas (insertar aquí dicha historia: tema 7). Tras Rómulo, fue elegido
rey Numa Pompilio (717-673 a.C.), que construyó el templo de Jano, creó distintas
instituciones religiosas y estableció una figura supervisora de la vida religiosa. Después
reinaron Tulio Hostilio y Anco Marcio. El primero llevó a Roma a una incipiente expansión y al
segundo se le atribuye un período de paz en el que se fomentaron los valores económicos y de
infraestructura de la ciudad.
LA MONARQUÍA ETRUSCA
A mediados del siglo VI a.C. llega al Lacio la influencia del pueblo etrusco. El pueblo etrusco se
asentó en Italia, en la actual Toscana, durante el VIII a.C. Su economía y su estado de
desarrollo estaban muy avanzados. Sus técnicas de explotación de la tierra, el descubrimiento
de minas de hierro y cobre en la costa y su relación con Grecia lo convirtieron en uno de los
pueblos dominantes de Italia.
Tarquinio Prisco es elegido rey del Lacio tras Anco Marcio. Comienza aquí la segunda etapa de
la monarquía romana. Más que el dominio de un pueblo sobre otro fue, por parte de los
romanos, la asimilación de elementos de otra cultura que se funden con la propia.
La economía y la forma de vida pasan de una base agraria y ganadera autosuficiente a una
economía urbana que potencia la artesanía y el comercio. Esta transformación hace crecer sus
relaciones con otros pueblos y fomenta la riqueza y el desarrollo urbanístico de la ciudad.
También la sociedad y el ejército sufrieron reformas. El ejército se vio fortalecido al duplicarse
el número de reclutas y el senado también aumentó en número. Se reorganizó la sociedad
ciudadana según distritos territoriales y se sustituyó el combate individual por el
enfrentamiento de grandes unidades divididas por armamento.
El último rey de Roma fue Tarquinio el Soberbio. Con él se abrió paso la crisis que finalizó con
el establecimiento de la República.
LA ÉPOCA REPUBLICANA
El sistema monárquico fue sustituido por dos magistraturas que se renovaban anualmente. La
transición de la monarquía a la república se caracteriza por el declive del predominio del
pueblo etrusco y la concentración del poder en la clase aristocrática.
El auge económico que se había producido durante la época de la monarquía etrusca debido a
la introducción del comercio fue declinando. El descenso de las relaciones comerciales de
Roma dio lugar a una crisis económica. La economía vuelve a centrarse en el cultivo de la tierra
y en la ganadería. La posesión de tierras se convierte en el objetivo primordial de la
aristocracia y por este motivo instaura una política de conquista y expansión. La dedicación a la
vida rural se potencia.
Los plebeyos que se habían dedicado a la industria y el comercio se ven obligados a trabajar en
los campos de la aristocracia, muchas veces en condiciones laborales ínfimas. El desequilibrio
social que produjo esta situación dio lugar al enfrentamiento entre patricios y plebeyos.
LA CONQUISTA DE ITALIA
Entre los siglos V y IV a.C., como consecuencia de la política expansionista promovida por el
patriciado, se suceden enfrentamientos con los pueblos vecinos. Roma se enfrentó a los
pueblos latinos colindantes que se habían unido en una liga, la Liga Latina, hasta que en el 493
a.C. firman una alianza según la cual la Liga se comprometía a prestar ayuda militar a Roma y
las ciudades de la Liga se verían favorecidas por la protección de Roma. El paso siguiente fue la
guerra contra el pueblo etrusco (479-396 a.C.), en la que Roma triunfó.
A finales del siglo V a.C., las tribus célticas comenzaron a abrirse paso hacia Roma y saquearon
la ciudad. Unos ciudadanos lograron refugiarse en el Capitolio y llegar a un acuerdo.
Restablecida la organización y sofocados algunos conflictos internos, Roma se ve avocada a
socorrer a la región de Campania, amenazada por los pueblos sabélicos. Se obtuvo como
resultado la ampliación de la conquista a toda la costa latina.
Entre 343 y 295 a.C. tuvieron lugar las guerras contra el estado de Samnium, que se
encontraba al sur y que era paso obligado para la expansión hacia la zona meridional de Italia.
Los samnitas aceptaron en el 304 convertirse en aliados de Roma. Roma continúa su expansión
hacia el sur enfrentándose a las ciudades griegas allí establecidas.
ROMA Y CARTAGO: EL DOMINIO DEL MEDITERRÁNEO
Hacia el 260 a.C. la totalidad de Italia formaba una federación bajo la dirección de Roma. Roma
se encuentra entonces con un rival en la zona mediterránea: Cartago. Una serie de motivos
políticos y económicos dieron lugar a las tres guerras entre estas dos potencias, las Guerras
Púnicas (264-241; 218-201; 151-148). Hasta el 250 a.C. el balance fue favorable a los
cartagineses, pero en 242 y 241 Roma consigue dos importantes victorias.
Asdrúbal fundó Carthago Noua (Cartagena) en la costa de Levante. Los romanos firmaron con
los cartagineses un pacto según el cual los cartagineses no podían atravesar el río Ebro,
dividiéndose las áreas de influencia. En el año 219 a.C., el cartaginés Aníbal viola el tratado y
los cartagineses comienzan a avanzar hacia Italia a través de los Pirineos y los Alpes. Es el inicio
de la segunda guerra púnica, en la que hubo dos escenarios: por un lado, Aníbal invadía Italia,
y por otro los romanos luchaban al sur de la península Ibérica. La historiografía moderna
atribuye la victoria romana a dos causas. Por un lado, a la enorme distancia que había entre las
tropas de Aníbal en Italia y sus bases en la península, y, por otro, a que los romanos luchaban
en su propia tierra y por defenderla. Cincuenta años después, Cartago intentó sublevarse ante
el poder de Roma (tercera guerra púnica), pero fue sometida en poco tiempo.
La política que seguía Roma respecto a las ciudades o naciones sometidas no era la de
sometimiento absoluto. La razón era asegurar a las naciones que el pueblo romano no les
llevaba la esclavitud, sino la libertad, que estaría asegurada bajo la tutela del pueblo romano.
Evidentemente, también intervenían factores políticos y económicos.
En cuando a la monarquía en Egipto, las relaciones con Roma fueron buenas hasta que
Cleopatra VII decidió enfrentarse a Roma en el año 31 a.C.
Las causas del movimiento expansionista de Roma durante la época republicana son
económicas, políticas y sociales. La disputa de la hegemonía en el ámbito mediterráneo tendría
que ver con la supervivencia de la ciudad y su crecimiento económico. El control y la
explotación de los territorios conquistados traerían beneficios ante la situación que la propia
política expansionista causaba. La necesidad de hombres para nutrir el ejército fue uno de los
motivos de la deficiencia de mano de obra para cultivar las tierras, que se salvó en muchos
casos con los prisioneros de guerra. También cada nuevo territorio significaba una nueva
fuente de ingresos a través de los impuestos que se debían satisfacer a Roma.
Una de las claves del éxito de la expansión fue la de la integración de los territorios
conquistados a las formas de vida romana por distintos medios: la fundación de colonias, la
concesión de la ciudadanía o la conversión de los territorios anexionados en provincias.
Hay que añadir la crisis agraria. La importación de cereales de las provincias hace que
descienda el cultivo del trigo en Italia, produciéndose una inmigración a las ciudades, en las
que la industria y el comercio crecen. La llegada de extranjeros propició también la
especulación con la venta y compra de monedas. La economía de Roma se basa en la riqueza
del capital mobiliario, proveniente de la explotación de los territorios conquistados.
Las tensiones sociales que produjo este estado de cosas, que concentraba la riqueza en la elite
nobiliaria, dio lugar a la reforma de los Gracos. Tiberio Graco, que accedió al tribunado de la
plebe en el 133 a.C., limitó la cantidad de terreno de las propiedades públicas y todo lo que
excediera de esa medida sería expropiado y cedido a título hereditario a cambio de un
impuesto. Esta reforma nunca se llevó a cabo. Cayo Graco aprobó nuevas leyes que
favorecieron a los populares. La ley frumentaria (123 a.C.) decretaba que el estado romano
podía vender el trigo a los precios más bajos. Las reformas de los Gracos no obtuvieron el éxito
deseado, pero contribuyeron a fomentar la propiedad privada, el comercio y la circulación de
dinero, y consolidaron la formación de un partido popular.
Tras la época de los Gracos las tensiones políticas y sociales se recrudecen. Todo el final de la
República está marcado por revueltas sociales y guerras civiles. El Senado intentaría desviar la
atención promoviendo campañas militares en la Galia y en África que proporcionaran nuevos
territorios. Pero la crisis social era profunda. Los italianos se sublevan en el 91 a.C., y Roma se
vio obligada a conceder a los itálicos la ciudadanía romana. La ciudad-estado comienza a
convertirse en nación.
A partir de entonces se abre un período de guerras civiles que constituye una evolución hacia
los regímenes políticos de poder unipersonal. La primera guerra civil fue la que enfrentó a
Mario, representante del partido popular, y a Sila, que tenía el apoyo de la clase senatorial. Sila
salió vencedor y dio el primer paso hacia la concentración de poder en un dirigente,
estableciendo una dictadura. Pero cuando abdicó, afloraron de nuevo las tensiones sociales.
Mientras tanto, un senador joven estaba obteniendo grandes victorias en la Galia: C. Julio
César. En el año 60, César, junto con Pompeyo y Craso, forma el Primer Triunvirato y en el 59
obtiene el consulado.
Las campañas de César en la Galia, aunque aumentan su prestigio y le confirman el apoyo del
ejército, lo mantienen alejado de Roma, oportunidad que aprovecharía Pompeyo para ganar
poder. En el 49 a.C., César ocupa Roma y consigue que el pueblo le conceda la dictadura.
Durante su dictadura, César aplicó diversas reformas de carácter populista. Por otra parte,
amplió el derecho de ciudadanía a varias provincias. Aunque consiguió estabilizar la crisis
interna de Roma y fue un paso más hacia la concentración de poder en una única persona, no
consiguió consolidar su sistema de gobierno. El pueblo de Roma fue siempre muy reacio a la
monarquía y sus valores se cimentaban en la libertad. Este fue el motivo de su asesinato.
Tras la muerte de César, el cónsul Antonio intentó continuar la política cesariana. Tal vez
hubiera resultado un éxito de no ser por la aparición de Octavio, el sobrino de César, que se
opuso a su autoridad única. Los dos, junto con Lépido, iniciaron un segundo Triunvirato,
aunque en realidad se trató de una lucha por el poder, que acabaría ganando Octavio.
Los triunviros se enfrentaron a los republicanos, que fueron vencidos, y se dividieron el mundo
conquistado. A Octavio le correspondió todo el Occidente, y desde allí comenzó a fomentar
hostilidades contra Antonio, haciéndose ver como el protector de Roma. El enfrentamiento
culminó en el 31 a.C., siendo derrotado Antonio.
Octavio había aprendido que el pueblo romano nunca aceptaría una monarquía y su estrategia
política y su éxito consistieron en mantener la estructura y las formas republicanas. Aceptó dos
poderes que podían enmarcarse dentro del sistema republicano: el poder tribunicio y el
imperium. El poder tribunicio le da derecho a convocar comicios y proponer leyes. El imperium
es el poder sobre Italia y las provincias. También admitió los poderes de los censores y el cargo
de jefe de aprovisionamiento de Roma. Augusto ponía estos cargos periódicamente a
disposición del Senado, que siempre lo reinvestía. Las instituciones republicanas seguían
funcionando, pero dependían de Augusto.
EL ALTO IMPERIO
El Alto Imperio abarca desde la muerte de Augusto (14 d.c.) hasta la muerte de Alejandro
Severo (235 d.C.). Durante este período fueron cuatro las dinastías que ostentaron el poder en
Roma: la julio-claudia (14-68), la flavia (69-96), los Antoninos (96-192) y los Severos (192-235).
Durante el período julio-claudio hubo revueltas en los territorios poco romanizados, que
fueron sofocadas. Gracias al florecimiento del comercio y de las relaciones con las provincias
orientales se da en esta época un renacer de sus culturas que se refleja en su influencia en la
vida romana. El final de la dinastía se produjo en el 68 debido a una revolución protagonizada
por el ejército. Vespasiano hizo concluir el año de revueltas y marcó el inicio de otra dinastía,
la de los Flavios.
Tras la muerte de Domiciano (96), la línea sucesoria quedó rota y fue el Senado el que
proclamó al nuevo emperador. Nerva (96-98) era un senador respetado, bajo cuyo mandato el
Senado quiso creer que recuperaría el poder. Pero Nerva se concentró en el problema de la
sucesión. Su pretensión era la de adoptar a un hombre capaz de llevar las riendas del Imperio y
que estuviera respaldado por todos los sectores del poder. Este hombre fue Trajano. Con él
comenzó en el 96 la dinastía de los Antoninos. Durante este período, el Imperio alcanzó el
máximo desarrollo de la vida urbana y la cultura romana, el comercio y la industria se
difundieron por toda el área mediterránea.
Trajano (98-117) mantuvo las apariencias formales frente al Senado. Por otra parte, enfrentó
con habilidad la crisis financiera y desarrolló una política exterior de conquista en el Bajo
Danubio y la frontera oriental. Adoptó a Adriano, que tras su muerte tomó el poder. Adriano
(117-138) destacó como renovador de la organización administrativa y judicial del Imperio y se
esforzó en mantener la paz en las fronteras. Fue un hombre dedicado a la literatura y la
filosofía, por lo que bajo su mandato se produjo un auge del helenismo.
Adriano asoció en el poder a Arrio Antonino (138-161), que a su vez adoptó a Marco Aurelio
(161-180). El gobierno de estos dos emperadores estuvo marcado por el bienestar y la paz. En
los últimos decenios del siglo II se abrió paso una época de crisis. Cómodo, hijo de Marco
Aurelio, desarrolló un gobierno presidido por las conjuras, las intrigas y las influencias
cortesanas. La crisis estalló en el siglo III con la dinastía de los Severos.
La muerte de Cómodo desencadenó en Roma cuatro años de guerra civil a la que puso fin
Severo, que fue reconocido como emperador. Bajo los Severos (193-235) el papel del ejército
fue fundamental para mantener a la dinastía en el poder y para sofocar las guerras fronterizas
y las invasiones.
EL BAJO IMPERIO
Tras la muerte del último de los Severos, el Imperio romano se vio sumido en una crisis. En el
interior del Imperio el ejército sigue ejerciendo el control e imponiendo emperadores,
mientras la crisis socioeconómica se agudiza. En el exterior se suceden guerras fronterizas. Es
el período conocido como “Anarquía militar”. Solo a partir de 275, con el ascenso al poder de
los emperadores ilirios, comienza una fase de recuperación que inicia el Bajo Imperio.
Diocleciano en el 284 es nombrado emperador. Inicia el camino que llevaría a la división del
Imperio implantando la Tetrarquía. Concibió un sistema según el cual existirían dos Augustos
acompañados cada uno de ellos por un César. Cada uno de ellos estaba asignado a la defensa y
administración de una región. El ejército se dividió en dos tipos diferentes, el de los que
defendían las fronteras y un ejército de maniobras. También llegó la reforma a la
administración de las provincias, que se multiplicaron el dividirse en diócesis.
En el siglo IV, Roma pierde su importancia dentro del Imperio. Los emperadores ya no viven allí
debido a que está alejada de los territorios conflictivos y en el 324 Constantino funda
Constantinopla y la convierte en segunda capital. En cuanto al ejército, su constitución se
transformó debido a la admisión para el reclutamiento de voluntarios, de poblaciones
bárbaras o mediante el pago de un impuesto.
El siglo V fue una sucesión de desastres que terminó con la desintegración del Imperio de
occidente. Son muchas las teorías acerca de este declive: la barbarización del ejército, el
conflicto social… Sin embargo, la romanización de los territorios conquistados había calado,
aunque con profundidad diferente, en poblaciones de índole muy distinta.
El conjunto de las curias constituía la asamblea del pueblo (senado). Las funciones de esta
asamblea eran religiosas. También tenían otras atribuciones como la de investir al rey.
El populus estaba constituido por todos los habitantes que pertenecían a una gens y que
participaban con derechos y deberes en la ciudad. El resto de los ciudadanos conformaban la
plebe. Este grupo social no podía participar ni en el ejército ni en la política.
En su origen, las gentes tuvieron los mismos derechos y obligaciones. Sin embargo, la
diferenciación de clases según su status económico produjo distancias entre ricos y pobres.
Esta tendencia acabó viendo nacer a una aristocracia que cada vez se atribuía más privilegios,
frente a otra clase, que perdía sus prerrogativas políticas y sociales. Así se originó la distinción
entre patricios (la clase más alta) y plebeyos (los que no pertenecían a la aristocracia). En
principio, solo los primeros podían ser nombrados senadores.
a) El rey: era el jefe elegido por el pueblo. Asumió también funciones religiosas y, con el
paso del tiempo, se estableció un vínculo entre él y la divinidad.
b) El senado: sus funciones consistían en asesorar al rey y dirimir problemas de seguridad
y de culto. Su función religiosa era importante. El Senado investía a cada nuevo rey.
c) Las curias, junto al papel militar, desempeñaban un papel político. La asamblea de sus
miembros proclamaba la investidura del rey y confirmaba la elección de magistrados
que este había hecho.
LA MONARQUÍA ETRUSCA: CAMBIOS SOCIALES Y EVOLUCIÓN DEL SISTEMA POLÍTICO
El período de influencia del pueblo etrusco trajo a Roma cambios en la sociedad y la política
debido al aumento de las relaciones comerciales con los pueblos del entorno. Todo ello
comportó una pérdida de la importancia del sistema familiar y una tendencia a centrar la
atención en el individuo. El hecho de que la economía, basada en el comercio, aumentara trajo
consigo la aparición de nuevas clases de comerciantes y artesanos cuya riqueza no consistía en
la posesión de tierras.
La primera gran reforma que sufre la organización social romana se atribuye a Servio Tulio.
Dividió a los ciudadanos romanos en cinco clases, basándose en criterios económicos. Cada
una de estas cinco clases se componía de centurias. Cada centuria se especializaba en un
sector del ejército. Solo la última clase estaba exenta de las obligaciones militares.
Esta división dio lugar a un nuevo tipo de asamblea popular: los comicios de las centurias, que
elegían a los magistrados superiores y votaban algunas leyes. Cada centuria contaba con un
voto, de manera que las últimas clases, compuestas por un número mayor de ciudadanos,
tenían menos representación. Además, las votaciones comenzaban por la primera clase y
cuando se llegaba a la mayoría se detenían, con lo cual los de la última clase casi nunca tenían
posibilidad de votar.
Servio reorganizó la zona urbana dividiéndola en cuatro distritos territoriales, a los que llamó
tribus, y cada ciudadano fue adscrito a uno de ellos. A las tribus urbanas se sumaron las
rústicas, resultantes de la división también en distritos de la zona que rodeaba a la ciudad.
El esquema de clases sociales se vio afectado por esta serie de cambios. Por una parte estaban
los propietarios de tierras, entre los que se distinguían dos clases, una superior y otra inferior,
y, por otra, los proletarii, que eran los ciudadanos que no poseían ningún bien inmueble.
EL NACIMIENTO DE LA REPÚBLICA
EL CONFLICTO PATRICIO-PLEBEYO
Con la caída de la monarquía, el Senado decidió crear dos magistraturas que se renovarían
anualmente y que serían la máxima autoridad de la República: el consulado. El acceso a estas
magistraturas solo le estaba permitido a los patricios.
Dentro de ambos grupos había también un conflicto interno. Los patricios ya no eran solo los
descendientes de los antiguos patres, sino que se habían sumado gentes de origen plebeyo.
También en el grupo plebeyo se había creado una distinción entre los que disponían de
recursos y los que carecían de ellos. Las reivindicaciones de los primeros eran políticas, las de
los segundos económicas.
La desigualdad afectaba también al terreno jurídico, ya que solo los patricios disfrutaban del
derecho a interpretar la voluntad de los dioses. Dado que esta ceremonia religiosa antecedía a
la mayoría de actos, los plebeyos estaban excluidos de estas funciones.
Influyó también la división entre clases rurales y urbanas. Se podría hablar de un conflicto
entre propietarios y no propietarios. Estos últimos, pertenecientes a la clase plebeya rural,
exigían el reparto del terreno público. Este terreno estaba en manos de los patricios. La crisis
agraria, además, había forzado a los plebeyos más pobres a recurrir a la petición de préstamos
a los ricos. El impago de estas deudas suponía que el acreedor podía exigir al deudor que se
convirtiera en su esclavo.
El patriciado reconoció en el 471 a la plebe como comunidad, cuyos representantes serían los
tribunos de la plebe, elegidos por una asamblea plebeya. Los tribunos llegaron a tener dos
funciones esenciales: el auxilium y la intercessio. La primera consistía en defender a los
plebeyos en las causas jurídicas y la segunda el derecho a vetar las decisiones de la
magistratura patricia.
En el 451, se confió a una comisión de diez patricios la misión de establecer por escrito una ley
que fijara todo el derecho consuetudinario: la ley de las doce tablas. Supuso un avance en el
reconocimiento de los derechos de la plebe, ya que confirmaba la inviolabilidad de los tribunos
y elevaba a categoría de leyes los plebiscitos, acuerdos del consejo de la plebe. Aún así, la
máxima autoridad, el consulado, seguía siendo privilegio de los patricios. En el 445, se aprobó
conceder a los jefes del ejército, que podían ser elegidos entre la plebe o el patriciado, poderes
consulares. Además, se abolió la prohibición de los matrimonios entre patricios y plebeyos.
Las reivindicaciones económicas seguían pendientes. Había tres objetivos. Un reparto más
igualitario de las tierras del Estado, la solución al problema de las deudas y su impago y el
acceso de los plebeyos al consulado. Estas reivindicaciones se vieron materializadas en las
leyes Licinianas.
Se considera punto final de este conflicto el año 287, en el que se aprobó la Ley Hortensia. Esta
ley suponía la equiparación jurídica entre patricios y plebeyos.
Con el nacimiento del estado patricio-plebeyo en Roma, la distinción entre patricios y plebeyos
desaparece y da paso a una estratificación que continúa fomentando el poder oligárquico de
una nueva clase mixta que denominaron nobleza.
El poder republicano se caracteriza por estar agrupado en tres instituciones que se reparten
las competencias: las magistraturas, el Senado y las asambleas populares.
El tribunado de la plebe.
Hasta aquí las magistraturas inferiores. En cuanto a las magistraturas superiores, eran:
El consulado: sus funciones eran las de la dirección del Estado y del ejército. Eran dos
cónsules, con derecho de veto el uno sobre el otro, y compartían el poder en igualdad
de funciones.
Además de todas estas magistraturas anteriores, llamadas ordinarias, existía otra de la que
solo se disponía en ocasiones de grave peligro para el Estado: la dictadura. Al dictador lo
nombraban los cónsules y el período de su mandato no podía exceder de seis meses, pues al
concentrar los poderes en una única persona podía hacer peligrar el sistema republicano.
En cuanto al Senado, era una institución consultiva, sin cuyo consejo ninguna magistratura
desarrollaba su ejercicio del poder ejecutivo. La ratificación del Senado era necesaria para
llevar a cabo cualquier tipo de medida. El proceso de formación del Senado creó jerarquías
entre sus miembros. Lo que fuera originariamente asamblea de los jefes con más edad de las
familias y con mejor juicio, fue adaptándose a los cambios sociales. Tras el conflicto patricio-
plebeyo, la aristocracia senatorial la constituyó el grupo perteneciente a la nobleza. A él se
unieron después los exmagistrados, que recibieron la denominación de senadores nuevos.
Los comicios curiados: proceden de la división del pueblo en curias y, aunque en época
republicana pasaron a ser simbólicos, seguía teniendo la función de conceder el
imperium a los magistrados.
Los comicios centuriados: nacieron de la división del pueblo por centurias, que
organizaba a los ciudadanos en función de sus aportaciones a la constitución del
ejército. En los comicios centuriados estaba representada la totalidad del pueblo,
aunque no en condiciones de igualdad. A esta asamblea correspondía la elección de
los que ocuparían las magistraturas superiores. También juzgaban las causas penales
en las que intervenía la pérdida de derechos civiles y declaraban la guerra y la paz.
Los comicios tributos: surgieron de la adscripción de los ciudadanos a diferentes tribus
dependiendo de su distribución dentro de Roma y en el territorio exterior a la ciudad.
Entre sus funciones se encontraba la de elegir a los ediles patricios y a los cuestores. A
partir del siglo III, al unirse en una sola asamblea esta y el consejo de la plebe, se creó
una nueva que fue la responsable de elegir a los restantes magistrados.
El consejo de la plebe: era la asamblea de las clases inferiores. Hasta unirse a los
comicios tributos elegía las magistraturas plebeyas y emitía los plebiscitos.
El vértice de la pirámide social fue ocupado por la clase que surgía de la unión de los patricios y
los plebeyos ricos, la nobleza. Además del control político y asambleario, era la depositaria de
un código moral que la hacía heredera de las virtudes y costumbres de los primeros
ciudadanos romanos. Su poder económico radicaba en la posesión y explotación de tierras.
Los caballeros constituían el siguiente nivel dentro de la sociedad. Gracias a sus recursos
económicos procedentes de la actividad mercantil, formaron el cuerpo de jinetes del ejército y
su influencia en las decisiones políticas fue creciendo. En el 81 a.C. la reforma del Senado
realizada por Sila supuso la incorporación de esta clase a la máxima institución política.
También al grupo de los caballeros pertenecían los que se llegaron a convertir en una clase
social intermedia gracias a su labor de recaudar impuestos.
La base de la pirámide social estaba compuesta por la plebe, los clientes y los esclavos.
En la plebe la situación era diferente entre los que habitaban en Roma, el proletariado urbano,
y los que se dedicaban a las labores del campo, la plebe rústica. A partir del reparto del terreno
público en el 287 y de los logros de la plebe en el conflicto con los patricios, muchos de los
pertenecientes al proletariado sin recursos pasaron a convertirse en pequeños propietarios.
No obstante, la poca productividad y el hecho de que los grandes propietarios prefirieran la
utilización de los esclavos para el cultivo de las tierras, provocó la ruina de los pequeños
propietarios, lo que llevó a buena cantidad de ellos a emigrar a las ciudades.
Los esclavos eran considerados cosas. Su número en la sociedad fue aumentando debido a las
conquistas de Roma y a la venta de los prisioneros de estas como esclavos. Las escasas
condiciones de vida y de trabajo de los esclavos, y su elevado número, condujeron a revueltas
que acabaron en guerras serviles. A causa de los préstamos impagados existía un tipo de
esclavo que había sido libre de nacimiento y también había personas libres que habían sido
esclavos y más tarde liberados, los manumitidos. También estaban los libertos, personas libres
que eran hijos de esclava.
LA EXPANSIÓN DE ROMA: CONSECUENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES
La dinámica expansionista benefició a la clase dirigente, que vio en esta empresa un elemento
para afianzar su poder y desviar la atención del pueblo de los conflictos internos. Sin embargo,
el pequeño y mediano campesinado, que constituía el grueso del ejército, obtuvo perjuicios.
Cuando Roma ocupó Sicilia, la convirtió en la primera provincia romana y los habitantes de la
isla recibieron un nuevo tipo de ciudadanía que denominaron ciuitas libera. En cuanto a las
ciudades griegas, Roma asumió el papel de liberadora de las ciudades griegas, que
mantuvieron su independencia hasta el 146 a.C.
En cuanto a las instituciones, el período de expansión se caracteriza por un aumento del poder
del Senado. Los nuevos territorios hacían crecer sus posesiones y la explotación agraria se
convirtió en monopolio de la clase senatorial. Dentro de la clase senatorial, se establecieron
diferencias entre un grupo de familias que controlaba el poder y el resto de los senadores. El
monopolio del poder en un grupo cerrado provocó la tendencia a crear líneas de actuación
política guiadas por intereses personales y familiares.
La meta política más ambicionada era la del gobierno de las provincias. Abría la posibilidad de
ejercer un control ilimitado sobre poblaciones enteras sin tener que someterse a la autoridad
ejercida por la aristocracia senatorial de Roma. Además, la explotación de las provincias era
una fuente de enriquecimiento personal. Las provincias eran administradas por un pretor y por
un cuestor. Algunas provincias tenían carácter de aliadas, otras disfrutaban de algunos
privilegios y otras eran consideradas stipendiariae, lo cual significaba que debían satisfacer un
impuesto a Roma.
Los súbditos de las provincias no tenían capacidad para defenderse de las injusticias de los
gobernadores. Por otra parte, el control de Roma sobre su gobernación se hacía ineficaz
debido a las distancias. En el año 149 se creó un tribunal para resolver estas cuestiones, pero
su actuación fue apenas válida.
El conflicto social se agrava por el aumento de diferencias entre clases. A las secuelas sociales
del problema agrario sufridas por los campesinos se suma el crecimiento del grupo de los
esclavos.
Uno de los fenómenos característicos de este último siglo fue la apertura de las clases altas a la
cultura y la política helenística. En el aspecto cultural, se abrió a la doctrina filosófica del
estoicismo, que potenciaba una atención especial al individuo, y en el aspecto político, se
acusa la influencia del modelo monárquico griego, lo que contribuyó a conformar un nuevo
concepto de poder basado en la excelencia del individuo concreto. Ahora los protagonistas de
la lucha por el poder eran individuos que basaban su escalada política en el apoyo de otras
clases sociales. El papel del ejército fue decisivo porque apoyaba a sus generales, que
pertenecían a las clases altas y eran los que luchaban por el acceso al poder.
El conflicto entre la aristocracia y los que defendían los intereses del pueblo fue un elemento
de tensión. El acceso al poder de líderes de los dos signos dio lugar a reformas. La reforma de
Mario se dirigió al ejército, consiguiendo que se aprobase una ley que admitía en el ejército a
los proletarios, muy necesitados de ocupación laboral. El avance de los populares fue frenado
por la llegada de la dictadura de Sila (82 a.C.), que intentó restablecer el antiguo orden
republicano y para ello fortaleció el poder del Senado y debilitó el de los tribunos.
César realizó grandes reformas de signo populista. Aumentó el número de senadores dando
entrada a una representación más amplia de algunos sectores de la sociedad. En cuanto al
aspecto social, hay que destacar dos medidas dirigidas a paliar la crisis agraria: realizó un
reparto del terreno público y concedió distribuciones gratuitas de trigo a los habitantes pobres
de Roma.
El proceso fue largo y obtuvo críticas, pero el cambio del esquema político era ya imparable.
El cambio del sistema republicano a uno imperial había que hacerlo sin que el equilibrio
constitucional se rompiera. Esta era la situación a la que se enfrentaba Augusto. La encrucijada
política era cómo conjugar un poder personalista con las instituciones democráticas y con el
respeto a la nobleza.
Así, en el año 27 a.C., Augusto devolvió al Senado y al pueblo los poderes extraordinarios y
restituyó la República. El Senado, a su vez, le renovó sus poderes militares extraordinarios para
la defensa de las provincias. En el año 23 a.C., le concedió las competencias de los tribunos de
la plebe y un imperium que suponía el control sobre las provincias y el ejército.
El ámbito de actuación del Senado quedó reducido a las cuestiones ciudadanas. Entre sus
competencias figuraban la de juzgar los delitos de alta traición y de corrupción pública;
también gestionaba el tesoro del Estado.
Aunque la dedicación principal de los caballeros fue siempre la actividad económica, Augusto
consideró importante asimilarlos a la tarea política. Además de su participación en el ejército,
pasaron a administrar los bienes públicos. El orden de los caballeros fue aumentando en
poderes a la par que Augusto descargaba de autoridad a las magistraturas a favor de un
sistema administrativo.
El peso mayor dentro de esta estructura de poder residía en la administración de todos los
territorios, que eran la fuente de recursos y de problemas de Roma. Esto conllevó la creación
de todo un aparato administrativo. Esta administración se dividió en una central, que regía
Roma, y otra provincial. La administración de Roma pasó a ser terreno de los funcionarios que
el propio emperador designaba.
Además, Augusto creó un cuerpo militar de élite como guardia personal del emperador. Otra
serie de cargos completaban las funciones de administración como el cuerpo de uigiles (policía
ciudadana) o la prefectura de la annona (encargada del aprovisionamiento de trigo).
Las provincias fueron divididas entre aquellas pacificadas, de las que se ocupaba el Senado, y
las que encerraban todavía peligros de invasión o rebeliones, que quedaron a cargo del
emperador. Algunas provincias se confiaron a los procuradores del orden ecuestre, como las
de reciente conquista o aquellas que a Augusto le interesaba gestionar directamente. Todo
este aparato necesitaba una gran cantidad de recursos que, en parte, suministraban los
impuestos con que se gravaba a las provincias.
En cuanto al ejército, su dimensión había crecido y se inauguró la propaganda política de la paz
en todo el Imperio, para la que se necesitaba a los ejércitos como defensa.
Los repartos de trigo fueron otra de las reformas de la época. Aumentaron en cantidad, pero
disminuyeron en frecuencia con el fin de que la plebe no se estancara en la comodidad.
Además, la plebe recibió ayudas económicas y se intentó desviar la atención a sus problemas
con juegos financiados por el emperador.
EL ALTO IMPERIO
A lo largo del Alto Imperio los cambios existieron y acabaron determinando la crisis en la que
se vio sumido el Imperio durante el siglo III. Durante este período, la sociedad estaba dividida
en dos estratos: los honestiores o clases altas y los humiliores o clases bajas. Los estratos altos
estaban compuestos por ordines, unidades sociales cerradas y corporativas. Los más bajos se
jerarquizaban según su dedicación laboral, su condición jurídica y su grado de ciudadanía.
El orden senatorial: era el más alto estamento. A lo largo del Imperio habían entrado a
formar parte de él miembros de las clases altas itálicas y de las provincias, aunque
seguían existiendo diferencias con los miembros pertenecientes a la antigua nobleza.
Los decuriones: a este orden pertenecían los miembros de la curia de las ciudades. Se
exigía también una determinada renta. La pertenencia a la curia era hereditaria y el
acceso a sus magistraturas suponía grandes gastos.
Los Augustales: es un grupo intermedio entre los dos grandes estratos. Se trataba de
libertos que habían amasado pequeñas fortunas y que aspiraban a ser reconocidos
socialmente. No podían acceder a las magistraturas locales, pero se asociaron en
colegios con los que ganaban prestigio social y a cambio contribuían con impuestos.
La plebe: el emperador se erigía en defensor y representante de la plebe, pero como
los cargos eran designados por él, los comicios de la plebe habían quedado sin poderes
reales. Alguna vez algún emperador se apoyó en la plebe para enfrentarse al Senado.
Los esclavos: eran considerados como una propiedad. En ellos se consideraba tan solo
el factor productivo. Una situación diferente era la de los que habían adquirido esta
condición por el impago de deudas. Su trato era distinto y en el momento en que la
deuda era satisfecha, recuperaban su condición de ciudadanos libres.
A comienzos del siglo II, se originó una crisis que abarcaría todo el siglo III. Las guerras
mermaban la economía y la crisis demográfica dejaba a los campos y al ejército sin hombres.
La utilización de bárbaros para repoblar las fronteras creó un elemento peligroso. La recesión
económica afectó a las ciudades y el Estado tiene graves problemas con la inflación monetaria.
Toda esta situación y la intervención del ejército para controlarla, estableciendo monarquías
absolutas, tuvo consecuencias en el orden social, en el que se acentuó el contraste entre ricos
y pobres. A los fracasos en política exterior siguió la falta de esclavos, ante lo cual los
propietarios recurrieron a los colonos. Los colonos se establecían en las propiedades de los
latifundistas y trabajaban a cambio de parte de la cosecha. El endurecimiento de las
condiciones de trabajo provocó el abandono de las tierras por parte de los colonos.
La clase privilegiada concentra en sus manos la riqueza y constituye una nueva aristocracia
latifundista. Los senadores se desentienden cada vez más de sus quehaceres políticos y el
poder político de la administración recae en manos del orden ecuestre.
EL BAJO IMPERIO
Cuando Diocleciano llegó al poder, la situación del Imperio era crítica. Él y Constantino
emprendieron una reforma que comenzó por la implantación de la tetrarquía. Este nuevo
sistema se asentó en una base administrativa del Imperio.
La reforma de Diocleciano supuso un mayor control del Estado sobre las ciudades, pues
procuraba, mediante la descentralización de las funciones, mantener la unidad política del
Imperio. También se introdujeron medidas económicas, monetarias y fiscales, que paliaron la
crisis financiera, y una reforma del ejército, que estabilizó la situación de la política exterior.
Tras la muerte de Diocleciano, se sucedieron unos años de revueltas hasta que comenzó el
reinado de Constantino. Este emperador, continuando la política de su antepasado, consiguió
estabilizar el Imperio y en 324 dio un paso que llevaría a la división del Imperio: la fundación de
Constantinopla. Por otra parte, con su conversión al cristianismo, se consolida el poder de la
Iglesia. Las diferencias sociales se fueron acentuando cada vez más entre ricos y pobres.
La clase más alta continuaba siendo la senatorial. Aunque ya quedaban pocos miembros de la
vieja aristocracia y sus poderes políticos efectivos habían sido reducidos, las grandes fortunas
que poseían y el prestigio social que los seguía haciendo depositarios de la tradición romana,
los mantenía en la cumbre del poder. Cuando Constantino fundó Constantinopla, convirtió la
curia de aquella ciudad en un segundo Senado.
Los decuriones sufrieron una gran pérdida de poder. Los curiales debían seguir manteniendo
las prestaciones que realizaban hasta entonces y estaban obligados a satisfacer al Estado un
impuesto y a recaudar los que correspondían a la comunidad. Muchos intentaron dejar sus
puestos, pero se les prohibió hacerlo.
En el 368, surgió la figura del defensor de la plebe, cuya misión era defender a la plebe y
controlar la administración de la ciudad.
En cuanto a la situación rural, el régimen del colonato fue la fórmula de más éxito. El colono
pasó de ser un arrendatario independiente a un campesino dependiente de la tierra, cuya
condición era hereditaria y que acabó en algunos casos convirtiéndose en propietario de su
parcela. No obstante, sus duras condiciones de trabajo llevaron a los campesinos a abandonar
sus tierras.
Finalmente, hay que tener en cuenta un componente social que penetró en los últimos años
del Imperio a través del ejército y de la administración civil: los bárbaros. La presencia bárbara
agudizó las tensiones políticas entre la clase dirigente y las aristocracias provinciales con
pretensiones autonomistas. Se propiciaron también las usurpaciones de los jefes militares y la
masa se organizaba para defender sus intereses en contra del Estado.
CONCEPTOS GENERALES
En la República, cuando la importancia de la gens como grupo político había desaparecido, fue
la familia la que asumió la función integradora dentro de la sociedad romana.
Los miembros de la familia se distribuyen en dos categorías: los sui iuris, es decir, las personas
libres de una autoridad ajena, y los alieni iuris, las personas sometidas a la autoridad de otro.
Las relaciones de parentesco podían ser de carácter civil o de carácter natural. El parentesco
civil estaba formado por los agnados, es decir, los descendientes por vía masculina de un
mismo antepasado. El parentesco natural lo constituían los cognados, las personas
descendientes unas de otras sin distinción de sexo.
EL PATERFAMILIAS
Era el jefe único, que concentraba todos los poderes de la familia. Le correspondía ofrecer los
sacrificios, las ofrendas y preces cotidianas ante el altar de los dioses Lares, así como mantener
el culto de los Manes y Penates. También tenía la facultad de juzgar a los miembros de la
familia con derecho de vida o muerte, y estaba facultado para disponer de la hacienda familiar.
En virtud de la patria potestad, en sus manos quedaba aceptar o rechazar al hijo recién nacido.
Sin embargo, estaba obligado a criar a los varones y a la primera hija. La patria potestad cesa
por la muerte del cabeza de familia, si este pierde los derechos de ciudadanía o si era cogido
prisionero. Esta autoridad no se ejerce cuando sus hijos eran sacerdotes y sus hijas vestales.
LA MATERFAMILIAS
La madre gozaba de respeto. La matrona romana, que observaba las costumbres tradicionales,
era austera en su porte exterior y comedida en sus palabras. Era la compañera del marido,
quien la consultaba en sus decisiones. Hilaba y tejía, pero no trabajaba en las faenas duras de
la casa. Gobernaba el hogar, cuidaba de la educación de los hijos y recibía las visitas. Aunque
pasaba su vida en el recinto de la casa, gozaba de cierta libertad que le permitía salir a los
baños y diversiones públicas.
En los primeros tiempos, la mujer, al casarse, pasaba del poder del cabeza de familia al del
esposo. Sin embargo, en los últimos tiempos de la República, la mujer continuaba
dependiendo de la autoridad paterna, hecho que la permitió ser dueña de sus decisiones y
conseguir una situación de igualdad en su matrimonio.
ETAPAS DE LA VIDA
Para los romanos, las etapas de la vida se pueden distribuir así: infantia, hasta los siete años;
pueritia, hasta los diecisiete; adulescentia, hasta los treinta años; iuuentus, hasta los cuarenta
y cinco años; senectus, hasta sus últimos días.
NACIMIENTO E INFANCIA
Los romanos atendían a los niños y procuraban darles una educación esmerada para formarlos
como buenos ciudadanos, amantes de las tradiciones y respetuosos con los dioses y con la
familia.
Los primeros años de su vida los pasaba el niño junto a su madre y su nodriza. Cuando no tenía
hermanos se le buscaba un compañero de juegos entre los esclavos. La enseñanza en esta
primera época se centraba en el aprendizaje de la lengua, la lectura, la escritura, el dibujo, la
pintura y el modelado. Esta educación inicial dependía de la madre, pero cuando las
costumbres helénicas comenzaron a introducirse en la vida romana, los hijos se fueron
entregando a nodrizas griegas.
En el inicio de la vida del niño adquieren relevancia dos días: el dies natalis y el dies lustricus.
El primero celebraba el día del nacimiento. Era un día de fiesta familiar. Los amigos solían
obsequiar a los festejados con regalos. A fin de que el parto llegara a buen fin, durante el
embarazo se invocaba a Juno. El niño, apenas nacido, era depositado en el suelo y el padre lo
recogía y lo levantaba, reconociéndolo como suyo. Así, el niño quedaba admitido en la familia.
El segundo era el día de la purificación. Con ello el niño quedaba incorporado a la familia como
sociedad religiosa. A los ocho o nueve días del nacimiento, según fuese niña o niño, se
verificaba la ceremonia sagrada de su purificación e imposición del nombre, consistente en un
sacrificio a los dioses, después del cual se ofrecía un banquete. El día en el que se le impone el
nombre es también el momento en que recibe la bulla, el colgante característico de los niños
romanos y que se llevaba hasta la adolescencia.
NIÑEZ
ADOLESCENCIA Y JUVENTUD
El paso de la niñez a la adolescencia está marcado por una ceremonia. Ante el dios del hogar,
el muchacho se desprende de las insignias anteriores y se viste con la toga viril, lo que tiene un
valor simbólico: el muchacho ya no necesita la protección de los suyos. Llegado a esta edad, se
dedica a la administración de los bienes familiares hasta que le llega la obligación del servicio
militar o prosigue sus estudios.
Antes del matrimonio solían celebrarse los esponsales, es decir, la promesa recíproca de futuro
matrimonio que solían concertar los padres de los prometidos, generalmente con fines de
conveniencia. El acto se sellaba mediante las arras, a la vez que se señalaba la dote. Después
se celebraba una comida familiar y la prometida recogía los regalos que le habían enviado.
El objetivo principal del matrimonio era la procreación. Por esta razón, la sociedad limitaba los
derechos de los célibes. La unión estaba consagrada por la religión del Estado y tenía un
carácter indisoluble. Para que existiera matrimonio legítimo tenían que darse en los
contrayentes dos requisitos: capacidad natural y capacidad jurídica. Además se requería el
consentimiento del cabeza de familia y en época imperial el consentimiento de los esposos. La
capacidad jurídica requería que ambos contrayentes fueran libres y ciudadanos.
El derecho romano fijó una serie de impedimentos que hacían imposible el matrimonio cuando
existía entre los contrayentes relación de parentesco, la existencia de otro vínculo y el voto de
castidad. Hasta el 445 a.C. estaba prohibido el matrimonio entre patricios y plebeyos.
La ceremonia de bodas en que la mujer pasaba a estar bajo la autoridad del marido (in manu)
podía verificarse de tres maneras:
1) Per confarreationem: cuando los novios pertenecían a la clase patricia. Consistía en
sacrificar a Júpiter un carnero y ofrecerle una torta.
3) Per usum: consitía en hacer válido el matrimonio cuando se presumía que los cónyuges
habían vivido juntos durante un año.
Con respecto al tipo de matrimonio tras el cual la mujer seguía bajo la autoridad del padre
(sine manu), fue el recurso al que se acogía el paterfamilias con objeto de procurarse
descendencia legítima sin necesidad de establecer un vínculo civil entre su familia y su esposa.
El matrimonio sine manu fue el único vigente a partir del siglo I d.C.
El ceremonial de la boda romana era muy rico, aunque en esencia consistía en la conformidad
de los contrayentes simbolizada en la entrega de la novia a la casa del esposo.
El divorcio fue muy raro al principio de la República. Pero con la relajación de las costumbres
tradicionales, el escepticismo religioso y la disminución de los derechos del esposo sobre la
esposa, esta práctica fue creciendo. Aunque en los matrimonios efectuados in manu era el
varón el único que tenía el derecho de anular la unión, cuando se fueron generalizando los
matrimonios sine manu la mujer gozó de la misma prerrogativa.
VEJEZ
El paso a las etapas posteriores de la vida no se señala con ningún ritual. Quizá la única manera
de reconocer una frontera entre la juventud y la vejez la podríamos encontrar en los usos del
ejército, que distingue a las personas de la vejez, solo movilizadas en caso de extremo peligro.
Sin embargo, no hay límite de edad para el ejercicio de las magistraturas, porque en Roma se
considera que la sabiduría tiene su fuente principal en la experiencia y porque los hombres
más mayores no poseen ya la ambición excesiva que podía resultar perjudicial en el manejo de
la cosa pública. Así pues, los mayores son tratados con respeto.
Para mantenerse en las mejores condiciones, a los hombres de edad se les aconsejaba un
ejercicio físico moderado y abundante ejercicio intelectual. Cuando ya están demasiado
cansados, su ocupación consiste en atender a la vida familiar y a los nietos.
MUERTE Y FUNERALES
No observar los ritos de los funerales en Roma significaba condenar a las almas a vagar por el
mundo de los vivos y a atormentar a los que les sobrevivieron. Hay distintos ritos funerarios:
a) Animan afflare: creían los romanos que al morir salía el alma por la boca. Por esto el
pariente más próximo recogía el último aliento con un beso.
La exposición del cadáver duraba más o menos según la condición del fallecido. Después, se
celebraba el funeral. Los funerales podían ser de dos clases:
Funus translaticium o funeral ordinario: eran invitados los amigos del finado.
En la inhumación, los restos mortales eran llevados dentro de un ataúd. Los cadáveres de los
hombres ricos eran encerrados en sarcófagos y los pobres eran enterrados en una fosa común.
En la incineración, el cuerpo del difunto junto con sus objetos más queridos era colocado sobre
una pira a la que se prendía fuego. Una vez consumido, los parientes del muerto se acercaban
a recoger las cenizas con una urna que se depositaría en un sepulcro. Después se hacía una
ceremonia de purificación.
Las tumbas solían situarse a ambos lados de las vías que salían de la ciudad. Estaban a veces
adornadas con pinturas o relieves y tenían cavidades subterráneas para colocar los sarcófagos
y urnas cinerarias. Las clases humildes para disponer de una sepultura digna se reunían en
asociaciones funerarias, que construían tumbas comunes con nichos.
En los aniversarios, los romanos llevaban a las tumbas flores, comida y bebida, y además cada
año se consagraba una semana a los parientes difuntos.
INDUMENTARIA
Los romanos vestían de manera sencilla. Los tejidos más corrientes eran la lana, el lino y el
algodón. La gente modesta usaba lanas de color pardo y las personas pudientes preferían el
color crudo o colores vivos. En época imperial se puso de moda un tejido ligero hecho con el
capullo de un gusano de seda.
En los primeros tiempos, el varón usaba en Roma como ropa interior un calzón y una camisa
de lino, encima de los cuales se ponía la túnica.
La túnica era una prenda para la casa o para el campo. Se componía de dos piezas de lana
cosidas, que dejaban un paso para la cabeza y para los brazos y se ceñían con un cinturón. Los
hombres solían llevarlas sobre las rodillas y las mujeres por debajo, mientras que las de los
militares eran las más cortas. Su forma y su materia solía variar según sexo y clase social. A
veces se llevaban más túnicas. La túnica podía ser de dos clases, la recta, blanca y sin adornos,
que es la de uso común; y la clauata, con unas franjas de púrpura, de caballeros y senadores.
La toga era el vestido nacional y simbolizaba la dignidad del ciudadano. De ordinario era de
lana blanca, pero en caso de luto o no poder pagar el blanqueo, era de color oscuro. Tomó
forma semicircular. Con el tiempo se reservó para los actos solemnes, la corte, la tribuna, el
circo o el teatro. De ordinario no llevaba ornamentos. Existían distintos tipos de togas:
Praetexta: en su borde llevaba una franja púrpura y era usada por sacerdotes,
magistrados, senadores, jóvenes distinguidos y muchachas solteras.
La trábea: la usaban los censores en los funerales y los cónsules en las solemnidades,
así como los augures y los emperadores.
La synthesis: se colocaba sobre la túnica para estar en casa, en los banquetes y en las fiestas de
las Saturnales. El sagum fue una prenda militar, abrochada con una hebilla, de lana gruesa,
aunque podía ser de un tejido más fino en las épocas templadas. Lo utilizaban también los
labradores y los pobres.
El pallium: se ponía sobre la túnica, de manera más sencilla y corta que la toga.
La paenula: capa hasta las rodillas y que se ponía sobre la toga. Llevaba un capuchón.
De ordinario los romanos llevaban la cabeza descubierta y cuando era necesario cubrirla lo
hacían con una parte de la toga. No obstante, se emplearon varios géneros de sombrero, como
el petasus, un sombrero de alas anchas para protegerse de sol y lluvia durante los viajes.
En cuanto al calzado, no hubo diferencia entre los utilizados por hombres y mujeres, si bien los
modelos femeninos solían ser más refinados y elegantes. El calceus era el calzado nacional del
ciudadano romano, que cubría por completo el pie. Su forma y color variaron según la
condición de las personas y las distintas épocas. Los perones era un calzado alto de cuero y
forma similar a la de los calcei, empleado especialmente por los aldeanos para el lodo. Las
soleae o sandalias eran un calzado ligero que se utilizaba en el interior de la casa.
No se usaban las medias ni los calcetines, pero sí cintas con que se vendaban las piernas y que
recibían los nombres de fasciae crurales o fasciae tibiales para las pantorrillas y feminalia o
femoralia desde la cadera hasta las rodillas.
La túnica interior o camisa interior era la prenda que llevaba la mujer sobre la piel. Debajo o
por encima podían llevar una banda para sostener el pecho.
Los aderezos de las mujeres eran muy variados: brazaletes, anillos… Las matronas gustaban del
oro y de las piedras preciosas. En cuanto a los tocados, las jóvenes solían llevar el pelo
recogido con un nudo o con trenzas. Las matronas lucían peinados más complicados. También
era frecuente el uso de perfumes.
Para el romano el día estaba dividido en la mañana, que es el tiempo de la actividad, y la tarde,
que es el tiempo del descanso.
El saludo era el primer acto de la mañana. Los padres recibían el saludo de sus hijos y los
clientes saludaban al patrón, le enteraban de los asuntos, le pedían consejo y le presentaban el
cestillo, que se llenaba con alimentos y provisiones. Más tarde esta ayuda fue reemplazada por
una suma de dinero. El saludo duraba unas dos horas y después se tomaba el desayuno, que
solía consistir en pan mojado con vino, miel, dátiles y aceitunas.
Las horas de trabajo eran las horas destinadas a los negocios y visitas. Se llevaban a cabo hasta
el mediodía, cuando se tomaba una comida que consistía en legumbres y fruta.
Ya por la tarde, era la siesta. Después de la siesta, se iban al Campo de Marte y a las termas o
baños. En el Campo de Marte se jugaba a la pelota o se practicaban ejercicios diversos.
La cena era la comida principal del día. Al principio solo consistía en legumbres, pero fueron
introduciéndose otros manjares y en tiempo del Imperio la cena llegó a durar hasta cuatro
horas. Tanto el servicio como la distribución de los comensales en torno a la mesa se
establecían de forma ceremonial. El menú solía tener tres partes: entremeses, primero,
segundo y tercer plato, y postres. Se bebía vino mezclado con agua. Entre el último plato y los
postres se colocaban sobre la mesa las estatuas de los Lares y se hacían libaciones
pronunciando palabras de buen augurio.
Los romanos de época imperial añadieron después otra comida, la sobremesa, a veces con
caracteres de orgía, que podía prolongarse hasta el día siguiente. En ella, los comensales se
ponían guirnaldas y perfumes, conversaban y brindaban conforme a un protocolo que dictaba
la persona que presidía el banquete.
La división del día en horas no se introdujo en Roma hasta el comienzo del siglo III a.C., época
en la que se colocaron los primeros cuadrantes solares. Las doce horas del día se repartían
entre el amanecer y el crepúsculo y las doce horas de la noche se contaban desde el
crepúsculo al amanecer. En consecuencia, la duración de la hora romana varió según los días
del año y la hora diurna nunca tuvo la misma duración que la nocturna salvo en los
equinoccios.
Como instrumentos para medir el tiempo, usaban dos clases de relojes: el de sol y el de agua.
EL CALENDARIO
El primer calendario romano lo creó Numa Pompilio, basándose en el período de tiempo que
transcurre entre dos fases de luna nueva consecutivas. Cada período comprendía 29 días y
medio, cifra que, multiplicada por los doce meses establecidos, daba un total de 354 días al
año. Se producía cada año un retraso de once días, diferencia que Numa intentó salvar
añadiendo cada dos años un mes de 22 días. El año de Numa comenzaba con el mes dedicado
a Marte, que por ello recibió el nombre de marzo.
En el año 46 a.C. Julio César estableció el calendario juliano, que mantenía la división en doce
meses, pero añadía en cada uno un número de días a fin de que el total coincidiera con los 365
días del año solar.
En cuanto a la distribución del mes, lo fraccionaban en tres partes. El primer día del mes era el
de las Kalendae, el día de la luna nueva, consagrado a Juno. Además, se celebraba en él la
reunión de los sacerdotes para determinar los días fastos y nefastos, y se proclamaban las
Nonae, así llamadas porque recaían siempre en el día noveno antes de las Idus, fecha que
coincidía con la luna llena y estaba dedicada a Júpiter. Para calcular las fechas, se tomaba
como referencia los días de las Kalendas, Idus y Nonas próximas, con un cómputo inclusivo con
relación a los días anteriores.
a) Ludi uotiui: si se celebraban una sola vez con motivo de una calamidad pública o algún
acontecimiento nacional.
b) Ludi stati: fijos en el calendario oficial para honrar a los dioses o para rememorar
hechos importantes del pasado.
Los juegos circenses comprendían carreras de carros y caballos. La carrera de carros consistía
en dar siete vueltas alrededor de una pista. La victoria era del que pasaba el primero una línea
marcada en tierra. Las carreras pedestres eran menos importantes.
Roma tenía para estas carreras dos circos, el Circus Maximus y el Flaminius. El circo o
hipódromo romano era un rectángulo. En los lados más largos estaban las graderías. Las
cuadras o cocheras eran unos espacios techados de donde salían los carros para la carrera. La
espina era un muro situado en medio de la arena del circo, dividiéndolo en dos mitades. Los
coches daban vueltas en torno de la espina.
El director de los juegos solía ser un magistrado, si tenían un carácter oficial. En otro caso
asumía esta función el empresario que organizaba los juegos.
El auriga era el conductor del vehículo. Solían ser los esclavos o plebeyos, pero los protegían
los grandes personajes y gozaban del favor del pueblo. Los vencedores eran muy festejados y
obtenían grandes beneficios. Los aurigas profesionales se entrenaban. Los hijos de padres
nobles y libres tenían por cosa indigna exhibirse en los circos, pero se ejercitaban en juegos de
carácter militar.
Gran importancia social alcanzaron los partidos, que eran asociaciones que procuraban a los
organizadores de los juegos carros, caballos y aurigas. Se distinguían unos de otros por el color
de la túnica que vestían los conductores.
Las naumaquias o combates navales también se celebraban en los anfiteatros romanos. Para
ello, se convertía la arena en una piscina. Eran batallas reales que procuraban que compitieran
con las históricas. Los dos bandos vestían y peleaban conforme a las costumbres de los
pueblos que representaban.
Las cazas fueron diversión favorita del pueblo romano en la época del Imperio. Se hacían venir
de los países lejanos animales exóticos, que se enfrentaban a los hombres o entre ellos.
El anfiteatro y el circo se emplearon también para las ejecuciones de los criminales y para las
representaciones que terminaban con el suplicio y muerte del protagonista. En los mismos
lugares, fueron martirizados los cristianos.
El anfiteatro era de forma oval y alcanzaba varios pisos. El público se disponía en las gradas. En
la parte superior se sostenía un toldo que protegía de las inclemencias del tiempo. El más
importante fue el anfiteatro Flavio o Coliseo. La arena era la plaza del anfiteatro donde se
celebraban los juegos. Por debajo de ella había construcciones subterráneas destinadas a
jaulas para fieras y a salas de máquinas.
Los gladiadores solían ser criminales o prisioneros de guerra. La mayoría luchaban por parejas,
conforme a la manera peculiar de sus países y con su traje nacional. Eran entrenados en
escuelas especiales, sujetos a una disciplina muy severa y a ejercicios físicos duros. Las armas
de los gladiadores eran un casco o yelmo y un escudo. Había distintos tipos de gladiadores:
Los myrmilones: combatían contra los reciarios con escudo, una hoz o armas pesadas.
Los bestiarios: vestían muy ligeramente, sin más armas que la lanza o la espada, y
combatían contra fieras.
Las representaciones teatrales fueron las diversiones más nobles de los romanos, si bien las
menos favoritas del pueblo bajo. Esta clase de juegos se iniciaron en Roma en el año 364 a.C.,
con ocasión de una epidemia, para remediar la cual se hicieron venir actores etruscos que
cantaban al sol de la flauta. Estas representaciones eran pantomimas sencillas y de pobre
argumento. Livio Andrónico, en el 240 a.C., introdujo los argumentos de los autores
dramáticos griegos y vistió a los personajes con el manto griego, dando origen a las comedias y
tragedias palliatae. Nervio introdujo la toga romana, estableciendo así las comedias y tragedias
togatae o de carácter romano. El genio cómico de los romanos se evidenció a través de otras
representaciones menores:
Atellanae: farsas atelanas. Eran comedias chistosas que parodiaban la vida de campo y
de la ciudad. Sus personajes encarnaban papeles de repertorio: el anciano ridículo, el
jorobado…
Mimi: mimos. Eran representaciones cómicas. Uno de sus fines era el de ridiculizar a
los personajes romanos.
Los actores se agrupaban en compañías dirigidas por alguien, que hacía de empresario. El que
representaba el personaje principal recibía el nombre de pantomimo: llevaba el peso de la
obra y era el encargado de entonar las canciones. Habitualmente, unía a sus interpretaciones
una exagerada gesticulación. Por lo general, solo los varones subían a un escenario e
interpretaban los papeles femeninos. Lucían máscaras y una indumentaria que facilitaban su
identificación. El calzado era otro elemento de caracterización de los personajes.
Las primeras representaciones se celebraron al aire libre, sobre un tablado, en torno al cual se
agrupaban los espectadores. Pronto estos escenarios se convirtieron en teatros desmontables
y se fueron enriqueciendo. En el 55 a.C. se construyó el primer teatro fijo de piedra.
El teatro romano representa una evolución tardía del griego y se dividía en scaena, orchestra y
cauea. Llamaban scaena al escenario o plataforma rectangular donde se celebraba la
representación. Tenía en el fondo un decorado que variaba en función de la obra
representada. El proscenio era un estrado bajo entre el escenario y el público, desde donde
hablaban los actores. El pulpitum era la tribuna que se levantaba a un lado del proscenio,
destinada a los actores que tenían que recitar. La cauea era el conjunto de graderías
destinadas al público. Estaba dividida en tres semicírculos: la cauea ima, u orchestra, destinada
a los senadores, la cauea media, destinada a los caballeros y nobles, y la cauea summa,
ocupada por la plebe. Los romanos dispusieron encima de la cauea un techado para
protegerse de los rayos del sol, y en las proximidades se construyeron edificios cubiertos
donde los espectadores pudieran cobijarse de la lluvia.
LA CASA ROMANA
Se podían distinguir tres clases de viviendas: la domus o casa individual, ocupada por
miembros de las clases elevadas; la insula, un bloque de viviendas ocupadas por los estratos
menos adinerados; y la uilla, que podía ser rústica o urbana. La rústica estaba concebida para
la explotación de las posesiones agrícolas del dueño. La urbana era una mansión de lujo.
Sin embargo, los primeros habitantes de Roma construían cabañas ovaladas. Después, por
influencia de los etruscos, la casa adoptó una planta cuadrangular y se organizó alrededor de
una sola pieza, el atrium. A partir de este modelo se desarrolló la domus.
LA DOMUS
Es la típica casa romana, la que refleja la vida familiar característica de aquel pueblo y que
estaba adecuada a las necesidades del paterfamilias. A partir del siglo II a.C., por influjo de la
cultura griega, se amplió con el peristylium.
La casa romana se componía de dos partes principales: el atrium y el peristylium. El aire y la luz
entraban en las habitaciones por el atrium, abierto en su parte central, y por el jardín. Las
ventanas exteriores son raras, pequeñas, abiertas irregularmente, sin encuadramiento
exterior. La casa romana era normalmente de un solo piso. Las habitaciones delanteras sirven
para recibir a los extraños, por lo que exhiben mayor lujo. Las habitaciones en torno al peristilo
están reservadas a la intimidad y son pequeñas y poco decoradas.
Gran importancia revestía el tablinum. Era una habitación destinada al paterfamilias para
recibir visitas y trabajar en sus asuntos. Estaba situado entre el atrio y el peristilo. En él se
guardaban los códices o pergaminos de la familia y el dinero. En torno del atrio había otras
habitaciones. Algunas, con acceso a la calle, se habilitaban como tiendas. Otras se dedicaban a
alcobas, habitaciones de servicio y comedores sencillos.
Existía también un corredor que ponía en comunicación el atrio y el peristylum. A veces, eran
dos, uno a cada lado del tablinum.
El peristilo era la parte más interior de la casa y consistía en un jardín rodeado de un pórtico.
Tenía en medio una piscina o estanque rodeado de plantas. Además, se veían estatuas, obras
de arte, columnas... Alrededor se construyeron habitaciones, por lo general destinadas a
dormitorios. A veces tenían una antecámara en la que dormía un esclavo de confianza.
En esta parte más interior de la casa se hallaban otras habitaciones, como un salón de
recepción. A su lado podía situarse el comedor o comedores. La cocina no tuvo un lugar fijo en
la casa romana. Las cellae eran cuartos destinados a dormitorios de esclavos o despensas. En
las casas de familias acomodadas, había cuartos destinados al baño.
LA INSULA
La planta baja albergaba las tiendas que surtían a los ciudadanos. Los propietarios solían vivir
en el piso de arriba. Los comercios se señalaban con un rótulo ilustrado con grabados alusivos
a su actividad. En algunas ocasiones, la planta baja estaba alquilada a un único propietario,
quien la ocupaba en compañía de su familia.
El agua corriente y la calefacción no llegaron nunca a este tipo de edificios. Las ventanas se
cubrían con telas o pieles. El peligro que acechaba a estas edificaciones era el fuego.
LA UILLA
Hasta los últimos años de la República, los romanos acostumbran a vivir en la ciudad, pero más
tarde se instaurará la moda de las casas de campo. Estas pueden ser de dos tipos según sus
funciones: las uillae urbanae o fincas de recreo y las uillae rusticae o granjas.
Los grandes propietarios, aunque hacían su vida en la ciudad, se retiraban ocasionalmente a
sus fincas del campo con la familia. Además, enviaban allí a sus hijos para que se educaran
lejos de los vicios de la ciudad y para acostumbrarlos a las tareas agrícolas. Ellos mismos,
cuando llegaban a la vejez, con frecuencia buscaban en ellas gozar de tranquilidad.
La villa urbana era la residencia de los dueños cuando acudían al campo. Estaba pensada para
la comodidad y para que reflejara los gustos y fortuna del propietario. Las estancias solían ser
lujosas y estar decoradas. Las habitaciones se agrupaban en bloques comunicados por medio
de un corredor. Además de las habitaciones para dormir, también las había para leer o para
reposar durante el día. No faltaban tampoco ni la biblioteca ni la pinacoteca. También había
dependencias dedicadas a los baños, una piscina exterior y un espacio para hacer gimnasia.
La villa estaba rodeada de un terreno habilitado en parte como huerto y en parte como jardín,
en el que se colocaban bosquecillos ornamentales, estatuas, fuentes... Había paseos para
recorrer a pie, a caballo o en litera. Algunas uillae contaban con un hipódromo.
La villa rústica debía estar situada en una parcela que tuviera buen clima, buena tierra y fácil
acceso. Era el lugar donde vivían los criados dedicados a los trabajos del campo bajo la
supervisión del capataz. Los sirvientes tenían sus propias habitaciones, alguna destinada a los
enfermos e incluso un calabozo. Su centro era una cocina que servía como lugar de reunión y
de trabajo. Había varios corrales con pilas, alrededor de los cuales se estructuraban las
distintas dependencias. La villa rústica tenía construcciones adyacentes que se utilizaban como
almacenes. Además, existían cobertizos para las herramientas.
Si la villa estaba alejada de la ciudad, contaba con todo lo necesario para fabricar o reparar las
herramientas, los elementos de construcción y hacer el mantenimiento diario.
En caso de que los propietarios solo contasen con una uilla rusticae, dentro del edificio
destinado para vivienda se hacían reservar las mejores habitaciones.
Roma fue un pueblo pragmático, de ahí que hasta muy tarde no tuviera en cuenta las
cuestiones teóricas sobre el urbanismo, concretamente hasta que Vitrubio escribió De
Architectura. El influjo del mundo etrusco se percibe en el rito de la fundación de las ciudades,
operación que dirigían los augures con tres actos: inauguratio, orientatio y consecratio; y en la
adopción de sus técnicas de construcción, como el uso del arco y la bóveda.
La inauguratio es el rito según el cual, tras la consulta de los augurios, se procedía a señalar el
sitio en que la ciudad había de ser levantada. La orientatio consistía en delimitar las partes
internas de la ciudad. Por último se procedía a la consecratio, la consagración a las divinidades
protectoras del lugar.
Los romanos supieron utilizar los recursos artísticos buscando más impresionar por la majestad
y el poder que por la emoción estética. En Roma se diseñaron los enclaves monumentales con
un trazado geométrico: se constituyeron en primer lugar los foros, que fueron aumentando en
dimensiones y en ostentación. Además, los palacios, los templos, las termas, los anfiteatros y
los circos constituyeron verdaderas composiciones urbanísticas.
El auge que la ciudad de Roma experimentó atrajo hasta ella forasteros, lo que dio origen a la
escasez de vivienda. Las casas se levantaron al azar y las irregularidades del suelo obligaron a
calles serpenteantes, estrechas y anárquicas. Las casas de los barrios populares eran de
materiales débiles, lo que provocaba derrumbamientos e incendios.
Con todo, Roma tenía edificios públicos admirables y obras de saneamiento, suministro y
comunicaciones: puentes, acueductos, una red de cloacas... Estas construcciones
contribuyeron a mejorar las condiciones sanitarias de la ciudad. Es de señalar también la
importancia de la estatua como elemento de decoración.
Hasta el final del siglo IV a.C., Roma se abastecía del agua de pozos y manantiales, así como la
de lluvia, pero en el 312 a.C., se construyó el primer acueducto. Sin embargo, esta abundancia
de líquido no llegaba al romano de condición humilde. La mayoría de estos miles de litros iba a
parar a las termas y fuentes públicas y a las clases favorecidas.
En cuanto a los sistemas evacuatorios, existían letrinas privadas que descargaban en las
alcantarillas o en puntos negros, y públicas, situadas en las termas y que se descargaban con el
agua de los baños. El sistema de alcantarillado recogía el agua de lluvia, la que se vertía desde
las termas y la residual de casas y vías. Discurría bajo las calles, pero carecía de sifones para
evitar el escape de gases, los malos olores o las explosiones.
El ciudadano romano necesitaba lugares de esparcimiento: los edificios destinados a los
grandes espectáculos, los baños públicos, los paseos y los pórticos.
Los baños eran lugares para dar paseos, celebrar reuniones o establecer citas. En ellos el
ciudadano romano encontraba distracciones de orden físico e intelectual, como masajes,
juegos deportivos, bibliotecas… Se encontraban allí también personas ociosas sin otras miras
que curiosear y pasar el tiempo, y rateros. Acudían igualmente a las termas mujeres de dudosa
reputación, aunque estaba en orden la separación de sexos.
Los lugares más propicios para deambular eran los jardines, el Foro, las grandes vías y los
pórticos. El Foro seguía siendo el centro de Roma. Allí estaba situado el comercio de lujo y por
la tarde era lugar de paseo. Aunque el centro de la ciudad resultaba pobre en jardines, esta se
hallaba bordeada por parques. Estos lugares que en un principio fueron públicos pasaron a ser
propiedad del emperador, quedando solamente algunos para uso público.
Los pórticos eran pasajes cubiertos que bordeaban la vía pública y estaban destinados al
tránsito de los peatones, aunque también se adosaron lugares para pasear a caballo. Estaban
adornados con estatuas e incluso se enriquecían a veces con templos, bibliotecas y salas de
reuniones.
Entre el siglo IV a.C. y finales del siglo III a.C., podemos reconstruir los rasgos de una tradición
pedagógica en la época arcaica, una tradición que será evocada como ideal a fines de la
República y en época augústea. Se trata de una rememoración idealizada del primitivo romano
sobre el cual se asentaría la grandeza de Roma. Cuatro rasgos de la tradición educativa de la
época arcaica son: carácter doméstico y familiar, sentido pragmático, inculcación de las
costumbres de los antepasados (mos maiorum) y proyección en la vida pública.
En la primera infancia, la formación de los hijos basculaba sobre la figura de la madre, asistida
por alguna mujer madura de la familia cuando no podía desempeñar esta función. Esta
primera etapa podía prolongarse hasta los siete años, edad en la que el niño pasaba a
depender del padre, al que se asigna el papel de verdadero educador, considerándose a los
maestros como una prolongación de la autoridad paterna.
La suerte de los hijos es distinta según su género. A las hijas se les asignan tareas domésticas o
actividades como el hilado de la lana. Los hijos se inician en todos los aspectos de la vida
acompañando al padre, aprendiendo de la experiencia cotidiana, bien a través del ejemplo de
su conducta, bien a través de sus principios de comportamiento.
Del paterfamilias se espera que ejerza su función comportándose con autoridad e integridad y
con un fuerte componente moral, pero también con respeto por los hijos. El celo paterno por
la educación de los hijos podía recibir una cierta supervisión por parte del tío paterno.
A fines del siglo IV a.C., la cultura romana se encuentra vinculada a las formas de vida del
mundo agrario. La preparación de los jóvenes incide en los hábitos y prácticas derivados de las
actividades agrarias, así como en el ejercicio de los valores y conocimientos de esta clase de
trabajo: la laboriosidad, la frugalidad y la austeridad, de manera que la formación moral no
está desvinculada del aprendizaje de la vida real, de la explotación de la tierra o el
adiestramiento en la dirección de una explotación y la supervisión del trabajo de los esclavos.
El tránsito a la vida urbana trajo el abandono del aprendizaje de las prácticas agrarias, pero
siguió manteniendo el cultivo de las virtudes de aquella clase de vida.
La expansión de Roma y la conciencia defensiva que caracteriza su mentalidad son las causas
de la atención a la preparación física y militar.
En la época más antigua no existe en Roma el deporte como competición. Los ludi de la Roma
arcaica están más cerca del juego y del adiestramiento.
Las clases nobles orientaban la educación de sus hijos para la vida pública. Esta proyección en
la vida pública se desarrollaba sobre todo al culminar la educación en el seno familiar. Sin
embargo, la educación del joven procedente de familia noble no se había completado: se solía
dedicar un año al aprendizaje de la vida pública de la mano de algún político experimentado.
Terminado ese año, el joven se iniciaba en la vida militar como soldado raso, siempre tutelado,
para pasar luego a ejercer como oficial. Con este servicio al ejército se iniciaba su carrera,
cursus honorum, que podía progresar desempeñando una secuencia de magistraturas.
La transformación que supuso para Roma el contacto con el mundo griego se dejó sentir en el
ámbito de la cultura y en la educación, gracias al reconocimiento de las posibilidades que
brindaban el acervo de conocimientos de la cultura griega y las materias que podían tener una
proyección sobre la vida pública y la mentalidad romanas, como la retórica. La razón de ese
fenómeno es que en la Roma republicana el régimen de libertad de la democracia otorgaba a
la palabra un papel fundamental a la hora de influir en la toma de decisiones.
Tras la Segunda Guerra Púnica y a lo largo del siglo II a.C., se desarrolla un filohelenismo entre
las clases aristocráticas que choca con una reacción conservadora que propugna la defensa de
la cultura tradicional romana. No obstante, a mediados del siglo II a.C. la impregnación del
helenismo era ya evidente. Se empieza a introducir de manera generalizada la enseñanza de la
cultura griega y el aprendizaje de la lengua griega en cualquier romano culto.
Las vías de acceso a la formación griega en los siglos II-I a.C. son tres:
3) La enseñanza del griego en escuelas públicas, impartida por libertos o esclavos cuyas
aptitudes pedagógicas eran explotadas por sus dueños, así como por maestros griegos
que emigraron a Roma.
La educación griega fue objeto de una adaptación al contexto romano, y entre sus rasgos más
característicos se encuentran los siguientes:
La enseñanza se hace en griego, configurando un medio bilingüe de un sector de nivel
sociocultural elevado, que viene a sumarse a estratos de griegos emigrantes o
esclavos.
Tiene una inclinación clara por el cultivo de las artes del lenguaje y de las distintas
doctrinas filosóficas postaristotélicas.
Esta falta de integración de las artes y del deporte se debe a la mentalidad romana, poco dada
a las actividades sin un fin práctico o que no tuvieran un propósito moralmente justificable en
aras del estado o de la formación del ciudadano.
El modo de enseñanza a la griega fue seguido por una parte de las clases cultivadas romanas,
compaginándose con un sistema de enseñanza en lengua latina que en la época clásica se basa
en un ciclo de estudios influido por el modelo de las escuelas helenísticas. Durante la
República, el estado romano no desarrolló una política escolar en sentido estricto.
Desde la época republicana se fue gestando una organización de la enseñanza pública latina,
cuyo ordenamiento sistemático no se consagra hasta la época imperial. Se configuran tres
grados de enseñanza: escuela elemental, escuela secundaria y enseñanza superior.
LA ESCUELA ELEMENTAL
La formación básica surgió en época muy antigua bajo la etapa etrusca de la monarquía
romana. La institución dedicada a la enseñanza primaria colectiva está destinada a los niños y
niñas entre los 7 y 12 años. El maestro de escuela impartía sus clases sentado sobre un
estrado, mientras que los alumnos se sentaban en escabeles sin respaldo y escribían sobre las
rodillas, normalmente en pórticos o estancias a la intemperie.
El objetivo de esta etapa de la educación era el aprendizaje de la lectura y de la escritura, con
unos métodos de trabajo que se basaban en una pedagogía analítica que partía de la
identificación de letras y pasaba luego a las sílabas, palabras y frases. Otras actividades son la
recitación de textos breves, que el niño aprende de memoria, y la iniciación al cálculo. El
método de aprendizaje es pasivo, a través de la memoria, de la imitación y de la emulación,
con un componente coercitivo que se fue relajando durante la época imperial.
Era habitual la figura del esclavo acompañante, que cuidaba al muchacho en los
desplazamientos a la escuela y ejercía el papel de formador, sobre todo moral, del niño.
Al lado de esta enseñanza colectiva, se mantuvo una enseñanza privada entre la aristocracia.
También en el ámbito familiar se desenvuelve el aprendizaje de los esclavos, a fin de
adiestrase en las necesidades del servicio y aprender buen comportamiento, si bien se iniciaba
a los más dotados en una formación más intelectual que les permitiera ejercer de secretarios o
lectores.
LA ESCUELA SECUNDARIA
Se inicia en torno a mediados del siglo III a.C. Destinada a la formación entre los 12 y 16 años,
se desenvuelve en la escuela del gramático, quien se dedica a cultivar una instrucción
filológica, concretada en el aprendizaje teórico de la gramática y de la lengua correcta, y la
explicación de los poetas clásicos.
La lectura de un texto se hacía sobre rollos de papiro, mientras que los ejercicios se escribían
en madera con una pluma y tinta. En el siglo I a.C. se empezó a utilizar el pergamino en forma
de códice. El método de lectura comenzaba con el maestro leyendo un pasaje y comentándolo.
Seguidamente, cada alumno lo lee y memoriza. A continuación se procedía a la explicación,
cuyo fin era establecer un juicio sobre aspectos formales y de contenido del pasaje.
Dentro de las enseñanzas del gramático se encontraban también los ejercicios de estilo,
prácticas preparatorias para el manejo de la elocuencia.
La primera escuela de retóricos en lengua latina se abrió en el 93 a.C., pero fue clausurada en
aras de la defensa de las costumbres tradicionales y con la finalidad de que las artes de la
palabra no fueran accesibles a capas amplias de la población.
La enseñanza de la retórica consistía en la adquisición de un sistema de pautas formales para
la elaboración de discursos, según los modelos de las retóricas griegas, basadas en una
tradición que arranca de la sofística. Este estudio se realizaba en griego hasta el siglo I a.C.
Cicerón trató de dar un giro a esta concepción formalista y utilitaria de la retórica para intentar
hacer de ella el instrumento básico en la formación de los ciudadanos. Aporta una visión
integradora de la técnica formal de la oratoria con el contenido del discurso y la filosofía, la
historia y el derecho. De esta forma, el aprendizaje de la oratoria cobra otra finalidad: la
formación de buenos ciudadanos capaces de practicar la elocuencia y cuya capacidad de
convicción no radicaba en la manipulación emocional del auditorio, sino en la adecuación
entre el fondo argumental y la elaboración literaria.
Los tres grados educativos implantados durante la República siguieron vigentes durante el
Imperio, aunque la formación gramatical y la retórica sufrieron modificaciones.
En cuanto a la explicación de los poetas, durante el siglo II a.C. se recurría a Livio Andrónico,
Ennio y los poetas cómicos. En torno al 25 a.C. se introdujo a Virgilio. Durante el siglo I d.C. se
añadieron los poetas más reconocidos de su época: Ovidio y Estacio. Sin embargo, el
movimiento arcaizante de finales del siglo I d.C. retorna a figuras de la literatura arcaica. Así se
configura con el tiempo la relación de autores objeto de estudio en época imperial: Virgilio,
Terencio, Horacio, Salustio y Cicerón. A fines del siglo IV, la nómina de autores sobre los que se
funda la formación son Virgilio, Terencio, Cicerón y Salustio. Por tanto, la formación básica del
individuo bajo el Imperio sigue siendo literaria y clásica.
La época imperial trajo consigo la pérdida de la libertad política y jurídica. El papel de las
escuelas retóricas dejó de estar vinculado a la formación política para desarrollarse como
disciplina escolar de ejercitación de las dotes persuasivas en la composición de discursos y para
la preparación profesional del abogado. El gusto por una práctica oratoria recargada, ampulosa
y efectista cobra un nuevo auge. La oratoria se orienta a mejorar la capacidad de expresión y
comprensión del ciudadano, uniendo moral y retórica.
Esta evolución de la función de la oratoria trajo consigo el hecho de que la enseñanza práctica
de la retórica se centrara en las declamaciones, ejercicios consistentes en la preparación de
discursos sobre temas ingeniosos, imaginarios o inverosímiles, e intrascendentes. Eran
aprendidas de memoria y recitadas por los alumnos. Podían ser de dos modalidades:
La atención por parte de los poderes públicos a la consideración social del profesor se fue
modificando a fines de la República y durante el gobierno de Julio César, quien concedió la
ciudadanía a todos los maestros. En la época imperial se llega a una organización del sistema
educativo propiciada por dos razones:
La voluntad de Augusto de fomentar entre los jóvenes los ideales de la Roma imperial.
En cuanto a la política educativa, Vespasiano puso en marcha una serie de medidas destinadas
a consolidar la educación pública:
Las escuelas públicas de época imperial son municipales, corriendo a cargo de los consistorios
la financiación de los profesores y de las dependencias. Estos centros son los verdaderos
núcleos de formación de la población nativa y de irradiación de la cultura latina.
La intervención imperial fue en aumento, hasta que en el siglo IV d.C. se establece que el
ejercicio de la docencia exige la previa aprobación mediante un decreto del consejo municipal
ratificado por la autoridad del emperador.
Las escuelas municipales siguieron vigentes durante la Antigüedad Tardía, si bien la caída del
Imperio de occidente y la implantación de la cultura cristiana fueron mermando su peso en la
educación de las regiones del ámbito románico, hasta que los centros monásticos terminaron
asumiendo las tareas educativas durante la Edad Media.
El conjunto de creencias y valores de los romanos conforma una mentalidad que se arraiga
profundamente gracias a su capacidad de establecer unos vínculos estrechos y armónicos
entre el hombre y su naturaleza y entre el ciudadano, la sociedad y el estado, vínculos en los
cuales reside la conciencia de la libertad romana y de su identidad como civilización. Esta
mentalidad se nutre de tres componentes: el modelo del hombre tradicional, la subordinación
del individuo a la comunidad y el dominio de sí mismo.
El ideal de vida inspirado en las cualidades del hombre tradicional se utiliza como el principal
referente de la virtud romana. El modelo del hombre tradicional, inspirado en la actividad
militar y campesina, proporciona un código de conducta que se sustancia en una serie de
cualidades: la lealtad, la laboriosidad, la perseverancia, la frugalidad, el mantenimiento del
orden establecido y la estabilidad de la propiedad.
La decadencia que ante muchos sufre la Roma de los siglos II y I a.C. tiene su raíz en la
degradación de las costumbres y valores tradicionales. En consonancia con esto, se idealiza la
vida del campesino y se exalta la Edad de Oro de la humanidad, un estadio primigenio donde la
naturaleza surtiría al hombre de todo lo necesario para una vida feliz y sin esfuerzo.
Los lazos que las antiguas costumbres establecían entre los individuos se vieron reforzados por
un corpus jurídico apoyado en ellas y que contribuía a fomentar el sentido de pertenencia y
servicio al pueblo romano. Ligado a este planteamiento están la lealtad y el compromiso que
ha de asumir el individuo con la familia, con su grupo social, con los dioses, con los ciudadanos
y con la patria y el estado. De esta forma cada romano contrae deberes sobre los que debe
girar su conducta, merced a los cuales se cobra conciencia de una jerarquía que subordina el
individuo a la comunidad.
LA NOCIÓN DE UIRTUS
El sistema de valores que comportan las virtudes romanas tiene varios planos. De una parte, se
valoran las cualidades que conciernen a aspectos éticos, es decir, inciden en la conducta, pero
en ocasiones tienen implicaciones intelectuales, en la medida en que el saber se vincula al
comportamiento. De otra parte, los valores implican al individuo particular, pero tienen
proyección en la comunidad. Y, por último, adquirieron una significación dentro del contexto
político, ya que sirvieron como elementos integradores del ciudadano dentro del estereotipo
ideológico de cada régimen.
La primera virtud es la pietas. Consiste en la observancia de las relaciones con los demás y de
los ritos para cumplir con los deberes contraídos. La pietas se requiere en todos los niveles,
pero principalmente en las relaciones con los miembros de la familia, en el ámbito del estado,
a través del cumplimiento de las obligaciones contraídas con Roma, y en la ejecución de todos
los rituales hacia los dioses.
La fides consiste en el respeto y el cumplimiento de los compromisos contraídos por el
individuo.
La grauitas se identifica con la solvencia y la integridad personal ante los demás, ya sea en la
faceta física (seriedad), intelectual (discernimiento de juicio) y moral (austeridad). Es una
virtud vinculada habitualmente a las figuras de referencia de la sociedad. Esta virtud implica la
congruencia entre palabras y hechos y está en la base de la capacidad de dominio personal.
La imagen tradicional del hombre romano se vio enriquecida con elementos griegos. Fruto de
esta integración es el desarrollo de la noción de Humanitas. Alude a la cualidad o condición de
ser humano, cuyo significado se despliega entre los romanos en dos direcciones:
A finales de la época republicana, la religión del pueblo romano consta de dos elementos: los
ritos sagrados, centrados en ofrendas y sacrificios a las divinidades, y los auspicios, es decir, las
interpretaciones de las señales que la divinidad envía.
Por otro lado, la superstitio era el conjunto de prácticas y creencias supersticiosas, y fue
combatida por la religión oficial. La magia era la práctica de ritos que tenían por objeto
controlar el curso de los acontecimientos. Entre las prácticas mágicas más conocidas entre los
romanos se encuentran:
Los encantamientos nocivos estaban sancionados por la ley, si bien en época imperial la magia
volvió a gozar de un gran impulso, mezclada con los cultos mistéricos orientales y gracias a
especulaciones como la de los neoplatónicos, en el sentido de procurar la reconciliación con
los espíritus que poblaban el mundo.
El conjunto de cualidades y valores de los romanos está vinculado con las formas que adoptan
sus creencias religiosas, pero su concepción moral no tiene una relación con la religión: los
dioses no dan pautas para actuar, sino que exigen el cumplimiento de los ritos tradicionales, a
cambio de lo cual proporcionarán su acción benefactora.
Carece de un corpus doctrinal fijado en forma de texto sagrado, así como de un código
moral que establezca pautas de conducta.
Las deidades que recibían un culto regular son protectoras del hogar y del campo:
Esta religiosidad más primitiva experimentó una transformación gracias al desarrollo de las
formas de vida en comunidad, la creación del espacio urbano y la introducción de influencias
de otros pueblos itálicos y del mundo griego. La ciudad pasó a ser el ámbito de la religiosidad,
en la que los hombres establecen relaciones con dioses radicados en ella.
Los Penates tuvieron su réplica en los Penates del estado, protectores de Roma.
Los Lares recibieron su réplica en los Lares praestites, los Lares guardianes de Roma.
Las celebraciones y rituales religiosos evolucionaron hacia una estatalización mayor. Las
relaciones con los dioses se establecían mediante ceremoniales, que podían ser de tres tipos:
3. Por medio de los auspicios, que permitían interpretar los signos que expresaban la
voluntad de un dios en torno a un acontecimiento futuro.
La estructuración de los actos rituales era rigurosa, con un vocabulario preciso, con la
especificación de lo que se da y se espera. La exigencia de establecer rituales a los dioses se
fue extendiendo hasta llegar a las celebraciones periódicas: los juegos públicos y las
festividades en honor a un dios, feriae, que eran celebraciones religiosas que se
conmemoraban mediante un día vacacional, en el cual se visitaban los templos y se ejecutaban
rituales o sacrificios.
Al frente del Colegio de pontífices se encontraba el Pontífice Máximo, quien estaba encargado
de hacer públicas las decisiones del colegio, supervisar el cumplimiento de las funciones de los
pontífices y nombrar a las vestales.
Los flamines eran los encargados del culto a un dios concreto. Los flamines maiores eran
elegidos entre los patricios y los flamines minores eran plebeyos elegidos por el pueblo. A
partir de la divinización de los emperadores, los flamines tenían competencias en Roma y en
las provincias, así como en la supervisión del culto.
Una de las preocupaciones de la religiosidad romana era contar con el beneplácito de los
dioses a la hora de emprender cualquier acción, para que tuviera un resultado favorable. Fruto
de este propósito es el desarrollo de rituales que permitieran conocer la voluntad de los dioses
y averiguar cómo granjearse su favor, a partir de una creencia en que la deidad deja huellas de
su criterio. De esta forma se generalizaron medios de adivinación.
Dentro de lo que se denomina adivinación natural, las formas más comunes eran dos: los
sueños, que el individuo desvelaba por sí mismo o con ayuda de un intérprete; y las profecías,
que se materializaban en el discurso de una fuerza divina que actúa a través de un intérprete.
La adivinación artificial consistía en la observación externa de animales, plantas...
La haruspicina tiene su origen en los adivinos etruscos que actuaban como intérpretes de la
voluntad de los dioses a través del examen de las vísceras de los animales sacrificados.
También interpretaban los que se consideraban advertencias de los dioses: prodigios,
relámpagos…
En cuanto a los oráculos, fueron objeto de consulta en relación con los acontecimientos del
futuro y para aplacar a los dioses en época de desastres.
A pesar de que el politeísmo primitivo romano no entrañaba una red de dioses relacionados
entre sí, se fueron imponiendo agrupaciones entre ellos. En la época de la monarquía cobra
preponderancia la tríada capitolina, compuesta por tres dioses: Júpiter, Marte y Quirino,
divinidad ligada a los cultos agrarios. Por influencia de los etruscos, se instituye otra tríada:
Júpiter, Juno (divinidad itálica, relacionada con la fertilidad y las mujeres) y Minerva. A
comienzos de la República, se establece una nueva tríada relacionada con la fecundidad:
Ceres, Líber y Líbera. Estos dos últimos velaban por las funciones seminales.
Estos dioses contaban con templos en su honor, con sacerdotes encargados de su culto y con
festividades a lo largo del año consagradas a ellas. Sin embargo, la identificación entre los
dioses latinos y los griegos no fue absoluta:
a) En algunos casos, la tradición latina no tuvo equivalencia griega, como ocurre con
Quirino, probablemente de ascendencia sabina. A fines de la República se le identificó
con Rómulo. Así mismo, muchas divinidades secundarias escaparon al helenismo.
e) En otros casos, se conocen antiguas divinidades itálicas que los propios romanos
creyeron que eran de ascendencia griega.
El proyecto de Augusto trajo consigo cierta tensión con los cultos orientales.
La voluntad de Augusto era vincular la religión romana con la figura del gobernante, a través
de una valoración sagrada del soberano. Este culto no se encarnaba en la persona del
emperador, sino en su genius, ese espíritu tutelar del hombre que expresa su condición
sobrenatural. El Genius Caesaris era objeto de cultos y rituales públicos. Esto culminó con la
concesión al emperador de Padre de la Patria, que le ascendía a la condición de fundador,
preparando el camino para su divinización, posterior a su muerte.
La divinización del emperador entrañaba un cambio en la relación política del soberano y sus
súbditos, que a partir de ahora mostrarían su reconocimiento a la autoridad del emperador y
manifestarían su lealtad a Roma asumiendo el culto público al emperador. Además, imponía
una distancia en la relación entre el emperador y sus súbditos.
Hay un indicio que muestra el fin de la deificación de los emperadores: la consagración de las
monedas, que atestigua la intervención del Senado en el rito de la consagración, termina en la
época constantiniana.
Algunas de estas divinidades se admitieron dentro del culto romano, como el culto a Cibeles,
que procede de Frigia. Este culto tenía en ocasiones un carácter orgiástico, reflejándose el
contraste entre el humanismo helenístico y el fanatismo oriental.
Fruto de ello es la proliferación de grupos religiosos en los cuales era fundamental un proceso
de iniciación que reforzaba el carácter sectario y mistérico de estos grupos, que ofrecían una
respuesta emocional al desconcierto. La mayoría de estos cultos procedían de Egipto, Siria y
Asia Menor.
Isis, de ascendencia egipcia, fue introducida en época de Sila. Los iniciados debían llevar a cabo
un conjunto de rituales y prácticas de vida ascéticas.
Mitra, de origen persa, comenzó a recibir culto hacia el siglo I d.C. Se le concibe como el Dios-
Rey, el Sol invencible. Su culto se practicaba frecuentemente en estancias subterráneas y
contemplaba ritos sangrientos. Sus fieles tenían una organización muy jerárquica, con un
componente militar. Su moral estaba basada en un ideal de pureza, de fraternidad y de lealtad.
La religión de Mitra contribuyó a extender una forma de monoteísmo y a popularizar una
demonología oriental que opone el principio del Bien al del mal.
Otras creencias son de procedencia siria, como el culto a Adonis, divinidad de la fertilidad.
A lo largo del siglo IV, el respaldo a la religión cristiana supuso el progresivo reemplazo de las
prácticas públicas paganas por las cristianas, y la aplicación a las iglesias de los fondos públicos.
De esta forma los cultos paganos quedaron circunscritos a la esfera privada y a una pequeña
élite dirigente. Finalmente, en el 391, el emperador Teodosio I estableció una proscripción
total del culto pagano.