Miguel Espinosa
CAZADOR DE MARIPOSAS
Desempolvando los trastos de un viejo desván, refugio silencioso de los
últimos recuerdos del siglo XIX, se halló de pronto la melancólica presencia,
siempre hecha algarabía popular, de un artilugio amañado para cazar
mariposas. Su llegada al mundo de nuestra consciencia fue tan inesperada y
repentina como violenta; buscábamos, en la chistera que creíamos encerrada
en aquél cuarto, las formas sociales del pasado siglo, y encontramos en el
cazador de mariposas las esencias intelectuales y el puro símbolo del
Racionalismo austero y constructor.
La eclosión efervescente de la Razón y el rabioso afán de sistematizar
del «homo sapiens» ochocentista llevó estos artilugios caza-insectos a manos
inocentes y hasta devotas del mundo, pero que por el sólo hecho de
reconocerse con un cerebro, creían en la necesidad de poseer un museo de
numismática o entomología. Tal cazador de mariposas fue el racionalista
doctorado en alguna clase de hidalguía, como lo fueron Pickwick, Héctor
Servadac o nuestro mismo Ramón y Cajal. Iba el «macrocéfalo» con ojos
miopes ¯que vienen al gran cerebro como anillo al dedo¯, el huelgo retenido,
la actitud felina y el aparato cazador escondido tras las espaldas, para hacer
reír a las muchachas de servir, y apenas atrapaba cualquier lepidóptero, ya le
atravesaba el pecho con un alfiler, lo colocaba sobre un tablero y le ponía,
debajo, un nombre latino.
Sirvió, pues, el cazador de mariposas a la más pura y fervorosa ansia de
explicar el mundo con la Razón y unos cuantos latinajos, encerrándolo en el
puño de un saber científico que se llamaba progreso y suponía, como vivas
armas, el microscopio y el compás. En nombre de la Ciencia se permitió
asesinar mariposas casi brutalmente, o partir cadáveres humanos en pequeños
trozos de muestra. Tras las barbas rojizas se adivinaba los ojos
ensoberbecidos de los preclaros hijos de Voltaire, sucesores también de Kant,
que se llamó el padre de la moderna ciencia.
Si el instinto que surge de lo profundo rigió en cualquier ocasión la
noche de Walpurgis de un cazador de alimañas y fieras, el suave y plácido
ardor del intelecto, convertido en tabla de sistemas y clasificaciones, ungió el
corazón del cazador de mariposas en los momentos de transcendentes
alegrías y zozobras. Así pudo colocarse entre las cosas inocentes del mundo
el atrapar insectos con una red, y también entre las vanidades de la soberbia.
Fabre rehusó este entretenimiento, porque su racionalismo le llamaba al amor
de la experiencia directa y la observación aguda, y no a la flaca satisfacción
del que sonríe tras añadir un ejemplar desconocido a su colección de especies
raras; pero, sin embargo, sustituyó el alfiler por la lupa, que sin una y otra
cosa no hay verdadero racionalismo.
El ideal del intelecto, que quiso atrapar el mundo y clavarlo en el tapiz
de «las lecciones de cosas», encontró en el caza-insectos su propia imagen.
Así lo predica la mariposa resecada sobre el muestrario; vamos a palparla y
se deshace como polvo, igual que todo aquello construido por la razón, pero
sin el lejano aliento de cualquier espíritu creador. Al insecto disecado nada le
une con sus antiguos semejantes, porque la forma, al morir el hálito, quedó
como estampa endeble. Una mariposa clavada tras las vitrinas de un Museo,
es aún menos que otra mariposa pisada y muerta en el jardín; aparece la una
como pedazo del cotidiano vivir, que mata o vivifica, y la otra como oscura
cristalización de un vaho intelectual y razonable. Digamos que la primera es
la mariposa sacada de la Razón, y hallada «casualmente» por la experiencia;
la segunda el caso de esa otra dichosa que escapa al ejemplo de lepidóptero
que señalan los libros y repite el maestro de escuela.
Siglo y medio de concienzudo racionalismo dogmático fue suficiente
para definir todas las especies de lepidópteros y quedar en paz con el
imperativo que nos manda describir la Creación. Ante las tablas de los
Museos de Ciencias Naturales pudo el Diablo remedar la obra de Adán, al
poner nombre a todas las criaturas inferiores, aunque esta vez se hiciese con
cadáveres yertos. Y no es extraño que Astarot apareciera laborioso y puntual
en este trabajo de exactitudes nominativas, pues ya dijo Nietzsche que el
Demonio fue el más antiguo amigo del conocimiento. Tal vez esta figura,
vestida convenientemente de levita, usara también el caza-insectos en algún
famoso Congreso, y aún aportara cualquier ejemplar curioso de mariposa
vagabunda. En cuestiones de inteligencia y requestas sobre saberes
razonables, luchando por aparecer como el más agudo, siempre olvidó el
Diablo su natural irónico y descuidado; se volvió neciamente severo y nos
mostró, al fin, el secreto de la profunda sabiduría que le designó como
ejemplo vivo de estupidez.
Afirmemos que el Diablo fue el primer cazador de insectos y, desde
luego, el primer intelectual engolado y circunspecto. Ante las mariposas
disecadas por talentudos racionalistas, sólo el mismo Rey de las Moscas pudo
sentirse conmovido y en trance de ensoberbecerse por acumulación de
conocimientos en demasía.
Mas lograda ya la ambición de poseer la colección completa ¯como los
niños que juntan estampas¯, sólo resta el hastío y el queñor incentivo de
destruirla. Definidas así por el Racionalismo las especies de lepidópteros,
queda saber qué uso dará la Técnica a este conocer entomológico, y qué
gusto sentirá la barbarie cuando se aplique a su recreo. No olvide el que hace
Ciencia que tras ella viene la Técnica, y tras la Técnica los lozanos bárbaros.
La Razón aplicada a un mundo sin dioses se entretiene un siglo en atrapar
mariposas pacientemente, y luego, porque olvidó otras cosas, se muere de
aburrimiento y da en quemar y destruir lo que construyó un día con venerable
tesón.
Tal es el destino de un mudo excesivamente inteligente y voluntarioso.
Nos lo dice así el caza-insectos abandonado en el rincón de un desván, sin un
mal rayito de sol.
Miguel Espinosa
Juan Eugenio
Miguel Espinosa
La calle principal de la antigua ciudad de Murcia se llama Trapería, y
divide el viejo casco urbano en dos mitades. La Trapería aparece hoy,
todavía, como arteria de lo que Murcia tiene de ágora o reunión; por la
Trapería se pasa, pero también se está en la Trapería. Allí se habla.
Juan Eugenio es un hombre de cuarenta años, de cuarenta y dos tal vez.
¿Qué característica destaca más en Juan Eugenio? ¿Por qué le traemos a este
relato? ¿Por qué le hacemos protagonista y cosa esencial de esta narración?
Contestamos sencillamente: Juan Eugenio no pasa por Trapería ni se
aposenta jamás en esa calle, y en esto consiste su total estilo y su particular
traza.
Juan Eugenio es profesor de la Universidad; posee allí un despacho,
costeado por el erario público, y en el despacho unas fotografías de sus hijos
y de su esposa, una reproducción de la «Escuela de Atenas», cuadro de
Rafael, unos carteles con aforismos sobre el mejor modo de pensar, y una
imagen del científico Einstein, vestido desaliñadamente. Como Juan Eugenio
es profesor numerario, y en propiedad, cree también que posee el despacho
en propiedad, por eso coloca aquellos caprichos sobre los muros estatales.
Juan Eugenio no pasa por Trapería porque habita constante su
despacho. Y ¿qué hace Juan Eugenio en su despacho? Contempla la figura de
Einstein, descuidadamente trajeado, la mano en la barbilla, y piensa: «¡Qué
bien está Einstein en esa fotografía!». Ve Juan Eugenio la exterioridad de
Einstein y se dice: «En cierto modo, él y yo coincidimos en mucho: somos
profesores, vestimos ralo, descuidamos los atuendos, poseemos un despacho,
disfrutamos de alumnos y damos lecciones». Y tiene razón Juan Eugenio: la
exterioridad de Einstein y su exterioridad se muestran iguales; ambas
criaturas sólo se diferencian en la interioridad, suceso por el cual el uno
resulta Einstein y el otro resulta Juan Eugenio.
Juan Eugenio no pasea por Trapería para confirmar su exterioridad de
profesor honesto y amador de la ciencia. Considera el hombre que la calle de
Trapería representa lo provinciano, y su despacho lo universal, y no se
equivoca, pues no en vano el despacho de Juan Eugenio se halla en la
Universidad y está financiado por la universalidad de los ciudadanos.
Mas volvamos a preguntar «¿Qué hace Juan Eugenio en ese despacho,
amén de contemplar la exterioridad de Einstein y constatar que se iguala a la
suya? Cita a los alumnos a la hora del crepúsculo; cuando el visitante llega, el
profesor abandona su sitial presidencial, o la mesa de la reflexión, se allega,
como un gobernador, hacia el recién venido y le invita a compartir unas
confortables butacas. Luego indaga con ademán de sosegar: «Ramírez, ¿qué
opina usted de la ciencia?». Generalmente, Ramírez se conturba.
Otras veces no es Ramírez, sino Gómez, o Martínez, los emplazados.
Se repite la escena y su ceremonia. Gómez escucha estas palabras: «Crea
usted, señor Gómez, estamos olvidados de la sociedad; se precisa de gran
vocación para investigar sin oír un aliento; de volver a nacer, me haría yo
fontanero». Se maravilla Gómez de la humildad y la profundidad del sabio,
mientras observa su chaquetilla raída, sus pantalones más que usados, su
camisilla barata y los retratos de sus inocentes hijos y su esposa en la
institución estatal, más la fotografía de Einstein. Cuando el visitante deja la
estancia, va pensando incesable: «¡Qué honesto profesor es Don Juan
Eugenio, y qué buen esposo y padre, yerno, cuñado! ¡Qué amigo de la
humanidad toda y qué sacrificado por la ciencia!» .
Insistamos: «¿Qué hace Juan Eugenio en ese despacho, amén de
contemplar la exterioridad de Einstein, formular a los alumnos esas terribles
cuestiones y expresar dulces objeciones al mundo? Algunas mañanas, o
algunas tardes, mientras percibe los ruidos que de la calle llegan, sueña que
ha escrito un pequeño libro copernicano, uno de esos libros que cambian los
tiempos, un libro de apenas ciento doce páginas, así titulado: El número uno.
Ve Juan Eugenio el libro material, con su ingenuidad de cosa hecha,
fabricada, como un conjunto de papeles recortados, cosidos, encuadernados,
allí reposando, con sus pastas, sobre una mesa cualquiera, como algo cándido
y desvalido; y ve, por otra parte, el libro como contenido, como pensamiento
y saber, atrapados en esa modesta materialidad, y se asombra, en sueños, de
la grandeza humana. Se figura el libro marrón, en suave marrón, con
titulación en color negro. Extasiado, imagina las versiones a otros idiomas,
todas en formato estricto y simple, aparición elegante: The number one, Le
nombre un, I1 numero uno. Pero le extasía especialmente la traducción
alemana, que así reza, en caracteres góticos: Die Zahl ein.
Porque Juan Eugenio carece de interioridad para escribir ese libro, y no
obstante sueña que lo ha escrito, vive la exterioridad del que lo ha escrito,
suceso que lleva a cabo en su despacho, territorio de su pertenencia y lugar
donde todo ocurre como si el hombre fuera realmente el autor modesto y
acreditado del famoso Die Zahl ein. Esto se llama acaecer y suceder en un
mundo de mentirijillas.
No digamos que en un mundo de mentirijillas son falsos todos los
hechos. La interioridad es falsa, pero la exterioridad es verdadera; el libro no
existe, pero existe el despacho, los cuadros sobre los muros, las ventanas
entornadas en el crepúsculo, la suavidad del profesor, el gesto de meditación,
el alumno que visita, el buen consejo, la admiración del advenido, el susurro
de la misteriosa frase, la queja del hombre moral, las vestiduras humildes, el
sabio ensimismado y esa taza de café que el sabio bebe al caer la melancolía
de la tarde. ¿Acaso Juan Eugenio no coincide con Einstein en todo esto? Un
cierto Dionisio Sierra ha apuntado: «Juan Eugenio se ha apoderado de la
mitad de la cosa; la otra mitad la tiene Einstein», y luego ha añadido: «¡Pero
qué mitad la de Einstein!». Un tal José López Martí ha enunciado, al
respecto, esta terrible expresión: «Juan Eugenio prefiere su propia mitad:
comparece más ostentosa y tangible; la interioridad no posee despacho ni
alumnos, no cobra emolumentos ni muestra estampa de profesor honesto ni
deshonesto, nada recibe».
Juan Eugenio, como es un sabio bueno, quiere transformar el mundo,
del cual se siente acreedor. Por eso, Juan Eugenio milita en una facción
política que sostiene como principio el ejercicio de aquella transformación.
«¡La realidad resulta intolerable!» ¯ha declarado Juan Eugenio. Y José López
Martí se ha preguntado atónito: «¿Cómo sería un mundo hecho por Juan
Eugenio?». Sin duda, la pregunta se revela aterradora.
Una mañana vemos a Juan Eugenio andar furtivo, con su chaquetilla,
con sus ropas elegidas de pobre, con su camisa manifiestamente barata;
deambula el hombre callejones, los ojos brillantes, la barba desarreglada, la
figura encogida, el ademán del predestinado, el gesto del desamoldado al
mundo; no diríamos que una llama que consume arde en su vista, sino en su
estómago; como personaje del Greco, el cuello torcido, la cabeza en
ascensión, parece un hombre sin intestinos ni grasas, oquedad de la carne,
fuego sagrado que clamara: «No permitas, Materia, que en mí haya una
debilidad burguesa». Esta expresión traduce a nuestra época y sus
progresismos la oración de los hombres del Greco: «No permitas, Señor, que
en mí haya una voluptuosidad». En verdad que produce respeto y
reverencioso temor descubrir, en la ingenuidad de la mañana, semejante
caballero.
Y ¿adónde va Juan Eugenio con esa figura que tanto nos impone? Se
dirige hacia un Banco, donde ha de percibir sus emolumentos mensuales,
equivalentes al salario, también mensual, de siete obreros. Siguiendo las
doctrinas de su facción, Juan Eugenio, que ocupó la Universidad y obtuvo el
territorio de su despacho en tiempos de dictadura, se denomina a sí mismo
obrero de la enseñanza; sin duda, Juan Eugenio debe valer como siete
obreros.
En la oficina bancaria, Juan Eugenio firma su papelito y recibe su
dinero, que no mira ni cuenta, y en esto se diferencia de los comerciantes, de
los burgueses, de los pensionistas jubilados y de los fontaneros y otros
artesanos, y se acerca, ciertamente, a los padres de algunas congregaciones
piadosas. Tuerce Juan Eugenio el cuello hacia la izquierda mientras su mano
coge el dinero y lo guarda en un bolsillo del raído pantaloncillo. Otra vez, su
alma parece implorar: «No permitas, Materia, que yo caiga en la pasión de
los burgueses». Cuando llega a su despacho, empero, repasa los billetes, y
ello porque ama el orden de las matemáticas.
Al abandonar la oficina bancaria, encuentra Juan Eugenio otro
correligionario. Se trata de un profesor, de grado más alto, que cobra del
Estado el socorro equivalente al salario de diez operarios. Se gloria Juan
Eugenio de llamar Perico a tan alto profesor e individuo entregado a la
modificación del mundo. Caminan ambos, caminan.
Murcia, 1981
Juicio y expiación de Ángeles
Hernández
Miguel Espinosa
I
Juez Primero:
Pasa, muchacha, siéntate, no receles; queremos iluminar tu ánima.
Dinos: ¿es verdad que hablas con el Eterno? (Se santigua).
Muchacha:
Tan cierto como que vosotros sois tres.
Juez Primero:
«¡Ay de mí!, que he visto a Dios; estoy perdido». Y ¿qué dice El?
Muchacha:
«Ángeles, no temas. Advierte la extensión de la Historia, cuenta los
innumerables muertos que han sido y son, pon tus ojos sobre los pueblos y
los individuos que se sucedieron. Pues bien: Yo te he elegido entre las arenas
de las conciencias, y te he reservado un lugar en mi Reino, por lo cual serás
bendita. Sin embargo, tendrás que padecer, porque así es mi marca; sólo el
sufrimiento me conoce».
Juez Primero:
Y la mancha.
Juez Segundo:
Y la culpa.
Juez Tercero:
Y la desesperación... Mas, ¿qué respondes tú?
Muchacha:
«Llámame con mi nombre por los siglos de los siglos; ahora y cuando
no haya Creación. Dime: ¡Ángeles, Ángeles, Ángeles!».
Juez Primero:
Y ¿qué contesta Él?
Muchacha:
¡Ángeles, Ángeles, Ángeles!, ¡qué obra tan perfecta eres!». Eso me
anonada.
Juez Primero:
¿Qué razones puede tener el Bueno para preferirte entre las incontables
existencias?, ¿qué razones para declararte diferente y bendita?, ¿qué razones
para nominarte con tu nombre por los eternos evos?, ¿y qué razones para
confesarte obra perfecta?
Muchacha:
El es una Subjetividad.
Juez Segundo:
¿Una subjetividad?
Juez Tercero:
¿Una subjetividad?
Juez Primero:
¿Cómo aparece esa Subjetividad?, ¿qué figura posee?, ¿cómo se
muestra? Muchacha:
La cólera es la cara de la Santidad; no otro rostro tiene el Bendito.
Juez Primero:
¿Lo has visto? ¡Trázalo!
Muchacha:
Figuraos dolor y gozo, mansedumbre y superioridad, tristeza y
complacencia, amor y desprecio a un tiempo; existe como obligado.
Juez Segundo:
¿Como obligado?
Juez Tercero:
¿Como obligado?
Juez Primero:
¿No querrás decir que existe con necesidad?
Muchacha:
¡Como obligado!, ¡como obligado!
Juez Primero:
Dios es el Sinsentido del sinsentido Bien y Mal, mundo y no mundo,
pureza e impureza, inocencia y culpa, espíritu y vacío, y de todos los
sinsentidos; no resulta una existencia que hayamos que buscar, sino una
Manifestación: se muestra como la no explicación que explica lo que no tiene
explicación. ¿Cómo te atreves, pues, a describir su rostro y a decir que existe
obligado?
Muchacha:
¡Lo he visto!, señor.
Juez Primero:
Mira, muchacha, que vas a perderte.
Muchacha:
¡Lo he visto!
Juez Segundo:
Palomita, ¿es verdad que hablas también con el Maligno?
Muchacha (gozosa):
En efecto, señor.
Juez Segundo:
Y ¿cómo es ese Maligno? ¡Descríbelo!
Muchacha:
El mundo es la cara del Maligno; su semblante asoma en todas las
cosas: en los niños que duermen, en las mujeres que lavan, en los hombres
que trajinan; en las palabras, en los juicios, en las teorías, en los credos; en
las piedras, en las plantas, en los animales, en las esquinas de las ciudades, en
los sillares de las murallas, en las nubes, en la soledad de las aguas y de los
planetas. Es densidad y opacidad, pura Objetividad.
Juez Primero:
¿Pura Objetividad?
Juez Tercero:
¿Pura Objetividad?
Juez Segundo:
¿Qué quieres expresar con ello?
Muchacha:
Quiero decir que no es un sujeto, sino todo lo dado; también existe
obligado.
Juez Primero:
¿Obligado?
Juez Tercero:
¿Obligado?
Juez Segundo:
Presentas al Maligno como un silogismo; entre los sabios, algunos
afirmaron que todas las cosas resultan silogismos. ¿Cómo se te ocurrió esa
descripción del Malo?
Muchacha:
Lo he visto, señor.
Juez Primero:
¿Sostienes, pues, que el Maligno se encuentra ahora entre nosotros, tus
jueces, que se muestra en nuestros rostros y que habla por nuestras bocas?
¿Crees que su viscosa compacidad ocupa este lugar, estos bancos y estas
mesas, encarnada forma y actualidad del momento? ¿Mantienes que su
crasitud penetra nuestras insignias y su brillo? ¿Afirmas, en resumen, que
está aquí, llenando el tiempo y el espacio?
Muchacha:
Lo veo, señor. ¿No lo advertís también vosotros? Se halla en toda
mímica, en cualquier objeto y su resplandor; también, en la conciencia y su
afán. Escuchad los ruidos de la calle: son suyos. Miradlo como pensamiento,
como implacable y mudo deseo, como callado propósito, como interior
proyecto, como acto y su consecuencia; miradlo como Naturaleza, como valle
y corno montaña, como lluvia y como sol; miradlo, finalmente, como signo,
como imagen y como metáfora, como identidad y como alegoría.
Juez Primero:
¿Lo ves como tristeza?
Muchacha:
Como tristeza y como alegría.
Juez Primero:
¿Y como tedio y vacío?
Muchacha:
También como tedio y vacío; a veces, como un vacío lleno.
Juez Segundo:
¿Lo consideras el Príncipe de este Mundo?
Muchacha (gozosa):
El Príncipe de este Mundo, ¡el mundo!
Juez Primero:
Corcilla, ¿cómo puede resultar que hables con el Eterno, la Santidad, y
con el Maligno, sin contradicción en tu alma y en el orden? ¿Cómo puede
ocurrir que el Bueno quiera escucharte tras saber que tratas con el Malo?
Muchacha:
Ellos, como espíritus, y como contrarios, se tienen simpatía.
Juez Segundo:
¿Simpatía?
Juez Tercero:
¿Simpatía?
Juez Primero:
Ya nos confesaste qué suplicas al Eterno: la repetición de tu nombre
por los siglos. Dinos ahora, hija, qué pides al Maligno.
Muchacha:
«Devuélveme al hombre que amo, el único; ha entrado en mis venas y
corre por ellas como mi sangre; marchó con otra mujer y con ella vive».
Juez Primero:
¡Vaya! La ramera pretende ser la elegida del Creador, la bendita, la
nominada por la Palabra, y, al mismo tiempo, la amante de un hombre; el fin
desmerece del principio; en estas miserias concluyen las vulvas.
Juez Tercero:
Muchacha, ¿por qué no hiciste ese ruego al Eterno?
Muchacha:
Porque hay que pedir las cosas de este mundo al Rey de este Mundo.
Juez Segundo:
Y ¿qué respondió el Maligno a esa petición, palomita? ¿Entregóte al
hombre?
Muchacha:
Dijo: «Ángeles, no me ha sido dado aumentar ni disminuir el dolor; no
puedo agregar ni quitar un guijarro al camino angustioso».
Juez Segundo:
¿Cómo puede el Espíritu Maligno confesar su impotencia para obrar el
mal, si resulta el mal mismo, acción y suceso, movimiento y resultado? «¡Ay
de mí!, que he querido. ¡Ay de mí!, que he deseado. ¡Ay de mí!, que he
consentido» ¿Acaso no se define el Malo como voluntad y anhelo?
Muchacha:
Es la Objetividad sin mezcla de subjetividad (ya os lo dije); ni hace ni
deshace: representa el orden.
Juez Primero:
¡El orden! ¿Y qué es el orden? (A los otros jueces) ¿Entendéis algo? (A
la muchacha) Gacelilla, ¿te participó el Bendito algunas otras nuevas?
Muchacha:
Murmuró: «Ángeles, no me imputes la Creación». Y habló así por ser
la Subjetividad.
Juez Primero:
¿Y el Malo? ¿Te confidenció el Malo algo más?
Muchacha:
Susurró: «Ángeles, no me imputes la Creación». Y habló así por ser la
Objetividad.
Juez Primero:
¡Subjetividad, Objetividad! Dulce niña, ¿sabes lo que estás afirmando?
Haces renegar al Eterno de su obra, y, por añadidura, pones en labios del
Maligno queja contra su propia manifestación. ¿Qué se concluye de todo
esto? Aclara: ¿Qué se concluye?
Muchacha:
¿Qué queréis concluir?
Juez Segundo:
Queremos saber quién es el autor de lo dado.
Juez Tercero:
En cuanto acaece como fatalidad y como contingencia.
Muchacha:
El autor es anónimo.
Juez Segundo:
¡Anónimo!
Juez Tercero:
¡Anónimo!
Juez Primero:
¿Qué intentas decir con ello? ¿Pretendes sostener que el Bendito no se
muestra en su obra? ¿Quieres significar que no la protagoniza? ¿Aspiras a
manifestar que se trata de un Dios escondido, o más bien de un Dios que se
evidencia escondido?
Juez Segundo:
¿Es la Creación la ocultación de Dios? ¿Es la Obra el escondite del
Autor? Juez Tercero:
¿Hay un Dios clandestino al mundo? ¿Es el mundo necesidad para el
cumplimiento de la secreteidad divina? ¿Crea Dios para emboscarse? ¿Revela
su encubrimiento su encubrimiento?
Juez Primero:
He ahí mil problemas. ¡Acláralos!
Muchacha:
No tenéis oídos. ¡Dejadme!
Juez Primero:
¡Hola! La coima se permite dictar como Jesús (A la muchacha) Anda:
¿Por qué no afirmas: «Me buscaréis y no me encontraréis... Donde Yo voy,
vosotros no podéis venir»?
Juez Tercero:
Soy viejo, nada me satisface, estoy en el zaguán de la muerte. Dime:
¿Qué debo hacer? ¡Ayúdame!
Muchacha:
Sólo puedes rezar.
Juez Tercero:
¿Y si no hallo respuesta?
Muchacha:
El silencio es respuesta. ¿No lo has comprendido?
Juez Tercero:
¡Ay!, «no se os dará ninguna señal».
Juez Segundo:
¿Oyes tú en el silencio?
Muchacha:
Oigo.
Juez Primero:
¿Oyes? Confiesa definitivamente quién eres. ¿Guardas para nosotros
algún mensaje?
Muchacha:
Me llamo Ángeles; soy la delicia de Dios; me ama el Hijo y me ama el
Espíritu Santo; trato con el Maligno, a quien veo en las cosas.
Juez Primero:
Suavísima niña, realmente resultas una posesa; sufrirás el tormento.
Juez Segundo:
Así será, parvulita.
Juez Tercero:
El dolor te iluminará.
II
Muchacha (en el tormento):
¡Ay!, soy una pobre niña, una débil muchacha. ¡Ay!, dolor, dolor. No
sé de palabras, sino de visiones y voces. ¿Qué puedo decir? Acordaos de
cuando jugaba, cuando crecía junto a mis padres, yendo de aquí para allá con
mi cántaro. Me llamaban Angelita. ¡Ay!, ¿por qué me hacéis padecer? ¡Ay!,
¡ay! Yo quería tener un novio y ser cortejada, bailar en la plaza, dar en los
ojos a mis amigas. ¡Ay!, ¡ay!, esos cordeles, esos cordeles. ¡Ay!, ¡ay!, ¡qué
sudores! Ya no más, mi garganta se seca. ¡Ay!, Dios, mi amante, ¿por qué me
desamparas? Y tú, el Maligno, ¿no tienes algún poder aunque sea
suplicándolo? ¿Dónde estáis los espíritus? ¡Ay!, ¡ay!, este sudor, este sudor
frío. ¡Qué horrible puerta se abre!, ¡qué inacabable zozobra!
Juez Primero:
¿Qué puerta ves?
Muchacha:
¡Ay!, dolor, sufrimiento. Tened piedad.
Juez Primero:
Confiesa, pues.
Muchacha:
¡Ay!, angustia, ¿cómo me encuentro tan sola?, ¿dónde se hallan los
espíritus? Y vosotros, padre y madre muertos, ¿cómo calláis?, ¿cómo
permitís? Mis amigas, mis caminos, luz de los días: todo se esfuma y me
abandona. ¿Adónde va mi ser? ¡Oh qué abismo deshabitado veo! ¡No me
dejéis caer!
Juez Primero:
No en vano apetecemos y hacemos; el castigo es la otra cara de la
culpa, y exige su cumplimiento desde que comenzamos a obrar: los deseos
nos conducen dulcemente a la pena. No resultan iguales los delirios que los
hechos: la realidad es concreta, nadie escapa a su orden, donde se invierten y
frustran todos los anhelos; la propia demencia se inclina ante ella.
Muchacha:
¡Ay!, ¡ay!, despojadme de este padecimiento, estas angustias, este
terrible deshacerse.
Juez Primero:
Reconoce tu pasión y tu caída.
Muchacha:
¡Ay!, deshacimiento, ¡ay!, sima sin fondo.
Juez Primero:
Admite tu unión con el Maligno, habitante de tu interioridad, que habla
con aquella voz; acéptate dueña de la mentira y del vacío; confiesa tu tristeza,
pecado y la necesidad de la sanción. Sólo así quedarás en paz. ¿No ves que te
quiero ayudar? ¡Confiesa!
Muchacha:
¡Ay!, confieso.
Juez Primero:
¿Sufres?
Muchacha:
Mucho, mucho, señor.
Juez Primero:
Ahora dices verdad: el dolor no habla mendaz ni banal.
Muchacha:
¡Ay!, quitádmelo.
Juez Primero:
La expiación te purifica. ¿Sufres?
Muchacha:
Mucho, mucho.
Juez Primero:
Téngote lástima, porque has sido hueco a llenar por el Mal, oquedad
predestinada, tabla para escribir con rasgos impuros, cubo para la suciedad,
campo para la confusión, ánima para la angustia sin conclusión. Y ¿por qué?
No es lo mismo parir que nacer: lo primero resulta ingenuo, y lo segundo,
terrible. ¡Oh si tus padres lo hubieran sabido! Mas cuando ellos sostienen al
niño, deleitándose en su sonrisa y en el movimiento de sus bracitos, no
imaginan sus pecados ni su agonía. ¿Sufres?
Muchacha:
Mucho, mucho.
Juez Primero:
¿Ratificas tu confesión? ¿Te abrazas a la pena? El castigo te tiende su
mano salvadora. ¿Lo aceptas?
Muchacha.
¡Ay!, sí. Quitadme este dolor.
Juez Primero:
¡Ea! Te degollaremos, para que no padezcas el espanto de las llamas.
¿Agradeces nuestra benignidad?
Muchacha:
Sí. ¡Ay!, quitadme este dolor.
Juez Primero:
Hemos querido que la carne que suspiró, en deliquio, no profiera
alaridos; la sagrada corrupción de la tumba purgará con suficiencia los
empeños de tu conciencia, pues el orden se restablece en la muerte. El
agujero oscuro de tu boca, abierta en el sepulcro, predicará la mofa de tus
deseos y su delirio.
Muchacha:
¡Quitadme este dolor! ¡Llevadme a la paz de la tumba!
Juez Primero:
¡Sea en parte! (Al verdugo) Aflojad los cordeles y dejadle descansar. Es
una dulce niñita.
III
Muchacha (atarla a un poste):
¿Qué sucederá después del primer tajo?
Verdugo:
Tal vez haya que dar el segundo.
Muchacha:
Y ¿padeceré mucho?
Verdugo:
No lo sé; sólo veo la exterioridad; algunos se agitan y mueven entre
espumas.
Muchacha:
Tengo miedo.
Verdugo:
Comprende, palomita, que yo no he querido ejercer este oficio ni
realizar estas cosas.
Muchacha:
¿Por qué me matáis?
Verdugo:
Hablaste y te comprometiste; no en vano se es sujeto.
Muchacha:
¡Dios, mi amante, prométeme que me llevarás de la mano por la
planicie de los cielos!; mira que muero niña y enamorada. ¡Ay!, ¡qué lástima
de mi cuerpo!
Verdugo:
¡Vamos, hija! Agárrate al crucifijo, apriétalo, fija allí tus manos. En
verdad que me duele este sacrificio. Cierra los ojos, no será largo. (Le da un
corte. ella se agita; le da otro corte; las manos se aferran al crucifijo).
Juez Primero:
¿Ha muerto?
Verdugo: (Distraído)
Mil veces que ejecuto, mil veces me maravillo. ¡Qué misterio! En
pocos instantes, dejó de manifestarse esta individualidad, que jamás tornará
al mundo. ¿Dónde estará ahora? ¿A quién hablará?
Juez Primero:
¿Ha muerto?
Verdugo:
Ha muerto. Vedla apretando el crucifijo; ahora calla.
Juez Primero:
He aquí la pena cumplida y el orden restaurado. Sólo la superficialidad
podrá acusarnos de crueldad. Tenemos que prohibir, tenemos que prohibir,
para que el espíritu reine en la Tierra, pues el sentimiento de pecado y culpa
consciencia y eleva al hombre. Dios significa prohibición, y la prohibición
significa Dios. Si todo resultara lícito, el vacío y la demencia devendrían
nuestros señores; así, pues, prohibiendo, salvarnos. (Se va).
Verdugo:
Veo, oigo y hago sin entender. ¡Qué difícil resulta saber! (Mirando a la
muchacha) Me limitaré a enterrar el cadáver, que no es poca cosa.
La filosofía política mandarinesca
por Miguel Espinosa
LA SOCIEDAD MANDARINESCA
Dividíase 1a sociedad mandarinesca en castas o grupos estatificados.
La casta era la objetivización de un lugar de la cultura, y, por consiguiente,
parte de la naturaleza de las cosas, o manera civil de revelarse el suceso del
hombre. Tal quiere decir que apenas se fundamentaba sobre valoraciones de
tipo económico ni categorías de porte, educación, apariencia o sangre, a guisa
de nuestros viejos estamentos, sino, precisamente, sobre la cristalización de
una fase de la sabiduría. El Libro de los Mandarines decía que los
acontecimientos más originarios del hombre eran dos: estar en el Mundo y
estar en la casta.
Los textos auténticos apenas tratan de justificar la existencia de castas,
pues la dan como natural, conveniente e incontrastable. Sin embargo, al
abandonar la era clásica, se encuentran comentarios sobre el sentido de esta
diferenciación. He aquí algunas citas, correspondientes a la Época del
Nihilismo, o Etapa del Gran Desencanto:
“Contemplando el hecho político desde un punto de vista
eminentemente natural, es obvio que la estructuración de la comunidad en
castas responde a la organización intencional del Universo, a la sustancia
humana y al sentido de la Realidad. En efecto: Las castas se limitan a
reglamentar la sabia desigualdad; no la crean”, (Escritos Políticos del Lego
Ortodoxo: Contra los Filántropos).
“Pensando con categorías del Primer Día del Mundo, que son, por lo
demás, las eternas categorías del sabio, se adivina que los hombres resultan
desiguales en temperamento, intención, gracia, ingenio y capacidad inventiva.
Las castas los agrupan como el entomólogo reúne los insectos, sin querer ser
responsable de la diferencia habida entre estos animalucos, que remite al
Creador. Nada hay, pues, más en consonancia con el Espíritu de la Tierra, o
el propósito del Mundo, que una materialización de los individuos en castas”.
(Ídem).
“La ordenación de la comunidad en castas es más filosófica que
jurídica, y, por consiguiente, más profunda que justa. De ahí la tenaz
presencia de este concepto en todo creador de utopías, pues el hombre suele
soñar con inocencia y cinismo. Los filósofos, y no los juristas, han imaginado
mundos políticos típicamente naturales y bellos. Contra esto arguyen los
filántropos[1] la crueldad del filósofo y el optimismo del jurista. Mas yo
digo: ¿Acaso no es cruel la Tierra? ¿Acaso el sabio ha de alejarse de la
Tierra? En verdad que los filántropos son hombres de sangre débil”. (Ídem).
“Algunos afirman que la casta contraría el debe ser, la justicia y la
razón; pero olvidan que el debe ser, la justicia y la razón han podido surgir
gracias a las castas. ¿Pues cómo iba a poseer ideas un platerillo, si no las
hubiera recogido de los mandarines? Y porque han habido mandarines
nihilistas y desencantados, hay platerillos ensoberbecidos”. (Ídem).
“Caracteriza a la casta superior el cinismo y el sentido realista, por el
cual su gobierno resulta despótico y retórico. Despótico, porque el sabio está
de acuerdo con la rerum natura; y retórico, porque usa un Falso Diccionario
para hablar al Pueblo. Los filántropos arguyen contra éstos dos razones: que
el despotismo quiebra la armonía humana, y que el Falso Diccionario
contraría la sinceridad. Los filántropos viven, pues, en el interior del hombre,
y han hecho de la persona un mundo, cuya medida es la razón, y cuya norma
es el debe ser. De ahí que esta secta haya rehusado el trato con el Libro y la
autoridad del Libro”.(Ídem).
Dividíanse las castas en cinco permanentes y una transitoria, a saber:
Los mandarines, o casta eminente; los legos, o casta administrativa; la gente
de estaca, o casta militar; los cabezas rapadas, o casta del ejercicio rural del
Poder; la gentecilla, o casta que está ahí; los becarios, o casta engendradora
de mandarines. Los textos auténticos usan, a veces, sinónimos literarios, pues
a los mandarines llaman ancianos, o crepúsculos pensantes; a los legos,
corazones irremediables; a la gente de estaca, hombres de porte, o jugadores
de dados; a los cabezas rapadas, buenos padres; a la gentecilla, primera de las
primeras cosas; y a los becarios, pimpollos de porvenir, huerfanitos,
parvulitos del Libro, patitos y potrillos. He podido descubrir hasta cien
sinónimos de becario, por lo cual deduzco que fue la más tierna, poética,
espiritual e ingrávida de las catas. En otra ocasión hablaré de ello.
Afirman algunos que esta división no es exacta, ni corresponde a la
realidad mandarinesca, aunque resulte admisible desde el punto de vista
enunciativo. Los que así piensan, aseguran que los mandarines no conocieron
más que dos castas: la gentecilla y los señores, debiendo considerarse las
otras como clases funcionales, o meros estamentos de ocasión, al servicio de
la casta suprema. Para afianzar esta pretensión, arguyen dos razones: el
carácter móvil del oficio de lego, hombre de estaca, cabeza rapada, o becario;
y la existencia del Príncipe como Poder Moderador entre la plebe y los
mandarines.
Es cierto que, al hablar de las cosas primeras y últimas, la originación
del Poder y el contrato social, los textos no mencionan otras realidades que
los mandarines y la gentecilla. Desde el campo puramente filosófico, parece,
pues, posible defender la permanencia de dos castas. Mas desde al razón
histórica y sociológica, no es lícito abandonar un hecho tal como la presencia
de los legos, los hombres de estaca, los cabezas rapadas y los becarios, que
configuraron grupos perfectamente delimitados y aislados, sobre todo en la
época clásica. Pudo ser que en principio existiesen solamente los señores y la
plebe, naciendo de sus relaciones las demás castas.
No conviene confundir la calidad de casta con el carácter abierto de la
misma, lo cual fue común entre los mandarines. En efecto: Todo hombre,
nacido en cualquier grupo o lugar, podía aspirar a convertirse en señor,
transformándose en becario, o a ser nombrado lego, individuo de estaca o
cabeza rapada. Al hab1ar de las castas en particular, trataremos con
detenimiento esta cuestión.
LAS COSAS PRIMERAS, O EL
INSTINTO
La filosofía de los mandarines apenas resulta metafísica, por así decirla,
sino poética. Esto quiere decir que se fundamenta en principios puramente
estéticos e intuitivos, alcanzados por comunicación directa con el sentido del
Mundo. La sabiduría mandarinesca proviene de clasificar la realidad en tres
grandes grupos: cosas primeras, cosas últimas y cosas contradictorias. Tales
conjuntos se muestran como esencias diferentes de la materialidad física,
biológica, y humana, y su constitución carece de base racional alguna.
Veamos de analizarlos por separado:
Las cosas primeras pertenecen al reino del Instinto, es decir, a la
vocación de la Tierra, y en ellas están implícitos la presencia y la
manifestación del Cosmos, la materia, los animales, las mujeres, los niños y
la gentecilla. He aquí algunos ejemplos:
“El instinto reside en las cosas primeras, y obra como si el día de hoy
se repitiese por los siglos de los siglos”. (Discurso del Mandarín Sonriente:
Sobre la Premeditación).
“Así como el parvulito va de las primeras a las últimas cosas, así va el
sabio de las últimas a las primeras. Porque de los seres que están ahí, sólo dos
son puros e inocentes de su existencia: el niño y el sabio. Y como los dos se
crucen en este ir y venir, los dos son, ciertamente, compañeros y semejantes”.
(El Libro del Estar y del no Estar en el Mundo).
“EI Gran Padre Mandarín dijo: La guerra os ha dado la gallardía e
inocencia de las cosas primeras. Pero en el gobierno del Imperio habréis de
buscar la dignidad del trato con las cosas últimas. Porque si la guerra os ha
transformado en un Suceso, las cosas últimas os convertirán en un Derecho”.
(Guerra Civil, VI).
La acción, la aventura, el amor, el entusiasmo y todo lo que es
espontáneo y vivo, concierne también a las cosas primeras, comos se deduce
de los siguientes textos:
“A la manera de un parvulito he venido a posar entre las cosas
primeras, como un enamorado y un hombre espontáneo”. (Del Mandarín
Enamorado de la Diosa).
“Dijo mi gacela: Los sabios afirman que la filosofía carece de
intimidad, porque no atañe a las cosas primeras. Mas yo no soy la filosofía.
(Ídem).
“Queriendo poseer carne recién hecha, olvidé veinte mil años de
sabiduría. Ahora podré sonreír a mi gacela, la más bella de las primeras y
tranquilas cosas". (Ídem).
LAS COSAS ÚLTIMAS, O LA
PREMEDITACIÓN
Así como las cosas primeras pertenecen al reino del Instinto, así las
cosas últimas corresponden al reino del juicio, resultando, por ello,
eminentemente humanas. Tales son las cosas de los sabios.
Ahora bien: los mandarines dividen el juicio en dos especies: juicio
dialéctico y juicio moral. El primero es puramente gnoseológico e histórico.
El segundo busca lo conveniente, y se llama Premeditación. A este juicio
incumben las cosas últimas, como se deduce de los siguientes textos:
“Dos sabidurías hay: la del instinto y la del juicio moral. Esta última se
llama Premeditación”. (Discurso del Mandarín Sonriente: Sobre la
Premeditación).
“El instinto conoce la cara fresca y lozana del Mundo. La
Premeditación conoce el dolor y la necesidad de las cosas". (Ídem, 3).
“Se llama doctrina a una larga Premeditación. Así resultan las doctrinas
un juicio conveniente sobre los hechos". (Ídem, 5).
“Cuando la Premeditación se transforma en costumbre, nace la regla.
Una regla no es otra cosa que la Premeditación convertida en el hacer de cada
día”. (Ídem, 8).
“El instinto quiere poseer el Mundo en el corazón; la Premeditación, en
los bolsillos. Jamás la Premeditación ha ido desnuda a las cosas”. (Ídem, 14).
“La Premeditación tiene su nombre político: amor por el Espíritu. Este
amor por el Espíritu usa seis diccionarios: El primero, para hablar con Dios:
diccionario falso. El segundo, para hablar con el Pueblo: diccionario falso. El
tercero, para hablar con el Poder: diccionario falso. El cuarto, para hablar con
los inocentes: diccionario falso. El quinto, para hablar con la Historia:
diccionario faso. Y el sexto, para hablar consigo mismo: diccionario
cerrado”, (Ídem, 16).
“Los niños creen que en el dinero se acuña oro, o se acuña plata. Pero
los sabios conocen que se acuña Premeditación”. (Ídem,26).
“El hombre de la Premeditación tiende a convertirse en esfinge,
símbolo hierático del afán de permanencia”. (Ídem, 29).
“Cosa de niños inocentes parece la creación del Mundo, comparada con
la obra de conservación que supone la Premeditación. (Ídem, 36).
“Las oscuras y soterráneas fuerzas se ponen de una parte de las cosas, o
se ponen de otra. Pero hay tres elementos que siempre están junto a la
Premeditación: el tiempo, el corazón humano y la vejez del Mundo”. (Ídem,
39).
Las relaciones entre las cosas últimas y las cosas primeras han quedado
igualmente expuestas en este Discurso del Mandarín Sonriente. He aquí
algunos ejemplos: ,
“Hay quien habla con el instinto; hay quien habla con la sensibilidad; y
hay quien habla con el juicio moral. El instinto descubre las cosas; la
sensibilidad las hace vanidosas; y el juicio las relega. Las cosas primeras
están ahí; las cosas últimas, en la cabeza del sabio. Cuando la Premeditación
ha llegado a las cosas últimas, el corazón ha olvidado las primeras”. (Ídem,
41).
“Entre las cosas primeras y las cosas últimas existe la misma antinomia
que entre la libertad y la fatalidad, el Bien y el Mal, la alegría y el
desencanto, la verdad y la necesidad. La Premeditación tiene un dogma
supremo: hablar de las cosas primeras con razones de las cosas últimas”.
(Ídem, 4.3).
“Dice el Libro: Las cosas primeras tienen claros ojos; las cosas últimas,
oscuros ojos. La primera de las cosas primeras es la inocencia; la última de
las cosas últimas, la Moral. El conjunto de todas las primeras cosas se llama
naturaleza primera de las cosas; el conjunto de todas las últimas cosas,
naturaleza humana. La Premeditación es el aliento de la naturaleza humana”.
(Ídem, 44).
“Jamás se levantará el Sol sin contemplar este espectáculo: que las
cosas últimas conspiren contra las cosas primeras”. (Ídem, 45).
“Las cosas primeras tientan al sabio de siete maneras: por la carne
nueva, por la faz limpia, por el ritmo interior, por el candor increado, por la
ternura de lo efímero, por la presencia generosa y por la constante modestia”.
“Contra estas siete tentaciones hay siete reglas de Premeditación: la
regla de la carne podrida, la regla de la cara pocha, la regla del interior
desvaído, la regla de la virtud moral, la regla de las entrañas sin grasa, la
regla de la permanencia tozuda y la regla de los premios merecidos”. (Ídem,
47 ).
También debemos al Mandarín Sonriente calificaciones políticas de la
Premeditación, de acuerdo con el contenido de las citas que siguen:
"Mirad las bellas doctrinas corrompidas por los mediocres; pues las
bellas doctrinas son como los niños, que cuando crecen, pierden el candor.
Tal han de conocer los sabios: que los necios y los mediocres son la
Premeditación instintiva”, (Ídem, 48).
“Hace milenios que corre este refrán: Mejor es que haya tontos”. (Ídem,
50).
“Todos los hombres quieren ser objeto de la Premeditación de los
siglos. Los reyes dijeron un día: Para este oficio hemos nacido, pues estamos
predestinados al mando”.
“Las queridas de los reyes añadieron: También nosotras hemos nacido
para esto, pues no hay duda de que la Premeditación de las cosas pensó en el
rey y en la querida del rey”.
“Cuando se acabaron los reyes, dijo el recién venido: Milenios y
milenios han estado preparando mi llegada”.
“Y el coro de los esbirros y aduladores del recién venido exclamó: En
verdad que todo estaba escrito”.
“Aprended, pues, esto: Los hombres prefieren ser amados por un dios
sensato mejor que por un dios espontáneo. Los más avispados guiñan el ojo,
y consideran que, en el fondo, un dios mediocre es un principio inmutable de
seguridad. Por eso dice la Premeditación: Oh, Principio de los Principios.
Déjate de profundidades, y danos un dios becario”. (Ídem, 52).
“La Premeditación es también el talento de los sandios, la voluntad de
los perezosos, la pasión de los abúlicos, el color de las cosas descoloridas, el
misterio de las almas desvaídas. Ella dice: Yo soy una jerarquía ascética, que
sólo pueden seguir los que renuncian, en principio, a lo que no alcanzarán
jamás. (Ídem, 55).
“Acaba diciendo la Premeditación: También soy la cara seria del
Mundo, la boca que no sonríe, las encías sin dientes; los ojos sin brillo, la
mueca de las sombras, la medida de todo lo raquítico, la osadía de los
enquencles, el atrevimiento de los cobardes y el espíritu de los merecedores.
Yo soy la regla”. (Ídem, 56 n).
“Habrá premeditación sin juicio, sin interpretación, sin virtudes, sin
necios, sin mediocres y hasta sin regla, antes que Premeditación sin
mandarines. Porque los mandarines son la Premeditación en el vientre de la
madre. Así dice el Libro: Si los hombres nacen, los mandarines renacen.
Todo auténtico mandarín ha estado ya en este mundo”. (Ídem. 58 ).
LAS COSAS CONTRADICTOIRIAS, O
RAZÓN DIALÉCTICA
Más allá de las cosas primeras y últimas, que resultan sustancias
grávidas o definidas, se hallan las cosas contradictorias o juicio dialéctico
inmanente. Se trata de una esencia móvil, un lugar fluido y cambiante de la
sabiduría, cuyo conocimiento está reservado a un solo hombre: el Gran Padre
Mandarín, supremo intérprete del Libro y los hechos.
El carácter estático de la civilización mandarinesca se alía con la
dinámica histórica a través de las cosas contradictorias, logrando con ello
mayor flexibilidad para los textos del Libro. En la cita que sigue trataremos
de averiguar, en lo posible, el sentido que los mandarines dieron a esta
soberana expresión del Mundo.
“Estando así las cosas, el Gran Padre decidió esperar doce semanas, y
luego envió emisarios al Príncipe, para que se retractara. Pero el Príncipe no
se retractó, sino que prosiguió en sus deseos y aficiones, como un verdadero
enamorado de las gacelas contradictorias. Entonces, el Gran Padre dio
sentencia definitiva, liberando los súbditos de la obligación del pacto social,
anulando los compromisos tributarios y ordenando a los buenos padres que
dejaran de cumplir las pragmáticas que llevasen el lema infame”.
“La sentencia era muy extensa, y decía:
“Oh, ancianos. ¿Qué sería del Mundo si los Príncipes reinaran en
nombre de las cosas contradictorias? Los gobernantes se harían como dioses,
y el Principado se convertiría en opresión tiránica. Un Príncipe quitaría a otro
Príncipe; los hijos se alzarían contra los padres; los nietos, contra los abuelos;
y la ignorancia contra la sabiduría. Se vulgarizarían mis ,bellas gacelas, jamás
manchadas por mano de patán, y toda gente, por ínfima que fuere, querría
poseer verdades. La cabeza de la gentecilla tendría su tesis y su antitesis; las
manos sudorosas de de los jayanes hurgarían la nobleza de la sabiduría; y los
pies de la canalla pisotearían la virginidad de cuanto he criado con el amor de
los siglos. Los sabios contemplarían esto con dolor infinito, y sufrirían
cuando un mostrenco les hablare de tú a tú, diciéndoles: Yo pienso. Porque
no hay cosa más dolorosa para un sabio que oír a un cernícalo opinar. Las
mujerzuelas, los mozos de cuadra, los amanuenses, los escribanos. y
cualquier carne manosearían los libros sagrados, y dirían: ¿Por qué ha de ir el
Gran Padre con esas vestiduras? ¿Por qué ha de poseer tan gran mansión? Y
los aficionados a becarios asentirían con sus cerebros medio ilustrados, y la
cabecita llena de ambiciones de mando y goce, añadiendo: Eso, eso, eso. Pero
ninguno comprendería que el Gran Padre es el perpetuo enamorado de las
bellas cosas, y que las bellas cosas son gacelas que ellos no pueden conocer
ni soñar en ver. El mundo se conserva porque yo guardo, adulo, confío,
halago y custodio las muchachas tentadoras que son las cosas contradictorias.
Pues si yo las soltara, se perdería la Tierra. ¿A qué, pues, ha de venir un
Príncipe a declarar que reina en nombre de las cosas contradictorias? Jamás
han besado su frente, ni han velado su sueño, ni han consolado su melancolía,
ni han sosegado su ánimo. Mas si el Príncipe se empeña en poseerlas contra
nuestra voluntad, vendrán años malos para su persona”.
“Tal fue la sentencia del Gran Padre, llamada Sentencia Magna, o
Sentencia sobre la Conservación del Mundo, que conquistó el favor de los
legos, los buenos padres, los becarios y la gente de estaca”.
“El Príncipe conoció su texto; se irritó; llamó al Mandarín Político, y
dijo: Mira cómo es cruel y cínica esta sentencia tan extensa y aparatosa. Trata
mal a la gentecilla y a las costumbres y aficiones de la gentecilla, sin advertir
que el pueblo está aquí en nombre de las cosas primeras, que merecen respeto
de los sabios”.
“El Mandarín Político cruzó sus manos y contestó: Oh, parvulito.
Comprende que esa sentencia ha sido producida desde el seno mismo de las
cosas contradictorias, y la sabiduría de tales gacelas tiene que ser a veces
cruel y descarnada. Pues las cosas contradictorias no poseen el encanto
inocente de las cosas primeras, porque no son cosas de amor. Tampoco tienen
la espiritualidad de las cosas últimas, porque no son objeto de fines y
merecimientos. Las cosas contradictorias, oh Príncipe, son precisamente la
contradicción de las cosas y de los principios, no existiendo nada más
delicado, sutil ni problemático. Pues no son como muchachas que están
preguntando siempre, y como corzas que te muestran una vez los senos
floridos, y otra vez el esqueleto, con su calavera. Son un juicio que te
confunden; el sí y el no; la duda; la esperanza; la desesperanza; el recelo. Por
eso la sabiduría de los siglos ha colocado tales gacelas en manos de un solo
hombre, pues si andaran sueltas, ni tus bufones querrían ser menos que tú”.
“El Príncipe replicó: Oh, Padre. Perdona, pero, en oyéndote, he sentido
que mi corazón pertenece por entero a tales gatitas, dignas gacelas de un
príncipe. Así quiero reinar en su nombre, para que digan las gentes del Orbe:
Más acá de las cosas primeras, y más allá de las últimas se halla el Príncipe,
porque se encuentra aposentado entre las cosas contradictorias”.
“Diciendo esto, se fue. Y el Mandarín Político se arrepintió por primera
vez de haber enseñado filosofía a su Príncipe” (Reinado del Segundo
Aguilucho, VIII).
LA NATURALEZA HUMANA
Así como la filosofía general divide las cosas en primeras y últimas, así
la intuición política clasifica la común naturaleza en naturaleza primera y
naturaleza segunda. Esta segunda naturaleza es lo que normalmente se llama
naturaleza humana.
Siete notas o caracteres hallan los mandarines, en la naturaleza humana,
y son: la calidad irremediable, la calidad ineludible, la calidad inexcusable, la
calidad fatal, la calidad determinada, la calidad continua y la calidad de estar
hecha de una vez para siempre. Por eso dice un texto del Libro:
“La naturaleza humana es como el amor auténtico. Pues todo auténtico
amor resulta irremediable, ineludible, inexcusable, fatal, determinado y
continuo. Todo auténtico amor está hecho de una vez para siempre”. (Del
Mandarín enamorado de la Diosa, II).
El problema de la bondad o de la maldad del hombre no fue planteado
hasta la Época del Nihilismo. A él hace referencia el Lego Ortodoxo, cuando
escribe:
“La vieja sabiduría intuyó que toda cuestión política podía reducirse a
considerar si el individuo es bueno o malo. Los filántropos sostienen que la
persona es naturalmente bondadosa. Pero después de los filántropos han
venido muchos a decir que el espíritu de la maldad reside en el estilo de la
Tierra, por lo cual, el hombre debe divorciarse del Mundo. Emprendido este
camino, fácil es que surjan todavía quienes lleven el juicio lógico a sus
últimos extremos, asegurando que no hay diferencia entre las humanas
criaturas, ni entre el necio y el sabio, el malvado y el prudente, pues sólo
existe una diversidad aquí abajo, y es la desigualdad que trae la instrucción”.
(Escritos Políticos del Lego Ortodoxo: Contra los Filántropos).
“El Libro afirma que el hombre no es bueno ni malo, sino que posee el
sentido de la Tierra. Los que dicen que la sustancia humana es buena, niegan,
pues, el sentido de la Tierra, ya que el sentido de la Tierra no es moral”.
(Ídem).
Como se ve, los mandarines practicaban una especie de naturalismo
antropológico, cuyo último fundamento estribaba en la concepción de la
sabiduría como abrazo con la Tierra. Así aparece en este bello texto:
“Más allá de la Naturaleza todo resulta de una asombrosa continuidad.
Sólo este mundo es discreto y desigual”. (Del Mandarín Enamorado de la
Diosa: Contestación de la Diosa a su fiel).
EL CINISMO
Según los más antiguos textos, el cinismo es la manera inocente de
enfrentarse el hombre con la Realidad. Así dice el Libro:
“Sólo el sabio y sólo el niño son verdaderamente cínicos, porque sólo el
niño y el sabio son inocentes de estar en el Mundo”.
Por lo demás, el cinismo no es una forma de ser o vivir, una pasión o
un hábito, sino un modo de conocer el esquema de la naturaleza de las cosas.
La alta y profunda sabiduría resulta, por ello, eminentemente cínica, como se
ve en este texto:
“Me enamoré de la Tierra, y la Tierra me guiñó un ojo. Desde entonces,
entre el sabio y la Tierra hay un interesante juego de guiños”. (Del Mandarín
Enamorado de la Diosa).
Al cinismo, como sabiduría, corresponde el ejercicio de la virtud
política llamada hipocresía, que habla al Pueblo con el Diccionario Falso.
Esta virtud se realiza a través de la retórica, elemento sine qua non para la
feliz gobernación. Así aparece en el siguiente texto:
“El Príncipe ha de buscar al retórico, que conocerá por su mala lengua.
Pero si la mala lengua no fuera bastante, diez caracteres distinguen al
retórico: usar vocablos indefinidos, manejar grandes conceptos, hablar de
cuestiones espirituales, poner a Dios en sus obras, repudiar las cosas
modestas, servirse de la Moral, pretender inaugurar una nueva edad feliz,
interpretar el sentido de los libros sagrados, ser testarudo y ser mediocre”.
(Discurso del Mandarín Bizco: Sobre la Corrupción, 39).
En los autores heterodoxos aparecen abundantes ataques a la
calificación eminente de la hipocresía. He aquí algunos ejemplos:
“Sostenían los antiguos dos errores contra la razón y la gentecilla: que
todo Poder es un hecho y que el Estado resulta algo naturalmente hipócrita.
Éstas son las tesis que hoy defienden los mandarines, pretendiendo conservar
el mandato sobre el Pueblo. Pero nosotros, desde que somos hermanos,
hemos descubierto la sinceridad”. (Escritos del Barberillo Autodidacta).
“Los demonios y la hipocresía son una forma de la solemnidad, por lo
cual, siendo nosotros parvulitos de la razón, hemos decidido expulsar la
solemnidad de nuestro reino”. (Ídem).
“Sé que los niños recitan todavía el viejo poema de nuestros padres:
“Cuando digas a una gacela: te amo, díselo con solemnidad. Por ello sabrá
que eres un mandarín”. Nosotros enseñaremos a los niños que las mujeres no
son gacelas, sino compañeras”. (Ídem).
Los textos auténticos traen agudas observaciones sobre la relación entre
el cinismo y la hipocresía. Se trata de finas sugerencias de tipo psicológico,
como las expuestas a continuación:
“Sólo existe una forma para hablar desde el cinismo, y es la manera
literaria, o el modo de los sabios. Pues todo hombre tiende por naturaleza a
expresarse desde la hipocresía, y ya, desde que va creciendo, es hipócrita.
Solamente el sabio logra desprenderse de esta costumbre de patán. Pero, aun
el sabio, ha de buscar una fórmula metódica y majestuosa para su cinismo;
pues el cinismo, como la inocencia, es ruboroso”. (El Libro de los
Mandarines).
“Yo divido los hombres en fariseos, filisteos y demoníacos. Los
fariseos dicen: oh las virtudes, oh las costumbres, oh la tradición. Los
filisteos exclaman: oh la verdad, oh la justicia, oh el espíritu. Los demoníacos
repiten: oh los instintos, oh las intuiciones, oh la realidad. Los primeros
palidecen al hablar, porque las virtudes son pálidas. Los segundos quedan
impasibles, porque el espíritu es tozudo. Los terceros se sonrojan, porque
todo cinismo posee rubor”. (Reinado del Segundo Aguilucho, XIV).
LA CORRUPCIÓN
Al fundamentar los mandarines la realidad política sobre principios
puramente naturales, hubieron de admitir como inexcusable la tendencia de la
persona humana hacia la corrupción dando carácter de materialidad a esta
inclinación. Los textos auténticos hablan de la corrupción como de un
elemento de gobierno o forma natural de revelarse el hombre en el paisaje de
las cosas civiles. He aquí algunos ejemplos:
“Sin corrupción nada se conserva. Todo lo que se corrompe, se
mantiene”. (Discurso del Mandarín Bizco: Sobre la Corrupción).
“Aprended a corromper, y poseeréis la Tierra. El hombre es corruptor
por naturaleza, y el sabio, corruptor por conveniencia. (Ídem, 13).
“El necio dice: Esto se halla corrupto, pronto caerá. Mas el sabio
replica: Esto se está corrompiendo, va a durar mil años. Pues sólo perdura lo
que se corrompe, y sólo en la corrupción hallan las ideas su argamasa”.
(Ídem, 16).
“Desde que las ideas triunfan, comienzan a corromperse, pues las ideas
son como las mujeres: que buscan dulcemente un corruptor”. (Ídem, 17).
“Así como una mujer virgen no pare niños; así una idea pura tampoco
pare hechos. Toda mujer núbil quiere ser desflorada, y toda, idea también
núbil pretende ser corrompida”. (Ídem, 18).
“Cualquier doctrina posee tres momentos: el fundador, el corruptor y el
jurista. El fundador dice, el corruptor interpreta, los juristas distinguen Todo
fundador va seguido de su corruptor, y todo corruptor de sus juristas”. (Ídem,
19).
“Si la inocencia es cínica, la corrupción es tímida. La inocencia se
desnuda, y la corrupción se cubre. El manto de la corrupción se llama
retórica”. (Ídem, 21).
“Los necios son a la corrupción lo que la necesidad al Mundo, pues
toda corrupción ha de admitir fatalmente la presencia de los necios. Si en la
limpieza hay moscas, absurdo es intentar exterminarlas de la podredumbre”.
(Ídem, 29).
“La corrupción es algo que sólo puede ser superado por la corrupción.
Millones de hombres sueñan con la dicha de ser corrompidos alguna vez.
Pero no a todos les ha sido dada la ocasión de corromperse”. (Ídem, 36).
“Habrá corrupción sin intereses, sin hogaza, sin retóricos, y hasta
corrupción sin necios, antes que corrupción sin mandarines. Pues la sonrisa
de los mandarines es la cara sensata y pocha de la corrupción. (Ídem, 43).
“La corrupción está en los legos, y los legos son la corrupción y
prevaricación. No hay corrupción sin legos, ni legos sin corrupción. Si los
mandarines han de velar por el orden, han de saber que la corrupción y los
legos conservan las doctrinas; pues sin ellos triunfarían las ideas puras, que
son principios de disolución. (El Libro los Mandarines).
En la Época del Nihilismo, el Lego Ortodoxo escribió en defensa del
carácter tradicional de la corrupción, diciendo:
“Afirman los filántropos que la corrupción va contra el debe ser, el
juicio y la razón. Pero yo pregunto: Oh, filántropos, mostradme al hombre
nuevo. ¿Dónde está esa segunda naturaleza humana que habéis inventado en
vuestros ocios de artesanos? Para ellos cito la frase del Libro: He puesto entre
los hombres el deseo de un nuevo hombre, y a todos he picado con esta
desazón que nunca ceja. Porque en todo hombre hay muchos hombres, y
solamente en el sabio hay un solo hombre. En el sabio no es el hombre una
esperanza”. (Escritos Políticos del Lego Ortodoxo: Contra los Filántropos).
EL SUCESO
El carácter eminentemente natural de la filosofía política mandarinesca
se agranda al llegar a la teoría del suceso. Es obvio que la materialidad social
se fundamenta en acaecimientos; pero en ninguna concepción del mundo han
llegado los hechos a poseer tan singular categoría como en el caso que
tratamos. En efecto: Los mandarines elevaron el simple acontecer a razón
universal, construyendo la más originaria doctrina sobre la justificación de la
soberanía y los modos de gobierno. He aquí algunos ejemplos:
“Pedrarias dijo: Oh ancianos, padrecitos. ¿Acaso está mal elogiar a
nuestro Príncipe? Porque yo no sabia que fuera delito ensalzar al soberano.
Los ancianos contestaron: ¿Quién eres tú y quiénes somos nosotros
para elegir nuestro Príncipe? Dice el Libro que el Príncipe es un suceso.
¿Acaso elige el hombre sus propios sucesos?
Pedrarias replicó: Ayer mismo ensalzabais al Príncipe, cogiéndole las
manos y haciendo votos por su victoria.
Los ancianos añadieron: Ayer era el Príncipe un suceso irremediable.
Pero puede ocurrir que hoy aparezcan en el campo de batalla otros sucesos
más irremediables. Y dice el Libro que a un suceso irremediable sustituye
otro suceso más irremediable”. (Guerra Civil, I).
“Pedrarias preguntó: decidme por qué señal conocéis vosotros que un
Príncipe está con Dios.
Los ancianos contestaron: El Príncipe que está con Dios es todo un
suceso, un hecho consumado. Y todo Príncipe victorioso, que viene a
sentarse en el trono de sus descendientes, es un hecho consumado”. (Ídem).
“El sabio permanece como el Libro. Mas todo lo que viene y todo lo
que va se acomoda al Libro en el corazón del sabio”. (El Libro de los
Mandarines).
“Sólo los locos, los necios y los patanes cargan con la responsabilidad
de sus propias obras, pretendiendo intervenir en la obra del Mundo. El sabio,
por el contrario, úncese a los sucesos irremediables”. (Ídem).
“Dejad que los sucesos sucedan a los sucesos. Pues cuando un Príncipe
se vuelve extravagante, fratricida, parricida o necio, se vuelve más
irremediable. Y un Príncipe tan inexcusable solo puede ser sustituido por otro
Príncipe más inexcusable. Oh ancianos, contad con el tiempo y la obra del
tiempo en los hombres”. (Sentencia incidental del Oran Padre Mandarín).
Conviene advertir que, según la más pura ortodoxia, el suceso convierte
en posible lo indeterminado. Por eso, ni la sustancia física ni los animales
pueden considerarse como sucesos, sino como presencia o paisaje del
Mundo. Así aparece en estos textos:
“¿Acaso los insectos son un suceso? Pues los insectos paren insectos, y
los sucesos paren indeterminación”. (Sentencia incidental del Garan Padre
Mandarín sobre los insectos y los sucesos).
“¿Quién ha dicho que la gentecilla sea un suceso? Pues la gentecilla,
como el Mundo, es mera presencia; algo que está ahí”. (El Libro de los
Mandarines).
Las cosas primeras tampoco pueden entenderse como sucesos. En
efecto: en opinión de los mandarines, ni la mujer, ni el niño, ni el instinto, ni
la inocencia poseen verdadera historia. He aquí un texto ejemplar:
“Viendo lavar las mujeres y jugar los niños; me pregunté: ¿Desde
cuándo lava la mujer y juega el niño? Pues juegan y layan desde el primer día
del Mundo, por lo cual son también paisaje de la Tierra”. (Obras Completas
de los Mendigos Herejes).
Abundando, podríamos afirmar que ni los mismos dioses resultan
sucesos, como se deduce de esta cita :
“Díjele a mi gacela: Entre las cosas tranquilas, tú eres las primera y
más bella, pues en ti nada ocurre”. (Del Mandarín enamorado de la diosa).
De todo ello parece deducirse la calidad típicamente histórica y política
del suceso, cuya interpretación corresponde a la casta superior. Corroborando
esta idea, existe un texto heterodoxo, que dice:
“Los mandarines pretenden conservar el antiguo engaño, sosteniendo
que los sucesos sólo acaecen a los mandarines, pues el Pueblo está fuera de la
Historia”. (Escritos Políticos del Barberillo Autodidacta).
LO IRREMEDIABLE
Unida al concepto de suceso aparece la idea de lo irremediable. Se trata
de una categoría de impronta material, que se realiza en el mundo político a
través de la ineludible presencia de elementos formales, que no pueden ser
soslayados de la sustancia social, pues son la razón misma de la comunidad.
Los mandarines no sistematizaron los factores irremediables; pero,
siguiendo los textos, podemos ofrecer algunos ejemplos. Son irremediables el
Príncipe, los legos, la gente de estaca, los becarios, la corrupción, el necio, la
tiranía, etc. Así aparece en las citas siguientes:
“Oh ancianos: Sabed que todo Poder y todo Príncipe resultan sustancias
trágicas e irremediables, como la Naturaleza, los dioses, el Fatum, y los
demonios. El saber antiguo afirma calidad irresponsable de estas formas
superiores del suceder, pues quien alcanza a contemplar de una mirada el
Paisaje del Mundo, se torna como un dios o como un niño. Importa, por
consiguiente, que la sabiduría quiera estar de acuerdo con lo que sucede,
aprendiendo a hacer distingos en cuestiones de hecho, y armonizando el
suceso principesco con la conveniencia de cada uno”. (Sentencia Definitiva
del Gran Padre Mandarín, II).
“Siempre habrá legos y corrupción, porque los legos y la corrupción
son cosas irremediables”. (Sentencia incidental del Gran Padre Mandarín,
contestando a la apelación del Becario Falca).
“No temas, oh Pedrarias. Eres hombre de porvenir; y los Aguiluchos
habrán de necesitarte, porque hacen la guerra para ocupar el lugar de tu
Príncipe y señor. Los que poseen esa jerarquía han necesidad de legos,
porque los legos son irremediables al Imperio y las cosas del Imperio”.
(Guerra Civil, II).
“Él dijo: Sé que has pretendido sonsacar a tos soldados. ¿Acaso ignoras
que la estaca es necesaria? Pues la estaca resulta irremediable”.
“Yo contesté: Reconozco que la estaca es precisa. Pero no está bien que
me guste la estaca, porque mi voluntad quiere ser más inocente que mi razón.
Yo no soy hombre de razón ni de porvenir, sino de instinto. Perdona que sea
así”.
“Él replicó: Has reconocido la razón de la estaca. Esto te servirá en
juicio". (Historia del Eremita).
“El Sumo Mandarín contestó: Oh Estaca-mayor, no temas; porque no
habrá residencias de aficionados a becarios. Dice el Libro que un becario sólo
puede ser sustituido por otro becario, y no por aficionadillos”.
“Al oír tal, exclamó el Estaca-Mayor: Si el Libro dice eso, ¿Por qué' me
ayudaste despanzurrar huerfanitos? Pues ahora veo que son gente
irremediable”.
“El mandarín respondió: Oh Estaca, inocentasco. Dice el Libro que
siempre habrá becarios; pero yo opino que no han de ser los mismos”.
(Herejía de los Becarios).
“Sonríe y calla el sabio ante lo irremediable de la estupidez, con la
humildad suficiente para admitir la presencia de los demás. Es bello que así
se conduzca el sabio, tornándose modesto frente a la calidad fatal del necio.
Pues si no hubiera tontos, el sabio no podría ruborizarse”. (Sentencia
Definitiva del Gran Padre Mandarín).
“Sabed que la posibilidad de realizar lo indeterminado desaparece
cuando surge la estupidez como forma de lo necesario, pues la fatalidad es la
última y más grávida de las cosas”. (Sentencia Definitiva del Gran Padre
Mandarín, III).
EL PODER
La típica condición natural de la sabiduría política mandarinesca se
refleja en la teoría del Poder. En efecto: según la más pura ortodoxia, la
soberanía corresponde a la casta superior, mas no porque lo sea
racionalmente, sino porque lo es de facto. Tal filosofía lleva implícito el
reconocimiento de que todo Poder es detentado, y de que, por consiguiente,
cualquier lucha contra el Poder es legítima, de acuerdo con la naturaleza de
las cosas. Así aparece en los textos siguientes:
“Todo Poder es un hecho. Todo Poder es legítimo. Todo Poder es fatal.
Todo Poder es inmanente”. (El Libro de los Mandarines).
“Un Poder no puede ser sustituido sino por otro Poder”. (Ídem).
“Toda lucha contra el poder es humana, racional y legítima. Pero no
toda lucha contra el Poder puede justificarse a posteriori, porque no siempre
resulta victoriosa”. (Ídem).
De lo expuesto se deduce que la soberanía es algo que se explica en sí
mismo, pero se justifica siempre a posteriori, como la vida y el Mundo. He
aquí algunos ejemplos:
“Los hechos son hechos cuando están más hechos. Y todo Poder que
vence es un hecho”. (Guerra Civil, I).
“Las cosas suceden a las cosas; pero los hombres y los conceptos
impugnados no suceden a nadie ni a nada. Sólo permanecen por pereza de la
lógica o misericordia de la voluntad”. (Guerra Civil, II).
“Cuando el príncipe se convierte en un recuerdo del pasado, los Padres
de la patria han de salvar al Pueblo, rememorando la existencia de las
antiguas leyes. Y si un nuevo acontecer irremediable se opone al suceso del
Príncipe, las viejas y augustas leyes han de colocarse frente al moderno
acontecimiento; porque las leyes antiguas se han hecho para que sirvan al
último suceso”. (Sentencia Definitiva del Gran Padre Mandarín, V).
“Luego visitó el infante al Gran Padre Mandarín, que dijo: Oh
parvulito. Siéntate en el trono de tus padres y gobierna tu Imperio y las gentes
de tu Imperio. Mas advierte que si la guerra te ha convertido en un Suceso,
las cosas últimas te transformarán en un Derecho”.
“El Infante preguntó: Oh, padre. ¿Qué son las cosas últimas?”
“El Mandarín repuso: Oh, Príncipe. Las cosas últimas son las cosas de
los mandarines”. (El Príncipe Restaurador, I).
En la época del Nihilismo, el lego Ortodoxo escribió en defensa de los
caracteres tradicionales del Poder, diciendo:
“Afirma el Platerillo que todo auténtico Poder ha de ser moderado, ha
de ser metódico y ha de realizar la civilidad. No parece sino que el Platerillo
pretendiera enseñar modales a los mandarines, lo cual es gran locura de este
tiempo”. (Escritos Políticos del Lego Ortodoxo: Contra los filántropos).
“Si en el Mundo hubiera una verdad, y esa verdad no residiera en la
casta de los mandarines, no merecería la pena vivir aquí abajo. Pues la verdad
sería como una pelandusca manoseada por la gentecilla. Igual digo del
Poder”. (Ídem).
“Enseña la tradición que los nuevos señores suelen ser recelosos. Por
eso, el Poder de la canalla resulta defensivo, y, por consiguiente, cruel y
bajuno. ¿De dónde, pues, ha sacado el Platerillo su pálida teoría sobre el
dulce reino de la gentecilla?” (Ídem).
EL PRÍNCIPE
Dentro de la filosofía general de los mandarines, la Historia surge como
objetivización de las relaciones entre las castas. El Príncipe es el árbitro
supremo de esas relaciones, y su misión estriba en actuar como elemento
moderador entre la gentecilla y los señores. De ahí que carezca de verdadero
valor sustantivo, como se deduce del siguiente texto:
“Cada casta tiene su lugar en la naturaleza de las cosas, y cada lugar, su
Poder. Pugnan, pues, los Poderes, y hácese la realidad social. La soberanía de
cada casta es sustantiva, pues tiene sustancia propia. Dominan los mandarines
y obedece la gentecilla ¿Mas quién modera esta lucha? La modera el
Príncipe, que no tiene Poder sustantivo, sino adjetivo. Por eso la soberanía
del Príncipe se llama soberanía de moderación; que quiere decir Poder
Metódico. Si no hubiera Poder Metódico, la lucha de las castas sería una
pugna de fieras”. (El Libro de los Mandarines).
Por ficción política, los mandarines sostienen que el Príncipe y su
familia provienen de la gentecilla, inventando así la más extraña teoría sobre
el origen de los reyes, considerados en otras civilizaciones como
descendientes de la Divinidad. Las citas antiguas hablan de una especie de
pacto entre la casta eminente y la plebe, por el cual consintió aquélla en
establecer un Príncipe para cuidar de la armonía. Así aparece en estos textos:
“Gobierna el Príncipe, y dice: Yo voy de las primeras a las últimas
cosas, y de las últimas a las primeras. Pues ha convenido que yo esté sobre
las castas, para que las castas tengan un espectador y un árbitro de su
presencia”. (El Libro de los Mandarines).
“Así hablaron los mandarines: Oh, gentecilla. Porque tenemos la
costumbre de admitir a los demás, nombraremos un Príncipe moderador, y
ese Príncipe será, desde hoy, todo un suceso”. (Ídem).
Esta doctrina sobre el origen del Príncipe y el pacto de soberanía tiende
a resaltar dos conceptos: que el Poder pertenece, en pura naturaleza, al más
fuerte y sabio; y que el Estado ha nacido para defender al débil,
representándolo en un concierto de la lucha general de Poderes. Por eso, los
estandartes reales llevaban esta leyenda: .
“El Príncipe y los Mandarines en nombre de las Primeras y de las
Últimas cosas”. (El libro de los Mandarines).
Por lo demás, tal concepción del Soberano tiene su fundamento en algo
que nunca nos cansaremos de repetir: el carácter natural de la filosofía
política mandarinesca. En efecto: Si el Poder es un hecho, y la casta un lugar
de la Cultura, el Príncipe resulta una ficción creada por contrato, es decir, una
entelequia inventada racionalmente, para templar el ritmo de la rerum natura.
De ahí que al Soberano le esté vedado el trato con las cosas contradictorias o
razón dialéctica, como se deduce del ejemplo que sigue:
“Los ancianos dijeron: Oh, Príncipe parvulito. Escucha la voz de la
ortodoxia: En nombre de las cosas primeras está la gentecilla en el Mundo; en
nombre de las cosas últimas están, los mandarines; en nombre de las cosas
primeras y últimas está el Príncipe, como Poder Conciliador entre los señores
y la gentecilla; y en nombre de ese Poder Conciliador están los legos, los
buenos padres y la gente de estaca, como emisarios de las cosas últimas ante
las primeras, y viceversa. Pero sólo el Gran Padre Mandarín está en nombre
de las cosas contradictorias. Por eso mismo, el Gran Padre puede decir que tú
no reinas sobre él ni las cosas que le son propias”. (Reinado del Segundo
Aguilucho, VIII).
Es innecesario advertir que no todos los Príncipes cumplieron la
doctrina expuesta, pues muchos gobernaron según su propia voluntad,
humillando la ortodoxia y sometiendo la libertad de los mandarines.
EL PUEBLO
Sobre el concepto de Pueblo poseemos abundante literatura, contenida
especialmente en el discurso del Mandarín Cojo. He aquí algunos textos:
“Todo hombre untuoso busca una mujer que lo descubra. El Pueblo es
como un adolescente que busca su mujer. Pero la mujer del Pueblo se llama
gobernación”. (Discurso del Mandarín Cojo, 2).
“El Pueblo no es instinto ni raciocinio, sino costumbre. Dos son las
costumbres que hacen Pueblo: estar aquí abajo y admitir los sucesos”. (Ídem,
7).
“El Pueblo es algo que está fuertemente unido a la tradición del Diablo;
pues, como el Diablo, ama el Pueblo la inteligencia y lo que hay en ella. Así
tiene el Pueblo la mala costumbre de creer inteligentes a sus gobernantes”.
(Ídem, 14).
“El Pueblo y los sabios coinciden en dar al tendero la importancia que
merece. Porque si la Eternidad es de Dios, y el Poder del Príncipe, la
mantequilla y el tocino son de los tenderos”. (Ídem, 18).
“Dos irremediables tendencias hacen también Pueblo: oír los sacerdotes
y escuchar los demagogos. Porque el Pueblo posee la extravagancia de querer
ser redimido”. (Ídem, 35).
“Las grandes ideas no buscan la felicidad. Sin embargo, el Pueblo cree
que las grandes ideas se han hecho para hallar la dicha. De ahí que el Pueblo
no pueda entender a los filósofos. (Ídem, 37).
“El Pueblo cree que la acción política ha de realizar el bien común.
También piensan así los barberos, por lo cual se ha dicho que muchos tienen
ideas de barberos. Mas los espíritus auténticamente sabios conocen que la
política tiende a la pervivencia del estado contemporáneo de cosas, a
convertir los hechos en derechos, y a endurecer definitivamente los sucesos,
transformando lo antiguo en recién llegado. La política es la simpatía que el
Poder siente hacia sí mismo”. (Ídem, 39).
“La más grande fe del pueblo es la fe en lo indeterminado, la esperanza
en dejar de ser una forma de la Realidad. Por eso mismo, el Pueblo es víctima
de los retóricos, porque los retóricos prometen la realización de lo
indeterminado”. (Ídem, 41).
“Hay algo en el pueblo superior al hombre, la razón y la necesidad, y es
la extraña afición por los guiños. En efecto: Gústale asomarse al pecho de un
corazón guiñoso, pues halla las causas primeras y últimas de las cosas en los
gestos de un histrión. Un Príncipe avispado querrá poseer sutiles juristas para
su Pueblo; pero el más profundo de los Príncipes buscará retóricos guiñosos”.
(Ídem, 43).
“No conviene, sin embargo, que el Príncipe o los mandarines guiñen el
ojo al Pueblo. Déjese esto para los legos o los becarios, pues los grandes
señores han de tener intermediarios”. (Ídem, 44).
“He aquí la más alta justificación de todo Poder: Deo volente. Populo
ferente. Queriéndolo Dios, y consintiéndolo el Pueblo. En efecto: Dios y el
Pueblo están de acuerdo con lo que necesariamente sucede: Tal ocurre en
Dios porque es anterior a los hechos y al Mundo; y en el Pueblo, porque es
posterior al Mundo y los hechos. Todo Príncipe profundo sabe que Dios y el
Pueblo son conformes con su reinado. Pues el que vence, alcanza victoria
porque Dios quiere; y cuando el triunfador ha vencido, también el pueblo
consiente que haya vencido”. (Ídem, 50).
“Los hechos son tozudos, y el Pueblo también. Pero más tozudo que el
Pueblo ha de ser el Príncipe, y más que el Príncipe, los aduladores. Pues los
aduladores son los herederos de todos los sucesos”. (Ídem, 52).
“Habrá Pueblo sin Príncipe, sin dioses, sin costumbres, sin leyes y
hasta sin retóricos; pero jamás sin mandarines. Pues los mandarines son cara
pocha del Pueblo”. (Ídem, 54).
LA POLÍTICA COMO TOTALIDAD
De lo expuesto se deduce que la sabiduría mandarinesca concibió la
política como hacer integral del hombre, no sometido a ningún otro empeño
de naturaleza religiosa, filosófica, científica o hedonística. Los textos
auténticos dan por supuesto el carácter universal de la empresa del gobierno y
convivencia, totalidad donde están implícitas todas las tendencias y aficiones
humanas. De ahí que hablen de la vida como de lucha de Poderes; de las
relaciones individuales, como de enlaces o de conexiones civiles: de las
castas, como de formas del Mundo; del juicio moral, como de Premeditación,
etc., etc.
Aunque los tiempos modernos han llegado a poseer una conciencia
semejante, parece difícil superarla, pues los mandarines jamás imaginaron
una materialidad ajena a la obra pública, unciendo cualquier saber a la
expresión de lo conveniente. He aquí algunos ejemplos:
“La ortodoxia cede a la política. Orthodoxia cedit recto civitatis
ordini”. (Aforismo del Mandarín Político).
“Yo divido los hombres en rebeldes y afanosos. Los rebeldes miran
caer la tarde; los afanosos cumplen sus oficios, porque poseen intereses.
Tened cuidado de no mirar la tarde”.
“Quien posee intereses se unce a la necesidad, rebus sic stantibus. El
que mira la tarde no ve lo inmediato ni ama el día de mañana. Tened cuidado
de poseer intereses y amar el día de mañana. (Arenga del Sumo Mandarín a
los Becarios, 7 y 8).
“Yo divido los hombres en rebeldes y guiñosos. Los rebeldes son como
niños en un mercado; los guiñosos como mercaderes que vociferan. Cuando
se levantan las tiendas, cada uno lleva su negocio; el niño, nada. Tened
cuidado de no ser como niños en un mercado”.
“Porque el niño ha de tener padre que vele por su carne, y un niño no es
padre de otro niño. Los inocentes van de la mano de sus mayores; los
guiñosos, conducidos de sus guiños”. Tened siempre cuidado de encontrar un
padre en vuestros guiños”. (Ídem, 15 y 16).
“Yo divido los hombres en rebeldes y respetuosos. Los rebeldes tratan
lo antiguo como si fuera de ayer; los respetuosos tratan lo de ayer como si
fuera antiquísimo. Tened cuidado de respetar el hecho más próximo”.
“Los sabios conocen que los señores quieren ser antiguos, porque la
antigüedad justifica. El poderoso construye los hechos, y el respetuoso los
convierte en derechos tradicionales. Tened cuidado de estar de acuerdo con el
día de hoy”. (Ídem, 21 y 22).
“Yo divido los hombres en rebeldes y afincados. Los rebeldes obran
como si fueran de paso; los afincados como gente que se queda en este
Mundo. Tened cuidado de no ir de paso”.
“El hombre que va de paso es capaz de trastornar las costumbres y usos
inveterados, corrompiendo el viejo orden con generosidades efímeras. Puede
decir: doy y no tomo; pago caro; entrego y no solicito; dono, me desentiendo
de los merecimientos. El ir de paso produce así inflación de virtudes. Tened
cuidado de afincaros y no elevar el precio de los merecimientos”. (Ídem, 31 y
32).
“Yo divido los hombres en rebeldes y discretos. El rebelde habla igual
a todos; el discreto posee varios diccionarios. Tened cuidado de saber
diferenciar vocablos para hablar a los hombres”.
“El necio habla como un niño, y el sabio como un juicio largamente
rumiado. Cada Poder tiene su gramática, y cada gramática su diccionario. Por
eso, el más avispado conoce y usa el diccionario más contemporáneo, para
poseer la hipocresía que conviene al momento”. (Ídem, 37 y 38).
“Yo divido los hombres en rebeldes y oportunos. Los rebeldes aman
aquello que les parece bueno o bello, perdiendo el tiempo en defender lo
inactual o reivindicar los muertos. Los oportunos saben hacer e intentan hacer
coincidir lo bello con lo conveniente, y lo bueno con lo actual. Tened cuidado
de encontrar una razón moral para el ultimo hecho”.
“Pues tan sólo un loco es capaz de ser amigo del demonio, cuando el
demonio no priva; ir contra la razón de la estaca, o ponerse de parte de un
dios caído. No hay en la Tierra juicio suficiente para convertir en inactual un
hecho contemporáneo. Tened cuidado de estar con lo que sucede”. (Ídem, 39
y 40 ).
“El Estado es presencia de lo irremediable. Sabed convertir esa
presencia en cosa vuestra”. (Consejos del Eterno Becario a sus compañeros).
“El Estado es cualidad política. La cualidad política son tres cosas:
rebaño que mandar, estómagos con intereses y tiempo que acumular”. (Ídem).
“El Sumo Mandarín dijo: Oh mendigo, parvulito. No temas, pues el
Justo no te examinará. Porque desde que se ha convertido en el Hombre Más
Justo del Mundo, tiene mucho que hacer, y no le queda tiempo para examinar
mendigos. Advierte que es el Justo oficial del Imperio, y un Justo oficial
siempre lleva prisa”. (Historia del Mendigo).
“Hubo un lego, beatísimo y ortodoxísimo, que dijo: Propongo que se
ordene la caridad y se saque del caos en que se encuentra. Pues, ¿de qué me
sirve hacer el bien si no lo hago para el recto orden del Imperio? Así opino
que se tenga en cuenta la espiritualidad de los estómagos, y que solamente
concedamos limosna a los mendigos de estómagos espirituales”.
“Como llegara esta tesis al Consejo de Mandarines, el Consejo sonrió y
replicó: ¿Qué hay de nuevo en ello? Es una antigua sabiduría que ya
practicamos nosotros con los becarios y los estómagos de los becarios”.
(Historia del Mendigo).
LA REFLEXIÓN POLITÍCA
CONFIGURADORA
por Miguel Espinosa
INTRODUCCIÓN
I
NATURALEZA FORMAL, NATURALEZA HISTÓRICA Y
CULTURA
1. LA NATURALEZA FORMAL DEL MUNDO
Entendemos por «hecho» lo que se da ahí como anterior al hombre, a la
manera de la piedra, el animal y la razón. El conjunto de todos los «hechos»,
o un «hecho» solo, se denomina Naturaleza Formal del Mundo.
La Materia, la Vida y la Razón son, pues, Naturaleza Formal del
Mundo.
2. LA NATURALEZA HISTÓRICA DEL MUNDO
Entendemos por «suceso» lo que ocurre en el Mundo. La esencia del
«suceso» consiste en ocurrir. El conjunto de todos los «sucesos», o un
«suceso» solo, se llama Historia Natural o Naturaleza Histórica del Mundo.
La naturaleza del hombre es histórica, y solamente la naturaleza del
hombre. La propensión ética, o tendencia a concebir el mundo como un:
deber-ser; la capacidad de alegorizar, o construir artes; la facultad de
componer y descomponer dentro de un todo, denominada Intelecto; y, en
suma, lo que llamamos alma humana, son ejemplos de «sucesos».
3. LA CULTURA
Entendemos por «acontecimiento» lo que acontece en la Naturaleza
Histórica, es decir, lo que realiza el hombre.
Estar ahí y ocurrir son imputables a los dioses; por el contrario, en el
acontecer interviene el hombre. Los «acontecimientos» se configuran sobre
los supuestos del «hecho» y del «suceso», viniendo a ser resultado de la
colaboración entre la Divinidad y la persona, que parece seguir la regla
contenida en este aforismo: sobre lo dado, tejo lo creado.
El conjunto de todos los «acontecimientos», o un «acontecimiento»
solo, se denomina Cultura. Lo historiable es Cultura, y nada más que lo
historiable.
Un tipo concreto de ética, como la contenida en este modelo de la
moral cristiana: «corrige la pasión por amor a Dios y esperanza de su
Gloria»; un arte determinado, como el griego; una cierta filosofía, como la de
Ockam, y una cierta geometría, como la euclidiana, son ejemplos de
«acontecimientos».
4. PARA CADA OBJETO HAY UN TIPO DE REFLEXIÓN
A) Reflexión investigadora: Filosofía y Ciencia
Los «hechos», los «sucesos» y los «acontecimientos», en cuanto
Naturaleza Formal, Naturaleza Histórica y Cultura, pueden ser objeto de
investigación y, en consecuencia, definirse o describirse mediante
proposiciones.
La definición del «hecho» se realiza en proposiciones del siguiente
modelo: «así es el Mundo», usadas por la Filosofía de la Naturaleza Formal
del Mundo, la Matemática y la Lógica, que pretenden decir lo que es el
Mundo.
La descripción del «hecho» se verifica mediante proposiciones del tipo
«esto y esto se da en el Mundo», usadas por las Ciencias de la Naturaleza
Formal del Mundo: Física, Biología, Medicina, Entomología, Geología,
etcétera, que pretenden dar cuenta del Mundo.
La definición del «suceso» y del «acontecimiento» se realiza en
proposiciones del modelo «así es el Mundo», usadas por la Filosofía de la
Naturaleza Histórica y por la Filosofía de la Cultura, que pretenden definir el
alma y el Espíritu, diciendo lo que es el Mundo en cuanto «ocurrir» y
«acontecer».
La descripción del «suceso» y del «acontecimiento» se verifica en
proposiciones del tipo: «esto y esto se da en el Mundo», usadas por las
Ciencias de la Naturaleza Histórica y por las Ciencias de la Cultura: Historia
y Sociología, que pretenden describir la actuación del Espíritu, dando cuenta
del Mundo en cuanto «ocurrir» y «acontecer».
B) Reflexión configuradora: Artes
Los «acontecimientos», en cuanto Cultura, Historia Universal, obra del
hombre, se configuran o crean. La ética kantiana, o la catedral de Colonia,
son configuraciones.
La configuración del «acontecimiento» se realiza mediante el uso de
expresiones, dirigidas a los sentires o al Entendimiento, que necesariamente
caen dentro de alguno de estos modelos: «así debe ser el Mundo», o «así es el
Mundo».
Un conjunto de tales expresiones, o una sola expresión, se llama Arte.
La Filosofía pretende decir lo que es el Mundo, y la Ciencia, lo que se
da en el Mundo. El Arte no enuncia ni dice; expresa el Mundo como un
deber-ser o un ser-así.
La Filosofía y la Ciencia formulan lo general. El Arte expresa lo
particular.
Cuando el Arte usa expresiones del tipo «así debe ser el Mundo»,
configura «acontecimientos» éticos o políticos, y cuando del tipo «así es el
Mundo», «acontecimientos» también políticos, religiosos, plásticos,
musicales, etc., y el arte de la Historia escrita.
5. FILOSOFÍA, CIENCIA Y ARTES
Resumamos lo expuesto en el siguiente cuadro:
1.º PODEMOS INVESTIGAR:
A) La Naturaleza Formal del Mundo: Materia, Vida y Razón, mediante:
Filosofía de la Naturaleza
Formal del Mundo.
a) Proposiciones que afirman:
«así es el Mundo», definiendo el Lógica, y
«hecho».............
Matemática, que pretenden
decir lo que es el Mundo
Ciencias de la Naturaleza
b) Proposiciones que afirman:
Formal del Mundo: Física, Biología,
«esto y esto se da en el Mundo»,
Medicina, Química, Entomología,
describiendo el
Geología, etcétera, que pretenden dar
«hecho».................................................
cuenta del Mundo.
B) La Naturaleza Histórica del Mundo y la Cultura. mediante:
Filosofía de la Naturaleza
a) Proposiciones que afirman: «así
Histórica y Filosofía de la Cultura,
es el Mundo», definiendo el «suceso» o
que definen el alma y el Espíritu,
el
pretendiendo decir lo que es el
«acontecimiento».....................................
Mundo.
Ciencias de la Naturaleza
b) Proposiciones que afirman: Histórica y Ciencias de la Cultura:
«esto y esto se da en el Mundo», Historia y Sociología, que
describiendo el «suceso» o el describen la actuación del Espíritu,
«acontecimiento»............... pretendiendo dar cuenta del
Mundo.
2.º PODEMOS CONFIGURAR: «acontecimientos», o sea, Cultura,
mediante expresiones de los siguientes modelos:
Arte de la Ética, y
a) «Así debe ser el
Mundo» ................... Arte de la Reflexión Política
Utopizadora
Bellas Artes,
Arte de la Religión,
b) Así es el Mundo
................................. Arte de escribir la Historia,
Arte de la Reflexión Política
Prescriptiva o el Derecho
II
LAS AGREGACIONES HUMANAS COMO NATURALEZA
FORMAL, NATURALEZA HISTÓRICA Y CULTURA
6. GRUPO HUMANO, SOCIEDAD-SUCESO Y SOCIEDAD-
ACONTECIMIENTO
La comparecencia de hombres en agregaciones, entendidas como
manera natural de revelarse aquéllos en el Paisaje del Mundo, es un «hecho»
tan puro como la piedra, el animal o la razón.
Llamaremos Grupo Humano a las agregaciones humanas en cuanto
Naturaleza Formal del Mundo.
La comparecencia de hombres en agregaciones, consideradas como
con- junto de individuos, o seres históricos, capaces de tener conciencia del
tiempo, sentir y reflexionar, experimentando cambios, es un «suceso». Por
ejemplo, aquella o esta tribu.
Llamaremos Sociedad-Suceso a las agregaciones humanas en cuanto
Naturaleza Histórica del Mundo.
La Sociedad-Suceso se realiza sobre el supuesto natural del Grupo
Humano, a la manera que la Historia sobre la materia.
La comparecencia de hombres en agregaciones, consideradas como
seres culturales, creados por el mismo hombre, es un «acontecimiento». Por
ejemplo: la sociedad democrática norteamericana.
Llamaremos Sociedad-Acontecimiento a las agregaciones humanas en
cuanto Historia Universal o Cultura.
Según lo expuesto, en una misma comparecencia, como son las
agregaciones humanas, hay tres objetos.
7. PARA CADA OBJETO POLÍTICO HAY UN TIPO DE
REFLEXIÓN
A) Reflexión investigadora: Filosofía y Ciencia Política
En cuanto «hecho», el Grupo Humano puede ser definido mediante
proposiciones del tipo «así es el Mundo». A un conjunto de tales
proposiciones se llama Filosofía del Grupo Humano, que cae dentro de la
Filosofía de la Naturaleza Formal del Mundo.
Esta clase de reflexión considera la agregación humana como anterior
al hombre y a la Historia, y, por tanto, como algo dado de una vez para
siempre, y repetido, también, de una vez para siempre, en suma: como
Naturaleza.
La Filosofía del Grupo Humano, como toda Filosofía, pretende decir lo
que es esa parcela del Mundo que se llama agregación humana. Sus
enunciaciones implican la concepción del Mundo como una totalidad con
sentido, y suponen la admisión de ciertas evidencias tenidas como tales.
En cuanto «suceso» y «acontecimiento», la Sociedad-Suceso y la
Sociedad-Acontecimiento pueden ser descritas mediante proposiciones del
tipo «esto y esto se da en el Mundo». Tales enunciaciones son estadísticas, y
su conjunto se llama Ciencia Política, parcela de las Ciencias de la
Naturaleza Histórica y de la Cultura.
La reflexión que investiga el Grupo Humano es, pues, filosófica, y la
que investiga la Sociedad-Suceso y la Sociedad-Acontecimiento, científica.
B) Reflexión configuradora: Arte Político
La Sociedad-Acontecimiento, en cuanto Cultura o Historia Universal,
es obra del hombre, y, por tanto, resultado de la reflexión configuradora, no
investigadora. La sociedad democrática griega, o esta o aquella tiranía, son
configuraciones.
La configuración de una Sociedad-Acontecimiento se realiza mediante
el uso de expresiones dirigidas a los sentires o al Entendimiento. Un conjunto
de tales expresiones se llama Arte Político, cuyo objeto es la creación de lo
particular .
Cuando el Arte Político usa expresiones del tipo «así debe ser el
Mundo», se llama Arte de la Reflexión Política Utopizadora, y cuando del
tipo «así es el Mundo», Arte de la Reflexión Política Prescriptiva o Jurídica,
que ya estudiaremos.
8. FILOSOFÍA, CIENCIA Y ARTE POLÍTICOS
Resumamos lo dicho en el siguiente cuadro:
1.º PODEMOS INVESTIGAR:
A) El Grupo Humano, en cuanto Naturaleza Formal del Mundo,
mediante :
Proposiciones que
Filosofía del Grupo Humano, como
afirman: «así es el Mundo»,
Filosofía de la Naturaleza Formal del Mundo,
definiendo el «hecho»
que pretende decir lo que es el Grupo Humano
.............
B) La Sociedad-Suceso, en cuanto Naturaleza Histórica del Mundo, y
la Sociedad-Acontecimiento, en cuanto Cultura, mediante:
Proposiciones que afirman: «esto y esto Ciencia Política, como
se da en el Mundo», describiendo el «suceso» Ciencia de la Naturaleza
y el «acontecimiento».............. Histórica y de la Cultura
2.º PODEMOS CONFIGURAR: un tipo de Sociedad-Acontecimiento,
como Cultura, mediante expresiones de los siguientes modelos:
a) «Así debe ser el Mundo» Arte de la Reflexión Política
................... Utopizadora
b) Así es el Mundo Arte de la Reflexión Política
................................. Prescriptiva, o Derecho
En resumen, pues, la Filosofía del Grupo Humano y la Ciencia Política,
en cuanto pensamiento investigador, y el Arte de la Reflexión Política
Utopizadora y Prescriptiva, en cuanto pensamiento configurador, constituyen
lo que se ha de llamar, en general, Reflexión Política.
Fuera de esta Filosofía, de esta Ciencia, y de este Arte, no cabe ninguna
actuación del pensamiento que tenga por objeto las agregaciones humanas, y,
ni siquiera, fuera de este método.
9. ALGUNOS EJEMPLOS DE REFLEXIÓN POLÍTICA
INVESGADORA
A) Filosofía del Grupo Humano
a) Primer ejemplo. ¯Tesis: El Grupo Humano es anterior al individuo.
Mantenemos que el Grupo Humano es anterior al individuo, concepto
de Naturaleza Histórica, no de Naturaleza Formal del Mundo, necesariamente
posterior al primero.
La creencia de que el Grupo Humano es posterior al individuo, de
eminente y larga tradición en Occidente, tuvo su origen en los siguientes
errores:
Primero. En la falta de precisión del lenguaje, que ha de significar el
hormiguero como «conjunto» de hormigas, y las agregaciones de hombres
como conjunción de personas. La misma palabra «agregación» implica
«conjunto».
No hay signo para significar el todo como algo distinto de la
conjunción de partes.
Segundo. En la calidad misma del Intelecto, en cuanto capacidad de
componer y descomponer dentro de un todo, que no puede concebir éste sino
partiendo de la noción de parte, porque ve éstas antes que aquél, como
demostró Bergson.
Tercero. En el error introducido por Aristóteles con su noción de
sustancia. concepto creado por la Metafísica. Se creyó que si se dividía el
Grupo Humano, a la manera de la materia, daba individuos, como aquélla
moléculas. Partiendo de esta operación, típicamente intelectual y matemática,
se atribuyó a la realidad lo que solamente existía en el método de la Razón, y
se dijo: Si al dividir el Grupo Humano, según las leyes del Intelecto,
encontramos individuos, es obvio que aquél deviene resultado de la
conjunción de éstos.
Ahora bien: Aquella partición, intelectualmente cierta, es falsa en el
mundo real, porque el número es una abstracción y un símbolo, un lenguaje,
pero no releva lo real. El número nace en la mente, donde queda. El Intelecto
establece el número, no lo recoge de la realidad.
Luego se agregó: Supuesto que al dividir el Grupo Humano,
encontramos individuos, es claro que podemos construir aquél conjuntando
hombres.
Y así nacieron las teorías del pacto social, que consideran al Grupo
Humano resultado de síntesis.
Cuarto. En la falta de distinción entre Naturaleza Formal del Mundo y
Naturaleza Histórica. Se confundió al Grupo Humano con la Sociedad-
Suceso, y, por así decirlo, se hizo al hijo padre de su abuelo, valorando un ser
histórico como causa de un ente ahistórico.
Contra estos errores y las teorías del pacto social, mantenemos:
Primero. Que el Grupo Humano es Naturaleza Formal del Mundo,
como ya dijimos.
Segundo. Que el individuo es un ser histórico, desprendido de la
Sociedad-Suceso, o Naturaleza Histórica del Mundo, en cuanto éste se revela
como agrupación humana.
Tercero. Que ni en el «hecho» Grupo Humano, ni en el «suceso»
Sociedad, tienen que ver la voluntad ni el instinto del individuo. El hombre es
animal político, mas no porque tienda a agruparse desde su interioridad, sino
porque su Naturaleza Formal es de Grupo. Así hay que entender el famoso
principio de Aristóteles.
Si un habitante de otro planeta viniera a la Tierra, y estuviera en ella el
tiempo indispensable para conocer un convento de frailes capuchinos, podría
afirmar, de vuelta a su tierra: «El Grupo Terrícola es una agregación de
frailes capuchinos». Sin embargo, nosotros sabemos que la expresión «fraile
capuchino» es un concepto típicamente cultural, posterior al «hecho»
agregación humana. Se trata, sin duda, de un concepto desprendido de cierta
Sociedad-Acontecimiento: la Sociedad cristiana de un tiempo.
Cuarto. Que, en resumen, el Grupo Humano es un «hecho», y el
individuo, un «suceso». El segundo es siempre posterior al primero en la
Razón.
Tras escuchar una sinfonía, un supuesto teorizador podría formular la
siguiente hipótesis.
1.º Las sinfonías son un «todo» real, y las llamadas «notas musicales»,
«acontecimientos» configurados por el hombre para poseer y conocer los
momentos ideales de las sinfonías. La «nota» es a la sinfonía lo que el
número a la Naturaleza: abstracción de la Razón, método.
2.º Las «notas musicales» son sustancias de naturaleza sinfónica o
tendencia fatal a conjuntarse para configurar sinfonías. Por tanto, las
sinfonías son una agrupación de «notas».
En estas dos hipótesis podemos sustituir la palabra «nota» por
individuo, y el signo sinfonía, por Grupo Humano. No hay que decir que
nosotros participamos de la primera.
b) Segundo ejemplo. ¯Tesis: El Poder es Naturaleza.
Si el Grupo Humano es un «hecho», a la manera de la Materia, la Vida
y la Razón ha de tener su propia ley de interioridad, capaz de ser expresada
por el Entendimiento.
La Materia se rige por leyes propias, la Vida, por leyes biológicas, y la
Razón, por leyes lógicas o de lenguaje. Más, ¿cuál es la ley del Grupo
Humano?
A la manera de Newton, entendemos por ley la relación entre el
presente y el porvenir de los «hechos», considerando el presente y el porvenir
como dos instantes consecutivos. Las leyes de la Naturaleza Formal del
Mundo son signos que expresan esa relación.
Pues bien: La relación entre el presente y el porvenir de las
agregaciones humanas se expresa en la existencia del Poder, que debe ser
definido como ley de interioridad del Grupo Humano.
Así, pues, el Poder es ley de Naturaleza, y ha de ser valorado como
Naturaleza misma, como «hecho», no como «suceso» ni «acontecimiento».
El Poder no es un «ocurrir» ni un «acontecer», sino un darse ahí, como
la cohesión del hormiguero o la obediencia de las abejas-obreros. El Poder no
es Historia ni Cultura; jamás fue inventado, concedido por los individuos,
acordado ni pactado, porque resulta anterior a la Historia y al individuo.
Sabemos que, hasta el presente, nadie ha podido hablar del Poder
científicamente, y ello porque resulta imposible. Se ha nombrado al Poder
como se nombra un misterio, definiéndolo, por ejemplo, como una situación
de hecho, por la cual unos mandan y otros obedecen. El misterio del Poder es
el misterio de la Naturaleza o de la Razón y el lenguaje. Se trata de «hechos»
dados como Forma del Mundo.
Contra las teorías del pacto social, afirmamos que no se puede hablar
de Poder como de algo que apareció un día, no habiendo existido antes.
Tampoco el Poder fue concedido por Dios al Pueblo o a cierta facción, de un
modo directo, o indirecto, pues sólo proviene de Dios en cuanto Naturaleza
Formal del Mundo, a la manera de cuanto existe.
Consideramos típicamente errónea, afilosófica y acientífica, la actitud
de quienes definen el Poder como nota del Estado, sin advertir que éste
pertenece a la Sociedad-Acontecimiento, y, por tanto, a la Cultura, mientras
que aquél resulta Naturaleza. El Estado es dos veces posterior al Poder, por la
generación de la Historia y por la generación de la Cultura. Jamás hubo
Grupo Humano sin Poder. Empero, hubo, y hay, agregaciones humanas que
no conocieron el Estado.
B) Ciencia Política o Sociología Política .
a) Ejemplo único. ¯Tesis: Llamamos Mando al ejercicio del Poder. El
Estado es una Organización Metódica de Poder y Mando.
El Poder está ahí, como Naturaleza y ley del Grupo Humano. Pero
como las agregaciones humanas, además de «hecho», son también «sucesos»,
el Poder ocurre y deviene Historia.
Cuando el Poder ocurre, se llama Mando, que debe ser definido como
ejercicio improvisado de la Decisión. Decimos «ejercicio improvisado»
porque la Decisión es algo que improvisa cierta facción o casta. Nadie podría
arrojar una piedra a mis cristales si la piedra y los cristales no fueran
realidades ya dadas, o Naturaleza. Mas la acción de tirar la piedra resultará
siempre un ejercicio improvisado por cierto brazo.
Tampoco nadie podría ejercer el Poder si éste no fuera un «hecho»
dado. Pero la Decisión de ejercer el Poder será siempre improvisada por
cierto grupo o casta.
El ejercicio del Poder señala el paso de la Naturaleza a la Historia
Natural, y se realiza ordenando y prohibiendo, es decir, preceptuando.
En una barca de náufragos existe el Poder, como Naturaleza Formal del
Grupo Humano, que se convierte en Mando, o Historia, cuando alguien
improvisa la Decisión de conducir el esquife hacia uno u otro lugar,
ordenando una ruta.
En algunas Sociedades-Acontecimiento se sistematizó el Mando
conforme a ciertas reglas, surgiendo el Estado, que debe ser definido como
una Organización Metódica de Poder y Mando.
El Estado no es Naturaleza ni Historia, sino Cultura. El método por el
cual el Poder y el Mando se organizan sistemáticamente, se llama Derecho.
En este sentido, todo Estado es de Derecho, o no es Estado, sino mera
comparecencia de Mando.
10. UN EJEMPLO DE REFLEXIÓN POLÍTICA CONFIGURADORA
El Segundo Ensayo Sobre el Gobierno Civil, de Juan Locke.
SECCIÓN ÚNICA
LA REFLEXIÓN POLÍTICA CONFIGURADORA
III
CLASES DE REFLEXIÓN POLÍTICA CONFIGURADORA
Por todo lo dicho, sabemos que la Reflexión Política Configuradora es
el Arte de configurar un tipo determinado de Sociedad-Acontecimiento, es
decir, aquella o esta comunidad concreta.
11. LA ACCIÓN POLÍTICA NO TIENE ENTIDAD PROPIA: ES
UNA SIMPLE ANÉCDOTA O MOMENTO DE LA REFLEXIÓN
POLÍTICA CONFIGURADORA.
Lo que llamamos realidades políticas son resultado del Arte de la
Reflexión Política Configuradora. La acción política no es más que un
instante de la reflexión, una mera anécdota, como el triángulo de madera al
geométrico. La acción no permanece ni perdura en la Historia Universal; la
reflexión, sí.
La desamortización de los bienes eclesiásticos fue un momento de la
reflexión ilustrada. Igual se dice de la construcción de un canal.
La Reflexión Política Configuradora, o Arte Político, pertenece al
mundo de lo real.
12. SOCIEDAD PRESCRITA Y SOCIEDAD PROPUESTA
Llamaremos Sociedad Prescrita a una concreta Sociedad-
Acontecimiento. Toda Sociedad existente es Prescrita.
Por el contrario, denominaremos Sociedad Propuesta al tipo de
Sociedad que propone al mundo la literatura política de un determinado
tiempo.
13. PRESCRIPCIÓN Y FICCIÓN
Llamaremos Prescripción al conjunto de valores y derechos tenidos
como tales por la Sociedad Prescrita. Los valores y derechos de la sociedad
europea del Ancien Régime constituían su Prescripción.
Por Ficción entendemos las valoraciones que están más allá de los
principios, y que, por consiguiente, no puede ser objeto de proceso juicioso.
La valoración de la aristocracia; la creencia en el pacto social; la idea
de que si la Comunidad se divide en partes, da individuos, etc., son Ficciones
de la sociedad del Antiguo Régimen, de la sociedad Ilustrada y de la sociedad
democrática.
14. REFLEXIÓN POLÍTICA UTOPIZADORA Y PRESCRIPTIVA
Hay dos clases de Reflexión Política Configuradora:
Una que acepta los valores y derechos de la Sociedad donde opera, a
cuyo conjunto hemos denominado Prescripción, y otra que no acepta lo ya
dado valorado, sino que parte de principios propios, emprendiendo desde
ellos un proceso juicioso encaminado a la configuración de cierto ideal de
Sociedad, diferente del vigente.
La primera se llama Reflexión Política Prescriptiva, y usa expresiones
del modelo «así es el Mundo», creando el Derecho; y la segunda, Reflexión
Política Utopizadora, y usa expresiones del tipo «así debe ser el Mundo»,
creando la ideología.
Al declinar el Mundo Antiguo, la sociedad romana poseía,
naturalmente, un acervo de valores aceptados como tales. Pues bien, en
aquella comunidad, cabían dos clases de Reflexión Política Configuradora:
una que aceptara lo ya dado y estatuido, como se descubre en el Derecho de
la época, y otra que partiera de principios originarios, negando las
valoraciones grecolatinas y configurando un proceso teorético encaminado a
la estructuración de una nueva Sociedad como se advierte en el pensamiento
de San Agustín.
Otro ejemplo podría referirse a la sociedad del Antiguo Régimen de
hombres como Condorcet y Rousseau.
La Reflexión Prescriptiva es conservadora, tiende a institucionar, actúa
desde intereses, despreciando toda meditación teorética, y considera lo ya
configurado como objeto propio.
Por el contrario la Reflexión Utopizadora es abrogante, tiende a derruir,
actúa desde principios, revelándose teorética, y considera como objeto ciertos
postulados tenidos como verdad.
IV
LA REFLEXIÓN POÚTICA PRESCRIPTIVA: EL DERECHO
15. CARACTERES
Hemos definido la Reflexión Política Prescriptiva como el Arte que
tiende a conservar un tipo de Sociedad-Acontecimiento ya dado, partiendo de
valores, considerados como inamovibles por la misma Sociedad y mediante
el uso de expresiones del modelo «así es el Mundo».
Esta reflexión posee cinco caracteres, a saber: 1.º Ser un Arte, 2.º Tener
por objeto la conservación de una Sociedad ya establecida, 3.º Partir de
valores dados, o sea, de la Prescripción y la Ficción, 4.º Enjuiciar desde
hechos, no desde principios, 5.º Ser interesada, no teorética.
El primer carácter diferencia la Reflexión Política Prescriptiva de la
filosófica o sociológica, que investigan la Sociedad como «hecho», «suceso»
o «acontecimiento», pero no la configuran.
Los otros cuatro caracteres confieren a la Reflexión Política
Prescriptiva una típica impronta que hemos de estudiar específicamente,
llamándola desde ahora calidad jurídica.
16. TRES DEFINICIONES DE DERECHO
En la Sociedad-Suceso, el Mando se materializa mediante la acción de
preceptuar, como ya sabemos. El conjunto de todos los preceptos posibles, o
un precepto sólo, se llama Arte del Derecho, y debe ser definido como la
serie de expresiones por la cual realiza el Poder su propia empresa
conservadora del ser-social, siempre a través del Mando.
Así como el Poder pertenece al Grupo Humano, y el Mando, a la
Sociedad-Suceso, así el Derecho pertenece a la Sociedad-Acontecimiento,
por lo cual resulta Cultura.
Si el Mando no preceptúa según un cierto método, no hay Derecho.
Empero, desde un punto de vista racional, o sea, desde el mundo de los
principios, todo Derecho es arbitrario, en cuanto comparecencia creada por el
hombre, y no dada por la Naturaleza Formal del Mundo. La bondad del
Derecho, su aparente racionalidad, estriba solamente en su calidad metódica,
o sea, en aparecer como un todo sistemático y sometido a propias reglas.
En otras palabras, esto quiere decir que, desde una meditación
puramente científica, tan arbitrario resulta el mandato de un jefe de tribu
como el decreto de un Jefe de Estado occidental. La diferencia reside en que
el último preceptúa, según ciertas reglas anteriormente creadas es decir,
según un método. A esto se llama legalidad.
No hay Derecho Natural, porque la Reflexión Política Prescriptiva es
Cultura, y no Naturaleza. El derecho a condenar los enemigos del Estado no
se formula en proposiciones, sino en expresiones. Igual cabe decir del
derecho a poseer y disponer, llamado propiedad.
El Derecho no se investiga; se crea, y esto vale tanto para el Derecho
Positivo como para los llamados Principios Jurídicos. No hay Principios
Generales del Derecho sino en la mente de los picapleitos.
Puesto que el Mando siempre pertenece a una facción, que ejercer el
Poder, cabe también describir el Derecho como sistema de relaciones ideales
mediante el cual realiza su Decisión el grupo o casta dominante.
Cuando el Derecho regula las posibles relaciones entre los que poseen y
disponen, se constituye en un Derecho de Señores. El Derecho Civil Occi-
dental, tal y como nació en Roma, fue un Derecho de Señores.
A veces, el llamado Derecho Constitucional no ha sido otra cosa que la
expresión de un acuerdo entre el grupo o clase que ejerce el Poder y otro
grupo o clase de entre los gobernados. En la Historia de Occidente, esta clase
se llamó aristocracia o burguesía. Un pacto de tal especie dio origen a los
derechos políticos de los ingleses.
En el llamado Derecho Penal hay dos fines: Por un lado, el Mando
garantiza la conservación del Grupo Humano, mediante preceptos que penan
a quienes no admiten la presencia de los demás. Por otro, asegura la
pervivencia de los valores aceptados en la Prescripción y la Ficción.
Aunque la Ética y el Derecho son Artes, éste nada tiene que ver con
aquélla. En efecto: la primera usa expresiones del tipo «así debe ser el
Mundo», y el segundo, del tipo «así es el Mundo»; la una es un deber-ser, y
el otro, un ser-así.
Lo dicho nos sirve para describir definitivamente el Derecho como la
Reflexión Política Configuradora que tiende a conservar una determinada
Sociedad-Acontecimiento, realizando el Poder a través del Mando, ejercido
por un cierto grupo encargado de preceptuar.
Como se ve, el Derecho y la Reflexión Política Prescriptiva son una
misma cosa.
17. EL JUICIO JURÍDICO NO ES UNIVERSAL
El juicio contenido en las expresiones que usa la Reflexión Política
Prescriptiva no puede ser universal ni formular lo general, y ello porque tal
reflexión es Arte, y no Ciencia ni Filosofía.
Sólo la Reflexión Investigadora, que usa proposiciones, puede enunciar
juicios de valor universal o general.
Si el juicio jurídico pudiera formular lo general, el Derecho resultaría
Naturaleza, y sería objeto de investigación.
Tal pretendió la llamada Escuela de Derecho Natural, y entre nosotros,
modernamente, el profesor Jaime Guasp, que considera los preceptos
jurídicos como proposiciones del mismo tipo que las encerradas en las leyes
físicas, lo cual equivale a valorar el Derecho como algo dado y anterior al
hombre, es decir, como un «hecho» capaz de ser investigado y formulado en
enunciaciones de carácter general.
Afirma Guasp que, desde el punto de vista de la teoría de las
obligaciones, el deudor ha de pagar, como, desde el punto de vista de la teoría
mecánica, los cuerpos han de caer. A nuestro entender, Guasp olvida que el
objeto cuerpo físico es un «hecho» fatalmente dado, mientras que el objeto
deudor, un «acontecimiento» pergeñado por la Reflexión Política Prescriptiva
o Arte del Derecho. Cada Arte posee sus reglas, y una de las reglas del
Derecho Civil occidental determina la relación deudor-acreedor.
También desde el punto de vista de ciertas estructuras jurídicas, el
enemigo del Estado siempre ha de ser condenado. Mas, ¿qué significa tal
expresión? ¿Qué valor universal posee?
18. EL JUICIO JURÍDICO ES INTERESADO: OTRA DEFINICIÓN
DE DERECHO
Llamaremos juicio interesado al contenido de las expresiones que
configuran «acontecimientos». El principio de la ética socrática: «más vale
ser víctima que verdugo», encierra un juicio interesado.
Por el contrario, llamaremos juicio desinteresado al contenido de las
proposiciones, y nada más que al contenido de las proposiciones. Así, pues,
la Filosofía y la Ciencia, o Reflexión Investigadora, enuncian juicios
desinteresados, mientras que el Arte, o Reflexión Configuradora, juicios
interesados.
De ello se concluye que los juicios del Derecho son interesados, porque
expresan una conciencia, no principios inducidos o deducidos, y ello porque
la reflexión jurídica es configuradora. A veces, el Derecho no hizo más que
reglar privilegios o elevar a categoría legal la anécdota de ciertos hechos.
Los intereses amparados por la expresión jurídica se hallan en la
comparecencia del Derecho institucional, o sea, en ciertas parcelas de la
Sociedad Prescrita. Desde este punto de vista, cabría describir el Derecho
como conjunto de expresiones que reglan intereses mediante el uso de jucios
interesados.
V
LA REFLEXIÓN POLÍTICA UTOPIZADORA
19. CARACTERES
Definimos la Reflexión Política Utopizadora como el Arte que pretende
configurar un tipo de Sociedad-Acontecimiento, partiendo siempre de
principios originarios, desde los cuales emprende un proceso juicioso
típicamente teorético, mediante el uso de expresiones del modelo «así debe
ser el Mundo».
Esta reflexión posee cinco caracteres, a saber: 1.º Ser un Arte, 2.º Tener
por objeto la creación de una Comunidad nueva, 3.º No admitir lo dado, o
sea, la Ficción y la Prescripci6n, 4.º Enjuiciar desde principios, no desde
hechos, 5.º Ser teorética.
Cuanto dijimos del primer carácter de la Reflexión Prescriptiva cabe
decir de su igual en la Reflexión Utopizadora, esto es, que la diferencia de la
reflexión filosófica y científica.
El segundo distingue la Reflexión Política Utopizadora de la
Prescriptiva, que tiene como objeto lo ya dado y establecido.
El tercero concede a la Reflexión Utopizadora una calidad típicamente
ética, particularidad que conviene resaltar. En efecto: El ser-bueno nunca
admite la valoración a priori de lo ya dado, y esto por definición misma, ya
que en la Etica se revela el Mundo como un deber-ser, y no como un ser-así,
según dijimos.
La Reflexión Política Utopizadora pretende crear una determinada
Comunidad desde el ideal de un cierto deber-ser, evidenciándose, por tanto,
como propuesta ética.
¿Quién negará que los inventores de comunidades y los predicadores de
convivencias fueron, sobre todo, moralistas? ¿Quién ignorará que todo
proceso revolucionario, por así decirlo, se halla cimentado sobre un subsuelo
de razones éticas? ¿Quién no habrá advertido que en la crítica de toda
Sociedad se pergeña un enjuiciamiento ético?
Enfrentada con cierta Sociedad-Acontecimiento, la Reflexión
Utopizadora reduce lo irracional, lo inadecuado, lo absurdo y lo feo, a
irracional. Por eso parece bien que el estudio de la Sociedad se haya
denominado alguna vez Ciencia Moral.
A nuestro entender, el procesamiento de cualquier sociedad y su mundo
de valores se realiza mediante el uso de expresiones contenidas en el
siguiente modelo: «No es bueno que suceda esto o aquello», Por ejemplo: No
es bueno que el logro del Mando sea intriga y juego.
Los caracteres cuarto y quinto hacen de la Reflexión Política
Utopizadora una actividad eminentemente teorética, lo cual no contradice su
calidad ética, sino que, antes bien, la subraya, ya que toda meditación moral
ha de ser teorética.
20. GENERACIÓN DE LA REFLEXIÓN POLÍTICA
UTOPIZADORA
La Reflexión Utopizadora no viene al Mundo como un ser espontáneo,
sino a través de un proceso generador, dividido, a nuestro entender, en dos
fases: una crítica y otra creadora.
En la fase crítica se somete la Comunidad Prescrita a un procesamiento
general, como ya dijimos, que consta de tres etapas: ética, jurídica y política.
En la primera, la Reflexión Utopizadora medita sobre la Moral de la
comunidad procesada, analizando y destruyendo, uno por uno, sus valores y,
en particular, su concepto del Bien y del Mal. En la segunda, enjuicia el
Derecho de la misma sociedad, y concluye por considerar injusto cuanto allí
se tiene por justo. Finalmente, procesa el Poder, combatiendo todos los
supuestos de su legitimidad o legalidad.
Así operan los grandes destructores, y así operó, por ejemplo, un
utópico como Nietzsche.
En la fase creadora podemos considerar dos momentos: Por el uno se
intenta derruir y abrogar la Sociedad Prescrita, y por el otro se propone
definitivamente la nueva convivencia, generalmente no tanto pergeñada como
intuida a través del propio proceso dialéctico de la crítica.
La Ilustración Francesa fue un movimiento de Reflexión Utopizadora
que tenía como sociedad procesada la Comunidad Prescrita de Ancien
Régime. Pues bien: si estudiamos este acontecimiento, descubriremos las
fases señaladas anteriormente. En primer lugar se comenzó por analizar la
Moral, el Derecho y el Mando de la vieja sociedad, obra emprendida ya por
Voltaire y proseguida por hombres como La Mettrie, Rousseau, Diderot,
Helvetius, D'Alambert, Holbach, Condorcet, Turgot, etc., y luego se concluyó
por derruir aquella comunidad y proponer otra, a través de la Revolución de
1789.
VI
UTÓPICOS Y UTOPIZADORES
El contenido de la Reflexión Utopizadora puede ser propuesto a la
Sociedad Prescrita, a la manera de un cierto deber-ser, o puede ser expuesto
en una obra de ficción.
En el primer caso nos encontramos frente a los utópicos, y en el
segundo, frente a los utopizadores. La propuesta del utópico pertenece a la
Historia de la Convivencia, y es «acontecimiento» político. Por el contrario,
la exposición del utopizador pertenece a la Historia del Arte Literario, y es
«acontecimiento» estético. El Segundo Ensayo Sobre el Gobierno Civil, de
Juan Locke, es una propuesta, y la República, de Platón, una exposición.
Generalmente se llama ideología a la propuesta, y utopía a la exposición.
21. DEFINICIÓN DE UTÓPICO
Dejando para otra ocasión el estudio del utopizador y la utopía, en ésta
trataremos del utópico, que, en principio, puede ser definido como un
predicador de la Reflexión Utopizadora y su contenido.
Predicación es actividad comunicante que tiende a convencer y
contagiar.
Así concebido, el utópico se revela a manera de una comparecencia
emocional y subversiva. Mientras el utopizador, o inventor de utopías, usa
generalmente signos que representan conceptos, a la manera de Moro o
Platón, el utópico maneja vocablos que simbolizan emociones.
Los escritores de la Ilustración Francesa fueron más predicadores que
filósofos o meros reflexivos. Para un hombre del talante de Voltaire, la
palabra Religión poseía más significado emocional que conceptual, como ha
señalado Collingwood. Era, sencillamente, una voz de injuria, Gibbon
pensaba lo mismo cuando llamaba a la Historia triunfo de la barbarie y de la
Religión.
Sin pretender entrar en minucias, conviene advertir el carácter
emocional de las conclusiones habidas en los procesos juiciosos de Sócrates,
Lutero y Nietzsche, tres utópicos. Para el primero, el vocablo Poesía tenía
significación emocional, como se averigua conociendo que recomendaba a
Platón ausentarse de la Tragedia. El caso de Lutero es tan claro que parecería
trabajo baldío intentar demostrarlo. En cuanto a Nietzsche, todos sabemos
cómo valoraba la palabra Cristianismo, que nunca concibió como filosofía y
comparecencia histórica, a la manera de Hegel.
En resumen, pues, decimos que la Reflexión Utopizadora usa
valoraciones cargadas de significación emocional, y esto aunque siga una vía
típicamente racional. Con una ética semejante a la cristiana, el Estoicismo no
llegó a movimiento utópico por hallarse falto de significación emocional.
22. LA PREDICACIÓN DEL UTÓPICO SE FUNDAMENTA EN EL
ODIO A LO YA DADO Y ESTABLECIDO
Ninguna predicación, por desinteresada y teorética que parezca, se
origina en la necesidad ideal de realizar un cierto deber-ser, sino también en
el odio irremediable a lo ya dado y establecido, es decir, a la Sociedad
Prescrita. Aun los predicadores más inteligentes y sensibles se muestran
embargados por la obsesión que aborrece, lo cual ocurre por definición
misma de predicador. De ahí que espíritus generalmente ecuánimes y
ponderados se tornen malhablados cuando predican, como, por repetir los
ejemplos, advertimos en Lutero y Nietzsche.
Es indudable que sin valoraciones emocionales y obsesión que aborrece
no hay utópicos, lo cual sucede porque el utópico es momento de un «acon-
mecimiento» convivencial, y no filosófico. Cuando se tiene la vivencia de
poseer cierta verdad, y por otra parte se cree palpar el ultraje y el triunfo de lo
absurdo y necio, la más alta capacidad de amar produce la más alta capacidad
de odiar.
23. LA DOCTRINA POLÍTICA COMO REFLEXIÓN
UTOPIZADORA CAPAZ DE PRODUCIR ENTUSIASMO Y CONTAGIO
Llamaremos Doctrina Política a la Reflexión Utopizadora capaz de
producir entusiasmo y contagio, lo cual sólo puede suceder si hay
valoraciones emocionales y obsesión que aborrece.
Quienes pretendan que una Doctrina Política se desprenda de
valoraciones emocionales y aborrecimiento hacia lo que trata de sustituir,
expresa, a nuestro juicio, un sinsentido. No creemos que llegue jamás el
momento en que la Reflexión Utopizadora se evidencie tan pura, lo cual
quiere decir que siempre habrá ideologías.
La lucha entre la Reflexión Prescriptiva, o el Derecho, y la Reflexión
Utopizadora, existió desde que hubo Mando, aunque solamente logró
contagiar a la totalidad en nuestros tiempos. A nuestro entender, la rebelión
de las masas es la participación de todos los hombres en esa pugna.
La Reflexión Utopizadora dividió una vez las familias; luego, las
regiones; después, la naciones, y hoy, el mundo.
24. LA VALORACIÓN EMOCIONAL DE LA DOCTRINA
PERDURA AUNQUE ÉSTA REALICE SU PROPUESTA
Conviene señalar que la valoración emocional de ciertos signos y la
presencia del aborrecimiento perduran en la Doctrina Política, aunque ésta se
realice y convierta en realidad.
Muchas comunidades contemporáneas, resultado de la Reflexión
Utopizadora de otros tiempos, valoran ciertos vocablos a la manera de sus
viejos predicadores, y todavía odian cuanto ellos odiaban. Así ocurre, por
ejemplo, en un pueblo tan moderado como los Estados Unidos de
Norteamérica, donde tienen vigencia una serie de significaciones acuñadas
por la Ilustración. Nos referimos a palabras tales como Monarquía,
Aristocracia, Libertad, etcétera, cargadas de contenido emocional ilustrado.
Igual sucede a otros pueblos europeos con la palabra España, dotada del
valor emocional configurado en tiempos de la Revolución Religiosa.
VII
25. RECEPCIÓN DE LA PREDICACIÓN UTOPIZADORA
Ante los ataques de la Reflexión Política Utopizadora y su predicación,
la Sociedad Prescrita reacciona poniendo en marcha las mejores energías. La
llamada Historia Política no es otra cosa que la minuciosa narración de tales
ataques y reacciones.
Para el espíritu conservador, o la Reflexión Prescriptiva pura, la lucha
no es tanto de ideas y conceptos como de intereses, y ello porque el Derecho
posee el más fino olfato para barruntar en toda aparente cuestión ideológica
un problema de intereses. La conciencia jurídica guarda la convención de que
todo pensamiento, y aun toda Ciencia y Arte, no son otra cosa que defensa o
propaganda de ciertos derechos disfrutados o pretendidos; y la misma
Religión, forma de revelarse el orden necesario al Estado. Para el Derecho, la
capacidad de pretensión humana es una capacidad de subversión.
Partiendo de esta convención, la Sociedad Prescrita valora su pugna
contra la Reflexión Utopizadora como un debate entre lo perfectamente
bueno, simbolizado en los valores de aquella comunidad, y lo perfectamente
malo, encarnado en la Predicación Utopizadora. En la dialéctica de este
combate, la sociedad que se defiende designa la Propuesta Utopizadora con
los peores y más agresivos vocablos, que, naturalmente, varían con las
épocas.
Los predicadores fueron llamados, unas veces, rivales de Roma; otras,
contrincantes de Dios; otras, enemigos del Pueblo; otras, antagonistas de la
Libertad, etc.
Empero, lo más grave de esta lucha no fueron las palabras, sino los
hechos. La reacción del Imperio Romano contra los cristianos no consistió
precisamente en llamarles enemigos y acusarles de tropelías, sino también en
perseguirles. Por lo demás, es innegable que algunos Estados modernos
acosaron a sus utópicos con más saña e implacable minuciosidad que el
propio Nerón, ya considerado simple aficionado.
Aunque el Derecho luche contra la Reflexión Utopizadora, su
comparecencia es tan fatal e irremediable a toda Comunidad, que si la
Doctrina Utopizadora vence, y se transforma realidad, aparece un nuevo
Derecho, y los mismos juristas, en defensa de ésta,
26. HAY COMUNIDADES QUE ADMITEN LA PRESENCIA DE
LA REFLEXIÓN UTOPIZADORA
No todas las Sociedades-Acontecimientos fueron ordenadas de modo
que coincidieran en hostigar obsesivamente a la Reflexión Utopizadora.
En algunas ocasiones ello no fue posible por la estructura misma de la
Sociedad y los medios de coacción a disponer. En otras, porque los utópicos
se velaron bajo disfraz ortodoxo, como sucedió especialmente en las llamadas
Sociedades Doctrinarias, según veremos luego. Y en otras, finalmente,
porque la organización misma de la Sociedad preveía la existencia y
tolerancia de la Reflexión Utopizadora, como ocurrió en Occidente desde la
Ilustración.
A nuestro juicio, la más alta forma de libertad política se ofrece en la
Sociedad cuya Prescripción prevé y consiente cualquier Reflexión y
Predicación Utopizadora, de lo cual dio bello ejemplo la Francia moderna,
que llevó la libertad política al más grande lugar alcanzado en la Historia, por
encima, incluso, de la antigua Grecia.
No debemos olvidar que en Grecia existía la acusación de impiedad.
Aunque no sea tema central, conviene aprovechar la ocasión para hacer
constar que los griegos fueron generalmente envidiosos e incordiantes, lo
cual pudo tener su origen en el exceso de vitalidad e imaginación. En la
Hélade, la novedad de pensamiento se hallaba a la intemperie.
27. LOS ESTADOS UNIDOS NO HAN CONOCIDO LA
RBFLEXIÓN UTOPIZADORA
En su espléndido mundo natural y tranquilo aislamiento, la Sociedad
Norteamericana no conoció la Reflexión Utopizadora, lo cual equivale a decir
que los Estados Unidos jamás tuvieron problemas verdaderamente políticos,
sino de técnica gubernamental.
¿Qué filosofía o literatura de propuestas posee Norteamérica? ¿Qué
ejemplos de predicaciones? La Reflexión Política norteamericana, en cuanto
Configuradora, fue siempre Prescriptiva, o sea, jurídica.
El fenómeno encuentra su explicación en el hecho de que los Estados
Unidos no han vivido una verdadera Historia Universal, sino Natural, como
apuntamos en su ocasión. La Sociedad Norteamericana fue la
experimentación de doctrinas configuradas por cierta Reflexión Utopizadora
europea, hecho que conservó en su conciencia casi hasta la Segunda Guerra
Mundial. ¿Es posible ofrecer propuestas de convivencia a una sociedad que
se halla experimentando precisamente un tipo de propuesta?
Solamente después de advenir a la Historia Universal, luego de la
Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se encuentran en situación de
albergar la Reflexión Utopizadora, cuyos primeros atisbos comienzan a surgir
en los novelistas.
Por lo demás, es interesante preguntar cómo reaccionaría la Sociedad
Norteamericana ante un movimiento utópico nacido en su propio seno. A
nuestro juicio, la respuesta sería tan dura que podría demostrar cómo la
Democracia Americana nada tiene que ver con las formas liberales europeas,
sino, más bien, con ciertas concepciones medioevales.
La Democracia Americana no es una forma de dialéctica política, como
suele pensarse a veces, sino de Sociedad.
28. FUTURIZAR
Llamaremos futurizar a la acción de proponer a la Comunidad Prescrita
un nuevo futuro, siempre implícito en la predicación del utópico.
Ahora bien: como toda predicación desarrolla una pretensión, podemos
afirmar que futurizar es desplegar la capacidad de pretensión del hombre,
entendida como capacidad de preguntar y responder, plantear y resolver.
Si el utopizador utopiza, a la manera de Moro, según dijimos, el
utópico futuriza, a la manera de Locke.
29. LA HISTORIA UNIVERSAL DE LA CONVIVENCIA COMO
COMPARECENCIA DE UTÓPICOS
La Historia Universa1 de la Convivencia puede entenderse como una
sucesiva comparecencia de utópicos ante el tribunal de la Casualidad, cada
uno, con su propuesta de Comunidad.
Aún más: la diferencia entre una Historia Natural, o casi vegetativa, y
una Historia Universal o Historia Acontecimiento, estriba en la frecuencia de
los espíritus utópicos.
La Historia de Grecia es el milagro de una continua procesión de
utópicos, desde Homero a Plotino. Igual cabe afirmar de la Historia de
Occidente y, especialmente, de Francia, que heredó de Grecia el número y
grandeza de sus utópicos y, por ello mismo, aquella capacidad de futurizar
que mostró a partir del siglo XVIII. La Historia de Rusia es también una
sucesiva comparecencia de utópicos, y, con mucho, la de Alemania.
La posibilidad de realizar Historia Universal se halla, pues, en relación
con la presencia de utópicos. Su ausencia paraliza la Cultura y conduce el
cuerpo social a situación de letargo.
Tal sucedió a la China, a la India ya tantas otras Culturas decaídas y
regresadas a situación de Historia Natural. Por el contrario, la Historia del
Cristianismo es una constante comparecencia de utópicos, desde el mismo
Cristo a K, Marx. Los dos milenios de Sociedad Cristiana fueron siglos de
continuo utopizar.
Tres razones podrían aducirse para explicar la ausencia de utópicos en
una determinada Comunidad:
A) Decadencia del espíritu
Esta razón nos parece bien superficial y nada científica ni aplicable al
problema, pues, en buen proceso intelectual, el signo decaimiento simboliza
un efecto, no una causa. El todo que llamamos Espíritu deviene resultado de
la Cultura.
B) Advenimiento de un sueño místico o materialista a la sociedad
prescrita
Lo primero ocurrió a ciertos pueblos de Oriente, como señaló Max
Scheler, y lo segundo está sucediendo a determinadas comunidades de
Occidente moderno, paradójicamente entregadas al más desenfrenado
materialismo en nombre de signos que representan valores ideales.
Conviene hacer notar que el verdadero materialismo no estriba en hacer
de la materia un significado absoluto, que, en todo caso, sería una filosofía,
sino en usar el signo Espíritu para la solución de lo material, aprovechando su
típica ambigüedad.
Desde este punto de vista, las sociedades teocráticas, y no en cuanto
religiosas, sino en cuanto de gobierno terreno, son materialistas. Amén de su
insufrible aburrimiento, «la Gobernación de los Santos» resulta
eminentemente materialista, y ello por naturaleza implícita en su definición.
C) La tiranía
La última razón estribaría en el dominio de la Sociedad por cierta
facción que viviera siempre en continuo peligro de ser desposeída del Mando,
y únicamente preocupada de conservarse y perdurar.
Tal es el caso de la tiranía, que, a nuestro juicio, puede ser definida
como actividad gobernante sólo encaminada a conservar el Mando en manos
de una facción.
La simpatía que el Mando siente hacia sí mismo, y que se llama acción
política, sobrepasa a veces los límites del mero instinto, por lo cual se
preocupa de prohibir futurizar, admitiendo solamente la Reflexión
Prescriptiva, que parte de lo ya dado y valorado como bueno. De ahí que el
mayor mal de la tiranía consista en la miseria y aburrición que impone a la
facultad de pensar, por lo cual, su herencia es la total decadencia, como ya
notaba Tácito comentando el reinado de Nerón.
30. DEFINICIÓN DE LIBERTAD POLÍTICA
En general, entendemos por libertad la posibilidad de realizar lo
indeterminado. En la Naturaleza no hay libertad porque el «hecho» es
determinado y continuo, dado de una vez para siempre. Sólo en la Historia y
en la Cultura aparece el guiño de la indeterminación y, en consecuencia, la
posibilidad de configurar lo imprevisto. La libertad es un «suceso», y su
verificación, un «acontecimiento».
Hay varios tipos de libertad. La facultad de configurar lo imprevisto, en
cuanto forma de convivencia, se llama libertad política, y debe ser definida
como posibilidad de desarrollar la capacidad de pretensión humana,
formulando propuestas de convivencia y ofreciendo a la Sociedad presente
un futuro novedoso.
La libertad política es consustancial al ideal de Historia Universal, y su
negación implica refutar la Cultura y regresar a la barbarie.
Una Sociedad posee libertad política cuando su acervo de valores
admite la existencia del utópico como un valor más. Atenas era libre porque
toleraba al futurizador.
VIII
COMUNIDADRS DOCTRINARIAS Y COMUNIDADES
CONSUETUDINARIAS
Llamaremos Sociedades Consuetudinarias a las comunidades cuya
Prescripción se fundamenta en la costumbre. Tales fueron Roma y Grecia, y
es, hoy, nuestro Occidente.
Por el contrario, denominaremos Sociedades Doctrinarias a las
comunidades cuya Prescripción se fundamenta en el contenido de un cierto
Libro, elevado a Concepción del Mundo y Verdad. Tales fueron las antiguas
teocracias y nuestra Europa Medioeva1.
31. COMUNIDADES DOCTRINARIAS Y REFLEXIÓN
UTOPIZADORA
En las Sociedades Consuetudinarias puede darse fácilmente la admisión
de la Reflexión Utopizadora como un valor más de su Prescripción, ya que el
número de aquéllos es abierto, y su configuración, fluyente.
El verdadero problema reside en dilucidar hasta qué punto una
Sociedad Doctrinaria puede admitir la Reflexión Utopizadora y su
predicación, lo cual equivale a exponer la cuestión de si en una Comunidad
de esa clase cabe la libertad política.
Para aclarar términos debemos distinguir primeramente entre tiranía y
Sociedad Doctrinaria, conceptos que podrían confundirse. La tiranía, en
cuanto actividad gobernante sólo empeñada en seguir gobernando, puede
darse igual en la Sociedad Consuetudinaria que en la Doctrinaria. La
anécdota de que ciertas modernas tiranías se hayan presentado como
empresas encaminadas a materializar una Doctrina, ha inducido a creer que
todo proyecto de Sociedad Doctrinaria era un proyecto de tiranía.
Debemos disipar tal confusión, manifestando que una Doctrina, como
un Arte verdadero, no puede improvisarse ni inventarse desde el Mando, y la
tiranía no es más que una forma de ejercer el Mando, nunca una forma de
Sociedad.
La verdadera Doctrina se caracteriza por tres notas: Poseer significado,
que se opone a vaciedad y palabrería. Ser potencia capaz de transmutarse
Historia real, que se opone a ficción irrealizable, y producir entusiasmo y
contagio, que se opone a engendrar apatía.
Únicamente lo que posee significado tiene posibilidad de transmutarse
real. En el mundo de las relaciones convivenciales, sólo una significación que
tiene posibilidad de devenir real, y jamás, otra, es capaz de producir
entusiasmo y contagio.
Dicho esto pasamos a manifestar que, a nuestro juicio, la Doctrina,
aunque adueñada de la Sociedad, jamás impide la comparecencia de la
Reflexión Utopizadora, pues la riqueza de su contenido significacional ofrece
ilimitadas posibilidades al pensamiento. Demás que, siguiendo el proceso
juicioso que cimenta toda verdadera Doctrina, los dogmas se transfiguran y
trocan, pues la libido scienciae engendra simpatía hacia lo profundo y
verdadero.
El romano que conociera las Epístolas de San Pablo podría haber
imaginado que una sociedad inexcusablemente limitada por tales principios,
y así instituida como «acontecimiento» en la Tierra, regresaría a la barbarie
de concluir con los utópicos o buceadores de la Verdad, ya que el propio
Pablo confesaba poseerla de una vez para siempre. Sin embargo, ¿qué
posibilidades de futurizar no abrió el Cristianismo? Ello sucedió porque su
emoción primitiva se transmutó pensamiento, recogiendo el filosofar griego,
y luego posibilidad de realidad, de donde devino entusiasmo y contagio; en
suma: Doctrina.
Tan evidente es la presencia del utópico en las Sociedades Doctrinarias,
que la Historia de cualquier Ortodoxia no es sino la Historia de las
Heterodoxias. Tal ocurre porque en la Doctrina habita el espíritu de la
tentación, y porque su típica calidad reflexiva predispone a pensar y, en
consecuencia, a futurizar.
La profundidad y grandeza de una Doctrina se mide por la profundidad
y grandeza de sus heterodoxosos. Una Ortodoxia produce más utópicos
cuanto más filosófica se revela. A nuestro juicio, del esfuerzo intelectual del
siglo XIII cristiano nacieron todos los heterodoxos del Renacimiento, y luego
los de los siglos XVII y XVIII.
31. ES PEOR IMPEDIR QUE PERSEGUIR
Hemos pretendido probar que la estructura de la Sociedad Doctrinaria
no impide el nacimiento de la Reflexión Utopizadora. Sin embargo, esto no
quiere decir que la Ortodoxia la admira y tolere decididamente, como puede
ocurrir en la Sociedad Consuetudinaria.
Por la Historia sabemos que muchas Sociedades Doctrinarias
persiguieron a la Reflexión Utopizadora. Mas ello, que para el minucioso
historiador de la Crueldad es suceso importante, apenas resulta anécdota para
nosotros, empeñados en dar fe de que la estructura ideológica de cierta
Comunidad favorece el nacimiento y desarrollo de la comparecencia que
futuriza.
¿Qué interesa al historiador de la Filosofía que Guillermo de Ockam
fuera hostigado por el Papa? Lo importante es atestiguar que la estructura
ideológica de la Iglesia hizo posible la existencia del utópico Guillermo.
Si, caído el Imperio Romano, la Iglesia no hubiera recogido el teorizar
heleno, sino, por ejemplo, un programa semejante al de Hitler, Ockam no
habría surgido. Desde el punto de vista del historiador de la Cultura, la gloria
de la Iglesia se halla en relación directa con el número de los disidentes
condenados por ella. La propia Iglesia podría decir: Aunque los condeno,
sólo mi amor por el pensamiento los hizo posibles.
El fundador de una Doctrina ha de apreciar tanto a sus ortodoxos como
a sus heterodoxos, porque éstos también son resultado de aquélla.
MIGUEL ESPINOSA
REFLEXIONES SOBRE LA
POÉTICA DE FRANCISCO
SÁNCHEZ BAUTISTA[2]
POR MIGUEL ESPINOSA
Enfrentado con la tarea gozosa y ardua de examinar la obra poética de
Sánchez Bautista (y digo tarea gozosa porque, aunque no es una obra
conclusa, no es una obra terminada, sí es una obra cerrada y, entonces, ya es,
por así decirlo, una cosa en sí que ofrece muchas facetas; no es un libro, sino
un conjunto de libros y el resultado de una labor poética que empezó en 1957
y dura hasta 1980, es decir, veintitrés años). Digo, que enfrentado con este
gozoso problema, he querido buscar una fórmula casi matemática de la cual,
tirando del hilo, devanáramos el ovillo, para sintetizar qué es esta obra de este
poeta, y qué es esta obra, a ver si la podemos sintetizar en una frase; alguien
ha sintetizado la novela de Dostoievski, Tierno Galván, diciendo que
Dostoievski es el problema de la vida, y otros han dicho que Balzac es el
problema del dinero. Entonces, yo he querido buscar una fórmula que nos
diga qué es el problema de Sánchez Bautista. No es que haya encontrado una
fórmula mágica y novedosa, he encontrado el mito de siempre, lo que es la
poesía y, en el fondo, toda filosofía y toda predicación y toda utopía. La
fórmula que encierra el problema de la obra de Sánchez Bautista es la mítica
relación Cielo y Tierra, quien no quiera usar la palabra Cielo, que use la
palabra Misterio, que use la palabra Existencia, y quien no quiera usar la
palabra Tierra, que use la palabra Hombre. Esta relación Padre-Cielo y
Madre-Tierra, que es la relación que ha movido siempre toda poesía y toda
filosofía, es la fórmula de cuyo hilo vamos a tirar para así devanar, si
podemos, el ovillo de la obra de Sánchez Bautista.
La relación Cielo y Tierra la han realizado muchos hombres a la
manera de titanes, de héroes que quieren escalar el Cielo. Así tenemos, por
ejemplo, a Nietzsche, a Hölderlin, a Santa Teresa, a San Pablo, a Lutero, etc.;
incluso podríamos decir a Hegel. Son titanes que quieren escalar el Cielo, son
héroes.
La manera de escribir y de hablar del titán tiene que ser,
necesariamente, retórica, tiene que ser grandiosa. Sánchez Bautista no
instituye la relación Cielo-Tierra a través del titanismo; renuncia a la
heroicidad. ¿Cómo la instituye? La instituye a través de la humanidad; él no
es un titán, es un hombre, y así se va a relacionar con el Cielo y la Tierra. Lo
que en el titán es heroísmo y es retórica, en Sánchez Bautista va a ser
Espíritu; su relación con el Cielo y la Tierra es la fuerza del Espíritu, y su
estar en la Tierra es su Alma, su Ánima. Entonces tenemos al poeta escindido
¯dolorosamente, porque el Mundo es una unidad¯ en dos: por una parte el
Espíritu, por otra parte la Humanitas, la Humanidad. En cuanto Sánchez
Bautista se muestra como Espíritu, se muestra como Profeta, porque el
Espíritu es radical, el Espíritu todo lo arrastra, todo lo quema; el Espíritu no
pacta, el Espíritu es intolerante, el Espíritu arrasa, el Espíritu condena, es
fuego, es desierto y no admite componendas.
En cuanto Sánchez Bautista se muestra como Alma, es decir, no ya
como Espíritu ¯en esta escisión, repito, dolorosa¯ es un Hombre, y lo que
tiene es humanidad. Disiento de su prologuista[3] cuando dice que la poesía
de Sánchez Bautista es humanismo. Oyentes, mis amigos, ninguna poesía es
humanismo. Humanismo es la relación del hombre con el hombre y por el
hombre. La poesía es más radical, va más allá: si el poeta es pájaro, si es
lluvia, si es cascada, si es cereza, si es uvita, si es amanecer, eso no es
humanismo; es una relación mucho más radical; no podemos concebir la
poesía como un humanismo. Tampoco es, como dice el prologuista ¯otra vez
siento disentir de él¯ poesía de tejas abajo. No hay poesía de tejas abajo;
habrá ciencia; de tejas abajo habrá técnica..., los que estudian el color del
pimentón, si no son locos, desde luego lo hacen de tejas abajo. Pero el que
maneja la palabra y quiere resolver el misterio o comunicarse con el Cielo y
la Tierra, no puede ser de tejas abajo; es una paradoja; digamos que sería una
poesía que, refiriéndose al Cielo dice: ¡oh cielos!, sólo existo de tejas abajo.
Esto es una paradoja de la poesía y, además, de toda literatura y de todo
pensamiento, como me ha enseñado, desde hace mucho tiempo, mi buen
amigo José López Martí.
Bueno. Admitiendo, con permiso de Vds., solamente como andamio
que después podemos quitar, esta escisión de Sánchez Bautista en Espíritu y
en Ánima, en Alma, vamos a estudiar cómo se verifica en él el Espíritu y
cómo se verifica el Alma, y al usar esta terminología un poco tradicional,
quiero decir que la voy a usar en sentido metafórico, para no molestar a
quienes piensen que no hay Espíritu, ni hay Alma, incluso en sentido
absolutamente metafórico.
Vamos a estudiar esta escisión y vamos a compararlas, una a la
izquierda y otra a la derecha. Sánchez Bautista ¯que aquí lo tenemos
sentado¯ en cuanto Espíritu (y si Vds. han leído su poesía lo verán, y si no la
han leído, en cuanto la lean lo captarán) es furor profético, es ascetismo, falta
de sensualidad. Naturalmente, los espíritus, si somos espíritus, para qué
queremos los mares, los valles, las montañas y esas bolitas que están allá
arriba, las lunas, los soles; para qué queremos los espíritus esas cosas. Esas
cosas son como bromas, son como juguetes para el Espíritu. Repito que,
entonces, como Espíritu, es furor profético, es ascetismo, es anuncio de
males; está anunciando males en su poesía, es denuncia de males, y es
combatir la idolatría y el culto a lo finito, repito, combate la idolatría y el
culto a lo finito, como hacen todos los hombres que son furor de Espíritu,
desde Feuerbach (que está en un extremo político) dijéramos a Pablo de
Tarso (que está en otro extremo político), o a Teresa de Ávila; los profetas
combaten la idolatría y el culto a lo finito.
Y en ese furor profético de Sánchez Bautista tenemos que meter su
crítica social. Su crítica social, que parece política, es algo más que eso. Sería
una trivialidad que su crítica social fuera una crítica política a la moda de
1960. Es una queja de lo finito del hombre. Cuando él critica la pobreza, no
es una crítica sociológica, es una crítica de la finitud del Hombre, visto desde
un punto de vista ontológico. No son en él estas críticas sociales ¯y el que las
entienda así no penetra totalmente el alma de esta poesía¯ críticas meramente
políticas, porque para hacer eso, con que hubiera hecho un panfleto escrito en
prosa, una denuncia escrita, le hubiera bastado. Para eso no se hace poesía.
Lo que él hace al criticar socialmente las estructuras en las que vivía y al
criticar la pobreza, es, como profeta, lamentar y llorar la finitud humana.
Esta es la parte de Sánchez Bautista como Espíritu.
Vamos a dejarla y vamos a la parte como Alma; deja de ser Espíritu y
es Ánima, Alma. Entonces, a eso corresponde su estilo llano de hombre
honesto, como dijo que había que escribir un teólogo que murió en un campo
de concentración nazi, me parece que...[4]. Pensemos, como mito, que las
cosas, en un tiempo que no está en la Historia, fueron traicionadas y
entregadas a la palabra. Desde que las cosas fueron entregadas a la Palabra ¯y
podemos recibir la Palabra de una mujer en la que diga: te amo¯, desde ese
momento, hablar, queridos oyentes, es endeudarse, cosa que todo hombre
debe saber, si no es político; hablar es endeudarse. Por eso da temor de
hablar. Pero se puede hablar, repito, en este estilo llano del hombre honesto
(y voy a decir una cosa, que a lo mejor les parece extraña[5]: ¡el estilo llano
del hombre honesto es el estilo de la poesía, y de la ontología! Precisamente
de ¡la poesía! y de ¡la ontología!, es decir, de las dos formas de pensar, de
comparecer y de concienciarse más profundas que nos han sido dadas). En
este estilo llano de hombre honesto, repito, que usa Sánchez Bautista, la
metáfora está controlada por el pudor que tiene el poeta de acercar cosas tan
diferentes, de casar cosas tan diversas; de casar azul con muchacha, y pájaro
con máquina. Es el pudor que le viene al poeta de ese saber inconsciente que
tiene de que un día las cosas fueron traicionadas y entregadas a las palabras.
Al manejar ese pudor, tiene cuidado de la metáfora, y al cuidar de esta
manera la metáfora, desaparece lo más repugnante que puede haber en el
escritor, y es que nos vuelque ¯como si fuera nuestra amante en la cama¯ su
maldita subjetividad; el que respeta la metáfora, no nos vuelca su maldita
subjetividad, ni nos da la paliza hablándonos de sus cosas.
El estilo llano del hombre honesto no crean que es un estilo
desgarbado, y un no tener estilo[6]. Precisamente es voluntad de estilo. El
escritor, cuando empieza a escribir, tiene como un demonio, una inercia, una
gravedad, una pesantez que le conduce a escribir sin estilo, y a ser subjetivo.
La lucha por elevarse..., la flecha hacia arriba, es la voluntad de estilo. No
hay estilo llano sin voluntad de estilo, queridos oyentes, Cervantes, Miró,
Azorín..., son estilos llanos.
Hemos visto ya una forma del Espíritu, como furor profético. Y una
forma del Alma como estilo llano. Vamos a seguir en esta escisión.
Volvamos otra vez a Sánchez Bautista como Espíritu.
En la poesía de Sánchez Bautista en cuanto aparece el Espíritu y su
furor profético, hay primicia del espacio sobre el lugar. Hay espacio y no hay
lugares; hay desolación, éxodo, destierro, peregrinación y desierto. En cuanto
Espíritu y su furor, la poesía de Sánchez Bautista carece de paisaje. Señores,
para el que tiene Espíritu, ¿qué puede ser el paisaje, cualquier paisaje, si no
un pequeño belén? Mira al mar, mira a la luna, mira a los arbolitos... Si tengo
Espíritu, para mí eso es un belén; todo es desierto y todo es desolación:
Entiendo por paisaje un espectáculo que remite a un yo espectador; un ser
ante los ojos; un lugar donde descansar. El que tiene Espíritu no tiene dónde
descansar; no tiene un ser ante los ojos. El que tiene Espíritu en vez de ver
paisaje, ve horizonte de la existencia, es decir, el Mundo (en el sentido en el
que esta palabra ¯y que no voy a explicar porque sería muy largo¯ la emplea
mi amigo José López Martí). El que tiene Espíritu ve horizonte de la
existencia, es decir, el Mundo, no espectáculo; la patria del que tiene Espíritu
es el Mundo. Por eso, en cuanto Espíritu y su furor profético, en la poesía de
Sánchez Bautista ¯¡pongan atención a esto, señores!¯ no hay Geografía, hay
Geología. La Tierra es, simplemente, Geología, es el erial, es la greda, es la
roca, etc. Ha sustituido la Geografía; el belén del paisaje lo ha sustituido por
la grandeza cósmica de la Geología. Visto así el Mundo, con el furor del
Espíritu ¯y lo vemos en la poesía de Sánchez Bautista¯ el Mundo aparece
como desierto; pues, ¡señores!, si yo tengo Espíritu, ¿cómo voy a ver un
vergel jamás? Si tengo Espíritu, todo para mí será desierto; ¿cómo voy a ver
un vergel si tengo Espíritu? Por eso, desde el furor del Espíritu de la poesía
de Sánchez Bautista, el Mundo es desierto. ¿Y el sol?, que aparece mucho en
la poesía de Sánchez Bautista, ¿qué es el sol desde este furor del Espíritu? El
Sol en Sánchez Bautista es el sol que aparece en el desierto del pueblo judío;
que el desierto del pueblo judío no es el desierto del árabe. En el árabe, el
desierto es el hábitat, pero en el judío es el destierro, es el castigo. Es el Sol
del pueblo judío, que hace de la vida y de la tierra un desierto, el Sol de
Sánchez Bautista. No es el Sol de los griegos; el Sol de los griegos era luz,
era iluminación. El Sol de Sánchez Bautista, si Vds. leen su poesía, es calor.
No es una sensación visual, no es una sensación iluminativa. Es una
sensación visceral, es calor, es sensorial. Tampoco es el Sol de Sánchez
Bautista la divinidad de los aztecas, simbólica, etc., sino que es calor
abrasador que hace de la Tierra un desierto, desde el punto de vista del
Espíritu.
Dejemos ahora este trato que ha dado el Espíritu a las cosas; a la
izquierda de Sánchez Bautista..., no sé si poner el Espíritu a la izquierda o a
la derecha... Y vamos a ver el Ánima, que la ponemos a la derecha.
Estoy haciendo la contraposición Sánchez Bautista como Espíritu y
furor profético, y Sánchez Bautista como Alma.
Frente al Espíritu de Sánchez Bautista, que es furor y que no tiene
lugar, aparece su Alma. Y así como el espacio en el Espíritu es ningún lugar,
así el lugar es el hecho localizado, a través del Alma, del nacimiento y de la
muerte; cuando no habla el Espíritu de él ¯que es universal, que es furor, que
es profético¯ y habla el Alma, sí hay lugar en el Mundo; ya no es un desierto.
Y ese lugar ¿qué es? El pueblo donde ha nacido y el pueblo donde muere. Es
la patria chica que, en Sánchez Bautista, señores, como en Cervantes, como
en Lope, la patria chica era la única Patria; era, al mismo tiempo, la patria
grande, porque la idea de nacionalidad todavía no había nacido en Europa.
Entonces, frente al espíritu de Sánchez Bautista, que no hay lugar y que
todo es desierto, aparece el alma y crea el lugar, que es el sitio de nacimiento.
Y frente al no paisaje que tenía el Espíritu, aparece el paisaje como lugar y
descanso del furor del Espíritu; como un oasis en el desierto del Espíritu
aparece el Alma. Como un oasis en ese furor del Espíritu, en esa denuncia de
los males, en ese anuncio de males, en esa voz profética, aparece, de pronto,
el lugar de nacimiento, su pueblo, con las acequias, con los árboles, con la
fruta..., como un descanso. El paisaje, visto por el Alma y no por el Espíritu,
repito, es lugar y está encerrado en la temática de la huerta, mientras que el
Espíritu estaba en el campo. Cuando él canta Fortuna, es el furor del Espíritu,
es el desierto y la desolación. Cuando está cantando el Llano de Brujas,
entonces es la huerta, es el tema de lo cual, del lugar donde se ha nacido y
donde se ha de morir, y es una relación super-íntima entre Alma y Locus.
Digo que es una relación super-íntima ¯porque quisiera que me entendieran
bien¯ que el Alma hace al Lugar y el Lugar hace el Alma. Es una dialéctica.
Solamente cuando hay lugares hay Alma; si yo veo mi huerto y me recreo en
él, ya no soy Espíritu, ya no soy ello, ya no soy furor y desierto y
desesperación, ya soy yo, que tengo mi huerto, que he acotado un lugar ¯en el
Mundo, en el Cosmos¯ para ser Yo.
El Alma de Sánchez Bautista acota el Mundo y crea el paisaje. El Alma
es como un ello mediante el cual se acota un terreno y viéndolo como paisaje
se configura un yo; así podríamos dar esta definición de Alma: un Ello que
acota un terreno y viendo un paisaje configura un Yo. El yo de Sánchez
Bautista se configura al acotar en el desierto del Mundo el paisaje de la huerta
de su pueblo. Naturalmente, un alma así configurada tiende al animismo y
aún al fetichismo, que es, precisamente, lo que ha combatido, por otro lado,
por el lado de la izquierda el espíritu de Sánchez Bautista. Y, sin embargo, su
alma, tiende al animismo, al fetichismo: la temática de las frutas, de las
acequias, de los huertos, de los melocotones, de los sabores, de los olores, de
los sonidos de las acequias..., es el Alma que en el paisaje crea el animismo y
el fetichismo, frente al desierto que había creado el Espíritu. El mundo
vegetal ¯como muy bien ha señalado mi antecesor en la palabra[7]¯, de
Sánchez Bautista es un mundo creado por su alma y, paradójicamente,
combatido por su espíritu. Y así como el espíritu de Sánchez Bautista ha
destruido la Geografía y la ha convertido en Geología..., por el contrario el
Alma hace Geografía y no Geología, y al hacer Geografía nace la
sensualidad: el agua, las flores, los amaneceres. En Geología no hay
amaneceres, ni hay agua, ni hay flores. Permítanme esta metáfora cursi: Que
los planetas deshabitados no tienen Geografía, tienen Geología; no hay
amaneceres, ni hay agua, ni hay nada, es pura Geología.
Vamos otra vez a dejar el Alma de Sánchez Bautista, en esta escisión
dolorosa de él; volvamos al Espíritu. El Espíritu como furor profético de
poeta en Sánchez Bautista es fuego, y el Alma es descanso y distensión. El
espíritu de Sánchez Bautista trata del Hombre, de Dios y del Mundo, y el
alma trata de los animales, de las mujeres, de los niños, de los ancianos y de
las cosas que yo llamaría primeras, es decir, en suma, del Pueblo.
Es de notar la ternura que siente Sánchez Bautista, que coincide con
una palabra que yo empleo desde hace mucho tiempo, en una obra mía; la
ternura que siente por lo que yo llamaría cosas primeras, es decir, por lo
inocente, que él pone precisamente en los animales, en las mujeres, en los
niños, y en los ancianos ¯¡sobre esto quiero que pongan mucha atención!¯
trata de la muerte como destrucción, al igual que todo Espíritu. Y, sin
embargo, su alma trata de los muertos pero no como destrucción, sino como
seres que están ahí y siguen siendo los muertos, como seres que están ahí,
como diría Valèry, con los perezosos muertos, con nuestros muertos, como
dice el Pueblo o dice el lenguaje popular en una expresión maravillosa: en tus
muertos..., quiere decir: que mis muertos todavía son, aunque no existan. Para
el Espíritu, la muerte es destrucción total. Para el Alma, los muertos están
ahí, en otra forma de ser. Como Espíritu y furor y profecía, la poesía de
Sánchez Bautista es mística, y la mística exige un rigor poético, que él lo
cumple. Por otro lado, como Alma, Sánchez Bautista combina el rigor
poético con una forma de adjetivar sencilla y fácil, y esas frases sencillas son
lugares de descanso donde reposa el alma de la regresión al infinito, de los
círculos viciosos, y, en suma, de la tarea titánica e infinita que es el Espíritu.
Cuando el lector se encuentra con esas frases, agradece y halla el lector allí
también su alma, igual que Sánchez Bautista. Podemos decir, pues, que si el
Espíritu es camino en la poesía de Sánchez Bautista, el Alma es una posada
donde descansa: se descansa en los rumores de las acequias, en el Sol de
estío, en el ruiseñor del alba, en agua clara, etcétera, que son frases
absolutamente sencillas y de una adjetivación, dijéramos, fácil.
Por último... Veamos también que Sánchez Bautista combina el rigor
poético que exige el Espíritu ¯porque sin rigor poético no hay poesía¯, y el
Alma, viendo un paisaje será una sensiblera y dirá: qué paisaje tan bonito...,
pero si no hay Espíritu, no habrá poesía. El Espíritu exige el rigor poético.
Pues Sánchez Bautista combina el rigor poético del Espíritu con una claridad
casi pedagógica de estilo, una claridad paidética, casi didáctica. Pueden
ocurrirle al poeta dos cosas: que sacrifique la claridad al rigor, es decir, que
sea más riguroso que claro, y se produce el hermetismo. Para hablar como los
profesores de Universidad: entre nosotros, entre los aquí presentes, un poeta
hermético es José Luis Martínez Valero, porque ha sacrificado la claridad al
rigor poético, y ha puesto por encima de todo el rigor poético. Si se sacrifica,
por el contrario, el rigor poético a la claridad, y se pretende la claridad por
encima del rigor poético, se produce una poesía trivial, un prosaísmo.
Sánchez Bautista mantiene un equilibrio entre rigor poético y claridad de
estilo, que es el equilibrio al que todo poeta debe tender, y que, para hablar
también como un profesor de Universidad: dijéramos que entre los presentes
lo tiene de una manera nobilísima Eloy Sánchez Rosillo.
Me queda sólo decir que quiero poner a la consideración de Vds., si es
que no soy muy pesado, una distinción que hago en el lenguaje.
Llamo yo magia a una valoración total del Lenguaje. El Espíritu tiende
a valorar el lenguaje por encima de todo. Por encima de las cosas, y en este
aspecto se porta con una fuerza mágica. Señores, si tengo la Palabra, si tengo
el Verbo, si tengo el Logos, ¿para qué quiero las cosas?, es tal el Lenguaje
como magia; la super-valoración que hace el Espíritu del Lenguaje.
Por el contrario, frente a la magia que valora el Lenguaje por encima de
todo, hay una postura mística, que infravalora el Lenguaje, y que piensa que
más allá del Lenguaje está el Ente, lo Óntico, lo imposible de conocer, el
Misterio..., y hay una infra-valoración del Lenguaje.
Son dos posturas extremas y angustiosas. La postura media es la del
mediocre científico, que cree que tiene el Lenguaje, y tiene las cosas, y que la
cosa corresponde al Lenguaje y el Lenguaje a la cosa..., y se queda tan
tranquilo, y dice: el pimentón es rojo..., ¡pues de toda la vida! Mientras que el
furor del Espíritu no cree en el pimentón, y el místico no cree en lo rojo, cree
que el pimentón es un misterio que hay allá detrás de todo aquello.
Bueno, pues ante estas dos posturas extremas, la poesía debe quedar
entre la magia y la mística.
El Lenguaje es tan incisivo, tiene tanta fuerza que hasta los grafos,
cuando escribimos, los vemos así, lo escrito con tinta, y es magia, aquello es
magia; ha aparecido aquello; las palabras están allí en el papel..., han
aparecido, con su verbo, con su estilo, con su caligrafía. Por eso, también, nos
atraen mucho los libros bien impresos..., no nos atrae aquí lo místico del
libro, no nos atrae el contenido, sino la magia del Lenguaje..., ¡qué bien
impreso!... Ahora bien, la magia es lo hablado, lo dicho, lo expresado y
también, lo impreso; y lo místico, señores, es lo que está en blanco, entre
línea y línea; precisamente lo que está en blanco es lo místico. Entonces, el
equilibrio del poeta debe ser entre lo mágico y lo místico.
Y me queda decir que Sánchez Bautista cumple el requisito... ¯Esto lo
digo así, ligeramente, pero es muy importante y es algo fundamental de su
poesía¯... de estar entre lo místico y lo mágico del Lenguaje. Su Lenguaje es
suficientemente mágico para que sea Espíritu, suficientemente místico para
que sea Alma, para que sea Misterio, para que sea Ontología, porque,
señores, una lista de palabras bellísimas nos atraen mucho, pero es
simplemente lo mágico. Mientras que en la poesía debe estar, junto a la lista
de palabras, ese misterio de los espacios en blanco, que es lo que nos atrae.
Muchas gracias.
VALORACION DE JOHN F.
KENNEDY
Miguel Espinosa
E1 único barbero de un pueblecito español, aún detenido en estructuras
barrocas, me anunció, demudado, la muerte de John F. Kennedy. Mi primer
asombro fue constatar su conturbación. Realmente, John F. Kennedy no era
el Alcalde del pueblo, ni siquiera gobernador de la provincia, sino el Jefe cae
un país extranjero. ¿Qué ha tenido que suceder en el mundo para que la
muerte del Presidente de los Estados Unidos conmueva al barbero de un
pueblecito español, todavía absorto en las complicaciones de la
Contrarreforma?
Ha ocurrido, sencillamente, que los Estados Unidos dirigen una
Supracomunidad. Una Supracomunidad no es algo que se logre por iniciativa
del Poder, según predicaron los fascismos; tampoco, una meta que se alcance
como premio de esfuerzos queridos y dirigidos al efecto, sino un suceso que
viene a las manos sin pretenderlo, un acaecimiento fatal. La Supracomunidad
implica dos hechos: posibilidad de Decisión, por la parte que dirige, y
reconocimiento, en los que obedecen, de la necesidad de esa Decisión. Desde
este punto de vista, la dirección de la Supracomunidad resulta un
acontecimiento tan trágico para la sociedad que manda como para las que
asienten; es, sencillamente, resultado de una resignación ante la fatalidad.
Después que fue vencido el Canciller Hitler, el mundo se dividió en dos
Supracomunidades, como todos sabemos: la una al Occidente, y la otra al
Oriente de Berlín. Fue paradoja que el inventor de imperios de opereta,
canciones y fatuas agresividades, provocase la materialización de las más
grandes Supracomunidades que han existido desde Roma. De haberse podido
conocer al instante, la desaparición de César hubiera conturbado al barbero de
Zama, o de Eleusis, tanto como la de Kennedy al barbero español, o la de
Nikita Kruschev al barbero de Sofía.
Para calificar, siquiera de una manera intuitiva o estética, si existe o no
existe una Supracomunidad, siempre que haya una realidad de Poder
ultranacional, nada mejor que aprovechar la oportunidad que nos ofrece la
repentina desaparición del hombre que, por cualquier circunstancia, posee la
Decisión. Mientras vive la República, la muerte de sus magistrados vale
como anécdota, jamás como categoría, porque la Decisión pertenece a la
Institución. En un caso así, nadie se pregunta qué será del mundo. Por el
contrario, cuando un conjunto de sociedades se han transformado en
Supracomunidad, la muerte de su jefe alcanza valoración de categoría. Todos
se preguntan entonces qué será del mundo, como lo hizo el barbero del
pueblecito español. A esto llama inclinarse ante la necesidad.
Según lo expuesto, el jefe, como individualidad, tiene más significado
en una Supracomunidad que en una República. Y así es, en efecto, porque en
el primer caso, un hombre, o un grupo de hombres, pueden determinar el
futuro, como todos sabemos y tememos. Esta afirmación, sin embargo, no ha
de conducirnos a la equivocación de confundir la Historia con la biografía, y
hablar de la grandeza de los hombres que rigen Imperios o
Supracomunidades, error típico de los historiadores de la Antigüedad,
proseguido por sus imitadores occidentales y grotescamente exagerado por
los fascismos. Los espíritus modernos, y por tanto universales, no podemos
creer en la grandeza de los individuos en cuanto hecho historiable, porque
sabemos que la Historia es una Expresión del Mundo, una forma de la
Naturaleza, si se quiere, y nunca un resultado de biografías. Admitimos,
ciertamente, la grandeza humana, pero sólo como ser biográfico, es decir,
ético, lo cual no interesa a la Historia. Los autores griegos y romanos
escribían de los sucesos con instinto moral y pathos estético; nosotros,
empero, los investigamos como objetividades ajenas al hombre.
Cuanto los escritores convencionales suelen llamar grandeza de un
individuo, es algo que se da siempre a posteriori, jamás a priori. Quiere esto
decir que los sucesos engrandecen o empequeñecen a los hombres, nunca al
contrario. De entre las llamadas grandes personalidades, Julio César ha
venido sirviendo de tópico. Pues bien: Si a su muerte, Bruto y Casio hubieran
ganado la batalla de Filipos, y restaurado la institución republicana, César
habría pasado a la leyenda como dictador que interrumpió la gloriosa
tradición. Mas porque Bruto y Casio fueron derrotados, César devino grande.
Vemos, pues, que la magnitud historiable de César dependió de algo tan
aparentemente arbitrario y ajeno al propio César, tan casual, como el
resultado de una batalla. Ni siquiera el más empeñado de los épicos podría
demostrar la participación de la voluntad cesárea en hecho.
Lo expuesto, sin embargo, no debe inducirnos a negar en César toda
clase de valor. Aunque la Historia no sea obra del individuo, los hombres que
poseen la Decisión tienen reservada la oportunidad de colaborar en la
grandeza objetiva del probable suceso. A nuestro juicio, el significado de
César, su única magnitud, consistió en sospechar, por así expresarlo, que, tras
su muerte, los Brutos y los Casios perderían irremisiblemente la batalla final,
apostando por ello. Tal equivale a intuir el futuro, en cuanto necesidad
irrenunciable, y adherirse a él. Los ideólogos y los políticos buscan, el
porvenir, y, como extravagantes arqueólogos, lo reconstruyen desde los datos
del presente, a fin de apostar por una buena causa.
Siguiendo nuestro método, debemos esperar que los sucesos de los
próximos treinta años afirmen o nieguen, a posteriori, la grandeza historiable
de John F. Kennedy. Nótese que decimos los sucesos, comparecencias ajenas
a toda voluntad particular. Por el momento, nosotros sólo podemos tratar de
investigar si John F. Kennedy ha colaborado en su probable grandeza, como
César en la propia, ocurra o no ocurra. Los resultados de esa investigación
dependerán de las respuestas que podamos dar a esta serie de preguntas: ¿Fue
Kennedy un ideólogo? ¿Propuso nuevas formas de convivencia? ¿Intuyó el
porvenir? ¿Quiso adherirse a él? ¿Retó a la Historia de la República
Norteamericana? ¿Dejará prosélitos? ¿Ganarán éstos la última batalla?...
Veamos de proponer algunas respuestas.
Sabemos que F. D. Roosevelt inauguró la Historia Universal de los
Estados Unidos[8]. A su muerte, la República, abocada a novísimas
situaciones, quedó vacía de contenido ideológico capaz de competir. Un
gobierno engrandecido en el exterior, se tornó intolerante en el interior, como
los propios norteamericanos habían anunciado y temido desde William
McKinley y Woodrow Wilson [1]. La obra de F. D. Roosevelt quedó
interrumpida. El mandato de Dwight D. Eisenhower transformó la
Democracia Americana en un statu quo defensivo, sin doctrina que oponer
frente a ideas dotadas de tanta capacidad de contagio como la vida misma.
Después de Eisenhower, la República precisaba, ciertamente, de una
ideología de valor ecuménico, es decir, de una propuesta de convivencia
general. F. D. Roosevelt había configurado el Estado Demócrata, fuera del
cual nadie podía ser ortodoxo, estatificando así el ideal democrático, otrora
patrimonio de la comunidad [1]. Pero en esta institución había, más que un
contenido doctrinal, un contenido de Poder, un mandato dirigido a las gentes
norteamericanas, que ya no podrían ser demócratas sino a través del Estado
[1]. Frente a un hombre como Jefferson, dotado de capacidad filosófica, F. D.
Roosevelt fue un político que no inventó ningún credo: se limitó a recogerlo
de la sociedad y trasladarlo al Poder, convertido en perpetuo sínodo y
catapulta de la vieja fe.
John F. Kennedy quiso completar la obra de Roosevelt, en el novísimo
período de la Historia Universal de Norteamérica, inyectando en el Estado
Demócrata un contenido apto para competir y avenirse con doctrinas
ecuménicas, es decir, lo que llamamos una filosofía de carácter universal.
Para configurar esta filosofía decidió volver a la clasicidad de la Democracia
de Jefferson, o sea, a los principios políticos de la Ilustración, si bien
aplicados a la realidad contemporánea. En efecto: A la manera de los Padres
de Norteamérica, Kennedy, discípulo de los dieciochescos, tenía por
incontrastables los siguientes postulados: que el individuo es la célula
primaria de toda comunidad, que la sociedad nace naturalmente con contrato,
que su desarrollo es una actividad humana, que esa actividad puede ser
concebida como hacer racional, que la busca de la felicidad debe ser el objeto
inmediato del ente social, y que a la función del Poder ha de corresponder
una intención semejante en los ciudadanos [1]. También como los ilustrados,
Kennedy creía en la bondad natural del hombre, en la posibilidad de
materializar en el mundo una segunda naturaleza humana, todavía no terrena,
pero hacedera, y en la redención por el progreso [1]. Por último, sostenía el
dogma de alcanzar la felicidad por medio de la libertad y la educación [1].
Proyectados sobre la realidad terrena, estos principios ilustrados, en
cuanto abstractos y generales, es decir, en cuanto típicamente filosóficos, no
podían conducir en el siglo XX a los mismos resultados y ambiciones que en
el siglo XVIII. Entonces se trataba de configurar una sociedad de hombres
libres y propietarios, rescatados del juego de los reyes, liberados de la
intolerancia y asentados en Norteamérica. Ahora, de perpetuar y extender una
Supracomunidad de individuos igualmente libres, asegurados frente al juego
capitalista, liberados de los juicios interesados y capaces de proyectarse en
universalidad, proponiendo al mundo un sincretismo político; en suma: de
materializar una Democracia Socialista y ecuménica, en forma semejante a
un Imperio, más allá de los límites geográficos e ideales de la República y su
casta dominante. De tal forma vino a resultar John F. Kennedy lo que hoy se
llama una individualidad de izquierdas.
Es tradición occidental que los heterodoxos devengan normalmente
producto de la conjunción de dos factores: una filosofía basada en principios
generales y una simpatía instintiva hacia el futuro, es decir, hacia lo que
necesariamente ha de ocurrir. Cualquier tipo de filosofía, en cuanto teoría,
puede convertirse en doctrina de una personalidad de izquierdas, siempre que
la razón parta de postulados constatables y concluya implacablemente, según
su método, soslayando la tentación de los juicios interesados. Frente a esto,
las denominadas derechas representan regularmente lo actual, los intereses,
los compromisos. Mas, como dijo Lucrecio, y tantos han repetido, la
Fatalidad conduce a quien la quiere y arrastra a quien no la quiere.
Para poder actuar como una individualidad de izquierdas sin abandonar
la Weltanschauung norteamericana, Kennedy hubo de volver forzosamente a
la Democracia de Jefferson, es decir, a la filosofía, en cuyo origen no hay
corrupción, porque es puro pensamiento. Igual tendría que hacer el cristiano
que pretendiera cabalgar junto al futuro: retornar a la consideración de los
principios. Pero el intento de Kennedy demostró la verdad de esta aparente
paradoja: que tornar a los fundadores de cualquier doctrina, y a sus escuetos
postulados, resulta heterodoxo.
En otra ocasión he definido la libertad política como posibilidad de
desarrollar la capacidad de pretensión humana, formulando propuestas de
convivencia y ofreciendo a la sociedad presente un futuro novedoso[9]. El
predicador de aquellas propuestas se llama utópico [2]. Pues bien: Desde que
John F. Kennedy tornó al Ideal de los Padres de Norteamérica, se transformó
en un utópico, es decir, en un predicador de reformas, necesariamente
enemigo del statu quo, lo cual advirtió desde el primer momento la casta
dominante de los Estados Unidos. Como clásico ejemplar de utópico,
Kennedy poseía ideas más filosóficas que políticas sobre la sociedad;
albergaba instinto mesiánico, virtud esencial al reformador; sabía que el
derecho de nuestros padres es algo fundamentalmente vetusto, y que la
extrema desigualdad no puede coexistir con el gobierno democrático ni con
ningún gobierno justo, como ya lo antevió F. D. Roosevelt; finalmente, tenía
conciencia de que la naturaleza humana está corrompida por la pobreza y la
tiranía lo largo del mundo.
A la manera de F. D. Roosevelt, John Kennedy perteneció a esa clase
de hombres especialmente dotados para adivinar el futuro situarse de su parte
[1]. El que se alía con el porvenir, tiene la Fatalidad consigo. En bella
expresión de Lucrecio, la causa de los vencedores de las guerras civiles
romanas plació a los dioses, y la de los vencidos, a Catón. Los dioses son, por
consiguiente, los primeros prosélitos del porvenir, o dicho de otra manera, los
primeros utópicos. El futuro del mundo, si éste quiere perdurar, ha de ser
forzosamente un sincretismo político, cultural y religioso, o sea, una
universalidad de disposiciones. Naturalmente, ello no ocurrirá por voluntad
humana, sino por necesidad de la rerum natura. El carácter seductor de John
F. Kennedy estriba en haber adivinado esa necesidad, lo cual equivale a
descubrir cuanto los hombres, si no son locos o malvados, quieren y desean.
Woodrow Wilson retó a la Historia Natural de Norteamérica [1]. F. D.
Roosevelt recogió este reto y abrió a los Estados Unidos las puertas de la
Historia Universal, o Historia de la Responsabilidad, como ya hemos dicho.
John F. Kennedy lanzó un nuevo reto al Suceso Norteamericano,
proponiendo la democracia como una universalidad de principios y
consecuencias implacables, de acuerdo con el pensamiento de los fundadores
y bajo la forma de una Supracomunidad sincrética, según acabamos de
exponer. ¿Recogerá este reto alguno de sus sucesores? Es obvio que ya pasó
el tiempo en que los norteamericanos podían considerar al Estado como un
trust engrandecido [1]. La teoría de los negocios no puede seguir siendo la
teoría de la democracia, si ésta quiere entrar en dialéctica ecuménica. La
República, tal como ha llegado hasta nosotros, tampoco puede ser juez
internacional, si no se transforma en Supracomunidad, y la Supracomunidad
implica admitir los dioses y las verdades ajenas, fundiéndose con ellos. Por
último, la casta que ama la violencia, desprecia gran parte de los ideales que
predica, y maneja hechos consumados [1], tampoco puede gobernar una
Supracomunidad.
Recoger un reto como el de John F. Kennedy, equivale a inaugurar en
Norteamérica la dialéctica ideológica, típico ejemplo de Historia Universal.
En otra ocasión he dicho:
«En su espléndido mundo natural y tranquilo aislamiento, la Sociedad
Norteamericana no conoció la Reflexión Utopizadora, cual es como decir que
los Estados Unidos jamás tuvieron problemas verdaderamente políticos, sino
de técnica gubernamental. ¿Qué filosofía o literatura de propuestas posee
Norteamérica? ¿Qué ejemplos de predicaciones? La Reflexión Política
norteamericana, en cuanto configuradora, fue siempre Prescriptiva, o sea,
jurídica. El fenómeno encuentra su explicación en el hecho de que los
Estados Unidos no han vivido una verdadera Historia Universal, sino Natural.
La Sociedad Norteamericana fue la experimentación de doctrinas
configuradas por cierta Reflexión Utopizadora europea, suceso que conservó
en su conciencia casi hasta la Segunda Guerra Mundial. ¿Es posible ofrecer
propuestas de convivencia a una sociedad que se halla experimentando
precisamente un tipo de propuesta? Solamente después de advenir a la
Historia Universal, luego de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos
se encuentran en situación de albergar la Reflexión Utopizadora, cuyos
primeros atisbos comienzan a surgir en los novelistas. Por lo demás, es
interesante preguntar cómo reaccionaría la Sociedad Norteamericana ante un
movimiento utópico nacido en su propio seno. A nuestro juicio, la respuesta
sería tan dura que podría demostrar cómo la Democracia Americana nada
tiene que ver con las formas liberales, sino más bien con ciertas concepciones
medioevales. La Democracia Americana no es una forma de dialéctica, como
suele pensarse, sino de Sociedad»[10].
Llamamos doctrina política a la reflexión capaz de producir entusiasmo
y contagio perdurables. ¿Tendrá la palabra de Kennedy fuerza suficiente para
materializar esos fenómenos? ¿Ganará prosélitos? ¿Continuará la simpatía del
pueblo hacia la Inteligencia? Si estas preguntas tuvieran respuesta afirmativa,
la muerte de John F. Kennedy abriría, sin duda, en Norteamérica, el periodo
de la lucha ideológica.
[1] He traducido por filántropos la expresión “enamorados de la
capacidad de pretensión del hombre”, que en el original es una sola palabra.
Se trata de una secta de plebeyos ilustrados, dirigida por un platero y un
barbero.
[2] Trascripción de la cinta magnetofónica Miguel Espinosa-Sánchez
Bautista: Miguel Espinosa, presentando el libro Obra poética, de Francisco
Sánchez Bautista; Editora Regional ¯Comunidad Autónoma¯; 1982. La
decisión de dar a conocer este discurso espinosiano en forma de transcripción
literal del soporte magnético (a la espera de que sea presentado en la edición
de su obra completa, con los inevitables retoques para su forma escrita
definitiva) parte de la creencia de que, además de su valor biográfico ¯M.
Espinosa nos dejaba definitivamente dos meses después¯, tiene el valor
sustantivo de ser la clave de una de las áreas de su meditación y pensamiento:
sus intentos por entender y gozar la realidad poética. En este sentido es una
importante y gratísima coincidencia el hecho de que nuestro mayor poeta de
todos los tiempos haya dado pie a quien es también nuestro más notable
escritor en prosa para laborar sobre su teoría de la poética. Otro trabajo
poético de Sánchez Bautista, Encuentros con Anteo (1976), se publicó
acompañado de otra reflexión al respecto de Miguel Espinosa, en forma de
prólogo.
Transcripción de José Antonio Postigo, agosto 1988. Revisada, 1994.
[3] Leopoldo de Luis (Nota de transcripción).
[4] Algo que no se grabó bien. Sucede lo mismo en dos o tres pasajes
más. Estas lagunas (al igual que los ‘lapsus’ de estilo propios de la forma
hablada-grabada) podrán quedar subsanadas cuando esta cinta pueda ser
contrastada con las notas manuscritas de las que M.E. se acompañó).
[5] Lo dice con énfasis (Nota de transcripción).
[6] Lo dice con énfasis (Nota de transcripción).
[7] Francisco Javier Díez de Revenga (Nota de transcripción).
[8] Véase mi libro: Las Grandes Etapas de la Historia Americana
(Bosquejo de una morfología de la Historia Política norteamericana), Revista
de Occidente, Madrid, 1957 [2ª edic. con el título de Reflexiones sobre
Norteamérica, Editora Regional de Murcia, Col. "Textos de Alcance",
Murcia, 1982; 3ª edic., 1987. Prólogo de Enrique Tierno Galván].
[9] Véase mi artículo: «La Reflexión Política Configuradora», Revista
de Estudios Políticos, número 121, enero-febrero 1962 [págs. 99-126].
[10] La cita procede, con ligeras variantes, de «La Reflexión Política
Configuradora», art. cit. págs. 120-21. [Nota del Editor (Diálogo de la
Lengua)]