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Lxvi Jornadas de Historia Marítima

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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL

DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS E INVESTIGACIÓN

LXVI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA

V CENTENARIO DE LA EXPEDICIÓN
MAGALLANES-ELCANO (y IV)
El final de la expedición y sus consecuencias
CICLO DE CONFERENCIAS - OCTUBRE 2022
CUADERNO MONOGRÁFICO N.º 86
MADRID, 2022

MINISTERIO DE DEFENSA
INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS E INVESTIGACIÓN

LXVI JORNADAS
DE HISTORIA MARÍTIMA

V CENTENARIO
DE LA EXPEDICIÓN
MAGALLANES-ELCANO (y IV)
El final de la expedición y sus consecuencias

CICLO DE CONFERENCIAS - OCTUBRE 2022


CUADERNO MONOGRÁFICO N.º 86
MADRID, 2022
CUBIERTA: El regreso a Sevilla de Juan Sebastián de Elcano, de Elías Salaverría. Museo Naval
de Madrid.

DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN:

Instituto de Historia y Cultura Naval. Departamento de Estudios e Investigación


Juan de Mena, 1, 1.a planta.
28071 Madrid (España).
Teléfono: 91 379 50 50 / 91 312 44 27
C/e: [email protected] / [email protected]

CATÁLOGO GENERAL DE PUBLICACIONES OFICIALES

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EDITA:

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© Autores y editor, 2023 NIPO 083-23-147-0 (edición en línea)
NIPO 083-23-146-5 (edición impresa)
ISBN 978-84-9091-772-5 (edición impresa)
Depósito legal M 17841-2023
Fecha de edición: mayo de 2023
Imprime: Ministerio de Defensa

Las opiniones emitidas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de los autores de la misma.
Los derechos de explotación de esta obra están amparados por la Ley de la Propiedad Intelec-
tual. Ninguna de las partes de la misma puede ser reproducida, almacenada ni transmitida en
ninguna forma ni por medio alguno, electrónico, mecánico o de grabación, incluido fotoco-
pias, o por cualquier otra forma, sin permiso previo, expreso y por escrito de los titulares del
© copyright.

En esta edición se ha utilizado papel procedente de bosques gestionados de forma sostenible y


fuentes controladas.
SUMARIO
Págs.

La vuelta por el Atlántico, la llegada a Sevilla de J. S. Elcano, y su


vida hasta su muerte en la Mar del Sur, por D. José María
Blanco Núñez, capitán de navío (retirado) .................................. 9

Resultados y enseñanzas de la primera vuelta al mundo, por


D. Marcelino González Fernández, capitán de navío (retirado) .. 21

Cronistas de la primera vuelta al mundo, por D.ª Beatriz Sanz


Alonso, profesora titular del Departamento de Lengua Española
de la Universidad de Valladolid ................................................... 49

La expedición de Jofre de Loaysa y la muerte de Elcano, por


D. Mariano Juan y Ferragut, capitán de navío (retirado) ............. 59

El establecimiento de la posesión de las Molucas y de Filipinas,


por D. Enrique Martínez Ruiz, catedrático emérito de la UCM .. 73
V CENTENARIO
DE LA EXPEDICIÓN
MAGALLANES-ELCANO (y IV)
El final de la expedición y sus consecuencias

El ciclo de jornadas de historia marítima dedicado a la conmemoración de


los quinientos años de la expedición de Magallanes-Elcano, que comenzó en
2019, se completa con estas cuartas y últimas dedicadas a recordar la gesta,
que llevan por título «El final de la expedición y sus consecuencias».
Como es sabido, la expedición, compuesta por cinco naos y más de 230
marinos, zarpó de Sevilla en agosto de 1519, en busca de una ruta, navegando
hacia poniente, hasta las islas de la Especiería (las Molucas). Tan solo una de
dichas naves, con dieciocho tripulantes de los 239 salidos de Sevilla, arribó de
vuelta a este puerto tres años más tarde bajo el mando de uno de ellos, Juan
Sebastián de Elcano.
En las tres jornadas anteriores se trataron, en este orden, la situación de los
reinos hispánicos, y los oficios y el ambiente marinero en los años preceden-
tes; la preparación y la salida de la armada; y la navegación por el Atlántico,
el Pacífico y el Índico.
En estas cuartas y últimas, los conferenciantes se centrarán en la arribada
de la nao Victoria a Sevilla, en las crónicas del viaje, en la siguiente expedi-
ción por la misma ruta al mando de Jofre de Loaysa, en el establecimiento de
la posesión de las Molucas y las Filipinas y, finalmente, y de manera más
general, en los resultados de la Primera Vuelta al Mundo.

5
INTERVIENEN EN ESTAS JORNADAS

José María BLANCO NÚÑEZ es capitán de navío retirado. Ingresó en la Escuela Naval Militar el
16 de julio de 1962. Embarcado en diferentes buques durante ocho años, ha mandado el draga-
minas Sil, la corbeta Diana, la fragata Cataluña y el buque de aprovisionamiento de combate
Patiño. Especialista en Comunicaciones, diplomado en Guerra Naval, Investigación Militar
Operativa, Altos Estudios Internacionales y Estudios Avanzados de Historia Moderna por la
Universidad Complutense, ha realizado asimismo el 78.º Curso del Colegio de Defensa de la
OTAN en Roma y el Curso Superior en el Instituto Superior Naval de Guerra de Lisboa. Posee-
dor de diversas condecoraciones militares nacionales y extranjeras, ha sido galardonado con los
premios Virgen del Carmen, Marqués de Santa Cruz de Marcenado y Almirante Ceballos, y
con el diploma de los Premios Virgen del Carmen y de los de la Revista General de Marina. Es
coautor de la obra Desvelando horizontes (3 tomos), sobre la primera circunnavegación del
globo. Miembro de número de la de la Real Academia de la Mar y de la Academia de las Cien-
cias y las Artes Militares, es académico correspondiente de la Real de la Historia, de la de la
Marina de Portugal y de la Almirante Brown de Buenos Aires. Es asimismo vocal de la Comi-
sión Española de Historia Militar y honorario de la Comisión Internacional de Historia Militar,
así como asesor del Instituto de Historia y Cultura Naval y miembro de la junta directiva del
Comité Español de Ciencias Históricas.

Marcelino GONZÁLEZ FERNÁNDEZ es capitán de navío retirado. Nació en Narón (La Coruña,
España) en 1943. Ingresó en la Escuela Naval de 1961, y es especialista en Armas Submarinas,
así como diplomado en Guerra Naval y en la Escuela de Defensa OTAN en Roma. Ha desem-
peñado diversos destinos y mandos en tierra y a flote, en España y en el extranjero (Estados
Unidos, Países Bajos e Italia). Desde enero de 2002 hasta marzo de 2008 (en que pasó a situa-
ción de retiro) fue subdirector del Museo Naval de Madrid, del que actualmente es consejero
colaborador, y es vicepresidente de la Real Liga Naval Española, numerario de la Real Acade-
mia del Mar y de la Asamblea Amistosa y Literaria, correspondiente de la Academia de Cien-
cias y Artes Militares, y vocal de la Junta Facultativa del Instituto de Historia y Cultura Naval y
de otras asociaciones culturales y artísticas. Dibujante, pintor e ilustrador, cuenta en su haber
con más de veinte exposiciones individuales y ha participado en numerosos certámenes y expo-
siciones colectivas y conjuntas. Ha impartido numerosas conferencias sobre historia naval,
historia del arte, temas de actualidad y filatelia en España, Chile, Colombia y Cuba, es articulis-
ta en diferentes revistas y ha colaborado en la edición de varias obras literarias. Es asimismo
autor de dieciséis libros, el último de los cuales, Vida en una nao del siglo XVI, se publicó en
abril del pasado año de 2022.

Beatriz SANZ ALONSO es profesora titular de la Universidad de Valladolid. Sus líneas de inves-
tigación incluyen Discurso marinero, Lexicología y lexicografía, Toponimia, Lingüística
comparada, Gramática del español, Lingüística del discurso e Historia de la lengua. Ha publica-
do dieciocho libros (alguno de ellos en colaboración), 39 artículos científicos, ocho capítulos de
obras colectivas y dos diccionarios: Diccionario de germanía y Diccionario del castellano
tradicional (en colaboración). Es profesora invitada en veintidós universidades extranjeras y en
diversas universidades, ayuntamientos y centros culturales españoles, y miembro correspon-
diente de la Real Academia de la Mar, la Academia Browniana Argentina, la Academia
Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial y la Academia Argentina de Arte y Ciencias de la
Comunicación. Ganadora de la quinta edición del Premio de Historia Naval, que convocan la
Fundación Alvargonzález y la Librería Náutica Robinson, es realizadora y directora del progra-
ma Los mares relatados, de Radio 5 de Radio Nacional de España, y consejera colaboradora
del Instituto de Historia y Cultura Naval.

Mariano JUAN Y FERRAGUT es capitán de navío retirado. Especialista en Submarinos y en


Armas Submarinas, es diplomado en Estado Mayor por la Escuela de Guerra Naval, en Estados
Mayores Conjuntos por el CESEDEN, y ha superado el curso del Colegio de Defensa de Roma

7
de la OTAN. Ha sido jefe del Estado Mayor de la Zona Marítima del Estrecho, de la Unidad de
Política Exterior de DIGENPOL y del Estado Mayor de Submarinos, y comandante de siete
buques de la Armada. También ha sido director de la Revista General de Marina (1998-2006) y
de Proa a la Mar (Real Liga Naval Española), vicepresidente de la Asamblea Amistosa y Lite-
raria, miembro de la Real Academia del Mar y del Foro de Pensamiento Naval, y consejero
colaborador del Instituto de Historia y Cultura Naval. Ha impartido conferencias en multitud de
ciudades españolas, en muchas capitales europeas y en Cuba y Filipinas, y ha sido comisario de
la exposición «El Galeón de Manila». Coautor de una decena de libros, entre ellos dos de los
tomos de la Historia militar de España de la Real Academia de la Historia, su último libro
publicado lleva por título La batalla de El Callao (2021). Además de estar condecorado con
cinco cruces del Mérito Naval, la Cruz del Mérito Militar y la del Mérito Aeronáutico, está en
posesión de la Medalla de Estamento de la Nobleza del Mar, el Ancla de Oro de la Real Liga
Naval Española y los diplomas de la Revista General de Marina y de Amigo de la Infantería de
Marina.

Enrique MARTÍNEZ RUIZ es catedrático emérito de Historia Moderna en la Universidad


Complutense de Madrid. Profesor invitado, entre otras universidades extranjeras, de las de
Poznan (Polonia), Coímbra (Portugal), el Pacífico (Lima-Perú), Zacatecas (México) y el Zulia
(Venezuela), ha sido ponente en congresos y seminarios nacionales e internacionales y director
de una veintena de tesis doctorales, así como autor de más de trescientas publicaciones. Sus
últimos libros son Los soldados del rey: los ejércitos de la Monarquía Hispánica, 1480-1700;
El ejército del rey: los soldados españoles de la Ilustración (ambos publicados por Actas); La
defensa del Imperio, siglos XVI y XVII (Paraninfo), y Felipe II. Hombre, rey, mito (La Esfera de
los Libros). Es el director de los tres volúmenes de Desvelando horizontes, dedicados a la
conmemoración de la Primera Vuelta al Mundo. Galardonado con el Premio Nacional de
Historia de España y el Premio Ortega y Gasset de los Villa de Madrid, es comendador de la
Orden de la Estrella Polar (Suecia), y por sus publicaciones se le ha distinguido con la Gran
Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil, la Gran Cruz de 1.ª clase del Ejército, la
Gran Cruz de la Armada y la Medalla de la Facultad de Derecho de la UNED.

8
LA VUELTA POR EL ATLÁNTICO,
LA LLEGADA A SEVILLA
DE J.S. ELCANO, Y SU VIDA HASTA
SU MUERTE EN LA MAR DEL SUR

José María BLANCO NÚÑEZ


Capitán de navío retirado

Esta conferencia mostrará lo vivido por Juan Sebastián Elcano desde su


fugaz escala en Cabo Verde hasta que embarcó en La Coruña (24/07/1525)
para mandar uno de los barcos (la Sancti Spiritus) de la expedición de Loaysa
a la Especiería, expedición en la que será su principal consejero y que remata-
rá con su muerte en la Mar del Sur. En ese intervalo trabajará en Sevilla para
informar a los oficiales de la Casa de Contratación. Luego, acudirá a Vallado-
lid para postrarse ante su majestad y declarar ante el juez Leguizamón. Ense-
guida lo encontraremos presidiendo la delegación española en la junta hispa-
no-portuguesa de Elvas-Badajoz, que trató de determinar, sin éxito, a quién
correspondía la propiedad de las islas de la Especiería. Tras esta última activi-
dad, regresará a Guetaria, su pueblo natal, donde se encargará de construir
barcos para la expedición de Fernández de Loaysa. Y, finalmente, zarpará con
esos buques para La Coruña, donde se embarcaron familiares y amigos que
enroló consigo. Por tanto, pretendemos contar un periodo de su vida que duró
dos años, diez meses y dieciséis días.

La llegada a Cabo Verde

El 1 de julio de 1522, Elcano tomó la decisión de arrumbar decididamente


a Cabo Verde para aprovisionarse, y el día 9 fondeó en el puerto de Río Gran-
de (Ribeira Grande, de la isla de Santiago); allí la expedición se dio cuenta de
que la fecha que llevaba estaba equivocada en un día, lo que tuvo el mérito de
permitir que tal circunstancia, hoy en día de sobra conocida, fuese anotada por
primera vez en una crónica.
Descubierta la mentira que habían contado (ya saben: aquello de que venían
extraviados de América… Alguno de los de la «comisión de compra de víve-
res» debió de irse de la lengua, afirmando que pagarían con clavo), los expe-

9
Ribeira Grande (Cabo Verde). FUENTE: www.bing.com

dicionarios escaparon por los pelos, picando lo cables de la Victoria y toman-


do la derrota de la conocida «Volta da Mina». En tierra quedaron presos trece
hombres que en el plazo de unos meses regresarán a Sevilla, gracias a la deci-
dida intervención del rey Carlos I.
Tras la consabida Volta da Mina, el 3 de septiembre de 1522, a las 04:00, el
serviola de la Victoria cantó «¡Tierra!»; era el cabo de San Vicente. Y, tras una
perfecta recalada allí, los expedicionarios pasaron la barra de Sanlúcar el
día 6, con dieciocho europeos y tres malayos, la mayor parte enfermos. Habí-
an navegado, según Pigafetta, «más de catorce mil cuatrocientas sesenta
leguas, dando la vuelta completa al mundo, navegando siempre de levante a
poniente (…) El lunes 8 de septiembre echamos anclas junto al muelle de
Sevilla y disparamos toda la artillería ...»1.
Tan penosa era la situación de la Victoria que, una vez fondeada en Sevilla,
unos empleados de la Casa de Contratación estuvieron achicándola durante
veinticinco días. Previamente, dicha Casa, ya versada en el estado en que
solían llegar de América los buques, había fletado un batel remolcador para
que la Victoria remontase el Guadalquivir, y envió a Sanlúcar víveres frescos.
Tales viandas reanimaron a los famélicos tripulantes, quienes llevaban prácti-
camente cinco meses comiendo únicamente arroz hervido en agua de mar y
algo de trigo. El vino, el pan, la carne de vaca y las sandías embarcadas en
Sanlúcar fueron para ellos un verdadero maná.
Desde Sanlúcar, Elcano remitió una carta al ya emperador Carlos V, a
modo de un moderno hot wash up; en ella, entre otras cosas, decía:

(1) PIGAFETTA, Antonio: Primer viaje en torno del globo, Espasa Calpe (Austral), Madrid,
5
1963, pp. 142-143.

10
Sanlúcar (1567). FUENTE: www.bing.com

«… Y por tanto suplicamos a Tu Alta Magestad que provea al rey de Portugal


por los trese hombres que tanto tiempo tienen servido.
Mas saberá Tu Alta Magestad lo que en más avemos de estimar y tener es que
hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el occi-
dente e viniendo por el oriente.
Suplico y pido por merced a tu Alta Magestad por los muchos trabajos e sudo-
res e hambre e sed e frío e calor que esta tu gente ha pasado en tu servicio, les
hagas merced de la cuarta parte e vintena de sus caxa e quintaladas [libres de
impuestos reales]. Así, me quedo besando pies e manos de Tu Alta Magestad.
Fecha en la nao Vitoria, en Sanlúcar, a VI de setiembre de mil e quinientos e veinte
e dos años. = Servidor de Tu Alta Magestad, = el Capitán Juan Sebastián Elcano».

Esta carta evidencia las convicciones de Elcano y, unida a lo declarado


después en Valladolid, permite intuir cuál será su inmediata actuación:

— somos los primeros que hemos dado la vuelta al mundo, desde un punto
al mismo punto navegando siempre hacia el oeste;
— la Especiería está en la zona española del Tratado de Tordesillas (esto lo
declarará ante juez Leguizamón en Valladolid);
— tenemos (tengo) que volver, para hacernos con el control de las especias.

El espíritu religioso de aquellos hombres era tan acendrado que, en Cabo


Verde, cuando se dieron cuenta del cambio de fecha experimentado –por
haber perdido un día al navegar siempre en el sentido del sol–, creyeron estar
todos en pecado por no haber respetado los días de precepto ni los ayunos de
la Cuaresma. Por eso, lo primero que hicieron al fondear en el sevillano puer-
to de las Mulas, fue acudir a prosternarse ante la Virgen de la Antigua.

En Sevilla. Información en la Casa de Contratación. La cartografía


posterior a la circunnavegación

Como resultado de la información dada por Juan Sebastián Elcano empezó


a conocerse mejor el mundo; y, gracias al trabajo de los cartógrafos de la Casa
de Contratación, aparecieron sucesivamente las siguientes cartas:

11
Carta Polar

1) Anónima de Turín (atribuida a Juan Vespucio), que se conserva en la


Biblioteca de Turín. De 1523, fue la primera de la Casa Contratación,
seguramente para figurar en el Padrón Real.
2) Polar (1522), atribuida por unos a García de Toreno y por otros a Pedro
Reinel. Se encuentra en el palacio de Topkapi, en Estambul, y en ella se
pueden ver detalles del estrecho de Magallanes.
3) La de Nuño García de Toreno (1522), cartógrafo mayor de la Casa de
Contratación, que había confeccionado veinticinco cartas en pergamino
para la expedición de Magallanes y, con lo declarado por Juan Sebas-
tián Elcano, confeccionó esta carta de las Molucas, a las que sitúa en
aguas de la demarcación española. Se conserva en la Biblioteca de
Turín.
4) Totius orbis descriptio tam veterum quam recentium geographorum, de
Juan Vespucio (1524). Está en la Universidad de Harvard. Constituyó
un apoyo a la reivindicación española de las Molucas. En ella se ve
muy centrada la península ibérica, en el hemisferio norte (círculo
central), y los cabos de San Agustín y San Antonio, en el hemisferio sur
(los semicírculos laterales).
5) La conocida como Carta del cardenal Salviatti, nuncio de su santidad
que vino a Sevilla a casar al ya emperador Carlos V con Isabel I de
Portugal, y que recibió esta carta como regalo. La confeccionó Nuño
García de Toreno en 1525. Es la mejor de su época y se conserva en la
Biblioteca Laurenciana, de Florencia.

12
Carta de Juan Vespucio Carta de Nuño García de Toreno

Carta del cardenal Salviatti

En Valladolid, ante su majestad

Terminado el trabajo en Sevilla, y como su majestad le había ordenado,


Elcano marchó a Valladolid acompañado de dos de sus hombres: Francisco

13
Albo (piloto, natural de la isla de Quíos, en Grecia) y Fernando Bustamante
(de la Montaña santanderina, barbero y curandero), y de tres «malucos»2,
imitando lo que en su día había hecho Cristóbal Colón. También fue con él el
contramaestre Miguel de Rodas, aunque no para declarar ante el juez. No lo
acompañó Pigafetta, quien sin embargo, por su cuenta, también acudió a
Valladolid, a entregar su diario al Emperador. En este relato, el italiano se
muestra devoto de Magallanes, pero no cita a Elcano, lo cual resulta por lo
menos una ingratitud, pues fue el de Guetaria quien lo devolvió sano y salvo a
España.
Elcano llevó regalos al Emperador, entre ellos todo tipo de especias, aves
del paraíso obsequiadas por el rey de Tidore, y presentes de los reyes con los
que se habían firmado tratados de paz y de trato.
Los visitantes recibieron, además de escudos de armas, premios en metáli-
co: Juan Sebastián Elcano, quinientos ducados de oro, y los otros tres acompa-
ñantes, 50.000 maravedíes. Carlos V accedió a la exención de impuestos soli-
citada por Elcano en la carta citada más arriba, y como ya dijimos aceleró los
trámites para el regreso de los que habían quedado presos en Cabo Verde.
Sin embargo, la verdadera ganancia de la empresa provino del clavo que la
Victoria traía consigo en la bodega, cuya venta financió gran parte de los gastos
de la expedición, y de la que Juan Sebastián recibió 508.724 maravedíes. Pero el
Emperador no concedió ningún título al guetariano, ni hábito de orden alguna
como sí había hecho con Magallanes. Quizá esto se debiera al «pecado original»
de haber vendido su barco a unos banqueros, que en realidad no lo adquirieron
por compra, sino ejecutando una hipoteca que el Elcano no pudo afrontar.
Los visitantes declararon también en Valladolid y ante el mismo juez,
Sancho Díaz de Leguizamón. Tenían como precedente la declaración de Este-
ban Gómez (Estevão Gomes) ante el rey Carlos I de España cuando, tras
desertar con la San Antonio en pleno estrecho de Magallanes, llegó a Sevilla
tras meritísima navegación, y en su declaración denigró e hizo caer en desgra-
cia a Magallanes y Mezquita. Elcano debió de conocer, durante su estancia en
Sevilla, estas declaraciones de Gómez, que seguramente condicionaron las
suyas, como enseguida veremos.
Las declaraciones de Elcano y sus dos acompañantes ante el juez bachiller
Sancho Díaz de Leguizamo (o Leguizamón), del Consejo de S.M. y alcalde de
Casa y Corte, auxiliado por el escribano Juan de Garibay, se concretaron en el
siguiente cuestionario, que muestra cierto interés por hacer justicia, pero
también por los aspectos comerciales de lo que se ventilaba:

1. ¿Por qué la enemistad de Magallanes con Juan de Cartagena?


2. ¿Por qué ordenó Magallanes matar a Luis de Mendoza y pagó a Espi-
nosa?

(2) Naturales de las islas de la Especiería o Molucas. En el portugués actual, maluco es


sinónimo de loco, por los gestos y aspavientos de aquellos habitantes de la actual Indonesia.

14
3. ¿Por qué los castigos de San Julián?
4. Las penas impuestas ¿se debían al malestar por el nombramiento portu-
gueses?
5. ¿Por qué tanta demora en los puertos?
6. ¿Por qué no se rescató oro?
7. ¿Qué mercaderías llevaban los juncos chinos y se asentaron?
8. ¿Qué fue de los rescates dados a Carvalho?
9. ¿Eran veraces los asientos?
10. ¿Cuál era el peso del clavo?
11. ¿Pasaron clavo «bajo cuerda» o lo vendieron?
12. ¿Cuál fue el trasfondo de la muerte de Magallanes?
13. ¿Por qué no salvaron a los supervivientes del banquete?

Como se echa de ver, las preguntas 1-5 del cuestionario tratan de esclare-
cer los sucedido en San Julián; las 6-9 buscan aclarar por qué Magallanes
prohibió rescatar el oro y averiguar si se anotaron debidamente todas las
mercancías embarcadas; la décima y la undécima se centran en determinar la
razón de que el peso del clavo embarcado no coincidiera con el del desembar-
cado, y las dos últimas intentar fijar las circunstancias de la muerte de Maga-
llanes y de lo sucedido en Cebú y como consecuencia del banquete.
En sus respuestas a la primera y segunda pregunta del cuestionario, los
declarantes cargan decisivamente contra Magallanes. En relación con la
primera, Elcano asevera que el portugués tomaba decisiones sin consultar a
la «conjunta persona» (Juan de Cartagena), a la que ignoraba. No da porme-
nores sobre la detención de Cartagena, que fue entregado a Quesada, mien-
tras que Magallanes entregó el mando de la San Antonio a su primo Mezqui-
ta. Durante la travesía por aguas del golfo de Guinea surgieron discrepancias
por la ignorancia en que el jefe de la expedición mantenía a sus capitanes en
lo tocante a la derrota a seguir. También discreparon por la detención de un
contramaestre, quien, sorprendido en «pecado nefando» el mismo día del
arresto de Juan de Cartagena, sería finalmente juzgado y ejecutado. También
relata el guetariano el desacuerdo en la elección del lugar de invernada; los
capitanes querían un lugar menos frío y mandaron a Mezquita a convencer a
Magallanes, quien les contestó «que no quería obedecer sus requerimientos,
ni cumplir las instrucciones de S.M.». En cuanto a la muerte de Mendoza,
Elcano señala que su detención se ordenó por haberse destacado entre los
discrepantes, y que no le dio tiempo a entregarse porque antes Espinosa lo
apuñaló y mató.
Albo centró sus contestaciones en lo de San Julián, y declaró que Magalla-
nes había pagado a Espinosa (que era el alguacil mayor) y a cinco compañeros
porque lo que habían hecho «era en servicio de S.M.». Enseguida describe los
arrestos y castigos impuestos.
Bustamante insiste en las discrepancias en la derrota y dice que Juan de
Cartagena incluso preguntó a Magallanes: «¿Nos lleva a vender a tierra de
moros?» En la contestación a la 2 se ratifican en lo dicho.

15
Respecto a los castigos de San Julián, a si las penas impuestas obedecían al
malestar por el nepotismo de Magallanes, y a la demora excesiva en los puer-
tos, Elcano insiste en lo anterior y añade: «... porque Magallanes dijo que
susodichos [capitanes] rebelaban a la gente (…) porque teniendo espías portu-
gueses tenía todos a mano y se haría lo que él quisiera». Y declara que, efecti-
vamente, había malestar porque Magallanes nombraba capitanes a sus parien-
tes y hacía con la armada lo que quería.
Albo se ratifica en lo dicho. Justifica la invernada, aunque dice que él aún
no era piloto; no obstante, sabemos que había comenzado su particular
cuaderno de bitácora cuando la recalada en cabo San Agustín.
Bustamante insiste en que los capitanes exigían información sobre la
derrota y que Magallanes no quería tomar «concejo (sic) de ellos, tal como
mandaba el rey. Al decidir Magallanes invernada, capitanes animaban gente a
detener a Mezquita, primo de Magallanes y lo prendieron porque era portu-
gués». Cuando Magallanes les pidió explicaciones sobre esa decisión, le
contestaron: «Porque no hacía lo que el rey mandaba». Por eso el portugués
hizo los escarmientos.
A las preguntas 6 (¿por qué no rescataron oro?), 7 (¿qué mercaderías
llevaban los juncos chinos y se asentaron?), 8 (¿qué fue de los rescates dados
a Carvalho?) y 9 (¿eran veraces los asientos?), Elcano contesto: «Magallanes
amenazó con pena de muerte a quien osara rescatar ni tomar oro, porque
quería “despreciar el oro”». Muerto Magallanes, huyeron de esa isla porque
les mataron veintisiete hombres por traición de Enrique de Malaca, al que
Duarte Barbosa había llamado «perro», y el guetariano no sabía «que ningu-
no rescatase allí oro alguno». El problema venía de que, en las estipulaciones
firmadas con Carlos I, se disponía que dos de las islas, si fuesen más de seis
las descubiertas, serían propiedad de Magallanes. Por eso este último no
querría descubrir sus riquezas, y quizá él habría fijado su elección en Lima-
sawa y Cebú. Bustamante y Albo coinciden en todo con Elcano. En cuanto a
las mercaderías chinas («algodón, seda, hachas, cuchillos y percalinas»),
fueron anotadas por el contador con lo gastado y el destino dado. Albo
añadió que la partida de ropa se repartió entre la gente. Bustamante dijo que
con esas cosas se rescató después comida y especiería para su majestad.
Acerca de las coronas de oro regaladas a Carvalho, Elcano no sabe nada
(estaba en Brunéi a la sazón); Albo declara que «Carvalho no tomó concejo de
ninguno»; Bustamante coincide en que Carvalho soltó la presa sin consultar a
nadie, y afirma que los asientos son veraces, salvo en el periodo de mando de
Carvalho, al que destituyeron porque había montado en su buque una especie
de harén con prisioneras hechas en alta mar.
En relación con las preguntas 10-13, Elcano declara que el clavo fue
embarcado verde, del árbol, y que durante la travesía se secó; de ahí la dife-
rencia de peso («No hemos desembarcado nada ni de día ni de noche hasta
Sevilla»). Los tres insisten en la temeridad de Magallanes, quien quería obli-
gar al rey de Mactan a acatar al de Cebú y a pagar tributo de «una fanega de
arroz y una cabra».

16
A la decimatercera, Elcano contesta que no sabía nada porque estaba a
bordo, enfermo, y no había asistido al banquete (del que escaparon solamente
dos de los asistentes; uno de ellos, el alguacil Espinosa), pero insiste en el
proceder arbitrario del portugués, que hacía cosas «en deservicio de S.M.».
Albo y Bustamante tampoco saben nada (eso era asunto de los oficiales…)

Junta de Elvas-Badajoz (01/03/1524-31/05/1524)

A continuación del tratado de Vitoria, se convocó una junta de expertos


que debería determinar:

1. dónde sería más conveniente trazar la línea divisoria: ¿en un globo o en


una carta?;
2. cómo debería situarse el archipiélago de Cabo Verde en ese
globo/carta;
3. desde qué punto del citado archipiélago se deberían medir las 370
leguas de Tordesillas.

La representación española estuvo compuesta por Juan Sebastián Elcano,


Hernando Colón, fray Tomás Durán, Juan Vespucio, Sebastián Caboto, Diego
de Ribera y doce marineros de la Victoria; la portuguesa, por Tomás de Torres
(profesor de astrología de la Universidad de Lisboa), Simão Fernandes y
Simão de Tavira. Las tres cuestiones planteadas se concretaron en una: deter-
minar con precisión la línea de demarcación en ambos hemisferios. La junta,
convocada con fecha límite, como era previsible terminó sin acuerdo, pues
aún era imposible determinar con cierta precisión la longitud de aquellas
tierras. Finalmente, Elcano pudo partir para su tierra.

De nuevo en su patria chica

Pero, de regreso en Vizcaya, Elcano no se entregó al placer del merecido


descanso, sino que, nada más llegar a Portugalete, empezó a trabajar para
apremiar a los astilleros de la ría bilbaína en la construcción de cuatro naos
para la expedición que estaba organizando el noble García Jofre de Loaysa,
comendador de Ocaña en la Orden de San Juan y natural de Ciudad Real. Una
vez que se aseguró de que los trabajos estaban encarrilados, pasó a su Gueta-
ria natal, y tampoco exactamente a descansar, sino a reclutar gente para la
comentada expedición al Maluco. Desde allí zarpó para La Coruña con maes-
tres, pilotos y marineros, entre ellos sus hermanos, el piloto Martín y el
ayudante de piloto Antón, su cuñado Santiago de Guevara, varios vecinos más
y el grumete de Ordizia Andrés de Urdaneta, que se convertirá en uno de los
navegantes más famosos del XVI al completar por primera vez el tornaviaje de
Filipinas a la Nueva España.

17
En La Coruña

Durante las Cortes de Santiago de Compostela (31/03-25/04/1520), ciertos


nobles gallegos, liderados por Fernando de Andrade, pidieron a Carlos I que el
comercio de especias que abriría Magallanes se centralizase en La Coruña,
por estar más cerca que Sevilla de los grandes centros comerciales de Europa.
El ya emperador Carlos V dio licencia para ello el 22 de diciembre de 1522,
es decir, algo después de la llegada de la Victoria. Entre los oficiales nombra-
dos para esa nueva Casa de Contratación de las Especias figuraban Bernardi-
no Menéndez, que sería el tesorero, y Cristóbal de Haro, banquero prestamista
y coarmador con Carlos V de la armada al Maluco de Magallanes. Una vez
constituida la Casa, García Jofre de Loaysa y un poderoso grupo de comer-
ciantes sufragaron y lideraron la nueva expedición para posesionarse de las
islas de la Especiería. Zarpará en 1525, con Juan Sebastián Elcano de princi-
pal consejero y capitán de una de las naves.
La Casa de Especiería de La Coruña duró poco. En 1529 selló su clausura
el Tratado de Zaragoza, por el que se vendieron a Portugal las islas de la Espe-
ciería, que en realidad eran suyas.

Epílogo

Durante la navegación al Maluco por la misma derrota seguida por Maga-


llanes, las relaciones entre Loaysa y Elcano fueron excelentes, pero este últi-
mo tuvo la mala suerte de varar su buque, el Sancti Spiritus, en la entrada del
estrecho de Magallanes (en las labores de salvamento se destacó singularmen-
te el mencionado grumete Urdaneta). Juan Sebastián Elcano, embarcado en el
galeón Santa María de la Victoria tras esa pérdida, sintiéndose enfermo dictó
su testamento el 26 de julio de 1526, cuando la expedición navegaba por
aguas de la Mar del Sur. Cuatro días más tarde fallecía el capitán general,
Loaysa, y él (¡por fin!) tomaba el mando de la armada. Pero, enfermo, como
su antecesor, de la ciguatera –por haber ingerido barracuda, según escribió
Urdaneta– o de escorbuto –según otros–, entregó su alma a Dios el 4 de agos-
to del mismo 1526.
Entre las mandas testamentarias constaba una, descubierta por el almirante
don Julio Guillén cuando estudió todo lo relativo a Elcano, por la que legaba
al monasterio de la Santa Faz de San Juan (Alicante) veinte escudos, y cinco
al paje portador de dicha cantidad. La manda quedó cumplida el 20 de abril de
1944, siendo capitán general de Cartagena el almirante don Francisco Basta-
rreche, como puede leerse la placa de azulejos que se conserva en la iglesia
del cenobio mencionado:

18
19
RESULTADOS Y ENSEÑANZAS
DE LA PRIMERA VUELTA
AL MUNDO
Marcelino GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
Capitán de navío retirado

Introducción

Han terminado las celebraciones relacionadas con el quinto centenario de


la primera vuelta al mundo, o al menos lo han hecho en parte, porque estas
recientes jornadas vienen a ser como los flecos de esa extensa conmemoración
que ha durado tres años, de septiembre de 1519 a septiembre de 1522. Duran-
te este tiempo, e incluso desde antes, se han celebrado muchas conferencias,
congresos, seminarios y debates; escrito libros y artículos; emitido comunica-
dos, notas de prensa y cosas por el estilo, para recordar y analizar hasta el
mínimo detalle la que fue la más grande aventura del hombre sobre la faz de
la tierra en toda su historia.
Gracias a tales actos hemos aprendido muchas cosas, y en ellos se han
pronunciado mensajes que han calado en el público, Pero en este también han
arraigado a veces conceptos un tanto erróneos, como consecuencia de la
simplificación excesiva de ciertas conclusiones que han acabado por conver-
tirse en una suerte de eslóganes, Y esto lo sé de primera mano, por preguntas
que me ha formulado la gente tras alguna intervención en público, o por
comentarios que se me han hecho de forma directa o a través de las redes
sociales.

Las especias, motores del mundo

Para empezar, conviene recordar que las especias, esas pequeñas sustancias
utilizadas en la cocina, la repostería, la farmacia, la cosmética, la perfumería,
etc., que hoy podemos encontrar en cualquier tienda de la esquina, hace
quinientos años eran muy demandadas en Europa, sobre todo después de las
interrupciones de su mercado y comercio –debidas a la caída de Estambul en
poder de los otomanos allá por la medianía del siglo XV–, y se pagaba por
ellas su peso en oro. Para hacerse con su comercio, a partir de entonces se
empezaron a llevar a cabo exploraciones por mar, a la búsqueda de un camino

21
alternativo que condujera a las islas
de las Especias, lejos de las tradicio-
nales rutas de la seda y demás segui-
das hasta entonces.
El resultado fue el nacimiento de
la navegación oceánica o de altura, y
con ella, de los largos viajes por mar,
como la expedición que llevó al
descubrimiento de América, la prime-
ra vuelta al mundo y otros grandes
viajes y descubrimientos por Améri-
ca, África, Asia y Oceanía. Por ello,
podemos decir que las especias
fueron uno de los motores del mundo
de finales del siglo XV y principios
del XVI, y que propiciaron un mejor
conocimiento de nuestro cada vez
más pequeño globo terrestre1.

Ilustración 1. Nuez moscada. (Apunte a la Las grandes expediciones


acuarela de Marcelino González)
En el periodo anteriormente
considerado, hubo muchas expedi-
ciones por mar que, como indicamos, trataban de encontrar rutas alternativas
hacia la Especiería. Fueron llevadas a cabo, sobre todo, por España y Portu-
gal, y a su cabeza estuvieron figuras como Bartolomé Díaz (1488), Colón
(1492), Vasco de Gama (1498), Ojeda (1499), Vicente Yáñez Pinzón (1508),
Francisco Serrano (1511), Balboa (1513), Solís (1516)..., por citar algunos,
hasta que se produjo la gran expedición de Magallanes-Elcano (1519-1522).
En esta continua búsqueda de la Especiería, muchas disciplinas (navegación
oceánica, geografía, cosmografía, astronomía, cartografía, barcos, construc-
ción naval, instrumentos náuticos, logística, medicina y otras) conocieron un
gran impulso y desarrollo que, en cierto modo, culminó con la primera vuelta
al mundo. A partir de entonces, el avance en todas las ciencias náuticas y en
el arte de navegar fue mucho más pronunciado. Se abría una nueva época.
Hubo un antes y un después de aquel mes de septiembre de 1522 en que
Elcano entraba en Sanlúcar de Barrameda, y dos días después en Sevilla, con
un puñado de hombres a bordo de la nao Victoria, cargada de especias y de
un montón de información de todo tipo que cambió para siempre la forma de
ver el mundo.

(1) SÁNCHEZ RAMOS, Valeriano, y VILLORIA PRIETO, Carlos: «Las especias, el motor que
llevó a explorar el mundo», Diario de Cádiz, 28 de febrero de 2022, https://www.diariodeca
diz.es/v_centenario_vuelta_al_mundo/especias-motor-cambio-mundo_0_1660334392.html

22
Ilustración 2. Réplica de la nao Victoria. (Wikimedia Commons)

Guion

Vistas estas introducciones, es buen momento para zambullirnos en un mar


de preguntas, respuestas, resultados y enseñanzas derivadas de la primera
vuelta al mundo.
Para empezar, en muchas de las conferencias, ponencias, seminarios,
artículos, notas de prensa o lo que fuera sobre la primera vuelta al mundo era
corriente oír afirmaciones como esta:

«El 20 de septiembre de 1519, Magallanes zarpó de Sanlúcar de Barrameda al


mando de una escuadra de cinco naos y 239 hombres, para buscar un camino a las
Islas de las Especias navegando hacia occidente. Aquella aventura finalizó tres
años más tarde, cuando el 6 de septiembre de 1522, Elcano entraba de regreso en
Sanlúcar de Barrameda con una sola de aquellas naos, la Victoria, con 18 hombres
a bordo y cargada de especias, después de haber dado la vuelta a toda la redondez
de la tierra por primera vez en la historia de la humanidad»2.

(2) GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Marcelino: «La primera vuelta al mundo», conferencias sobre
el tema pronunciadas en diferentes foros (Barcelona, Bilbao, Cartagena, La Coruña, Madrid),
2017-2022.

23
Dicho así, y sin más reflexión, el oyente o el lector puede interpretar que
de España salieron cinco barcos y 239 hombres, y que al final solo regresó un
barco con dieciocho marinos. En tal caso, nos podemos preguntar: ¿es esto
verdad?, ¿ocurrió así? A lo que yo respondería de inmediato, al estilo de mi
tierra, que es Galicia: según, depende…
Y es que dar respuestas cortas y muy resumidas puede inducir a error.
Sobre esta y otras cuestiones he tenido que hacer muchas aclaraciones y dar
bastantes explicaciones para que la gente se quedara con la copla correcta, no
con la equivocada. Estas explicaciones me han servido para confeccionar un
listado que es la base del guion de la presente crónica, con una serie de resul-
tados y enseñanzas. Resultados referidos a barcos, gente, descubrimientos,
balance económico, etc., y enseñanzas sobre redondez de la tierra, dimensio-
nes, océanos, navegación de altura, mitos, fábulas, fauna, gentes, costumbres,
civilizaciones, datos geográficos, cartografía y otras materias.

Resultados

La gran expedición de Magallanes-Elcano, con el regreso a España en


septiembre de 1522 de uno solo de sus barcos, la Victoria, capitaneada por
Elcano, arrojó una serie de resultados que bien vale la pena analizar, para
deshacer algunos equívocos, aclarar ciertas cosas y, de paso, demostrar que
fue una expedición puramente española, con un balance económico positivo, y
que, además de traer muchas especias, regresó con gran cantidad de informa-
ción sobre una considerable variedad de materias.
Desde este prisma, vamos a analizar el destino de los barcos y los hombres
que participaron en la empresa; los resultados económicos de esta en términos de
costes totales y beneficios obtenidos; la naturaleza de la expedición en sí, y los
logros conseguidos en aras de tener un mejor conocimiento de nuestro planeta3.

Barcos que regresaron

Volviendo casi al principio, recordemos que de España salieron cinco


barcos: Trinidad, Victoria, Concepción, San Antonio y Santiago, todos ellos
españoles, comprados de segunda mano en España y puestos a punto en Sevi-
lla con dinero íntegramente español. De ellos, al cabo de tres años regresó
uno: la Victoria. Pero ¿realmente solo regresó uno de los cinco que salieron?
¿Se perdieron los otros cuatro? Veamos qué pasó con cada uno de los barcos
por orden cronológico.
El 22 de mayo de 1520, la Santiago, lanzada por un temporal contra las
piedras en la zona sur de la costa argentina, se perdió en el Atlántico. En

(3) Los datos numéricos citados en los apartados siguientes están extraídos de mi libro La
nao Victoria y su vuelta al mundo, Fundación Alvargonzález, Gijón, 2019, p. 329.

24
noviembre de 1520, la San Antonio desertó en el estrecho de Magallanes y
regresó a España. La Concepción fue quemada por su tripulación, en mayo de
1521, en Bohol, al sur de Filipinas, por estar en muy malas condiciones y
faltar gente para marinarla. La Trinidad se tuvo que quedar en la isla de Tido-
re, a reparar una vía de agua, y una vez lista intentó regresar por el Pacífico,
pero los vientos contrarios se lo impidieron. De regreso a Ternate, en la segun-
da mitad de 1522 fue apresada por los portugueses y se hundió. La Victoria,
en fin, regresó a España por el Índico, tras haber dado la vuelta al mundo. Con
lo que, de los cinco barcos que habían salido de España, en realidad regresa-
ron dos, San Antonio y Victoria, es decir, el 40 por ciento, si bien es verdad
que solo uno completó la vuelta al mundo, o sea, el 20 por ciento.

Recuento de expedicionarios

En cuanto al recuento de los expedicionarios que, habiendo salido de Espa-


ña en 1519, regresaron a ella en 1522, según como se mire, también hay cifras
que pueden inducir a error. En primer lugar, partamos de la base de que salie-
ron de España un total de 239 expedicionarios, que provenían de varios
países: Alemania, España, Flandes, Francia, Inglaterra, Italia, Malaca, Portu-
gal, Rodas, enumerados tales países por orden alfabético. Además, también
integró la expedición algún representante de países africanos, etc. Vamos a ver
las diferentes vicisitudes por las que pasaron.

Hombres que salieron de Tidore a bordo de la Victoria

La Victoria zarpó de Tidore el 21 diciembre 1521, con sesenta hombres a


bordo, de los que trece eran indios moluqueños, y los 47 restantes, expedicio-
narios, incluido Elcano, lo que significa que de Tidore salió para España el
19,7 por ciento de los 239 expedicionarios que habían zarpado en 1519.

Hombres de la Victoria que se quedaron en Cabo Verde

Tras una navegación muy larga por el Índico, el cabo de Buena Esperanza y
el Atlántico, la gente de la nao Victoria sufría una enorme falta de víveres, lo
que causaba muchas muertes por inanición y escorbuto. La situación era deses-
perada, y Elcano consultó con su gente dos posibles alternativas para tratar de
hacer víveres: dirigirse a las costas de África, o navegar hacia las islas portu-
guesas de Cabo Verde. Las costas africanas eran desconocidas y presentaban
peligros de todo tipo. Y acercarse a las islas portuguesas también era peligroso,
porque Portugal había intentado por todos los medios evitar que la expedición
española tuviera éxito. Pero los expedicionarios sabían que en las islas podían
conseguir víveres y, con suerte, comprar algunos esclavos que echaran una

25
Ilustración 3. Salida de la nao Victoria de Tidore para regresar a España. Óleo de Ferrer
Dalmau. (Museo Naval de Madrid)

mano en las bombas de achique, ya que los pocos hombres de a bordo estaban
extenuados y la nao hacía mucha agua. Fue una decisión difícil y muy sopesa-
da. Pero, a pesar de ser plenamente conscientes de que podían caer en manos
de los portugueses, la necesidad de víveres era tan acuciante que los expedicio-
narios decidieron correr el riesgo y, tras una votación, salió ganadora la opción
de ir a las islas4. Y allá se dirigió la nao, para fondear en Porta Praia, en la isla
de Santiago, el 8 de julio de 1522 –que, como veremos, resultaría ser el día 9–,
y adquirir víveres. Para tratar de salir airosos de aquella ratonera, los de la
Victoria contaron una mentira a los portugueses –que en principio se la creye-
ron–: les dijeron que venían en un convoy de la Carrera de Indias, procedentes
de América; que habían roto un palo (efectivamente, habían roto el trinquete en
el cabo de Buena Esperanza), y que el comandante del convoy les había dicho
que repararan las averías y continuaran viaje con independencia.
La lancha fue por dos veces a buscar víveres sin novedad, pero a la tercera
vez puede que alguien se fuera de la lengua, o que pagaran los víveres con
clavo, o que resultara sospechosa la fecha que llevaba la nao (8 de julio de
1522, cuando en realidad era el 9, ya que, al dar la vuelta a la tierra navegando
hacia occidente y pasar por el meridiano 180, tenían que haber adelantado una

(4) RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Agustín R.: La primera vuelta al mundo, Edaf, Madrid, 2018,
p. 140.

26
fecha), la cuestión es que los portugueses vieron que los de la nao les estaban
tomando el pelo y apresaron a la lancha con sus trece hombres. También
intentaron apresar a la Victoria que, en cuanto se percató de lo que estaba
pasando, puso mar por medio y siguió viaje sin la lancha ni su gente, pero con
víveres suficientes para lo que le quedaba de camino.
Los trece tripulantes de la lancha que se quedaron en Cabo Verde, quienes
representaban el 5,5 por ciento de los expedicionarios salidos de España y el
27,7 por ciento de los que habían zarpado de Tidore, fueron los siguientes5:

— Felipe de Burgos, sobresaliente;


— Felipe de Rodas, marinero;
— Gómez Hernández, marinero;
— Juan Martín, sobresaliente;
— Maestro Pedro, lombardero;
— Martín Méndez, contador y encargado de efectuar las compras;
— Pedro Chindurza, grumete;
— Pedro de Tolosa, despensero;
— Ricarte de Normandía, carpintero;
— Roldán de Argote, lombardero;
— Socacio Alonso, marinero;
— Tomás Hernández, marinero;
— Vasquito Gallego, paje.

Hombres de la Victoria que regresaron a España

Todos los textos, o la gran mayoría de ellos, dicen que la nao regresó a
España con dieciocho demacrados y andrajosos tripulantes, lo que no se
ajusta a la realidad. Veamos por qué. En el viaje de regreso por el Índico y el
Atlántico, de aquellos sesenta hombres que habían salido de Tidore, 39 se
quedaron por el camino; alguno fue ajusticiado, otros desertaron, la mayor
parte fallecieron (sobre todo por hambre y escorbuto) y trece, como hemos
visto, fueron apresados por los portugueses en la isla Santiago, del archipié-
lago portugués de Cabo Verde. Lo que supuso un 65 por ciento de bajas
desde Tidore a España, incluidos los que se quedaron en la isla portuguesa.
Y el resto, veintiún hombres, fueron los que en realidad llegaron a España.
Es decir que llegó el 35 por ciento por ciento de los que habían salido de
Tidore.
Por otra parte, hay que tener presente que tres de los veintiún hombres que
entraron en Sevilla eran indios moluqueños (de los trece que habían embarca-
do en Tidore, que no completaron la vuelta al planeta y de quienes nadie se
acuerda), y dieciocho (Elcano y diecisiete más) eran expedicionarios y miem-
bros de la tripulación que, con la llegada a España, fueron los primeros en la

(5) GONZÁLEZ FERNÁNDEZ: La nao Victoria..., p. 329.

27
historia que completaban la vuelta al mundo y son de los que todo el mundo se
acuerda. Representaban el 7,5 por ciento de los expedicionarios salidos de
España, y el 38,3 por ciento de los que habían zarpado de Tidore.
Los dieciocho hombres de la expedición que regresaron a Sanlúcar en
1522 a bordo de la Victoria fueron los siguientes, con sus nombres y cargos a
bordo6:

— Juan Sebastián de Elcano, natural de Guetaria, capitán;


— Miguel Sánchez, natural de Rodas, maestre;
— Francisco Albo, natural de Axio, piloto;
— Juan de Acurio, natural de Bermeo, contramaestre;
— Andrés Hans, natural de Aquisgrán, condestable;
— Hernando de Bustamante, natural de Mérida, barbero cirujano;
— Martín de Yudícibus, natural de Génova, alguacil;
— Antonio Lombardo (Pigafetta), natural de Vicenza, sobresaliente y
cronista.

— Marineros:

• Antonio Hernández Colmenero, natural de Huelva;


• Diego Carmena, natural de Bayona, Galicia;
• Francisco Rodrigues, natural de Portugal;
• Juan Rodríguez, natural de Huelva;
• Miguel Sánchez, natural de Rodas;
• Nicolás el Griego, natural de Nápoles.

— Grumetes:

• Juan de Arratia, natural de Bilbao;


• Juan de Santandrés, natural de Cueto;
• Vasco Gómez Gallego, natural de Bayona, Galicia.

— Juan de Zubileta, natural de Baracaldo, paje.

Hombres de la expedición que regresaron a España

Además de los que vinieron en la Victoria, de los 239 expedicionarios que


salieron de España regresaron unos cuantos más. Veamos cuántos fueron: 53
de la nao San Antonio, que había desertado en el estrecho de Magallanes;
dieciocho que llegaron con la Victoria; los trece de la lancha de la Victoria
apresados por los portugueses en Cabo Verde, que terminaron regresando a
España gracias a la intercesión de Carlos I ante el rey de Portugal; y cuatro de

(6) Ibídem, pp. 555-336.

28
la Trinidad, que fueron prisioneros de
los portugueses y vinieron a dar en la
Península saltando de cárcel en cárcel
(Espinosa, Mafra, Pancaldo y El
Sordo). Con lo que, en total, regresa-
ron unos 88 expedicionarios, el 37
por ciento de los 239 hombres que
salieron de España, y no regresaron
151, aproximadamente un 63 por
ciento.

Bajas por defunción habidas entre


los expedicionarios

Vemos que solo regresaron a


España unos 88 de los 239 hombres Ilustración 4. Regreso a Sevilla de la nao
que formaban las tripulaciones de las Victoria. (Museo Naval de Madrid)
cinco naos de Magallanes, y que se
quedaron por el camino 151, aproxi-
madamente. Pero, de estos 151,
¿cuántos murieron? Es difícil saber con exactitud cuántas bajas hubo por
defunción. Los motivos por los que estos 151 no regresaron fueron varios:
enfermedad, accidente, lesiones, ajusticiamiento, combates, destierro, asesina-
to, deserción y desaparición. De forma aproximada, se calcula que, durante la
expedición, el total de bajas por fallecimiento fue de 103 (algo más del 43 por
ciento de los que salieron de España). El resto obedeció a otras causas.
Hay que tener en cuenta que no se sabe con exactitud el número de vícti-
mas de la masacre organizada por Humabon en Cebú, pues aunque casi treinta
expedicionarios fueron dados por muertos, hay noticias de que los cebuanos
vendieron a los chinos algunos españoles como esclavos.
También se produjeron varias deserciones; y, posiblemente, algún expedi-
cionario hubo que «perdió» el barco. Entre estos últimos se encontró el galle-
go Gonzalo de Vigo. Cuando la Trinidad trataba de regresar al Nuevo Mundo,
después de haber reparado su vía de agua en Tidore, hizo un alto en la isla de
Guam, del archipiélago de los Ladrones o las Marianas, donde Vigo desertó
con dos portugueses en agosto de 15227. El gallego fue localizado por la Santa
María de la Victoria, de la desastrosa expedición de Loaysa, cuando en
septiembre de 1526 esta nao llegó a las Marianas con Urdaneta a bordo. Algu-
nos dijeron que Gonzalo de Vigo había bajado a tierra, pero que se le hizo
tarde y, cuando regresó, su barco ya había zarpado. La verdad es que desertó

(7) FERNÁNDEZ AMIL, Iván: «Gonzalo de Vigo, el náufrago gallego que conquistó el Pací-
fico», Quincemil, 19 de enero de 2020, https://www.elespanol.com/quincemil/articulos/cultu-
ra/gonzalo-de-vigo-el-naufrago-gallego-que-conquisto-el-pacifico

29
Ilustración 5. La nao Victoria en un sello de correos de las Tierras Australes y Antárticas fran-
cesas, emitido en conmemoración del descubrimiento de la isla de Ámsterdam. (Colección
Marcelino González)

con sus compañeros, para escapar de las muertes que se producían en la nao.
Vigo fue muy útil para los españoles, porque hablaba muy bien el idioma
local. Y no sería extraño aventurar que los isleños también aprendieron algo
de gallego, aunque de esto no tengo constancia escrita. Por cierto, según sus
manifestaciones, los dos portugueses murieron en trifulcas con los indígenas.
Y, entre otras deserciones y desapariciones en tierra, también hay que
recordar que, el 5 de febrero de 1522, dos hombres de la nao Victoria deserta-
ron a su paso por Timor: el grumete Martín Loza o de Ayamonte, y el hombre
de armas Bartolomé de Saldaña. Recogidos por un buque portugués, fueron
interrogados, y Martín de Ayamonte dio alguna información interesante sobre
el viaje de regreso de Elcano8.

Hombres de la expedición que terminaron dando la vuelta al mundo

Aunque los primeros expedicionarios en circunnavegar la tierra fueron los


dieciocho de la Victoria, también terminaron rodeando el globo terrestre los

(8) RUS, Manuel: «La carta de un desertor que demuestra que Elcano impuso su criterio
para dar la vuelta al mundo», Abc, Cultura, 6 de noviembre de 2019,
https://www.abc.es/cultura/abci-sale-documento-demuestra-elcano-impuso-criterio-para-vuelta-
mundo-201911060955_noticia.html

30
trece hombres de la lancha de la Victoria que se habían quedado en Cabo
Verde, al igual que cuatro de los supervivientes de la nao Trinidad. Así pues,
en total fueron 35 los hombres que acabaron dando la vuelta al mundo, el 14,6
por ciento de los 239 que habían salido de España.

Coste y balance económico de la expedición

El coste total de la expedición se cifró en 8.334.335 maravedíes9, según


consta en documentación de la Casa de Contratación de Sevilla. Dicho coste
cubrió: compra de los cinco barcos, su puesta a punto, pertrechos, víveres,
mercancías, baratijas, artillería, instrumentos de navegación, sueldos de toda
la gente, etc. Fue dinero íntegramente español, puesto por Carlos I y Cristó-
bal de Haro. El rey puso 6.454.209 maravedíes, muchos de ellos obtenidos
de banqueros y prestamistas, y el financiero aportó el resto: 1.880.126 mara-
vedíes.
La Victoria regresó cargada con 524 quintales de clavo de olor (unas 23,6
toneladas), además de otras especias que fueron vendidas en la bolsa de
Amberes por un total de 8.750.000 maravedíes. Como el coste de la expedi-
ción había sido de 8.334.335 maravedíes, la operación arrojó un saldo positi-
vo de 415.665 maravedíes10, (casi un 5 por ciento del capital invertido), lo
que no estuvo nada mal, ya que fue dinero que se ganó después de haber
pagado toda la expedición. Aunque, para tener una perspectiva exacta de
estas ganancias, hay que recordar que el coste de la nao Victoria fue de
300.000 maravedíes.
Por cierto, el beneficio fue dinero español, ganado por los españoles tras
haber vendido en el extranjero mercancías españolas (especias), traídas de las
Molucas por un barco español al mando de un capitán español.

Naturaleza de la expedición

En los apartados anteriores habrá usted visto, estimado lector, que, de una
forma machacona, he hecho hincapié en el término ʻespañolʼ y su plural,
ʻespañolesʼ, al hablar de los cinco barcos de la escuadra, de la expedición
organizada en Sevilla, del dinero que costó, de las especias negociadas por
España, de las ganancias obtenidas, etc. Y lo he hecho por una razón: para
dejar bien claro que fue una empresa puramente española, no hispano-portu-
guesa como se ha dicho en muchos foros. No fue una expedición portuguesa,
y si, en su momento, los portugueses se hubieran salido con la suya, tampoco
habría sido una expedición española. Digo esto para salir al paso de los que
afirman que fue una operación combinada española-portuguesa, y que como

(9) GONZÁLEZ FERNÁNDEZ: La nao Victoria..., pp. 200-201.


(10) Ibídem, pp. 361-362.

31
tal habría que celebrarla. Y, efectiva-
mente, así se celebró, con algunas
actividades realizadas en conjunto,
como una emisión conjunta de sellos
de correos, entre otras cosas. Pero
esta decisión se debió a cuestiones
políticas, no a motivos históricos,
porque no los hay.
Fue una expedición española,
realizada con cinco barcos españoles
de segunda mano, comprados en
España con dinero español, y acondi-
cionados en Sevilla, también con
dinero español. Las tripulaciones
estaban formadas por muchos espa-
ñoles y gentes de otros países
(Alemania, Flandes, Francia, Inglate-
rra, Italia, Malaca, Portugal, Rodas),
Ilustración 6. Retrato de Juan Sebastián de más algunos negros originarios de
Elcano. (Acuarela de Marcelino González a África.
partir de un cuadro del Museo Naval de Fue una escuadra mandada por
Madrid) españoles, al menos en parte. Sus
comandantes a la salida eran Fernão
de Magalhães y Juan de Cartagena.
Fernão o Fernando era natural de Portugal y en cierto modo estaba españoliza-
do. Cuando dictó su testamento en 1519, antes de iniciar el viaje, impuso a sus
legatarios «la indispensable condición de apellidarse Magallanes, usar las
armas o blasón de los Magallanes, y residir y casarse en Castilla»11. De hecho,
españolizó su nombre, que cambió a Fernando de Magallanes; fue caballero
de la Orden de Santiago; se asentó en Sevilla; contrajo matrimonio en España
con la hija de un portugués que vivía en Sevilla, y juró fidelidad al rey de
España. Y Juan de Cartagena era español, hijo al parecer del arzobispo Fonse-
ca.
Los capitanes que llegaron a las Molucas eran españoles: Elcano y Espino-
sa. El viaje de regreso a España lo hizo un barco español, la nao Victoria, al
mando de un capitán español, Elcano, y cargada de especias, que fueron
vendidas por los españoles en la bolsa de Amberes. Y las ganancias obtenidas
fueron para España.
Además, durante la preparación de la expedición en Sevilla, los portugue-
ses, a través de su embajador en España y de otros personajes, hicieron todo lo
que pudieron para hacer abortar la gran aventura, con presiones ante el rey

(11) CARDONA COMELLAS, Juan: «Ecos y controversias en el extranjero de la primera


circunnavegación del mundo», Revista General de Marina (agosto-septiembre de 2022),
p. 256.

32
Carlos I, presiones a Magallanes12 –con ofrecimientos de dinero, amenazas de
muerte, etc.–, intentos de interceptación de la escuadra en la mar, presión en
Tidore, apresamiento de la nao Trinidad en Ternate, y muchas lindezas más.
Es decir que, si hubiera sido una empresa en parte portuguesa, posiblemente
nunca se habría llevado a cabo.

Méritos de los protagonistas

Mucha gente pregunta qué méritos se pueden atribuir a cada uno de los dos
grandes protagonistas de esta aventura: Magallanes y Elcano. Hay quien dice
que todo el mérito es de Magallanes, y que Elcano no pasa de ser una figura
de segunda o tercera fila, porque lo único que hizo fue mandar su nao en la
última parte de la expedición y en el viaje de regreso. Pero no cabe duda de
que ambos son merecedores de un buen puñado de honores, y ambos son
personajes que se complementan. Elcano, sin Magallanes, no hubiese podido
finalizar la expedición y cerrar la gran aventura, y Magallanes, sin Elcano,
habría pasado a la historia como un gran marino que descubrió el estrecho que
lleva su nombre... y poco más. De forma resumida, los méritos de ambos
fueron los siguientes.
Magallanes fue el padre de la idea de la expedición, así como de su organi-
zación y ejecución hasta su muerte en Mactán. Descubrió un paso (el estrecho
de Magallanes) entre el Atlántico y el Mar del Sur o Pacífico, que permitió
atravesar el gran muro representado por el Nuevo Mundo. Cruzó el inmenso
Mar del Sur –al que él bautizó océano Pacífico–. Vio las «Islas Infortunadas».
Pasó por las de los Ladrones (hoy las Marianas). Y llegó a Filipinas.
En cuanto a Elcano, llegó a las Molucas con la Victoria. Logró establecer
buenas relaciones con las gentes de aquellas islas. Cargó su barco con una
buena cantidad de especias, sobre todo clavo de olor. Cruzó todo el Índico
navegando muy al sur, para no encontrarse con portugueses. Descubrió la isla
de Ámsterdam. Por dos veces, logró que su lancha hiciera víveres en las islas
portuguesas de Cabo Verde. Regresó a España con su barco. Terminó la vuelta
al mundo por primera vez en la historia. Y, además de especias, trajo a España
y al resto de Europa mucha información de trascendental importancia.

Otros resultados: enseñanzas

A los resultados de la expedición citados hasta el momento, hay que sumar


otros relacionados con los muchos conocimientos adquiridos durante el largo
viaje, relativos a ámbitos como la cosmografía, la cartografía y otras disciplinas.

(12) FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Martín: De los viages y descubrimientos, que hicieron


por mar los españoles desde fines del siglo XV IV. Expediciones al Maluco. Viage de Magalla-
nes y de Elcano, Imprenta Nacional, 1837.

33
El regreso de la Victoria a España sirvió para conocer nuevos datos
geográficos, científicos y de otra índole, y para confirmar otros; aportó infor-
mación sobre la forma de la Tierra y sus dimensiones; modificó el Padrón
Real; terminó con muchos mitos y leyendas; fue el punto de partida de otros
mitos; trajo muchas noticias sobre otras civilizaciones y gentes; permitió
conocer nueva fauna y flora; y aportó conocimientos sobre otras costumbres,
enfermedades, remedios médicos y muchas cosas más. Como consecuencia de
todas estas enseñanzas, cambió drásticamente la imagen y el concepto que se
tenía del mundo.

Forma de la Tierra

El regreso a España de la nao Victoria vino a confirmar de forma clara y


sin lugar a discusiones unos datos, dio a conocer otros, y cambió de forma
drástica la imagen del mundo existente hasta entonces en diferentes aspectos.
La Tierra era esférica, redonda13, y no plana como decían muchos, entre ellos
los terraplanistas. Esto era algo que ya sabían los antiguos, pero había mucha
gente que lo negaba, lo cual no tiene nada de extraño, si echamos un vistazo a
los medios de comunicación y vemos los congresos que hoy en día están reali-
zando terraplanistas de todo el mundo. ¡Vivir para ver!
No cabe duda de que

«[e]ste viaje sirvió para producir un cambio de paradigma real en todos los
contextos, incluidos sociales y políticos, pero también para demostrar y dejar clara
la importancia de la labor de Juan Sebastián Elcano para comprobar de forma
experimental que la Tierra es esférica, sirvió para demostrarlo empíricamente
igual que para poder establecer con claridad las dimensiones del mundo y la
disposición de las tierras y de los mares»14.

También se supo que la Tierra tenía agua por todas partes, agua que
envolvía los continentes, de modo que uno podía subir a un barco en un
punto determinado, navegar siempre al este o al oeste esquivando las
tierras que encontrase por la proa, y terminar regresando al punto de parti-
da. Es decir que la Tierra estaba rodeada de agua y se podía circunvalar
navegando.
Se supo que había un paso al sur del Nuevo Mundo o América que permi-
tía la comunicación marítima entre el Atlántico y el Mar del Sur o Pacífico,
paso hoy llamado estrecho de Magallanes.

(13) VV.AA.: Desvelando horizontes. La circunnavegación de Magallanes y Elcano,


Fundación Museo Naval, 2016.
(14) GÓMEZ HERNÁNDEZ, Raúl: «La Primera Vuelta al Mundo: un viaje con consecuencias
científicas incalculables», Unidad de Cultura Ciencitífica y de la Innovación, Oficina de Trans-
ferencia de Resultados de Investigación (OTRI), Universidad Complutense, Madrid, 25 de
mayo de 2022, https://www.ucm.es/otri/noticias-aniversario-primera-vuelta-al-mundo-ucm

34
Ilustración 7. Mapa de Toscanelli en un décimo de Lotería Nacional. (Colección Marcelino
González)

Y resultó que el bautizado por Vasco Núñez de Balboa como Mar del Sur
en el año 1513, y posteriormente llamado Pacífico por Magallanes, era muy
extenso, enorme, casi interminable. De hecho, en recorrer el trayecto desde la
salida del estrecho de Magallanes hasta las islas de los Ladrones, Magallanes
invirtió tres meses y unos cuantos días, y aún le quedaba un trecho para llegar
a las Filipinas y las Molucas.

Dimensiones de la Tierra

El motivo por el que Magallanes no esperaba encontrarse con un océano


tan grande se debió a que, en aquellos tiempos, se estimaba que el círculo
máximo terrestre era un 25 por ciento menor que el real. Por ello, cuando
Colón llegó a la isla de Guanahani, bautizada como San Salvador, creyó que
había llegado a Cipango o a Catay, como se conocía en aquella época a China
y a Japón. Era lo que le indicaba un mapa de Toscanelli que el Almirante
llevaba en su viaje, trazado de acuerdo con las dimensiones terrestres conside-
radas en la época. Y es que, según los cálculos de entonces, el océano Pacífico
no existía, no porque se desconociese, sino porque no cabía en un mundo que,
tal como se concebía, era mucho más pequeño que el real.
Y, cuando Magallanes empezó a navegar por el Mar del Sur, descubierto por
Balboa unos años antes, lo hizo pensando en que iba a ser más pequeño de lo que

35
en realidad es. Por tal razón, el Pacífico le
debió de parecer interminable.
¿Y a qué se debió esto? ¿Por qué se
producía tal error? Para contestar a estas
preguntas tenemos que remontarnos a los
tiempos de Eratóstenes, el famoso sabio
de la criba de los números primos que
lleva su nombre: criba de Eratóstenes.
Este buen señor, que vivió entre el 276 y
el 194 a.C., realizó unos cálculos midien-
do el ángulo formado por una barra verti-
cal y la proyección de su sombra en el
solsticio de verano, y llegó a la conclu-
sión de que la longitud del círculo máxi-
mo de la Tierra, dicho en medidas de
hoy, era de unos 40.000 km, que, como
sabemos, es lo que realmente mide15.
Otro sabio llamado Posidonio, que vivió
entre el 135 y el 51 a.C., realizó otros
cálculos observando la estrella Canopus
Ilustración 8. Retrato de Posidonio. (Apunte desde Rodas y Alejandría, y llegó a la
a lápiz de Marcelino González a partir de la
fotografía de una estatua)
misma conclusión: el círculo máximo
terrestre era de unos 40.000 kilómetros.
Pero, más tarde, Posidonio16 repasó y
rehízo sus cálculos, o efectuó otros
nuevos, o reconsideró las equivalencias entre las diferentes unidades de medida
utilizadas. La cuestión es que llegó a la conclusión de que el círculo máximo de
la Tierra medía 30.000 km. Es decir que perdía una cuarta parte o un 25 por cien-
to de su longitud real. Y 30.000 fueron los kilómetros que adoptó el matemático,
astrónomo, geógrafo y cartógrafo griego nacido en Egipto Ptolomeo17 (85-165
años d.C., aproximadamente), para escribir su geografía y trazar sus mapas.
Los conceptos geográficos de Ptolomeo18 eran los vigentes al comienzo de
nuestra era, y así se mantuvieron durante los primeros siglos de esta. Con la
invasión de los bárbaros en el siglo V, Europa se hundió en un periodo de

(15) FERNÁNDEZ, Tomás, y TAMARO, Elena: «Biografía de Eratóstenes», Biografías y


vidas. La enciclopedia biográfica en línea, https://www.biografiasyvidas.com/biografia/
e/eratostenes.htm, consultado el 16 de noviembre de 2022.
(16) SOPEÑA GENZOR, Gabriel: «Posidonio», en REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA: Diccio-
nario biográfico electrónico (DB~e), https://dbe.rah.es/biografias/14259/posidonio, consultado
el 16 de noviembre de 2022.
(17) TERRASA, Daniel: «Mapamundi de Ptolomeo», La Guía. Geografía, 12 de junio de
2019, https://geografia.laguia2000.com/cartografia/mapamundi-de-ptolomeo
(18) MONTAGUD RUBIO, Nahum: «Claudio Ptolomeo: biografía y aportes de este investi-
gador. Un resumen de la vida de Claudio Ptolomeo, famoso investigador del Egipto helenísti-
co», Psicología y Mente, 23 de diciembre de 2021, https://psicologiaymente.com/
biografias/claudio-ptolomeo

36
oscurantismo del que tardó en emerger,
durante en el que las ciencias y las artes
sufrieron un parón y un retroceso que
costó mucho superar. Al final de la
Edad Media, y al calor del resurgir del
Renacimiento, se empezaron a recupe-
rar viejas ciencias y saberes, rescatados
del olvido gracias en gran medida al
celo de los monasterios por preservar la
cultura clásica. Entre estos saberes
redescubiertos tras mil años de ostracis-
mo se hallaba la geografía de Ptolomeo,
que volvió a estar en boga a finales de
la Edad Media, en el Renacimiento y en
los albores de la Edad Moderna, allá
por los siglos XV y XVI. Esta geografía
era la vigente en tiempos de Colón y de
Ilustración 9. Retrato de Ptolomeo. (Apunte
Magallanes-Elcano, lo que explica los a lápiz de Marcelino González a partir de un
errores de cálculo geográfico cometidos grabado de época)
por los navegantes de aquellas épocas.

Cálculos realizados por Eratóstenes

Una vez concluidas estas disquisiciones, voy a hacer una descripción rápi-
da de cómo se las arregló Eratóstenes para calcular la medida del círculo
máximo de la Tierra en el siglo III a.C.19 Sabía que, en el solsticio de verano, a
finales de junio, el sol al mediodía estaba en su cenit justo en la vertical de
Syene, en la zona de Asuán, en el trópico de Cáncer.
Puso dos altas barras o postes verticales, uno en Syene y otro en Alejan-
dría, considerando que ambas ciudades estaban en el mismo meridiano y sepa-
radas 5.000 estadios (1 estadio = 0,16 km). Cuando el sol alcanzaba el cenit
en el solsticio de verano, el poste de Syene no proyectaba sombra, y en
cambio sí la proyectaba el de Alejandría. El ángulo que formaba el poste de
Alejandría con la línea que iba de la cumbre de dicho poste a la sombra, era
de 7º 12´, es decir, 7,2 grados. Dicho ángulo era igual al que, en el centro de la
Tierra, formaban las prolongaciones de los dos postes, o sea, 7,2 grados.
Y, haciendo una regla de tres directa, podemos decir que, si 7,2 grados
corresponden a 5.000 estadios del trozo de meridiano entre Alejandría y
Syene, ¿a cuántos estadios corresponderán los 360 grados de todo el meridia-

(19) LÓPEZ, Alejandro I.: «Eratóstenes, el hombre que calculó el tamaño de la tierra con
una regla de tres hace dos mil años», Muy Interesante, 12 de agosto de 2020,
https://www.muyinteresante.com.mx/junior/eratostenes-el-hombre-que-calculo-el-tamano-de-
la-tierra-con-una-regla-de-tres-hace-2-mil-anos/

37
no? La cantidad resultante será: 360 x
5.000 / 7,2 = 250.000 estadios, que
puestos en kilómetros son: 250.000 x
0,16 = 40.000 km de círculo máximo
de la Tierra.
Estas cifras están optimizadas para
que salgan unos resultados claros, y
hay muchas discusiones sobre cómo
se pudieron medir los ángulos, distan-
cias y otros datos, pero no se puede
dudar de que es un sistema ingenioso.

Astronomía y navegación20

En sus viajes por el hemisferio


Ilustración 10. Gráfico de las medidas efectua-
das por Eratóstenes sur, los expedicionarios encontraron
otras constelaciones y estrellas que no
se veían en el hemisferio norte, como
la Cruz del Sur. Aprendieron a reconocerlas, a familiarizarse con ellas y a
utilizarlas para sus navegaciones por dicho hemisferio.
Al mismo tiempo, los expedicionarios comprobaron la estabilidad de la
aguja de marear en todas las navegaciones por el hemisferio sur, vieron que
siempre marcaba el norte magnético, y aprendieron a corregir los rumbos
magnéticos para pasarlos a geográficos o verdaderos, lo que supuso un enor-
me avance en el arte de navegar, y también en la cartografía.

Padrón Real21

El Padrón Real que tenía la Casa de Contratación era una representación


de todo el mundo conocido, en la que se iban añadiendo nuevos datos geográ-
ficos y corrigiendo otros de acuerdo con las informaciones aportadas por los
capitanes, pilotos y otras gentes al regreso de sus viajes. Servía de base para la
confección de las cartas náuticas utilizadas por los barcos en sus viajes, las
cuales se iban haciendo más precisas y exactas. Antes de la salida de Magalla-
nes, el Padrón Real abarcaba desde la parte conocida de la América atlántica
hasta la parte de levante de Asia. Bastante preciso en la parte central, su preci-
sión se iba diluyendo hacia los extremos oriental y occidental.
Con el regreso de Elcano a España hubo que aumentar sus dimensiones
para representar los nuevos mares y tierras, hasta completar los 360 grados del

(20) VV.AA.: Desvelando horizontes, p. 773.


(21) CUESTA DOMINGO, Mariano: «El Padrón Real y la historia de un mundo en creci-
miento», Revista General de Marina (agosto-septiembre de 2022), 285-316.

38
ecuador. De este modo, a la primitiva representación de la Tierra se le añadió
el 25 por ciento que aproximadamente le faltaba en el sentido este-oeste. Por
otra parte, fue reorientado al norte verdadero o geográfico. Aún faltaban
muchas tierras por descubrir y muchas incógnitas por resolver en el conoci-
miento del planeta, pero con la expedición Magallanes-Elcano el círculo del
ecuador se acababa de cerrar y el Padrón Real abarcaba todo el planeta.
En esta información sobre nuevas tierras, nuevos mares y nuevos datos
geográficos, además de Elcano y la gente de la Victoria, en la que se encontra-
ba Albo, autor de un magnífico derrotero del viaje, aportaron datos otras
gentes de la expedición. Entre ellas se encontraba la tripulación de la nao San
Antonio, que había desertado en el estrecho de Magallanes; los tripulantes de
la lancha de la Victoria apresados en Cabo Verde; los cuatro supervivientes de
la nao Trinidad apresados en Ternate, en las Molucas; algunos desertores
apresados o encontrados más tarde, y otros.

Nueva imagen del mundo: cartografía

Por aquel tiempo, gracias a la información traída a España por Elcano y


otros expedicionarios, se produjo un profundo cambio en la forma de repre-
sentar la Tierra. La imagen del mundo cambió de forma repentina y drástica
para todo aquel que tuviera capacidad de asimilar lo que acababa de ocurrir.
Las cartas de navegación empezaron a trazarse con mayor rigor científico.
Comenzaron a mostrar meridianos y paralelos con latitudes y longitudes, en
lugar de las simples tablas de distancias que presentaban hasta entonces. La
latitud se podía calcular con cierta facilidad en tierra y en la mar con las
tablas de declinación y los instrumentos náuticos de la época: el cuadrante, el
astrolabio y, más tarde, la ballestilla. En cambio, la longitud no se pudo
calcular en la mar hasta el siglo XVIII, en que apareció el cronómetro, pero se
podía establecer con cierta aproximación en tierra mediante unos cálculos
complicados y laboriosos que permitían fijar la situación de puntos notables
de la costa. Así fue como, gracias a los trabajos del cosmógrafo Andrés de
San Martín, de la expedición de Magallanes-Elcano, se pudieron fijar las
coordenadas de latitud y longitud de diversos puntos de las costas de Suda-
mérica. Las técnicas de trazado de las cartas de navegación registraron un
gran avance. Su orientación empezó a estar referida al norte geográfico, y no
al magnético como hasta entonces. Por supuesto, las ideas de Ptolomeo sobre
las dimensiones y distribuciones de tierras en el mundo empezaron a dejar de
tenerse en cuenta, así que su geografía fue cayendo progresivamente en el
olvido.
La primera vuelta al mundo significó un gran impulso para la cartografía y
los cartógrafos22, que en los años siguientes, en los que se produjeron muchos
descubrimientos, conocieron una época de gran esplendor. El regreso de Elca-

(22) VV.AA.: Desvelando horizontes, pp. 774-775.

39
Ilustración 11. Mapamundi de Pedro Texeira, 1573. (Wikimedia Commons)

no había ampliado enormemente el Padrón Real, pero quedaban muchas lagu-


nas, muchos espacios en blanco que los marinos tenían que explorar, y los
cartógrafos, ir plasmando en las cartas náuticas.

Cosmografías, regimientos y otros libros23

Gracias a la aventura de Magallanes y Elcano, a la información traída por


Elcano y demás expedicionarios, a las navegaciones anteriores y, sobre todo,
posteriores, y a la labor desarrollada por los magníficos pilotos y cosmógrafos
de la Casa de Contratación de Sevilla, además de dibujar la imagen del mundo
con mayor precisión, dando lugar a cartas de una exactitud a veces sorpren-
dente, también aparecieron nuevos e interesantes libros, normalmente llama-
dos «cosmografías». Eran libros en los que figuraban mapas, junto a datos y
conocimientos de cosmografía, geografía, astronomía, ciencias e historia.
Entre ellos podemos citar una de las primeras cosmografías: la del matemático
y astrónomo Peter Apianus. Publicada en 1524, fue muy popular, tuvo unas
quince ediciones y se tradujo a cinco idiomas. Otra cosmografía famosa fue la
de Sebastián Münster, publicada en Basilea en 1540. Y no hay que olvidar la
Cosmografía o repertorio de los tiempos, de J. Chaves, publicada en Sevilla
en 1548.
Al mismo tiempo, aparecieron los «regimientos» o «artes de navegar» de la
Casa de Contratación, con informaciones sobre astronomía, esfericidad de la
Tierra, alturas del sol, métodos de observación, cartas de marear, derroteros,

(23) GONZÁLEZ FERNÁNDEZ: La nao Victoria..., p. 182.

40
instrucciones prácticas, instrumentos náuticos y otras informaciones. Entre estos
libros se pueden citar varios ejemplos: Arte de navegar en que se contienen
todas las reglas, declaraciones, secretos y avisos, que a la buena navegación
son necesarios, y se deben saber, de Pedro de Medina, impreso en Valladolid en
1545; Breve compendio de la Esfera y del arte de navegar, de Martín Cortés,
editado en Sevilla por primera vez en 1551 y traducido a varios idiomas; y Regi-
miento de navegación, de Pedro Medina, publicado en Sevilla en 1552.
Todos estos libros pusieron a España en el primer puesto de las ciencias
náuticas y de la navegación en Europa. Como dice en letras de bronce una
placa colocada en una de las aulas de la Escuela Naval Militar: EUROPA
APRENDIÓ A NAVEGAR EN LIBROS ESPAÑOLES24. Lo que supuso un gran elogio y
un merecido reconocimiento para todos los navegantes que, partiendo de
España, aportaron información para tener un mejor conocimiento del mundo;
en esta nómina figuran Cristóbal Colón, Ojeda, Juan de la Cosa, Américo
Vespucio, Vicente Yáñez Pinzón, Ponce de León, Juan Caboto, Vasco Núñez
de Balboa, Juan Sebastián de Elcano, Legazpi, Andrés de Urdaneta y muchos
otros.

Mitos y leyendas

Con el regreso de Elcano desaparecieron muchos mitos, como el de los


grandes abismos, las impenetrables nieblas y las terribles tempestades que
(vox populi) poblaban aquellas latitudes. La expedición tampoco se tropezó
con monstruos infernales, ni con ninguna de esas serpientes marinas que,
según la extendida creencia, atacaban a los barcos; ni con gente sin cabeza o
con un solo pie, ni con ninguna otra de las extrañas criaturas presentes en
las supersticiones de la época. Estas supercherías estaban en boca de todos y
acababan recogidas en bestiarios, cartas náuticas, libros de relatos, etc.
Algunas veces, tales mitos eran creados interesadamente para ahuyentar las
navegaciones de las zonas donde alguien tenía negocios en marcha. El caso
es que, tras consumarse la primera circunnavegación del globo, quedó claro
que en aquellos lejanos mares las amenazas que acechaban se reducían a
tempestades, tormentas, ballenas y tiburones, como en el Atlántico; nada
más.
Ante la inexistencia de los monstruos que aparecían en relatos, bestiarios y
cartas náuticas desde tiempos inmemoriales, Maximiliano Transilvano, secre-
tario del rey, que a la llegada de la nao a España se trasladó a ella para entre-
vistarse con su gente, se extrañó de que nadie hubiera visto aquellos extraños
y horripilantes seres, y dejó escrito: «… los antiguos (…) como lo oyeron (…)
lo escribieron, y así han venido las semejantes fábulas y mentiras de muy anti-
guo de unas manos en otras y de un autor en otro, sin haber algún cierto ni

(24) TREVIÑO RUIZ, José María: «Impacto en la navegación y construcción naval de la


primera vuelta al mundo», Revista General de Marina (agosto-septiembre de 2022), p. 317.

41
Ilustración 12. Monstruo marino. (Dibujo de Marcelino González tomado de un grabado de
época)

auténtico autor de ello»25. Es decir que unos autores copiaban a otros, sin
molestarse en comprobar la veracidad de lo que transcribían (cosa que, todo
sea dicho, sigue ocurriendo hoy en día),
También cayó por tierra el mito de que la canela se encontraba en nidos de
ave, sobre todo en el nido del ave fénix. Los expedicionarios descubrieron que
la canela, sencillamente, era la corteza seca de las ramas y el tronco de un
árbol originario de aquellos pagos: el canelo.

Nuevos mitos y leyendas

Pero, en cambio, con el regreso de Elcano surgieron otros mitos, como el


de los patagones. Según las crónicas de la época, durante su estancia en San
Julián, los exploradores vieron a unos hombres muy altos, de grandes faccio-
nes y muy pintados, a los que llamaron «patagones». La aparición del primero
de aquellos hombres la registró Pigafetta en su crónica26. Al parecer, tales
gigantes, debido a su gran corpulencia, eran capaces de engullir y beber gran-
des cantidades de alimentos y agua. Según unas versiones, el nombre de
«patagones» deriva del tamaño de sus pies, enormes a causa de su estatura.
Otras versiones apuntaron que, además de grandes, eran deformes. Y otros
aun sostuvieron que el nombre respondió a que calzaban unas grandes abarcas
hechas con piel de guanaco, que recordaban las patas de un oso y dejaban
grandes huellas al caminar sobre la nieve.

(25) J.S. de ELCANO, Antonio PIGAFETTA, Maximiliano TRANSILVANO, Francisco ALBO,


Ginés de MAFRA y otros: La Primera Vuelta al Mundo, Miraguano-Polifemo, Madrid, 2012, p. 17.
(26) Ibídem, pp. 204-206.

42
Pero aquellos colosales patagones nunca se volvieron a ver. Bien es verdad
que en aquellas tierras vivían unas gentes muy altas, mucho más que los espa-
ñoles del siglo XVI. Quizá el contraste entre la altura de los lugareños y la
corta estatura de los expedicionarios realzara a sus ojos la de aquellos hasta tal
punto que llegaron a parecerles verdaderos gigantes. Sea como sea, hoy a
aquella tierra se la llama Patagonia.
También surgió una leyenda sobre unos pájaros exóticos traídos a España
por Elcano, regalos del rey de Tidore, a los que Maximiliano Transilvano
llamó «manucodiatas» y de los que dijo: «... tienen por casa celestial, y
aunque están muertas jamás se corrompen ni hielen mal, y son en el plumaje
de diversos colores y muy hermosas, y del tamaño de tortolillas, y tienen la
cola larga harto, y si les pelan una pluma les nace otra, aunque estén muer-
tas …»27.
Se decía que era un maravilloso pájaro sin patas ni huesos, que volaba sin
descansar, alimentándose de rocío y del néctar de las plantas. Fue una leyen-
da muy persistente en el tiempo, difundida incluso por los traficantes que
vendían sus plumas para utilizarlas como adornos en vestidos y sombreros.
Los autores sin escrúpulos se dedicaron a copiar aquella leyenda sin pararse a
comprobar su veracidad, y los comerciantes, ávidos de ganancias, la agranda-
ron para aumentar sus ventas de coloridas plumas. Fue necesario esperar al
siglo XVIII o principios del XIX para que exploradores, estudiosos y científicos
echaran por tierra aquel mito, ya que se trataba de aves del paraíso, cuyos
machos tienen un plumaje muy vistoso.
En cuanto al Mar del Sur –como lo llamó Balboa cuando lo descubrió o
avistó–, fue bautizado por Magallanes «océano Pacífico»; y ese fue el
nombre que le quedó, aunque España continuó llamándolo Mar del Sur
durante muchos años. Y, en cierto modo, lo de llamar «Pacífico» a aquel
inmenso océano también se puede considerar algo así como un mito, pero un
mito que no duró mucho. Los navegantes que al poco tiempo surcaron aque-
llos mares tuvieron ocasión de comprobar que el océano rebautizado por
Magallanes no era tan «pacífico» como el portugués había creído, y que si el
navegante lusitano había tenido buen tiempo y mejores vientos en su travesía
hacia Filipinas, en ese inmenso océano también abundaban las tempestades.
Otro de los mitos era la localización del Edén o paraíso terrenal, que tenía
que ser un lugar bello, tranquilo y mirífico; de exuberante flora y clima muy
benigno de primavera perpetua; donde nunca descargaban las tormentas y en
el que todos los seres de la creación convivían en perfecta armonía, sin
problemas. La existencia del Paraíso, creencia derivada de la tradición bíblica,
fue aceptada por muchos cartógrafos de la época, que lo situaban hacia oriente
del mundo conocido; y así lo representó Juan de la Cosa en su Carta universal
(año 1500), con las imágenes de Adán y Eva hacia el nordeste.
Cuando los barcos navegaban hacia el oeste, lo ubicaban en el Lejano
Occidente. En este sentido, Colón dijo que el Caribe, visto el excelente clima

(27) Ibídem, p. 62.

43
Ilustración 13. Carta universal de Juan de la Cosa. (Museo Naval de Madrid)

de que había disfrutado en el viaje del Descubrimiento, libre de tormentas o


de fuertes tempestades, debía de estar cerca del Paraíso. Es de suponer que
en viajes posteriores cambió de criterio. Y Magallanes, a la vista del buen
tiempo de que gozó, con vientos favorables durante la travesía del océano
que por tal motivo bautizó Pacífico, también creyó que se acercaba al Edén.
Si no hubiera muerto en Mactán, habría tenido ocasiones de sobra para
cambiar de opinión.
Pero al calor de las expediciones surgieron nuevas fabulaciones que, sin
llegar a ser mitos en sentido estricto, se parecían bastante. Y es que, cuando
los marinos regresaban de sus navegaciones y hablaban de los grandes anima-
les marinos con que se habían tropezado, como ballenas u orcas, algunos
interpretaban lo que oían a su manera, y en cartas náuticas y bestiarios repre-
sentaban a estas colosales criaturas como a los monstruos de otros tiempos.

Otras civilizaciones y otras gentes

Una de las enseñanzas que la Victoria trajo consigo a su regreso fue que
los antípodas existían realmente, cuando muchos, aun aceptando la redondez
de la Tierra, negaban tal posibilidad. Y lo más curioso fue revelar que, además
de existir, aquellos antípodas caminaban de pie como los europeos; no anda-
ban de cabeza, ni estaban colgados de los pies, ni se caían al vacío. Por otra
parte, se vio que aquellas gentes al otro lado de la Tierra, además de pertene-

44
Ilustración 14. Ballena y orca. (Dibujo por Marcelino González tomado de un grabado de
época)

cer a razas hasta entonces desconocidas en Occidente, constituían civilizacio-


nes, con sus peculiares costumbres, formas de existencia, organización social,
cultura material (cocina, remedios médicos, viviendas), religiones, etc., a
veces muy diferentes de las europeas, pero en absoluto despreciables. De todo
ello tomaron nota los cronistas de la expedición, cuyos apuntes al respecto
constituyen unas magníficas fuentes de información etnográfica sobre los
discutidos antípodas.

Nueva fauna y flora

Los expedicionarios también trajeron información sobre las nuevas espe-


cies de fauna que veían por donde pasaban, lo que contribuyó a mejorar y
completar los tratados de zoología de la época. En este sentido, vale la pena
echar un vistazo a las pintorescas descripciones que de esos animales hizo
Pigafetta en su relato. Habla de los pingüinos, a los que llama «gansos»,
diciendo que son negros, con el cuerpo cubierto de plumas pequeñas y las alas
sin las suficientes plumas para poder volar. De los lobos marinos dice que son
de diferentes colores, con un tamaño como el de un becerro, con orejas cortas
y redondas, dientes muy largos y sin piernas. Cita unos cerdos que parecen
tener el ombligo sobre la espalda (los pecarís, que tienen una glándula en el
dorso). Nombra a unos pájaros grandes, sin lengua y con un pico que parece

45
una cuchara (las espátulas). Y habla
de un animal que tiene cuerpo de
camello, cabeza y orejas de mula,
patas de ciervo y cola de caballo, y
que relincha (el guanaco)28.
Y lo mismo ocurrió con la flora de
las tierras recorridas, lo que supuso
una importante mejora de los tratados
de botánica.

Nuevas enfermedades

Las largas navegaciones oceáni-


cas, durante las que no se tocaba
tierra en meses, fueron causa de algu-
nas enfermedades hasta entonces
prácticamente desconocidas, de las
que se tuvo noticia al regreso a Espa-
ña de los expedicionarios. Entre ellas
sobresalió el escorbuto, producido
por una dieta falta de alimentos fres-
cos durante periodos prolongados.
Dado que aquellos fermentaban y se
Ilustración 15. Hombre de Oceanía tomado de pudrían con rapidez, si antes no se los
un cromo sobre razas humanas. (Acuarela de comían las ratas o las cucarachas, la
Marcelino González) reducción de la dieta a alimentos
secos, sobre todo galleta o bizcocho,
privaba al organismo de vitamina C,
lo que daba lugar al escorbuto. Esta enfermedad carencial producía hinchazón
de las encías, caída de los dientes, grandes hemorragias internas y, por último,
la muerte si el paciente no recibía a tiempo alimentos frescos, sobre todo los
ricos en vitamina C, como las naranjas, los limones y otros cítricos. Muchos
cronistas describieron los síntomas de esta enfermedad sin saber qué nombre
darle. No se supo que era producida por avitaminosis hasta comienzos del
siglo XX.
Pigafetta decía de esta enfermedad, que se abatió sobre la tripulación
cuando cruzaban el Pacífico: «Nuestra más grande desgracia llegó cuando
nos vimos atacados por una especie de enfermedad que nos inflaba las
mandíbulas hasta que nuestros dientes quedaban escondidos, tanto de la
mandíbula superior como de la inferior, y los atacados de ella no podían
tomar ningún alimento»29 .

(28) Ibídem, p. 205.


(29) Ibídem, p. 221.

46
Y Mafra, de la tripulación de la nao
Trinidad, durante el intento de regreso
por el Pacífico escribió: «En esta altu-
ra se les encomenzó a morir la gente, y
abriendo uno para ver de qué morían,
halláronle todo el cuerpo que parecía
que todas las venas se le habían abier-
to y que toda la sangre se le había
derramado por el cuerpo …»30. Como
se puede apreciar, las hemorragias
internas que inundaban de sangre el
cadáver diseccionado en esta autopsia
–posiblemente, la primera efectuada
durante una navegación de la que se
tiene constancia histórica–, induda-
blemente, las había provocado el
escorbuto.

Primeras noticias de la vuelta al


mundo Ilustración 16. Guanaco. (Fotografía de Marce-
lino González)
A poco del regreso de Elcano con
la Victoria, la noticia se supo en toda
Europa. En primer lugar, el rey Carlos I lo supo por la carta que le escribió el
propio Juan Sebastián el 6 de septiembre de 1522, a la llegada a Sanlúcar de
su gran viaje: «… y más sabrá V.M. de aquello que más debemos estimar y
tener es que hemos descubierto y dado la vuelta a toda la redondez del mundo,
que yendo para el occidente hayamos regresado por el oriente»31.
Antonio Pigafetta, tras su su regreso a España a bordo de la Victoria, andu-
vo por diferentes lugares de Europa dando noticia de la hazaña32. Primero visi-
tó a Carlos I de España, y a continuación se entrevistó con Juan III de Portu-
gal, con Luisa de Saboya (reina regente de Francia y madre de Francisco I) y
con el gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén.
Pero la mayor parte de los europeos tuvieron noticias de la expedición de
Magallanes-Elcano y de la primera vuelta al mundo gracias a la «Carta escrita
por Maximiliano Transilvano…», por la que se interesó el obispo Francisco
Chieregati, que había sido preceptor de Pigafetta33. En cuanto obtuvo una
copia, Chieregati la envió al editor Minitius Calvus, en Roma, que la publicó
en noviembre de 1523, al año siguiente del regreso de Elcano con la Victoria.

(30) Ibídem, Relación de Ginés de Mafra, p. 182.


(31) Ibídem, «Carta de Juan Sebastián de Elcano al Emperador…», p. 12.
(32) CARDONA COMELLAS: art. cit., p. 253.
(33) La Primera Vuelta al Mundo, p. 14.

47
Aquella primera edición obtuvo un éxito tal
que en poco tiempo se hicieron muchas
reediciones que propagaron por Europa la
noticia.

A modo de resumen y conclusión

De los 239 hombres de la expedición de


Magallanes-Elcano que salieron de España
en septiembre de 1519, al final regresaron
unos 88 en diferentes etapas. Trajeron consi-
go gran cantidad de información que obligó
a un replanteamiento de todos los conceptos
referidos a la Tierra, a su forma y al modo
de representarla; permitió tener un mejor
conocimiento del mundo en todos los aspec-
tos; derribó mitos, aunque propició que
nacieran otros; hizo al mundo «más peque-
ño»; abrió caminos por mar que unieron
naciones, regiones, Estados y continentes, y
dio pie al que iba a ser un gran comercio, un
enorme mercado y una vía de intercambio
cultural, artístico, de ideas, de conocimien-
tos, de relaciones humanas, de costumbres,
de religiones… que, entre otras consecuen-
cias, impulsó un mejor conocimiento del
mundo y sus gentes.
El regreso de Elcano con la Victoria
supuso la consolidación del primer tramo de
Ilustración 18. Elcano y la globalización. esa amplia vía que hoy llamamos «globali-
(Caricatura de Marcelino González) zación».

Bibliografía complementaria

BARREDA ALDÁMIZ-ECHEVARRÍA, Carlos: Nova imago mundi. La imagen del mundo después de
la primera navegación alrededor del globo, edición del autor, Madrid. 2002.
CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: La cartografía náutica española en los siglos XIV, XV y XVI, Conse-
jo Superior de Investigaciones Científicas, 1994.
FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Martín: Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por
mar los españoles desde fines del siglo XV III, IV y V, Editorial Guarania, 1945-1946.
FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Disquisiciones náuticas, Ministerio de Defensa, 1996.
PIGAFETTA, Antonio: El primer viaje alrededor del mundo. Relato de la expedición de Magalla-
nes y Elcano (ed., Isabel de RIQUER), Ediciones B, Barcelona, 1999.
RODRÍGUEZ GARAT, Juan: «Una nueva visión del mundo. ¿El comienzo de la globalización?»,
Revista General de Marina (agosto-septiembre de 2022), 263-271.

48
CRONISTAS DE LA PRIMERA
VUELTA AL MUNDO
Beatriz SANZ ALONSO
Universidad de Valladolid

«Pues como esta navegación sea tenida por admirable y jamás, en tiempo
alguno, desta nuestra edad ni menos de las edades pasadas de nuestros mayo-
res, no haya seído no solamente hallada otra semejante, pero ni aun tentada
por persona alguna, determiné de escrebir todo su curso...».

(Carta de Massimiliano Transilvano)

El 26 de octubre de hace quinientos años, a las dos naos que quedaban de


las del Maluco les sorprendió una tempestad tan pavorosa que fueron necesa-
rios tres santos: santo Elmo en la gavia, como un hachón; san Nicolás sobre la
mesana, y santa Clara sobre el trinquete para aplacarla, cuenta Pigafetta1.

«Falta por decir por dónde volvió la Victoria. Porque al cabo de tres años,
menos pocos días, contados desde su partida, volvió por otro camino, dejándose
en el viaje a todos los principales por sucesos infortunados. Pero esta empresa
inaudita hasta el presente y jamás intentada desde el principio del mundo, la llevó
a cabo esta nave, dando la vuelta a un paralelo entero, a toda la tierra. Si esto lo
hubiese realizado un griego, ¡qué no habría inventado la Grecia acerca de esta
novedad increíble! Dígase qué es lo que hizo la nave de los argonautas; la cual, sin
avergonzarse ni reírse, cuentan supersticiosamente que fue llevada al cielo. Si
reflexionáramos lo que hizo esa nave, saliendo de Argos al Ponto, llegó a Oretes.
Y Medea con sus héroes: Hércules y Teseo. Jasón no sé lo que hizo. La gente no
sabe aún qué fue de aquel vellocino de oro. Y el trecho de camino que hay de
Grecia al Ponto lo han aprendido los muchachos de las gramatiquillas. La uña de
un gigante es mucho mayor que esa distancia. (...).
Si yo hubiera de referir las cuitas, los peligros, la sed, el no dormir, el trabajo
miserable de estar sacando día y noche el agua que se les entraba por grietas y
agujeros, tendría que alargarme demasiado. Baste con esto: en aquella nave, con

(1) «Un sábado por la noche, 26 de octubre, costeando Beraham Batolach, nos sorprendió
una tempestad pavorosa; por lo que, invocando a Dios, arriamos todas las velas. De súbito,
nuestros tres santos se aparecieron, rompiendo la oscuridad: Santo Elmo coronó la gavia más de
dos horas, como un hachón; San Nicolás sobre la mesana; Santa Clara sobre el trinquete.
Prometímosles consagrar un esclavo a cada uno de ellos y entregar también a los tres su respec-
tiva limosna» (p. 127). La edición por la que cito es PIGAFETTA, Antonio: Primer viaje alrede-
dor del mundo (ed., Leoncio CABRERO), Historia 16, Madrid, 1985.

49
más agujeros que una criba llena de ellos, los dieciocho que trajo, más macilentos
que matalón rocín, dicen que anduvieron vagando en tantas vueltas, que navega-
ron catorce mil leguas aquí y allá»2.

Cuando la nao Victoria torna, dice el rey a los oficiales de la Casa de la


Contratación de Sevilla, en real cédula:

«... vos mando que, luego que esta recibáis, enviéis todos los libros y escrituras
que en esa Casa hobiere e quedaron al tiempo que se despachó el armada de que
fueron por capitanes Hernando de Magallanes y Juan de Cartagena, al descubri-
miento de la Especería y cualquier otra relación tocante a esto, así de salarios de
gente y mantenimientos como lo demás, tomando vosotros relación de todo ello,
para que tengáis cuenta de los salarios que se han de pagar a las personas que
fueron en la dicha armada y della han venido, y las otras cosas que convengan,
que vosotros tengáis. Y, asimismo, me enviad todas las relaciones y escrituras que
vos entregó el capitán Juan Sebastián Del Cano, capitán de la nao Victoria, y los
padrones y relaciones del viaje y descubrimiento que hicieron. Lo cual todo traiga
Domingo de Ochandiano, a quien yo envío por otra mi carta a mandar que venga a
mí para cosas de mi servicio. De Valladolid, a diez días de otubre de quinientos y
veinte y dos años. Yo el Rey. Por mandado de su majestad, Francisco de los
Cobos».

Asimismo, en acuse de recibo a la carta de Elcano, el rey le ordena que


«luego que esta [carta] veáys, toméys dos personas de las que han venido con
vos, las más cuerdas y de mejor razón y os partáys y vengáys con ellos donde
yo estouiere (...) y, cuando viniéredes, traeréys con vos todas las escrituras,
relaciones e autos que en el dicho viaje avéys fecho (...). 9 de noviembre de
1522». Así pues, tanto al monarca como a su cronista y a su secretario les
interesan dos acciones: una, recabar toda la información y todos los escritos
sobre el viaje y, otra, divulgar la gesta. Para recabar dichas noticias, tanto
Transilvano como Mártir de Anglería hablaron con cuantos volvieron de la
navegación. O sea, con los testigos.
A esos testimonios de vida se añaden, posteriormente, el diario de Ginés de
Mafra, la declaración de Martín de Ayamonte, la propia carta de Elcano, el
testimonio de los que tornaron en la nao San Antonio, el de aquellos que esta-
ban presos de los portugueses, y el derrotero de Francisco Albo. Noticia nove-
lada y posterior tenemos, asimismo, del veneciano Pigafetta, que quizá no
participara en el viaje, pero lo que sí es seguro es que trató con los marinos
que tornaron; marinos que habían tomado nota de usos, costumbres y lenguas.
Cuando fondeó la Victoria, en ella volvían los mejores navegantes del planeta;
los únicos que conocían la navegación del planeta entero.
Si bien tengo serias dudas sobre la participación en el viaje de Pigafetta, en
honor del rigor científico he de decir que, en uno de los documentos de
Fernández de Navarrete, este explica que en los «Apuntes de los gastos que

(2) MÁRTIR DE ANGLERÍA, Pedro: Décadas del Nuevo Mundo, «Quinta década», cap. VII.

50
causó la descarga de la nao Victoria. (Hállase en los Extractos de la colección
de D.J.B. Muñoz)», aparece un «listado de las cajas, costales, etc. que trajeron
particulares. Se nombran algunos de los que vinieron en la nao Victoria y son:
el capitán, el piloto, Juan Rodríguez de Huelva, Antonio de Pigaffetis …».
Ahora bien, aun sin dudar de que embarcara, de lo que no hay duda es de que
su relato no es veraz.

¿Quiénes fueron estos contadores de la historia y cómo la hemos conocido?

A Pedro Mártir de Anglería, en 1518, el monarca lo incorporó a los asuntos


indianos y le nombró consejero de Indias. Dos años más tarde le encomendó
las funciones de cronista real de Castilla, a partir del 5 de marzo de 1520, con
un sueldo anual de 80.000 maravedís. Como historiador del Nuevo Mundo, a
lo largo de más de treinta años compuso las Décadas de Orbe Novo, escritas
con carácter epistolar y dedicadas al cardenal Ascanio Sforza, el cardenal Luis
de Aragón, el conde de Tendilla (su protector), Adriano VI, el arzobispo de
Cosenza («para que se la entregue al Pontífice»), el vizconde Francesco Maria
Sforza (duque de Milán) y el papa Clemente VII.
Fue tal la capacidad de los españoles en viajes, descubrimientos y relacio-
nes con los indígenas, que en la Década tercera le escribe al papa León X:

«Beatísimo Padre: En este mundo sublunar, cuantas cosas dan a luz algo,
apenas lo han hecho, o cierran el útero, o por lo menos descansan durante algún
intervalo de tiempo. Pero nuestro Nuevo Mundo todos los días procrea y da de sí
nuevas producciones sin cesar, por las cuales los hombres de ingenio y aficiona-
dos a las cosas grandes pueden tener a mano continuamente con qué alimentar su
entendimiento. ¿A qué viene esto? dirá Vuestra Beatitud. Apenas yo había puesto
en orden lo que aconteció a Vasco Núñez de Balboa y a sus compañeros de armas
en la exploración del océano austral (para enviarlo a Vuestra Beatitud por medio
de Juan Rufo de Forli, arzobispo de Cosenza, y por Galeazzo Butrigario, Nuncios
de Vuestra Sacra Sede Apostólica, y en la actualidad despertadores de mi dormido
ingenio), cuando me encuentro con cartas de Pedro Arias, el que el año pasado
dijimos que se dio a la mar con un ejército y armada con rumbo a aquellas tierras
nuevas».

Esta inmensidad de lo nuevo, este mundo desconocido en el que todo es


posible es el que propicia que tanto sus coetáneos como nuestros contemporá-
neos tomen la novela de Pigafetta como un documento histórico.
No es Anglería un frío expositor de cuanto recoge con respecto al Nuevo
Mundo, sino que comenta los hechos, los compara e, incluso, expone con
sorna su parecer sobre algunos de los acontecimientos que relata. En las
Décadas explica las visitas que le hicieron y las cartas y documentos que
leyó con relación a cuanto se refiere en su obra, a los que agrega nuevas
referencias; incluso rectifica algunos errores cometidos por la vaga informa-
ción que le sirviera de fuente. Por primera vez, en sus escritos se recogen

51
palabras indígenas y nombres de lugares geográficos y de la fauna y flora
aborígenes.
Copias de las Décadas circularon entonces, tomándolas de los originales o
bien facilitadas por el propio autor, que después se fueron multiplicando. De
hecho, él mismo manifestaba al papa Clemente VII que tenía que remitirle sus
escritos enseguida, porque se veía obligado a «complacer a varones insignes
que me los piden». Y por eso, por la mucha difusión que tenían, también se
apropiaron otros de su obra, firmando como propia la obra ajena. Y así, dice:

«Por esto me maravilló de que cierto Luis Cadamusto, de Venecia, escritor de


las cosas de Portugal, haya escrito sin vergüenza acerca de las cosas castellanas:
Hicimos, vimos, fuimos; cuando ningún veneciano hizo ni vio nunca cosa ninguna
de aquellas. Todo eso lo ha entresacado y hurtado de los tres libros primeros a los
cardenales Ascanio y Arcimboldo, pensando que mis escritos no saldrían nunca al
público. Acaso también pudo haber visto aquellos libros en casa de algún embaja-
dor de Venecia; pues aquel ilustrísimo Senado envió hombres célebres a estos
Reyes Católicos y yo con mucho gusto les enseñaba mis escritos, y consentía
fácilmente que se sacaran copias de ellos. Como quiera que sea, el bueno de Luis
Cadamusto ha querido apropiarse el fruto del trabajo ajeno. Lo que escribió acerca
de los descubrimientos de los portugueses, que verdaderamente son admirables, si
es que los vio, como dice, o si de la misma manera lo sustrajo a las vigilias de
otro, no me toca a mí investigarlo. Vaya con Dios».

Maximiliano Transilvano era secretario de Carlos I y desempeñó un papel


nuclear en la promoción y organización de la expedición de la armada de la
Especiería y en el nombramiento del navegante Fernando de Magallanes
como capitán general y adelantado de la Monarquía Hispánica. Además,
divulgó el éxito de la primera circunnavegación por Europa, a raíz de la carta
enviada desde Valladolid, el 25 de octubre de 1522, a su protector, el cardenal-
arzobispo de Salzburgo y obispo de Cartagena, Matthäus Lang von Wellen-
burg. En palabras de Jesús Vegazo:

«La bahía de Sanlúcar de Barrameda, la legua 0, epicentro de las grandes


exploraciones del siglo XVI, se convirtió en el cosmódromo del Cinquecento euro-
peo. El eco mediático del regreso de la Victoria levantó una enorme expectación
en las cortes europeas. El humanista Corrado Vegerio o Wecker, colega del secre-
tario del rey, escribió el 23 de agosto de 1523, desde Roma, una epístola al juris-
consulto del Gran Consejo de Malinas, que es el más alto tribunal en los Países
Bajos de Borgoña, Francisco Cranevelt, en la que le comunicaba el desembarco de
la expedición de Juan Sebastián Elcano tras su retorno de las islas Molucas:

“Esto es lo que se trata de las Molucas. Cada día, Juan Sebastián, el comandan-
te de estos marineros, visitó a Maximiliano Transsylvanus y a su tío por alianza
con Cristóbal de Haro, ambos mis amigos íntimos. Les dijo, así como se hizo y
todos los detalles de la expedición. Al mismo tiempo, era lo mismo en otros luga-
res y en la corte. En cuanto a nosotros, habiendo aprendido que otros también se
preocupaban de grabar estas narrativas en letras y prepararlas para dirigirlas a los
amigos, se encuentren donde se encuentren, nos encargamos de que nuestra narra-

52
tiva fuera redactada lo antes posible, aunque con mucha agitación. Así, Maximilia-
no envió inmediatamente su carta, en forma de volumen, al cardenal de Salzburgo
en Alemania. Nuestra propia relación era más corta: se cobró el primer mensajero
que sale para transportarlo a los Países Bajos. Al hacerlo, solo tuvimos que
complacer a nuestros amigos con una anotación de un hecho nuevo y raro, no para
perseguir la más mínima ambición de editor. Por otra parte, nadie podría haber
contado todo esto con más elegancia o más cuidado que Transsylvanus”»3.

En realidad, lo que estamos viendo es que hay una ebullición de persona-


jes interesados en pedir noticias a los marinos que tornaron. Y seguro que se
las pedirían a los rescatados de Cabo Verde y a los supervivientes de la Trini-
dad, años después; no creo que, en ese momento, hubiera en la Corte
hombres más buscados, más requeridos y más invitados que los navegantes
de la Victoria.
Mientras que las noticias de la Victoria, en la obra de Anglería y de Tran-
silvano, se difundieron inmediatamente por toda Europa, otros testimonios
permanecieron ocultos por más tiempo. En la «Relación de expedicionarios,
su cargo y su sueldo» embarcados para la travesía (AGI) está registrado:
«Ginés de Mafra, marinero, natural de Jerez de la Frontera, marido de Catali-
na Martín, vecinos de Palos, ha de haber de sueldo a mil y doscientos marave-
díes por mes. Pagáronsele por sueldo de cuatro meses adelantados, cuatro mil
y ochocientos maravedíes». Y en la «Relación de la Gente que llevó al descu-
brimiento de la Especiería o Maluco», es el segundo en el listado de los mari-
neros de la nao Trinidad; pero su voz, la voz del piloto en su obra, no la
hemos sentido hasta 19204. Mafra, a bordo de su nao, deambula por las Molu-
cas hasta que los portugueses apresan a los diecisiete supervivientes de los
sesenta originales. Solo él, junto con Gonzalo Gómez de Espinosa y León
Pancaldo, lograron retornar a España. A su llegada, cinco años después, cuen-
ta su visión de los hechos en el interrogatorio al que le someten en Valladolid
y en el que el interés que prima es el comercial, el de la ruta y el de las espe-
cias, por encima del humano.

(3) VEGAZO PALACIOS, Jesús: Maximilian von Siebenbürgen (1485-1538): la cosmovisión


europea de la primera vuelta al mundo, Centro Virtual Cervantes.
(4) Dice el editor del Diario: «Pocos son los relatos que se conocen de aquella expedición
que realizó el descubrimiento de un paso del Atlántico al Pacífico y terminó dando la vuelta al
mundo. Por esto tiene interés la publicación de la presente obra, si bien es de sentir que como
se dice en el texto el autor era hombre de pocas palabras (aunque verdaderas). Se ha tomado de
un manuscrito de letra de mitad del siglo XVI, existente en la Biblioteca Nacional de Madrid, no
siendo el original sino una copia que hizo hacia 1542 persona curiosa, y forma parte de un libro
que contiene los relatos de otras expediciones. Se reproduce fielmente el texto, sin corregir ni
aun las erratas indudables. Margen y silencio operan sobre este relato, la voz de Mafra queda
depositada en anaqueles y esa “persona curiosa” que se apropia del texto para un proyectado
libro, es el único rastro lector. Pero además este primer y quizás único lector anónimo cumple
también el rol de editor: recibe de un “piloto”, hombre viejo, de pocas palabras y verdaderas,
términos con los describe a Mafra, quien “traía escrito de su mano por relación todo el suceso
de la armada de Magallanes, que como testigo de vista a todo se halló, y lo había escrito y lo
dio al autor, sabiendo de él que quería hacer de todo ello un libro”».

53
Al tornar, después de años de ausencia, encuentra que su mujer no solo ha
vendido todas sus pertenencias, sino que ha cursado todos los trámites para
que se le declare por muerto. El 12 de abril de 1527 entabla una demanda
contra ella porque «entretanto que él estuvo a nuestro servicio en el dicho
viaje, Catalina Martínez del Mercado, su mujer le hizo adulterio con otro e se
juntó y está con él so color quel dicho Ginés de Mafra era muerto».
El año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, de mil quinientos y
veinte y dos, el primer día de junio, llegó a la fortaleza de Malaca, que regía
Jorge de Alburquerque, un junco que traía a dos castellanos, que estaban como
esclavos de un tagalo en la isla de Timor, a los que tomó declaración. La
declaración de uno de ellos, Martín de Ayamonte, grumete que llegó en la nao
Victoria, se convierte para nosotros en otra crónica del viaje. Crónica que,
soterrada en los documentos del portugués Archivo del Tumbo, transcribió, en
1933, el historiador António Baião, y publicó en español, en 1936, la Revista
Chilena de Historia y Geografía5.
Noticia del viaje nos proporciona también el Derrotero de Francisco Albo,
piloto de la Trinidad, que recoge, como tantos diarios de navegación, las indi-
caciones precisas astronómicas, de vientos y corrientes, que serán necesarias
para otros pilotos que realicen la misma travesía. Pero, por ser diario de nave-
gación y no crónica, no lo trato en esta conferencia.

«Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el


primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridio-
nal una crónica rigurosa que, sin embargo, parece una aventura de la imaginación.
Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas
cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin
lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro
animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho
de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron
enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el
pavor de su propia imagen»6.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de


nuestras novelas de hoy, no es, ni mucho menos, el testimonio más asombroso
de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron
otros incontables. El Dorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en
numerosos mapas durante largos años, cambiando de lugar y de forma según
la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la eterna juventud, el
mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de
México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros
y de la que solo llegaron cinco de los seiscientos que la emprendieron. Uno de
los tantos misterios que nunca fueron descifrados es el de las once mil mulas,

(5) Tomo 87 (1936).


(6) GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel: «La soledad de América Latina», discurso de aceptación
del Premio Nobel, 1982.

54
cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para
pagar el rescate de Atahualpa y que nunca llegaron a su destino. Más tarde,
durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en
tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este
delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo.
Apenas en el siglo pasado, la misión alemana de estudiar la construcción de
un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá concluyó que el proyecto
era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era
un metal escaso en la región, sino de oro.
Transilvano, en su carta, comienza, como era habitual en los escritos de
ciencia –desde Plinio hasta el XVI–, con una descripción de qué es la Especie-
ría, dónde nacen las especias y en qué tipo de barca se transportan. Es decir,
comienza ya con un conocimiento adquirido, y a partir de él describe el viaje;
mientras que para los demás cronistas, como protagonistas que son, el periplo
se inicia en ellos mismos, y para Anglería, como historiador, la historia empie-
za con la audiencia del rey a Magallanes.
Los hechos los cuentan Transilvano, Mafra y Martín de Ayamonte. Y,
sucintamente, Mártir de Anglería. También tenemos hechos históricos en la
declaración de la nao San Antonio, a su vuelta a España, de la que Anglería
dice que «volvieron echando pestes del Magallanes». Que, por cierto, mal
podría ser la nave que llevaba los bastimentos, como a veces se afirma, pues
ellos testifican que «vinieron derechamente a este puerto [de Sanlúcar],
comiendo tres onzas de pan cada día porque les faltaron los bastimentos».
Sentados estos cronistas y estas crónicas, vamos a comparar algunos de los
acaecimientos que narran. Hay algunos hechos en los que no coinciden; por
ejemplo, en el castigo en San Julián. Los de la San Antonio dicen que Maga-
llanes dio tratos de cuerda a varios y los descoyuntó, incluido el capellán,
porque no quería revelarle los secretos de confesión. Ahorcó a Luis de
Mendoza y a Quesada y luego los descuartizó. Prendió a capitanes, contadores
y sobresalientes; torturó en el potro a un piloto que estaba haciendo un dibujo
de la derrota (como corresponde a su oficio). Y a Juan de Cartagena y al cape-
llán torturado los deja en «el negro puerto» con algo de vino y bizcocho, «que
los juzgan por más mal librados, segund la tierra donde quedaron, que a los
otros que hizo cuartizar».
Pigafetta y Anglería resuelven este suceso (de tamaña gravedad) en un
párrafo. En cambio, Transilvano le da tal importancia que arranca su descrip-
ción desde el inicio de las hostilidades y de las hambres, para pasar después a
la ruda respuesta de Magallanes en una arenga en la que llamaba a los tripu-
lantes castellanos quejicas y débiles, y más débiles que los portugueses;
diciéndoles que no tenían razón sus lamentos, pues no les faltaba agua, ni
comida, ni leña para calentarse (aunque varios perecieron de hambre y de
frío), y que, cuanto mayores fueran las penalidades, mayor sería el pago del
Emperador. Narra cómo se abrieron los odios y comenzaron las peleas entre
portugueses y españoles. En qué modo estos últimos afirmaban que Magalla-
nes, como portugués, no podría hacer nada que fuese glorioso para Castilla; es

55
decir, expone la absoluta desconfianza de los españoles en el capitán general,
los cuales estaban seguros de que les llevaba a la muerte.
Estos comentarios provocaron, en palabras de Transilvano, «la saña contra
los españoles», los castigos inmerecidos y desmesurados:

«E como algunos de los castellanos sintiesen con esto mucha graveza, hicieron
conspiración. Y levantose contra él un capitán de la una de las naos, con todos los
castellanos que en ella iban. [Y Magallanes] prendió al capitán [Cartagena] y a los
principales de la conspiración y, presos, los ahorcó luego, de hecho, de las antenas
de la nao, sin los oír y sin les guardar sus previllejios ni excepciones, porque sien-
do, como algunos dellos eran, oficiales del emperador, no podía, según derecho,
hacer justicia dellos, porque solo la persona del emperador o los señores de su
Consejo eran sus jueces y no él».

Es decir que, cuando se dice que Magallanes obró en ese modo porque
tenía el mando absoluto, no es verdad, porque dicho mando se debía a lo que
la ley castellana le permitía. Por lo tanto, cuando se justifica a Gómez de Espi-
nosa afirmando que en San Julián seguía las órdenes del jefe, pues era el
alguacil, esa justificación no tiene razón de ser; Espinosa no debería haber
permitido esta acción contra Cartagena por cuanto era contraria a la legisla-
ción de los Consejos de Castilla e Indias. Así pues, Magallanes mata y apresa
consciente de que no puede hacerlo; pero, como nos dicen otros cronistas,
«traía muy sobornados a los suyos».
Mafra, al relatar este suceso, dice:

«Y en la otra nao, que era la más preminente, iva por capitán un Juan de Carta-
gena, hombre valeroso y que, por su mal, traýa iguales poderes que el Magallanes
(...) que, para quitar de sobre sí aquella subjección, no siguiendo ninguna astucia
[excusa] sino muy abierta enemistad, quitó al Cartagena de su cargo de capitán.
Mandó luego hacer justicia de los dichos capitanes, a los cuales mandó hacer cuar-
tos, y entre ellos a Luis de Mendoza, aunque ya estaba muerto, y a Juan de Carta-
gena también. A un clérigo mandó desterrar y hechar en una isla, por darle mayor
pena viviendo. Mandaba Magallanes ahorcar a cuarenta hombres, de los más
honrados y amigos de los capitanes muertos. (...). Esta crueldad no consintió la
demás gente de la armada, yéndole a la mano al Magallanes; el cual viendo que no
podía salir con su intención, mudó consejo y proveyó la pena por otra menor».

O sea, no es que no los ahorcara porque los necesitaba para navegar, sino
porque se le levantaron en armas, le pusieron las armas en el pecho.
Martín de Ayamonte explica que a Cartagena y al clérigo los desterró.
Respecto a la desaparición de la San Antonio, declara que presumieron que
«el piloto Esteban Gómez, portugués, había tomado preso al dicho capitán
[Álvaro de Mezquita, primo de Magallanes] y había vuelto a buscar a Juan de
Cartagena y al clérigo».
¿Por qué no cuenta Pigafetta con todo lujo de detalle este hecho gravísi-
mo? ¿Porque estaba de parte de Magallanes, como se dice? ¿O porque, al no
estar presente, no lo podía explicar bien?

56
Mafra, lacónico, narra cómo los patagones huyeron de ellos; cómo Maga-
llanes ordenó que le trajeran a uno de los jóvenes para verlo; cómo, en perse-
cución de ellos, comieron carne que habían abandonado en la huida, durmien-
do al frío y «bebiendo nieve derretida en unos capacetes, sin más abrigo que
sus lanzas», y cómo volvieron de vacío y con un hombre menos, porque lo
habían matado de una lanzada en la pierna. Transilvano, por su parte, cuenta
una historia fantástica de cómo se alojaron con ellos. Y solo prendieron a uno,
«el cual se murió dentro de pocos días de puro coraje y sin comer ni beber». O
sea que mal podía contarle a Pigafetta las cosas de su vocabulario, ni las
costumbres funerarias, o que «también nuestro prisionero me informó con
ademanes de haber visto al demonio con dos cuernos en la cabeza y pelos
largos y lanzar fuego por la boca y por el culo».
Al llegar al Brasil, Juan Carballo rogó a Magallanes ir a buscar a su hijo
que, «si era vivo, lo tomarían», dice Mafra. Anglería, toda la travesía hasta el
río de Solís la resuelve en pocos renglones, sin especificar más que la derrota
a grandes rasgos. Y Pigafetta, por su parte, narra lo que comieron, el tipo de
animales y plantas, el intercambio de peines por pescado o por patatas. Cuenta
cómo es la gente del Brasil, cómo visten, dónde viven, las referencias y
comparaciones con Europa; o que comen carne humana. Y los usos de aquella
gente se los describe Ioanne Carvagio, piloto que anduvo antes cuatro años
por estas tierras.
Discrepan las noticias en la razón de la vuelta de la San Antonio: sus tripu-
lantes alegan las discordias con Magallanes y que no navegó por el cabo de
Buena Esperanza. Y en el ataque a la isla de Mactán, Martín de Ayamonte
explica cómo asaltaron dos veces la isla y que fue en el repliegue de la segun-
da cuando cayeron en unas trampas (unas cuevas) que los isleños habían cava-
do, y allí, sin posibilidad de defenderse, los mataron. ¿Pudo participar Piga-
fetta en esta empresa, como afirma él mismo? Es muy poco verosímil.
En la iglesia de los dominicos de Vicenza, el caballero Capra hizo poner
una lápida en la que se lee: PHILIPUS PIGAFETTA, PEREGRINANDI CUPIDUS, ET
ANTONII, GENTILIS SUI EQ. HIEROSOLIM, QUI PRIMUS TERRARUM ORBEM CIRCUMIIT,
GLORIAE EMULUS ABDITISSIMAS REGIONES ADIVIT ... Pero su hermano Felipe Piga-
fetta, que viajó a África y escribió una Historia de las Indias Orientales, no
menciona ni el viaje ni la obra de su hermano Antonio. Antonio, por su
parte, afirma en la edición italiana: «Partendome da Seviglia, andai a Vaglia-
dolit, ove apresentai a la sacra majesta de D. Carlo, non oro ne argento, ma
cose da essere assai apreciati da un simil Signore. Fra le altre cose, le detti
uno libro scripto de mia mano, de tucte le cose passate de giorno in giorno
nel viaggio nostro».
Ocho años después de la arribada de la Victoria, y cuando Elcano ya lleva-
ba tiempo muerto, Pigafetta publica una novela, a modo de crónica, en que
habla de lenguas, de gentes, de costumbres, de modas, de modos, de usos
funerarios, de hierbas oloríferas, de cortezas de árbol que cubren las vergüen-
zas, de canoas, del betel que se masca, del licor de arroz, de los palacios, de
los elefantes para allegarse a ellos, de pájaros carroñeros que no comen

57
animales si no los han descorazonado antes, de demonios, de murciélagos
grandes como águilas y de sabor a gallina, y de perlas grandes como huevos
de ellas. Por supuesto, si comparamos la verdadera travesía y las fechas de
ella que hace el piloto Albo en su derrotero, en su cuaderno de navegación,
con las que da el novelista, veremos enormes discordancias de millas maríti-
mas y de meses. Del mismo modo que puede comprobarse cuántos de los
hechos que vivió Pigafetta se extraen de otros libros de crónicas y de viajes.
Pero que sea cierto o no es lo menos importante. Porque en ese mundo de
descubrimientos españoles y portugueses, en esa base de literatura caballeres-
ca, en esa fascinación del desvelar, todo era posible. Era tan posible que,
cuando el rey don Manuel de Portugal escribe una carta a los Reyes Católicos
dándoles cuenta de todo lo sucedido en el viaje de Pedro Álvarez de Cabral
por la costa de África hasta el mar Rojo, les explica:

«Envió el navío a haber nuevas de la mina de Zofala, como ya detrás está


dicho, el cual es ya venido y me trujo información cierta de allá y así del trato y
mercadería de la tierra y de la gran cantidad del oro que allí hay. Y allí halló
nuevas que entre los hombres que traen el oro allí a cuestas, vienen muchos que
tienen cuatro ojos, dos delante y dos detrás. Y son hombres pequeños de cuerpo e
bermejos y diz que son crueles e que comen los hombres con quien tienen guerra y
que las vacas del rey traen collares de oro gruesos al pescuezo. Y cerca de esta
mina hay dos islas en que cogen mucho aljófar y ámbar»7.

Lo importante no es que todo fuera verdad. Lo importante es que se escri-


biera y se creyera y se difundiera y se cantara y se contara.

Bibliografía

BALDO, Italo Francesco: Circumdederunt, il mondo diventa grande: il viaggio di Ferdinando


Magellano-Juan Sebastiàn de Elcano, Il Sileno, 2021.
FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Martín: Colección de los viages y descubrimientos que hicieron
por mar los españoles desde fines del siglo XV: con varios documentos inéditos concernien-
tes a la historia de la Marina Castellana y de los establecimientos españoles en Indias,
Imprenta Real, Madrid, 1825-1837.
MÁRTIR DE ANGLERÍA, Pedro: Décadas del Nuevo Mundo (ed., E. O’GORMAN, y A. MILLARES
CARLO), Biblioteca José Porrúa, México, 1964.
PIGAFETTA, Antonio: Primer viaje alrededor del mundo (ed., Leoncio CABRERO), Historia 16,
Madrid, 1985.
—: La primera vuelta al mundo. Relación de la expedición de Magallanes y Elcano (ed., Isabel
de RIQUER PERMANYER), Alianza Editorial, Madrid, 2019. (Magnífica edición nueva de la
obra de Pigafetta.)

(7) FERNÁNDEZ DE NAVARRETE: Colección de viajes y descubrimientos, t. LXXVI, p. 70.

58
LA EXPEDICIÓN
DE JOFRE DE LOAYSA
Y LA MUERTE DE ELCANO

Mariano JUAN Y FERRAGUT


Capitán de navío retirado

Introducción

Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón cuando pretendía


llegar a la Especiería, el papa Alejandro VI repartió el mundo entre España y
Portugal, delimitando sus zonas de descubrimientos. Los límites de tal reparto
fueron modificados por el Tratado de Tordesillas, el cual estableció que el
hemisferio español era el situado a poniente del meridiano situado a 370
millas de Cabo Verde, y el portugués, el de levante.
Tras el avistamiento del Mar del Sur por Núñez de Balboa, se puso en
evidencia la existencia de un océano a poniente del Nuevo Mundo, y Magalla-
nes, portugués al servicio de España, convenció a Carlos V de que la Especie-
ría se encontraba en el hemisferio español y no en el portugués, y que se podía
llegar al Moluco por poniente, buscando un paso a través del Nuevo Mundo.
Así, en 1519 partió de Sanlúcar de Barrameda con trescientos hombres en
cinco naves. El hallazgo de tal paso (el actual estrecho de Magallanes) lo
condujo al Mar del Sur, al cual, tras una navegación muy placentera, se le dio
el nombre de océano Pacífico. Sobre tal denominación, la afamada historiado-
ra y buceadora Lola Higueras, ex directora técnica del Museo Naval, ha mani-
festado que un grupo de meteorólogos australianos, investigando acerca de las
condiciones climáticas de aquella época, han llegado a la conclusión de que el
inusual buen tiempo que encontró Magallanes fue debido a la coincidencia de
su travesía con el fenómeno denominado «el Niño».
La expedición magallánica atravesó ese inmenso océano y arribó a las islas
de San Lázaro, que luego se llamarán Filipinas en honor de Felipe II. Allí, en
las antípodas, se encontraron de nuevo la Media Luna y la Cruz.
En la isla de Cebú, Magallanes fue muy bien recibido: el sultán y su séqui-
to se dejaron bautizar y se declararon súbditos del Emperador. Pero el sultán
de Mactán, una pequeña isla próxima, no se quiso someter, y en su enfrenta-
miento con Magallanes, este encontró la muerte.

59
Filipinas y las Molucas. FUENTE: internet

Los dos barcos que quedaban, Victoria y Trinidad, navegaron a las islas del
Moluco, el legendario archipiélago de la Especiería. El sultán de Tidore juró
por Alá, sobre el Corán, eterna amistad al Emperador. Las dos naves se carga-
ron de especias; pero, a la hora de partir, la Trinidad empezó a hacer agua, y
Elcano, al mando de la Victoria, en contra de la opinión de sus subordinados,
decidió regresar navegando hacia occidente, es decir por el hemisferio portu-
gués. Tres años después de su salida, con solo dieciocho supervivientes arribó
a Sanlúcar, culminando así aquella gran aventura de la primera vuelta al
mundo. Por su parte, la Trinidad, una vez reparada, intentó regresar a América
por oriente, objetivo que no logró. Cansada de los vientos adversos, regresó a
Tidore y se rindió a los portugueses.
La gesta de Elcano reavivó los deseos del Emperador de disputar a Portu-
gal las Molucas. Para ello envió una armada de siete buques mandada por
Loaísa.

60
La expedición partió de La Coru-
ña. Fue la última empresa descubri-
dora del Pacífico que salió de España
–las siguientes partirían de la costa
occidental americana–.
Después de un accidentado viaje
en el que el Pacífico no hizo honor a
su nombre, los temporales dispersa-
ron los buques de Loaísa, este murió
en pleno océano y, seis días después,
también expiraría Elcano. Solo llegó
al Moluco una nave, con 155
hombres que disputaron a los portu-
gueses armas en mano el dominio
sobre las Molucas. En las antípodas,
España y Portugal libraron una larga
guerra poco conocida. Pero, por el Regreso a Sevilla de J. S. Elcano, de Elías Salave-
rría. FUENTE: Museo Naval
Tratado de Zaragoza, España renun-
ció a las Molucas por 50.000 duca-
dos. Los veinticuatro supervivientes de la Trinidad pasaron a Goa, en la India,
y no arribaron a Lisboa hasta 1536. El periplo había durado en total once
años. A Urdaneta, el más destacado de los supervivientes, se le incautaron
todas las notas tomadas y la información cartográfica que había elaborado.
Pero esto no fue un problema –todo lo anotado lo tenía también memorizado–
para que años después pudiese realizar el Tornaviaje.
Tras esta introducción, pasaremos a ocuparnos de Loaísa y después vere-
mos algunos de los aspectos más sobresalientes y novedosos de su expedi-
ción, como la razón de que los barcos zarpasen de La Coruña, quiénes eran
algunos de los hombres que embarcaron en ellos (con especial detención en
Rodrigo de Triana), la peripecia de la San Lesmes, o el testamento de Elcano y
la muerte de este y de Loaísa.
Y finalizaremos con don Julio Guillén Tato y el voto de la Santa Faz, pues
dentro de un mes se cumplen cincuenta años de la muerte de tan insigne mari-
no, académico de la Real Española y de la Real de la Historia, y director del
Museo Naval y de la Revista General de Marina. Todas estas instituciones
han programado actos en su recuerdo con ocasión de la efeméride, y por nues-
tra parte –por mi parte–, al final de la presente exposición le dedicaremos unas
modestas palabras a modo de homenaje.

Loaísa

Frey (el tratamiento de frey le viene de ser comendador de la Orden de San


Juan) José García Jofre de Loaísa nació en Ciudad Real (1490 o 1491), en el
seno de una noble familia.

61
Sus hermanos Juan y Álvaro eran,
respectivamente, obispo de Mondo-
ñedo y comendador de Paracuellos.
Otro de sus allegados, Francisco
García de Loaísa, era arzobispo de
Sevilla, confesor de Carlos V, presi-
dente del Consejo de Indias e inquisi-
dor general. Posiblemente por tales
influencias, y tras participar, en 1518,
en unas embajadas ante los sultanes
turcos Selim I y su hijo Solimán II el
Magnífico, obtuvo el cargo de jefe de
la flota que, por orden de Carlos I, se
estaba organizando en La Coruña.
Los fines principales del viaje
eran ocupar las Molucas y rescatar a
los tripulantes supervivientes de la
nao Trinidad, de la expedición de
Magallanes.
Como lugarteniente de Loaísa se
nombró a Juan Sebastián Elcano, sin
duda, por su experiencia, el marino
más adecuado para ocupar el puesto.
Juan Sebastián de Elcano según Ignacio Zuloa- Era uno de los pocos navegantes que
ga (1921). IV Centenario Vuelta al Mundo habían ido al Moluco y conseguido
volver, había comerciado con los
nativos de aquellas islas y, además,
sabía cómo actuaban los portugueses.
Además, como quiera que a Loaísa se le había ordenado quedarse en las
Molucas, en calidad de capitán general (cargo equivalente a virrey) de la colonia
que allí habría de formarse con dos de las siete naves, nadie mejor para coman-
dar el regreso al suelo patrio de las cinco restantes que el ilustre guetariano.

¿Por qué salió de La Coruña la expedición?

En 1520, aprovechando la estancia del joven rey Carlos I de España en


Santiago de Compostela –donde se convocaron Cortes para recaudar fondos
destinados a sufragar su coronación como emperador, que lo convertiría en
Carlos V de Alemania–, algunos notables locales solicitaron que se centraliza-
se en La Coruña todo el comercio de especias que iba a abrir la expedición de
Magallanes. Argumentaban que su puerto era muy seguro, que no tenía los
fueros que limitaran el poder de la Corona y, sobre todo, que era el más cerca-
no a los mercados de las especias del noroeste de Europa. El ya emperador
Carlos concedió a La Coruña (22 de diciembre de 1522) la licencia para la

62
Hemisferios español y portugués tras el Tratado Tordesillas

creación de la Casa de la Especiería. Este decreto fue un poco posterior al


retorno a España de la Victoria, tras completar la primera vuelta al mundo
bajo el mando de Elcano.
La expedición fue patrocinada por diversos armadores y comerciantes, y a
los que aportaron buques se les compensó con la supresión de impuestos. Uno
de los personajes que intercedieron para la creación de tal Casa fue Loaísa,
quien, junto con un poderoso grupo de comerciantes, se comprometió a sufra-
gar y liderar una expedición con objeto de tomar posesión para la Corona de
las islas Molucas.
La creación de la Casa de la Contratación de la Especiería supuso un
importante impulso económico para La Coruña, pero este impulso solo dura-
ría siete años, toda vez que en 1529, a raíz de la firma del Tratado de Zarago-
za, hubo de ser clausurada.

Los barcos de la expedición

La dotación completa de la expedición era de unos 450 hombres, y los


barcos que la componían, siete. Cuatro de ellos eran naos:

— S.a M.ª de la Victoria, de 360 t, mandada por Loaísa;


— Sancti Spiritus, de 240, bajo el mando de Elcano;
— Anunciada, de 204, bajo el mando de Pedro de Vera;

63
Primus circumdedisti me, de Augusto Ferrer-Dalmau (2019). Museo Naval de Madrid

— San Gabriel, de 156, mandada por Rodrigo de Acuña.

Completaban la armada dos carabelas (Santa María del Parral, mandada


por Jorge de Lara, y San Lesmes, bajo el mando de Francisco de Hoces), y el
patache Santiago, de 60 toneladas y al mando de Santiago de Guevara (cuña-
do de Elcano).
En cuanto los que embarcaron en ellos, es de destacar la presencia de
Andrés de Urdaneta, un joven adolescente guipuzcoano (diecisiete años) que
oficiaría de asistente/paje de Elcano; de tres hermanos de Elcano (Martín,
como piloto de la Sancti Spiritus; Antón, como segundo piloto en la Santa
María del Parral, más otro cuyo nombre no conocemos), un sobrino y un
cuñado; de dos miembros de la expedición de Magallanes (el tesorero Busta-
mante y el artillero Antón), y de Rodrigo de Triana, cuyo verdadero nombre
era Juan Rodríguez Bermejo, tal y como indican autores de reconocido presti-
gio como la investigadora norteamericana Alice B. Gould, y sobre el cual
trataremos más adelante.

Avatares de la expedición

Las siete naves salieron en la madrugada del 24 de julio de 1525. A lo


largo de la travesía del Atlántico, la expedición encadenó tormenta tras

64
Placa del Archivo de Simancas dedicada a miss A. Gould, quien consiguió la lista completa de
los componentes de las tres naves de la expedición colombina. FUENTE: internet

tormenta, lo que forzó a los barcos a separarse y reunirse sin cesar. Todos
ellos hicieron escala en una isla desierta que llamaron de San Mateo, la actual
Annobon (o de Añobueno, llamada así por los portugueses por haberse descu-
bierto un 1 de enero).
Ya en el continente americano, tras concentrarse en la ensenada de Santa
Cruz, la Sancti Spititus se perdió, por varada en el cabo de las Vírgenes. Sus
tripulantes y carga se repartieron entre las demás naves, y su capitán, Elcano,
y Urdaneta pasaron a la capitana.
La nao Anunciada salió hacia el Atlántico en un claro caso de deserción,
presumiblemente con la intención de llegar a las Molucas por el océano Índi-
co, pero nunca más se supo de ella. Las cinco naves restantes, debido a las
fuertes borrascas, tuvieron que volver hacia la ensenada de Santa Cruz, para
guarecerse y reparar averías. En este tiempo se produjo una nueva deserción:
la de la nao San Gabriel, que regresó a España por el Atlántico.
Las cuatro naves que quedaban cruzaron el estrecho tras 48 días de penosa
navegación, y el océano Pacífico, sin hacer honor a su nombre, las recibió con
una recia tempestad.
Un fuerte temporal volvió a separar a las cuatro naves, esta vez definitiva-
mente. El patache Santiago arrumbó a Nueva España, cuyas costas alcanzó en
julio de 1526; la Santa María del Parral embarrancó sin poder proseguir su

65
ruta, y de la San Lesmes no se tuvie-
ron más noticias. Tan solo continuó
camino de las Molucas la nao Santa
María de la Victoria, en la que nave-
gaban Loaísa, Elcano y Urdaneta,
dirigida por su piloto, Rodríguez
Bermejo.

Sobre Rodrigo de Triana o Rodrí-


guez Bermejo

Rodríguez Bermejo, por un error


de transcripción del escribano que
copió en Barcelona el Diario que
Colón entregó a los Reyes Católicos
tras su regreso en 1493, ha pasado a
la historia como Rodrigo de Triana.
De hecho, Rodrigo no es un nombre
de pila, sino una mala transcripción
del apellido «Rodrigues». La última
noticia certificada que tenemos de
Juan Rodríguez Bermejo data de
Reliquia de la Santa Faz de Alicante. FUENTE: 1525, actuando como piloto. Rodrigo
internet de Triana no consiguió llegar a la
Especiería con Cristóbal Colón, pero
a punto estuvo de hacerlo como miembro de la expedición a las Molucas de
Loaísa.

La derrota de la San Lesmes

La San Lesmes, capitaneada por Francisco de Hoces, había sido impulsada


fuera del estrecho. Tras la tempestad encontró vientos dominantes del norte
que la llevaron cada vez más al sur. Atravesó la Tierra de Fuego, hasta su
confín, y alcanzó los 55º, donde, según dijeron sus tripulantes, «les parecía
que allí era acabamiento de la tierra». Y no es de extrañar que lo tenían ante
los ojos les suscitara esa impresión, porque habían recalado en el llamado Mar
de Hoces, el fin del continente americano, y los acantilados que contemplaban
daban paso a otro estrecho interoceánico al que más tarde se denominará
«pasaje de Drake». Un siglo después (24 de enero de 1616) lo descubriría el
corsario holandés G. C. van Schoutten, quien lo bautizó con el nombre de su
nave, la Hoorn. Así pues, ya en 1526, la San Lesmes había descubierto la
Tierra de Fuego, el estrecho que se llamaría de Le Maire y hasta el cabo de
Hornos, aunque no pasó hacia el Pacífico. Los marinos de la carabela consig-

66
La armada mandada por el comendador don García Jofre de Loaísa. Grabado de Urrabieta

naron bien su descubrimiento y regresaron hacia el estrecho. La última noticia


sobre Francisco de Hoces, facilitada por el patache Santiago antes de que este
y la San Lesmes se separasen, fue que estaba enfermo y había tenido que ser
relevado del mando por su segundo, Diego Alonso de Solís. Por tanto, el final
de su vida resulta tan misterioso como el comienzo: aparece en la historia en
1525 y se esfuma en 1526.
Según la hipótesis de Navarrete, apoyada años después por el australiano
Langdon, la San Lesmes, al mando de Diego Alonso de Solís –para entonces
Hoces probablemente ya había muerto–, siguió rumbo hacia el centro del Pacífi-
co, hasta arribar a Tapuhoe (Anaa), una isla de las Tuamotu donde en 1929 se
encontraron cuatro cañones españoles del siglo XVI. Algunos expertos los identi-
ficaron como pertenecientes a la San Lesmes, cosa difícil de corroborar porque,
lamentablemente, se perdieron. Sin embargo, en 1969 aparecieron otros dos, y
el investigador australiano Robert Langdon cree que, en efecto, pertenecían la
carabela desaparecida. Según sus conjeturas, el barco encalló en los arrecifes, y
sus tripulantes tiraron los cañones para aligerar el peso. Conseguido su propósi-
to, siguieron navegando y desembarcaron marineros en un par de atolones antes
de alcanzar Nueva Zelanda. La huella genética de aquellos hombres, dice Lang-
don, explicaría por qué marinos como Fernández de Quirós o Cook encontraron
indígenas con rasgos raciales blancos, o la presencia en la zona de elementos
culturales occidentales como el hórreo, así como de abundantes topónimos
hispanos en la antigua cartografía de aquella costa este australiana. Otros inves-
tigadores afirman que doblaron el cabo de York, donde fueron hechos prisione-
ros por los portugueses y, muy probablemente, asesinados.
Sin embargo, existe otra hipótesis, formulada por el francés Roger Hervé. La
tripulación de la San Lesmes construyó otra embarcación más pequeña con la
que navegó hacia Nueva Zelanda y, de allí, hacia las costas del sur de Australia,
donde naufragó en Warnambool, en el lugar conocido como Mahogany Ship.

67
El testamento de Elcano

El día 26 de junio, la nao capitana,


Nuestra Señora de la Victoria, la
única que quedaba de la expedición,
con Elcano enfermo cruzó la línea
equinoccial. Poco después, a un grado
de la misma, el de Guetaria decidió
hacer testamento ante Íñigo Cortés de
Perea, contador de su majestad, y
siete testigos, entre los que estaba
Andrés de Urdaneta:

«In Dei nomine Amen. = Sepan cuan-


tos esta carta de testamento vieren, cómo
yo el capitán Juan Sebastián del Cano veci-
no de la villa de Guetaria, estando enfermo
de mi persona, é sano de mi entendimiento
é juicio natural, tal cual Dios nuestro Señor
me quiso dar, é sabiendo que la vida del
hombre es mortal, é la muerte muy cierta, é
la hora muy incierta, é para ello cualquier
Representación de Rodrigo de Triana en el
católico cristiano ha de estar aparejado
Muelle de las Carabelas (Palos de la Frontera, como fiel cristiano para cuando fuese la
Huelva). FUENTE: Wikipedia voluntad de Dios; por ende yo creyendo
firmemente todo lo que la santa iglesia cree
fue [fiel] é verdaderamente, ordeno é fago
mi testamento é postrimera voluntad: en la forma siguiente:

Primeramente mando mi ánima á Dios (...)


Item, mando á Mari Hernandez de Hernialde, madre de Domingo del Cano mi
hijo, cient ducados de oro, por cuanto seyendo moza virgen hube; y mando que le
sean pagados los dichos cient ducados dentro de dos años después que este mi
testamento fuera en España,
Item, mando que la hija que yo tengo en Valladolid de María de Vida Urreta,
que si fuera viva, que en cumpliendo cuatro años lleven á la dicha villa de Gueta-
ria, é la sostengan fasta que venga á edad de se casar …».

En relación con la estancia de Elcano en Valladolid, se trata probable-


mente del periodo más feliz de su vida. En aquella Corte estuvo muy bien
considerado, hasta el punto de que se le designó para asistir a las reunio-
nes hispano-lusas celebradas en Elvas y Badajoz para determinar la posi-
ción de las Molucas. También se desplazó con cierta frecuencia a las
Vascongadas con objeto de alistar buques y tripulaciones para la expedi-
ción de Loaísa.
Continuando con el testamento, se trasluce en él la piedad del testador y el
cariño entrañable a los sitios que le vieron nacer.

68
Se advierte igualmente la serenidad con que aguardaba la muerte, sin que
su inminencia turbase su espíritu ni le impidiera formar un minucioso inventa-
rio de sus bienes y considerar todas las eventualidades a la hora de repartirlos.
También podemos apreciar el cariño y respeto con que miraba a su superior,
Loaísa, de lo que podemos deducir que, si se amotinó contra Magallanes, no
fue porque su carácter fuese rebelde ni caprichoso, sino por la arrogancia y
poco tacto del portugués. Sus mandas también evidencian el amor hacia sus
hermanos, así como los sentimientos de amistad y afecto que le suscitaban sus
compañeros, en particular sus paisanos. Todos los testigos del testamento
fueron vascongados, y entre ellos se hallaban su cuñado Santiago de Guevara
y Andrés de Urdaneta.
La lectura del testamento de Elcano, en fin, nos facilita algunas noticias
curiosas relativas a su familia. Su madre era viuda, y Elcano tuvo dos herma-
nas y tres hermanos: Martín, que presenció su muerte y que en el testamento
aparece como el más querido; Antón, ayudante del piloto de la carabela
Santa María del Parral, y otro que no nombra, pero que se infiere iba en la
expedición.

Muerte de Loaísa y de Elcano

Pero Elcano se restableció, y la nave siguió su andadura y subió hasta los


4° N, donde se produjo el fallecimiento del capitán general, frey Jofre García
de Loaísa, el 30 de julio de 1526. De lo inesperado del suceso da cuenta el
hecho de que Elcano le hubiera nombrado uno de sus testamentarios. La cere-
monia de echar al agua el cadáver del general discurrió como de costumbre:
«Así como fue muerto, y con sendos Paternóster y Avemarías por su ánima,
echado su cuerpo al mar». Se abrió entonces la instrucción secreta prevenida
para el caso de que falleciera el capitán, la cual nombraba sucesor en el
mando de la armada a Juan Sebastián Elcano, quien, no obstante su relativo
restablecimiento, seguía gravemente enfermo.
Poco pudo hacer el guetariano en los días que antecedieron a su propia
muerte, salvo tratar de mantener a flote una nao que se hundía por momentos,
y alentar a sus tripulantes, al igual que él enfermos de escorbuto. Su única
actuación como capitán general fue proveer el cargo de contador general, por
muerte de Alonso de Tejada, en un sobrino de Loaísa, y el de piloto en su
hermano Martín. El contador ejerció su oficio durante solo cinco días, pues
también falleció (el 4 de agosto). Elcano le siguió dos días después, el 6 de
agosto, sin haber podido llegar a su objetivo y sin saber nada del resto de la
armada. Su deceso fue registrado por Urdaneta en el Diario con auténtico
laconismo: «Lunes a seis de agosto, falleció el magnífico señor Juan Sebastián
Elcano». Contrástese esto con lo que dijo Pigafetta cuando murió Magallanes:
«Murió nuestro guía, nuestra luz y nuestro sostén».
Al día siguiente, 7 de agosto, se celebró la ceremonia de arrojar al agua el
cuerpo del finado, que fue envuelto en un sudario y sujeto a una tabla con

69
cuerdas. Después, colocado en la
cubierta de la nave, mientras la mari-
nería, apenada, rezaba los paternóste-
res y las avemarías de rigor, se
amarró un peso al sudario. A una
señal con la cabeza del nuevo capitán
general, don Alonso de Salazar,
cuatro marineros apoyaron la tabla
sobre la borda y la inclinaron hasta
que el cadáver, por su propio peso,
inició su andadura hacia el mar, en la
que se sumergió dejando una estela
de espuma y burbujas. Cayó a plomo,
buscando el fondo más profundo del
océano, mientras algunos marineros
se santiguaban. No hubo músicas, ni
banderas, ni galas.

Don Julio Guillén y el voto de la


Santa Faz

Don Julio Guillén, notable alican-


tino, académico de la Española y de
Fray Andrés de Urdaneta. Fotografía de una
pintura original de Víctor Villán (monasterio de
la Real de la Historia, director del
San Lorenzo de El Escorial) Museo Naval y de la Revista General
de Marina, etc., al ver en el archivo
de Simancas el original del testamento de Elcano, se percató de que no se
había cumplido lo dispuesto en él: que veinticuatro ducados de su fortuna
fueran legados al monasterio de la Santa Verónica1. Y por ello organizó, para
la romería a la Santa Faz de 1944 –más de cuatro siglos después de la muerte
del guetariano–, un acto de cumplimiento de su última voluntad. Para ello
arribaron a Alicante, el 16 de abril, miembros de la Marina –cuatro días antes
de la Peregrina–, portando una lápida artística de mármol en la cual habría de
conmemorarse el cumplimiento del legado de Elcano, y un exvoto consistente
en una reproducción a escala de la nave Victoria.
El 20 de abril, a las ocho en punto, la comitiva partió de la Puerta
Negra de la colegiata, encabezada por los representantes de asociaciones
religiosas, entidades sociales y fieles de uno y otro sexo. Marchaban a

(1) «Item, mando por cuanto tengo prometido de ir en romería á la Santa Verónica de
Alicante, é porque yo no puedo cumplir, que se haga un romero, é mando para el dicho romero
seis ducados. Allende de ello mando que le sean dados al dicho romero veinte é cuatro ducados
para que los dé á la iglesia de la Santa Verónica, é traiga fé del prior é los mayordomos que
recibieren los dichos veinte é cuatro ducados …».

70
continuación los empleados de
Tabacalera2.
Miembros de la Armada portaban
la referida lápida de mármol. Seguía
la reproducción a escala de la nao
Victoria, cuyas andas eran portadas
por un marino de guerra, un marino
mercante, un representante de la
cofradía de pescadores y una laureada
regatista del Club de Regatas de
Alicante. Al exvoto le daban escolta
miembros del Consejo de la Hispani-
dad, que había delegado su represen-
tación en don Julio Guillén Tato. Tras
ellos desfilaba el almirante don Fran-
cisco Bastarreche, a la sazón capitán
general del departamento marítimo de
Cartagena, acompañado por un nutri-
do grupo de personalidades civiles,
militares y políticas, entre ellas el
alcalde de Alicante y el comandante Retrato de Vasco Núñez de Balboa (1475-1517),
de autor anónimo. FUENTE: bibliotecavirtual
de Marina, capitán de fragata Garat. defensa.es
Fue la romería más concurrida de
cuantas se habían celebrado hasta ese
momento; a ella acudieron más de 80.000 peregrinos, a los que había que sumar
las multitudes de fieles que, llenos de fervor, contemplaban el paso desde las
alturas cercanas. Tras el consabido alto en la finca Lo de Die, la comitiva llegó
al monasterio a las once, entre bailes de los nanos i gegants y a los sones de la
dolçaina y el tabalet.
La ofrenda estuvo a cargo del eminente charlista valenciano Federico
García Sánchiz, muy vinculado a la Armada tras la muerte, a bordo del cruce-
ro Baleares, de su único hijo, el adolescente Luis Felipe García Sánchiz-
Ferragut, marinero voluntario conocido por «el Doncel», a cuya memoria su
padre dedico varios libros. El eminente charlista, famoso por españolear en
Hispanoamérica, a lo largo de su vida recibió muchas distinciones (académico
de la Española, doctor honoris causa...), pero ninguna le mereció tanto apre-
cio como la de señalero honorario de la Armada. Y así, cuando le llegó la hora

(2) Sobre la presencia de tales empleados debemos aclarar que, en 1844, se produjo un
incendio en la fábrica de tabacos de Alicante. Por fortuna, las más de tres mil operarias logra-
ron salir de la fábrica sanas y salvas. Mientras contemplaban cómo el incendio convertía rápi-
damente en un montón de escombros la que había sido la tercera fábrica nacional de cigarros de
España (después de las de Sevilla y Cádiz), las cigarreras elevaron sus agradecidas plegarias al
cielo, en especial a la Santísima Faz –reliquia conservada, según creencia popular, en el cerca-
no monasterio del mismo nombre–, ya que todas habían salvado la vida merced a la milagrosa
intervención de dicha reliquia.

71
Peregrinación de la romería de Santa Faz (1944). FUENTE: internet (Archivo Municipal Alicante)

de la muerte, en 1964, y fue enterrado en El Toboso, su féretro fue portado por


marineros de la Armada.
El cumplimiento de la promesa de Elcano consiguió que, en aquellos años
de exaltación católica, la Peregrina, hasta entonces una devoción de alcance
meramente local, saltara las fronteras provinciales y llegara a ser conocida y
reconocida en toda España. Y hoy la romería de la Santa Faz es un fenómeno
de masas que aglutina a personas de diferente credo y extracción.
Al igual que el agua bendita, algo de especial debe tener la Santa Faz cuan-
do cataliza el fervor popular y cuando el mismísimo don Juan Sebastián Elca-
no la rememoró en sus últimos momentos. El guetariano, capaz de dar la vuel-
ta al mundo en un frágil barco, no pudo en cambio consumar un anhelo más
llano y menos intrépido: peregrinar al monasterio de la Santa Faz de Alicante.
Tuvieron que transcurrir 476 años para que este deseo, expresado en su
lecho de muerte, se hiciera realidad. Y así, en 2002, una representación de
sesenta miembros de la dotación del buque de la Armada española que lleva el
nombre del ilustre marino, encabezados por su comandante, el capitán de
navío alicantino Manuel Rebollo, entregó a las monjas clarisas, encargadas de
la custodia del venerado sudario, una medalla de plata, a título de símbolo de
las veinticuatro monedas que dispuso entregarles, póstumamente, Elcano.
El capellán del monasterio, Elías Juan Iborra, como maestro de ceremo-
nias, relató brevemente a los marineros la historia de la reliquia y del monas-
terio, cuyas dependencias han acogido a catorce reyes, desde Carlos I hasta
Alfonso XIII. Tras unas palabras de recuerdo hacia el célebre marino, el
comandante entregó a las monjas de clausura la medalla, que desde entonces
luce junto a la reliquia. Los marinos de la dotación presentes en el acto ento-
naron la Salve marinera como colofón de este.

72
EL ESTABLECIMIENTO
DE LA POSESIÓN
DE LAS MOLUCAS Y DE FILIPINAS

Enrique MARTÍNEZ RUIZ


Universidad Complutense de Madrid

En la dinámica política de Castilla y Portugal desde 1492 hasta 1530, hay


cuestiones fundamentales que tenían que dilucidarse, empezando por la
búsqueda de una nueva ruta hasta las Molucas en busca de las especias. Pero
el regreso de Elcano de la primera circunnavegación al globo abre una nueva
cuestión que demandaba un acuerdo: la de que a quién pertenecían esas islas y
en qué términos se debía establecer dicha propiedad, lo que entrañará a su vez
la disputa del archipiélago de San Lázaro o islas Filipinas.
La búsqueda de una nueva ruta que condujera a las islas Molucas fue un
estímulo permanente para las monarquías portuguesa y castellana. Los portu-
gueses la buscaron navegando por el Atlántico hacia el sur, y por el Índico
hacia el noreste, hacia la India. Los castellanos arrumbaron al oeste y se
encontraron con un obstáculo: un nuevo continente. En esa especie de carrera,
los castellanos descubrieron el Mar del Sur casi al tiempo que los portugueses
llegaban a la Especiería. Mientras estos se asentaban allí, los castellanos no
cejaban en el empeño de alcanzar aquellas deseadas islas, de forma que, dete-
nidos en su progresión por el continente americano, en la Corte ya se planteó
la cuestión de manera manifiesta en 1505, en la reunión de la Junta de Toro,
donde, además de considerar que el continente americano era un territorio
para colonizar, se pensaba también que, si se quería seguir en el camino hacia
las especias, había que sobrepasar ese obstáculo. A esa junta, el rey Fernando
el Católico convocó a Vicente Yáñez Pinzón, Américo Vespucio y Juan Rodrí-
guez de Fonseca, entre otros personajes, para tratar ese doble objetivo, que en
principio se encomienda a los dos marinos. Pero Pinzón quedó luego descarta-
do, pues ese mismo año capituló por su cuenta para dirigirse a otras tierras
donde no hubiera gobernador.
Pero Fernando el Católico, en 1506, renuncia el gobierno en favor de su
hija doña Juana I y de su esposo, Felipe el Hermoso, y se retira a sus dominios
italianos, de donde vuelve para asumir la regencia de Castilla en 1507, muerto
su yerno y ante la incapacidad de su hija para gobernar. Como la idea de
encontrar el paso se mantenía en su mente, volvió a convocar una junta, esta

73
vez en Burgos, en 1508. Allí acudieron Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, Juan
Díaz de Solís y Américo Vespucio, además de Fonseca. En la reunión se acor-
dó tomar medidas para potenciar el papel de la Casa de Contratación, enviar
unas expediciones para buscar el paso en Tierra Firme, y mandar empresas
colonizadoras a Veragua y el Darién.
En esa línea hay que situar el plan de Juan Díaz de Solís, plasmado en una
capitulación con Pinzón, de 23 de marzo de 15081, para buscar el paso2, y la
elaboración por Solís, en 1512, de un informe en el que afirmaba:

«Malaca se halla en el hemisferio español y estando la India en 400 leguas


dentro de los límites de este dominio, las islas de la Especiería correspondían con
mayor razón a España. Es lo que justifica el proyecto de Fernando el Católico en
que, además de la búsqueda del paso, pretendió enviar una expedición [Solís] por
el hemisferio portugués para delimitar las Indias mediante el trazado de la línea;
era un intento de cerrar el contencioso de la Especiería y una atención a los
progresos descubridores lusos»3.

La nueva expedición de Solís fue objeto de una capitulación firmada el 27


de marzo de 1512, pero finalmente se suspendió por la dura oposición portu-
guesa. Cuando llegaron las noticias de los descubrimientos de Francisco Serrão
en el sudeste asiático y de la llegada al Maluco, así como el descubrimiento del
Mar del Sur por Balboa, Fernando el Católico ordenó a Pedrarias Dávila, capi-
tán general de Castilla del Oro desde 1514 hasta 1526, que construyera unos
navíos en el Pacífico e iniciara su exploración. También llamó a Solís, para
realizar una nueva expedición a la Especiería; firmaron la capitulación el 24 de
noviembre de 1514, pero la expedición no pasó de la desembocadura de un río
donde Solís y parte de sus compañeros perecieron a manos de unos antropófa-
gos. Ese río, denominado en su día «de Solís», es hoy el Río de la Plata.
Fue el último proyecto que auspició Fernando el Católico. El siguiente
intento de encontrar el paso es el que culmina Elcano, del que se tiene noticia
el 6 de septiembre de 1522, cuando una nao desvencijada fondeaba en Sanlú-
car de Barrameda. Era la nao Victoria. Casi tres años antes había salido de
Sevilla junto a otras cuatro naos, y sería la única que culminaría el primer
viaje de circunnavegación. La Victoria llegaba cargada de especias. Su capi-
tán, Juan Sebastián Elcano, comunicó inmediatamente al rey, el ya emperador
Carlos V, el regreso de la expedición y el cumplimiento de la misión que se le
había encomendado, que no era otra que descubrir un paso que comunicara el
Atlántico con el Pacífico y encontrar una nueva ruta al Maluco.

(1) La capitulación en VAS MINGO, Marta Milagros del: Las capitulaciones de Indias en
el siglo XVI, Madrid, 1986, pp. 152-155.
(2) EZQUERRA, Ramón: «El viaje de Pinzón y Solís al Yucatán», Revista de Indias,
núm. 119-122 (1970), 217-238.
(3) CUESTA DOMINGO, Mariano: «La fijación de la línea –de Tordesillas– en el Extremo
Oriente», en RIBOT GARCÍA, Luis Antonio; CARRASCO MARTÍNEZ, Adolfo, y ADÃO DA FONSECA,
Luis (coords.): El Tratado de Tordesillas y su época III, Valladolid, 1995, 1483-1518, p. 1496.

74
Desde la Casa de Contratación de Sevilla se atendió inmediatamente a los
tripulantes supervivientes, que se habían sobrepuesto al cúmulo de adversida-
des que les habían sobrevenido en una travesía de casi 14.500 leguas. Con
ellos llegaron algunos malayos, que les habían ayudado en las faenas de a
bordo desde el inicio de la travesía por el Índico hasta la culminación del
viaje. Una lancha remolcó a la Victoria por el Guadalquivir hasta Sevilla,
mientras los recién llegados se reponían con frutas y alimentos frescos.
Carlos V reclamó a Elcano de inmediato en Valladolid, para que con dos
compañeros del viaje acudiera a informarle de todo lo sucedido; y allá que
se encaminaron él, Hernando de Bustamante y Fernando Albo. La urgencia
del emperador era comprensible, pues el viaje iba a tener amplia repercusión
en Europa, sobre todo en Portugal, ya que en 1512 António de Abreu y
Francisco Serrão habían alcanzado las Molucas y, con la llegada de los espa-
ñoles a aquellas latitudes, enseguida iba a replantearse lo acordado en
Tordesillas en 1494.
Acababa la mayor odisea naval vivida hasta entonces. Pero se iba a iniciar
una larga negociación entre las dos monarquías que se disputaban la posesión
de unas islas que, entonces, eran la mayor fuente de riqueza existente.

La difusión de la noticia y las primeras iniciativas carolinas

Aparte de los cauces diplomáticos, dos personajes tuvieron participación


directa en las noticias que recorrieron Europa dando cuenta del regreso de
Elcano y sus compañeros. Uno de ellos estaba directamente implicado en la
hazaña, pues era uno de los supervivientes; se trataba de Antonio Lombardero,
más conocido por la posterioridad como Antonio Pigafetta. El otro estaba
vinculado a la chancillería imperial como secretario de Carlos V: era Maximi-
liano Transilvano.
Pese al interés de Pigafetta en difundir la empresa en la que había partici-
pado, Transilvano fue más eficaz en su propagación, tal vez porque el prime-
ro, especialmente interesado en alcanzar fama, como él mismo confesó, y en
rentabilizar el éxito obtenido, en el que había participado, realizó una serie
de viajes y entrevistas que empezaron por el mismo Carlos V, y comenzó a
distribuir copias y escritos diversos sobre su relato del viaje. Este proceder
supuso un «retraso» en la obtención de sus objetivos, pues sus escritos pasa-
ron por diversas vicisitudes hasta que, a mediados de la década de 1530, se
hizo la primera edición en italiano, a partir de un texto francés publicado por
Simone Colines en París entre 1526 y 1535. Casi veinte años después, Ramu-
sio –quien es posible que fuera el traductor de la versión italiana– hizo una
reedición con pocos cambios y los mismos errores4. Hasta el siglo XIX, esa
versión del viaje de Pigafetta es la que se conoció por las reediciones de la

(4) R AMUSIO , G. B.: Primo volume delle Navigazioni et viaggi (3 vols.), Venecia,
1554-1559.

75
obra de Ramusio y por traducciones a diversos idiomas tanto de ella como de
la edición francesa5.
Transilvano (castellanización de su nombre, Maximilian von Sevenborgen)
se anticipó a Pigafetta aprovechando la privilegiada posición que tenía como
secretario de Carlos V. En 1520 había escrito en latín una obra en la que
describía la elección de Carlos I, soberano de los reinos españoles, como
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, al que acompañaba por
entonces en su séquito personal. Ya en Augsburgo, el 15 de octubre de 1522,
envió una carta al cardenal arzobispo de Salzburgo, Mateo Lang de Wellen-
burg, que también era obispo de Cartagena. La carta estaba escrita en latín, lo
que facilitó su difusión europea; además, Lang coincidió con el obispo Chie-
regati, pues ambos había sido comisionados pontificios para asistir a la Dieta
alemana. El obispo se interesó por la carta del secretario imperial, de la cual
consiguió una copia que remitió al editor romano Minitius Calvus, quien la
puso en circulación en 1523 en una edición de enorme éxito, como demues-
tran las reediciones que siguieron6.
Según se deduce de sus palabras, Transilvano debió de ser uno de los
presentes en la entrevista de Carlos V con Elcano y sus compañeros, y
también debió de hablar con Pigafetta, pues en su carta hay claras referencias
al relato de este. Es más: su obra, en realidad, no es sino un resumen del libro
del italiano. En una especie de preámbulo, Transilvano muestra poseer una
buena información sobre mitos, sucesos anteriores ocurridos en América y las
expediciones portuguesas al sur de Asia, queriendo así mostrar a Lang que
considera excepcional y único el viaje realizado por Elcano y la Victoria.
Por su parte, el ya emperador Carlos V tomó una serie de iniciativas
encaminadas a mostrar que las Molucas estaban en la zona castellana y, en
consecuencia, sobre esa convicción iba a actuar. Por eso, nada más volver
la Victoria, Carlos V reclamó para sí las islas de las Especias, pero también
las exigió Juan III de Portugal, invocando el tratado de 14927. Así pues, el
viaje de circunnavegación replantea la línea de demarcación establecida en
Tordesillas, de modo que los argumentos tendrían que descansar necesaria-
mente en la cartografía, que se convierte en un medio por el que los reyes
tratan de fundamentar sus derechos al tiempo que evidencian sus deseos
expansionistas8.

(5) Más información sobre las ediciones posteriores, por ejemplo, en el volumen J.S.
ELCANO, A. PIGAFETTA, M. TRANSILVANO, F. ALBO, G. de MAFRA y otros: La primera vuelta al
mundo, Madrid, 2018, pp. 188-189.
(6) Ibídem, p. 14.
(7) RUMEU DE ARMAS, Antonio: El Tratado de Tordesillas, Madrid, 1992.
(8) LACOSTE, Yves: La geografía: un arma para la guerra, Barcelona, 1977, evidencia el
empleo de la geografía en la política. Para el proceso del desarrollo de la cartografía en general,
BUISSERET, David: La revolución cartográfica en Europa, 1400-1800, Barcelona, 2004, y para
España en particular, CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: La cartografía náutica española en los
siglos XV, XVI y XVII, Madrid, 1994. También SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Antonio: La espada, la cruz y
el Padrón. Soberanía, fe y representación cartográfica en el mundo ibérico bajo la Monarquía

76
En diciembre de 1522, Carlos V tomó una decisión importante en conso-
nancia con el deseo de incorporar las Molucas a sus territorios y atendiendo
una petición que se le habían hecho en 1520, cuando recaló en La Coruña para
embarcar hacia Alemania al ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico. Aprovechando la tesitura, Fernando de Andrade y otros nobles
gallegos pidieron que se centralizase en la ciudad el comercio con las especias
que, presumiblemente, se abriría con la expedición de Magallanes y Elcano,
que había zarpado el año anterior con ese destino; argumentaban para ello las
excelencias del puerto coruñés, donde no existía ninguna cortapisa para el
poder de la Corona, dada la inexistencia en la ciudad de fueros y libertades
especiales; además, su posición era mejor que la de Sevilla en relación con los
mercados del norte de Europa para la venta de la especias.
Carlos V decidió atender las peticiones gallegas el 22 de diciembre de
1522, unos meses después del regreso de la Victoria, autorizando la creación
de la Casa de Contratación de la Especiería9. Bernardino Menéndez fue
nombrado tesorero, y Cristóbal de Haro, el banquero que había aportado
1.880.126 maravedíes de los 8.751.125 presupuestados para el viaje de circun-
navegación, factor. La creación del nuevo organismo tuvo como consecuencia
la concesión del monopolio especiero a Haro y al grupo financiero burgalés10.
En realidad, el factor, con el prelado Juan Rodríguez Fonseca, consejero
áulico, y Francisco de Valenzuela, ya había participado en el financiamiento
de otra expedición para el caso de que la de Magallanes y Elcano no encontra-
ra el paso del Atlántico al Pacífico. Nos referimos a la de Gil González Dávila
y Andrés Niño, a quienes se encomendó que se dirigieran a la costa panameña
actual, cruzaran el istmo e intentaran descubrir una ruta a las Molucas. Los

Hispánica, 1503-1598, Madrid, 2013, y el libro colectivo coordinado por MORENO MARTÍN,
José María: Dueños del mar, señores del mundo. Historia de la cartografía náutica española,
Madrid, 2015. También SZÁSZDI LEÓN-BORJA, István: «Las Casas de la Contratación en la pers-
pectiva de la primera mitad del siglo XVI. El caso de Laredo y de La Coruña», en GARCÍA
HURTADO, Manuel-Reyes; GONZÁLEZ LOPO, Domingo L., y MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, Enrique
(eds.): El mar en los siglos modernos II, Santiago de Compostela, 2009, pp. 393-400, e ÍDEM:
«Armadas, Consulados y Casas de la Contratación. La lucha hispana por el desarrollo de
nuevos mercados y la creación de instituciones supremas del mercantilismo (1503-1529)», en
e-Legal History Review, núm. 31 (2020).
(9) CUESTA DOMINGO, M.: «La Casa de la Contratación de La Coruña», Mar Océana.
Revista del Humanismo Español e Iberoamericano, núm. 16 (2004), 59-88, y SZÁSZDI LEÓN-
BORJA, I.: «La Casa de Contratación de Sevilla y sus hermanas indianas», en ACOSTA RODRÍ-
GUEZ, Antonio; GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Adolfo Luis, y VILA VILAR, Enriqueta (eds.): La Casa
de la Contratación y la navegación entre España y las Indias, Sevilla, 2003, 101-128; ÍDEM:
«La Casa de Contratación de La Coruña en el contexto de la política regia durante el reinado
de Carlos V», Anuario da Facultade de Dereito da Universidade da Coruña, núm. 12 (2008),
905-914.
(10) Para los negocios financieros y comerciales del grupo, SAGARRA GAMAZO, Adelaida:
«El grupo de Burgos y la esclavitud», en XXI Coloquio de Historia Canario-Americana, Las
Palmas de Gran Canaria, 2014, y «La empresa del Pacífico o el sueño pimentero burgalés
(1508-29)», Revista de Estudios Colombinos, núm. 9 (2013), 21-36. También RAMOS PÉREZ,
Demetrio: «El grupo financiero de Burgos en el momento que dominó la empresa ultramarina»,
en I Jornadas de Historia Burgos y América, Burgos, 1992, 131-157.

77
expedicionarios salieron de Sanlúcar de Barrameda una semana antes que
Magallanes y Elcano, cruzaron el istmo, y con los barcos construidos en el
Pacífico, en lugar de rastrear la costa mil leguas hacia el oeste como estaba
previsto, arrumbaron hacia el norte y no consiguieron más que explorar la
costa oeste americana, y eso ya en 1522.
Como ninguna de las dos monarquías estaba dispuesta a ceder en sus
pretensiones sobre las Molucas, era preciso eliminar las discrepancias y
encontrar una solución. Con este objetivo, en febrero de 1524 se reúne en
Vitoria una junta que acuerda designar un grupo de astrólogos y pilotos para
que establezcan por dónde pasaba la línea de Tordesillas en aquella parte del
globo. Este acuerdo precedió a las reuniones de otra junta en Elvas-Badajoz,
entre marzo y mayo, en la que se trataría dónde representar mejor el meridia-
no divisorio (si sobre un globo o sobre una carta plana), cómo situar en la
superficie elegida las islas de Cabo Verde, y desde cuál de ellas medir las 370
leguas acordadas en Tordesillas. Las negociaciones continuaron nombrando
cosmógrafos, expertos y jueces que fallaran el pleito.
La parte española la integraban Juan Sebastián Elcano, doce marineros de
la Victoria, fray Tomás Durán, Juan Vespucio, Sebastián Caboto y Diego
Ribero, además de Hernando Colón. La representación portuguesa no era
menos cualificada y experta; en ella se destacaban Simão Fernandes, Simão
Tavira, Bernardo Pires y Tomás de Torres, profesor universitario de astrología
en Lisboa. Se acordó que la primera reunión tuviera lugar en el río Caya, a
mitad de camino entre Elvas y Badajoz, y que las siguientes se desarrollaran
de manera alterna en una y otra ciudad, jurando los comisionados tratar y
decidir de común acuerdo. Su preocupación fundamental era la determinación
del meridiano de Tordesillas en ambos lados del globo, para fijar con exacti-
tud la ubicación de las Molucas, pero eso tropezaba con el gran problema de
determinar la longitud.
Ambas partes argumentaban en su propio beneficio, reprochando a los
contrarios la manipulación de datos y de representaciones cartográficas, pues
si los portugueses acusaban a los castellanos de hacer pasar el contrameridia-
no bastante más allá de Malaca, hasta el Ganges, los castellanos les reprocha-
ban alterar las distancias y falsificar las cartas11. A lo largo de abril se debatió
a fin de encontrar una solución, para lo que se había fijado un plazo que expi-
raba el 31 de mayo. Transcurrido este plazo sin llegar a un acuerdo, prosiguie-
ron los intentos de ampliar los asentamientos en el Maluco, los castellanos en
Tidore y Gilolo (Halmahera), y los portugueses en Ternate. Es curioso que el
conocimiento real de las dimensiones de la tierra se produjera sobre la base de
dos fracasos (Colón no llegó a las Indias, pues tropezó con América, y Maga-
llanes no alcanzó las Molucas) y un éxito imprevisto (que Elcano diera la
vuelta al mundo)12.

(11) CUESTA DOMINGO, M.: «La fijación de la línea de Tordesillas...».


(12) SOLER, Isabel: El sueño del rey. Viajes y mesianismo en el Renacimiento peninsular,
Madrid, 2015.

78
El recurso a la cartografía

Dadas las circunstancias, recurrir a la cartografía para basar en ella los


respectivos argumentos parecía lo más lógico, pese a que aún se quería mante-
ner en secreto todo lo relacionado con los avances que ambas partes habían
realizado en la navegación y el conocimiento de los espacios que sus navíos y
marineros recorrían. La inquietud de que los avances conseguidos por uno de
los rivales llegaran a conocimiento del otro fue constante y quedó claramente
de manifiesto en los prolegómenos de la salida del primer viaje de circunnave-
gación. La presión portuguesa sobre Magallanes y Ruy Falero para que regre-
saran a Lisboa y no zarparan hacia el Maluco fue intensa, pues don Manuel I
quería su vuelta, máxime cuando, desde Sevilla, su agente Sebastián Alvares
le informaba de que, además de los cuadrantes, esferas, agujas y demás instru-
mentos de navegación que Magallanes y Falero habían llevado, en la Casa de
la Contratación sevillana también se construían tales instrumentos. También le
informó de que los mapas realizados por Diego Ribero, otro portugués al
servicio de Castilla, tenían como referente una carta y un globo que había
empezado Jorge Reinel y terminado su padre, Pedro Reinel, donde estaba
dibujado el Maluco, y que Jorge Reinel estaba trabajando en Sevilla, colabo-
rando en los preparativos de la expedición de Magallanes13. Hasta es posible
que la información proporcionada por los portugueses fuera vertida en el
Padrón Real, el gran mapa donde se reflejaban los descubrimientos que se
iban haciendo en función de los informes y observaciones que los pilotos
daban al concluir sus viajes.
La «polémica cartográfica» se planteó en 1519, contenida en un planisferio
donde las Molucas están representadas en la parte española. Es una obra
anónima, atribuida a Jorge Reinel14 y conocida como el Kunstmann IV, del
que se hizo una edición facsímil en 1843. El original se perdió al término de la
Segunda Guerra Mundial. Realizado en Sevilla para defender los intereses
castellanos, a la izquierda están representadas las islas tan deseadas:

«Está ilustrado con muchas leyendas en latín con datos geográficos para infor-
mar de las tierras descubiertas por los españoles y portugueses al sur del cabo de
San Agustín, a poniente del Atlántico y separadas de Asia. No hay estrecho al sur
del Brasil, pero sí una extensión de mar que baña la costa de un cabo a la misma
latitud que el de Buena Esperanza. Por primera vez, el Ecuador está graduado en
grados de longitud y además se representa su perímetro completo; es decir el
mundo está desplegado sobre un pergamino bidimensional»15.

(13) CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: «Conjetura y realidad geográfica en la primera circun-


navegación a la tierra», en Congreso de Historia y Descubrimiento (1492-1556), Madrid, 1992,
137-192.
(14) Según CORTESÃO, Armando, y TEIXEIRA DE MOTA, Avelino: Portugaliae Monumenta
Cartographica (6 vols.), Lisboa, 1960, t. I, estampa 12.
(15) MANSO PORTO, Carmen: «La cartografía de la expedición Magallanes-Elcano»,
en Congreso Internacional de Historia «Primus circumdedisti me», Madrid, 2019, 272-299,
p. 281.

79
Imagen 1. Planisferio Kunstmann IV, h. 1519

Por lo demás, conocemos muy bien la cartografía que los expedicionarios


llevaban en su viaje de circunnavegación: veintitrés cartas de marear y dos
más que se hicieron para el rey:

«Algunas de las cartas fueron encargadas por Magallanes y Rui Falero a Nuno
García de Toreno y otras seis las mando hacer Rui Falero (…) también figuran
algunos instrumentos fabricados por Rui Falero: seis cuadrantes de madera y un
astrolabio de palo. Los demás instrumentos se encargaron ose compraron (…)
también participaron Juan Vespucio y Diego Ribero»16.

A partir del regreso de la San Antonio y de la Victoria, los pilotos y cartó-


grafos de la Casa de Contratación empezaron a actualizar el Padrón con la
información que habían conseguido durante el viaje17. La discrepancia sobre
la ubicación de las Molucas mantuvo la actividad cartográfica tanto en Sevi-
lla como en Lisboa. Al confirmar la esfericidad de la tierra, fue necesario
modificar el Padrón y cartografiar el globo con las nuevas informaciones
aportadas por la Victoria y los llegados en ella, y Carlos V llamó a García de
Toreno a Valladolid para que realizara una carta con la ubicación de las
Molucas.

(16) Ibídem, p. 282


(17) CEREZO MARTÍNEZ, R.: «Los padrones reales del primer cuarto del siglo XVI», en La
Casa de la Contratación y la navegación entre España y las Indias, 603-637.

80
Con una intención propagandística
inequívoca, el cosmógrafo hizo en
1522 un mapa de Filipinas y las Molu-
cas con las indicaciones que le oyó a
Elcano a su regreso del viaje18; la finali-
dad del mapa es manifiesta, pues sitúa
el sur de Asia, Malaca y las Molucas en
la parte española, al desplazar hacia el
oeste la línea de demarcación; en él
incluía ilustraciones del interior del
continente asiático que eran claras
pervivencias medievales. Pero también
de 1522 son dos cartas donde las islas
están en la zona portuguesa, atribuidas
a Pedro Reinel, cartógrafo portugués,
realizador de la carta plana más antigua
de Portugal (1485) y de la primera que
incluye las latitudes (1504).
A estos mapas siguieron otros en
apoyo de la postura castellana, como
el Planisferio anónimo de Turín y el
mapamundi de Juan Vespucio, ambos Imagen 2. Nuño García de Toledo: Carta del
de 1523, y García de Toreno y Diego sur de Asia y las Molucas (1522)
Ribero elaboraron otros que se repar-
tieron como regalo del Emperador. El
denominado Planisferio Salviati se atribuye a García de Toreno, es de 1525 y
lo regaló Carlos V al cardenal epónimo, oficiante de su matrimonio con Isabel
de Portugal en Sevilla. Diego Ribero fue el autor de denominado Planisferio
de Castiglione, también de 1525, que le fue regalado a Baltasar de Castiglio-
ne, uno de los personajes presentes en las imperiales nupcias.
El planisferio que realizó Juan Vespucio en 1526 se estima una copia del
Padrón Real, recoge detalles de los mapas anteriores y es una representación
de todas las tierras descubiertas hasta entonces. García de Toreno murió en
152619, lo que dejaba como único cartógrafo oficial a Diego Ribero, al que
algunos atribuyen el denominado Planisferio Weimar, de 1527, elaborado por
la real cédula de 1526 para la reforma del Padrón Real encargada a Hernando
Colón. Será completado dos años después por el mismo Ribero con otros dos
planisferios, fechados ambos en 1529, conocidos como del Vaticano y de
Weimar; en realidad, son más bien documentos diplomáticos que se realizaron
antes o después del Tratado de Zaragoza de 1529.

(18) El mapa se encuentra en la Biblioteca Real de Turín.


(19) Sobre el cartógrafo, ALONSO ROJO, José Miguel: «Nuño García de Toreno: el primer
cartógrafo de la Casa de la Contratación», Revista de Estudios Colombinos, núm. 16 (junio
2022), 29-39.

81
Imagen 3. Diego Ribero: Planisferio del Vaticano (1529)

Convencido de que era imposible establecer con precisión la línea de


Tordesillas en la zona asiática partiendo de la información que podían propor-
cionar cartas planas y globos terráqueos20, Juan III ordenó a sus representantes
que no aceptaran ningún argumento procedente de cartógrafos y cosmógrafos
castellanos, pues las islas pertenecían a Portugal de facto, por su presencia en
ellas desde hacía más de una década. Por su parte, Carlos V deseaba consoli-
dar la presencia castellana en Oriente y hallar una vía para llegar allí más
directa que la encontrada por Magallanes y Elcano, de manera que encargó a
Cristóbal de Haro que armara una expedición para buscar las Molucas, pero
por el noroeste. Esa flota zarpó de La Coruña en 1524 al mando de Esteban
Gómez, quien había formado parte de la expedición de Magallanes y, al no
estar de acuerdo con el proceder de este, desertó con la nao San Antonio cuan-
do exploraba la búsqueda del paso en América del Sur. Él y Jerónimo Guerra,
escribano del buque, depusieron al capitán, Álvaro Mezquita, y regresando
por la vía de Guinea, llegaron el 6 de mayo de 1521 a Sevilla, donde fueron
encarcelados y enjuiciados. Cuando regresó Elcano un año después, una vez
esclarecidos los hechos ocurridos en la circunnavegación, fueron liberados21.
Esteban Gómez recibió en 1524 el mando de la nueva expedición, de la que
regresó un año después tras explorar la costa este norteamericana desde el río

(20) Para el proceso general de la demarcación, SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Antonio: «De la


“cartografía oficial” a la “cartografía jurídica”: la querella de las Molucas reconsiderada, 1479-
1529», Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, http://nuevomundo.revues.org/56899;
DO:10.4000/nuevo mundo.56899.
(21) «Relación de varios acaecimientos sucedidos a la armada de Magallanes cuando iba
a la Especiería, y vuelta de la nao San Antonio el 8 de mayo de 1521, que surgió́ en el puerto de
las Muelas. ES.41091.AGI/29.2.8.1//PATRONATO,34,R.18», en Documentos para el quinto
centenario de la primera vuelta al mundo. La huella archivada del viaje y sus protagonistas.
Transliteración de los documentos originales a cargo de Cristóbal Beltrán, Sevilla, 2019-2022.

82
Hudson hasta la Florida. Sus informes permitirían a Diego Ribeiro cartogra-
fiar gran parte de ese litoral22.
En 1525, Juan Nicolás de Artieta y los burgaleses Diego de Covarrubias y
Juan de Mota consiguieron el respaldo oficial para una nueva expedición a la
Especiería, en cuya financiación participaron los Fugger, Cristóbal de Haro y
la Corona. Su mando recayó en el comendador fray Francisco García Jofré de
Loaysa. La compondrían siete naves y 450 hombres. El 24 de julio zarparon
de La Coruña para seguir la ruta abierta por Magallanes y Elcano. El 1 de
enero de 1527 llegaron a Tidore, donde ya estaban los portugueses; así empe-
zó lo que algunos llaman la «primera guerra colonial», en la cual los nativos
estaban implicados luchando en ambos bandos y en la que no nos vamos a
detener.
Otra de las iniciativas del Emperador estuvo inspirada en la tercera carta
de Hernán Cortés, fechada el 15 de mayo de 1522, donde el extremeño le
comunicaba que había iniciado la construcción de navíos y bergantines23.
Carlos V no había olvidado esta información, aunque tardó en hacer uso de
ella, ya que hasta el 20 de junio de 1526 no firmó una real cédula –en Grana-
da, recién casado– por la que ordenaba al conquistador que se adentrara en el
Pacífico «con una armada de cinco naos a nuestras islas de Molucas y otras
partes donde hay especiería que cae dentro de los límites de nuestra demarca-
ción para les encontrar»:

«La expedición encomendada a Álvaro de Saavedra Cerón tenía dos objetivos:


filantrópico el primero, cual era localizar las naves y auxiliar a los hombres que
habían participado en las anteriores expediciones hacia las Molucas y de los que
se carecía de noticia alguna [en el momento de firmar la real cédula no se tenían
noticias de la Trinidad ni de Loaysa y los suyos], pero pragmático el segundo (…)
tratar de hallar otras islas ricas en especias. El objetivo no era inocuo y consistió
en la búsqueda del establecimiento de una vía estratégica y logística de acceso
desde la Nueva España al Extremo Oriente, en viaje de ida y vuelta, única posibili-
dad para la Monarquía Hispánica de rentabilizar el gigantesco esfuerzo de comu-
nicar y controlar tan alejados territorios»24.

Del desacuerdo al entendimiento

Por esas fechas, en la península ibérica se estaba produciendo un giro de


180 grados en la relación de ambas cortes. Cuando Carlos hereda los reinos

(22) HUXLEY BARKHAM, Selma: «The Mentality of the men behind the sixteenth-century
Spanish Voyage to Terranova», en WARKENTIN, Germaine, y PODRUCHNY, Carolyn (eds.):
Decentering the Renaissance: Canada and Europe in Multidisciplinary Perspective, 1500-
1700, Toronto, 2001.
(23) HERNÁN CORTÉS: Cartas y documentos (intr., Mario HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA),
México, 1963, p. 191.
(24) LUQUE TALAVÁN, Miguel: «El tratado de Zaragoza de 1529 en su contexto histórico-
jurídico», en Primus circumdedisti me, Madrid, 2018, 345-362, pp. 351-352.

83
españoles, su matrimonio se convierte en una cuestión diplomática de primer
orden en la Europa de entonces, por la posibilidad de que sirviera para sellar
una alianza con Inglaterra o Francia. De hecho, Carlos había prometido al rey
inglés, Enrique VIII, desposar a su hija María. Pero los castellanos, que desea-
ban continuar la política de los Reyes Católicos para emparentar con la casa
de Avís, tenían clara preferencia por la solución portuguesa, por la que final-
mente se optó en 1525, siendo la elegida la infanta Isabel.
Por parte portuguesa también se habían iniciado negociaciones para buscar
esposa al rey Juan III, que había subido al trono en 1521, a la muerte de su
padre, Manuel I el Afortunado. La elegida fue Catalina de Austria, la hija
menor de Juana I de Castilla y de Felipe el Hermoso, hermana por tanto de
Carlos V. Catalina creció junto a su madre en su encierro de Tordesillas,
donde sufrió las privaciones y los malos tratos que les infligían los marqueses
de Denia, guardianes de la reina. La boda se celebró el 5 de febrero de 1525
en Salamanca.
Algo después, el 17 de octubre de ese año, se firmaron las capitulaciones
matrimoniales entre Carlos e Isabel, y unos días más tarde, el 1 de noviembre,
en el palacio portugués de Almeirim y por poderes, se celebró la boda, que
tuvo que repetirse el 20 de enero de 1526 debido a la necesidad de dispensa
pontificia –los esposos eran primos hermanos: Isabel era hija de María, y
Carlos, de Juana, ambas hijas de los Reyes Católicos–. Después, Isabel se
puso en camino hacia Sevilla, donde se reuniría con su esposo para celebrar la
boda ya con la presencia de los dos contrayentes. El enlace tendría lugar en la
catedral el 11 de marzo de 152625.
Los dobles desposorios entre ambas familias reales sirvieron para facili-
tar la consecución de un acuerdo sobre las islas en disputa, disputa que
venía arrastrándose desde tanto tiempo atrás. Las tensiones se fueron rela-
jando. Las relaciones entre las dos cortes mejoraron. Pero, para solventar el
contencioso, sería necesario abrir una mesa de diálogo. Antes, Diego Ribe-
ro26, cartógrafo portugués que desde 1518 estaba al servicio de la corona
española, había preparado un mapamundi sobre el que trabajar; su obra más
importante fue el Padrón Real de 1529, que se considera el primer mapa-
mundi científico, realizado sobre la base de las observaciones que se habían
ido reuniendo, procedentes de las expediciones de Magallanes y Elcano y de
Esteban Gómez. No están la Antártida ni Australia, pero sí las Malvinas y la
costa este de Norteamérica, así como la línea del Tratado de Tordesillas,
colocando las Molucas a 172,9 grados de ella; eso suponía por parte españo-
la la cesión de 7,5 grados. Así pues, la manipulación era posible, dada la impo-

(25) MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: «Una coyuntura internacional a propósito de un cuadro:


1526», en CALLADO ESTELA, Emilio (ed.): El advenimiento de la Casa de Austria a los reinos
hispánicos, Madrid, 2021, 207-230.
(26) LATORRE, Germán: Diego Ribero, cosmógrafo y cartógrafo de la Casa de Contrata-
ción de Sevilla, Sevilla, 1919, y VIGNERAS, Louis-André: «The Cartographer Diego Ribeiro»,
Imago Mundi, núm. 16 (1962), 76-83.

84
sibilidad de medir exactamente la longitud, y creíble por su aparente impar-
cialidad, habida cuenta de la exactitud con que estaban representados algu-
nos accidentes geográficos.

Zaragoza, 1529: el tratado

Reunidas las comisiones, la discusión tuvo varios centros de interés.


Aunque las conversaciones discurrieron distendidamente, no faltaron
complicaciones, hasta el punto de que estuvieron interrumpidas entre
diciembre de 1528 y febrero de 1529. En función de lo reflejado en el mapa
y del resultado de la reunión, Carlos V acabaría cediendo los territorios en
disputa.
Este resultado se ha tratado de explicar con argumentos diversos, pero
poniendo especial énfasis en la complejidad de la política internacional caroli-
na en aquellos años. El Emperador mantenía guerras simultáneas con Francia
y en Italia27, a lo que se debe añadir el ataque turco a Hungría y una asfixiante
falta de dinero, que ya se hacía notar en los primeros años de la década de
1520 y que, entre otras medidas, obligó a reducir los efectivos de las Guardas
de Castilla prácticamente a la mitad28.
Tales agobios económicos, junto al deseo de no entrar en conflicto con
Portugal y de poder dedicarse a una política europea cada vez más compleja,
eran por sí solos incentivos suficientes para poner fin a una disputa que se
había prolongado en exceso; y ello, unido a las dudas acerca de a quién
pertenecían realmente las Molucas, por la imposibilidad técnica de precisar
el trazado del meridiano en la zona en disputa, prácticamente impuso el
acuerdo para resolver, como se refleja en el articulado del tratado, «la duda
sobre la propiedad y posesión y derecho o casi posesión, navegación y
comercio del Maluco y otras islas y mares, lo cual cada uno de los dichos
señores Emperador y Rey de Castilla, e Rey de Portugal, dicen pertene-
cerles»29.
La primera redacción del tratado, con fecha de 17 de abril de 1529, no fue
ratificada por Carlos V, quien se negó a la inclusión del artículo 12, el cual
especificaba que el Emperador tenía que consultar la legalidad del acto con las
Cortes castellanas, que debían aprobarlo. Carlos se negó por razones políticas
y jurídicas, pues el rey tenía capacidad para derogar las leyes de Cortes;

(27) CABRERO FERNÁNDEZ, Leoncio: «El empeño de las Molucas y los tratados de Zarago-
za. Cambios, modificaciones y coincidencias entre el no ratificado y el ratificado», en El Trata-
do de Tordesillas y su época II, 1091-1132.
(28) MARTÍNEZ RUIZ, E., y PI CORRALES, Magdalena de Pazzis: Las Guardas de Castilla.
Primer ejército permanente español, Madrid, 2012, e ÍDEM e ÍDEM: «Un ambiente para una
reforma militar. La Ordenanza de 1525 y la definición del modelo de ejército del interior penin-
sular», Studia Historica. Historia Moderna, vol. 21 (1999), 191-218.
(29) RUMEU DE ARMAS, A.: El Tratado de Tordesillas, p. 298. Esta obra recoge la trans-
cripción íntegra del tratado de 1529 (pp. 298-308).

85
además, tal requisito suponía dudar de la autoridad real y entrañaba un riesgo
excesivo, pues una eventual negativa de las Cortes daría al traste con lo acor-
dado en la negociación, con el consiguiente alargamiento del conflicto. El
soberano consultó al Consejo de Castilla, el cual le aseguró que se podía pres-
cindir del acuerdo de las Cortes.
El texto primero, pues, fue rechazado; pero, recompuesto el artículo
conflictivo, un nuevo escrito fue ratificado el 22 de abril de 152930. El tratado
no se presentaría a las Cortes; para legalizarlo lo firmarían el Emperador y sus
representantes, equiparándose así a una real pragmática, lo que en la práctica
le confería la misma legalidad e importancia que si lo hubieran aprobado las
Cortes. Para que lo representaran, Carlos V dio un poder, firmado en Zaragoza
el 15 de abril de 1529, a Mercurino Gattinara; fray García de Loaysa, obispo
de Osma y confesor real; y el comendador mayor de la Orden de Calatrava,
fray García de Padilla. El emperador Carlos ratificaría el acuerdo en Lérida,
camino de Barcelona. Por su parte, Juan III hizo lo propio con su consejero y
embajador António de Azevedo Coutinho, mediante poder firmado en Lisboa
en 18 de octubre de 1528.
Juan III ofreció primero 250.000 ducados, oferta que Carlos V rechazó. El
Emperador contraofertó 500.000, cantidad que luego rebajó a 400.000, para
acabar aceptando la contraoferta portuguesa de 350.00031. Este resultado
contradecía las promesas de Carlos V a las solicitudes hechas por las Cortes:

«En las Cortes de Valladolid de 1523 y en las de Toledo de 1525 se había soli-
citado al monarca que no enajenase propiedades vinculadas a la Corona. Y especí-
ficamente en las Cortes celebradas en Valladolid en 1528, se había pedido al César
el sostenimiento de la especiería (…) a la que respondió garantizando su manteni-
miento»32.

En las conversaciones, un asunto especialmente espinoso, por sus implica-


ciones jurídicas y la resistencia portuguesa, fue el de la retroventa, derecho en
cuyo reconocimiento Carlos V tenía especial empeño y que finalmente obten-
dría, por más que nunca lo llegaría a ejercer.
El Tratado de Zaragoza, por un lado, venía a continuar una práctica
medieval: la de los repartos territoriales, que se habían desarrollado entre las
Coronas de Castilla, Aragón y Portugal y que se han señalado como prece-
dentes de los que se realizarían en los siglos XV y XVI33. Por otro lado, no

(30) PINO ABAD, Miguel: «El Tratado de Zaragoza de 22 de abril de 1529 como anticipo a
la conquista de Filipinas», en FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Manuela (coord.): Guerra, Derecho y
Política. Aproximaciones a una interacción inevitable, Valladolid, 2014, 25-44.
(31) Para las diferencias de los dos textos y demás pormenores, véanse CABRERO FERNÁN-
DEZ, L.: «El empeño de las Molucas…», y CUESTA DOMINGO, M.: «La fijación de la línea de
Tordesillas...».
(32) LUQUE TALAVÁN, M.: «El Tratado de Zaragoza de 1529…», p. 356.
(33) VALDEÓN BARUQUE, Julio: «Las particiones medievales en los tratados de los reinos
hispánicos. Un posible precedente de Tordesillas», en El Tratado de Tordesillas y su proyec-
ción I, Valladolid, 1973, 21-32.

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zanjó la cuestión, pues ante la imposibilidad de definir con precisión la longi-
tud, nada más firmar el tratado, Castilla se replanteó su exploración del Pací-
fico, y las expediciones que mantuvieron la presencia española en este océa-
no ya no saldrían de España, sino desde Nueva España y el Perú, centrando
la atención en la búsqueda de la ruta que permitiera navegar de oeste a este
(es decir, regresar desde Asia a América) y en el archipiélago de San Lázaro,
cuyo interés como productor de especias resultó una frustración, dada su
insuficiente producción. Además, la Casa de la Especiería de La Coruña fue
desmantelada.
Con tales perspectivas, no tardaron en surgir los problemas con Portugal, y
uno de los primeros choques se produjo con el viaje a Filipinas de Ruy López
de Villalobos34, que provocó el 20 de julio de 1543 la protesta del gobernador
portugués de la fortaleza de San Juan de Ternate, Jorge de Castro, quien alegó
que Mindanao estaba dentro de la zona portuguesa, según el tratado zaragoza-
no. Pero Villalobos replicó que no era así, de manera que la discrepancia
suscitó la cuestión de a quién pertenecía el archipiélago, renombrado islas
Filipinas en honor del príncipe heredero del Emperador35.
Ante la posibilidad de un nuevo conflicto, era urgente descubrir la ruta
del tornaviaje, lo que se consiguió a raíz de la expedición de Miguel de
Legazpi para la conquista de Filipinas36. En esa expedición iba Andrés de Urda-
neta, quien salió de Cebú mediando 1565 y, ascendiendo hasta los 42º N,
captó vientos y corrientes favorables hacia el este que lo llevaron a la costa
americana a los cuatro meses de zarpar, en los inicios de octubre del año
citado.
Desde Nueva España, Urdaneta fue a la Península para informar a Feli-
pe II, y su informe fue muy claro: aunque el archipiélago de las Filipinas aún
no se conocía bien, él no albergaba la menor duda de que, como las Molucas,
pertenecía a Portugal. El rey, queriendo cerciorarse de que el descubridor del
Tornaviaje estaba en lo cierto, recurrió al dictamen de los expertos:

«Los convocados fueron Alonso de Santa Cruz, Pedro de Medina, Francisco


Falero, Jerónimo de Chaves, Sancho Gutiérrez y el propio Andrés de Urdaneta.
Todos emitieron un “parecer conjunto” en el que declaraban que “las islas del
Maluco, islas Filipinas e isla de Cebú” se hallan dentro de la demarcación del rey
de España, según el tratado de Tordesillas, pero todas están comprendidas en la
cesión hecha a Portugal por la escritura de Zaragoza (…) La conclusión unánime
de los seis técnicos no fue bien acogida en la Corte, como era de esperar, y se

(34) Para esta expedición y las que se desarrollaron entonces en el Pacífico, MARTÍNEZ
RUIZ, E.: «La navegación por el Pacífico; de la nao Trinidad al tornaviaje de Urdaneta y sus
consecuencias», en V Centenario de la Expedición Magallanes-Elcano (III). La navegación por
el Atlántico, el Pacífico y el Índico. LXIV Jornadas de Historia Marítima, Madrid, 2022, 65-87.
(35) DÍAZ-TRECHUELO, M.ª Lourdes: «Filipinas y el Tratado de Tordesillas», en El Trata-
do de Tordesillas y su proyección I, pp. 232ss.
(36) PINO ABAD, M.: «El Tratado de Zaragoza de 22 de abril...», y HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-
BARBA, Mario: «Los convenios de Zaragoza», en El Tratado de Tordesillas y su proyección I,
pp. 81ss.

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buscó el modo de interpretar en beneficio de Castilla los términos en que estaba
redactado el convenio de 1529»37.

Portugal no desistió, aunque España ya había comenzado la ocupación


efectiva de las Filipinas, persuadida del derecho que le asistía a hacerlo. Y así,
en septiembre de 1568 Gonzalo de Pereyra, gobernador de las Molucas, arribó
con una escuadra portuguesa a Cebú, lo que fue el origen de un bloqueo luso
que se prolongó hasta fines de ese año y que los españoles pudieron superar
merced a la ayuda que recibieron del rajá de la isla.
Por supuesto, la conquista y exploración de las Filipinas por parte española
no se detuvo, pues el articulado zaragozano era interpretado de una manera
muy laxa, aprovechando el desconocimiento aún existente sobre la zona
disputada. Tal desconocimiento fue puesto de relieve por Francisco de Sande,
capitán general de Filipinas, quien el 7 de junio de 1576 escribía sobre la posi-
bilidad de conquistar China, territorio que, según él, estaba «dentro de la
demarcación castellana fijada en Tordesillas», como también lo estaban
«Borneo y las islas de los Lequíos y Japones, y llega hasta Malaca»38.
Cuatro años después de esta misiva, en 1580, Felipe II se convertía en rey
de Portugal, con lo que la cuestión entró en otra fase, toda vez que las relacio-
nes entre ambas partes se hicieron más estrechas; y, aunque aquel espacio
siguió siendo portugués de derecho, su dependencia y defensa correspondió a
la capitanía general de las islas Filipinas, desde donde se enviaron algunas
expediciones para defender las posesiones portuguesas de las agresiones de
los holandeses y de los poderes autóctonos.

(37) CABRERO FERNÁNDEZ: «El empeño de las Molucas…», p. 15.


(38) OLLÉ, Manel: La empresa de China. De la Armada Invencible al Galeón de Manila,
Barcelona, 2002.

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