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El Futuro de La Pastoral

Plantearse el futuro de la pastoral desde los pobres y excluidos es plantearse desde la raíz el futuro de la evangelización; si evangelizar es seguir siendo portadores de Buena Noticia en un mundo desquiciante, es urgente plantearse qué percepción de Dios es Buena Noticia. El Dios de la Vida tiene que ver más con lo insignificante que con lo importante, tiene que ver más con ellos que con nosotros.
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Plantearse el futuro de la pastoral desde los pobres y excluidos es plantearse desde la raíz el futuro de la evangelización; si evangelizar es seguir siendo portadores de Buena Noticia en un mundo desquiciante, es urgente plantearse qué percepción de Dios es Buena Noticia. El Dios de la Vida tiene que ver más con lo insignificante que con lo importante, tiene que ver más con ellos que con nosotros.
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El futuro de la pastoral: de parte de los pobres y excluidos

Toni Catalá

PIE AUTOR:
Toni Catalá es director de «Estela» (Escuela de Teología para Laicos) en el «Centro Arrupe» de
Valencia.

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO


Unir futuro de la pastoral con pobres y excluidos no se sino «plantearse desde la raíz el futuro de la
evangelización». Siguiendo a Jesús para ser hoy «Buena Noticia», en principio, el artículo nos recuerda que
«el Dios de la Vida tiene ver más con lo insignificante que con lo importante; más con ellos –sus preferidos–
que con nosotros». Por eso, como Jesús de Nazaret, evangelizar ha de vincularse extrecha y
fundamentalmente con las «prácticas del Reino»; no tanto con otros intereses... («¡con la dignidad del
excluido no se juega!»). Por último, el autor se lamenta del olvido de tantos «santos inocentes», cuya
recuerdo y cuya fiesta... ha terminado asociada a la broma.

Plantearse el futuro de la pastoral desde los pobres y excluidos es plantearse desde la raíz el
futuro de la evangelización; no de un modo de evangelizar o de un ámbito de evangelización, sino
el de la evangelización como tal. Si evangelizar es seguir siendo portadores de Buena Noticia en un
mundo tan desquiciante y desquiciado, en el que siguen generando víctimas dioses crueles y
violentos, que pueden anidar en el interior de cada hombre y mujer que nos llamamos creyentes, es
urgente plantearse qué percepción de Dios es Buena Noticia. No toda percepción de Dios es Buena
Noticia.
Este planteamiento lo tenemos que hacer con responsabilidad, humildad y mucha lucidez, no
corren tiempos para ir jugando con lo de dios. Los dioses a los que estamos haciendo referencia en
nuestro mundo, en el que la destrucción y el terror se están globalizando dramáticamente, no son
precisamente portadores de Buena Noticia para la especie humana.

Tenemos que volver una y otra vez a la Buena Noticia de Jesús para que éste nos revele al
Dios de la Vida. No es Buena Noticia la percepción de un dios absoluto cerrado sobre sí mismo,
poder total, señor de vida y haciendas, dueño y amo, juez implacable de vivos y muertos,
legitimador de la lucha a muerte entre el bien y el mal, dios nacional y tribal feroz defensor de
territorios, ideologías e iglesias...; no nos engañemos que este dios no ha desaparecido de nuestras
conciencias y sociedades, no nos engañemos porque sigue existiendo mucha violencia en los
ámbitos religiosos, muchas tendencias de imponer la verdad, de anular y destruir lo diferente.
¿Es posible seguir hablando de pastoral después de lo que el 11 de Septiembre ha dejado al
descubierto de nuestro mundo? Me pregunto esto porque no se si será una banalidad hablar de
pastoral cuando las heridas de nuestro mundo, expuestas a la vista de todos, son tan grandes. Se nos
impone mucha humildad en el planteamiento, pero los seguidores y seguidoras de Jesús nos
tenemos que seguir cuestionando, preguntando y orando por dónde seguir caminando para seguir
siendo portadores de Buena Noticia. Vamos una vez más a intentar que Jesús de Nazaret nos
indique el camino.

1. El Dios de la Vida

El Dios de la Vida tiene que ver más con lo «insignificante» que con lo «importante», tiene
que ver más con ellos que con nosotros.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el
camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor.
Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último
de todos y el servidor de todos.» Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó
entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado» (Mt
9,33-37).

En este pasaje evangélico encontramos claves que nos pueden ayudar a situarnos en esa
preferencia del Dios de la Vida en referencia a sus criaturas más pequeñas.
Jesús va camino de Jerusalén para entregar su vida, todo el vivir de Jesús es un desvivirse
por las criaturas, y los seguidores por ese mismo camino discutiendo quién es el más importante
entre ellos. La percepción del Reino que tienen es la de un reino de prestigio e importancia, de
relevancia... Esto supone que como el reino que esperan es de Dios, Dios tiene que ver con la
importancia y la relevancia. Nosotros, agentes de pastoral, cuando nos descuidamos, cuando nos
ensimismamos, seguimos cayendo en la trampa que cuanto más compromiso, más tiempo dedicado
al «reino», más implicación en las tareas pastorales, etc., etc., más importantes somos. No lo
diremos porque nos da vergüenza, y nuestras teologías nos lo impiden, pero eso no quiere decir que
en el fondo no lo sintamos.

Jesús nos «revela» que los pequeños son los importantes delante del Dios Padre-Madre y
Creador. Está percepción de Dios es «revelación», no sale ni de la carne ni de la sangre, no sale de
nuestras oraciones, reflexiones y delirios. Aquí se invierten radicalmente los términos: ¿por qué no
nos tomamos un tiempo todos los agentes de pastoral, todos aquéllos y aquéllas que queremos ser
portadores de Buena Noticia, para recibir a los pequeños y que estos nos devuelvan al rostro del
Dios Vivo?
No podemos olvidar que, dentro de la comunidad, en un contexto de discusión por la
importancia y la relevancia, Jesús abraza a un niño; en Lucas y Mateo, Jesús no abraza al niño sino
que lo pone en medio (¡es muy fuerte en Israel abrazar un niño!) porque les resulta muy
escandaloso. Este abrazo supone que la evangelización es un asunto material, carnal, sensible; nos
sobran papeles, materiales, ideas..., y nos hace falta mucha sensibilidad, y la sensibilidad solo la
modifica la implicación concreta en la vida de los pequeños y los últimos. Pero venimos de
tradiciones muy «espirituales» que temen pavorosamente a lo sensible, a lo carnal..., a los sentidos;
no nos hemos librado de este temor y sólo modificando nuestra sensibilidad puede haber
evangelización: La palabra se hizo carne.

Recibir a los pequeños y dejarnos recibir por ellos es redescubrir continuamente que nuestro
Dios es un Dios implicado en sus criaturas y, como además es Padre-Madre, se implica de un modo
apasionado por las más pequeñas e indefensas. El asunto de la preferencia por los pobres y
pequeños no es un asunto primordialmente sociológico sino de sensibilidad teologal, porque nuestro
Dios se revela en Jesús de este modo: como un Dios implicado.
Aquél que ha enviado a Jesús es el que trastoca nuestros ídolos y nuestros dioses para que
nos podamos adentrar en la vida de un modo compasivo con la suerte de sus criaturas más
pequeñas. En cada contexto nos tenemos que sensibilizar para descubrir a los pequeños e
insignificantes, a los que pasan desapercibidos, a los que no interesan.

Jesús, poniendo en medio al niño, descentra a la comunidad de seguidores: la importancia


delante del Dios de la Vida no está entre ellos, sino fuera de ellos. Impresiona este descentramiento
porque hoy lo comunitario nos ensimisma: si la comunidad no es lugar de potenciación de vida, de
impregnación de realidad para fijar la mirada en «los otros» –los que están al margen de ella–, la
comunidad deja de ser cristiana. Seguimos anclados en unos planteamientos pastorales
excesivamente eclesio-céntricos, excesivamente preocupados en hacer «cristianos y cristianas» y
nos hace falta más que nunca volver la mirada a una creación y a unas criaturas de Dios cada vez
más amenazadas en su existencia y en su dignidad. Urge recuperar una antropología teológica que
dé densidad a nuestro estar y trabajar en el mundo, nos estamos clericalizando con modos sutiles
pero con consecuencias nefastas, pues «fuera del redil» sabemos poco qué hacer.
Hace falta mucha generosidad y gratuidad para ese descentramiento comunitario y eclesial;
el mundo está muy roto, las criaturas están sufriendo demasiado y perdiendo el sentido de su
dignidad; y ante está situación, los seguidores y seguidoras de Jesús, damos una impresión a veces
patética y penosa ante las que son de hecho nuestras preocupaciones pastorales que, en muchos
contextos, desembocan en «pastores y pastoras» dando vueltas a las mismas «ovejas».

2. Los pequeños, los preferidos del Padre

Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de ésos, porque os digo que sus
ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial (Mt 18,10) [Adición
= “Pues el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido, Mt 18,11].

Esta afirmación nos la sabemos de memoria, pero no podemos dar por supuesto que
saquemos todas las consecuencias de ella. Máxime con una pastoral en la que da la impresión que
queremos seguir consiguiendo pertenencias eclesiales, sacar vocaciones y tener resultados del tipo
que sean, más que ponernos en la piel de las criaturas que tenemos delante y dejarnos afectar por
ellas.
Urge cambiar los presupuestos desde los que nos planteamos el trabajo pastoral. No siempre
estamos persuadidos que el supuesto del que toda pastoral debe partir es que las criaturas que
tenemos delante, por el hecho de serlo, son criaturas de Dios y que, conforme a dicha identidad, lo
que tiene que hacer la pastoral es crear ámbitos en los que estas criaturas encuentren respiro y así
puedan aflorar las potencias y latencias que llevan consigo como criaturas de Dios que son. Si no
partimos de este supuesto, nunca las criaturas son tratadas en su dignidad de tales sino son objeto de
trabajos para otros fines y no su propia dignidad de criaturas de Dios.

Sucede esto porque, a la hora de hacer pastoral con los pobres y los pequeños, no sabemos
qué hacer con ellos, porque no valen para los supuestos que están operando de hecho en el
planteamiento pastoral. Hoy, los pobres y los pequeños están expoliados de tantas cosas que no
sirven para grupos, no tienen mucha capacidad de expresión, son muy inestables afectivamente y,
por no servir, no sirven ni para solidarizarse; además no son agradables, no tienen conversación,
están muy rotos y desquiciados... Entonces, caemos en la contradicción de decir que son los
preferidos del Padre; sin embargo, en la práctica –como con ellos «no se puede hacer pastoral»–, los
convertimos en objeto de consumo para la pastoral que hacemos con otros, enseñándolos en fotos y
en nuestros materiales, pero con los que en la práctica no hay nada que hacer. Esos pequeños
insignificantes siguen siendo los preferidos del Padre.
Esta contradicción es de lo más preocupante, porque los pequeños y los pobres no entran en
nuestra pastoral, por lo menos en los presupuestos de nuestra pastoral, puesto que esos presupuestos
solo valen para el niño-niña o joven, a ser posible blanco (ni gitano, ni negro, ni moro, ni del este...)
y de familia cristiana, con una personalidad más o menos estructurada, que pueda entrar en una
cierta dinámica grupal, esto es, con capacidad de expresión, un buen comportamiento y, al mismo
tiempo, unas ciertas garantías de que pueda durar en un proceso de formación o de lo que sea. No
estoy diciendo que no haya que hacer una «pastoral explícita» donde se pueda y deba hacer; lo que
estoy afirmando es que evangelizar debe ser una tarea más abarcante, totalizadora, como es el estar
generando procesos de todo tipo, educativos, de tiempo libre, de trabajo de calle, de acogida...,
donde los pequeños sean reconocidos en su dignidad.
3. Evangelización como «Prácticas del Reino»

Nuestro trabajo evangelizador hoy, en la mayoría de los contextos, es asunto de prácticas de


liberación, de curación, de reconstrucción. Como he dicho, las criaturas están muy abatidas,
desquiciadas y rotas; por eso más que nunca necesitan ser aliviadas.
Tenemos que volvernos para decir que Jesús de Nazaret no solo predica el Reino sino que lo
anticipa en sus prácticas. Urge reflexionar este hacer de Jesús desde lo que queremos que sea nuestro
trabajo evangelizador. Los «milagros» no son «milagros», son prácticas que alivian el sufrimiento de
los pequeños y excluidos: "Jesús recorría Galilea entera, enseñando en aquellas sinagogas,
proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo” (Mt 4,23).
Nuestras prácticas evangelizadoras, serán prácticas del Reino en la medida en que, afectados por el
dolor de las criaturas, sanen, alivien y creen contextos de vida.

Prácticas que nos piden mucha sensibilidad para no ideologizar ni utilizar el sufrimiento ajeno
en provecho propio. Prácticamente, todos los «milagros» de curación –que acontecen cuando Jesús se
encuentra por los caminos con los excluidos de la casa de Israel– terminan con un «vete en paz»,
«vete a casa». Jesús nunca cura para que le sigan sino por la dignidad herida de los Hijos de Dios.
Tenemos que plantearnos, muy lúcidamente y con una cierta crueldad, por los intereses que nos llevan
a acercarnos a las criaturas que viven al margen de nuestras «historias pastorales»; este acercamiento
puede enmascarar intereses muy bastardos y blasfemos.
Con el sufrimiento de los pequeños no se trafica. Este es el reto que nos complica el cambio
de presupuestos pastorales: acercarnos a los que están al margen supone una finura espiritual
exquisita, el dolor de la gente –que es el dolor de Dios, porque Dios es Amor y esta dolido por lo que
hacemos en este mundo con sus criaturas más indefensas– no se puede utilizar para nada, solo es
cuestión de aliviarlo.

Jesús nunca hace «milagros» como actos de propaganda o para que se acredite su mensaje por
la fuerza. Jesús no cura para que el curado y sanado le siga agradecido. Jesús no utiliza el sufrimiento
del excluido. Sobre este asunto tenemos que reflexionar muy honradamente, tenemos que discernir el
uso y abuso de la «imaginería» que utilizamos. Muchas veces da la impresión que los pobres y
pequeños, «los otros», se han convertido en «materiales» para nuestra pastoral. ¿No tendrá algo que
ver la prohibición bíblica de hacer imágenes de la divinidad con nuestra facilidad para hacernos
imágenes de los excluidos?
Con la dignidad del excluido no se juega. No se trata de bloquear procesos, de «ensayar»
nuevos modos del quehacer pastoral y evangelizador; se trata de adquirir mucha sensibilidad, mucha
«finura espiritual»: se tendrá que manejar información, se tendrán que «explorar» nuevos territorios
pastorales, se tendrá que ejercitar la vista, el oído y el olfato en estos contextos; lo que nunca se podrá
es utilizar el sufrimiento y el dolor. Se nos seguirá imponiendo mucho silencio y mucha ascesis para
no ser banales y fáciles en narrar historias de dolor, sufrimiento, y muerte. No se trata de silencios
cómplices, se trata de incorporar un profundo respeto por las víctimas.

En el acercamiento y en la implicación con los pequeños y últimos, la realidad desquiciada y


desquiciante nos pregunta al igual que le preguntó a Jesús: "¿Quién te mete a ti en esto, Jesús, Hijo de
Dios Soberano?" (Lc 8,28). Esta pregunta la escucha el seguidor y la seguidora de Jesús que se
adentra en los contextos de pobreza y exclusión, cuestionando nuestros «mesianismos» y
precipitaciones avasalladoras. Esta pregunta no se escucha desde los paternalismos y asistencialismos.
Tampoco se escucha desde el aparato ideológico. Se escucha desde la sensibilidad ante la dignidad de
criaturas inherente a «los otros».
Esta pregunta se percibe cuando entran en colisión dos culturas, dos modos de percibir la
realidad y de valorar. En esta colisión, el agente de pastoral que va dejando unos presupuestos
pastorales y se va adentrando en nuevos presupuestos –en los que el importante es el pequeño y el
último–, dilucida motivaciones e intereses. También pone entre paréntesis los propios referentes de
sentido (lo que es bueno para mí), se relee la propia biografía relativizando –no negando– muchas
adquisiciones (culturales, éticas, estéticas) tenidas como inamovibles; al mismo tiempo que se leen
dinámicamente otros significados, se adquieren claves para entender lo que ocurre.

Entonces, se cae en la cuenta del poder de la palabra, poder que se convierte fácilmente en
dominio sobre los otros. El poseer la palabra es la posibilidad de ir poniendo nombre, en interacción, a
lo que el «otro» vive o de excluirlo más. También se cae en la cuenta de lo relativo de nuestras
palabras, para aprender el valor del gesto. Pasar de la palabra a percibir realidades prelingüísticas
como son gritos, llantos o cantos supone, como veíamos antes, una modificación de la sensibilidad.
Los «gerasenos» de nuestra periferia siguen necesitando de encuentros que creen contextos de
vida, que lleven del «griterío» a la «palabra», de la «autolesión» a la «autoestima», de los
«cementerios y sepulcros» a la «aldea», de los «grillos y cadenas» a estar «sentados y vestidos». Este
proceso es liberador, pero lento y tenso porque son «legión» los demonios de la pobreza y de la
anulación prepotente de lo insignificante y que no cuenta (cf. Lc 8,26-39). En el hacer Reino se
experimenta muy pronto cómo esta sociedad prefiere tener a lo gerasenos en los sepulcros, fuera de la
«aldea» y atados con grillos y cadenas. Y no se soporta que aparezcan fuera del contexto periférico
asignado para ellos.

Para una nueva pastoral hacen falta nuevos territorios, pero estos territorios –cada vez más–
los tenemos también dentro de casa, en nuestra vecindad, en nuestros colegios, en nuestras calles; no
se trata de ir todos a la periferia cruda y dura, se trata de caer en la cuenta que los tenemos delante. No
se trata de hacer piruetas ni estrambotes, se trata de mucha sensibilidad para dejarnos apasionar por
las criaturas de Dios, se trata de tener un corazón compasivo que se enternece ante todas aquellas
criaturas que van como ovejas sin pastor. No se trata de inventar nada, se trata de dejarnos impregnar
por la Buena Noticia de Jesús.

4. Recuperar la fiesta de los Santos Inocentes



Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció
terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años
para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió lo
dicho por el profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, / mucho llanto y lamento: / es
Raquel que llora a sus hijos, / y no quiere consolarse, / porque ya no existen” (Mt 2,16-18).

Siempre ha sido una causa de inquietud para mí el olvido de la fiesta de los Santos
Inocentes; inquietud por tenerla asociada a la broma y a la «inocentada», perdiendo la hondura de
su densidad teologal, sobre todo cuando se ha compartido la vida tantos años y con tantos «santos
inocentes». Los poderes de este mundo, de todo tipo, siempre que se sienten amenazados generan
unos mecanismos tan perversos que consiguen que lo paguen las criaturas inocentes. En nuestra
pastoral urge, si es que miramos y sentimos más allá de nuestros círculos competitivos y de
búsqueda de relevancia, el seguir oyendo «el clamor que se ha oído en Ramá», seguir oyendo a
«Raquel que llora a sus hijos», una Raquel que sigue llorando en nuestro mundo concreto.

La modificación de la sensibilidad para evangelizar desde los pequeños y los últimos no la


haremos solo, ni mucho menos, cambiando materiales, traduciendo lenguajes, con muchos cursillos,
etc. La modificamos si esos llantos nos llevan a situarnos delante del Compasivo, pidiendo la gracia
de que nos conmuevan el corazón. Cuando el corazón se conmueve, entonces, es más fácil
encontrar caminos para una pastoral que dignifique y alivie; sin un corazón conmovido, la sordera
ante el llanto permanecerá y, si permanece, nos blindamos ante lo que acontece; y, si nos
blindamos, ya no somos portadores de Buena Noticia.
Sólo desde un corazón compasivo, atento a lo que acontece, en gratuidad y con humildad,
podemos llevar adelante la Buena Noticia. Hoy, el agente de pastoral tiene que ser una criatura no
tanto formada para liderar sino para servir, es decir, para desvivirse compasivamente. n

Toni Catalá, sj.


[email protected]

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