El litigio de las palabras.
Diálogo sobre política del lenguaje
Jose Cano Martínez – Universitat de Barcelona
DOI: 10.1344/452f.2021.24.19 #24
El litigio de las palabras. Diálogo sobre política del lenguaje
Jacques Rancière y Javier Bassas
Barcelona: Ned Ediciones, 2019
125 páginas
Jacques Rancière ha trazado con su obra un particular recorrido en el que sus
reflexiones sobre política, historia y estética se demuestran atravesadas por un
problema común a todas: el del «reparto de lo sensible» [partage du sensible]
que el lenguaje opera sobre la realidad en sus diferentes manifestaciones,
sentando las bases de nuestra forma de ser en comunidad. Por eso, el que la
médula espinal de la entrevista ofrecida en El litigio de las palabras sea
precisamente la relación entre las palabras y las cosas, los modos de
enunciación y el objeto que se pretende estudiar o crear, no solo atrae la
atención sobre cuestiones que merecen ser pensadas para juzgar la situación
del pensamiento actual a un nivel general, sino también sobre una puerta de
acceso a los planteamientos de Rancière que evidencia pronto el potencial
crítico de su labor teórica y, cuestión muy importante, de su praxis escritural.
Javier Bassas, traductor y prologuista habitual del pensador francés —y, en el
libro que nos ocupa, entrevistador—, destaca en el prefacio a la conversación
un punto que ha de ser considerado con especial atención: la relación forma-
contenido en la escritura. Una de las convicciones de Rancière es que el
«cómo» está escrito un texto no es de menor importancia que el «qué» se
escribe, señalando una ya largamente instituida desigualdad entre forma y
contenido —siempre priorizando el segundo aspecto— en la tradición filosófica.
Al ejercicio acrítico de tantos académicos que construirían su rigor de forma
retórica, confiando en los dispositivos escriturales perpetuados por la institución
académica y en las demarcaciones estancas entre disciplina y disciplina, se
contrapone la sensibilidad del francés para mesurar y dirigir las operaciones de
su escritura hacia la puesta en marcha de la igualdad. El objetivo de sus textos
sería, por tanto, la construcción de otra escena en la que el conocimiento no se
pensaría de la manera clásica y pedagógica como transmisión; lo que se busca
es posibilitar la labor no de un maestro embrutecedor que encarrile por un
camino determinado los esfuerzos del alumno, sino ignorante, en el sentido en
que desconoce los efectos que su labor producirá en sus estudiantes.
Bassas se propone, en la presentación del diálogo que nos ocupa, que el texto
subsiguiente se vea impregnado en su forma por los planteamientos de
Rancière, en busca de la igualdad en la «comunidad textual» —la forma
reivindicaría también su importancia frente al contenido—. Este empeño es
problemático en el formato que impone una entrevista y no termina de fructificar
de forma clara: ¿de qué manera se asemejan los modos de exposición oral de
Rancière y Bassas en esta entrevista a la labor que pueden efectuar —y sí que
efectúan— en sus textos? ¿No se parece demasiado la escena que en esta
conversación se plantea a aquella clásica que pretende desmontarse, esto es,
a la transmisión de conocimiento por la cual el maestro ilumina al alumno y
reafirma el sentido de sus explicaciones frente a lecturas que las llevan en otras
direcciones? En cualquier caso y sea cual sea la fortuna del texto en este punto,
las preguntas de Bassas resultan siempre interesantes y guardan un justo
equilibrio deseable en todo diálogo: por un lado, no eluden el forcejeo con las
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nociones rancieranas, desplazándolas en direcciones diversas y permitiendo
así vislumbrar sus posibilidades y límites; por otra parte, despliegan su rica
lectura de las principales obras de Rancière de forma que, a la par que sitúa
perfectamente al lector en los debates o problemáticas implicados en cada
cuestión, demuestra una asimilación crítica de la obra del filósofo francés de
profundidad infrecuente en la masa de artículos y monografías que han surgido
al hilo del discurso del filósofo.
Iniciando su diálogo con Rancière, Bassas centra el primer bloque de los tres
que componen la entrevista en la relación entre lenguaje e igualdad. Al ser
preguntado sobre la posibilidad de divulgar la filosofía en los términos en los
que Althusser entendía esta labor —colmar la brecha entre aquellos que saben,
hombres de teoría, y los que no, esencializando la distancia entre unos y
otros—, Rancière responde, en uno de los pasajes más iluminadores e
interesantes del libro, explicitando cómo en sus trabajos se opone a los
planteamientos del que fuera su maestro: contra la respuesta althusseriana a
este problema, su labor trataría de problematizar la brecha entre los que saben
y los que no mediante la unión de mundos dispares, poniendo al lado de los
diálogos platónicos la palabra del obrero y, en definitiva, minando las
asunciones acerca de las disciplinas en el seno de las cuales se enmarcan
normalmente los esfuerzos teóricos, historiográficos, críticos... Así, se
terminaría cuestionando la topografía generadora de la brecha que luego se
intenta salvar, el reparto de los papeles que ensalza al pensamiento del filósofo
como fruto de la reflexión teórica y desprecia al del obrero como producto del
sufrimiento. Un nuevo paisaje de lo sensible debería emerger de esta
recusación de la escena de saber habitual y, siendo la igualdad el punto de
fuga del pensamiento del francés —presentada en sus textos como algo no
esencial, sino más bien performativo—, el postular nuevos modos de
inteligibilidad es el primer paso hacia el ejercicio efectivo de esta igualdad que
se persigue y que es el motor de la acción política.
Cerrando este bloque, se trata con gran atención el binomio logos-phoné,
empleado por Rancière en varios de sus trabajos. Este par de conceptos remite
a la Política de Aristóteles; la posesión del logos es, siguiendo al estagirita,
requisito indispensable para poder tomar parte en la vida política de la ciudad,
pues distingue a los ciudadanos de pleno derecho de aquellos que, en su uso
del lenguaje, solo emiten ruidos inarticulados propios de animales y no merecen
por tanto participar en la gestión de la vida común. Rescatando esta distinción,
el filósofo francés busca evidenciar que la política es lo que está en juego a la
hora de discriminar qué es meramente ruido y qué es un discurso articulado y
digno de ser escuchado. Bassas se detiene desgranando las implicaciones y
consecuencias del uso de este par de conceptos y termina cuestionando un
aspecto concreto: la perpetuación de la jerarquía antropocéntrica hombre-
animal, cultura-naturaleza. Rancière responde negando que su concepción de
la política pueda asociarse a un universal antropológico como el logos, pero lo
que también queda claro de su respuesta es que la actividad política requeriría
de cierta reflexividad propia de lo humano, pues —aunque el francés prefiere
aludir a este asunto en términos de reciprocidad entre los lugares que un sujeto
puede ocupar— lo imprescindible de esta dimensión queda patente frente a
ciertas desigualdades: si Rancière piensa siempre la política como proceso de
subjetivación, por mucho que la frontera entre logos-phoné sea discutible, es
bastante evidente que los animales necesitarán siempre un «gestor» que medie
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por ellos; la política, pues, no es efectiva a la hora de tratar todas las relaciones
de dominación, como el propio Rancière reconoce (2019: 58).
En el segundo bloque, que trata la relación entre lenguaje y emancipación,
Bassas sigue tirando del hilo que cierra el apartado anterior y continúa
pensando los límites de la actividad política entendida desde el pensamiento
rancierano: ¿no pueden fenómenos como el grito, confuso e irremediablemente
ligado a la phoné, estar revestidos de un valor político intrínseco pese a no
articularse mediante un proceso de subjetivación? Es decir, ¿qué hay de lo
prerreflexivo y de lo prediscursivo y de sus potencialidades políticas? Rancière
aclara que él entiende el sujeto como efecto de un proceso y que, por tanto, la
cuestión de la reflexividad le es ajena; lo importante es la posición de un
individuo o colectivo en la vida común, no su relación consigo mismo. Rancière
piensa que, al ponerse en marcha a la hora de denunciar un agravio [tort], el
sin-parte (aquel que impugna el reparto de papeles de una sociedad buscando
ser tenido en cuenta como un interlocutor digno) inicia un proceso por el cual
moviliza un yo-como-tú que refrendaría la igualdad de las inteligencias
mediante su puesta en práctica. Es por esto que no hablamos de una
ontologización de la igualdad como base de la vida política; si no se
«performa», si no se comprueba polémicamente, la igualdad no existe. Así, se
termina de entender la apuesta de Rancière por la reciprocidad a la hora de
abordar estos problemas, ligada a su concepción litigiosa de lo político. El grito,
pese a asociarse a lo no-articulado o prerreflexivo, es susceptible de ser
empleado políticamente, pero siempre en una escena de interlocución sin la
cual difícilmente podrá contribuir a repensar desde otra perspectiva los
términos de un debate.
Tras estas reflexiones, el diálogo se dirige a otras latitudes y, en un interesante
pasaje, se contrapone la concepción del lenguaje derridiana con la rancierana.
Partiendo de un fragmento de Aux bords du politique1 que enfrenta, a la hora
de hablar de la subjetivación política, lo idiomático —el lenguaje de la igualdad
según Rancière— con lo tribal, Bassas plantea la pregunta por la relación entre
lo universal y lo «singular-no-identitario» para matizar el papel de estas
instancias en el pensamiento de Rancière, que las conjuga de forma muy
interesante. Según el filósofo, la universalidad de la igualdad se verificaría
como topos, esto es, «la construcción singular de un caso que rompe el reparto
creando un proceso de universalización en acto» (2019: 72), y por esto nunca
como cualidad presupuesta. En cierto modo, este aserto es una forma de
desarticular la oposición universal-particular; es aboliendo la supuesta distancia
entre «hombres de lo universal y hombres de lo particular» que la igualdad se
confirma de forma polémica ante un caso concreto, y es que igualdad es
siempre una condición problemática a ratificar. A la relectura del pasaje del
Génesis de la Torre de Babel que Derrida realiza —en el que la humanidad es
castigada por Dios con el idioma, esto es, condenada a no poder acceder de
forma unívoca a la realidad por contraposición a Dios, el único idéntico a sí
mismo— se enfrenta el del relato de la secesión plebeya en el Aventino,
analizado por Rancière. La deuda original atribuida al idioma en la primera
escena no puede ser más diferente a las potencialidades de este mostradas en
la segunda, que presenta la construcción de una escena de interlocución
mediante el uso de un lenguaje prestado —los plebeyos actúan como si los
patricios pudieran entenderles y usando sus mismas palabras—. El lenguaje
de la política es pensado por los patricios como «tribal», bueno solo para ellos,
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pero los plebeyos lo toman como un idioma que habla a todos por igual y tratan
de sobreponerse a las distancias impuestas, las imposibilidades prescritas. Así,
en una situación —topos— contingente emerge la universalidad a verificar de
la que Rancière habla. Todo esto tiene mucho que ver con la interesante
concepción rancierana de la escritura como un régimen de lo sensible que,
viajando libre de un lado a otro y no sabiendo si está tratando con un sujeto
digno o indigno de ella, desarticula las escenas de interlocución
institucionalizadas.
El último bloque, sobre lenguaje e imágenes, despliega diferentes
problemáticas trabajadas por Rancière a lo largo de su obra y que, por su
variedad y complejidad, resulta difícil tratar aquí con justicia. Bassas se
interesa, en un primer momento, por la posición del filósofo francés ante el
pensamiento de la diferencia ontológica. Las subsiguientes preguntas tienen
que ver con la propuesta de Rancière en el ámbito de la estética —formulada,
entre otros, en textos como Le partage du sensible2 o La parole muette3— que
procura no tanto elaborar una historización de la evolución del arte como
ofrecer a la reflexión tres modelos generales mediante los cuales este se ha
hecho inteligible y, a su vez, ha hecho inteligible la realidad —nunca debemos
olvidar ante Rancière la imbricación que establece entre política y estética—:
el régimen ético, el régimen representativo y el régimen estético. Ciertamente,
estas nociones han resultado ser muy fecundas para el estudio de
manifestaciones artísticas pasadas y presentes, y se movilizan en estas
páginas en relación a diferentes cuestiones: por un lado, Bassas pregunta si la
imagen y su forma de construir sentido es subsumible —en sus diferentes
manifestaciones— dentro de esta categorización, a lo que Rancière responde
esbozando conceptos como frase-imagen que permiten pensar los
solapamientos y las tensiones entre diferentes ideas del arte; tras esto, Bassas
se interesa por la posible influencia de Michel Foucault y su concepto de
episteme en las aproximaciones rancieranas a, por ejemplo, la historia de la
literatura en obras como Le fil perdu 4 . Rancière afirma separarse de un
pensamiento del corte que cree imposible el pensar algunas cosas en según
qué momentos en favor de cierta transhistoricidad de los regímenes. En las
últimas páginas, se arrojan más reflexiones sobre la relación entre lenguaje y
filosofía, atendiendo a la función de las imágenes sensoriales y de otros
recursos en la escritura filosófica, lo que permite continuar ahondando en cómo
Rancière concibe su propia escritura.
En conclusión, y como se habrá podido observar, El litigio de las palabras
aborda multitud de temas trabajados por Rancière a lo largo de toda su obra.
Podría decirse que es un libro iluminador, didáctico… ¿pedagógico? Estas
palabras son problemáticas para el pensador francés, y Bassas es
perfectamente consciente de ello; su esfuerzo consciente por afrontar esta
dificultad es visible en sus diferentes intervenciones alrededor de la figura del
filósofo francés 5 . El problema aquí radica en la gran dificultad que supone
manejar el pensamiento rancierano sin traicionarlo en este aspecto, algo
inevitable para el mismo Rancière —como señala en este mismo texto (2019:
47)— en formatos como la entrevista o la conferencia. En cualquier caso, este
breve libro resulta una magnífica invitación a profundizar en la obra de este
pensador, contribuyendo así a ese ir y venir de la letra muda —la escritura—
en su hablar a todo el mundo sin distinción, fecunda errancia que propuestas
como la reseñada, lejos de entorpecer, estimulan.
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Notas
1
RANCIÈRE, J. (1998) : Aux bords du politique, París: Gallimard.
2
RANCIERE, J. (2000): Le partage du sensible: esthétique et politique, París: La
Fabrique.
3
RANCIERE, J. (1998): La parole muette. Essais sur les contradictions de la littérature,
París: Hachette.
4
RANCIERE, J. (2014): Le fil perdu. Essais sur la fiction moderne, París: La Fabrique
5
BASSAS, X. (2019): Jacques Rancière. Ensayar la igualdad, Barcelona: Gedisa
Editorial.
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