Lxvi Jornadas de Historia Marítima
Lxvi Jornadas de Historia Marítima
V CENTENARIO DE LA EXPEDICIÓN
MAGALLANES-ELCANO (y IV)
El final de la expedición y sus consecuencias
CICLO DE CONFERENCIAS - OCTUBRE 2022
CUADERNO MONOGRÁFICO N.º 86
MADRID, 2022
MINISTERIO DE DEFENSA
INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS E INVESTIGACIÓN
LXVI JORNADAS
DE HISTORIA MARÍTIMA
V CENTENARIO
DE LA EXPEDICIÓN
MAGALLANES-ELCANO (y IV)
El final de la expedición y sus consecuencias
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pias, o por cualquier otra forma, sin permiso previo, expreso y por escrito de los titulares del
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5
INTERVIENEN EN ESTAS JORNADAS
José María BLANCO NÚÑEZ es capitán de navío retirado. Ingresó en la Escuela Naval Militar el
16 de julio de 1962. Embarcado en diferentes buques durante ocho años, ha mandado el draga-
minas Sil, la corbeta Diana, la fragata Cataluña y el buque de aprovisionamiento de combate
Patiño. Especialista en Comunicaciones, diplomado en Guerra Naval, Investigación Militar
Operativa, Altos Estudios Internacionales y Estudios Avanzados de Historia Moderna por la
Universidad Complutense, ha realizado asimismo el 78.º Curso del Colegio de Defensa de la
OTAN en Roma y el Curso Superior en el Instituto Superior Naval de Guerra de Lisboa. Posee-
dor de diversas condecoraciones militares nacionales y extranjeras, ha sido galardonado con los
premios Virgen del Carmen, Marqués de Santa Cruz de Marcenado y Almirante Ceballos, y
con el diploma de los Premios Virgen del Carmen y de los de la Revista General de Marina. Es
coautor de la obra Desvelando horizontes (3 tomos), sobre la primera circunnavegación del
globo. Miembro de número de la de la Real Academia de la Mar y de la Academia de las Cien-
cias y las Artes Militares, es académico correspondiente de la Real de la Historia, de la de la
Marina de Portugal y de la Almirante Brown de Buenos Aires. Es asimismo vocal de la Comi-
sión Española de Historia Militar y honorario de la Comisión Internacional de Historia Militar,
así como asesor del Instituto de Historia y Cultura Naval y miembro de la junta directiva del
Comité Español de Ciencias Históricas.
Marcelino GONZÁLEZ FERNÁNDEZ es capitán de navío retirado. Nació en Narón (La Coruña,
España) en 1943. Ingresó en la Escuela Naval de 1961, y es especialista en Armas Submarinas,
así como diplomado en Guerra Naval y en la Escuela de Defensa OTAN en Roma. Ha desem-
peñado diversos destinos y mandos en tierra y a flote, en España y en el extranjero (Estados
Unidos, Países Bajos e Italia). Desde enero de 2002 hasta marzo de 2008 (en que pasó a situa-
ción de retiro) fue subdirector del Museo Naval de Madrid, del que actualmente es consejero
colaborador, y es vicepresidente de la Real Liga Naval Española, numerario de la Real Acade-
mia del Mar y de la Asamblea Amistosa y Literaria, correspondiente de la Academia de Cien-
cias y Artes Militares, y vocal de la Junta Facultativa del Instituto de Historia y Cultura Naval y
de otras asociaciones culturales y artísticas. Dibujante, pintor e ilustrador, cuenta en su haber
con más de veinte exposiciones individuales y ha participado en numerosos certámenes y expo-
siciones colectivas y conjuntas. Ha impartido numerosas conferencias sobre historia naval,
historia del arte, temas de actualidad y filatelia en España, Chile, Colombia y Cuba, es articulis-
ta en diferentes revistas y ha colaborado en la edición de varias obras literarias. Es asimismo
autor de dieciséis libros, el último de los cuales, Vida en una nao del siglo XVI, se publicó en
abril del pasado año de 2022.
Beatriz SANZ ALONSO es profesora titular de la Universidad de Valladolid. Sus líneas de inves-
tigación incluyen Discurso marinero, Lexicología y lexicografía, Toponimia, Lingüística
comparada, Gramática del español, Lingüística del discurso e Historia de la lengua. Ha publica-
do dieciocho libros (alguno de ellos en colaboración), 39 artículos científicos, ocho capítulos de
obras colectivas y dos diccionarios: Diccionario de germanía y Diccionario del castellano
tradicional (en colaboración). Es profesora invitada en veintidós universidades extranjeras y en
diversas universidades, ayuntamientos y centros culturales españoles, y miembro correspon-
diente de la Real Academia de la Mar, la Academia Browniana Argentina, la Academia
Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial y la Academia Argentina de Arte y Ciencias de la
Comunicación. Ganadora de la quinta edición del Premio de Historia Naval, que convocan la
Fundación Alvargonzález y la Librería Náutica Robinson, es realizadora y directora del progra-
ma Los mares relatados, de Radio 5 de Radio Nacional de España, y consejera colaboradora
del Instituto de Historia y Cultura Naval.
7
de la OTAN. Ha sido jefe del Estado Mayor de la Zona Marítima del Estrecho, de la Unidad de
Política Exterior de DIGENPOL y del Estado Mayor de Submarinos, y comandante de siete
buques de la Armada. También ha sido director de la Revista General de Marina (1998-2006) y
de Proa a la Mar (Real Liga Naval Española), vicepresidente de la Asamblea Amistosa y Lite-
raria, miembro de la Real Academia del Mar y del Foro de Pensamiento Naval, y consejero
colaborador del Instituto de Historia y Cultura Naval. Ha impartido conferencias en multitud de
ciudades españolas, en muchas capitales europeas y en Cuba y Filipinas, y ha sido comisario de
la exposición «El Galeón de Manila». Coautor de una decena de libros, entre ellos dos de los
tomos de la Historia militar de España de la Real Academia de la Historia, su último libro
publicado lleva por título La batalla de El Callao (2021). Además de estar condecorado con
cinco cruces del Mérito Naval, la Cruz del Mérito Militar y la del Mérito Aeronáutico, está en
posesión de la Medalla de Estamento de la Nobleza del Mar, el Ancla de Oro de la Real Liga
Naval Española y los diplomas de la Revista General de Marina y de Amigo de la Infantería de
Marina.
8
LA VUELTA POR EL ATLÁNTICO,
LA LLEGADA A SEVILLA
DE J.S. ELCANO, Y SU VIDA HASTA
SU MUERTE EN LA MAR DEL SUR
9
Ribeira Grande (Cabo Verde). FUENTE: www.bing.com
(1) PIGAFETTA, Antonio: Primer viaje en torno del globo, Espasa Calpe (Austral), Madrid,
5
1963, pp. 142-143.
10
Sanlúcar (1567). FUENTE: www.bing.com
— somos los primeros que hemos dado la vuelta al mundo, desde un punto
al mismo punto navegando siempre hacia el oeste;
— la Especiería está en la zona española del Tratado de Tordesillas (esto lo
declarará ante juez Leguizamón en Valladolid);
— tenemos (tengo) que volver, para hacernos con el control de las especias.
11
Carta Polar
12
Carta de Juan Vespucio Carta de Nuño García de Toreno
13
Albo (piloto, natural de la isla de Quíos, en Grecia) y Fernando Bustamante
(de la Montaña santanderina, barbero y curandero), y de tres «malucos»2,
imitando lo que en su día había hecho Cristóbal Colón. También fue con él el
contramaestre Miguel de Rodas, aunque no para declarar ante el juez. No lo
acompañó Pigafetta, quien sin embargo, por su cuenta, también acudió a
Valladolid, a entregar su diario al Emperador. En este relato, el italiano se
muestra devoto de Magallanes, pero no cita a Elcano, lo cual resulta por lo
menos una ingratitud, pues fue el de Guetaria quien lo devolvió sano y salvo a
España.
Elcano llevó regalos al Emperador, entre ellos todo tipo de especias, aves
del paraíso obsequiadas por el rey de Tidore, y presentes de los reyes con los
que se habían firmado tratados de paz y de trato.
Los visitantes recibieron, además de escudos de armas, premios en metáli-
co: Juan Sebastián Elcano, quinientos ducados de oro, y los otros tres acompa-
ñantes, 50.000 maravedíes. Carlos V accedió a la exención de impuestos soli-
citada por Elcano en la carta citada más arriba, y como ya dijimos aceleró los
trámites para el regreso de los que habían quedado presos en Cabo Verde.
Sin embargo, la verdadera ganancia de la empresa provino del clavo que la
Victoria traía consigo en la bodega, cuya venta financió gran parte de los gastos
de la expedición, y de la que Juan Sebastián recibió 508.724 maravedíes. Pero el
Emperador no concedió ningún título al guetariano, ni hábito de orden alguna
como sí había hecho con Magallanes. Quizá esto se debiera al «pecado original»
de haber vendido su barco a unos banqueros, que en realidad no lo adquirieron
por compra, sino ejecutando una hipoteca que el Elcano no pudo afrontar.
Los visitantes declararon también en Valladolid y ante el mismo juez,
Sancho Díaz de Leguizamón. Tenían como precedente la declaración de Este-
ban Gómez (Estevão Gomes) ante el rey Carlos I de España cuando, tras
desertar con la San Antonio en pleno estrecho de Magallanes, llegó a Sevilla
tras meritísima navegación, y en su declaración denigró e hizo caer en desgra-
cia a Magallanes y Mezquita. Elcano debió de conocer, durante su estancia en
Sevilla, estas declaraciones de Gómez, que seguramente condicionaron las
suyas, como enseguida veremos.
Las declaraciones de Elcano y sus dos acompañantes ante el juez bachiller
Sancho Díaz de Leguizamo (o Leguizamón), del Consejo de S.M. y alcalde de
Casa y Corte, auxiliado por el escribano Juan de Garibay, se concretaron en el
siguiente cuestionario, que muestra cierto interés por hacer justicia, pero
también por los aspectos comerciales de lo que se ventilaba:
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3. ¿Por qué los castigos de San Julián?
4. Las penas impuestas ¿se debían al malestar por el nombramiento portu-
gueses?
5. ¿Por qué tanta demora en los puertos?
6. ¿Por qué no se rescató oro?
7. ¿Qué mercaderías llevaban los juncos chinos y se asentaron?
8. ¿Qué fue de los rescates dados a Carvalho?
9. ¿Eran veraces los asientos?
10. ¿Cuál era el peso del clavo?
11. ¿Pasaron clavo «bajo cuerda» o lo vendieron?
12. ¿Cuál fue el trasfondo de la muerte de Magallanes?
13. ¿Por qué no salvaron a los supervivientes del banquete?
Como se echa de ver, las preguntas 1-5 del cuestionario tratan de esclare-
cer los sucedido en San Julián; las 6-9 buscan aclarar por qué Magallanes
prohibió rescatar el oro y averiguar si se anotaron debidamente todas las
mercancías embarcadas; la décima y la undécima se centran en determinar la
razón de que el peso del clavo embarcado no coincidiera con el del desembar-
cado, y las dos últimas intentar fijar las circunstancias de la muerte de Maga-
llanes y de lo sucedido en Cebú y como consecuencia del banquete.
En sus respuestas a la primera y segunda pregunta del cuestionario, los
declarantes cargan decisivamente contra Magallanes. En relación con la
primera, Elcano asevera que el portugués tomaba decisiones sin consultar a
la «conjunta persona» (Juan de Cartagena), a la que ignoraba. No da porme-
nores sobre la detención de Cartagena, que fue entregado a Quesada, mien-
tras que Magallanes entregó el mando de la San Antonio a su primo Mezqui-
ta. Durante la travesía por aguas del golfo de Guinea surgieron discrepancias
por la ignorancia en que el jefe de la expedición mantenía a sus capitanes en
lo tocante a la derrota a seguir. También discreparon por la detención de un
contramaestre, quien, sorprendido en «pecado nefando» el mismo día del
arresto de Juan de Cartagena, sería finalmente juzgado y ejecutado. También
relata el guetariano el desacuerdo en la elección del lugar de invernada; los
capitanes querían un lugar menos frío y mandaron a Mezquita a convencer a
Magallanes, quien les contestó «que no quería obedecer sus requerimientos,
ni cumplir las instrucciones de S.M.». En cuanto a la muerte de Mendoza,
Elcano señala que su detención se ordenó por haberse destacado entre los
discrepantes, y que no le dio tiempo a entregarse porque antes Espinosa lo
apuñaló y mató.
Albo centró sus contestaciones en lo de San Julián, y declaró que Magalla-
nes había pagado a Espinosa (que era el alguacil mayor) y a cinco compañeros
porque lo que habían hecho «era en servicio de S.M.». Enseguida describe los
arrestos y castigos impuestos.
Bustamante insiste en las discrepancias en la derrota y dice que Juan de
Cartagena incluso preguntó a Magallanes: «¿Nos lleva a vender a tierra de
moros?» En la contestación a la 2 se ratifican en lo dicho.
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Respecto a los castigos de San Julián, a si las penas impuestas obedecían al
malestar por el nepotismo de Magallanes, y a la demora excesiva en los puer-
tos, Elcano insiste en lo anterior y añade: «... porque Magallanes dijo que
susodichos [capitanes] rebelaban a la gente (…) porque teniendo espías portu-
gueses tenía todos a mano y se haría lo que él quisiera». Y declara que, efecti-
vamente, había malestar porque Magallanes nombraba capitanes a sus parien-
tes y hacía con la armada lo que quería.
Albo se ratifica en lo dicho. Justifica la invernada, aunque dice que él aún
no era piloto; no obstante, sabemos que había comenzado su particular
cuaderno de bitácora cuando la recalada en cabo San Agustín.
Bustamante insiste en que los capitanes exigían información sobre la
derrota y que Magallanes no quería tomar «concejo (sic) de ellos, tal como
mandaba el rey. Al decidir Magallanes invernada, capitanes animaban gente a
detener a Mezquita, primo de Magallanes y lo prendieron porque era portu-
gués». Cuando Magallanes les pidió explicaciones sobre esa decisión, le
contestaron: «Porque no hacía lo que el rey mandaba». Por eso el portugués
hizo los escarmientos.
A las preguntas 6 (¿por qué no rescataron oro?), 7 (¿qué mercaderías
llevaban los juncos chinos y se asentaron?), 8 (¿qué fue de los rescates dados
a Carvalho?) y 9 (¿eran veraces los asientos?), Elcano contesto: «Magallanes
amenazó con pena de muerte a quien osara rescatar ni tomar oro, porque
quería “despreciar el oro”». Muerto Magallanes, huyeron de esa isla porque
les mataron veintisiete hombres por traición de Enrique de Malaca, al que
Duarte Barbosa había llamado «perro», y el guetariano no sabía «que ningu-
no rescatase allí oro alguno». El problema venía de que, en las estipulaciones
firmadas con Carlos I, se disponía que dos de las islas, si fuesen más de seis
las descubiertas, serían propiedad de Magallanes. Por eso este último no
querría descubrir sus riquezas, y quizá él habría fijado su elección en Lima-
sawa y Cebú. Bustamante y Albo coinciden en todo con Elcano. En cuanto a
las mercaderías chinas («algodón, seda, hachas, cuchillos y percalinas»),
fueron anotadas por el contador con lo gastado y el destino dado. Albo
añadió que la partida de ropa se repartió entre la gente. Bustamante dijo que
con esas cosas se rescató después comida y especiería para su majestad.
Acerca de las coronas de oro regaladas a Carvalho, Elcano no sabe nada
(estaba en Brunéi a la sazón); Albo declara que «Carvalho no tomó concejo de
ninguno»; Bustamante coincide en que Carvalho soltó la presa sin consultar a
nadie, y afirma que los asientos son veraces, salvo en el periodo de mando de
Carvalho, al que destituyeron porque había montado en su buque una especie
de harén con prisioneras hechas en alta mar.
En relación con las preguntas 10-13, Elcano declara que el clavo fue
embarcado verde, del árbol, y que durante la travesía se secó; de ahí la dife-
rencia de peso («No hemos desembarcado nada ni de día ni de noche hasta
Sevilla»). Los tres insisten en la temeridad de Magallanes, quien quería obli-
gar al rey de Mactan a acatar al de Cebú y a pagar tributo de «una fanega de
arroz y una cabra».
16
A la decimatercera, Elcano contesta que no sabía nada porque estaba a
bordo, enfermo, y no había asistido al banquete (del que escaparon solamente
dos de los asistentes; uno de ellos, el alguacil Espinosa), pero insiste en el
proceder arbitrario del portugués, que hacía cosas «en deservicio de S.M.».
Albo y Bustamante tampoco saben nada (eso era asunto de los oficiales…)
17
En La Coruña
Epílogo
18
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RESULTADOS Y ENSEÑANZAS
DE LA PRIMERA VUELTA
AL MUNDO
Marcelino GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
Capitán de navío retirado
Introducción
Para empezar, conviene recordar que las especias, esas pequeñas sustancias
utilizadas en la cocina, la repostería, la farmacia, la cosmética, la perfumería,
etc., que hoy podemos encontrar en cualquier tienda de la esquina, hace
quinientos años eran muy demandadas en Europa, sobre todo después de las
interrupciones de su mercado y comercio –debidas a la caída de Estambul en
poder de los otomanos allá por la medianía del siglo XV–, y se pagaba por
ellas su peso en oro. Para hacerse con su comercio, a partir de entonces se
empezaron a llevar a cabo exploraciones por mar, a la búsqueda de un camino
21
alternativo que condujera a las islas
de las Especias, lejos de las tradicio-
nales rutas de la seda y demás segui-
das hasta entonces.
El resultado fue el nacimiento de
la navegación oceánica o de altura, y
con ella, de los largos viajes por mar,
como la expedición que llevó al
descubrimiento de América, la prime-
ra vuelta al mundo y otros grandes
viajes y descubrimientos por Améri-
ca, África, Asia y Oceanía. Por ello,
podemos decir que las especias
fueron uno de los motores del mundo
de finales del siglo XV y principios
del XVI, y que propiciaron un mejor
conocimiento de nuestro cada vez
más pequeño globo terrestre1.
(1) SÁNCHEZ RAMOS, Valeriano, y VILLORIA PRIETO, Carlos: «Las especias, el motor que
llevó a explorar el mundo», Diario de Cádiz, 28 de febrero de 2022, https://www.diariodeca
diz.es/v_centenario_vuelta_al_mundo/especias-motor-cambio-mundo_0_1660334392.html
22
Ilustración 2. Réplica de la nao Victoria. (Wikimedia Commons)
Guion
(2) GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Marcelino: «La primera vuelta al mundo», conferencias sobre
el tema pronunciadas en diferentes foros (Barcelona, Bilbao, Cartagena, La Coruña, Madrid),
2017-2022.
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Dicho así, y sin más reflexión, el oyente o el lector puede interpretar que
de España salieron cinco barcos y 239 hombres, y que al final solo regresó un
barco con dieciocho marinos. En tal caso, nos podemos preguntar: ¿es esto
verdad?, ¿ocurrió así? A lo que yo respondería de inmediato, al estilo de mi
tierra, que es Galicia: según, depende…
Y es que dar respuestas cortas y muy resumidas puede inducir a error.
Sobre esta y otras cuestiones he tenido que hacer muchas aclaraciones y dar
bastantes explicaciones para que la gente se quedara con la copla correcta, no
con la equivocada. Estas explicaciones me han servido para confeccionar un
listado que es la base del guion de la presente crónica, con una serie de resul-
tados y enseñanzas. Resultados referidos a barcos, gente, descubrimientos,
balance económico, etc., y enseñanzas sobre redondez de la tierra, dimensio-
nes, océanos, navegación de altura, mitos, fábulas, fauna, gentes, costumbres,
civilizaciones, datos geográficos, cartografía y otras materias.
Resultados
(3) Los datos numéricos citados en los apartados siguientes están extraídos de mi libro La
nao Victoria y su vuelta al mundo, Fundación Alvargonzález, Gijón, 2019, p. 329.
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noviembre de 1520, la San Antonio desertó en el estrecho de Magallanes y
regresó a España. La Concepción fue quemada por su tripulación, en mayo de
1521, en Bohol, al sur de Filipinas, por estar en muy malas condiciones y
faltar gente para marinarla. La Trinidad se tuvo que quedar en la isla de Tido-
re, a reparar una vía de agua, y una vez lista intentó regresar por el Pacífico,
pero los vientos contrarios se lo impidieron. De regreso a Ternate, en la segun-
da mitad de 1522 fue apresada por los portugueses y se hundió. La Victoria,
en fin, regresó a España por el Índico, tras haber dado la vuelta al mundo. Con
lo que, de los cinco barcos que habían salido de España, en realidad regresa-
ron dos, San Antonio y Victoria, es decir, el 40 por ciento, si bien es verdad
que solo uno completó la vuelta al mundo, o sea, el 20 por ciento.
Recuento de expedicionarios
Tras una navegación muy larga por el Índico, el cabo de Buena Esperanza y
el Atlántico, la gente de la nao Victoria sufría una enorme falta de víveres, lo
que causaba muchas muertes por inanición y escorbuto. La situación era deses-
perada, y Elcano consultó con su gente dos posibles alternativas para tratar de
hacer víveres: dirigirse a las costas de África, o navegar hacia las islas portu-
guesas de Cabo Verde. Las costas africanas eran desconocidas y presentaban
peligros de todo tipo. Y acercarse a las islas portuguesas también era peligroso,
porque Portugal había intentado por todos los medios evitar que la expedición
española tuviera éxito. Pero los expedicionarios sabían que en las islas podían
conseguir víveres y, con suerte, comprar algunos esclavos que echaran una
25
Ilustración 3. Salida de la nao Victoria de Tidore para regresar a España. Óleo de Ferrer
Dalmau. (Museo Naval de Madrid)
mano en las bombas de achique, ya que los pocos hombres de a bordo estaban
extenuados y la nao hacía mucha agua. Fue una decisión difícil y muy sopesa-
da. Pero, a pesar de ser plenamente conscientes de que podían caer en manos
de los portugueses, la necesidad de víveres era tan acuciante que los expedicio-
narios decidieron correr el riesgo y, tras una votación, salió ganadora la opción
de ir a las islas4. Y allá se dirigió la nao, para fondear en Porta Praia, en la isla
de Santiago, el 8 de julio de 1522 –que, como veremos, resultaría ser el día 9–,
y adquirir víveres. Para tratar de salir airosos de aquella ratonera, los de la
Victoria contaron una mentira a los portugueses –que en principio se la creye-
ron–: les dijeron que venían en un convoy de la Carrera de Indias, procedentes
de América; que habían roto un palo (efectivamente, habían roto el trinquete en
el cabo de Buena Esperanza), y que el comandante del convoy les había dicho
que repararan las averías y continuaran viaje con independencia.
La lancha fue por dos veces a buscar víveres sin novedad, pero a la tercera
vez puede que alguien se fuera de la lengua, o que pagaran los víveres con
clavo, o que resultara sospechosa la fecha que llevaba la nao (8 de julio de
1522, cuando en realidad era el 9, ya que, al dar la vuelta a la tierra navegando
hacia occidente y pasar por el meridiano 180, tenían que haber adelantado una
(4) RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Agustín R.: La primera vuelta al mundo, Edaf, Madrid, 2018,
p. 140.
26
fecha), la cuestión es que los portugueses vieron que los de la nao les estaban
tomando el pelo y apresaron a la lancha con sus trece hombres. También
intentaron apresar a la Victoria que, en cuanto se percató de lo que estaba
pasando, puso mar por medio y siguió viaje sin la lancha ni su gente, pero con
víveres suficientes para lo que le quedaba de camino.
Los trece tripulantes de la lancha que se quedaron en Cabo Verde, quienes
representaban el 5,5 por ciento de los expedicionarios salidos de España y el
27,7 por ciento de los que habían zarpado de Tidore, fueron los siguientes5:
Todos los textos, o la gran mayoría de ellos, dicen que la nao regresó a
España con dieciocho demacrados y andrajosos tripulantes, lo que no se
ajusta a la realidad. Veamos por qué. En el viaje de regreso por el Índico y el
Atlántico, de aquellos sesenta hombres que habían salido de Tidore, 39 se
quedaron por el camino; alguno fue ajusticiado, otros desertaron, la mayor
parte fallecieron (sobre todo por hambre y escorbuto) y trece, como hemos
visto, fueron apresados por los portugueses en la isla Santiago, del archipié-
lago portugués de Cabo Verde. Lo que supuso un 65 por ciento de bajas
desde Tidore a España, incluidos los que se quedaron en la isla portuguesa.
Y el resto, veintiún hombres, fueron los que en realidad llegaron a España.
Es decir que llegó el 35 por ciento por ciento de los que habían salido de
Tidore.
Por otra parte, hay que tener presente que tres de los veintiún hombres que
entraron en Sevilla eran indios moluqueños (de los trece que habían embarca-
do en Tidore, que no completaron la vuelta al planeta y de quienes nadie se
acuerda), y dieciocho (Elcano y diecisiete más) eran expedicionarios y miem-
bros de la tripulación que, con la llegada a España, fueron los primeros en la
27
historia que completaban la vuelta al mundo y son de los que todo el mundo se
acuerda. Representaban el 7,5 por ciento de los expedicionarios salidos de
España, y el 38,3 por ciento de los que habían zarpado de Tidore.
Los dieciocho hombres de la expedición que regresaron a Sanlúcar en
1522 a bordo de la Victoria fueron los siguientes, con sus nombres y cargos a
bordo6:
— Marineros:
— Grumetes:
28
la Trinidad, que fueron prisioneros de
los portugueses y vinieron a dar en la
Península saltando de cárcel en cárcel
(Espinosa, Mafra, Pancaldo y El
Sordo). Con lo que, en total, regresa-
ron unos 88 expedicionarios, el 37
por ciento de los 239 hombres que
salieron de España, y no regresaron
151, aproximadamente un 63 por
ciento.
(7) FERNÁNDEZ AMIL, Iván: «Gonzalo de Vigo, el náufrago gallego que conquistó el Pací-
fico», Quincemil, 19 de enero de 2020, https://www.elespanol.com/quincemil/articulos/cultu-
ra/gonzalo-de-vigo-el-naufrago-gallego-que-conquisto-el-pacifico
29
Ilustración 5. La nao Victoria en un sello de correos de las Tierras Australes y Antárticas fran-
cesas, emitido en conmemoración del descubrimiento de la isla de Ámsterdam. (Colección
Marcelino González)
con sus compañeros, para escapar de las muertes que se producían en la nao.
Vigo fue muy útil para los españoles, porque hablaba muy bien el idioma
local. Y no sería extraño aventurar que los isleños también aprendieron algo
de gallego, aunque de esto no tengo constancia escrita. Por cierto, según sus
manifestaciones, los dos portugueses murieron en trifulcas con los indígenas.
Y, entre otras deserciones y desapariciones en tierra, también hay que
recordar que, el 5 de febrero de 1522, dos hombres de la nao Victoria deserta-
ron a su paso por Timor: el grumete Martín Loza o de Ayamonte, y el hombre
de armas Bartolomé de Saldaña. Recogidos por un buque portugués, fueron
interrogados, y Martín de Ayamonte dio alguna información interesante sobre
el viaje de regreso de Elcano8.
(8) RUS, Manuel: «La carta de un desertor que demuestra que Elcano impuso su criterio
para dar la vuelta al mundo», Abc, Cultura, 6 de noviembre de 2019,
https://www.abc.es/cultura/abci-sale-documento-demuestra-elcano-impuso-criterio-para-vuelta-
mundo-201911060955_noticia.html
30
trece hombres de la lancha de la Victoria que se habían quedado en Cabo
Verde, al igual que cuatro de los supervivientes de la nao Trinidad. Así pues,
en total fueron 35 los hombres que acabaron dando la vuelta al mundo, el 14,6
por ciento de los 239 que habían salido de España.
Naturaleza de la expedición
En los apartados anteriores habrá usted visto, estimado lector, que, de una
forma machacona, he hecho hincapié en el término ʻespañolʼ y su plural,
ʻespañolesʼ, al hablar de los cinco barcos de la escuadra, de la expedición
organizada en Sevilla, del dinero que costó, de las especias negociadas por
España, de las ganancias obtenidas, etc. Y lo he hecho por una razón: para
dejar bien claro que fue una empresa puramente española, no hispano-portu-
guesa como se ha dicho en muchos foros. No fue una expedición portuguesa,
y si, en su momento, los portugueses se hubieran salido con la suya, tampoco
habría sido una expedición española. Digo esto para salir al paso de los que
afirman que fue una operación combinada española-portuguesa, y que como
31
tal habría que celebrarla. Y, efectiva-
mente, así se celebró, con algunas
actividades realizadas en conjunto,
como una emisión conjunta de sellos
de correos, entre otras cosas. Pero
esta decisión se debió a cuestiones
políticas, no a motivos históricos,
porque no los hay.
Fue una expedición española,
realizada con cinco barcos españoles
de segunda mano, comprados en
España con dinero español, y acondi-
cionados en Sevilla, también con
dinero español. Las tripulaciones
estaban formadas por muchos espa-
ñoles y gentes de otros países
(Alemania, Flandes, Francia, Inglate-
rra, Italia, Malaca, Portugal, Rodas),
Ilustración 6. Retrato de Juan Sebastián de más algunos negros originarios de
Elcano. (Acuarela de Marcelino González a África.
partir de un cuadro del Museo Naval de Fue una escuadra mandada por
Madrid) españoles, al menos en parte. Sus
comandantes a la salida eran Fernão
de Magalhães y Juan de Cartagena.
Fernão o Fernando era natural de Portugal y en cierto modo estaba españoliza-
do. Cuando dictó su testamento en 1519, antes de iniciar el viaje, impuso a sus
legatarios «la indispensable condición de apellidarse Magallanes, usar las
armas o blasón de los Magallanes, y residir y casarse en Castilla»11. De hecho,
españolizó su nombre, que cambió a Fernando de Magallanes; fue caballero
de la Orden de Santiago; se asentó en Sevilla; contrajo matrimonio en España
con la hija de un portugués que vivía en Sevilla, y juró fidelidad al rey de
España. Y Juan de Cartagena era español, hijo al parecer del arzobispo Fonse-
ca.
Los capitanes que llegaron a las Molucas eran españoles: Elcano y Espino-
sa. El viaje de regreso a España lo hizo un barco español, la nao Victoria, al
mando de un capitán español, Elcano, y cargada de especias, que fueron
vendidas por los españoles en la bolsa de Amberes. Y las ganancias obtenidas
fueron para España.
Además, durante la preparación de la expedición en Sevilla, los portugue-
ses, a través de su embajador en España y de otros personajes, hicieron todo lo
que pudieron para hacer abortar la gran aventura, con presiones ante el rey
32
Carlos I, presiones a Magallanes12 –con ofrecimientos de dinero, amenazas de
muerte, etc.–, intentos de interceptación de la escuadra en la mar, presión en
Tidore, apresamiento de la nao Trinidad en Ternate, y muchas lindezas más.
Es decir que, si hubiera sido una empresa en parte portuguesa, posiblemente
nunca se habría llevado a cabo.
Mucha gente pregunta qué méritos se pueden atribuir a cada uno de los dos
grandes protagonistas de esta aventura: Magallanes y Elcano. Hay quien dice
que todo el mérito es de Magallanes, y que Elcano no pasa de ser una figura
de segunda o tercera fila, porque lo único que hizo fue mandar su nao en la
última parte de la expedición y en el viaje de regreso. Pero no cabe duda de
que ambos son merecedores de un buen puñado de honores, y ambos son
personajes que se complementan. Elcano, sin Magallanes, no hubiese podido
finalizar la expedición y cerrar la gran aventura, y Magallanes, sin Elcano,
habría pasado a la historia como un gran marino que descubrió el estrecho que
lleva su nombre... y poco más. De forma resumida, los méritos de ambos
fueron los siguientes.
Magallanes fue el padre de la idea de la expedición, así como de su organi-
zación y ejecución hasta su muerte en Mactán. Descubrió un paso (el estrecho
de Magallanes) entre el Atlántico y el Mar del Sur o Pacífico, que permitió
atravesar el gran muro representado por el Nuevo Mundo. Cruzó el inmenso
Mar del Sur –al que él bautizó océano Pacífico–. Vio las «Islas Infortunadas».
Pasó por las de los Ladrones (hoy las Marianas). Y llegó a Filipinas.
En cuanto a Elcano, llegó a las Molucas con la Victoria. Logró establecer
buenas relaciones con las gentes de aquellas islas. Cargó su barco con una
buena cantidad de especias, sobre todo clavo de olor. Cruzó todo el Índico
navegando muy al sur, para no encontrarse con portugueses. Descubrió la isla
de Ámsterdam. Por dos veces, logró que su lancha hiciera víveres en las islas
portuguesas de Cabo Verde. Regresó a España con su barco. Terminó la vuelta
al mundo por primera vez en la historia. Y, además de especias, trajo a España
y al resto de Europa mucha información de trascendental importancia.
33
El regreso de la Victoria a España sirvió para conocer nuevos datos
geográficos, científicos y de otra índole, y para confirmar otros; aportó infor-
mación sobre la forma de la Tierra y sus dimensiones; modificó el Padrón
Real; terminó con muchos mitos y leyendas; fue el punto de partida de otros
mitos; trajo muchas noticias sobre otras civilizaciones y gentes; permitió
conocer nueva fauna y flora; y aportó conocimientos sobre otras costumbres,
enfermedades, remedios médicos y muchas cosas más. Como consecuencia de
todas estas enseñanzas, cambió drásticamente la imagen y el concepto que se
tenía del mundo.
Forma de la Tierra
«[e]ste viaje sirvió para producir un cambio de paradigma real en todos los
contextos, incluidos sociales y políticos, pero también para demostrar y dejar clara
la importancia de la labor de Juan Sebastián Elcano para comprobar de forma
experimental que la Tierra es esférica, sirvió para demostrarlo empíricamente
igual que para poder establecer con claridad las dimensiones del mundo y la
disposición de las tierras y de los mares»14.
También se supo que la Tierra tenía agua por todas partes, agua que
envolvía los continentes, de modo que uno podía subir a un barco en un
punto determinado, navegar siempre al este o al oeste esquivando las
tierras que encontrase por la proa, y terminar regresando al punto de parti-
da. Es decir que la Tierra estaba rodeada de agua y se podía circunvalar
navegando.
Se supo que había un paso al sur del Nuevo Mundo o América que permi-
tía la comunicación marítima entre el Atlántico y el Mar del Sur o Pacífico,
paso hoy llamado estrecho de Magallanes.
34
Ilustración 7. Mapa de Toscanelli en un décimo de Lotería Nacional. (Colección Marcelino
González)
Y resultó que el bautizado por Vasco Núñez de Balboa como Mar del Sur
en el año 1513, y posteriormente llamado Pacífico por Magallanes, era muy
extenso, enorme, casi interminable. De hecho, en recorrer el trayecto desde la
salida del estrecho de Magallanes hasta las islas de los Ladrones, Magallanes
invirtió tres meses y unos cuantos días, y aún le quedaba un trecho para llegar
a las Filipinas y las Molucas.
Dimensiones de la Tierra
35
en realidad es. Por tal razón, el Pacífico le
debió de parecer interminable.
¿Y a qué se debió esto? ¿Por qué se
producía tal error? Para contestar a estas
preguntas tenemos que remontarnos a los
tiempos de Eratóstenes, el famoso sabio
de la criba de los números primos que
lleva su nombre: criba de Eratóstenes.
Este buen señor, que vivió entre el 276 y
el 194 a.C., realizó unos cálculos midien-
do el ángulo formado por una barra verti-
cal y la proyección de su sombra en el
solsticio de verano, y llegó a la conclu-
sión de que la longitud del círculo máxi-
mo de la Tierra, dicho en medidas de
hoy, era de unos 40.000 km, que, como
sabemos, es lo que realmente mide15.
Otro sabio llamado Posidonio, que vivió
entre el 135 y el 51 a.C., realizó otros
cálculos observando la estrella Canopus
Ilustración 8. Retrato de Posidonio. (Apunte desde Rodas y Alejandría, y llegó a la
a lápiz de Marcelino González a partir de la
fotografía de una estatua)
misma conclusión: el círculo máximo
terrestre era de unos 40.000 kilómetros.
Pero, más tarde, Posidonio16 repasó y
rehízo sus cálculos, o efectuó otros
nuevos, o reconsideró las equivalencias entre las diferentes unidades de medida
utilizadas. La cuestión es que llegó a la conclusión de que el círculo máximo de
la Tierra medía 30.000 km. Es decir que perdía una cuarta parte o un 25 por cien-
to de su longitud real. Y 30.000 fueron los kilómetros que adoptó el matemático,
astrónomo, geógrafo y cartógrafo griego nacido en Egipto Ptolomeo17 (85-165
años d.C., aproximadamente), para escribir su geografía y trazar sus mapas.
Los conceptos geográficos de Ptolomeo18 eran los vigentes al comienzo de
nuestra era, y así se mantuvieron durante los primeros siglos de esta. Con la
invasión de los bárbaros en el siglo V, Europa se hundió en un periodo de
36
oscurantismo del que tardó en emerger,
durante en el que las ciencias y las artes
sufrieron un parón y un retroceso que
costó mucho superar. Al final de la
Edad Media, y al calor del resurgir del
Renacimiento, se empezaron a recupe-
rar viejas ciencias y saberes, rescatados
del olvido gracias en gran medida al
celo de los monasterios por preservar la
cultura clásica. Entre estos saberes
redescubiertos tras mil años de ostracis-
mo se hallaba la geografía de Ptolomeo,
que volvió a estar en boga a finales de
la Edad Media, en el Renacimiento y en
los albores de la Edad Moderna, allá
por los siglos XV y XVI. Esta geografía
era la vigente en tiempos de Colón y de
Ilustración 9. Retrato de Ptolomeo. (Apunte
Magallanes-Elcano, lo que explica los a lápiz de Marcelino González a partir de un
errores de cálculo geográfico cometidos grabado de época)
por los navegantes de aquellas épocas.
Una vez concluidas estas disquisiciones, voy a hacer una descripción rápi-
da de cómo se las arregló Eratóstenes para calcular la medida del círculo
máximo de la Tierra en el siglo III a.C.19 Sabía que, en el solsticio de verano, a
finales de junio, el sol al mediodía estaba en su cenit justo en la vertical de
Syene, en la zona de Asuán, en el trópico de Cáncer.
Puso dos altas barras o postes verticales, uno en Syene y otro en Alejan-
dría, considerando que ambas ciudades estaban en el mismo meridiano y sepa-
radas 5.000 estadios (1 estadio = 0,16 km). Cuando el sol alcanzaba el cenit
en el solsticio de verano, el poste de Syene no proyectaba sombra, y en
cambio sí la proyectaba el de Alejandría. El ángulo que formaba el poste de
Alejandría con la línea que iba de la cumbre de dicho poste a la sombra, era
de 7º 12´, es decir, 7,2 grados. Dicho ángulo era igual al que, en el centro de la
Tierra, formaban las prolongaciones de los dos postes, o sea, 7,2 grados.
Y, haciendo una regla de tres directa, podemos decir que, si 7,2 grados
corresponden a 5.000 estadios del trozo de meridiano entre Alejandría y
Syene, ¿a cuántos estadios corresponderán los 360 grados de todo el meridia-
(19) LÓPEZ, Alejandro I.: «Eratóstenes, el hombre que calculó el tamaño de la tierra con
una regla de tres hace dos mil años», Muy Interesante, 12 de agosto de 2020,
https://www.muyinteresante.com.mx/junior/eratostenes-el-hombre-que-calculo-el-tamano-de-
la-tierra-con-una-regla-de-tres-hace-2-mil-anos/
37
no? La cantidad resultante será: 360 x
5.000 / 7,2 = 250.000 estadios, que
puestos en kilómetros son: 250.000 x
0,16 = 40.000 km de círculo máximo
de la Tierra.
Estas cifras están optimizadas para
que salgan unos resultados claros, y
hay muchas discusiones sobre cómo
se pudieron medir los ángulos, distan-
cias y otros datos, pero no se puede
dudar de que es un sistema ingenioso.
Astronomía y navegación20
Padrón Real21
38
ecuador. De este modo, a la primitiva representación de la Tierra se le añadió
el 25 por ciento que aproximadamente le faltaba en el sentido este-oeste. Por
otra parte, fue reorientado al norte verdadero o geográfico. Aún faltaban
muchas tierras por descubrir y muchas incógnitas por resolver en el conoci-
miento del planeta, pero con la expedición Magallanes-Elcano el círculo del
ecuador se acababa de cerrar y el Padrón Real abarcaba todo el planeta.
En esta información sobre nuevas tierras, nuevos mares y nuevos datos
geográficos, además de Elcano y la gente de la Victoria, en la que se encontra-
ba Albo, autor de un magnífico derrotero del viaje, aportaron datos otras
gentes de la expedición. Entre ellas se encontraba la tripulación de la nao San
Antonio, que había desertado en el estrecho de Magallanes; los tripulantes de
la lancha de la Victoria apresados en Cabo Verde; los cuatro supervivientes de
la nao Trinidad apresados en Ternate, en las Molucas; algunos desertores
apresados o encontrados más tarde, y otros.
39
Ilustración 11. Mapamundi de Pedro Texeira, 1573. (Wikimedia Commons)
40
instrucciones prácticas, instrumentos náuticos y otras informaciones. Entre estos
libros se pueden citar varios ejemplos: Arte de navegar en que se contienen
todas las reglas, declaraciones, secretos y avisos, que a la buena navegación
son necesarios, y se deben saber, de Pedro de Medina, impreso en Valladolid en
1545; Breve compendio de la Esfera y del arte de navegar, de Martín Cortés,
editado en Sevilla por primera vez en 1551 y traducido a varios idiomas; y Regi-
miento de navegación, de Pedro Medina, publicado en Sevilla en 1552.
Todos estos libros pusieron a España en el primer puesto de las ciencias
náuticas y de la navegación en Europa. Como dice en letras de bronce una
placa colocada en una de las aulas de la Escuela Naval Militar: EUROPA
APRENDIÓ A NAVEGAR EN LIBROS ESPAÑOLES24. Lo que supuso un gran elogio y
un merecido reconocimiento para todos los navegantes que, partiendo de
España, aportaron información para tener un mejor conocimiento del mundo;
en esta nómina figuran Cristóbal Colón, Ojeda, Juan de la Cosa, Américo
Vespucio, Vicente Yáñez Pinzón, Ponce de León, Juan Caboto, Vasco Núñez
de Balboa, Juan Sebastián de Elcano, Legazpi, Andrés de Urdaneta y muchos
otros.
Mitos y leyendas
41
Ilustración 12. Monstruo marino. (Dibujo de Marcelino González tomado de un grabado de
época)
auténtico autor de ello»25. Es decir que unos autores copiaban a otros, sin
molestarse en comprobar la veracidad de lo que transcribían (cosa que, todo
sea dicho, sigue ocurriendo hoy en día),
También cayó por tierra el mito de que la canela se encontraba en nidos de
ave, sobre todo en el nido del ave fénix. Los expedicionarios descubrieron que
la canela, sencillamente, era la corteza seca de las ramas y el tronco de un
árbol originario de aquellos pagos: el canelo.
42
Pero aquellos colosales patagones nunca se volvieron a ver. Bien es verdad
que en aquellas tierras vivían unas gentes muy altas, mucho más que los espa-
ñoles del siglo XVI. Quizá el contraste entre la altura de los lugareños y la
corta estatura de los expedicionarios realzara a sus ojos la de aquellos hasta tal
punto que llegaron a parecerles verdaderos gigantes. Sea como sea, hoy a
aquella tierra se la llama Patagonia.
También surgió una leyenda sobre unos pájaros exóticos traídos a España
por Elcano, regalos del rey de Tidore, a los que Maximiliano Transilvano
llamó «manucodiatas» y de los que dijo: «... tienen por casa celestial, y
aunque están muertas jamás se corrompen ni hielen mal, y son en el plumaje
de diversos colores y muy hermosas, y del tamaño de tortolillas, y tienen la
cola larga harto, y si les pelan una pluma les nace otra, aunque estén muer-
tas …»27.
Se decía que era un maravilloso pájaro sin patas ni huesos, que volaba sin
descansar, alimentándose de rocío y del néctar de las plantas. Fue una leyen-
da muy persistente en el tiempo, difundida incluso por los traficantes que
vendían sus plumas para utilizarlas como adornos en vestidos y sombreros.
Los autores sin escrúpulos se dedicaron a copiar aquella leyenda sin pararse a
comprobar su veracidad, y los comerciantes, ávidos de ganancias, la agranda-
ron para aumentar sus ventas de coloridas plumas. Fue necesario esperar al
siglo XVIII o principios del XIX para que exploradores, estudiosos y científicos
echaran por tierra aquel mito, ya que se trataba de aves del paraíso, cuyos
machos tienen un plumaje muy vistoso.
En cuanto al Mar del Sur –como lo llamó Balboa cuando lo descubrió o
avistó–, fue bautizado por Magallanes «océano Pacífico»; y ese fue el
nombre que le quedó, aunque España continuó llamándolo Mar del Sur
durante muchos años. Y, en cierto modo, lo de llamar «Pacífico» a aquel
inmenso océano también se puede considerar algo así como un mito, pero un
mito que no duró mucho. Los navegantes que al poco tiempo surcaron aque-
llos mares tuvieron ocasión de comprobar que el océano rebautizado por
Magallanes no era tan «pacífico» como el portugués había creído, y que si el
navegante lusitano había tenido buen tiempo y mejores vientos en su travesía
hacia Filipinas, en ese inmenso océano también abundaban las tempestades.
Otro de los mitos era la localización del Edén o paraíso terrenal, que tenía
que ser un lugar bello, tranquilo y mirífico; de exuberante flora y clima muy
benigno de primavera perpetua; donde nunca descargaban las tormentas y en
el que todos los seres de la creación convivían en perfecta armonía, sin
problemas. La existencia del Paraíso, creencia derivada de la tradición bíblica,
fue aceptada por muchos cartógrafos de la época, que lo situaban hacia oriente
del mundo conocido; y así lo representó Juan de la Cosa en su Carta universal
(año 1500), con las imágenes de Adán y Eva hacia el nordeste.
Cuando los barcos navegaban hacia el oeste, lo ubicaban en el Lejano
Occidente. En este sentido, Colón dijo que el Caribe, visto el excelente clima
43
Ilustración 13. Carta universal de Juan de la Cosa. (Museo Naval de Madrid)
Una de las enseñanzas que la Victoria trajo consigo a su regreso fue que
los antípodas existían realmente, cuando muchos, aun aceptando la redondez
de la Tierra, negaban tal posibilidad. Y lo más curioso fue revelar que, además
de existir, aquellos antípodas caminaban de pie como los europeos; no anda-
ban de cabeza, ni estaban colgados de los pies, ni se caían al vacío. Por otra
parte, se vio que aquellas gentes al otro lado de la Tierra, además de pertene-
44
Ilustración 14. Ballena y orca. (Dibujo por Marcelino González tomado de un grabado de
época)
45
una cuchara (las espátulas). Y habla
de un animal que tiene cuerpo de
camello, cabeza y orejas de mula,
patas de ciervo y cola de caballo, y
que relincha (el guanaco)28.
Y lo mismo ocurrió con la flora de
las tierras recorridas, lo que supuso
una importante mejora de los tratados
de botánica.
Nuevas enfermedades
46
Y Mafra, de la tripulación de la nao
Trinidad, durante el intento de regreso
por el Pacífico escribió: «En esta altu-
ra se les encomenzó a morir la gente, y
abriendo uno para ver de qué morían,
halláronle todo el cuerpo que parecía
que todas las venas se le habían abier-
to y que toda la sangre se le había
derramado por el cuerpo …»30. Como
se puede apreciar, las hemorragias
internas que inundaban de sangre el
cadáver diseccionado en esta autopsia
–posiblemente, la primera efectuada
durante una navegación de la que se
tiene constancia histórica–, induda-
blemente, las había provocado el
escorbuto.
47
Aquella primera edición obtuvo un éxito tal
que en poco tiempo se hicieron muchas
reediciones que propagaron por Europa la
noticia.
Bibliografía complementaria
BARREDA ALDÁMIZ-ECHEVARRÍA, Carlos: Nova imago mundi. La imagen del mundo después de
la primera navegación alrededor del globo, edición del autor, Madrid. 2002.
CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: La cartografía náutica española en los siglos XIV, XV y XVI, Conse-
jo Superior de Investigaciones Científicas, 1994.
FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Martín: Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por
mar los españoles desde fines del siglo XV III, IV y V, Editorial Guarania, 1945-1946.
FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Disquisiciones náuticas, Ministerio de Defensa, 1996.
PIGAFETTA, Antonio: El primer viaje alrededor del mundo. Relato de la expedición de Magalla-
nes y Elcano (ed., Isabel de RIQUER), Ediciones B, Barcelona, 1999.
RODRÍGUEZ GARAT, Juan: «Una nueva visión del mundo. ¿El comienzo de la globalización?»,
Revista General de Marina (agosto-septiembre de 2022), 263-271.
48
CRONISTAS DE LA PRIMERA
VUELTA AL MUNDO
Beatriz SANZ ALONSO
Universidad de Valladolid
«Pues como esta navegación sea tenida por admirable y jamás, en tiempo
alguno, desta nuestra edad ni menos de las edades pasadas de nuestros mayo-
res, no haya seído no solamente hallada otra semejante, pero ni aun tentada
por persona alguna, determiné de escrebir todo su curso...».
«Falta por decir por dónde volvió la Victoria. Porque al cabo de tres años,
menos pocos días, contados desde su partida, volvió por otro camino, dejándose
en el viaje a todos los principales por sucesos infortunados. Pero esta empresa
inaudita hasta el presente y jamás intentada desde el principio del mundo, la llevó
a cabo esta nave, dando la vuelta a un paralelo entero, a toda la tierra. Si esto lo
hubiese realizado un griego, ¡qué no habría inventado la Grecia acerca de esta
novedad increíble! Dígase qué es lo que hizo la nave de los argonautas; la cual, sin
avergonzarse ni reírse, cuentan supersticiosamente que fue llevada al cielo. Si
reflexionáramos lo que hizo esa nave, saliendo de Argos al Ponto, llegó a Oretes.
Y Medea con sus héroes: Hércules y Teseo. Jasón no sé lo que hizo. La gente no
sabe aún qué fue de aquel vellocino de oro. Y el trecho de camino que hay de
Grecia al Ponto lo han aprendido los muchachos de las gramatiquillas. La uña de
un gigante es mucho mayor que esa distancia. (...).
Si yo hubiera de referir las cuitas, los peligros, la sed, el no dormir, el trabajo
miserable de estar sacando día y noche el agua que se les entraba por grietas y
agujeros, tendría que alargarme demasiado. Baste con esto: en aquella nave, con
(1) «Un sábado por la noche, 26 de octubre, costeando Beraham Batolach, nos sorprendió
una tempestad pavorosa; por lo que, invocando a Dios, arriamos todas las velas. De súbito,
nuestros tres santos se aparecieron, rompiendo la oscuridad: Santo Elmo coronó la gavia más de
dos horas, como un hachón; San Nicolás sobre la mesana; Santa Clara sobre el trinquete.
Prometímosles consagrar un esclavo a cada uno de ellos y entregar también a los tres su respec-
tiva limosna» (p. 127). La edición por la que cito es PIGAFETTA, Antonio: Primer viaje alrede-
dor del mundo (ed., Leoncio CABRERO), Historia 16, Madrid, 1985.
49
más agujeros que una criba llena de ellos, los dieciocho que trajo, más macilentos
que matalón rocín, dicen que anduvieron vagando en tantas vueltas, que navega-
ron catorce mil leguas aquí y allá»2.
«... vos mando que, luego que esta recibáis, enviéis todos los libros y escrituras
que en esa Casa hobiere e quedaron al tiempo que se despachó el armada de que
fueron por capitanes Hernando de Magallanes y Juan de Cartagena, al descubri-
miento de la Especería y cualquier otra relación tocante a esto, así de salarios de
gente y mantenimientos como lo demás, tomando vosotros relación de todo ello,
para que tengáis cuenta de los salarios que se han de pagar a las personas que
fueron en la dicha armada y della han venido, y las otras cosas que convengan,
que vosotros tengáis. Y, asimismo, me enviad todas las relaciones y escrituras que
vos entregó el capitán Juan Sebastián Del Cano, capitán de la nao Victoria, y los
padrones y relaciones del viaje y descubrimiento que hicieron. Lo cual todo traiga
Domingo de Ochandiano, a quien yo envío por otra mi carta a mandar que venga a
mí para cosas de mi servicio. De Valladolid, a diez días de otubre de quinientos y
veinte y dos años. Yo el Rey. Por mandado de su majestad, Francisco de los
Cobos».
(2) MÁRTIR DE ANGLERÍA, Pedro: Décadas del Nuevo Mundo, «Quinta década», cap. VII.
50
causó la descarga de la nao Victoria. (Hállase en los Extractos de la colección
de D.J.B. Muñoz)», aparece un «listado de las cajas, costales, etc. que trajeron
particulares. Se nombran algunos de los que vinieron en la nao Victoria y son:
el capitán, el piloto, Juan Rodríguez de Huelva, Antonio de Pigaffetis …».
Ahora bien, aun sin dudar de que embarcara, de lo que no hay duda es de que
su relato no es veraz.
«Beatísimo Padre: En este mundo sublunar, cuantas cosas dan a luz algo,
apenas lo han hecho, o cierran el útero, o por lo menos descansan durante algún
intervalo de tiempo. Pero nuestro Nuevo Mundo todos los días procrea y da de sí
nuevas producciones sin cesar, por las cuales los hombres de ingenio y aficiona-
dos a las cosas grandes pueden tener a mano continuamente con qué alimentar su
entendimiento. ¿A qué viene esto? dirá Vuestra Beatitud. Apenas yo había puesto
en orden lo que aconteció a Vasco Núñez de Balboa y a sus compañeros de armas
en la exploración del océano austral (para enviarlo a Vuestra Beatitud por medio
de Juan Rufo de Forli, arzobispo de Cosenza, y por Galeazzo Butrigario, Nuncios
de Vuestra Sacra Sede Apostólica, y en la actualidad despertadores de mi dormido
ingenio), cuando me encuentro con cartas de Pedro Arias, el que el año pasado
dijimos que se dio a la mar con un ejército y armada con rumbo a aquellas tierras
nuevas».
51
palabras indígenas y nombres de lugares geográficos y de la fauna y flora
aborígenes.
Copias de las Décadas circularon entonces, tomándolas de los originales o
bien facilitadas por el propio autor, que después se fueron multiplicando. De
hecho, él mismo manifestaba al papa Clemente VII que tenía que remitirle sus
escritos enseguida, porque se veía obligado a «complacer a varones insignes
que me los piden». Y por eso, por la mucha difusión que tenían, también se
apropiaron otros de su obra, firmando como propia la obra ajena. Y así, dice:
“Esto es lo que se trata de las Molucas. Cada día, Juan Sebastián, el comandan-
te de estos marineros, visitó a Maximiliano Transsylvanus y a su tío por alianza
con Cristóbal de Haro, ambos mis amigos íntimos. Les dijo, así como se hizo y
todos los detalles de la expedición. Al mismo tiempo, era lo mismo en otros luga-
res y en la corte. En cuanto a nosotros, habiendo aprendido que otros también se
preocupaban de grabar estas narrativas en letras y prepararlas para dirigirlas a los
amigos, se encuentren donde se encuentren, nos encargamos de que nuestra narra-
52
tiva fuera redactada lo antes posible, aunque con mucha agitación. Así, Maximilia-
no envió inmediatamente su carta, en forma de volumen, al cardenal de Salzburgo
en Alemania. Nuestra propia relación era más corta: se cobró el primer mensajero
que sale para transportarlo a los Países Bajos. Al hacerlo, solo tuvimos que
complacer a nuestros amigos con una anotación de un hecho nuevo y raro, no para
perseguir la más mínima ambición de editor. Por otra parte, nadie podría haber
contado todo esto con más elegancia o más cuidado que Transsylvanus”»3.
53
Al tornar, después de años de ausencia, encuentra que su mujer no solo ha
vendido todas sus pertenencias, sino que ha cursado todos los trámites para
que se le declare por muerto. El 12 de abril de 1527 entabla una demanda
contra ella porque «entretanto que él estuvo a nuestro servicio en el dicho
viaje, Catalina Martínez del Mercado, su mujer le hizo adulterio con otro e se
juntó y está con él so color quel dicho Ginés de Mafra era muerto».
El año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, de mil quinientos y
veinte y dos, el primer día de junio, llegó a la fortaleza de Malaca, que regía
Jorge de Alburquerque, un junco que traía a dos castellanos, que estaban como
esclavos de un tagalo en la isla de Timor, a los que tomó declaración. La
declaración de uno de ellos, Martín de Ayamonte, grumete que llegó en la nao
Victoria, se convierte para nosotros en otra crónica del viaje. Crónica que,
soterrada en los documentos del portugués Archivo del Tumbo, transcribió, en
1933, el historiador António Baião, y publicó en español, en 1936, la Revista
Chilena de Historia y Geografía5.
Noticia del viaje nos proporciona también el Derrotero de Francisco Albo,
piloto de la Trinidad, que recoge, como tantos diarios de navegación, las indi-
caciones precisas astronómicas, de vientos y corrientes, que serán necesarias
para otros pilotos que realicen la misma travesía. Pero, por ser diario de nave-
gación y no crónica, no lo trato en esta conferencia.
54
cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para
pagar el rescate de Atahualpa y que nunca llegaron a su destino. Más tarde,
durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en
tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este
delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo.
Apenas en el siglo pasado, la misión alemana de estudiar la construcción de
un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá concluyó que el proyecto
era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era
un metal escaso en la región, sino de oro.
Transilvano, en su carta, comienza, como era habitual en los escritos de
ciencia –desde Plinio hasta el XVI–, con una descripción de qué es la Especie-
ría, dónde nacen las especias y en qué tipo de barca se transportan. Es decir,
comienza ya con un conocimiento adquirido, y a partir de él describe el viaje;
mientras que para los demás cronistas, como protagonistas que son, el periplo
se inicia en ellos mismos, y para Anglería, como historiador, la historia empie-
za con la audiencia del rey a Magallanes.
Los hechos los cuentan Transilvano, Mafra y Martín de Ayamonte. Y,
sucintamente, Mártir de Anglería. También tenemos hechos históricos en la
declaración de la nao San Antonio, a su vuelta a España, de la que Anglería
dice que «volvieron echando pestes del Magallanes». Que, por cierto, mal
podría ser la nave que llevaba los bastimentos, como a veces se afirma, pues
ellos testifican que «vinieron derechamente a este puerto [de Sanlúcar],
comiendo tres onzas de pan cada día porque les faltaron los bastimentos».
Sentados estos cronistas y estas crónicas, vamos a comparar algunos de los
acaecimientos que narran. Hay algunos hechos en los que no coinciden; por
ejemplo, en el castigo en San Julián. Los de la San Antonio dicen que Maga-
llanes dio tratos de cuerda a varios y los descoyuntó, incluido el capellán,
porque no quería revelarle los secretos de confesión. Ahorcó a Luis de
Mendoza y a Quesada y luego los descuartizó. Prendió a capitanes, contadores
y sobresalientes; torturó en el potro a un piloto que estaba haciendo un dibujo
de la derrota (como corresponde a su oficio). Y a Juan de Cartagena y al cape-
llán torturado los deja en «el negro puerto» con algo de vino y bizcocho, «que
los juzgan por más mal librados, segund la tierra donde quedaron, que a los
otros que hizo cuartizar».
Pigafetta y Anglería resuelven este suceso (de tamaña gravedad) en un
párrafo. En cambio, Transilvano le da tal importancia que arranca su descrip-
ción desde el inicio de las hostilidades y de las hambres, para pasar después a
la ruda respuesta de Magallanes en una arenga en la que llamaba a los tripu-
lantes castellanos quejicas y débiles, y más débiles que los portugueses;
diciéndoles que no tenían razón sus lamentos, pues no les faltaba agua, ni
comida, ni leña para calentarse (aunque varios perecieron de hambre y de
frío), y que, cuanto mayores fueran las penalidades, mayor sería el pago del
Emperador. Narra cómo se abrieron los odios y comenzaron las peleas entre
portugueses y españoles. En qué modo estos últimos afirmaban que Magalla-
nes, como portugués, no podría hacer nada que fuese glorioso para Castilla; es
55
decir, expone la absoluta desconfianza de los españoles en el capitán general,
los cuales estaban seguros de que les llevaba a la muerte.
Estos comentarios provocaron, en palabras de Transilvano, «la saña contra
los españoles», los castigos inmerecidos y desmesurados:
«E como algunos de los castellanos sintiesen con esto mucha graveza, hicieron
conspiración. Y levantose contra él un capitán de la una de las naos, con todos los
castellanos que en ella iban. [Y Magallanes] prendió al capitán [Cartagena] y a los
principales de la conspiración y, presos, los ahorcó luego, de hecho, de las antenas
de la nao, sin los oír y sin les guardar sus previllejios ni excepciones, porque sien-
do, como algunos dellos eran, oficiales del emperador, no podía, según derecho,
hacer justicia dellos, porque solo la persona del emperador o los señores de su
Consejo eran sus jueces y no él».
Es decir que, cuando se dice que Magallanes obró en ese modo porque
tenía el mando absoluto, no es verdad, porque dicho mando se debía a lo que
la ley castellana le permitía. Por lo tanto, cuando se justifica a Gómez de Espi-
nosa afirmando que en San Julián seguía las órdenes del jefe, pues era el
alguacil, esa justificación no tiene razón de ser; Espinosa no debería haber
permitido esta acción contra Cartagena por cuanto era contraria a la legisla-
ción de los Consejos de Castilla e Indias. Así pues, Magallanes mata y apresa
consciente de que no puede hacerlo; pero, como nos dicen otros cronistas,
«traía muy sobornados a los suyos».
Mafra, al relatar este suceso, dice:
«Y en la otra nao, que era la más preminente, iva por capitán un Juan de Carta-
gena, hombre valeroso y que, por su mal, traýa iguales poderes que el Magallanes
(...) que, para quitar de sobre sí aquella subjección, no siguiendo ninguna astucia
[excusa] sino muy abierta enemistad, quitó al Cartagena de su cargo de capitán.
Mandó luego hacer justicia de los dichos capitanes, a los cuales mandó hacer cuar-
tos, y entre ellos a Luis de Mendoza, aunque ya estaba muerto, y a Juan de Carta-
gena también. A un clérigo mandó desterrar y hechar en una isla, por darle mayor
pena viviendo. Mandaba Magallanes ahorcar a cuarenta hombres, de los más
honrados y amigos de los capitanes muertos. (...). Esta crueldad no consintió la
demás gente de la armada, yéndole a la mano al Magallanes; el cual viendo que no
podía salir con su intención, mudó consejo y proveyó la pena por otra menor».
O sea, no es que no los ahorcara porque los necesitaba para navegar, sino
porque se le levantaron en armas, le pusieron las armas en el pecho.
Martín de Ayamonte explica que a Cartagena y al clérigo los desterró.
Respecto a la desaparición de la San Antonio, declara que presumieron que
«el piloto Esteban Gómez, portugués, había tomado preso al dicho capitán
[Álvaro de Mezquita, primo de Magallanes] y había vuelto a buscar a Juan de
Cartagena y al clérigo».
¿Por qué no cuenta Pigafetta con todo lujo de detalle este hecho gravísi-
mo? ¿Porque estaba de parte de Magallanes, como se dice? ¿O porque, al no
estar presente, no lo podía explicar bien?
56
Mafra, lacónico, narra cómo los patagones huyeron de ellos; cómo Maga-
llanes ordenó que le trajeran a uno de los jóvenes para verlo; cómo, en perse-
cución de ellos, comieron carne que habían abandonado en la huida, durmien-
do al frío y «bebiendo nieve derretida en unos capacetes, sin más abrigo que
sus lanzas», y cómo volvieron de vacío y con un hombre menos, porque lo
habían matado de una lanzada en la pierna. Transilvano, por su parte, cuenta
una historia fantástica de cómo se alojaron con ellos. Y solo prendieron a uno,
«el cual se murió dentro de pocos días de puro coraje y sin comer ni beber». O
sea que mal podía contarle a Pigafetta las cosas de su vocabulario, ni las
costumbres funerarias, o que «también nuestro prisionero me informó con
ademanes de haber visto al demonio con dos cuernos en la cabeza y pelos
largos y lanzar fuego por la boca y por el culo».
Al llegar al Brasil, Juan Carballo rogó a Magallanes ir a buscar a su hijo
que, «si era vivo, lo tomarían», dice Mafra. Anglería, toda la travesía hasta el
río de Solís la resuelve en pocos renglones, sin especificar más que la derrota
a grandes rasgos. Y Pigafetta, por su parte, narra lo que comieron, el tipo de
animales y plantas, el intercambio de peines por pescado o por patatas. Cuenta
cómo es la gente del Brasil, cómo visten, dónde viven, las referencias y
comparaciones con Europa; o que comen carne humana. Y los usos de aquella
gente se los describe Ioanne Carvagio, piloto que anduvo antes cuatro años
por estas tierras.
Discrepan las noticias en la razón de la vuelta de la San Antonio: sus tripu-
lantes alegan las discordias con Magallanes y que no navegó por el cabo de
Buena Esperanza. Y en el ataque a la isla de Mactán, Martín de Ayamonte
explica cómo asaltaron dos veces la isla y que fue en el repliegue de la segun-
da cuando cayeron en unas trampas (unas cuevas) que los isleños habían cava-
do, y allí, sin posibilidad de defenderse, los mataron. ¿Pudo participar Piga-
fetta en esta empresa, como afirma él mismo? Es muy poco verosímil.
En la iglesia de los dominicos de Vicenza, el caballero Capra hizo poner
una lápida en la que se lee: PHILIPUS PIGAFETTA, PEREGRINANDI CUPIDUS, ET
ANTONII, GENTILIS SUI EQ. HIEROSOLIM, QUI PRIMUS TERRARUM ORBEM CIRCUMIIT,
GLORIAE EMULUS ABDITISSIMAS REGIONES ADIVIT ... Pero su hermano Felipe Piga-
fetta, que viajó a África y escribió una Historia de las Indias Orientales, no
menciona ni el viaje ni la obra de su hermano Antonio. Antonio, por su
parte, afirma en la edición italiana: «Partendome da Seviglia, andai a Vaglia-
dolit, ove apresentai a la sacra majesta de D. Carlo, non oro ne argento, ma
cose da essere assai apreciati da un simil Signore. Fra le altre cose, le detti
uno libro scripto de mia mano, de tucte le cose passate de giorno in giorno
nel viaggio nostro».
Ocho años después de la arribada de la Victoria, y cuando Elcano ya lleva-
ba tiempo muerto, Pigafetta publica una novela, a modo de crónica, en que
habla de lenguas, de gentes, de costumbres, de modas, de modos, de usos
funerarios, de hierbas oloríferas, de cortezas de árbol que cubren las vergüen-
zas, de canoas, del betel que se masca, del licor de arroz, de los palacios, de
los elefantes para allegarse a ellos, de pájaros carroñeros que no comen
57
animales si no los han descorazonado antes, de demonios, de murciélagos
grandes como águilas y de sabor a gallina, y de perlas grandes como huevos
de ellas. Por supuesto, si comparamos la verdadera travesía y las fechas de
ella que hace el piloto Albo en su derrotero, en su cuaderno de navegación,
con las que da el novelista, veremos enormes discordancias de millas maríti-
mas y de meses. Del mismo modo que puede comprobarse cuántos de los
hechos que vivió Pigafetta se extraen de otros libros de crónicas y de viajes.
Pero que sea cierto o no es lo menos importante. Porque en ese mundo de
descubrimientos españoles y portugueses, en esa base de literatura caballeres-
ca, en esa fascinación del desvelar, todo era posible. Era tan posible que,
cuando el rey don Manuel de Portugal escribe una carta a los Reyes Católicos
dándoles cuenta de todo lo sucedido en el viaje de Pedro Álvarez de Cabral
por la costa de África hasta el mar Rojo, les explica:
Bibliografía
58
LA EXPEDICIÓN
DE JOFRE DE LOAYSA
Y LA MUERTE DE ELCANO
Introducción
59
Filipinas y las Molucas. FUENTE: internet
Los dos barcos que quedaban, Victoria y Trinidad, navegaron a las islas del
Moluco, el legendario archipiélago de la Especiería. El sultán de Tidore juró
por Alá, sobre el Corán, eterna amistad al Emperador. Las dos naves se carga-
ron de especias; pero, a la hora de partir, la Trinidad empezó a hacer agua, y
Elcano, al mando de la Victoria, en contra de la opinión de sus subordinados,
decidió regresar navegando hacia occidente, es decir por el hemisferio portu-
gués. Tres años después de su salida, con solo dieciocho supervivientes arribó
a Sanlúcar, culminando así aquella gran aventura de la primera vuelta al
mundo. Por su parte, la Trinidad, una vez reparada, intentó regresar a América
por oriente, objetivo que no logró. Cansada de los vientos adversos, regresó a
Tidore y se rindió a los portugueses.
La gesta de Elcano reavivó los deseos del Emperador de disputar a Portu-
gal las Molucas. Para ello envió una armada de siete buques mandada por
Loaísa.
60
La expedición partió de La Coru-
ña. Fue la última empresa descubri-
dora del Pacífico que salió de España
–las siguientes partirían de la costa
occidental americana–.
Después de un accidentado viaje
en el que el Pacífico no hizo honor a
su nombre, los temporales dispersa-
ron los buques de Loaísa, este murió
en pleno océano y, seis días después,
también expiraría Elcano. Solo llegó
al Moluco una nave, con 155
hombres que disputaron a los portu-
gueses armas en mano el dominio
sobre las Molucas. En las antípodas,
España y Portugal libraron una larga
guerra poco conocida. Pero, por el Regreso a Sevilla de J. S. Elcano, de Elías Salave-
rría. FUENTE: Museo Naval
Tratado de Zaragoza, España renun-
ció a las Molucas por 50.000 duca-
dos. Los veinticuatro supervivientes de la Trinidad pasaron a Goa, en la India,
y no arribaron a Lisboa hasta 1536. El periplo había durado en total once
años. A Urdaneta, el más destacado de los supervivientes, se le incautaron
todas las notas tomadas y la información cartográfica que había elaborado.
Pero esto no fue un problema –todo lo anotado lo tenía también memorizado–
para que años después pudiese realizar el Tornaviaje.
Tras esta introducción, pasaremos a ocuparnos de Loaísa y después vere-
mos algunos de los aspectos más sobresalientes y novedosos de su expedi-
ción, como la razón de que los barcos zarpasen de La Coruña, quiénes eran
algunos de los hombres que embarcaron en ellos (con especial detención en
Rodrigo de Triana), la peripecia de la San Lesmes, o el testamento de Elcano y
la muerte de este y de Loaísa.
Y finalizaremos con don Julio Guillén Tato y el voto de la Santa Faz, pues
dentro de un mes se cumplen cincuenta años de la muerte de tan insigne mari-
no, académico de la Real Española y de la Real de la Historia, y director del
Museo Naval y de la Revista General de Marina. Todas estas instituciones
han programado actos en su recuerdo con ocasión de la efeméride, y por nues-
tra parte –por mi parte–, al final de la presente exposición le dedicaremos unas
modestas palabras a modo de homenaje.
Loaísa
61
Sus hermanos Juan y Álvaro eran,
respectivamente, obispo de Mondo-
ñedo y comendador de Paracuellos.
Otro de sus allegados, Francisco
García de Loaísa, era arzobispo de
Sevilla, confesor de Carlos V, presi-
dente del Consejo de Indias e inquisi-
dor general. Posiblemente por tales
influencias, y tras participar, en 1518,
en unas embajadas ante los sultanes
turcos Selim I y su hijo Solimán II el
Magnífico, obtuvo el cargo de jefe de
la flota que, por orden de Carlos I, se
estaba organizando en La Coruña.
Los fines principales del viaje
eran ocupar las Molucas y rescatar a
los tripulantes supervivientes de la
nao Trinidad, de la expedición de
Magallanes.
Como lugarteniente de Loaísa se
nombró a Juan Sebastián Elcano, sin
duda, por su experiencia, el marino
más adecuado para ocupar el puesto.
Juan Sebastián de Elcano según Ignacio Zuloa- Era uno de los pocos navegantes que
ga (1921). IV Centenario Vuelta al Mundo habían ido al Moluco y conseguido
volver, había comerciado con los
nativos de aquellas islas y, además,
sabía cómo actuaban los portugueses.
Además, como quiera que a Loaísa se le había ordenado quedarse en las
Molucas, en calidad de capitán general (cargo equivalente a virrey) de la colonia
que allí habría de formarse con dos de las siete naves, nadie mejor para coman-
dar el regreso al suelo patrio de las cinco restantes que el ilustre guetariano.
62
Hemisferios español y portugués tras el Tratado Tordesillas
63
Primus circumdedisti me, de Augusto Ferrer-Dalmau (2019). Museo Naval de Madrid
Avatares de la expedición
64
Placa del Archivo de Simancas dedicada a miss A. Gould, quien consiguió la lista completa de
los componentes de las tres naves de la expedición colombina. FUENTE: internet
tormenta, lo que forzó a los barcos a separarse y reunirse sin cesar. Todos
ellos hicieron escala en una isla desierta que llamaron de San Mateo, la actual
Annobon (o de Añobueno, llamada así por los portugueses por haberse descu-
bierto un 1 de enero).
Ya en el continente americano, tras concentrarse en la ensenada de Santa
Cruz, la Sancti Spititus se perdió, por varada en el cabo de las Vírgenes. Sus
tripulantes y carga se repartieron entre las demás naves, y su capitán, Elcano,
y Urdaneta pasaron a la capitana.
La nao Anunciada salió hacia el Atlántico en un claro caso de deserción,
presumiblemente con la intención de llegar a las Molucas por el océano Índi-
co, pero nunca más se supo de ella. Las cinco naves restantes, debido a las
fuertes borrascas, tuvieron que volver hacia la ensenada de Santa Cruz, para
guarecerse y reparar averías. En este tiempo se produjo una nueva deserción:
la de la nao San Gabriel, que regresó a España por el Atlántico.
Las cuatro naves que quedaban cruzaron el estrecho tras 48 días de penosa
navegación, y el océano Pacífico, sin hacer honor a su nombre, las recibió con
una recia tempestad.
Un fuerte temporal volvió a separar a las cuatro naves, esta vez definitiva-
mente. El patache Santiago arrumbó a Nueva España, cuyas costas alcanzó en
julio de 1526; la Santa María del Parral embarrancó sin poder proseguir su
65
ruta, y de la San Lesmes no se tuvie-
ron más noticias. Tan solo continuó
camino de las Molucas la nao Santa
María de la Victoria, en la que nave-
gaban Loaísa, Elcano y Urdaneta,
dirigida por su piloto, Rodríguez
Bermejo.
66
La armada mandada por el comendador don García Jofre de Loaísa. Grabado de Urrabieta
67
El testamento de Elcano
68
Se advierte igualmente la serenidad con que aguardaba la muerte, sin que
su inminencia turbase su espíritu ni le impidiera formar un minucioso inventa-
rio de sus bienes y considerar todas las eventualidades a la hora de repartirlos.
También podemos apreciar el cariño y respeto con que miraba a su superior,
Loaísa, de lo que podemos deducir que, si se amotinó contra Magallanes, no
fue porque su carácter fuese rebelde ni caprichoso, sino por la arrogancia y
poco tacto del portugués. Sus mandas también evidencian el amor hacia sus
hermanos, así como los sentimientos de amistad y afecto que le suscitaban sus
compañeros, en particular sus paisanos. Todos los testigos del testamento
fueron vascongados, y entre ellos se hallaban su cuñado Santiago de Guevara
y Andrés de Urdaneta.
La lectura del testamento de Elcano, en fin, nos facilita algunas noticias
curiosas relativas a su familia. Su madre era viuda, y Elcano tuvo dos herma-
nas y tres hermanos: Martín, que presenció su muerte y que en el testamento
aparece como el más querido; Antón, ayudante del piloto de la carabela
Santa María del Parral, y otro que no nombra, pero que se infiere iba en la
expedición.
69
cuerdas. Después, colocado en la
cubierta de la nave, mientras la mari-
nería, apenada, rezaba los paternóste-
res y las avemarías de rigor, se
amarró un peso al sudario. A una
señal con la cabeza del nuevo capitán
general, don Alonso de Salazar,
cuatro marineros apoyaron la tabla
sobre la borda y la inclinaron hasta
que el cadáver, por su propio peso,
inició su andadura hacia el mar, en la
que se sumergió dejando una estela
de espuma y burbujas. Cayó a plomo,
buscando el fondo más profundo del
océano, mientras algunos marineros
se santiguaban. No hubo músicas, ni
banderas, ni galas.
(1) «Item, mando por cuanto tengo prometido de ir en romería á la Santa Verónica de
Alicante, é porque yo no puedo cumplir, que se haga un romero, é mando para el dicho romero
seis ducados. Allende de ello mando que le sean dados al dicho romero veinte é cuatro ducados
para que los dé á la iglesia de la Santa Verónica, é traiga fé del prior é los mayordomos que
recibieren los dichos veinte é cuatro ducados …».
70
continuación los empleados de
Tabacalera2.
Miembros de la Armada portaban
la referida lápida de mármol. Seguía
la reproducción a escala de la nao
Victoria, cuyas andas eran portadas
por un marino de guerra, un marino
mercante, un representante de la
cofradía de pescadores y una laureada
regatista del Club de Regatas de
Alicante. Al exvoto le daban escolta
miembros del Consejo de la Hispani-
dad, que había delegado su represen-
tación en don Julio Guillén Tato. Tras
ellos desfilaba el almirante don Fran-
cisco Bastarreche, a la sazón capitán
general del departamento marítimo de
Cartagena, acompañado por un nutri-
do grupo de personalidades civiles,
militares y políticas, entre ellas el
alcalde de Alicante y el comandante Retrato de Vasco Núñez de Balboa (1475-1517),
de autor anónimo. FUENTE: bibliotecavirtual
de Marina, capitán de fragata Garat. defensa.es
Fue la romería más concurrida de
cuantas se habían celebrado hasta ese
momento; a ella acudieron más de 80.000 peregrinos, a los que había que sumar
las multitudes de fieles que, llenos de fervor, contemplaban el paso desde las
alturas cercanas. Tras el consabido alto en la finca Lo de Die, la comitiva llegó
al monasterio a las once, entre bailes de los nanos i gegants y a los sones de la
dolçaina y el tabalet.
La ofrenda estuvo a cargo del eminente charlista valenciano Federico
García Sánchiz, muy vinculado a la Armada tras la muerte, a bordo del cruce-
ro Baleares, de su único hijo, el adolescente Luis Felipe García Sánchiz-
Ferragut, marinero voluntario conocido por «el Doncel», a cuya memoria su
padre dedico varios libros. El eminente charlista, famoso por españolear en
Hispanoamérica, a lo largo de su vida recibió muchas distinciones (académico
de la Española, doctor honoris causa...), pero ninguna le mereció tanto apre-
cio como la de señalero honorario de la Armada. Y así, cuando le llegó la hora
(2) Sobre la presencia de tales empleados debemos aclarar que, en 1844, se produjo un
incendio en la fábrica de tabacos de Alicante. Por fortuna, las más de tres mil operarias logra-
ron salir de la fábrica sanas y salvas. Mientras contemplaban cómo el incendio convertía rápi-
damente en un montón de escombros la que había sido la tercera fábrica nacional de cigarros de
España (después de las de Sevilla y Cádiz), las cigarreras elevaron sus agradecidas plegarias al
cielo, en especial a la Santísima Faz –reliquia conservada, según creencia popular, en el cerca-
no monasterio del mismo nombre–, ya que todas habían salvado la vida merced a la milagrosa
intervención de dicha reliquia.
71
Peregrinación de la romería de Santa Faz (1944). FUENTE: internet (Archivo Municipal Alicante)
72
EL ESTABLECIMIENTO
DE LA POSESIÓN
DE LAS MOLUCAS Y DE FILIPINAS
73
vez en Burgos, en 1508. Allí acudieron Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, Juan
Díaz de Solís y Américo Vespucio, además de Fonseca. En la reunión se acor-
dó tomar medidas para potenciar el papel de la Casa de Contratación, enviar
unas expediciones para buscar el paso en Tierra Firme, y mandar empresas
colonizadoras a Veragua y el Darién.
En esa línea hay que situar el plan de Juan Díaz de Solís, plasmado en una
capitulación con Pinzón, de 23 de marzo de 15081, para buscar el paso2, y la
elaboración por Solís, en 1512, de un informe en el que afirmaba:
(1) La capitulación en VAS MINGO, Marta Milagros del: Las capitulaciones de Indias en
el siglo XVI, Madrid, 1986, pp. 152-155.
(2) EZQUERRA, Ramón: «El viaje de Pinzón y Solís al Yucatán», Revista de Indias,
núm. 119-122 (1970), 217-238.
(3) CUESTA DOMINGO, Mariano: «La fijación de la línea –de Tordesillas– en el Extremo
Oriente», en RIBOT GARCÍA, Luis Antonio; CARRASCO MARTÍNEZ, Adolfo, y ADÃO DA FONSECA,
Luis (coords.): El Tratado de Tordesillas y su época III, Valladolid, 1995, 1483-1518, p. 1496.
74
Desde la Casa de Contratación de Sevilla se atendió inmediatamente a los
tripulantes supervivientes, que se habían sobrepuesto al cúmulo de adversida-
des que les habían sobrevenido en una travesía de casi 14.500 leguas. Con
ellos llegaron algunos malayos, que les habían ayudado en las faenas de a
bordo desde el inicio de la travesía por el Índico hasta la culminación del
viaje. Una lancha remolcó a la Victoria por el Guadalquivir hasta Sevilla,
mientras los recién llegados se reponían con frutas y alimentos frescos.
Carlos V reclamó a Elcano de inmediato en Valladolid, para que con dos
compañeros del viaje acudiera a informarle de todo lo sucedido; y allá que
se encaminaron él, Hernando de Bustamante y Fernando Albo. La urgencia
del emperador era comprensible, pues el viaje iba a tener amplia repercusión
en Europa, sobre todo en Portugal, ya que en 1512 António de Abreu y
Francisco Serrão habían alcanzado las Molucas y, con la llegada de los espa-
ñoles a aquellas latitudes, enseguida iba a replantearse lo acordado en
Tordesillas en 1494.
Acababa la mayor odisea naval vivida hasta entonces. Pero se iba a iniciar
una larga negociación entre las dos monarquías que se disputaban la posesión
de unas islas que, entonces, eran la mayor fuente de riqueza existente.
(4) R AMUSIO , G. B.: Primo volume delle Navigazioni et viaggi (3 vols.), Venecia,
1554-1559.
75
obra de Ramusio y por traducciones a diversos idiomas tanto de ella como de
la edición francesa5.
Transilvano (castellanización de su nombre, Maximilian von Sevenborgen)
se anticipó a Pigafetta aprovechando la privilegiada posición que tenía como
secretario de Carlos V. En 1520 había escrito en latín una obra en la que
describía la elección de Carlos I, soberano de los reinos españoles, como
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, al que acompañaba por
entonces en su séquito personal. Ya en Augsburgo, el 15 de octubre de 1522,
envió una carta al cardenal arzobispo de Salzburgo, Mateo Lang de Wellen-
burg, que también era obispo de Cartagena. La carta estaba escrita en latín, lo
que facilitó su difusión europea; además, Lang coincidió con el obispo Chie-
regati, pues ambos había sido comisionados pontificios para asistir a la Dieta
alemana. El obispo se interesó por la carta del secretario imperial, de la cual
consiguió una copia que remitió al editor romano Minitius Calvus, quien la
puso en circulación en 1523 en una edición de enorme éxito, como demues-
tran las reediciones que siguieron6.
Según se deduce de sus palabras, Transilvano debió de ser uno de los
presentes en la entrevista de Carlos V con Elcano y sus compañeros, y
también debió de hablar con Pigafetta, pues en su carta hay claras referencias
al relato de este. Es más: su obra, en realidad, no es sino un resumen del libro
del italiano. En una especie de preámbulo, Transilvano muestra poseer una
buena información sobre mitos, sucesos anteriores ocurridos en América y las
expediciones portuguesas al sur de Asia, queriendo así mostrar a Lang que
considera excepcional y único el viaje realizado por Elcano y la Victoria.
Por su parte, el ya emperador Carlos V tomó una serie de iniciativas
encaminadas a mostrar que las Molucas estaban en la zona castellana y, en
consecuencia, sobre esa convicción iba a actuar. Por eso, nada más volver
la Victoria, Carlos V reclamó para sí las islas de las Especias, pero también
las exigió Juan III de Portugal, invocando el tratado de 14927. Así pues, el
viaje de circunnavegación replantea la línea de demarcación establecida en
Tordesillas, de modo que los argumentos tendrían que descansar necesaria-
mente en la cartografía, que se convierte en un medio por el que los reyes
tratan de fundamentar sus derechos al tiempo que evidencian sus deseos
expansionistas8.
(5) Más información sobre las ediciones posteriores, por ejemplo, en el volumen J.S.
ELCANO, A. PIGAFETTA, M. TRANSILVANO, F. ALBO, G. de MAFRA y otros: La primera vuelta al
mundo, Madrid, 2018, pp. 188-189.
(6) Ibídem, p. 14.
(7) RUMEU DE ARMAS, Antonio: El Tratado de Tordesillas, Madrid, 1992.
(8) LACOSTE, Yves: La geografía: un arma para la guerra, Barcelona, 1977, evidencia el
empleo de la geografía en la política. Para el proceso del desarrollo de la cartografía en general,
BUISSERET, David: La revolución cartográfica en Europa, 1400-1800, Barcelona, 2004, y para
España en particular, CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: La cartografía náutica española en los
siglos XV, XVI y XVII, Madrid, 1994. También SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Antonio: La espada, la cruz y
el Padrón. Soberanía, fe y representación cartográfica en el mundo ibérico bajo la Monarquía
76
En diciembre de 1522, Carlos V tomó una decisión importante en conso-
nancia con el deseo de incorporar las Molucas a sus territorios y atendiendo
una petición que se le habían hecho en 1520, cuando recaló en La Coruña para
embarcar hacia Alemania al ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico. Aprovechando la tesitura, Fernando de Andrade y otros nobles
gallegos pidieron que se centralizase en la ciudad el comercio con las especias
que, presumiblemente, se abriría con la expedición de Magallanes y Elcano,
que había zarpado el año anterior con ese destino; argumentaban para ello las
excelencias del puerto coruñés, donde no existía ninguna cortapisa para el
poder de la Corona, dada la inexistencia en la ciudad de fueros y libertades
especiales; además, su posición era mejor que la de Sevilla en relación con los
mercados del norte de Europa para la venta de la especias.
Carlos V decidió atender las peticiones gallegas el 22 de diciembre de
1522, unos meses después del regreso de la Victoria, autorizando la creación
de la Casa de Contratación de la Especiería9. Bernardino Menéndez fue
nombrado tesorero, y Cristóbal de Haro, el banquero que había aportado
1.880.126 maravedíes de los 8.751.125 presupuestados para el viaje de circun-
navegación, factor. La creación del nuevo organismo tuvo como consecuencia
la concesión del monopolio especiero a Haro y al grupo financiero burgalés10.
En realidad, el factor, con el prelado Juan Rodríguez Fonseca, consejero
áulico, y Francisco de Valenzuela, ya había participado en el financiamiento
de otra expedición para el caso de que la de Magallanes y Elcano no encontra-
ra el paso del Atlántico al Pacífico. Nos referimos a la de Gil González Dávila
y Andrés Niño, a quienes se encomendó que se dirigieran a la costa panameña
actual, cruzaran el istmo e intentaran descubrir una ruta a las Molucas. Los
Hispánica, 1503-1598, Madrid, 2013, y el libro colectivo coordinado por MORENO MARTÍN,
José María: Dueños del mar, señores del mundo. Historia de la cartografía náutica española,
Madrid, 2015. También SZÁSZDI LEÓN-BORJA, István: «Las Casas de la Contratación en la pers-
pectiva de la primera mitad del siglo XVI. El caso de Laredo y de La Coruña», en GARCÍA
HURTADO, Manuel-Reyes; GONZÁLEZ LOPO, Domingo L., y MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, Enrique
(eds.): El mar en los siglos modernos II, Santiago de Compostela, 2009, pp. 393-400, e ÍDEM:
«Armadas, Consulados y Casas de la Contratación. La lucha hispana por el desarrollo de
nuevos mercados y la creación de instituciones supremas del mercantilismo (1503-1529)», en
e-Legal History Review, núm. 31 (2020).
(9) CUESTA DOMINGO, M.: «La Casa de la Contratación de La Coruña», Mar Océana.
Revista del Humanismo Español e Iberoamericano, núm. 16 (2004), 59-88, y SZÁSZDI LEÓN-
BORJA, I.: «La Casa de Contratación de Sevilla y sus hermanas indianas», en ACOSTA RODRÍ-
GUEZ, Antonio; GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Adolfo Luis, y VILA VILAR, Enriqueta (eds.): La Casa
de la Contratación y la navegación entre España y las Indias, Sevilla, 2003, 101-128; ÍDEM:
«La Casa de Contratación de La Coruña en el contexto de la política regia durante el reinado
de Carlos V», Anuario da Facultade de Dereito da Universidade da Coruña, núm. 12 (2008),
905-914.
(10) Para los negocios financieros y comerciales del grupo, SAGARRA GAMAZO, Adelaida:
«El grupo de Burgos y la esclavitud», en XXI Coloquio de Historia Canario-Americana, Las
Palmas de Gran Canaria, 2014, y «La empresa del Pacífico o el sueño pimentero burgalés
(1508-29)», Revista de Estudios Colombinos, núm. 9 (2013), 21-36. También RAMOS PÉREZ,
Demetrio: «El grupo financiero de Burgos en el momento que dominó la empresa ultramarina»,
en I Jornadas de Historia Burgos y América, Burgos, 1992, 131-157.
77
expedicionarios salieron de Sanlúcar de Barrameda una semana antes que
Magallanes y Elcano, cruzaron el istmo, y con los barcos construidos en el
Pacífico, en lugar de rastrear la costa mil leguas hacia el oeste como estaba
previsto, arrumbaron hacia el norte y no consiguieron más que explorar la
costa oeste americana, y eso ya en 1522.
Como ninguna de las dos monarquías estaba dispuesta a ceder en sus
pretensiones sobre las Molucas, era preciso eliminar las discrepancias y
encontrar una solución. Con este objetivo, en febrero de 1524 se reúne en
Vitoria una junta que acuerda designar un grupo de astrólogos y pilotos para
que establezcan por dónde pasaba la línea de Tordesillas en aquella parte del
globo. Este acuerdo precedió a las reuniones de otra junta en Elvas-Badajoz,
entre marzo y mayo, en la que se trataría dónde representar mejor el meridia-
no divisorio (si sobre un globo o sobre una carta plana), cómo situar en la
superficie elegida las islas de Cabo Verde, y desde cuál de ellas medir las 370
leguas acordadas en Tordesillas. Las negociaciones continuaron nombrando
cosmógrafos, expertos y jueces que fallaran el pleito.
La parte española la integraban Juan Sebastián Elcano, doce marineros de
la Victoria, fray Tomás Durán, Juan Vespucio, Sebastián Caboto y Diego
Ribero, además de Hernando Colón. La representación portuguesa no era
menos cualificada y experta; en ella se destacaban Simão Fernandes, Simão
Tavira, Bernardo Pires y Tomás de Torres, profesor universitario de astrología
en Lisboa. Se acordó que la primera reunión tuviera lugar en el río Caya, a
mitad de camino entre Elvas y Badajoz, y que las siguientes se desarrollaran
de manera alterna en una y otra ciudad, jurando los comisionados tratar y
decidir de común acuerdo. Su preocupación fundamental era la determinación
del meridiano de Tordesillas en ambos lados del globo, para fijar con exacti-
tud la ubicación de las Molucas, pero eso tropezaba con el gran problema de
determinar la longitud.
Ambas partes argumentaban en su propio beneficio, reprochando a los
contrarios la manipulación de datos y de representaciones cartográficas, pues
si los portugueses acusaban a los castellanos de hacer pasar el contrameridia-
no bastante más allá de Malaca, hasta el Ganges, los castellanos les reprocha-
ban alterar las distancias y falsificar las cartas11. A lo largo de abril se debatió
a fin de encontrar una solución, para lo que se había fijado un plazo que expi-
raba el 31 de mayo. Transcurrido este plazo sin llegar a un acuerdo, prosiguie-
ron los intentos de ampliar los asentamientos en el Maluco, los castellanos en
Tidore y Gilolo (Halmahera), y los portugueses en Ternate. Es curioso que el
conocimiento real de las dimensiones de la tierra se produjera sobre la base de
dos fracasos (Colón no llegó a las Indias, pues tropezó con América, y Maga-
llanes no alcanzó las Molucas) y un éxito imprevisto (que Elcano diera la
vuelta al mundo)12.
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El recurso a la cartografía
«Está ilustrado con muchas leyendas en latín con datos geográficos para infor-
mar de las tierras descubiertas por los españoles y portugueses al sur del cabo de
San Agustín, a poniente del Atlántico y separadas de Asia. No hay estrecho al sur
del Brasil, pero sí una extensión de mar que baña la costa de un cabo a la misma
latitud que el de Buena Esperanza. Por primera vez, el Ecuador está graduado en
grados de longitud y además se representa su perímetro completo; es decir el
mundo está desplegado sobre un pergamino bidimensional»15.
79
Imagen 1. Planisferio Kunstmann IV, h. 1519
«Algunas de las cartas fueron encargadas por Magallanes y Rui Falero a Nuno
García de Toreno y otras seis las mando hacer Rui Falero (…) también figuran
algunos instrumentos fabricados por Rui Falero: seis cuadrantes de madera y un
astrolabio de palo. Los demás instrumentos se encargaron ose compraron (…)
también participaron Juan Vespucio y Diego Ribero»16.
80
Con una intención propagandística
inequívoca, el cosmógrafo hizo en
1522 un mapa de Filipinas y las Molu-
cas con las indicaciones que le oyó a
Elcano a su regreso del viaje18; la finali-
dad del mapa es manifiesta, pues sitúa
el sur de Asia, Malaca y las Molucas en
la parte española, al desplazar hacia el
oeste la línea de demarcación; en él
incluía ilustraciones del interior del
continente asiático que eran claras
pervivencias medievales. Pero también
de 1522 son dos cartas donde las islas
están en la zona portuguesa, atribuidas
a Pedro Reinel, cartógrafo portugués,
realizador de la carta plana más antigua
de Portugal (1485) y de la primera que
incluye las latitudes (1504).
A estos mapas siguieron otros en
apoyo de la postura castellana, como
el Planisferio anónimo de Turín y el
mapamundi de Juan Vespucio, ambos Imagen 2. Nuño García de Toledo: Carta del
de 1523, y García de Toreno y Diego sur de Asia y las Molucas (1522)
Ribero elaboraron otros que se repar-
tieron como regalo del Emperador. El
denominado Planisferio Salviati se atribuye a García de Toreno, es de 1525 y
lo regaló Carlos V al cardenal epónimo, oficiante de su matrimonio con Isabel
de Portugal en Sevilla. Diego Ribero fue el autor de denominado Planisferio
de Castiglione, también de 1525, que le fue regalado a Baltasar de Castiglio-
ne, uno de los personajes presentes en las imperiales nupcias.
El planisferio que realizó Juan Vespucio en 1526 se estima una copia del
Padrón Real, recoge detalles de los mapas anteriores y es una representación
de todas las tierras descubiertas hasta entonces. García de Toreno murió en
152619, lo que dejaba como único cartógrafo oficial a Diego Ribero, al que
algunos atribuyen el denominado Planisferio Weimar, de 1527, elaborado por
la real cédula de 1526 para la reforma del Padrón Real encargada a Hernando
Colón. Será completado dos años después por el mismo Ribero con otros dos
planisferios, fechados ambos en 1529, conocidos como del Vaticano y de
Weimar; en realidad, son más bien documentos diplomáticos que se realizaron
antes o después del Tratado de Zaragoza de 1529.
81
Imagen 3. Diego Ribero: Planisferio del Vaticano (1529)
82
Hudson hasta la Florida. Sus informes permitirían a Diego Ribeiro cartogra-
fiar gran parte de ese litoral22.
En 1525, Juan Nicolás de Artieta y los burgaleses Diego de Covarrubias y
Juan de Mota consiguieron el respaldo oficial para una nueva expedición a la
Especiería, en cuya financiación participaron los Fugger, Cristóbal de Haro y
la Corona. Su mando recayó en el comendador fray Francisco García Jofré de
Loaysa. La compondrían siete naves y 450 hombres. El 24 de julio zarparon
de La Coruña para seguir la ruta abierta por Magallanes y Elcano. El 1 de
enero de 1527 llegaron a Tidore, donde ya estaban los portugueses; así empe-
zó lo que algunos llaman la «primera guerra colonial», en la cual los nativos
estaban implicados luchando en ambos bandos y en la que no nos vamos a
detener.
Otra de las iniciativas del Emperador estuvo inspirada en la tercera carta
de Hernán Cortés, fechada el 15 de mayo de 1522, donde el extremeño le
comunicaba que había iniciado la construcción de navíos y bergantines23.
Carlos V no había olvidado esta información, aunque tardó en hacer uso de
ella, ya que hasta el 20 de junio de 1526 no firmó una real cédula –en Grana-
da, recién casado– por la que ordenaba al conquistador que se adentrara en el
Pacífico «con una armada de cinco naos a nuestras islas de Molucas y otras
partes donde hay especiería que cae dentro de los límites de nuestra demarca-
ción para les encontrar»:
(22) HUXLEY BARKHAM, Selma: «The Mentality of the men behind the sixteenth-century
Spanish Voyage to Terranova», en WARKENTIN, Germaine, y PODRUCHNY, Carolyn (eds.):
Decentering the Renaissance: Canada and Europe in Multidisciplinary Perspective, 1500-
1700, Toronto, 2001.
(23) HERNÁN CORTÉS: Cartas y documentos (intr., Mario HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA),
México, 1963, p. 191.
(24) LUQUE TALAVÁN, Miguel: «El tratado de Zaragoza de 1529 en su contexto histórico-
jurídico», en Primus circumdedisti me, Madrid, 2018, 345-362, pp. 351-352.
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españoles, su matrimonio se convierte en una cuestión diplomática de primer
orden en la Europa de entonces, por la posibilidad de que sirviera para sellar
una alianza con Inglaterra o Francia. De hecho, Carlos había prometido al rey
inglés, Enrique VIII, desposar a su hija María. Pero los castellanos, que desea-
ban continuar la política de los Reyes Católicos para emparentar con la casa
de Avís, tenían clara preferencia por la solución portuguesa, por la que final-
mente se optó en 1525, siendo la elegida la infanta Isabel.
Por parte portuguesa también se habían iniciado negociaciones para buscar
esposa al rey Juan III, que había subido al trono en 1521, a la muerte de su
padre, Manuel I el Afortunado. La elegida fue Catalina de Austria, la hija
menor de Juana I de Castilla y de Felipe el Hermoso, hermana por tanto de
Carlos V. Catalina creció junto a su madre en su encierro de Tordesillas,
donde sufrió las privaciones y los malos tratos que les infligían los marqueses
de Denia, guardianes de la reina. La boda se celebró el 5 de febrero de 1525
en Salamanca.
Algo después, el 17 de octubre de ese año, se firmaron las capitulaciones
matrimoniales entre Carlos e Isabel, y unos días más tarde, el 1 de noviembre,
en el palacio portugués de Almeirim y por poderes, se celebró la boda, que
tuvo que repetirse el 20 de enero de 1526 debido a la necesidad de dispensa
pontificia –los esposos eran primos hermanos: Isabel era hija de María, y
Carlos, de Juana, ambas hijas de los Reyes Católicos–. Después, Isabel se
puso en camino hacia Sevilla, donde se reuniría con su esposo para celebrar la
boda ya con la presencia de los dos contrayentes. El enlace tendría lugar en la
catedral el 11 de marzo de 152625.
Los dobles desposorios entre ambas familias reales sirvieron para facili-
tar la consecución de un acuerdo sobre las islas en disputa, disputa que
venía arrastrándose desde tanto tiempo atrás. Las tensiones se fueron rela-
jando. Las relaciones entre las dos cortes mejoraron. Pero, para solventar el
contencioso, sería necesario abrir una mesa de diálogo. Antes, Diego Ribe-
ro26, cartógrafo portugués que desde 1518 estaba al servicio de la corona
española, había preparado un mapamundi sobre el que trabajar; su obra más
importante fue el Padrón Real de 1529, que se considera el primer mapa-
mundi científico, realizado sobre la base de las observaciones que se habían
ido reuniendo, procedentes de las expediciones de Magallanes y Elcano y de
Esteban Gómez. No están la Antártida ni Australia, pero sí las Malvinas y la
costa este de Norteamérica, así como la línea del Tratado de Tordesillas,
colocando las Molucas a 172,9 grados de ella; eso suponía por parte españo-
la la cesión de 7,5 grados. Así pues, la manipulación era posible, dada la impo-
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sibilidad de medir exactamente la longitud, y creíble por su aparente impar-
cialidad, habida cuenta de la exactitud con que estaban representados algu-
nos accidentes geográficos.
(27) CABRERO FERNÁNDEZ, Leoncio: «El empeño de las Molucas y los tratados de Zarago-
za. Cambios, modificaciones y coincidencias entre el no ratificado y el ratificado», en El Trata-
do de Tordesillas y su época II, 1091-1132.
(28) MARTÍNEZ RUIZ, E., y PI CORRALES, Magdalena de Pazzis: Las Guardas de Castilla.
Primer ejército permanente español, Madrid, 2012, e ÍDEM e ÍDEM: «Un ambiente para una
reforma militar. La Ordenanza de 1525 y la definición del modelo de ejército del interior penin-
sular», Studia Historica. Historia Moderna, vol. 21 (1999), 191-218.
(29) RUMEU DE ARMAS, A.: El Tratado de Tordesillas, p. 298. Esta obra recoge la trans-
cripción íntegra del tratado de 1529 (pp. 298-308).
85
además, tal requisito suponía dudar de la autoridad real y entrañaba un riesgo
excesivo, pues una eventual negativa de las Cortes daría al traste con lo acor-
dado en la negociación, con el consiguiente alargamiento del conflicto. El
soberano consultó al Consejo de Castilla, el cual le aseguró que se podía pres-
cindir del acuerdo de las Cortes.
El texto primero, pues, fue rechazado; pero, recompuesto el artículo
conflictivo, un nuevo escrito fue ratificado el 22 de abril de 152930. El tratado
no se presentaría a las Cortes; para legalizarlo lo firmarían el Emperador y sus
representantes, equiparándose así a una real pragmática, lo que en la práctica
le confería la misma legalidad e importancia que si lo hubieran aprobado las
Cortes. Para que lo representaran, Carlos V dio un poder, firmado en Zaragoza
el 15 de abril de 1529, a Mercurino Gattinara; fray García de Loaysa, obispo
de Osma y confesor real; y el comendador mayor de la Orden de Calatrava,
fray García de Padilla. El emperador Carlos ratificaría el acuerdo en Lérida,
camino de Barcelona. Por su parte, Juan III hizo lo propio con su consejero y
embajador António de Azevedo Coutinho, mediante poder firmado en Lisboa
en 18 de octubre de 1528.
Juan III ofreció primero 250.000 ducados, oferta que Carlos V rechazó. El
Emperador contraofertó 500.000, cantidad que luego rebajó a 400.000, para
acabar aceptando la contraoferta portuguesa de 350.00031. Este resultado
contradecía las promesas de Carlos V a las solicitudes hechas por las Cortes:
«En las Cortes de Valladolid de 1523 y en las de Toledo de 1525 se había soli-
citado al monarca que no enajenase propiedades vinculadas a la Corona. Y especí-
ficamente en las Cortes celebradas en Valladolid en 1528, se había pedido al César
el sostenimiento de la especiería (…) a la que respondió garantizando su manteni-
miento»32.
(30) PINO ABAD, Miguel: «El Tratado de Zaragoza de 22 de abril de 1529 como anticipo a
la conquista de Filipinas», en FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Manuela (coord.): Guerra, Derecho y
Política. Aproximaciones a una interacción inevitable, Valladolid, 2014, 25-44.
(31) Para las diferencias de los dos textos y demás pormenores, véanse CABRERO FERNÁN-
DEZ, L.: «El empeño de las Molucas…», y CUESTA DOMINGO, M.: «La fijación de la línea de
Tordesillas...».
(32) LUQUE TALAVÁN, M.: «El Tratado de Zaragoza de 1529…», p. 356.
(33) VALDEÓN BARUQUE, Julio: «Las particiones medievales en los tratados de los reinos
hispánicos. Un posible precedente de Tordesillas», en El Tratado de Tordesillas y su proyec-
ción I, Valladolid, 1973, 21-32.
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zanjó la cuestión, pues ante la imposibilidad de definir con precisión la longi-
tud, nada más firmar el tratado, Castilla se replanteó su exploración del Pací-
fico, y las expediciones que mantuvieron la presencia española en este océa-
no ya no saldrían de España, sino desde Nueva España y el Perú, centrando
la atención en la búsqueda de la ruta que permitiera navegar de oeste a este
(es decir, regresar desde Asia a América) y en el archipiélago de San Lázaro,
cuyo interés como productor de especias resultó una frustración, dada su
insuficiente producción. Además, la Casa de la Especiería de La Coruña fue
desmantelada.
Con tales perspectivas, no tardaron en surgir los problemas con Portugal, y
uno de los primeros choques se produjo con el viaje a Filipinas de Ruy López
de Villalobos34, que provocó el 20 de julio de 1543 la protesta del gobernador
portugués de la fortaleza de San Juan de Ternate, Jorge de Castro, quien alegó
que Mindanao estaba dentro de la zona portuguesa, según el tratado zaragoza-
no. Pero Villalobos replicó que no era así, de manera que la discrepancia
suscitó la cuestión de a quién pertenecía el archipiélago, renombrado islas
Filipinas en honor del príncipe heredero del Emperador35.
Ante la posibilidad de un nuevo conflicto, era urgente descubrir la ruta
del tornaviaje, lo que se consiguió a raíz de la expedición de Miguel de
Legazpi para la conquista de Filipinas36. En esa expedición iba Andrés de Urda-
neta, quien salió de Cebú mediando 1565 y, ascendiendo hasta los 42º N,
captó vientos y corrientes favorables hacia el este que lo llevaron a la costa
americana a los cuatro meses de zarpar, en los inicios de octubre del año
citado.
Desde Nueva España, Urdaneta fue a la Península para informar a Feli-
pe II, y su informe fue muy claro: aunque el archipiélago de las Filipinas aún
no se conocía bien, él no albergaba la menor duda de que, como las Molucas,
pertenecía a Portugal. El rey, queriendo cerciorarse de que el descubridor del
Tornaviaje estaba en lo cierto, recurrió al dictamen de los expertos:
(34) Para esta expedición y las que se desarrollaron entonces en el Pacífico, MARTÍNEZ
RUIZ, E.: «La navegación por el Pacífico; de la nao Trinidad al tornaviaje de Urdaneta y sus
consecuencias», en V Centenario de la Expedición Magallanes-Elcano (III). La navegación por
el Atlántico, el Pacífico y el Índico. LXIV Jornadas de Historia Marítima, Madrid, 2022, 65-87.
(35) DÍAZ-TRECHUELO, M.ª Lourdes: «Filipinas y el Tratado de Tordesillas», en El Trata-
do de Tordesillas y su proyección I, pp. 232ss.
(36) PINO ABAD, M.: «El Tratado de Zaragoza de 22 de abril...», y HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-
BARBA, Mario: «Los convenios de Zaragoza», en El Tratado de Tordesillas y su proyección I,
pp. 81ss.
87
buscó el modo de interpretar en beneficio de Castilla los términos en que estaba
redactado el convenio de 1529»37.
88